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    El fallo de Don Tala, de Omar LobosIlustraciones: Diego FlorioDiseo de tapa y coleccin: Campaa Nacional de Lectura

    Coleccin: Parques Nacionales: leelos, cuidalos, disfrutalos

    Ministerio de Educacin, Ciencia y TecnologaUnidad de Programas EspecialesCampaa Nacional de LecturaPizzurno 935. (C1020ACA) Ciudad de Buenos Ai res. Tel: (011) 4129- 1075

    [email protected] - www.me.gov.ar/ lees

    Repblica Argentina, 2007

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    totoras y pajas bravas, y donde crecen rboles como elceibo y el sauce criollo. Los dos paisajes son muy lindos.

    La discusin haba empezado bien al alba, casi antes deque el sol asomara del otro lado del ro, y ahora ningunode los dos, ni el misto ni el federal, queran dar el brazo atorcer. Lo cierto es que haban armado un revuelo brba-ro en la reserva, y cada uno al principio haba tenido supropia hinchada. Pero con el correr de las horas los otros

    pjaros se fueron aburriendo y los dejaron a los dos dis-cutiendo solos.Hasta que, cansados de porfiar, decidieron llevar el

    asunto a Don Tala, el viejo y sabio rbol de la zona, queera alguien muy justo y de mucha sabidura, y l sabraresolver quin tena razn. La discusin era porque...Bueno, lo dejamos para ms adelante.

    Como todos los atardeceres, Don Tala observaba lapuesta de sol desde su lugar en la alta barranca. No lealcanzaban las hojas para contemplar tanta belleza, y,

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    granizo? Qu tamao tenan las piedras! Las plantitas ylos insectos se acurrucaban bajo sus ramas, seguros de

    que Don Tala poda contra todo. Sus ramas frenaron lacada de las piedras y, ms tarde, cuando la lluvia arrecisobre la barranca, sostuvo con toda la fuerza de sus ra-ces cada milmetro de tierra para que el agua no se la lle-vara. Y as, el nuevo da al llegar encontr a todosexhaustos pero felices por seguir viviendo juntos: despus

    de todo eran una familia.De los muchos inquilinos de Don Tala, con quien msconversaba era con el hornero, que haba construido suresistente y original nido de barro en una gruesa horque-ta de su amigo rbol. A Don Tala le gustaba mucho ver eltrabajo de los horneros, el nico pjaro albail. Nuncahaba dejado de asombrarlo cmo confeccionaba su nido

    de barro, con un recibidor y un dormitorio separados poruna pared.

    Y as lo sorprendieron el misto y el federal, conversan-do con su amigo el hornero.

    Vea, Don Tala, ac mi amigo el misto dice que...No seor lo cort el misto. Eso yo no lo dije...

    Pero, amigo! se encresp el federal. Si lo que yoiba a decir...Usted iba a decir que yo dije! protest el misto. Y

    yo no dije, el que dijo fue usted!Que yo dije qu cosa? pregunt sorprendido el

    federal.No s dijo el misto... Si el que lo dijo es usted, usted

    sabr.

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    el misto es de que l no tenarazn.

    No seor fue a saltar denuevo el federal. El que no tenarazn era usted.

    El hornero hizo una sonrisitapicarona y le gui un ojo a DonTala.

    Ya no preciso escuchar mslos cort Don Tala. El misto yel federal lo miraron a laexpectativa.

    Vos, misto, tens razn,y vos, federal, tens razndijo Don Tala. Los dos tie-

    nen razn en todo, menosen una cosa: en decir queel otro no tiene razn.

    El misto y el federal semiraron extraados. Don

    Tala continu:

    Cada cosa en estemundo tiene sus propiasrazones, tanto para exis-tir como para compor-tarse. Incluso las cosas

    que parecen caprichosas odirectamente malas tienen

    su razn. Las espinas tienen

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