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5. LLEGADA DEL TURISMO Y ALGUNOS DE SUS EFECTOS Hasta fines de la década de 1950, había dos casas entre Coveñas y Punta de Piedra; una era una vieja choza deshabitada al lado Oeste de la Boquita (desembocadura del arroyo de Villeros, donde se ahogó Jorge Austin) y la otra, la única casa de fundamento que para entonces existía en la playa, era la vieja pero resistente casa de bahareque y palma de La Calzada, el primero de los sitios de acopio de cocos de Don Julián Patrón, casi tan grande como la Casa Grande de Madre de Dios, que había sobrevivido al tiempo y a los elementos. Allí, donde vivió Carlos Sierra y su familia administrando la coquera y criando cerdos, vivía uno de los cuidanderos de esas extensas coqueras. Cuando el señor Keeler construyó la carretera de Coveñas a Tolú, la casa de La Calzada era un hito de referencia para saber cuanto se demoraría un vehículo que, transitando por la arenosa o pantanosa vía, dependiendo del clima existente, viajara de Tolú a Coveñas; una vez que era visto pasar por La Calzada, se demoraba a lo sumo quince minutos en llegar a Coveñas. Esas tierras frente al mar, que para entonces ya eran de la hija de Don Julián, Leonor Patrón y de su esposo el Dr. Horacio Navarro, comenzaron a ser vendidas por lotes, grandísimos por cierto. Hasta en el negocio de los lotes los Navarro Patrón eran elitistas y solamente los vendían a quienes ellos consideraban eran personas de primera categoría y “dignos” de comprar, construir y vivir a la orilla de la playa, actitud que les llevó a rechazar ofertas de varias personas que deseaban comprar un lotecito pero que seguramente no eran de “clase” y que, tal vez con la presunción que la existencia de vecinos no deseados, pudiera desvalorizar sus propiedades. Elitismo y negocio que se les fue al suelo cuando una de las mas grandes haciendas que heredó Leonor de Don Julián comenzó a ser invadida por colonos y para recuperarla, a instancias de quien les prometiera que iba a “sacar a los colonos”, construyeron allí una amplia y cómoda casa, la amoblaron profusamente, compraron un camión, llenaron los corrales con ganado y sembraron la finca de pastos para finalmente hacer una venta ficticia de todo lo allí invertido y existente, lo que concluyó con que el beneficiario de la ficción terminó quedándose con todo, los amenazó con echarles los perros, les ofreció bala y nunca pudieron recuperar nada de lo allí existente ni las tierras. Una de las primeras casas que se construyeron en la playa fue la de Don Enrique Gómez, en el lote que compraron inmediatamente al lado de la desembocadura al mar del arroyo Amansaguapo 233 ; este arroyo nace en el Cerro de Petrona y es alimentado por los arroyos Ceiba, Mamey, Banguela 233 En la Escritura de venta de los terrenos de Coveñas a la Sagoc, el arroyo de Amansaguapo allí se denomina “Amanza Guapo”. N. del A. 283

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Capítulo 5. Llegada del turismo y algunos de sus efectos

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5. LLEGADA DEL TURISMO Y ALGUNOS DE SUS EFECTOS

Hasta fines de la década de 1950, había dos casas entre Coveñas y Punta de Piedra; una era una vieja choza deshabitada al lado Oeste de la Boquita (desembocadura del arroyo de Villeros, donde se ahogó Jorge Austin) y la otra, la única casa de fundamento que para entonces existía en la playa, era la vieja pero resistente casa de bahareque y palma de La Calzada, el primero de los sitios de acopio de cocos de Don Julián Patrón, casi tan grande como la Casa Grande de Madre de Dios, que había sobrevivido al tiempo y a los elementos. Allí, donde vivió Carlos Sierra y su familia administrando la coquera y criando cerdos, vivía uno de los cuidanderos de esas extensas coqueras. Cuando el señor Keeler construyó la carretera de Coveñas a Tolú, la casa de La Calzada era un hito de referencia para saber cuanto se demoraría un vehículo que, transitando por la arenosa o pantanosa vía, dependiendo del clima existente, viajara de Tolú a Coveñas; una vez que era visto pasar por La Calzada, se demoraba a lo sumo quince minutos en llegar a Coveñas.

Esas tierras frente al mar, que para entonces ya eran de la hija de Don Julián, Leonor Patrón y de su esposo el Dr. Horacio Navarro, comenzaron a ser vendidas por lotes, grandísimos por cierto. Hasta en el negocio de los lotes los Navarro Patrón eran elitistas y solamente los vendían a quienes ellos consideraban eran personas de primera categoría y “dignos” de comprar, construir y vivir a la orilla de la playa, actitud que les llevó a rechazar ofertas de varias personas que deseaban comprar un lotecito pero que seguramente no eran de “clase” y que, tal vez con la presunción que la existencia de vecinos no deseados, pudiera desvalorizar sus propiedades. Elitismo y negocio que se les fue al suelo cuando una de las mas grandes haciendas que heredó Leonor de Don Julián comenzó a ser invadida por colonos y para recuperarla, a instancias de quien les prometiera que iba a “sacar a los colonos”, construyeron allí una amplia y cómoda casa, la amoblaron profusamente, compraron un camión, llenaron los corrales con ganado y sembraron la finca de pastos para finalmente hacer una venta ficticia de todo lo allí invertido y existente, lo que concluyó con que el beneficiario de la ficción terminó quedándose con todo, los amenazó con echarles los perros, les ofreció bala y nunca pudieron recuperar nada de lo allí existente ni las tierras.

Una de las primeras casas que se construyeron en la playa fue la de Don Enrique Gómez, en el lote que compraron inmediatamente al lado de la desembocadura al mar del arroyo Amansaguapo233; este arroyo nace en el Cerro de Petrona y es alimentado por los arroyos Ceiba, Mamey, Banguela y Guayabo; en verano ni siquiera llega con suficiente caudal al mar y mas frecuentemente se cierra su desembocadura, pero que no es sino que caiga un aguacero para que el apacible arroyuelo se convierta en un torrente feroz, capaz de “amansar” a cualquier “guapo” que se atreva a desafiarlo, es decir, a cruzar a pie, a nado o en bestia por su torrentoso caudal, de allí deriva su nombre. Don Enrique y doña Ofelia Estrada construyeron una casa para ellos y otras casas cercanas para alquilarlas a los turistas, generalmente amigos suyos, que llegaban de paseo a Coveñas. Una vez jubilado don Enrique, los Gómez vivieron algún tiempo en su casa de la playa pero luego se mudaron a Medellín donde él falleció. Doña Ofelia vive en Bogotá.

Después llegaron unos extranjeros desconocidos, el señor y la señora Guiterlly, tal vez alemanes, quienes construyeron una inmensa casa después de otros lotes

233 En la Escritura de venta de los terrenos de Coveñas a la Sagoc, el arroyo de Amansaguapo allí se denomina “Amanza Guapo”. N. del A.

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intermedios del lote de los Gómez, casa de mampostería con un inmenso techo de palma cuyos bordes en los alares, a diferencia de las casas de palma comunes en la región, no fueron cortados, así que el desflecado le daba a la estructura un aspecto inusual, pero agradable. En esa casa tenían, a falta de hijos, unos diez grandes perros que ladraban todo el día y acosaban a los escasos y desprevenidos transeúntes que paseaban por la playa frente a la casa. Los Guiterlly ― si acaso se escribe así tan raro apellido ― eran personas mas bien retraídas y vivían casi enclaustrados en la mansión; la señora, que había hecho amistad con algunos de los directivos de la Sagoc, salía de vez en cuando a hacer el mercado; al señor prácticamente nunca se le vio fuera de su recinto. Los Guiterlly desaparecieron del mapa de Coveñas tan rápido y extrañamente como llegaron, sin huella.

Mas allá del lote de los Guiterlly hizo su chalet de madera y techo rojo Richard Ramsoy, donde vivió después de su jubilación y hasta sus últimos días.

Por el año de 1969 Mr. I.C. Keeler, Muriel e hijos siguieron el ejemplo de sus compañeros de trabajo y amigos. Compraron un lote de 1.000 metros cuadrados y allí, casi en el centro del mismo construyeron una espléndida casa dotada con todas las comodidades de la época, en la que tenían dos grandes planta diesel para el suministro de energía eléctrica. El ancla de un antiguo barco español, que con sus hijos Skipper y Robert había sacado Mr. Keeler de la bahía de Cispatá y un viejo cañón, también español, adornaron la entrada de la bella casa que alcanzaron a disfrutar solo unos pocos años antes de su jubilación y de su regreso a su tierra natal, Estados Unidos.

Las casas construidas en esos lotes se nos antojaban lo mas normal dado que sus propietarios, que eran nuestros viejos conocidos, excepto los Guiterlly; pero a la par que se fueron conociendo las playas de Coveñas por la llegada de invitados y turistas por conducto de la Sagoc o por la ya construida, aunque precaria carretera entre Coveñas y Tolú, fueron llegando también personajes extraños a Coveñas.

Entre la casa de los Gómez y la de los Guiterlly construyeron sus casas los doctores Julio César Turbay Ayala y Juan Jacobo Muñoz, que años mas tarde serían, el primero, Presidente de la República y el segundo su ministro de Educación. Estas casas eran más sencillas, menos elaboradas y vistosas que la de los Keeler, los Guiterlly o Ramsoy, solo utilizadas para llegar ocasionalmente a descansar y disfrutar de la playa, del mar y el sol de Coveñas, disponían de las comodidades básicas sin muchos lujos ni extravagancia alguna. Incluso, mientras no eran requeridas por sus dueños, estaban al cuidado de doña Ofelia Estrada de Gómez y eran alquiladas a turistas de paso por Coveñas.

En la cercanía de Punta de Piedra, la Fuerza Aérea Colombiana (FAC), construyó también un importante complejo habitacional y vacacional para sus funcionarios, que desde entonces fueron asiduos visitantes de Coveñas durante fines de semana y vacaciones. Llegaban en aviones DC-3 (C47) y en el imponente avión Hércules al aeropuerto de Coveñas.

Carmen Sierra Patrón y su esposo Washington Romero construyeron, al lado Oeste de la salida al mar del arroyo Amansaguapo, su hermosa y acogedora casa a la que pusieron el nombre de su hija: Villa Raque.

Frank Arbouin, “Pacho”, también construyó una pequeña casa al lado Oeste de la casa del señor Keeler. Pacho, que como recordaremos no era muy proclive a realizar

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erogaciones de su peculio (ni las necesarias ni las superfluas), sin gastos notorios ni responsabilidades especiales, quería tener una casa frente al mar y, aprovechando que el señor Keeler compró un terreno amplio y le “sobraba espacio”, le propuso que “le dejara construir una casita en una esquina del terreno para vivir cuando se jubilara, que él se le dejaría al señor Keeler cuando se muriera” y el señor Keeler, que no conocía la palabra “no”, le permitió construir la casa, que hizo pequeña pero agradable y adecuada para sus necesidades que él mismo catalogaba como mínimas. Pacho se fue a vivir allí cuando se jubiló; ya tenía el campero Dahiatsu que le regaló su hermana Alicia, una lancha de aluminio con motor fuera de borda, mobiliario básico de buena calidad que le había quedado después de regalar algunos de los que tenía en su casa en el barrio de directivos y escasos enseres domésticos. Decidió que no iba a tener radio porque “bastante ruido de radio” había padecido durante su vida como radiooperador para ir a oír nuevamente radio en casa ya jubilado; tampoco televisión, cuya señal para la época era por cierto muy elemental; y, como cocinaba con kerosene, tampoco iba a necesitar de energía eléctrica, así que no tenía luz. Se dedicó entonces a descansar y también salía frecuentemente de pesca en su lancha, actividad en la cual era tan hábil como cualquier pescador nativo y vendía algunos de los pescados con lo cual obtenía lo suficiente para comprar los víveres que requería para su alimentación sin gastar su jubilación. Así que vivía en una situación innecesaria de carencias que lo llevaron a un cierto grado de desnutrición y anemia que propició su traslado a Bogotá a fines de la década de 1990 con su hermano Jaime y sus familiares donde se recuperó y vivió hasta su fallecimiento en el 2005. Cuando el señor Keeler se jubiló vivió poco tiempo en su casa de la playa y por sus problemas de salud decidió regresar a los Estados Unidos después de 35 años en Colombia. Así que antes de viajar le escrituró a Pacho la parte de su lote donde había construido y la casa. Pacho sobrevivió 30 mas años que el señor Keeler, fallecido en 1975. La casa de Pacho en la playa de Coveñas fue vendida antes de su muerte.

Y con estas casas ya construidas el aspecto de la playa empezó a cambiar, a llenarse de movimiento y, también de turistas. Como había ocurrido en años anteriores, pero ahora en mayor cantidad por la puesta en servicio de la vía Coveñas-San Antero-Lorica-Montería, los fines de semana, en buses de madera, llegaban los que Washington Romero llamaría “turistas bolleros”, de las mencionadas poblaciones cercanas. Cada familia traía una olla llena de bollos para comer con queso costeño; por supuesto, estos turistas no compraban nada, o a lo sumo gaseosas; se bañaban ruidosamente en el mar; los niños generalmente sin ropas; los hombres, vestidos con rústicas pantalonetas hechas con un pantalón viejo cortado por encima de las rodillas o en calzoncillos, mientras que las mujeres usaban un viejo vestido que al mojarse y pegarse al cuerpo dejaba traslucir la ropa interior; se comían sus bollos y hasta luego compadres; no generaban mayores ingresos para las personas que, en la época, ya comenzaban a vislumbrar la posibilidad de prestar servicios al turismo y aún de vivir de él. También comenzaron a llegar los “cachacos”. En la costa, todo aquel que no sea de la región es llamado cachaco, sin distinguir si es de Bogotá, Medellín, Bucaramanga o de donde sea, es cachaco. Y no se usa en sentido despectivo sino solamente para distinguir a las personas, lo mismo que a los de la costa atlántica les dicen “costeños”.

Pero fueron los antioqueños quienes más rápidamente se percataron de las bellezas y potencialidades de Coveñas como región turística y llegaron progresivamente allí. Primero los mas pudientes, que llegaban unos en avionetas y otros en sus carros y traían lanchas. Fueron ellos quienes comenzaron a construir el mayor número de casas en los terrenos comprados al Dr. Navarro, que alcanzó a hacer su agosto con

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la tierra que les vendió. Después llegaron otros también antioqueños a instalar hoteles, residencias, restaurantes, balnearios y negocios de la mas variada índole, ya no solo en la playa entre Coveñas y Punta de Piedra sino en la extensa región mas allá de Punta de Piedra, pasando por La Ensenada hasta Tolú.

Después de Punta de Piedra y hacia el Este está La Ensenada que es, no solamente la parte mas llana del golfo sino también la última de las partes bajas especialmente aptas para los bañistas antes de llegar a Tolú.

Licha Patrón fue un personaje en Coveñas. Hija de Sergio Patrón Luna, hermano de Don Julián, y Salomé Navarro, creó y mantuvo con su esposo Don Carlos Aguilar, un antioqueño de la más recia estirpe paisa, su balneario de La Ensenada. Empresaria por herencia y vocación, allí, rodeada de los verde amarillentos y siempre fructíferos cocoteros enanos que sembró con Don Carlos en los alrededores del balneario y en la playa, de los árboles de uvita de playa y de icacos desabridos, con una extraordinaria capacidad de trabajo de ambos, recibía a sus huéspedes con admirable cortesía y dedicación; el mar en La Ensenada, un recodo del Golfo de Morrosquillo, inmediatamente al Este de Punta de Piedra, aún mas protegido del oleaje y del viento, es límpido y excepcionalmente llano, el fondo arenoso sin rocas ni algas, sin animales peligrosos, permite a los bañistas adentrarse en el mar en una vasta extensión y disfrutar de las siempre tibias aguas cristalinas. Después de un amplio y cristalino paraje marino cuya profundidad solo alcanza a las rodillas de los bañistas, el mar se profundiza notablemente y, pocos metros mas adelante vuelve a hacerse llano en un breve banco de arena que es el rompiente de las olas y precede y protege la zona baja del mar en La Ensenada. La comida ofrecida por Licha a sus huéspedes era especialmente deliciosa pues sus dotes culinarias eran aplicadas amorosa y enteramente a sus bufetes donde exponía, con lujosas recetas, primorosos platos con todos los frutos del mar. Era un verdadero espectáculo ver su comedor múltiple, sin muchos lujos pero con un cariño sin igual, dispuesto con las mejores viandas y decorado con especial detalle para agradar y abrir el apetito. Apetito del que también era famosa y que con frecuencia compartía con mi padre, con quien cazaba competencias gastronómicas a “ver quien come mas”, las que nunca logró ganar ante el apetito legendario de él, su amigo a quien quiso como a un hermano y por quien era correspondida.

La Ensenada fue, después del Balneario Córdoba de Marcelino Sotomayor, el segundo de los sitios de albergue y solaz ofrecido en Coveñas para los turistas. Después de ellos seguirían instalándose a la orilla del golfo una serie de servicios turísticos residenciales y hoteleros de diversas calidades y precios, condominios y negocios de comercio que han llegado a la región con la esperanza de ofrecer lo mejor de la creatividad, entusiasmo y recursos de sus dueños.

En Punta de Piedra, el único sitio que ostentaba un alto promontorio natural a modo de acantilado, poco común en la zona, la vieja construcción de palma y madera que era un rústico restaurante de deliciosa comida del mar, de Elviro García y su esposa María (Mayo) Berrocal, de Cereté, fue reemplazada por el majestuoso hotel Punta de Piedra. Debido a ciertas emanaciones azufradas y aparentes burbujas y vapores que salían en la cercanía de una roca, que para entonces se observaba prominente y enigmática a pocos metros de la orilla del mar en Punta de Piedra, se decía que allí había un “volcán”, o una fuente de gas natural, fenómeno que además de raro, nunca parece haber sido adecuadamente investigado; la existencia de gran cantidad de rocas en el lecho marino de Punta de Piedra y de la historia del “volcán”, fueron aspectos suficientemente disuasivos como para evitar que los bañistas se

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aventuraran por allí. Pepe Cáceres, el insigne torero, con su entonces esposa, la cantante Lyda Zamora, también construyeron una hermosa casa redonda a modo de Plaza de Toros en cuyo centro, a un nivel mas bajo y simulando la “arena”, se encontraba una gran sala, circundada por gradas para los “espectadores” y, luego de varias columnas dispuestas en derredor, un amplio corredor llevaba a las habitaciones.

Casi todas las construcciones se hicieron en los terrenos frente al mar, aprovechando la existencia de la carretera hecha por el señor Keeler por la orilla de la playa porque, entre otras cosas, a una distancia variable a lo largo de la costa del Golfo, entre 70 u 80 metros tierra adentro, ya estaba el manglar, con el cual nadie se metía, no solo por ser un pantano fangoso lleno de mosquitos y cangrejos, sino por la dificultad que representaba construir allí. Tal barrera natural hizo posible que, durante muchos años existiera un crecimiento “razonable” y controlado de las edificaciones a lo largo del golfo entre Coveñas y Tolú. Pero con el crecimiento poblacional y el desarrollo vendría una nueva carretera; ésta planeada para ser construida en terrenos más firmes que los de la playa, sería la actual vía entre esas poblaciones, hecha por detrás de las propiedades y construcciones que habían sido edificadas frente a la playa, entre estas y el manglar.

Y con ello, además de aislar inmisericordemente el frondoso ecosistema, como ya se había hecho con el de la isla de Salamanca entre Barranquilla y Ciénaga, y condenarlo a su progresiva desaparición, fue la ocasión propicia para la creación de asentamientos de colonos que rellenaron las tierras bajas inundadas del manglar, construyeron casuchas, ranchos y toda índole de edificaciones en los lotes invadidos para después ponerlos en venta a los turistas ávidos de adquirir propiedades en Coveñas. Los puentes de madera que Mr. I. C. Keeler había construido fueron reemplazados por sólidas construcciones de concreto para la nueva vía.

EFECTOS DE LA EXPANSIÓN DE COVEÑAS

Es evidente que la invasión de los turistas originó un crecimiento progresivo y en muchos aspectos benéfico para la región, con la creación de fuentes de trabajo, por la mano de obra local requerida para las construcciones, con la alternativa de crecimiento que representaba la fuente de ingresos del turismo, influencia que se extendió rápidamente a Tolú, que asimiló de manera inmediata los nuevos rumbos y potencialidades y acogió, tan bien y amablemente como lo había hecho Coveñas, a los turistas.

La extensión del Golfo se fue llenando de construcciones hasta prácticamente conectar urbanísticamente a Tolú con Coveñas. En la cercanía de Tolú, en el sitio llamado Palo Blanco, la empresa Tolcemento construyó un puerto de embarque de cemento y productos elaborados en la cementera próxima a Toluviejo.

Los hoteles existentes eran el Hotel Morrosquillo y el Hotel Narza. El primero es una vieja construcción con aspecto moderno, situado al Este de la desembocadura al mar del arroyo de Pechelín y del puente del mismo nombre. El Hotel Morrosquillo fue, en su época de esplendor, alojamiento de primera clase para los turistas que llegaban a Tolú y sitio de excepción para las reuniones de la sociedad toludeña que celebraba los matrimonios, agasajos, cumpleaños y fiestas de fin de año entre deliciosos bufetes y bailes con los mejores atavíos y las mejores orquestas tropicales de la región (Los Diablos del Ritmo, de Sincelejo y Ecos del Morrosquillo, de Tolú, entre otras).

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Figura 284. Hotel Morrosquillo de Tolú por los años 60

Foto por cortesía de Sandra Mendoza

El hermoso Hotel Narza, con su arquitectura republicana, llamado igual que su propietaria doña Narciza Espinosa, matrona toludeña de gran carácter y empuje empresarial, está situado frente a la playa y muy cerca del antiguo Resguardo de Rentas (la “Gendarmería”); era manejado por su dueña. Frente a él, al borde del mar, en lo que actualmente es el malecón, ella tenía un restaurante donde ofrecía a los huéspedes y turistas una deliciosa colección de comida de mar; la edificación, casi al aire libre, tenía un fresco techo de palma y estaba resguardada lateralmente por cercado de tablas pintadas de verde y circundada por árboles de uvita de playa, cocoteros y clemones de flores amarillas que daban al negocio un acogedor y hermoso aspecto tropical; con el paso de los años, entre el embate del mar sobre la playa, el restaurante finalmente desapareció para dar sitio al actual malecón. Aunque el hotel Morrosquillo fue de mayor “prestigio” que el Narza, éste último fue más hermoso y seguramente mejor administrado, también sobrevivió al primero y hasta la fecha funciona en Tolú, al lado de otros más recientes y modernos.

Mirar los “toros desde la barrera” y a posteriori es evidentemente muy fácil, máxime si se hace desde una época como la actual donde, por lo menos en teoría, debe observarse una rigurosa planeación a futuro del desarrollo de los pueblos y debe tenerse en cuenta el llamado “impacto ambiental”. No era el caso para los años sesenta cuando comenzó el crecimiento errático e incontrolado de las construcciones y de la población en Coveñas. Sin una estructura administrativa sólida, clasificado como corregimiento de Tolú y teniendo como precarias autoridades a una lánguida Inspección de Policía y un Resguardo de Rentas con escasísimo control y proclive a la corrupción, ambas entidades situadas en instalaciones de la Sagoc, prácticamente abandonadas por las autoridades de ese municipio, que para la época tampoco tenían importantes recursos para inversión en su área de influencia, Coveñas se vería afectada indefectiblemente por los riesgos y los costos que el progreso y el crecimiento traería a sus habitantes y a sus tierras.

Las necesidades de servicios para las nuevas y crecientes familias asentadas al lado y a lo largo de la vía se hicieron evidentes; el acueducto de las primeras construcciones cercanas a Coveñas, que solo es un ramal de tubería extendido desde la Represa de Villeros y que lleva agua sin ningún tratamiento ni potabilización, ya desde esa época fue insuficiente, así que la Sagoc no permitió que tan precario e inadecuado sistema de abastecimiento se extendiera hasta otras nuevas edificaciones. Cada uno de los propietarios tendría que buscar la manera de

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proveerse de agua y las fuentes de ella fueron y siguen siendo pozos artesianos cavados en los lotes donde, aun con la cercanía del mar, puede obtenerse agua dulce sin mayores dificultades; también han servido para ello los aljibes alimentados por las aguas lluvias procedentes de los alares y sus canaletas.

No había interconexión eléctrica ni los desarrollos que sobre ella existen actualmente, de manera que cada una de las casas debía tener, si estaba dentro de sus expectativas y posibilidades, su propia planta de energía; las que no la tenían simplemente se alumbraban con lámparas de “gas” y luego con las mas modernas lámparas de kerosén que, cargadas a presión y con un capuchón interior que se encendía la primera vez y después de quemado quedaba una frágil tela a modo de media colgante en el interior resguardado por vidrios; lámpara que proveía de una gran iluminación blanca, brillante y bastante barata. En la Estación de Bombas la Sagoc también tenía sus grandes plantas de energía alimentadas primero con ACPM, que era traído dificultosamente por carrotanques que haciendo una tormentosa ruta, viajaban desde Cartagena a Coveñas pasando por Montería; y después, alimentadas con “petróleo verde” de Tibú. Este producto era un petróleo especialmente fluido y de baja viscosidad, casi como el ACPM, que llegaba a Coveñas frecuentemente a través del oleoducto: un día en el que no había combustible para las plantas, los operadores probaron el petróleo “verde” haciendo funcionar las máquinas con él, con resultados operacionales idénticos a los obtenidos con el ACPM; desde entonces las plantas trabajaron con “petróleo verde”. El mantenimiento de las plantas de energía era uno de los aspectos cruciales para el funcionamiento de las instalaciones de la Sagoc, debido a ello y por el profesionalismo y habilidad de los operadores, en Coveñas nunca se suspendió la energía eléctrica y el suministro era de excelente calidad.

Mientras tanto en la cabecera municipal de Tolú también se producía energía eléctrica mediante plantas Diesel, a las que, como era obvio para una administración pública también de limitados recursos, se les hacía escaso mantenimiento.

Para los años setenta llegarían los primeros esbozos de interconexión eléctrica y, mientras Tolú se conectaba con el sistema del departamento de Sucre, Coveñas lo haría con el del departamento de Córdoba. La energía eléctrica, todavía precaria, dificultosa y variable en la región, debió ser extendida a los nuevos asentamientos con ampliación de los tendidos eléctricos de las nuevas casas de la playa en Coveñas.

Y con toda la profusión de construcciones y de eventos depredadores del medio ambiente, se fueron acabando el icaco, la uvita de playa, el manglar y los azules y blancos cangrejos que salían en el mes de junio por millares a desovar y que eran la delicia de los moradores de Coveñas y de las poblaciones cercanas que organizaban la cacería y regresaban con sus burros con costales repletos para su venta y consumo en Coveñas, Guayabal, Punta Seca, El Reparo, Aserradero y El Porvenir. Y lo que fue mas grave: la coqueras, que un día se irguieron majestuosas en su custodia del golfo se fueron acabaron por la “porroca” y la tala de los lotes. Quedaron, soportando el fragor del progreso, los árboles de mango de La Isla, sitio especialmente fértil situado entre las nuevas casas de la playa y el manglar, que no es realmente una isla pero a que se le dio ese nombre por su virtual aislamiento entre el manglar y la playa.

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Antes de ello, en los años felices de la infancia y juventud, salíamos a capturar los cangrejos por la carretera de la playa. Llevábamos una gran olla con tapa o un saco de fique; calzábamos y teníamos un palo largo y delgado como instrumentos para la cacería. La maniobra para capturar cangrejos, aunque requiere de habilidad y buenos reflejos, es extremadamente fácil: cuando uno se acerca al animal y éste no tiene un agujero cercano disponible para escabullirse, como cuando deambulan por la carretera, el cangrejo se detiene y yergue amenazantes las dos tenazas; el cazador se le acerca y en rápido movimiento, siempre por detrás del animal, le pone el pie sobre el caparazón, cuidando de no aplastarlo, solo con la presión suficiente para inmovilizarlo. El cangrejo no será capaz de aplicar las tenazas ni al zapato ni a los pies del captor; a continuación se procede a buscar, debajo del zapato y siempre por detrás, las dos patas traseras del animal, las cuales serán agarradas entre sí con moderada presión con una sola mano, se suelta luego el pie y listo, el animal es capturado y se mete en la olla o donde se halla dispuesto y se cierra adecuadamente, porque el cangrejo no dejará de tratar de huir ya que no ha sufrido lesión alguna y se encuentra en perfecto estado. La operación de agarrar las dos patas traseras del cangrejo es esencial para no ser mordido por las tenazas (muelas) del cangrejo, de las cuales la mas pequeña, que es la menos amenazante, es la mas agresiva. El palo largo se usa cuando existen agujeros cercanos al cangrejo, para introducirlo en el hueco y evitar que se esconda. Algunos cazadores de cangrejo suelen llevar un palo corto con el cual matan o aturden al cangrejo una vez lo capturan, dándole un porrazo en el pecho, como para que no moleste tratando de huir, pero ello conduce, si debe demorarse algún tiempo la cocción del animal, a que éste pueda dañarse; es esa (o era) una práctica de los “cangrejeros” profesionales que hacían la cosecha para venderlos en las poblaciones cercanas y los guardaban en costales que cargaban en burros. Otros los cosechaban usando “bejuco”, que es un veneno presente precisamente en un bejuco que se machaca y se pone en la boca del hoyo del cangrejo; este lo come y queda o muerto o paralizado, pero el tal bejuco aparentemente no es nocivo para los humanos. Nosotros los llevábamos vivos y solo los sacrificábamos cuando, generalmente a media noche, los íbamos a preparar en la olla con ñame y con sal, únicos agregados que poníamos a la preparación y que degustábamos en familiar festín gastronómico en las horas de la madrugada.

“De la vía entre Coveñas y Tolú, era en Marta donde se encontraban los cangrejos mas grandes y en mayor cantidad; había tantos cangrejos que, cuando los carros pasaban por la carretera les era imposible esquivarlos y solo se oía el crujir de los cascarones debajo de las llantas”.234

Uno de los aspectos más dramáticos del poblamiento incontrolado y carente de planeación en Coveñas ha sido el relacionado con la disposición de excretas. Se recordará que la empresa Colombia Products Co., que había hecho el gran complejo del Packing House, diseñó un sistema de manejo de los desechos de la planta que buscaba la recuperación una parte de los mismos pero que, en su mayoría, especialmente las excretas de los animales (que afortunadamente fueron escasas por el no funcionamiento a gran escala del proyecto) y las excretas humanas iban a parar al mar a través de las tuberías de drenaje que llegaban por dos sitios en la playa frente a las casas de esa empresa. Tal disposición de excretas, sin ningún tratamiento era, a todas luces, inadecuada. No existía para entonces la opción de una planta de tratamiento de excretas o de aguas residuales. De esta forma, la falta de funcionamiento de la planta del Packing House fue providencial para el medio

234 ENTREVISTA con Rafael Moré Sierra. Bogotá, julio de 2003

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ambiente y ello permitió que, entre 1919 y 1939 no existiera daño apreciable del ecosistema marino de Coveñas.

Cuando llegó la Sagoc en 1939 se realizaron las adecuaciones de las instalaciones y la construcción de nuevas estructuras para el almacenamiento y exportación del petróleo. La Sagoc, durante los años de existencia (1939-1974), manejó con gran celo los aspectos relacionados con el adecuado abastecimiento de petróleo de los barcos y no hubo, en tal período, ningún derrame de crudo que hubiera puesto en peligro la fauna marina. A lo sumo y muy rara vez se encontraban escasos restos de petróleo en la arena de las playas, resultado de algún mínimo escape o pérdida de crudo durante las labores de carga de los buques. Pero la Sagoc, que llegaría a tener entre 200 y 300 trabajadores, de los cuales alrededor de cien residían con sus familias en Coveñas, continuó con el mismo sistema de alcantarillado de la Colombia Products Co. y tampoco encontró necesaria la construcción de una planta de tratamiento ni de una forma diferente de disposición de excretas. Por ello, fue durante esos años cuando el mar comenzó a ser contaminado con materia fecal, detritos de toda índole, detergentes y productos químicos de desecho procedentes en su mayor parte de las instalaciones residenciales ya que la Sagoc utilizaba muy pocas sustancias químicas en sus procesos industriales y, si lo hacía, era para incorporarlas a los tanques de almacenamiento de crudo, donde se mezclaban con el petróleo. Con tal contaminación se fueron afectando progresiva e inexorablemente los bancos de coral que se habían instalado naturalmente a la costa, especialmente frente a la zona residencial de las “casas de capataces” construidas en 1939, y las zonas de manglares próximas a las mismas residencias.

Conviene señalar que, en el mar de Coveñas existen (o existieron) áreas disímiles en cuanto a la estructura costera y del lecho marino; frente a la costa, entre la Casa Grande de Madre de Dios y Punta de Piedra, el lecho marino penetra en suave declive por lo que sus orillas y, hasta unos veinte metros mar adentro, es llano; al frente y lado Este de Madre de Dios el lecho está sembrado de restos metálicos de alguna estructura o nave marina que fue abandonada allí, sitio propicio para la permanencia de rayas y anguilas, razón por la cual, hasta hace algunos años, no era sitio apto para bañistas; sobre esta parte, como curioso aunque inexacto detalle, Robert Cunninghame Graham, durante su paso en 1917 por la Casa Grande de Madre de Dios, comentaría que “Había muchos tiburones como para bañarse”, observación hecha por él durante una visión crepuscular del mar y resultante de una segura confusión de tales escualos con los inofensivos bufeos (delfines) que abundan en el Golfo de Morrosquillo.

En las orillas del mar hacia el oriente del sitio donde estuvo el muelle pequeño de la Colombia Products Co. y de la Sagoc, y uno de los muelles de ganado de Don Julián, el lecho es también llano y limpio, pero frente a las casas de los empleados (de la ahora llamada “Villa”), y como resultado de la penetración del mar en los primeros años del siglo XX que destruyó algunas edificaciones y descubrió rocas de la tierra continental, el lecho está tapizado por restos de troncos de madera y rocas de variados tamaños cubiertas por lama y algas. Allí, como mencionamos en el capítulo 3, existió un asentamiento humano de peones de la hacienda de Don Julián, que era denominado Pueblo Nuevo, constituido por pocas casas de bahareque y palma que probablemente sucumbieron a los embates del “mar de leva”. Esos troncos son los restos de dicho asentamiento y, mientras la zona permaneció incontaminada, fue hábitat de langostas, pulpos, caracoles, innumerables peces y también de los inofensivos tiburones “bobos” que, encontrados descansando o a la espera de sus

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presas desde las oquedades de las rocas, solíamos capturar con gran facilidad a muy pocos metros de la playa.

Mas al oriente de las casas de empleados, frente a la punta del manglar que precede a La Boquita, que es la salida al mar del arroyo de Villeros, el lecho marino exhibía la mas extraordinaria formación coralina de la región; habiendo crecido a tan poca profundidad desde alrededor de un metro en su parte mas baja hasta dos o tres metros en la mas profunda, contenía una variada colección de las mas frecuentes especies marinas: langostas, pulpos, caracoles, cangrejos y peces tenían allí su refugio y su alimento; era el sitio predilecto para nuestras excursiones marinas.

Desde La Boquita en adelante y hasta Punta de Piedra, el lecho marino sigue siendo llano, apto para los bañistas y, salvo por ocasionales rocas en el fondo, está libre de algas y formaciones coralinas. Las aguas de La Boquita, cuando el caudal permite que se abra la desembocadura, llegan al mar con mayor sedimento y con detritos en las breves épocas de lluvia; las aguas sucias al mar y se mezclan con las aguas saladas tiñéndolas y oscureciéndolas en un área de poca extensión. Como las olas y corrientes marinas rompen en diagonal en dirección Suroeste, las aguas turbias del arroyo corren mas hacia el antiguo banco de coral que hacia el Este de La Boquita, aumentando la contaminación de esa zona. Los arroyos de Villeros y Amansaguapo desembocan muy cerca el uno del otro, a una distancia no mayor de cien metros, por lo que la parte del mar comprendida entre las dos desembocaduras, en época de lluvia, se vuelve turbia y sucia.

De la desembocadura del arroyo Amansaguapo hacia el Este y hasta Punta de Piedra, el mar vuelve a ser progresivamente limpio, con lecho de arena gris y con las playas solo salpicadas por las algas que trae la marea. Allí, por los años 60 y 70 del siglo XX, las cálidas y cristalinas aguas permitían el disfrute del agua, del sol y del solaz a quienes tenían sus casas frente al mar; la playa mantenía sus cocoteros, cuidadosamente conservados por el señor Keeler durante la construcción de la carretera; los árboles de uvita de playa, que habían crecido en forma notable, exponían al transeúnte sus largos y morados racimos colgantes cargados de las deliciosas frutas; los icacos pululaban en derredor y la playa, casi virgen, estaba plagada de algas moradas, de verdolagas que se aventuraban insistentes hacia el mar y de troncos, conchas, caracuchas y formaciones de caracolejo blanco; religiosamente, las tardes de todos los días y los fines de semana verían llegar a los Keeler a su baño de mar de media hora en este, su Shangri La. Para entonces el señor Keeler había hecho construir unos “policías acostados” sobre la vía petrolizada, pero él mismo manejaba a gran velocidad y en su campero Ford Bronco, que tenía una suspensión extremadamente suave pasaba raudo sobre los obstáculos para llegar pronto a disfrutar del mar. Llegarían también los paseantes locales en sus lanchas a motor que, tirando de esquiadores, comenzaban a aparecer en Coveñas; y en los fines de semana y vacaciones escolares, recibiría a los turistas que, venidos de los más diversos rincones de la patria, tuvieron la fortuna de disfrutar de las maravillas de las playas de Coveñas.

Pero la afectación del ecosistema marino iniciada en la época de la Sagoc sería, sin embargo, relativamente marginal en comparación con lo que ocurriría mas tarde con el crecimiento poblacional y la expulsión hacia el mar y los manglares, de grandes cantidades de desechos, basuras y contaminantes que ocurriría en los años subsiguientes con la llegada de mas turistas, la profusa construcción de chalets, de casas de veraneo a lo largo de la orilla de la playa, la aparición de asentamientos humanos en las riberas de los arroyos que desembocan al mar y la llegada de la

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Armada Nacional con su Base Naval ARC Coveñas y la consecuente gran cantidad de funcionarios que llegó a engrosar el número de quienes iban a producir desechos que finalmente iban a ser depositados en el mar.

A fines de la década de 1990, regresé al banco de coral cercano a la desembocadura del arroyo de Villeros (La Boquita), provisto con careta y aletas, ufano y con la intención de mostrar a mis hijos la belleza y fecundidad de semejante hábitat del que había disfrutado en épocas juveniles. Lo que allí encontré y vi fue, además de triste, desastroso y casi humillante: las aguas del mar habían cambiado su color azul verdoso y su prístina transparencia por un color achocolatado y una notoria turbidez como resultado de la altísima contaminación con las aguas negras que salían por la tubería de drenaje de alcantarillas cerca de las casas de la Armada en la orilla de la playa y de las aguas que drenaban por la desembocadura del arroyo de Villeros, plagadas de abundante sedimento de la erosión a lo largo de la ribera del arroyo; y el sedimento es letal para el coral. Trozos de excretas humanas aun no disueltas, bolsas de plástico, papeles, latas y residuos de la mas variada especie flotaban en derredor nuestro; el lecho marino, antes arenoso y con parches de algas moradas, estaba cubierto por una capa resbalosa de sedimento, mezcla de barro, basuras y detritos humanos; con todo, nos aventuramos a seguir varios metros mar adentro hacia el otrora prolífico banco de coral en la secreta ilusión de encontrarlo indemne; ¡vanas esperanzas!, allí, entre la oscura turbidez del agua, como un signo de desolación y muerte estaban las rocas sin coral, cubiertas del mismo fango pastoso que la arena; las cuevas de las langostas, vacías; ni rastro de peces, ni caracoles, ni cangrejos ni otra especie marina; fue como ver el preludio del fin del mundo como resultado de la falta de previsión y de protección del ecosistema por parte de los seres humanos.

Por fortuna para el ecosistema y para Coveñas, el buen juicio ha prevalecido en este caso y aquí es preciso destacar y señalar los valiosos esfuerzos que ha realizado la Armada colombiana a través de la Brigada de Infantería de Marina con sede en Coveñas: desde el 2002 instalaron una planta de tratamiento de aguas residuales para el manejo de los voluminosos productos de desecho de los habitantes de las instalaciones castrenses. Para el 2004 ya era evidente y notoria la recuperación del ecosistema marino que mostraba una recuperación parcial de la lozanía de otras épocas y se observaba el mar cristalino y multicolor, preludio del regreso de los corales y de la natural riqueza marina de la región. Para el 2008 el cambio de la situación es totalmente radical con respecto a diez años antes: las aguas marinas han recobrado sus calidades, colores y bellezas naturales; es claro que el ecosistema se ha recuperado ampliamente y la fauna marina ha vuelto a poblar los alrededores del área. Los pescadores, antes ahuyentados por la ausencia de peces, han regresado a sus faenas en número creciente y es reconfortante observar gran número de botes en actividades de pesca a pocos cientos de metros de la playa, frecuentemente rodeados de los juguetones bufeos que también han regresado a deleitarnos con sus piruetas y compañía. Todavía las aguas marinas se revuelven y tiñen con las aguas de Villeros y Amansaguapo cuando sus escasos caudales se aumentan espasmódicamente en épocas de lluvia, arrastrando los resultados de la erosión de las cuencas. Todavía en la playa se siguen observando basuras, plásticos y latas de tardía degradación y otros desechos dejados por propios y extraños y escasamente recogidos por los propios residentes.

El ejemplo de recuperación del ecosistema realizado por la Armada Nacional con la instalación de la planta de tratamiento de aguas negras y residuales, que destacamos como acción positiva en la conservación del medio ambiente y cuyos

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resultados han sido excelentes, es una clara muestra de responsabilidad, buen juicio y efectividad de la inversión pública que preciso repetirlo y mantenerlo; debe ser tomado en cuenta por las autoridades municipales en cuanto al manejo de los residuos de la población general y en la ejecución de las acciones que se implementen para la recuperación y cuidado de las pequeñas pero valiosas cuencas hidrográficas como son el arroyo de Villeros y el de Amansaguapo que, no solamente deben ser fuente de suministro de agua para la región sino que la misma población que se beneficia de sus aguas debe ser conciente de la necesidad de controlar la tala de árboles de sus riveras y suprimir la disposición de desechos en sus caudales. Todo ello conducirá a un mejoramiento de las condiciones del ecosistema de las mismas cuencas y, especialmente del agua que se vierte al mar, propiciando un mejor atractivo para el necesario turismo de Coveñas.

¡A ESTUDIAR EN TOLÚ!

Para la década de 1950 en Tolú ya existía el colegio público Luis Patrón Rosano, nombrado en honor al ilustre maestro, hermano medio de Don Luis Felipe Patrón Redondo y tío de Don Julián Patrón.

“Luis Patrón Rosano, tío de Julián, nació en Coveñas el 4 de febrero de 1855 y fue entre otras cosas, rector de la Universidad de Cartagena. Como senador de la República y estando en Bogotá en una reunión de esa corporación, uno de los colegas capitalinos, sabiendo que él era de provincia lo creyó ignorante y se fue hasta su curul donde le puso un macito de hierba, para significar que era ignorante (burro); en respuesta a su inculta acción Luis Patrón Rosano le habló al senador en siete idiomas diferentes, ninguno de los cuales entendió el arrepentido ofensor”.235

Habiendo terminado los primeros años de educación primaria en la Escuela Golfo de Morrosquillo y ante la inexistencia de colegio de bachillerato en Coveñas, los estudiantes debían ser enviados a Tolú. Allí, además del colegio Luis Patrón Rosano, el cura párroco de Tolú, padre Jesús Eduardo Gómez Alzate, jesuita antioqueño de personalidad rígida y carácter impredecible, había fundado el Instituto Santiago en honor a Santiago Apóstol, el santo patrono de la Villa tres veces coronada de Santiago de Tolú. Fue ese el primer colegio privado de bachillerato masculino de la localidad y a su internado llegaron a estudiar varios jóvenes coveñeros.

Figura 285. Padre Jesús Eduardo Gómez Alzate durante ceremonia religiosa en la nueva iglesia de Coveñas. 1961

235 ENTREVISTA con Maruja Patrón Navarro, sobrina de Julián e hija de Sergio y Salomé. Bogotá, marzo de 2003.

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Foto por cortesía de Carmen Sierra Patrón

Figura 286. Localización de lo que queda del Instituto Santiago, colegio del Padre Jesús Eduardo Gómez Alzate. Tolú, 2008

Foto del autor

El Instituto Santiago estaba situado al lado Oeste de la casa cural y entre esta y la casa de la esquina, en una edificación con una fachada de dos pisos con entrada inferior a modo de garaje; de estructura irregular y caótica donde las construcciones de mampostería se mezclaban con las de madera en disposiciones poco funcionales. Era claro que había sido construido sobre estructuras preexistentes y no hecho expresamente como colegio; un pequeño patio próximo a la entrada demarcaba los accesos a varios salones de clase; un patio interior mas grande, convenientemente separado por el Este del colegio femenino de Santa Teresita por una altísima pared de ladrillo y por el Sur con otra pared menos alta del Teatro Caribe; éste, con el Teatro Heredia, eran los dos cines existentes en Tolú, ambos al aire libre.

En las pilatunas de internado, los estudiantes solían escabullirse ocasionalmente por las noches hasta el segundo piso del colegio en la parte que colindaba con el cine para ver las películas como desde un palco de honor, aventuras furtivas que eran proscritas por el padre Gómez y que eran objeto de la celosa inquisición de los “vigilantes”, estudiantes de los cursos superiores que hacían el ingrato oficio de mantenerlos a raya casi hasta en el pensamiento.

“El señor Canabal, que vivía en la esquina diagonal a parque y que era profesor del Colegio también era el administrador o el dueño del teatro Caribe. El aljibe del colegio quedaba en el patio de entrada, donde había un palo de higos y desde el techo de zinc del edificio donde quedaba primero el comedor, veíamos cine. En ese patio se formaba un barrizal y una vez, mientras veíamos una película desde el colegio y debido a que era muy mala, hicimos bolas de barro y empezamos a lanzarlas al telón; el señor Canabal, que estaba en la sala de proyección, se dio cuenta de dónde venían las bolas de barro y se fue para el colegio; nosotros nos fuimos a acostar rápidamente al alojamiento y el señor Canabal llegó y levantó a todos para revisarles las manos, así que identificó como tiradores

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de barro a los que las tenían sucias y los castigaron y bajaron la nota de disciplina, lo que era gravísimo. Yo había tomado la precaución de lavarme las manos antes de acostarme así que me libré de la sanción”.236

El patio del colegio era multifuncional: un alto árbol de mamón era el único elemento vegetal existente en la estancia; cuando daba sus abundantes frutos, la lora del padre Gómez se subía al árbol a degustarlos con gran algarabía; pero también se subía Carlos Moré, muy inquieto desde su infancia y a quien le decían “el técnico”, “el mecánico”, “el mico”, “el eléctrico”, entre otros; en uno de los recreos se subió a bajar mamones que lanzaba a la turba de estudiantes que esperaban debajo, hasta cuando el padre Gómez lo descubrió y lo dejó subido en el árbol el resto del día; como la lora también permaneció en el árbol haciéndole compañía, después se quejaba diciendo que lo habían puesto a comer con la lora. El patio, a la par que servía de cancha de fútbol y de básquet también era utilizado para que los estudiantes hicieran filas, los profesores pasaran lista o les leyeran en comunidad las tenebrosas “actas de sanciones”, cantaran el himno nacional, rezaran, hicieran recreo y, al medio día, se bañaran con totumas y otros recipientes en la mas exótica, cochina y desagradable actividad de “aseo” que es posible vivir e imaginar. Por lo extravagante de ella, merece ser descrita:

El agua en Tolú siempre ha sido un problema. Extraída de un pozo perforado en la finca Pasatiempo de las hermanas Patrón Navarro, originalmente era bombeada hasta la entrada del pueblo y depositada en el tanque elevado construido para esos menesteres y para proveer al pueblo del fluido con la presión necesaria. Desde mediados de los años 60 el tanque de depósito se dañó, su uso fue abandonado y el agua solo llega al acueducto por el bombeo permanente de las máquinas. Por ello no es sino que se interrumpa la energía eléctrica y al instante se paran las bombas y el pueblo se queda sin agua. Hoy día, aun con la existencia de energía eléctrica mas constante, aún es así. Cuando solo se tenían las precarias plantas de energía, que no funcionaban todo el día, la mayor parte del tiempo no había luz ni agua en Tolú. En el internado del padre Gómez los alumnos se levantaban todos los días a las cinco de la mañana para ir a misa. Como no había agua solo se vestían, lavaban la cabeza y la boca con el agua que había sido almacenada la noche anterior en un barril metálico dispuesto en una esquina del patio y que sacaban con el vaso personal de aluminio de cada uno de los internos. Así que iban a misa, regresaban a desayunar, si es que desayuno podía llamarse un viejo y duro pan francés de unos quince centímetros, cortado longitudinalmente, con un fragmento de una película de mantequilla en su centro, acompañado de un “café con leche” hecho con el agua salobre de Tolú y con leche en polvo que Caritas le regalaba al padre Gómez; luego asistían a las clases hasta el medio día, cuando llegaba la hora del baño.

Terminada la jornada académica matinal y seguramente con la buena intención de ponerlos a hacer algo de ejercicio y de permitirles retozar un rato, el padre Gómez los mandaba a bañar al mar. Entre cambios de ropa y alboroto salía hacia la playa el grupo de internos que invariablemente iban a bañarse frente a la calle de la Cruz donde, con la presencia del inefable “vigilante”, retozaban durante veinte minutos y luego regresaban al colegio.

“En uno de los baños de mar del medio día, mientras el mayor número de los estudiantes estábamos cerca de unos rompeolas, una aguamala morada de caballito, una medusa con rabos urticantes y largos, fue llevada por las

236 ENTREVISTA con Rafael Moré Sierra. Bogotá, julio de 2003

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olas hasta donde estábamos y las colas fueron enredándose en las piernas y en el cuerpo de nosotros, porque algunos se zambullían de frente al agua y se encontraron con el aguamala. De allí la mayoría salió gritando de dolor hacia la playa donde nos revolcábamos en la arena para quitarnos los rabos que eran babosos y transparentes como cordeles de nylon, tenían una especie de ventosas como los tentáculos de los pulpos y donde chupaban dejaban en la piel unos huequitos que era el sitio donde mas dolor producían. Fuimos tratados con la arena seca caliente por el sol y con orines de los presentes; finalmente salimos del mar y nos fuimos para el colegio donde terminamos de sacarnos los rabos babosos de la aguamala con agua dulce”237

Después del baño de mar los internos se reunían en el patio central para sacarse el agua salada y “bañarse”, porque para esa hora ya había llegado el agua a las “duchas” en un precario e inconstante chorrito por la baja presión, resultado de que a esa hora precisamente toda la gente en Tolú estaba recogiendo agua. Había llegado el vía crucis: las cuatro duchas estaban situadas en un extremo del patio, anexas a la pared colindante con el Teatro Caribe; las paredes y el piso eran de cemento bruto, carrasposo y sin drenaje sanitario; en vez de ello el piso tenía un declive y desde la entrada a la ducha hacia el exterior, el ingenioso constructor había hecho unas canales que se unían en una principal y llegaban a una poceta de unos 50 centímetros de profundidad y unos 80 x 50 de lado, también de cemento bruto, sin drenaje a ninguna parte y cuya escasa capacidad no alcanzaba a contener el agua jabonosa mezclada con orines que resultaría del baño de los al menos veinte internos del colegio; cuando era posible lograr que saliera agua por la tubería, el baño era menos complicado, si no salía, debían recurrir a recoger agua en baldes que llevaban a las duchas para echarse agua con totuma; así que, para tener derecho a bañarse, todos y cada uno debían hacer turno y, de antemano, proceder a sacar de la inmunda poceta varias latas de agua sucia, que esparcían por el patio de tierra donde, bajo el sol canicular del mediodía, el agua era absorbida por la tierra o se evaporaba rápidamente; seguramente no hubiera sido tan antihigiénica la operación de drenaje a mano de la poceta sino fuera porque la hacían descalzos y, mas aún porque tal depósito se encontraba lleno de negros gusanos con aspecto antediluviano, parecidos a los nuches y de unos inmensos cucarachones de agua que, conjuntamente con los gusanos y los hedores de materia fecal, salían permanentemente de las letrinas dispuestas precisamente al lado de las duchas y transitaban orondos por todas partes.

Figura 287. Alumnos Internos en el patio central y cancha múltiple del colegio Instituto Santiago, de Tolú. 1964

237 ENTREVISTA con Rafael Moré Sierra. Bogotá, julio de 2003

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Foto por cortesía de Carlos Moré

En la fotografía precedente se encuentran, de izquierda a derecha: Adalberto Méndez, Carlos y Rafael Moré y Augusto Urzola, listos para el baño del medio día; detrás los observa “el pecueca”, otro de los internos cuyo apodo era obvio. Al fondo la pared que separa el colegio del Teatro Caribe; detrás de “el pecueca” el techo de zinc de las duchas; a la derecha, la escalera con soportes de mangle, conduce a los salones de clases del segundo piso, desde donde los internos veían películas a escondidas.

El agitado baño de mar y el nuevo baño en el patio, que les abría el apetito a los internos, habrían de preceder el esperado almuerzo. El cocinero era el viejo Carmelo, alto, famélico y desgarbado negro en quien eran evidentes las huellas de una crónica desnutrición; no conocería un cepillo dental en su vida; desdentado en los incisivos superiores por arriba y con los dientes inferiores plagados por negras caries, casi desprendidos por las huellas de una larga piorrea,238 exhibía permanentemente una mueca de sonrisa con los dos caninos sobrevivientes. Usaba una perenne camisa sucia y un bluyin azul fondillón que el agua y el jabón tampoco habrían de conocer jamás, más sucio en la región de sus escuálidas, por no decir inexistentes, posaderas. Preparaba un rutinario y consuetudinario almuerzo de arroz, carne, ensalada y plátano; el arroz, un pegoste apelmazado que se podía levantar completo del plato, la ensalada, unas burdas porciones de repollo y tomate; tajadas fritas de plátano maduro o verde, frías y tiesas. Pero su preparación culinaria preferida era la carne desmechada, que al fin de cuentas hacía mas voluminosa la ración: después de haberla sancochado la desmenuzaba con sus largas y negras uñas llenas de un mugre milenario, desmenuzado que alternaba con el frecuente rascado del trasero para disipar el prurito que seguramente le ocasionaban los oxiuros.

Figura 288. Alumnos Internos del Instituto Santiago frente al mar. De izquierda a derecha Rafael Moré, Luis Burgos, Carlos y Gabriel Moré, posan en la playa frente a la calle de la

Cruz, sitio de baño del medio día. Tolú, 1964

238 Enfermedad periodontal generalmente resultante del deficiente aseo dental, que afecta gravemente los dientes y las encías. N. del A.

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Foto por cortesía de Carlos Moré.

Casi a diario el padre Gómez se aparecía a la hora del almuerzo para ponerlos de pie, con el hambre rampante y con el plato servido frente a ellos, a leer pasajes de la Biblia; su lector preferido, porque “era el que mejor leía”, era Carlos Moré, quien debía leer casi hasta terminada la ingesta de los demás y solo comería al final de la lectura. La escasa y poco nutritiva comida era tan exasperante que una tarde Luis Burgos, con su impecable figura juvenil y su pelo con un “borrego” (copete) exquisitamente peinado con Brillantina Moroline, salió con el plato a la calle a mostrárselo a cuanto transeúnte pasara por allí, preguntándoles: ¿tu crees que esto da mojón?. Afortunadamente nunca fue descubierto por el padre Gómez ni por profesores o vigilantes en semejante acción.

Los internos debían complementar la alimentación con los exquisitos refrescos que el maestro Lorenzo Peroza hacía en su kiosco del parque frente a la iglesia, que eran la delicia de propios y extraños y sitio de reunión y de tertulias para los habitantes y turistas, y también con los sabrosos helados de conos que vendía el señor Sabino en su carrito frente al colegio y cuya posibilidad de compra se perdió cuando dicho señor, “que era pastor y testigo de Jehová, bajito y bastante feo, tuvo un altercado con el padre Gómez, al parecer porque éste fue al salón donde estaba predicando a insultar a Sabino; en el altercado el padre Gómez recibió un golpe del heladero, quedándole un ojo morado por varios días”239 y, a partir de entonces no volvieron a ver la venta de los conos de Sabino frente al colegio.

El padre Gómez había instaurado en el Instituto Santiago una educación religiosa cuya filosofía se cimentaba en el castigo, en la obediencia ciega y en el miedo incesante; seguramente parecida a la que inculcaron y con la que mantuvieron como borregos a los esclavos que llegaron por los años 1500 al golfo de Morrosquillo. Era feliz con la repetición de sus prédicas monotemáticas sobre el “temor de Dios”, argumento que hacía extensivo a los frecuentes “retiros espirituales” a que sometía en la iglesia a sus alumnos, ocasión que aprovechaba para agregar prolongadas y enredadísimas prédicas y lecciones sobre ética y moral sazonadas con relatos de Historia Sagrada e intercaladas con el rezo íntegro del rosario con todos sus misterios. Así que para sus alumnos (y quizá para muchos de los demás fieles), según el padre Gómez, Dios no era el ser bondadoso y benigno que hoy se proclama, sino un todopoderoso punitivo y feroz al que había que temerle por sobre todas las cosas, asunto que hacía mantener a los niños en una condición de permanente desazón espiritual ante la ocurrencia, aún con el pensamiento, de algún pecado que,

239 ENTREVISTA con Rafael Moré Sierra. Bogotá, julio de 2003

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no por venial dejaría de ser espantoso a los ojos del Todopoderoso. Cuadros que representaban un ojo enmarcado en un triángulo (las Tres Divinas Personas) se encontraban en varias de las paredes de la casa cural y del colegio, como para recordarle permanentemente a los niños y adolescentes que allí estaba el ojo vigilante del Dios que todo lo vería y castigaría. Imágenes de pecadores condenados al fuego eterno del infierno, que intentaban salir con ayuda de los ángeles, también rondaban por uno que otro sitio, para recordar el destino de los infieles y pecadores.

Aun con tales prevenciones, seguramente mas exageradas en la imaginación infantil y juvenil de los escolares, en el Instituto Santiago transcurrieron varios de los mas interesantes y fructíferos años de la preparación académica y humanística de los internos y externos de Tolú, Coveñas y poblaciones cercanas, bajo la dirección del padre Gómez y de los profesores: Olimpo Bettin Cárdenas, de álgebra, geometría y de Inglés, con una hermosa voz de barítono, gran cultura y erudición; Nayib Isaac Fernández, de ciencias naturales; Juan González Iriarte, Teresita Pérez, Ernesto Cárdenas, de educación física. Otros como Manuel Cañavera, Jesús Vitola, José María Toscano, Dafne Otero, Horacio Puerta habían sido estudiantes del mismo plantel y luego ejercieron cargos de profesores y vigilantes de los internos, todos ellos de grata recordación a pesar de las vicisitudes que, siendo niños, sufrieron y debieron tolerar los estudiantes de ellos y ellos de los estudiantes.

Figura 289. Profesor Juan González Iriarte, del Instituto Santiago de Tolú. 1960

Foto por cortesía de Horacio González

El profesor Juan González Iriarte – Juanchito –, de complexión atlética, finas facciones y porte distinguido, fue un personaje reconocido en Tolú por su cultura y su eficiente actividad como profesor de historia y geografía, algunas de las múltiples facetas que su personalidad extrovertida y su inteligencia creadora exhibía, cualidades que le eran evidentes a si mismo y que lo hacían parecer ligeramente presuntuoso.

Especialmente hábil en la formación de los estudiantes, habría de descubrir rápidamente las cualidades histriónicas y las potencialidades intelectuales de sus pupilos, que no dudó en fomentar y promover; con él aprendieron el valor del conocimiento de las ciencias y las artes, de la lectura, de la poesía de Rafael Pombo, de Guillermo Valencia, de Julio Flórez; transcurrieron por la historia antigua y medieval, se extasiaron con los dioses del Olimpo y con los personajes de la mitología griega y con él fueron actores juveniles de teatro en la representación de los leprosos del padre Damián de Vester en “Molokai, la isla maldita”, del poema a la madre muerta y de varias de las comedias y tragedias que, entre las habituales y menos trascendentales situaciones que real y diariamente vivían, se inventaba y organizaba a menudo en el colegio. Años después que el colegio se acabara, sin duda con grandes esfuerzos y privaciones, Juanchito se fue a vivir a Medellín donde

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se licenció en Sociales, su viejo anhelo y pasión; desde allí en su retiro como pensionado seguramente añorará sus épocas, también juveniles, como profesor del Instituto Santiago.

La prestancia y calidad de la enseñanza en el colegio habría de traspasar los límites departamentales y muchos estudiantes de otros pueblos y ciudades fueron enviados estudiar a Tolú, entre los que se recuerdan: Luis Burgos Navarrete, Jorge Lara y su hermano Carlos, Abraham Lacouture, todos de Barranquilla; éste último pereció ahogado en el río Magdalena durante unas vacaciones. Los hermanos John y William Berrío, de Medellín, bastante mentirositos y en quienes fue famosa la costumbre de cubrirse las mentiras entre sí; cuando John decía una, se apoyaba en William diciéndole: “¿Herto240 William?”, a lo que éste respondía: “¡Herto John!”; pero William no siempre era tan bien correspondido por su hermano y, cuando trataba de apoyarse en él para dar como cierta la recién lanzada falacia y le preguntaba: “¿Herto John?”, este le respondía “no jea [sea] embustero William”. También estuvieron allí nutriéndose de las enseñanzas y forjando los pasos hacia el futuro: Oscar Primera, Augusto Ursola Alvis y su primo Gustavo Castellar de Toluviejo, Horacio Puerta, José y Germán Arrieta y José Bitar de Sincelejo; Adalberto Méndez, Fernando y Eduardo Cabarcas, Diego, Juan Pablo y Alvaro Otero, Mario Tous, Alfredo, Gabriel y Mario González, Alcibíades Gastelbondo, Antonio Pineda Patrón, Andrés Mercado, Alberto Tous, Víctor Peroza, Rafael Ramos Iriarte (Rafín), el vivaz e inteligente Ignacio Iriarte, “Cucaracho” de Tolú y los siempre brillantes estudiantes Hernando Tous, Carlos y Bernardino Herazo Tous, estos dos últimos herederos de la inteligencia de su pariente el escritor Héctor Rojas Herazo; Marceliano Corrales, Gary y Sánchez, de Lorica, entre otros.

240 Deformación fonética de “cierto”, en la forma de hablar y acento de algunos antioqueños. N. del A.

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