A 117 139 La Idea de Espanya

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LA IDEA DE ESPAÑA ENTRE LOS VASCOS DE LA EDAD MODERNA Jon Arrieta Alberdi 1. INTRODUCCIÓN. INTERÉS Y RAZÓN DE SER ACTUAL DEL TEMA. DELIMITACIÓN CRONOLÓGICA L AS provincias de Guipúzcoa, Vizcaya y Álava y el reino de Navarra se muestran como un caso de perduración de instituciones del Antiguo Régi- men. Y también de adaptación. La foralidad todavía viva en la segunda mitad del siglo XIX estuvo en condiciones de demostrar que podía ser posible la mo- dernización de las estructuras administrativas heredadas y que su funciona- miento, a través de las Diputaciones, podía adecuarse a los tiempos. Tan solo después de la última guerra carlista, en 1876, se procedió a la aplicación defini- tiva de medidas de igualación administrativa o, como se decía entonces repeti- damente, “nivelación”, de modo que se modificó el régimen y composición de las diputaciones y se equiparó a los habitantes de estos territorios al nivel de todos los españoles, en lo que a la fiscalidad y al servicio de las armas se refería. De forma fulgurante, las provincias vascas pasaron a estar a la cabeza del proceso de industrialización española. Estas provincias, que aparecían como pobres, estériles, necesitadas de protección y privilegios para asentar a una po- blación escasa que hiciera frente a los peligros de invasión, se ponía al frente del proceso de integración de España en el capitalismo moderno. Son razones suficientes, seguramente, como para que estas provincias y Navarra se hayan convertido en objeto de interés historiográfico de primer orden, reflejado en una amplia bibliografía. Una parte de ésta ha planteado la continuidad del regimen foral en el siglo XIX y la peculiar forma de transición del Antiguo Régimen a la modernidad. La perduración del sistema de Concier- to Económico y, sobre todo, la inclusión de una disposición adicional en la Constitución Española de 1978, que “reconoce y ampara los derechos históri- cos de los territorios forales”, ha dado lugar a una abundante producción jurí- dico-doctrinal. Cien años después de la abolición foral, se han constitucionalizado los de- rechos históricos y se abren posibilidades de futuro no exentas de interés. Tal 117

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  • LA IDEA DE ESPAA ENTRE LOS VASCOSDE LA EDAD MODERNA

    Jon Arrieta Alberdi

    1. INTRODUCCIN. INTERS Y RAZN DE SER ACTUAL DEL TEMA. DELIMITACINCRONOLGICA

    L AS provincias de Guipzcoa, Vizcaya y lava y el reino de Navarra semuestran como un caso de perduracin de instituciones del Antiguo Rgi-men. Y tambin de adaptacin. La foralidad todava viva en la segunda mitaddel siglo XIX estuvo en condiciones de demostrar que poda ser posible la mo-dernizacin de las estructuras administrativas heredadas y que su funciona-miento, a travs de las Diputaciones, poda adecuarse a los tiempos. Tan solodespus de la ltima guerra carlista, en 1876, se procedi a la aplicacin defini-tiva de medidas de igualacin administrativa o, como se deca entonces repeti-damente, nivelacin, de modo que se modific el rgimen y composicin delas diputaciones y se equipar a los habitantes de estos territorios al nivel detodos los espaoles, en lo que a la fiscalidad y al servicio de las armas se refera.

    De forma fulgurante, las provincias vascas pasaron a estar a la cabeza delproceso de industrializacin espaola. Estas provincias, que aparecan comopobres, estriles, necesitadas de proteccin y privilegios para asentar a una po-blacin escasa que hiciera frente a los peligros de invasin, se pona al frentedel proceso de integracin de Espaa en el capitalismo moderno.

    Son razones suficientes, seguramente, como para que estas provincias yNavarra se hayan convertido en objeto de inters historiogrfico de primerorden, reflejado en una amplia bibliografa. Una parte de sta ha planteado lacontinuidad del regimen foral en el siglo XIX y la peculiar forma de transicindel Antiguo Rgimen a la modernidad. La perduracin del sistema de Concier-to Econmico y, sobre todo, la inclusin de una disposicin adicional en laConstitucin Espaola de 1978, que reconoce y ampara los derechos histri-cos de los territorios forales, ha dado lugar a una abundante produccin jur-dico-doctrinal.

    Cien aos despus de la abolicin foral, se han constitucionalizado los de-rechos histricos y se abren posibilidades de futuro no exentas de inters. Tal

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  • vez no est de ms en este momento volver la vista a la poca en la que las pro-vincias vascongadas y Navarra tenan un rgimen jurdico-poltico propio biensituado en el seno de la Monarqua hispnica, y preguntarnos sobre cul era laidea de Espaa que tenan los vascos que vivieron los siglos anteriores a la cri-sis del siglo XIX. Para responder a esta pregunta, que es el ncleo de mi exposi-cin, me voy a centrar sobre todo en las provincias de Vizcaya, Guipzcoa ylava y, fiel al ttulo de la conferencia, entre los lmites cronolgicos de lo quetradicionalmente se considera como Edad Moderna, es decir, los siglos XVI,XVII y XVIII. La delimitacin cronolgica propuesta, adems de ajustarse a latradicional, tiene razn de ser porque se inicia con la conformacin del Impe-rio hispnico y finaliza a las puertas de la primera guerra carlista.

    La idea de los vascos sobre Espaa tiene mucho que ver con su ubicacinen Espaa y su relacin con las instituciones y grupos dirigentes. Esta relacinentr en un periodo de crisis muy pronunciada a fines del siglo XVIII, cuandose gener una fuerte polmica entre defensores y atacantes de la foralidadvasca. Terminar mi exposicin con la presentacin de la gestacin de ese debate, muestra clara de que el siglo XIX podra conducir, como as result ser,a un planteamiento mucho ms dramtico de la cuestin y dotado de caracte-res lo suficientemente propios y destacables como para merecer tratamientoaparte.

    2. LA IDEA MEDIEVAL DE ESPAA

    Cuando se plantea la cuestin de la idea de Espaa de una poca pasadaentramos en un mbito dplice, puesto que el trmino Espaa encierra, a suvez, una idea. Debemos ser conscientes de que habremos de tratar de la ideade una idea. Los vascos de la Edad Moderna tendrn una determinada visin oconcepcin de la Espaa de su tiempo basada en el conjunto de caracteres deidentificacin que la idea de Espaa ofreca en esa poca. Eso nos lleva a teneren cuenta cul era o pudiera ser la idea de Espaa, considerada con la mayorobjetividad posible, desde el punto de vista de una concepcin asentada en ca-racteres tpicos atribuidos a aquella con carcter general y pretendidamentedestinados a ser difundidos al conjunto de la poblacin.

    Si tiene algn inters estudiar la idea de los vascos sobre Espaa ser, a miparecer, desde la perspectiva de ver qu relacin hay entre esa visin generali-zada de Espaa y la que los vascos pudieran tener. La visin vasca de Espaaser, en su caso, en relacin a la idea imperante sobre Espaa, no sobre Es-paa misma.

    Si nos situamos en la Edad Moderna iniciando nuestra andadura en el sigloXVI, merece la pena tener en cuenta que por razones matrimoniales y dinsti-cas, en apenas cuarenta aos (1469-1516), los que median entre el matrimoniode los Reyes Catlicos y el ascenso al trono de Carlos V, se pasa de un conjun-to de reinos de mbito ibrico a otro de alcance europeo, imperial.

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  • A su vez, la pluralidad de reinos ibricos medievales que surgi con motivode la ocupacin musulmana de la pennsula, haba estado precedida de un pe-riodo de unidad poltica: el del reino visigodo de Toledo. La Monarqua llama-da visigoda, por el hecho de estar ocupada en su cspide por miembros de unalite de origen germnico, lleg a ser considerada como rectora del mbito pe-ninsular todo, y sobre esa base se teji de forma consciente una idea de la uni-dad poltica peninsular liderada por reyes que se propusieron lograr ese objeti-vo como si del cumplimiento de un destino se tratara.

    Ser un testigo contemporneo de los hechos, Isidoro de Sevilla, quien lle-var a cabo esa formulacin en clave historiogrfica al reconstruir la historia delos reyes godos. Leovigildo conquista la mayor parte de Espaa y su hijo Reca-redo se convierte al catolicismo. La labor legislativa de Chindasvinto y la reco-piladora de Recesvinto cierran el ciclo de la formacin de una monarqua lla-mada a integrar unitariamente una comunidad que comparte una serie de ras-gos bsicos: la religin, la ley, la lengua, el territorio y la administracin generaldel mismo. Si aadimos a estos caracteres los de tipo simblico de la realeza(vestimenta, cetro, imagen regia) estaremos en condiciones de valorar el papelque cumple el hecho de que haya sido una persona concreta quien haya formu-lado expresamente la debida relacin concatenada entre todos esos datos paraofrecer una imagen definida de la realidad poltica, orientada consciente y cal-culadamente hacia unos objetivos determinados: la formacin de una monar-qua unitaria que recuperara tambin el mbito geogrfico definido por los ro-manos como provincia del Imperio. En definitiva se trataba de, una vez supe-rada la divisin en varios reinos (suevo, visigodo, bizantino) volver a la Hispa-nia romana, espiritualmente unida por la Iglesia catlica (Maravall).

    Existen motivos ms que suficientes como para hablar de una idea de Es-paa isidoriana, gtica, cuyo valor estriba precisamente en que lleg a tenerloindependientemente de que los fundamentos de tal idea tuvieran justificaciny realidad plenos en los hechos.

    La idea isidoriana pervivi tras la ocupacin musulmana de la pennsula yse constituy en la base fundamental de la idea de prdida y recuperacin queva a presidir la concepcin medieval de Espaa. La idea de la unidad gticaest presente en las Crnicas de los reyes astur leoneses, sobre todo en la deAlfonso III, que delinean claramente una concepcin no exenta de los caracte-res de una ideologa, es decir, de una visin explicativa de la realidad y justifi-cadora de la presencia y accin de los reyes, destinada conscientemente a sertransmitida, generalmente de forma simplificada, a los sbditos (Lalinde).

    La idea medieval de Espaa adquiere los caracteres de un ideal, precisa-mente porque no es una realidad material sino algo que se quiere y no seposee. Entonz se perdi Espainna dice el Fuero General de Navarra en suprlogo (siglo XIII) refirindose a los hechos del 711. El cataln rosellons An-dreu Bosch afirma hacia 1620 que los reyes ...ho eran en Espanya, pero ningunde tota Espanya, fins lo felis succes del Rey Don Felip II nostre tingue, de la suc-cessio del Regne de Portugal (1580) ab lo qual acab de ser senyor absolut gene-ral de tota Espanya y de ses parts.

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  • Esa Espaa que finalmente alcanz a llenar el continente peninsular bajoun rey que dominaba una gran parte del mundo, era la referencia obligadapara los vascos de la Edad Moderna. Qu vascos?, todos los vascos? Igual-mente nos podramos plantear la pregunta de qu espaoles son los que nosofrecen una idea de Espaa. La idea gtica de Espaa en la Edad Media esproducto de una minora intelectual, de una historiografa interesada. Tienealguna raz en un sentimiento general o popular del cual beben esos intelectua-les o es una creacin suya que luego se difunde al conjunto social?

    Sin entrar en las complejas cuestiones que estas preguntas plantean, lo cier-to es que, habitualmente, solo nos suele ser dado a conocer de forma directa elplano de la gestacin y formulacin del pensamiento de quienes gozan de lapreparacin y posicin para hacerlo. Habr que acudir a fuentes y testimoniosdiversos para conocer el grado de popularidad que ese pensamiento haya podi-do alcanzar. Debo advertir que mi exposicin se centrar en la idea de Espaaque determinados historiadores y juristas vascos nos transmiten. Intentar se-alar los puntos de conexin que pueda tener esa visin con la que sienta elconjunto de la poblacin.

    3. EL MUNDO INSTITUCIONAL VASCO: LA FORALIDAD COMO JURISDICCIN PROPIA

    El periodo abordado en esta exposicin (siglos XVI-XVIII) coincide con elasentamiento y madurez de las instituciones vascas de derecho pblico.

    El proceso de pacificacin y asentamiento de la sociedad vasca en el bajomedievo estuvo centrado en la reduccin de la superioridad abusiva de los Pa-rientes Mayores y en la formacin de cuerpos provinciales organizados a modode hermandades, en las que las villas, a la sazn bastante consolidadas, pasarona ocupar una posicin de mucho peso.

    Las provincias vascas eran, en definitiva, un espacio en el que privaba laimplantacin de ncleos dotados de jurisdiccin propia, dando lugar a un con-glomerado de entes capacitados para ejercerla en un mosaico plural y dinmico(Lpez Atxurra).

    En la base se encuentra la jurisdiccin municipal y la de las corporaciones(consulados de mercaderes, y gremios potentes como los de ferrones). Tngaseen cuenta que la Baja Edad Media fue el periodo en el que en estas tierras seconsigui llegar a un equilibrio social y territorial, el primero por superacinde los conflictos entre y con los Parientes Mayores, y el segundo por la organi-zacin de los ncleos de poblacin en el nivel municipal y urbano por unlado y el provincial (Juntas Generales y Diputacin) por otro. Los municipiosostentaban la mayor parte de la gestin y ejercicio de la vida pblica, pero surepresentacin provincial apareca cada vez con una forma y presencia msmadura y organizada, de modo que era necesario tenerla en cuenta en su rela-cin con otros ncleos, jerrquicamente ms elevados, de potestad jurisdiccio-nal (las propias Juntas y el Corregidor, Chancillera de Valladolid, Consejo deCastilla).

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  • La jurisdiccin propia requiere de un territorio definido. Las provinciasconsolidan su forma y proporciones y ligan cada vez ms slidamente a ellassus instituciones. La madurez jurisdiccional se manifiesta en la capacidad nor-mativa de los municipios en su mbito y de las Juntas para asuntos provincia-les; en la polica y orden pblico, fomento y algunas prestaciones sociales; en elprocedimiento judicial basado en el juez natural y, para Vizcaya, jurisdiccinpropia en la Chancillera de Valladolid. En cuanto a la fiscalidad y al comercio,los defensores de la foralidad, fiscalidad propia y libre comercio, los explicansiempre en funcin de la defensa, es decir, trasladan la justificacin al terrenode las obligaciones.

    El conjunto potestativo, que en forma de privilegios, diferencias y ventajasconstituye la foralidad, tiene su otra cara en las obligaciones que implica.Todos los defensores de las instituciones forales se refieren a un mismo hecho:las provincias exentas cumplan una funcin defensiva de la Monarqua. Su si-tuacin geogrfica era determinante, particularmente ante Francia, que repre-sent en estos siglos el riesgo poltico, dinstico y religioso por excelencia. LosPirineos pasaron a ser en el siglo XVI, tanto para Francia como para Espaa, uncompacto bloque de defensa integrado por las poblaciones montaesas asenta-das y permanentemente preparadas para la guerra. Las provincias y reinos pi-renaicos defienden a la Monarqua defendindose a s mismos. De ah que ten-gan entre sus normas y privilegios el no salir de los lmites provinciales.

    La pertenencia a un gran Imperio, lder entonces del mundo catlico, erauna garanta de seguridad para provincias que se hallaban geogrficamente si-tuadas en zonas de riesgo. El respaldo general que la Monarqua poda propor-cionar era la contraprestacin lgica al compromiso de actuar como primerfrente de defensa contra potentes enemigos, ante cuyos potenciales ataques, asu vez, el volumen y la solidez del Imperio ejercan un efecto disuasorio tran-quilizador para las pequeas provincias fronterizas. stas se sentan relativa-mente cmodas y seguras y, al mismo tiempo, alejadas, casi ajenas, a la accinjurdico-administrativa directa de la Monarqua. Es curioso comprobar la granproximidad de ideas y argumentos que podemos encontrar en las descripcio-nes y defensas de los ordenamientos jurdicos propios de autores guipuzcoa-nos, catalanes o sardos de la poca moderna, cuando Fuenterraba, el Rosellny la isla de Cerdea tenan un valor estratgico considerable.

    En lo que a las provincias vascas y a Navarra se refiere Francia representel riesgo poltico, dinstico y religioso por excelencia en los siglos XVI y XVII.Valois y Borbones estuvieron intensamente enfrentados con los Habsburgo yestas dos ltimas casas tuvieron siempre la vista puesta en conseguir la titulari-dad del liderazgo poltico militar de la cristiandad europea. Cuando se abri elfrente de la Reforma y sta cal en la, hasta entonces, catlica Francia, el pro-blema de la posible contaminacin provoc el cierre an mayor de la fronterapirenaica, en parte de la cual, precisamente, haba prendido especialmente lanueva confesin.

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  • En el siglo XVIII, la nueva dinasta, los pactos de Familia y la situacin in-ternacional lenificaron considerablemente el estado de cosas, hasta la irrupcinde la Francia revolucionaria a fines de la centuria. La entrada de los convencio-nales en Espaa por Guipzcoa, en 1794, dej tras de s angustiosas dudas encuanto a la capacidad y conviccin de los naturales para la defensa. Pocos aosdespus, el embate napolenico confirmara que la defensa ante el vecino fran-cs, en su caso, requera de una respuesta conjunta peninsular.

    4. IDEA DE ESPAA ENTRE LOS JURISTAS E HISTORIGRAFOS VASCOS

    Siglo XVI. Ms all del goticismo: tubalismo y vasco-iberismo en Garibay y Poza

    Amrico Castro recuerda que en su infancia se estudiaba en la escuela unahistoria de Espaa que empezaba haciendo referencia a Tbal y a los primerosreyes, legendarios, de la pennsula. Un descendiente de No, Tbal, comanda-ra el grupo de los primeros pobladores de Espaa. Esta recreacin mtica de lahistoria de los primeros espaoles se va a convertir en punto de apoyo de laconcepcin que algunos historiadores y juristas vascos fueron tejiendo. Suaportacin a la concepcin tubalista generalizada en Espaa consistir en lapreeminencia que asignan al rincn de la pennsula, el ocupado por los pasesde habla vasca, en cuanto al asentamiento de esa primitiva poblacin.

    La fundamentacin histrica del origen y pocas iniciales es la misma paralos vascos que la que se fue adoptando para el conjunto de Espaa. Se tratabade conectar el origen de los espaoles con un personaje bblico. La disporapostdiluviana de los hijos de No traera a Jafet hacia occidente (Gnesis, 10,2). Tbal se asentara en Espaa, como Elisa, hijo de Iavam y nieto de Jafet, lohara en Cerdea (Vico, Historia de Cerdea..., 2 parte, 3). Pero lo que carac-teriza a diversos autores vascos es que defienden que la entrada y primer asen-tamiento de Tbal fue en las montaas cantbricas. Los autores vascos delsiglo XVI como Zaldibia, Poza o Garibay, no se limitan a sumarse al tubalismo,sino que tienen especial inters en identificar el mundo cantbrico con el pri-mer asentamiento de Tbal. Dos siglos ms tarde Egaa seguir utilizando esterazonamiento para afirmar que Guipzcoa, el primer rincn peninsular, fuefundadora de Espaa.

    El argumento lingstico empieza a perfilarse como el ms slido, sobretodo desde la exposicin de Andrs de Poza en su Antigua Lengua de las Espa-as, puesto que era el ms visible por la evidente condicin no romnica de lalengua vasca. Aunque no fuera la lengua de Tbal sera la ms antigua y prxi-ma a aquella. No resultaba ilgico explicar la supervivencia, en un rincn sep-tentrional, de la lengua difundida y hablada antiguamente en toda la pennsulapor sus primitivos habitantes (Juaristi).

    La idea de Espaa que transmite Garibay participa plenamente de esta vi-sin. Concurren en ella el tubalismo y el vasco-iberismo con una idea unitaria

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  • de la Espaa primitiva, respecto de la que era factible elaborar una lista dereyes y afirmar que la lengua que hablaban era el vasco. Baltasar de Echave,Lope Martnez de Isasti y otros han seguido la estela del mondragons y dePoza. Significa ello que se pretende desde entonces insistir, como dice CaroBaroja, en la primigeneidad de los vascos respecto a los otros pueblos de Es-paa.

    Garibay ensalza la unidad goda y tan solo interrumpe la visin unitarista ala cada del reino de Toledo, a la que sigue el tratamiento de los reinos, inclui-do Portugal. Con los Reyes Catlicos retoma Garibay la universal narracinsobre la base del ideal gtico, pero sin abandonar en ningn momento el sus-trato tubalista. Entre los reinos de Espaa, Castilla aparece claramente como lacabeza, segn Garibay tenida por tal precisamente por los reyes, tanto encuanto a Espaa, en ese momento la pennsula entera incluyendo Portugal,como en cuanto a los reynos y estado que fuera della poseen. Garibay no semolesta en demostrarlo, ni en especificar qu reyes o desde cundo compartenesa postura, lo que es muestra de su convencimiento personal sobre la superio-ridad castellana.

    Al mismo tiempo, Garibay contempla con naturalidad la entidad vasca delas tres provincias y, en lo que a lengua y carcter se refiere, incluye tambin aNavarra. No hay contradiccin en distinguir la historia poltica y la constata-cin de la unidad lingstica. En la primera, destaca la labor de Garibay preci-samente como historiador de Navarra, pero eso no le impide reconocer el ele-mento comn de la lengua vasca, la natural y materna de los navarros y pre-sente en personalidades navarras como Rodrigo Jimnez de Rada (Caro Baroja,a quien sigo bsicamente en este apartado). Garibay se reconoce claramentecomo perteneciente a esa comunidad lingstico-cultural que es la vasca. Estesentimiento responda a una real vinculacin afectiva con sus races, y la esti-macin de este autor por su lengua materna le llev a manifestarla de forma vi-sible. Pero la condicin de vasco de la que Garibay hace gala, no deja de apa-recer en l como la forma ms genuina y significativa de la autoctona espaola.

    La conciencia de la comunidad vasca es clara y natural en Garibay y lo se-guir siendo en otros autores del siglo siguiente. Tal vez la obra en que mejorse demuestra es en la historia de las Vasconias, ibrica y aquitana, del suletinoOhienart o en la clara visin de la cuestin del labortano Axular (en su difun-dido devocionario Gero, editado en 1645).

    Al acudir a las concepciones de Garibay, no debemos olvidar que se tratade una autoridad plenamente ortodoxa e instalada en el sistema monrquicoen los aos de Felipe II, en el que lleg a ser cronista oficial, es decir, uno delos puestos de ms clara y necesaria adscripcin ideolgica.

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  • Siglo XVII. La madurez foral. Nobleza, fidelidad e igualdad

    A lo largo del siglo XVII las provincias vascas y Navarra refuerzan clara-mente su posicin jurdico institucional dentro de la Monarqua. Es sin duda lapoca de asentamiento de la foralidad, precisamente cuando desciende en elresto de Castilla. De ah que haya que considerar conjuntamente el hecho deque precisamente entonces se dedique gran atencin y espacio a resaltar lo par-ticular sobre lo comn, dado que esto ltimo se toma como una premisa acep-tada sin oposicin.

    Las provincias vascas se vieron obligadas a intensificar la formulacin desus caracteres propios, como territorios que gozaban de franquicias y liberta-des cada vez ms evidentes dentro del reino de Castilla. Su situacin en laCorte estaba cuidada por embajadores y por los secretarios vascos de los reyes.El nmero elevado y la continuidad de los burcratas vascos en la Corte, algu-nos del ms alto nivel, como Secretarios de Estado, permiten constatar que lafavorable actitud de los reyes fue aprovechada al mximo. La posicin de lossecretarios era envidiable e inmejorable para el aseguramiento y aumento delos privilegios que las provincias iban acumulando.

    La relacin con los rganos centrales de la Monarqua lleg a afianzar unaprctica institucional que tena su otra cara en las manifestaciones de sintona yadhesin a la Monarqua desde las provincias. En Vizcaya, a partir de Carlos IIal menos, se convocaba expresamente a la Junta en Guernica para celebrar laproclamacin de un nuevo rey. En el ceremonial correspondiente el Sndicodel Seoro pronunciaba estas palabras: Nobles vizcanos, oid, oid, oid, Vizca-ya, Vizcaya, Vizcaya, por el Seor (nombre del rey) Seor de Vizcaya y Rey de lasEspaas nuestro Seor, que viva y reine con gloriosos triunfos por dilatados aos(E. J. de Labayru, Historia de Bizcaya, t. V, libro II, cap. VIII). Segua la cele-bracin popular con fiesta, suelta de toros etc. Tambin se solan celebrar deeste modo los nacimientos de prncipes y las grandes victorias militares, ocasio-nes, en definitiva, para la manifestacin popular de sentimientos de fidelidad ypertenencia a la Monarqua.

    Tambin era destacable la presencia de comerciantes y mercaderes queparticipaban en el trfico mercantil, estratgicamente situados en el eje Burgos-Madrid-Sevilla. La expansin colonial americana propici la intensa participa-cin vasca en aquella desde su inicio hasta el final. No se trata solo de la parti-cipacin a travs de personas de todo orden y condicin, sino de la infraestruc-tura siderrgica y nutica que los vascos aportaron.

    La condicin jurdica diferenciada lleg tambin a presentar, en el sigloXVI, una imagen colectiva, particularmente operativa en el exterior de las tie-rras de origen. La posicin de los naturales vascos en Castilla estaba protegidapor su condicin nobiliaria presentada, aunque en la realidad no lo fueratanto, como universal.

    La igualacin social y fiscal interna estaba en relacin directa con la dota-cin de un ropaje jurdico diferenciador para cuando tocaba salir fuera del

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  • territorio jurisdiccional correspondiente. Dados los conflictos que esto ocasio-naba, se pretendi reducir las consecuencias que la pretendida nobleza y exen-cin fiscal producan. La polmica, convertida en pleito, sobre la nobleza uni-versal vasca, contribuy sin duda a aumentar la condicin diferenciada de losvascos, como ha sido abundantemente destacado acudiendo a fuentes literarias.Diversos autores, reproduciendo, tal vez caricaturescamente, la peculiar forma de hablar el castellano de hidalgos vascoparlantes que no dominan dichalengua, destacan su sentido de la dignidad en relacin a ese tema. El Yo nocaballero? de Juan de Azpeitia en el Quijote; el Perucho, Perucho, cunmala vida hallada te tienes!, linaje hidalgo, t caballo limpias que GasparGmez pone en boca de Felides en su Tercera parte de la tragicomedia de Celes-tina (Otazu, p. 125), nos muestran el contraste entre el orgullo hidalgo de losvascos y el escepticismo de los castellanos que no acaban de aceptarlo.

    La compatibilidad entre la condicin noble, sentida como tal por los inte-resados, y el ejercicio de oficios considerados en Castilla como impropios parala nobleza, debi contribuir a la formacin de una imagen del vasco, pero tam-bin a la que ste tena de s mismo, sobre todo cuando le tocaba desenvolver-se fuera de su tierra. El debate sobre el tema tuvo un intenso reflejo en el m-bito jurdico-doctrinal. A las alegaciones tejidas por el fiscal de la Chancillerade Valladolid Juan Garca, sigui la respuesta de Andrs de Poza, reciente-mente publicada (Muoz de Bustillo) y que ser luego ampliada por Juan Gu-tirrez. Poza formular las bases o capitulaciones en las que se definir laconstitucin poltica vizcana en lo que se refera a las relaciones con la Monar-qua (Maaricua, pp. 155-156; Portillo, p. 125).

    Cabe pensar que una cuestin como sta pudo servir de conexin entre elplano de la construccin jurdico-doctrinal como ideologa gestada, en definiti-va y como era y es habitual desde las instituciones, y la percepcin y asimila-cin por las capas populares, puesto que se trataba de una cuestin importantey resuelta favorablemente para los interesados.

    En conjunto, en el siglo XVII se refuerza la acumulacin de facultades, po-testades y situaciones de disfrute de un derecho propio, es decir, de una juris-diccin propia, junto con su ejercicio cotidiano.

    Ofreciendo la contrapartida antes citada de la funcin defensiva, los vascosdel siglo XVII participan plenamente de la idea de pertenencia a la mayor po-tencia de su tiempo. Dentro de la pluralidad, diversidad y amplitud del Impe-rio, cada una de las provincias vascas va a defender su condicin de elementointegrante de la Monarqua dotado de personalidad propia y con derecho aestar en ella en plano de igualdad (Clavero, Elliott).

    La visin unitaria de Espaa lo era desde la perspectiva global de la granconfederacin de reinos que la integraban, y era sta la perspectiva dominanteen los reinos de la Corona de Aragn. Merece la pena detenerse en ella.

    En 1620, una consulta del Consejo de Aragn, es decir, del rgano real di-recto para la accin judicial y de gobierno de la Monarqua en los reinos de la

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  • Corona de Aragn, reflejaba esta idea. Reproduzco textualmente el fragmento,como lo he hecho en otros trabajos, por la densidad de su contenido para cuyaexpresin no sobra ninguna palabra:

    Desde que se juntaron las Coronas reales de Castilla y Aragn por el casa-miento de los Seores Reyes Catholicos rebisagelos de Vuestra Magestad hansido servidos Vuestra Magestad y sus serensimos predecesores que los negociosde cada Corona, assi de gobierno y gracia como de justicia, se tratasen por suspropios y differentes Consejos de cada Corona que residiesen cabe la personareal, sin que el uno tuviera gnero alguno de dependencia del otro de la propiamanera que quando estavan baxo de diferentes Reyes, y esto no sin muy granderazn, no solo porque esta union de Reynos como hecha por medio de casa-miento ha sido y es ygual sin reconocer superioridad los unos sobre los otros,como porque son tan diferentes las leyes y costumbres de los unos reynos conlos otros que conviene al servicio de Dios y de Vuestra Magestad, conservacionde su Monarchia y bien de todos ellos, que traten los negocios de cada Coronalos naturales dellas, que es servido Vuestra Magestad nombrar y tienen noticia yexperiencia de los que en cada Corona se deve guardar, y como se ha de governar.

    En el siglo XVII, la concepcin plural de Espaa, que las provincias vascas yel Consejo de Aragn defendan, era compatible, es ms, se complementaba,con la de ser la potencia rectora de la cristiandad. Esta idea tena una enormefuerza y contenido como elemento de unin e identificacin colectiva de loshabitantes de los diferentes reinos del Imperio. Lo expresa claramente Juan dePalafox y Mendoza en estos trminos:

    No es Monarqua un reino grande por poderoso que sea, si no domina sobreotros grandes y poderosos... Cuando comenz pues a ser Monarqua la de Espa-a fue cuando, asegurado lo de Italia por el Rey Catlico, ampliado por el Em-perador Carlos V con el estado de Miln, los Pases Bajos y Borgoa; aadido lode Portugal e India Oriental por Felipe II; obedientes las Indias Occidentales;agregados los Pases Bajos; cabeza y superior de Alemania la Casa de Austriapor segunda lnea, fue vencida Francia, su Rey preso, se retira Solimn, tiemblael mundo y se hizo superior Espaa a todas las naciones de la Europa, compara-ble a todas las mayores de frica y Amrica.

    Al mismo tiempo insiste Palafox en el gobierno de cada reino segn supersonalidad y caractersticas.

    Frente a esa concepcin, el Conde Duque de Olivares, en el conjunto deinformes y memoriales que elabor en 1624, presentaba claramente a Felipe IVen uno de ellos la conveniencia de que se propusiera ser rey de Espaa, enlugar de serlo fragmentariamente de cada uno de sus reinos. Lo novedoso de lapropuesta de Olivares no estaba en el reforzamiento de la unidad, sino en ha-cerlo siguiendo el modelo que el ordenamiento castellano supona.

    Los proyectos olivaristas se tradujeron en abiertas resistencias por parte dela mayora de los reinos y provincias que deban llevarlos a cabo. En Vizcaya

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  • fue muy contestado el intento de extraer del Seoro el estanco de la sal, aun-que no pas de tal y qued finalmente sin efecto. La dcada de los treinta con-templ en conjunto una serie de resistencias que culminaron en graves conflic-tos, como la guerra de Portugal de 1640 (que termin en separacin de sta) yla de Catalua del mismo ao. Tambin fueron los aos cruciales de la Guerrade los Treinta Aos, que tuvo uno de sus escenarios ms dramticos en el sitiode Fuenterraba de 1638. Finalizada esta guerra y la de Catalua, puede decirseque la Monarqua volvi a tomar con normalidad el esquema de la igualdadhorizontal entre los reinos.

    Ser un jurista valenciano, Cristbal Cresp de Valldaura quien aborde concierta profundidad la cuestin. Si acudo a l no es por quedar bien con mi es-timado auditorio valenciano de hoy. A medida que voy conociendo mejor lapersona y, sobre todo, la obra de Cresp, me veo en condiciones de destacar especialmente la precisin y claridad con la que expone su concepcin de laMonarqua hispnica, desde un puesto de la ms elevada responsabilidad deaquella, pues Cresp fue presidente (vicecanciller) del Consejo Supremo deAragn (1652-1771) y hombre de confianza de Felipe IV. Luego tendremos otromotivo para traerlo a colacin.

    Cresp presenta la Monarqua como un conjunto de reinos unidos en planode igualdad dentro de una estructura de amplias proporciones. Pero al tratar,en una de sus observationes (la XV), sobre la posibilidad de extraer los pro-cesos judiciales de los reinos de origen, llega a la conclusin de que en talescasos se necesita un lugar en el que puedan tratarse las causas que acceden a lapropia persona del rey y a sus Consejos. stos son como parcelas del reino co-rrespondiente, con magistrados naturales del mismo. La Corte es as patriacomn y universal para el tratamiento de todos los negocios de cada provin-cia por tribunales supremos, pero separados.

    A pesar de estar encuadradas en el reino de Castilla, en las provincias vas-cas y en la Navarra del siglo XVII era muy definida la idea de considerarse en elmismo plano de los constituyentes territoriales por excelencia de la Monarqua(Castilla y reinos de la Corona de Aragn). Por eso es particularmente intere-sante constatar hasta qu punto su visin de la cuestin no era aislada, sinoque conectaba con la que resultaba ms natural e intensa en los crculos, por lodems, oficiales y ortodoxos de la Corona de Aragn.

    Como deca en la introduccin, la visin de Espaa que los vascos pudie-ran tener es relativa. En el siglo XVII la referencia inevitable ser la del conglo-merado de reinos que integraban el Imperio. La pluralidad y la diversidad enel marco de la Monarqua catlica era la norma en el siglo XVII. Dej de serlo araz de la Guerra de Sucesin, en la que los reinos ibricos de la Corona deAragn perdieron sus instituciones de derecho pblico, cuyo lugar pas a serocupado por las correspondientes castellanas.

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  • Siglo XVIII: las provincias exentas

    Las Provincias Vascongadas y Navarra pasaron a ser consideradas en elsiglo XVIII como provincias exentas, es decir, pasaron a ser contempladascomo excepciones a la norma, y las provincias como tales posiblemente tam-bin empezaron a verse a s mismas como especiales. Se trataba de los nicosterritorios peninsulares con jurisdiccin separada, fronteras arancelarias, fisca-lidad propia y sistema de defensa propio. En estas circunstancias se producirnconflictos de jurisdiccin con la Monarqua, en los cuales destacarn las obrasdoctrinales destinadas a la defensa del ordenamiento propio elaboradas por ju-ristas como Fontecha o polgrafos como Larramendi.

    Pedro de Fontecha y Salazar, siendo consultor del Seoro de Vizcaya, es-cribi a mediados del siglo XVIII el Escudo de la ms constante fee y lealtad, quees una exposicin general del ordenamiento jurdico-poltico vizcano, peroiniciada por un conflicto jurisdiccional ocasionado por el nombramiento de unjuez arancelario especial por la Monarqua. Para defender al Seoro en el con-flicto correspondiente, Fontecha se sita en el contexto del pensamiento sobrela estructura de la Espaa imperial, sin dejar de incorporar a su libro todo elconjunto de argumentos que, a esas alturas de mediados del siglo XVIII, estabanplenamente integrados en el corpus ideolgico-doctrinal vizcano: el tubalis-mo, el monotesmo originario, la insumisin ante las potencias invasoras, la in-dependencia siempre mantenida, la adhesin voluntaria a Castilla (Monreal).El pequeo Seoro con jurisdiccin separada enclavada en el reino de Casti-lla, debe defender su personalidad no ya en relacin a otros entes jurisdiccio-nales similares de una porcin de la pennsula Ibrica, sino en el concierto deuna pluralidad de reinos y coronas insertos en la estructura inmensa que habaadquirido el Imperio espaol.

    Fontecha, que escribe como consultor del Seoro, es decir, ejerciendo elcargo oficial de defensor de Vizcaya, centrar sus alegaciones en la idea de lavinculacin de Vizcaya a Castilla en plano de igualdad. Para ello acudir ine-quvocamente, ahora se comprender mejor el espacio que le he dedicado an-teriormente, a la doctrina de Cresp de Valldaura. Hace unos aos, al leer porprimera vez el Escudo de Fontecha, comprob con sorpresa y con cierta sa-tisfaccin que Cresp no solo no era un desconocido para el consultor vizcano,sino que conectaba plenamente con l para explicar y defender un punto cru-cial de la constitucin de Vizcaya: su vinculacin con la Corona de Castilla(Arrieta). Cresp se convierte para Fontecha en la base fundamental para la de-fensa de la posicin del pequeo seoro de Vizcaya en el agregado tan vasto ydiverso de reinos que era la Monarqua Hispana. No es que el argumento fueranuevo desde la perspectiva vizcana (Fdez. Albaladejo), pero creo que s lo esel acudir masivamente a autoridades jurisprudenciales de la Corona de Aragnde la poca austraca (Jaime Cncer, Pedro Calixto Ramrez, y, sobre todo, alcitado Cresp), lo que lleva a pensar que se trata de una opcin consciente, ba-sada en la idea de adoptar para Vizcaya el cuerpo argumental jurdico de losreinos de la Corona de Aragn.

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  • Los argumentos de Fontecha siguen estando en lnea con la fidelidad y de-pendencia a la Corona de Castilla. A pesar de las polmicas y debates que en-volvieron la gestacin y publicacin del libro, la funcin defensiva de Vizcayapara la Monarqua se proclama con satisfaccin e incluso sirve para justificar,cosa que Fontecha hace detalladamente, la situacin de exencin fiscal: muchoms caro le resultara a la Monarqua, dice Fontecha, si tuviera que sufragar losgastos materiales y personales con que los vizcanos cumplan esta funcin.

    Tambin en la Guipzcoa del siglo XVIII fue un problema jurisdiccionalarancelario el que dio pie a la obra poltica de Manuel de Larramendi, sus Con-ferencias sobre los Fueros de Guipzcoa sobre todo, en el que se afronta el pro-blema del traslado de las aduanas a la costa en 1717, que finaliz en el capitu-lado o convenio firmado en 1727. Larramendi lo hace con un estilo propio,alejado conscientemente del lenguaje jurisprudencial del que hace inclusochanza, y alternando el estilo directo y austero de la descripcin orgnica delas instituciones con el propio de una disertacin etnogrfica (Corografa de lamuy noble y muy leal provincia de Guipzcoa) o el inquietante y polismico dela narracin onrica (Conferencia 4).

    Como ha sido abundantemente destacado, Larramendi plantea explcita-mente la reunin organizada de todos los territorios de habla vasca en lasProvincias Unidas del Pirineo (Conferencias, p. 58). Larramendi se sita asen una posicin claramente resistencialista, propia de las posturas ms defini-das del recurso constitucional a la rebelin (Fdez. Albaladejo), y lo hace conuna determinacin a mi modo de ver difcilmente igualable. Y no se queda enel Pirineo, puesto que alude claramente a un levantamiento conjunto con losreinos descontentos de la Corona de Aragn. Y todo ello con la colabora-cin inglesa. Cabe preguntarse si el jesuita, retirado en Loyola cuando lo escri-bi, pensaba y actuaba totalmente en solitario o contaba con alguna conexincon otros autores, incluso de otras latitudes peninsulares.

    Lo cierto es que, como ha sido recientemente destacado (Lluch), fue pre-cisamente en estos aos cuando se producen claros movimientos en la mismadireccin, orientados a conseguir una eficiente participacin inglesa en la recu-peracin por los reinos de la Corona de Aragn del estatus anterior a la aboli-cin de su Derecho Pblico con la Guerra de Sucesin. Debe tenerse en cuen-ta la circunstancia personal de Larramendi, el momento histrico (1759) de enfrentamiento europeo contra Francia y los Borbones, la posibilidad de mo-dificaciones en el mapa europeo del momento, la crisis del Imperio espaol y laconciencia que del mismo tiene el jesuita guipuzcoano. Las zonas fronterizaseran particularmente sensibles ante estos posibles cambios, en la medida enque eran ms susceptibles de entrar en los intercambios y acuerdos interdins-ticos y postblicos de la Europa de esos aos.

    No obstante, no es fcil llegar a la conclusin de que pudiera existir unacierta coordinacin o aproximacin con aragoneses, catalanes o valencianoshacia este objetivo. La manifestacin vasca ms extrema en este tema, la delpropio Larramendi, tampoco lleg a sus ltimas consecuencias ni siquiera en el

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  • plano terico, sino que, ms bien, parece que Larramendi retrocede para llegara la conclusin de que, a pesar de todo, era preferible entenderse con los caste-llanos. Ahora bien, Larramendi adopta una clara visin de clculo, de posicinpragmtica. La opcin castellana, a la que finalmente se inclina, es la del malmenor, la que en el conjunto de condiciones y factores circundantes resultams conveniente. No se rodea de elementos afectivos. Unin con los castella-nos, s, pero puramente instrumental, un tanto resignada: ...a pesar de indiges-tiones y emocioncillas de nuestra libertad, siempre nos han hecho justicia. Gui-pzcoa es un rincn sujeto a Castilla (Corografa..., p. 162) pero con existen-cia propia anterior.

    La limpieza de sangre y la nobleza universal son en Larramendi un signode distincin respecto a una Castilla en la que la primera es difcil de probar y la segunda est sujeta, entre otros, al requisito del no ejercicio de trabajosmecnicos. Larramendi se aleja conscientemente del goticismo castellano como pretendida fuente de nobleza, acerando al mximo su conocida vena irnica (Tquenme la tecla de sus godos y vern cun mal le hago sonar conun par de registros, ibid., 163; no eran (los godos) unos brbaros, ladrones,con nombre de conquistadores, gentiles y arrianos, que vinieron de luengas tierras?, ibid., 166). Por otra parte, traza una lnea de separacin clara con lavisin elitista de la nobleza por la que se excluye de ella a los que se dedican aoficios mecnicos.

    En comparacin con los autores citados hasta ahora, Larramendi muestraun planteamiento ms autosuficiente, en el sentido de que se distancia del hi-perespaolismo propio de las concepciones tubalistas y cantabristas estrictas.Aunque las asume, considera claramente que podran conducir a derroteros di-versos y que, por lo tanto, no son determinantes de las trayectorias histricasfuturas.

    Larramendi destaca tambin por la fuerza que, como hecho diferencial,concede a la lengua. Si bien se sita en el plano tradicional de la primigeneidadtubalista, apura al mximo la visin purista para excluir de la genuinidad espa-ola a todos aquellos que se han contaminado en su trayectoria por la convi-vencia con romanos, godos, musulmanes, judos o mulatos. La nacin de losvascongados, y particularmente la de Guipzcoa... esta nacioncita siempre ha es-tado en este ngulo septentrional, dice Larramendi, sin mezcla ni confusin(Corografa..., p. 153) y la lengua es la demostracin, es el elemento que losdiscierne sin rplica de todas esas naciones (ibid., 166). Y ello se aplica no soloa los guipuzcoanos sino a la nacin de los vascongados.

    Consecuente con esta base argumental, Larramendi se entreg, como esconocido, a un estudio en profundidad de la lengua vasca, cuya extensin reve-la que se propuso continuar la obra de la que algunos (Ohienart, Poza, Echave,Garibay) habindola empezado, se retiraron. No faltaron polmicas con algu-nos autores contemporneos, entre la que destaca la que sostuvo con GregorioMayans y Siscar en torno a Los orgenes de la lengua espaola (Tovar, Mestre-

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  • Prez Garca). El argumento lingstico, tan intenso en Larramendi, no se aso-cia a Espaa como unidad poltica contempornea, puesto que si bien el vas-cuence es la primitiva de Espaa, se habla, en varios dialectos, en Espaa y enFrancia. Una vez ms se aprecia en el jesuita guipuzcoano un distanciamientode la supuestamente necesaria subordinacin a dogmas o premisas polticasdefinidas. Larramendi no las combate, pero tampoco se molesta demasiado endefenderlas. Sin embargo, la hiptesis de una unidad poltica entre los vascosde uno y otro lado de los Pirineos es ms que una insinuacin. Resulta atpico,pero revelador, que haga algunas de sus ms atrevidas propuestas ponindolasen boca de alguien que relata algo que ha soado. La posibilidad de una rebe-lin generalizada de los territorios exentos y de la Corona de Aragn contrala Monarqua se plantea como un sueo, pero se pone sobre la mesa con tododetalle.

    Uno de los elementos comunes en Larramendi y Fontecha, aunque no hayasido de forma consciente ni por relacin directa entre ellos, es su austracismo.Estos defensores de la foralidad vasca comprueban con claridad que la estruc-tura de agregacin territorial de la Monarqua compuesta del siglo XVII era msidnea que la del XVIII para la defensa de sus postulados polticos. Fontecha yLarramendi reclaman en el periodo borbnico la recuperacin de los caracte-res de la estructura austraca. El primero mediante la recepcin de la doctrinams representativa, la de Andrs de Poza por un lado, pero la de CristbalCresp por otro. El segundo, jesuita y confesor de Mariana de Neoburgo, laviuda de Carlos II, tena razones absolutamente directas y personales. Larra-mendi tena firmes ideas antijansenistas (Conferencias..., p. 57) y antigalicanas.Su escasa simpata por la dinasta borbnica no hizo sino acentuarse cuandopas a ser confesor de Mariana de Neoburgo, recluida en Bayona. All residiLarramendi durante tres aos. En 1732 se desplaz a Sevilla para defender la causa de la viuda de Carlos II respecto a unas calumnias e infundios que co-rran contra ella. Volvi de la Corte con su misin debidamente cumplida,pero con una impresin muy amarga y negativa y con la clara decisin de aban-donar su cargo de confesor y retirarse a Loyola (Tellechea, Autobiografa). En ese contexto y con esa disposicin de nimo escribi su obra poltica.

    Las opiniones y planteamientos de Larramendi hay que valorarlos teniendoen cuenta sus circunstancias personales. Da la impresin de que escribe en elretiro para dar rienda suelta a sus sentimientos, a su concepcin de la vida y dela sociedad vasca y, ms concretamente, guipuzcoana. Se nos muestra el cua-dro vivo de una comunidad que vive una existencia tranquila y feliz en torno alas parroquias rurales y urbanas y en el lecho de seguridad que ofrece la reli-gin. sta adquiere una significacin que saldr a la luz con toda su intensi-dad en el siglo siguiente. Pero tambin en este apartado se reclama autosufi-ciencia, de la que la alejan hechos como el desconocimiento de la lengua vascapor parte de muchos pastores de la Iglesia y el descuido de otros que la debe-ran conocer mejor. Sobre el sentido de universalidad que la religin catlica im-prime, incluso al pueblo llano, Larramendi destaca tambin el plano particular

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  • guipuzcoano y reclama medidas para su preservacin. En suma, una vez ms,aparece la diferencia, la distancia y la perfilacin de un futuro propio para lasociedad a la que se refiere.

    Si el siglo XVII es la centuria de la sintona con la Monarqua y el culmen dela foralidad, la segunda mitad del XVIII, en la obra de autores tan significativoscomo Fontecha y Larramendi, contempla claramente el nacimiento de una cri-sis cuya direccin ser difcil rectificar. De hecho, es preciso destacar que elEscudo, a pesar de ser elevada a doctrina oficial del Seoro, tuvo grandesdificultades de difusin y que el Consejo de Castilla se opuso a ella. La obrapoltica de Larramendi, sobre todo sus Conferencias, no pasaron a la imprentay estas ltimas no han sido publicadas sino hasta muy recientemente. Ello sig-nifica que su contenido no lleg a ser muy conocido pero tambin, sobre todo,que estaba en abierta discrepancia con las posturas oficiales del Consejo deCastilla. No era de extraar, puesto que tambin con las autoridades foralesguipuzcoanas tuvo Larramendi enfrentamientos y una postura general muy cr-tica. En ese contexto, fue la propia Compaa de Jess la que puso ms obs-tculos para la publicacin de su obra poltica (Tellechea, Conferencias..., p. XCII; 333 y ss.).

    5. LA ILUSTRACIN VASCA Y SU IDEA DE ESPAA A TRAVS DE LA REALSOCIEDAD BASCONGADA DE AMIGOS DEL PAS: IRURAC BAT Y CUESTIN ARANCELARIA

    La institucin ms representativa de la Ilustracin en el Pas Vasco fue sinduda la Real Sociedad Bascongada de Amigos del Pas. Su ubicacin en el pro-ceso reformista general espaol es clara. Pero la iniciativa de su fundacin, cul-minada en 1765, correspondi a las Juntas Generales de Guipzcoa, cuandoen el resto de Espaa las instituciones homnimas nacern bajo el impulso deCampomanes y del Consejo de Castilla.

    La Bascongada se ocup de diversas cuestiones que afectaban a la necesa-ria reforma que el pas demandaba. Voy a detenerme en dos aspectos que sir-ven para medir la manera en que se contempl desde esta institucin la inte-gracin en las estructuras econmicas espaolas y el grado de atencin presta-do a caracteres culturales diferenciadores de la sociedad vasca.

    La Bascongada defenda el industrialismo y el fomento de la produccinmanufacturera y siderrgica, aplicando a ellas la investigacin tecnolgica. Ni que decir tiene que ello signific la superacin absoluta de los prejuicioscontra el trabajo mecnico, sobre la base que ya haba dejado asentada Larra-mendi.

    Es tambin nota destacable de la Bascongada su visin de conjunto de lastres provincias y la preocupacin por cuestiones lingsticas, incluida la pro-mocin de la lengua vasca, sin dejar de lado en estos aspectos a Navarra. Apesar de su origen guipuzcoano, en el artculo primero de sus Estatutos se de-

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  • claraba abiertamente el objetivo de estrechar ms la unin de las tres provin-cias bascongadas de lava, Vizcaya y Guipzcoa, lo que se expresar en ellema de la Sociedad (Irurac bat, las tres una) y en la divisa de las tres manosentrelazadas. De este modo, se formula claramente la idea de que las tres pro-vincias podan presentar un mismo rostro hacia el exterior. Sobre esa base secomenzar a fines de siglo a celebrar Conferencias de las tres provincias, lo queresponde a una ms clara conciencia de los elementos comunes que podranconducir, como as fue, a servir de factor de cohesin en la relacin con la Mo-narqua (Agirreazkuenaga).

    El problema de la integracin en el entramado econmico y fiscal espaolse centraba en una cuestin especfica pero determinante: la situacin de lasaduanas interiores entre las provincias vascongadas y Navarra y los territorioscircundantes (Castilla y Aragn). Siguiendo el excelente y detallado anlisis dela cuestin llevado a cabo por Jess Astigarraga, puede concluirse que la Bas-congada se enfrent de forma decidida y valiente al problema generado en1778, cuando se decret definitivamente la inhabilitacin de los puertos de Bil-bao y San Sebastin para comerciar con las Indias. La Monarqua impona estamedida a los territorios forales debido a que stos no estaban dispuestos a re-nunciar a la barrera defensiva arancelaria que para ellos supona tener situadaslas aduanas en el Ebro. La Bascongada, en sintona con los Consulados de Bil-bao y San Sebastin, estaba dispuesta a admitir la adaptacin de los Fueros quela habilitacin de los puertos pudiera requerir. Esta propuesta no inclua eltraslado de las aduanas a la costa, debido a que la Sociedad quera manteneruna postura intermedia que fuera aceptable tambin para las instituciones fo-rales. Pues bien, las Juntas Generales adoptaron la postura ms restrictiva, ne-gndose a cualquier modificacin del rgimen foral. La opcin era contrapro-ducente desde el punto de vista de los socios ms preclaros de la Bascongada,conscientes de que la poltica arancelaria no deba tomarse como una mera vade recaudacin sino como un instrumento de regulacin de flujos econmicosy de proteccin o estmulo sobre la produccin propia.

    Una orden de 17 de marzo de 1779 vino a establecer un cierto cerco eco-nmico para toda el rea foral, intensificado con el arancel de 1782, que acabcon el casi monopolio que la siderurgia vasca gozaba en el resto de la pennsu-la. De este modo, los territorios forales, al adoptar posturas tan defensivas, vi-nieron a quedar fuera de las posibilidades de desarrollo y crecimiento que laaceptacin del comercio libre les hubiera reportado.

    La unificacin arancelaria, la habilitacin de los puertos vascos para ejercerel comercio con Amrica, la conexin con vas de desarrollo adecuadas, eranlas cuestiones que a fines del siglo XVIII requeran de una conciliacin con elrgimen foral. Tal vez se perdi la oportunidad de encaminarla debidamente yde evitar que esta siguiera siendo una de las cuestiones ms debatidas en elsiglo XIX.

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  • 6. EL DEBATE DE FIN DEL SIGLO XVIII Y SU PROLONGACIN HASTA LA PRIMERAGUERRA CARLISTA

    La entrada de los soldados de la Convencin francesa en el verano de 1794a la provincia de Guipzcoa, va a poner a prueba la capacidad de las provin-cias vascas de cumplir debidamente con su funcin defensiva. En opinin deGodoy no lo lograron:

    Este pueblo no tuvo espritu para resistir en masa cuando los enemigos demi Corona y sus huestes acometieron impetuosamente sin respetar honor en susmujeres, puerilidad en sus hijos y propiedad en sus haciendas: ese pueblo no seconmovi a la frente de tantos horrores para combatirlos (Lasala).

    Era el momento de imponer medidas definitivas en la restriccin de la fo-ralidad.

    Godoy se dirigir a Francisco de Zamora, Auditor General del Ejrcito enel Pas Vasco, en estos trminos:

    Si a esta paz siguiera la unin de las provincias y el resto de la Navarra sinlas trabas forales que las separan y hacen un muerto del reino, habr V.E. hechouna de aquellas obras que no hemos visto desde el Cardenal Cisneros o el granFelipe V ... Hay fundamentos legales para esta operacin. Ellos han faltadoesencialmente a sus deberes. Tendremos fuerza suficiente sobre el terreno paraque esto se verifique sin disparar un tiro ni haber quien se atreva a repugnarlo.

    A la paz, de Basilea, no sigui medida supresoria alguna, pero atendiendoal inters directo de Godoy, el cannigo de la catedral de Calahorra, D. JuanAntonio Llorente, inici en 1795 una investigacin historiogrfica destinada ademostrar el vasallaje de las tres provincias cantbricas, aunque el ttulo dela obra que vio la luz en 1806 fue Noticia histrica de las tres provincias vascon-gadas (Portillo-Viejo). Simultneamente, aunque la publicacin fue anterior, laReal Academia de la Historia dio un impulso al viejo proyecto de elaborar unDiccionario Geogrfico-Histrico de Espaa. En 1802 se public la parte refe-rente a las provincias vascongadas y Navarra, lo que corri a cargo de losmiembros de la Junta particular nombrada al efecto. Francisco Martnez Mari-na se encarg de lava, Joaqun Traggia de Navarra, Vicente Gonzlez Arnaode Vizcaya y Manuel Abella de Guipzcoa. Martnez Marina dejaba claro el finque se propona la obra: la prueba histrica evidente de que los reyes de Casti-lla y de Navarra exercieron en lava todas las funciones de soberana, as comoen las dems provincias de sus dominios (Maaricua, p. 281). No se publicningn tomo ms del Diccionario hasta 40 aos despus.

    A Llorente le respondi inmediatamente el consultor del Seoro de Vizca-ya, Francisco de Aranguren, con su Demostracin del sentido verdadero de lasautoridades de que se vale el Doctor don Juan Antonio Llorente. Algunos aosms tarde Pedro Novia de Salcedo reanud la polmica con Llorente al escri-

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  • bir, entre 1827 y 1829 su Defensa histrica, legislativa y econmica del Seorode Vizcaya y provincias de lava y Guipzcoa. Contra las noticias histricas quepublic D. Juan Antonio Llorente y el Informe de la Junta de Reforma y Abusosde la Real Hacienda en las tres provincias vascongadas (publicada en Bilbao en1851). Desde la perspectiva gubernamental, D. Toms Gonzlez dio a la luz,entre 1829 y 1833, la Coleccin de Cdulas, cartas-patentes, provisiones, realesrdenes y otros documentos de las provincias vascongadas, en seis tomos.

    En suma, una treintena de aos en la que se concentr un debate historio-grfico posiblemente sin precedentes, en el que desde las instancias guberna-mentales se pretende dejar clara cul era la nueva concepcin de la nacin es-paola, necesaria de todo punto para incorporarla al nuevo sujeto exclusivo ytitular nico de la soberana que pronto se presentar como constitucional. Lasrespuestas de Aranguren y Novia de Salcedo se mantienen en la lnea ya consa-grada de la literatura jurdico-poltica anterior, de la que har una recapitula-cin. Pero el debate era inevitable y la conciliacin difcil, pues el argumentoesgrimido por la otra parte, el de la soberana nacional, era incompatible conlas formas y coordenadas polticas a travs de las cuales se desenvolvi, comohemos visto, la relacin de las Provincias Vascongadas y de Navarra con laMonarqua.

    7. RECAPITULACIN Y CONCLUSIONES. EL CORPUS ARGUMENTAL JURDICO-POLTICO DE LAS PROVINCIAS VASCAS

    Al exponer los planteamientos que a lo largo del tiempo y en los diferentesterritorios se han hecho de la foralidad, puede sacarse la impresin de que ladoctrina jurdico-poltica es dispersa, no responde a criterios comunes y notiene conexin con la de otros mbitos europeos. Gregorio Monreal se encarga-ba en una excelente sntesis (1980) de demostrar lo contrario en lo que a los dosprimeros aspectos se refiere. En cuanto al tercero, la conexin con la doctrinaeuropea, en las exposiciones ms acabadas de la doctrina jurdico-poltica vascadel siglo XVIII (en mi opinin las obras de Fontecha y de Bernab Antonio deEgaa) se refleja la recepcin y utilizacin de argumentos y teoras perfectamen-te asentadas en el Ius Commune europeo, que procurar ordenar como sigue:

    1. Idea de derecho formulado, fueros escritos, fuero como derecho pro-pio. Igualmente, la idea de la costumbre inmemorial y del originario consen-sus del cuerpo poltico, as como otros elementos habituales de la concepcinjurisdiccional (Vallejo, Costa).

    2. Recepcin y apropiacin de doctrinas polticas pertinentes relacionadascon la ausencia de subordinacin a poderes superiores, sobre la matriz de laidea de la exceptio Imperii; no reconocimiento de superior; cuerpos polti-cos existentes con anterioridad; juramento de los reyes.

    3. Forma horizontal y limitada de la vinculacin con Castilla. Unin ae-quae et principaliter. Vinculacin voluntaria. Incluso la relacin con Roma ya

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  • se plantea como idea de entendimiento y confederacin. (Egaa, p. 23. Romaseore el mundo no tanto con el estrpito de las armas como por el suaveatractivo de sus leyes. Fontecha, pfos. 27-28. Guerra contra Roma. Augustocede y firma confederaciones.)

    4. Una de las figuras bsicas adoptadas ya por los glosadores para tratarsobre el origen y transmisin del poder, la de la lex regia (Cortese, Ramrez)se trae a colacin con opcin inequvoca por su versin limitadora: Por huirde la esclavitud, y servidumbre, acordaron los Pueblos elegir Prncipes, que losgovernasen, y defendiesen, transfirndoles unos todo el Imperio, Jurisdiccin yPotestad sobre s; y reducindola otros a ciertos lmites, dice Fontecha(Escudo..., prrafo. 37, p. 20).

    5. Figuras de derecho privado como la dote y la tutela (Bernab Antoniode Egaa) o la herencia exclusiva y vinculada (Larramendi), para dejar clara lano disponibilidad de los reyes y seores sobre las provincias y el seoro, res-pectivamente.

    6. Autosuficiencia jurisdiccional sin poner en duda la del rey como la mselevada. As pues, no se plantean problemas de soberana sino conflictos juris-diccionales. Para evitarlos en lo posible, se aplica un medio de control jurisdic-cional y normativo, el Pase Foral, que tiene paralelos en otras latitudes euro-peas (Gorla).

    7. Conjunto equilibrado de derechos y obligaciones para con la Monar-qua. Funcin defensiva justificadora de las diferencias, privilegios y libertades.Ocupacin de un lugar cmodo y adecuado en el Imperio. Como dira Toc-queville se trataba de ser libre y feliz como una nacin pequea; gloriosa y fuer-te como una grande.

    8. Mitos y elaboraciones historiogrficas con clara funcin ideolgica. Sonmitos enraizados, compatibles tambin con los de la visin espaola. Todos loscaracteres de la espaolidad se adoptan y adaptan incorporando a ellos la con-dicin de la genuinidad o primigeneidad.

    Se trata de un ideario que no se enfrenta al correspondiente espaol. Seasume el complejo institucional y jurdico-poltico de la Monarqua, pero lasprovincias no se subsumen en l.

    Los caracteres ideolgicos de la espaolidad (la raigambre, la hidalgua, lalimpieza de sangre, la catolicidad) se admiten y hacen propios, pero conside-rando que se poseen con ttulo preferente y original. La proliferacin de obrasen las que se destacan estos caracteres reflejan el inters en subrayar la diferen-cia, lo particular, respecto de lo comn. Esto ltimo no se pone en duda, inclu-so se insiste en haber sido los primeros en acceder a su disfrute, por lo que lle-gado el momento de explicar la pertenencia a marcos jurdico-polticos msamplios (Castilla o el propio Imperio hispnico) se pondr el acento en el ca-rcter voluntario, elegido conscientemente, de la incorporacin.

    La idea de Espaa no aparece enfrentada a la que los vascos tienen deaquella en la Edad Moderna. En esa idea de Espaa cabe perfectamente la quelos vascos tienen de s mismos. El mundo de ideas e instituciones que confor-

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  • ma la foralidad vasca, si bien va a sufrir un fuerte embate a fines del siglo XVIII,va a salir reforzado tras las guerras napolenicas. Aunque sufra una crisis evi-dente en su encuentro con el liberalismo, el mundo de la foralidad vasca tuvoun acomodo en general bastante bueno en la Espaa absolutista y en la liberalmoderada. Incluso podra pensarse que en la idea de Espaa de estos regme-nes predominantes, en definitiva, en el siglo XIX espaol, encajaba perfecta-mente el modelo foral. Es ms, en diversos momentos de auge del moderantis-mo lleg a ser tomado como el ideal. Incluso despus de la ley abolitoria de1876, se produjo una reacomodacin, a travs de los Conciertos Econmicoscomo instrumento de adecuacin a la Espaa definitivamente unitaria, en laque precisamente el Pas Vasco y Catalua iban a pasar a tener un papel deprimer orden.

    El timo tercio del siglo XIX y el primero del XX es tiempo de crisis, decambio rpido e intenso, coincidente con la fase final de la decadencia del Im-perio espaol. Y es el tiempo de la derivacin del foralismo hacia una nuevapostura, que rompe con la idea de vinculacin y fidelidad a la Corona para si-tuar, frente a Espaa, a un hipottico sujeto vasco de la historia, con su propiapersonalidad en el concierto internacional.

    BIBLIOGRAFA CITADA

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