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“Caracterización de los trayectos seguidos por la Educación Superior en Colombia” (1924-2014) Hernán Castillo Rubio Napoleón Quintero Caicedo UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA CALI FACULTAD DE EDUCACIÓN MAESTRIA EN EDUCACIÓN Y DESARROLLO HUMANO Santiago de Cali. 2014

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“Caracterización de los trayectos seguidos por la Educación Superior en Colombia”

(1924-2014)

Hernán Castillo Rubio

Napoleón Quintero Caicedo

UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA – CALI

FACULTAD DE EDUCACIÓN

MAESTRIA EN EDUCACIÓN Y DESARROLLO HUMANO

Santiago de Cali.

2014

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“Caracterización de los trayectos seguidos por la Educación Superior en Colombia”

(1924-2014)

Hernán Castillo Rubio

Napoleón Quintero Caicedo

Monografía

Doctora Claudia del Pilar Vélez de la Calle

UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA – CALI

FACULTAD DE EDUCACIÓN

MAESTRIA EN EDUCACIÓN Y DESARROLLO HUMANO

Santiago de Cali.

2014

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Nota de aceptación

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______________________

_______________________

Jurado

_______________________

Jurado

Santiago de Cali, Septiembre 2 de 2014

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A nuestros seres queridos,

Que nos apoyaron y nos acompañaron

En este empresa por dilucidar

El mundo de la Educación Superior

En nuestro amado país.

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INDICE

Pág.

Auto-eco-biografía de los autores 7

Introducción 13

1. El tema de la obra de conocimiento 16

2. Políticas de conocimiento 20

3. Marco metódico 21

4. Marco conceptual 25

5. Marco epistémico 45

5.1 Una mirada a la Educación Terciaria en el contexto actual. 45

5.2 Sucinto Panorama de la Educación Superior en Colombia. 83

5.3 Algunos factores determinantes en el análisis de la Educación Superior

Colombiana 91

5.3.1. Aseguramiento de la Calidad 91

5.3.2. Autonomía universitaria 94

5.3.3 Docencia Universitaria 102

6. Conclusiones 106

7. Bibliografía 116

ANEXO 1 – SIGLAS 122

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Lista de Tablas

Pág.

Tabla 1 Evolución de las IES según tipología 34

Tabla 2 Evolución de las IES según la tipología 35

Tabla 3 Evolución de las IES según su naturaleza jurídica 36

Tabla 4 Matricula por sector 36

Tabla 5 Matricula por nivel de formación 37

Tabla 6 Matricula por metodología 38

Tabla 7 Deserción en Educación superior 38

Tabla 8 Docentes por nivel de formación 41

Tabla 9 Docentes según su dedicación 41

Tabla 10 Oferta de formación oficial y privada en Colombia 70

Tabla 11 Tasas de acceso a la Educación Técnica y Tecnológica 71

Tabla 12 Centros Regionales de Educación Superior (CERES) 77

Tabla 13 Tasa bruta de cobertura (CENSO 2005) 77

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AUTO – ECO BIOGRAFIA DE LOS AUTORES

Hernán Castillo Rubio

Estudie como pregrado una licenciatura en Filosofía y letras en la Universidad Santo Tomas

de Aquino, en Bogotá y al mismo tiempo trabaje en la Pontificia Universidad Javeriana con la

Vicerrectoría del Medio Universitario, como asesor de varias facultades en temas de

formación humana y teológica que complementaran la formación disciplinar que recibían los

estudiantes de pregrado. Allí conocí al Padre Jesuita Alfonso Borrero Cabal S.J., quien tenía

un “Seminario permanente sobre Educación superior”, el cual fue la escuela de muchos de los

directivos de las universidades en Colombia.

El Padre Borrero repetía una frase que era: “La educación superior es para formar lo

superior”. Desde esa experiencia me interese por el tema de la Universitología, motivado por

la necesidad que tiene nuestro país de formar el capital humano que se requiere para poder

competir en un mundo globalizado, y en donde lo pedagógico y lo didáctico no han sido

temáticas relevantes en el desarrollo y tránsito de nuestras instituciones universitarias, y los

docentes nos hemos convertidos en unos “mercenarios”, que trabajamos en un modelo que

aplica la flexibilidad laboral, convirtiéndonos en meros transmisores de un conocimiento

descontextualizado y desenraizado.

Mi pregrado integraba cuatro disciplinas como eran la filosofía, la literatura, la

lingüística y la pedagogía. La línea del programa era el validar la “filosofía latinoamericana”,

como modo de pensar propio de los pueblos americanos, reconociendo que si en el concierto

mundial, se hablaba de una literatura Latinoamérica gracias a una escuela de escritores

reconocidos como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, etc. y que si

ellos habían llegado a una madurez conceptual, que les permitía hablando de realidades

locales, ser reconocidos universalmente; que se podría pensar en que ya existían las

condiciones para desarrollar una filosofía de corte latinoamericano, que diera luces sobre lo

que pasaba en esta parte del mundo, y que continuando la línea de la teología de la liberación,

sentará las bases para una filosofía de la liberación.

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Como trabajo de grado en el pregrado desarrolle un proyecto de la Facultad de

Educación de la Santo Tomas, que consistía en la recopilación de los escritos que durante los

siglos XIX y XX, se habían hecho sobre Filosofía en Colombia; trabaje en la búsqueda de

documentos que hubieran recogido el pensamiento de Soren Kierkegaard y su influencia en

Colombia, allí pude encontrar escritos, sobre todo en periódicos culturales de los años 40 y 60

del siglo XX, que trataban de rescatar las ideas de un filósofo que cuestionaba a la Filosofía de

corte racionalista, que dejaba de lado una mirada trascendente y ética sobre el acontecer

humano.

Luego me trasladé a vivir a Cali, y, durante una década, trabajé en el proyecto de la

universidad de la Arquidiócesis de Cali, en la Fundación Universitaria Católica Lumen

Gentium, primero como Decano de la Facultad de Educación y, posteriormente, como

Director de los tres (3) Centros regionales de Educación Superior (CERES) que maneja la

institución en la región. En los últimos, años he trabajado con los padres Claretianos en el

montaje de su Universidad, concretamente en la puesta en marcha de su sede en Cali, ya que

la Fundación Universitaria Claretiana (FUCLA), tiene su sede principal en Quibdó, Chocó. Y

actualmente, trabajo con una Caja de Compensación del Valle, en la transformación de su

Instituto de Educación para el Trabajo en institución universitaria.

Luego mi formación, desde la Maestría en Educación, que realicé con la Universidad

de San Buenaventura, se enfocó a trabajar el tema de la Educación Superior en Colombia,

sobre todo por la coyuntura de la necesidad de generar políticas de Estado que permitan una

verdadera reforma de la ley 30 de 1992, y que la Educación no se convierta en un servicio sino

que sea un derecho, al cual debería tener acceso todo colombiano, sin distinto de raza, sexo,

etnia, género o condición socio- económica.

Desde mi experiencia veo con preocupación que la universidad colombiana frente al

concierto mundial de universidades, salvo contados casos, esta anquilosada y más preocupada

por el lucro que por generar verdaderos procesos de transformación económicos, culturales y

sociales. Pareciera que ante la existencia de nuevas formas de producción del conocimiento,

las IES colombianas prefirieran mejor quedarse en modelos tradicionales y rígidos, donde

prevalece el interés particular sobre lo que le conviene a las nuevas generaciones, y que les

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garantizan a estas organizaciones conservar la estructura social de una educación segmentada,

excluyente y poco relevante para un mundo globalizado.

Y ante la llegada de la educación transnacional, visualizo que la universidad está

respondiendo más por inercia que porque exista un verdadero trabajo de planeación y

prospectiva, esto se ve reflejado en que son muy pocas las universidades con acreditación

institucional. Más bien, ha sido la presión del estado y del mercado, la que las ha llevado, a

entrar en procesos de aseguramiento de la calidad, y que en muchos casos la “autonomía”, que

le dio la Constitución política del 91 y la ley 30, haya sido mal interpretada por muchas IES,

como una patente de “corzo”, que las faculta para actuar irresponsablemente creando

programas de mala calidad, que terminan con los sueños de muchos jóvenes, de poder tener

acceso al mundo del conocimiento y a un mercado laboral con las herramientas suficientes y

pertinentes.

Finalmente, sueño que nuestras IES salgan de su aislamiento y se comprometan con

ser generadoras de desarrollo humano sostenible, a ser las que lideren los cambios culturales

que nuestro país necesita y a ser además, el espacio de inspiración de las reformas sociales que

demanda un mundo en constante transformación. Sueño que en un futuro cercano, las

universidades formemos ciudadanos que tengan una postura crítica y creativa porque cuentan

con docentes entrenados en la innovación pedagógica y didáctica, que les dan testimonio de

una vida comprometida con la búsqueda sincera de la “verdad”, y con programas académicos

que les enseñan a dialogar con diferentes disciplinas y saberes, a fin, de poder entrar en

alteridad con diversos paradigmas epistemológicos y científicos.

Por eso, me vinculé al final de la maestría, como Auxiliar de Investigación del

Proyecto Inter-institucional entre la Universidad Santo tomas de Aquino – Bogotá y la

Universidad San Buenaventura – Cali, para la publicación de un libro titulado “Las políticas

de Educación Superior en Colombia” (Diagnostico e incidencias en las reformas

institucionales) y en compañía de la profesora Claudia del Pilar Vélez, y de mi compañero

Napoleón, escribimos un capítulo de este libro, que hace parte de nuestra monografía, desde el

marco conceptual.

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Napoleón Quintero Caicedo

Psicólogo, vinculado al sector oficial desde el 31 de agosto de 2005, en la Institución

Educativa BOYACA. A nivel profesional, atiendo personas de manera independiente,

ayudándoles a superar situaciones conflictivas, cuestionándolos desde su autosugestión, para

llevarlos a un darse cuenta y comprender que dentro de sí mismo están las alternativas de

solución a las dificultades que se les presentan en la cotidianidad.

En forma paralela me incorpore a trabajar con el magisterio en la ciudad de Cali, en

Agosto del 2005, lo que amplio mi contexto profesional, logrando estrategias que facilitan el

desarrollo de tareas educativa, por las bases que tengo y, generando proyectos que mejoren la

calidad en mi entorno laboral, lo cual se refleja en la aceptación que he recibido, por mi

compromiso para mejorar la prestación del servicio en la educación.

Mi aspiración es continuar preparándome intelectualmente, con el fin de tener una

mejor proyección a nivel personal, profesional y laboral, cumpliendo con las exigencias del

medio, las cuales están centradas en la idoneidad del desempeño de las tareas específicas,

motivo por el cual curse la Maestría en Educación y Desarrollo Humano, en la Universidad de

San Buenaventura–Cali, en su Facultad de Educación.

Durante esta Maestría mi interés ha sido vincularme al debate de la Educación

Superior en Colombia. Me preocupa en esta temática, concentrarme en el subtema que debate

la urgencia de que el Estado colombiano facilite y adecúe, de manera asertiva, una reforma

fundamentada en lo conceptual y eficiente en lo operacional, respecto de la ley 30 de 1992. La

razón de mi inquietud, se divide en dos grandes aspectos: a) Que el Estado (a través de los

sucesivos gobiernos) diseñe, planifique, oriente, controle y evalúe resultados, de un auténtico

cambio de políticas educativas a todos los niveles, incluida, desde luego, la Educación

Superior. b) Que a través de una nueva normatividad actualizada, equilibrada, a través de la

cual se corrijan los actuales vacíos y errores de la ley 30/92, se inicie un auténtico proceso

democrático para el acceso a las aulas, destruyendo las actuales barreras de entrada, en su

mayoría artificiosas, discriminatorias y excluyentes con la población colombiana menos

dotada de recursos económicos.

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Finalmente, dentro del ejercicio académico durante la Maestría en Educación y

Desarrollo Humano, en la Universidad de San Buenaventura–Cali, en su Facultad de

Educación, tuve el privilegio de participar, en calidad Auxiliar de Investigación del Proyecto

Inter-institucional entre la Universidad Santo tomas de Aquino – Bogotá y la Universidad San

Buenaventura – Cali, en la preparación del libro “Las políticas de Educación Superior en

Colombia”, el cual está próximo a salir impreso. En dicho trabajo se realiza un Diagnostico de

las reformas institucionales y se ventilan los impactos de estas en el sistema educativo

superior.

En la maestría he buscado identificar que el devenir histórico del ser humano, siempre

ha existido un principio de realidad que lo ubica en el espacio y en el tiempo, siendo un sujeto

de acciones que se vuelven experiencias vividas, llevándolo a trascender en la construcción

del conocimiento a partir de su esencia de indagador.

Con los cambios de época, la constante búsqueda y afán de apropiación de la

naturaleza y la realidad involucra al sujeto hacia la teorización de su propia cultura, para la

interpretación de los fenómenos de la vida cotidiana. Es así que al querer conocer, indagar es

vital.

De ahí, la importancia de la Educación como plataforma de transformación personal y

de la universidad como herramienta de distribución y creación de saberes, a la cual todo ser

humano debiera tener acceso. Esa circunstancia le permitiría una mirada diferente del mundo,

pues puede acceder a nuevos conocimientos, tal como lo plantea el Dr. Marcos en la

conferencia “Enseñaje: El encuentro entre el maestro y el aprendiz…” cuando dice, que

brindar al niño una enseñanza en el que explore su mundo lo invita a conocer; es así, como el

ser indagador puede ser promovido por el educador en la escuela/universidad. Sin embargo, el

sistema educativo no facilita esta enseñanza, ya que para éste, es mejor tener, en la sociedad,

individuos con una mentalidad consumista, más que con un pensamiento que pueda cuestionar

el sistema y que lo pueda llevar a crisis de su estabilidad capitalista.

Por lo tanto, en nuestro el sistema de educación, se requiere de maestros que

promuevan la esencia de indagador en sus estudiantes, para que entren en un esquema

innovador que facilite una alteridad del ser humano, con el fin de alcanzar su autorrealización.

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Es importante entonces, tener presente todos los elementos que propone la Dra. Kogan en su

hoja de ruta, para alcanzar objetivos de una problematización de la realidad que al ser

sistematizado, es mucho más fácil apropiarse de esta. Y, para lograrlo, se requiere una nueva

postura, una actitud más democrática, tanto del Estado en sus políticas como de la

institucionalidad educativa en sus enfoques funcionales de la enseñanza.

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INTRODUCCION

La política de Estado en nuestra realidad colombiana, ha planteado a través del tiempo de

existencia de la noción de Nación, un sistema de significación social, donde el individuo

mantiene relaciones sociales y parentales enmarcadas en el proceso de: un trabajo remunerado

de acuerdo a lo que se ha estudiado; en la especialización en un quehacer o habilidad

adquirida desde la experiencia, en la institucionalidad de su vida personal, influenciada por los

medios de comunicación social y en otros ámbitos; que, al final, lo llevan a la reproducción

del sistema ideológico imperante.

Por lo cual, las grandes transformaciones sociales están limitadas a modelos que

reflejan o facilitan la manipulación de cualquier estamento público o privado, por parte del

Estado, que desde el sistema educativo le dice al individuo qué puede pensar, sentir, soñar o

hacer, coartando cualquier acto de creatividad o de afirmación de su yo como sujeto

trascendente e histórico, desmotivando cualquier postura divergente y generando así

conformismo y desestimulo por lo que se hace y se vive.

A nivel de la Educación Superior, se puede decir, que las instituciones educativas son

reproductoras de un sistema de normas y valores en las que el estado pretende mantener su

hegemonía, imponiendo una serie de leyes y decretos que, superficialmente, quisieran reflejar

una educación con propósitos liberadores; mostrando un lenguaje de rasgos de humanidad, y

que, en la actualidad, podrían asemejarse a la búsqueda por la autonomía y la

autodeterminación del sujeto en su quehacer político, económico-social y cultural, cuando, en

la práctica, lo que logran es estandarizar una serie de controles y evaluaciones (pruebas saber

pro, por ejemplo), que le dicen a las instituciones educativas qué pueden enseñar o transmitir

para no salirse del marco regulatorio.

En consecuencia, el papel de la Universidad es muy importante en la tarea por generar

seres humanos que empiecen a encontrarse a sí mismos y reconocer en los “otros” a su otro

“yo”, como esencia para la búsqueda apasionada de un conocimiento o saber, donde lo

alegórico y lo representacional es fundamental, ya que le muestran su lugar en el mundo para

que el ciudadano valore lo que hace en su cotidianidad y contribuya a resignificarla; es decir,

que cada ser humano, de acuerdo a su mirada y representación del mundo, emprenda el

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camino del conocimiento, dependiendo de su contexto; sin estar aislado de otros sujetos,

formándose como administrador y mediador, para otros, de la realidad.

Por lo tanto, en el devenir histórico del ser humano, siempre ha existido un principio

de realidad que lo ubica en el espacio y en el tiempo, siendo sujeto de sus acciones que se

vuelven experiencias vividas; llevándolo a trascender en la construcción y deconstrucción de

un conocimiento particular, a partir de su esencia como indagador o fenomenólogo de su

mundo circundante. En la universidad colombiana se requieren maestros que promuevan la

esencia de indagadores natos en sus estudiantes, para que entren en un esquema de ser

innovadores permanentes, que no se quedan en lo dado sino que proponen otros escenarios

posibles, que faciliten una alteridad propositiva, con el fin de alcanzar su autorrealización

personal y comunitaria; alejándose lo antes posible de la modernidad con su modelo de

producción industrial, aplicado al dispositivo social llamado “Escuela”.

Lo que se observa en la actualidad, es que nuestro sistema educativo terciario lleva a

los individuos a seguir los parámetros de los sistemas de significación social, manteniendo la

reproducción de la maquinaria del modelo globalizador; y, como dice Rama (2006), la

universidad latinoamericana tiende a reproducir las estructuras sociales existentes, de

inequidad y exclusión social.

La presente monografía para la Maestría en Educación y Desarrollo Humano, intentó

describir los antecedentes a la normatividad existente y cómo ha sido su aplicabilidad en el

desarrollo de la Educación Superior en Colombia, se compone de varias secciones: en la

primera hablamos del tema de la obra de conocimiento preguntándonos si es posible la

democratización y movilidad de los espacios académicos y deontológicos de la universidad,

en una Colombia marcada por la escases de oportunidades para las nuevas generaciones y

polarizada por un modelo político y social excluyente, luego definimos cuales son las políticas

de conocimiento que nos hemos trazado en este trabajo, para poder dar razón del estado actual

de la Educación Superior en nuestro país. Hacemos posteriormente una explicación del

método de indagación que hemos utilizado e incluimos un marco conceptual construido de la

mano de nuestra asesora la profesora Claudia del Pilar Vélez, donde analizamos la influencia

de la ley 30 de 1992 en las prácticas institucionales universitarias.

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En el marco epistémico, realizamos primero una mirada a la educación terciaria en

Colombia, planteando el nuevo rol en la política educativa, los antecedentes de la ley 30/92,

las exigencias y reformas históricas a la educación, los principales impactos de la ley 30/92 en

el sistema y cómo se observa la ley 30/92, veinte años después.

En un segundo momento describimos el panorama actual de la Educación Superior, sus

barreras de acceso, el papel cumplido por la cobertura educativa, su participación por áreas del

conocimiento, las posibilidades de la infraestructura existente y los grandes retos estatales en

este sector. El tercero y último momento, se determinan algunos factores importantes en el

futuro de la Educación Superior colombiana, junto a subtemas como el aseguramiento de la

calidad, la autonomía universitaria y la función de los docentes en el esquema de Educación

Superior actual.

Finalmente, este es un documento introductorio al mundo de la Universidad en

Colombia, cuya intención es servir de referente para para que los investigadores tengan un

punto de partida en el análisis de la reforma a la Ley 30/92, con herramientas cercanas y

vivenciales, que refuercen los argumentos para la búsqueda de una Educación Superior en

Colombia, pertinente e incluyente. Este trabajo, no pretende, por lo tanto, ser un documento

profundo de investigación, sino informativo. No está enfocado, en la cadena del conocimiento

académico, con destino a los niveles superiores sino a los estudiantes de primeros semestres.

Y sí contribuye a ilustrar sobre la coyuntura actual por la que transita la Educación Superior

en Colombia, habrá alcanzado su propósito.

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1. EL TEMA DE LA OBRA DE CONOCIMIENTO

La Educación Superior en Colombia, tanto pública como privada, pasa por un momento

histórico complejo, cuya crisis trasciende los muros académicos y se extiende con efectos

multisectoriales en toda la sociedad; pues es en el desempeño profesional que se puede

determinar los niveles de calidad del programa en el que se formó a ese profesional

(González: 2006). Consecuencia de ello es el proceso de desinstitucionalización del país, en

razón de la pérdida de los valores formativos esenciales por parte de su dirigencia, situación

que se ha tratado de afrontar a través de concesiones y reformas; paliativos que sustentan la

normatividad del sector y empujan el desarrollo de la Educación Superior Colombiana, dando

especial significado a la Ley 30 de 1992 para el sector, la cual fue elaborada como alternativa

de respuesta en su propósito legislativo.

En el sentido epistemológico, uno de los componentes de la crisis ha sido la

incapacidad estatal de dilucidar el papel de la Universidad en la tarea por generar seres

humanos que empiecen a encontrarse a sí mismos y reconocer en los “otros” a su otro “yo”,

como esencia de la búsqueda apasionada de un conocimiento o saber, donde lo alegórico y lo

representacional es fundamental, ya que le muestran al estudiante su lugar en el mundo y en la

sociedad. Para alcanzar este papel, la Universidad tendría que fortalecer su esfuerzo de

conocimiento hacia la elaboración de un pensamiento complejo que complemente el

desarrollo del sujeto desde el mismo espíritu humano y lo conduzca a rescatar las ideas de ser,

de individuo, de sujeto, en lugar de borrarlas o evacuarlas, como lo plantea Morín (1986).

Una de las razones del citado impedimento, como lo destaca la presente monografía, es

que en la universidad colombiana se requieren maestros que promuevan la potencialidad

indagadora en sus estudiantes, para que estos entren en un esquema de convertirse en

innovadores permanentes, que no se quedan en lo dado sino que propongan otros escenarios

posibles, que faciliten una alteridad propositiva, con el fin de alcanzar su autorrealización

personal y comunitaria.

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Se observa en la actualidad, por lo tanto, que nuestro sistema educativo terciario lleva

a los individuos a seguir los parámetros de los sistemas de significación social, manteniendo la

maquinaria del modelo neoliberal; y, como dice Rama (2006), la universidad latinoamericana

tiende a reproducir las estructuras sociales existentes, de inequidad y exclusión social.

Junto a estos antecedentes de la normatividad existente y de su aplicabilidad en el

desarrollo de la Educación Superior en Colombia en estos veinte años, a la luz de la ley 30 del

92, persisten grandes interrogantes en los ámbitos de la Autonomía Universitaria, del

Aseguramiento de la Calidad y de la Docencia Universitaria, factores estos que resultan

decisivos a la hora de dilucidar hacia donde se dirige la Educación Superior en los años

venideros. Una calidad que vaya más allá de los ECAES, que son exámenes de carácter

terminal, de lápiz y papel; y de asumir la acreditación como la elaboración de documentos

acabados y cerrados (González: 2006).

De continuar esta situación, una de las tendencias sería la emergencia de “la

generación cero”, protagonista de esa frontera discapacitante del poder político, jurídico,

económico y social, cuya aparición resulta típica y común en la historia de las sociedades

agotadas y decadentes, cuya caída, originada en la carencia de una plataforma dirigente

poderosa, bien formada y representativa en la toma de decisiones, las doblega en una

implosión del poder, atenazadas sobre sí mismas, y las conduce al sometimiento político,

militar y económico, de otras naciones que las sojuzgan. De este modo, a través de los tiempos

se ha visto que la prevalencia de los pueblos tiene como base fundamental, antes que su

riqueza económica o el poder militar, el empoderamiento del talento humano que la integra,

proceso que se determina por las vías de la protección de sus gentes a través de la

alimentación física y de la fortaleza espiritual e intelectual a través de la educación.

La educación es el único recurso que potencia los principios y valores sobre los cuales

el edificio de la “civitas” o de la ciudad civilizada, gravita. Como advirtió Catón, el romano,

en medio de los estertores del imperio ante los bárbaros: caídos los valores, caído el imperio.

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Colombia, escenario cotidiano de los eufemísticamente llamados “choque de trenes” o de la

lucha anárquica entre los poderes institucionales, producto de los brotes sub-culturales y hasta

contraculturales de su capital humano que los orienta, enfrenta el más grave período de

desinstitucionalización de los últimos dos siglos, originado en el deterioro del proceso

educativo que nace en la familia y continúa en el parvulario, en la educación primaria y media

básica, hasta llegar a los peligrosos terrenos excluyentes de gran parte de la educación

superior, creando así en este largo y desarticulado proceso educativo, las dificultades extremas

de una convivencia desarraigada, mal llamadas como “las violencias urbanas y rurales”. En

medio de esta situación macro social que afecta al país, vale recordar que a la luz de la Ley

General de la Educación y la Ley 30, es tarea de las instituciones y sus miembros, asesorar al

Estado en todo lo que compete a los campos de acción, vinculado con los perfiles de

formación y con lo que investiga la Universidad (González: 2006).

A partir de estas consideraciones de extrema gravedad para el presente y futuro de un

país como Colombia, donde a cambio de que sea la educación la que penetre con principios y

valores a la sociedad, y ayude a regular las relaciones sociales sanas para una convivencia de

crecimiento socioeconómico, ocurre el fenómeno contrario. Según esta tendencia, los

antivalores y sus impactos se están tomando el sistema educativo, a través el ejercicio de la

violencia en las aulas (desde la desarticulación del lenguaje oral y escrito, hasta las prácticas

de “bulling” o matoneo); el micro tráfico que merodea a las escuelas, la crisis de autoridad (la

pérdida de autonomía del docente y sus consecuencias, incluida la amenaza física); y “la

lumpenización” del campus académico, mediante un persistente ejercicio de deconstrucción

del tejido social intra-escolar como de su entorno.

Una situación de tal magnitud exige una democratización real y efectiva de la

educación colombiana, en la cual el Estado, junto a todos sus componentes institucionales,

asuman un papel activo tanto en la filosofía orientadora del hecho educativo, como en las

políticas, acciones estratégicas, en el flujo de la normatividad y en el apoyo presupuestal

mediante programas (permanentes) de inversiones prioritarias en este sector fundamental de la

formación del recurso humano de Colombia. Esta necesidad de democratizar el conocimiento,

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ha sido identificada desde 1990, en los tiempos del Centre National de la Recherche

Scientifique (CNRS) cuando la epistemología francesa traza la idea de una democracia

cognitiva, la cual se sustenta en la base de llevar a los ciudadanos el conocimiento científico,

para que el ciudadano pueda ejercer con claridad sus derechos; una empresa que tiende a la

verdad, es decir, a un conocimiento que no sea siervo de sus condiciones histórico-socio-

culturales de formación, como señala Morín (1986).

Esta tarea está pendiente en Colombia, sobre todo en la coyuntura de la necesidad de

generar políticas de Estado que permitan una verdadera reforma de la ley 30 de 1992 y que la

Educación no se convierta en un servicio sino que sea un “derecho” fundamental. Igualmente,

que el sistema académico, tanto público como privado, asuma una nueva actitud facilitadora,

incluyente y participante, derribando las barreras de acceso en pre-requisitos y niveles de

cobertura, dando oportunidad a la educación de alta calidad de la población sin discriminación

alguna.

Parte básica de esta nueva actitud es la redefinición mediática del sistema operacional

de las instituciones de Educación Superior, haciéndose consciente de su gran responsabilidad

social de formación de país sobre la ambición inmediatista del exclusivo beneficio económico.

Este vuelco es un imperativo histórico, en un país dominado por la corrupción, de difícil

gobernabilidad, de gran debilidad política (lo cual ha llevado a una guerra interna, a la

inoperancia de la justicia, a soportar un congreso vergonzoso y, como primera consecuencia, a

la pérdida de su soberanía tanto en el Caribe, como en la Guajira, y en las fronteras con Brasil,

Ecuador y Venezuela). Hacer oídos sordos y mantener los ojos cerrados frente a esta realidad,

mediante acciones disuasivas y dilatorias que justifiquen la ambición particular, sólo podría

ser el anuncio catastrófico de que corremos el riesgo verídico y posible de que una mañana

descubramos que Colombia tampoco tiene “unas instituciones universitarias con identidad

propia”. Porque la soberanía del conocimiento se pierde primero que la soberanía territorial. Y

todo esto porque, siguiendo el pensamiento de Morín (1986), todavía no hemos podido pasar

de la complejidad inconsciente (del cerebro) a la complejidad consciente (del espíritu) y

nuestra posibilidad de futuro descansa en aquello que constituye nuestro riesgo presente que

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no es otro que, desde una visión epistemológica, el retraso de nuestro espíritu como

colectividad formada, educada, respecto de sus posibilidades.

2. POLÍTICAS DE CONOCIMIENTO

Mediante las políticas de conocimiento, el presente estudio busca explicitar las vías

posibles para hacer realidad las propuestas señaladas en el tema de la obra de conocimiento; e

igualmente, operativizar las estrategias trazadas por el documento. Esta orientación pudiera

contribuir para que en estudios posteriores se facilite con su visión el alcance de los objetivos

propuestos.

2.1 Política principal

Presentar una mirada descriptiva de la normatividad y desarrollo en la Educación

Superior en Colombia, que permita dilucidar lo que ha significado la Ley 30 de 1992 para el

sector de la educación terciaria; y que la lleve a tener mayor claridad del propósito de indagar,

mediante una vigilancia epistemológica, en algunos aspectos mediante los cuales se puedan

dar respuestas a esas nuevas posturas sobre la Educación Superior en Colombia, en los últimos

años y hacia dónde se dirige en los años venideros.

2.2 Políticas secundarias

Presentar una mirada a la educación terciaria en Colombia, a la luz del nuevo rol de la

política educativa generado por la aparición de la ley 30 de 1992.

Analizar el panorama general actualizado de la Educación Superior en Colombia y sus

grandes retos en un mundo globalizado.

Revisar el estado de algunos factores determinantes en el quehacer de la Educación

Superior en Colombia.

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3. MARCO METÓDICO

3.1. El proceso

En lo básico este estudio manejó un proceso teórico y otro experimental, a través del

trabajo de campo realizado por los autores en sus experiencias como docentes.

En cuanto al proceso teórico este nace de las reflexiones que como docentes y participantes en

proyectos educativos, en los cuales se encuentra un punto de contradicción alto ente los

paradigmas de formación (legales, morales, éticos y cognitivos) y la realidad circundante. Este

cúmulo de experiencias no sólo fue el estímulo para acudir a esta cita con la reflexión teórica,

sino, también puntal básico de enfoque y ejecución.

Gran parte del aparato crítico fue seleccionado del acervo bibliográfico tanto aportado

por la maestría como del trabajado a diario en el ejercicio de la docencia, frente a cuyos

postulados estaban pendientes muchos ejercicios de reflexión y análisis. Para ello se

documentó los respectivos ficheros de trabajo, a partir de los cuales se fueron conformando

tanto los enfoques temáticos como los datos que fue necesario consultar para sustentar las

realidades enunciadas.

De esta manera, y bajo la dirección de los docentes de la maestría, se fueron

consolidando los ejes temáticos, armados por capítulos y siguiendo la metodología aportada

por la docente MG. Claudia del Pilar Vélez de la Calle, tutora del presente estudio. Aparte de

participar como Auxiliares de Investigación del Proyecto Inter-institucional entre la

Universidad Santo tomas de Aquino – Bogotá y la Universidad San Buenaventura – Cali, para

la publicación de un libro titulado “Las políticas de Educación Superior en Colombia”

(Diagnostico e incidencias en las reformas institucionales).

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El proceso, tuvo entonces, en la parte formal, los siguientes ejercicios de seguimiento:

3.2 La política de comunicación

El presente documento tiene como política de difusión, el de convertirse en

bibliografía de consulta para estudiantes y/o expertos que deseen realizar una introducción al

tema de la Educación Superior en Colombia, con especial énfasis de interés en los impactos de

la ley 30 de 1992, sobre todo si se estudia su reforma y las implicaciones en la conformación

de políticas de Estado en este tema.

Otras posibilidades son las de ser editado en litografía para el uso del público general;

e, igualmente, el de presentarlo en la mediática alterna, en especial en la web, donde podría

cumplir un papel de facilitador para los estudiosos que mediante esos canales accedan a la

temática.

3.3. Tipo de estudio

Se describió la situación de la educación en Colombia, su potencial teórico,

pedagógico, social, y logístico en términos de su episteme, complejidad, tecnología, tamaño,

centralización y capacidad de innovación de sus enfoques, políticas, recursos y praxis; luego,

mediante un análisis crítico del contexto social y político, que llevo a la reflexión de la acción

transformadora que cumple la Educación Superior en el país, se argumentaron estas variables

y se procedió a consolidarlas en los términos de mejoramiento operacional de la Educación

Superior, para proponer una mayor eficiencia como institucionalidad formadora de talento

humano.

Estos niveles de reflexión epistemológicos se mueven para cumplir adecuadamente

con sus objetivos científicos, mediante la investigación teórica y de auto observación de los

procesos cognitivos tal y como se dan en la propia experiencia de los autores con el mundo de

la Educación Superior, en su estructura de la experiencia real en que el hombre

latinoamericano se encuentra inmerso. Se trata de entender cómo el hecho del conocimiento

humano es coherente; estudiar la manera de cómo se manifiesta el conocimiento, tal como es

ejercitado por el hombre en la cultura dentro de la que vive, a través del cedazo de la

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Educación Superior en Colombia. Mediante esta reflexión crítica, se describe también la

génesis de los enunciados científicos de la educación y sus relaciones estratégicas que a nivel

universitario impactan el desarrollo social, económico y cultural del país.

El enfoque metodológico de la presente monografía, acude a la interpretación

epistemológica moderna, validando el análisis histórico, económico y pedagógico, utilizando

la filosofía de la ciencia, en la búsqueda de un examen consistente acorde con miradas

epistemologías actuales. Se trató, en últimas, de preguntarse sobre la naturaleza y valor de los

procedimientos pedagógicos y didácticos, el ejercicio de las políticas educativas desde lo

público y lo privado, y elaborar una aproximación a su conocimiento, desde el criterio de que

en la actualidad se considera a la metodología dentro del campo de la epistemología, que se

plantea problemas que se refieren a las relaciones entre las diversas ciencias y las diversas

relaciones entre la parte teórica y la experimental de la pedagogía como ciencia.

Lo anterior, a partir del descenso de la generalización epistemológica hacia el ámbito

de la educación, haciendo hincapié en la construcción de los conceptos, en la estructura de las

explicaciones y en la validez de las conclusiones; bajo la cobertura de los hechos, pero

también de los valores que atañen a la educación como formadoras de ciudadanía y tejido

social.

El método de trabajo mediante el cual se buscó alcanzar este proceso de descripción,

acorde con los objetivos ya planteados, se propuso los siguientes alcances:

3.4 Metas estratégicas

Identificar elementos y características del problema de relevancia y pertinencia en la

educación superior en Colombia.

Caracterizar los hechos o situaciones que identifican esta problemática que impide un

adecuado desarrollo socioeconómico y cultural del país.

Analizar las diferentes variables que configuran las dificultades y limitantes actuales

de la Educación Superior en Colombia.

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Configurar las estrategias de mejoramiento que más convienen a los colombianos y a

sus instituciones de educación superior.

3.5 Recolección y tratamiento de la información

Para realizar la presente monografía se han utilizado dos tipos de fuentes de información: Las

fuentes primarias; y las fuentes secundarias; y se aplicaron técnicas e instrumentos de

recolección de datos, herramientas mediante las cuales se buscó redondear de la mejor forma

posible todas las referencias disponibles sobre la problemática de la Educación Superior en

Colombia.

3.5.1 Fuente primaria. El estudio usó como fuente primaria en la recolección de los datos

sobre los antecedentes, realidad actual y perspectivas de la Educación Superior en Colombia, a

estudiantes, docentes y personal administrativo. Se buscó con ello obtener de primera mano

toda la información a través de la cual se pueda identificar cada proceso y sus respectivas

fallas, con la finalidad de tener suficientes elementos de análisis, mediante los cuales se

formularon las propuestas aproximativas de mejoramiento para este estamento educativo.

3.5.2 Fuentes secundarias. Estas fuentes fueron ineludibles en especial para detectar los

datos históricos y catalogarlos tanto de la política estatal y privada en materia educativa, así

como de las universidades y sus servicios, los cuales son necesarios para contextualizar el

respectivo análisis de procesos y de flujo de fallas sujetas a corrección. Igualmente la consulta

de los modelos educativos que existen y/o están disponibles, permitieron analizar qué tipo de

posibilidades ofrecen a la demanda educativa. En este sentido tanto la Investigación

bibliográfica; informes; documentos anexos; periódicos; revistas y documentos científicos que

referencian avances conceptuales, administrativos y/o tecnológicos asimilables para la

universidad colombiana, resultaron indispensables.

Este trabajo descarta el uso de fuentes terciarias por considerarlas no pertinentes para

su uso en un análisis crítico actualizado.

3.5.3 Técnicas e instrumentos de recolección: Estas se basaron en procesos de observación

directa e indirecta; así como en el análisis de contenidos que permitan detallar y configurar

situaciones reales al interior de organismos estatales e instituciones educativas de la

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Educación Superior en Colombia. En principio se atendió a tres criterios de recolección y

tratamiento de la información: a. La selección aleatoria de los analistas y usuarios de la

educación superior; b. Aplicación de las observaciones y estudio de las variables que

resultaron pertinentes para el análisis; c. Una adecuada compilación de codificación de datos

en fichas de investigación que permitieron analizar de manera constructiva el panorama de la

Educación Superior en Colombia.

3.6 Tratamiento y análisis de la información:

3.6.1 Procesamiento: Una vez obtenidos los datos de la recopilación de la información,

estos se categorizaron en ficheros y se codificaron para su respectiva interpretación.

3.6.2 Presentación: Se efectúa un informe final donde se relacionan los problemas

detectados, su análisis crítico y las conclusiones generales derivadas del análisis de la

información y se generaran las respectivas recomendaciones.

4. MARCO CONCEPTUAL

LA LEY 30 DE 1992 Y LAS PRÁCTICAS INSTITUCIONALES UNIVERSITARIAS

4.1 Antecedentes históricos de la educación superior en el siglo XX en Colombia y

América Latina

La tradición latinoamericana del siglo XX en educación superior está marcada profundamente

por la simbiosis Iglesia-Estado-mercado. En sus inicios, la religión católica sirvió como

modelo para imponer el estilo de educación que requería la colonización española;

actualmente, es la empresa la que genera el discurso administrativo de la rentabilidad que

reemplaza el saber académico por el de la gestión.

Lo anterior ha definido un destino de desarrollo de la universidad latinoamericana

actual, de tipo hegemónico y orientado por estándares de funcionamiento y calidad que no

posibilitan la coexistencia alternativa de otros enfoques y dimensiones. La laicización

educativa, pese a sus cuarenta y siete años de recorrido, no resuelve la necesidad de formación

de toda la población colombiana; solo se logró un naciente proceso de secularización en la

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década de los treinta “[…] en que apenas en 1935, Colombia logra fundar una universidad

pública divorciada de la Iglesia” (Kent, 2002, p. 11).

A su vez, se volvió un lugar común considerar que la formación profesional generaba

movilidad social y por ende empleo automático. Igualmente, se compartió el prejuicio de que

con el convencimiento dado por el pensamiento de la modernidad y transmitido por medio de

la titulación que la educación superior ofrece, se lograba el acceso al desarrollo concebido

como sociedad de bienestar donde se puede estar incluido solo por efecto de la democracia

social con respecto a los beneficios del mundo de la ciencia y la tecnología en la segunda

mitad y finales del siglo XX y la tensión entre educación pública y educación superior “[…]

esto, es lo que, inclusive, justifica su control por el Estado, así como su financiamiento por el

poder público” (Kent, 2002, p. 11).

La modernización de la sociedad implantó medidas que definieron los comienzos de

las formas reestructuradas de financiamiento privado o mixto, la autonomía universitaria, la

estructura disciplinar bajo control de las actividades académicas y la apariencia de la

legitimidad social en los espacios consultivos y proyección política de las instituciones de

educación superior.

El modelo de educación superior que se ha conocido y defendido en cincuenta años se

define como: “[...] un sistema orientado a la enseñanza” (Kent: 2002, p. 12) cuya postura

académica se basa en la cátedra libre que sustenta la docencia/docente, posicionada en su

ejercicio de magistralidad como si tuviera la “verdad”; es decir, el maestro universitario en su

diálogo cerrado con el saber. El desarrollo de las demás funciones sustantivas (investigación,

proyección social, bienestar, etc.) son de reciente aparición en nuestras universidades (finales

de los años noventa).

A partir de los años sesenta, las universidades se orientaron hacia la formación

profesional en carreras tradicionales (medicina, derecho, ingenierías, etc.) que según el

pensamiento de la época, eran necesarias para los proyectos de desarrollo de las

“subdesarrolladas” repúblicas latinoamericanas en las que reposaba un imaginario colectivo

de prestigio disciplinar y ocupacional.

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Schwartzman (1993) citado por Kent (2002), explica cómo las universidades

latinoamericanas del siglo XX “[…] se organizaron como federaciones de escuelas

profesionales dotadas de gran autonomía, que impartían carreras específicas, por lo cual no

había espacio para una formación general no profesional, ni para la investigación básica” (p.

12).

Otra característica de las instituciones de educación superior fue la fuerte politización

de la vida académica promovida por las organizaciones estudiantiles de corte izquierdista, ya

que se juzgaba que a través de la educación superior se lograría la transformación social y el

ingreso de los países latinoamericanos en la modernidad civilizadora: “El movimiento

estudiantil agitó la vida universitaria y se constituyó como actor político de gran importancia

en los procesos de transformación no solo de la educación superior, sino de regímenes

políticos dictatoriales e incluso de la sociedad en general” (Kent, 2002, p. 13).

Si se busca definir el sector de la educación terciaria como precedente a la primera

década del siglo XXI en América Latina, se podría afirmar que la época de la postguerra en

Europa marcó un cambio en los paradigmas bajo los cuales se había desarrollado el discurso

de la modernidad democrática, incentivado en décadas posteriores, el surgimiento de nuevas

formas de compresión de la realidad, que en el caso latinoamericano se puso de presente

cuando los hijos ilustres de la burguesía criolla regresaron de estudiar en el extranjero. Así, el

mundo académico se vio traspasado por las nuevas corrientes de pensamiento:

“Durante el correr del siglo, los cambios demográficos, la masificación de la educación

media, la urbanización y la creciente importancia económica del conocimiento y de las

destrezas, técnicas y profesiones y el incremento de la competencia de los mercados

laborales cada vez más exigentes contribuyeron en conjunto a que la educación superior

dejara de ser una institución educativa accesible a una elite y se convirtiera así en un factor

vital para los planes de desarrollo nacionales y de movilización social” (Rama, 2006, p. 37).

La guerra fría se trasladó a los escenarios universitarios y se alimentaba de la

inconformidad política y económica que suscitaban los gobiernos criollos monopolizadores de

los privilegios nacionales y de movilidad internacional, que en un panorama de analfabetismo

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letrado amplio sirvió de caldo de cultivo para imaginar el cambio social a partir del cambio de

las instituciones educativas de segundo y tercer ciclo:

“En la década de 1960, al calor de la Revolución cubana y de una amplia conciencia

universitaria, se produjeron fuertes eclosiones estudiantiles en toda la región, el movimiento

estudiantil organizado defendió claramente propuestas políticas asociadas al cambio social,

asumió una actitud radicalizada y tomo la senda de la acción política” (Rama, 2006, p. 42).

Interpretados estos sucesos cincuenta años después, es factible juzgar que la liberalidad

estudiantil a su vez reprodujera la petición de modernización de las universidades

latinoamericanas como un esfuerzo por democratizarla, con el argumento de que el

imperialismo norteamericano impedía el desarrollo de la autonomía universitaria. Por ello,

“[…] su principal bandera fue la cogestión, y del otro lado, los líderes científicos e

intelectuales defienden la investigación y la transformación de la estructura y de las funciones

de la universidad” (Kent, 2002, p. 15).

Los años sesenta y setenta fueron el periodo de las conquistas laborales democráticas

actuadas por estudiantes, profesores y obreros, las cuales se vienen flexibilizando desde

finales de la primera década del siglo XX; en sintonía con un país que requería industrializarse

para dar cabida a las importaciones provenientes de Estados Unidos, Canadá y Europa. La

educación superior experimentó estas demandas de la economía como el surgimiento de una

nueva clase media urbana asalariada, para la cual la universidad representaba un importante

canal de ascenso social, legitimación de nuevas posiciones y acceso a un nuevo mercado de

trabajo (Kent: 2002). Asimismo, la década de los setenta se caracterizó por la aparición de

nuevas universidades, tanto públicas como privadas.

Al corriente de esta lógica, las reformas en educación se asociaron con el periodo de

desarrollo económico de crecimiento y se presentó una gran expansión de la matrícula. Los

años ochenta fueron conocidos por los historiadores sociales y educativos como la década

perdida en el pensamiento de resistencia en el país. Docentes, estudiantes e intelectuales

desencantados de los movimientos contraculturales de los sesenta y setenta, vieron con

desilusión la elitización de la educación privada y la conservación del statu quo de una clase

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política dominante cuyas familias se perpetuaban con base en el prestigio que la formación en

el exterior, sustentada en becas externas, otorgaba.

En contraste con lo anterior, Rama (2006) explica los motivos por los cuales el modelo

elitista que había identificado tradicionalmente al mundo de la educación superior,

desapareció:

“La crisis económica de los Estados latinoamericanos fue tal vez la variable dominante

que determinó la incapacidad del mantenimiento del modelo universitario exclusivista, en

tanto el crecimiento de la demanda estudiantil no pudo ser cubierto por los limitados ingresos

públicos. Este escenario abrió el camino a un nuevo modelo educativo, marcado por la

mercantilización, la expansión de la educación privada y la diferenciación a través del

aumento de las instituciones no universitarias” (p. 46).

En la década de los ochenta, los distintos planes de desarrollo de los gobiernos

colombianos de turno llamaron la atención sobre […] “las bajas tasas de escolaridad, la

ausencia de actividades de investigación y de extensión a la comunidad, la concentración de

la oferta, la inequidad en la distribución de los aportes estatales, la desconexión con el sector

productivo, la falta de articulación con los otros niveles educativos y los altos índices de

desempleo, como los problemas más agudos de la educación superior” (Caro, 1993, p. 15).

Aunque aumentaron las instituciones de educación superior de carácter privado, las

universidades públicas reconfiguraron los niveles de exigencia para el ingreso de nuevas

cohortes, por eso: “[…] el acceso a las instituciones de educación superior públicas se ha

tornado más inequitativo con el establecimiento de barreras de ingreso y diversas restricciones

al acceso irrestricto en base a cupos, exámenes e inclusive aranceles” (Rama, 2006, p. 72).

Se anunciaban de esta forma los argumentos contextuales para definir las nuevas

políticas de modernización del sector educativo terciario y con ello la necesidad de financiarlo

(endeudarlo) para reestructurarlo y hacerlo susceptible a las figuras de modernización

necesarias para ingresar al nuevo mercado. El concepto de calidad de las universidades

americanas vinculadas a la empresa fue ganando presencia en la discursividad de las directivas

académicas. La fórmula parecía clara:

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Educación con calidad + investigación + relación con la empresa = desarrollo.

A continuación, el derramamiento hacia las capas poblacionales excluidas era fácil: o

con su ingreso a niveles de formación técnica o tecnológica en la cadena de formación, que

les permitiera insertarse en el mercado laboral para luego profesionalizarse y post graduarse

(ciclos propedéuticos), o en permanente cualificación, en el esquema de educación no formal

ahora llamado “educación para el trabajo y el desarrollo humano”.

De otro lado, se buscaron formas de desconcentrar la oferta tanto con el fomento de las

instituciones de educación superior privadas, como con la expansión de la regionalización en

la modalidad de la educación a distancia y el apoyo a centros regionales de educación superior

(CERES). En las últimas dos décadas del siglo XX, se dio un cambio sustancial en la forma de

concebir el acceso a la educación superior, al pasar de “[…] el modelo tradicional

universitario del siglo XX, que vivió en los años de 1980 y de 1990 un vigoroso proceso de

transformación debido al incremento de los establecimientos privados, a la diferenciación y

regionalización de las instituciones, al aumento de la matrícula y a la reducción relativa del

peso de la educación superior pública” (Rama, 2006, p. 62).

Como consecuencia de lo anterior y fruto de la ampliación de la cobertura con la

regionalización y creación de nuevas instituciones de educación superior (IES) muchas de

ellas motivadas por intereses políticos que lograron la aprobación de universidades con varias

seccionales por parte del Estado colombiano (tal es el caso de las universidades Antonio

Nariño y Cooperativa de Colombia, para citar solo dos instituciones), generaron una nueva

forma de entender el mercado de la educación superior en Colombia.

“La educación se tornó más profesionalizada con la expansión privada, por cuanto en

estas universidades –con honrosas excepciones– se produce poca investigación. Su actividad

se orienta exclusivamente a la docencia dados los costos de inversión menores en el modelo

de atención masiva magistral. En relación con la proyección social y las labores de extensión

la oferta de cursos cortos, estos son resultado de nichos de demanda y no de la presencia de

procesos académicos internos que se expresen por la creación de conocimientos

especializados e innovadores, lo cual refuerza el hecho de que sus docentes sean

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mayoritariamente de tiempo parcial y estén asociados al ejercicio profesional y no a la

investigación” (Rama, 2006, p. 74).

Otros de los fenómenos emergentes que la educación superior de la actualidad ha

respaldado son la flexibilización en horarios, modalidades, criterios de ingreso, currículos

móviles y cambios de modelos extensivos de formación por intensivos. El sector se volvió

dinámico socialmente y económicamente en su diversidad produciendo así altas tasas de

rentabilidad y dando lugar al nacimiento de una de las figuras de mayor influencia en la

vigilancia y regulación del sector: el tecnócrata educativo.

En la década de los ochenta, la función política que se atribuía a la universidad

tradicional (formación de la élite política dirigente) fue reemplazada por una función

económica de formación de la moderna tecnocracia que requería la economía y en particular,

del mercado laboral. La inversión en educación pasó a ser considerada, entonces, como

inversión en capital humano con alta rentabilidad social. El proceso modernizador trajo

consigo un crecimiento vertiginoso del sistema y el acceso de nuevos grupos sociales a la

educación superior (Caro, 1993, p. 11).

Las jóvenes instituciones de educación superior (IES) privadas entraron a competir con

las llamadas universidades tradicionales (Andes, Javeriana, Santo Tomás, etc.) y al ampliarse

el espectro de instituciones de educación superior se hizo necesario ofrecer otras modalidades

de educación diferentes de la presencial. Esta explosión de programas […] “obligó a buscar

nuevas alternativas curriculares para la creciente demanda por educación superior de parte de

grupos sociales medios y populares como pro- ducto de la modernización. Este fenómeno

produjo lo que se ha llamado el paso de la universidad moderna a la universidad de masa, a

través de los programas de carácter intermedio, los tecnológicos, los nocturnos y los

programas de educación a distancia” (Caro, 1993, p. 15).

La proliferación de la oferta a su vez fue interrumpida por la competencia desmedida

que se presentó en el mercado universitario, donde se hizo urgente (como argumento) regular

la calidad de las instituciones para que no amenazaran la estabilidad de las tradicionales

corporatividades educativas de las comunidades religiosas o las élites políticas, con lo cual se

depuró el sector y se conservó el ejercicio del monopolio y la tradición.

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Este breve recorrido permite ilustrar la forma como América Latina –y en nuestro

caso, Colombia– asumió las recomendaciones de los órdenes externos económicos y políticos.

Cabe preguntarse, entonces, ¿Realmente la calidad educativa permite el desarrollo y fomenta

la equidad? Esta concepción estandarizada de calidad ¿es coherente con las condiciones

contextuales de la población colombiana? ¿Cómo insertar al país en un enfoque sostenido de

crecimiento y mejoramiento de la educación universitaria sin elitizar nuevamente este

servicio? ¿Será que la educación técnica y tecnológica superior permite mayor accesibilidad y

coadyuva a cerrar la brecha? A continuación, como parte de la forma como las prácticas

institucionales universitarias incluyeron los efectos de la Ley 30 de 1992, se analizarán los

cambios de este nivel.

4.2 La educación técnica y tecnológica en Colombia después de la Ley 30

Definir la concepción y lugar que ocupa la oferta de la educación tecnológica y técnica

en el país en la primera década del siglo XXI, significa asumir dos enfoques comprensivos, a

saber: el legal y el académico. Para algunos aún no es clara su forma de inserción en el

proceso de profesionalización ya que sobre la educación a distancia pesa el prejuicio de ser

considerada como formación de segunda calidad. La educación técnica y tecnológica es una

modalidad educativa de formación para el trabajo que en Colombia tiene un enfoque más de

tipo “[…] curricular e institucionalmente ha estado separada de las ingenierías y de las

ciencias naturales” (Gómez, 1995, p. 45). Esta modalidad busca la formación de un talento

humano calificado que tanto necesita el país para su desarrollo económico y social.

La propuesta no es nueva, de hecho proviene de la década de los setenta, cuando a

partir de la expansión de la tecnología educativa se dio fuerza a la creación y desarrollo de los

INEM y los politécnicos nacionales a fin de formar una mano de obra calificada que pudiera

operar los bienes de capital y tecnológicos que ingresaban al país en su momento de

industrialización y desarrollo: “Los institutos politécnicos que nacieron a comienzos de los

años setenta, comenzaron a ofrecer las llamadas carreras intermedias o de corta duración, las

cuales fueron incluidas en las estadísticas del sector en 1975 como programas tecnológicos”

(Caro, 1993, p. 21).

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Empero, aunque se han depositado muchas esperanzas en que la formación tecnológica

y técnica apoye el desarrollo científico del país, a excepción del SENA hay una inercia

burocrática y un imaginario social de desprestigio que no potencia este tipo de formación,

como sí sucede en Estados Unidos, Canadá, Asia y Europa.

En países como el nuestro, […] “las posibilidades de progreso dependen

fundamentalmente de la generación de su capacidad científica y tecnológica, como condición

no solo para la apropiación creativa del conocimiento más avanzado a nivel internacional y su

adecuación a las características económicas, sociales y culturales particulares, sino

principalmente para la generación de nuevos conocimientos derivados de la capacidad

endógena de investigación y desarrollo en el contexto único de esas características

particulares” (Gómez, 1995, p. 8). Por lo anterior, es imperativo que la educación terciaria dé

peso específico a esta modalidad formativa.

La oferta reciente que nace de los decretos 2566 de 2005 y 1295 del 2010 que

reemplazó al anterior, fue una oportunidad para transformar el esquema educativo cerrado de

titulación profesional de cinco años por ciclos propedéuticos, lo que produjo el acceso masivo

que se esperaba pese a la poca maleabilidad de los programas profesionales en ciencias

administrativas, comerciales e ingenierías, como nichos de continuidad formativa que

buscaban hacer realidad el paradigma de educación permanente con el ritmo proyectado.

Las universidades tradicionales miran de forma peyorativa este tipo de formación y los

“especialistas en el tema” atribuyen la baja calidad de esta educación a la ausencia de

fundamentación conceptual en la diferenciación de la modalidad técnica de la tecnológica y a

la ausencia de formulación de objetivos curriculares y pedagógicos que se persiguen en cada

una. Este es el segmento de la educación superior en el que prevalece un sinnúmero de

instituciones privadas de dudosa calidad, orientadas más por el principio del “negocio”, que

por una preocupación real de preparar los técnicos o tecnólogos que necesita el país.

Lo anterior ha hecho que la formación tecnológica presente varias debilidades de

percepción de prestigio como son: que sea sinónimo de formación técnica no formal; que la

mayoría (más del 60%) de los programas tecnológicos se relacionen con áreas del

conocimiento que nada tienen que ver con la producción de tecnologías (administración, artes,

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educación, salud, etc.); y por último, que la mitad de los programas tecnológicos sean

ofrecidos como programas nocturnos y a distancia (Caro, 1993).

No obstante este imaginario de minusvalidez científica, la educación tecnológica ha

permanecido estable en su crecimiento dentro de la modalidad de educación superior y con

tendencia a la expansión (Tabla 1):

“La rápida expansión ha estado apoyada en un conjunto de expectativas sobre su

contribución al desarrollo económico, a la productividad laboral, a la mayor adecuación entre

la educación superior y la estructura ocupacional, a la diversificación de la oferta curricular y

a la democratización del acceso social a la educación superior” (Gómez, 1995, p. 10).

Tabla 1

Evolución de las IES según tipología

Tipo de institución

2000 2009 No. % No. %

Institución técnica profesional 43 17 % 42 15 %

Institución tecnológica 48 19 % 51 18 %

Institución universitaria 85 34 % 109 39 %

Universidad 77 30 % 80 28 %

Total 253 100 % 282 100 %

Elaboró: Vélez, 2012. Fuente: Gómez, 1995.

Finalmente, poco se conoce sobre la calidad de la formación de los tecnólogos que egresan

de las IE colombianas: “No se han verificado los supuestos sobre la identidad profesional del

tecnólogo, ni sobre su demanda o necesidad ocupacional, ni sobre sus diferencias con el

nivel técnico. Tampoco se han clarificado sus relaciones ocupacionales con el ingeniero y el

científico y la justificación ocupacional del tecnólogo formado en el país no es convincente”

(Gómez, 1995, p. 10).

4.3 Tipificación de las instituciones de educación superior en Colombia

Según la Ley 30 de 1992, la educación superior en Colombia se ofrece en dos niveles: el nivel

de pregrado y el nivel de postgrado. El nivel de pregrado tiene tres subniveles de formación,

así:

– Nivel técnico profesional.

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35

– Nivel tecnológico.

– Nivel profesional.

Pueden ingresar a los programas formales de educación superior a nivel de pregrado,

quienes certifiquen ser bachilleres y hayan presentado el examen de Estado. La constante en el

siglo XX de este nivel y de otras modalidades fue su diversificación. Se pasó de un modelo

exclusivista universitario a un modelo donde “[…] la masificación se dio más por la vía de las

instituciones y los programas tecnológicos y el crecimiento de los programas nocturnos y a

distancia. Entre 1975 y 1990, los programas nocturnos crecieron en un 125 % y los programas

a distancia en un 39 %” (Caro, 1993, p. 13).

En el Sistema Nacional de Información de la Educación Superior (SNIES), periodo

2000-2009, podemos constatar el incremento de las instituciones universitarias pero sumando

las técnicas profesionales y tecnológicas (93). Las instituciones de educación superior han

sido una buena opción para que las anteriores evolucionen en su naturaleza, lo que evidencia

en las 85 instituciones en el 2000 que pasaron a 109 en el 2009; además, se dio un leve

crecimiento en el número de universidades que pasaron de ser 77 en el 2000 a 80 en el 2009.

Tabla 2

Evolución de las IES según tipología

Tipo de institución

2000 2009 No. % No. %

Institución técnica profesional 43 17 % 42 15 %

Institución tecnológica 48 19 % 51 18 %

Institución universitaria 85 34 % 109 39 %

Universidad 77 30 % 80 28 %

Total 253 100 % 282 100 %

Fuente: Sistema Nacional de Información de la E.S. (SNIES) – MEN. 2012.

Según el SNIES, el 71 % de las IES son privadas y el 29 % públicas. En los últimos diez

años las IES privadas han aumentado en un 17 %.

Como efecto de las dinámicas analizadas después de la expedición de la Ley 30 y dado

el impacto que las políticas públicas en educación superior ha generado, se presenta un

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36

crecimiento de la oferta privada consecuente con la tendencia de privatización del sector

(Tabla 3).

Concomitantemente se presenta el fenómeno propio de la cobertura de acceso a los

estratos 1, 2, y 3 que ofrece la universidad pública. Así las cosas, aunque el número de IE

privadas es mayor, la matrícula es superior en las ie públicas. Durante el periodo analizado, la

matrícula evolucionó en las públicas de forma aumentativa. El cubrimiento de las IE estatales

ha aumentó en contraste con la participación de las privadas, por el interés del Gobierno de

incrementar su cobertura de atención. La matrícula ha crecido en forma constante gracias al

aumento en el número de egresados de la educación media, que ha sido exponencial

Tabla 3

Evolución de las IES según su naturaleza jurídica

2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 Oficial 79 79 80 81 81 74 74 81 81 81 29 %

Privado 174 182 187 189 190 190 196 197 201 201 71 %

Total 253 261 267 270 271 264 270 278 282 282 100 %

Fuente: SNIES-MEN, 2012.

Pero también debido a la potenciación del recurso público en educación y al llamado

del Gobierno para que las universidades públicas diversifiquen su ingreso con ventas de

servicios educativos que se constituyan en capital propio, de acuerdo con la tendencia de

privatización de la universidad pública y la descarga del Estado de su exclusiva financiación

(Tabla 4).

Tabla 4

Matrícula por sector

Año Oficial Privado Total Oficial (%) Privada (%) 2002 416.722 583.426 1.000.148 41,67 % 58,33 % 2003 470.532 579.500 1.050.032 44,81 % 55,19 % 2004 541.274 572.452 1.113.726 48,60 % 51,40 % 2005 588.051 608.639 1.196.690 49,14 % 50,86 % 2006 661.612 622.453 1.284.065 51,52 % 48,48 % 2007 739.468 621.680 1.361.148 54,33 % 45,67 % 2008 827.259 665.035 1.492.294 55,44 % 44,56 % 2009 877.346 707.949 1.585.295 55,34 % 44,66 %

Fuente: SNIES-MEN, 2012.

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37

Igualmente, se puede hacer el análisis de los efectos de estas determinaciones

normativas con base en la matrícula por nivel de formación. En los datos suministrados por el

SNIES (2012), los colombianos siguen prefiriendo los programas profesionales por encima de

la formación técnica y tecnológica. Las especializaciones han tenido una fuerte disminución

desde el año 2003 en la presentación de nuevos registros ya que las maestrías proporcionan

más rendimientos económicos y académicos; las IES han reducido su oferta académica de

especializaciones, en parte por las políticas nacionales que privilegian las maestrías como

programa de larga vida y formación científica, las cuales demuestran un crecimiento

sostenido; sigue siendo preocupante el número de doctores que se forman en el país, el cual,

pese a la enunciación de su necesidad, no logra el estándar deseado para la fecha

Tabla 5

Matrícula por nivel de formación

Año

Doctorado

Especialización

Maestría

Técnica profesional

Tecnológica

Universitaria

Total

2002 350 55.023 6.776 54.806 128.177 755.016 1.000.148

2003 583 43.845 8.978 84.657 130.116 781.853 1.050.032

2004 675 39.977 9.975 120.496 142.394 800.209 1.113.726

2005 968 46.045 11.980 136.490 158.573 842.634 1.196.690

2006 1.122 47.513 13.107 171.338 175.748 875237 1.284.065

2007 1.433 41.204 14.390 206.791 186.789 910.541 1.361.148

2008 1.546 46.349 16.617 224.024 239.798 963960 1.492.294

2009 1.807 57.685 19.660 185.826 315.311 1.005.006 1.585.295

Fuente: SNIES-MEN, 2012.

Al contrario de las fortalezas que imponen las TIC y la sociedad del conocimiento, la

educación presencial sigue siendo fuerte en relación con la educación a distancia o virtual.

Son muy pocas las IES que le están apostando a la educación virtual cuando en el contexto

internacional es lo que se impone, ya sea por desconfianza hacia esta modalidad de formación

la cual va interrelacionada con la internacionalización de las universidades nacionales hacia

las regiones latinoamericanas e iberoamericanas en primera instancia o por inexperiencia

tecnológica. En este ítem se trata de responder al desafío no solo tecnológico, sino también

organizacional y cultural de comprender que los centros de aprendizaje hace más de una

década se están alejando de las formas presenciales de control académico tradicional.

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38

4.4 Deserción

La deserción es un asunto a todas luces preocupante, más en un país caracterizado por

las inequidades sociales que hacen que unos pocos logren graduarse de una universidad. En la

Tabla 7 se observa una disminución progresiva de la deserción cada semestre/año. La

percepción de las IES las sitúa entre el primero y tercer semestre en un 52% aproximadamente

y en todo el proceso en un 12 % (¿contradicción de la información?). De todas maneras llama

la atención el hecho de que la mitad de los que se matriculan en un programa no lo terminan

satisfactoriamente. La meta que tiene el MEN para el año 2019 es llegar a una tasa del 25%,

razón por la cual está financiando una convocatoria para las IES que demuestren proyectos

exitosos en la permanencia de los estudiantes.

Tabla 6

Matrícula por metodología

Año

A distancia

(tradicional)

A distancia

(virtual)

Presencial

Total 2002 86.107 2.782 911.259 1.000.148

2003 83.820 2.426 963.786 1.050.032

2004 89.483 3.049 1.021.194 1.113.726

2005 100.845 2.926 1.092.919 1.196.690

2006 96.654 4.456 1.182.955 1.284.065

2007 122.286 6.063 1.232.799 1.361.148

2008 144.373 7.429 1.340.492 1.492.294

2009 175.920 9.909 1.399.466 1.585.295

2010* 188.012 10.180 1.493.605 1.691.797

Fuente: Fuente: SNIES-MEN 2012.

Tabla 7

Deserción en educación superior

2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009

Semestral N.D. 16,5 % 15,8 % 13,1 % 11,5 % 10,7 % 12,1 % 12,4 %

Cohorte 52,6 % 51,6 % 48,4 % 48,3 % 47,8 % 46,4 % 44,9 % 45,3 %

Fuente: Fuente: SNIES-MEN, 2012.

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39

4.5 Flexibilidad laboral de los docentes

El sector educativo no es el único que está cambiando sus reglas de juego laborales. La

tensión registrada alrededor de las demandas de la sociedad del conocimiento de flexibilizar

las formas de trabajo se ha convertido en una tendencia difícil de ignorar. Uno de los

problemas estructurales que ha afectado a las universidades en el sentido de asumir cambios

como el teletrabajo y la tele formación es la forma como se han orientado los procesos

académicos: “La educación superior se ha centrado más en la distribución de conocimientos

que en la generación o producción de ellos. La docencia universitaria así entendida y

practicada se traduce en capacitación o entrenamiento (no en educación o formación) para la

producción de profesionales” (Caro, 1993, p. 15).

Pareciera que lo importante en el pensamiento de los directivos de las universidades

fuera lo disciplinar y no lo pedagógico y desde esa perspectiva tradicional “[…] las

metodologías pedagógicas no son tema central en las discusiones sobre la educación superior,

cuando de ellas depende que se fomente o no el espíritu innovador, creativo y crítico, la

curiosidad científica y la capacidad de resolución de problemas” (Caro, 1993, p. 20).

Según Moreno (2010) Colombia y Bolivia ocupan los más bajos lugares del

coeficiente GINI en la región latinoamericana en cuanto a los sueldos y condiciones laborales

de los docentes universitarios:

Figura 1

Listado de los países con mayor desigualdad según el coeficiente de Gini

Estrato de desigualdad Países Coeficiente de Gini

Bajo (0,451-0,470) Uruguay 0,451 Costa Rica 0,470

Medio (0,471-0,510) Venezuela 0,490 El Salvador 0,493

Alto (0,511-0,559) Chile 0,520 Argentina 0,526 México 0,528 Ecuador 0,531 Paraguay 0,536 Guatemala 0,543 Panamá 0,545

Muy Alto (0,560 y más) Bolivia 0,561 Colombia 0,564 Brasil 0,568 Rep. Dominicana 0,569 Nicaragua 0,579 Honduras 0,587

Promedio simple 0,533

Fuente: Medina y Galván (2008).

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Igualmente, en comparación con los estándares en EE. UU. y Europa, las jornadas de

trabajo de los docentes en Colombia y Bolivia tienen una sobrecarga de nueve y veintidós

horas, respectivamente.

En este nuevo marco donde prima la mercantilización de la educación superior, los

docentes se han transformado en unos obreros del conocimiento que deben desempeñarse

prácticamente como mercenarios que trabajan en varias universidades para completar una

salario mínimamente digno: “La expansión del sistema de educación privada ha masificado en

esa área el mecanismo de vinculación por horas (sic) de docencia, y la ausencia de sistemas de

seguridad para los docentes, que se han transformado sin desearlo en empresas uninominales”

(Rama, 2006, p. 64).

Así mismo, se han encontrado unos componentes contradictorios en el sistema de

cualificación de la educación superior: mientras las universidades públicas y privadas se

certifican, las condiciones laborales de estabilidad y salario de los docentes ocasionales o de

cátedra empeoran. Esto nos lleva a plantearnos preguntas acerca de cómo se ejerce a este

respecto el papel de vigilancia y control de la calidad a las IES por parte del Estado.

La respuesta es que parece nulo o invisible, sobre todo en un contexto en el cual bajo

el argumento de la libertad de enseñanza […] se permitió una amplia creación de instituciones

de educación superior, muchas de las cuales ejercieron prácticas perversas que derivaron en

una libertad absoluta para abrir o cerrar programas, contratar profesores sin concursos ni

credenciales, carencia de carreras docentes, aumento de los precios de las matrículas de

manera arbitraria e incumplimiento de los mínimos requisitos de infraestructura (Rama, 2006,

p. 68).

Caro (1993) nos presenta algunas cifras que muestran el grado de pauperización en que

se encuentra la profesión docente desde hace más de cuarenta años. Entre 1970 y 1990 el

número de docentes se incrementó en un 409 %, aumento mucho mayor en el sector privado

(634 % frente al 248 % del sector oficial), el cual pasó de participar con el 42 % del total en

1970 al 60 % en 1990. Sin embargo, mientras la mayoría de los docentes del sector privado

son de hora cátedra, en el sector oficial son de tiempo completo. No obstante, esa proporción

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41

ha venido en declive (59 % en 1975 y 46 % en 1990) en favor de los docentes de hora cátedra

(30 % en 1975 y 43 % en 1990).

En las tablas 8 y 9 podemos ver que la mayoría de los docentes son de hora cátedra y

no tienen un título de doctorado. Solo algunas universidades de las tradicionales poseen un

grupo significativo de doctores y su número no tiende a aumentar.

Tabla 8

Docentes por nivel de formación

2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 Doctores 2.445 2.617 2.871 3.193 3.540 3.522 4.105 4.578

No doctores 80.897 87.686 89.666 95.143 97.066 98.623 105.539 105.910

Total 83.342 90.303 92.537 98.336 100.606 102.145 109.644 110.488

Fuente: SNIES-MEN, 2012.

Tabla 9

Docentes según su dedicación

Dedicación 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009

Tiempo completo

19.745 21.435 23.053 24.415 27.099 29.431 33.098 33.288

Medio tiempo

9.289 9.852 10.528 11.377 11.855 13.243 141.77 15.028

Catedráticos 54.308 59.016 58.956 62.544 61.652 59.471 62.369 62.172

Total 83.342 90.303 92.537 98.336 100.606 102.145 109.644 110.488

Fuente: SNIES-MEN, 2012.

4.6 Investigación

La investigación en nuestras universidades sigue siendo su talón de Aquiles, ya que

investigar es costoso porque exige docentes de tiempo completo dedicados a desarrollar las

líneas de investigación. “Una modalidad de medición del grado de desarrollo de la

investigación está dado por la existencia de doctorados y maestrías. Sin embargo, la región

tiene un nivel muy bajo de matrícula en estos niveles (Rama, 2006, p. 75).

Se han ensayado varias formas de invertir en investigación sin incrementar los costos.

Mientras los docentes se sobrecargan con la función, el sistema de ciencia y tecnología del

país se sofistica y hace inalcanzables los altos estándares de posicionamiento científico con

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base en los indicadores internacionales, tanto para grupos de investigación como para

publicaciones indexadas.

Luego de expedida la Ley 30 de 1992, se generaron conceptos y diferenciaciones sobre

la investigación propiamente dicha (científica) y la formativa. El CNA estableció en sus

primeros momentos las distinciones entre ambas, replicando un poco y con la debida

diferencia, las que existen entre ciencias básicas y ciencias aplicadas.

Las universidades tienen poca de la primera y mucha sin sistematizar de la segunda.

Desde el 2000 y hasta el 2012, la consigna para las universidades privadas en Colombia era

investigar, clasificarse en Colciencias, producir escritura, visibilizar la producción de saber y

publicar. El engranaje se ha ensamblado rápidamente en el discurso administrativo/académico,

pero en la práctica no se cuenta con los recursos financieros y el talento cualificado y

vinculado para dedicarse con solvencia a esta tarea. A su vez, se enuncia tanto un discurso

administrativo para cumplir con los criterios de calidad como para evidenciar que se es visible

en el mundo académico nacional e internacional; sin embargo, ambas posturas son

sospechosas por su intensidad.

Después de la Ley 30/92, las problemáticas en investigación como prácticas

institucionales son variadas y ameritan una mirada atenta y cuidadosa. Finalmente, se puede

afirmar con Rama que aunque tecnológicamente hemos avanzado en la apropiación de nuevas

tecnologías, no ocurre lo mismo en nuestras universidades,[...] “las cuales asumen que la

labor de investigación se sigue gestionando en función de modalidades tradicionales, que no

toman en cuenta los cambios en los paradigmas tecnológicos, ni en las determinaciones que

genera la nueva sociedad del conocimiento [...] El poder universitario sigue estando asociado

a la matrícula y a las facultades, en desmedro de los elementos vinculados con la investigación

y a la calidad de la docencia” (Rama: 2006, p. 76).

Y tras una radiografía perfecta de nuestra situación agrega:

[...] Hoy la investigación en la región está asociada en las universidades públicas y privadas a

la existencia de fondos concursables por parte de los organismos o de fondos nacionales de

ciencia y tecnología, a los cuales las universidades y los centros de investigación, tanto

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públicos como privados, acceden en competencia. La contribución estatal a “investigación y

desarrollo” es mínima y uno de los problemas centrales lo constituye la baja ciencia y

tecnología local por parte del sector privado, que simplemente importa sus requerimientos

(Rama, 2006, p. 76).

4.7 Conclusiones

La intención de estas aproximaciones era generar argumentos para alimentar una

resistencia conceptual de carácter ethopolítico al desdibujamiento legal y práctico de la

educación superior como un derecho inalienable de la humanidad desde el punto de vista de la

necesidad de transmitir cultura, saber acumulado científico y técnico en todas las capas

sociales y de generación en generación, como un modo imprescindible de conocer para poder

estar incluidos visible- mente en este mundo.

“La posibilidad de adquirir la condición social de joven universitario, de estudiante, se

ha vuelto más accesible, y aun cuando perviven fuertes injusticias en el ingreso, se han

multiplicado enormemente las oportunidades de acceso, permanencia y egreso de la

educación superior” (Rama, 2006, p. 43).

Igualmente, aunque se reconoce que la pluralidad de ofertas en educación superior por

criterios de modalidad, nivel y condición son una riqueza en un contexto de democratización

de la educación superior, es necesario vigilar que estas potencialidades estén disponibles para

toda la población colombiana en igualdad de condiciones de equidad, inclusión y acceso con

calidad.

La educación superior cambió como resultado de la evolución de las instituciones

hacia la multiplicación, la regionalización y la diferenciación de la creciente participación del

sector institucional privado, la ampliación y diversificación del cuerpo docente, así como del

aumento del número y variedad de los graduados (Rama, 2006).

Se trata, entonces, de armonizar las condiciones culturales con formas de saber/

conocer diversas, con oportunidades inclusivas y respetando las diferencias de sujetos y

colectividades para que se adquieran todos los acumulados de conoci- miento, tecnología, arte

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44

y cultura que los seres humanos requieren para vivir en esta época con grados de movilidad

creciente para todos los actores educativos.

Por estas mismas condiciones la internacionalización debería poderse leer (¿utopía?)

exenta de las relaciones de dependencia que se han generado entre el primer mundo y el

mundo llamado no alineado o de desarrollo moderado, como un intercambio de capitales

intelectuales y humanos que apoyan la reconstrucción de tejidos sociales entre culturas y

naciones a la luz de los lineamientos planteados de forma universal por la educación superior

intercultural y diversa.

Ello implica la coexistencia de modalidades, niveles y articulaciones que se diseñen de

forma flexible para acomodarse a los cambios vertiginosos de la sociedad del conocimiento,

pero armonizando las tensiones que el desarrollo y los flujos de mercados corporativos

financieros generan. Se trata de buscar el concepto y la práctica de la justicia y la democracia,

aplicados al sector educativo terciario.

Finalmente, las políticas públicas en educación superior no pueden darse por mandato

de la banca multilateral. Es la oportunidad de construir y consolidar las necesidades, opciones

y expectativas a nivel de la educación superior de una sociedad civil débil como es la

colombiana, para desarrollarla como un diálogo entre Estado, sociedad e instancias políticas

que permita generar leyes estatutarias alrededor de la educación superior para identificar de

manera soberana sus aplicaciones y proyecciones de acuerdo con el diálogo global norte-sur,

sur-sur.

Tal como lo expresa Rama (2006):

“La nueva realidad de la educación superior está marcada por el inicio de la educación

transnacional, que comienza a imponer un modelo tripartito donde coexisten la educación

pública, la privada nacional y la privada externa. Una porción significativa de la nueva

dinámica se caracteriza por el desarrollo de una educación virtual que al tiempo que incorpora

las nuevas tecnologías de información y educación, formula nuevas concepciones pedagógicas

basadas en modelos de simulación y un nuevo rol de los docentes” (p. 144).

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45

5. MARCO EPISTEMICO

"Si la educación te parece cara,

prueba con la ignorancia"

Albert Einstein

5.1. Una mirada a la Educación Terciaria en el contexto actual

5.1.1. El nuevo rol de la política educativa

La sociedad del conocimiento, en la cual se mueve el mundo de la Educación Superior,

está enmarcada por la carrera científica y tecnológica en que se encuentran enfrentadas las

grandes multinacionales y los grandes conglomerados económicos, y según Orozco (2012) en

entrevista al periódico Alma Mater, de la Universidad de Antioquia, por la incorporación de

nuevo conocimiento a los procesos productivos y a la generación de nuevos productos, es

decir, que está jalonado por la dinámica de la innovación, que hace por ejemplo, que todos

nuestros elementos tecnológicos de uso diario (computador, celular, televisor, etc.) sean

considerados, en un corto periodo de tiempo como “obsoletos” o próximos a quedar

desactualizados.

Esta sociedad del conocimiento también se ve jalonada por el fortalecimiento de las

redes sociales de carácter global (facebook, twitter, google, entre otros), que hacen posible la

interactividad, el manejo de la información en tiempo real, la creación de nuevos modelos de

sociedad y las más variadas manifestaciones de creatividad e innovación en cualquier campo

del saber que están obligando a la Educación Superior a una mayor movilidad.

La política educativa en el sector terciario asume según Rama (2006) un nuevo rol,

tanto por el incremento de los actores, producto de la diferenciación y diversificación

institucional, como por los nuevos desafíos y exigencias que se le plantean a la educación en

el contexto global de una sociedad de la información, donde el incremento de la producción

está asociado al componente del capital humano y a la investigación científica.

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La educación superior en América Latina caracterizada por serios problemas de

calidad, equidad y relevancia según Schwartzman (2012), enfrenta el reto en este nuevo

contexto mundial de formar la mano de obra calificada y con buena educación, que reclaman

los planes nacionales de desarrollo, a fin de no quedar nuestros países, rezagados en el

concierto orbital.

Otra meta por alcanzar es la de lograr una adecuada articulación entre la educación

superior con la educación secundaria para reducir los tiempos de formación, al hacer más

expedito el paso de un nivel formativo a otro, y de crear los vínculos y alianzas

internacionales para generar una mayor movilidad y el ofrecimiento de más servicios

educacionales.

La nueva realidad de la Educación Superior Latinoamericana según Rama (2006), está

marcada por el inicio de la educación transnacional, que comienza a imponer un modelo

tripartito donde coexiste la educación pública, la privada nacional y la privada externa. Una

porción significativa de la nueva dinámica se caracteriza por el desarrollo de una educación

virtual que al tiempo que incorpora las Tecnologías de la Información y de la Comunicación

(TIC), formula nuevas concepciones pedagógicas basadas en modelos de simulación y un

nuevo rol para los docentes.

De una situación de encapsulamiento en que las universidades y sus equipos de

académicos no entraban en dialogo con la sociedad, al restringir los espacios de contacto con

la realidad y de servicio social, y en donde se postulaban unos modelos de enseñanza y

aprendizaje para unos públicos homogéneos y elitistas, el mundo de la virtualidad y la

simulación están obligando al entorno educativo a descentrarse y dejar de lado la visión

tradicional de la educación superior para visualizar una más amplia, la de la educación

“terciaria”; según Lemaitre y Mena, (2012), esta nueva mirada se basa en dialogar con nuevos

estilos de sociedad, con grupos de estudiantes cada vez más dispares y heterogéneos, y en la

diversificación de la oferta académica.

La Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), en su informe del

2008, titulado “Educación terciaria para la sociedad del conocimiento”, citado por Lemaitre y

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Mena (2012), identifica unas tendencias y contextos en los cuales se mueve el mundo de la

Educación Superior en la actualidad, como son:

- La expansión de los sistemas de educación terciaria: la mayor parte de las naciones de

la OCDE muestra tasas de participación de estos sistemas superiores al 50% para una

cohorte etaria, mientras que en otros países también crece la participación de la

población en la Educación Superior aunque a un menor ritmo.

- La diversificación de la oferta: con la aparición de nuevos tipos de instituciones, la

multiplicación de las ofertas educacionales, la expansión de la oferta privada, la

necesidad que el mercado laboral le coloca a los profesionales de estar actualizándose

continuamente, y la introducción de nuevas modalidades de prestación educativa, se

está dando el crecimiento de sectores no universitarios, como uno de los cambios

estructurales más importantes de los últimos tiempos, debido a una educación con

mayor proporción de alumnos que estudian a menor costo, o a la introducción de

programas de educación continuada, cursados por miles de estudiantes vía “on-line”,

como son los MOOC (Cursos masivos abiertos on-line) según sus siglas en ingles.

- Población estudiantil más heterogénea: la mayoría de estos nuevos estudiantes son

según Lemaitre y Mena (2012), la primera generación de sus familias que llega a la

educación terciaria y no cuentan muchas veces con las redes sociales o tecnológicas

que los apoyen. El reto para las instituciones educativas es que estos alumnos tienen

diferentes necesidades de formación, lo cual implica cambiar las estrategias

pedagógicas y curriculares para poder ofrecerles ambientes de aprendizaje

diferenciados, que respondan a las experiencias formativas que estos traen de su

contexto social, económico y cultural.

- Nuevas formas de financiamiento: ante las limitaciones de los estados para invertir en

educación superior aparecen recursos de carácter privado, que lleva a proponer

sistemas de financiación dual (público-privado) como en el caso de algunas

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universidades Chilenas, o al aumento en los pagos de aranceles de matrícula, o a la

comercialización de bienes y servicios, al arrendamiento de espacios físicos y virtuales

(Second life, por ejemplo), o a la venta de proyectos de investigación y de proyección

social, como en el caso de Colombia, a través de las “regalías” avaladas por

Colciencias y por los entes territoriales.

- Nuevas formas de gobierno institucional: La globalización está obligando

continuamente a las instituciones de orden terciario, a mejorar sus modelos de gestión

académico - administrativa, y que puedan ofrecer según Lemaitre y Mena, (2012)

“valor por dinero”, ya que sus dirigentes son vistos más como gerentes o como

empresarios de un modelo de universidad “emprendedora o pragmática”, que como

académicos.

- Colaboración, movilidad y redes globales: La internacionalización de la educación

terciaria ha producido una mayor movilidad de estudiantes, de profesores y de

profesionales desde la interacción curricular, del intercambio de culturas y de estilos

de vida; que también se ve reflejado en el ofrecimiento de programas supranacionales,

de “intercampus”, que se dan de manera presencial o virtual.

Por esa razón, pensar en educación terciaria para Latinoamérica, es replantearse la

formación del capital humano cualificado que necesitan nuestros pueblos, para no perder el

rumbo de las metas de desarrollo científico y tecnológico que la globalidad impone. La

educación es un componente fundamental en el crecimiento y sostenibilidad de los países

latinoamericanos ya que mejora las oportunidades de los individuos en el mundo del trabajo.

Es, además, un medio primigenio para elevar la calidad de vida y las perspectivas de futuro.

En este sentido forma a los responsables de jalonar el progreso, que las organizaciones tanto

públicas como privadas reclaman.

La globalización, la revolución tecnológica mundial, la masificación de las instituciones y

la creación de establecimientos de educación superior orientados al mercado según Rama

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(2006), promovieron una caída de la calidad de la educación que condujo a reconocer la

necesidad de establecer sistemas globales para su aseguramiento.

Al tenor de estos cambios sociales y culturales, las instituciones de educación superior se

han multiplicado o han crecido de manera desproporcionada en América Latina, generando

desconfianza en la calidad de los servicios prestados, por lo que según Lemaitre y Mena

(2012), la mayoría de los países ha instalado, o se encuentran instalando, mecanismos de

aseguramiento que den garantía pública acerca de la calidad de las instituciones de educación

superior y de las carreras y programas que ofrecen. En este sentido, la inquietud de generar

sistemas de evaluación de la Educación Superior ha tocado a las estrategias del ICFES, en

busca de herramientas que permitan fijar la mirada sobre la calidad de la formación

universitaria, como lo señala González (2006):

Esta reflexión (en torno de la Evaluación de la Calidad de la Educación Superior en

Colombia) tiene sus orígenes desde los seminarios regionales de profesores que, en torno a la

Evaluación, coordinó el ICFES en varias universidades del país. Desde el interior de estos

seminarios se desprendieron varios proyectos de investigación, cuyos resultados

proporcionarán, sin duda, señales para la cualificación de la evaluación externa y sus posibles

efectos en la evaluación interna (la del aula cotidiana) y en las prácticas pedagógicas

universitarias. Estos dos aspectos, la modalidad pedagógica y la evaluación a los estudiantes,

son los más críticos en la Educación Superior (p. 257).

Según Schwartzman (2012), el contexto de masificación, diversificación y segmentación

en que se mueve la Educación Superior en América Latina; de la ampliación de cobertura

educativa por parte de las instituciones universitarias y otras realidades, han hecho que los

estados establezcan mecanismos para el control de la calidad, sobre todo, de la Educación

Superior privada. Lo anterior ha producido respuestas muy diversas en los diferentes países, y

el que exista un consenso general con respecto a la necesidad de instalar e implementar

instrumentos para el aseguramiento de la calidad.

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Faltará analizar en un futuro próximo, cómo estos procesos de aseguramiento de la

calidad, han afectado o afectan el ofrecimiento de nuevos programas de educación superior

por parte de las Instituciones de Educación Superior (IES) o la manera como las universidades

enfrentan, o se adaptan organizacionalmente al reto de verse fiscalizadas por pares

evaluadores externos, como ha ocurrido en las dos últimas décadas. Según Velandia, Miranda

y Pérez (2012), se observa que los procesos de aseguramiento de la calidad en el país, tienden

a volverse complejos y a requerir mucho apoyo operativo por parte de las instituciones

educativas para atender los diversos mecanismos, tales como registro calificado, acreditación,

pruebas Saber Pro, etc.

Por eso, el reto para la Educación Superior, según palabras del profesor Luis Enrique

Orozco (2010), es mantener viva la preocupación por la calidad y pertinencia del servicio

público de la educación en todos sus niveles, introduciendo mecanismos de autorregulación en

el quehacer de las instituciones.

Además, el sistema educativo tiene la responsabilidad de promover la construcción de

un modelo pluralista de intervención del Estado en materia de educación, que le permita a las

universidades asumir la autonomía con responsabilidad. En cuanto al papel del Estado, este

debe ser eficiente en la función de fomento y supervisión de la educación. Esta actitud

conlleva la urgencia de repensar el componente institucional del sistema (los organismos

coordinadores de la acción del Estado) y desarrollar más ampliamente el carácter de

responsabilidad con lo público de las instituciones universitarias.

El planteamiento conduce hacia el diseño de nuevos mecanismos de estímulo y

concertación a través de estas instituciones puente, las cuales podrían fungir como autopistas

de doble vía entre el Estado y las universidades y viceversa. Esto facilitaría no solo el flujo de

recursos más expeditos (legales, administrativos, financieros) en favor de la educación pública

y privada sino el ejercicio de una sinergia en busca de calidad y equidad. Sería un diálogo

facilitador a partir del cual se ejercería un verdadero enfoque democrático en la Educación

Superior colombiana.

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La incorporación de políticas inclusivas debe contribuir a promover según Rama

(2006), las reformas que las universidades necesitan para insertarse en los nuevos escenarios

del conocimiento. Se debe pasar de modalidades pedagógicas homogéneas, memorísticas y

repetitivas, a prácticas de carácter interactivo, donde la responsabilidad del aprendizaje recae

no solo en el alumno, sino también en los docentes, los administradores educativos y en la

sociedad en general.

De todas formas, el panorama de la educación superior ha cambiado de un marco

cerrado y poco flexible, de por sí elitista, a uno en el cual se basa en modelos de gestión de la

calidad que cada día traspasan fronteras. Según Orozco (2010), las universidades, además, se

enfrentan a nuevas exigencias en el marco de los sistemas de acreditación nacional e

internacional que hace que tengan que ajustar sus prácticas a estándares mundiales, no

previstos en la legislación de los años 90.

Estos marcos internacionales exigen de las IES un cambio organizacional en la manera

de hacerse visibles, ante un mercado que es cada vez más competitivo, y que compara quien

ofrece valores agregados para una mejor cualificación de los profesionales que las sociedades

y las organizaciones reclaman, y que está haciendo que se salga de marcos nacionalistas a

otros de carácter globalizante y transfronterizos.

Finalmente, ya no se puede seguir concibiendo en esta “aldea global”, al mundo del

conocimiento como el único medio para adquirir destrezas, memorizar contenidos, o aprender

una técnica, cuando los contenidos de determinado saber están en internet; por eso, se hace

prioritario que todo el sistema educativo incorpore los elementos que las TIC ofrecen para

formar individuos más creativos y autónomos en su proceso de aprendizaje.

Entre estos elementos se encuentran: que desde el kínder hasta el postgrado desarrollen

competencias y destrezas, para una sociedad del conocimiento que reclama personas capaces

de aprender, de proponer, de experimentar, de reinventar, de equivocarse y que están

dispuestos desde una mirada postmoderna “a desaprender”; que entienden la necesidad de

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estar actualizándose continuamente en una sociedad, que está en permanente evolución, y

abierta a la innovación y a los cambios.

El reto más grande para la educación superior según Orozco (2010), es si la

universidad colombiana tiene la capacidad de formar los mejores profesionales en los campos

que el país necesita, si puede ser espacio de investigación básica y aplicada con base en las

necesidades que requiere el país, y si es capaz de formar con carácter y personalidad a la clase

dirigente del mañana, que son nuestros estudiantes de hoy.

5.1.2 Antecedentes de la ley 30 de 1992

En Colombia las decisiones gubernamentales han sido definidas por los gobernantes

de acuerdo a su afiliación política, que a su vez ha marcado el derrotero de los planes de

educación estatales y que como tal, ha significado que no existiera durante varios lustros una

política pública de Estado para la Educación Superior, sino programas de gobierno cuya

duración dependía del periodo del respectivo mandatario presidencial.

En el año de 1924, existió un antecedente de reforma educativa con la venida al país de

la Misión Alemana (la cual complementó la tarea iniciada por la primera misión pedagógica

Alemana (1872 – 1878), establecida por el gobierno del General Eustorgio Salgar; y que

trascendió a las aplicaciones de la segunda Misión Pedagógica Alemana (1924 – 1935), antes

de la Segunda Guerra Mundial, en el gobierno del general Pedro Nel Ospina).

Este antecedente de reforma de 1924 que realizó una serie de recomendaciones para

reformular los planes de educación nacionales, fracasó en su implementación por la

intervención de la iglesia, que desde la época de la colonia ha sido protagonista en la toma de

decisiones de los aspectos relacionados con la educación de los colombianos, no obstante que

en la opinión pública existía la convicción, según Jaramillo Uribe (1968), de que sin un

cambio en el sistema educativo no podía superarse el atraso social y económico que vivía el

país.

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Al finalizar la década de los veinte (1926- 1930), durante la administración de Miguel

Abadía Méndez, el país pasaba por una profunda crisis, que se hace visible en 1929 (tanto en

lo externo con la depresión económica en marcha y en lo interno con las dificultades de

gobernabilidad) a raíz del cambio en la dirección del Estado, del partido político que había

detentado por varias décadas el poder en Colombia, y que pone fin a 45 años de hegemonía

del partido Conservador.

Como consecuencia sube al poder el Liberal Enrique Olaya Herrera, en el periodo de

1930 a 1934, quien inicia los primeros intentos de modernización de la oferta educativa en el

país. Esta gestión consistió, principalmente, en el aumento de la inversión pública en la

educación, para construcción de escuelas, aumento de la planta de magisterio, y la firma de

convenios en beneficio de las universidades, aprovechando su trayectoria de formación que

Olaya tuvo en el exterior.

Luego este proceso se complementa con la Tercera Misión Pedagógica Alemana

(1965-1984); Esto complementaría la gestión educativa realizada a partir de la tercera reforma

a la constitución de 1886 en el año de 1968, relacionada con los conceptos de Planeación y

Desarrollo, El frente político Nacional (1958-1974), La Alianza para el progreso (1961 -

1975), Tercera Misión Pedagógica Alemana (1965-1984) y la Renovación Curricular (1976-

1991), los cuales influyeron notablemente en la educación colombiana. En materia de

planeación y desarrollo se tecnificó este proceso en la formación de talento humano y se le

dimensionó con criterio de inversiones a largo plazo, buscando hacer compatible la Educación

Superior con las necesidades de la demanda del mercado laboral colombiano según

recomendación de la Misión Lauchlin Currie.

En cuanto al Frente Nacional contribuyó a la racionalización ideológica de los partidos

y a priorizar la pacificación sobre los intereses burocráticos. Su influencia a través de la

Alianza para el Progreso, en cambio, fue más bien breve. La muerte de Kennedy, su

inspirador, afectó los desarrollos previstos aunque se alcanzaran a hacer intercambios

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académicos con universidades estadounidenses y se promovieron donaciones como la de la

Fundación Rockefeller. Finalmente su mayor influencia a largo plazo fue la renovación

curricular de la Educación Superior la cual pasó de una visión clasicista permeada por la

influencia Francesa a una visión técnica y tecnológica, de claro corte anglosajón. Se

promovieron nuevas facultades y habilidades aplicadas en el talento humano colombiano.

5.1.3 Exigencias y reformas.

Aparte de los aportes de la Segunda Misión Pedagógica Alemana de 1924, la reforma a

la educación también fue impulsada desde la base estudiantil de la época. Colombia tenía

entonces ocho (8) universidades públicas y tres (3) privadas, las cuales esperaban insertarse en

la formación técnica en boga. Esta demanda dio pié a cuatro años de crisis estudiantil (1920-

1924) a través de trece conflictos que culminaron en el Segundo Congreso Nacional de

Estudiantes de 1924. El levantamiento estudiantil empezó y se centralizó de manera especial

en Bogotá, con apoyos en Tunja, Cartagena y Popayán. La organización estudiantil, sin

embargo, no alcanzó a homologar sus propuestas con las del gobierno Nacional de la época,

dejando estos esfuerzos de protestas un marcado sinsabor en los comités estudiantiles. Pese a

estas diferencias es de destacar que Marco Fidel Suárez, de Presidente de la República de

entonces, hizo que la educación se volviera Pública y Obligatoria. También fue en su gobierno

que se diseñó el plan para crear una red de maestros nacionales, tarea que se inicia seis años

después, en 1930, con la capacitación de Docentes en todo el territorio nacional. El objetivo

fue tener docentes colombianos y material didáctico producido por autores nuestros, dando

una mayor identidad nacional al proceso educativo.

Los estudiantes, finalmente, produjeron una declaración en la cual demandaban

autonomía y el ejercicio de su derecho natural de fijar los rumbos de la educación superior, lo

cual fue tenido en cuenta al dar inicio el periodo presidencial desde 1930 a 1934 de Enrique

Olaya Herrera. Sin embargo aún era temprano para tales resultados, pues el sector educativo

presentaba un bajo nivel académico sobre todo en el tema del analfabetismo que llegaba al

63% en la población infantil, según Organización de Estados Americanos, (OEA) (2003), así

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como también el bajo nivel de probidad en las metodologías que se utilizaban para la

enseñanza superior.

Esta realidad dio pie a la implementación de una reforma educativa, que buscó

proponer experiencias formativas prácticas en la mejora de la educación en el ámbito rural,

porque Colombia en ese momento era un país donde la mayor parte de la población vivía en el

campo; el sistema educativo se dividió en tres secciones para establecer un control y

vigilancia; que fue: la escuela primaria, el bachillerato y el establecimiento de la educación

profesional. De igual manera se creó el Ministerio de Educación y la Facultad de Ciencias de

la Educación (Decreto 1353 de 1931) de la Universidad Nacional, siguiendo el modelo de la

Escuela Normal de Tunja (1872), el cual se había convertido en paradigma latinoamericano de

formación.

En el Decreto 1.438 de 1932, Padilla e Hidalgo (2007), los ministros Carrizosa

Valenzuela y Nieto Caballero trataron de eliminar las diferencias que existían entre la

formación impartida en las escuelas en zona urbana, y las escuelas que estaban en zona rural,

elemento que hacia visible la diferencia social y cultural entre una población y otra. Este

decreto consideró la inclusión de la media técnica en la Educación Secundaria, y la

capacitación de los docentes, para la cual se fundó la Facultad de Educación de la Universidad

Nacional de Colombia, que sería transformada más tarde en la Escuela Normal Superior,

Olaya (1930) “Desgraciadamente, la actual crisis fiscal y económica no permitirá, por el

momento, dar a la educación pública un impulso adecuado; pero dentro de la medida de

nuestras posibilidades el Gobierno se preocupará por obtener el mayor rendimiento posible de

los recursos disponibles, en beneficio de la instrucción. La lucha contra el analfabetismo, la

enseñanza técnica y agrícola y la enseñanza universitaria son los tres grados ascendentes de

este problema, que, siempre en la medida de lo posible, como queda dicho, debemos estudiar

con decidido entusiasmo”.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Olaya, es en 1934, cuando sube a la

Presidencia de la Republica otro liberal, Alfonso López Pumarejo (1934-1938), cuando

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madura la propuesta estudiantil de 1924. López generó la primera gran reforma del siglo XX

del sistema educativo nacional, reformulando los procesos desde la escuela primaria hasta la

Universidad.

En este momento, bajo el gobierno de López, el movimiento estudiantil se pliega a los

partidos liberal y conservador, pero, en especial, se compromete junto con otros sectores

sociales (campesinos, obreros y pequeños comerciantes) con la Revolución en Marcha. Se

podría considerar esta reforma como una propuesta educativa más estructurada en el contexto

socio-económico, político y cultural, lo cual quedó estipulado en la Ley 68 de 1935, como una

primera tentativa de modernización del sistema educativo colombiano. En este sentido es

destacable el papel del filósofo, estadista y profesor Darío Echandía, quien como Ministro de

Educación conceptualizó la visión y la misión de la Universidad Nacional, convirtiendo el

Alma Mater en el más moderno centro pedagógico de la primera mitad del siglo XX, imitado

por otros proyectos latinoamericanos de Educación Superior.

En el período colonial se fundan en América Latina 33 universidades, de las cuales

solo ocho fracasan. En las universidades existentes la participación de los alumnos es muy

deficiente y provenían principalmente de los grupos hegemónicos del orden colonial. Los

maestros eran difíciles de encontrar, como muestra el hecho de que los primeros grados

académicos conferidos por la Universidad de México fueran obtenidos por sus propios

profesores.

De estos claustros salieron los integrantes más connotados del liderazgo colombiano,

tanto de la ciencia pura como de la política, la economía, el derecho, la sociología, y, desde

luego, de las ingenierías. A través de la Universidad Nacional, como proyecto pedagógico de

Educación Superior, Colombia entró en la era de las tecnologías transferidas y propias. A

través del proyecto pedagógico de la Universidad Nacional de Colombia, el país se introdujo

de modo aplicado en el proceso de modernización, desde el cual surgió una paradójica tensión

con los retos de la modernidad. Mientras la modernización tanto industrial como agropecuaria

(lo que luego se llamó la agroindustria) era liderada por una visión de liberalismo económico

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por la clase empresarial, la que, a su vez, usufructuaba las ventajas del Estado para sí, el

proyecto paralelo de la modernidad (que incluía una visión democrática, nacionalista, y de

estado de derecho igualitario) era trucado de manera abrupta con criterios excluyentes

impuestos a la mayoría. Esa fue quizá la razón, por la cual dos décadas más tarde la

Universidad Nacional se convirtió en la gestora de movimientos estudiantiles rebeldes y de

organizaciones en ocasiones proscritas por la Ley a la luz de la Constitución de 1886 (la

Nacional llegó a ser albergue básico de movimientos Marxistas, Leninistas, Maoistas e incluso

del ideario de Camilo Torres Restrepo y de los últimos liberales radicales del siglo XX).

La otra cara de la moneda fue la preparación en la Universidad Nacional de gran parte

del talento humano para el proceso de modernización económico de Colombia. Los diferentes

retos y cambios en la agricultura, en la economía, en la dinámica del mercado se organizan

desde esta universidad y según Jaramillo Uribe (1978) en el “Sistema Educativo Nacionalista,

Moderno y Democrático”, se prepararon los técnicos que requerían la industria, los

campesinos que asumieron una agricultura más tecnificada, y los ciudadanos que serían el

empuje de una sociedad democrática e igualitaria. Según este autor no solo surgió allí una

nueva propuesta científica, sino de una conciencia nacionalista, entregados a la tarea de

transformar al país a los vientos de la modernidad.

Surge la llamada “Revolución en Marcha” que reestructura el sistema educativo, y que

tiene como principio la influencia del Estado en la educación, y la apropiación de

instrumentos legales para darle inicio a la reforma, procedimiento administrativo que

determinaría la viabilidad y la aplicación de dichos cambios en los diferentes campos, ya que

la Ley 68 de 1935 daba participación de los intelectuales y pensadores de la pedagogía en

Colombia.

Según Arango Misas (2012), el gobierno de López Pumarejo reforma la Universidad

Nacional de Colombia en 1936, y le da nuevos derroteros; la reacción inmediata de la Iglesia

Católica y de la derecha (la casi totalidad del bloque en el poder) responde refundando las

viejas instituciones coloniales en instituciones privadas como la Universidad Pontificia

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Bolivariana en Medellín, que fue erigida en calidad de persona jurídica de Derecho Canónico

“Ab Homine”, como fundación de la Iglesia Católica basada en las normas constitucionales y

concordatarias, a través del Decreto del Excelentísimo Señor Arzobispo Tiberio de J. Salazar

y Herrera, Administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Medellín, fechado el 15 de

Septiembre de 1936, mediante Resolución Ejecutiva No. 48, de 22 de febrero de 1937, del

Ministerio de Gobierno de la República de Colombia, le fue otorgada personería jurídica civil.

Fue elevada a la categoría de Pontificia por Decreto de la Sagrada Congregación de

Seminarios y Universidades del 16 de Agosto de 1945 y reconocida como establecimiento sin

ánimo de lucro mediante Resolución No. 021 de abril de 1959 del Ministerio del Trabajo. Esta

reacción constituye la médula de la gran disputa entre las fuerzas sociales colombianas, la cual

aún prosigue en el segundo decenio del siglo XXI.

Se trata del antagonismo de intereses y metas entre un liberalismo económico (con un

Estado débil, poco intervencionista, incapaz de ejercer su papel regulador entre las fuerzas

sociales y de mercado) y el conservadurismo de un sector dominante, que defiende a capa y

espada sus intereses particulares, divorciado de los proyectos de la Nación, sin ningún interés

en el presente o futuro de las mayorías. En síntesis, el proyecto liberal liderado por López, con

el apoyo de lo más selecto del liberalismo de la época (Darío Echandía, el profesor Luis López

de Mesa, Agustín Nieto Caballero, entre otros egresados de la Facultad de Educación de la

Nacional), que buscaba llevar a Colombia hacia la modernidad; y la oposición de los sectores

minoritarios apenas interesados en entrar en el proceso de modernización para estar a la par de

las utilidades internacionales.

El país entró a finales de la década de los cuarenta en una etapa de violencia política, y

su expresión se ve manifestada en la exclusión, persecución y desaparición entre los

seguidores de los dos partidos políticos tradicionales. Hay dos sucesos que van a marcar el

futuro de la vida política y social en Colombia; el primer acontecimiento es el asesinato del

líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, y el segundo suceso es la elección el 7

de agosto de 1950 del conservador Laureano Gómez como presidente de la República y su

posterior derrocamiento por parte del General Gustavo Rojas Pinilla.

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Más tarde, en 1948 miembros de la élite de origen conservador, más abiertos a la

modernización, liderado por Mario Laserna Pinzón, crean la Universidad de los Andes, como

institución destinada a educar los hijos de la clase dirigente, originalmente en campos en que

las universidades religiosas no los preparaban (Ingenierías, Economía, Gestión empresarial).

Haciendo un gran salto pasamos a los años sesenta, los cuales se inician con la crisis

del modelo de desarrollo basado en la modernización industrial del país, dentro de la cual, la

educación jugaba un papel predominante en la transformación de los valores y en la formación

de los recursos humanos que podían garantizar un aporte productivo al desarrollo económico

del país.

Según Gómez (1990) dicha teoría económica (seguida por las Universidades de

Cornell, Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts-MIT) planteaba una relación

positiva entre la educación, la ocupación y los ingresos. Se buscaba un recurso humano más

calificado que produciría el aumento de la productividad y con ello, el aumento de los

ingresos de la clase trabajadora del país. A su vez, los mayores ingresos incidirían en una

mayor movilidad social y ocupacional del trabajador, en la ampliación del mercado interno y

del empleo, generado en consecuencia, altas tasas de crecimiento económico y por tanto de

progreso social.

La idea de esta teoría fue la de preparar una clase dirigente capaz de modernizar y

crear las condiciones tecnológicas, económicas y sociales, que, a la luz de los principios de la

modernidad, pudiera entretejer un nuevo cambio estructural al cual se le denominó el proceso

de la globalización. El objetivo estratégico fue el de tener corresponsales culturales, formados

a través de una estrategia educativa, en los distintos países, lo cuales fungieron a modo de

facilitadores de la globalización. Para ello era necesario montar en cada país, a manera de las

plantas de las transnacionales, centros de educación poderosamente dotados y sincronizados

para replicar el modelo educativo.

En ese orden de ideas, la función política que se atribuía a la universidad tradicional

(formación de la élite política dirigente) fue reemplazada por una función económica de

formación de la moderna tecnocracia que requería la economía y en particular, el mercado de

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trabajo. La inversión en educación pasó a ser considerada entonces, como inversión en capital

humano con alta rentabilidad social.

El proceso modernizador trajo consigo un crecimiento vertiginoso del sistema y el

acceso de nuevos grupos sociales a la educación superior. La expansión económica de la

década del 70 permitió absorber un contingente importante de fuerza de trabajo universitaria,

cumpliendo la educación un importante rol en el proceso de movilidad social. En este sentido,

la Organización Universitaria Interamericana desde 1979 tiene el objetivo de aportar a las

instituciones universitarias, en el desarrollo y la integración de la Educación Superior,

iniciando en Canadá, así como en Sur América hasta la austral Chile.

Esta organización la integran más de 400 afiliados, entre universidades públicas y

privadas, centros de investigación, asociaciones universitarias nacionales o regionales. Por

esta época también el Banco Mundial y la UNESCO estimulan metas modernizadoras para

países de América Latina, incluida Colombia. Los anteriores esfuerzos fueron eclipsados en

parte por la violenta reacción de la izquierda mundial, cuyos impactos en Colombia serian

notorios a través de las organizaciones estudiantiles tanto de la Universidad Nacional en

Bogotá como de la Universidad del Valle en Cali, en 1971. No menos caótica resultaría la

intermitente lucha estudiantil de los ochentas que terminó privilegiando la productividad de

las universidades privadas.

Sin embargo, según Caro (1993) la recesión económica de la primera mitad de los

ochenta, el desempleo, la creciente informalidad de los egresados de la Educación Superior, el

desarrollo desigual del proceso de modernización y la alta tendencia a su concentración

geográfica, sectorial e institucional, marcaron el comienzo de la crisis de los paradigmas del

modelo modernizador y de su papel homogenizador en una sociedad altamente diferenciada.

Esta crisis obligó a buscar nuevas alternativas curriculares para la creciente demanda

por educación superior de parte de grupos sociales medios y populares como producto de la

modernización. Este fenómeno produjo lo que Parra (1988) ha denominado el paso de la

universidad moderna a la universidad “en masa”, a través de los programas de carácter

intermedio, los tecnológicos, los nocturnos y, los programas masivos de baja calidad en

Educación Superior.

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Esta diversificación curricular vino acompañada de un proceso de creciente

diferenciación institucional en cuanto al perfil y forma de vinculación de los docentes, el

desarrollo de las actividades de investigación, las metas pedagógicas y las metodologías de

enseñanza-aprendizaje. Es decir, la diferenciación y estratificación de las instituciones de

Educación Superior.

Los distintos planes de desarrollo de la década de los ochenta según Parra (1988)

destacaron las bajas tasas de escolaridad, la ausencia de actividades de investigación y de

extensión a la comunidad, la concentración de la oferta, la inequidad en la distribución de los

aportes estatales, la desconexión con el sector productivo, la falta de articulación con los otros

niveles educativos y los altos índices de desempleo, como los problemas más agudos de la

educación superior.

Como consecuencia del crecimiento exponencial del sistema educativo terciario, el

gobierno de Julio Cesar Turbay Ayala en el periodo 1978-1982, promulgó el Decreto 80 de

1980. El aspecto más relevante de este decreto tiene que ver con la definición de las

modalidades educativas e instituciones que configurarían la educación universitaria y no

universitaria. Hasta entonces, como instituciones de educación superior eran consideradas las

universidades y programas, las carreras profesionales.

Sin embargo, desde 1975 ya se habían empezado a incluir en las estadísticas del sector,

los programas tecnológicos, identificados como carreras intermedias o de corta duración. Su

legitimación como programas de Educación Superior comenzó a ser presionada por la

Asociación Colombiana de Universidades (ASCUN) asociación que agremiaba a las

instituciones que ofrecían este tipo de formación.

Con el decreto mencionado no sólo las tecnológicas ganaron ese estatus, también las

carreras técnicas. En efecto, a partir de la reforma de 1980 hacen parte de la educación

postsecundaria las modalidades de formación técnica, formación tecnológica, formación

universitaria y formación avanzada o de postgrado.

En la mayoría de los países de América Latina primó el esquema binario o dual de

diversificación que se caracterizó según Orozco (2010) por la separación entre las

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instituciones universitarias, que constituyen el sector de alto estatus social y académico, y las

no universitarias que típicamente ofrecen carreras cortas, de formación técnica y tecnológica y

de bajo estatus social y académico. Pareciera que a tal taxonomía subyace un concepto

empobrecido de la tecnología moderna y de su papel en el desarrollo de los países en el marco

de una economía globalizada. Esta diferenciación entre la educación tecnológica y la

Educación Superior condujo a revisiones profundas de la malla curricular en estos sectores,

creándose diversas alianzas estratégicas entre las partes y facilitando el proceso de asimilación

por parte de la universidad de la mayoría de las llamadas carreras tecnológicas.

La Ley 80 de 1980 construyó según Orozco (2010), la tipología de la educación

terciaria basada en las siguientes modalidades:

a) La intermedia profesional que conducía al título de técnico profesional intermedio.

b) La tecnológica, que conducía al título de tecnólogo.

c) La universitaria que conducía al título de profesional.

D) La avanzada que conducía al título de especialista, magister o doctor.

El decreto también estableció los requisitos para que una institución fuera reconocida

como universidad: tener aprobados por lo menos tres programas de formación universitaria en

diferentes áreas del conocimiento, y acreditar una significativa actividad de investigación, y

suficientes y adecuados recursos humanos y físicos. Solo para estas instituciones estaría

reservada esta denominación de Universidad.

Un segundo aspecto esencial de la legislación de 1980, fue haber sometido a las

universidades e instituciones de Educación Superior oficiales a las normas del derecho público

al definirlas jurídicamente como establecimientos públicos. Lo anterior representó no

solamente un tratamiento desigual y más estricto para con estas entidades, sino que afectó de

manera significativa su capacidad de gestión al imponerles excesivos controles y severas

restricciones de orden administrativo y financiero.

Un tercer aspecto tiene que ver con las funciones de control académico asignadas al

Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación (ICFES) y en cierta medida, de control

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administrativo y financiero. Con el tiempo en su gestión predominaron las funciones relativas

a la inspección y vigilancia sobre las de fomento; y entre las primeras, las de control fiscal y

administrativo sobre la evaluación de la calidad.

Para Caro (1993), la reforma de 1980 propició una administración del sector

marcadamente centralista y su excesiva reglamentación fue cerrando el espacio del principio

de autonomía de las instituciones “… para desarrollar sus programas académicos y de

extensión o de servicio; para designar su personal, admitir a sus alumnos, disponer de sus

recursos y darse su organización y gobierno...” (p.16), consagrado en el Decreto 80.

La década de los años 90 se inicia con un nuevo contexto general determinado por

desarrollos conceptuales y definiciones de políticas que afectaban la Educación Superior.

Según Caro (1993) estos tienen que ver con los principios y normas en la nueva Constitución

Política de 1991 y que tocaban directa o indirectamente la organización del sector, en segundo

lugar, con los lineamientos de política trazados en el plan de apertura educativa propuestos por

el gobierno de Gaviria; y por último, con los objetivos y estrategias de la política de ciencia y

tecnología.

El plan de Desarrollo del gobierno de Cesar Gaviria llamado “La Revolución Pacífica”

1990-1994, en su diagnóstico destaca como problemas básicos de la Educación Superior, en

orden de importancia: la falta de calidad académica, la atomización institucional del sistema y

la inequidad de la distribución de los subsidios del Estado.

Atribuye estos problemas a que el rápido crecimiento de la Educación Superior no ha

ido acompañado de los ajustes necesarios para consolidar su calidad, a la ineficacia de los

mecanismos de control de calidad y al carácter excesivamente centralista del sistema,

organizado a través del Decreto- Ley 80 de 1980.

Concentra el objetivo de la política en la creación de mecanismos de financiación para

estudios de postgrado y pregrado, y en la reestructuración del ICFES, suspendiéndole sus

funciones de control académico, control administrativo y de tarifas y, ejecución directa de

programas.

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Al gobierno de Cesar Gaviria le correspondió cerrar la puerta o limitar la creación de

Instituciones de Educación Superior que en tiempos de vigencia de la Ley 80 de 1980, se

había convertido en la aparición exponencial de instituciones terciarias de diverso origen y

finalidad.

Según Caro (1993), entre 1970 y 1990 el número de instituciones de educación

superior pasaron de 50 a 242, es decir, se incrementó un 384%, mientras ese crecimiento fue

del 276% en la década del 70, en la década siguiente fue del 29%. Este crecimiento

institucional estuvo marcado por una fuerte tendencia a la privatización del sistema. Mientras

las instituciones oficiales crecieron en un 221% entre 1970 y 1990, las privadas lo hicieron en

un 522%, pasando de representar el 31% al 69% del total de instituciones.

Con la Ley 30 de 1992, el gobierno de Cesar Gaviria, buscó la promulgación de

indicadores de gestión como mecanismo de distribución de los recursos que administraba el

MEN para las universidades públicas, lo cual llevó a las Universidades tradicionales, a

exigirle al gobierno la definición de unos estándares mínimos los cuales debían cumplir las

nuevas Instituciones de Educación Superior, tanto para su creación como para su adecuado

funcionamiento.

El Estado buscaba imponer mecanismos de control y vigilancia a un sector que estaba

creciendo sin ningún tipo de seguimiento o de acompañamiento por parte de los organismos

del mismo, lo cual llevo a la creación o reestructuración, en estos años del Viceministerio de

Educación Superior y de una serie de dependencias encargadas de auditar la calidad y la oferta

en Educación superior en el país. (ICFES, CONACES, SACES, entre otros.)

5.1.4 Principales impactos de la Ley 30 de 1992

Antes de examinar las características del proceso de elaboración de la Ley 30 de 1992 que

normatizó el quehacer de la Educación Superior y de examinar los alcances e implicaciones de

sus resultados, conviene describir el contenido general de la versión definitiva y sancionada

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por el presidente de la república, el 28 de diciembre de 1992, en cuanto a los principales

aspectos allí consagrados. Estos son:

Principios orientadores de la Educación Superior: el desarrollo de las

potencialidades del ser humano de manera integral y del espíritu reflexivo para el logro

de la autonomía personal en el marco de la libertad de pensamiento. Y de conformidad

con la constitución política, la inspección y vigilancia por parte del Estado para velar

por su calidad, la autonomía universitaria, las libertades de enseñanza, de aprendizaje,

de investigación y de cátedra y del derecho de las personas que cumplan con las

condiciones académicas de acceder al sistema.

Objetivos de este nivel de educación y de las instituciones que lo conforman:

formar integralmente a los colombianos: producir, transmitir y utilizar el conocimiento

en la solución de las necesidades del país; promover la consolidación de comunidades

académicas; presentar a la comunidad un servicio con calidad; promover el desarrollo,

la integración regional y unidad nacional; y fomentar la educación y cultura ecológica.

Campos de acción de la Educación Superior: la técnica, la ciencia, la tecnología, las

humanidades, el arte y la filosofía configuran los campos de acción de la educación

superior. Los objetivos de la formación van desde preparar para el desempeño de una

operación, profesión y disciplina determinada (programas de pregrado) hasta la

formación de investigadores de nivel avanzado (programas de doctorado).

Instituciones que conforman el sistema de Educación Superior: según el objetivo

de formación, se clasifican en instituciones técnicas profesionales, instituciones

universitarias, o, escuelas tecnológicas y las universidades. Según su origen, en

estatales u oficiales, privadas y de economía solidaria.

En el proceso que se siguió en la elaboración de la reforma de la educación superior se

pueden distinguir según Caro (1993), tres (3) fases o momentos: Comisión de Reforma

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convocada por el ICFES, Comisión de Concertación convocada por el Ministerio de

Educación y el ICFES, y finalmente, el tránsito por el Congreso de la República.

Con el fin de elaborar una propuesta de reforma del Decreto 80 de 1980, en el primer

semestre de 1991, la dirección del ICFES conformó una comisión de Reforma del Sistema de

Educación Superior, como organismo asesor de la dirección, con el fin de elaborar la

propuesta correspondiente. La Comisión inició trabajo a partir del documento base “El

Sistema de la Educación Superior y la modernidad. Hacia una reforma del Decreto Ley

80/80”.

Como resultado la Comisión entrego a la dirección del ICFES y por su intermedio, al

Ministro de Educación Nacional en el mes de Octubre de 1991, el primer documento de

“Restructuración del Sistema de Educación Superior”. Basados en este documento, en

Diciembre se presentaron cuatro (4) proyectos de Ley que en conjunto constituían la reforma

de la Educación Superior. Tales proyectos de Ley se relacionaban con:

La organización del sistema de educación post-secundaria o superior.

El establecimiento del régimen especial para las universidades del Estado.

El establecimiento del régimen de financiamiento de la Educación Superior.

La creación del Consejo Nacional de Educación Superior y la organización del ICFES.

En razón de las distintas iniciativas y propuestas presentadas por las comunidades

académicas y demás sectores interesados como respuesta a la consulta realizada con base en el

documento presentado por la comisión del ICFES, el Ministerio de Educación y la Junta

Directiva del Instituto consideraron conveniente según Caro (1993), realizar un trabajo de

concertación, para lo cual se convocó a una reunión a representantes de instituciones técnicas

y tecnológicas y de la Asociación Colombiana de Universidades (ASCUN), representantes del

Departamento Nacional de Planeación (DNP), Departamento Administrativo de Ciencia,

Tecnología e Innovación (COLCIENCIAS), Instituto Colombiano de Cultura

(COLCULTURA), Instituto Colombiano de Crédito Educativo y Estudios Técnicos en el

Exterior (ICETEX) y de la Federación Colombiana de Educadores (FECODE).

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Dicha reunión se celebró en Enero de 1992 y como resultado se designó una comisión

permanente que comenzó a sesionar en el siguiente mes de abril. La comisión de concertación

se dividió en grupos de trabajo y como producto, elaboró un proyecto de ley único que fue

presentado como proyecto del gobierno al Congreso de la Republica, el 12 de Junio de ese

año.

El Proyecto de Ley inicio trámite en el Congreso en la Comisión VI del Senado de la

Republica, con el pliego de modificaciones presentado por el ponente. Con algunas

modificaciones y adiciones, se aprobó el proyecto en el Senado, para pasar luego a los debates

en la Comisión VI de la Cámara de Representantes. Con algunos cambios al texto del Senado,

el proyecto es aprobado, para sanción de la Ley por el Presidente de la Republica, el 28 de

Diciembre de 1992.

Históricamente la intervención del Estado colombiano para regular el campo educativo

según Orozco (2010), ha utilizado las diferentes disposiciones legales como son:

La normatividad relacionada con la provisión de la oferta educativa en el Sistema de

Educación Superior que tiene como referente principal la Constitución Política

colombiana de 1991, en la cual su artículo 67 estable un marco general que da vida

normativa a la Educación Superior al considerar que “… la Educación Superior es un

servicio público, tiene una función social…”. Además, el artículo 69, garantiza la

“autonomía universitaria” que posibilita a las IES facultades para que asuman

autogestionariamente su desarrollo.

La Ley 80 de 1980, que fue el primer intento serio y estructurado del estado, por

regular el mundo de la Educación superior en Colombia.

La Ley 30 de 1992 que fue el fruto de acuerdos entre las autoridades estatales y las

instituciones privadas de Educación Superior. Trato de replantear la tipología y para

ello estructuró su primera parte construyendo la de las instituciones no sobre

modalidades, sino sobre lo que se denominó “campos de acción de las instituciones” y

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así se llegó a la siguiente nomenclatura de campos: técnica, tecnológica, ciencia,

humanidades, arte y filosofía.

A raíz de la Ley 30 según Orozco (2010), también se ratifica y se refuerza el carácter

terminal de las instituciones técnicas, condenándolas a un futuro incierto y sin posibilidades

de continuación de estudios superiores.

Con la Ley 30, según Víctor Manuel Gómez citado por Orozco (2010), todos perdieron

porque:

a) Se redujo el grado de diversificación de la oferta y por la misma razón el número de

oportunidades para la expansión del sistema.

b) Muchos campos ocupacionales exigidos en el campo laboral de carácter

tecnológico, permanecen sin ser atendidos en los formatos de educación.

c) La identidad de las instituciones técnico profesionales y tecnológicas se diluye y su

distinción para los empleadores es inexistente.

d) El concepto de universidad se difumina en un conglomerado de instituciones que en

la práctica poseen una oferta educativa similar.

Posteriormente en el gobierno de Álvaro Uribe en el periodo de 2002 a 2006 se

presenta la Ley 749 de agosto de 2002, que respondió a la necesidad de articular la educación

media con la superior. En la práctica según Orozco (2010), la Ley 749 no logro darle

identidad a la formación tecnológica y más bien la convirtió en propedéutica de la profesional,

y la formación tecnológica siguió siendo un puente hacia las ingenierías.

Uno de los retos que el Banco Mundial le colocó al gobierno de Uribe fue el de

incentivar la formación técnica y tecnológica, (Cruz, 2012) con el fin de ofrecer en el contexto

de la globalización una mano de obra barata cualificada que motivara a capitales foráneos a

invertir en Colombia; y como estrategia para ampliar la cobertura educativa a través de

programas más cortos, imitando el modelo americano de las “Comunity Collages”, para que

pareciera que muchos más colombianos habían podido acceder a la Educación Superior.

Mientras que en los Estados Unidos el número de alumnos de los “Comunity Collages”,

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superó los trece millones de jóvenes, en Colombia la fortaleza de este modelo fue

experimentada por el SENA.

Lo anterior llevó al gobierno de Uribe, a fortalecer al SENA y a crear una serie de

convocatorias de financiación para IES, que le apostaran a crear programas en ciclos

propedéuticos y que presentaran experiencias exitosas en la articulación con la media técnica.

Con un crecimiento que pasó de 1.137.657 en el 2005 a 1.587.928 en el 2010; con una tasa de

crecimiento promedio de 7%, que en su momento más alto llegó a 9.48% durante el 2008.

Igualmente realizó un ajuste, según la Ley 749, que benefició ampliamente el mercado de las

instituciones técnicas y tecnológicas. No obstante, como lo muestran las cifras, el sistema

sigue siendo altamente inequitativo y excluyente. En efecto, la tasa de escolaridad bruta

superior para el período de 2002-2007 varía entre 24,47% y 32,48%, en el 2007, lo que

significa que para este último año 3,3 de cada 10 personas están asistiendo a la Educación

Superior. Entre tanto, la tasa neta tiene un promedio para el período de 17,77% y tiene una

tasa de 16,31% en el 2002 y 19,25 en el 2007.

El gobierno de Álvaro Uribe busco con la Ley 749 y bajo la denominación de ciclos

propedéuticos, según Orozco (2010) articular mejor el sistema de educación superior, hacerlo

más flexible y propiciar las transferencias de una modalidad a otra. También quiso trascender

el carácter terminal de la modalidad tecnológica y ofrecer la profesionalización en los campos

de las ingenierías, la administración y las tecnologías de la información.

En la práctica según Víctor Manuel Gómez citado por Orozco (2010), la educación

técnica y tecnológica con este tipo de normatividad, lo que se logró fue que se siga

percibiendo ante el grueso de la sociedad colombiana, como una educación de bajo nivel, y

como un medio para que algunos mercaderes del conocimiento se lucren, sin que se convierta

realmente este nivel de formación, en una alternativa real de cualificación profesional. Según

Rama (2006)…hoy hay más barreras de ingreso a la educación pública, como la existencia de

selección por cupos, exámenes y costos, que hacen inequitativo el acceso a este derecho

Constitucional. También Caro (1993) denuncia el fenómeno de las bajas tasas de escolaridad,

dentro de los siete grandes factores o problemas agudos de la Educación Superior

Colombiana.

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Estas visiones se pueden observar en los mismos datos suministrados por el Ministerio

de Educación Nacional:

Tabla 10

Oferta de formación oficial y privada en Colombia

Copyright 2012 MEN - SACES. Información con corte a 13 de noviembre de 2012

Algunas características de la formación técnica y tecnológica, según Gómez, citado por

Orozco (2010), son las siguientes:

- Poseen una tradición intelectual que no tiene nada que ver con la técnica y la

tecnología modernas. Se han especializado en formación para oficios u ocupaciones de

bajo nivel de calificación.

- Con demasiada frecuencia los programas académicos que ofrecen adolecen de bases

científicas, humanísticas y metodológicas.

- Su participación en el sistema de acreditación de alta calidad es relativamente bajo.

- La mayor parte de su matrícula corresponde a bajos puntajes en las pruebas de estado.

- La mayoría de estas instituciones no cuentan con la infraestructura física y pedagógica

mínima, ni con el personal docente con producción intelectual demostrable.

- La principal función de estas instituciones ha consistido en desviar la alta demanda por

Educación Superior en el país.

- Existe una subvaloración de este tipo de educación y se concibe que la educación

tecnológica es una modalidad terminal.

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Tabla 11

Tasas de acceso a la Educación Técnica y Tecnológica

Nota. *Dato estimado. Copyright 2012 MEN y SENA

La capacidad del Estado de influir realmente sobre la educación es prácticamente nula.

Aunque existe un planteamiento legal de control (defectuoso, pero existe), no ocurre así con

los componentes de gestión. Pero sobre todo, es la falta de voluntad por parte del Estado de

ejercer una política educativa coherente y funcional. De este modo, las disposiciones que

reglamentan las prácticas gubernamentales hacen que los sistemas de regulación de la

Educación Superior (requisitos mínimos, exámenes de Estado, estructuras curriculares, niveles

de exigencia académica, homologación de dotaciones, etc.) sean más formales que reales.

El aparato estatal pretende que los problemas educativos que le corresponde solucionar,

sean resueltos, de la manera que sea, por las instituciones de Educación Superior. Y el

resultado es el de un escenario parecido al de un partido de fútbol sin árbitro, en el cual los

jugadores más profesionales tratan de jugar acorde con las reglas deportivas, en tanto que

otros aprovechan para incurrir en todo tipo de faltas. Al final, nadie sabe cuáles son los goles y

los autogoles. Ni siquiera quien tiene el balón.

La lógica de las metas y luchas, muy clara también en algunas instituciones privadas, ha

sido, de una parte, acaparar cada vez más una proporción mayor de matrícula universitaria en

sentido estricto del mercado de la educación. El Estado, mientras tanto, ha mantenido un pacto

implícito de silencio con esas instituciones de Educación Superior que realizan tales prácticas,

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mediante la excusa del respeto de la autonomía universitaria como una conquista educativa

irreversible; pretexto bajo el cual reposa la pasividad en la gestión auditora del Estado para

garantizar el derecho Constitucional a una educación con equidad, calidad e incluyente.

Al respecto, Castro (2012) señala de qué manera cabe reconocer el fracaso experimentado,

inclusive a partir de la década de los 60 del siglo pasado, de las políticas estatales de

“crecimiento hacia adentro” en contextos de dependencia económica o de la ineficiencia del

Estado al resolver los problemas de la masificación educativa; o el desencuentro de un

programa nacionalmente obligatorio dentro de sociedades pluriculturales, puesto que “el

Estado no puede ser hoy el mero reproductor de la cultura dominante”.

Es así como en diferentes instituciones de Educación Superior, particularmente algunas de

las privadas, han logrado, cada una de ellas, consolidar en medio de un vacío de poder

generalizado por parte del Estado, que les ha permitido definir, por sí y para sí, normas de

pertenencia al campo y de jerarquía universitaria, estrategias basadas en la auto-legitimación

particular y extra-constitucional, que según Gabriel Arango (2004), han alcanzado el

elemento de la diferenciación social en los sectores más pobres.

Según la Constitución, todos los colombianos son iguales ante la ley y tienen el derecho

fundamental de acceder a la educación, lo cual prima sobre “el independentismo” autonomista

de ciertas universidades y desvirtúa las citadas prácticas discriminatorias. El vacío de poder se

produce, pues, al ser reemplazado el aparato estatal por diversos pequeños aparatos instalados

en muchas universidades que, a la sombra de las garantías constitucionales concedidas a la

Educación Superior, fungen de repúblicas educativas autonomistas e independientes,

dominadas por sus intereses particulares y desligadas de los intereses nacionales y del proceso

globalizador vigente, el cual requiere de obligatoria atención en la coherencia formativa del

talento humano colombiano.

La causa directa de esta situación anómala es la negligencia del Estado que no se interesa

en ejercer su papel mediatizador, de concertación, construcción y conducción de la política

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educativa (la cual está planteada en muchos aspectos en lo legal y en los planes de desarrollo

de cada gobierno en forma diferente y hasta contradictoria; pero que en la realidad no existe y

por lo tanto no se aplica, lo cual es el principal factor que alimenta la pereza estatal de

enfrentar su responsabilidad). Otra de las causas (quizá la de mayor sensibilidad) de este

abandono estatal, radica en que su actitud pasiva le evita al gobierno de turno, múltiples

problemas y su consiguiente desgaste con los grandes grupos de presión social y económicos

insertos en el sistema educativo, en el que ejercen una posición dominante.

De lo anterior podemos determinar las prioridades institucionales de algunos sectores

de la Educación Superior. Como se puede deducir de las cifras anteriormente expuestas, el

énfasis está más en las barreras de entrada y salida que en los objetivos de democratizar la

educación, habilitándola como herramienta indispensable para la integración social, con base

en el criterio de un Estado de Derecho, de una convivencia equilibrada y de un proceso de

desarrollo armónico con las posibilidades y recursos del país.

5.1.5 20 años después de la ley 30 de 1992

Desde hace algunos años se ha estado discutiendo en Colombia, sobre la validez de la

Ley 30 de 1992 que normatizó el servicio de Educación superior en el país, al considerar que

está ha perdido vigencia; y según Arango (2012), no permite el cabal desarrollo de sectores

estratégicos para el desarrollo del país y de sus ciudadanos.

La Ley 30 de 1992 aparece al año siguiente de la promulgación de la nueva

Constitución Política de Colombia, como parte del propósito de hacer visible, en lo educativo,

el Plan Nacional de Desarrollo del gobierno de Cesar Gaviria (1990-1994) llamado “la

Revolución Pacífica”. Este plan se sustentaba en la necesidad de hacer más eficiente el

aparato del Estado, según Lerma (2007) en el rediseño de las instituciones públicas a través de

la apertura económica y política; y del impulso a la descentralización y autonomía de las

regiones para potenciar y aprovechar las ventajas regionales e impulsar la eficiencia en la

administración.

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Al plan sectorial de Educación, el gobierno de Cesar Gaviria, lo llamo “la Apertura

Educativa”, se pensó a la educación en una cercana relación con la acumulación del capital

humano y como motor del mejoramiento de la capacidad productiva del sistema económico, y

tenía como metas según Lerma (2007) alcanzar la cobertura total de la educación primaria, y

expandir masivamente la educación secundaria a la vez que elevar la calidad de la educación

en todos los niveles, hacer más equitativo y eficiente el sistema de financiación pública de la

educación; establecer un programa de servicio social obligatorio para los universitarios.

Han pasado ya 20 años de promulgación de la ley 30 de 1992, y el mundo ha cambiado

de forma vertiginosa, nadie se esperaba hace dos décadas de la penetración que la internet ha

tenido en todos los procesos de la sociedad del conocimiento y de la información, y que ya no

sea posible pensar cualquier acto humano sin la ayuda de la tecnología informacional, lo cual

hace necesario a los estados, el actualizar la normatividad vigente sobre un tema tan sensible

como es la educación de las nuevas generaciones de profesionales, que los procesos de

internacionalización de la economías exigen.

El profesor Luis Enrique Arango, como presidente del Sistema Universitario Estatal

(S.U.E.) que aglutina a las universidades públicas colombianas, hace algunas observaciones

sobre los aspectos que se deben considerar en una posible reforma de la Ley 30 de 1992, y en

donde recalca la necesidad de hacer más pertinente la oferta de programas que las

universidades colombianas tienen en un contexto de internacionalización, de segmentación y

de masificación de la educación superior.

El profesor Arango (2012) plantea como primera observación que hay que hacerle a la

normatividad vigente es que cuando la ley fue aprobada, se tenían coberturas por debajo del

15% y en consecuencia a la Educación Superior sólo accedía una elite privilegiada que llenaba

los requisitos para ingresar a ella. Ello explica por qué lo social no tuvo eco en la ley; bastaba

con hacer invocación al mérito académico como condición de ingreso.

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En la actualidad, según cifras del Ministerio de Educación Nacional (2011), tienen

tasas de cobertura educativa del 39.7%, producto de la estrategia que se hizo, sobre todo en la

presidencia de Álvaro Uribe, para ampliar cobertura con la regionalización de la oferta en

Educación Superior, y con el fortalecimiento de la presencia del SENA en las regiones.

Para Orozco (2010), debe tenerse en cuenta el aporte del Servicio Nacional de

Aprendizaje (SENA) por cuanto la creación de programas de nivel no universitario ha

permitido atender nuevas demandas sin que ello implique expansión de la infraestructura

física. Algunos se preguntan si este crecimiento de la infraestructura en el marco de una

política de aumento de cobertura, significa que se ha mejorado en eficiencia del sistema,

puesto que se “ha hecho más con menos”.

Esta permanencia del gobierno por un lapso de ocho años, explica Según Brunner y

Ferrada (2011), porque la política pública en materia de educación superior permaneció

vigente y centrada en los mismos tópicos durante estos años.

Hay que agregar que el anterior fenómeno se dio gracias también a que un Ministro de

Educación, en este caso la Ministra Cecilia María Vélez White permaneciera más de siete

años en el cargo, quien venía de ser Secretaria de Educación del Distrito capital en los

periodos de los alcaldes mayores Enrique Peñalosa y Antanas Mockus, lo cual significó la

continuidad de unas políticas de gobierno en lo educativo basadas en tres metas, a saber: la

ampliación de cobertura, el mejoramiento de la calidad educativa y en el seguimiento a la

gestión de las instituciones educativas.

Para Orozco, Castillo y Roa (2011), durante los dos (2) períodos (2002 a 2006 y 2006

a 2010 del ex presidente Uribe), las medidas gubernamentales buscaron ampliar cobertura de

modo significativo; fomentar la educación técnica y tecnológica, constituir y consolidar el

Sistema de Acreditación; modificar la política de crédito educativo para favorecer su acceso a

los estratos 2 y 3; modernizar la gestión de las instituciones y del nivel central del Ministerio

de Educación Nacional; disminuir la deserción; consolidar el Sistema Nacional de

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Información de la Educación Superior (SNIES) y replantear el sistema de asignación de los

recursos para la universidad pública.

Otro fenómeno, que permitió fortalecer las estrategias de masificación, fue la

regionalización de la Educación Superior a través de la creación de los CERES en el año 2003

y que según palabras del Profesor Orozco (2010), se llevó a cabo a través de la creación de los

Centros Regionales de Educación Superior. Esta medida tuvo como finalidad llevar la

Educación Superior a regiones muy deprimidas del país. Para el 2009, según Orozco (2010)

había en función 141 Institutos con 21.425 estudiantes, con una calidad muy deficiente debido

a sus condiciones internas de operación y la muy limitada respuesta del sector productivo en

asumir esta propuesta como un recurso para la formación de la fuerza de trabajo regional.

Aunque la ANDI, en su asamblea del 2008 insistió y buscó coordinador con sus

afiliados el apoyo directo e indirecto a este proceso; así como que se puso en marcha la

repotenciación de los centros mediante cooperación del SENA, el argumento fundamental de

que los empresarios deberían generar puestos de trabajo y dinamizar la participación de mano

de obra regional y sectorial, desestimuló la iniciativa por la perspectiva de una pesada carga

laboral y prestacional que podría, a futuro, desbalancear sus empresas.

Aunque la intención del Ministerio de Educación era llevar Educación Superior a

zonas del país donde la universidad tradicional no llegaba, por medio de alianzas entre varias

IES, que aportaban programas pertinentes a la región interesada utilizando para ello la

virtualidad o el ofrecimiento de programas semi-presenciales; en la práctica este modelo no ha

funcionado con la relevancia que se esperaba, también por la falta de compromiso de las

mismas Instituciones de Educación Superior (IES) que hacen parte de las alianzas, y de los

entes territoriales que no han aportado los recursos para darle continuidad a este tipo de

iniciativas, quedando el proyecto en unas elevadas cifras de deserción, y con muchas

preguntas sobre su efectividad y pertinencia formativa, frente a lo que necesitan las regiones

de nuestro país.

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Tabla 12.

Centros Regionales de Educación Superior (CERES)

Copyright 2012 MEN

Esta regionalización de la Educación Superior a través de filiales o subsedes ha

generado para Rama (2006), en casi la totalidad de los casos, diferentes niveles de calidad de

la educación impartida ante las sedes tradicionales, ajustándose por una inequidad geográfica

de calidad.

La segunda observación que el presidente de Sistema Universitario Estatal (S.U.E.)

hace y que según Arango (2012) constituye el principal defecto de la Ley 30 de 1992, es el

sistema de financiación de la Educación Superior, el cual fue atado a una fórmula de

asignaciones presupuestales que no está acompasado con el crecimiento y desarrollo de las

universidades. Fue pensado para mantener el statu quo y no para el crecimiento.

Tabla 13.

Tasa bruta de cobertura (CENSO 2005)

Copyright 2012 MEN - SNIES, DANE

En los años noventa con el tema de la internacionalización de la economía y de la

apertura a la inversión extranjera promovidas por el modelo neoliberal del gobierno de Cesar

Gaviria, éste limitó el crecimiento de la universidad pública y por eso, según el profesor

Arango (2012), nada dice la Ley 30 de 1992, con relación a los desequilibrios en cuanto a

aportes del estado en que se hallaban las universidades públicas, por la época de la expedición

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de la Ley; se dio como un hecho que las asignaciones en ese momento eran las adecuadas y el

compromiso era solo seguirlas subiendo porcentualmente a partir de donde estaban.

Hay que agregar, que se han hecho esfuerzos en estos últimos años por mejorar los

problemas de coyuntura los cuales han afectado tradicionalmente a la educación, como son los

fenómenos de la privatización y de la despolitización de la universidad pública; y en la

entrevista hecha a Orozco (2012) las universidades colombianas, después de 1970, después de

la revolución estudiantil, por no formar comunistas terminaron formando malos capitalistas;

es decir, no se volvió a enseñar pensamiento crítico por temor a que se convirtieran los

estudiantes en izquierdistas, y lo que se ha estado formando es una clase de dirigentes

desteñida y corrupta, ante la cual la universidad aparece silenciosa y distante.

También ha sido mayor la intervención del Estado en estos años en la Educación

Superior; pero sin alcanzar una mayor incidencia en los elementos claves para el sector

educativo como son; el mejoramiento de la pertinencia de la oferta de programas, el brindar

las condiciones para limitar las barreras económicas, culturales y sociales que generan

inequidad de diversos ordenes, y que el sistema le garantice a todos los usuarios del mismo, la

calidad entre lo que se ofrece con lo que se brinda.

Entre estos mecanismos, y de manera fundamental, figuran las reformas al Instituto

Colombiano para el Fomento de la Educación Superior (ICFES) y del Instituto Colombiano de

crédito educativo y estudios técnicos en el exterior (ICETEX), organismos para los cuales se

ha buscado una alta compatibilidad con las necesidades básicas de los estudiantes de estratos

populares.

Dentro de estas estrategias figura la simplificación de trámites, la reducción de tasas de

interés en los créditos educativos, la ampliación de las metodologías para las pruebas teniendo

en cuenta la pluralidad cultural, entre otras modificaciones.

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Está dinámica entre cobertura, calidad y costos conforma según Rama (2006), un

círculo vicioso que se ha convertido en el núcleo central del problema universitario y en el

gran determinante de la economía de la Educación Superior.

Según Ardila (2011), la calidad de la Educación Superior se encuentra en un estadio

que podemos llamarlo de transición entre la concepción de calidad como responsabilidad del

estado y la concepción de calidad como responsabilidad de todos.La meta por ampliación de

cobertura solo se está quedando en cifras estadísticas, según Brunner y Ferrara, (2011), sigue

siendo preocupante los esfuerzos por aumentar la cobertura sin un énfasis fuerte en

mejoramiento de calidad, el cual termine produciendo como efecto la ausencia de

mejoramiento, lo que significa que el sistema tiene limitaciones fuertes en materia de

eficiencia.

Como consecuencia de lo anterior, en el año 2010, el Ministerio de Educación presentó

el Proyecto de Reforma de la normatividad existente sobre Educación Superior ante el

Congreso de la Republica, titulado “Por la cual se modifica el esquema de financiación de la

Educación Superior, definido en la Ley 30 de 1992 y se dictan otras disposiciones” por parte

del gobierno de Juan Manuel Santos, el cual no prosperó y fue rechazado por amplios sectores

cercanos a lo educativo.

Entre los años 2002 al 2013, los dos últimos gobiernos (Uribe – Santos) han enfocado

sus esfuerzos por subir las cifras de matriculados, pero no han atacado el problema de fondo

que tiene que ver con la calidad educativa y la pertinencia de lo que se está ofreciendo. Según

Ardila (2011) la problemática de la educación superior radica en la incapacidad evidente por

parte de los gobiernos, de dar respuesta a las necesidades y expectativas de la comunidad

académica, la sociedad, los gremios, las empresas y empleadores referidas a los procesos de

formación, de la ampliación de cobertura, en la pertinencia de los programas y en las

competencias de los egresados entre otras.

Lo anterior con la mira de respaldar la tasa de crecimiento del país, estimada para este

año 2013 en un 4,0% por el Banco de la República (tasa ajustada desde el pronóstico inicial

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del 4.5% en el segundo trimestre del año, debido a la contracción de la demanda reportada por

la industria afiliada a la ANDI). Sin embargo, la mayor inquietud empresarial y

gubernamental es apuntalar a partir de la Educación Superior, vista como herramienta

nacional de competitividad, el proceso de reconversión económica en los sectores primario,

secundario y terciario (agroindustrial, industrial y de servicios) ante la entrada en vigencia de

los tratados de libre comercio (TLC) firmados con países post-industrializados como Estados

Unidos, China, Japón, Canadá, entre otros, ya que su poderío económico destrozaría la débil

infraestructura de la economía colombiana en sólo cinco años, afirma Zuleta (2011).

En este momento, y debido a la debilidad de una política educativa coherente,

planificada, eficaz y funcional en Colombia (como ocurre, por ejemplo, con los proyectos

educativos de Taiwán, Singapur, Malasia, Japón, Corea y Vietnam), orientada no a atender

pequeños intereses particulares institucionales y apetencias burocráticas electorales sino en la

defensa de objetivos concretos y estratégicos del desarrollo socio-económicos del país;

Colombia arriesga la desestabilización de su economía, la soberanía sobre gran parte de su

territorio. Los inversionistas extranjeros están comprando tierras, minas, sitios turísticos, etc.,

y se están apoderando del mar y de sus riquezas, sin que el sector del conocimiento

(Universidades), como grupo de presión nacional intervenga en forma decisiva.

Ante estas realidades las universidades de la región se han limitado a usufructuar

estudios y en algunos casos a tímidas denuncias en los diarios locales. En otra actuación

delicada y grave, tampoco cuestionada de modo contundente por la academia, el ICA expidió

la resolución 970 de marzo 10 de 2010 por la cual se prohíbe a los cultivadores colombianos

usar sus propias semillas, como históricamente lo han hecho desde tiempos pre-colombinos

todos los pueblos del mundo, según Solano (2013); y se les obliga a comprar semillas

importadas a través de los TLC. Esto significa la violación del derecho Constitucional

Fundamental a la alimentación de los colombianos, pues su abastecimiento alimentario

quedará en manos de los extranjeros; y el consiguiente deterioro de su nivel nutricional, a

partir de la ingesta de comida transgénica será creciente, señala por su parte Robledo (2012).

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Situaciones como estas han sido evitadas en países como los llamados “Tigres

asiáticos” (Corea del sur, Singapur, Hong Kong y Taiwán), en donde el poder del

conocimiento nacional (nacido de un proyecto educativo estratégico con destino a su

desarrollo, coherente y patriótico, que transformó a sus ciudadanos y a su economía, con

claros resultados en sólo 25 años), ha hecho sentir su influencia inserto en los intereses

económicos y sociales de todos. Hace 38 años estos países ocupaban modestos puestos en la

cola de “las naciones subdesarrolladas”, como se decía entonces, muy por debajo de

Colombia. Por ejemplo, Vietnam estaba destruido por la guerra; hoy produce un café superior

al de Colombia con el cual le ha quitado mercados en ese tradicional rubro. Hoy Colombia,

además de no poder competir con ellos, depende de ellos; y su entrada al país dentro del

marco de la globalización, constituye una amenaza seria e impredecible que ha llevado a un

nervioso y prolongado paro nacional agrario en el 2013 y en el 2014.

Escenarios como los ya citados, llevan a reflexionar de modo profundo y cuidadoso

sobre la eficacia de la denominada política educativa en Colombia, y, en especial, el manejo

de la Educación Superior. Si en verdad resulta favorable o no la relación costo/beneficio del

actual enfoque con que se proyecta la educación universitaria, con réditos económicos a corto

plazo pero con el riesgo de que hasta estas mismas tradicionales instituciones del país puedan

ser sustituidas en el mediano y largo plazo en su propio escenario nacional por la entrada de

organizaciones académicas extranjeras del primer mundo con mucho poder y mejor

reconocimiento internacional.

Para ilustrar el panorama actual de la Educación Superior, el cual debería ser

repensado, baste recordar la fragilidad colombiana en el sentido de que son muy pocos los

nacionales que logran entrar a un programa de Educación Superior y graduarse. Esto se debe

en parte a que el sistema de transición entre la educación secundaria con la educación

universitaria no es muy expedito y tiende a generar inequidad y deserción; no existe

continuidad, ni una adecuada articulación entre los dos ciclos formativos.

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Por eso, para Garzón (2010), los cambios si se hacen, deben buscar la coherencia y

articulación del sistema, para que se conciba y actúe realmente como algo continuo lleno de

interrelaciones, una apuesta por la calidad y pertinencia de todo el sistema, con la conciencia

de que si no se interviene en la educación media y básica, el solo sistema de Educación

Superior será incapaz de propiciar los procesos formativos de las nuevas generaciones.

El profesor Arango (2012) hace evidente otro de los vacíos de la ley 30 de 1992, fue la

falta de concebir la educación superior como sistema y en tal sentido sus relaciones y

diferencias entre los diversos componentes del sistema. Según el presidente del SUE, la

calidad medida, evaluada, y certificada de los componentes del sistema y de los

subcomponentes de estos últimos, debe ser una meta obligada. Concluye diciendo que nadie

debe estar exento de evaluación con consecuencias.

.

Otro punto en que el presidente del SUE hace énfasis Arango (2012), es que la Ley 30

que sigue vigente, se quedó corta también en visualizar el rápido avance de las nuevas

tecnologías en todos los dominios humanos, especialmente en aquellos asociados al

conocimiento, en el tema de la internacionalización de la Educación Superior y en la

virtualización de la formación académica.

Como todo marco jurídico que no se renueve, la Ley 30 ha perdiendo vigencia y se ha

ido descontextualizando al no dar respuesta efectiva a las necesidades actuales de formación

local, regional, nacional e internacional, y es pertinente propiciar un gran debate nacional para

que según Orozco (2012), la universidad colombiana clarifique para sí misma, aun

independientemente de las normas y de los gobiernos, ¿Cuál es su compromiso con el país?,

¿Cuál es su compromiso con el conocimiento? y ¿Cuál es su compromiso con la formación

humana de la juventud?

Por eso, para el profesor Arango (2012), faltó definir en la Ley 30, el tipo de seres

humanos que se deben formar para los contextos actuales, con los riesgos y amenazas de la

sociedad contemporánea. No se puede enfocar todo al tema a la demanda y al mercado; hay

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áreas estratégicas de formación que deben ser privilegiadas; por ejemplo, las ciencias básicas,

las ciencias de la tierra, la formación de maestros.

Esto significa un triple compromiso: a. con el marco legal; b. con la estructura

curricular y c. con la aplicación de los recursos financieros, humanos y físicos. No obstante lo

anterior, el panorama sigue siendo incierto debido al desacuerdo interinstitucional entre el

Legislativo, el Ejecutivo (Ministerio de Educación, para este caso) y las universidades tanto

públicas como privadas. Mientras el Estado se interesa por mostrar estadísticas de cobertura,

las universidades se sienten desamparadas no sólo en la oferta de cobertura, sino en la forma

como el estado realiza el control de calidad de sus programas.

5.2. Sucinto panorama de la Educación Superior en Colombia

5.2.1 Barreras de acceso y de exclusión al conocimiento especializado

En materia de ingreso a la educación superior en Colombia, la matrícula total continúa

creciendo significativamente pasando de 1.050.032 estudiantes en el 2003 a 1.819.304 en el

2011 con una tasa de crecimiento promedio del 7% Ministerio de Educación Nacional (2012),

según Estadísticas de Educación Superior.

Este crecimiento se explica por la participación en los últimos años del Servicio

Nacional de Aprendizaje (SENA), con la matrícula en programas técnicos y tecnológicos, y

por los efectos de la Ley 749 del 2002, así: para el año 2009 con 255.422 personas; en el año

2010 contaron con una participación de 296.686 personas; ya para el 2011, con 321.961

personas matriculadas, que benefició ampliamente el mercado de las instituciones técnicas y

tecnológicas con el fortalecimiento de la articulación con la media técnica de los colegios.

La matrícula total se concentra en las instituciones universitarias (universidades e

instituciones universitaria), para el año 2011, el 61,6% de la matrícula está en las instituciones

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universitarias, mientras que las no universitarias (Instituciones técnicas y tecnológicas) tienen

el 32,6%.

Al diferenciar la evolución de la matrícula total entre instituciones universitarias y no

universitarias en el periodo 2003-2011, el incremento está jalonado por las segundas. En

efecto, la matrícula universitaria pasa de 781.403 estudiantes a 1.120.659, es decir, se

incrementa en 339.256 estudiantes; en las Instituciones técnicas y tecnológicas pasa de

215.285 a 592.710, o sea, se aumenta en 377.425 estudiantes, dos veces más que en las

instituciones universitarias. (MEN/SNIES. Estadísticas de educación superior. Noviembre 26

de 2012). Para Orozco (2010), según estas cifras, la ampliación del sistema ha estado

dinamizada por la formación técnica y tecnológica.

Un hecho que es contradictorio para Rama (2006), es que en los últimas dos décadas se

ha producido un proceso regresivo en el cual los círculos minoritarios correspondientes a los

estratos de mayores ingresos han incrementado su participación en la matrícula de las

universidades financiadas por los diversos estados. Se reafirma de este modo un círculo

vicioso donde el gasto público en el nivel superior beneficia proporcionalmente a los más

ricos, sector que su vez logra retroalimentarse, ya que a más educación se correlacionan

mayores ingresos salariales.

La universidad pública en aras de ser más eficiente en el gasto y para cumplir con los

indicadores de gestión que le fija el MEN, propuso unos requisitos de ingreso que sólo los

están pudiendo alcanzar, los estudiantes que en términos generales han recibido una educación

que les permite pasar con éxito las pruebas de ingreso, haciendo que la universidad estatal se

vuelva elitista y excluyente. No obstante, como lo muestran las cifras de los matriculados en

pregrado ha sido con un aproximado de 1,14 millones en 2005 a 1,59 en 2010. En el renglón

de las especializaciones para el 2007 el decrecimiento fue de -13,3% según Brunner y Ferrada

(2011), el sistema sigue siendo altamente inequitativo y excluyente.

En casi toda la región de habla hispana, según el profesor Claudio Rama (2006), se

verifica que en la forma de selección de estudiantes de las universidades estatales, la

condición socio-económica es la dominante de los niveles de equidad, tanto en el acceso como

en la permanencia. En tal sentido, pareciera que la universidad latinoamericana está

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reproduciendo las exclusiones sociales existentes en sus propias sociedades. Los datos

permiten constatar que la proporción que asiste a la educación en todos sus ciclos es más alta a

medida que aumenta el quintil de los ingresos.

Para el 2007 según Orozco, Castillo y Roa (2011: 9), en el quintil uno tan solo el 6%

de las personas accedió a un programa de educación superior en Colombia, mientras que en el

quintil cinco, ese porcentaje sube al 49,4%. La evolución de la tasa neta por quintiles para el

quintil uno ha sido de 3,03% puntos porcentuales y para el quintil cinco el aumento ha sido de

5,26% puntos para el período de 2002 a 2007desde el aporte educativo por el Servicio

Nacional de Aprendizaje (SENA).

Esta situación hace necesario pensar para Orozco (2010) y su equipo de investigadores,

en la urgencia de una política de Estado en el sector, que permita aumentar las posibilidades

de acceso para un mayor número de bachilleres e introducir medidas que favorezcan mayor

equidad y permanencia en el sistema.

5.2.2 El papel de la cobertura educativa

Para Rama (2006), la diferencia de cobertura en la Educación Superior entre el quintil

1 y el quintil 5 es de casi el 300%, o para expresarlo en otros términos, por cada tres

estudiantes del quintil 5 que cursan estudios superiores, sólo una persona pertenece al quintil

de bajos ingresos y casi dos a los niveles medios, lo que señala que la lógica de participación

con respecto a la población es inversamente proporcional.

El aumento de cobertura no ha significado según Brunner y Ferrada (2011),

mejoramiento de la calidad. La deserción sigue siendo alta, ya que se mantiene en un 43%,

dándose sobre todo en los primeros semestres. La mayor deserción se da en las instituciones

no universitarias, llegando al 43.86%. (MEN/SNIES. Estadísticas de educación superior.

Noviembre 26 de 2012)

Para Orozco, Castillo y Roa (2011) esta situación resta efectividad a los esfuerzos por

aumentar cobertura, sin hacer énfasis en la calidad. En relación con las causas de la deserción,

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la situación se mantiene la misma desde hace dos décadas, siendo las principales, el bajo

puntaje obtenido en las pruebas de Estado, carencia de recursos económicos, el nivel

académico de los padres, los aspectos relacionados con el sostenimiento durante los estudios y

el género, desertando más los hombres que las mujeres. Con relación al tema de los

postgrados, la matricula entre los años 2003-2011, crecío de 53.344 estudiantes a 105.935.

Ingresaron a este nivel de educación superior, 52.591 nuevos estudiantes. (Estadísticas de

Educación Superior, [MEN/SNIES], 2012: 2). Por lo tanto, se duplico la matricula en los

programas de postgrado en el país.

Según Brunner y Ferrada, (2011: 87) la matrícula de posgrado, aunque en el período

analizado creció significativamente llegando a un 46%, su tamaño es relativamente bajo sobre

todo en el nivel doctoral, si se compara con otros países de la región. El aumento de la

matrícula total de este nivel se explica por el crecimiento de las especializaciones que tienen

amplio mercado; pero sigue siendo un tópico de un desarrollo relativo menor en comparación

con otros países de Latinoamérica como México o Brasil.

La participación del sector público en la matrícula sigue una tendencia ascendente

ubicándose en 54.1% en el 2011, cuando el sector privado posee en el mismo año el 45.9%.

(MEN/SNIES. Estadísticas de educación superior. Noviembre 26 de 2012). La estrategia del

MEN de hacer más eficiente a la universidad pública, se ha basado en el aprovechamiento de

la relación profesor/alumnos, y pareciera por estas cifras estar dando resultado la apuesta del

Ministerio de Educación.

5.2.3 Participación por áreas

Según Brunner y Ferrada (2011), en la evolución de la matrícula total según áreas del

conocimiento no hay una variación significativa, manteniéndose igual que en el 2005 como

primera opción de los estudiantes están las carreras de economía, administración, contaduría y

afines siguen siendo estás las más apetecidas; luego, aparecen las ingenierías, la arquitectura,

y afines. Para el 2010, estas áreas llegan a 676.552 estudiantes sobre un total de matrícula de

1.674.420.

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Para Orozco, (2010), las ciencias sociales y humanas tienen también una participación

muy importante. En general, éstas últimas sumadas a la economía, la contaduría y la

administración, superan la matrícula de las ingenierías, y de la arquitectura. Es también en

estas áreas del conocimiento en las que se presenta el mayor incremento de la matrícula, pero

con un énfasis en la contaduría y la administración.

La expansión de la educación privada y de la educación no universitaria, la

regionalización de las instituciones de educación superior, la flexibilidad de horarios y la

feminización de la matricula fueron según Rama (2006), expresiones de ese amplio proceso de

diversificación de oportunidades institucionales, que exhibió la existencia de una

multiplicidad de mecanismos para acceder a la educación terciaria.

Durante esta década, según Orozco (2010) se presenta un ascenso de la matrícula del

género femenino. En cada uno de los años, la matrícula de las mujeres supera a la de los

hombres. Las áreas de ciencias de la salud y ciencias de la educación siguen siendo

feminizadas y las mujeres ganan mayor presencia en las ciencias sociales y humanas. Por el

contrario, las ingenierías siguen siendo áreas masculinizadas. En contraste, la matrícula en las

matemáticas y las ciencias naturales se distribuye casi por igual entre ambos géneros.

En materia de infraestructura, se conserva el mismo margen de crecimiento durante la

última década. Según el Sistema de Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior

(SACES) en el 2012 hay aprobadas 288 instituciones de educación superior, contra 279

existentes en el 2005. Tampoco se ha dado una modificación importante en relación con el

número de docentes toda vez que ésta alcanza la cifra de 105.165 maestros en el 2010 contra

los 77.114 del 2007. Sólo se han incorporado al sistema 28.051 nuevos docentes.

(Estadísticas de Educación Superior, [MEN/SNIES], 2012: 2).

5.2.4 Posibilidades de la infraestructura educativa

La infraestructura del Sistema de la Educación Superior según Brunner y Ferrada

(2011), no ha tenido variación significativa en su tamaño. Situación que se debe, por lo menos

en parte, al cuidado de la Comisión Nacional de Aseguramiento de la Calidad de la Educación

Superior (CONACES), la cual está integrada por 33 personas de alto conocimiento

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académico, en una sala general representada por el Ministerio de Educación Nacional, a la

hora de exigir el cumplimiento de las normas para la fundación de una nueva institución. De

otra parte la exigencia del Registro Calificado como condición para el funcionamiento de los

programas académicos, ha servido como política preventiva para el surgimiento de

instituciones con deficiencias en materia de calidad.

Orozco (2010) opina también que el reducido crecimiento de las instituciones de

Educación Superior en estos años se debe, por lo menos parcialmente al esfuerzo del

Ministerio de Educación Nacional a través de su Sistema de Aseguramiento de la Calidad de

la Educación Superior, de exigir mejores y más claras condiciones para el otorgamiento de la

personería jurídica a nuevas instituciones.

Para Claudio Rama (La tercera reforma de la educación superior en América Latina,

2006: 140), la expansión de las IES privadas en Latinoamérica se produjo bajo las

determinantes del mercado, y su oferta académica no estuvo condicionada por la existencia de

estándares básicos de calidad o de un soporte investigativo, ya que no producían

investigación. El aumento de la educación privada se realizó sin control de la calidad y, en

general, esto se expresó en una gran cantidad de situaciones donde se produjeron

profesionales con bajos niveles de atributos. De ahí que las nuevas IES privadas se orientan a

la formación de profesionales y no de científicos o de técnicos de alto nivel.

Un dato a tener en cuenta según Orozco (Educación Superior: Desafío global y

respuesta Nacional: Ejercicio responsable de la autonomía universitaria, 2001: 33), citando al

MEN – SNIES, en abril del 2011, es la tendencia de privatización de la Educación Superior

que viene desde la década de los años setenta, mientras el sector oficial en el año 2005

contaba con 81 instituciones de educación superior, el sector privado ya tenía 198. En el año

2009, la relación fue de 81 a 201 respectivamente, primando el sector privado, manteniéndose

la tendencia histórica.

La educación privada fue una respuesta según Rama (2006), a las presiones para cubrir

la creciente demanda estudiantil derivada de la expansión de la educación media en el

continente, en un contexto de restricciones financieras de los gobiernos, y fue incentivada por

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los estados, a través de una visión sobre los instrumentos para gestionar la presión de las

universidades públicas por más presupuesto y autonomía.

La génesis del crecimiento de las universidades privadas va muy de la mano con la

crisis de recursos de la universidad pública. La universidad estatal en aras de mantener un

buen nivel académico restringe los cupos que ofrece para todos aquellos que egresan de la

educación media; los que no pasan en una universidad estatal, se ven abocados a ingresar si

tienen recursos económicos a una universidad con cierto prestigio.

Para aquellos que no tienen recursos económicos para estudiar, les corresponde

ingresar a instituciones de bajo nivel académico que no manejan exigentes requisitos de

ingreso, las cuales no invierten en infraestructura o en recurso humano calificado, y no se

dedican ni siquiera a la docencia sino a la cátedra, con profesores mercenarios que van de

universidad en universidad completando su exiguo ingreso económico.

Si se tiene en cuenta el origen de los programas según Rama (2006: 2), se puede

observar cómo el mayor número de éstos se encuentra en el sector privado, lo cual es normal

dado el tamaño del sector dentro del sistema. A lo largo de la última década es una tendencia

que se mantiene constante y no se encuentra en relación con el tamaño de la matrícula que,

como se ha observado anteriormente, en los últimos años sigue siendo superior en el sector

público.

La restricción del acceso a la educación pública, en un contexto de libre mercado,

según Rama (2006), promovió la expansión del sector privado, que fungió como el

mecanismo de absorción de las demandas educativas de aquellos que no lograban ingresar a la

educación superior pública y gratuita… las instituciones privadas se posicionaron para cubrir

diferenciadamente esas demandas no satisfechas.

Con relación al número de programas existentes en el país, la mayoría se encuentran

concentrados en el nivel de Pregrado y en el nivel Universitario con 620 Programas

acreditados, con 117.746 personas; siguiéndole los programas de postgrado de especialización

con 52.673 personas y luego, el nivel tecnológico con 61 Programas, que abarcan a 72.292

personas. (Estadísticas de educación superior, [MEN/SNIES], 2012: 3). Llama la atención

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frente al panorama internacional, como el de Cuba que tiene un 115.0% de tasa de cobertura;

Puerto Rico un 80,9% y Venezuela un 78,1%. Mientras en Colombia es notorio el poco

desarrollo de los Programas Doctorales (Programas en Ciencias Naturales y Matemáticas,

Derecho, Ciencias de la Educación), siendo de 3 los Programas acreditados en el año 2012 con

altos niveles de calidad según el nivel de formación con 258 personas caracterizándose la

concentración de la educación avanzada en las grandes ciudades.

5.2.5 Los grandes retos educativos del Estado Colombiano

Para el profesor Orozco (2010) existen unos grandes retos que tiene el Estado en materia

de política pública en educación terciaria para los próximos años, a saber:

a- Establecer una sólida política en materia de educación avanzada, especialmente en

materia de formación doctoral.

b- Propiciar una articulación entre el Sistema de la Educación Superior y el Sistema de

Ciencia, Tecnología e Innovación que propicie el desarrollo académico de los docentes

universitarios; uno y otro aún con una muy débil articulación orgánica con el sector

productivo.

c- Estimular un incremento fuerte en materia de pertinencia de la oferta educativa, y de

coherencia entre la estructura ocupacional y las urgencias de los mercados laborales,

vinculando a esta estrategia el sector productivo de forma relevante.

El reto fundamental para Brunner y Ferrara (2011), que enfrenta el sector educativo es

poder disponer de una política de estado que evite que las normas se orienten a resolver

problemas, más que pensar con visión de futuro, la educación que necesita el país. La carencia

de una formula concertada en materia de aplicación de los recursos sigue siendo el talón de

Aquiles para la acción del estado.

A modo de síntesis, los problemas de acceso, equidad, calidad y eficiencia del Sistema de

Educación Superior colombiano se mantienen, a pesar de los esfuerzos crecientes que se han

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hecho en materia de aumento de cobertura, de mejoramiento de la educación técnica y

tecnológica y de modernización del sector.

5.3 Algunos factores determinantes en el análisis de la Educación Superior en Colombia

5.3.1 Aseguramiento de la Calidad

Desde hace algunos años y en medio de un contexto de crisis en todos los órdenes en el

concierto nacional e internacional; la sociedad en general, los gremios económicos, los

empresarios y todo el aparato productivo del país, han estado reclamándole a la universidad

colombiana una mayor presencia en los grandes problemas que enfrenta Colombia, para que

no se sigan formando profesionales en áreas que el país no necesita, o en programas en donde

el mercado está saturado o no corresponden a lo que las regiones están necesitando.

La aparición de instituciones llamadas “de garaje” con programas de baja calidad y con

poca pertinencia social ha llevado a los últimos gobiernos, presionados por las universidades

tradicionales, a generar toda una normatividad y a crear toda una red de instituciones público–

privadas que garanticen la evaluación de la calidad de lo que ofrecen desde su marco misional

e institucional las IES en Colombia.

Un sistema de aseguramiento de la calidad según Londoño Restrepo (2001) es una

herramienta que permite establecer si una institución de educación superior o sus programas

poseen los estándares de calidad establecidos. Un sistema Nacional de acreditación en tanto

establece parámetros propios de la calidad y mecanismos de evaluación, es un medio que

permite al país y al sistema de educación superior, ejercer su autonomía con mayor

responsabilidad frente a ofertas educativas provenientes de otros sistemas de Educación

Superior.

El profesor Orozco (2010: 61) afirma que uno de los mayores esfuerzos del gobierno

ha consistido en buscar una articulación de los diferentes organismos gubernamentales

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encargados de hacer inspección y vigilancia de las instituciones que ofrecen el servicio

educativo de tercer nivel e incrementar su grado de consolidación.

En este nuevo escenario según Rama (2006) es necesario visualizar que por primera

vez se han puesto en marcha un conjunto de políticas públicas de educación superior, las

cuales se han orientado en primer lugar hacia la construcción de una institucionalidad que

permita al estado actuar como regulador del sistema universitario.

En segunda instancia, se ha orientado a la búsqueda de la calidad académica, al

incremento de la cobertura con equidad, al establecimiento de sistemas de aseguramiento de la

calidad y a la regulación de la internacionalización de la Educación Superior.

Por eso, en medio de un contexto competitivo para las universidades que se enfrentan a

unos grandes retos que la globalidad les impone y propone, el tema de la calidad es un valor

diferenciador entre unas y otras, que las lleva a rendir cuentas ante la sociedad de lo que están

ofreciendo, y al estado, quien tiene la obligación de regular y vigilar el sistema educativo.

Para Velandia, Miranda y Pérez (Educación superior en Iberoamérica. Informe

[CINDA] 2012: 21), se observa una mejora notable en la cualificación de los sistemas de

información que sobre la educación superior maneja el Ministerio de Educación Nacional, esta

mejoría podría ser atribuida en parte al fortalecimiento de los mecanismos de aseguramiento

de la calidad.

En esta dimensión el mayor logro del gobierno ha sido el cualificar la calidad de la

gestión del Sistema de Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior (SACES) y

ampliar su cobertura, hasta lograr según Velandia et al. (2012), que la mayoría de los

programas académicos ofrecidos tengan su Registro Calificado, que les autoriza a las IES el

poder seguir recibiendo nuevas cohortes, y a demostrarle a la sociedad que cumplen con unos

mínimos requisitos o variables de calidad.

El cambio más significativo en estos años para Brunner y Ferrara (2011), ha consistido

en la creación de la “acreditación de programas de postgrado”, mediante estándares definidos

por el Consejo Nacional de acreditación (CNA), y al cual han comenzado a aplicar algunas

instituciones universitarias.

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El otro logro alcanzado por algunas universidades colombianas, unas veces

voluntariamente, otras veces por la presión del mercado, o por el fantasma de la

internacionalización de la educación, están pasando de la acreditación voluntaria de sus

programas de pregrado y postgrado, a apostarle a la acreditación institucional, por eso, ya el

10% de las IES en Colombia, cuentan con este reconocimiento.

La agencia que se encarga de los procesos de acreditación de alta calidad en Colombia,

como es la Comisión Nacional de Acreditación, según Velandia, Miranda y Pérez (2011),

goza del reconocimiento de la comunidad académica. A su vez, en relación con el discurso

frente a los roles, el estado se identifica como un ente de regulación y vigilancia, en tanto la

agencia acreditadora aparece como responsable del acompañamiento y promoción del proceso

de aseguramiento de la calidad.

Para Rama (La tercera reforma de la educación superior en América Latina, 2006: 153)

se impone el nacimiento de sistemas nacionales de aseguramiento de la calidad y un nuevo rol

del Estado en la formulación de políticas proactivas para promover una efectiva equidad e

incorporar los sectores marginados – los negros, los indígenas, los minusválidos, y las

personas del mundo rural- así como una importante reforma en las instituciones universitarias

públicas al tratar de orientarlas hacia la educación permanente, la flexibilidad institucional, la

búsqueda de nuevas fuentes financieras y la apertura a los excluidos o a la competitividad

externa.

Pero no todo es color de rosa según Velandia, Miranda y Pérez (2012), ya que existe

un señalamiento de una pérdida de confianza en la calidad de los pares evaluadores, muchas

veces descontextualizados a las realidades de las regiones colombianas, o que no cuentan con

la experticia en determinado saber o disciplina para ser objetivos en sus apreciaciones.

Existe además, la consideración de que los tiempos de respuesta de la agencia

acreditadora son muy demorados, y falta claridad acerca de los criterios que se tienen para

otorgar la acreditación, pues se observa ambigüedad en su aplicación y en los niveles de

exigencia.

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En la práctica, según (Velandia e tal., 2012), el sistema de aseguramiento de la calidad

propuesto por el estado, no ha logrado concretarse como tal, ya que no hay canales de

comunicación, retroalimentación y sinergias entre los diferentes mecanismos propuestos.

Otro factor negativo en los procesos de aseguramiento de la calidad es que en los

últimos años se han multiplicado las exigencias de información solicitada por el MEN a las

IES, pero dicha información no está siendo un eje articulador para la toma de decisiones a la

hora de formular políticas públicas por parte del estado.

Existe finalmente una desarticulación entre las decisiones que toma el gobierno con

relación a lo que las IES consideran que es oportuno aplicar o poner en funcionamiento,

haciendo que muchas decisiones se queden en el papel o que terminen beneficiando a un

grupo selecto de universidades.

5.3.2 Autonomía universitaria

La autonomía universitaria no es algo nuevo, si se da una mirada retrospectiva en la

reforma de Córdoba de 1918 (Argentina), se sentaron las bases para replantear el papel que

jugaba la universidad dentro del contexto social e institucional, diferenciándola dentro de las

instituciones del estado que la vinculan estrechamente con la sociedad, con sus problemas y

necesidades, a partir de la formación profesional, de la generación y desarrollo de

investigaciones que llegan a democratizar el conocimiento que se tiene sobre la realidad social

y en la construcción de pensamiento crítico, y propositivo que busque la resolución de

problemas colectivos.

Según Rama (2006), la reforma de Córdoba muestra un modelo especifico de

universidad caracterizado por la autonomía de sus instituciones públicas, un marco de gestión

basado en la modalidad de gobierno, la presencia destacada de la educación monopólica

pública, la gratuidad en su acceso, una estructura corporativista de gestión en su interior y un

rol de estado orientado al suministro de recursos financieros.

En Colombia el proceso de autonomía universitaria no está garantizado por unas

políticas de Estado sino que corresponden, en muchas ocasiones, a coyunturas de orden social

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y al criterio del gobierno de turno. Fácilmente se pasa de una concepción universitaria

autonómica que puede ir desde la libertad de autogobierno hasta el olvido presupuestal, a la

súbita decisión de ocupar militarmente el campus académico. Los pretextos para una y otra

actitud han sido múltiples inclusive del orden Constitucional, bajo el cual se invocan el

sagrado Estado de Derecho como la intempestiva acusación de “terrorismo estudiantil”. En

suma, no existe una real autonomía universitaria sino la manipulación del concepto que

fluctúa entre el autonomismo operativo de la universidad y el intervencionismo oportunista

del Estado, según la coyuntura o conveniencia del momento.

En consecuencia, si algo ha podido mantener el equilibrio de la relativa autonomía

universitaria ha sido la madura sensatez de Rectores, Decanos, y Profesores. En las dos

últimas décadas ha concurrido de modo decisivo el voto estudiantil que, desde adentro, ha

procurado la defensa de la universidad a través del bloqueo a la agitación anarquista, que da

pretextos contra la autonomía espacial y territorial de los claustros universitarios.

Sin embargo, según Foucault (1979), el asunto no se reduce al nivel primario de la

autonomía territorial sino que “el poder debe captarse donde toma sus formas más regionales

y locales fuera de las reguladas y legítimas”. Esta visión retrotrae a la función de anarquismo

ilegal que utiliza en forma periódica y abusiva el espacio de la universidad; y a la del Estado

como reformador (no sólo como controlador del orden público sino de estructuras en la

Educación Superior). A partir de aquí se plantea la inquietud esencial que es identificar el

nivel de poder con que participa la universidad en el orden político y social del país.

Para identificar este poder, agrega Foucault, “es preciso determinar cómo funcionan la

multiplicidad de cuerpos en los procesos que dirigen los gestos y los comportamientos”. Es

decir, cuáles son los componentes de la universidad que la empoderan frente al Estado, el

anarquismo y los retos de su entorno. Porque, siguiendo la reflexión de Foucault, debe tenerse

en cuenta que “(el poder) circula y funciona en cadena, forma redes, se ejerce a través de una

organización reticular y no está localizado en un sitio determinado, porque transita en los

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individuos que son afectos al poder y al mismo tiempo a los elementos constitutivos del

poder”.

Lo cual nos conduce a considerar si la universidad, como componente fundamental del

sistema de Educación Superior, está actuando consolidadamente o en forma aislada, viciada

de “independentismo autonomista”, lo cual antes que fortalecerla la debilita. Y visualizar si

sus metas estratégicas están comprometidas con la esencia filosófica del papel socio-

económico y cultural que ha de cumplir la universidad, integrada a un sistema de Educación

Superior, hacia su propio desarrollo y el del país. O, simplemente, en una visión bastante

simplista, identifica el poder de su autonomía en la defensa territorial espacial o física (por

ejemplo, en evitar la entrada de la policía a sus instalaciones cuando persigue a vándalos que

resultan, favorecidos por la autonomía universitaria).

El campo universitario es un espacio donde los múltiples actores que lo componen

juegan paralelamente, en múltiples planos, y se mueven desde complejos procesos de

interacción con los otros actores del campo y con su entorno político- social. Según Bourdieu

(2002, p. 10) es un espacio independiente pero íntimamente ligado con los órdenes político,

económico y social.

La carta política consagra la “autonomía universitaria” (Constitución Política de

Colombia, Art. 69), la cual les reconoce a las instituciones de educación superior los derechos

de modificar sus estatutos, designar sus autoridades académicas y administrativas, definir y

organizar sus labores formativas, académicas, docentes, científicas y culturales, otorgar los

títulos correspondientes, seleccionar a sus profesores y admitir a sus alumnos, establecer el

régimen de unos y otros, aplicar y arbitrar sus recursos para el cumplimiento de su misión y de

su función institucional.

La autonomía universitaria, es lo que permite que las universidades tengan la posibilidad

de gobernarse, financiarse, y administrarse por sí mismas. Las universidades pueden darse sus

directivas y regirse por sus propios estatutos, de acuerdo con la ley.

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La autonomía universitaria es un marco que le reconoce a las universidades regirse bajo

sus propios estatutos enmarcados en la Ley 30 de 1992, que como lo dice la Constitución, la

reglamenta dándole un peso jurídico y político; brindando principios democráticos, libertad de

pensamiento y de crítica que permite la formación de seres humanos en una realidad dinámica.

Actualmente se presentan según Orozco (2010), dos acentos diferentes y hasta

contrapuestos de la naturaleza y alcance de la autonomía de las universidades: de una parte,

hay quienes acentúan el carácter incondicional de la misma, afirmándola como nota sustantiva

de su concepto, muy afín al ideario de la universidad de origen alemán o Humboldtiano.

De otra parte, quienes colocan el énfasis en la naturaleza de servicio público que tiene la

educación superior y por lo tanto, la responsabilidad que de ello se desprende para el ejercicio

de las funciones universitarias. Lo anterior, expresa el difícil equilibrio entre lo público de la

universidad y la autonomía sin condiciones que requiere una de sus funciones claves, la

producción intelectual.

Para Rama (2006) en todos los países de la región, sin excepciones, se está reforzando

la capacidad regulatoria del estado mediante la creación de una nueva institucionalidad y de

políticas públicas en la gestión de la “cuestión universitaria”, que se ha insertado con una

nueva filosofía basada en el bien público entre la autonomía universitaria y la libertad de

enseñanza.

Por lo tanto, el concepto de autonomía nos podría llevar a tener una mirada hacia la

noción de libertad, y de igualdad que implica elementos de una institución delimitada, en su

búsqueda de cambio, de la organización de sus propios estatutos y de su propia

gobernabilidad.

Dentro del análisis que se hace a la autonomía de la universidad pública es que ha sido

uno de los pilares promotores del desarrollo de una ideología propia, de un modelo de crítica

social e investigación sustentado en principios y valores sociales y educativos, proyectada en

la pluralidad del ambiente científico del mundo universitario.

Para Rama (2006), al introducir una nueva y significativa regulación, se ha creado una

nueva y reveladora tensión entre autonomía y gobierno, entre autonomía y sistema, entre

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competencia y complementariedad que en distinta dimensión está atravesando las políticas de

educación superior en todos los países latinoamericanos.

Otro elemento fundamental de análisis a la autonomía universitaria, la cual se

encuentra ligada con la reforma de la comunidad académica en términos de la gobernabilidad,

entendida como una autodeterminación dentro de los límites impuestos por los sistemas

políticos y de poder en la que funciona, mostrando una autonomía relativa. Por lo cual, según

Remolina (2004) se puede decir relacionando autonomía con la libertad de actuar, que es la

capacidad moral de obrar de acuerdo con la ley que uno mismo se ha dado y que es conforme

con la naturaleza humana.

En consecuencia la autonomía está ubicada en un contexto social, espacial y temporal,

que se relaciona con el valor fundamental de la responsabilidad, debido a que refuerza la

libertad de pensamiento y aún más en la universidad, es donde debe existir mayor pluralidad,

que se traduce en pensamiento crítico, por la búsqueda de conocimiento con la consecuencia

de que no hay una verdad única y definitiva, sino por el contrario una comunidad académica

en proceso de transformación permanente, donde la autonomía es algo inacabable.

El padre Gerardo Remolina Vargas (2004), expresa que la “autonomía no es absoluta”.

Él hace un análisis de dicha palabra para dar un panorama amplio sobre la significación de

autonomía en diversos contextos por lo cual plantea varias formas de autonomías, como la

“autonomía natural”; la cual se da desde la partícula elemental hasta el organismo vivo, que es

capaz de preservar su unidad, su identidad, de hacer prevalecer la ley interior de su propia

consistencia sobre la variabilidad de su entorno. Por lo tanto, la autonomía es algo inherente

de los seres vivos.

Esta lucha sobre la autonomía universitaria ha sido mal vista por los gobiernos de

turno, que han pretendido restringir este derecho universitario a través de reformas a la ley, la

cual ha intentado no tener en cuenta a las comunidades académicas, ni a las instituciones, ya

que se plantean reformas que tienen como punto de partida el momento actual, sin mirar el

pasado de la universidad, ni su tarea misional.

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Considerando que la competencia del estado es fortalecer la institucionalidad, donde

sus funciones sean dirigidas permanentemente al desarrollo de la educación superior, a la

cobertura y al servicio de calidad; la universidad estaría incompleta sino tuviera autonomía.

Por lo tanto, para Remolina (2004), la universidad tiene que ser fortalecida respecto a sus

relaciones con todas las instituciones estatales.

Remolina Vargas (2004:12) toca el papel del estado, cuestionándolo sobre las garantías

que brinda a la educación superior, no un determinado contenido o concepto de verdad o de

ciencia que se defiende como “obligante”, sino el derecho y deber de la ciencia a ampliar sin

cesar sus fronteras y cuestionarse a sí misma.

La existencia de un estado democrático es pues, condición que permite crecimiento,

desarrollo y vida de la autonomía universitaria reflejada en la economía de un país.

Facilitando la trascendencia social de las actividades científicas, académicas y la

particularización de los sujetos que van a proyectarse a una sociedad con valores

fundamentales de participación y responsabilidad.

La autonomía universitaria ha sido un tema fundamental para diversos escritores que

quieren presentar un panorama de la educación superior particularmente en Latinoamérica,

quienes como Claudio Rama (2006), hacen un análisis de las tendencias a las que nos ha

llevado la reformas que se han presentado, las tenciones que subyacen a las conquistas

estudiantiles, las alianzas entre la universidad y la política, y las tensiones entre los diversos

modelos de desarrollo, consolidado los principios y valores colectivos que sustentan la

democracia, con lo cual la función de la universidad de educar, investigar y extender la cultura

se hace real.

El servicio de la universidad al contexto social y económico de una nación, en su

pretensión de crecimiento y desarrollo, brinda un espacio en que se potencie la vía libre hacia

la búsqueda de la verdad, objetivo por el cual debe estar impregnado todo el ambiente

universitario, dando una orientación a las actividades académicas que impliquen no solo un

ejercicio permanente de análisis de la realidad social, para disminuir y dar solución a

problemas y necesidades del contexto.

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Con referencia a lo anterior y tomando en cuenta las palabras de Guillermo Londoño

Restrepo (Autoevaluación con fines de acreditación de Programas de Pregrado, 2013:11)

quien dice que, la autonomía por principio reclama la independencia de los académicos para

enseñar e investigar sin la injerencia de sectores externos como el estado o la iglesia. En

relación con ellos es como la universidad reivindica y logra su reconocimiento como

institución social de carácter autónomo.

El Padre Remolina (2004) afirma que son pocos los que reconocen que la ley 30 de

1992 organizó el sistema de Educación superior, garantizo la autonomía a tono con el artículo

69 de la constitución nacional, garantizo la financiación pública (artículo 86) y reglamento la

suprema inspección y vigilancia.

Paralelamente en este momento coyuntural en la educación superior en Colombia se

presenta un predominio en el ámbito social del “libre mercado”, que ha generado un exceso en

las limitaciones del rol del estado en el contexto social, reflejado en la cobertura, según

Londoño Restrepo (2001: 6) quien dice que la problemática del ingreso tiene relación con las

políticas de cobertura y con fines de equidad, debe definirse y concertarse claramente para que

no implique pérdida de calidad, y no lleve al estrangulamiento de instituciones que descuiden

la financiación adecuada para el incremento de cobertura, y se preocupe más por la exhibición

de cifras que satisfagan exigencias externas.

Es difícil tener una concepción de realidad del ejercicio de la autonomía, ya que las

universidades públicas no tienen como proveerse permanentemente de recursos financieros

para su adecuado ejercicio académico e investigativo. Por lo tanto, es imprescindible que el

estado pueda garantizar y tener objetivos claros en el que por ley se les asigne a las

instituciones de Educación Superior de orden estatal, recursos básicos y suficientes para

potencializar su trabajo, que no esté sujeto a aspectos coyunturales que generan incertidumbre,

por el contrario que la relacionen como dice Londoño Restrepo (2001) con el sector

productivo estimulado por la demanda, que se hace a la universidad de generación y

adaptación de conocimiento, vía incremento de la investigación aplicada, útiles necesarios

para el desarrollo económico de una nación.

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Presupuestos que permitan a las instituciones de Educación Superior, la interacción

potencial con mejores posibilidades para emprender investigaciones que se proyecten a

mediano y largo plazo, porque solo con la certeza de la disponibilidad de los recursos

financieros requeridos estará completa la autonomía universitaria.

Remolina Vargas (2004) dentro de sus planteamientos sustenta que países que han

apoyado la autonomía universitaria y donde se ha estimulado la docencia, la investigación y la

innovación, han mostrado que las instituciones universitarias tienen mejores resultados de

calidad y eficiencia. De ahí, que debe establecerse la normatividad necesaria clara, objetiva y

transparente que trascienda el ámbito de las disposiciones subjetivas donde es necesario la

rendición de cuentas de los recursos económicos recibidos.

La autonomía involucra las responsabilidades de unas comunidades académicas con el

estado, haciendo necesaria la transparencia y la rendición de cuentas de los recursos recibidos

por parte de las instituciones públicas, ya que por mucho tiempo se pensó ideológicamente

que ejercer autonomía no implicaba rendir cuenta a poderes del estado, sin embargo es

necesario que para obtener recursos públicos se debe proyectar un agenciamiento responsable,

instrumentando medidas que en sí mismo, sean adecuadas, pertinentes y no violatorias de la

autonomía de la universidad.

Es entonces que la universidad da cuenta ante sus propios estamentos, ante la sociedad

y ante una instancia externa como es el estado, siendo plausible al dar transparencia al uso de

los recursos públicos, mostrando como los informes periódicos, las auditorías internas, han

favorecido la confianza de la sociedad en las universidades públicas autónomas.

La fiscalización o vigilancia que proyecta el gobierno sobre los recursos financieros

que se asignan a las instituciones de educación superior en un sistema que se supone

democrático en el que se respeta el estado de derecho, deben mostrarse en consecuencia como

parte de la universidad; que sin embargo se refleja cómo la autonomía universitaria ha sido

mal interpretada hasta ser mirada como una problemática en sí, la cual ha querido Remolina

Vargas (2004), exponerla pretendiendo ampliar el panorama haciendo una diferenciación entre

elementos como “la equivocada interpretación que se le da a la autonomía” también el hecho

de “designar sus autoridades académicas y administrativa, otro punto de la problemática es

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que se “ha permitido la creación de pequeñas instituciones de educación superior y la apertura

de programas de baja calidad y sin ampliar cobertura”.

La Ley 30 se quedó corta para Arango (2012: 87) con relación a la autonomía y de

nuevo han sido los desarrollos jurisprudenciales los que han defendido la autonomía, más que

la existencia de un marco normativo expreso y claro. Ello invita a pensar en una normatividad

que deje claro los alcances, o límites de la autonomía universitaria.

Finalmente para Orozco (2010: 28), el concepto de “universidad emprendedora” aún

no se da de modo amplio en la gestión de las universidades y no existe en el país un esquema

de Rankings que favorezca la competencia entre ellas. Paulatinamente, la autonomía de las

instituciones se ha conciliado con el rendimiento de cuentas y la transparencia de su gestión,

constituyéndose poco a poco en un valor de la cultura institucional. Por lo tanto, resulta

indispensable revisar la política sobre la Educación Superior en Colombia, con el fin de

diseñar un proceso de evaluación actualizado con los estándares internacionales más

exigentes, mediante el cual se pueda liderar el papel de la Instituciones de Educación Superior

con las exigencias de la competitividad globalizadora.

5.3.3 Docencia Universitaria

La universidad en Colombia se ha enfocado en los últimos años a la formación de

individuos para el mundo del trabajo, dándole mayor valor a lo disciplinar validando que el

modelo educativo se base en la migración de contenidos que según Caro (Autonomía y

Calidad: Ejes de la Reforma de la Educación Superior en Colombia, 1993:20) ha producido

que en los últimas décadas, la educación superior se haya centrado más en la distribución de

conocimientos que en la generación o producción de ellos. La docencia universitaria así

entendida y practicada se traduce en capacitación o entrenamiento (no en educación o

formación) para la producción de profesionales.

La oferta de cursos es según Rama (2006) el resultado de nichos de demanda y no de la

existencia de procesos cognitivos internos, que se expresen en la creación de conocimientos

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especializados e innovadores, lo cual refuerza que sus docentes sean mayoritariamente de

tiempo parcial y estén asociados al ejercicio profesional y no a la investigación, ya que no

queda tiempo para la dirección y/o acompañamiento de proyectos de investigación o de

extensión universitaria.

La composición del profesorado universitario en relación con sus niveles de formación

según Brunner y Ferrara (2011), se ha mantenido desde la década de los 60. El crecimiento de

la matrícula y su posterior masificación en la década del 70 genero un crecimiento del sistema:

más instituciones, más programas académicos y por consecuencia, más docentes universitarios

con grado profesional.

Los postgrados se iniciaron según Brunner y Ferrara (2011), en el país hacia la década

de los sesenta (Especializaciones y maestrías). Sólo en la década de los ochenta, se inician los

doctorados y por lo tanto esta deficiencia en materia de docentes con doctorado se mantiene

todavía y explica su bajo porcentaje en términos de los niveles de formación de los docentes

universitarios.

En este marco donde prima la mercantilización de la Educación Superior, los docentes

se han transformado en unos obreros del conocimiento, que tienen que moverse como

“mercenarios” que trabajan a destajo para el mejor postor, y esto hace según Rama (2006) que

la expansión del sistema de educación privada haya masificado en esa área el mecanismo de

pago por horas de docencia, y la ausencia de sistemas de seguridad para los docentes, que se

han transformado sin desearlo en empresas uninominales o unipersonales.

El sector privado concentra según Orozco (Educación Superior: Desafío global y

respuesta Nacional: Ejercicio responsable de la autonomía universitaria, 2010: 6), el mayor

número de docentes y la diferencia en número respecto del sector público es significativa toda

vez que en el 2010, en las instituciones públicas había 43.769 docentes, mientras en el sector

privado este número ascendía a 58.783.

En Colombia el informe del (Estadísticas de Educación Superior [MEN], 2012: 3) los

docentes de las instituciones de Educación Superior, han pasado de 97.880 a 102.552, (con un

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aumento de un 4.7%), concentrando el sector privado el mayor número de docentes respecto

de la universidad pública. Esto significa que, según estadísticas del 2010, existía la diferencia

numérica de 15.014 docentes a favor de la universidad privada.

El análisis cualitativo del (Estadísticas de Educación Superior [MEN], 2012: 1) arroja,

igualmente, un desequilibrio entre la universidad pública y la privada. En general el 71,2 % de

los docentes en promedio poseen título profesional con muy poca diferencia ente las

instituciones públicas y las privadas; (35,5% y 35,7% respectivamente). El 23% de las

maestrías están en las privadas y en las públicas un 21%; mientras que apenas el 5% de los

profesores son doctores (con predominancia de doctorados en la universidad pública, según

cifras del 2010).

La masificación de la matricula ha significado para Rama (2006), el crecimiento de la

demanda de docentes, situación que determinó que un porcentaje muy bajo tenga formación

del cuarto ciclo y que investiguen y publiquen regularmente. Además, las universidades

carecen de mecanismos de incentivo a la formación de su personal académico.

Según Orozco (Educación Superior: Desafío global y respuesta Nacional: Ejercicio

responsable de la autonomía universitaria, 2001: 4), en Colombia el 71,2 % de los docentes en

promedio poseen título profesional con muy poca diferencia ente las instituciones públicas y

las privadas. El 23% de los docentes, en promedio, tiene titulación de maestría en las públicas

y un 21% en las privadas. Las universidades privadas pagan a sus docentes por horas

efectivamente trabajadas. Para Rama (2006), no se abonan prestaciones sociales o aportes

jubilatorios y la relación con los docentes no está mediada por convenios, contratos colectivos

o estatutos de carrera docente.

Según Brunner y Ferrara (Educación superior en Iberoamérica. Informe. Los desafíos

de la educación superior en Iberoamérica. Santiago de Chile, 2011: 22), para el año 2010 sólo

el 5% de los profesores tenía título de doctorado en Colombia y de éstos el mayor número se

encontraban en las universidades públicas. No obstante estas cifras, cada vez hay mayor

conciencia en las instituciones de educación superior acerca de la importancia de la carrera

académica, y del valor que tiene el nivel de formación de los docentes como indicador de

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calidad, y como requisito para la acreditación nacional e internacional de los recursos

académicos.

El sistema laboral tiene una alta flexibilidad tanto para nombrar y remover docentes

como para establecer las remuneraciones. Mientras tanto, según Rama (2006) el sistema

salarial se basa en las determinantes del mercado, y las remuneraciones varían fuertemente

entre los diversos docentes, carreras o momentos del año. El llamado sistema “profesor taxi”

está fuertemente asociado al mercado.

De otra parte, la carrera académica se ha venido consolidando desde la década 1990-

2000. Las universidades desde entonces han ido definiendo la carrera profesoral, incluyéndola

rigurosamente en los estatutos docentes de las instituciones. En las IES más consolidadas y

que aspiran a la acreditación institucional por parte del Estado, la posesión del doctorado es

condición para el ingreso y permanencia en la institución.

Finalmente según el profesor Orozco (2010), se asiste a una “profesionalización” cada

vez más exigente de la carrera académica que incluye como condición básica el doctorado. La

existencia de un mercado mundial del conocimiento jalona a la comunidad académica hacia su

internacionalización, y a las instituciones a establecer políticas agresivas de estímulo a la

productividad académica y a la retención de talentos.

Estos aspectos pueden significar un incremento del número de docentes con doctorado

en las universidades en el futuro inmediato. Lo anterior sugiere una estrategia prospectiva en

materia de alianzas académicas con los principales centros educativos del mundo, la

adquisición de habilidades globalizantes por parte del profesorado (poliglotismo, desarrollo

personal en informática y redes, cambio de visión sectorial y regional por una visión

multidisciplinaria e interdisciplinaria internacional, entre otros).

La meta es lograr que los docentes sean considerados como tales porque investigan y su

avance y permanencia en el sistema este medido por lo que investigan y producen, para lograr

que la universidad tenga mayor pertinencia y flexibilidad en áreas de investigación de

vanguardia, como podría ser en: biotecnología, inteligencia artificial, robótica, nuevas fuentes

de energía, formación transdisciplinar, etc.

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6. CONCLUSIONES

PENSAMIENTOS FINALES SOBRE LOS RETOS DE LA UNIVERSIDAD EN LA

POSTMODERNIDAD

“La universidad es una sociedad de clases,

que pontifica sobre la sociedad desde lo

alto de su aislamiento”

(Santos: 1998)

Cuando la modernidad pensó la universidad lo hizo queriendo crear un “lugar” que le sirviera

de conciencia de “sí misma”, de espacio de reflexión y de evocación cultural; donde un grupo

de eruditos y de sabios, se dedicarían a la búsqueda desinteresada de la verdad de forma

sistemática, sin estar presionados por intereses públicos o privados, ya que su razón de ser era

la investigación, la búsqueda sistemática de la verdad y la enseñanza de saberes altamente

especializados.

Para Santos (1998), la universidad moderna se propuso producir desde el paradigma de

que “todo” tenía que ser mediado por la razón, un conocimiento superior y elitista, para

suministrárselo a una pequeña minoría de jóvenes de la clase dominante. La Educación

Superior en este contexto, tenía como objetivo principal la formación de las elites intelectuales

en carreras tradicionales (medicina, derecho, ingeniería), ya que a la universidad sólo podían

asistir aquellos (no aquellas), que contaban con los recursos para dedicarse de lleno a la

producción y conservación de la “alta” cultura occidental, o a perpetuar una posición

dominante dentro de la sociedad.

“La universidad contribuyó a perpetuar y legitimar un orden social estructuralmente

incoherente, obligado a desmentir, en la práctica, las premisas de igualdad en que se dice

fundada” (Santos: 1998).

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Con la migración, a comienzos del siglo XX, de una América Latina rural a espacios

urbanos, con la llegada de los medios masivos de comunicación y con el crecimiento

exponencial de la población en las grandes urbes latinoamericanas, se hizo prioritario la

formación de la mano de obra calificada que necesitaban el sector industrial y estatal, para

responder a los retos que el modelo capitalista imponía a las nacientes economías. La

universidad asumió entonces la tarea de producir los conocimientos que necesitaba la sociedad

industrial, generando nuevos profesionales y capacitando la fuerza de trabajo calificada que

exigía el nuevo modelo de desarrollo económico.

Pero el querer producir conocimiento desde carreras y disciplinas de carácter más

instrumental y funcional (Administración, Contaduría, Sistemas, etc.), la universidad

confesional perdió la condición social que había sustentado durante siglos, de ser la única que

podía entregar títulos universitarios, para ver la aparición de una serie de instituciones

universitarias que entraron a competir en el mercado con las universidades llamadas

“tradicionales”.

Otra característica de las nacientes universidades en el siglo pasado, fue la fuerte

politización de la vida académica promovida por las organizaciones estudiantiles de corte

izquierdista, ya que se pensaba que a través de la Educación Superior se lograría la

transformación social y la entrada de América Latina en la modernidad civilizadora: “el

movimiento estudiantil agito la vida universitaria y se constituyó como actor político de gran

importancia en los procesos de transformación no sólo de la Educación Superior, sino de

regímenes políticos e incluso de la sociedad en general” (Kent: 2002).

Las universidades públicas sirvieron entonces para formar los cuadros directivos de los

movimientos políticos de corte liberal o de izquierda; y las universidades confesionales de

carácter semi-publico, porque recibían financiación estatal, se dedicaron a formar a la elite

conservadora, que definirían el rumbo de nuestra historia reciente hacia posiciones

antagónicas y beligerantes, en un país tremendamente polarizado y fragmentado en una guerra

“controlada”, que no termina después de 50 años de conflicto armado.

“Las posiciones dominantes eran ocupadas por las oligarquías agrarias y por las

burguesías comerciales urbanas, a las cuales se asociaban los profesionales liberales y los

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altos jerarcas de las burocracia gubernamental, reclutados en esas mismas clases y formados

en las universidades” (Kent: 2002).

Estudiar en una universidad, durante mucho tiempo fue un privilegio reservado a las

mentes más brillantes pertenecientes a la oligarquía criolla, encargadas de que los saberes y

formas de estratificación de una sociedad no se perdieran, sino que se perpetuaran a través del

tiempo. Este ideal que la modernidad le puso a la universidad de ser un “centro de cultura”, y

de guardiana y productora de la verdad, entro en crisis a mediados del siglo XX, cuando los

hornos crematorios de los nazis hicieron que occidente se replanteara cual era la tarea de la

ciencia y del conocimiento; con el fin de la Segunda Guerra Mundial (que provocó la

desaparición total del dominio de las grandes potencias coloniales del siglo XIX), se

desintegraron los modelos simbólicos con los que occidente después de la revolución francesa

había definido sus derroteros de progreso, desarrollo, libertad e igualdad.

La época de la postguerra en Europa, marca un cambio en los paradigmas con los

cuales se había desarrollado la modernidad civilizadora, y eso hace que en las décadas

posteriores surjan nuevas formas de comprensión de la realidad, que, en el caso

latinoamericano, sólo cuando los hijos de la clase dominante fueron a estudiar a la

universidades de Estados Unidos, Canadá y Europa, y regresaron a dirigir las nacientes

universidades y a ocupar cargos públicos, es que el mundo académico se ve imbuido en las

nuevas corrientes de pensamiento, que marcarían un cambio en el derrotero de nuestro frágil

sistema de educación terciario.

En los años sesenta se hace un esfuerzo, desde el movimiento estudiantil, por cambiar

el rumbo de las universidades latinoamericanas, el cual buscaba la democratización de la

sociedad desde posturas anti-imperialistas, que permitieran la autonomía universitaria; por eso

“su principal bandera es la co-gestión; y, del otro lado, los líderes científicos e intelectuales,

defienden la investigación y la transformación de la estructura y de las funciones de la

Universidad” (Kent: 2002).

La siguiente década de los años setenta se caracterizó por la aparición de nuevas

universidades, tanto públicas como privadas, las cuales llevaron a que “el estudiantado

universitario comenzará entonces a dejar de pertenecer a una pequeña elite para tornarse en un

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sector más plural y variado dentro de nuestras sociedades, hasta perder su condición de grupo

privilegiado o excepcional” (Rama: 2006). Se da entonces, la masificación de la educación

terciaria sin que el estado estuviera preparado para asegurar y supervisar la calidad de las

nacientes instituciones universitarias.

Poco después, hacia los años ochenta, la función política que se atribuía a la

universidad tradicional (formación de la élite política dirigente) fue reemplazada por una

función económica de formación de la moderna tecnocracia que requería la economía y, en

particular, el mercado de trabajo. La inversión en educación pasó a ser considerada, entonces,

como inversión en capital humano con alta rentabilidad social. El proceso modernizador trajo

consigo un crecimiento vertiginoso del sistema y el acceso de nuevos grupos sociales a la

Educación Superior (Caro: 1993).

El estado que hasta ese momento había hecho las veces de padrino financiador de la

educación pública empieza a cuestionar el uso de los recursos que reciben las universidades

estatales y por influencia del Banco mundial intenta desligarse de la responsabilidad de ser el

único cofinanciador; la universidad pierde entonces parte de su autonomía al depender de

criterios de eficacia y de productividad, dados por el modelo empresarial privado, “porque su

especificidad organizativa es puesta en tela de juicio y se le pretende imponer modelos

organizativos vigentes de “otras “ instituciones consideradas como más eficientes”

(Santos:1998);

Ante la aparición de un grupo creciente de instituciones de Educación Superior, el

estado tuvo que entrar a regular la calidad de los programas que estas instituciones ofrecían,

en parte dado por el fenómeno de las “universidades de garaje” que ofrecían títulos sin

cumplir con unas condiciones mínimas de calidad y que le quitaban mercado a las

universidades llamadas “tradicionales”.

Con la llegada de la globalización, del crecimiento de centros de investigación

financiados por las grandes empresas multinacionales y el fortalecimiento de la educación

transnacional, en donde es posible, a través de la Internet, tener acceso a la sociedad del

conocimiento sin pasar por las aulas, la universidad termina perdiendo la exclusividad de ser

quien produce y transmite los saberes que las diferentes disciplinas académicas desarrollan,

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termina perdiendo “ser” el centro de la producción y reproducción del conocimiento altamente

especializado.

Y nuestras universidades se convierten en centros de profesionalización, que masifican

la formación de la mano de obra calificada que la industria reclama con programas técnicos de

corta duración, dejando de producir conocimiento para simplemente enseñar saberes útiles y

formar en aptitudes técnicas especializadas. Al democratizar el espacio universitario, la

universidad deja de formar al ser humano culto e íntegro que tiene carácter y una postura

crítica ante la vida y la sociedad; y termina capacitando profesionales “toderos” que aprenden

una técnica u oficio para vincularse rápidamente al mundo del trabajo desde una racionalidad

instrumental.

En el afán por ampliar la cobertura de la Educación Superior, la formación deja de ser

anterior al hecho de trabajar para ser paralela a esta, aparecen entonces modelos de formación

que se adaptan a diferentes horarios, con metodologías de tipo semipresencial, o virtual, que

hacen que en ciertas profesiones exista más oferta que demanda de profesionales. La

formación y el desempeño profesional se vuelven concomitantes, lo cual está obligando a los

egresados de la educación terciaria a actualizarse permanentemente, a que el porcentaje de

adultos y de trabajadores estudiantes se aumente y que exista mayor demanda por los

postgrados profesionalizantes.

Dentro de este enfoque conclusivo, tenemos aspectos que redondean este estudio

descriptivo del mundo de la educación superior en Colombia, como son los siguientes:

El modelo de universidad de corte humboldtiano en América Latina entró en crisis,

porque ya no se pudo seguir dedicando exclusivamente a la formación de la elite, quedando

aislada y desafiada por la sociedad postmoderna, que reclama de ella mayor cobertura y

pertinencia en su oferta educativa.

Aunque la universidad trata de mostrarse más democrática en su acceso a ella, la

realidad es que la educación de alta calidad y con acreditación tanto nacional como

internacional, sigue siendo excluyente y restringida a los grupos sociales dominantes, que

tienen la forma de pagar el costo o la preparación para acceder a este tipo de educación.

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La sociedad postmoderna también entra a criticarle a la universidad su poca

participación en la solución de problemas económicos y sociales, su falta de responsabilidad

social, por ser de alguna manera una “torre de marfil” insensible a los problemas de un mundo

en constante cambio, y que se tenga que decir por ejemplo, con relación una de las

universidades con mayor abolengo de Bogotá, como es la Universidad de los Andes, “que está

de frente al cerro de Monserrate y de espaldas al país”. A la universidad por ser una

institución de la modernidad, le cuesta adaptarse a nuevos escenarios y realidades, porque en

si es una estructura demasiado rígida funcional y organizativamente para responder a las

exigencias de una sociedad en constante transformación. (Santos: 1998)

La universidad del siglo XXI también tiene que responder a un mundo globalizado que

la reta a producir un conocimiento práctico “útil”, fruto de la exigencia por una apropiación de

nuevas tecnológicas, y en donde la ciencia se ha transformado en fuerza productiva, que

lideran las grandes empresas multinacionales que con sus capitales deciden que se puede

investigar (Santos: 1998), y en donde la universidad colombiana sigue estando muy rezagada

dentro del concierto mundial, por ejemplo en la producción de patentes, quedándose

simplemente como entidad “profesionalizante”.

En palabras del profesor Orozco (2012), las universidades son empresas modernas, las

universidades son empresas del conocimiento, las universidades deben estar ancladas al

mundo externo y ser, por tanto, menos autorreferenciales, menos ensimismadas, menos

irresponsables socialmente hablando, y por tanto tener un proyecto ético – político, porque los

estudiantes vienen a la universidad no sólo a entender la ciencia, sino también a entender la

sociedad en la que viven, a formar su inteligencia, pero también a educar su sensibilidad, sus

afectos, y a tener un proyecto de vida digna.

La universidad en Colombia, como última gran empresa nacional que queda dentro de

los procesos de globalización de las economías emergentes, tiene el gran reto de movilizarse y

salir del ensimismamiento en que ha vivido, desde sus funciones sustantivas y misionales para

poder mejorar en calidad, en equidad y en relevancia, y poder enfrentar el reto de la educación

transfronteriza que atomiza el sistema educativo y despersonaliza al sujeto, al quitarle su

identidad particular al proponerle un ideario de vida construido desde modelos foráneos donde

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la noción de trascendencia desaparece, y solo queda el mundo del consumo y de una vida sin

posturas éticas, ni políticas.

En el país no hay coincidencia entre la estructura ocupacional y la oferta educativa

según Orozco (2010), la prevalencia de programas universitarios prima sobre los no

universitarios. Las universidades, en su mayoría, hacen escaso seguimiento del destino

ocupacional de sus egresados, aunque existen bolsas de empleo inicial orientadas

fundamentalmente a informar sobre las demandas del mercado. Por lo tanto, no brindan

información oportuna a los graduandos y recién egresados sobre el mercado de las

ocupaciones y sus tendencias.

El ángulo de mirada sobre la relación entre educación superior y mercado laboral se

inscribe en la discusión actual desde una perspectiva más amplia, referida a la pertinencia de

las instituciones universitarias. En el fondo, parecería que se enfrentan dos posiciones hasta

cierto punto irreconciliables:

a. Quienes consideran que las instituciones son un factor estratégico del desarrollo y

deben contribuir al mejoramiento del índice de innovación del país, lo cual requiere

universidades fuertes y de investigación para la formación del talento humano de alto

nivel, “Universidades emprendedoras”.

b. Quienes han optado por el estilo de universidad Humboldtiano, de corte tradicional,

más auto-referenciales y para decirlo en una palabra, “clásicas”. A partir de estas

posiciones cada una asigna tareas diferentes a las instituciones, fundamentalmente a

las universidades. De aquí se derivan posiciones políticas no siempre bien

fundamentadas.

Concluye el profesor Orozco diciendo que para los primeros, la posición de los segundos

ignora que las condiciones de reproducción de ese estilo de universidad han pasado. Para los

segundos, la posición primera equivale a aceptar la denominada “universidad de mercado”, lo

que consideran inaceptable por razones teóricas fundamentales.

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Citando al profesor Boavenura de Sousa Santos (1998:263) en su libro “De la mano de

Alicia”, nuestras universidades deberán ser evaluadas y clasificadas por el producto que le

entregan a la sociedad, si realmente producen y transmiten conocimiento científico, si sus

egresados pueden competir en el concierto mundial, si la universidades permiten que mejore

el nivel cultural y de convivencia en la sociedad, si se logra no sólo formar en una profesión,

sino formar el carácter de sus egresados para que tengan posturas éticas y críticas ante el

mundo circundante, y si son capaces como organizaciones educativas “auto reflexivas”, ese

fue su origen, de entender los signos de los tiempos y ser coparticipes en la construcción de

una nueva Colombia, más solidaria en la solución de problemas de todo orden, que nos

permita salir del ostracismo en que nos ha colocado el orden mundial y nuestra clase dirigente.

La gran crisis de nuestros sistemas educativos en la región, es que por naturaleza son

inequitativos y excluyentes, al definir quién puede recibir educación de calidad, acceder a las

aulas y graduarse. Un país hermano como es Ecuador, nos da testimonio de lo que se puede

lograr cuando existe voluntad política por generar las condiciones desde el estado y desde los

diferentes actores por una verdadera transformación social y cultural del sistema educativo,

allí “la reforma de la educación superior paso por una asamblea constituyente” (Araujo, 2013:

p. 12).

La asamblea estableció por mandato constitucional que la educación sería gratuita en todos los

niveles desde la básica, pasando por la media e incluyendo el nivel terciario del pregrado, y

que la gratuidad tenía que ir de la mano con la calidad, por eso, “se cerraron 14 universidades

que no cumplían con los procesos de excelencia esperados” (Araujo: 2013: p. 13).

Se creó la ley orgánica de educación superior (LOES: 2012)) que hace énfasis en el tema de la

gratuidad y de la democratización de la Educación en todos sus niveles, de operativizar el

sistema educativo entendiéndolo como la articulación entre múltiples instancias y actores, en

la emergencia de crear un sistema de nivelación y admisión que sirva de mecanismo no para

excluir sino para incorporar y acompañar a cualquier ecuatoriano interesado en formarse, se

estableció un escalafón docente con incentivos para los mejores maestros, se reconocieron los

títulos extranjeros, se le dio una nueva revaloración a la formación técnica y tecnológica, se

fortaleció el sistema de información de la educación superior, que la planeación fuera a largo

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plazo y se crearon nuevas universidades como la llamada “Yachay”, (Ciudad del

conocimiento) inaugurada por el presidente Rafael Correa, en marzo de 2014, dedicada a la

investigación científica y a la tecnología experimental en asocio con universidades de España,

India y Grecia.

Colombia al igual que Chile tuvieron que parar en los últimos cuatro años, procesos de

reforma educativa a la Educación Superior, sobre todo por la presión de los movimientos

estudiantiles apoyados por los rectores de muchas universidades y por la opinión pública

preocupada por la creación de universidades con ánimo de lucro, y que responden a lógicas

mercantilistas.

Las protestas le plantearon en el caso del gobierno de Juan Manuel Santos, la necesidad que

tiene el estado de revisar su compromiso con la Educación Superior traducido en inversión

real, donde la educación no puede seguir siendo un servicio, privilegio de unos pocos sino que

debe ser un derecho fundamental para todo colombiano.

El Ministerio de Educación Nacional ante el fracaso de la reforma del 2011, encomendó al

Consejo Nacional de Educación Superior (CESU) la tarea de generar consenso, a fin de

estructurar una propuesta de política pública en educación superior.

Durante tres años se convocaron a asociaciones de IES, a los rectores de las universidades, a

representantes de los estudiantes y de los profesores, se realizaron encuentros en las regiones

para llegar a acuerdos sobre lo que se necesitaba reformular en el modelo educativo

colombiano a nivel terciario.

Y se les hizo a todos los actores la pregunta de: ¿Cuál es la educación superior de calidad y

sistemas de ciencia, tecnología e innovación que necesita el país?, para salir del atraso

histórico en que se encuentra Colombia ante un mundo globalizado y altamente tecnificado.

El fruto de ese trabajo es el “acuerdo por lo superior 2034” de julio de 2014 presentado por el

CESU y expresado en 136 lineamientos, donde se ratificó el compromiso por el no lucro de la

Educación Superior y se englobaron unas grandes propuestas como son:

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- La creación de una Superintendencia de Educación Superior que vele por la inversión

que hacen los colombianos en educación.

- La definición de un marco de cualificaciones para romper el sesgo clasista entre la

educación superior y la educación para el trabajo, y que los dos sistemas se articulen

en un solo sistema.

- La necesidad de cambiar el modelo de financiamiento planteado por la ley 30 y

comprometer a los entes territoriales en el uso, por ejemplo de las regalías.

- La tarea por reorganizar las tipologías de las IES que no sesgue la formación técnica y

tecnológica en el país.

- Que la educación se convierta en elemento de conciliación en la era del post conflicto

con acciones de inclusión social.

Esperamos que Colombia pueda dejar definida una política pública de largo aliento que

garantice la participación activa de todos los actores (IES, docentes, estudiantes, estado, etc.)

en un proyecto común educativo que nos permita salir del ostracismo al cual hemos estado

condenados desde tiempos coloniales y que las promesas del segundo gobierno de Santos de

convertir a la educación en el eje del cambio social se materialicen y nuestras IES transformen

sus estructuras institucionales a modelos flexibles y pertinentes a la necesidades del país.

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SIGLAS

ANDI: Asociación Nacional de Industriales

ANIF: Asociación Nacional de Instituciones Financieras.

ASCUN: Asociación Colombiana de Universidades

CERES: Centros Regionales de Educación Superior

CNA: Consejo Nacional de acreditación

COLCIENCIAS: Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación

COLCULTURA: Instituto Colombiano de Cultura

CONACES: Comisión Nacional Intersectorial de Aseguramiento de la Calidad de la

Educación Superior

DNP: Departamento Nacional de Planeación

FECODE: Federación Colombiana de Educadores

ICA: Instituto Colombiano Agropecuario

ICETEX: Instituto Colombiano de Crédito Educativo y Estudios Técnicos en el Exterior

ICFES: Colombiano para el Fomento de la Educación

IES: Instituciones de Educación Superior

MEN: Ministerio de Educación Nacional

OEA: Organización de Estados Americanos

PIB: Producto Interno Bruto

SABER PRO: Exámenes de Calidad de la Educación Superior

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SACES: Sistema de Aseguramiento de la Calidad en Educación Superior

SENA: Servicio Nacional de Aprendizaje

SISBEN: Sistema de Selección de Beneficiarios Para Programas Sociales

SNIES: Sistema Nacional de Información de la Educación Superior

SPADIES: Sistema para Apreciar la Deserción de la Educación superior

S.U.E.: Sistema Universitario Estatal

TIC: Tecnologías de la Información y de la Comunicación

TLC: Tratado de Libre Comercio

UNESCO: Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura