617-Vettones
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ResumenLos vettones son uno de los pueblos celtas de Hispania. El análisis de datos arqueológicos, lin-güísticos y etno-históricos a lo largo del II y I milenios a.C. indica que proceden de una tradicióndel Bronce Atlántico modificada por elementos llegados desde la Cultura de los Campos deUrnas a través de los celtíberos, tras haber recibido influjos del mundo tartésico en los siglos VIIy VI a.C. llegados por la Vía de la Plata. Ese proceso de etnogénesis explica sus peculiaridadesy su afinidad con los lusitanos, su relativa proximidad a los vacceos y su creciente celtiberiza-ción a partir del siglo V a.C.
Palabras clave: Vettones, Celtas, Etnogénesis, Hispania prerromana.
AbstractThe Vettones are one of celtic peoples of Hispania. A analysis of archaeological, linguistic andethno-historical data along of the II and I millennia BC. indicate that they come from a tradition ofthe Atlantic Bronze Age modified by elements arrived from the Urn Fields Culture through theCeltiberians. They have received also influences from Tartessos in the VII-VI century BC arrivedtrough by the so-called “Ruta de la Plata”. This process of ethnogenesis explains its peculiaritiesand their affinity with Lusitanians, their relative proximity to the Vacceans of the Duero valley andits increasing proximity to Celtiberians after the V century BC.
Keywords: Vettones, Celts, Ethnogenesis, Pre-roman Hispania.
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Entre los pueblos prerromanos de la Península Ibérica, a laque Roma dio el nombre de Hispania, destacan por su per-sonalidad los vettones, uno de los más conocidos de laPenínsula Ibérica.
Estas gentes vivían asentadas en las zonas occidenta-les de Hispania, a caballo del Sistema Central, en lasabruptas zonas graníticas del Suroeste de la Meseta Nortey del Occidente de la Meseta Sur y de Extremadura. Estastierras silíceas en las que predominan dehesas y pastos degran riqueza para la ganadería y también ricos recursosmetalúrgicos, con ocasionales relieves abruptos por la ero-sión diferencial causada por ríos encajados, condicionaronen buena medida la orientación ganadera de la cultura vet-tona y le dieron su marcada personalidad (Álvarez-Sanchís, 2003; Sánchez Moreno, 2000).
En estos últimos años el éxito de algunas exposicionesdirigidas al gran público, como la de Celtas y Vettones,organizada en Ávila el año 2001 (Almagro-Gorbea et al.2001), han puesto en evidencia el notable interés que des-piertan entre el gran público. Pero a ello ha contribuido tam-bién, sin lugar a dudas, su creciente conocimiento favoreci-do por valiosos estudios a ellos dedicados, entre los queson dignos de recordar el artículo pionero de J. M. Roldán(1968) y, en especial, sin contar otros numerosos trabajos,las valiosas síntesis de Jesús Álvarez-Sanchís (2003;2003a) y las casi contemporáneas de Eduardo SánchezMoreno (2000) y de Manuel Salinas de Frías (2001), en unacoincidencia de fechas que demuestra el interés que susci-tan y que tanto ha contribuido a que en la actualidad seanuno de los pueblos prerromanos mejor conocidos.
Por ello, no resulta fácil decir algo nuevo sobre los vet-tones sin repetir lo ya más o menos sabido. Sin embargo,quizás sí merece la pena abordar un tema que cada vez
llama más la atención, como es el del origen de los vetto-nes, que obliga a plantear cómo se han formado y cuál essu personalidad étnica y cultural, cuestiones asociadas aldifícil tema de su “celticidad”, entendida como su relacióncon los restantes pueblos de estirpe “celta” de la PenínsulaIbérica.
Este problema se inscribe en la creciente actualidad delos estudios sobre la etnogénesis de los pueblos paraconocer mejor sus orígenes y características, a base deanalizar los diversos componentes que ofrece su culturamaterial, su organización socio-económica, su lengua, sureligión y su ideología (fig. 1).
En efecto, toda etnia, tal como la analizan las corrientesactuales de estos estudios en la Protohistoria, puede con-siderarse integrada básicamente por los elementos de cul-tura material, la estructura social y la lengua y las creenciasy formas de pensar. La Arqueología estudia los poblados,casas, instrumentos, armas, y demás elementos de culturamaterial, pero también su interpretación en clave social. Delos conocimientos lingüísticos obtenidos de inscripciones ytopónimos o nombres de lugar, más de los textos históricoscuando los hay, se puede obtener información sobre la len-gua hablada e, incluso, sobre la religión y la sociedad. Ytampoco se debe olvidar los aspectos que documenta laEtnoarqueología, esto es, el estudio de tradiciones consue-tudinarias llegadas vivas hasta época histórica pero cuyasraíces arrancan de tiempos prehistóricos, hecho que sueleser más frecuente de lo que suele suponerse en poblacio-nes rurales con formas de vida tradicional, como lo son lasáreas montañosas ocupadas por los vettones, pues hanmantenido importantes elementos para conocer las formasde vida, la sociedad e, incluso, ritos y costumbres religio-sas y la mentalidad y mitos de sus lejanos antecesores(Almagro-Gorbea, ed., 2008).
El conjunto de elementos y la interacción de unos conotros permite definir las características de una etnia y su
Celtas y Vettones
Martín Almagro-Gorbea*
* Departamento de Prehistoria. Universidad Complutense de Madrid.
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evolución a lo largo del tiempo, mientras que su análisis de
conjunto contribuye a deducir los diversos componentes y
substratos que han conformado cada pueblo a lo largo del
tiempo en procesos que hay que considerar que siempre
han sido de “larga duración”, pues algunos elementos cul-
turales o lingüísticos pueden tener una vida mucho más
larga que el pueblo en cuestión, ya que pueden ser anterio-
res al momento de su formación y perdurar en otra cultura
cuando el pueblo en cuestión ya ha desaparecido. En con-
secuencia, los variados elementos que conforman una
etnia no sólo conforman su propia personalidad por ser en
su conjunto irrepetibles, sino que, además, permiten preci-
sar sus orígenes y su evolución, así como indican las rela-
ciones existentes con otros pueblos con los que han podi-
do entrar en contacto a lo largo del tiempo.
No es éste el lugar para discutir el concepto actual de
etnia, ni plantear temas de si una etnia es resultado de su
percepción por sus propios componentes o por los extra-
ños. En todo caso, baste señalar que las etnias, como todo
elemento afectado por el devenir histórico, son resultado
de un proceso acumulativo a lo largo del tiempo, el proce-
so de “etnogénesis”, proceso que conforma las caracterís-
ticas de un pueblo y que, en ocasiones, puede suponer
muchos siglos e incluso milenios, en especial cuando algu-
no de sus componentes son de “larga duración”.
En este sentido, puede ofrecer interés ofrecer una
visión de conjunto, necesariamente interdisciplinar, que
permita aproximarse a la personalidad de los vettones a
través de su origen y desarrollo histórico, valorando su cul-
tura material, su sociedad, sus costumbres, sus creencias
y lo que sabemos de su lengua, para poder definir a través
de esos datos quiénes eran los vettones y cual era su ori-
gen y su relación con otros pueblos celtas de Hispania.
El origen de los vettones y de su celticidad no ha sido
bien estudiado, pues es un tema difícil y normalmente elu-
dido, aunque se suelen considerar, de forma general, como
pueblos celtas, sin entrar en mayores precisiones sobre la
relación entre celtas y vettones.
46 Arqueología Vettona. La Meseta occidental en la Edad del Hierro
Fig. 1. Relación de los Vettones con otros pueblos próximos.
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En todo caso, es evidente que los vettones, junto a los
lusitanos y los galaicos y, en menor modo también los vac-
ceos y los astures, conforman un conjunto de pueblos pre-
rromanos que cabe considerar como celtas a juzgar por su
cultura material y su ideología, según algunas costumbres
que nos refieren las fuentes históricas y tal como confirman
los testimonios lingüísticos conocidos. Estas gentes del
Occidente, a pesar de su evidente “celticidad”, parecen dis-
tinguirse con claridad de los Celtíberos, el más famoso de
los pueblos celtas de Hispania, hecho que cabe explicar
por su distinto origen. Si a ello se añade que, según los
más recientes estudios, dichas características pueden
corresponder a substratos o épocas diferentes, su análisis
puede ayudar a comprender las raíces y el proceso forma-
tivo en el que se conformó la personalidad etno-cultural de
los vettones.
Para la reconstrucción de su origen y relaciones hay
que señalar, en primer lugar, que los vettones, a juzgar por
alguno de sus elementos culturales, además de estar rela-
cionados con vacceos y celtíberos, parecen forman parte
del conglomerado constituido por vettones, lusitanos y
galaicos y, en menor medida, por otros pueblos celtas de
Hispania, pues al cartografiar dichos elementos en mapas
de distribución construidos por analogía con las isoglosas
que usan los lingüistas para reconstruir los territorios ocu-
pados por las antiguas lenguas y deducir sus relaciones, se
observa la existencia de un amplia área geográfica que
comparte comunes elementos culturales, sociales y creen-
cias, por lo que cabe suponer que corresponden a la
misma tradición o “substrato” etno-cultural.
Gracias a estos métodos de análisis, los restos de cul-
tura material que ofrece la Arqueología de las gentes que
habitaban el territorio ocupado por los vettones indican que
el conglomerado de pueblos citados puede considerarse
“protocéltico”, pues sus raíces proceden del Bronce
Atlántico, que se extendió por todas las regiones occiden-
tales de la Península Ibérica y que muestra afinidades
específicas con otras regiones atlánticas del Occidente de
Europa, por lo que deben retrotraerse a etapas tan anti-
guas como el II milenio a.C., aunque dicho substrato pudie-
ra proceder de la Cultura del Vaso Campaniforme, extendi-
da a fines del III milenio a.C. por toda Europa Occidental,
ya que reflejan una sociedad indoeuropea muy arcaica a
juzgar por sus componentes. Ese substrato se considera
“protocelta” para distinguirlo de la tradición celta que cabe
asociar que evolucionó en Europa Central desde la Cultura
de los Campos de Urnas hacia las culturas de Hallstatt y La
Tène, que corresponden a los “Celtas” o “Galos” conocidos
en Centroeuropa por noticias de griegos y romanos, ya que
de la Cultura de los campos de Urnas derivan los
Celtíberos de las zonas orientales de la Meseta (Ruiz
Zapatero y Lorrio, 1999).
Propio de este substrato protocelta de la Edad del
Bronce es la tecnología metalúrgica de sus instrumentos y
armas de bronce, asociada a características cerámicas
incisas y excisas de la llamada Cultura de Cogotas I, exten-
dido por la Meseta en la segunda mitad del II milenio a.C.
(Abarquero, 2005), en las que se rastrean posibles tradicio-
nes campaniformes. Las áreas de difusión de estos ele-
mentos culturales coinciden con otros elementos documen-
tados por la arqueología, como las “saunas” y los “altares
rupestres” en grandes rocas o berrocales, además de con
alguna costumbre ritual que documenta la etno-arqueolo-
gía, como las “piedras de responsos”, mientras que la lin-
güística, en esas zonas, indica que algunos antropónimos
y topónimos, como la palabra “páramo”, pudieran proceder
del mismo substrato “protocéltico” (Ballester, 2004). La
coincidencia en la misma zona de elementos tan variados
lleva a deducir que pertenecen a una misma cultura, lo que
permite atribuir la cronología que ofrecen los objetos
arqueológicos a los elementos lingüísticos o culturales rela-
cionados, pero que carecen de fecha precisa.
Sobre esta tradición de Cogotas I, a partir de inicios del
I milenio a.C., aparecen nuevos elementos culturales que
se conocen como Cultura de Soto de Medinilla (Romero
Carnicero et al. 1993). Esas gentes se extendieron por
buena parte del Valle del Duero, caracterizados por pobla-
dos de casas redondas de adobe, con cerámicas lisas con
algunas formas que ofrecen cierta relación con los Campos
de Urnas, pero sin sus característico rito de cremación en
urna y, además, manteniendo una metalurgia de tradición
atlántica del Bronce Final. Pero es difícil saber si esta
Cultura de Soto de Medinilla supuso la llegada de nuevas
gentes o, como parece más lógico, es el resultado de una
progresiva evolución cultural.
Sin solución de continuidad y como evolución de la
Cultura de Soto de Medinilla se generalizaron por el Valle
del Duero cerámicas decoradas a peine, que, a partir de
mediados del milenio, hacia el siglo V a.C., ofrecen diver-
sas variantes locales (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís,
2002), pues en las zonas más orientales predomina las
decoraciones inciso-impresas, mientras que en las regio-
nes más occidentales ocupadas por los vettones es la téc-
nica de decoración incisa a peine la habitual. Esta diferen-
ciación permite distinguir a los celtíberos, relacionados con
las cerámicas a peine de las zonas orientales, frente a un
complejo vacceo-vettón en las occidentales (ibidem). Tal
hecho indica un cierto origen común para vacceos y vetto-
MARTÍN ALMAGRO-GORBEA / Celtas y Vettones 47
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nes, quienes, a lo largo de la Edad del Hierro, desde
mediados del I milenio a.C. hasta la conquista romana en
el siglo II a.C., se diversificaron al orientarse los vacceos,
que ocupaban las llanuras del Duero, hacia una cultura
agrícola cerealista, mientras que los vettones lo hacían
hacia una cultura ganadera en las tierras silíceas occiden-
tales.
A los elementos de predominante tradición “atlántica”
se sumaron, a partir de fines del II e inicios de I milenio
a.C., nuevos influjos “mediterráneos”, que penetraron muy
pronto por estas tierras occidentales a través de la llamada
«Vía de la Plata» (Almagro-Gorbea, 2008). Esta Vía de la
Plata era el gran eje que unía todas las tierras del
Occidente de la Península Ibérica, pues atravesaba de Sur
a Norte desde el Golfo de Cádiz hasta Asturias y Galicia.
Su existencia ayuda a comprender la conformación de
Tartessos (Torres, 2002), cuya periferia más extrema inclu-
ía la Vettonia, pues la cultura tartésica se expandió por todo
el Suroeste de Hispania e irradió hasta las tierras de la
Meseta Norte.
Este gran camino natural se remonta a la Prehistoria
(Galán y Ruiz Gálvez, 2001), pues era el cordón umbilical
de toda la mitad Occidental de la Península Ibérica, tierras
ricas en metales como oro y estaño y también en ganado,
hasta convertirse en una de las principales vías romanas
de Hispania tras la fundación de Augusta Emerita (Roldán,
1971; AA.VV, 2008). La influencia de esta vía, que ha per-
durado a través de la “Cañada Leonesa” (Dantín Cereceda,
1936), explica el mayor desarrollo cultural que ofrece la
Vettonia respecto a otros pueblos célticos de su entorno,
como vacceos, lusitanos y galaicos, y su mayor apertura al
exterior, que evidencian las importaciones “orientalizantes”
halladas en su territorio (Almagro-Gorbea, 2008).
A través de la Vía de la Plata se expandieron los jefes
ganaderos representados en la “estelas Extremeñas”
desde el Bronce Final (Galán, 1993; Celestino, 2001), aun-
que estos interesantes testimonios no llegan a la Vettonia,
lo que indica que ya entonces se diferenciaba de la
Lusitania. La riqueza en metales y productos exóticos de
Tartessos, la antigua Tarshish de la Biblia, atrajo a los feni-
cios, que fundaron Cádiz para controlar ese comercio enri-
quecedor, por lo que establecieron relaciones cada vez
más estrechas con las poblaciones de Tartessos (Torres,
2002; Almagro-Gorbea et al., 2008), que pasó a ser una de
regiones de mayor riqueza del Mediterráneo, ya que se
convirtió en intermediaria con las áreas interiores que inclu-
ían los territorios meseteños de los vettones.
Estos contactos se inician en el Bronce Final, a fines del
II milenio a.C., cuando aparecen los primeros objetos de
origen mediterráneo llegados al Occidente de la Península
Ibérica, seguramente en intercambio por materias primas
como oro y estaño. Así lo documenta el Tesoro de
Berzocana, en Cáceres, que ofrece un cuenco de bronce
precolonial asociado a dos pesados torques de oro
(Almagro-Gorbea, 1977: 243 s.). Esta corriente cultural
alcanzó el territorio vettón. En la Vettonia han aparecido
elementos “precoloniales” de fines del II milenio a.C., como
las fíbulas de arco “de lira” y de codo en el Cerro de El
Berrueco de Salamanca (Fabián, 1987) y azuelas, esco-
plos y una navaja de afeitar de hierro que constituyen los
primeros objetos de este metal en el Occidente de la
Península Ibérica, en un contexto de la Cultura de Cogotas
I de Sanchorreja (Almagro-Gorbea, 1993).
Los contactos de la Vettonia con Tartessos se intensifi-
can en el I milenio a.C. en el Periodo Orientalizante. Desde
la cuenca del Guadiana, territorio colonizado por poblacio-
nes tartésicas como Medellín (Almagro-Gorbea, 1977; id., et
al., 2008), se inició una aculturación cada vez más intensa
de la cuenca del Tajo, como indican la estela epigráfica de
Almoroqui en Cáceres y los enterramientos femeninos de
mujeres “tartesias” aparecidos en Aliseda, Sierra de Santa
Cruz y Talavera la Vieja, en Cáceres (Martín Bravo, 1999:
114 s.), y de Casa del Carpio y Las Fraguas, en Toledo
(Pereira, 1989). El mismo hecho indica el santuario funera-
rio o heroon con un lecho funerario de bronce de Torrejón de
Abajo, en plena Penillanura Cacereña (Jiménez, 2002: 246
s.) y las importaciones de figuras etruscas de bronce y de
vasos de pasta de vidrio para perfumes que llegaban a las
necrópolis de la Vera (Fernández Gómez, 1986: 821 s.;
Celestino, ed., 1999). Además, debieron surgir poblados
“orientalizantes”, que cabría considerar como “colonias”
organizadas por gentes tartésicas del Guadiana, como
Augustobriga, en Talavera la Vieja, Toledo, o el Cerro de la
Mesa, cerca de Puente del Arzobispo (Martín Bravo, 1999:
106 s.; Jiménez Ávila (ed.), 2006).
Estas importaciones orientalizantes son más aisladas al
Norte del Sistema Central, aunque aparecen piezas nota-
bles como el vaso fenicio de bronce de Coca (Fig. 2), en
Segovia (Blázquez, 1975: lám. 12B), pero por todo el
Occidente de la Meseta aparecen fíbulas de doble resorte
que llegarían con el comercio de tejidos y, además, se
difundió el hierro y llegaron cerámicas orientalizantes,
como las halladas en el Cerro de San Pelayo y en
Ledesma, en Salamanca, y en La Aldehuela, Zamora, que
evidencian contactos a través de la Vía de la Plata (López
Jiménez y Benet, 2005; Santos Villaseñor, 2005; Blanco y
Pérez Ortiz, 2005). A cambio, se exportarían materias pri-
mas, en especial metales, como oro y estaño, probable-
48 Arqueología Vettona. La Meseta occidental en la Edad del Hierro
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mente junto a mercenarios, que parecen documentarse en
la necrópolis de Medellín, y también esclavos, vacas, ove-
jas, carnes y pieles, que constituían la principal riqueza de
los vettones, junto a caballos y trigo de los vacceos de las
llanuras del Duero (Almagro-Gorbea, 2006).
Más trascendencia que los objetos y mercancías ten-
dría la llegada de nuevas ideas desde los centros urbanos
del Mediterráneo a través de Tartessos, pues contribuirían
a que los vettones ofrezcan una cultura más desarrollada
que la contemporánea de la Meseta Oriental y el Valle del
Ebro, zonas mucho más próximas al Mediterráneo. Castros
como El Berrueco y Sanchorreja se amurallan poco des-
pués del 600 a.C. (González-Tablas, 1990) y en ellos han
aparecido fíbulas, cuentas y vasos de pasta vítrea, por lo
que los contactos “orientalizantes” coinciden con la apari-
ción de grandes recintos fortificados de tipo oppidum, que
jerarquizaban el territorio como cabezas de unidades polí-
ticas mayores para controlar los principales puntos de
paso, en un claro avance hacia las sociedades más com-
plejas y estructuradas de tipo urbano, proceso sin parale-
los en su entorno (Almagro-Gorbea, 1994: 41).
En estos contactos con las áreas meridionales los vet-
tones debieron adoptar la escultura de los toros orientali-
zantes desde el mundo turdetano e ibérico, como eviden-
cian las ranuras paralelas de los cuellos y la disposición
frontal de los toros más “arcaicos” (Álvarez-Sanchís, 2003:
215 s.), indicio estilístico de su inspiración en prototipos
orientalizantes (Chapa, 1980: 795 s.). También llegarían
nuevas modas de vestir, como indican las navajas de afei-
tar, los broches de cinturón y las fíbulas y se introdujeron
nuevos ritos para el banquete y el sacrificio, a juzgar por el
uso de cuchillos afalcatados, asadores y jarros y “braseri-
llos” de bronce (Jiménez, 2002; Torres, 2002), que denotan
el inicio de la formación de elites sociales inspiradas en las
tartésicas.
Igualmente, se difundieron nuevas creencias religiosas,
pues en El Berrueco aparecieron dos figuras de bronce de
una divinidad femenina alada (fig. 3), que cabe identificar
con la diosa astral fenicia Astart (Jiménez, 2002: 294 s.),
ampliamente venerada en el ámbito tartésico, lo que hace
suponer que también lo fuera por los vettones, probable-
mente tras identificarla con alguna de sus propias divinida-
des celtas (Almagro-Gorbea, 2005), como pudo ser
Ataecina. Estos cambios se verían favorecidos por los
matrimonios exógamos documentados por ajuares de
mujeres tartesias aparecidos en territorio vettón (vid.
supra), matrimonios que, probablemente, se realizaban
para establecer alianzas extraterritoriales o “internaciona-
les”, que facilitarían el comercio y, con él, la introducción de
nuevas ideas y el cambio cultural (Martín Bravo, 1998;
Jiménez Ávila, (ed.), 2006).
Las tierras del Sistema Central en las que se asentaron
los vettones controlaban dos ejes de comunicación de gran
interés estratégico. Uno era el citado de la Vía de la Plata,
cuya repercusión ya se ha comentado. Otra era la doble vía
que, paralela a uno y otro lado del Sistema Central, unía de
Este a Oeste la Meseta con las regiones del Atlántico. Esta
vía corría a lo largo del Sistema Central por su lado Norte
y, tras atravesar el Valle del Amblés y el del Jerte, llegaba
hasta el Alentejo. Esta es la vía que debieron seguir, proba-
blemente, los Celtici (Berrocal, 1993), gentes originarias de
la Meseta, que, tras pasar por Lusitania, se asentaron en la
Beturia, según indica Plinio (III,13-14), por lo que dicha vía
cabría denominarla como “Vía Céltica”.
MARTÍN ALMAGRO-GORBEA / Celtas y Vettones 49
Fig. 2. Jarro fenicio de Coca, Segovia (Foto DAI, Madrid).
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Siguiendo probablemente las áreas pastoriles delSistema Central, a partir de fechas que quizás se remontantambién en sus inicios a fines del II milenio a.C., pudieronhaber llegado también por ella hasta estas tierras delOccidente de la Meseta pequeños grupos de gentes celtasoriginarias de la Cultura de los Campos de Urnas. Su ori-gen más remoto cabría situarlo teóricamente en losCampos de Urnas originarios de Europa Central, cultura dela que derivarían, a través de las culturas de Hallstatt y deLa Tène, los Celtas o Galos que habitaron en EuropaCentral, según nos refieren las fuentes históricas escritas,desde Herodoto hasta César. La cultura de los Campos deUrnas alcanzaron y se establecieron por todo el Noreste dela Península Ibérica, desde donde algunas gentes, a travésdel Valle del Ebro, debieron asentarse en las altas tierrasdel Sistema Ibérico y del Oriente de la Meseta, donde, encontacto con el substrato atlántico anterior, dieron lugar alos celtíberos (Ruiz Zapatero y Lorrio, 2002).
El origen de los celtíbertos, derivado en parte de losCampos de Urnas, explica sus particulares característicasculturales, lingüísticas y socio-ideológicas, que en buenamedida ayudan a explicar su posterior expansión. En lasaltas tierras de la Meseta formaron una cultura de orienta-ción predominantemente ganadera, que, unida al uso delhierro, difundido por fenicios y griegos por la costa medite-rránea a partir del siglo VIII a.C., permitió conformar unacultura jerarquizada y guerrera con creciente fuerza expan-siva, que, de forma paulatina, a partir del siglo VI y V a.C.se fue extendiendo sobre otros pueblos periféricos, hacia elValle del Ebro, el País Vasco y el centro de la Meseta(Lorrio, 2003).
Sus tradiciones ganaderas ayudan a comprender quesintieran su preferencia por las zonas de pastos occidenta-
les, probablemente utilizando como enlace el Sistema
Central y la “Vía Céltica” citada. De este modo, desde
mediados del I milenio a.C., las poblaciones de tradición
atlántica de la Vettonia sufrieron una creciente “receltiza-
ción”, procedente del mundo celtibérico, proceso que pare-
ce haberse ido extendiendo de Este a Oeste y que fue
ganando intensidad a lo largo del tiempo, hasta ser clara-
mente dominante en época tardía, cuando esta expansión
celtibérica sobre otros pueblos se vio cortada por Roma.
Este múltiple origen de los vettones, como las múltiples
fibras que conforman una cuerda, explica sus heterogéne-
as características culturales y ayudan a comprender su
proceso formativo y sus semejanzas y diferencias con otros
pueblos próximos, como los citados lusitano-galaicos, los
vacceos y los celtíberos.
En esta línea explicativa, para comprender la celticidad
de los vettones es interesante analizar qué elementos de
su cultura proceden del substrato atlántico y cuales pueden
ser aportaciones llegadas del mundo celtibérico. No es una
empresa fácil, pero, a modo de hipótesis, se pueden propo-
ner algunos elementos para facilitar la discusión científica y
mejorar nuestro conocimiento de estos aspectos tan atra-
yentes de una cultura. En todo caso, los elementos origina-
rios del substrato de la Edad del Bronce más los nuevos
elementos llegados a través del tiempo permiten compren-
der las interrelaciones y diferencias existentes entre los
vettones y otras poblaciones de la Edad del Hierro (Fig. 1).
Los Lusitanos y Galaicos, en el extremo Occidente de la
Península Ibérica, conservaron en gran parte la tradición
del Bronce Atlántico, aunque se note el influjo del mundo
tartésico en las áreas meridionales de los lusitanos, y, ya
en época contemporánea de la Conquista Romana, resulta
evidente la llegada a ellos de los primeros influjos del
mundo celtibérico, que empezaban a alcanzar las regiones
occidentales de la Meseta. Por el contrario, los vettones,
más próximos a los celtíberos, ya habían perdido buena
parte de la tradición del substrato cultural del Bronce
Atlántico, aunque algunos de sus elementos todavía eran
perceptibles, como la existencia de saunas rituales, la tra-
dición de “piedras de los responsos” y la tardía introducción
del rito de cremación en urna, no antes del siglo V a.C.
Las sauna ritual de Ulaca (Almagro-Gorbea y Álvarez-
Sanchís, 1993), seguramente para ritos iniciáticos de gue-
rreros a juzgar por las referencias a este tipo de saunas por
Estrabón (III,3,6), son características de los galaicos y su
uso se documenta por todo el Noroeste hasta el occidente
de Asturias y el Norte de Portugal (Almagro-Gorbea y Álva-
rez-Sanchís, 1993). A pesar de algunas reticencias que
pretendían considerarlas termas romanas, han aparecido
50 Arqueología Vettona. La Meseta occidental en la Edad del Hierro
Fig. 3. Figuras de bronce del Cerro del Berrueco, Ávila.
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ejemplos fechados ya en el siglo IV a.C. (Villa Valdés,
2005: 93 s.), lo que confirma su origen prerromano y, en
consecuencia, su función ritual.
También a este origen hay que atribuir las llamadas
“Piedras de Responsos” (Almagro-Gorbea, 2006). El ejem-
plo mejor es el “Canto de los Responsos” (fig. 4), situado al
Suroeste del oppidum vettón de Ulaca, en el camino desde
este oppidum vettón hacia la sierra, cerca de la confluencia
de dos pequeños arroyos, quizás como punto de paso al
mundo del Más Allá. Se trata de una roca que conserva un
ritual folklórico ancestral relacionado con el mundo funera-
rio “proto-celta”, pues consiste en tirar una piedra al pasar
por el camino sobre un canto de grandes dimensiones que
tendría carácter onfálico y de contacto con el Más Allá, por
lo que el rito permitía librarse de las ánimas de los muertos
que vagan por terrenos agrestes fuera del mundo urbano.
Estas creencias tienen interesantes paralelos indoeuro-
peos, en especial en el mundo celta atlántico, por lo que
constituyen un interesante ejemplo de pervivencias célticas
en el folklore de la Meseta. Refuerza su carácter ritual y de
paso al Más Allá la tradición de ubicar las necrópolis con la
misma orientación al Suroeste del poblado, hecho docu-
mentado en los núcleos funerarios vettones del oppidum
del Raso de Candelada (Fernández Gómez, 1986: 529), en
la necrópolis de La Osera en relación al oppidum de La
Mesa de Miranda y en la del Castillejo de la Orden de
Alcántara o de El Mercadillo en Villasviejas de Tamuja
(Álvarez-Sanchís, 2003: 172, fig. 67-68). La misma orienta-
ción ofrecen necrópolis celtibéricas (Lorrio, 2005: fig. 41,1)
como la de Numancia recientemente descubierta (Jimeno
et al., 2004), y también ofrecen esta característica ritual las
necrópolis tartésicas de Ilipa (Fernández Flórez y
Rodríguez Azogue, 2007: 70, fig. 2), Medellín, Hasta Regia
y Alcácer do Sal (Almagro-Gorbea et alii, 2008).
Esta tendencia de celtíberos y vettones a situar sus
necrópolis al Sur-Suroeste del poblado (Argente et al.,
2000: 241 s.; Lorrio, 2005: fig. 40-41; Álvarez-Sanchís,
2003: fig. 68), sin excluir en algún caso razones topográfi-
MARTÍN ALMAGRO-GORBEA / Celtas y Vettones 51
Fig. 4. El “Canto de los Responsos”, situado al Suroeste del oppidum de Ulaca.
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cas, debió tener un significado ideológico relacionado con
las creencias cosmológicas celtas que documenta el
“Canto de los Responsos” (Almagro-Gorbea, 2006), pues
la misma orientación hacia el ocaso del sol en el solsticio
de invierno ofrecen santuarios célticos de carácter ctónico
como el del castro de Capote, en Badajoz (Berrocal, 1994a;
Almagro y Berrocal, 1997). Por ello, esta orientación simbó-
lica debe relacionarse con creencias relacionadas con el
viaje de las ánimas al Más Allá siguiendo vías astrales mar-
cadas por el curso del Sol y la Vía Láctea o “Camino de
Santiago”, bien documentadas en la Hispania Celta
(Alonso Romero, 1997; Almagro-Gorbea, 2006: 27). Esta
orientación testimonia concepciones cosmológicas carac-
terísticas del mundo indoeuropeo, que en Hispania cabe
considerar como celtas y, más probablemente, como nue-
vos indicios de la personalidad del mundo celta atlántico
señalado.
También al substrato citado debe atribuirse un rito fune-
rario que, en apariencia, no ha dejado huellas arqueológi-
cas, lo que ha llevado a suponer que pudiera tratarse de un
rito de enterramiento en el que el cadáver, quizás cremado,
se arrojaría a las aguas como lugar de paso al Más Allá, tal
como se ha conservado en la India hasta nuestros días.
Esta hipótesis la refuerzan varios hechos. Uno, es la
aparición de “depósitos” de armas del Bronce Final en los
lechos de ríos y lagunas, que pudieran interpretarse como
ajuares arrojados con el muerto a las aguas para llevarlas
al Más Allá (Torbrügger, 1971; Bradley, 1990: 102-103;
Ruiz-Gálvez, 1995: 25). También con estas creencias
podría relacionarse la ofrenda de una pareja de cabras de
bronce halladas en el lecho del Guadiana en Medellín
(Álvarez y Sainz de Buruaga, 1970; Almagro-Gorbea, 1977:
253), que supone una tradición de ofrendas al río Anas
posiblemente relacionada con cultos funerarios, pues la
cabra era un animal vinculado a cultos ctónicos y funera-
rios, como confirman las ofrendas de ovicápridos en necró-
polis (Almagro-Gorbea et al., 2008), así como la tradición
en la Península Ibérica de sacrificar ovicápridos al antepa-
sado heroizado (Almagro-Gorbea y Berrocal, 1997; Moneo,
2003: 376), dentro de tradiciones míticas indoeuropeas.
También es frecuente la ubicación intencionada de las
necrópolis en zonas inundables de un río (ibidem), en oca-
siones, como en Medellín, dentro del cauce fluvial
(Almagro-Gorbea et al. ,2008), circunstancia que no es
casual, sino que puede relacionarse con el rito funerario
señalado vinculado a creencias en las aguas como ele-
mento de tránsito al Más Allá. Estas creencias están ates-
tiguadas en necrópolis celtibéricas, como ya observó el
Marqués de Cerralbo (1916: 9), quien señala su proximidad
a ríos, fuentes y pozos de agua salada, tal como confirma
la necrópolis de Carrascosa del Campo y otras de su área
(Almagro-Gorbea, 1969), hecho también señalado en otras
necrópolis del área celtibérica (García-Soto, 1990: 19;
Lorrio, 2005: 111). Este hecho se ha observado en necró-
polis vettonas (Álvarez-Sanchís, 2003a: 83) y, en fechas
más recientes, en algunas necrópolis “tartésicas”, como las
de Medellín (Almagro-Gorbea et al., 2008) e Ilipa, en Alcalá
del Río, Sevilla (Fernández Flórez y Rodríguez Azogue,
2007: fig. 2), lo que indica creencias muy extendidas por el
Occidente y el centro de la Península Ibérica que, de
nuevo, hay que atribuir al citado substrato celta atlántico.
Sobre la tradición de este substrato de la edad del
Bronce aparecen a inicios de la Edad del Hierro las carac-
terísticas cerámicas a peine que permiten identificar la
Cultura de los Vettones (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís,
2002). Estas cerámicas también se documentan en el
mundo vacceo del Valle del Duero y por su influencia, en
los celtíberos de la Meseta Norte, por lo que indicarían un
tronco “vacceo-vettón” desarrollado tras en Bronce Final a
inicios de la Edad del Hierro, probablemente en los siglos
VIII y VII a.C. De forma paralela, a partir de la Edad del
Hierro, los vettones parecen haber desarrollado una cre-
ciente especialización socio-económica ganadera, aunque,
al mismo tiempo, recibían los citados influjos llegados del
mundo tartésico por la “Vía de la Plata”, que dio lugar a la
aparición de sus grandes castros ya en el siglo VI a.C., que
pudieran considerarse como verdaderos oppida o proto-
ciudades fortificadas como centros jerarquizadores de un
amplio territorio.
Estos elementos conforman la personalidad vettona ya
desde el siglo VI a.C. Sin embargo, de forma paralela, a
partir del siglo V a.C., se añadieron nuevos influjos llegados
del mundo “celtibérico”, perceptibles en la introducción del
rito funerario de cremación con deposición de los restos en
una urna. Este cambio en el ritual revela la expansión de
una ideología socio-política basada en la creencia de un
“héroe” fundador protector de una familia gentilicia, por lo
que dicho rito iría asociado a una estructura social jeraqui-
zada y guerrera, muy frecuente entre élites pastoriles. Con
este cambio se debe asociar la aparición de nuevos antro-
pónimos y de nuevas divinidades (vid. infra), relacionadas
con el mundo celtibérico, por lo que los elementos arqueo-
lógicos, lingüísticos y folklóricos citados permiten diferen-
ciar a los vettones de los restantes pueblos surgidos del
substrato “proto-celta” de la Edad del Bronce y precisar su
celticidad.
El proceso de diferenciación étnica se habría iniciado
quizás ya a finales del II milenio a.C., pero se intensificó a
52 Arqueología Vettona. La Meseta occidental en la Edad del Hierro
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partir del siglo VI a.C. y, tal como se ha constatado enExtremadura, alcanza su eclosión en el siglo V a.C., cuan-do se produce la grave crisis en la que Tartessos desapa-rece de la Historia y se extienden por toda Europa lasmigraciones celtas. De este modo, todas esas tierras delOccidente de la Meseta, influidas previamente por estímu-los tartésicos, se “receltizaron” al desarrollarse la Culturade los Vettones.
Este proceso invirtió la tendencia de los influjos tartési-cos de Sur a Norte por una etapa de expansión célticahacia las áreas meridionales aprovechando la citada crisisque supuso el final de Tartessos a lo largo del siglo VI a.C.La parición de una bola de arcilla en la necrópolis tartésicade Medellín, objeto típico en necrópolis vettonas, vacceasy celtibéricas (Sanz Minués, 1998: 344 s.), hace suponer lapresencia de gentes vettonas, quizás mercenarios, pero lasdestrucciones que se observan en Medellín y en los pala-cios rurales extremeños en la segunda mitad del siglo Va.C. se deben relacionar con la penetración de gentes cel-tas desde la Meseta. Estas gentes se pueden identificarcon los Celtici de la Beturia citados por Plinio, aunque pare-ce lógico suponer que en dichos movi-mientos debieron participar tambiénlos vettones, cuya expansión acabaríapor absorber poblaciones de origentartesio, como Lacimurgi y las restan-tes citadas (vid. supra).
De este modo se debió acentuar latransformación de la sociedad. El pro-ceso de “celtiberización” hizo desapa-recer las estructuras tradicionalescomunitarias de la Edad del Broncede las poblaciones proto-celtas, a lasque hacen referencia Estrabón(III,4,17) y Justino (44,3,7), pues lamujer se ocupaba de la casa y elcampo mientras el hombre se dedica-ba al ganado y las razzias guerreras(Diod. V,34,6), así como la tradicióndel trabajo comunal del campo quepracticaban los vacceos, al que aludeDiodoro (V,34,3), que ha perduradohasta el siglo XX en el Sayago y en elCampo de Aliste (Costa 1898). La pre-sión de gentes celtas llegadas desdela Celtiberia introdujo nuevas divinida-des, como Vaelico y Toga (Olivares,2002) y el uso de nuevos nombres,como Ambatus, Celtius, y los que con-
tienen elementos en –genos y –maro- (Untermann ,1965;
Albertos, 1983). Sin embargo, probablemente lo más signi-
ficativo sería la aparición de una organización gentilicia
más jerarquizada y guerrera, que evolucionó a lo largo del
tiempo hacia estructuras clientelares cada vez más esta-
bles y amplias, cuya huella pudiera verse en las fíbulas de
caballito (Almagro-Gorbea y Torres, 1999: 57 s.), que se
han atribuido a elites ecuestres gentilicias que controlaban
una sociedad cada vez más compleja, capaz de fundar ciu-
dades y de enfrentarse con relativo éxito a Roma, como se
puede deducir de algunos episodios de la vida de Viriato,
en los que el influjo de la romanización resulta evidente.
La larga y compleja tradición cultural analizada, en
buena parte heredada de la tradición atlántica de la Edad
del Bronce, también permite comprender mejor la estructu-
ra y evolución de los territorios vettones, en origen contro-
lados por un castro, cuya estructura territorial y, en conse-
cuencia, socio-política, no sería muy distinta de la que ofre-
cían los lusitanos y galaicos.
La palabra latina Vettones, que equivale a la griega
´Ouéttones, es un etnónimo cuya etimología revela un muy
MARTÍN ALMAGRO-GORBEA / Celtas y Vettones 53
Fig. 5. Nombres en Vect-, Vict-, Vetto y en Vetti- en el Suroeste de Hispania: 1, Herguijuela;2, Oliva de Plasencia; 3, Trujillo; 4, Santa Cruz de la Sierra; 5, Abertura; 6, Mérida; 7,Malpartida de la Serena; 8, Elvas; 9, Lisboa; 10, Faião; 11, Beja; 12, Villanueva del Río; 13,Alcolea del Río; 14, Sagunto; 15, Tarragona.
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probable origen céltico. Vettones se ha relacionado con la
raíz *wegh-, “mover”, por lo que significaría “Los que se
mueven”, “Los nómadas”. Sin embargo, Tito Livio
(XXXV,7,6), al referirse a una coalición contra los romanos
formada el 193 a.C. por vacceos, vettones y celtíberos diri-
gida por el rex Hilerno, también ofrece la versión
Vectonibus, lo que hace que sea más lógico suponer que el
etnónimo originario fuera Vectones, derivado de la raíz
*vek-ti-, *uikt?, “lucha” y *veik-, “fuerza hostil”, “energía hos-
til”, *uoik?, “fuerza vital” (Pokorny, 1958: 1128).
Esta raíz se puede relacionar con algunos nombres pre-
rromanos que derivarían de esa misma raíz indoeuropea
según Mª L. Albertos (1966: 244), que se documenta en anti-
guo irlandés como fecht y en antiguo galés como guith, con
el significado de “combate, expedición de guerra”. Según
Albertos (ibidem), dichos nombres son muy frecuentes en la
antroponimia celta y están bien documentados en la Galia
Narbonense como Vectius y Vecticia, en la Aquitania como
Victovalos y Vectrix, en Germania Superior como Vectissus
y en la Belgica como Vectimaros y Vecturios, además de
aparecer en nombres compuestos, como el galo Con-victo-
litavis o el galés Matgueit (<*Matu-vectos). Además, este
elemento *veik-, ha llegado a formar otros etnónimos, como
Ordovices “Los luchadores con martillo”.
En Hispania, dichos nombres no se consideraban fre-
cuentes, pues sólo se ha señalado un Vecti, muy inseguro,
en Tarragona (Abascal, 1994: 539) y una Victulla en Mérida
(EphE. VIII,59; AA.VV 2003: 342). Sin embargo, Vetto, un
cognomen hasta ahora considerado latino, se concentra en
Extremadura (Abascal, 1994: 543 s.; AA.VV, 2003: 339,
mapa 324), pues está atestiguado en la Provincia de
Cáceres en 2 casos de Oliva de Plasencia y en Herguijuela
y, en la de Badajoz, en Mérida (4 casos) y en Malpartida de
la Serena, además de en Lisboa y en Villanueva del Río, en
Sevilla, sin contar dos casos de Sagunto que pudieran ser
verdaderamente romanos; además, existe también un
Vettonianus en Beja y una Vettila en Mérida (ibidem). La
frecuencia de estos cognomina con el elemento Vett- en
Extremadura (fig. 5) parece indicar que, en esa zona, bajo
este posible nombre romano se reconoce otro indígena que
ofrece la misma raíz que el etnónimo Vettones. A estos
antropónimos en Vett- quizás cabría añadir, con más
dudas, los nombres Vettius, -a, documentados por toda
Hispania, pero que también ofrecen particular frecuencia
en la zona extremeña, como indica su presencia en la
Provincia de Cáceres en Abertura, Santa Cruz de la Sierra
y Trujillo (2 casos), además de en Mérida (4 casos), Elvas
y Faião, cerca de Sintra, en Portugal, más otro caso en
Alcolea del Río, Sevilla (Abascal, 1994: 246).
En consecuencia, Vettones significaría “Los Lucha-
dores”, quizás con el significado más concreto de “Los que
hacen expediciones guerreras (razzias)”, sentido que ha
conservado el término galés guith (vid. supra), por lo que
es un etnónimo muy apropiado para la mentalidad y la
autoidentificación de un pueblo celta de características cla-
ramente expansivas.
Esa concepción de la vida como lucha entre los vetto-
nes ha quedado reflejada en una anécdota, quizás mitifica-
da, que recoge Estrabón (III,4,16), seguramente proceden-
te de Posidonio. Dicha anécdota señala cómo, según su
mentalidad, lo único útil que podía hacer un hombre era
luchar o dormir, sin que pudiera pensarse en pasar el tiem-
po de otro modo o en descansar de la guerra. Esta imagen
parece exagerada, pero, como ha señalado Sánchez
Moreno (2000: 38), ofrece paralelos en la mentalidad de
otros pueblos “guerreros”, como los fianna entre los celtas
de Irlanda (McCone 1986) o los Chatti entre los germanos,
según refiere Tácito (Germania 31,5).
Los vettones vivían a caballo del Sistema Central,
desde el Duero por el Norte hasta incluir las sierras de
Guadalupe por el Sur, donde llegaron a avanzar hasta el
Guadiana. Según los autores clásicos, sus límites parecen
en ocasiones contradictorios, pues varían según las distin-
tas fuentes históricas, probablemente porque reflejan varia-
ciones a lo largo del tiempo y porque existirían zonas fron-
terizas cuya etnicidad sería mixta, pues los casos de inte-
retnicidad o de diversas entremezcladas “en mosaico” y los
casos de mestizajes con el paso del tiempo serían, por lógi-
ca, mucho más frecuentes de lo que cabe deducir a través
de los datos arqueológicos.
Los límites de los vettones se pueden precisar gracias
a las poblaciones conocidas citadas por el geógrafo
Ptolomeo en el siglo II de J.C., a las que cabe añadir algu-
nas otras poblaciones conocidas principalmente por los iti-
nerarios romanos (Roldán, 1968; Tovar, 1976; TIR K-29 y J-
29; García Alonso, 2003: 119 s. y 447). Dichas poblaciones
son Ocelon (si, como parece, era una población distinta de
Ocelo Duri, Zamora), Cottaeobriga (¿junto al río Coa?),
Salmantica (Salamanca), Bletisa (Ledesma), Mirobriga
(Ciudad Rodrigo), Lancia Oppidana (en las estribaciones
occidentales de la Sierra de Gata?), Capara (Ventas de
Cáparra), Turgalium (Trujillo), Cauria (Coria, que ya sería
lusitana) y Manliana (¿Santibañez el Bajo?), en el Valle del
Alagón, Lama (entre Baños de Montemayor y Plasencia),
Augustobriga (Talavera la Vieja), Laconimurgi (Navalvillar
de Pela), Alea (Alia, cerca de Guadalupe?) Deobriga (Ptol.
II,5,7, quizás Ulaca?) y Obila (Ávila).
En el territorio ocupado por los vettones convivían dis-
54 Arqueología Vettona. La Meseta occidental en la Edad del Hierro
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tintos populi o “pueblos” diferenciados, que se pueden
identificar en gran medida con regiones histórico-naturales
que coinciden con los oppida y ciudades vettonas más
importantes, pues estas poblaciones debieron jerarquizar y
controlar los pequeños territorios prerromanos que formarí-
an unidades socio-políticas desde la Edad del Bronce. El
cuadro resultante permite distinguir dos o tres grandes
áreas en la Vettonia: al Norte del Sistema Central los vetto-
nes septentrionales, más afines a los vacceos y, al Sur, los
meridionales, quizás más próximos a lusitanos e incluso a
los conios del Suroeste, además de una tercera zona, de
personalidad propia, conformada por las tierras abulenses.
Entre los vettones septentrionales se incluiría Mirobriga
(Ciudad Rodrigo) e Urunia (Irueña, en Fuenteguinaldo),
que controlarían el valle del Águeda y el Campo de
Argañán, quizás los Lancienses Trascudani, en el Valle del
Coa, los Lancienses Oppidani (Ptol. II,5,7), probablemente
en las estribaciones occidentales de la Sierra de Gata o en
la Sierra de la Estrella, ya en Portugal, Sentice (quizás en
Dueña de Abajo, Pedrosillo de los Aires, al Sur de
Salamanca?), Salmantica, que controlaría el Bajo Tormes y
el Campo Charro y, quizás, La Armuña, y Bletissama, cabe-
za del llamado Campo de Ledesma, más los Polibedenses
(en Salamanca occidental, quizás en la zona del río Huebra
y Yecla). La zona más oriental, con el Valle del Amblés,
ofrece su propia personalidad, y debió haber sido controla-
da, de forma sucesiva, por Sanchorreja, Ulaca (Deobriga?)
y, finalmente, por Obila (Ávila), área a la que cabría asociar
los oppida de la Sierra de Ávila, que ya marca la frontera
con la zona vettona septentrional y los territorios vacceos
del Campo de Arévalo.
Entre los vettones meridionales cabe incluir Capara,
que controlaba el Alto Alagón y la penillanura al Norte del
Tajo, frente a la ya lusitana Cauria (Coria), que controlaría
el Bajo Alagón y las Hurdes, Turgalium (Trujillo), cabeza de
la Penillanura de Cáceres, quizás la desconocida Lama?,
situada entre Baños de Montemayor y Plasencia (Ptol.
II,5,7), quizás en el Castro del Berrocalillo (Rio-Miranda e
Iglesias, 2003), para controlar el Valle del Jerte y el impor-
tante nudo de comunicaciones que supone su unión con la
Vía de la Plata y el paso hacia la Vera; el oppidum del Raso
de Candelada, cuyo nombre prerromano es desconocido,
pudo controlar la Vera y el Valle del Tiétar y los pastos vera-
niegos del Sistema Central, mientras que Augustobriga
(Talavera la Vieja), controlaría probablemente el Campo
Arañuelo y Caesarobriga (Talavera de la Reina) las mejo-
res vegas del Valle del Tajo. Alea (Alía, Guadalupe) quizás
fuera capital de la Sierra de Guadalupe y Lacimurgi
(Navalvillar de Pela) controlaría Las Villuercas y el camino
del Guadiana hacia los oretanos pasando por Sisapo, pero
estas poblaciones limítrofes debe considerarse originaria-
mente no vettonas. Además, queda por conocer las pobla-
ciones y nombres de algunas regiones bien definidas,
como La Almuña y el Sayago.
Los límites de los vettones se pueden contrastar con los
datos que ofrece la arqueología, gracias a la dispersión de
las características esculturas zoomorfas conocidas como
«verracos», que a veces se han utilizado para designar su
cultura (Álvarez-Sanchís, 2003) además de algunos otros
elementos, en especial sus características “cerámicas de
peine” (id., 83 s.), que indican, como se ha señalado, sus
relaciones estrechas con otros pueblos del Valle del Duero,
como vacceos e, incluso, celtíberos (Ruiz Zapatero y Álva-
rez-Sanchís, 2002).
Estos materiales indican el progresivo avance de los
vettones hacia el Oeste y el Sur a lo largo del tiempo, segu-
ramente paralelo y relacionado con la presión de los Celtici
llegados a Extremadura (Berrocal, 1993), quienes, según
indica expresamente Plinio (III,13-14: Celticos a Celtiberos
ex Lusitania advenisse manifestum est sacris, lingua, oppi-
dorum vocabulis, quae congnominibus in Betica distinguun-
tur…), eran originarios de la Celtiberia y, a través de
Lusitania llegaron a establecerse en la Beturia, situada
entre el Alentejo portugués y la Baja Extremadura españo-
la, en una fecha que hoy se puede precisar en la segunda
mitad del siglo V a.C. (Almagro-Gorbea et al., 2008).
Resulta interesante aplicar la aguda observación de
Plinio para comprender cómo también los sacra, la lengua
y los nombres de los oppida permiten distinguir en la
Vettonia los elementos llegados de la Celtiberia de los exis-
tentes en el substrato de esa región tan próxima a la
Lusitania. Para ello, conviene en primer lugar, precisar que
sus límites con los vacceos por el nordeste incluían las pro-
vincias de Salamanca y la sierra de Ávila, siendo discutido
que llegaran al Duero por Zamora (Ocilis?), puesto que
Livio considera a Salmantica como vaccea.
Por el Noroeste, quizás penetrarían en Trás-os-Montes
y, por el Sureste, limitarían con los carpetanos y llegarían
hasta el Guadiana, ocupando las tierras occidentales de la
actual provincia de Toledo a partir de la Sierra de San
Vicente. Ya en la cuenca del Guadiana, limitarían con los
oretanos, que ocupaban la zona de Almadén. Por ello, sus
límites llegarían, probablemente, hasta la Mirobriga túrdula
(Plin. NH. III,14; Ptol. II,4,10; Tovar, 1974: 96) y Lacimurgi,
en Navalvillar de Pela (CIL II,5068; Tovar, 1976: 175 s.; TIR
J-29: 96 s.), población de origen probablemente conio
(Almagro-Gorbea et al., 2008) limítrofe entre Lusitania y
Beturia (Ramírez Sádaba 1994) y entre la Bética y la
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Vettonia (Álvarez-Sanchís, 2003: 325), pues Plinio (III,14)
la incluye entra las celtas de la Bética y Ptolomeo (II,5,7) la
considera vettona.
Más difícil es trazar sus límites occidentales, pero
debieron extenderse por la parte oriental de la provincia de
Cáceres hasta la penillanura cacereña, en la que estarían
en contacto con los lusitanos, produciéndose fenómenos
de interetnicidad, como el que parece documentarse en
Arroyo de la Luz, donde han aparecido dos inscripciones
lusitanas pero también un característico verraco vettón.
Además, vettones y lusitanos debieron tener una fuerte afi-
nidad de substrato, lo que hace más difícil trazar sus lími-
tes, que debieron cambiar con el tiempo, pues las cerámi-
cas a peine parecen detenerse hacia el río Almonte (Álva-
rez-Sanchís 2003: fig. 143a), mientras que los verracos lle-
garon hasta el río Salor, lo que indica un avance hasta el
control de toda la Penillanura Cacereña (id., fig. 86 y 143b).
Sin embargo, tampoco cabe excluir cambios a lo largo deltiempo, pues Ptolomeo (II,5,3 y 5,7) incluye en la LusitaniaCauria (Coria) y Norba Cesarea (Cáceres), aunque tam-bién Metellinum (Medellín), lo que pudiera indicar cambiosocurridos ya bajo dominación romana.
Como el etnónimo Vettones parece corresponder agentes de estirpe “celtibérica” (vid. supra), cabe suponerque se debió imponer y se generalizaría sobre un mosaicode pueblos de distinto tipo, a juzgar por el origen diverso dealgunos otros etnónimos y populi conocidos entre los pue-blos y gentes que conformaban la etnia vettona (vid.supra). Estos pueblos, a juzgar por sus nombres, parecencorresponder unos a gentes del substrato originario de laEdad del Bronce, bastante afín a los lusitanos, por lo quecabe denominarlo “lusitano” o “proto-celta”, substrato pre-celtibérico al que debió añadirse una creciente incorpora-ción de otras gentes “célticas” o celtíberos (Fig. 5). Entre
los populi Vettones de nombre proto-céltico cabe incluir a Bletisa oBletisama (TIR K-29: 32), Capara(García Alonso, 2003: 123), Lama(García Alonso, 2003: 125), Obila(García Alonso, 2003: 125), losPolibedenses (Tovar, 1976: 248),Salmantica o Helmantica (Tovar,1976: 245 s.; García Alonso ,2003:120), Turgalium (Tovar, 1976: 234) yUrania, más Ulaca (Ruiz Zapatero,2005), que ha conservado hasta laactualidad un nombre prerromano, loque no excluye la hipótesis de quefuera la antigua Deobriga, de situa-ción desconocida (Álvarez-Sanchís2003: 120, n. 97).
Otros nombres pueden con-siderarse propiamente célticos,como Augustobriga (García Alonso,2003: 121, 296), Caesarobriga,Cottaeobriga (García Alonso, 2003:119), Deobriga (García Alonso, 2003:124, 293), Lancia Oppidana (GarcíaAlonso, 2003: 119), Ocelon (SánchezMoreno, 2000: 36; García Alonso,2003: 121), Mirobriga (TIR J-29: 74;García Alonso, 2003: 98, etc.) ySentice (TIR, K-30: 210; GarcíaAlonso, 2003: 272 s.), lo que hacesuponer que deben relacionarse conlos nuevos elementos culturales de
56 Arqueología Vettona. La Meseta occidental en la Edad del Hierro
Fig. 6. Topónimos vettones proto-celtas (•), celtas (+) y conios y tartésicos (*): 1, Ocelon(no parece Zamora!?); 2, Bletissama (Ledesma); 3, Salmantica (Salamanca); 4, Obila (Ávila);5, Ulaca (Solosancho; =Deobriga?); 6, Sentice (Pedrosillo de los Aires?); 7, Polibedenses(Huebra-Yecla?); 8, Cottaiobriga (¿junto al río Coa?); 9, Lancia Oppidana (Sierra de Gata?o de la Estrella?); 10, Lancia Trascudana (Valle del Coa?); 11, Mirobriga (Ciudad Rodrigo);12, Urunia (Fuenteguinaldo); 13, Capara (Ventas de Cáparra); 14, Lama, El Raso deCandelada; 16.
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origen celtibérico, como el rito de cremación en urna, la
estructura gentilicia que documentan los genitivos de plu-
ral, nuevas divinidades, como Vaelicus y Ataecina
(Olivares, 2001) y nuevas armas y elementos de estatus,
como las fíbulas de caballito (Almagro-Gorbea y Torres,
1999: 57 s.).
Tampoco hay que olvidar que algunas poblaciones vet-
tonas ofrecen nombres de origen conio-tartésico segura-
mente por tener ese origen, como Lacimurgi o Laconimurgi
(García Alonso, 2003: 124; Almagro-Gorbea et al., 2008) y
otras menores de raigambre tartésica a juzgar por su topó-
nimo, como Lippos y Lacipaea (Almagro-Gorbea et al.,
2008), hecho explicable por la expansión de los vettones
hacia áreas meridionales colonizadas por tartesios en los
siglos VII y VI a.C., mientras que en algún caso tardío apa-
recen nombres romanos, como Manliana (¿Santibañez el
Bajo?, Valle del Alagón; cf. García Alonso, 2003: 123), que
prueban su romanización, existiendo también importantes
poblaciones cuyo nombre antiguo todavía es, por desgra-
cia, desconocido, como El Berrueco, que se ha querido
identificar con Ocelon, Sanchorreja, El Raso de Candelada
y los castros del Yeltes y el Huebra, quizás pertenencientes
a los citados Polibedenses.
La onomástica de los vettones ofrece un panorama
bastante parecido al de la etnonimia, con elementos comu-
nes con la de los lusitanos que se extendían hasta el sur de
la Gallaecia, lo que prueba complejas interrelaciones entre
estas tierras del Occidente de Hispania. Algunos nombres
utilizados en la Vettonia, como Boutius, son vettones, pero
otros, como Viriatus, deben considerarse lusitanos, mien-
tras que Reburrus y Vironus resultan también usados por
astures y cántabros. Por el contrario, la elevada presencia
de los antropónimos como Ambatus y Celtius parece con-
firmar la celtización señalada: Ambatus resulta frecuente
en Vettonia, pero no en Lusitania, donde es más caracte-
rístico el nombre Celtius, que indicaría la presencia de cel-
tas y, al mismo tiempo, su distinción de los lusitanos loca-
les menos celtizados.
El panorama que ofrecen los antropónimos se confirma
y precisa con la neta frontera que ofrecen los genitivos de
plural alusivos a los “motes” o designaciones familiares de
tipo gentilicio (Almagro-Gorbea, 1999), al indicar la descen-
dencia de un antepasado común, por lo que identificaban a
todos sus descendientes durante varias generaciones
(González, 1986; Beltrán, 1988). Los hallazgos más occi-
dentales de estos gentilicios han aparecido en Villar del
Pedroso del Campo Arañuelo, Villar de Plasencia y Cerezo,
en el Alto Alagón (Olivares, 2001: 61), lo que corresponde
a la Vettonia oriental y excluye la Lusitania y la Gallaecia.
Aunque el uso de un nombre no revela directamente la len-
gua hablada, vettones y lusitanos parece que habrían
hablado lenguas emparentadas con el llamado “Lusitano”
(Tovar, 1985; Gorrochategui, 1987; Prosper, 2002), aunque
cabe suponer que los vettones se debieron celtizar progre-
sivamente en el proceso señalado.
Es interesante que este mismo doble substrato parece
rastrearse también, además de en la lengua, en la religión.
El sustrato precéltico de estas poblaciones occidentales,
con elementos comunes con los pueblos del Oeste y tam-
bién en el sustrato indoeuropeo precéltico de la Meseta,
parece advertirse en la religión de las regiones más occi-
dentales, en las que todavía aparecen elementos rituales
como saunas y “Piedras de Responsos” (vid. supra) y divi-
nidades como Bandua, Nabia y Trebaruna, que son carac-
terísticas del ámbito lusitano-galaico (Olivares, 2001: fig.
1), frente a las divinidades propiamente vettonas de las
zonas más orientales, entre las que cabe destacar además
de Ataecina y Vaelico, Toga, Ilurbeda y Tritiaecio, ésta con
un apelativo característico de la deidad de un grupo genti-
licio (id., 62 s.). El límite de estas divinidades coincide,
aproximadamente, con el de los verracos y el de los geniti-
vos de plural que denotan organizaciones familiares de tipo
gentilicio, cuyo límite más occidental alcanza el Campo
Arañuelo, Plasencia y el Alto Alagón (Olivares, 20001: 61),
por lo que sólo aparecen en la Vettonia oriental, sin llegar
a la Lusitania ni a la Gallaecia.
También es interesante en el aspecto religioso hacer
una breve referencia al profundo significado que debieron
tener en sus creencias las esculturas de piedra de toros y
cerdos conocidas como “verracos”. Los buenos estudios
dedicados a estas atractivas figuras eximen de un análisis
detenido (Álvarez-Sanchís 2003), aunque siempre puede
ser útil llamar la atención sobre algún aspecto.
Los verracos contrastan con la escasa representación
del cerdo en el ámbito celtibérico, a pesar de ser un ele-
mento esencial en la dieta (Almagro-Gorbea, 1995) y de
ser un animal bien representado en la religión y en mitolo-
gía celta (Green 1992: 44 s.). El cerdo, como el toro, esta-
ba relacionado con la tercera función, por lo que deben
considerarse símbolos de deidades o de númenes protec-
tores de la fecundidad del ganado y de sus pastos, por lo
que tendrían carácter ctónico y quizás funerario, tal vez
relacionadas con algún antepasado heroizado. Este tipo de
creencia parece lógica en su ambiente socioeconómico y
permitiría comprender la evolución “semántica” de estas
figuras zoomorfas de verracos, que pasaron de ser protec-
toras de la riqueza y de la subsistencia del grupo humano,
por lo que se colocaban en los prados comunales, muchos
MARTÍN ALMAGRO-GORBEA / Celtas y Vettones 57
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de ellos situados frente a las puertas de los poblados, lo
que explica esta frecuente relación topográfica (Álvarez-
Sanchís, 2003: 288 s.), a convertirse ya en sus fases más
avanzadas en verdaderos símbolos funerarios al ser utiliza-
dos como sepulturas (id. 280).
También es interesante el uso del cerdo como elemen-
to iconográfico tanto entre los vettones, como evidencian
los verracos (ibidem), como entre los vacceos, tal como
indican sus fíbulas de cerdito (Blanco Freijeiro, 1988;
Cerdeño y Cabanes, 1994). Esta iconografía vacceo-vetto-
na, que recuerda el uso común de cerámica a peine (vid-
supra), contrasta con la práctica ausencia de este animal
en la iconografía celtibérica, cuyo interés parece dirigido
hacia el carnero (Moneo, 2003: 375 s.), el caballo
(Almagro-Gorbea y Torres, 1999) y el lobo (Lorrio, 2007),
además del toro, compartido por todos estos grupos (Lorrio
y Olivares, 2004). Este es un aspecto merecedor de un
estudio más detenido, pues sin duda refleja creencias pro-
cedentes de tradiciones etnoculturales ancestrales del
substrato que afloran en esta diversidad de representacio-
nes zoomorfas.
En resumen, cada día conocemos mejor la compleja
evolución de los vettones en contacto con sus pueblos
vecinos, los orígenes ancestrales en la Edad del Bronce de
algunas de sus características, su relación con el ámbito
vacceo, la asimilación de elementos orientalizantes en los
siglos VII y VI a.C., su tradición pastoril y guerrera por influ-
jo celtibérico y su progresiva expansión a partir del siglo V
a.C., tras la crisis de Tartessos, con la consiguiente dismi-
nución de los influjos mediterráneos, hasta retomar la apro-
ximación a la vida urbana prácticamente ya con la presen-
cia de Roma en Hispania. Todo ello permite mejor la forma-
ción de los vettones, conocer y comprender su gran perso-
nalidad respecto a otras poblaciones célticas del Centro y
Occidente de Hispania, entre las que han sido siempre
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60 Arqueología Vettona. La Meseta occidental en la Edad del Hierro