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UNSAIN AZPIROZ, José María: “Centímetros de piel. Evolución del traje de baño en San Sebastián ”, Argitalpen digitalak / Publicaciones digitales, 4, Untzi Museoa-Museo Naval, San Sebastián, 2016.

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Centímetros de piel. Evolución del traje de baño en San Sebastián*

José María Unsain Azpiroz

Siguiendo el ejemplo de la aristocracia británica, el turismo de ola se expande por la Europa atlántica a partir de la tercera década del siglo XIX. La revalorización de la naturaleza y el paisaje litoral se entrecruza con el desarrollo de las teorías higienistas que atribuían propiedades benéficas y curativas al agua marina, para dar origen a lo que se convertirá en costumbre de las clases altas: veraneo en la costa y toma regulada de baños de mar.

A mediados del siglo XIX comenzaron a proliferar en algunas playas del Cantábrico las casetas de baño. Aquellas sencillas construcciones dotadas de ruedas y tiradas por bueyes permitían a los bañistas cambiarse de ropa y acercarse a la orilla sin sentirse incomodados por miradas indiscretas. Testigo de aquellos baños de los primeros tiempos fue Francisco de Paula Madrazo, autor de Una expedición a Guipúzcoa en el verano de 1848, libro menudo pero sumamente valioso en relación con el tema que nos ocupa1.

Madrazo disfrutó en primera persona del espectáculo que ofrecían aquellos bañistas precursores. Observó que los baños de mar estaban menos reglamentados en la pequeña localidad de Deba que en San Sebastián, donde la playa principal –La Concha– se encontraba dividida en sectores en función del sexo de los usuarios y controlada por la policía: «guardias civiles muy vigilantes encargados del cumplimiento de esa ley que pudiéramos llamar del pudor». Por el contrario, en Deba no había impedimentos para que los hombres se bañaran junto a las mujeres. Esta laxitud daba pie a escenas algo licenciosas que el autor describe con humor. Allí estaban también los «mirones», representando un papel que tendría larga trayectoria en la historia de los baños de mar.

En Deba eran fornidos marineros, especie de «hombres semi-peces», los que acompañaban a las mujeres durante el baño «conduciéndolas y levantándolas con sus nervudos brazos para librarlas del golpe de las olas». En San Sebastián esta labor la efectuaban «robustas muchachas, de tez curtida, que solo en el traje revelaban su sexo».

En cuanto a los atuendos de baño que usaban las mujeres, Madrazo entra en detalles al referirse a los que pudo ver en Deba: «Un largo y ancho ropón ceñido al cuello, y con mangas, de bayeta de color oscuro y un sombrero de paja de dos reales, es el traje de la mayoría de las señoras. Algunas, que ni en el agua quieren olvidar que son mujeres, llevan en vez de ese traje, una camiseta corta, sin mangas, de bayeta de rayas, ceñida al talle por un cinturón de charol, y unos pantalones de la misma tela del vestido, cubriendo su cabeza con un casquete o gorrita de hule. Las unas parecen al salir de las casetas con su traje talar y su sombrerón de paja unos peregrinos que se dirigen a Tierra Santa; las otras, las del talle esbelto y airoso, nos recuerdan esos pajecillos de la Edad Media que servían a los príncipes y a los magnates de confidentes y correos de sus amores. El traje que llamaremos de peregrino es el que usan las señoras

* Este artículo se publicó en el libro Trajes de baño y exposición corporal: una historia alternativa del siglo XX editado por Cristóbal Balenciaga Museoa (Getaria, 2012) como catálogo de la exposición temporal del mismo nombre. 1 MADRAZO, Francisco de Paula, Una expedición a Guipúzcoa en el verano de 1848, Madrid, 1849.

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gruesas ó de menos pretensiones; las delgadas ó las más jóvenes dan su preferencia al de paje».

Bañistas en San Sebastián. Detalle de una estampa litográfica de J. Palacios y D. Perea publicada en la revista La Lidia, Madrid, 1886. Colección particular.

Más conciso –acaso por no reiterar sus observaciones– fue al hablar de los trajes de baño femeninos de San Sebastián, limitándose a decir que, al igual que en Deba, no resultaban muy atractivos y que «la mayor parte llevaban anchos ropones de bayeta oscura».

Nada dice Madrazo del traje de baño masculino. El periodista y gastrónomo Ángel Muro, evocando el San Sebastián de mediados del siglo XIX. recordaba que «los hombres, separados de las mujeres, usaban la menor cantidad posible de calzón»2. Resulta oportuno señalar aquí que en esa época parece que estaba bastante extendida entre los jóvenes y algunos adultos de la ciudad la costumbre de bañarse sin ropa ninguna en playas y lugares públicos como el puerto o el puente de Santa Catalina. El reglamento municipal de baños de 1829 –el más antiguo que se conoce– reprobaba esta manera de bañarse, y en 1831 se emitía un bando considerándolo un «abandono del pudor y la decencia»3. Pese a todo, la costumbre debió de mantenerse en La Concha hasta mediados del siglo XIX4.

2 MURO, Angel. «El verano en San Sebastián hace cuarenta años», La Voz de Guipúzcoa. 6 de julio de 1893. Reproducido en ALCAIN, Siro, Iruchulo zar-Donosti berri. Cotección de artículos sobre el antiguo y moderno San Sebastián; sus costumbres y otras curiosidades, Madrid, 1896. 3 FERNANDEZ-D'ARLAS, Alberto, «Una incursión en el patrimonio marítimo donostiarra. Las casetas de baño, germen de la arquitectura balnearia», Itsas Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, 6 (2009), p 344. 4 ALCAIN, Siro, op cit , pp. 34-35. Citando al periodista Calei-Cale Luis Murugarren recordaba, sin señalar

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El baño al desnudo choca sin duda con el imaginario construido en torno al siglo XIX. Los datos al respecto no se limitan a Donostia. El escritor costumbrista José María Pereda publicó en 1865 un breve relato titulado Los baños del Sardinero a vista de castellano viejo, en el que diferenciaba claramente entre la playa santanderina del «Sardinero chico», donde hombres y mujeres utilizaban bañador, y la del «Sardinero grande», en la que pululaban «hombres, mujeres, chiquillos, todos en el mismo traje de la inocencia, ante nutrida concurrencia de mirones5.

Playa de La Concha. Detalle de una estampa xilográfica de C. Capuz y J. Comba, La Ilustración Española y Americana, 8 de septiembre de 1882. Tal como refleja la imagen, muchos de los que acudían a las playas permanecían vestidos, protegidos del sol con sombreros y sombrillas. La playa era un espacio de ocio y sociabilidad no necesariamente ligado al baño. Colección Untzi Museoa-Museo Naval.

Conforme avanzaba el siglo, estos comportamientos que atentaban contra el orden establecido parece que fueron desapareciendo. El escritor donostiarra José Manterola publicó en 1871 una Guía-manual de la Provincia de Guipúzcoa y la Ciudad de San Sebastián, en la que incluía un extenso apartado sobre los baños de mar para uso de forasteros en Donostia que, además de hablar de las bondades medicinales de las aguas marinas y de las precauciones y métodos que había que adoptar para la toma del baño, informaba al visitante sobre la disposición de las distintas zonas de la playa –segmentación que ya existía en 1829 según se indicaba en el reglamento municipal de aquel año– y del atuendo, de acuerdo al decoro, que había de mantenerse: «La parte de la playa situada entre la rampa primera y el ala derecha de la central, está destinada a las señoras y niños,

fechas, que los soldados del regimiento de San Sebastián se bañaban desnudos, a toque de corneta, en zonas alejadas de la bahía (San Sebastián-Donostia, Donostia-San Sebastián, 1978, p 306). 5 PEREDA, José María, «Los baños del Sardinero a vista de castellano viejo», La Abeja Montañesa, 17 de septiembre de 1865.

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prohibiéndose el que se bañen en este punto personas de distinto sexo. Las señoras llevarán al baño vestido largo y cerrado. En la parte comprendida por todo el frente de La Perla del Océano se permite bañarse juntamente a personas del mismo sexo, siempre que lleven, así hombres como mujeres, traje completo y cerrado. En el espacio comprendido desde el ala izquierda de la rampa central hasta el Antiguo se bañan solamente los hombres que han de ir provistos cuando menos de calzonzillo. Se prohíbe a los hombres la bajada al arenal por la primera rampa de la playa».

Viendo estas normas no resulta extraño que Jacinto Benavente, siempre fiel a San Sebastián en su veraneo, dijera en sus memorias (Recuerdos y olvidos, 1958) que «en los baños de la Concha presidía siempre la honestidad». Don Jacinto recordaba además, refiriéndose a los años 1874 o 1875, que en el tramo destinado a las mujeres estaba prohibido asomarse a la barandilla del paseo: «A mí, que tendría entonces mis ocho o nueve años, apenas me acercaba, me llamaba la atención un guardia urbano para que me retirara inmediatamente»6.

La decencia era siempre una de las preocupaciones básicas. Así se deja ver también en la Guía del bañista o reglas para tomar con provecho los baños de mar, obra del doctor A Bataller que se editó en Barcelona en 1877 Hablando de los vestidos de baño, el doctor señala que «el de los hombres, reducido a muy exiguas proporciones, no está sujeto a cambios ni variaciones de ninguna especie y es por otra parte tal como debe ser: la higiene nada tiene que decir de él. No así el de las mujeres, pues la moda ha intervenido en ellos, y desgraciadamente no todo lo que es de moda es higiénico». El doctor Bataller pasa a continuación a concretar un prototipo de traje de baño femenino ideal compuesto por pantalón y blusa de lana, zapatos de tela con suela fuerte sin tacón, y un sombrero ligero de paja con grandes alas. Tras describirlo minuciosamente advierte en estos términos a la potencial usuaria: «Se dirá que no es elegante. Ya lo sé. Por otra parte no entiendo, no se me alcanza, por qué debe serio; ¿acaso no es cómodo, útil, barato y decente? Pues si lo es, déjese lo de elegante que nadie va al baño para ser visto. Además de que, con tal que conserve las circunstancias de holgura indicadas, no hay inconveniente en que se le añadan adornos».

El verano en San Sebastián visto por Eduardo Sáenz Hermúa «Mecachís». Blanco y Negro, Madrid, 1894.

6 Citado en AROZAMENA, Jesús María, San Sebastián. Biografía sentimental de una ciudad, Madrid, 1963, p 251.

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Página de la revista donostiarra El Thun Thun, 19 de agosto de 1894. El dibujo de Victoriano Iraola «Lata» es un claro exponente del canon de belleza femenina imperante en la época.

Los escritores del siglo XIX parecían estar de acuerdo en que los trajes de baño femeninos no brillaban precisamente por su elegancia. Así lo expresaron Francisco de Paula Madrazo y José María Pereda en los textos antes mencionados, si bien no dejaban de reconocer que unos bañadores resultaban más favorecedores que otros. Opinión semejante, aunque expuesta si cabe con mayor contundencia, fue la que sostuvo Emilia Pardo Bazán. En un divertido artículo publicado en 1895 en la revista barcelonesa La Ilustración Artística, la célebre escritora consideraba que el espectáculo que «ésta [la playa de La Concha] ofrece es animado, aunque yo no sé cómo hay papanatas que se abonen a él, y se pasen la mañana entera en el balcón corredor de la Perla, inmensa caseta de baños, asestando anteojos marinos a cuanta desgraciada señora entra en el salobre elemento y cuenta que lo de desgraciada no lo digo sólo porque es harta desdicha bañarse con tanto publico, sino porque, en general y sin negar que habrá brillantes excepciones, no son las gracias lo que más abunda en las bañistas de la Perla. Mujeres que vestidas de calle parecen hermosas, dejan de serlo en cuanto se embuten la cabeza en el gorro de hule y las flautas en los pantalones y los pies en las alpargatas (...) Siempre me ha causado sorpresa ver que las señoras, que en la vida normal antes se dejarían matar que salir a la calle enseñando los brazos y luciendo las canillas, en tratándose de baños de mar se lanzan a la exhibición, desdeñando hasta las leyes más elementales del recato y de la estética. (…)»7.

7 PARDO BAZÁN, Emilia: «San Sebastián (La vida contemporánea)». La Ilustración Artística, 30 de

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La mirada humorística sobre el mundo de las playas y los bañistas no fue exclusiva de escritores y periodistas. Ahí estaban los dibujantes y los humoristas gráficos. En revistas como La Ilustración Española y Americana o Blanco y Negro, el tema cobra cierta vida. También el semanario satírico donostiarra El Thun Thun publicó caricaturas de bañistas y veraneantes. Sobre la vecina Biarritz –ciudad con la que Donostia trataba de competir en encanto y atractivos–, el dibujante Maurice Bonvoisin, conocido por «Mars», publicó La vie á Biarritz (París, 1905), cuaderno que permite visualizar con detalle muchos aspectos del veraneo en la localidad.

Bañistas y bañeros en Biarritz. Dibujo de Maurice Bonvoisin «Mars». La vie à Biarritz, 1905.

Desde el derribo de las murallas y la llegada del ferrocarril, San Sebastián había experimentado un cambio radical en su fisonomía urbana y su carácter. La vieja ciudad sustentada en el comercio marítimo pasó a tener en el turismo uno de los principales pilares de su economía. La presencia continuada de la reina regente María Cristina desde 1887 fue otro de los motivos destacados que llevaron a la consolidación del turismo de élite en la ciudad, a finales del siglo XIX. Tras la reina regente y la casa real llegaban la aristocracia y las clases altas madrileñas en el período estival. Para atraer y retener al veraneante de alta capacidad adquisitiva se impulsó un armónico desarrollo urbano y se crearon equipamientos y servicios relacionados con el ocio y el deporte8. Manteniendo cierto tono cosmopolita, San Sebastián era el primer centro turístico de España.

La afluencia de veraneantes no dejó de crecer en la ciudad durante las primeras décadas del siglo XX. En ese tiempo se produjo también la apertura del turismo a las clases medias acomodadas, deseosas de disfrutar de los placeres del veraneo en la playa. Conforme avanzaba el siglo, la preocupación por «el buen orden y la decencia» de las autoridades municipales parece que fue en aumento. Trataban sin duda de mantener el estatus de moralidad y buen tono que se había logrado en las décadas anteriores. Pero no todos compartían los mismos criterios en materia de estética y moralidad. Así, la escritora Matilde Muñoz, autora de la novela La playa de Afrodita (1922), que tiene por protagonista a la alta burguesía que veraneaba en San Sebastián, observaba un excesivo tono de moderación en las bañistas: «apenas si se ve algún ‘maillot’ entre los trajes de lana azul, confeccionados

septiembre de 1895. 8 CASTELLS, Luis, «La Bella Easo: 1864-1936», en ARTOLA Miguel (ed.), Donostia-San Sebastián, Donostia-San Sebastián, Editorial Nerea, 2000, op. 330-340.

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según un antiguo patrón, de bateleras de zarzuela»9. Por su parte, Pedro Antequera Azpiri, artista madrileño asentado en Donostia, que hizo de sus playas escenario de muchos de sus excelentes dibujos a vista de pájaro, comentaba en la prensa que el exceso de pudor existente al respecto era «una paradoja en la época de mayor libertad en el vestir» y defendía el moderno «maillot» frente a la clásica prenda de baño femenina: «A mí esos trajes de mujer pesados y de prendas superpuestas me parecen mangas de colar café»10.

La Concha en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera. Dibujo a tinta y acuarela

de Pedro Antequera Azpiri, 1927. Colección San Telmo Museoa.

Llega entonces –septiembre de 1923– la dictadura de Primo de Rivera. Ante las tendencias disolutas que, en lo tocante a las costumbres, llegan del exterior, el General trata de responder con rigor y severidad. La indumentaria en las playas fue uno de los focos de atención: en la prensa local de esos años aparecen numerosas noticias de denuncias de la guardia municipal contra turistas extranjeras por lo atrevido de sus trajes de baño11. La lucha contra la moda del maillot (prenda de baño ajustada de una sola pieza) llevó a la prohibición de su uso en las playas de San Sebastián y Barcelona12.

En Biarritz, evidentemente, no existían estos problemas. José María Carretero, escritor que

9 MUÑOZ, Matilde, La playa de Afrodita , Madrid, Editorial Ribadeneyra, 1922, p. 33. 10 ANTEQUERA AZPIRI, Pedro, «De Donostia a Bayona», La Voz de Guipúzcoa, 16 de agosto de 1923. 11 LUENGO, Félix, San Sebastián, la vida cotidiana de una ciudad, Donostia-San Sebastián, Editorial Txertoa, 2000, p 125. 12 VILA-SAN-JUAN, José Luis, La vida cotidiana en España durante la Dictadura de Primo de Rivera, Barcelona, Argos Vergara, 1984, p. 315.

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enmascaraba su apellido bajo el seudónimo de «El caballero audaz», describía en una de sus novelas el cosmopolitismo, la elegancia y la osadía que se observaba en aquellas playas, aludiendo a «los bellos rostros, las atrevidas toilettes, los esculturales cuerpos de bañistas ceñidos por los maillots de seda en todos los colores»13.

Cartel de promoción turística. Anónimo, c. 1930. Colección particular.

En cualquier caso, las restricciones puritanas del régimen de Primo de Rivera no impidieron el influjo de aquellas corrientes internacionales que rompían con las viejas construcciones culturales sobre el cuerpo de la mujer. La Primera Guerra Mundial tuvo que ver en ello. La incorporación de las mujeres al mundo laboral durante la contienda facilitó su posterior acceso a las profesiones liberales y, en definitiva, a una mayor emancipación. Los cánones de belleza también se vieron afectados. Se impone una mujer más libre que rechaza el corsé y los vestidos emballenados, que busca una mayor delgadez y agilidad, que practica el deporte y la vida al aire libre. Las playas dejan de ser centros de talasoterapia donde los baños se concebían más como actividad salutífera que como práctica deportiva y disfrute de la naturaleza. Los tradicionales trajes de baño de tela gruesa, aptos para el baño de inmersión, pero impropios para nadar, son cuestionados. La guerra contra el maillot no se dio solo en territorio español. Néstor Luján recordaba que las autoridades de muchos países establecieron reglamentos que fijaban la superficie epidérmica que podía mostrarse: «Aparecieron sobre todo en las playas anglosajonas unas siniestras 'inspectoras de la 13 EL CABALLERO AUDAZ, Ella fue honesta, Prensa Moderna, 1928, p. 7. Citado en LlTVAK, Lily (ed), La voz del mar, Madrid, Mapfre, 2000.

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moral', vestidas de negro, con faldas hasta los pies, larga casaca, blusa abotonada y cerradísima. y sombrero de ala ancha que, con la autoridad del emblema policial y armadas de una cinta métrica perseguían con púdica tenacidad a las bañistas más descocadas"14.

Anuncio del diario donostiarra La Voz de

Guipúzcoa, 3 de julio de 1930.

Maillot. Tejido de lana azul. Principios-mediados de los años treinta. Traje de baño con escote amplio y cuerpo ajustado que se prolonga en una falda suelta, larga para las necesidades de una nadadora, lo que sugiere que la usuaria era tan elegante como conservadora a la hora de enseñar el cuerpo. Fue utilizado por Valentina Galdona (San Sebastián). Colección Untzi Museoa-Museo Naval.

14 LUJÁN, Néstor, «Historia del traje de baño», Historia y Vida, 149 (1980), p. 12.

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Durante la Segunda República algunas asociaciones católicas trataron de poner freno a lo que consideraban una avalancha de inmoralidad en las playas. Anuncio del periódico El Día, San Sebastián, 26 de julio de 1935, con dibujos de John Zabalo «Txiki».

Durante la República se intensificó la democratización del turismo en San Sebastián. Las capas medias de la sociedad también podían veranear. La permisividad en cuanto a los atuendos de baño provocó la reacción de los sectores más conservadores de la sociedad donostiarra. En 1934, la Asociación Católica de Padres de Familia de Guipúzcoa recomendaba la utilización de unos trajes de baño más recatados, presentando en el diario El Día un dibujo de John Zabalo «Txiki» con los modelos masculinos y femeninos propuestos. Al año siguiente, el diario integrista La Constancia incluía una nota publicitaria titulada «La playa se moraliza» en la que daba a conocer los comercios donostiarras en los que podían encontrarse «trajes de baño de falda larga y escote moderado»15. En ese clima, el conocido orador jesuita José Antonio Laburu pronuncia conferencias en Bilbao y San Sebastián contra la creciente inmoralidad en las playas16.

Pero hubo más cosas en los años treinta. Fue a comienzos de esa década cuando se extendió la práctica de los baños de sol en nuestras playas. El culto al sol, al igual que ocurrió con los baños de ola, tuvo un origen terapéutico. Los anuncios de bronceadores que publica la prensa donostiarra hablan del «maravilloso y original» efecto que causa el baño solar, dando testimonio de la quiebra del viejo canon de la belleza femenina que defendía la blancura de cutis como requisito indispensable17. La toma de baños de sol justificaba una mayor exposición de superficie cutánea y en consonancia se fijaron espacios de playa diferenciados para dicha práctica. Tal como puede verse en un cartel de la Policía de Playa de San Sebastián de tiempos de la República, la zona reservada para los baños de sol se

15 UNSAIN, José María, La felicidad al alcance de su bolsillo (El anuncio gráfico en la prensa de Bilbao y San Sebastián, 1886-1936), Donostia-San Sebastián, Gráficas Michelena, 1994, pp 65-73. 16 En 1934 esas conferencias se publicaron en Bilbao, como opúsculo, bajo el título Las playas en su aspecto moral. 17 UNSAIN, José María, La felicidad al alcance de su bolsillo, op. cit., pp 118 y 133-134.

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situaba «entre la Caseta ex-real y el Pico del Loro»18. Había desaparecido, eso sí, la segregación de espacios por sexo.

Los primeros anuncios de cremas bronceadoras se publicaron en la prensa donostiarra en 1930. La palidez y blancura de tez habían dejado de ser una marca de distinción social. La Voz de Guipúzcoa, 15 de julio de 1930.

Al relajamiento de costumbres que trajo la República siguió, tras la Guerra Civil, una época de enorme severidad y represión. La defensa de «la moral vestimentaria» tendrá uno de sus principales frentes en playas y piscinas. La circular emitida en 1941 por la Dirección General de Seguridad parecía respirar un tono revanchista y amenazador desde su primer punto: «Queda prohibido en todo el Territorio Nacional bañarse en playas y piscinas sin vestir la prenda adecuada y el uso de bañadores que, por su forma o parte del cuerpo que deje al desnudo, resulte ofensivo al pudor o a la decencia pública»19. Todavía en 1957 los arzobispos metropolitanos mantenían una «Cruzada de la decencia» indicando, entre otras cosas, que era necesario «evitar los peligros que suponen los baños simultáneos de personas de diferente sexo»20.

Pero la llegada masiva del turismo internacional en los años sesenta se convirtió en una marea imparable que se llevó por delante muchos prejuicios. Los grandes intereses económicos vinculados al turismo fueron motivo suficiente para que «las instituciones cerraran los ojos ante las revolucionarias innovaciones en la indumentaria femenina y el comportamiento que los extranjeros traían consigo»21. El traje de baño de dos piezas, el

18 Cartel conservado, Junto con otros sobre el mismo tema, en el Untzi Museoa-Museo Naval de Donostia-San Sebastián. Se reproduce en UNSAIN, José María (ed.), San Sebastián, ciudad marítima, Untzi Museoa-Museo Naval, Donostia-San Sebastián, 2008, p. 146. El lector interesado puede encontrar en este libro una amplia recopilación gráfica sobre las playas de San Sebastián. 19 ABELLA, Rafael, La vida cotidiana bajo el régimen de Franco, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1966, p.111. 20 MIRET-MAGDALENA, Enrique, «La educación nacional-católica en nuestra posguerra», Tiempo de Historia, 16 (marzo 1976). Sobre la moralidad y la indumentaria en las playas durante esta época puede verse también URRUTIA, Peio, "Variaciones sobre gris: adolescencia y vida cotidiana en el primer franquismo», Leyçaur. Revista de Estudios Históricos de Andoain, 9 (2006), pp 300-304, y MARCHA MALO, Jesús, Bocadillos de delfín (anuncios y vida cotidiana en la España de postguerra), Barcelona, Grijalbo, 1996, op. 164-167. 21 ALONSO TEJADA, C., «La represión sexual bajo el franquismo», El viejo topo, 1 (1976), p. 41.

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temible biquini, no solo invadió las pantallas de cine –la conmoción causada por Ursula Andress surgiendo de las aguas en Agente 007 contra el Doctor No (1962) aún perdura en la memoria de muchos– sino que, poco a poco, se fue haciendo habitual en las playas. Hacia 1965 se vieron en La Concha los primeros biquinis y, aunque algunos señalaban con el dedo a las audaces transgresoras, el impacto fue asumido sin mayores traumas.

El biquini evolucionaría en los años setenta y ochenta por la senda de una progresiva disminución del elemento textil. El topless se convertirá en un nuevo símbolo de liberación para la mujer. Con cierto retraso respecto a lo que ya era habitual en Hendaya, San Juan de Luz y Biarritz, las playas guipuzcoanas se irían poniendo al día, cada una con su propio carácter y peculiaridades.

En cuanto al traje de baño masculino, hay que señalar que el modelo imperante en nuestras playas desde hace varios decenios se asemeja al holgado Meyba que Fraga Iribarne lució en Palomares en 1966. Las bermudas han sido, sin duda, su versión más exitosa. Acaso por razones de recato o de buen gusto, pocos partidarios han tenido sin embargo los modelos mas reducidos y ajustados, habituales en otras latitudes.

Tira cómica de Rafael Munoa publicada en la Hoja del Lunes, San Sebastián, 12 de julio de 1976. Munoa dio carta de naturaleza iconográfica al biquini en la capital guipuzcoana, con sus dibujos para ese periódico en los años setenta.

Volviendo al bañador femenino para concluir esta aproximación a la historia del traje de baño en nuestro entorno, puede decirse que la multiplicidad de modelos existente es una de las notas más características de los eclécticos tiempos actuales. Francisco de Paula Madrazo, el escritor que en 1848 pudo diferenciar en Deba dos tipologías de traje de baño (la de «paje» y la de «peregrino»), se quedaría seguramente muy sorprendido si pudiera ver la enorme variedad de formas, tamaños, colores y tejidos de los bañadores hoy en boga en la playa. No sería menor su sorpresa respecto a la «ley del pudor» que mencionaba con cierta ironía. Muchas barreras han caído desde entonces en relación con lo que cabe ocultar o desvelar en una playa.