Post on 18-Oct-2019
AGUSTíN YÁÑEZ, Al filo del agua.Novela. Ilustraciones de Julio Prieto.-Editorial Porrúa,S. A. México, 1947.
En el ensayo, en la novela, encuanto coto literario da paso su curiosidad, Agustín Yáñez ha mostrado un empeño indeclinable por res- 'catar la esencia última de lo mexica7no. Ello explica que su. voluntadcreadora ~so que los mdancólicosbardos de antier llamaban inspira.ción- acuda en cada v~z a la fuenterusticana y sincera .de la provincia,que tiene por latitud la extensión toda de la república, y donde ni en eltiempo pasado, ni al presentt, el hibridismo de la capital ha tenido lafuerza de penetración necesaria paratransformar unos hábitos peculiaresde vivir, trabajar, amar y morir. Afuerza de idas y venidas a ese venerode legítima humanidad --de dondeél procede, además-, Yáñez encarnahoy por hoy una de las concienciasmexicanas mejor arraigadas a su suelo.
Por eso puede lanzarse al desplante---él, tan relativamente joven en re-
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lación con los sucesos- de recomponer con minucia literaria y emotiva,con matices alternados de fuerza ydelicadeza, .la vida cotidiana de unpueblo cual,quiera de la región de LosAltos, en li época inmediatamente anteriora la convulsió~ revolucionariade 1910. '
Al titular el prólog~ "Acto preparatorio", ya el autor aparece envueltoen la atmósfera que va a resucitar. Ese"acto" sugiere una recapitulación previa, tocada de infuso misticismo" delos factores de sordidez, hipocresía ymediocridad que han de tocarnos lasaristas d~l alma durante la aventura
,de leer. El perfil del pueblo donde en.seguida presendaremos el hervor delas pasiones, trazado por Yáñez, esun resumen casi genérico, y en granparte válido hasta el día, de esa existencia estéril que arrastran niles dealdeas mexicanas que sólo respiran
.automáticamente, sin un estímulodonde brille la luz del espíritu y laacción. Se siente 'uno deprimido anteestrechez tal, e ineludiblemente surgeen la memoria la receta que apuntaba,allá por 190~, el "peregrino señor"Antonio Azorín: "Bastaría abrir las·puertas y dejar entrar el sol, salir,viajar, gritar, chapuzarse en aguafresca, correr, J saltar, comer grandestrozos de carne, para.que esta tristeza se acabase."
El primer capítulo confirma el presagio del prólogo. La duermevela dedon Timoteo, seguida del sueño agitadísimoque convocó los fantasmasde tantos .deseos fallidos cuya realización contiene el muro del bien' parecer y la simulación inhumana característica del pueblo, dan ocasión a Yáñez para instrumentar un contrapunto de sensaciones antagónicas descritascon certeros recursos oníricos.
De ahí en adelante, nos gana elpresentimiento de que el limpio ríodel amor no ha de correr por los cauces debidos; de que los arrestos de nobleza se encenderán un instante parafrustrarse en ceniza; de que cada mandato normal de la sangre será acallado por la colectiva voluntad de aplastamiento de todo aquello que hacevibrar los días del hombre. Prontosiente el lector que se ahoga ante laaridez uniforme de las conciencias,determinada por la solidaridad de losvecinos en ,el encierro, el temor y ladeformación de un dogma religiosoque, aspirando decisivamente a la luz,se ejercita entre sombras de paredes yde almas.
El ,autor presenta, como una reivindicación de los fueros de la ternu-
ra, un episodio idílico entre una mujer colmada de dones y distinción,que va de paseo al pueblo por unatemporada, y un adolescente con alas,soñador ~l campanero--, que, sirviéndose de su no cultivada aptitudpara la música, sabe transmitir a losbronces, a voluntad, el desbordamiento o el arrullo de su pasión sin vozpor la mujer que escucha el tumultode las campanas y comprende. No esaquella planicie el terreno adecuadopara que brote la flor suprema del vivir: encono y calumnia despejan elcampo. Aquí no hay tregua. Ni re-
. dención.Marta y María, las sobrínás del
cura, aunque caracterizadas de manera obvia éonforme al bíblico patrón,son las siluetas que animan con justos arranques humanos este ,retablodesolador. Fiel cada, una al destinoque el novelista quiso conferirles,transitan, por las páginas con sus sentimientos -anacible recato, iJ,llpaciencia bullente de vivir- al natural. .
Hay otras mnchas escenas y figu-,ras que. Yáñez sabe animar con pulsoviril. Así, por ejemplo, los norteños,"los que fueron a Estados Unidos",qt:ienes, ganados de un infantil descastamiento, al retOrnar al pueblo'desquician con sus costumbres e indumentaria la· calma ancestral; loscontertulios dd mentidero imprescindible -"La Flor de' Mayo"-, donde el rápido cierre observado de un'postigo cualquiera da pasto a inducciones desorbitadas, que -irán creciendo con los días; la "loca" de MicaelaRodríguez, muchacha desenvuelta cuyas redondeces presiden, en monopolio de lascivia, los sueños masculinos,y el arriscado Damián Limón, prototipo del héroe cuyas hazañas han de,rodar por montañas, villorrios y ciu-\dad~, transmitidas en las guitarras ylistones del corrido . . _
A lo largo de 400 páginas bien nu~
tridas de texto, Agustín Yáñez agotala crónica de este pueblo enemigo delsol y la sonrisa. No le arredra -y debemos alabárselo-- incurrir en lo pueril, subrayar con insistencia el matizde un detalle; prodigar los latinesmnemotécni~os que en una comunidad así interfieren hasta en lo cotidiano de la esfera civil. Es ese amon-'tonamiento de' sutiles observacioneslo que, mejor dibuja el contorno y laatmósfera. Y además, cuando lá corriertte narrativa le depara una coyuntura propicia, ha sabido e'scribirpáginas plenas de intensidad y belleza.
Imposible sería cerrar esta apresurada reseña sin destacar la colaboración que Julio Prieto ha dispensadoal novelista. Sus numerosos grabados,viñetas y letras capitales desbordanimaginación poética y bien atemperada 1l)-alicia, indistintamente. Todasellas, junto con las que realizó parael libro Moctezuma, el de la silla deoro, de Francisco Monterde, son 10-
gros que pueden estimarse culminantes de su indiscutible aptitud para es(a rama de la plástica editorial.
Antonio ACEVEOO ESCOBEDO
GONZÁLEZ DE MENDOZA, J. M., Lasetapas del hombre (Papeles del archivo sobre el Vate Frías).-Editorial "Beatriz de Silva".-Méxica, 1946.
José D. Frías (la D. quería decirDaría, según advirtió en uno de susinstantes risueños) fué un poeta quenació y murió en tierra mexicana(1890-1936), pero que amó con delirio extrahumano la Poesía y sufrió,como pocos han sufrido. Su breveobra quedó compendiada en Versosescogidos (1933) Y en tres 0púscu'los: A Darío (1916), Bajo el clamorde las sirenas y la Antología de jóvenes poetas mexicanos que publicó enParís asociado a Guillermo Jiménez(1922). Escribió en varios periódicos, hizo cuatro viajes a Europa, fuéprofesor supernumerario de literaturagen,eral; corrector de estilo, jefe depublicaciones en la S~cretaría de Edu-
.cación, adsáito a la Legación en Francia; pero, sobre todo, un poeta queconocía su oficio ~l más peligrosode todos-O y que no ha de morirmientras haya lectores de P~esía, quesepan entenderla.
Uno, de los amigos más leales quetuvo Frías se llama J. M. Gonzálezdé Mendoza, quien ha dado a cono-
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