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MUJERES ESCRITORAS: EL DERECHO A LA PALABRA 1 Augusto Escobar Mesa Universidad de Antioquia [email protected] Es de dominio público el conocimiento de “Los derechos del hombre” promulgados en 1789 en Francia, pero se ignora que en ese mismo momento la hija de un carnicero, Marie Gouze o Olympe de Gouges, envía a la Asamblea Nacional una declaración de “Los derechos de la mujer y de la ciudadana”, que no tuvo eco en los líderes de la Revolución Francesa, 2 más sí la guillotina, pero se anticipa en casi dos siglos al gran movimiento de la mujeres a mediados del siglo veinte en pro de sus derechos. La declaración de Gouges, de la que traemos algunos apartes significativos, sirve para hacer una reflexión sobre el papel de la mujer escritora colombiana de finales del siglo XX y la revaloración de las ideas de la escritora Soledad Acosta de Samper (1833-1913) que no escatimó recurso ni medio para levantar su voz a favor de la mujer durante cuarenta años. Preámbulo Las madres, hijas, hermanas, representantes de la nación, piden que se las constituya en asamblea nacional. Por considerar que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados de la mujer a fin de que esta declaración, constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes, a fin de que los actos del poder de las mujeres y los del poder de los hombre puedan ser, en todo instante, comparados con el objetivo de toda institución política y sean más respetados por ella, a fin de que las reclamaciones de las ciudadanas, fundadas a partir de ahora en principios simples e indiscutibles, se dirijan siempre al mantenimiento de la Constitución, de las buenas costumbres y de la felicidad de todos. En consecuencia, el sexo superior tanto en belleza como en coraje, en los sufrimientos maternos, reconoce y declara, en presencia y bajo los auspicios del Ser supremo, los Derechos siguientes de la Mujer y de la Ciudadana.

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MUJERES ESCRITORAS: EL DERECHO A LA PALABRA1

Augusto Escobar Mesa Universidad de Antioquia

[email protected]

Es de dominio público el conocimiento de “Los derechos del hombre” promulgados en 1789 en Francia, pero se ignora que en ese mismo momento la hija de un carnicero, Marie Gouze o Olympe de Gouges, envía a la Asamblea Nacional una declaración de “Los derechos de la mujer y de la ciudadana”, que no tuvo eco en los líderes de la Revolución Francesa,2 más sí la guillotina, pero se anticipa en casi dos siglos al gran movimiento de la mujeres a mediados del siglo veinte en pro de sus derechos. La declaración de Gouges, de la que traemos algunos apartes significativos, sirve para hacer una reflexión sobre el papel de la mujer escritora colombiana de finales del siglo XX y la revaloración de las ideas de la escritora Soledad Acosta de Samper (1833-1913) que no escatimó recurso ni medio para levantar su voz a favor de la mujer durante cuarenta años.

Preámbulo

Las madres, hijas, hermanas, representantes de la nación, piden que se las constituya en asamblea nacional. Por considerar que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados de la mujer a fin de que esta declaración, constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes, a fin de que los actos del poder de las mujeres y los del poder de los hombre puedan ser, en todo instante, comparados con el objetivo de toda institución política y sean más respetados por ella, a fin de que las reclamaciones de las ciudadanas, fundadas a partir de ahora en principios simples e indiscutibles, se dirijan siempre al mantenimiento de la Constitución, de las buenas costumbres y de la felicidad de todos. En consecuencia, el sexo superior tanto en belleza como en coraje, en los sufrimientos maternos, reconoce y declara, en presencia y bajo los auspicios del Ser supremo, los Derechos siguientes de la Mujer y de la Ciudadana.

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I La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden estar fundadas en la utilidad común.

II El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de la Mujer y del Hombre; estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión.

III El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación que no es más que la reunión de la Mujer y el Hombre: ningún cuerpo, ningún individuo, puede ejercer autoridad que no emane de ellos (Gouges 1994:155-156).

Este proyecto de decreto propuesto a la Asamblea Nacional es suficientemente ilustrativo de la conciencia alcanzada por un grupo de mujeres francesas, alentado, en particular, por el espíritu igualitario y universalista del humanismo de la Ilustración que proclamaba, entre otras ideas, “una necesaria identidad entre ambos sexos como único medio para la liberación del ‘segundo’ sexo” (Kristeva 1995:192).3 Otra iniciativa en ese sentido la vemos formulada un siglo después, en 1893, por Soledad Acosta de Samper que servirá de preámbulo a la presentación breve de un grupo de escritoras colombianas testigas de una buena parte de la segunda mitad siglo veinte y comienzos del nuevo milenio. Soledad Acosta de Samper y la defensa de los derechos de la mujer En un congreso iberoamericano reunido en Madrid en 1892 con motivo del cuarto centenario del Descubrimiento de América, la escritora Soledad Acosta, delegada oficial de Colombia, presenta una ponencia en la resalta el papel de la mujer en América.4 En ella demuestra –tal vez teniendo en cuenta la participación de las mujeres durante la revolución francesa–5que la mujer colombiana y latinoamericana es apta para ejercer cualquier profesión, pero es necesario que la sociedad y las políticas de los gobiernos contribuyan a ello con la necesaria educación porque así lo demandan los nuevos tiempos. “La mujer del siglo que expira, afirma, ha transitado por todas las veredas de la vida humana” (73). Siguiendo una idea del escritor francés Aimé Martin, la escritora cree que el futuro de la sociedad se halla en manos de la mujer y “será

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el agente de la revolución moral que hace tiempo empezó y que aún no ha concluido” (73). Pero habrá que esperar seis décadas para que esta revolución comience a darse en la parte más desarrollada de la sociedad occidental. Ante el auditorio mundial de ese final de siglo XIX, Soledad Acosta se muestra convencida del destino y papel histórico de la mujer en el nuevo siglo que se avecina. Es consciente que mental, moral e intelectualmente no existe diferencias entre los géneros, lo que en realidad ha habido ha sido una injusta y desigual oferta de oportunidades, en especial en el campo de la educación y de derechos ciudadanos de los que ha estado casi absolutamente excluida la mujer. Por eso reafirma sus dotes intelectuales y su capacidad para “comprender lo que se les quiera enseñar con la misma claridad que lo comprenden los varones” (74).6 Insiste en señalar que no pocas mujeres en todos los tiempos y distintos lugares se han distinguido por sus capacidades y han mostrado competencia en los diversos oficios, profesiones y artes, inclusive en el manejo de la vida pública. En todas parte las mujeres se “han manifestado dignas del respeto y la estimación en general”, sin que por ello hayan tenido que renunciar a su condición femenina, ni tampoco a las labores de su hogar, ni al cuidado de sus familias. Soledad Acosta misma como novelista, historiadora, ensayista y miembro prestante de academias de historia de varios países de América, constituye un ejemplo de que la mujer con las mismas condiciones que el hombre puede llegar tanto o más lejos que éste. La escritora ilustra a su público con la mención de muchas mujeres que se han desempeñado brillantemente en todas las profesiones, en todas las artes, “en todos los oficios honorables” (75) y cita, entre otras muchas, a científicas, administradoras, religiosas misioneras y en particular a la escritora Enriqueta Beecher Stowe, autora de la exitosa novela La cabaña del tío Tom, a la española Emilia Pardo Bazán y a la políglota rusa Elena Blavatsky, reconocida por el dominio de más de cuarenta lenguas antiguas y modernas, todo ello para mostrar como éstas y tantas otras han dedicado su pluma a influir sobre las cuestiones sociales que tanto preocupan y se discuten en el mundo.7 Para la escritora

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colombiana esto prueba hasta la evidencia que “el talento no es patrimonio exclusivo de los hombres” (76). Sin embargo, reconoce que lo alcanzado por una minoría de mujeres no ha sido fácil ni lo será en el futuro para la mayoría de la población femenina que vive realmente marginada por la exclusión de que ha sido objeto. Soledad Acosta no verá sus anhelos realizados, pero su simiente germinará en otras mujeres y, muchas décadas después aquel ferviente alegato por una mayor equidad de género e igualdad de derechos comenzará a rendir sus frutos. Gran parte de la conferencia de la novelista colombiana está dedicada a mostrar con datos y nombres propios que la mujer ha tenido y cumple, sobre todo en el presente, un papel relevante en la historia y la sociedad de su tiempo, empezando por el caso de la América hispana, especialmente por la “heroica conducta de la mujer española y americana durante las guerras llamadas de la Independencia” (76). Es evidente el sentido de realidad de Soledad Acosta cuando admite que aunque lo logrado es importante resulta aún insuficiente porque aún son demasiadas las resistencias para que la sociedad masculina acepte que la mujer puede tener igual desempeño que el hombre y permita la emancipación política de la mujer. “La sociedad actual tan llena de contradicciones” no admite que se haya “levantado una VOZ que ha hecho estremecer a muchos hombres” (81). Según la escritora Acosta, la postura asumida por un grupo de mujeres en pos de iguales reconocimientos que gozan los hombres ha motivado diversas reacciones en estos. En unos ha generado risas, en otros odio, en algunos “guerra cruda a las mujeres que se dedican a la literatura” (82) y “generosa defensa en unos pocos” (81). Como un nuevo Prometeo y visionando una sociedad nueva para sus colegas, Soledad Acosta levanta su voz decidida en un foro universal de mayoría absoluta masculina para afirmar que el tiempo de sometimiento de la mujer a los oficios exclusivos del hogar y a un estado permanente de ignorancia a pesar de ella “ha terminado; las 'preciosas ridículas' no son de este siglo” (83). Interroga a los hombres y a la sociedad representada en aquel congreso sobre “si será conveniente, si será justo, si será razonable, si será discreto, dar a la mujer la libertad suficiente para que ejercite sin trabas la inteligencia que Dios le ha concedido” (83), y la respuesta la da ella misma de manera categórica al introducir

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el principio moderno de la afirmación y responsabilidad individual por encima de los propios condicionamientos históricos y sociales. Si bien ella opta por romper con una tradición milenaria que niega todo derecho a la mujer, respeta la decisión de aquellas que aceptan vivir bajo la dependencia y voluntad del hombre. Sin embargo, se reafirma en su convicción cuando dice que “creo que lo justo, lo equitativo será abrir las puertas a los entendimientos femeninos para que puedan escoger la vía que mejor convenga a cada cual”. Son dos caminos “igualmente honorables sin duda, pero muy diferentes” (83). Es consciente –aquí sienta una nueva posición de avanzada para su momento– que ni la vía del servilismo voluntario por más buena ama de casa que sea, ni su contraria la de la intelectual que busca equipararse al hombre renegando por ello de su condición para lograr un estatus y reconocimiento es la salida a desafíos de los nuevos tiempos. El presente lleva a la mujer a replantear su verdadera condición en un mar de restricciones y prevenciones sociales. Sin importar la opción que asuma, la mujer debe ser consciente que debe reafirmar, ante todo, su condición de género; no hacerlo implica hacer caso omiso al llamado de los nuevos tiempos y renegar de su condición como históricamente ha sido. Soledad Acosta enfatizará en su convicción de que el talento, la inteligencia no es prerrogativa de nadie sino que es constitutiva, si así se asume, de la voluntad de poder de los individuos, pero a ello deben contribuir las políticas de los estados brindando igualdad de oportunidades y mayor equidad social. Concluye su defensa acérrima de los derechos de la mujer con un anuncio premonitorio y una conciencia clara de la acción a emprender por parte de la sociedad: “en el siglo que en breve empezará la mujer tendrá libertad para escoger una de esas dos vías, pero jamás será respetable; nunca será digna del puesto que debe ocupar en el mundo si renuncia a ser 'mujer' por las cualidades de su alma, por la bondad de su corazón, y si no hace esfuerzo por personificar siempre la virtud […] y la parte buena de la vida humana” (84). Con esas cualidades que tienen un peso específico en la mujer, Soledad Acosta de Samper reivindica, además de su condición de ser inteligente, talentosa y atenta a los signos de los nuevos tiempos (moderna), un espíritu y una sensibilidad en la mujer –ausente en la mayoría de los hombres–, que resulta siendo un valor agregado que puede hacerla en muchos casos superior.8 Lo expresado por Soledad

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Acosta y dirigido a las mujeres pero con énfasis a los hombres y gobernantes para que cambien de actitud, recoge en el fondo el espíritu de la “Declaración de los derechos de la mujer” de Olympe de Gouges, cuando en dicho manifiesto hace un llamado a los hombres de esta manera categórica:

Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta; al menos no le quitarás ese derecho. Dime, ¿quién te ha dado el soberano poder de oprimir a mi sexo? ¿Tu fuerza?, ¿tus talentos? Observa al creador en su sabiduría; recorre la naturaleza en toda su grandeza a la cual pareces querer acercarte y dame, si te atreves, el ejemplo de este dominio tiránico. Remóntate a los animales, consulta los elementos, estudia los vegetales, echa finalmente una mirada a todas las modificaciones de la materia organizada; y ríndete a la evidencia cuando te ofrezco los medios; busca, indaga y distingue, si puedes, los sexos en la administración de la naturaleza. Por todas partes los encontrarás unidos, por todas partes cooperan en conjunto armonioso para esta obra maestra inmortal (1994:154-155).

Las escritoras del presente elevan su voz La coherencia argumentativa de lo expuesto por Soledad Acosta en el siglo XIX es motivo válido de reflexión para mostrar, en los albores del siglo XXI, lo que un grupo de escritoras colombianas piensa de su papel como mujeres y escritoras, y como tal de seres convocados por las palabras a las que se deben sin importar su condición de género. Al respecto adquiere validez lo dicho por la puertorriqueña Angélica Gorodischer: “somos mujeres de palabra, estamos construidas de palabras y damos las palabras que tenemos y cumplimos la palabra dada. Cuerpos hechos de palabras a la vez que la palabra es cuerpo, hemos empezado un día a escribir contra todo porque somos mujeres y porque habitamos un continente desgarrado” (1994:11). La llamada del arte no discrimina y así lo entiende el grupo de escritoras invitadas a este texto. Ellas son: Piedad Bonnett, María Cristina Restrepo, Rocío Vélez de Piedrahita, Guiomar Cuesta, Amalia Lu Posso, Emma Ardila, María Teresa Ramírez, Claudia Ivonne Giraldo. Estas escritoras

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proponen no solo la lectura de su propia experiencia vital, sino también mostrar el proceso de formación como lectoras y escritoras bajo una única mediación: la memoria y el olvido. En su conjunto, ellas dejan notar que la voz del arte es inapelable y se impone por encima de casi cualquier otra obligación. Esa voz se entiende en el sentido de Fernando Pessoa cuando en su texto El libro del desasosiego afirma que ella “consiste en hacer sentir a los demás lo que nosotros sentimos, en liberarlos de ellos mismos, proponiéndoles nuestra personalidad como una especie de liberación”. Es decir, es la “comunicación a otros de nuestra intimidad con ellos” (cit. Freidember 1994: 40). Estas escritoras de hoy reivindican de algún modo el llamado temprano de Soledad Acosta sobre los derechos inalienables de la mujer. Aunque hay muchas décadas entre ésta y las otras escritoras, y las mujeres de la época de la Ilustración, el espíritu es el mismo, lo que permite reafirmar la continuidad de un deseo que se ha mantenido vivo en el tiempo. Para Emma Lucía Ardila9 la escritura es mucho más que una razón de ser; es la vida que se ha vuelto escritura. Interactúa de tal manera la una en la otra que se funden en un nuevo ser hecho de palabras, por eso es tan placentero y seductor el ejercicio de la escritura. Nada hay para ella “que se asemeje tanto a la felicidad como eso”, es decir, oír el ritmo de las palabras, imaginar los días idos y los que vendrán, escuchar las voces de personajes, sitios, recuerdos hasta crear un mundo con vida y realidad singular que inicie su propio camino. Camino por el imaginario que se inició en tiempos de edad temprana cuando las labores colegiales se volvían tediosas, a veces hostiles, y la obligaban a construir una burbuja para protegerse y alejarse fantásticamente de tanta extrañedad. Fue así como la fantasía se fue imponiendo sobre la realidad y pudo sobrevivir al mundo chato de las realidades inmediatas, pero siempre fueron tiempo al filo del abismo en los que esa burbuja estuvo a punto de romperse, porque era igual de frágil. Así, fue sobreviviendo al deseo imperativo de vivir los seres que iba leyendo, los que iba conociendo en cada recodo del camino de la vida, los que adquirían ritmo, forma, melodía en los poemas, hasta convertirse en afinidades selectivas que subyugaban con su presencia y que, aunque sólo existieran en el papel, Emma Ardila los “sentía

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reales”. Eran “presencia de seres lejanos en el tiempo y en el espacio y, sin embargo, cercanos a mis más hondos sentimientos”; más cercanos que “muchos de aquellos que me rodeaban”. Como “un amor prohibido o imposible”, la escritura en Emma Lucía Ardila es a la vez tan esencial y paradójica que se torna “tarea de conquista y de diaria seducción, motivo de secretas alegrías y de angustias por no lograr todo lo que quisiera”. Es algo que suscita en ella el deseo del encuentro y de la búsqueda, y frente a los hallazgos pasajeros, le produce una alegría más intensa que si contara con ella cotidianamente. En medio del silencio y la soledad, ella va desbrozando el camino que la libere de tanta sujeción cotidiana para adentrarse por los senderos de la pregunta sin respuesta, por la indagación de la condición femenina con sus matices, sentimientos y contradicciones, para tratar de “ahondar en la complejidad que nos constituye, que equivale, al mismo tiempo, a la pregunta por el ser humano en su totalidad”. Como bien lo señala Biruté Ciplijauskaité en su estudio La novela femenina contemporánea (1994:17), a las mujeres escritoras de finales del siglo veinte les interesa no solo contar o contarse sino asumirse con una voz propia que permita analizar, interrogar y descubrir aspectos desconocidos e inexpresados de la realidad, de sí misma y de los otros. Si algo ha sido placentero para Piedad Bonnett10 es sumergirse en historias que relatan aquellos preferidos magos de las palabras que a punta de un lápiz y papel van creando personajes, recuperando o inventando acciones, reconstruyendo espacios reales e imaginarios donde ponen a funcionar complejos, extraños y siempre conflictivos seres que operan a la perfección –en su propia contradicción y paradoja– como si fueran parte del más elaborado mecanismo de reloj. La lectura ha sido en la poeta amalfiteña consustancial a su vida y ella trae de compañía la ineludible escritura, y eso ha sido desde el primer momento de la infancia cuando su madre le enseñaba a leer como si fuera parte de un juego y de un universo que se abría maravillosamente a otras realidades. Era el pasaje de la realidad al otro lado del espejo que tanto la atraía y del que no quería retornar porque llenaban su espíritu de jubilosa zozobra y su imaginación de extrañas y seductoras visiones que la apasionaron de manera definitiva y para siempre.

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Su propuesta es la de una intelectual, la de una poeta que siempre lleva un lápiz en la mano y está atenta a la palabra, al gesto, a la mirada del otro, bien sea en la vida cotidiana, en los libros, en el diálogo, para recrearlos a su manera. El poeta, el narrador es para la escritora Bonnett la persona capaz de romper con cualquier tipo de esquemas y elaborar una serie de relaciones mentales libres que lleguen a lo más hondo de sí y permiten crear, a través del lenguaje metafórico, asociaciones entre cosas muy distintas. Pero si las historias le fascinan a la manera de Dostoievski, Borges, Capote, Cortázar, Mc Cullers, Bohumil Hrabal, Doris Lessing, entre otros, no menos ha sido la poesía que viene acompañada de la mano de Silva, Eliseo Diego, Barba-Jacob, De Greiff, Alejandra Pizarnik o Blanca Varela. Poetas y poesía le enseñan el valor de la palabra elusiva, sugerente, expresiva, con enorme poder de comunicar y convocar, contagiada de ternura o ironía, mediada por la pulsión de muerte y de vida intensa, capaz de esencializar la vida cotidiana hasta encontrar su revés metafísico. Pero sobre todo es poder descubrir la poïesis que hay detrás de cada poema que lee, que escucha, que recrea en la soledad y el silencio de las palabras mismas. La poesía trabaja con las emociones más que con las ideas; es la transformación de una emoción en palabras que busca desencadenar en otras emociones verdaderas. Para Bonnett la poseía se desentiende de la verdad, porque la única verdad que le interesa es la de la belleza, esa es su verdadera verdad, una belleza no ornamental, una “belleza que nace de otra verdad, la verdad que hay en el escritor y que le impide mentirse a sí mismo y que le obliga a ser honesto con palabra a buscar la palabra precisa”. Piedad Bonnett estima que la literatura no tiene que ver con el problema de la verdad o la mentira, solo buscar interrogar la vida y mostrar sus dificultades, su complejidad y su incapacidad para decir la última palabra sobre cualquier cosa. La literatura es vida en movimiento que nunca se puede aprehender ni definir. Es un acto intimista. Escribir, además de ser el oficio –excluyente– más placentero, implica subvertir, sustituir, sublimar un orden y, por ende, descubrirlo. Es un acto de liberación que busca romper las mil y unas formas que han encarcelado el cuerpo y la mente de la mujer (Ciplijauskaité 1994:14). Es una

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hermosa y difícil manera de vivir viviendo los otros y lo otro; de entrar “en callado diálogo con las ideas de los demás” de ayer, de hoy y de mañana, y tomar “posición frente a ellas” anotando al margen los nuevos pensamientos, las nuevas incertidumbres, las nuevas paradojas y preguntas que ellas sugieren. Pocos son tan fieles como Guiomar Cuesta11 a aquella idea de que si se “escucha el sonido del nombre, se escuchará el sonido del universo”. Ella, desde siempre, ha sabido estar atenta para escuchar el eco de un nombre que cabalga con la poesía y grandes poetas como Garcilaso de la Vega, Jorge Manrique, Antonio Machado. Ella ha sido guía al mar y de la mar de la poesía en la que ha nadado hasta alcanzar el gran aliento que hoy observamos en medio del ámbito de la lírica colombiana y latinoamericana. Pero también ha padecido los naufragios necesarios y sobrevivido para lograr la orilla que le ha reconfortado al lado de su poeta y compañero, Alfredo Zamorano, y de algunos más, tutelares de siempre, Antonio Machado y su Guiomar (Pilar de Valderrama), Alfonsina Storni, Dulce María Loynaz, Miguel Hernández. Amando entrañablemente la poesía y escuchándola desde niña en boca de sus padres y algunos familiares ilustrados, Guiomar Cuesta llegó a ella más tarde de lo deseado, porque parecía que era una potestad de los dioses o de seres que se emparentaban a ellos. Pero cuando el destino le indicó el momento propicio, nada ni nadie pudo detener ese ímpetu para volcarse de manera definitiva sobre la poesía. La misma que podría decirse le perteneció por una genética particular y por una prolongada tradición cultural familiar a la que supo serle fiel y esperar, pacientemente, el día señalado de su llegada. Guiomar Cuesta que se define como mar y amar va descubriendo en su lectura de sí misma los distintos caminos por los que trasegó desde su infancia y adolescencia en la Medellín y Bogotá de entonces, hasta llegar a la hora presente de regocijo y trance poético. Obviamente pasando por la búsqueda de las huellas de la mujer y de sí misma en la universidad, en el Ministerio de Relaciones Exteriores y luego en la vida diplomática hasta recuperar los pasos perdidos de aquellos tiempos en que el único goce era escuchar poesía de labios de sus padres o en las voces de Berta Singerman, Víctor Mallarino o Fausto Cabrera.

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Muy tempranamente Machado le indicó el sendero y los recursos que habrían de prepararla para ese ritual que la llevaría al altar de los sacrificios donde ofrendaría su conciencia y su corazón a una sola causa: la poesía, esa que reivindica el amor y la libertad, la que libera de toda sujeción, la que la hace contemporánea y solidaria de todos los hombres y los seres, la que le otorga el derecho inalienable a las palabras. La poesía siempre fue suya, simplemente tuvo que esperar un poco para que tomara posesión de ella. Claudia Ivonne Giraldo12 reconoce que ella hace parte de un legado de escritoras universales, latinoamericanas y colombianas que asumieron el reto de la escritura al margen de cualquier condicionamiento. Por encima del peso social de ser “ángeles del hogar”, tal como lo mostró Virginia Woolf, también han buscado ser fieles al llamado íntimo, doloroso, contradictorio y paradójico que reclamaba una mirada propia y una voz que fuera imponiendo su propio derrotero en un universo cultural masculino y excluyente. Si bien reconoce que el momento actual es más propicio para la escritura de las mujeres, también hay condiciones que siguen incidiendo negativamente, sobre todo las que provienen de sí mismas, de la falta de valoración y autoestima; sigue aún vigente una sombra extraña, descalificadora y excluyente que se resiste a morir. Sin embargo, lo percibe en ella y demás escritoras, es una nueva mirada y nueva voz cada vez más fortalecida, voz en la que reconocen lo que dicen, “con sus modalidades y tonos propios” y “una honestidad que envuelve y encanta”. Ya las mujeres escritoras se ven través de la escritura y la voz de otras mujeres y no bajo el tamiz masculino que las negó siempre. Es una mirada interesante, pero de la que aún falta por hacer hasta consolidarla. Claudia Ivonne Giraldo recurre a hablar de su propia experiencia de lectora temprana para mostrar cómo los libros fueron sus primeros cómplices amigos y los que le abrieron el horizonte a nuevas realidades cuando apenas si podía pensar. Con la lectura llegó precozmente la escritura y otros afanes cotidianos y familiares que a veces la pusieron en jaque. Era un “demonio que aprisionaba mis dedos”, pero también demonio “ominoso y silencioso” que deseaba impetuosamente que entrara y se quedara para siempre.

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Amalia Lú Posso13 nace en Quibdó, vive en Medellín, luego en Bogotá, viaja y trabaja por todas partes hasta que encuentra el sonido profundo de su tierra de origen y ahí fija su destino: el canto y el cuento de sus nanas chocoanas cuyo espíritu vibra por doquier y alienta a seguir el camino de los ríos profundos de una cultura acendrada más allá y más acá de la misma naturaleza. Amalia Lú descubre que los árboles, las flores tienen el mismo ritmo, la misma fuerza, el poder sugerente del cuerpo. Son fuerza erótica. Un día y al azar el libro Ciencias de la tierra le revela lo que sus nanas muy temprano le habían contado, pero que los caminos erráticos de la urbe habían hecho sombra sobre esa memoria originaria, auténtica, lúcida. Fue como un rasgar el velo de un universo maravilloso que la había esperado pacientemente hasta el momento señalado. Amalia Lú supo captar el eco de una extraña, misteriosa y encantadora melodía que la atraparía definitivamente: el canto y el cuento. Poco a poco comenzó el viaje de regreso, el camino de los pasos perdidos hasta ir encontrando el ritmo, la melodía, el timbre, el tono de voces que fueron llenando su cuerpo y haciéndola vibrar al mismo son de sus nanas. Estas hicieron presencia y se fueron multiplicando, primero las dos nanas originarias y luego vinieron cuatro y después ocho hasta alcanzar veinticinco, que son sus historias. Es de dominio común que la idea de la transmisión oral y el origen del cuento nacen con el hombre mismo en el momento en que reunido con otros de su grupo tienen necesidad de narrar y exorcizar los hechos cotidianos: las aventuras y dificultades de la caza, los efectos y sorpresas del medio natural, los encuentros fortuitos o provocados con otros seres de su misma especie o de otras, etc. En medio de las sombras o en torno al fuego, hubo siempre alguien cuya imaginación, avivada al menor signo de la naturaleza, animal u hombre, invocó las palabras, muchas de ellas para ir construyendo historias que se iban entretejiendo unas con otras en un ovillo interminable hasta que, apagado el fuego o llegada la mañana, el silencio abriga al convocador de palabras y a sus otros escuchas. Fue este el comienzo de las mil y tantas historias en las mil y unas noches de los tiempos originarios.

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En adelante, siempre que hubo alguien dispuesto a la palabra, los narradores de historias hicieron su presencia, y así inauguraron la historia de sí en la historia de otros y la de los demás. Comenzaron pues a dar cuenta de su entorno como parte suya y constituyente básico de su imaginario y fundamento de la poética de la historia (la literatura y las artes) y de la historia misma. Del trovador al decimero, del juglar al cuentero, del fabulador al imaginador, no hay otra cosa que el deseo vivaz de narrar aquello que pareciera nacer de un acto iluminador, pero en realidad no es más que la condición de seres con el oído atento al pálpito de los seres y las cosas, y el ojo avizor a las realidades inmediatas que los convocan. Son espíritus solícitos de su tiempo que despiertan el ánima a todo lo que les rodea y lo hacen revivir en tantos otros seres que han permanecido dormidos bajo el efecto soporífero y alienante de la citadina cotidianidad. Amalia Lú Posso despierta el ánima cuentera en los seres que la escuchan. Veinticinco son las historias que van y vienen y empiezan a tener vida cuando su voz encantada las convoca como por un acto de magia. Cada nana llega con su voz y se hace cuerpo presente en el imaginario de los escuchas. Esos seres de palabras adquieren una dimensión corpórea mucho mayor que la de los presentes. Así, la tradición cultural popular del Chocó se imbrica con su vegetación y flora para, mediante la palabra de la cuentera Amalia Lú, mostrar una nueva expresión cultural que nace de las entrañas de las comunidades negras colombianas y busca insertarse en la corriente de la cultural oral popular universal. Si alguna pasión anima a María Teresa Ramírez Uribe14 es el imbricado tejido de las palabras hechas literatura, así como el ovillo que se va formando, bajo las hábiles manos y una rica imaginación, en un sorprendente mapa de formas, colores, diseños y texturas. Moda y modo de entretejerse las palabras sirven de acicate para liberar el espíritu de María Teresa hacia otros ámbitos y dimensiones de la realidad, al igual como le ocurría cuando joven que echaba a volar su imaginación tras los pasos de su amor platónico o de una nube multiplicada por seis o por sesenta mientras, refugiada en una atalaya arbórea, buscaba acercarse

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más al mundo de la fantasía que al de la inmediata realidad cotidiana que resultaba cada vez más ajena, siempre y cuando mediara un libro de cualquier naturaleza y forma. Con su tío Sir William, legendario aventurero de tierra firme, y en tierras inhóspitas y de colonización del Bajo Cauca antioqueño, María Teresa descubre lo que vale una pasión y una vida digna tras el vellocino de la libertad. Él se hace voz que clama en un desierto sediento de verbo y aventura; voz que se torna eco en la joven Ramírez Uribe cuando se trata de historias turbulentas de nativos y colonos, relatos de la selva, amores fugitivos y lealtades que “al pie de la muerte se mezclaban entre sí, formando una mixtura fascinante que exaltaba mis sentidos. Dentro de esa misma noche oscura estaba la cacería de un tigre al amanecer, la venganza de un padre por su hija violada y la vida cotidiana del vaquero que enlazaba por igual novillos y luceros”. Pero al lado de su tío no sólo aprendió a reconstruir historias sino también a imaginarlas; igual el sentido de la dignidad y el coraje que debe aflorar en la lucha frontal; así como la disposición para el aprendizaje de cada día y el reconocimiento de lo que vale el poder de la verdad y la determinación para saber aceptar el fracaso y las batallas perdidas. Lo que se había incubado en el Bajo Cauca, renace con mayor arrebato en el Colegio cuando el destino se encarga de acentuar la pasión por esos “tesoros escondidos en el cofre mágico de las palabras”. Su profesor de Español, primero y, luego, Manuel Mejía Vallejo y Jairo Morales en el taller de escritores de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, liberan de la caja de Pandora de la joven y novel escritora todas las esperanzas cifradas para no tener retorno. Esperanzas que comenzaron a tener vida en cada soneto escrito lejos de la patria desgarrada, en cada cuento e historias que emergía con una fuerza inusitada –la crónica biográfica del director técnico de fútbol Francisco Maturana–, y en cada centímetro de tela diseñando formando una “alquimia maravillosa”, pues los “centímetros de tela empezaron a fundirse con los cuentos, las combinaciones de colores se convirtieron en un arco iris de metáforas y los sonetos se interpusieron con su rima y su métrica sobre los patrones y las medidas de un traje. Fue un tránsito dulce que iba desprendiendo poco a poco el velo de mi verdadera vocación”. Vocación que se volvió tan única y excluyente hasta

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obligarla a afirmar categóricamente: “Confieso con sinceridad que no podría vivir sin las palabras”. Como un parásito prendido a su cuerpo, la escritura exacerba sus sentidos y despierta aquella voz originaria de los grandes aedos, juglares y cantores; “voz dormida que pugnaba por salir” desde los tiempos de adolescencia cuando el tío Sir Williams la evocaba en las horas nocturnales al borde de ríos y bosques tan primitivos como de tiempos primeros. Desde entonces escribir se convierte para María Teresa Ramírez Uribe en savia nutriente y verbo que fascina y lleva de cima a sima. El escritor ruso Illya Ehrenburg afirma en sus memorias que “todo libro es una confesión, y un libro de memorias es una confesión sin tentativas de encubrirse entre las sombras de los personajes imaginarios”15 y es esto lo que precisamente se observa en la escritora María Cristina Restrepo16: un ejercicio de la memoria, una vuelta al pasado para recuperar todos aquellos momentos significativos que se fueron cimentando poco a poco hasta permitir el nacimiento de historias que hoy son literatura. María Cristina Restrepo acude a la memoria y va reconstruyendo paso a paso su iniciación de lectora de historias de ficción que la involucraban de tal manera que no sólo la hacían soñar sino que afirmaba la decisión de no dejarse someter a la censura moral y religiosa que se pretendía imponer sobre textos novelescos que en su mayoría la única “perversión” o “amoralidad” era recrear episodios históricos o darle cuerda a la imaginación con aventuras simuladas. Las lecturas en su niñez y en tiempos de colegiala no sólo la liberan de la realidad cotidiana y le abren un horizonte de expectativas insospechado, sino que afirman en ella una lenta y progresiva voluntad de poder individual, y el deseo de hacer de su memoria el objeto de la lectura de otros. A medida que nos va revelando sus gustos literarios y sus escritores favoritos sobre los que va y viene –particularmente Proust–, se evidencia en ella su motivación por la historia del siglo XIX que considera tiempo de adolescencia del país y de su familia que hizo, además, parte de esa historia. La búsqueda de esa memoria se va manifestando con una fuerza insospechada “sin tentativas de encubrirse,

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como sostiene Ehrenburg, entre las sombras de los personajes imaginarios”. Como de un sombrero de mago vemos salir de sus historias seres de palabra que va adquiriendo forma y se hacen tan reales que pareciera que fuéramos testigos de su tiempo, por ejemplo, los personajes de su infancia y adolescencia que sorprenden por su ingenua naturalidad y su dimensión humana que el lector los hace suyos, como son los relatos de La vieja casa de la calle Maracaibo. También las historias de abuelos que fueron partícipes de guerras en un tiempo que lo cotidiano era una guerra continuada y donde sobrevivir adquiría a veces dimensiones épicas, y eso lo sabemos cuando relata el decantado proceso de construcción de su novela De una vez y para siempre, previo un arduo ejercicio de investigación sobre la historia del siglo XIX en Antioquia y el país. En sus cuentos y novela, María Cristina Restrepo revela su don de narradora y la pericia en el contar historias que siendo suyas, se vuelven de todos hasta perderse las fronteras de espacio y tiempo y terminar unos y otros atrapados en un mundo que se vuelve “real” y “verdadero”. Razón tiene ella cuando afirma que “toda novela –y en este caso diríamos todas historia contada como debe ser, es decir, con las competencias que le son inherentes al narrador y a lo narrado– tiene su trasfondo de verdad, la verdad del escritor, así sea que esté hablando de su más inmediato presente o una novela que tenga algún rastro de investigación histórica”. Pero su énfasis se manifiesta en la importancia de la lectura desde la más temprana edad hasta que el destino doblegue su mandato al señor de las sombras. La lectura es para ella el mejor de los aprendizajes, el más grato, el que revela todo lo más recóndito y extraordinario de la condición humana: sus demonios, miedos, angustias, soledad, ignorancia, pero también sus deseos, emociones, goce, el amor y la felicidad como aspiración única pero nunca alcanzada. “La lectura –afirma– es de por sí un ejercicio muy grande de comunicación, quizá uno de los más profundos que puedan existir”. De ahí su énfasis en leer y releer a Proust por ser éste no sólo el maestro de la introspección, sino “de las emociones más profundas del alma humana”, cuyo arte es una

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búsqueda del tiempo perdido y rescate de la memoria; arte que exalta al hombre y da valor a la existencia. Para Proust, y para María Cristina Restrepo que cree en ese paradigma, la redención de ser humano está en el arte. Con un acervo cultural significativo de varios milenios, el cuento requiere que alguien formule la filosofía de su composición y en parte lo hará Poe a mediados del siglo XIX. En esos principios están contenidos los lineamientos del género de ese momento de modernidad, pero también caben dentro de ellos las obras de autores que marcaron y siguen atrayendo a lectores y críticos de todas edades y tiempos (desde el Panchatantra hasta los de las Mil y unas noches, pasando por los de Boccaccio, Cervantes, Chaucer, Conde Lucanor, Perrault, Swift, Hawthorne, Chejov, Gogol). Para el medio latinoamericano será Quiroga, a comienzos del siglo XX, el que establecerá el decálogo del perfecto cuentista; prospecto que completará luego Juan Bosch unas décadas después y, llevará a su máxima expresión García Márquez, Cortázar y Borges, por la capacidad de expandir y explotar sus posibilidades; además, cada uno, a su manera y desde su concepción estética y mirada experiencial del mundo hará reflexiones particulares sobre la naturaleza y construcción de dicho género (Zavala 1997).17 Cualquiera que sea la propuesta formulada en torno a la composición y posibilidades del género, se observa que en sus enunciados se desprenden pautas, criterios, competencias indispensables en el manejo de la escritura literaria, una de las cuales es, sin lugar a dudas, el conocimiento del oficio, pertinencia en el manejo de sus propias leyes, experiencia vital, amén de otras. Es sobre algunas de estas competencias que enfatiza Rocío Vélez de Piedrahita18 y muestra que el oficio de escritor no es algo que se improvisa, máxime en el campo de la novela y, particularmente, si es histórica. No basta tener una historia para narrar ni manejar las herramientas básicas de la composición para llegarle al lector y hacer creíble dicha historia, es más ardua la labor. Ella señala algunos criterios, que si bien no rompen con lo establecido, considera indispensables en el oficio de escritor. Señala esta escritora que se accede a la escritura luego de un largo, dedicado y paciente oficio de lector. Si no se va a las fuentes nutricias y

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se aprende de la mano de ellos, difícilmente podrá el novel escritor conocer los innúmeros recovecos, obstáculos y virtudes del oficio. Hay que aprender a mirar con y como los otros para poder mirar algún día por sí mismo. Una segunda sugerencia es la claridad. Quien no sabe lo que quiere, no tiene una idea estructural de la obra y carece de las competencias debidas, necesariamente cae en la confusión, en historias y lenguajes afectados, abstrusos, o narraciones esquematizadas y vacuas para el lector. Así como el guitarrista debe conocer bien su instrumento y afinarlo como se debe para la buena ejecución, el escritor debe conocer bien el idioma y escribir correctamente, entendido esto como lenguaje accesible y legible para un potencial de lectores que rebase el ámbito colombiano, es decir, que debe estar dirigido al conjunto de la comunidad hispano parlante. Otro de los criterios a tener en cuenta es la sinceridad en el sentido de la congruencia entre la manera de pensar y el reconocimiento de los propios límites en el conocimiento. Aunque no se logra ser totalmente imparcial, el escritor debe buscar una objetividad plausible y hablar de aquello de lo que se maneja y conoce con cierta competencia. “Una vez que un escritor decide escribir, debe hacerlo bien, claro, ser sincero y auténtico”, así compendia Rocío Vélez las virtudes del escritor, rematando con la autenticidad, porque reconoce que con respecto a ésta “hay una doble trampa, en algunos terrenos copiamos sin freno, sin respetar nuestra autenticidad”. Ni tan encerrados que nos quedemos fijados en el costumbrismo o el folclorismo ni tan esnobistas que no se admita sino el modelo extranjero. Intentando ubicarse en un punto medio, Rocío Vélez se detiene en relación con las responsabilidades del escritor, particularmente con su medio y su tiempo. El escritor de hoy, particularmente colombiano, no lo concibe que escriba sólo para su propio divertimento y satisfacción, y menos “asumir una posición académica distante, olímpica, desdeñosa”, sino de que tiene que ser consciente de la enorme responsabilidad social que tiene frente a sí –escribir bien– y frente a los demás. Toda obra, desde un imperativo moral tal como lo concibe Rocío Vélez, más que contribuir a reafirmar odios, debe “ser bálsamo o, mejor todavía, un impulso al trabajo de fortalecimiento de valores que pueden salvarnos y propuestas de una solución sin sangre”.

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Antes de entrar a reconocer la palabra impresa de algunas escritoras nuestras, viene a bien la idea de Paul de Man (cit. Zavala 1993:9) cuando observa que accedemos a los hechos históricos y a una mejor comprensión de la realidad no por los datos empíricos sino por los textos escritos. Ellos son lo que son y no pueden desdecirse, y a la vez nos revelan la voz del otro. Después de un estado de silencio por milenios, de todo tipo de restricción a la palabra y del “mutismo cultural” (Díaz-Diocaretz 1993:96), la mujer actual ha decidido tomarse la palabra y asumir el silencio (119), para levantarse con una voz distinta –a la única existente masculina– y ejercer el derecho inalienable de la escritura que la reivindica definitivamente. Las palabras de Alejandra Pizarnik son elocuentes al respecto: “Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla” (1968:43) Hacia mediados del siglo XVIII, Desmahis escribe: “con el alma de las mujeres ocurre como con su belleza. Parece que ellas solo dejan percibir para permitir imaginar” (1993:45). Esta idea sobre la mujer entre muchas otras que aparecen en la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert en 1751, sirve para cerrar esta introducción y señalar que décadas antes de la época de la Luces ya se tenía claridad sobre la condición milenaria de sometimiento de la mujer y había necesidad de reivindicar su capacidad para todos los asuntos del conocimiento y de la vida pública. Sin embargo y con todo el aporte en ese sentido que ha representado para la mujer el siglo veinte, particularmente las últimas tres décadas, no son pocas las dudas, los miedos, la incertidumbre que aún se experimentan, igual las certezas y los retos. Las palabras de la escritora colombiana Alba Lucía Ángel iluminan el tono del tiempo presente:

Su destino hasta hora, ha sido ser mujer, y con él sus corazas y aflicciones, su recorrer vacíos y silencios. Pero ya comenzó a andar por el camino de la palabra. Igual a aquellas otras que a través de los siglos han buscado con una voluntad feroz esa compuerta; ese canal que condujera su voz y sus terrores, sus encuentros y sus sueños, sus pasiones, folias y delirios, sus batallas perdidas y sus picas en Flandes, su armonía y su ira, su violencia, su ser y su no ser perdido en el vacío que le otorgó la Historia. La escritora de hoy, en masa, esta vez, en

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caudal que desbordan las paredillas de la aquiescencia dulzarrona y tan perdonavidas, o de la clásica ignorancia, sale a la busca de ella misma (cit. Arancibia 1985:18).19

Bibliografía citada Acosta de Samper, Soledad. “Aptitud de la mujer para ejercer las profesiones”. Memorias (del IV centenario del descubrimiento de América). Chartres-Francia, Imprenta de Durand, 1893, p. 73-84. -----. La mujer en la sociedad moderna. París, Garnier Hnos., 1895. -----. Consejo a las mujeres. París, Garnier Hnos, 1896. Arancibia, Juana Alcira. “A manera de introducción”. Evaluación de la literatura femenina de Latinoamérica, siglo XX. Costa Rica, Instituto Literario y Cultural Hispánico, 1985, p. 13-20. Ciplijauskaité, Biruté. La novela femenina contemporánea (1970-1985). Hacia una tipología de la narración en primera persona. Barcelona, Anthropos; Bogotá, Siglo del Hombre, 1994. Condorcet, de Gouges, De Lambert y otros. La ilustración olvidada. La polémica de los sexos en el siglo XVIII. Edición de Alicia H. Puleo. Barcelona, Anthropos; Madrid, Comunidad de Madrid, 1993. Díaz-Diocaretz, Myriam. “‘La palabra no olvida de donde vino’: por una poética dialógica de la diferencia” en: Myriam Díaz-Diocaretz e Iris M. Zavala (coord.). Breve historia feminista de la literatura española. Barcelona-Madrid, Anthropos-Comunidad de Madrid, 1993, p. 77-124. Freidemberg, Daniel y Edgardo Russo (comp.) Cómo se escribe un poema: español y portugués. Buenos Aires, El Ateneo, 1994.

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Gorodischer, Angélica. “Palabra, mujer, sombras, peligros también”. Mujeres de palabra. San Juan, Universidad de Puerto Rico, 1994, p. 1-12. Gómez Ocampo, Gilberto. “El proyecto feminista de Soledad Acosta de Samper: una extraña anomalía”. La literatura colombiana finisecular (1886-1903). Entre María y la vorágine. Bogotá: Fondo de Cultural Cafetero, 1988, p. 119-148. Gouges, Olympe de. “Los derechos de la mujer” en: Condorcet, de Gouges, De Lambert y otros. La ilustración olvidada. La polémica de los sexos en el siglo XVIII. Edición de Alicia H. Puleo. Barcelona, Anthropos; Madrid, Comunidad de Madrid, 1993, p. 154-163. Kristeva, Julia. Las nuevas enfermedades del alma. Madrid, Cátedra, 1995. Ordóñez, Monserrat y otros. Soledad Acosta de Samper. Una lectura nueva. Bogotá: Fondo Cultural Cafetero, 1988. Pizarnik, Alejandra. “Extracción de la piedra de locura”. Buenos Aires, Sudamericana, 1968. Puleo, Alicia H. “Olympe de Gouges o la radicalización de los ideales ilustrados” en: Condorcet, de Gouges, De Lambert y otros. La ilustración olvidada. La polémica de los sexos en el siglo XVIII. Barcelona, Anthropos; Madrid, Comunidad de Madrid, 1993, p. 153-154. Rodríguez Arenas, Flor María. “Soledad Acosta de Samper, pionera de la profesionalización de la escritura femenina colombiana en el siglo XIX” en: María Mercedes Jaramillo, Ángela Inés Robledo y Flor María Rodríguez. ¿Y las mujeres? Ensayos sobre literatura colombiana. Medellín, Universidad de Antioquia, 1991, p. 113-175. Zavala, Iris M. “Prólogo” en: Myriam Díaz-Diocaretz e Iris M. Zavala (coord.). Breve historia feminista de la literatura española. Barcelona-Madrid, Anthropos-Comunidad de Madrid, 1993, p. 9-12.

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NOTAS

1 Publicado como prólogo y con algunos cambios en el libro: Mujeres al pie de la letra. Ocho escritoras colombianas en busca de su expresión. Medellín, Comfama, 2004. 2 Gouges escribe este manifiesto dedicado a la reina María Antonieta a la que le pide encabezar dicha causa que no tuvo eco. Cuatro años después de su “Declaración”, muere guillotinada por unas octavillas contra la dictadura de Robespierre. “Su trágico final es un símbolo de la suerte corrida por el movimiento feminista surgido de la Revolución francesa y de sus ideales de igualdad y libertad. El mismo año de su muerte son prohibidos los clubes y sociedades populares de mujeres [...] El único derecho que el gobierno revolucionario otorgará a esta defensora de las ideas de igualdad entre los sexos será el reconocido en el artículo X de su Declaración, el de subir al cadalso como hombres” (Puleo 1994:154). 3 Este espíritu igualitario solo comenzará a hacerse efectivo en parte de la Europa Occidental luego de la Revolución de Mayo de 1968. 4 El título de su ponencia fue “Aptitud de la mujer para ejercer las profesiones”. Memorias (del IV Centenario del descubrimiento de América). Chartres-Francia, Imprenta de Durand, 1893, p. 73-84. Agradezco a la doctora Beatriz Aguirre, de la Universidad de Antioquia, por haberme facilitado este material casi desconocido sobre Soledad Acosta. 5 En su libro La mujer en la sociedad moderna (1895), dedica un largo aparte titulado “cuatro mujeres de la revolución francesa” y su participación en tan significativa revolución que marcó la historia mundial (París, Garnier Hnos., p. 2-53). 6 Reitera esta idea cuando afirma que a las mujeres nuestras “debería demostrárseles que si hasta ahora las de raza española son tímidas y apocadas en las cosas que atañen al espíritu, la culpa no es de la inteligencia sino de la insuficiente educación que se les ha dado” (74). 7 Poco antes de morir, Soledad Acosta (1913) estaba escribiendo un libro que pensaba titular Ensayo sobre la influencia de la mujer en la historia de la humanidad, del que harían parte muchos de los artículos publicados en las revistas La Mujer, El Hogar, El Bien Público, El Mosaico, Colombia Ilustrada, entre otras. Solo citamos algunos artículos: “La mujer en Inglaterra”, “La mujer en la política”, “La mujer orador”, “Literatas de Centro América y Méjico”, “Literatas españolas y portuguesas”, “Literatas francesas. Desde el siglo XIII hasta el fin del siglo XVIII (siete artículos), “Mujeres literatas en la América Española y Brasil”, Mujeres doctoras, políticas y artistas”, “Mujeres literatas en Europa y los Estados Unidos”. 8 La misma escritora Acosta es superior a la mayoría de sus contemporáneos colombianos y latinoamericanos en cuanto a su actividad productiva y creativa. En el medio literario colombiano es la escritora de mayor producción y la más reconocida de todo el siglo XIX y buena parte del XX. Véase bibliografía complementaria de la escritora: La mujer en la sociedad moderna. París, Garnier

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Hnos., 1895; Consejo a las mujeres. Paris, Garnier Hnos, 1896. Y sobre la escritora: Ordóñez, Monserrat y otros. Soledad Acosta de Samper. Una lectura nueva. Bogotá: Fondo Cultural Cafetero, 1988; Gómez Ocampo, Gilberto. “El proyecto feminista de Soledad Acosta de Samper: una extraña anomalía”. La literatura colombiana finisecular (1886-1903). Entre María y la vorágine. Bogotá: Fondo de Cultural Cafetero, 1988, p. 119-148; Rodríguez Arenas, Flor María. “Soledad Acosta de Samper, pionera de la profesionalización de la escritura femenina colombiana en el siglo XIX” en: María Mercedes Jaramillo, Ángela Inés Robledo y Flor María Rodríguez. ¿Y las mujeres? Ensayos sobre literatura colombiana. Medellín, Universidad de Antioquia, 1991, p. 113-175. Véase además una amplia bibliografía de todo lo publicado por Soledad Acosta en el libro ¿y las mujeres?...,, Ob. cit., p. 289-307. 9 Bucaramanga (Santander). Licenciada en Filosofía y Letras de Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín) y Magíster en Filosofía de la Universidad de Antioquia (Medellín). Profesora de literatura en las universidades: Antioquia (1999-2004), Eafit (1999-2004) y Bolivariana (1998). Ha orientado talleres de literatura en la Universidad Eafit. Ha sido editora de textos de la Editorial de la Universidad de Antioquia (2000-2001) y colaboradora de la Revista Universidad de Antioquia (1999-2003). Publicaciones: Los días ajenos (novela). Medellín: Universidad de Antioquia, 2002; Sed (novela corta). Medellín: Eafit, 1999 y reeditada en el 2002. 10 Támesis-Antioquia, 1951.Licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes (Bogotá) y posgraduada de la Escuela de Investigación Lingüística y Literaria de Madrid-España. Ha sido docente en Colsubsidio, El Muro Blanco dirigido por el poeta Andrés Holguín y la Universidad de los Andes desde 1978. Trabajó en el Área literaria del Instituto Colombiano de Cultura. Ganadora de varios premios nacionales en el campo del cuento y la poesía, y mención de honor de Concurso hispanoamericano de poesía Octavio Paz de México. Sus poesías han aparecido en distintas revistas y periódicos nacionales y extranjeros, igual que en varias antologías. Ensayos y críticas suyas han sido divulgados en revistas especializadas. Ha sido invitada como conferenciante y creadora en diversas instituciones académicas y culturales del país, al igual que de Europa y América. Es reconocida como una de las más importantes escritoras de la nueva generación colombiana. Publicaciones: (2003) Imaginación y oficio: conversación con seis poetas colombianos (entrevistas). Medellín: Universidad de Antioquia. (2001) Después de todo (novela). Bogotá, Alfaguara. (1998) Todos los amantes son guerreros (poesía). Bogotá, Norma. (1998) No es más que la vida: antología poética. Bogotá: Arango. (1997) Que muerde el aire afuera (teatro). Obra montada por el Teatro Libre de Bogotá en 1997. (1996) Ese animal triste (poesía). Bogotá, Norma.

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(1995) El hilo de los días (poesía). Bogotá, Colcultura (Premio Nacional de Poesía de Colcultura de 1994). (1994) Nadie en casa (poesía). Bogotá: Simón y Lola Gubereck. (1991) El cuervo de Edgar Allan Poe (traducción). Bogotá: El Áncora, 1994. (1991) Gato por liebre (teatro en verso). Obra montada por el Teatro Libre de Bogotá en 1991. (1989) De círculo y ceniza (poesía). Bogotá, Uniandes (1988) Noche de epifanía de Shakespeare (teatro, traducción y adaptación del texto en verso). Obra montada por el Teatro Libre de Bogotá en 1988. 11 Medellín. Comunicadora Social de la Universidad Javeriana de Bogotá. Miembro de la Academia Colombiana de La lengua. Secretaria privada del Ministerio de Relaciones Exteriores 1974-1978, representante alterna en la Misión Permanente de Colombia ante la OEA en Washington, Jefe de prensa de la Superintendencia de Industria y Comercio, gerente de publicidad de la Compañía Colombiana Automotriz, asesora de la ONU sobre el tema de la mujer, pionera en los estudios de género en Colombia, miembro del grupo investigativo “Mujer y Sociedad” de la Universidad Nacional. Ha laborado en radio, televisión; cordinadora y editora de publicaciones y revistas. Directora de la editorial Epidama. Reconocimientos: Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Gabriela Mistral (2001) por su vida y obra poética, premio Oxford de Literatura Colombiana (1997) en la categoría “Summa cum laude” del Oxford Center y la Unión Nacional de Escritores de Colombia, premio de Poesía José María Heredia (1991) de la Asociación de Críticos ACCA de Miami. Publicaciones: Libros de poesía: (2002) Fuego cruzado. Bogotá, Apidama. (2001) Jaramaga. París, Cotfam. (1997) Mader Adentro. Medellín, La Biblioteca Pública Piloto. (1996) Doble sonoro. Bogotá, American Airlines. (1996) Amantes de la Lluvia. Bogotá, Fondo Cultural Cafetero. (1995) y Silvio Salazar Herrera, Ceremonia del Amor. Bogotá, Ollave. (1995) Desde nunca. Bogotá, Universidad Central. (1994) Cinco puntos cardinales. Antología poética. Bogotá, Atípicos. (1991) Bosque de metáforas. Manizales, Pen Club de Colombia-Biblioteca de Autores Caldenses. (1989) Cábala, círculo madre tierra. Roldanillo, Embalaje-Museo Rayo (Premio nacional de poesía Museo Rayo). (1988) American is woman. Bogotá, Impreger (antología bilingüe, tradución de Anthony Lett’s) (1984) Tiempo del No – Tiempo del Sí. Bogotá, Biblioteca Banco Popular. (1978) Mujer América - América mujer. Bogotá, Pluma. 12 Medellín, 1956.Licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín) y Especialista en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Medellín. Directora de talleres de creación literaria para jóvenes y

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adultos de la tercera edad en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín (1984-2004), directora de talleres de creación literaria en la academia Yurupary (2000-2003), colaboradora en la Revista Universidad de Antioquia (1999-2003), integrante del grupo editor de la obra completa de Tomás Carrasquilla para la Editorial de la Universidad de Antioquia, directora de La Franja, programa de educación formal del canal de televisión, Telemedellín (1997-2000). Miembro del Comité Editorial de la colección Autores Antioqueños de la Gobernación de Antioquia (1997-2002), profesora de literatura de la Universidad de Antioquia (1991-1998), profesora de literatura infantil de la Universidad de la Salle-Medellín (1994-1995). Publicaciones: Directora y realizadora de los programas de televisión: ¿Hay alguien en casa? Cambio de clase. Telemedellín es una nota. Eje comunitario (1996-2000). Autora de conferencias y artículos publicados en varias revistas y periódicos de la ciudad. En vía de publicación: El libro de los ancianos (cuentos) y Tierra de gatos (novela). 13 Quibdó, Chocó, 1947.Psicóloga de la Universidad Nacional de Colombia. Ha realizado estudios de psicopedagogía, tecnología educativa, técnicas visuales y artes plásticas en distintas instituciones educativas de Bogotá. Viajó a Israel para un curso de capacitación en asuntos internacionales en 1994. Conferencista invitada a varias instituciones académicas y culturales de España y Europa (2003), del Programa de Estudios Latinoamericanos de las Universidades de Cornell, Ithaca, New York; del Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad Denison, Granville, Ohio, y de la Universidad de New York (2001). Ha sido profesora de las universidades Jorge Tadeo Lozano (1980-1992, 1998-2003), Andes (1980-1982, 2000). Coordinadora de prácticas docentes en las universidades Nacional, Andes, Pedagógica, Incca (1975-1991); Coordinadora de educación y cultura Ecoparque Cerro El Volador de Medellín, del evento “Arte, aire y color” del Festival Internacional de Arte, Ciudad de Medellín; del proyecto editorial de la Secretaría de Educación y Cultura, Municipio de Medellín (1997). Coordinadora de las áreas de excelencia académica de la vicerrectoría de Bienestar Universitario de la Universidad Nacional Bogotá (1991-1996). Directora y psicóloga del Centro de Atención Integral al Preescolar de la Universidad Nacional de Colombia (1975-1991) Evaluadora de Programas de Preescolar en la Universidad Pedagógica Nacional (1979), Coordinadora del Concurso Nacional de Pintura Infantil “Manitas Libres” (1973-1987), Psicóloga de la Unidad de Psicología Infantil, Hospital de la Misericordia, Bogotá (1973-1975). Publicaciones: (2001) “La gallina Picodeoro y el gallo Cocorocó” en: Arte y Avicultura. Bogotá, Fenavi-Consuelo Mendoza Ediciones. (2001) Vean Vé, mis nanas negras. Bogotá, Brevedad. (1998) “Las nanas” (tres cuentos). Bogotá, Número. Bogotá, Nº 16. 14 Medellín, 1948. Lectora, diseñadora de modas, poeta, cronista y novelista inédita. Participó en los Talleres de Literatura de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín

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con los escritores Manuel Mejía Vallejo, primero y, luego, con Jairo Morales. Vivió en España durante varios a los que se dedicó al diseño y a la literatura. Publicaciones: (2001) Hombre, Pacho (crónica biográfica). Medellín, Universidad de Antioquia, presentada por el poeta Juan Gustavo Cobo Borda en la Feria Internacional del Libro en Bogotá en el 2001. 15 Citado por Germán Espinosa en sus memorias La verdad sea dicha. Mis memorias. Bogotá, Taurus, 2003, p. 11. 16 Medellín, 1949. Estudió Filosofía y Letras en la universidad Pontificia Bolivariana y se desempeño como docente de Literatura en esa misma Universidad. Actualmente se desempeña como directora de la Biblioteca de EAFIT. Publicaciones: (2000) De una vez y para siempre. Medellín: Universidad de Antioquia. (1989) La vieja casa de la calle Maracaibo. Medellín: Mi Propio Bolsillo. 17Véase al respecto cada una de las teorías de éstos y muchos otros escritores en: Lauro Zavala (comp. y ed.). Teorías del cuento , II, III, IV. México, UNAM, 1997-1998. 18 Medellín, 1926. Novelista, cuentista, cronista. Experta en Literatura Infantil. Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua. Representó a Colombia en 1976 en el Seminario UNESCO-CERLAL sobre edición de libros infantiles y juveniles. Ha sido distinguida con las siguientes menciones: Medalla “Simón Bolívar” del Ministerio de Educación, Medalla “Pedro Justo Berrío” de la Gobernación de Antioquia, “Trabajadora de la Cultura” del Instituto de Integración Cultural, “Antioqueña Destacada” de la Unión de Ciudadanas de Colombia, Segundo puesto en el Premio Nadal de Novela de 1978. Fue miembro de la “Comisión de negociación y diálogo” durante el proceso de paz del gobierno de Belisario Betancur (1986-1990) y posteriormente miembro de la “Comisión de paz, diálogo y verificación”. Columnista y colaboradora de los periódicos El Colombiano y El Mundo de Medellín y El Espectador (Bogotá). Publicaciones: (1994) El siete cueros de Lía (novela). Medellín, Rojo. (1991) Por los caminos del sur (novela). Medellín, El Propio Bolsillo. (1988) El diálogo y la paz, mi perspectiva. Bogotá, Tercer Mundo, 1988. (1983) Guía de la literatura infantil. Medellín, Imprenta Departamental. (1980) El terrateniente (novela). Bogotá, Carlos Valencia (finalista en el concurso Nadal de España). (1979) La Guaca (novela). Medellín, Gamma. (1977) Comentarios sobre la vida y la obra de algunos autores colombianos. Medellín, Gamma, t. I; 1977; t. II, 1991 (1973) Entre nos II (crónicas). Medellín, Gamma. (1971) La Cisterna (novela). Medellín, Colina. (1963) tercera Generación (novela). Medellín, Gamma (1962) El pacto de las dos Rosas (novela). Medellín, Bedout.

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(1960) El hombre, la mujer y la vaca (novela). Medellín, Bedout. (1959) Entre nos I (crónicas). Medellín, Bedout. (1999) Muellemente tendida en la llanura. Medellín: Eafit, 1999. 19 Hace parte de un libro inédito de entrevistas a escritoras titulado De otras zonas de fuego. De la historia a otras voces.