Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964
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Resulta sorprendente la afirmación de Louis Untermeyer de que " ( l a literatura inglesa) no e s más que una especie de fenómeno periférico en relación a la literatura norteamericana". Aunque la frase no se entienda en el sentido - p o s i b l e - de que la literatura inglesa es ahora marginal de la estadounidense, sino en el de que ambas carecen de influencia mutua, la realidad parece ser otra. A lo largo de todo lo que va de siglo, H. James, T. S. Eliot, C. Isherwood y Huxley, por citar sólo unos pocos , han testimoniado la comunicación entre ambos mundos. Además no hay más que echar un vistazo a un número cualquiera del "New Yorker", citado por Untermeyer, para ver que está empapado de cosmopolitismo, especialmente británico, y al propio Mr. Untermeyer, en quien los crí t icos suelen resaltar la influencia de W. E. Henley, otro inglés "per i fér ico" .
Santiago Mora-Figueroa. Madrid
Me ha agradado enormemente la creación en la revista Atlántico de la sección Cartas . Quisiera referirme a un tema que ha tenido actualidad hasta hace e scasos días , y que, debido a este" tiempo transcurrido, nos lo hace ver con mayor objetividad.
¿Por qué tomaron los Estados Unidos la decisión de represal ias con los países que mantenían alguna c lase de comercio con Cuba? a) Si e s porque Cuba es Un país comunista, también lo es Rusia, con la que mantiene relaciones comerciales Norteamérica, b) Si es por la proximidad del territorio insular con Norteamérica, a mi parecer es de un egoísmo grande, ya que países próximos al telón de acero podrían exigir las mismas medidas anticomerciales entre los Estados Unidos y Rusia, c) Si es por demostrar la ineficacia del s istema agrícola comunista por lo que exporta productos Norteamérica a Rusia, lo mismo cabrá decir acerca del proposito de demostrar por parte,
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por ejemplo de Inglaterra, la ineficacia industrial del régimen de Castro.
Reconozcamos todos que ha sido una medida poco popular la que han tomado los Estados Unidos.
Escri ta es ta carta sin ninguna c lase de animosidad y esperando su contestación, le felicita por la nueva sección Cartas .
Un estudiante de Medicina. Madrid
Nos complace publicar es ta carta, porque carece del carácter recriminador corriente en gran parte de los comentarios sobre la polí t ica comercial con Cuba. Nos parece que exis te una sincera discrepancia en las opiniones acerca de es ta cuestión, y que ninguna de las partes monopoliza la lógica. En esencia , la polít ica del s istema interamericano, según se expuso en Punta del Es te , t iene, por fin aislar el régimen de Castro y evitar sus actividades subversivas en Iberoamérica. Cuba neces i ta en sumo grado importaciones para subsist ir , de forma que es particularmente vulnerable con un aislamiento económico. Por eso es pol í t ica de los Estados Unidos prohibir las exportaciones a Cuba, excepto de víveres y medicamentos. Por otra parte, la economía de la Unión Soviética es muy autàrquica, as í que ser ía inútil la suspensión de exportaciones a e s a nación de artículos que no tuvieran una importancia militar directa. Cuba e s , en suma, una pequeña hoguera que tal vez se pueda apagar antes de que se propague al vasto continente iberoamericano. En cuanto a la hoguera de la Unión Soviética, no parece que podemos apagarla, pero s i nos es posible obligar a e sa nación a gastar grandes sumas de dinero para sostener la bamboleante economía cubana.
Sigo recibiendo Atlántico, que actualmente ha ganado mucho en profundidad y muestra con nitidez y objetividad la vida y los problemas de su país ,
con sus virtudes y defectos. Sobre todo me alegra ver que su revista no rehuye los problemas de más candente actualidad, s ino que trata de e l los . Esto es especialmente interesante para los lectores jóvenes, como yo, interesados en las diversas facetas de los problemas. Espero que Atlántico siga por ese camino.
Alfonso Yelo. Barcelona
Soy subscriptor, desde hace algún tiempo de la revista Atlántico. Creo que ahora se le es tá dando un matiz doctrinal y político. Es mi parecer que en vez de largos discursos y opiniones de personal idades se debería abrir lugar a la publicación de información sobre ciudades, acontecimientos, arte y cultura.
Jo sé Vaquero Sánchez. Dos Hermanas (Sevilla)
En respues ta a l as dos cartas anteriores, nos gustaría aclarar que deseamos, de la manera más decidida, evitar en nuestra revis ta una preocupación excesiva por los temas polí t icos. Por otra parte, Atlántico es a la vez una publicación de interés general y cultural, por lo que difícilmente podemos evitar el examen de problemas candentes de la actualidad, acerca de los cuales recibimos preguntas de nuestros lectores . De hecho, el contenido de Atlántico varía de un número a otro, pero en cada uno de el los se trata con mayor extensión algún tema en particular. Por ejemplo, el número de marzo trató especialmente de ciencia, el de abril de la comunidad atlántica y el de mayo tratará de arte. Pues tos todos juntos, los números de Atlántico deberán ofrecer a lo largo de un año una buena muestra de los temas culturales , socia les y polít icos que despiertan más interés en el mundo. Si nuestros lectores estiman que dedicamos espacio en demasía a un tema dado, nos causar ía gran satisfacción establecer un mayor equilibrio entre los temas tratados.
Revista mensual publicada por la
CASA AMERICANA
Embajada de los Estados Unidos
MADRID: Paseo de la Castellana, 48
BARCELONA, Vía Layetana, 33
SEVILLA: Laraña, 4
Sumario John L. Brown:
EUROPA Y LA BUSCA DE UNA
IDENTIDAD AMERICANA 5
TRADUCCIONES DE OBRAS
NORTEAMERICANAS 23
Fernando Vela:
DE TODA GRAN GUERRA, UNA
IDEA PARA EL FUTURO 31
John W. Tuthill:
LA COMUNIDAD ATLÁNTICA:
SU SIGNIFICADO 40
Christian A. Herter:
PERSPECTIVAS DE LA
COMUNIDAD ATLÁNTICA 49
CUBIERTA: John Steinbeck, T. S. El iot , Jorge Santayana, Ernest Hemingway. CONTRACUBIERTA: Lyndon 3. Johnson, F. D. Roosevelt, Jean Monnet, J . F. Kennedy, Winston Churchi l l .
Redacció'n y distribució'n ; Castellana 48, MADRID-
T odos los países buscan las fuentes del carácter nacional, las remotas raíces de la personalidad colectiva. Estos orígenes nunca son sencillos. La energía espiritual de los
grandes pueblos proviene casi siempre de la tensión creadora generada por impulsos contradictorios.
También los norteamericanos hemos intentado investigar el problema de nuestra identidad. Ya hace casi doscientos años que todas las generaciones se preguntan: "En resumen, ¿qué es un norteamericano?"
Se trata de un problema complejo. De hecho, ¿se puede decir de manera precisa lo que es un norteamericano? ¿Puede ser que
JOHN L. BROWN
la tierra del Nuevo Continente haya producido un nuevo tipo humano completamente distinto del de sus antepasados del Viejo Mundo? ¿O quizá el norteamericano sigue siendo un europeo que conserva la parte esencial de la tradición y de la sensibilidad de la tierra de que es oriundo?
No es sencilla la respuesta, y la venimos buscando desde la fundación de nuestra República, dirigiendo nuestras miradas ora hacia Europa, ora hacia las llanuras y montañas del Nuevo Mundo.
En realidad, nuestra psicología nacional —que muchos europeos encuentran tan desconcertante— así como nuestras actividades políticas y artísticas no resultan comprensibles para quien no se dé cuenta de la perpetua tensión entre Europa y el Oeste legendario, que es nuestra "Frontera", de la dicotomía "expatriado" y "pionero".
Generación tras generación, el alma norteamericana ha estado dividida: unas veces atraída hacia el Oeste, hacia el país de frontera abierta, atraída por el dinamismo de un continente virgen, por las aventuras de los pioneros, por las grandes posibilidades naturales; otras veces se ha sentido atraída por el Este, por Europa, por la riqueza de una cultura tradicional de la que era legítima heredera.
Por esto, en los tiempos de le Guerra de la Independencia norteamericana una gran parte de la energía creadora de los Estados Unidos se dedicó a la solución de este problema clave: "¿qué es un norteamericano?".
Naturalmente, jamás se encontrará una solución definitiva, porque la vida es movimiento y mudanza. Mas es necesario que
persis tan los esfuerzos para conocernos a nosotros mismos, porque es propio de las tensiones y de la lucha interna que de e l l a s nazcan valores permanentes en cualquier sociedad.
Algunos de nuestros pensadores se han encarado con la pregunta con ingenuidad engañosa. "¿Qué e s un norteamericano?" " E s senc i l l í s imo" , han contestado, en un tono de certidumbre que muchas veces ocultaba la duda: "Un norteamericano no es un europeo. Nuestros abuelos dejaron el Viejo Mundo para colonizar un nuevo continente y crear una civilización. Nuestra literatura t iene el deber de cantar esta nueva civilización, de manifestar su independencia de cualquier influencia extraña. Tenemos un modelo en Walt Whitman, que no necesi tó a Europa para ser un gran poeta. Tenemos, además, un folklore rico en temas poéticos, con sus historias de pieles rojas, de la conquista de un continente por los pioneros; tenemos a nuestra disposición el asunto de una epopeya moderna tan grandioso como el de la Edad Media. Daniel Boone y David Crockett ¿no son tan grandes figuras heroicas como Orlando? Cantemos el Far West, el valor de los pioneros, la conquista de la naturaleza, la poesía de las grandes llanuras, de las ciudades del Nuevo Mundo, semejantes a hormigueros por su movimiento. Dejemos a otros la 'cultura ' del pasado, que sofoca y torna es té ri l , y busquemos crear 'nuest ra ' cultura, la cultura que hallamos aquí, en casa. ¿Qué e s un norteamericano? El norteamericano e s el hombre nuevo del Nuevo Continente, y cantaremos su nacimiento y crearemos su mitología".
Tal era, en términos algo desnudos, la respuesta de muchos norteamericanos que sentían la llamada del Oeste y de una nueva civilización con mucho mayor fuerza que la del Este , esto e s , la tradición del Viejo mundo.
El gran intérprete de es te concepto sigue siendo Walt Whitman que, en Pioneers (Pioneros), como también en otras partes de Leaves oí Grass (Hojas de Yerba), vuelve la espalda a Europa y descubre maravillado las posibil idades poéticas del Nuevo Mundo.
Dejamos atrás todo el pasado, Salimos a un mundo nuevo, más vario,
fuerte y joven... ¡Juglares latentes en tos prados! (Bardos en mortaja de otras tierras, podéis
descansar, colmada está vuestra tarea) De luego os oigo venir cantando...
Mas después de la Guerra de Secesión, Estados Unidos comenzó a perder su rural simplicidad jeffersoniana, su candor a lo Juan Jacobo Rousseau. Los problemas económicos de una nueva sociedad industrial se manifestaron en toda su cruel actualidad. El individuo se sintió menos libre, menos "comple to" , menos pionero y más ligado a fuerzas que no lograba dominar. En el momento de aquella cr is is espiritual, otros pensadores, bajo la presión de una nueva civilización siempre más moderna y más mecánica, respondieron a la pregunta "¿qué e s un norteamericano?" en términos más complejos y atormentados. " E l norteamericano -dijeron— no
es un monstruo carente de cordón umbilical; al fin y al cabo e s un europeo transplantado. Todos somos europeos a una distancia de algunas generaciones. Estados Unidos, como Estados Unidos, t iene bien poca historia; nuestra historia espiritual es esencialmente la del Viejo Mundo. ¿Por qué, pues, hemos de buscar la solución de nuestro drama interior en las narraciones de los pieles rojas y los cowboys? Mejor e s referirlo a Santo Tomás, al Dante, a Baudelaire, a los poetas isabel inos ingleses , a los simbolistas franceses. Para comprender a los Estados Unidos e s preciso alejarse de nuestra patria, hace falta volver a las fuentes, hace falta, usando una frase de moda, encontrar un usable past, un pasado util izable.
La evolución gradual de los dos dist intos conceptos norteamericanos de Europa que he expuesto, de los dos puntos de vista de acuerdo con los cuales debiéramos enfocar nuestra relación con el Viejo Continente, es muy significativa. Nos da una de las c laves , no sólo de la dinámica del pensamiento y de la literatura norteamericana, sino también de nuestra psicología nacional.
Para un Franklin y un Jefferson, para unos " P a d r e s Funda-
dores", el problema ni siquiera comenzó a plantearse. Franklin y Jefferson así como los otros Padres Fundadores pronto se sintieron a gusto en el mundo europeo del Viejo Continente. No advertimos aún el conflicto espiritual, la doble llamada de la "frontera" y de la "civilización", es decir, la tensión entre el Este y el Oeste, entre la civilización y la vida, causas de los tormentos de sus descendientes. Al contrario, por eso pudieron darse cuenta con lucidez de las taras de la sociedad europea y de las promesas mayores de su joven país.
Así que transcurrieron dos generaciones, luego de la Guerra de la Independencia y de la separación de la madre patria, las familias puritanas de Nueva Inglaterra reunieron sólidas fortunas gracias al comercio y al transporte marítimo. Y sus hijos comenzaron a desear un alimento intelectual más nutritivo que el que ofrecía su ciudad natal de Boston, se pusieron a buscar la Cultura (con C mayúscula) en Inglaterra, Italia y Francia y en las universidades alemanas y españolas. Este movimiento repitió un fenómeno histórico: estos jóvenes comenzaron de nuevo la historia de los jóvenes romanos que iban a estudiar a Atenas, la de
todo Europa que durante la Edad Media acudió a la Universidad de Par ís , la de los franceses del s i glo XVI que partían para Italia en busca de la luz del Renacimiento. Con iguales ánimos, los muchachos de Nueva Inglaterra embarcaron para el extranjero durante la primera mitad del siglo XIX a bordo de los Yankee Clippers, veleros legendarios. Armados con cartas de crédito y de presentación, partieron para cosechar " e l botín cultural del Viejo Mundo".
Entre el los encontramos hombres afamados: Washington Irving, Henry Wadsworth Longfellow, Ed-ward Everett, George Ticknor. Comenzaron a coleccionar libros y obras de arte, a aprender lenguas extranjeras, a traducir al inglés, como hizo Longfellow admirablemente, la poesía de otros pa í ses , a acumular los conocimientos precisos para enseñar en las universidades norteamericanas .
Su actitud prevalente al encontrarse con Europa fue la del estudiante y el anticuario. As i s tieron a las mejores universidades , coleccionaron "color l oca l " , y encontraron delicia en los "amigos renombrados". Hicieron mucho para crear el mito, bien amado de muchos escri tores norteamericanos de finales del siglo XIX, según el cual la Cultura debía ser siempre importada.
Jorge Santayana, en su obra Caracíeres y opiniones en ios Estados Unidos, señala el origen de la debilidad creadora entre el los como sólo podría hacerlo un bostoniano mitad latino. " F u e un montón de hojas de otoño. Aquellos grandes hombres tenían un concepto restringido y estéri l de la vida; tenían la castidad de los viejos. Eran escri tores exces i vamente refinados a quienes les
faltaba sangre porque les faltaba su espíritu americano. Su cultura era una mezcla de supervivencias piadosas y de adquisiciones deliberadas; no representaba el florecer de una experiencia vital. Había en ellos un exceso de intelectualidad y ningún nexo entre el cuerpo y el a lma".
Mas aquellos apasionados peregrinos de la cultura no sufrían aún el tormento íntimo que sería la herencia de sus descendientes ; y Ticknor, y Longfellow, vivieron en el mundo que precedió a la Guerra de Secesión, en el mundo de Concord y de Brook Farm, de Emerson, del idealismo intelectual . Sentían que la vida interior y la vocación intelectual tenían posibilidad de florecer e s pléndidamente en sus cos tas nata les . Regresaron a la patria para invertir el " b o t í n " cultural del Viejo Mundo sin dejarse llevar por la tentación de la expatriación permanente, que fue tan fuerte en años posteriores.
Margaret Fuller, mujer extraordinaria que fue una de las cabezas de la escuela transcen-dental is ta y amiga de todos los grandes personajes de su época, fue a Italia como corresponsal del Tribune de Horace Greeley. Supo resumir bien las opiniones de tantos norteamericanos en aquellos tiempos sobre el Viejo Continente . En un artículo enviado desde Roma escribió: " E l norteamericano en Europa, s i es tá dotado de una mente reflexiva, no puede hacerse más americano. ...Su actitud e s la de quien, reconociendo la gran ventaja de haber nacido en un mundo nuevo y en una tierra virgen, no desea desperdiciar ni una espiga del pasado; siente anhelos de cosechar y l levar consigo toda planta capaz de soportar un nuevo clima y una
nueva cu l tu ra . . . " De hecho, pudiera decirse que, a mediados del siglo XIX, du
rante aquel período de equilibrio milagroso que fue denominado el Golden Day por el historiador Lewis Mumford, Estados Unidos forjó su carácter nacional, logró redondear su personalidad. Se perderían luego durante el período de la expansión industrial y de inmigración en masa que siguieron a la Guerra de Secesión, que trajeron consigo, junto con riqueza y potencia material, grandes problemas socia les y espir i tuales .
Es difícil para los europeos comprender las repercusiones de la Guerra de Secesión en toda la civilización norteamericana; y también evaluar de manera exacta las mudanzas radicales procedentes de ella en todos los sectores de la vida y de los sentimientos norteamericanos. En la Nueva Inglaterra de mediados del s iglo XIX, art is tas y pensadores se sentían ajustados a la sociedad. Mas la gigantesca expansión industrial que la guerra determinó significó el final de aquella especie de existencia rural y ar tesana consagrada a la "vida sencil la y a los pensamientos e l evados" .
El imperio del dinero y del éxito se inició verdaderamente con " l a orgía de material ismo" de la presidencia de Grant, que en Europa corresponde a la época de la reina Victoria y de Napoleón III. Muchos intelectuales y ar t is tas quedaron convencidos de que los nuevos Estados Unidos, nacidos después de la Guerra de Secesión, dominados por los grandes agiot is tas , los Robber Barons de la in -dustria, habían sofocado la actividad creadora. Para ellos la sa l vación se encontraba en la huida a las mansiones de campo ingles a s , a las suntuosas casas de la Rué de Verenne, o a los pintorescos palacios de Roma y de Florencia. Huyeron a la Europa de los ricos, del bienestar y los privilegios y todas las puertas se abrieron ante sus dólares.
La vida de William Wetmore Story representa un notable ejemplo de esto, porque nos la cuenta un observador tan sagaz como Henry James. Story, hijo de un eminente juez de Boston, se t rasladó a Italia con su familia para dedicarse al arte por completo. La tentativa lastimosa de dar solera a la propia cultura, caracter ís t ica de Story y de sus coetáneos, salto a los ojos de Henry Adams, bostoniano prodigiosamente inteligente y amargo, que vivió en el mismo período; Adams escribe así a James para felicitarle:
"No ha escrito usted la vida de Story, sino la de usted y la mía: una verdadera autobiografía llena de alusiones lacerantes , que resulta solamente comprensible para mí y para media docena de otras personas, que hemos conocido nuestro Boston, nuestro Londres, nuestra Roma allá por el año 1870. Me hace retorcerme como un gusano pisado: europeos improvisados, eso e s lo que éramos, y ¡Dios mío, qué inseguros! No; e s cruel en demasía. Hace tiempo, unos treinta años, que me di cuenta; he sofrenado con dificultad mi palabra. Usted nos desnuda poco a poco, como un cirujano, y siento su bisturí entrarme por el c o s t a d o . . . "
Pero la historia del norteamericano a finales del siglo XIX no es tá dominada exclusivamente por los "bui t res de la cul tura" ,
por "los estetas improductivos y los que pecan de esnobismo social".
Algunos norteamericanos, como Henry James, Edith Wharton, Logan P. Smith y Henry Adams, estudiaron de manera profunda la civilización europea. Entre ellos, Henry Adams, hombre dotado de visión escudriñadora y de lengua mordaz, es uno de los más notables. Hijo de una gran familia de Nueva Inglaterra, que hizo profundos estudios en la Universidad de Harvard y en el extranjero, y se movía sin embarazo en la sociedad más cosmopolita, juzgaba con igual dureza la decadente Europa y la Norteamérica materialista. Nada tenía de esteta amanerado; no se dejaba fascinar por los "grandes nombres" ni por lo artificioso; no compartía la veneración de Henry James y de Edith Wharton por la civilización del Faubourg Saint-Germain. Gustaba de la sencillez viril de MontSaint-Michel, de Coutances y de la Ab-baye aux Hommes. Casi todo lo demás lo juzgaba irónicamente. Era en absoluto insensible al éxtasis artístico, al esnobismo social de sus compatriotas menos complicados. Para él, la Europa del siglo XIX no presentaba nada de la nobleza y de la fuerza de la Europa medieval, de la época del MontSaint-Michel, y Char-tres.
Estos "peregrinos apasionados" y privilegiados de fines del siglo XIX, que buscaban en Europa cultura y refinamiento, objetos de arte para sus colecciones y títulos de nobleza para sus hijas, tuvieron poca influencia fuera de un restringido círculo mundano.
La participación de los Estados Unidos en la primera guerra mundial, sin embargo, llevó
a Europa a millares de muchachos norteamericanos. Pero estos no eran intelectuales de Nueva Inglaterra, ni los herederos del rey de la carne en conserva. De los que llegaron con el emblema del Cuerpo Expedicionario, muchos permanecieron en Europa. La mayor parte de ellos fueron atraídos, más que por la "madre Inglaterra" por Francia e Italia. Durante la década 1920-30, Montpar-nasse fue la capital literaria de Estados Unidos, y el Dome y la Rotonde fueron la meca de la mitología artística nacional.
En rebelión contra la filosofía de la rapacidad económica de la época de Coolidge y Harding, irritados por la mezcla de la moral puritana, este conjunto de genios en agraz se precipitó sobre la Rive Gauche en busca de libertad de expresión, de la bohemia fascinadora y de figones económicos. Hemingway escribió la biblia de este período, The Sun Also Rises, epopeya en tono menor de la vida de los expatriados.
La "generación perdida", como gustaba ser denominada, no se interesaba en absoluto por la cultura, los museos y el refinamiento de las clases altas. Para Henry James, Europa era una gran señora que vivía en cualquier palacio florentino. Para estos norteamericanos de la posguerra, Europa era más bien Kiki, la modelo, en busca de una copa en la esquina del Boulevard Raspail con el de Montparnasse: Europa era el dadaísmo, los pueblecitos de pescadores de la Costa Azul y de las costas ligures, el beber hasta la amanecida, Gertrude Stein en su casa de la Rué de Fleurus, el Paris Herald, las pequeñas revistas como Transition, un billete de tercera para un paraíso libre de responsabilidades.
Antes o después allí llegaron todos: Hemingway y Dos P a s s o s , Robert McAlmon y F . Scott F i tz -gerald, Ezra Pound, T. S. Eliot, John Peale Bishop y Archibald MacLeish. Algunos allí quedaron mucho tiempo, quizá demasiado. Mas cas i todos acabaron por regresar a su patria cuando, en 1929, la bolsa se derrumbó y las pequeñas rentas que permitían vivir agradablemente se desvanecieron súbitamente.
Luego de 1930, en los días de la cr is is económica, hubo e s critores que renunciaron al cosmopolitismo para volver a descubrir su país natal, The Ground We Stand On (La tierra en que vivimos), en un renacimiento del nacionalismo. Los mejores de el los pronto se dieron cuenta de que ni la tradición europea, ni la tradición nacional podían por s í solas bastar al art ista norteamericano. Ni-repulsa completa por tanto, y menos la aceptación sin reservas . En el justo medio entre el "bárbaro rugido" (the barbarie yawp) de los pioneros, como Whit-man y sus sucesores un Sandburg y un Lindsay, y la cultura cosmopolita en demasía y desarraigada de los expatriados como Ezra Pound, se encuentra el camino que lleva a una difícil madurez.
Harry Levin, en el ensayo Los escritores norteamericanos y la tradición europea, expone en pocas palabras la situación: "Si alguna cosa puede sa lvarse e s la vacilación entre nuestros opt imistas y nuestros pesimistas , entre los pioneros y los expatriad o s " .
Archibald MacLeish el igió es te tema del expatriado para su poema American Letter (Carta norteamericana), escr i ta en 1929 después de una larga temporada en Francia. La estrofa " E s cosa ex-
traña ser norteamericano" (It's a strange thing to be an American) se repite como un motivo temático: e s extraño y angustioso ser norteamericano, estar sempiternamente dividido entre el país natal , con sus promesas, su majestad y su profunda solitud, y la densidad humana y la sonora resonancia del Viejo Mundo mediterráneo.
Sin embargo, MacLeish comprueba que, a pesar de cualquier poder de seducción de los " te jados rojos y de los o l ivos" , el poeta norteamericano no puede renegar de su tierra natal, so pena de resignarse al desarraigamiento y a la esteril idad espiritual.
Abajo, abajo debemos comer la sal, allá han de hallar descanso nuestros huesos.
Abajo hemos de vivir, o viviremos como espectros.
Aparte del caso de algunos escri tores irreductibles, como Ezra
Pound y Henry Miller, o de otros expatriados más reposados, como T. S. Eliot y Gertrude Stein, el decenio que se inició en 1930 e s tuvo caracterizado por " e l regreso de los ex i l i ados"y por un remo-zamiento de la inspiración local. Confrontados en la patria por la cr is is económica mientras que en Europa se acumulaban las nubes vaticinadoras de guerra, muchos escri tores y pensadores norteamericanos buscaron fuerza y seguridad en el propio pasado nacional. Fue el período en el que " l a frontera", la tradición indígena, se encuentran en primer plano.
Bajo la presión económica de los años de cr is is , la doctrina del arte y de los ensayos es té t icos de los expatriados fue sacrificada a la responsabilidad colectiva y a la musa social de la escuela nativa. Aunque se tratara de un esfuerzo laudable, cayó a veces en un exceso de folklore y en una ingenuidad falsa. En el campo de la es té t ica , es te rebuscar temas indígenas y "material popular" rara vez logra una profunda resonancia lírica.
Fue un período caracterizado por poemas como John Btown's Body, por cuadros de inspiración campesina, por el " tea t ro feder a l " , que buscó dar expresión a las preocupaciones económicas cotidianas, por pel ículas como The Plough that Broke the Plains y The Grapes oí Wrath (Las uvas de la ira).
Preocupado por sus problemas internos durante el decenio de 1930-40, Estados Unidos fue prestando cada día menos atención al conturbador espectáculo de Europa, que se desl izaba hacia la segunda guerra mundial.
Fue necesaria la consumada habilidad del presidente Roosevelt para persuadir al pueblo a que renunciase a su neutralidad y a que participara en un conflicto que para muchos era una disputa lejana entre ideologías extranjeras.
Pero la guerra y sus consecuencias han mezclado a los Estados Unidos en los asuntos del Viejo Continente de manera más profunda de lo que jamás aconteció en su historia: se trata de un compromiso que, evidentemente, perdurará si se quiere que el concepto de una comunidad occidental se trueque en realidad.
Para la actual generación de norteamericanos, Europa ya no representa el mundo rico, estable y refinado que constituye el fondo de las novelas internacionales de Henry James, y tampoco representa el terreno propicio al ambiente bohemio de la primera posguerra, el país dorado de la irresponsabilidad que se extendía des de el café Montparnasse hasta l as corridas de Pamplona y las pla-yuelas de Capri y de Ischia. La Europa de Scott Fitzgerald y de The Sun Aíso Risea ha muerto al mismo tiempo que la Daisie Miller y Los Embajadores de Henry James .
Todo cambió en nuestro mundo en 1940, y las relaciones entre Estados Unidos y Europa no son excepción de la regla.
Los norteamericanos que fueron a Francia e Italia en 1918, como Hemingway, en calidad de soldados, encontraron una sociedad placentera, animada y seductora en la que la vida podía ser más atractiva y más "c reado ra" que en su pa ís . Frecuentemente, la expatriación ofrecía cier tas ventajas materiales para una vida interesante. Por el contrario, los soldados que fueron a Europa con el
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ejército de liberación en 1944, hallaron una tierra herida y desangrada por los alemanes. Esta visión de Europa fue expresada por la primera generación de novelistas de posguerra, como J. H. Bums, autor de La galería, evocación de Ñapóles en los días de la liberación, y Alfred Hayes, que recuerda en La muchacha de la via F la-minia la Roma de la misma época.
Luego de la liberación, miles de jóvenes intelectuales y de artistas permanecieron en el Viejo Continente para continuar sus estudios, pero sus ideas y propósitos eran muy diferentes de los de aquella "generación perdida". Para estos soldados licenciados, Europa había perdido mucho de su esplendor y de su fascinación superficial, pero había ganado en profundidad y en significado trágico y humano.
Me parece que, paulatinamente, la actual generación de pensadores y escritores norteamericanos está adoptando, al confrontarse con Europa, una actitud más madura y equilibrada que nada tiene en común con la del norteamericano patriotero y expatriado profesional. Con frecuencia, han sabido asimilarse la parte esencial de la cultura europea sin sacrificar la propia identidad, han adquirido conciencia de su pasado sin caer en un nacionalismo mezquino y exclusivo.
Como observa el poeta John Ciardi en el prólogo de su obra Los poetas norteamericanos de mediados de siglo (Mid-Century American Poets, Nueva York, 1950), "nuestros poetas no parecen ya sentirse forzados a rebuscar en el pasado americano como si, en cierto sentido, se encontraran obligados a demostrar que ha existido un pasado. No tienen necesidad ya de probarlo. Desde
luego, los poetas norteamericanos actuales exploran los temas americanos, pero dudo que sigan sintiendo necesidad de hacerlo de la manera excesivamente simplista que caracteriza la 'escuela del rugido' de Sandburg y de L indsay" .
Después de tanto rebuscar y de tantas angustias, muchos americanos jóvenes de hoy han adquirido una cierta seguridad del propio valor intelectual y han logrado consolidar cier tas conclusiones acerca de su identidad nacional sin necesidad de insistir sobre el pionero americano de pelo en pecho, "americano cien por c i en to" , y sin ni siquiera llorar los desaparecidos refinamientos de Londres, de la Rive Gauche o de Italia.
Al ir disminuyendo las distanc ias , desapareciendo las fronteras, y ante la comunidad de intereses y problemas, cualquier tentativa de establecer entre Europa y Estados Unidos un dualismo absoluto pierde cada vez más significado y asume un carácter artificial. Europeos y americanos, en un mundo que se torna más y más pequeño, tienen la obligación de encontrar un equilibrio y una armonía entre sus civi l izaciones.
Esto no quiere decir que esa s ín t e s i s elimine la tensión susci tada entre el "expa t r i ado" y el "p ionero" , tensión que representa una gran fuerza motriz en la vida norteamericana y un factor de suma importancia para la for-nación de una identidad nacional.
Sin duda, esta tensión pers istirá. Pues la doble polaridad Europa-Estados Unidos, expatriado-pionero, significa algo más que una división histórica: e s una manera de simbolizar la eterna lucha entre el instinto y la inteligencia, entre la tradición y la novedad, entre L'ange et la bete, entre la Cultura y la Vida.
M A R K T W A I N
H E N R Y J A M E S
T H O M A S W O L F E
WALT WHITMAN
WALLACE STEVENS
T. S. ELIOT
HERMÁN MELVILLE
EDITH WHARTON
GERTRUDE STEIN
NATHANIEL HAWTHORNE JOHN DOS PASSOS F. SCOTT FITZGERALD
E l fenómeno más sensacional de la actividad editorial europea en el período 1944-1950 fue indudablemente la gran boga de las traducciones de obras norteamericanas. La ensa
yista francesa Claude-Edmonde Magny no anduvo descaminada al itular un estudio crítico que publicó en aquella época, L'age dv ornan américain (La época de la novela americana). Recuerdo muy uen aquellos años. Como representante en Europa de una gran casa ;ditorial de Nueva York pude disfrutar en verdad de una vida fácil.
Vendí sin ninguna dificultad y sin casi encontrar objeciones de íinguna clase los derechos de casi cualquier novela. Los edito-es, que abundaban en aquella sazón, porfiaban entre ellos para irmar los contratos. Presencié fascinado y atónito aquel asalto i la literatura americana, sobre todo de ese género de literatura imericana que circula como adscrita a la escuela hard-hoiled. Con-ieso que también sentí incluso embarazo por el entusiasmo sin li-nites que manifestaba casi toda la gente culta por los autores de dlende el Atlántico.
Por otra parte, pude darme cuenta bastante pronto de que el gran prestigio de la novela americana no era tanto una victoria de mis compatriotas como un síntoma de la crisis espiritual que se manifestó dondequiera en Europa inmediatamente después de la guerra. Crisis espiritual, si se quiere, pero también crisis del espíritu crítico. El autor de ensayos francés J. M. Carré escribió en 1947: "Quisiéramos percibir en la profusión de obras que se nos vienen dando a conocer, a menudo con grandes ditirambos, algo más de discernimiento y gusto literario. Los traductores y los editores son responsables de una inflación desmedida que abruma y desorienta al público. Se tiene una impresión pronunciada de que, para desgracia nuestra, se viene eligiendo al albur".
Me encontré por tanto en aquella época no pocas veces en la desagradable situación de tener que expresar reservas poco "patrióticas" acerca de algunos autores (como Caldwell, Stein-beck, Dashiel Hammet y Horace McCoy) que la crítica europea trataba con mucho respeto. No siempre lograba darme cuenta de
la seriedad con que la que se venían comentando algunas obras que me parecían estúpidas o simplemente mediocres. Incluso un crítico agudo y enterado como Gide cayó en un error semejante, por ejemplo al atribuir casi la misma importancia a un autor de novelas folletinescas, aunque bien escritas, como Hammet.y a William Faulk-ner.
¿Se debió quizá el fenómeno a que siempre es difícil juzgar una literatura extranjera a la que, las más de las veces, nos acercamos únicamente a través de traducciones sin tener conocimientos suficientemente profundos de la sociedad que la ha producido? Sea como sea, aquel aluvión de traducciones que inundó Europa entre 1944-1955 ¿puede dar una "imagen fiel" de la literatura americana? Lo dudo. Se podría observar ante todo que la extraordinaria popularidad de que ha disfrutado la novela americana en Europa de diez años a esta parte no ha estado acompañada de una comprensión de magnitud proporcionada. Pero, en mi opinión, no es
eso todo. Aunque se encuentren traducciones del norteamericano que no den una "imagen f ie l" , la cosa no es tan grave. En ninguna gran época de la historia de las traducciones, e s decir siempre que un país ha buscado en otros lugares el alimento espiritual que no encontraba en sí mismo, ha preocupado excesivamente la fidelidad. Es verdad que las traducciones a lenguas vernáculas hechas durante el Renacimiento no dan una idea exacta y precisa de la literatura grecorromana. Sin embargo, ofrecían (como las versiones europeas de las obras americanas contemporáneas) una imagen bastante fiel de los gustos y exigencias de los propios traductores.
Se pueden identificar fácilmente las regiones de la reciente boga de la literatura americana. El movimiento comenzó en Francia en el decenio de 1920 y en el de 1930 con los descubrimientos hechos por algunos surreal is tas (especialmente Que-neau, Soupault, Duhamel), por Malraux (recordemos su prólogo a Santuario), por Sartre (que ha escri to ensayos acerca de Dos P a s s o s y Faulkner); con las traducciones de las primeras obras de Faulkner, Hemingway, Dos P a s s o s , Steinbeck y Caldwell. Irene Némirovsky, en su introducción de una novela tan típicamente hard-boiled, como El cartero siempre llama dos veces, de James Cain, resumió admirablemente los sentimientos de quienes experimentaron y avivaron es ta curiosidad: "Literatura creada por el cine y para el cine —escribió—, por el habituamiento a l as hot news y a las novelas de policías y que sin embargo se ajusta de modo paradójico al precepto de Boileau. Bien mirado, en el la 'toda palabra conduce a los acontecimientos ' . Literatura ardiente, febril y frenética, sin un gramo de refinamiento, literatura de puñetazos, que gusta sin embargo, o precisamente por ello, según el temperamento. Es sabrosa y es dura; se advierte en ella algo vivo y recio que hoy no se encuentra en absoluto en ninguna o t ra" .
La afirmación de la Némirovsky es interesante. Evidentemente, no se refiere más que a una parte muy restringida de la literatura americana. No toma en cuenta, en absoluto, a los grandes novelis-
tas del siglo XIX, como Hawthorne y Melville, que, sin embargo, tuvieron tan gran influencia sobre la novela contemporánea. Ni ci ta s iquiera la obra de Henry James en es te anál is i s , que descuida igualmente la crítica y la poesía americanas modernas, las cuales padecen hoy precisamente de un exceso de refinamiento. Esa definición de "li teratura de puñe tazos" no e s sino una definición parcial, pero era la definición aceptada por la mayoría de los lectores y editores europeos recién terminada la guerra.
Desde esa época, me parece que, para el lector medio europeo, la literatura americana quedó dividida en dos tendencias principales: la primera es la de un naturalismo a ultranza, un arte de choc y sensaciones que sat isface la afición por el neoprimitivismo y al mismo tiempo da confianza. Resumiendo, la civilización y el humanismo fueron y siguen siendo latinos y europeos. América, a pesar de su riqueza, a pesar de su potencia y de sus progresos técnicos, sigue siendo esencial mente "bárbara" . Podemos incluir en e s t e género de literatura naturalista toda una serie de novel i s tas que el lector europeo tiene por " t í p i c o s " : Caldwell, Steinbeck, James Jones , Norman Mailer, Nelson Algren y Richard Wright, y también a los escri tores hard-boiled de segunda fila, ta les como Horace McCoy o James Cain. En es te grupo se encuentra un subgénero que aunque no tiene importancia literaria alguna, s í t iene una gran importancia comercial. Se trata de la novela policíaca de enfoque sádico que roza lo pornográfico. Estos libros, que siempre se anuncian como de origen "norteamericano" en realidad no es raro que sean producción
de autores locales que firman con un nombre típicamente yanqui. La otra tendencia principal de las traducciones es la de novelas narrativas de gran longitud, libros de puro entretenimiento d e s t i nados al gran público, de las cuales el mejor ejemplo es Lo que el viento se llevó. Vale la pena recordar también a los autores de gran éxito, como Francés Parkinson Keyes, Frank Yerby y Frank Slaughter, cuyos libros son siempre best-seüers internacionales.
¿Imágenes fieles, entonces, de la literatura americana? Nada de eso. Más bien imágenes fieles de ese mito americano que ha fascinado a Europa a partir de la primera guerra mundial y que hoy ya e s t á desapareciendo. Europa ha buscado en las traducciones americanas la confirmación del mito de una Arcadia neopri-mitiva, violenta y enemiga de lo intelectual, de una Arcadia de la inocencia y la inconsciencia que jamás ha existido en lugar alguno. La moda de la novela americana refleja, sobre una gran pantalla deformadora, aquel culto del exotismo trasat lánt ico que se advierte ya en algunos surreal is tas (recordemos Westwego. Marchemos hacia el oeste , de Philippe Soupault)con el éxito del jazz , Josephine Baker, la literatura " n e g r a " , las pel ículas de gàngsters tipificados por "Scar face" .
Este gusto por lo exótico, es ta nostalgia de la inocencia, es ta rebelión contra una tradición humanista ha dejado su huella sobre toda una generación. Como decía Alexandre Astruc, uno de los jóvenes crít icos franceses más citados en el decenio de 1940 (cuando América aún disfrutaba en Francia de la malquerencia de los alemanes que la ocupaban) "ningún país desaparece más completamente bajo su propia leyenda que América. Todos los años; treinta l i b ros" (¡cifra que calcula muy por bajo la actividad de los editores hacia 1945!) "c ien pel ículas , cincuenta agencias de noticias de este nuevo país de la magia, ofrecen la imagen de un país ideal. Una América falsa, pero indudablemente más verdadera que todas las tierras reales , que se percibe a través de los rostros traslúcidos de sus es t re l las de cine, que surge de las páginas de las novelas de Hemingway y que nos brinda su alma en las variaciones melódicas de la trompeta de Armstrong. América, mito del siglo XX, que ocupó en los ensueños de los adolescentes el lugar antes reservado para el Oriente y sus e s pe j i smos" . Efectivamente, la borrachera de novelas americanas no se debió a un deseo de descubrir una nueva civilización, s ino más bien a un esfuerzo hecho para l iberarse, para renovarse, a una especie de "remontarse a los hontanares" de la emoción pura y de desembarazarse de la carga de un pretérito que se había tornado pesado e incomodo en demasía. Como señaló Harry Levin, uno de los mejores cr í t icos eruditos americanos, " s e trata de un fenómeno que puede advertirse con frecuencia en las postrimerías de un ciclo histórico: la penetración recíproca de una vieja cultura tradicional y una juvenil fuerza bárbara ."
Mas en nuestros días todo marcha aprisa y el ritmo de la historia se ha acelerado vertiginosamente. Los bárbaros se civilizan a pesar de su rudeza y de su inocencia al entrar en contacto con civi l izaciones más refinadas. Sus poderes mágicos se
agotan. Y así , la moda irrazonable de la literatura americana, cuyas inmerecidas ventajas conocí alrededor de 1946, ha disminuí-do notoriamente. Esto e s normal. Hoy las traducciones de obras americanas son bastante menos que hace diez años. Se sigue traduciendo desde luego, pero sin la vehemencia de los primeros años de la posguerra. En 1945 se leían y traducían las nuevas novelas americanas con el frenesí de un humanista del Renacimiento que hubiese descubierto un nuevo manuscrito griego, fuese el que fuese. Fue un hecho que en aquella época (y siempre recuerdo con emoción aquella amistad y aquel entusiasmo) el mito americano representó en Europa un papel comparable al de Italia en el siglo XVI y al de Alemania cuando comenzó el movimiento romántico.
Hoy, preciso es reconocerlo, hace ya años que el mito americano va descaeciendo. Quizá es demasiado parecido. Como e s cribió Cesare Pavese en 1947, "han acabado los tiempos en que descubrimos América". El exotismo ha perdido sus colores. El país del ensueño, en donde se tomaban sorbetes de ice-cream en los drugstores mientras se leían los còmics, en donde todos los negros tocaban el saxófono, en donde los gàngsters envolvían sus pistolas ametralladoras en las páginas de un periódico, ha desa-
parecido. Los contactos entre Europa y América se han multiplicado; ahora se conocen mejor, se conocen demasiado. El mito ha dejado paso a la realidad. Europa se americaniza con rapidez increíble y, en cambio, América se europeiza. Nuestra literatura ya no ofrece al lector europeo la visión exótica de un mundo amoral de violencia dominado por gàngsters, boxeadores y aldeanos incestuosos . La nueva generación de novelis tas americanos considera con reverencia a Henry James y a Marcel Proust, lee con atención las cartas de Flaubert y opina que Caldwell y Steinbeck comienzan a quedarse " a n t i c u a d o s " . Los jóvenes, en lugar de vagabundos, taberneros o braceros campesinos, como sus antecesores del decenio de 1920, son frecuentemente catedráticos universi tarios muy semejantes a sus coetáneos de la Escuela Normal de P i s a o de la Rué d'Ulm. Es palmario que la literatura americana de hoy, en la que encontramos novelas complejas que demuestran la influencia de Proust, de Flaubert, de Henry James, ya no supone choc alguno para los lectores europeos, que alimentan una cierta añoranza de los autores hard-boiled. La leyenda americana se ha desvanecido misteriosamente, y para Europa, América es hoy culpable de una madurez, de un envejecimiento si se quiere precoz e imperdonable.
Siempre, de toda gran guerra emerge una idea para el futuro. Cualesquiera que sean los vencedores, lo que en definitiva triunfa es una idea. Muchas veces no es aquélla por
la cual se declaraba combatir, sino otra muy dist inta en la que nunca se había pensado antes , ignota primero, germinante después , granada y crecida al final. Nace en el seno del conflicto, engendrada por las mismas necesidades , antes desconocidas, de la lucha. Cuando és ta termina aparece como un descubrimiento, con
una fuerza de evidencia y persuasión que no podía tener anteriormente.
De la llamada Guerra de los Cien Años —que en realidad duró desde 1340 a 1453— emergió la idea de la monarquía. A su terminación había desaparecido el lazo de la autoridad imperial que antes unía los Estados Occidentales, los cuales se habían ido concentrando en grupos nacionales separados con su organización política propia. En Francia, Inglaterra y España se constituyeron monarquías bajo la autoridad de las dinast ías y sobre la base de la unidad nacional. Precisamente en Francia, de las guerras religiosas emergió la idea de la soberanía nacional, formulada primeramente por Bodin para conseguir la paz mediante la unidad del Estado. El Estado nacional lucha por su autoridad, por su liberación de los lazos t ransnacionales del sistema medieval, por su unificación y organización. Es cierto que la idea del Es tado nacional soberano rompió la unidad de Europa, pero acaso es ta ruptura fue necesaria para que Europa no siguiera uniformándose y se constituyeran las nacionalidades que habían de darle su fecunda diversidad que tal vez origine en el porvenir una unidad más rica.
Al mismo tiempo emergió la idea del equilibrio entre las potencias europeas, sobre el cual se asentó, durante siglos, la polí t ica internacional de nuestro continente; equilibrio roto muchas
Puertas del Capi to l io USA: los Reyes Cató l icos reciben a Colón
Hacia equilibrio menos frágil: prohibición de pruebas nucleares
veces , pero también restablecido en forma idéntica o parecida. Es te equilibrio sigue existiendo —no ya solamente europeo sino mundial— en la forma de "equilibrio del terror". Ahora el equilibrio es un sistema de dos fuerzas iguales y contrarias, opuestas en línea recta, que en la mecánica e s e l más elemental, más rudimentario, más brutal, y de ahí nuestra inquietud, nuestra inseguridad. Recientemente apuntan signos de un restablecimiento del equilibrio multilateral, no sólo por la posible constitución de una Europa unida, sino también - y sobre todo— por la ascensión de China que parece haber movido a Rusia a una leve traslación hacia el Occidente.
En la paz de Westfalia, al término de la guerra de los Treinta Años, triunfó la idea de la igualdad de derechos de las dos confesiones rel igiosas, catolicismo y protestantismo, y con la disolución del Sacro Imperio Romano se afirmó el principio del equilibrio europeo. De las guerras de la Revolución francesa, que en sus principios trataba de instaurar la fraternidad humana, " l a sociedad del género humano", y de las guerras de Napoleón que pretendía la unificación de Europa, en un Imperio francés, nació paradójicamente la idea contraria: el nacionalismo que fue tomando diversas formas; el nacionalismo patriótico, susci tado por nuestra Guerra de Independencia, el nacionalismo romántico, liberal que tuvo su expresión en las revoluciones europeas de
1848, hasta transformarse en un nacionalismo agresivo, expan-sionista que rebasaba los límites de la nación.
Ya más cerca de estos días, la primera guerra mundial dio origen a dos ideas: la Sociedad de Naciones y la autodeterminación de los pueblos. Aquélla fracasó porque la paz se hizo con ideas nacionalistas. En el tratado de Versalles se injertó la Sociedad de las Naciones; ambos eran heterogéneos. Aquél, bajo la inspiración de Clemenceau, pretendía sacar las últimas consecuencias de una victoria, reduciendo los vencidos a la completa impotencia, y ésta, la Sociedad de las Naciones, evitar toda guerra en cualquier tiempo y cualquier sitio. De la mezcla salió un híbrido de Wilson y Clemenceau, de la fiereza del "Tigre" y del humanitarismo del profesor de Derecho. Ni el Tratado ni la Sociedad de Naciones lograron evitar una nueva guerra.
En cambio, triunfó el principio de autodeterminación de los pueblos, tomada la palabra "pueblo" en un sentido casi exclusivamente étnico. Triunfo relativo porque no todos los pueblos, en dicha acepción, tuvieron Gobiernos propios y porque en realidad sólo se aplicó a una parte de Europa, el Imperio austrohúngaro —aparte
de los territorios bálticos de Estonia, Lituania y Letonia, poseídos por Rusia. Wilson, el autor titulado de la idea, en uno de sus Catorce Puntos, no podía comprender la terrible historia de nuestro continente y as í quedó desmembrada aquella creación de la historia de Europa edificada por una sabia experiencia secular como barrera contra turcos y rusos. Pero el principio de autodeterminación pers is te ahora en la forma de anticolonialismo que ha conducido a la independencia de los pa íses africanos.
Preguntemos ahora cuál es la idea que ha salido triunfante de la segunda guerra mundial. No creo que nadie discuta que es el principio de interdependencia y cooperación internacional cuya vigencia futura anuncié modestamente en 1944. Hace cuarenta años, la época de 1923 y años s iguientes , era la época del déficit, déficit de todo, déficit de la producción, déficits presupuestarios, déficit de capi tales , inflación galopante y desorden monetario, paro crónico, factores todos el los que preparaban la Gran Depresión de 1929. Los vencedores de 1918 querían seguir manteniendo en la impotencia a los vencidos; también lo pretendieron los de 1945 pero con es t a diferencia: es tos últimos vieron muy pronto
que debían ayudarse mutuamente y ayudar asimismo a los vencidos. Las condiciones de una lucha tan extensa les habían obligado a una estrecha cooperación. La segunda guerra mundial dejaba tras s í problemas de tal magnitud que sólo podían tratarse por la cooperación internacional, cuya idea no nació en el cerebro de un pensador solitario sino que se había ido gestando lentamente en la lucha misma como fruto de la experiencia y simple resultado de los hechos.
La primera expresión de la interdependencia y cooperación internacional fue la ley americana de Préstamo y Alquiler, que Franklin D. Roosevelt justificaba con e s t a s senci l las palabras: "Si arde la casa de mi vecino yo le presto una manga para que apague el fuego". Pero aquella era una cooperación para la guerra se mejante a la que había exist ido en conflictos anteriores. ¿Había de regir únicamente durante el período de la lucha sangrienta? " E l principio de ayuda implicado en la ley de Préstamo y Alquiler —dijo el senador americano Ch. Demby— debe ser mantenido. El Congreso determinará la extensión y los términos de nuestra colaboración internacional después de la guerra, y acaso la cooperación combinada que ha resuelto las necesidades del tiempo de guerra pueda suministrarnos un modelo para el desarrollo de las técnicas que necesi te el manejo de problemas similares en el tiempo de paz. Hemos aprendido mucho de las dificultades crecientes vencidas mediante e s t a s organizaciones y se perdería mucho si abandonásemos tan val iosas exper ienc ias" .
Quien consagró el principio fue el criticado Franklin D. Roosevelt , mezcla de ideal is ta y real is ta que perseguía el logro de sus ideales mediante acciones limitadas y concretas. Había previsto que los primeros problemas de Europa serían el hambre y la repatriación de los prisioneros de guerra y de los obreros arrancados de sus hogares para trabajar en la industria bélica alemana.
Carta de la ONU: nuevo medio de la acción común internacional
ONU: nuevas naciones, nuevos problemas, y nuevas esperanzas. . .
En plena guerra creó el Departamento de estudios sobre la alimentación en el mundo y después de la Conferencia de la Alimentación en Hot Springs (18 mayo 1943), por él convocada, a la que asistieron representantes de cuarenta y cuatro países, quedó constituida la UNRRA (United Nations Relief and Rehabilitation Adminis-tration). En la constitución de la UNRRA, Roosevelt pronunció estas palabras: "Ningún país puede realizar por sí solo esta tarea ni sustraerse a participar en ella en medida proporcional a sus recursos. Las grandes potencias que poseen más medios son las que tienen mayores deberes y responsabilidades".
El segundo problema de orden práctico era la moneda, cuya inestabilidad había causado antes de la guerra y podía causar después, grandes trastornos en la economía mundial. Para evitarlo se constituyó otra institución de cooperación internacional, en junio de 1944, todavía en guerra; el Fondo Monetario Internacional con objeto de facilitar divisas a los Estados miembros para "dar-
les tiempo a reajustar sus balanzas de pagos sin recurrir a medidas perjudiciales a la prosperidad nacional e internacional". Pero esto no era suficiente; de nada serviría detener las variaciones del curso de la moneda de un país, si éste carecía de capital para su reconstrucción. Con este objeto se creó —también en junio de 1944— el Banco Mundial para la Reconstrucción y el Desarrollo económico. "En asuntos nacionales o internacionales —había dicho Roosevelt a principios de su presidencia—, la economía ya no puede tener su fin en sí misma; es simplemente un medio para obtener objetivos sociales". No el bienestar individual, sino el bienestar social de la nación. El, que mediante el
Abr i l 1951: nace la Comunidad Europea del Carbón y del Acero
New Deal había hecho trascender la riqueza americana de la esfera individual a la social, ahora, trataba de elevarla, con una especie de New Deal mundial, a otra esfera más amplia, a la internacional, señalando a la plétora americana el camino del mundo.
A estos organismos siguió el Plan Marshall, ya bajo el presidente Truman, y después el principio de cooperación internacional se fue extendiendo a otras esferas muy variadas, que van desde la UNESCO al Mercado Común y la Organización de Estados Americanos. Estas organizaciones internacionales o suprana-cionales no tienen todavía poderes ejecutivos, excepto las europeas de Bruselas (Comunidad del Carbón y el Acero, Euratom,
Mercado Común), pero su amplísima red abarca todos los aspectos de la vida de las naciones y señala la diferencia del mundo entre 1923, e incluso hasta 1939, y 1963, cuarenta años después; entonces, compuesto de entidades nacionales, que si bien inter-dependientes, porque no podía ser de otra manera, su interdependencia era mucho más vaga y, sobre todo, no estaba consagrada por instituciones como las hoy existentes. La diferencia es entre un mundo desordenado y un mundo que tiende a una organización general.
El espíritu de la época presente es la cooperación internacional, y quien trabaje contra ella, la dificulte o estorbe, no está
El presidente Johnson con diplomát icos de Corea, Ghana e India
actuando a la altura de los tiempos. Tal es, por ejemplo, aquella actitud que se apega a ese viejo concepto de la soberanía nacional; un concepto muy antiguo que, como hemos visto, procede de Bodin y que posteriormente fue adoptado por la Revolución francesa, significando primero la soberanía del pueblo y después se infundió en el nacionalismo patriotero para ser la soberanía intocable del Estado, que se resiste a renunciar a cualquiera de sus poderes, aunque sea en beneficio de un mejor orden internacional.
Fragmentos del Artículo "Dos Mundos Distintos", publicado en la Revista de Occidente. (Nos
8 y 9, Novbre.-Dicbre. 1963). © 1963 by Revista de Occidente. Reproducido con autorización.
EL PASADO: PUNTO DE PARTIDA PARA EL FUTURO
El período comprendido entre la primera y segunda guerra mundial fue un período en el cual el nacionalismo dividió a sus propuestas víctimas y engendró la agresión. Fue una
época en la cual la angustia económica socavó la democracia y la paz. Los rasgos particulares de aquel tiempo que hoy recordamos son la abrumadora carga de las reparaciones: las enormes e incontrolables deudas internacionales y el aumento de las barreras co-
JOHN W. TUTHILL
merciales y arancelarias que se produjo lentamente al principio y después a una velocidad alarmante. Cada país intentaba exportar sus problemas a otros pa í ses . El inevitable caos se produjo en 1929 y en los primeros años de la década de 1930. En Europa y en los Estados Unidos millones de personas se encontraron sin trabajo y cas i sin esperanzas, porque nuestros gobiernos habían mantenido su total independencia y se habían negado a ceder cualquier parte de su soberanía a través de la cooperación con sus vecinos. Finalmente, el egotismo político hizo que el desastre económico desembocara en los horrores de una guerra que llevó el terror y el sufrimiento a todos los afectados por el la. También llevó a la Unión Soviética al corazón de Europa.
Ya en los propios días tenebrosos de la segunda guerra mundial se hicieron planes y se dieron algunos primeros pasos que, según se esperaba, evitarían al menos algunas de las reacciones económicas y, por lo tanto, quizá también algunas de las reacciones pol í t icas , así como algunas de las consecuencias , que se habían producido tras la primera guerra mundial.
Debido a la negativa de la URSS y del bloque comunista a participar en ciertas organizaciones mundiales, la atención de las naciones de la región atlántica comenzó a desplazarse hacia la intensificación de la cooperación regional.
La primera gran organización regional tuvo sus comienzos en 1947 sobre la premisa fundamental del Plan Marshall. Dicha premisa era que la ayuda norteamericana a Europa ser ía más eficaz si se canal izase , no hacia cada uno de los países , sino, en el mayor grado posible, a través de una organización que representase a todos los países recipientes. Esta organización —la OECE— preparó un plan común para la mejor utilización de la ayuda, más sobre una base europea que sobre una mera base nacional. La OECE fue transformada en 1961 en la OCDE, que tiene un marco de referencias nuevo y más amplio y a la cual pertenecen también los dos pa íses americanos que colaboran en ella.
Junto al campo económico y financiero, la amenaza de la agresión soviética obligó a las naciones de la zona del Atlántico Norte a actuar también en el campo de la defensa regional. Ello se hizo a través de la OTAN, basada en la teoría de que manteniéndonos firmemente unidos, en vez de marchar por caminos separados, tendríamos el poder y el patente propósito de resist ir la agresión.
En 1950, algo nuevo apareció en el escenario europeo y, por por tanto, en el atlántico, con la propuesta de Robert Schuman, aceptando el plan de Jean Monnet para establecer la Comunidad del Carbón y del Acero. Ello constituyó una magnífica ruptura con el pasado, ya que en vez de esperar hasta la aparición de una amenaza, los fundadores de la Comunidad del Carbón y del Acero decidieron mirar hacia adelante y poner en movimiento intereses conducentes hacia la unidad política de Europa. Este proceso —hacia la auténtica unidad europea— ha recibido continuo apoyo y aliento del gobierno de los Estados Unidos, a través de una Administración demócrata, de una republicana y, de nuevo, de una demócrata. Hoy cuenta con tal apoyo.
Viena : e l comunismo se manif iesta en oposic ión al Plan Marshal l
Hace poco más de año y medio, se produjo un acontecimiento sin precedentes en la parte occidental del Atlántico Norte, en un discurso del Presidente de los Es tados Unidos —del presidente Kennedy— que quizá no fue tan advertido en Europa como hubiera debido serlo. El Presidente eligió el 4 de julio, Día de la Independencia americana y eligió un edificio de Filadèlfia, Independence Hall, lleno de historia americana. Y allí proclamó no la independencia de los Estados Unidos, sino la interdependencia de toda la región atlántica. Requirió una "Comunidad At lánt ica" entre los Estados Unidos y Europa. Ello fue un histórico apartamiento de nuestras proclamaciones pasadas y se basó no sólo en sueños sino en una comprensión de las necesidades de la humanidad.
Esto fue nuevamente subrayado en junio del año pasado, cuando el mismo Presidente dijo: " E l futuro de Occidente radica en la Comunidad Atlántica, un sistema de cooperación, interdependencia y armonía, cuyos pueblos pueden enfrentarse conjuntamente con sus cargas y oportunidades en todo el mundo. Algunos dicen que e s sólo un sueño, pero yo no estoy de acuerdo. Una generación de logros —el Plan Marshall, la OTAN, el Plan Schuman y el Mercado Común— nos apremia hacia el camino de una mayor unidad" .
El presidente Lyndon B. Johnson señaló su propia consagración personal a la Comunidad Atlántica poco después de tomar posesión, diciendo: "Refleja también el hecho de que mi país sabe que su seguridad sólo puede ser asegurada y sus intereses y valores sólo pueden ser promovidos mediante una estrecha comunidad con Europa en las tareas comunes" . Jean Monnet
LAS ACTUALES ENCRUCIJADAS Del examen de la historia reciente se podría deducir que el ca
mino hacia el futuro —el camino que hay que tomar para hacer frente a los muchos retos con que se enfrentan las naciones atlánticas— es claro. Deberíamos continuar por la ruta que hemos seguido desde el final de la guerra y perfeccionarla y ampliarla.
Sin embargo no e s tan senci l lo . En ambos lados del Atlántico se han alzado voces diciendo que todo lo que hemos hecho desde el final de la segunda guerra mundial es meramente una desviación temporal de los auténticos caminos de l a s naciones, desviación que refleja la abrumadora preponderancia del poder en una parte. La conclusión que se saca de ello es que, ahora que Europa se ha recobrado, ahora que la situación mundial parece un poco más optimista, debería producirse un aflojamiento de los lazos , una substitución de los movimientos hacia la integración por la cooperación, más fácil y más indefinida, de la preguerra.
Se dice que estamos en un momento de pausa en la guerra fría entre el Este y el Oeste. Igualmente, yo creo que estamos en un momento de pausa en nuestras relaciones a t lánt icas , en el cual los pueblos es tán comprobando los méritos relativos de los diferentes puntos de vista que se defienden. ¿Debemos proseguir por la ruta atlántica o debe producirse un aflojamiento de la relación, tendiendo Europa y Norteamérica a volver a la tradición de los es tados nac iona les del siglo XIX y principios del XX?
Yo, personalmente, estoy en contra del viejo sistema decimonónico de alianza, de tipo tradicional, de los es tados nacionales, porque creo que tiene una mayor tendencia a la introspección, en el sentido de que se concentra en los problemas de los miembros, y e s menos probable que mire hacia el exterior, hacia los problemas mundiales. La razón de ello e s que en cada problema discutido se tienen que pesar las consideraciones nacionales en vez de avanzar hacia un objetivo de unidad política en Europa y hacia una relación permanente y más estrecha en toda la región at lántica y más allá de el la, según e s de esperar. Una de las corrientes más
La acción conjunta en el campo de la defensa regional: la OTAN
fuertes que discurren a través de toda nuestra civilización occidental, procedente de nuestra herencia griega, judía y crist iana, e s que el hombre tiene e l poder y la responsabilidad de conformar la realidad más cerca de sus anhelos. Sin embargo, esta herencia nos enseña también que no podemos sentirnos satisfechos en función de nuestra propia prosperidad e ignorar las necesidades y problemas de los oíros.
Los imperativos actuales han sido muy bien expuestos por Walt W. Rostow, Presidente de la Comisión de Planificación Pol í t ica del Departamento de Estado de los Estados Unidos, cuando recientemente dijo:
" L a naturaleza de la tecnología militar, y de la capacidad nuclear comunista, impone que la Comunidad Atlántica sea aproximadamente la unidad más pequeña capaz de organizar una defensa nacional y efectiva de Europa. El problema de organizar una comunidad de naciones independientes que incluya tanto a las naciones avanzadas de la parte Norte del mundo libre como a las naciones en rápido avance de Asia, Oriente Medio, África e Iberoamérica, exige igualmente que trabajemos de acuerdo a través del Atlántico. Los problemas que nosotros tenemos planteados por l as negociaciones con Moscú encaminadas hacia el control de las armas atómicas afectan los intereses vitales de todas las naciones de la Comunidad Atlántica, lo que exige resoluciones dentro de tal familia; y también, en último término, lo exige el problema de la China comunista, su actual postura agresiva y su postura futura, especialmente cuando logre una capacidad nuclear.
Escudriñando el futuro con toda la imaginación de que somos capaces , no podemos imaginar un momento relevante para la actual planificación en el cual no sea ventajoso para Europa unirse y trabajar de acuerdo con Norteamérica.
Dicho de otra manera: no vemos sino peligro para todos nosotros si Europa se separase de los Estados Unidos o si considerase su gran prosperidad y la reciente disminución de las tensiones con Moscú como una ocasión en la cual se pudiese dar de nuevo rienda suelta a un nacionalismo pasado de moda".
En un posterior discurso, afirmó: "S i , en efecto, el punto decisivo de 1961-62 se convertirá en
una línea divisoria en la historia humana, en la cual la guerra fría va dando paso gradualmente a una comunidad de naciones progresiva y pacífica, o si llevará simplemente a un paréntesis entre dos ofensivas comunistas, depende principalmente de lo que nosotros, en el mundo libre, hagamos de ese intervalo.. . Es evidente —en el Sudeste de Asia y en el Caribe, por ejemplo-*- que el peligro comunista sigue siendo agudo. La paz no ha estallado; nos enfrentamos tanto con peligros como con oportunidades. Sin embargo, la iniciativa es tá en nuestras manos si tenemos la voluntad y clarividencia de hacernos con e l l a " .
LOS PROBLEMAS QUE NOS ACOSAN Ha sido alentador ver signos de recientes progresos, ya que
desde el 14 de enero de 1963, hace más de un año, el progreso, tanto en la Comunidad Atlántica como en la unificación europea, ha aminorado considerablemente su ritmo. Sin embargo se ha producido algún progreso.
En primer lugar, se han hecho progresos, modestos pero autént icos , en busca de mejores soluciones, dentro de la OTAN, de los decis ivos problemas del poder y la responsabilidad nuclear. El proyecto concreto es la propuesta de una flota multilateral de la OTAN dotada de proyectiles bal ís t icos . Las discusiones polí t icas y técnicas preliminares a la redacción de una carta es tán ya cerca de sus fases finales. Ocho gobiernos, incluidos la República Federal Alemana, el Reino Unido e Italia, como asimismo los Estados Unidos, están participando en ta les conversaciones. Seis de el los, incluidos los mencionados, tomarán parte en una demostración a bordo de un destructor dotado de proyectiles bal ís t icos, y con tripulación mixta, que será facilitado por los Estados Unidos en un futuro próximo.
La propuesta fuerza multilateral contribuirá notablemente a nuestra defensa común. Los expertos militares que han estudiado el asunto opinan unánimemente que la fuerza multilateral e s una propuesta práctica y auténticamente realizable, que tiene una importante utilidad militar. Al mismo tiempo, encerraría la posibilidad de transformarse en una fuerza de control europeo, estrechamente aliada con los Estados Unidos, en el caso de que la unidad política europea se convierta en una realidad y de que una Europa unida desee continuar a lo largo de ta les l íneas .
Finalmente, parece ser la única solución razonable y práctica del gran problema de compartir la defensa nuclear de que podemos disponer hoy. Las alternativas que se han sugerido, o estarían pronto en desacuerdo con las realidades polí t icas, o son de tal c l a se que pondrían en peligro la unidad y cohesión de
la Alianza at lántica y, en realidad, la seguridad de todo el mundo.
EL "TURNO KENNEDY" En el campo de nuestro mu
tuo interés en ampliar el comercio recíproco, tenemos una oportunidad muy especial , en virtud de la nueva legislación comercial norteamericana aprobada en 1962, para reducir considerablemente las barreras comerciales subsistent e s . La Administración de los Estados Unidos solicitó, y obtuvo, del Congreso autorización para realizar negociaciones encaminadas hacia reducciones recíprocas de un 50 por ciento en la protección arancelaria. Esta legislación e s conocida ahora como la Ley de Expansión Comercial de 1962. En honor del hombre que, mediante sus dotes de imaginación, es tableció para nosotros es te mutuo objetivo, las negociaciones han llegado a ser conocidas bajo la denominación de "Turno Kennedy" y se iniciarán formalmente en Ginebra, en el mes de mayo.
La aprobación de la Ley no fue, por supuesto, una mera respuesta a los problemas que he c i tado. El presidente Kennedy reconoció la importancia política que tendrían para todo el mundo unas barreras comerciales reducidas. Estimó que una aumentada competencia en los Estados Unidos y en el extranjero estimularía nuestras economías y aumentaría considerablemente el bienestar económico mundial. Por ello apoyó con todo su prestigio y poder la aprobación de las leyes que permitiesen la mayor reducción en la historia arancelaria americana y que habil i tase a los Estados Unidos para hacer frente a las pet iciones de nuestros asociados de que redujésemos nuestras tarifas globalmente.
LA AGRICULTURA EN LAS NEGOCIACIONES La reunión ministerial del GATT del pasado mes de mayo de
cidió "que en vista de la importancia de la agricultura en el comercio mundial " e l "Turno Kennedy"de negociaciones comerciales tendría que tomar medidas para "un desarrollo y expansión importantes del comercio agrícola mundial".
Es ta decisión es de gran importancia para los Estados Unidos que, debido a su gran extensión territorial y a su eficiente producción agrícola, son el mayor exportador mundial de productos agrícolas .
Desde el punto de vis ta de los intereses a largo plazo del mundo libre, es bastante conveniente que los Estados Unidos sean un productor agrícola tan eficiente. Como se recordará, t ras la segunda guerra mundial, fueron los Estados Unidos quienes, aumentando en alto grado su producción agrícola, hicieron frente a las e s c a s e c e s alimenticias en Europa y en otros lugares. Por ejemplo, la superficie destinada al cultivo del trigo fue ampliada de 53 millones de acres en 1942 a 84 millones de acres, en 1949. Una vez que se atendió a las necesidades de emergencia, tal superficie fue reducida a unos 55 millones de acres, en 1961.
El año pasado, como es sabido, los países de la Comunidad Económica Europea tuvieron una reducida cosecha de trigo. La producción triguera fue unos se is millones de toneladas métricas menor que la de 1962. Además una proporción del trigo mayor de la corriente no era susceptible de molturación. Así, se es tá acudiendo actualmente a los Estados Unidos y a otros países productores de ultramar para cubrir la diferencia mediante la venta de trigo de sus reservas .
Es absolutamente imposible decir, s í , queremos utilizar esta capacidad productiva en los años malos, pero en los años buenos se le impedirá la entrada. Tiene que haber un acceso razonable continuo a los mercados. Esto e s lo que los Estados Unidos están pidiendo para s í y para otros pa íses de exportación agrícola.
A cambio, los Estados Unidos están dando razonable acceso a sus mercados propios. En efecto, los Estados Unidos son por orden de importancia el segundo país importador de productos agrícolas en el mundo, muy poco por debajo del Reino Unido. Un es tudio reciente muestra que los Estados Unidos son el más liberal de los grandes países del mundo libre desde el punto de vista de las restr icciones a las importaciones agrícolas. Los Estados Unidos protegen sólo el 26 por ciento de su producción agrícola mediante barreras no arancelarias, ta les como cupos. No emplean regulaciones múltiples o gravámenes variables para restringir l as importaciones. En Europa, la protección por ta les medios oscila entre un 60 y un 100 por ciento de la producción agrícola.
Los Estados Unidos reconocen plenamente que a medida que aumenta la eficiencia agrícola europea, la producción agrícola europea se expande. Reconocen la necesidad que sienten los gobiernos europeos de facilitar protección a sus agricultores.Reconocen también el derecho de los Seis a establecer una política agraria común, sin la cual no puede haber un Mercado Común. La creación
del Mercado Común sigue contando con el fuerte apoyo de los Estados Unidos.
Es indiscutible que todos e s tos problemas nos van a acompañar durante mucho tiempo. No hay camino alguno por el que podamos apresurarnos a través de las soluciones inmediatas, pero hemos de avanzar implacablemente, sin gestos teatrales , desbrozando lentamente el camino hacia la inquebrantable substancia de los problemas.
CONCLUSIÓN De todo esto resulta claro que
las naciones de la zona del Atlántico tenemos ante nosotros una se rie de difíciles pruebas.
Hemos avanzado mucho desde 1945, construyendo sobre la base de las duras lecciones aprendidas en la guerra y en el largo período de inestable paz entre l as guerras. La senda que hemos seguido es la cooperación, que estamos continuando para desarrollar una comunidad entre una Europa totalmente unida y los Estados Unidos.
Los próximos años nos dirán si podemos continuar hacia e s t a meta o si nos dispersaremos, marchando una vez más por la ruta del nacionalismo y de las a l ianzas tradicionales, retornando una vez más a los viejos usos del siglo XIX y comienzos del XX.
Los que nos preocupamos por el futuro de Occidente y, por lo tanto, del futuro del mundo, no podemos hacer nada mejor que recordar las palabras pronunciadas por el presidente Kennedy el pasado mes de junio en la Paulskirche:
"Que no se diga de esta generación atlántica que hemos abandonado al pasado los ideales y las previsiones, ni a nuestros adversarios la voluntad y la determinación".
• Qué ha de entenderse en conclusión por Comunidad Atlán-
Ó tica? Durante los últimos diez años un buen número de libros y de artículos han visto la luz, presentando tesis para
todos los gustos. Resulta interesante que, con muy pocas excepciones, aun entre aquellos que con mayor entusiasmo apoyan la idea de una Comunidad Atlántica, no exista un claro concepto sobre qué naciones han de formar parte de la Comunidad. Tampoco han podido los defensores de esta última ponerse de acuerdo con respecto a cuál sea la mejor forma de organización política para una tal Comunidad. Personalmente entiendo que hasta el momento
CHRISTIAN A . H E R T E R
Ex secretar io de Estado.
Representante especia l de
los Estados Unidos para
Negociaciones Comerciales
es natural y prudente evitar todo acercamiento dogmático tanto a la cuestión de las naciones que habrán de iniciar la Comunidad como a la de la forma que habrán de adoptar las instituciones políticas que de ella se deriven. Los diversos caminos hacia la unidad hoy existentes han de mantenerse abiertos. Por esto no me disculpo de no haber incluido en este volumen un detallado esquema de la cuestión.
Según se desprende de mis conversaciones con dirigentes políticos y con ciudadanos en calidad privada interesados en los problemas de una más amplia unidad, estoy convencido de que la gran mayoría de los mismos piensan que Europa debe lograr su unidad política como medida previa a cualquier discusión con el Canadá y con los Estados Unidos respecto al carácter constitucional de una Comunidad Atlántica. Si bien todos ellos reconocen que el Canadá y los Estados Unidos, como miembros de la OTAN y desempeñando el último de estos dos países la función dirigente de la alianza militar, se hallan ya de importante modo comprometidos en garantizar la seguridad militar de Europa, piensan sin embargo que, al margen de la alianza militar, las relaciones políticas de estos dos países de América del Norte con Europa no deberían abordarse hasta que las principales naciones europeas se hayan integrado lo bastante para poder discutir la cuestión con una voz única. La misma verdad se repite en relación al campo económico, si bien la colaboración comercial entre ambas orillas del Atlántico habrá de proseguirse, con independencia de los términos que rijan la eventual asociación económica entre América del Norte y Europa.
Los sentimientos que abrigan los europeos al respecto son bastante comprensibles. Entienden éstos que unidos se hallarán en condiciones de negociar con los países de América del Norte sobre una base de igualdad, y que de este modo un más duradero tipo de colaboración podrá probablemente lograrse. Es creencia mía que la actual administración en los Estados Unidos sustenta un idéntico criterio. Este criterio ha comenzado a designarse hoy en día como la concepción dumbbell (pesas gimnásticas), concepción que entiende que una alianza política o económica podrá ser más potente cuando haya sido acordada por asociados que hayan negociado con semejante peso de autoridad por cada lado. Sustento personalmente la opinión de que la integración europea y las discusiones para llevar a cabo una Comunidad Atlántica pueden seguir pasos casi paralelos.
Si los actuales esfuerzos en pro de la integración política europea fuesen frenados, un nuevo avalúo de la situación se haría necesario. Hasta el presente, el peligro de su obstaculización radica en las grandes diferencias hoy existentes en el propio seno de la Comunidad Económica Europea. El general de Gaulle ha dejado muy claramente sentado que tan sólo apoyará lo que él llama PEwope des Patries. Esto sin duda significa una vaga especie de confederación en la que cada nación conservaría completamente su soberanía y en la que no se reconocerían derechos a un organismo supranacional que pretendiese obligar por vota-
ción proporcional. Es difícil predecir la evolución que habrá de sufrir la posición francesa al respecto, pero resulta interesante advertir que en mayo de 1962 cinco miembros del gobierno de Gaulle presentaron la dimisión debido a un desacuerdo con el general en e s t a s cuest iones .
Por otra parte, cuando el ministro francés de asuntos exteriores presentó a la Asamblea Nacional en junio de 1962 el plan de la política exterior francesa, el gobierno se negó a permitir una votación que aprobase o censurase el plan presentado. Casi la mitad de los miembros del parlamento abandonaron la sa la . Es ta retirada y las consecuentes posiciones adoptadas por los dirigentes de los partidos políticos más importantes del país son hechos que han sido generalmente interpretados como un reflejo del amplio desacuerdo existente en el Parlamento en cuanto a las ideas del presidente de Gaulle sobre la unidad política europea.
Es para mí evidente que el desarrollo de una efectiva Comunidad Atlántica, por nebulosa que en algunos aspectos pueda de momento parecer, debe sin embargo proseguir su proceso evolutivo. Como requisito previo, los acuerdos que se refieran al uso de la fuerza nuclear y el papel que habrá de corresponder a las naciones europeas y a los Estados Unidos en e l primordial aspecto militar, son cuestiones que han de hallar una solución. La asociación comercial con Europa, por otra parte, acariciada por la política comercial de nuestra administración, deberá avanzar bastante más allá del punto en que hoy se halla antes de que puedan ser fructíferamente discutidos los mecanismos de una común política. El objetivo a largo plazo debe no obstante mantenerse vivo en la mente. Estoy convencido de que ni las al ianzas militares ni las asociaciones comerciales pueden ser duraderas sin el esencial engrudo de las insti tuciones polí t icas. Pero estoy igualmente convencido de que las primeras son prerrequisitos para la formulación de las segundas. Existen desde luego quienes creen que debería producirse una inversión en es te orden de prioridad y que deberíamos por lo tanto trabajar hasta garantizar de una vez una unidad política, basándose para ello en la idea de que los problemas económicos y militares e s más probable que encuentren solución si un mecanismo federal ha sido antes creado. No estoy de acuerdo con es te punto de vista.
Actuar con diligencia e s de fundamental importancia. Existe un cierto grado de urgencia con respecto a los progresos a realizar que no e s suficientemente valorado, particularmente en nuestro país . La total concepción de una efectiva Comunidad Atlánt ica puede naufragar si se pretende llevarla demasiado lejos en un tiempo en que los procesos integradores aún no han alcanzado sus fines en Europa mientras nuestra asociación comercial con es te movimiento integrador se halla aún en discusión y mientras nos hallamos aún a la búsqueda de una solución para e l problema de la participación en el control de la fuerza nuclear. De es to no cabe duda. Pero las ventajas de una rápida actuación son con todo obvias.