19261002-Caras y Caretas-71 · 2020. 11. 16. · ees al liablar de Jules Renard: el hombre del...

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Los protagonistas de *'£1 Desierto", diez años después.

COA\0 VIVEN Y TeA6AJAN NVESTROS E5CCITOIÍES MOUACIO aUl^OCA

Con abundancia de folorjrafías, que contribuyen a dar una iJra completa y exacta de la nota, prcscnlanios a nuestro colaborador Horacio Quirof/n en su residencia campestre de Misiones. Conociendo aquel anitnente maravilloso y la scusiinlidad exquisita del escritor, se

comprende el encanto que fluye de sus relatos vigorosos.

UIBN no conoce personalniciitc al aiitov de "Kl Desier to" se lo imagina alto y rolnisto, machete en mano, como nn pio-neer, allá en las selvas misioneras. Y si alguien — yo por ejemplo — señalara a Horacio Quiroga en el paciente cindada-

no que escucha, en silencio, una romántica sonata en la Wagner iana , no dejarla, a Inien seguro, de provocar asombro.

— ¿Cómo — diriame tal vez una linda admi-radora del maes-tro — ese hom-bre de meí l ian; i e s t a t u r a y ojos dulces es el vi-g o r o s o creador de "El salvaje". " U n peón" , "Los nicnsú" y demás h i s t o r i a s de la selva?

J u s t i f i c a d o ¡i.sombro si la en- El tnll«-f de Quiroga, que un tiempo fué su casa habitación.

c.int.idora chica olvida <|ue Horacio Quiroga es asi-mismo autor de "Miss Dorothy Philips, mi esposa", " l ,a meningitis y su sombra", "]\\ Soli tario" y otros cuentos de amor, de locura y de m u e r t e . . .

Con todo, esa imagen gigantesca (¡ue sugiere el es-critor a través de su oI)r;i es exacta. Cíjnio (|ue viene a ser su verdadera personalidad. Porque Quiroga, co-mo el salvaje libre de Rousseau, (|uc en alguna parte

recuerda R e i -nacli, no es im N'crdadcro s a l -v a j e , s i n o un filósofo que se ha d e s n u d a d o . K s d e c i r , u n hombre ([ue har-to de prejuicios a l t e r n ó un día su vida burgue-sa de ciudad con la v i d a heroica tic la s e l v a . Y antes de tnaravi-Uarnos con la re-velación fué el

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C A R A / Y C V \ l < h l A J

¡n-iinero cu iníiravillarse. De ahí que para (K'cir cómo trabaja este escritor excepcio-nal, no l)aste interrogarlo si escribe de no-rlie o (le (lia, si necesita tomar íé o caf(í.,. I.,i obra (le Quinina csl;'i en intimo acuer-'lt> con su vida. l';tr;i saber ctjmíj la forja, es preciso a \er innar , i)rimcr(i, cómo la \ i \c .

VA lionibrc y el artista, como dije, en OiiiroKa so e(|ul\-alcn. Si alguna (Hvisit'm cibe. es la c|iie adiipti) un critico frail-ees al liablar de Jules Rena rd : el hombre del campo y el escritor de la ciiul.'ul. Sin ciiibarRo. es bueno advertir <|ue (Juiroj^'a (•onser\-a .algunas ventajas de In civilización en San iK'iiacio y no olvida su.s li.ábitos ile liiinilire libre en Buenos .Aires. Uno de sus iM.'iynrcs méritos consiste, precisamente, e;i s.-djcr estar solo sin ap.artarsc de nadie, l 'ero de Quiroga ciudadano hablaré en .alfínna otra (jportunidad. Veánioslo ahora cu su tierra iirometida. . .

Lo mejor de la c.as.'i de QuiroK.a en San Ignacio (Misiones) es su maravillosa ubi-c.ición. I,a preferencia por tal lugar revela de por si al artista (|ue supo cle^íirlo hace iiií'is de veinte años, cuando todos despre-ciaban esa loma pedregosa, sin más encan-liis que los lluramente panor.ámicos del paisaje.

.'Ml.'l filé Quiroj^a y .a punta de pico lo-m ó transformar ese yermo .solitario en un iiiinidor ideal. Duro trabajo el de ar ra igar .árboles en esa t i e r r a ; pero en Misiones to-do florece — hasta los postes del telégra-fo. — y Quiroga, a fuerza de paciencia, después de levantar tabla a tabla y 'pie-ilr.a a piedra, \:\ casa, iilaiitó alrededor de

iiiifc-f

Disecando un halcón. Quirogj prrdió un tan-to la paciencia después de preparar un su-rucuá, el más de'icado orna'o í*el bcsquo.

La conclusión de su c i roa para raids, que él mismo cr r tó con

asombrosa exactitud.

Los acanti ados del Tcyucuaré, a p'co so-rc el Paraná, famosos en los relatos de

Quiroga.

ella. ])indós, euc.aliptus, bocayás y otros árboles de la región. Además, un bambu-zal numeroso y unos cuantos maiidaiinos decorativos <|uc en invierno se levantaba a cuidar con la estufa para ipie no se hela-ran en las m a d r u g a d a s . . .

La casa y todo lo i|ue hay en ella es obra de Quiroga. Su cariño a las muchas cosas (|ue contiene nace justamente del es-fuerzo (|ue cada una le reiircsent.a. Son su \ ida, y lo ipie es más, su vida de aye r : sus recuerdos de felicidad coinjiartida con la esposa, primero, y con los hijos, después.

¡Quiroga y sus chicos: Kglé y Darío I l 'ii \erd,ulero poema de vida y no \'erbal esta fr.aiie.a trinidad sin misterios. . . Hu-liici;i sido lU'cesario un libro entero para expresarla de no haber encerrado el mismo Quiroga toda su poesía en treinta págili.is iiisu|)erables: las de su relato "Kl Desier-to" . Y sin embargo, (pié .sensación de e.s-tiirnos contando co.sas naturales, casi sin i i i i l i i n l ; i i i c i : i ,

Aipií puede verse a los protagonistas de ;iiliiel cuento diez años después. La foto-

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C A R A ^ " Y C A R E l y \ J

íinifia es reciente y vale muy bien «n cna <Íro. Kntre la nena que ya eshoza una síinrisa de señorita, y el chico, franca-mente feliz en su adolescencia, el padre tiene la expresión del lioinbrc (|nc no lia vivido i-n v;oio sus días liajo el sol. Y esto, literalmente, no por estilo b íb l ico . . Hon-das luidlas surcan su rostro curtido por la intemperie, y las manos endurecidas en el trabajo acentúan la íatiRa de los ojos. Sin embargo, el cuerpo joven y vigoroso, responde como una ni.á(|uina. F.s realii.'jntc .idinirablc el entusiasmo con (|ue Quiroga realiza su lalior de cada día. Kl escritor urbano se convierte allí en e n s a y i s t a . . . Todo le intere-sa y todo lo in tenta : fabri-cación de creolinas y superfosfatos; ex-tracción de caucbo y ani l inas ; dcstil.ición de leña y naranja, y (|uc sé yo cuántas co.sas más. Su carpinteria está lejos del taller mecánico y más lejos aun del lalio-raUírio (|uímico. Con todo, Quiroga se las arregla . A él le basta para sus inventos el magnifico lun-iio (pie se lia construido y las muchas limas y cepillos (|iie adc|uierc ,i(|ui cada vez (pie le reprochan la aspere-za de su estilo. . .

Kn "Los fabricantes de carbón", uno de sus cuentos más famosos, pinta magis-1 raímente esas veleidades. Alguien h.a di-cho con tal mot ivo: "Quiroga se resarce lie lo ipic pierde en sus ensayos, contán-donos luego cómo lo perdió."

Seria muy largo detallar los trabajos y los días del maestro en San Ignacio. Kstc pueblo hasta ayer sólo conocido jior sus ruinas del Imperio jesuítico, ya lo est.'i siendo por l.'i obra constructiva fiel escri-

Por el Yabebirí, ni cual se llama allí yo, y tiene 200 metros de ancho. .

tor. Su llaneza igualitaria no es óbice p.ira (|ue la gente del lugar lo admire. So bre todo, como hombre cxtraonlinario. Cien anécdotas disparatadas corren .acerca lie su vida. V eso ipie su casa queda imi.v lejos del pueblo y que él apenas io atra-viesa en motocicleta una o dos veces por semana y a lodo escape. No tiene tiempo para más. Su mundo se reduce a su taller y a sus hijos, . \unca se ha visto padre más cariñoso ni más adorado, lis para ellos maestro y compañero. Con él están segu-ros en cualquier par te . Y los dos lo signen en sus gustos. La nena, en el cuidado le los aniíiialilos. Kl coatí (Tulaiikliamóii 1. el venado (Dick) , el buho ( l ' i tágoras) y el yacaré (Cleopatra) , son .sus amigos. h',\ chico prefiere la moto, la canoa y la cscc peta. Sueña caz.ir todos los cuervos ; vuelo. , ,

Quiroga gusta realizar con sus chicos diarias salidas al monte, lín el monte se encucnlran siempre cosas por vez prinier.i. Sobre todo, cuando no se va en busca de algo determinado. ICn t;d caso, se encut ' i-

En su taller, esforzándose en va-no por pulir las asperezas de su

estilo. . .

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( ; A . R ^ ^ Y C y \ l ! L T / \ J '

La meseta tantas veces mencionada en los relatos del autor. Hundido en ple-no bosfiue, el P a t a - á se-

meja un lago sombrío.

Ira antes una víbora de nu'-tro y m e d i o . . . Pe ro yendo con Quiroua no li.'iy cuidado. I,a nialavá de un certero gol-pe en la cabeza y luego <;n su taller le (|uitará cuidado-samente la piel para colgarla, como un trofeo, en su fan-tástico "homc".

Con frecuencia esas sali-das al monte resultan vorda (leras excursiones con pro grama de moto, rio y subidas .'il 'Peyucuaré, erizado de can-tiles basta una al tura de ocbenta metros. A veces, se agregan a los excursionistas Ivscalera, el hombre de con fianza de Quiroga, y su hijo juatt , gran amigóle de Dario, que tiene con el inter-minables proyectos de cacería . . .

I.as lluvias, tan si'il)it;is y frecuentes en Misiones, suelen deparar un regreso heroico con el Paraná lle-rki de correderas y restingas. Mas Quiroga s.'ibe sal-varlas hábilmente a fuerza de remo. Tiene gloriosos antecedentes en la m.ateria. Una vez se hizo a remo, en dos días, los 120 kilómetros <|ue hay entre ida y vuelta desde San Ignacio a Pos;idas.

Sus viajes al Yabebírí en busca de tabatinga lo tie-nen siempre entrenado. I^as noches de lluvia hay fa-bricación de cacharros. Cerámica, como él <lice. b'.l gran horno funciona hasta tarde. Y mientras los chi-cos, como describe en una escena de "Kl Desierto", apiUTcan los discos del viejo gramófono Quiroga mo-dela esos íuiimales inauditos ([ue luego adornan de color local su casa de Vicente López.

Algunas ncjches, cuando hace frío, la familia se retine alrededor de la estufa en el fantástico "home" llent) <le pieles, plumas de páj.'iros y tapices con figu-ras p r e h i s t ó r i c a s . . . líglé entonces lee novelas senti-mentales y Dario descifra invariablemente tin catá-logo de armas en francés. Quiroga aprovecha, para felicitar, a máquina, a algún Monteiro Lobato (|ue

allá en el fondo del Brasil dejó los negocios editoriales p o r u n a

plantación de árboles. De cuando en cuando, suele

caer algún amigo literato de Buenos Aires. Si e.sto

sucede ;i mediodía, Qui-roga le impro\"isa en

seguida unas polai-nas de trapo con-

tra las mordedu-

La encantndora hija de Quiro-ffa con su cier-vito, muerto en Vicente López.

Como en su r e l a t o "Los p e s c a d o r e s de vigas" , el a u t ' r scaduc-ñn de un palo do rosa, a la

deriva.

ras de víboras. Luego lo con-duce a los yer-bales inmedia-tos, le enseíía a caminar en el monte y tras un largo pasco le <|uita toda idea libresca acerca del país, me-diante un tran-quilo crepúsculo sobre el río.

De noche, cuando el hués-ped va a dormirse rendido, después de una cena bajo los naranjos y a la luz de la ¡una que as(una entre los bambúes, descubre (|ue por las vigas del techo las ratas bíij.an ;i leer a Homero, Dan-te y Virgilio en los .ana(iueles de una .abandonada bibliote-ca. . . Kntonces confirma que el (hieño de ca.sa es un artista, un gran arti.sta, tpie se l<) debe todo a su sensibilidad y a su expe-riencia. Pero literato al fin. recuerda un verso clá-sico que, a su juicio, resume la moral y la filosofía de Horacio Quiroga.

Iguala con la vida el pensamiento. Y a fe mía que a nadie puede aplicarse este ver-

so con mayor precisión. I<a vida de Quiroga es un poema y ese poema es también su obra, áspera, fuer-te, salvaje, conu) el país que él incorporó para siem-pre a la l i teratura nacional.

n s r I N O 7. t H .V K I Q ü E

Los más f u e r t e s relatos del autor han nacido en estas correrías en su "Pirabcbé" por el salvaje Paraná del extremo norte, y que a veces han

durado días y días.