Alfonso Ussia y el tren La Flece D'Or

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Sembrado, sierra y dehesa (Memorias apócrifas del marqués de Sotoancho) LONDRES Por Alfonso USSIA L a primera vez que fui a Londres tenía trece años. Me gustó una barbaridad. Viajar a Londres en aquellos tiempos no era tan fácil como ahora. En la actualidad hay más españoles en Londres que en ivladrid, pero antes era diferente. Sólo Íbamos a Londres los de toda la vida, que éramos muy pocos. Mamá siempre ha odiado los avio- nes, y el trayecto se las traía. Dormíamos en Madrid. En la es- tación del Norte cogíamos el "Tal- go» hasta Hendaya. Pasábamos la noche en un hotel precioso de la frontera, nada original de nombre, pues se llamaba «Hotel de la Fron- tiére». Al día siguiente, otro tren hasta París, que llegaba a las siete de ta tarde. Dormíamos en el Bris- tol, en pleno Faubourg Saint Hono- ré, y a media mañana, en la «Gare du Nord» tomábamos un tren, -la fleche d'or», que nos llevaba hasta Calais-Mahtime, De Calais a Dover, cruzábamos el canal de la Mancha en un íerry. Aquella vez lucía el sol en la costa de Inglaterra, y los acantilados blancos de Dover pare- cían cubiertos de sábanas. En Do- ver nos esperaba otro tren, el "Gol- den arrow" que era el preferido de Mamá. Servían un té estupendo y las tres horas de trayecto se hacían cortísimas. En la estación Victoria nos esperaba siempre Iviulligan, el representante de nuestros vinos en Inglaterra, que nos llevaba hasta el Hotel Hyde Park. A Mamá no le gustaba Muiligan porque se había enterado -no se sabe cómo- de que en su casa no tenía bidé, -¿Y a tí qué te importa que Muiligan ten- ga o no tenga bidé?-, le pregunta- ba Papá exasperado. -Me importa muchísimo-, respondía Mamá ex- tremando un gesto de repugnan- cia. Mamá siempre le saludaba con los guantes puestos, y al llegar al hotel, tiraba los guantes a la basu- ra. Más que para enterarse de la marcha de la representación, Papá iba a Londres para hacerse trajes y camisas. En Saville Row tenia al sastre, Hutchinson, que hablaba como en la época victoriana. La tienda del camisero estaba en New Bond Street, y se llamaba Hogd- son. El padre aún vivía y eran tres hermanos, lo que justificaba que la camisería se llamara «Hogdson, Hogdson, Hogdson & Hogdson". El camisero de Papá era el cuarto Hogdson, y se respetaban la jerar- quía con absoluta fidelidad. Una tarde, que llamó Papá desde -La Jaralera» para conocer las causas de un retraso en el envío se esta- bleció el siguiente diálogo. -¿Está el señor Hogdson? - No; está en- fenno en casa-; -¿Y el señor Hogd- son?-; -En este momento no se puede poner porque está atendien- do a un cliente-. -¿Puedo hablar entonces con el señor Hogdson?-; -El señor Hogdson disfruta de su día libre-; -Pues yo quisiera hablar con el señor Hogdson-, -Soy yo-, dijo Hogdson, que era el cuarto Hogdson. Y Hogdson le dije que las camisas habían sido enviadas y que tenían que estar a punto de lle- gar. Papá disfrutaba en Londres co- mo un niño. Mamá, no tanto. A Mamá le aburría ir de tiendas, y además no dominaba el idioma. A pesar de apellidarse Hendings, el inglés no le entraba. Papá lo habla- ba como si hubiera estudiado en Eton, y tartamudeaba divinamente. El inglés sólo se puede hablar con tartamudeos controlados, pues de lo contrario, nadie te entiende. Es muy importante también saber reaccionar con el -I am sorry», que hay que decirlo unas setecientas veces ai día. Un encontronazo, o un tropiezo en la calle con un in- glés se arregla inmediatamente de esta guisa: -I am sorry-; y él res- ponde; -I am sony-; -sorry-, repite el infractor; -sorry-, recalca la vícti- ma. Y no pasa nada. A los museos, nunca. Mamá de- cía que todo lo que se mostraba en los museos de Londres era parte del botín del pirata Drake, que nos robaba todo lo que los españoles robábamos de América. Esto últi- mo no lo dice Mamá, lo apunto yo bajo mi estricta responsabilidad. Y a ta semana nos volvíamos. La vuelta era igual que la ida, con una excepción. Muiligan despedía a Mamá en la estación Victoria, y Mamá tiraba los guantes por la ventanilla del tren. -O despides a Muiligan o nos arruinamos en guantes-, le protestaba a Papá. Pero a Papá lo que le importaba eran las camisas y los trajes, y man- tuvo a Muiligan en su puesto a pe- sar de no tener bidé en su casa. Y yo, sinceramente, creo que acertó. 90 Blanco y Negro (Madrid) - 22/02/1998, Página 90 Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.

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Diario ABC 22Feb1998

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Sembrado, sierra y dehesa (Memorias apócrifas del marqués de Sotoancho)

LONDRES

Por Alfonso USSIA

La primera vez que fui a Londres tenía trece años. Me gustó una

barbaridad. Viajar a Londres en aquellos tiempos no era tan fácil como ahora. En la actualidad hay más españoles en Londres que en ivladrid, pero antes era diferente. Sólo Íbamos a Londres los de toda la vida, que éramos muy pocos. Mamá siempre ha odiado los avio­nes, y el trayecto se las traía.

Dormíamos en Madrid. En la es­tación del Norte cogíamos el "Tal­go» hasta Hendaya. Pasábamos la noche en un hotel precioso de la frontera, nada original de nombre, pues se llamaba «Hotel de la Fron-tiére». Al día siguiente, otro tren hasta París, que llegaba a las siete de ta tarde. Dormíamos en el Bris-tol, en pleno Faubourg Saint Hono-ré, y a media mañana, en la «Gare du Nord» tomábamos un tren, -la fleche d'or», que nos llevaba hasta Calais-Mahtime, De Calais a Dover, cruzábamos el canal de la Mancha en un íerry. Aquella vez lucía el sol en la costa de Inglaterra, y los acantilados blancos de Dover pare­cían cubiertos de sábanas. En Do­ver nos esperaba otro tren, el "Gol-den arrow" que era el preferido de Mamá. Servían un té estupendo y las tres horas de trayecto se hacían cortísimas. En la estación Victoria nos esperaba siempre Iviulligan, el representante de nuestros vinos en Inglaterra, que nos llevaba hasta el Hotel Hyde Park. A Mamá no le gustaba Muiligan porque se había enterado -no se sabe cómo- de que en su casa no tenía bidé, -¿Y a

tí qué te importa que Muiligan ten­ga o no tenga bidé?-, le pregunta­ba Papá exasperado. -Me importa muchísimo-, respondía Mamá ex­tremando un gesto de repugnan­cia. Mamá siempre le saludaba con los guantes puestos, y al llegar al hotel, tiraba los guantes a la basu­ra.

Más que para enterarse de la marcha de la representación, Papá iba a Londres para hacerse trajes y camisas. En Saville Row tenia al sastre, Hutchinson, que hablaba como en la época victoriana. La tienda del camisero estaba en New Bond Street, y se llamaba Hogd-son. El padre aún vivía y eran tres hermanos, lo que justificaba que la camisería se llamara «Hogdson, Hogdson, Hogdson & Hogdson".

El camisero de Papá era el cuarto Hogdson, y se respetaban la jerar­quía con absoluta fidelidad. Una tarde, que llamó Papá desde -La Jaralera» para conocer las causas de un retraso en el envío se esta­bleció el siguiente diálogo. -¿Está el señor Hogdson? - No; está en-fenno en casa-; -¿Y el señor Hogd­son?-; -En este momento no se puede poner porque está atendien­do a un cliente-. -¿Puedo hablar entonces con el señor Hogdson?-; -El señor Hogdson disfruta de su día libre-; -Pues yo quisiera hablar con el señor Hogdson-, -Soy yo-, dijo Hogdson, que era el cuarto Hogdson. Y Hogdson le dije que las camisas habían sido enviadas y que tenían que estar a punto de lle­gar.

Papá disfrutaba en Londres co­mo un niño. Mamá, no tanto. A Mamá le aburría ir de tiendas, y además no dominaba el idioma. A pesar de apellidarse Hendings, el inglés no le entraba. Papá lo habla­ba como si hubiera estudiado en Eton, y tartamudeaba divinamente. El inglés sólo se puede hablar con tartamudeos controlados, pues de lo contrario, nadie te entiende. Es muy importante también saber reaccionar con el -I am sorry», que hay que decirlo unas setecientas veces ai día. Un encontronazo, o un tropiezo en la calle con un in­glés se arregla inmediatamente de esta guisa: -I am sorry-; y él res­ponde; -I am sony-; -sorry-, repite el infractor; -sorry-, recalca la vícti­ma. Y no pasa nada.

A los museos, nunca. Mamá de­cía que todo lo que se mostraba en los museos de Londres era parte del botín del pirata Drake, que nos robaba todo lo que los españoles robábamos de América. Esto últi­mo no lo dice Mamá, lo apunto yo bajo mi estricta responsabilidad.

Y a ta semana nos volvíamos. La vuelta era igual que la ida, con una excepción. Muiligan despedía a Mamá en la estación Victoria, y Mamá tiraba los guantes por la ventanilla del tren. -O despides a Muiligan o nos arruinamos en guantes-, le protestaba a Papá.

Pero a Papá lo que le importaba eran las camisas y los trajes, y man­tuvo a Muiligan en su puesto a pe­sar de no tener bidé en su casa. Y yo, sinceramente, creo que acertó.

90 Blanco y Negro (Madrid) - 22/02/1998, Página 90Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de loscontenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposicióncomo resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de losproductos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.