Actividad08-LecturaCrítica.docx
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Literatura comparada Nombre________________________________________
Lectura crítica I Fecha________Matrícula_____________Salón________
Instrucciones: Un análisis sirve como una examinación minuciosa de los eventos que suceden en la trama de una obra literaria, en el cual el lector intenta descubrir el sentido subyacente y extraer las ideas que se encuentran latentes en el texto. Un análisis expresa las ideas y valores del autor o de los personajes que dicho autor ha creado. Complementariamente a esta hoja, se incluye un análisis de la primera parte de la novela, con el propósito de que sirva de ejemplo.
Escribe un análisis de la segunda parte de Fahrenheit 451.
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Análisis de la primera parte, “La estufa y la salamandra”
El primero de los tres segmentos de la novela, “La estufa y la salamandra”, presenta
al protagonista de Bradbury, Guy Montag, quien en gran medida se trata de un
bombero típico y que cumple su trabajo diligentemente y sin mostrar una mayor
curiosidad al respecto. Es un producto de su civilización y, como uno esperaría, da sus
valores por sentado. Cuando la trama comienza, Montag regresa a su casa suburbana
después de otro día de trabajo ordinario en el cual tuvo que quemar libros, sólo que
esta vez descubre que su esposa, Mildred, está al borde de la muerte. Ella
accidentalmente ha tomado una sobredosis de medicamento diseñado para mantenerla
feliz, y Montag apenas tiene el tiempo suficiente para llamar a la asistencia médica.
“Tenían dos máquinas realmente. Una de ellas se introducía en el estómago como una
cobra negra en busca de las viejas aguas y el viejo tiempo allí acumulados”
(Bradbury, 2012, p.25). La otra máquina drena el cuerpo de Mildred de toda su sangre
envenenada, y la remplaza con sangre nueva. Los técnicos médicos le dicen a Montag
que Mildred no recordará su intento de suicidio, si es que fue tal. Esta secuencia de
eventos no sólo le presenta al lector un personaje atrapado en un peligroso escape de la
realidad, sino que también muestra que Mildred se ha convertido en una extensión del
mecanismo del Estado. Ella está casi siempre conectada, físicamente y mentalmente, a
algún tipo de máquina que parece estarle chupando la vida y remplazándola por un
sustituto sin valor.
Como sucede en Un mundo feliz, el estado en Fahrenheit 451 manipula a los
ciudadanos con fármacos recreativos. Cuando la novela fue escrita, los barbitúricos y
otras drogas eran recetadas comúnmente con propósitos solo vagamente medicinales;
se les llamaba tranquilizantes, píldoras dietéticas, y similares; aunque, en realidad las
personas las consumían más por el consuelo psicológico que conseguían que por
cualquier alivio de algún malestar físico. Mildred siente que estaría mal admitir
infelicidad, ya que eso equivaldría a expresar ingratitud hacia el estado, el cual es
considerado en el libro como un estado ideal, responsable de una felicidad perfecta.
Incapaz de admitir, incluso a ella misma, que es profundamente infeliz, Mildred se
hunde en la fantasía colorida pero finalmente vacía de los medios electrónicos
operados por el estado. Cada casa en el mundo creado por Bradbury está equipada con
pantallas televisivas colosales cuya función va más allá del mero entretenimiento;
Mildred, que representa a los indefensos y fascinados ciudadanos del estado, se
entiende a sí misma solo en este mundo virtual. Ella existe solamente en la medida en
que se reconoce gracias a la televisión, pero, como la televisión sólo puede ofrecerle
imágenes intangibles, no importa que proporcione un escapismo exhilarante, pues no
puede satisfacer verdaderamente las necesidades más profundas de su naturaleza
humana. En su confusión y falta de autoconocimiento, Mildred no puede pensar en una
mejor manera de reaccionar ante su ansiedad no reconocida y a su fracaso para lograr
cualquier cosa aparte del placer falso que ve en su pantalla de televisión mas que
seguir viendo más y más televisión y consumir cada vez mayores cantidades de la
droga que debe hacerla feliz. Sencillamente ambas, la droga y la televisión, son
aspectos de la misma estrategia embrutecedora ideada por el gobierno. Incluso el
periódico que Mildred lee no consiste en otra cosa sino en imágenes.
La sobredosis de Mildred es la culminación de un ciclo en espiral de negación y
consumo de drogas que, una vez que es revivida por la maquinaria médica, vuelve a
empezar. No solamente su comportamiento es mecánico, sino que hay fuertes
implicaciones de que ella se ha convertido en una especie de zombi, que su
resucitación ha sido una ilusión y que existe en un estado de muerte en vida hecho
posible por la tecnología. Montag ha dado por sentado su matrimonio. No ama a su
esposa sino que cree que la ama, simplemente porque se trata de su esposa. De igual
forma, asume que ella lo ama. Cuando se confronta con la posibilidad de que ella
muera, se asombra al descubrir que realmente él no conoce a Mildred; el hecho de casi
perderla lo obliga a confrontar la realidad de que él no podría describir con certeza a
quién podría haber perdido. Aún peor, desde el punto de vista de Montag, es la
indiferencia aparente que Mildred muestra hacia él. Su identidad, su individualidad, no
significan nada para ella; él es simplemente su esposo. Cualquier otro podría cumplir
con ese mismo papel para ella, y ella estaría igual de satisfecha como lo está con
Montag. Su casi suicidio ha tenido el efecto de conseguir que Montag finalmente se
percate de que su matrimonio con Mildred es una ilusión.
Este descubrimiento no le llega a Montag de inmediato, y en su etapa de reflexión
la aparición de Clarisse McClellan lo lleva a cuestionarse sobre su propia vida.
Clarisse es una joven inusual para el mundo en el que transcurre la novela, pues tiene
una tendencia inocente a cuestionarse sobre el mundo y una preferencia por lo natural
y profundo por encima de lo artificial y embrutecedor. A través de ella, el lector
descubre la condición de los jóvenes en la distopía de Bradbury: se queja de que sus
amigos se disparan entre ellos, que mueren en peleas, accidentes violentos e incluso en
juegos peligrosos. Esto es una extensión de la violencia simulada y la
irresponsabilidad controlada propia de los entretenimientos a mediados del siglo
veinte, sólo que sin las limitantes ni la desaprobación social. Bradbury pareciera
anticipar un futuro en el cual los padres abandonarían a sus hijos y serían indiferentes
a su crecimiento, dejándolos a que sean criados por la maquinaria tecnocrática del
estado la cual los convertiría en bárbaros violentos, amorales y sedientos de emociones
fuertes. Precisamente lo opuesto del papel civilizador y moralizante de la educación
tradicional.
En cierta medida, Clarisse puede decirse que representa al humano natural y
espontáneamente propenso a la observación del mundo y la reflexión. Su capacidad de
pensamiento es contagiosa, al parecer, y Montag, tras conocerla de manera fortuita
mientras caminaba por su colonia, comienza a cuestionarse sobre sus propias
circunstancias. Toda su vida el gobierno lo ha llevado indirectamente a que no piense
mediante el ocultamiento de los aspectos tiránicos del estado, escondidos tras una
fachada de honestidad e interés en el bienestar común. Aunque Montag no lo pone en
palabras, pareciera que se siente atraído por Clarisse. Bradbury no lo dice de modo
directo, aunque lo sugiere a través del uso del lenguaje con el que representa los
sentimientos de Montag:
Montag se vio en los ojos de la muchacha, suspendido en dos
gotas brillantes de agua clara, oscuro y pequeñito, con todos
los detalles, las arrugas alrededor de la boca, completo, como
si estuviese encerrado en el interior de dos milagrosas bolitas
de ámbar, de color violeta. El rostro de la muchacha, vuelto
ahora hacia él, era un frágil cristal, blanco como la lecha, con
una luz constante y suave. No era la luz histérica de la
electricidad, sino… ¿qué? Sino la luz extrañamente amable y
rara y suave de una vela, y habían pasado una hora muy corta
redescubriendo que con esa luz el espacio perdía sus vastas
dimensiones y se cerraba alrededor, y en esa hora ellos, madre
e hijos, solos, transformados, habían deseado que la
electricidad no volviese demasiado pronto…” (Bradbury,
2012, p.17-18).
Bradbury sostiene que el amor romántico, lejos de ser una invención histórica, es una
realidad innata del ser humano; esta idea no aparece de manera literal en la obra, sino
que el comportamiento espontáneo de Montag lo sugiere cuando al pensar en Clarisse
emplea un lenguaje poético que difícilmente sería el de un hombre con su trasfondo.
Como en todo momento importante de Fahrenheit 451, el fuego aparece en este
pasaje; específicamente, el fuego íntimo, gentil y femenino, de la llama de una vela,
que tradicionalmente ha sido la luz que se empleaba para leer en la oscuridad. Este es
el fuego, no el de la pasión, que indica que el amor que nace en Montag hacia Clarisse
es demasiad abstracto como para ser sexual, se trata más bien del amor tierno e
infantil. Las descripciones de Clarisse hacen pensar que irradia una luz natural,
orgánica.
La distopía de Bradbury es supuestamente un mundo de felicidad y comodidades;
Montag descubrirá, sin embargo, que esto es una mentira. La casa de Montag es, como
todas las otras casas suburbanas, un edificio automático, que fríamente limpia y todo
con una eficiencia distante, haciendo todo por sus habitantes así que en muchos
momentos se encuentran sin ocupación.
Hacía frío en el cuarto, pero sin embargo Montag sentía que no podía
respirar. No quería abrir las cortinas ni la ventana del balcón, pues no
deseaba que la luna entrara en el cuarto. De modo que sintiéndose
como un hombre que va a morir en la próxima hora por falta de aire,
se encaminó hacia su cama abierta, vacía, y por lo tanto helada
(Bradbury, 2012, p. 23).
Mildred no es simplemente una ama de casa, sino que el texto claramente hace la
analogía entre ella y la frialdad y automatismo de la casa. El fuego temático de la
novela presenta su opuesto en espacios como este, donde lo único que permanece es
una coraza fría y estéril. En contraste con Clarisse McClellan, Mildred es inorgánica e
inerte, un simulacro de mujer.
La tercera ocasión importante en esta secuencia progresiva de desestabilizaciones y
desilusiones viene cuando Montag es llamado para destruir la casa de una mujer que
acumula libros. Desde el punto de vista de Montag, tal desobediencia de la ley es
absolutamente incomprensible. La cuestión sobre el origen de los libros parece poco
importante para él. La destrucción de las casas que contienen libros no es inusual, pero
en este caso la mujer de la casa toma la situación en sus propias manos al provocar el
fuego ella misma y permanecer ahí para morir engullida por las llamas. Los misterios
de los libros, de dónde vienen, por qué alguien los valoraría, incluso bajo el riesgo que
implica poseerlos en esta sociedad, comienzan a hacer que Montag reflexione. Él no
puede hacerse a la idea de por qué alguien se arriesgaría a morir al poseer libros. Este
evento, una muerte directa, impacta fuertemente a Montag. Montag se ve tan
profundamente conmovido no tanto por lo que sucede sino porque presencia un
despliegue de iniciativa y poder individual ante la imposición del Estado. En vez de
someterse al gobierno y su poder sobre la vida y la muerte, la mujer arrebata el poder y
se apropia de él. El desafío de la mujer llega hasta las últimas consecuencias de la
muerte como una especie de martirio que cuestiona al conformismo del ciudadano
promedio. Montag, casi sin pensarlo, toma uno de los libros de la mujer y lo lleva a su
casa. Resulta que este no es el único libro que ha tomado, sino que en secreto ha ido
acumulando libros que rescata de los distintos incendios que ha provocado.
Poco después de este episodio, Montag descubre que Clarisse McClellan ha sido
liquidada por el gobierno. Un funcionario anónimo decidió que ella era una “bomba de
tiempo” de subversión esperando a estallar. Así que se impidió. Con estas noticias, y a
la luz de sus experiencias, Montag se siente inseguro de su identidad y sus valores.
Mildred acusa a Montag de un cambio en su carácter, pero solo desde el desapego
distraído que constituye su existencia. A ella no le interesa lo suficiente como para
abrigar sospechas. El mundo televisivo que ella habita se ha convertido en la más alta
y verdadera realidad que conoce. Sin embargo, la negligencia de Montag al no asistir a
su trabajo le granjea una visita del supervisor, el capitán Beatty.
En el discurso que Beatty les propina a Mildred y Montag se presentan los aspectos
más sutiles de la novela. Los libros no fueron simplemente prohibidos, sino que
inicialmente fueron sujetos a un proceso histórico de compresión. Beatty le atribuye
este proceso a la historia, pero lo describe de manera ahistórica, como si se tratase de
un proceso natural. Beatty niega la importancia de los individuos, y el pensamiento en
sí mismo, para el desarrollo de la historia humana. Los libros no fueron simplificados
por una iniciativa del gobierno, sino que la población misma rechazó las lecturas
sofisticadas y prefirió los placeres inmediatos. Este es uno de los aspectos de lo que se
conoce como una tecnocracia, una organización gubernamental que sitúa su eficiencia
por encima de los deseos de la comunidad. El estado no dice poseer una ideología
superior, simplemente muestra unos medios de operación superiores. La forma en que
opera el gobierno nunca es cuestionada y se enfatiza su eficiencia para conseguir
resultados.
En un impactante uso de la ironía, Bradbury presenta las claves de su mensaje a
través de las palabras e Beatty. Los libros no son prohibidos en un principio
propiamente por el gobierno, sino que es la gente misma la que los rechaza al verse
incomodados por los cuestionamientos que les presentan. La comodidad se asocia con
la velocidad, es más fácil asimilar el mundo cuando las imágenes se suceden unas a
otras a gran velocidad, de modo que el espectador es capaz de absorber sólo las
superficialidades pasajeras. Los libros, en cambio, deben leerse con lentitud y cuidado,
con la completa atención del lector concentrada y firmemente fija en una serie de
momentos deliberadamente elaborados. Para Bradbury, la lentitud y el detalle de la
lectura son características suficientes para formar un individuo más consciente y
menos egocéntrico. Un lector debe adoptar, de hecho, una actitud de reflexión
concentrada para ser capaz de leer. Beatty cree que la reflexión nunca es placentera,
que siempre es dolorosa y difícil.
El observador consciente nota las diferencias y elabora distinciones
cuidadosamente razonadas para definir su realidad. Beatty piensa que los humanos son
demasiado perezosos y tontos como para saber cómo manejar esas complejidades, o
para disfrutar cualquier sensación de logro al formularse alguna idea compleja. El
gobierno prefiere tratar con masas y permanece indiferente a los deseos del individuo
siempre y cuando éstos no interfieran con la operación eficiente del control de las
masas. Es por esta razón que la individualidad debe ser suprimida, según Beatty, y las
distinciones entre seres humanos reducidas hasta el punto en que se vuelvan
manejables. La definición de felicidad proporcionada por Beatty la reduce a una
condición de suprema complacencia, de tal forma que el ciudadano feliz no pueda ni si
quiera pensar en un mejor gobierno.
Beatty le cuenta a Montag la historia oficial del cuerpo de bomberos, se trata de una
narrativa ahistórica que mezcla hechos para asegurar que Benjamín Franklin fundó la
institución para eliminar la propaganda de sus oponentes políticos. Beatty sugiere que
el propósito de la compañía de bomberos es defender a las personas sencillas de las
mentiras peligrosas de algunos enemigos nunca especificados. En dado caso, Beatty
asegura que un gobierno efectivo no debe escuchar opiniones, sino operar como una
computadora que impone con simpleza y uniformidad una plantilla ciega de valores
que se consideran apropiados para todos. En el mundo de Beatty a nadie le gusta leer
y, con los desarrollos de los medios electrónicos y la propagación de las imágenes, la
palabra impresa se vuelve obsoleta e inútil, haciendo que aquellos que siguen leyendo
libros parezcan tontos anticuados y rebeldes que están fuera de la sociedad y son
percibidos como locos peligrosos.
El cuartel de bomberos viene equipado con una monstruosa criatura robótica, una
especie de materialización del poder del Estado, llamada el “Sabueso Mecánico”. Este
aparato parece menos un perro que una araña y simboliza a una sociedad que se ha
dejado llevar por las opresiones de la tecnología. Beatty le dice a Montag que sea
cuidadoso, que él también alguna vez sintió la curiosidad de leer los libros que deben
quemar, pero insiste que es una especie de enfermedad que debe ser ignorada. Dice,
quizá para hacer caer a Montag, que él mismo alguna vez fue un lector, hasta que vio
la luz purificadora del fuego que lo redimió.
El capitán Beatty finalmente deja a Montag solo para que decida su destino, y
entonces viene un momento importante en la novela, en el cual las decisiones del
protagonista determinan los acontecimientos que siguen. Ahora que Montag entiende
de manera rudimentaria la naturaleza tiránica de la institución para la cual trabaja,
debe decidir si permanecer en su lugar como un engrane en la maquinaria de opresión
o, de alguna manera, resistirse. Sin saber claramente cómo, excepto por el detalle de
que la lectura de libros lo podrá ayudar, Montag decide seguir el camino de la
resistencia. El despotismo bajo el cual debe vivir es posible, de hecho es creado, por
las mismas personas que conforman la sociedad, a quienes Bradbury claramente culpa
como responsables de sus propios problemas, en gran medida como consecuencia de
su falta de interés en el pensamiento profundo. Involucrarse con el mundo y pensar son
actitudes de gran importancia cuando se toman decisiones deliberadas y el desinterés y
la falta de reflexión derivan en una especie de elección pasiva que recae sobre las
personas. Debido a su posición privilegiada al conocer parte de la verdad, Montag es
capaz de tomar la extraña oportunidad de involucrarse, pensar y , consecuentemente,
leer.