HACIA EL SUR, UN COMUNERO - Instituto Cervantes

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Los Cuadernos Inéditos

HACIA EL SUR, UN COMUNERO

Manuel Andújar

D oña Casilda lo llamó con aquel grito ras­poso -como sonido de lija en oxidado metal parecía- que anunciaba una de sus crisis de soledad.

-¡Marcos! ¿Dónde te has metido? Si mi señor sale de cacería, tu obligación es no alejarte de mi lado, que socorro puedo necesitar.

Acudió tardo el paso, dobló ligeramente, que le repugnaban los signos de servilismo, la cabeza, que ya entremezclaba canas crespas, cejas cano­sas. Al mirarla, entornó los ojos penetrantes, que revelaban, aún con ese filtro, piedad y menospre­cio.

-Marcos, Marcos, a pesar de que tratas de di­simularlo, eres indócil de condición.

Y el ama -que a criado veíase reducido, pero sin menguar su facultad de observación- plegó, en un amago de sonrisa, los labios abotargados.

-No hace falta que me lo expliques, ahórrate lasmentirijillas, de fijo que estabas en el altozano, otea que otea el horizonte. Imaginas aquella tierra tuya, ¿verdad? Tu rincón y tu labor. No te avienes a segar las devociones.

No respondió, empezaba a impacientarse. -Guardas demasiado lo tuyo, lo que te duele.

De orgulloso pecas. A Marcos le crujían, mientras, en la contrac­

ción, las fibras de las manos, todavía terrosas y morenas.

-¿Soy culpable de algún desacato, no cumplocon su merced mis obligaciones?

Doña Casilda fingió un papirotazo, al vacío. -Menos bachillería y, sobre todo, que caro lo

has pagado, menos fueros. Tengamos la fiesta en paz. Es que me ahogo aquí. Abre el portón, pri­mero, y llévame. al zaguán. Que me gusta espe­rarlo, divisarlo en la horquilla de los senderos. Antes de que anochezca se presentará.

Inclinóse Marcos y sopesó, alzó, resollando, el volumen de la baldada, el sillón de cuero y arma­zón de maderas refurzadas con lajas de hierro. Después se deslizó a�atas bajo el asiento, enarcó los brazos y con gruñidos de pujo levantó la carga.

Apoyaba las abarcas en las guijas conocidas y como si porteara el trono de una Virgen en la procesión, avanzó con leve bamboleo hacia el ex­terior. Le crujían las rodillas, sintió un leve gemir de la cintura; de tensas, acalambradas sentía las corvas.

Cuando la depo'sitó, con suavidad que la pru­dencia imponía, se le nubló la visión, que resba­laba párpados abajo el sudor de la frente.

Intentó bienquistárselo doña Casilda. -Vete a los alrededores del pozo y descansa en

la umbría. Cuando te sosiegues, bebe hasta har-40

tarte. Y permiso te doy para que ahora le eches un buen trago de aguardiente al gaznate.

Hincó los codos en el brocal, antes de tensar la cuerda de la garrucha y subir el cubo, lleno hasta los bordes de agua fresca y todavía oscura. Tornó a sondear el tubo de ladrillos que izaban su hálito de humedad y atraían el latir del fondo a la turbia superficie aletargada, al círculo que constituía una invitación renovada al salto mo'rtal, para ente­rarse, al fin, del secreto sumo.

«Menudo susto para doña Casilda, que no me quita ojo de encima. Yo soy, además de su bestia y cayado, una parte de la propiedad, con la única

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diferencia de que caniino, hablo y -harto lo dudé­pienso por mi cuenta.

Revoltoso, altanero, si no te hubieran apaleado y quizá pregonado, ¿acaso servirías? Como en la celda de una cárcel te revuelves, y no te falta campo, cuando doña Casilda se adormila, para estirar las piernas. Que te mandan, a ratos, a capitanear los que recogen la aceituna en el olivar y desfogas tus enconos en el bailoteo de la uva, con esos pies talmente de siete leguas, con una piel que se diría hecha de. esparto».

Pronto givisaría, en la raya de la vasta planicie, al declinar el sol, la cabalgadura de don Nuño y la figura escuálida, amojamada del caballero, com-

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pletaría su estampa, en los flancos de la mula, al pendular de las perdices y liebres cobradas. A su zaga, a distancia repetuosa, los vecinos y deudos que le acompañaban, habitualmente, en las cace­rías. Se detendrían a la altura de la ermita y Mar­cos le ayudaría a desmontar.

-«Ella» se empeñó en que la movieras. Hay queconvencerla de que estará más a resguardo, de las corrientes de aire, en el dormitorio. Es terca pero entrará en razón·.

Le tributó una exagerada reverencia, fingía jo­vialidad.

-Mejoraste la color, Casilda. El vientecillo teprueba. Pero no hay que abusar y que te dé un pasmo. Tocan a retirada. ¡Para chuparse los diez dedos, el estofado que, de cena, nos preparará Ramo na. ¡ Ramoncilla!

Se completaba el ya cotidiano cuarteto. De rudo desplante la moza, por la treintena. El afán maniá­tico de limpieza -suelos, objetos de uso y ornato, muebles- acreditaba, y quizá calmaba, su sangre de embalse, presta a encalabrinarse.

Reiteró, con tono más impaciente que de ordi­nario, el comentario condicional:

-Si toma estado, honesta y sana esposa será. Ymadre segura.

Y agregó una promesa inopinada y conminato­ria:

-De pretenderla quien la merezca, de concer­tarse la boda a mi satisfacción, le haría donación formal del quiñón del lagar. Naturalmente, si pronto se decidiera. Que uno no se desprende de tierra tan rica sino en momento de flaqueza por benevolencia.

Sonrió -labio torcido- doña Casilda, mecida en la ascensión a lomos de los dos hombres, propie­tario y servidor.

-Haré lo imposible y asistiré al casamiento. Ysospecho que ese día, sólo ese día con su noche, le concederemos licencia a Marcos.

Casualmente, después, al retirarse a su cuarto y atravesar el pasillo que bifurcaba hacia la cocina, atisbó a Ramona que vertía la jarra de agua hir­viendo en el barreño, entornada la puerta, tibio y trémulo el resplandor del candil, desabrochado el corpiño, perceptible y rotundo el volumen mellizo de los senos. Su ostentoso conato de escondite y el incitador vislumbre de semidesnudez coinci­dían.

Marcos abrió el compás de la zancada, corrió el cerrojo de su retiro y se tendió en el camastro. Y en lugar de desvestirse, miró, fijamente, por el ventanuco, la estrella que señalaba la ruta del Sur. Su resplandor se concentró, cual un presagio, en el hatillo que trajo, el año anterior, cuando era un perseguido e iniciaba su destierro.

Entonces, bajo el emparrado, se protegía don Nuño de la mañana caliginosa, exterior, y de la imagen -interior- de la mujer, legítima, que aden­tro dormitaba. La vibrante esbeltez convertida en gordura fofa; la agilidad juvenil que en paso y meneo de caderas lo sedujo, hoy masa de carne

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incapaz de traslación propia; su .charla aguda y de regadas malicias y con acopio refranero, degeneró en lamentación exasperante o silencios enfurruña­dos.

-¡Hágase, Señor, tu voluntad! Así ocurrió con la frustración del hijo en ciernes

-«los sobrinos de primos hermanos heredarán, delas dos ramas»- y los desgarrones que, para sal­varla, inutilizaron el cálido cobijo generador, elcuenco donde el varón se hunde para clavar yexpandir su aguijón y perpetuar «su» especie.

Precedió el suceso a otros, más públicos y so­nados, que alteraron la llamada paz del Reino. Ambos bandos lo habían solicitado y él, don Nuño, los sorteó cortesmente, que le absorbía el cuidado de Casilda, impedida, por aquella impru­dencia del baño de madrugada, en la laguna, su­mergida de los pies al ombligo, según receta de ancianas supersticiosas y curanderas, que transmi­tían la tradición oral. Habría que castigarlas ejem­plarmente, con tamborileada chamusquina de pe­llejos.

«Vencedores y vencidos, ¿ quién mitigará el ras­tro de los odios y borrará las sierpes de las cicatri­ces?»

Llegó, probablemente por el sendero de los vi­ñedos, una línea diagonal e irregular a su es­palda. La cavilación de don Nuño y el sigiloso comparecer del forastero se contraponían.

-A ve María Purísima / Sin pecado concebida /¿No quieres descansar a la sombra y seguir des­pués, con más bríos, tu camino?/ Gracias os sean dadas. ¿Muy lejos aún Andalucía?/ Varias jorna­das, muchas leguas. Sin descansos, se te derreti­rían los sesos. Quédate hasta el atardecer. Y te aconsejo que sigas la marcha en las horas de calor llevadero. ¿De muy lejos vienes? ¿Buscas fortuna y se te habrá ocurrido embarcar para las Indias?./ Puede ... / Joven no eres / Para marzo, treinta y cinco / ¿ Tu nombre?

Advirtió su vacilación, seguida por un mani­fiesto recelo.

-No temas. Te irás y no me acordaré. De dis­traído me tildan. El aplicar la justicia, a Dios lo reservo.

-Sea, que la confianza en su merced me ganó.Marcos me bautizaron. De un pueblo pequeño, apartado de Cuenca, la capital, soy. ¿No oyó ha­blar de Junqueras? Ninguna muerte airada ni ac­ción deshonrosa sobre mi conciencia. Una des­ventura que me granizó.

-Adelante. Palabra de honor. Siéntate en elpoyo.

Cuando todavía pugnaba en él vehemente afán de relatar al hidalgo lo que le había ocurrido, y aliviarse de tal modo, la simpatía que ya le inspi­raba y una cautela que le venía de raigambre y que su peregrinaje había extremado, resonó desde la hondura de la quinta -dedujo, con su oído rastrea­dor de labriego, que se originaba en la habitación alta, que debía dar a Oriente- la voz áspera, que­jumbrosa e imperativa.

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-¡Nuño, Nuño! ¿Dónde estás? ¡También tú me abandonas, o finges sordera, como esa galopanta, moza de partido! En el Juicio Final la castigarán. Abridme la ventana, que entre el viento y la brisa o el aire de brasa. ¿Me veré condenada a pudrirmeen esta cama? ¿Quién me cargará? Aunque tedesriñones, más vales tú para lecturas y rezos.

Don Nuño palideció, se le acentuó el tinte aper­gaminado de la piel, reflejo fue del desaliento. Para él, se había relegado el interés por las andan­zas y misterios de aquel extraño. Marcos tuvo la sensación de que no lo veía, eliminado quedaba de su presencia y atención.

-Señor, disculpadme, no es mi ánimo el estor­bar. Buena suerte os deseo y la bendición de El, que nos gobierna.

No replicó don Nuño sino escudriñándole, con una intención distinta; calcular su robustez y calar en su carácter.

-¿Te gustaría trabajar aquí, con nosotros? Teofrezco jornal generoso, comida y techo. Y res­guardo ante los demás, que yo respondería por ti. Al menos (y su tono cobró temblor de súplica) por una temporada. Tú mismo podrás apreciar si te acomoda. Nunca te retendré, forzado. Bastará que me avises con un par de días. Cuestión de reemplazarte, entonces. De procurarlo.

Todo había cambiado. A Marcos le brotaron por sienes y cuello gotas de sudor suave, caricioso. «Gozarás de seguridad y faena recompensada, de­saparecería el miedo de que te interroguen y ave­rigüen. Porque este caballero debe mandar en la comarca y juraría que llegué en una de sus horas de aflicción y que al serle útil» ...

-Estoy dispuesto.

Su hedor de hembra poltrona, madura y estan­cada, persistía en el dormitorio, incluso tras asearlo y largas dosis de ventilación. Se esparció una densa y porcina vaharada al mudarla de pos­tura, cuando fue preciso colocarla y sostenerla por las axilas, al filo de la cama.

Cabeceó, aprobatorio, don Nuño y él la tomo en brazos y tambaleante el cuerpo -el suyo, enterizo, elástico, donde la sangre corría sin trabas y los músculos y nervios concordaban- pero firmes las pisadas, la depositó en el amplio sillón, nido de almohadas.

Doña Casilda ablandó el ceño. -Esa Ramona desvergonzada, capaz de arras­

trar un carro, y con la ayuda de Nuño, no lo hacía como tú, solo. Ni un pellizco, ni miedo a rodar y golpearme. Nuño, ¿de dónde lo sacaste?

El marido restallaba un látigo invisible al hablar, índice de su vigor, autoridad y decisión:

-No te importa sí aceptó esta dura tarea. Yotrataré con él. Te advierto que, si acabamos de arreglarnos, estableceré los límites, para que no abuses. Reposa, ahora. ¿Bajamos, Marcos?

En el zaguán se combinan frescor y penumbra. Ondula el aliento pausado del campo en torno, a ráfagas avanza y retrocede, mellada por las recias paredes, la lengua. escaldada del trigal que la se-

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quía calcinó. Y los asperjes del polvo, que irregu­lares embates rastrillan de las franjas yermas, seincrustan en el arco de la entrada y disueltos per­manecen en las hojas del portón solariego.

-Este vino de uva, ni Su Majestad, don Carlos Ide España y V de Alemania -la segunda soberaníaescuece- lo cata.

La jarra en la mesa de madera nervuda, losvasos de iguales, caballero y fugitivo.

-¡ Si la hubieras conocido antes de enfermar,¡ una collera de alegrías!

Fijaron -don Nuño propuso y él asintió- lasbases del contrato, solemnemente verbal. Si porcostumbre no se legalizaba con documento de es­cribano, menos aún dadas las circunstancias quepropiciaban un tácito encubrimiento.

-¿Junqueras, el apellido?-El nombre de mi pueblo, que así no mentimos.Y lo pronunció como bautizándose.-Marcos de Junqueras.-Por pereza, además, se suele quitar la palabra

de enlace. El «de» a pujos de hidalguía suena.-No me interesa la nobleza que no me gano.-Marcos Junqueras ... Si te avecinas en Andalu-

cía, se comerán la ese final. Por último, el caballero redondeó los datos que

le importaban, pues su sondeo no rozaba, todavía,lo que pudiera alarmarlo. Al convivir desataría lalengua.

-De letra, supongo que «in albis». Una cosa esel saber de labranza y otra el de libracos.

El forastero, que de esta suerte obtenía amparoy cierto estado civil, sacudió su traza de vaga­bundo, se complació en la sorpresa de don Nuño.

-Un tío materno, clérigo, me crió y remedió miorfandad. Aspiración suya fue que tomase las ór­denes. Estudios menores recibí y saqué provecho.De las dos clases de oraciones entiendo. Me pre­decían honores y ascensos eclesiásticos. Pero lavocación era por el mundo y la tierra.

-Faldas de doncella habría de por medio.-Cristiana sepultura recibió la mujer con la que

me uní, con todas las de la ley. Apenas probadaslas mieles.

Don Nuño esbozó un gesto de excusa.-No pretendía hostigarte con recuerdos. Y

torno a la plática. Si te lo pedimos, ¿nos leerás enlas veladas de invierno? Deleite y enseñanza ha­bremos los cuatro. Son acicate para el espíritu, ymis preferidas, las crónicas de los hechos famo­sos. Encargaré una de las más recientes, de lo anuestra vera y experiencia sucedido: la rota deVillalar.

Y una complicidad indulgente temblequeaba,como un tic, en las guías de sus bigotes.

... Pero Marcos, al cabo de unos meses en quemostró ser cumplidor, sin soltar prenda, se despi­dió. No regateó la expresión de su grati-tud. Emprendía la ruta del Sur, para en- �contrar asiento y sustento, fundar allí su "casta.

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FIN DE SIGLO REVISTA DE LITERA TURA

APARTADO 1724

JEREZ DE LA FRONTERA

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(en prensa)

1. PABLO GARCIA BAENA, Lectivo.

2. FERNANDO ÜRTIZ, La estirpe de Bécquer.

3. FRANCISCO BRINES, Poemas excluidos.

En septiembre aparecerá el número 5,

con trabajos de R. Lasso de la Vega,

Lewis Carroll, Gabriel Zaid, Cansinos-Asséns,

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entre otros.

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