Atención Con Lo Que Comen

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¡Pongan atención a lo que comen! Quien esté a punto de leer este mensaje quizá piense que la invitación que hago en el título pretende alertarlos sobre el peligro de algún alimento. Sin duda, este llamado a “prestar atención a lo que comemos” sería la típica recomendación de un médico preocupado por la salud de sus pacientes. Pero, ¿qué pensarían si les dijese que esta también fue una preocupación que llevará Apóstol Pablo a escribir una carta con la que buscó corregir los desórdenes en la vida de los cristianos de su tiempo? En general, el tema de la comida no es ajeno a las Escrituras. Como ejemplo podríamos citar aquella vez que Jesús le dijo a la gente: “Lo que entra por la boca del hombre no es lo que lo hace impuro” (Mt 15, 10-11); o quizá, la reprensión que le hace el Señor a Pedro después de que éste se negase a comer lo que le ofrecía: “lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro” (Hch 10, 9-15). En estos, como en otros episodios, el mensaje de fondo va más allá del alimento material. Si esto es así, qué es lo que habría llevado a Pablo a pedir con firmeza a la comunidad cristiana que examine bien lo que está comiendo, a riesgo de que, al hacerlo mal, esté labrando su propia condenación (1Cor 11, 29). Para entender mejor lo que Pablo quiere corregir en la vida de los creyentes, vayamos al principio de todo el conflicto. En primer lugar, esta llamada de atención se encuentra en la primera carta que el Apóstol escribe a los cristianos de Corinto. Es el año 57 y él se encuentra en Éfeso. Estando allí, le llegan noticias de los desórdenes y conflictos que se están sucediendo en la comunidad; pero lo que más lo inquieta es lo que sucede en las asambleas que se hacen para compartir la “Cena del Señor”. Pablo no puede soportar lo que escucha y escribe una carta dura a sus hijos corintios (1Cor 1, 10). Y no es que ellos no hayan entendido el mensaje que él les transmitió, sino que no han

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La eucaristia a debate

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¡Pongan atención a lo que comen!

Quien esté a punto de leer este mensaje quizá piense que la invitación que hago en el título pretende alertarlos sobre el peligro de algún alimento. Sin duda, este llamado a “prestar atención a lo que comemos” sería la típica recomendación de un médico preocupado por la salud de sus pacientes. Pero, ¿qué pensarían si les dijese que esta también fue una preocupación que llevará Apóstol Pablo a escribir una carta con la que buscó corregir los desórdenes en la vida de los cristianos de su tiempo?

En general, el tema de la comida no es ajeno a las Escrituras. Como ejemplo podríamos citar aquella vez que Jesús le dijo a la gente: “Lo que entra por la boca del hombre no es lo que lo hace impuro” (Mt 15, 10-11); o quizá, la reprensión que le hace el Señor a Pedro después de que éste se negase a comer lo que le ofrecía: “lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro” (Hch 10, 9-15). En estos, como en otros episodios, el mensaje de fondo va más allá del alimento material. Si esto es así, qué es lo que habría llevado a Pablo a pedir con firmeza a la comunidad cristiana que examine bien lo que está comiendo, a riesgo de que, al hacerlo mal, esté labrando su propia condenación (1Cor 11, 29).

Para entender mejor lo que Pablo quiere corregir en la vida de los creyentes, vayamos al principio de todo el conflicto.

En primer lugar, esta llamada de atención se encuentra en la primera carta que el Apóstol escribe a los cristianos de Corinto. Es el año 57 y él se encuentra en Éfeso. Estando allí, le llegan noticias de los desórdenes y conflictos que se están sucediendo en la comunidad; pero lo que más lo inquieta es lo que sucede en las asambleas que se hacen para compartir la “Cena del Señor”. Pablo no puede soportar lo que escucha y escribe una carta dura a sus hijos corintios (1Cor 1, 10). Y no es que ellos no hayan entendido el mensaje que él les transmitió, sino que no han comprendido que para vivirlo de verdad deben dejar de lado sus antiguas costumbres.

Con las cartas sobre la mesa

Si hay algo que distingue a Pablo es su lenguaje directo. Es por ello que ante las divisiones, indiferencias y faltas de caridad que se dan durante las asambleas de la comunidad (¡atención! No se trata de una simple reunión social), él no duda en decir que lo que se celebra, en de ningún sentido, se parece a la “Cena del Señor” (1Cor 11, 17-21). Lo cierto es que los cristianos estaban aprovechando estos encuentros para entregarse a la comida y la bebida, para comer en grupos y no conjuntamente; de tal forma que los que tenían más, tragaban y se emborrachaban, mientras que los pobres pasaban hambre. De allí que Pablo les pregunte con ironía: “¿No tienen sus casas para comer y beber? ¿O es que desprecian a la Iglesia de Dios y quieren avergonzar a los que no tienen nada? (1Cor 11, 22).

Pero, ¿por qué se dan estos problemas en las asambleas? ¿Es que acaso no se ha comprendido bien lo que implica ser discípulo del Señor? ¿De dónde vienen esas actitudes incoherentes con la verdad de la Eucaristía?

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Recordemos que Corinto, en los tiempos de Pablo, ya no es una ciudad griega sino romana; importante por su posición marítima estratégica. Esto hizo de ella, en toda Grecia, el centro del comercio, la diversión, el desenfreno y la pluralidad cultural. Esta es la cantera de la salieron los cristianos que en el año 50 dieron a luz, probablemente, a la más numerosa comunidad fundada por el Apóstol. Según los datos bíblicos, la iglesia estaba formada por cristianos provenientes del paganismo (1Cor 12, 2) y del judaísmo (Hch 18, 6-8), por un grupo reducido de personas con una notable preparación intelectual y de una posición social alta (1Cor 1, 26), también contaba con una presencia influyente de mujeres (1Cor 11, 2-6; 14, 34-35), además de personas, en su gran mayoría, de origen sencillo y humilde (1Cor 1, 26-28).

A esta diversidad hay que añadirle las costumbres sociales del mundo greco-romano del siglo I que seguramente formaban parte de la vida de los creyentes y que se hacían evidentes al momento de compartir la “Cena”. Entre ellas: Creer que los ricos merecen más honor que los pobres; no mezclarse con otras clases sociales o aceptar pasivamente que quien tiene, come, y quien no, pasa hambre (1Cor 11).

Volver a lo fundamental

Vista la realidad, y antes de detenerse en consideraciones morales, Pablo toma pie de esta situación para recordar a sus fieles el verdadero significado de la “Cena del Señor”, y las consecuencias que se derivan de una celebración que, como la de Corinto, se realiza de forma indigna. Es por ello que él, volviendo a lo fundamental, les recuerda que el Señor, la noche en que fue entregado, dio su Cuerpo y Sangre para la salvación de todos, e invitó a sus discípulos a hacer lo mismo en memoria suya (1Cor 11, 23-25).

Con esto, el Apóstol está sugiriendo dos cosas: Primero, que el Señor se entregó para que el mundo fuera una sólo familia de hijos y hermanos en torno a un mismo Padre, ese es el sentido último de la Salvación. Segundo, que los cristianos han de hacer y buscar lo mismo que él, en las celebraciones y en la vida ordinaria.

Somos lo que comemos

No contento con lo ya dicho, Pablo aclara más las cosas. Si los de Corinto se reúnen para celebrar la “Cena del Señor” deben hacerlo dejando de lado sus viejas costumbres para asumir la manera de ser de Jesús; dejar de lado las divisiones para vivir la fraternidad, la indiferencia para darse cuenta de que en la comunidad hay necesitados, y el egoísmo, para compartir generosamente con ellos. El no haberlo hecho así es lo que, según el Apóstol, ha provocado desgracias en los miembros de la comunidad (1Cor 11, 30), y los está arrastrando a la condenación eterna (1Cor 11, 29). Y es que los de Corinto deben comprender que al participar de la mesa del Señor se hacen uno con él, se convierten en aquello que han comido (1Cor 10, 16-17). Si esto es así, ellos no pueden vivir de forma indigna.

Al final, Pablo invita a los de Corinto, y desde ellos a toda la Iglesia, a “examinar su conciencia” antes de acercarse a la mesa (1Cor 11, 28.31.32). Y no lo hace sólo por el pecado que podrían cometer, que en sí es grave (1Cor 11, 27); sino porque el origen de todos los desórdenes que se dan en las celebraciones y después en la vida cristiana está

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en no haber comprendido que al participar de la “Cena del Señor” no están comiendo un pan sin más, sino que se alimentan del signo sacramental que los une al Señor, a su destino y misión. De allí que el Apóstol les recuerde que cada vez que comen el Cuerpo y beben la Sangre del Señor deben disponerse a testificar con su vida la entrega del Señor, su proyecto de Salvación, hasta el día en que él vuelva lleno de gloria al final de los tiempos (1Cor 11, 26).

Habiendo hablado Pablo claramente, sólo me queda decir: Hermanos, ¡pongan atención a lo que comen! O mejor dicho, ¡pongamos atención…! Comprender bien lo que celebramos determinará todo lo que hagamos como misioneros y testigos del Señor, y evitará que en lugar de ser causa de esperanza para un mundo en crisis, seamos motivo de escándalos y discordias.