6 Domingo Ordinario A - La nueva ley
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La plenitud de la ley
6º domingo Tiempo Ordinario - A
No creáis que he venido a a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra de la Ley.
Mt 5, 17-37
Jesús es una figura apasionante. Tanto, que muchas veces hemos caído en la trampa de fabricar un Jesús
que justifique nuestras ideas sobre el mundo y la historia, un Jesús ideologizado. No podemos
interpretar los evangelios para hacerlos encajar con nuestros prejuicios, acusando de rigidez al magisterio
de la Iglesia.
Ya en tiempos de Jesús quisieron atraerlo hacia
diversas causas. En su grupo había discípulos de
diferentes movimientos. Algunos eran simpatizantes
de los celotes, un grupo rebelde que veía el
mesianismo como un arma para enfrentarse al poder
romano. Pero Jesús no busca una ruptura con la
tradición judía ni un enfrentamiento con los
romanos.
No vino a destruir Ley, sino al contrario: quiso llevarla a su plenitud.
Éste es el estilo de Jesús: renuncia a la violencia, rechaza la sangre y la espada como medios para destruir lo antiguo. Al contrario, hace pedagogía de lo antiguo para mejorarlo y sacar más jugo espiritual a la herencia de la tradición judía.
Jesús no rompe con lo viejo. Conoce y ama la Ley, hasta el punto de decir: Antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse la última letra de la Ley. De lo antiguo sacará un nuevo sentido y dará vida a la tradición profética y a la Ley mosaica. Sus palabras, su mensaje, serán una nueva traducción del querer de Dios para los hombres.
Jesús no viene con un hacha golpeando lo esencial del profetismo y la Ley, sino que a partir de ellos
desarrolla su mensaje, su buena nueva, transida de su experiencia de sentir y amar a Dios. San Pablo dirá que Jesús convierte el amor en la nueva ley.
También nos avisa Jesús:
si no somos mejores que los fariseos no entraremos en el
reino de los cielos. Cuántas veces hemos reducido la fe
al puro cumplimiento de los preceptos. Hacemos muchas
cosas para acumular méritos, esperando que Dios
premie nuestros esfuerzos. Nos pesa más el miedo al castigo que la alegría del
perdón.
Jesús nos enseña a vivir intensamente y con profunda novedad el amor a Dios y a los demás.
¿Qué es la plenitud de la ley? Jesús lo ilustra con varios ejemplos. Tomando diversos mandamientos y situaciones humanas, va mostrando cómo el amor supera esa ética de mínimos que rige la convivencia.
El insulto y la calumnia son más que humillación: atentan contra la vida y la dignidad de la persona.
Jesús los equipara al homicidio. Condena la violencia, incluso la verbal, pues sabe que las palabras pueden herir profundamente.
Y urge a la reconciliación antes que recurrir a la ley implacable.
En el adulterio, Jesús va más allá de los hechos y apela a la conciencia.
Se puede pecar con el corazón y la intención.
Jesús no admite una doble moral: la persona es una unidad donde no se puede separar el cuerpo del alma.
En el divorcio, rompe una lanza a favor de la mujer.
La mujer era discriminadaen la cultura judía.
El hombre siempre podía repudiarla y ella quedaba en una posición más débil, legalmente.
En caso de repudio, era ella siempre la culpable.
Jesús va más allá de la ley y mira la persona y su dignidad.
El octavo mandamiento
No es necesario jurar ni poner a Dios, a nada ni a nadie como aval de nuestras afirmaciones. Nuestro discurso ha de responder a nuestras intenciones, ha de ser veraz y transparente, sin dobles sentidos ni engaño. Cuando hay sinceridad en nuestras palabras basta decir sí o no.
La experiencia divina trasciende la propia Ley. Las normas y los preceptos quedan atrás. Para Jesús lo importante, el centro de su mensaje, siempre es el amor. Y él se convierte en anunciador de la buena nueva, la revelación de un Dios cercano que ama y perdona.