Arqueoastronomia (Peninsula Iberica)

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ARQUEOASTRONOMÍA (PENÍNSULA IBÉRICA) Arjona García-Borreguero, Javier

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El estudio de la relación de restos arqueológicos con los astros del firmamento, ha recibidomúltiples nombres desde que comenzara a desarrollarse en el comienzo del siglo pasado.Arqueoastronomía, astroarqueología, astronomía cultural, etnoastronomía o historia de laastronomía son solo algunos de los términos con los que distintas disciplinas del campo delas humanidades, como son la arqueología, la historia, la etnografía, la antropología, lahistoria del arte o la filosofía, se han interrelacionado con la tradicional ciencia de laastronomía.

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ARQUEOASTRONOMÍA (PENÍNSULA IBÉRICA)

Arjona García-Borreguero, Javier

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ÍNDICE………………………………………………………………………. II

INTRODUCCIÓN………………………….………………………………… III

FUNDAMENTOS DE ASTRONOMÍA….………………..…………..….…. 6

CUEVA DE ALTAMIRA………….………….…………………………....... 14

MEGALITISMO EN EXTREMADURA…….….………………………..…. 16

NEOLÍTICO-BRONCE PENINSULAR………............................................... 20

ARQUEOASTRONOMÍA Y ESOTERISMO……………………..………… 23

CONCLUSIONES……………………………………………………………. 26

REFERENCIAS………………………………………………………………. 28

BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………………… 29

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INTRODUCCIÓN

El estudio de la relación de restos arqueológicos con los astros del firmamento, ha recibido

múltiples nombres desde que comenzara a desarrollarse en el comienzo del siglo pasado.

Arqueoastronomía, astroarqueología, astronomía cultural, etnoastronomía o historia de la

astronomía son solo algunos de los términos con los que distintas disciplinas del campo de

las humanidades, como son la arqueología, la historia, la etnografía, la antropología, la

historia del arte o la filosofía, se han interrelacionado con la tradicional ciencia de la

astronomía.

Los investigadores anglosajones se referían desde hace ya varias décadas a los términos

arqueoastronomía y astroarqueología, pero tras la aparición en la década de los ochenta de

las revistas especializadas Archaeoastronomy Bulletin y Archaeoastronomy, éste último

nombre se ha convertido en el más utilizado. Por su parte el vocablo astroarqueología,

propuesto entonces por Gerald Hawkins (1), ha quedado relegado a un rango esotérico para

definir la supuesta relación de la orientación de restos arqueológicos con las visitas de

seres extraterrestres.

Para Edwin C. Krupp la arqueoastronomía es el ‘estudio interdisciplinario a nivel global de

la astronomía prehistórica, antigua y tradicional, en el marco de su contexto cultural. En

este estudio se incluyen tanto fuentes escritas como arqueológicas, abarcando los

siguientes temas: calendarios, observación práctica, cultos y mitos celestes, representación

simbólica de eventos, conceptos y objetos astronómicos, orientación astronómica de

tumbas, templos, santuarios y centros urbano, cosmología tradicional y la aplicación

ceremonial de tradiciones astronómicas’ (2).

Engloba por tanto la definición un concepto amplio y multidisciplinar, aunque no incluye

dos áreas de gran interés como son la historia de la astronomía y la etnoastronomía. Esta

segunda estudia las tradiciones orales de culturas aún existentes en la actualidad en

relación con la astronomía, así como las fuentes escritas de culturas extintas, coincidiendo

en este aspecto con parte del ámbito de extensión de la arqueoastronomía.

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Las tres disciplinas citadas (arqueoastronomía, historia de la astronomía y etnoastronomia)

comparten múltiples puntos comunes y las fronteras entre ellas son en ocasiones muy

sutiles. Por ello los investigadores Clive Ruggles y Stanislaw Iwaniszewsky (3), defienden

desde la década de los noventa que se utilice de manera global el término astronomía

cultural, para incluir a los estudios donde se relacionan la astronomía con los distintos

campos de las ciencias humanas o sociales. Otros como Anthony Aveni (4) señalaron que

si los astrónomos querían dedicarse a la arqueoastronomía, debían formarse en ciencias

sociales para acabar desarrollando una disciplina que denominaba antropología

astronómica.

Sea como fuere, parece evidente que el estudio serio y riguroso de restos arqueológicos en

relación con la posición de los astros en el momento de su construcción, debe realizarse a

partir de la combinación de varias disciplinas que aúnen un campo técnico (la Física y la

Astronomía) con un amplio campo humanístico (la Arqueología, la Historia y la

Antropología). Sólo a partir del cruce de ambos, y a partir de la aplicación del método

científico, será posible no sólo llegar a resultados sólidos sino también a dar a la

arqueoastronomía la relevancia y credibilidad que se merece, lejos del esoterismo tan

sencillo de digerir por el gran público.

En el presente trabajo se expone una puesta al día de algunos de los estudios más

relevantes realizados sobre arqueoastronomía en la Península Ibérica, tanto en arte rupestre

paleolítico, como en megalitismo y para el periodo Neolítico-Bronce.

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FUNDAMENTOS DE ASTRONOMÍA

Con el objetivo de entender con un adecuado nivel de profundidad las relaciones que se

van a exponer entre distintos elementos arqueológicos y la configuración de los astros del

firmamento, se hace necesario llevar a cabo una sucinta explicación de las bases de la

astronomía. En las siguientes líneas se llevará a cabo un repaso por los sistemas de

medición de la posición de un astro y las principales características del movimiento de

diversos astros celestes de interés, que ya estaban presentes en el inventario ‘científico’ de

las primeras culturas.

Cuando se quiere medir la posición de un astro en el cielo, una primera forma de hacerlo es

a partir de las denominadas coordenadas horizontales o altazimutales. En este caso el

observador se sitúa en el centro de una semiesfera celeste, sobre el plano del horizonte,

donde se sitúan los cuatro puntos cardinales. La recta perpendicular al plano y que pasa por

el observador corta a la semiesfera en el cenit (siendo el punto equivalente en la semiesfera

inferior el nadir).

La posición del astro viene dada por dos ángulos: la altura, medida desde el horizonte

sobre el meridiano que pasa por el astro y el cénit, y el acimut, medido sobre la

circunferencia del horizonte desde el sur hasta el punto de corte con el meridiano en el que

se sitúa el astro.

El problema de este sistema de medición es que el movimiento de rotación de la Tierra

hace que la posición de los astros cambie constantemente durante el día tanto en altura

como en acimut (es lo que ve un observador sobre la superficie de La Tierra a lo largo de

un día o una noche). Por ello, para conseguir una referencia fija se utilizan las

denominadas coordenadas horarias y ecuatoriales.

En este caso se define nuevamente una semiesfera, pero en el centro de la misma ahora se

sitúa a La Tierra y no al observador (en cierto modo se busca una perspectiva a gran

escala). En lugar del plano del horizonte se considera el denominado plano del ecuador

celeste, que es un plano ficticio paralelo al plano del Ecuador terrestre. La línea que corta

perpendicular al plano del Ecuador Celeste pasando por La Tierra, define en las

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intersecciones con las semiesferas los polos: polo norte celeste y polo sur celeste

(equivalen a cenit y nadir en el sistema de coordenadas altazimutales).

Además se considera el plano de la eclíptica, que es el plano de la órbita de La Tierra en su

movimiento alrededor del Sol. La intersección de dicho plano con el plano del ecuador

celeste (hay que recordar que la Tierra se mueve inclinada alrededor del sol y que por tanto

el plano del ecuador celeste no es paralelo al plano de la eclíptica) viene dado por una recta

que corta a la semiesfera en los denominados puntos aries y libra.

A partir de estas referencias se define la posición de un astro por su declinación

(equivalente a la altura de las coordenadas altazimutales) pero medida desde el plano del

ecuador celeste en lugar de desde el plano del horizonte sobre el meridiano celeste

(equivalente al meridiano a secas altazimutal) que pasa por el astro y por el polo norte

celeste. El otro ángulo es la ascensión recta, medida desde el punto de corte del meridiano

celeste con el plano del ecuador celeste hasta el punto aries.

Las coordenadas de un astro medidas en declinación y ascensión recta apenas varían en un

plazo de tiempo corto, con excepción de la Luna. El satélite terrestre tiene un periodo de

traslación (tiempo en que completa una vuelta completa alrededor de la Tierra)

relativamente pequeño comparado con el de la Tierra alrededor del Sol, o muy pequeño en

comparación con el movimiento de astro rey respecto del centro de la galaxia.

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En el caso del Sol el ángulo de declinación, que es constante para un periodo de tiempo de

un día, varía a lo largo del año desde los 23,45° (21 de Junio) a los -23,45° (21 de

Diciembre), pasando por cero (situación en el plano del ecuador celeste) en los equinoccios

de primavera (21 de Marzo) y de otoño (21 de Septiembre). Estos 23,45 grados son

precisamente la inclinación del plano del ecuador celeste respecto al plano de la órbita

terrestre (plano del horizonte), y se denomina oblicuidad de la eclíptica.

Desde el punto de vista de las coordenadas horizontales, el Sol sale exactamente por el este

y se pone por el oeste el día del equinoccio de primavera. En esta fecha además alcanza

una altura máxima a mediodía sobre la semiesfera celeste para un observador situado en el

Ecuador (latitud de 0 grados). En este caso las trayectorias del Sol son siempre

perpendiculares al plano del horizonte:

Los puntos de salida y puesta del Sol varían por tanto a lo largo del año, y las trayectorias

seguidas por el astro también cambian para una misma fecha en puntos de diferentes

latitudes. Para un lugar situado a una Latitud por ejemplo de 35 grados, la trayectoria del

Sol es de la forma:

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Para una misma latitud, el ciclo del Sol a lo largo del año marca la sucesión de las

estaciones, por lo que determinando con precisión el momento de los solsticios, o el paso

del Sol por el cénit, se puede establecer un calendario con buena precisión.

Esta es sin duda la primera consecuencia de la observación de los astros (en este caso del

Sol) por parte de las primeras culturas, y por si misma ya justifica la existencia de la

disciplina arqueoastronómica. Un conocimiento exacto del calendario permitió desde el

Neolítico llevar a cabo con eficacia las labores de siembra y recolección, claves en la

subsistencia de los grupos humanos.

En los lugares de la Tierra comprendidos en la zona tropical (entre -23,5 y 23,5 grados de

Latitud), el Sol pasa por el cénit dos veces al año:

Este fenómeno ha resultado de interés para algunos pueblos mesoamericanos

precolombinos localizados en dicha zona tropical, ya que se han encontrado en

determinados yacimientos arqueológicos como por ejemplo Monté Albán, unos tubos

verticales de más de 10 m de largo, conocidos como tubos cenitales, por los que un rayo de

luz solar alcanzaba el interior solo en las fechas de su paso por el cénit.

Fijando ahora la atención en la Luna, hay que resaltar que en su giro alrededor de la Tierra,

completa una vuelta cada 28 días aproximadamente. Además, en su giro sobre si misma

(movimiento de rotación) el periodo es también de 28 días, razón por la que siempre

muestra a la Tierra la misma cara.

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También es interesante explicar que durante el movimiento de traslación, la Luna va

presentando a la Tierra sus distintas fases según esté iluminada por el Sol. Este es el

cambio más evidente que se produce a la vista de un observador sobre la Tierra, por lo que

ha sido utilizado como base del calendario por numerosas culturas antiguas.

Cuando se observa al cielo de forma periódica cada noche a la misma hora, las estrellas se

van desplazando lentamente respecto de la posición que ocupaban originalmente. Sucede

incluso que determinadas estrellas aparecen por primera vez en el firmamento cuando

noches atrás no eran visibles, mientras otras desaparecen después de haber sido visibles

durante varios meses.

La causa de este desplazamiento aparente de las estrellas es el movimiento orbital de la

Tierra alrededor del Sol. Para un observador situado en este planeta, el Sol se va

desplazando de este a oeste a razón de casi un grado cada día, hasta completar en un año

una vuelta completa. Teniendo en cuenta que la hora en la Tierra viene marcada por la

posición del Sol, las estrellas se desplazan si se observan a la misma hora solar cada día.

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En el caso de la estrella Sirio, para un observador del hemisferio norte (a una latitud de

unos 30 grados) será visible al anochecer, a principios de la primavera, como uno de los

astros más brillantes. Si se sigue su trayectoria durante la noche, al igual que el resto de

estrellas, se irá desplazando hacia el oeste hasta ocultarse en el horizonte.

Debido al desplazamiento relativo de la Tierra respecto al Sol, Sirio irá cada noche

apareciendo más hacia el oeste reduciendo su trayectoria nocturna hasta su ocaso

occidental. A finales de la primavera la estrella llega un momento en que no es visible,

denominándose el último atardecer en que puede ser visto como ocaso helíaco.

Dado que la Tierra continúa moviéndose respecto al Sol, llegará un momento en que

nuevamente Sirio volverá a ser visible por el horizonte oriental saliendo poco antes que el

Sol. A esta primera salida de un astro tras su periodo de oscuridad se denomina orto

heliaco, y en el caso de Sirio tiene lugar a finales de Julio (para una latitud de unos 30

grados). En días sucesivos la estrella irá siendo visible a intervalos mayores antes de la

salida del Sol.

Para los antiguos egipcios el orto heliaco de Sirio tenía una especial importancia, ya que

coincidía con el comienzo de la crecida del Nilo. Evidentemente no es que los canales del

Nilo se inundaran al ver salir a Sirio, sino que a finales de Julio también tenía lugar el

deshielo en el curso alto del río y con este hecho la consiguiente crecida de las aguas. Por

tanto la aparición de Sirio era un hito clave en la vida de una civilización eminentemente

agrícola, que vivía de las cosechas generadas por el aprovechamiento del agua del Nilo.

Otros astros celestes, los planetas, fueron también observados desde tiempos pretéritos por

distintas culturas a lo largo y ancho de la Tierra. Su movimiento es complejo ya que para

un observador terrestre siguen una trayectoria aparente de este a oeste como consecuencia

de la rotación de la Tierra. Además, el movimiento relativo de los planetas respecto a la

Tierra, tiene en consideración tanto el de traslación de dichos astros alrededor del Sol

como el propio movimiento orbital de la Tierra en torno a la estrella de nuestro sistema

solar.

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Para los griegos el término planeta significaba ‘vagabundo’, ya que su percepción era que

estos astros visibles (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno) se movían en el

firmamento de manera errante con trayectorias y comportamientos diferentes a las

estrellas.

Todos los planetas giran alrededor del Sol en el mismo sentido, antihorario, y presentan un

movimiento respecto al fondo de las estrellas, de oeste a este, observable con el transcurso

de los días. Además coincide que prácticamente todos los planetas (excepto Plutón) tienen

su órbita en el plano de la eclíptica, aunque cada uno gira a distinta velocidad orbital

alrededor del Sol.

Los planetas más alejados giran a menor velocidad que los más cercanos al Sol, lo que

complica el cálculo de sus posiciones, y además esa velocidad no es constante en toda la

órbita elíptica, moviéndose más rápido al acercarse al Sol. Ocupando el Sol el foco de la

elipse, el punto de mayor aproximación será precisamente el de mayor velocidad (principio

de conservación del momento angular).

Para entender los movimientos de los planetas hay que dividirlos en inferiores (órbita entre

el Sol y la Tierra) y exteriores. Los primeros se mueven en una especie de oscilación hacia

adelante y hacia atrás respecto de la posición del Sol, mientras el resto tienen trayectorias

abiertas por el resto del cielo.

Venus por ejemplo es un planeta inferior, y es además el astro más brillante tras el Sol y la

Luna. Su periodo sidéreo (tiempo que tarda entre dos pasos sucesivos frente a la misma

estrella) es de 225 días, y es precisamente el que tarda en dar una vuelta completa

alrededor del Sol.

Sin embargo para un observador terrestre es más interesante el periodo sinódico, que

marca el tiempo entre dos configuraciones sucesivas idénticas entre Venus, el Sol y la

Tierra, y es de 584 días. Este periodo se calcula a partir del periodo sidéreo de Venus y el

de la Tierra (365,25 días). Para los antiguos mayas un periodo de tiempo especialmente

significativo era la suma de 5 periodos sinódicos de Venus, que componían un ciclo de

2.920 días.

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Considerando que el Sol y la Tierra están fijos, se analizará el movimiento de Venus

partiendo de la posición en la que el planeta se encuentre alineado entre el Sol y la Tierra,

en el denominado punto de conjunción inferior. En este momento no será visible debido al

brillo del Sol. Conforme pase el tiempo Venus se irá desplazando en sentido antihorario

siendo visible desde la Tierra al amanecer, poco antes de la salida del Sol (por eso se

denomina ‘lucero del alba’).

La proximidad de Venus a la Tierra en este momento hace que el planeta luzca

especialmente brillante. Al continuar el desplazamiento, el planeta irá saliendo cada vez

con más antelación respecto al Sol hasta llegar al punto en que se sitúa detrás de él (punto

de conjunción superior). Durante ocho semanas Venus deja de verse por estar oculto tras el

Sol, y cuando aparece de nuevo lo hace como el ‘lucero de la tarde’, con un brillo débil.

En el caso de Marte, el movimiento relativo del planeta respecto a la Tierra es diferente por

tratarse de un planeta exterior. Cuando se encuentra alineado con la Tierra y el Sol,

situándose la Tierra en la posición intermedia, se dice que Marte está en oposición. Éste es

el momento de máximo brillo del planeta, ya que se trata del punto orbital más cercado a la

Tierra. En esta posición Marte sale inmediatamente después de ponerse el Sol y desaparece

a la salida de la estrella, situándose a medianoche en el punto de máxima altura.

Con una vista cenital sobre el plano de la eclíptica, cuando Marte queda situado a la

izquierda de la Tierra (ya que se desplaza hacia el este respecto del fondo de estrellas),

formando un ángulo de 90 grados la línea Marte-Tierra respecto de la línea Sol-Tierra, se

dice que está en cuadratura oriental. En este caso Marte aparecerá como un astro

vespertino.

Cuando Marte ocupa la posición de alineamiento con la Tierra, pero con el Sol situado en

la posición intermedia, se denomina conjunción. En este punto el astro no es visible por

estar oculto tras la estrella.

Después de unas semanas, de nuevo el planeta reaparece como un astro rojo que cada vez

se va haciendo más brillante hasta llegar a la posición de cuadratura occidental (formando

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un ángulo recto la línea Marte-Tierra con la línea Tierra-Sol, pero con Marte situado a la

derecha de la Tierra. El final del movimiento orbital será nuevamente llegar a la posición

de oposición, tardando 780 días el completar el ciclo (periodo sinódico).

Como se puede comprobar, los planetas superiores sólo dejan de ser visibles una vez en

cada periodo sinódico, mientras los inferiores desaparecen dos veces para un observador

situado sobre la Tierra (cuando los planetas se encuentran en las dos conjunciones).

Otro fenómeno astronómico especialmente complejo e interesante es el de la precesión de

los equinoccios. Se trata de un movimiento de bamboleo similar al de una peonza, que

completa su periodo cada 25.776 años, y que hace que el punto aries, situado en la recta

intersección de los planos de la eclíptica y del ecuador celeste, se desplace en sentido

horario unos 50,25 segundos de arco.

En este mismo movimiento varía el eje de rotación haciendo que los polos cambien su

posición respecto de las estrellas fijas. Por este motivo la estrella Polar hace 5.000 años se

encontraba alejada del polo norte, lo que le hacía no ser en aquella época una referencia

válida para marcar el norte geográfico. En su lugar estaba situada la estrella Thuban,

perteneciente a la constelación del Dragón. Siguiendo el mismo razonamiento, dentro de

13.000 años la posición del norte será ocupada por Vega.

El desplazamiento del plano del ecuador celeste que tiene lugar con el movimiento de

precesión, hace que las coordenadas ecuatoriales y horarias de todas las estrellas cambien

con el paso del tiempo, así como los azimuts de sus ortos y ocasos y las alturas máximas

que alcanzan. Por tanto la configuración celeste ha sido claramente diferente en cada

periodo de la Historia, por lo que el cielo visto por los magdalenienses del Altamira no

concordaría, por ejemplo, con el visto por los pueblos neolíticos o con el de las primeras

civilizaciones.

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CUEVA DE ALTAMIRA

Según algunos autores como Luz Antequera Congregado (5), es probable que los hombres

del Paleolítico fueran los primeros en imitar las formas de las constelaciones en sus

grabados y pinturas, atendiendo a ciertas similitudes halladas entre las estrellas de Tauro y

los bisontes de las cuevas de Altamira o Lascaux.

Para Antequera tiene sentido pensar que la sala de los bisontes de Altamira es una

representación de la bóveda celeste, y en este sentido encuentra importante el hecho de que

las figuras estén situadas en el techo de la cueva.

Si se considera al caballo como una representación de la constelación Pegasus, las demás

figuras pueden adaptarse a las principales constelaciones del hemisferio norte:

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En esta configuración hay un punto alrededor del cual parecen girar todas las figuras, muy

próximo a la cabeza en negro de uno de los bisontes. Este sería el polo norte de hace

14.000 años (fecha aproximada de las pinturas).

Incidiendo sobre esta teoría, para Francisco Jordá Cerda (6) la representación celeste de

Altamira define cinco santuarios superpuestos:

- figuras antiguas grabadas con trazo intenso y continuo

- animales ideomorfos de tinta plana roja

- figuras grabadas con técnica estriada,

- serie de figuras de trazo negro

- conjunto pictórico de los «policromos»

Probablemente en un principio simplemente se marcasen las estrellas, para posteriormente

ir superponiendo las figuras que hoy día se pueden contemplar. En ese largo espacio de

tiempo que va desde el Auriñaciense (26.000 a.C.) al Magdaleniense (12.000 a.C.) el

fenómeno de la precesión equinoccial hizo que el polo norte fuera variando lentamente.

Para que una estrella como Sirio fuera visible en la bóveda celeste por los hombres del

Paleolítico, es necesario que el polo norte estuviera situado en un punto cercano al actual

pero un periodo antes, hace 26.000 años. Además el hecho de que Vega se situase en dicho

punto hace 14.000 años, marcaría la fecha de realización de los bisontes polícromos.

Sea como fuere esta teoría de la bóveda celeste no es más que una hipótesis de la que no se

pueden extraer resultados empíricos contrastables. Como se explicará en el epígrafe de

‘Arqueoastronomía y esoterismo’ si se fuerza lo suficiente el dibujo, se puede ver casi

cualquier constelación del firmamento reflejada en la Tierra, tanto en alineaciones de

monumentos como en la forma que dibujan un conjunto particular de ciudades.

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MEGALITISMO EN EXTREMADURA

En la zona de Extremadura (en torno a la localidad de Valencia de Alcántara) se encuentra

uno de los más grandes y mejor conservados conjuntos de monumentos megalíticos

existentes en la Península Ibérica, con más de 50 dólmenes repartidos en un área de 500

km cuadrados.

Tras el estudio realizado por el Instituto de Astrofísica de Canarias y los profesores

Michael Hoskin y Elisabeth Alian del Churchill College de Cambridge (7) se pudo

concluir que existía una explicación astronómica para la orientación de los dólmenes de la

región.

Todos los dólmenes están construidos obedeciendo a un mismo patrón, con siete losas de

granito de hasta tres metros y medio de diámetro. Sobre el ortostato mayor, denominado de

cabecera, se va apoyando el resto hasta completar una cámara poligonal de cerca de 3

metros de diámetro, cubierta por otra enorme losa. Finalmente a la estructura se añadía un

corredor de longitud variable que delataría la fecha de construcción (los corredores cortos

podrían ser de principios de IV milenio mientras los de corredor largo de finales de dicho

milenio).

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Aunque el objetivo de estas construcciones megalíticas sigue sujeto a un proceso de

investigación, probablemente se trataba de tumbas colectivas construidas en terrenos

sagrados, asociados al culto a los antepasados y quizá a alguna divinidad local.

Para entender mejor el contexto arqueoastronómico, es interesante saber que el clima de la

región en la actualidad es de tipo Mediterráneo con cierta influencia Atlántica, lo que

implica que la temporada de lluvias empieza a finales de Septiembre (asociada al

equinoccio de otoño) y alcanza el máximo de pluviometría en Abril. Este clima está

matizado en la zona donde se encuentran los dólmenes, ya que debido a la altura de la

formación rocosa hay una mayor humedad, además de existir en su momento numerosos

cauces fluviales (hoy secos por la sobreexplotación de acuíferos).

Se trata por tanto de una región rica en recursos hídricos en los meses estivales, utilizada

fundamentalmente para la cría extensiva de ganado por las comunidades que allí habitaban

desde el Neolítico.

En todos los casos estudiados, se midió la orientación (acimut) del corredor de los

dólmenes, o si no se conservaba, la perpendicular al ortostato de cabecera. Además se

procedió a tomar como sentido positivo el del interior de la cámara hacia afuera, y también

se midió la altura del horizonte en el punto señalado por la orientación.

La primera conclusión a la que se llegó tras realizar las mediciones en campo, es que todos

los dólmenes apuntan hacia el levante, independientemente de la topografía del lugar, ya

que sus direcciones no convergen en un punto concreto. Tiene sentido por tanto apuntar a

que el objetivo de la orientación es un objeto celeste y la razón obedece a causas mágico-

religiosas.

Dada la orientación medida en los dólmenes analizados, existen tres posibles objetivos

astronómicos: el sol naciente, la luna naciente u ortos estelares. El primero es el más

simple y por tanto probablemente la explicación más razonable. Aunque todos los

dólmenes miran al orto solar, algunos de ellos se concentran en fechas algo posteriores al

equinoccio de primavera (25-27 Marzo) y otros en fechas algo anteriores al equinoccio de

otoño (15-17 Septiembre).

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Probablemente ambas fechas podrían haber sido claves en el ciclo económico de aquellas

culturas megalíticas, por representar momentos del año con el máximo de precipitaciones y

comienzo de la temporada de lluvias respectivamente.

También los dólmenes miran al orto lunar en alguna de sus fases. Los cambios de

apariencia de la Luna estaban asociados a procesos de regeneración en muchas culturas

antiguas, y al tener una duración aproximada de 28 días y coincidir con el ciclo menstrual

de la mujer, se definió una relación entre la fertilidad tanto de los hombres como de las

cosechas. En este sentido algunas diosas de la fertilidad en la antigüedad, como Artemisa

de Éfeso, tuvieron en la Luna una de sus principales advocaciones.

El problema sería entonces relacionar esta conexión hacia la Luna con los constructores de

sepulcros megalíticos. Tanto Estrabón (8), para el que los pueblos celtíberos (que serán

herederos de estas culturas dolménicas) tenían creencias y cultos asociados a la Luna llena,

como Isidoro de Sevilla (9), refieren ciertas pervivencias de una religión basada en el astro

satélite de la Tierra.

En plena época de desarrollo del fenómeno megalítico (hacia el 2.500 a.C.) se

manufacturaron las estatuillas de ídolos-placa, relacionados con divinidades de fecundidad

y con una ornamentación geométrica que recuerda para algunos estudiosos los ciclos de

conjunción del Sol y la Luna, y para otros muestra esquemas de 29-30 triángulos o zigzags

que podrían representar los días del mes sinódico (29,53) con un cierto redondeo.

La tercera posibilidad sobre la orientación de los dólmenes podría ser el orto de alguna

estrella especialmente significativa para la cultura megalítica. Una primera opción es la

estrella Proción, aunque los errores de orientación de algunas cámaras funerarias respecto

de su posición son excesivamente grandes como para sostener esta hipótesis.

De entre el resto de estrellas de primera magnitud, queda únicamente Antares como

candidata a ser la referencia de los dólmenes megalíticos de esta región peninsular.

Además el orto helíaco de Antares anunciaba el equinoccio de otoño en torno al 4000 a.C.,

lo que hubiese supuesto una marca en el calendario de gran importancia para indicar el

comienzo de la época de lluvias y el final del periodo estival.

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Sin embargo no existe prueba de que Antares tuviese en aquellas culturas una especial

importancia, y además no todas las estructuras funerarias tenían una correcta orientación a

la posición mencionada, existiendo errores de más de 5 grados.

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NEOLÍTICO-BRONCE PENINSULAR

Conforme se consolidaba la agricultura en la Europa occidental en el V milenio a.C., se

intensificaban los intercambios culturales y económicos. Sin embargo esta región no pudo

seguir el ritmo de crecimiento que posteriormente tuvo Oriente Próximo con la estabilidad

de su agricultura de regadío, y que dio lugar a las civilizaciones en Mesopotamia y Egipto.

El hombre ha expresado a lo largo de la Prehistoria su forma de pensar en forma de

imágenes, símbolos, signos, pinturas y grabados, hasta que la cultura mesopotámica

definió las tablillas de arcilla como soporte para una naciente escritura, destinado a ser

conservado. En Europa no han quedado vestigios de esas manifestaciones culturales

porque el clima lluvioso dio buena cuenta de ellas.

Poco a poco el estudio de los restos arqueológicos va sacando a la luz un conocimiento

más evolucionado del que inicialmente se pensaba para los agricultores de la cultura

megalítica. Los grandes sepulcros en piedra de esta época dan testimonio de un amplio

conocimiento de determinados fenómenos cíclicos celestes, ya en el IV milenio a.C.

Únicamente los ‘astrónomos’ neolíticos occidentales fueron capaces de identificar los

eclipses de Luna que se producen cada 35, 41, 47 y 53 meses sinódicos, y darse cuenta que

estos periodos componían otros de 223 denominados Saros. También eran conocedores de

la forma en la que los eclipses lunares se sucedían en cada grupo por lo que podían

predecirlos.

En el Neolítico occidental europeo existían dos tipos de calendarios, el agrícola y el

religioso. El primero venía dado por la determinación de los ciclos de las estaciones

señalizando las fiestas solsticiales y equinocciales, mientras el segundo predecía el retorno

del Sol y de la Luna a los lugares señalizados en el observatorio local cada 235 lunaciones.

Los observatorios prehistóricos en la Europa Occidental tienen señalizadas como

principales referencias en forma de alineaciones de postes o piedras verticales, un punto

solsticial y una de las dos posiciones extremas que la Luna efectúa respecto a este punto

durante el periodo de 18,61 años. Desde el lugar de observación se podía por tanto

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contemplar un horizonte en el que la posición de esta oscilación, tanto del orto como del

ocaso de la Luna, era determinante.

En el cerro amesetado de Santa Bárbara, junto a La Fresneda (Teruel), están indicadas las

salidas del Sol en los dos solsticios. El de verano permite ver al astro elevarse por encima

de una pileta en forma de herradura, desde un lugar marcado por un hoyo rectangular como

punto de observación.

Además, el orto de la Luna en su oscilación más septentrional en invierno, queda definido

desde esa misma posición por la alineación de un hoyo de poste vaciado en un extremo de

la plataforma rocosa de la meseta.

El santuario astronómico de La Pola, localizado en la sierra de l’Obac junto a la localidad

de Tarrasa (Barcelona), está compuesto por una elevada pared extraplomada de dirección

norte-sur donde se ubica una fuente. Al fondo y formando un ángulo recto con la pared,

existen dos peñascos entre los que destacan dos rocas verticales separadas por una diaclasa

que se junta hacia su interior, apuntando a la abertura de entrada a una cueva. Frente a

estas rocas se sitúa un monolito rocoso. Otra peña, a la altura del monolito, retrocede unos

metros formando un plano donde hay marcados siete hoyos.

En dicho lugar, las alineaciones de la puesta del Sol en el solsticio de invierno y la del

ocaso de la Luna en su posición más septentrional en verano, vienen indicadas por sendos

pares de agujeros en la roca.

Aprovechando la dirección de la meridiana de la diaclasa, fueron construidas dos

plataformas de madera en las que el avance y retroceso de la superior sobre la inferior

actuaba de gnomon. Además a mediodía del solsticio de invierno, la luz del Sol alcanzaba

la altura máxima en su iluminación al fondo de la cueva (parecido efecto al que se podía

observar en el templo egipcio de Abu Simbel original, antes de su traslado a la ubicación

actual).

Probablemente se trate de un lugar sagrado, ya que se encuentran unidos el símbolo de la

fecundidad (monolito) y el de la maternidad (cueva), incrementado por el efecto de la

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penetración de los rayos del Sol en invierno sobre la cueva, en una especie de promesa de

creación y nacimiento por la luz.

También junto a la iglesia románica de Santa María de Cervelló (Barcelona), en un saliente

rocoso y también en su contorno, aparecen once hoyos. Si se sitúan postes en ellos, se

puede visualizar el punto de aparición del Sol en el solsticio de invierno y el orto de la

Luna en la posición más septentrional en verano.

Asimismo se definen tres alineaciones de la línea mediana en las que pueden deducirse los

dos puntos solsticiales y el equinoccial. En este tipo de observatorios, las indicaciones de

los dos astros y de las sombras del gnomon están fijas en el tiempo en que fueron

definidas, y por tanto algo desfasadas respecto al momento actual debido a la disminución

de la oblicuidad del eje terrestre.

En aquellos lugares en los que es preciso medir con exactitud las diferencias de posición,

se puede fechar el momento de la construcción del observatorio astronómico. En este

sentido, en Santa María de Cervelló se ha podido calcular la fecha del observatorio en el

3.300 a.C.

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ARQUOASTRONOMÍA Y ESOTERISMO

Dada la enorme dificultad de entender y poder medir el movimiento de los astros en el

firmamento, es inevitable que los estudios arqueoastronómicos de restos antiguos tengan

asociada una derivada esotérica. En el siglo XXI se nos hace complicado entender como

culturas antiguas, sin medios técnicos como los actuales y sin un telescopio en órbita como

el Hubble, fueran capaces de calcular determinadas posiciones astrales.

Además, siempre resulta curioso establecer paralelismos entre la ubicación de las

construcciones hechas por el hombre en la Tierra, en relación con las constelaciones vistas

en el cielo a simple vista. En este sentido, el ejemplo probablemente más conocido es el de

la ubicación de las pirámides de Giza siguiendo el modelo de las tres estrellas brillantes de

la constelación de Orión.

En cuanto la literatura deja fluir la imaginación, nos encontramos ante multitud de autores

que defienden la existencia de una cultura superior que permitió a nuestros ancestros

realizar grandes construcciones y ubicarlas siguiendo algún patrón marcado en el

firmamento. La realidad es que en el momento en que se habla de esta teoría, cualquier

trabajo deja automáticamente de ser científico para convertirse en un vodevil al uso sobre

mundos extraterrestres.

Todas estas teorías esotéricas tienen su fundamento en tres pilares: la falta de explicaciones

científicas ante ciertos indicios arqueológicos, la falta de información histórica sobre los

avances tecnológicos de ciertas culturas y la tendencia natural del ser humano a ver

reflejado en la Tierra lo que observa en el cielo.

La famosa esfinge de Giza (mitad hombre y mitad león) ha sido objeto de estudio en los

últimos años, ya que hay autores que defienden que su antigüedad es mayor que la definida

por la egiptología convencional. Aunque está ubicada en el recinto funerario asociado al

faraón Kefrén (2500 a.C.), hay quienes han querido ver en esta gigantesca estructura pétrea

un origen anterior al sostener que está mirando hacia la salida del Sol en el equinoccio

vernal del año 10450 a.C., cuando debido a la precesión de la Tierra, la estrella salía por la

constelación de Leo (10).

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También hay arqueólogos que ven en la ciudadela de Teotihuacán (Mexico) un reflejo del

firmamento, con las pirámides de la Luna, del Sol y la de Quetzalcoatl también alineadas,

como las de Giza, según la constelación de Orión (11).

Ya en épocas muy posteriores, hay autores que defienden que el emplazamiento de las

grandes catedrales góticas francesas se realizó siguiendo el modelo celeste de la

constelación de Virgo (12):

Desde que el hombre es hombre, cuando la comprensión que el mundo que nos rodea

excede nuestra capacidad, se han de buscar explicaciones más complejas para las que no

existen pruebas empíricas. ¿Cómo se construyeron las líneas de Nazca sin tener la

perspectiva aérea necesaria? La ciencia y la arqueología siguen sin dar explicaciones

consistentes, lo que da cabida a las teorías más esotéricas que justifiquen semejantes

dibujos en la llanura peruana.

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Volviendo al tema de las constelaciones, también hay que decir que es relativamente

sencillo hacer un ‘mapeo’ de estrellas y relacionarlo casi con cualquier figura geométrica

terrestre. Las tres estrellas de la constelación de Orión, además de estar alineadas con las

pirámides de Giza y Teotihuacán, pueden estarlo con cualesquiera tres puntos situados casi

en línea recta, sin que por ello haya intención de simular esta constelación y mucho menos

de marcar el camino hacia un mundo primigenio origen de la vida en la Tierra, como

sostienen algunos autores que defienden la teoría de los antiguos astronautas (13).

Por otro lado hay algo que si tiene mucho sentido en las conclusiones de los estudios

arqueoastronómicos, y es la necesidad de construir un calendario que marque el ciclo de

cosechas anual, base de la subsistencia de las distintas culturas desde el Neolítico.

Esto tiene poco de esotérico y mucho de práctico, aunque en ocasiones también cuesta

creer que determinados pueblos fueran capaces de tener esos conocimientos del

movimiento de los astros en el firmamento, cuando realmente hasta Kepler (s XVI) no se

conocieron las leyes que rigen dichos movimientos.

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CONCLUSIONES

El desarrollo de la arqueoastronomía y su irrupción reciente como una disciplina mixta

científico-humanista, tras dejar atrás el lastre esotérico de la astroarqueología, es sin duda

una excelente noticia para completar el estudio de la Historia desde una nueva perspectiva.

El problema es que se trata de una disciplina compleja que exige por un lado

conocimientos técnicos de astrofísica, experiencia en arqueología y desde luego una sólida

base en Historia y Antropología. Encontrar expertos en arqueoastronomía es por tanto

difícil, y de hecho las referencias existentes a nivel mundial son de momento escasas.

Además, a la novedosa visión de la arqueoastronomía existente en nuestros días, muy

evolucionada desde los primeros trabajos del arranque del siglo XX, aún le hace falta un

cierto tamiz para orientar la disciplina de manera más concreta dejando a un lado la

vertiente donde las sombras son todavía más abundantes que las luces. Dicho de otra

forma, la definición de Krupp reflejada en la Introducción de este trabajo, debería ser

matizada.

Las orientaciones de los dólmenes o los observatorios del Neolítico-Bronce, están

indudablemente basados en el movimiento de los astros explicado en el apartado de

‘Introducción a la Astronomía’ de este trabajo. Este campo necesita de mayor

profundización y de coordinación con disciplinas relacionadas con la Antropología y la

Historia para seguir avanzando en conclusiones cada vez más determinantes sobre el cómo

y el porqué de estos yacimientos.

Sin embargo, y con todo respeto, las elucubraciones sobre si el techo de Altamira

representa la bóveda celeste o si las catedrales góticas fueron emplazadas siguiendo el

modelo de la constelación de Virgo, creo que no deben considerarse ni ciencia ni

arqueoastronomía.

Al no haber documentos de la época que atestigüen y confirmen una intencionalidad

manifiesta de llevar a cabo esa representación celeste en la Tierra, creo que se trata de un

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simple juego de parecidos que acaba desprestigiando los estudios de base científica que se

realizan en los megalitos y observatorios astronómicos de las culturas antiguas.

Valga el presente trabajo para tener al menos una visión global de esta disciplina en su

enfoque actual y de algunos de los ejemplos presentes en la Península Ibérica, además de la

referencia a otros yacimientos conocidos a nivel mundial, y que el lector interesado pueda

en el futuro discriminar entre los distintos tipos de investigaciones y publicaciones.

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REFERENCIAS

(1) Belmonte, Juan Antonio (1999). Las leyes del cielo (Astronomía y civilizaciones

antiguas). Madrid. Temas de Hoy (página 24)

(2) Ibid (página 24)

(3) Ibid (página 25)

(4) Ibid (página 25)

(5) Belmonte, Juan Antonio (2000). Arqueoastronomía Hispana. Madrid: Equipo Sirius

(página 50)

(6) Ibid (página 71)

(7) Ibid (página 96)

(8) Ibid (página 108)

(9) Ibid (página 108)

(10) Hancock, Graham (1998). Las huellas de los dioses. Barcelona: Ediciones BSA

(página 512)

(11) Ibid (página 199)

(12) Charpentier, Louis (1976). El enigma de la catedral de Chartres. Barcelona: Plaza y

Janés

(13) http://es.wikipedia.org/wiki/Teor%C3%ADa_de_los_antiguos_astronautas

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BIBLIOGRAFÍA

Belmonte, Juan Antonio; Hoskin, Michael (2002). Reflejo del cosmos (Atlas de

arqueoastronomía del Mediterráneo Antiguo). Madrid: Equipo Sirius

Belmonte, Juan Antonio (2000). Arqueoastronomía Hispana. Madrid: Equipo Sirius

Belmonte, Juan Antonio (1999). Las leyes del cielo (Astronomía y civilizaciones antiguas).

Madrid. Temas de Hoy

García Alvarez, Manuel (2012). 5000 años mirando al sol (de Stonehenge al calendario

gregoriano). CreateSpace Independent Publishing Platform (Edición Kindle)

Kelley, David H.; Milone Eugene F. (2005). Exploring Ancient Skies (an Encyclopedic

Survey of Archaeoastronomy). Springer Science+Business Media, Inc.

Hancock, Graham (1998). Las huellas de los dioses. Barcelona: Ediciones BSA

Magli, Julio (2009). Mysteries and discoveries of archaeoastronomy. New York:

Copernicus Books