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C JC Santiago Prieto Cuesta trabajo poner en orden las ideas al tomar hoy la pluma para escribir de Cela. Demasiado cerca está su marcha para la perspectiva, el sedimento. De lo que ha significado este masca- rón de proa en el viejo galeón España, tardaremos mucho tiempo en darnos cuenta. Los enormes campo y trecho que ha ocupado, roqueños puntos de mira y referencia. Tardaremos en metabolizar su ida, en medir su hueco; en saber lo que su obra en nuestra historia, en nuestra vida, significa. La obra de Cela se descubre y redescubre cada día en cada calle, en cada bípedo que sufre, que piensa, que goza o que vegeta; en cada surco, en cada asfalto, cada cuneta; en las ciudades hostiles, en los pue- blos opacos de luces y de nieblas; en los asnos, las gallinas, los lobos y los perros; en los nombres recrea- dos; en los hombres innominados, los atroces, los golfos, los faltos y los genios; en los peatones del sen- dero, en el barro, en el aire y en la tierra; en las mujeres brutales, las amables, las inocentes y en las tier- nas. La obra de Cela está en nuestra consciencia, y por debajo de ella corre y se acrecienta. Leímos sus libros (Pascual, Pabellón, Alcarria, Colmena...) en nuestra adolescencia, y al descubrirlos adi- vinábamos ya entonces lo que eran. San Camilo, Cipote, Miño, Fotografías, Izas, Diccionario, Judíos, Oficio, y tantos, tantos, tantos, en nuestra juventud primera. Mazurca, Cachondeos, Cristo, Apuntes, Memorias, Madera, Artículos, Apuntes, Papeles, en nuestra juventud postrera, y bien recordamos cómo los gozába- mos y lo que ya no éramos. Sus páginas hoy nos rejuvenecen, porque la vida que en ellas late nos alcan- za, nos penetra. Las palabras saltan de los renglones a las retinas y al resto del cerebro; nos inundan, nos nutren, nos impregnan. ¡Cuánta vida hay en esos libros! ¡qué obra tan inmensa! Cuesta trabajo, la pluma pesa, hacernos a la idea de que quien a tantos el resuello diera, haya doblado ayer el último recodo. Cuesta. Desde muy pronto supo quién era. Y también era pronto aún, cuando de un libro se sacó una costilla para hacerse un personaje, una máscara voluble, impertinente y desmesurada, a su medida. No escondió la cara cuando aventó sus simpatías, ni hurtó el cuerpo cuando fue beligerante con los charlatanes de feria, las moscas cojoneras y los inoportunos, pues bien sabido es que no hay necio humilde ni ignorante mudo. Sembró entropía, y se atrevió en nuestro idioma con lo que nadie hasta él había osado. Trabajó con, para, desde, y hacia el español con denuedo, como nadie desde el Siglo de Oro había hecho. Penetró hasta Miscelánea 112 Ars Medica. Revista de Humanidades Médicas 2002; 1:112-113

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  • C JCn Santiago Prieto

    Cuesta trabajo poner en orden las ideas al tomar hoy la pluma para escribir de Cela.Demasiado cerca est su marcha para la perspectiva, el sedimento. De lo que ha significado este masca-rn de proa en el viejo galen Espaa, tardaremos mucho tiempo en darnos cuenta. Los enormes campoy trecho que ha ocupado, roqueos puntos de mira y referencia.

    Tardaremos en metabolizar su ida, en medir su hueco; en saber lo que su obra en nuestra historia, ennuestra vida, significa.

    La obra de Cela se descubre y redescubre cada da en cada calle, en cada bpedo que sufre, que piensa,que goza o que vegeta; en cada surco, en cada asfalto, cada cuneta; en las ciudades hostiles, en los pue-blos opacos de luces y de nieblas; en los asnos, las gallinas, los lobos y los perros; en los nombres recrea-dos; en los hombres innominados, los atroces, los golfos, los faltos y los genios; en los peatones del sen-dero, en el barro, en el aire y en la tierra; en las mujeres brutales, las amables, las inocentes y en las tier-nas. La obra de Cela est en nuestra consciencia, y por debajo de ella corre y se acrecienta.

    Lemos sus libros (Pascual, Pabelln, Alcarria, Colmena...) en nuestra adolescencia, y al descubrirlos adi-vinbamos ya entonces lo que eran. San Camilo, Cipote, Mio, Fotografas, Izas, Diccionario, Judos, Oficio,y tantos, tantos, tantos, en nuestra juventud primera. Mazurca, Cachondeos, Cristo, Apuntes, Memorias,Madera, Artculos, Apuntes, Papeles, en nuestra juventud postrera, y bien recordamos cmo los gozba-mos y lo que ya no ramos. Sus pginas hoy nos rejuvenecen, porque la vida que en ellas late nos alcan-za, nos penetra. Las palabras saltan de los renglones a las retinas y al resto del cerebro; nos inundan, nosnutren, nos impregnan. Cunta vida hay en esos libros! qu obra tan inmensa!

    Cuesta trabajo, la pluma pesa, hacernos a la idea de que quien a tantos el resuello diera, haya dobladoayer el ltimo recodo. Cuesta.

    Desde muy pronto supo quin era. Y tambin era pronto an, cuando de un libro se sac una costillapara hacerse un personaje, una mscara voluble, impertinente y desmesurada, a su medida. No escondila cara cuando avent sus simpatas, ni hurt el cuerpo cuando fue beligerante con los charlatanes deferia, las moscas cojoneras y los inoportunos, pues bien sabido es que no hay necio humilde ni ignorantemudo.

    Sembr entropa, y se atrevi en nuestro idioma con lo que nadie hasta l haba osado. Trabaj con,para, desde, y hacia el espaol con denuedo, como nadie desde el Siglo de Oro haba hecho. Penetr hasta

    Miscelnea

    112 Ars Medica. Revista de Humanidades Mdicas 2002; 1:112-113

  • el fondo de la cueva, y pis donde nadie hasta entonces haba hollado. Nos descubri, lcido y a la vezdespiadado, lo que en cada saco de piel hay encerrado. Lleg con saa al yeyuno y a los tutanos. Acertmil veces y no se disculp por sus aciertos. Apur la copa, triunf y fue libre, qu impertinencia enEspaa! Si adems fue feliz, slo l lo supo o, vaya usted a saber, si le import o si tan slo ahora lo sabe.

    Fue creador de altura y de profundo, y puso en limpio todo un universo con su pluma. Cada hombre ycada mujer caminan en sus pginas, uno a una. Si en el Quijote todos estamos, en los libros de Cela hastanuestros tomos hallamos.

    Al final apareci el modelo. El ms grande. El nico ante el que CJC dobl el cuello. El manco ante elque hoy se persignan hasta agnsticos y ateos.

    Fue clarn en un pramo de miedo y de silencios. Su voz fue bramido en un yermo de capones envidio-sos y soberbios. Decir que fue independiente y solo es pleonasmo.

    Tuvo la suerte de una agona breve y estuvo vivo hasta el ltimo minuto. Supo morir. Ah es nada.

    Y cunto pesa ahora la pola al escribir: maestro, que tengas buen viaje y, por todo, gracias.

    Descanse en paz.

    Madrid, enero 2002

    Ars Mdica. Revista de Humanidades Mdicas 2002;1: 112-113 113

    Santiago Pr i e t o