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Día20

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Homilía MARIA, MUJER EUCARÍSTICA

Queridos hermanos:

Para los hijos tiene un encanto especial escuchar la historia de sus padres: cómo se conocieron, cómo organizaron su vida, cómo comenzaron a trabajar.

Para una persona, tienen una gracia especial las fotografías de su infancia. La Iglesia es la gran Familia de los hijos e hijas de Dios, y tuvo su origen hace más de

dos mil años. Dios Padre nos envió a su Hijo Divino, para que nos hiciera a todos hijos de Dios, por medio del Espíritu Santo. Eso es la Iglesia, la gran Familia de los hijos de Dios.

Cuando Jesús se fue al Cielo, quiso permanecer misteriosamente entre nosotros por medio de la Eucaristía.

Pero hay un caso singular, único. Después de que Jesús subió al Cielo, la Virgen vivió unos años con los Apóstoles y con los primeros cristianos.

Todos ellos comenzaron inmediatamente a celebrar la Eucaristía. Jesús les había mandado: “Haced esto en memoria mía” (Lucas 22,19).

La Virgen celebraba la Eucaristía, pero de un modo singular, único. El Apóstol que presidía la celebración decía: "Tomad, comed: esto es mi Cuerpo. Bebed todos: porque esta es mi Sangre de la alianza" (cfr. Mateo 26,26-28).

¡Qué sacudida sentiría la Virgen al escuchar esas palabras! Ella pensaría: “Ese Cuerpo y esa Sangre son precisamente los que yo le di a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre”.

Cuando el Apóstol le daba a Ella la Comunión del Pan y del Vino de la Eucaristía, le decía: “El Cuerpo de Cristo. La Sangre de Cristo”. La Virgen tenía que sentir un verdadero estremecimiento. Recibía el Cuerpo y la Sangre de Jesús, que Ella misma le había dado a Él. María recibía a Jesús en la Comunión, con el amor entrañable de una Madre, pero también con la fe profunda de una mujer creyente, porque entonces veía ya a Jesús solamente a través de la fe, como nosotros. Para Ella, la Comunión era algo esperado, deseado como el mejor momento del día. María era una Mujer eucarística. Vivía de la Eucaristía. Vivía de la presencia de su Hijo en la Eucaristía.

Sobre esto, podemos añadir otro aspecto importante. Jesús nos ha hecho una maravillosa promesa: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mateo 28,20).

Él está en el Cielo y, al mismo tiempo, se ha quedado con nosotros en la Eucaristía: “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía. Este Cáliz es la nueva alianza en mi Sangre, que es derramada por vosotros" (cfr. Lucas 22,19-20).

De ese modo, nunca estamos solos. Aunque una persona viva sola en su casa o en cualquier otro sitio, nunca está realmente sola, porque Jesús nos prometió: “No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros" (Juan 14,18). "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mateo 28,20).

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Agradecemos la presencia de las personas que nos acompañan y ayudan. Pero la presencia de Jesús en la Eucaristía es la mejor presencia, pues sirve para este mundo y, sobre todo, para el Cielo.

Pero, donde está Jesús, se encuentra también su Madre. Los dos tienen ahora su cuerpo resucitado y glorioso en el Cielo. Para ellos no existen ya las dificultades del tiempo y del espacio, y pueden estar siempre, en todas partes, con todos.

También María nos dice: “Yo, unida a Jesús, estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”. Ninguna madre puede decir eso a sus hijos.

Por tanto, si Jesús nos ha prometido que está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos, con Él se encuentra también su Madre. En la Eucaristía nos acompañan Jesús y su Madre, todos los días, continuamente a nuestro lado.

Cuando celebramos la Eucaristía, cuando comulgamos, cuando visitamos a Jesús en el Sagrario, encontramos siempre juntos a los dos: al Hijo y a su Madre.

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En la primera lectura de hoy, hemos escuchado cómo San Pablo predicó en Atenas a los griegos. Tenían tantos dioses que hasta habían edificado un altar al dios desconocido, para no olvidar a ninguno. San Pablo les predicó a Jesús, muerto y resucitado, pero no fueron capaces de comprender lo que les decía y así no le hicieron caso. Se quedaron con sus dioses, con sus ídolos, que no salvan. Jesús, el Hijo de Dios hecho Hermano nuestro, el Dios verdadero que nos salva, les hizo a los Apóstoles una gran advertencia al despedirse en la Cena del Jueves Santo: "Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, el Espíritu Santo, os guiará hasta la verdad plena" (Juan 16,12-13). No existen los dioses de los griegos ni otros. Existe el único Dios verdadero, pero en Tres Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ese es el Dios que nos salva y no aquel dios desconocido que veneraban los griegos, tan desconocido que nadie sabía ni quién era ni qué hacía. ¿A quién podía salvar ese dios desconocido? En la Comunión recibimos al Dios conocido, a Jesús, el Hijo de Dios y Hermano nuestro, que ha entregado su Cuerpo y su Sangre para nuestra salvación. Ese Cuerpo y esa Sangre que recibió de su Madre, la Virgen María.

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Moniciones para la celebración SALUDO. Cristo resucitado, alegría del mundo, esté con vosotros. AMBIENTACIÓN. Hoy vamos a reflexionar sobre María como Mujer eucarística. Sí, Ella

dio a Jesús el Cuerpo y la Sangre que Él nos entrega en la Eucaristía: "Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros. Esta es mi Sangre que se derrama por vosotros" (cfr. Lucas 22,19-20) Además, cuando Jesús subió al Cielo, María, su Madre, participaba en la Eucaristía con los primeros cristianos, como hacemos ahora nosotros. Pero para Ella el Cuerpo y la Sangre de , Jesús tenían algo singular: Ella le había dado a Jesús ese Cuerpo y esa Sangre, que Él nos ofrece a todos en la Eucaristía.

ACTO PENITENCIAL. La Virgen Santísima, Inmaculada y Purísima, no necesitaba pedir

perdón antes de celebrar la Eucaristía, pero nosotros sí hemos de pedir perdón:

– Jesús, Tú has recibido tu Cuerpo y tu Sangre de tu Madre Santísima. Señor, ten piedad.

– Jesús, Tú has entregado tu Cuerpo y tu Sangre para salvarnos a todos. Cristo, ten piedad.

– Jesús, Tú nos regalas hoy a nosotros tu Cuerpo y tu Sangre en la Eucaristía. Señor, ten piedad.

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

1ª LECTURA. San Pablo predicó en Atenas, pero aquel público culto lo rechazó, porque no

comprendía lo que significaba la Resurrección de Jesús. ORAD, HERMANOS. Orad, hermanos, para que llevando al altar los gozos y las fatigas de

cada día, nos dispongamos a ofrecer el sacrificio agradable a Dios, Padre todopoderoso. PREFACIO PASCUAL, I. PLEGARIA EUCARÍSTICA, D 4. PADRENUESTRO. Dios Padre nos hace a todos hijos suyos y, por tanto, hermanos,

formando una inmensa Familia. Oremos al Padre, diciendo todos: "Padre nuestro". COMUNIÓN. La Comunión de la Virgen era algo sublime. Para Ella era entrar en contacto

con su Hijo por medio de la fe y de la Eucaristía. De modo semejante, también nosotros recibimos el Cuerpo de Jesús.

”Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los llamados a esta mesa”.

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Oración de los fieles Dios Padre, tu Hijo, Jesús resucitado, ha traído la alegría al mundo. Él transformó a su Madre Dolorosa en Virgen de la Alegría. Con este profundo sentimiento, oremos: – Por todos los que somos miembros de la Iglesia, para que vivamos la alegría cristiana, que brota de la Cruz y de la Resurrección de Jesús. Roguemos al Señor: – Para que reine la paz entre las naciones, entre los pueblos, entre las familias, entre las personas. Roguemos al Señor: – Por los enfermos y todos los que sufren: para que unan sus dolores a la Cruz de Jesús, para la salvación del mundo. Roguemos al Señor: – Por nosotros: para que el Espíritu Santo haga nuestro corazón abierto y generoso, como el de la Virgen. Roguemos al Señor: Padre celestial, fuente de la alegría y del gozo, ayúdanos a ser mensajeros de la alegría, que nos ha traído tu Hijo resucitado. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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