Post on 23-Mar-2016
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FIN DE CURSO
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El Salón de la escuela está completamente
lleno. En las sillas, colocadas provisionalmente,
se remueven padres y madres, abuelas con el
pañuelo dispuesto a secar las lágrimas
emocionadas que, sin duda derramarán, algunas
tías, que ven en los hijos de sus hermanas el
tesoro que ellas no han conseguido y algunos
hermanos mayores con la sonrisa suficiente del
que ya ha pasado por esos trances. La primera
fila, que estaba reservada, ya se ha llenado con
las “autoridades”. Pero, a esos, casi nadie les
conoce. Hablan entre ellos de otras cosas. Esto
es un compromiso más.
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Los maestros se mueven entre las gentes
repartiendo sonrisas nerviosas y saludos
apresurados. Cuando pasan tras la cortina del
escenario, ven a sus alumnos agitados, inquietos
y sobre todo, excitados.
Van los chicos de un lado a otro buscando
aquel adorno que les falta, ese papel con apuntes
que ha desaparecido o … las gafas. Las gafas que
resultan imprescindibles a ese chico de pelo
hirsuto que su madre ha repeinado una y otra
vez. No sabe dónde están sus gafas. Piensa en su
padre, que es el dueño de una tienda del pueblo
y es un hombre ordenado y cuidadoso donde los
haya. ¡No sabrá cómo decirle que ha perdido las
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gafas! No le preocupa el poema que tiene que
decir. Es listo y se lo sabe bien de memoria.
Las niñas arreglan sus delantales y colocan
las cintas del pelo y de sus vestidos. Ya son
coquetas y les importa mucho su aspecto. Les
importa que sus madres se sientan orgullosas de
ellas.
Ha llegado el momento. Un silencio
expectante se va haciendo en la sala y pronto se
levanta el improvisado telón, que se debe al
derroche de ingenio de un maestro y que,
seguramente, nadie apreciará.
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Una de las niñas está esperando su turno.
Morena, delgada y de ojos profundos y manos
firmes. No habla ni responde a las risas
nerviosas de sus compañeras. Está concentrada
en el poema que tiene que recitar. Lo hace muy
bien y por eso, el maestro la elige para el más
largo, el más difícil o el más emocionante.
Ella se agarra firmemente a esos versos
porque son casi lo único que tiene. Su voluntad
hace que le pertenezcan. Su imaginación los
recompone convirtiéndolos en propios. Su
memoria le permite repetirlos y regalarlos, en
forma de palabras, a los demás. Es lo único que
puede regalar.
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Le han prestado el delantal que lleva puesto,
mucho más bonito y mucho más nuevo que el que
ella tiene. También son prestadas las cintas del
pelo.
Cierra los ojos y se ve a si misma sobre el
escenario tal y como la verán cuando llegue su
turno. Está bien. Se ve guapa.
Vuelve a concentrase en el poema que ha de
recitar y baja la cabeza para aprisionar con más
fuerza los versos y su cadencia. Entonces se fija
en sus zapatos. ¡Son horribles! ¡Qué viejos están
y qué usados! Su madre ha hecho un gran
esfuerzo con la crema y el cepillo pero los
resultados no son buenos.
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Un estremecimiento recorre su cuerpo y una
oleada de rojo vergüenza llega a su cara. Mira
alrededor. Su maestro está allí y la está
observando. Ve que se acerca a ella con la
firmeza de siempre.
Cuando llega a su lado mira los zapatos viejos
de la niña. Después mira sus ojos y sonríe al
tiempo que pone una mano cálida y fuerte en el
hombro de la chiquilla.
Los diez años de la niña se han estremecido
por el cariño de este gesto, por la comprensión
de la mirada y por la complicidad de la sonrisa.
Nadie ha hablado pero ahora no tiene temor.
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Saldrá a decir el poema y sabe que nadie mirará
sus zapatos, nadie mirará su delantal ni su cinta
atada primorosamente en el pelo. Todos mirarán
únicamente sus palabras.
*****
Ha terminado la clase del día siguiente, esa
clase en la que todos han recordado la actuación
pasada y los comentarios que hicieron sus
madres en casa.
Ha terminado la clase y todos se marchan
pero el maestro pide a la niña de los ojos
melancólicos que se quede un momento. Cuando
están solos abre el cajón de su mesa y saca un
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envoltorio de papel que pone en manos de la
chiquilla.
-- Toma – dice – A mi hija ya no le valen. Son
para ti si te gustan. --
La niña abre un poco más sus ojos profundos
y melancólicos y sus dedos apresurados abren el
envoltorio.
Son unos zapatos de niña. Están usados pero
son los zapatos más bonitos que ha visto en su
vida.
***
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La niña ya es mujer.
Le gusta pasear por las
ciudades y mirar los
escaparates de las
tiendas.
Se para siempre en las zapaterías pero nunca
ha encontrado unos zapatos tan hermosos. A
pesar de ello sigue mirando los cristales de los
escaparates porque siempre, siempre se asoma a
ellos la cara sonriente del maestro entregándole
de nuevo el paquete con los zapatos más bonitos
que nunca ha tenido.
JUAN DORADO VICENTE