ARTE DE LEGISLAR. Reseña bibliográfica del libro de Luis Alberto Marchili por el Profesor Fernando...

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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA TÍTULO: CÓMO LEGISLAR CON SABIDURÍA Y ELOCUENCIA El Arte de Legible Reconstruido a Partir de la Tradición Retórica AUTOR: Luis Alberto Marchili EDITORIAL: DUNKEN. Buenos Aires, 2009 Por Fernando Vilches Vivancos. Profesor Titular de Lengua Española. Universidad Rey Juan Carlos. Madrid Una primera consideración, después de la atenta lectura del libro de Luis Alberto Marchili, en su versión en lengua española, es que debería figurar no solo en las Bibliotecas Universitarias y en las de los Órganos Legislativos de los países de habla hispana, sino que tendría que ser libro de cabecera, como se dice vulgarmente, u ocupar un lugar preferente bien en la mesillas de noche, bien en las mesas de despacho de los diputados y senadores, donde los hubiere, con competencia y responsabilidad legislativa nacional. Y tenerlo cerca, al alcance de la mano, los representantes, con funciones legislativas en las distintas instancias provinciales o municipales, según la estructura político administrativa de cada Nación. También, y por supuesto, su conocimiento e utilización debería comprender a letrados, asesores, opositores y

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Cómo Legislar con Sabiduría y Elocuencia. El Arte de Legislar Reconstruido a Partir de la Tradición Retórica, Luis Alberto Marchili, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2009, 498 pp.

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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

TÍTULO: CÓMO LEGISLAR CON SABIDURÍA Y ELOCUENCIAEl Arte de Legible Reconstruido a Partir de la Tradición Retórica

AUTOR: Luis Alberto Marchili

EDITORIAL: DUNKEN. Buenos Aires, 2009

Por Fernando Vilches Vivancos. Profesor Titular de Lengua Española. Universidad Rey Juan Carlos. Madrid

Una primera consideración, después de la atenta lectura del libro de Luis Alberto Marchili, en su versión en lengua española, es que debería figurar no solo en las Bibliotecas Universitarias y en las de los Órganos Legislativos de los países de habla hispana, sino que tendría que ser libro de cabecera, como se dice vulgarmente, u ocupar un lugar preferente bien en la mesillas de noche, bien en las mesas de despacho de los diputados y senadores, donde los hubiere, con competencia y responsabilidad legislativa nacional. Y tenerlo cerca, al alcance de la mano, los representantes, con funciones legislativas en las distintas instancias provinciales o municipales, según la estructura político administrativa de cada Nación. También, y por supuesto, su conocimiento e utilización debería comprender a letrados, asesores, opositores y alumnos de la Ciencia del Derecho y, desde luego, a los que practican como abogados defensores o acusadores en los distintos litigios, para haceles entender la importancia del arte de la Retórica y del Lenguaje para la adecuada composición y disposición de las leyes y su correcta y adecuada expresión, tanto preceptiva como persuasiva, y poder con causa argumentar en pro o contra las disposiciones dimanadas de los distintos poderes. Me parece obligado aclarar mi relativa coincidencia con lo expuesto en el prólogo de la obra en defensa del trabajo cuando dice que “Este libro posee utilidad inmediata para los lectores que, por su formación jurídica o su carácter de especialistas en otras disciplinas, cuando tuvieren que opinar o fueren llamados a colaborar en tareas legislativas, podrán obtener en breve tiempo conocimientos…” Así mismo, manifiesta: “Posee utilidad inmediata para el Estado, dado que, al mejorar la calidad de las leyes, disminuirán el

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número y la complejidad de los procesos judiciales y de los trámites administrativos”. Aprovecha la ocasión para trasladarnos unas palabras de Cervantes tomadas del Quijote. Con él desea que su lectura “sea luz del alma”. Quería decir que mis anteriores recomendaciones provienen, como indicaba al principio, de que en la lectura de sus páginas he encontrado esa luz “contra el azar y el empirismo (…) y los secretos del verdadero arte de legislar”.

Como se dice en esta obra, nos encontramos con que en la actualidad “el arte de legislar no existe como un verdadero cuerpo de doctrina”. Estima, basando la afirmación en Robert Walter, “que no ha sido incorporado a un sistema fundamental, a una base metódica reconocida sobre la cual se pudiera erigir una construcción bien ensamblada”.

Sigue nuestro autor, que dedicó siete años de su vida a ejercer como asesor legislativo, desarrollando el subtítulo de su obra recogido anteriormente y defiende que “El verdadero arte de legislar, que se había perdido, renace aquí a partir de la tradición clásica, que concibe a las leyes como discursos cívicos, sabios y elocuentes y a la retórica, el arte de persuadir con discursos cívicos, sabios y elocuentes”. Se remonta a un reconocimiento de la base metódica de dos mil quinientos años durante los cuales se ha partido de la hipótesis teorética de que “el arte de bien decir (ars bene dicere), la antigua retórica, será un progreso para el arte de bien legislar (ars bene legislandi).

Es evidente que son muchos (treinta) los años dedicados al estudio, a rastrear por la filosofía, la historia y la literatura especializada para la construcción de un tratado dedicado a la recuperación de conceptos importantes. Se señala, no solo la necesidad de saber, de saber decir y exponer, sino, por fin, plasmar en leyes, que, fruto de la investigación, regulen y obliguen a su cumplimiento a los ciudadanos y los persuadan de su conveniencia. Reconstruido el arte de legislar como “un sistema de observaciones, principios, reglas y ejemplos, fundado en la retórica, permite superar las etapas de las meras prácticas sin dar razones y de las respuestas aisladas alrededor de problemas amontonados”. Termino esta primera parte de mi análisis y síntesis subrayando el deseo de que este camino reconstruido sea de aplicación, como lo anhela el autor “de que se pueda aplicar tanto al ámbito anglosajón como en el continental europeo, con vocación de poder incluir en cualquier otro derecho positivo, histórico, actual o futuro previa la adaptación a la multiplicidad de idiomas y ordenamientos jurídicos cuyos conocimientos se presuponen como en la Retórica”.

Siete son los capítulos en los que expone el Profesor Marchili su obra.

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Empezaré diciendo que es muy significativo el bagaje intelectual y su praxis. No anda lejos, según mi entender, de su formación la referencia escolástica y tanto su mente, plasmada en su exposición, como la estructura del desarrollo de sus ideas, dentro de un espacio de modernidad exigido por un tiempo de reflexión sobre la etapa anterior, nos permiten volver a descubrir la excelencia de un método, empleado en el estudio desde Aristóteles y aplicado por una amplia gama de pensadores.

Viene esta primera digresión sobre el comienzo del párrafo inicial del primero de los siete capítulos para reunir las pistas que conforman el trabajo. Recoge las nociones previas al desarrollo del arte de gobernar que, de acuerdo con nuestro criterio, encuadran conceptos imprescindibles, puntos de partida para introducirse en el estudio de la materia propuesta.

En las “prenociones” nos encontramos con el objeto. Según el Digesto de Justiniano, la Ley es un decreto de hombres prudentes (Decretum vero prudentiam hominum). Desde este punto de partida, y haciendo repetidas referencias, llega a la deducción de que las leyes suelen comprender dos discursos: uno que persuade a tomar la decisión aconsejada y otro que prescribe lo aconsejado, como ya se ha dicho; sin embargo, en muchas ocasiones, la ley es solo un discurso preceptivo y no se le da importancia al aspecto persuasivo.

“Uno de los secretos de la política, tal vez el misterio del Estado más oculto para el inexperto, consiste en saber que mandar es hacerse obedecer, no tan solo dar órdenes; que el poder de persuasión, no fuerza”. Pericles, el más grande hombre ateniense, afirmaba que todo aquello que los hombres obligan a hacer a los otros sin persuasión, sea o no por medio de una ley, no es derecho, es fuerza. No hay que interpretar, sigue aclarando el autor, “que se trataba de un ataque a la democracia, lo cual sería una blasfemia contra uno de sus más ilustres fundadores, autor de uno de sus más bellos elogios, sino que se trataba de la preservación de la racionalidad frente al ejercicio arbitrario del poder.

Refleja, en el denominado PRINCIPIO, que la verdadera naturaleza de las Leyes es compleja, pues son actos de gobierno (política) y discursos cívicos sabios y elocuentes (retórica).

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Hace una crítica a cómo se suele legislar. Muchos gobernantes no lo saben hacer y se ponen en manos de asesores que no saben aconsejar. En la determinación del objeto del arte de legislar, se incluyen las actividades de aconsejar y desaconsejar para que los gobernantes entiendan a sus consejeros y los consejeros sepan aconsejar. Distingue entre el derecho anglosajón, donde la composición de las leyes no es tarea propia de meros abogados, sino funcionarios expertos en redacción legislativa (Legislative drafting), y el continental europeo. Se estima que alcanza con saber derecho, sin desconocer el idioma nacional, y los juristas especializados en cada materia jurídica (constitucionalistas, penalistas, civilistas, etc.) se limitan a criticar la obra legislativa, en cuya producción no han participado en forma directa.

Respecto al método, se plantea si existe el de legislar. Desde luego, afirma el autor que, si existe, no se puede encontrar, si se encuentra, no se puede conocer, si se conoce, no se puede enseñar y, finalmente, si se enseña, no se puede aplicar. Refuta en cierto modo su anterior afirmación. Dice que es de una existencia evidente la actividad que consiste en componer y criticar, aconsejar y desaconsejar las normas jurídicas generales. Luego se pregunta ¿Dónde está el arte de legislar? No está en los libros de moral, de política, historia, derecho, etc. Es decir, de humanidades, aunque todos ellos proporcionan materiales para las observaciones que permiten reconstruirlo. La idea (logos) o discurso que incluye la razón (ratio) y el discurso u oración (oratio) diferencia a los hombres de los animales, pues, al permitir que nos podamos persuadir unos a los otros, ha posibilitado a los seres humanos vivir en sociedad, fundar ciudades y hacer leyes sobre lo justo e injusto, discursos cívicos que perpetúan la sabiduría y elocuencia de gobernantes y consejeros.

Es tan atractivo el mensaje, el desarrollo del pensamiento de nuestro professor, que me siento atraído hacia su palabra y, así, siguiendo su rumbo, me encuentro con un nuevo filón que no quiero pasar por alto, en la esperanza de que todo lo que estoy refiriendo servirá al posible lector a interesarse por lo dicho a través de casi quinientas páginas que contiene la obra.

Pasa a detenerse en la palabra “retórica”, del griego “rhetorike”, que

significa arte del retórico o “rhétor”. Esta última voz, en su origen, designaba al político capaz de formular una propuesta de ley o rhétra. Dado que cada uno debía demandar y defenderse por sí mismo, todos necesitaron aprender a hablar en público, sea para recitar el discurso comprando al logógrafo, sea para componer y pronunciar el propio interesado.

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Es preciso convenir en que las leyes son obras literarias. Hacer leyes en latín se dice “Leges scribere”, legislador -no el que propone la ley, sino el autor del proyecto-, se comunica con las siguientes expresiones: qui leges scribit, legum scriptor o legum inventor, terminología propia de la retórica. Comprenden, como se ha repetido, dos discursos: el preceptivo, que obliga, prohibe, permite, premia y pena, las conductas; y el persuasivo, que al prescrptivo explica, justifica y procura que se apruebe, interprete y aplique de acuerdo con la finalidad que se persiguiere.

El perdido arte de legislar se reconstruirá como tal, identificando las partes aplicables de la tradición retórica, desarrollando las insuficientes y creando otras nuevas.

Tres apartados más dedica el autor para que el lector se encuentre en condiciones de seguir leyendo y adquiriendo herramientas que le ayuden a conseguir la preparación necesaria para ejercer el arte de bien legislar. Habla de las distintas denominaciones en los derechos anglosajón y continental. Hace una reflexión sobre la palabra “técnica”, de origen griego, que fue traducida al latín como ars y de allí pasó al castellano como “arte”, que significa, objetivamente, el método para hacer alguna cosa, el manual que se expone, la obra plasmada según sus reglas; y, subjetivamente, la habilidad del artista que posee el arte (...) de legislar. La retórica, el arte de persuadir (…); se sigue, así, la línea de un antiguo precedente hispánico, el del Fuero Juzgo, cuyo Libro I, Título I, reza “Qual deve ser el arte de fazer las leyes”.

En la actualidad, y principalmente en España, debido, sin duda, a la influencia anglosajona, se ha puesto muy de moda hablar de la “técnica legislativa”. Tanto es así que las distintas escuelas de formación de funcionarios han organizado cursos denominados “Técnica legislativa”.

Tal vez algo que se olvida es lo que el autor defiende y propone. Aspectos que son muy importantes y que desarrolla a lo largo de su obra y es que se precisa la existencia de conocimientos, la sabiduría que no se puede adquirir en unos cuantos días, sino que requiere tiempo de estudio y reflexión. Así mismo, aunque técnica y arte pueden tener un cierto aire sinónimo, el mundo moderno ha tratado de separarlas dando al sentido técnico un carácter más regulado, casi matemático, tendiendo a la exactitud, mientras en el arte predomina la visión humanista, por lo tanto más imaginativa, más comprensiva, en cierto modo más cerca de la retórica. Después de esta digresión, vuelvo al texto donde, además de lo dicho, termina este capítulo

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dedicado a las prenociones con una definición: “El arte de legislar es un sistema enseñable de observaciones, principios, reglas y ejemplos, para componer y criticar, aconsejar y desaconsejar normas jurídicas generales, fundado en la tradición retórica”.

De los seis capítulos restantes, del plan expositivo de la obra, dedica dos a la Historia.

En el primero, referido a la Historia Antigua y Medieval, dedica cuarenta y cinco páginas. Lo subdivide en dos apartados: “Historia Antigua”, que incluye: Oriente, Grecia y Roma, e “Historia medieval”, en el que hace una relación de autores y los agrupa en cuatro distintos bloques: ars dictaminis, ars arengandi, la educación del Podestá y los humanistas.

Constituye un verdadero placer leer estas páginas. En algún momento, nos encontramos con esta especie de sentencia: “Cuán antiguas son ciertas cosas que pasan por modernas”. No puedo resistir el impulso de la mente que me obliga a hacer alguna breve reseña de las acertadas citas: en Hammurabi “el que ha alcanzado la fuente de la sabiduría (…) mis palabras son de lo más escogido, mis obras no tienen igual. Únicamente es para el necio para quien son vanas; para el prudente están destinadas a la gloria”.

En Egipto, para adquirir una formación superior, [era necesario] que estuviera basada en la sabiduría con la elocuencia, trasmitida por la palabra hablada y escrita, por las reglas y los ejemplos de los padres a hijos, de maestros a discípulos, de superiores a subordinados, de autores a lectores. Ptahhotep, viejo visir, funcionario, decía.

⁃ ¡Oh rey, mi señor!⁃ La edad está aquí, la ancianidad arribó.⁃ La debilidad viene, el decrecimiento crece,⁃ (Como un bebé ) uno duerme todo el día, ⁃ Los ojos están confusos, los oídos sordos,⁃ La fuerza ha desaparecido por cansancio⁃ La boca, silenciada, no habla,⁃ El corazón, vacío, no recuerda el pasado,

los huesos crujen todos.

Quería con eso no dedicarse a formar funcionarios jóvenes “lo bueno, añade, ha devenido en malo, todo sabor se ha ido”.

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En las instrucciones de Merikare encontramos estas palabras:“Si tú eres hábil en el discurso, vencerás,La lengua es la espada (del rey);El habla tiene más fuerza que todas las peleas,El habilidoso no es vencido.

Incluye una relación interesante de “griegos” que se esforzaron en resaltar, desde distintos puntos de vista, la importancia de la sabiduría y la elocuencia en la buena gobernación mediante leyes. Los primeros grandes oradores políticos, viene a señalar, “se formaron por el ejemplo y el ejercicio de los asuntos de Estado. Pericles, que representa la época de la transición, contó con las enseñanzas de Damón, el hombre más sabio de su tiempo en música, que entonces abarcaba la cultura del alma, incluso la poesía, en contraste con la del cuerpo, de la cual se ocupaba la gimnasia”. Mucho tendríamos que alarganos en nuestro comentario para incluir a los grandes pensadores griegos, como, después, a los romanos; pero no por ello dejaremos de traer algunos que merezcan nuestra consideración: así, Calimaco hizo una tabla, hoy perdida, de los Escritores ilustres y sus Obras, conocidas como Pinakes. Dividió en ocho categorías toda la literatura griega de la Biblioteca de Alejandría. Dichas categorías eran: drama, poesía épica y lírica; legislación; filosofía, historia; oratoria, retórica y misceláneas.

En cuanto a Roma, va nuestro autor desde las XII tablas hasta Cicerón. A este último lo califica como el continuador de las ideas de Isócrates acerca de la unión de la sabiduría con la elocuencia, pensaba que la sabiduría sin la elocuencia era pocas veces útil a las ciudades, y que la elocuencia sin sabiduría siempre era dañosa, nunca útil.

Ya, más arriba, se ha hecho mención a los apartados dedicados por el autor a la Historia medieval. El primer renacimiento se produce en la península itálica, bajo el rey ostrogodo Teodorico el Grande. Una referencia importante, tomada de Cicerón, confirma que a los Quaestores se los designaba en el cargo por su fama de sabios y elocuentes, que las obras debían ser retóricamente eficaces y jurídicamente válidas para que nadie pudiera criticarlas y que el castigo devenía casi superfluo cuando el poder de la elocuencia prevalecía, pues, entonces, el derecho se realizaba en forma espontánea, sin necesidad de apelar a la fuerza. Había una fórmula para designar a los quaestores: “Y, por ello, impulsado por la fama de tu sabiduría y elocuencia, por este proceso, Yo te asigno, por la gracia de Dios, la Quaestura, la gloria de las letras…

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Trae, como representante del pensamiento hispano, aunque no cabe duda para nosotros de que, tal vez, podría citar a otros en el tiempo dilatado al que se refiere, a San Isidoro de Sevilla y cita su obra Etimologíae, enciclopedia medieval. “Una ley debería ser honorable, justa, factible, de acuerdo con la naturaleza, de acuerdo con la costumbre del país, apropiada al lugar y tiempo, necesaria útil y también clara, no sea que ella contenga en su oscuridad algo engañoso, y debería escribirse no para la conveniencia privada, sino para bien común de los ciudadanos”. Sería una buena propuesta que el párrafo anterior figurara en el frontispicio de muchas de nuestras instituciones para recordar a los que allí se sientan la importancia de sus actos y la leyes de las que son redactores o inventores.

Sigue nuestro autor trayendo, al modo escolástico, los testimonios de los variados e ilustres autores en que basa sus principales argumentos, ciertamente es un trabajo concienzudo y bien hecho. Recojo una frase del humanista Coluccio Salutati, que abona la tesis, por así decirlo, del profesor Marchili: “La mejor cosa para la sabiduría y la elocuencia es unirse entre sí, de manera tal, que la segunda exponga lo que la primera concibe”.

Dedica el Capítulo III a los autores de la Historia moderna y contemporánea. En la primera parte, hace una referencia expresa a Bacon. Traeré aquí, en un intento de síntesis, dos frases ilustrativas, dejando al lector el placer de leer el resto de páginas: “No obstante, para la más pública parte del gobierno, que son las leyes, pienso que es bueno notar una sola deficiencia, la cual es que todos quienes han escrito sobre las leyes, ya sea como filósofos o como abogados, y ninguno como estadistas. En cuanto a los filósofos ellos hacen leyes imaginarias para Estados imaginarios; y sus discursos son como las estrellas que dan poca luz porque tan altas están. Por lo que hace a los abogados, ellos escriben de acuerdo con los Estados en los cuales viven (acerca de aquello) que es el derecho recibido, y no (de) aquello que debe ser su derecho: pues la sabiduría del legislador es una, y la del abogado es otra”.

La segunda especie de sentencia a la que antes me he referido es: “Se puede tener por buena una ley cuando hay certeza en lo que ella intima, justicia en lo que prescribe, facilidad en su aplicación, armonía entre ella y la organización política; cuando ella hace virtuosos a los que la obedecen”.

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Para completar esta sección de la edad moderna, prescindiendo de otros testimonios de valor y echando de menos algunos pensadores hispanos cuya aportación a la ciencia del derecho y la transcendencía de las leyes (léase Vitoria y Suárez) y del bien legislar, no puede faltar nuestro recuerdo a Montesquieu. Así, en su Espíritu de las Leyes, dijo: “Si yo pudiese obrar de manera tal que aquellos que mandan aumentasen sus conocimientos acerca de lo que ellos deben prescribir, y que aquellos que obedecen encontrasen un nuevo placer en obedecer, yo me creería el más feliz de los mortales”.

Añado otra cita que recomienda la racionalidad de las prescripciones: “La ley, en general es la razón humana, en tanto que ella gobierna todos los pueblos de la Tierra; y las leyes políticas y civiles de cada nación no deben ser sino casos particulares en los cuales se aplica esa razón humana”

Respecto a la Historia contemporánea, elige nuestro autor a Jeremy Bentham. A él nosotros nos vamos a referir brevemente recogiendo alguna de sus ideas. Con independencia de su interensantísima vida, de ser un superdotado (comenzó a estudiar latín a los cuatro años y lo leía y escribía a los cinco), se debe resaltar su tradición familiar, nieto e hijo de abogados, no practicó la profesión de un modo convencional, en contra del sentir y deseo familiar. Se dedicó al estudio del Derecho. Durante su larga vida quiso crear un nuevo arte de legislación con el objeto de allanar el camino para la redacción de dos sistemas paralelos y conectados: 1) un cuerpo completo de leyes, y 2) su justificación política, ambos adaptables a cualquier Estado en particular.

Como curiosidad, se debe añadir que cada mañana escribía de diez a quince carillas en hojas sueltas, señalando el lugar que les correspondía dentro del plan general de todas las obras y del esquema de cada una de ellas en particular. Cuando algún punto no le quedaba claro, interrumpía el trabajo y se dedicaba a esclarecerlo en una nueva obra, sin volver a la anterior para revisarla. Sus discípulos debían encargarse de la ingrata tarea de transformar esos originales en obras publicables.

Nuestro autor, cuya predilección por Bentham queda clara, termina diciendo que “analizó casi todos los temas del arte de legislar; pero no logró establecer un sistema fundamental bien ensamblado, como tampoco lo plasmó autor alguno hasta el presente”.

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Pasa como de puntillas sobre los siglos XIX y XX, dejando una sentencia que, en cierto modo, avala su pretensión y justifica su trabajo: “A partir de 1990, la economía de mercado y la globalización han generado la necesidad de reformar las leyes en muchas naciones, y la consecuente demanda sostenida de manuales, profesores y expertos en el arte de legislar”.

Es a partir del Capítulo IV, hasta el final de la obra, donde nuestro autor desarrolla algo que ha venido exponiendo como si fuera un “estado de la cuestión”, como dirían los filósofos escolásticos, o para hablar en lenguaje jurídico una “exposición de motivos”. Y con el mismo “leit motiv” comienza diciendo: “Los proyectos de leyes deberían comprender dos discursos: el prescriptivo y el persuasivo”.

Siguiendo ese esquema, se introducirá en el estudio y sistematización de los géneros legislativos. Después de la lectura de las págs. 123 a 186, debo decir que me parece un acierto el modo de enfrentarse con el enunciado, y que su desarrollo tiene un verdadero sentido ilustrativo y pedagógico, a lo que une la posibilidad al lector de esquematizar su contenido. Además, ayuda el haber empleado pistas en forma de resúmenes, como son los denominados PRINCIPIOS Y REGLAS, ellas facilitarán al estudioso su comprensión. A modo de ejemplo, al enfrentarnos con el “sistema jurídico ”, nos encontramos con el siguiente PRINCIPIO: Las leyes se compondrán y criticarán, aconsejarán y desaconsejarán de acuerdo con el criterio con el cual serán interpretadas y aplicadas, tomando en cuenta todo el texto de la ley (contexto explícito), no solo alguna de sus partes, y todo el ordenamiento jurídico (contexto implícito), no tan solo algunas de sus partes.

Hay algo que me llama la atención y que, aunque sea de pasada, quiero resaltar, y es la apelación que hace el autor al método deductivo para la aplicación de las leyes y dice: “En todo delito se debe hacer por el juez un silogismo perfecto: la mayor debe ser la ley general; la menor, la acción conforme o no a la ley, la consecuencia, la libertad o la pena. Cuando el juez sea constreñido, o quiera hacer, aunque solo sean dos silogismos, se abre la puerta a la incerteza” (Cesare Beccaria, 1862).

Acude a Aristóteles, que había dicho: “Llamo entonces silogismo perfecto aquel que, fuera de cuanto ha sido asumido, no tiene necesidad de nada más para que se revele la necesidad de la deducción, y llamo en cambio imperfecto al silogismo que exige el agregado de uno o varios objetos, los

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cuales son más bien requeridos necesariamente por los términos puestos en la base, pero que no han sido asumidos a través de las premisas”.

No me extiendo más en consideraciones que conocerá el lector y que, de todas formas, deberá contrastar con la lectura del texto. Termino este capítulo con una reflexión y una anécdota: Las contradicciones o antinomias legislativas son defectos que deben evitarse, pues la consistencia del sistema contribuye tanto a la previsibilidad de la calificación de las conductas como a fomentar el sentimiento de igualdad entre sus destinatarios, al restringir las interpretaciones y aplicaciones arbitraries (me viene a la memoria una sentencia del Tribunal Supremo español: “El texto en catalán tiene valor official. El texto en castellano tiene valor oficial. Pero no tienen el mismo valor”).

En la filosofía, el principio de la navaja de Ockham, con la cual se dice que afeitó las barbas de Platón, consagra “que no deben multiplicarse los entes sin necesidad”. Si bien es cierto que se trata más de un principio estético, que lógico, vinculado con la elegancia del sistema, pues desde un punto de vista estrictamente lógico no es esencial, también es un principio económico. En el mundo jurídico resulta muy inconveniente acumular materiales innecesarios, pues se termina aplastado por una masa siempre creciente, sucumbiendo bajo el peso de su propia riqueza, como ocurre en la actualidad con la hiperinflación legislativa (sobre todo, en España, con tres administraciones públicas –Central, Autonómica y Local- emanando normas jurídicas).

Las leyes contemporáneas son, por lo general, discursos escritos. El autor nos señala que la primera etapa en un proyecto de ley, como en la de todo discurso, consiste en determinar qué decir. En la tradición retórica se la denomina heuresis (griego) o inventio (latín), que ha preferido traducir por “investigación”, porque se trata de un camino hacia los argumento (via argumentorum) para extraerlos del lugar donde se encuentran, más que para crearlos.

Dedica a este capítulo la mayor parte de su obra, ciento setenta y dos páginas. Sin duda, esto nos permite pensar que para él tiene una gran importancia marcar el camino Sostiene que la etapa de investigación abarca todas las cosas relevantes por decir, tanto en el discurso preceptivo, como en el persuasivo, a diferencia de quienes la limitan a los argumentos. Vamos a fijar nuestra atención en dos asuntos que tienen prioridad en esta etapa. Son: las instrucciones y los conocimientos previos.

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Recoge en cuatro reglas las instrucciones previas: Primera: Los gobernantes (…) determinarán, tanto los objetivos que

deberán alcanzarse (…), como las medidas legislativas para que ellos se introduzcan en el sistema jurídico (…)

Segunda: Las instrucciones se impartirán por escrito con razones suficientes para sustentar la política que se propiciare (…). Señalando los hechos controvertidos, las opiniones de los sectores involucrados, las otras opiniones que podrían ser adoptadas.

Tercera: Si los asesores no han recibido las instrucciones, procurarán solicitarlas. Se complementarán con audiencias orales y otros documentos.

Cuarta: Las instrucciones escritas para legislar no se sustituirán por un proyecto ya redactado.

Estas reglas prácticas nos refieren a los años de asesor de Luis Alberto Marchili; continúa sus prenotandos con los conocimiento previos (noesis; intellectio) relativos al estado de la causa, a la defendibilidad de la iniciativa y a la determinación del género legislativo y de su especie. De aquí en adelante, el esfuerzo de nuestro autor debe ser considerado en una doble versión. Por una parte, su carácter extensivo, su minuciosidad, que le permite abarcar las múltiples situaciones y, por otra, su esfuerzo para conceptualizarlas e intentar conseguir su fácil, dentro de la complejidad, entendimiento. Así, a modo de ejemplo, al hablar de los sofismas, establece en las numerosas páginas a ellos dedicadas, dentro de lo que él llama sofismas en general, tres grandes subdivisiones que, a su vez, vuelve a subdividir en grupos y, después, en elementos.

Parte de una descripción del sofisma como “ las cosas dichas o por decir, aceptables solo en apariencia”. Explica que se denominan así porque fueron utilizadas en la Antigüedad griega por los llamados sofistas, quienes, por dinero, prometían enseñar el arte de ganar cualquier discusión (erística), tanto con cosas aceptables, como con cosas solo aceptables en apariencia, pues ellos y sus discípulos preferían aparecer como sabios sin serlo, más que ser sabios sin parecerlo. También se llaman falacias porque en latín significan engaños.

Los tres grupos a los que me he referido más arriba son:

Sofismas que dependen solo del lenguaje.

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Sofismas que no dependen solo del lenguaje para causar el engaño.

Sofismas legislativos en sentido amplio.

Hace el autor una recomendación: conviene saberlos para rebatirlos, pero no para practicarlos. Sin duda, su lectura supondrá una importante fuente de conocimiento.

Dedica los dos últimos capítulos de su obra a la sistemática y al estilo. Dice sobre la sistemática que “el algoritmo retórico que culminará en un discurso escrito, preceptivo o persuasivo vincula la etapa precedente, investigación que proporcionó las cosas por decir (res) con la siguiente, estilo, que las dirá (verba), pues, luego de salir de una y antes de entrar en la otra, hay que ordenar el contenido de forma adecuada (taxis, dispositio) de acuerdo con una sistemática, también denominada orden, método, plan, disposición o economía”. Como siempre, nuestro autor ofrecerá al estudioso lector abundantes reglas que le permitirán avanzar con seguridad. Divide la sistemática en dos grandes bloques: la de los discursos preceptivos que, a su vez, divide en “orden natural” y “artificial”, que comprende las partes del discurso y la elaboración del plan expositivo. El segundo bloque está dedicado al discurso persuasivo, que desarrolla a través del exordio, agón y epílogo.

En cuanto al estilo, trata de las virtudes, entre las que destaca la pureza y claridad; el ornato y la aptitud. Para terminar con tres géneros de estilo: el llano, medio y elevado.

Hay una frase de Enrique María Beyle (1783-1842), conocido bajo el seudónimo de Stendhal, que decía: “Al componer la Cartuja, para tomar el tono, yo leía cada mañana dos o tres páginas del Código Civil”.

No puedo terminar esta crónica, escasa para el contenido, documentación, generosa y fácil expression, sin añadir que Montesquieu quería que las leyes tuvieran el estilo sencillo, que es el propio de la gente común, sin sutilezas lógicas, para la razón simple de un padre de familia (recurro aquí a un español universal, el aragonés Baltasar Gracián, quien decía: “Es el estilo natural como el pan, que nunca enfada... Aquel que usan los hombres más bien hablados en su ordinario trato, sin más estudio”, Agudeza y arte de ingenio, Madrid:1960:506).

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Recordaba, leyendo la referencia a Stendhal, cómo en nuestros tiempos de estudiantes se alababa por los propios profesores, estudiantes y funcionarios encargados de aplicarla, como ley clara, precisa, adecuada al objeto, la extingida Ley española de Procedimiento Administrativo de 17 de julio de 1958, que, refiriéndose a un asunto tan poco atractivo, cautivaba a los que debían utilizarla. Así, en su “Exposición de motivos”, decía: “...Pero la Ley es también y fundamentalmente innovadora. La necesaria presencia del Estado en todas las esferas de la vida social exige un procedimiento rápido, ágil y flexible que permite dar satisfacción a las necesidades públicas, sin olvidar las garantías debidas al administrado…”.

Terminaré con una referencia a la tercera Partida de Alfonso X el Sabio (olvidado por nuestro autor), dedicada a la justicia: “E como se ha de fazer ordenadamente en cada logar por palabra de juicio e por obra de fecho para desembargar los pleitos”. Además, según Julio Valdeón en su obra Alfonso X El Sabio. La Forja de la España moderna, dice: “En las Partidas encontramos, junto a las normas preceptivas, consideraciones de índole moral y doctrinal, con las cuales se buscaba su justificación”.

Como profesor Titular de Lengua Española de la Universidad Rey Juan Carlos, quiero añadir mi juicio muy positivo al empleo del lenguaje por Luis Alberto Marchili y su ajustado desarrollo de aquellas partes de su obra, principalmente el Capítulo VII, destinadas a resaltar la importancia del estilo y el correcto uso de la Lengua, instrumento, no solo importante, sino imprescindible y necesario para legislar (recordemos que, tristemente, en las universidades españolas, ni en las antiguas Licenciaturas, ni en los nuevos Grados de Bolonia, existe una asignatura en la que los estudiantes puedan aprender “Lenguaje jurídico”). Volvemos al principio y recordamos el aspecto preceptivo de las leyes como “Discursos cívicos, sabios y elocuentes” (ars legislandi) y persuasivos (ars bene dicere), mediante discursos cívicos, sabios y elocuentes lo que exige el conocimiento y uso del adecuado lenguaje oral y escrito.

Madrid, 17 de abril de 2011.