Ayape, Eugenio_Semblanza de San Ezequiel Moreno

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Eugenio /\yape

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Eugenio /\yape

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EUGENIO AYAPE

SEMBLANZA

DE SAN EZEQUIEL MORENO

EDITORIAL AUGUSTINUS - MADRID, 1994

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Edita: Editorial Augustinus General Dávila, 5, bajo D Teléfono 91/534 20 70 28003 MADRID

Depósito Legal: Z. 2801/94

Imprime: Arte-Impress, S.L. C/. Albacete, 1 50007 ZARAGOZA

Printed in Spain - Impreso en España

CONTENIDO

Prólogo 1 Nota l iminar 9 Los san tos son siempre ac tuales 10 Alfaro 13 Le pusieron por nombre Ezequiel 18 Fisonomía. Algunos rasgos 20 Rector de Monteagudo, 1885-1888 23 Misionero en Filipinas, 1870-1885 26 Restauración de la Orden en América 31 E n C a s a n a r e , 1893-1896 35 Obispo de Pasto, 1896-1906 39 Obispo de su tiempo y del nues t ro 47 Predicador y confesor. Amor a los enfermos 50 El Corazón de J e s ú s y san Ezequiel 54 Su amor a la Virgen 56 Hombre de oración 58 Liga San ta 61 El padre De t rouxy san Ezequiel 65 Dolores internos. Religiosas betlemitas 69 Prudencia y caridad 73 La concordia nacional 74 Insultos, ca lumnias , desprecios 79 Era pobre 82 El problema del colegio d e T u l c á n 8 5 En manos de Dios 90 J e s ú s y yo 94 Car ta s pastorales y otros escritos 9 5 Epistolario 99 Algunas car tas de san Ezequiel 101 Me b a s t a mi celda 107 San Ezequiel y monseñor Nicolás Casas 109 San Pío X y san Ezequiel 112 Hijo de s a n Agustín 115 Con las monjas agus t inas recoletas 118 Última enfermedad 122 Su muer te 126 Testamento 130 Curiosidades 132 Bibliografía 140

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PROLOGO

El padre Eugenio Ayape, viejo amigo de san Ezequiel y propulsor incansable de su devoción, ofrece a sus devotos un nuevo libro sobre el santo. Porque nuevo es este libro, por más que su título y parte de su contenido puedan sonar a más de uno de sus lectores. Merece el calificativo de nuevo porque nuevas son gran parte de sus noticias y nuevas son también muchas de las reflexiones y comentarios que en él se tejen sobre san Ezequiel, sobre la orden a que perteneció y los lugares en que trabajó.

Pocos escritores están tan capacitados como el padre Ayape para aprisionar en unas breves páginas la rica perso­nalidad de san Ezequiel. Lo ha frecuentado desde joven, ha leído y paladeado lentamente sus escritos, ha dialogado lar­gamente con personas que lo trataron en vida, ha vivido en conventos en que todavía se respiraba el aroma de sus vir­tudes y ha recorrido la mayoría de los lugares ligados a su memoria. Fruto de todo ello ha sido una profunda compene­tración con su espíritu, un auténtico enamoramiento, que le ha llevado a identificarse con su espíritu, a comprender sus actitudes y comportamientos, a compartirlos totalmente y a intentar trasmitirlos a los demás. Está convencido de que san Ezequiel tiene un mensaje muy válido para el mundo de hoy y se ha impuesto la tarea de comunicárselo.

Ese ha sido siempre su objetivo, ésa es también la inten­ción que ha guiado su pluma en la composición de este libri-to. Intención que aparece en todas sus líneas y que el padre Ayape no hace nada por ocultar o disimular. No espere, pues, el lector un libro aséptico de historia o una biografía comple­ta en que se pase revista crítica y desapasionada a cada uno de los actos de la vida del santo, a sus trabajos misionales, a su modo de dirigir una parroquia, a su amor a los pobres y a los enfermos, a su oratoria o a su asiduidad al confesonario y a la dirección de almas, a su labor al frente de la comunidad de Monteagudo y a otras actuaciones en el seno de la orden agustino-recoleta o a sus diversas intervenciones en la vida pública de la Iglesia y de la nación colombiana.

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Con esto no quiero decir que el lector deje de encontrar todo eso en las páginas de este libro. Sólo que las encont ra rá e n c u a d r a d a s en u n a perspectiva espiri tual y pas toral , que, después de todo, quizá sea la m á s adecuada pa ra acercarnos a la figura del santo , y, por tanto, la que m á s derechamente conduzca al lector a penetrar en su interior y llegar a cono­cerlo y amarlo mejor. San Ezequiel Moreno es, an te todo, u n s a n t o , u n h o m b r e e n a m o r a d o de Dios, consc ien te de s u absolu ta soberania; y, después , u n fraile y pas tor a m a n t e de la Iglesia y convencido de que sólo en ella p u e d e hal lar el hombre s u felicidad.

Ayape sabe muy bien todo esto y, lógicamente, h a opta­do por privilegiar su vida espir i tual , que es la fuente y el motor de toda su actividad, la que da unidad, sentido, con­s i s t enc ia y vigor a s u vida en te ra . De ah í que ded ique la mayor par te de s u s páginas a presentarnos s u entrega incon-dicionada al Señor, su amor al Sagrado Corazón y a la Virgen y su inquebrantable fidelidad a la Iglesia. Afortunadamente, en la exposición de estos t emas h a podido disponer de u n a envidiable sensibi l idad humano-re l ig iosa y de u n a c u l t u r a teológica e histórico-literaria n a d a despreciable . El las expli­can la h o n d u r a y finura de las preciosas calas que h a logrado hacer en la psicología y espiritualidad del san to y la sol tura con que h a acertado a trasmitir las a s u s lectores. ¡Ojalá que éstos sean a b u n d a n t e s y permeables a mensaje t a n t a n valio­so y actual!

Ángel MARTÍNEZ CUESTA

NOTA LIMINAR

Con motivo de la beat i f icación en 1975 del hoy s a n Ezequiel Moreno publ iqué en su honor u n a breve semblanza que ahora se reedita, corregida y aumen tada , t r as el faustísi­mo acontecimiento de s u canonización, en 1992.

Ha de ver el lector que el texto primero h a recibido reto­ques y perfeccionamientos, y que h a a u m e n t a d o el número de páginas . Esto viene exigido por el intento de fijar y explicar m á s ampliamente a lgunos hechos y aspectos del biografiado. Y es que, a medida que p a s a el tiempo, su silueta espiritual y apostólica se va perfilando y conociendo mejor, y aparece con esplendores m á s claros el valor de su escogida alma. ¡Qué r i cas y bel las r e s u l t a n s u s facetas d e religioso, mis ionero, prelado, hombre de acción y contemplación, hijo fidelísimo de la Iglesia y defensor integérrimo de la verdad!

Repásese con a tención el contenido de es tos sencillos capítulos, que pre tenden par t icularmente des tacar los valo­res místicos y apostólicos de tan eximio varón. En adelante hab rá que agregar sin falta a la lista de los grandes amadores de Dios y de los apologistas crist ianos, así como de los m á s íntimos amigos del Sagrado Corazón de J e s ú s , el nombre de este humilde fraile agust ino recoleto. Otros au tores se ocupa­rán preferentemente de br indar con m á s detalles y más dete­n ida exposición los hechos y cual idades de u n t an excelso prelado de la Iglesia, que brilló con fuerza du ran t e las últi­m a s décadas del siglo XIX y principios del XX.

Va aqu í la exposición del tema, en capí tu los o breves a p a r t a d o s y h a s t a , a p r imera vista, e scasos de la s iempre deseable un idad o coherencia. Son pinceladas suel tas , que podrán servir pa r a la definitiva semblanza del héroe, del pro­tagonista de es tas páginas .

Quede consignado el m á s vivo agradecimiento a quienes h a n colaborado en la preparación e impresión de este libro, especialmente al padre For tunato Pablo Urcey.

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LOS SANTOS SON SIEMPRE ACTUALES

Los santos constituyen un verdadero tesoro para la humanidad y son siempre actuales. Encarnan el Evangelio que nunca envejece, que nunca pasa. Con su gran amor a Dios y al prójimo, y con los dones y gracias que el Paráclito les concedió, permanecen fuertes y lozanos, a pesar de las vicisitudes y borrascas de los tiempos. Y continúan soste­niendo siempre la fe y asegurando a su siglo, a nuestro siglo, a todos los siglos -como lo afirmó Su Santidad Pablo VI- la perenne presencia del Espíritu vivificante de la Iglesia de Cristo.

San Ezequiel Moreno es, no cabe duda, una figura de santidad de gran tamaño y de singularísima actualidad. Ofrece, ciertamente, maravillosos contrastes que van a obli­gar a los estudiosos a dedicar especiales esfuerzos para cono­cerle a fondo. Su vida está cuajada de incidentes, de aspectos y tonos muy variados y sorprendentes.

En las circunstancias eclesiásticas del momento, en esta hora de renovación, de incesante proceso y también de con­fusión y de mezcla turbia del bien y del mal, el dulce y ba­tallador obispo, el abnegado e intrépido misionero, el obser-vantísimo y humilde fraile de la recolección agustiniana des­taca como modelo de hombre completo, de santo prelado de la Iglesia y como maestro egregio de la verdad.

A nuestro Ezequiel Moreno le dieron ya fama y populari­dad su propia conducta excepcional, santa, austera y pura, y las mismas persecuciones que padeció por parte de los ene­migos de la verdad. Éstos, sin duda, contribuyeron a realzar su prestigio. Es un caso muy curioso el suyo: amaba la celda, el silencio, la oración de recogimiento, como buen fraile reco­leto. Y como obispo era sumamente discreto y entregado en cada instante al cumplimiento de sus deberes y a la contem­plación eucarística. Sin embargo, llegó a encontrarse en el centro de las más conflictivas y ruidosas situaciones.

Al morir se hizo mucho más notorio su valor, su intrín­seco valor. Y comenzaron a ser entonadas loas a su virtud, a sus méritos. Se invocaba su intercesión y se narraban prodi­gios obrados por él. Se le llamaba el Atanasio de los tiempos modernos. Tuvo un familiar, un religioso agustino recoleto, el padre Alberto Fernández, que fue revelando secretos del hombre interior, del amigo íntimo de Dios que pasaba

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muchas horas en coloquios privilegiados con el Prisionero del Sagrario. Y un obispo y fraile como el padre Ezequiel, el padre Toribio Minguella1, escribió pronto su Biografía y publicó sus escritos pastorales y sus preciosas cartas. El académico padre Pedro Fabo lanzó un opúsculo titulado Olor de saniidad. Y el padre Teófilo Garnica, otro hermano suyo de hábito, recogió su pensamiento espiritual y sus sentencias y finísimas ideas. El autor del presente trabajó publicó lo que llamó Intimidades y anécdotas de fray Ezequiel. Y al padre Ángel Martínez Cuesta se debe una amplia y muy documen­tada biografía. Luego aparecieron otros estudios. La fama de santidad de tan insigne siervo de Dios fue creciendo y se abrieron los procesos canónicos que transcurrieron entre los años 1910 y 1921.

Por fin, Su Santidad Pío XI firmó la introducción de la Causa ante el dicasterio correspondiente de Roma, el 25 de noviembre de 1925. Pablo VI proclamó la heroicidad de las virtudes del siervo de Dios, el 1 de febrero de 1975, y lo ins­cribió en el catálogo de los beatos el 1 de noviembre de 1975. Su Santidad Juan Pablo II lo canonizó en Santo Domingo el 11 de oc tubre de 1992 2 , en la conmemorac ión del V Centenario de la Evangelización de América y Filipinas. Estos son los párrafos de la homilía papal referentes al nuevo santo.

"Ahí está esa admirable pléyade de santos y beatos que adornan la casi totalidad de la geografía americana, cuyas vidas representan los más sazonados frutos de la evangeliza­ción y son modelo y fuente de inspiración para los nuevos evangelizadores. En este marco de santidad se sitúa la pre­sente canonización del beato Ezequiel Moreno, que en su vida

1 El padre Toribio Minguella (1836-1920) fue un religioso muy distingui­do. Nacido en Igea de Cornago (La Rioja) y misionero en las Islas Filipinas, escribió y publicó una gramática hispano-tagalog. Fue comisario general de los agustinos recoletos en Madrid, rector del monasterio de San Milián de la Cogolla, obispo de Puerto Rico y de Sigüenza. Académico de la Historia y autor de libros importantes, mantuvo amistad muy cordial con san Ezequiel. Escribió su vida y recogió sus escritos y fue el encargado de pronunciar la ora­ción fúnebre ante el cadáver del santo, en Monteagudo.

^ Registraré para la historia, que en la fecha de la canonización, era arzobispo primado de la capital y primado de las Américas el cardenal D. Nicolás de Jesús López Rodríguez, y regía los destinos de la República Dominicana D. Joaquín Balaguer, quien se halló presente en la ceremonia de la exaltación de fray Ezequiel.

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y obra apostólica compendia admirablemente los elementos centrales de la efemérides que celebramos. En efecto, en su vida aparecen España, Filipinas y América Latina como los lugares en que desarrolló su incansable labor misionera este hijo insigne de la Orden Agustina Recoleta. Como obispo de Pasto, en Colombia, se sintió particularmente urgido por el celo apostólico que hace exclamar a san Pablo: ¿Cómo invoca­rán a aquél en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquél a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? (Rm 10, 14).

El nuevo santo se nos presenta ante todo como modelo de evangelizador, cuyo incontenible deseo de anunciar a Cristo guió todos los pasos de su vida. En Casanare, Arauca, Pasto, Santafé de Bogotá y tantos otros lugares se entregó sin reserva a la predicación, al sacramento de la reconciliación, a la catequesis, a la asistencia a los enfermos. Su inque­brantable fe en Dios, alimentada en todo momento por una intensa vida interior, fue la gran fuerza que le sostuvo en su dedicación al servicio de los más pobres y abandonados. Como pastor profundamente espiritual y vigilante, dio vida a diversas asociaciones religiosas; y adonde no podía llegar en persona procuraba hacerse presente mediante la publicación, el periódico, la carta particular.

San Ezequiel Moreno, con su vida y obra de evangeliza­dor, es modelo para los pastores, especialmente de América Latina, que bajo la guía del Espíritu quieren responder a los grandes desafios con que se enfrenta la iglesia latinoamerica­na, la cual, llamada a la santidad, que es la más perfecta riqueza del cristianismo, ha de proclamar sin descanso a Jesucristo ayer, hoy y siempre (Hb 13, 8)".

Los dos milagros exigidos para la beatificación y canoni­zación 3 consistieron en la repentina y maravillosa curación de dos personas distintas, que padecían la enfermedad del cáncer y se encomendaron al santo fray Ezequiel.

Paso a destacar algunos rasgos más característicos de tan gran hijo de Dios y de la Iglesia.

3 En el proceso de canonización de san Ezequiel han trabajado, en cali­dad de postuladores, los siguientes religiosos agustinos recoletos: Padres Daniel Delgado, Pedro de la Dedicación, Jenaro Fernández y Romualdo Rodrigo.

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ALFARO

Hay en La Rioja, España, un municipio llamado Alfaro, que actualmente tiene más de nueve mil habitantes y se halla situado junto al río Alhama. Es muy antiguo. Posee dos igle­sias notables que son, a la vez, parroquias: la de San Miguel (siglos XVI-XVII) y la de Nuestra Señora del Burgo (principios del siglo XVIII). Y además de varias escuelas, funciona en su suelo un colegio de Hijas del Amor Misericordioso. También allí hubo dos conventos de monjas de clausura que imprimie­ron a la población un especial tono religioso: uno de concep-cionistas y el otro de dominicas; este último ha sido traslada­do a Zaragoza. Continúa aquí muy floreciente, y otrora exis­tieron conventos de religiosos franciscanos, trinitarios y de la Orden hospitalaria de San Juan de Dios. El de franciscanos cobró nueva vida en 1895. Reemplazaron a los claretianos que ocupaban el lugar. Es que habían fundado don Santiago Tejada y su esposa, a fines del siglo XIX, el patronato de Santiago y de santa Isabel, con el fin de sostener una obra pía de beneficencia, caridad e instrucción en favor de los hijos de Alfaro, y para ello vinieron los religiosos nombrados.

La historia larga de esta privilegiada ciudad ha sido escrita recientemente por un digno y diligente sacerdote, Joaquín Martínez Diez, quien ha recogido y ordenado con gran meticulosidad y competencia datos y noticias de sumo interés. Asegura él, que "ha puesto en su ardua tarea el mayor empeño y su mejor cariño". Ha visto la luz su trabajo en 1983. Es, pues, muy reciente y a sus páginas remito al lector, quien en ellas encontrará abundante información acerca de la ciudad en épocas anteriores y modernas, en par­ticular sobre los principios y su desarrollo material, político y espiritual, sobre la nueva colegiata, en donde precisamente fue bautizado nuestro san Ezequiel, y sobre la parroquia de Nuestra Señora del Burgo.

Al-faro. Faro es vocablo de origen árabe, que viene a sig­nificar atalaya, centinela. Y es que se levantó la ciudad a ori­llas del río Ebro, para garantizar con su luz la navegación. A lo largo de los tiempos se le denominó también Gra-ccurris. Por último vino a quedar en Alfaro.

El Cid Campeador la conquistó en 1072. En 1126 el rey Alfonso VII la engrandeció y estableció en ella a muchos cris­tianos que regresaron del destierro. En su suelo concertaron

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una tregua el año 1208 los reyes de Castilla, León, Aragón y Navarra. Sancho IV celebró en ella Cortes, que fueron nota­bles por haber ocasionado la muerte de Don Lope de Haro. En mayo de 1497 se pactó allí la paz entre los reyes de Castilla y Navarra. Fue sitiada en 1466 por el Conde de Foix, que pronto fue obligado a levantar el cerco y a retirarse.

El mencionado historiador Martínez Díaz ofrece datos abundantes y ricos. Particularmente interesa lo que afirma de nuestro santo Ezequiel, de quien teje una breve semblanza y a quien califica como "el más ilustre hijo del pueblo". Pertenece Alfaro en lo eclesiástico a la diócesis de Calahorra y Logroño.

La comarca, denominada La Rioja, tan famosa e históri­ca, ha producido a lo largo de los siglos eminentes figuras de la virtud y del saber: en su suelo vive y trabaja una raza de hombres creyentes, sanos de espíritu, fuertes de voluntad, sencillos y generosos en el trato social.

Entre otros muchos lugares riojanos dignos de singular mención, que enriquecen la vida e historia de tan bella región, sobresalen con fuerza el antiquísimo santuario de Nuestra Señora de Valvanera, que es patrona y muy venera­da por el pueblo riojano, y el muy digno y grandioso monas­terio de San Millán de la Cogolla, considerado como una de las joyas más preciosas de España.

A estos dos conocidos santuarios se hallan ligados los agustinos recoletos. A Valvanera, porque varios de sus hijos contribuyeron eficacísimamente a la reconstrucción de su templo y del monasterio benedictino, que se hallaban aban­donados y en ruinas. Uno de los más activos entre ellos fue el después obispo fray Toribio Minguella, quien sería el primer biógrafo de nuestro santo. Y a san Millán de la Cogolla, por la misma razón, y porque además desde septiembre de 1878 están en su posesión y cuidado, porque lo han convertido en colegio misional y en noviciado, y le han dado una vida exhu-berante, y hasta han escrito libros en torno a sus orígenes y a sus tesoros espirituales y artísticos. No olvidará el lector que en sus claustros la lengua castellana comenzó su vida hace más de mil años.

Añadiré que de ahí salieron muchos religiosos para pre­dicar el Evangelio en América y en el Extremo Oriente. Y, pre­cisamente, de sus claustros eran moradores algunos de los

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misioneros que acompañaron al santo fray Ezequiel en su viaje de res taurador de la Orden agust ino-recoleta en América. Esta fue una empresa de gran transcendencia en la que, sin duda, el personaje central fue nuestro biografiado. De tal hecho proceden las fundaciones de centros religiosos y misionales, que han ido luego surgiendo en el norte, centro y sur de América. Y aún cabe agregar al final de este capítulo otros significativos apuntes, sobre Alfaro y su comarca.

En el periódico de Bilbao La Gaceta del Norte, 5 de febrero de 1975, cuando aparecieron las primera noticias acerca de la beatificación próxima de fray Ezequiel, hizo el cronista oficial de La Rioja, Felipe Abad León, un recuento valioso de las riquezas riojanas en el aspecto católico y heroi­co. Y recordó que el último riojano beatificado había sido fray Jerónimo Hermosilla, el 20 de mayo de 1906 (el año en que murió fray Ezequiel) canonizado en 1988 por Juan Pablo II. En 1867 fueron beatificados Alonso de Mena y Alonso Navarrete. Era aquel na tu ra l de Santo Domingo de la Calzada, y éste, de la ciudad de Logroño.

También anotó el cronista que una de las páginas más gloriosas de la historia de La Rioja se halla escrita preci­samente en el siglo XIX, y en las Islas Filipinas. Aporta este significativo dato: 146 agustinos recoletos riojanos misiona­ron en aquel archipiélago en los años que van de 1853 a 1898. De ellos 27 eran nacidos en Alfaro, 24 en Arnedo, 14 en Calahorra, 11 en Igea, 10 en Cornago, 9 en Berceo, 9 en San Millán de la Cogolla, 4 en Aldeanueva del Ebro, 3 en Uruñuela, 2 en cada uno de los pueblos de Quel, Rincón de Soto, San Andrés del Valle, Villar de Arnedo, Valgañón. Y uno de cada uno de los pueblos de Autol, Ausejo, Estollo, Grávalos, Nalda, Muro de Aguas, Rincón de Soto, Logroño, Pedroblasco, Recilla, Bergasa, San Román de Cameros, Pazuengos, San Román de la Sonsierra, Tudelilla, Torrecilla, Ventosa, Villarroya, Viguera y Villaverde.

Ahora en este pueblo de Alfaro, en esta comarca de La Rioja, reina un júbilo nuevo, muy puro, muy hondo, con la elevación al honor supremo de los altares de uno de sus hijos más representativos y célebres: san Ezequiel Moreno y Díaz.

Y el mismo cronista publicó, también en la Gaceta del Norte, estas otras riquísimas líneas que transcribo: La Rioja, tierra de santos. El primer comentario que se me ocu-

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rre es proclamar esta verdad: que los riojanos pisamos tierra de santos. Cuentan que Valentín de Berrio Ochoa, natural de Elorrio, entonces obispo de Calahorra, dijo en cierta ocasión: "Voy a h a c e r m e s a n t o p a r a que t enga u n o Vizcaya". Efectivamente, Berrio Ochoa se hizo santo y fue beatificado por Pío X, en 1906, y desde entonces tiene un santo Vizcaya. Uno solo que, además, hizo todos sus estudios en el semina­rio de Logroño y celebró su primera misa en Calahorra. La Rioja es más privilegiada en este aspecto. El padre Mateo Anguiano, en 1701, escribía una obra, ya clásica, sobre la historia de "La Rioja y sus santos y milagrosos santuarios", donde se recogen noticias de no menos de cincuenta santos riojanos. En nuestros días, concretamente en 1962, el museo catequístico diocesano, en colaboración de varios autores, publicó un libro de 246 páginas titulado Santos de la Rioja, que consideramos muy útil como lectura a todos los niveles. En este libro se recogen las semblanzas de 21 santos rioja­nos, de 6 beatos y de otros venerables, entre ellos el padre Ezequiel Moreno, que pasa a ser el séptimo de La Rioja.

En esta ciudad de Alfaro, en donde Ezequiel había naci­do, germinó su anhelo de ser fraile. Y, por cierto, en la vida de fray Ezequiel aparece la palabra "fraile", llena de sentido espiritual y con encantos singulares. Una humilde religiosa dominica, sor Catalina Les, que profesó especial simpatía al monaguillo Moreno, hace referencia a una escena significati­va. En cierta ocasión fue Ezequiel con su padre al locutorio, y la portera preguntó al niño: Tú, ¿qué vas a ser? Y respondió rápidamente: fraile. Y la portera le contestó: ¿Tú fraile? Tan calandrajo, ¿para qué te quieren? Y él replicó: Me pondré sombrero de copa para ser más alto.

Pues fraile y fraile agustino recoleto vino a ser. Y fraile cabal. Varias circunstancias concurrieron para llevarle al convento de los misioneros destinados a Filipinas. Fue en Alfaro donde el año 1825 los agustinos recoletos establecie­ron un colegio seminario, autorizado por el Rey, para seguir conservando las misiones de las Islas Filipinas. El local com­prado era por cierto muy pobre, escaso de capacidad y falto de agua, como se anota en algunos documentos. Pero de esta casa salieron con destino a Filipinas nada menos que tres expediciones.

Porque tiene relación con el pueblo en que nació fray Ezequiel, anotaré que los recoletos, antes de abandonar

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Alfaro, llegaron a solicitar, para ampliar su espacio de vida, la ermita de san Roque, que estaba próxima al colegio, y que­rían comprar una huerta aledaña; también pensaron en tras­ladarse a la ermita de la Virgen del Pilar, pero tampoco ha­llaron apoyo. En el año 1829 se trasladaron a Monteagudo, Navarra. Aquella tan fugaz fundación sirvió para que muchos hijos de Alfaro sintieran simpatía profunda hacia los agusti­nos recoletos. Y muchos han sido los que han profesado en s u s c l a u s t r o s . El propio h e r m a n o de fray Ezequiel , Eustaquio, entró al convento navarro e hizo su profesión el 1 de octubre de 1861. En la ceremonia estuvo presente su her­mano Ezequiel, quien quedó atraído para siempre hacia la vida religiosa. Su permanente pensamiento fue el ser fraile.

El padre Ezequiel, tras una larga ausencia, volvió a su pueblo en julio de 1885. Venía de Filipinas para hacerse cargo del rectorado del convento de Monteagudo. Luego estu­vo varias veces para ver a su familia y para predicar en la ñesta de Nuestra Señora del Rosario. ¡Qué emoción producía su palabra suave, evangélica...!

Después, ya obispo en Colombia, de camino a Roma, quiso acercarse hasta los suyos. Ahora venía precedido de mucha fama, de fama de santo y de "mártir". Se sabía cuánto había luchado y padecido por la fe. El ayuntamiento lo nom­bró hijo predilecto y le otorgó su correspondiente diploma, que él recibió agradecido. Aprovechó para exhortar a sus compueblanos a ser ñeles al Evangelio.

El pueblo de Alfaro nunca lo olvidó 4. Cuando estuvo enfermo en Monteagudo, algunos vecinos fueron a visitarle. Y en los funerales su paisanos estuvieron representados por el clero y el ayuntamiento. Y más tarde, al verificarse en 1915 y en 1928, la exhumación y reconocimiento de su cadáver, tampoco faltaron. Y a su tiempo pidieron la introducción de la causa de beatificación por medio del ayuntamiento, del clero y de las ordenes religiosas y piadosas asociaciones.

4 La ciudad de Alfaro ha proclamado a este muy distinguido hijo su patrono, junto con san Roque, que ya lo es desde tiempo Inmemorial, y le ha dedicado una de sus calles. Todavía conserva, como un precioso tesoro, la humilde casa en donde nació. Recientemente ha erigido un busto del santo en uno de los jardines próximos a su casa natal.

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De Alfaro, en donde han nacido muchos religiosos agus­tinos recoletos insignes, fue también un provincial recoleto notabilísimo, gran teólogo, el padre Salvador Malo y Escárroz, que profesó el 19 de febrero de 1630, pasó a Nueva Granada y dio fuerte impulso precisamente a las misiones de los Llanos de Casanare, donde más tarde había de pastorear nuestro padre Ezequiel Moreno.

LE PUSIERON POR NOMBRE EZEQUIEL

En la ciudad de Alfaro, en una humilde casa de la calle del Hospital Viejo, número 2, nació Ezequiel Moreno y Díaz; esta calle ahora lleva el nombre de Adriano VI. Y pronto se pensó en hacerlo cristiano.

"Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautis­mo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo realmente santos. En consecuencia es necesario que con la ayuda de Dios conser­ven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron" (L g, 40). Estoy seguro de que a fray Ezequiel le agrada sobre­manera que se recuerde esta doctrina conciliar. Nunca esti­mó más otra cosa que ser hijo de Dios y de la Iglesia.

Traslado aquí una copia de su partida de bautismo, tal como está en el folio 357, vuelto, del libro de bautizados de la parroquia mayor de San Miguel, y que reza así:

Ezequiel Moreno.- En diez de abril de mil ochocientos cua­renta y ocho, yo Lie. Julián García, canónigo penitenciario y como tal cura-párroco de la real e insigne iglesia colegial de esta ciudad de Alfaro, bauticé solemnemente un niño que, según la comadre, había nacido a las once de la ma­ñana del día anterior, y le puse por nombre Ezequiel, hijo legítimo de Félix Moreno y Josefa Díaz, abuelos paternos Bruno y Manuela García, maternos Antonio y Josefa Oscoz. Todos naturales y vecinos de esta ciudad. Padrinos Sebastián Pascual, consorte de Simona Martínez, y Vicenta Benito, consorte de Tiburcio Buenqfuente, a quienes advertí lo necesario.- Lie. Julián García.

Eran muy sencillos los padres de Ezequiel y muy ejem­plares. Él, Félix, tenía una pequeña sastrería; ella, Josefa,

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estaba por completo entregada a los quehaceres domésticos. Tuvieron seis hijos: Eustaquio, que fue también religioso agustino recoleto, Juana , Ezequiel, Valentina, Benigna y María de las Candelas, que murió siendo muy niña. Viven aún algunos parientes lejanos. Un sobrino suyo, también agustino recoleto, el padre Julián Moreno, cayo víctima de la persecución en 1936, en Motril, España. Este religioso lleva los apellidos Moreno y Moreno, porque su madre Valentina estuvo casada con Ignacio Moreno.

En un sermón que predicó san Ezequiel en la iglesia de las monjas dominicas, al volver de Filipinas en octubre de 1885, dijo muy emocionado: "A este templo me traía mi di­funto padre de la mano, y aquí rezábamos y cantábamos el santo rosario, cuando yo apenas podía balbucir las palabras".

Y le pusieron por nombre Ezequiel, vocablo hebreo que significa: "Dios fortalece". Singular y significativo nombre. Algo hace recordar en la vida y obras de nuestro héroe el pre­dicador y prelado, fray Ezequiel, al grande, al profundo profe­ta del antiguo Testamento, llamado Ezequiel, hijo de Buzi, el de los oráculos contra las naciones prevaricadoras, el de las sublimes visiones, el ardiente defensor de Yahvéh.

Este profeta bíblico, que era de familia sacerdotal, cono­ció la persecución y el destierro tras la caída de la ciudad de Nínive y del ascenso del nuevo imperio babilónico, y fue auténtico intérprete de la tragedia de su pueblo, de los sufri­mientos del destierro, con la caída de Jerusalén. Sus orácu­los eran formidables ante las calamidades que afligían a su patria. Apelaba en todo momento al juicio de Dios sobre la historia. Su influencia en el pueblo fue muy honda y durade­ra. Gracias a él hallaron consuelo y esperanza los deste­rrados, y se convirtieron muchos que andaban apartados de la ley y no comprendían el sentido religioso de la catástrofe que padecían. Durante su infancia y juventud ocurrieron en Palestina sucesos muy graves que dejaron huella duradera y amarga en su alma. Parece que conoció a Jeremías y que escuchó sus duros avisos al pueblo, así como sus lamenta­ciones.

Pues como aquellos profetas, también nuestro fraile y obispo llegó a ser un anunciador incansable de la verdad, un debelador de las injusticias y errores, un centinela fiel, un celoso pastor de las almas, preocupado siempre por formar

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bien las conciencias, disipar las tinieblas y afianzar las voluntades en el bien.

Ante las ruinas y pecados repite el bíblico profeta que Yahvéh tiene poder suficiente para dar vida a un pueblo muerto, para vivificar unos huesos secos (37, 4-14). Habrá una nueva alianza y será "alianza de paz" (37, 26). La acción de Dios será, sobre todo, de orden espiritual. Actuará Dios directamente en el corazón de los hombres, comunicándoles su santidad. Les dará un corazón nuevo y un espíritu nuevo (36, 25-27). El don del Espíritu actuará para cada individuo, misteriosamente, el principio de una renovación interior que le procurará la fuerza necesaria para observar la ley de Dios (36,27; 11, 19).

Fray Ezequiel Moreno y Díaz hizo honor a su nombre. De seguro que leía y meditaba las enseñanzas de su homónimo, el admirable profeta del antiguo Testamento. Como él apare­cerá siempre preocupado por salvaguardar "el honor de Yahvéh, la gloria que se debe a su nombre".

FISONOMÍA. ALGUNOS RASGOS

Era el padre Ezequiel de talla regular, más alto que bajo, de sobrios modales, de fisonomía más bien austera, aunque muy afable; de muy singular bondad que atraía, y de una suave manera de armonizar la severidad para consigo y la dulzura para con los demás. Respiraba tranquilidad y entere­za. Siempre digno, responsable y algo tímido en apariencia, fue batallador y de carácter muy pacífico y muy pacificador.

Todo en él era sencillo y ordinario. Nada llamaba la atención. De él se repetía: es un buen religioso; es un prelado modelo de rectitud; es manso y caritativo con las personas que lo rodean; sólo busca a Dios y hacer el bien. En su vida no existió esa aureola asombrosa de milagros y de actos es­tupendos que causan pasmo arrebatador en las historias de los taumaturgos.

¿Ha oído el lector hablar de aquello que se escribe o se dice en las esferas católicas sobre algunos individuos privile­giados y que se llama olor de santidad? Pues a nuestro per­sonaje, sin brillos muy relumbrantes, le iba siguiendo un destello blanco e impalpable, una estela pura de gracia y grandeza, un riquísimo aroma de sobrenatural encanto.

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Cuando fue novicio en la casa de Monteagudo e hizo sus votos religiosos; cuando fue ordenado sacerdote y pasó a las Islas Filipinas, y en el ejercicio de su ministerio sacerdotal cuando fue superior, obispo, y en el pulpito y en toda su manera de ser, de hablar y de proceder, siempre aparecía o se reflejaba en él un algo muy llamativo.

Podemos destacar ciertos rasgos particulares en sus pri­meros años de vida. Fue un niño como los demás de su pue­blo, aunque con algún matiz significativo. En su hogar domi­naba con fuerza la idea religiosa, y sus padres se distinguían precisamente por la dedicación constante al trabajo, por su honradez acrisolada. Vivía su familia cerca del convento de clausura de las religiosas dominicas, de cuya capilla fue acó­lito el niño Ezequiel, y hasta participaba con su buen padre en el rosario de la aurora, que se rezaba recorriendo algunas calles. Asistía asiduamente a la escuela y llegaba a cursar latinidad con dos o tres sacerdotes que vivían en el pueblo. Jugaba al tejo y a la pelota, y no se perdía el acudir a las vaquillas de las fiestas de san Roque. Consta que algunas veces se privó de tal distracción por acompañar a un amigui-to enfermo. En Jas actas del proceso de su canonización cítanse algunos de estos detalles.

Su padre era sastre de profesión. Cuando el hermano mayor, Eustaquio, hizo su profesión religiosa en el convento de agustinos recoletos de Monteagudo, se sintió el niño Ezequiel muy conmovido, y ya principió a latir en él muy fuerte la idea de hacerse fraile y hasta soñar con el pensa­miento de ser misionero e ir un día a las Islas Filipinas para predicar el Evangelio. Esto se hizo en él predominante, aun­que el obispo de Tarazona, monseñor Cosme Marrodán, que­ría encaminarlo hacia el seminario diocesano. En septiembre de 1864 hizo su ingreso en el mencionado convento y empezó a vivir enamorado de la Virgen del Camino que presidía y pre­side la vida de la comunidad. Hizo el noviciado y profesó el día 23 de septiembre de 1868. Por cierto que, como estaba prescrito, añadió que se obligaba con juramento a ir a las misiones filipinas, si el superior así lo dispusiera.

Se debe anotar que ya desde entonces no pensó, en cali­dad de consagrado, sino en permanecer totalmente sujeto a Dios, en imitar y seguir a Cristo, y en servir a la Iglesia; todo conforme a la regla de s a n Agust ín y a las propias Constituciones de la Orden que abrazaba. Fueron en él

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entrañables y fuertes siempre sus amores a su padre san Agustín y a la familia religiosa a que pertenecía. Y tanto amó a su Orden, tanto influyó en sus destinos y tanto se identificó con su carisma, que "quizás es el religioso que ha dejado huella más profunda en su ser". Así lo afirma el padre Ángel Martínez Cuesta.

Por la grandeza de espíritu, por la serie de intervencio­nes dentro de la Orden y en el gobierno de una parte impor­tante de la Iglesia, por el amor divino que inflamaba su alma, por su entrega a la oración y a la penitencia, por la caridad que colmaba y movía su corazón y por la época en que trans­currió su existencia mortal, es personaje de primerísima categoría y de influencia decisiva en la historia de los agusti­nos recoletos. Unió la época antigua y la moderna con su ser y su hacer, y con su celo alcanzó a fortalecer el mantenimien­to del fervor en varios monasterios de agustinas recoletas que, en medio de las turbulencias más espesas, lograron con­servar sus esencias puras de amor a la perfección, de una vida estricta, de mayor recogimiento, en lo que propiamente se cifra el carisma agustino recoleto.

Place consignar aquí algunos detalles biográficos sobre su hermano Eustaquio, por la importancia de su propia per­sonalidad, que la tuvo brillante y benéfica, y por la muy dis­tinguida devoción afectuosa que él siempre manifestó hacia su santo hermano Ezequiel. Era Eustaquio el primero de los hermanos. Había nacido el 2 de noviembre de 1842 y profesó como religioso agustino recoleto en Monteagudo, en 1851. Ordenado sacerdote fue enviado a las misiones de Filipinas en 1866, en compañía de nueve religiosos. Era la quincuagé­sima misión de agustinos recoletos que hacia el archipiélago magallánico salía de España.

La existencia de este padre Eustaquio fue ciertamente fecunda y muy discreta. Fue uno de los religiosos que dejó huella muy marcada. Se especializó en el conocimiento del idioma tagalo que dominó a la perfección. En Calapán, Mindoro, a donde pronto fue destinado, alcanzó gran crédito. Y precisamente allí fue padrino de su hermano Ezequiel en su primera misa solemne. Con él nuestro santo aprendió mucho en sus jóvenes años de ministerio apostólico. Nuestro héroe salió de allí para trabajar en Palawan, en donde celebró su misa, apenas llegado, en un pobrísimo cobertizo. Enfermó y fue destinado a Manila. Y luego, en 1873, acabó de resta-

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blecerse en Calapán con su hermano Eustaquio, quien, por haber sido nombrado secretario provincial, partió para Manila y dejó a fray Ezequiel como párroco. A la sombra de su hermano fue adquiriendo experiencia misionera el que iba a ser tan ardiente y eficacísimo apóstol.

Luego fray Eustaquio fue designado secretario del pro­vincial y a continuación párroco de Dumaguete, de Baclayon, de Taytay; y definidor general con residencia en Madrid, España. Y aunque regresó a Filipinas, otra vez tuvo que vol­ver a España. En 1901 murió en Madrid. Por cierto que su hermano, nuestro fray Ezequiel, alcanzó a verlo vivo y pasó con él varios días.

En su interesante volumen titulado Catálogo de agusti­nos recoletos que pasaron de España a las Islas Filipinas. Madrid, 1906, dedica su autor, el padre Francisco Sádaba, un merecido elogio a nuestro padre Eustaquio, "religioso de vasta ilustración y excelente tagalista".

El padre Ángel Martínez Cuesta anota que se conservan tres cartas de san Ezequiel dirigidas a su hermano. Fray Eustaquio a punto estuvo de viajar destinado a Bogotá para reemplazar a su hermano, cuando éste fue nombrado vicario apostólico de Casanare; y más adelante se pensó en destinar­lo a Pasto, para acompañarlo y ayudarle. Con ilusión escribía el santo en la posdata de una carta al padre Iñigo Narro, que era el superior religioso residente en Madrid de España: "Mucha ayuda será para mí mi hermano, porque no tengo más que el actual provisor, ya viejísimo, que no puede más, y no hay quien lo reemplace en todo el clero que tengo".

RECTOR DE MONTEAGUDO, 1885-1888

En la villa navarra de Monteagudo reposan los restos mortales, muy venerados por el pueblo, de nuestro san Ezequiel Moreno. Y en esta villa, en donde murió muy santa­mente, había vivido y ejercido el cargo de rector del convento que ahí tienen los agustinos recoletos.

Este convento posee una iglesia, que es santuario de Nuestra Señora la Virgen del Camino. Muy querida es María Santísima en este su título. Según la tradición aquí, en el monte Itura, pequeña elevación de terreno muy cercana al pueblo, se apareció en el año 1114, cuando esta villa fue

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reconquistada del poder de los sarracenos por Alfonso I el Batallador. Había estado ocupada desde el año 716.

Desde 1829 los agustinos recoletos viven en este lugar y son los capellanes de Nuestra Señora. Vinieron de Alfaro. En el sermón predicado el mismo día de la inauguración dijo el vicario general de los Recoletos, padre fray Justo García del Espíritu Santo: "A este colegio e ilustre seminario nuevamen­te establecido5, venís vosotros, los que formáis la comunidad, como elegidos por la Virgen María, que será vuestra principal rectora y maestra, por la que es trono de sabiduría, la Madre de Jesús, el Camino, la Verdad y la Vida. Puestos aquí bajo su protección y magisterio, os llenaréis de su virtud y de su gracia; y preparados y bien dispuestos, iréis después a dar abundantes frutos de celo apostólico, de fe y de caridad en aquellas islas remotas del Oriente".

El padre Ezequiel Moreno tomó el hábito el 21 de sep­tiembre de 1864 y profesó el 22 de septiembre de 1865. Nunca olvidaría que fue testigo de su consagración la misma Señora, Madre de Dios. Desde Filipinas vuelve el padre Ezequiel a Monteagudo, nombrado rector, en el año 1885. Aquí se manifestó su riqueza espiritual. Fue vicerrector un religioso digno del mayor crédito por sus condiciones mora­les, el padre Antonio Muro. Y éste nos dejó unos recuerdos e impresiones del padre Ezequiel que contribuyen mucho a reflejar lo que era fray Ezequiel:

"El carácter dulce del padre Ezequiel era tal que jamás se le vio alterado, y eso que ocasiones hubo en que cualquier otro de menos virtud hubiera prorrumpido en actos de enojo o impaciencia. Pero el padre rector nunca perdió la serenidad ni la calma de su espíritu. Cuando se veía precisado a reprender, lo hacía con tanta dulzura que más que superior dominante parecía un amigo cariñoso. Durante el tiempo que yo permanecía en la enfermería con las viruelas noté, y con­migo lo notaron los demás, que todas las noches, mientras

5 Tiene el convento de Monteagudo una historia importante. Consignaré este dato: la Ley general de desamortización, promulgada el 27 de julio de 1837. extinguió en España y en sus dominios todos los conventos, masculinos y femeninos, excepto algunos dedicados a obras benéficas, y los colegios-seminarios de Monteagudo, Valladolid y Ocaña. pertenecientes a los agustinos recoletos, agustinos y dominicos, respectivamente. Los tres se libraron de la extinción por el carácter de colegios-seminarios, en donde se habían de formar misioneros para trabajar en Filipinas.

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hubo alguno grave, subía el padre rector, entre una y dos de la mañana, a la enfermería y entraba en las celdas de todos, sin duda con el fin de ver si nos faltaba algo. Debía andar con alpargatas, pues no hacía el menor ruido".

Y un hermano sencillo, fray Ángel Morras, testifica: "En el año que le tuve de rector de 1887 al 1888, puedo decir que todos sus actos fueron ote un verdadero modelo de reli­giosos...; en el coro se le encontraba a cualquier tiempo, pues además de las horas de obligación, solía ir con frecuencia".

Monteagudo y el padre Ezequiel andan para siempre unidos. Escogió para morir este sitio. Voló al cielo en una celda que tenía un ventanuco desde donde se podía ver a la Virgen del Camino, que fue un imán para su corazón. Un destino histórico singular ha tenido y tiene este convento recoleto de Monteagudo, abierto precisamente para nutrir de misioneros a las Islas Filipinas, y tolerado con ese exclusivo objetivo por los gobiernos desamortizadores. Este convento en la Orden de agustinos recoletos aparece hoy como un sím­bolo. Es la cuna de su restauración. Hasta adquirió después el privilegio de ver nacer allí, cabe el sepulcro de fray Ezequiel, la próspera congregación de misioneras agustinas recoletas.

Ahora Monteagudo, por hallarse tan vinculado a fray Ezequiel, está adquiriendo un nuevo brillo y una fuerte atrac­ción popular . Resulta maravilloso recordar lo que fray Ezequiel escribía, cuando era obispo en América, añorando el recogimiento y la paz de su amado convento, en donde todo lo presidía su madre del cielo, la Virgen del Camino. Anhelaba su silencio y suspiraba por tener la dicha de acabar allí sus días en la tierra. Y algo presentía: "¡Oh, qué feliz fuera yo si quedara ciego! Podría así vivir en mi convento, sin que las ocupaciones me impidieran estar siempre con nues­tro amadísimo Jesús, sin tener que leer periódicos, ni saber que a Jesucristo lo quieren echar de las escuelas, de la socie­dad, de los corazones. |Oh, qué dicha el quedar ciego! Algunas veces cierro los ojos y me contemplo ciego, y que me llevan a mi convento a morir allá. ¡Oh, feliz enfermedad la que me llevara a mi convento y que yo muriera allí!"

Esta enfermedad feliz para el bendito siervo de Dios fue el cáncer, que él ha curado en las personas que imploraron su intercesión.

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MISIONERO EN FILIPINAS, 1870-1885

Durante el siglo XIX España sufrió tormentas políticas graves y frecuentes. También la Iglesia llegó a ser víctima, y sus efectos se sintieron muy en particular en el ser y en el desarrollo de los institutos religiosos.

Alguna influencia tuvo aquella revolución, llamada La Gloriosa, en determinar la fecha de salida a Filipinas de una expedición en la que figuraba fray Ezequiel. Era la marcada con el número setenta de aquella serie que fue mandando al archipiélago magallánico la Orden de agustinos recoletos, que empezó en el año 1606, y llegó al número de cien y más. ¡Qué historia, por cierto, tan rica en abnegaciones y en frutos espi­rituales, la que ha ido escribiendo este instituto con sus hijos, sus misioneros, algunos de los cuales acabaron con el martirio!

Con sus compañeros salió el joven Ezequiel de Marcilla, en donde había permanecido tres años estudiando, el 4 de oc tub re de 1869. Embarcó en Cádiz, en la fragata Concepción, el 14 del mismo mes. Y llegó a Manila el 10 de febrero de 1870. En el convento de Manila permaneció fray Ezequiel quince meses, dedicado al estudio de la lengua taga­la, de la teología moral, y preparándose para el desempeño de los oficios pastorales. El 13 de junio de 1871 fue ordenado sacerdote.

Su primer destino fue Calapán, en la isla de Mindoro. Estaba allí su hermano mayor Eustaquio, con quien aprendió a la perfección el idioma tagalo. Cuando aún no llevaba un año en aquel puesto los superiores le agregaron, como cape­llán, a una expedición militar organizada por el gobierno con­tra los piratas de Joló, que infestaban la isla de la Paragua o Palawan y todas las islas Calamianes. Aprovechó para cate­quizar a las tribus de Iraguan e Iwahig, y para bautizar a muchos niños y mayores. En esta correría contrajo una muy seria enfermedad que lo obligo a retirarse por algún tiempo a la isla de Negros. Volvió a Calapán, y entonces con el nom­bramiento de párroco, de vicario provincial de Mindoro y de vicario foráneo del partido.

En 1876 fue trasladado al pueblo de Las Pinas. Aquí hizo prodigios. Todavía se le recuerda. Yo mismo pasé por allí, y me di cuenta del rastro de santidad que dejó fray Ezequiel. Otro recoleto, el padre Diego Cera, había permane-

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cido allí durante 34 años seguidos, y había realizado obras de gran importancia. A él se debe el famoso órgano de caña que se conserva como un originalísimo monumento.

En 1879 tomó posesión de la parroquia de Santo Tomás, en Betangas, en donde permaneció un año. Su compañero el padre Tomás Roldan vino luego a declarar: "Era el padre Ezequiel un santo, era un ángel". En 1880 fue nombrado pre­dicador conventual de Manila. Su salud era débil y fue trasla­dado con el cargo de presidente a la casa-hacienda de Imus (Cavite). Esto fue en 1882. En el mes de mayo de 1885 fue elegido en capítulo provincial rector del colegio-noviciado de Monteagudo.

Nunca olvidaría el padre Ezequiel sus años transcurri­dos en Filipinas. Había sido fiel. Había cumplido lo prometi­do. El 22 de septiembre de 1865, al pronunciar sus votos de castidad, pobreza y obediencia ante la Virgen del Camino, en Monteagudo, había hecho promesa, según lo establecido en la provincia de san Nicolás de Tolentino de la Orden a la que pertenecía, de ir a las misiones del archipiélago filipino cuan­do los superiores lo dispusieren.

Imprimieron carácter en nuestro san Ezequiel los prime­ros años sacerdotales vividos en aquellas islas legendarias que, cultivadas espiritualmente por misioneros de varias Ordenes religiosas enviados desde España, son ahora una gloriosa realidad, dentro de nuestra santa Madre la Iglesia católica, en el Extremo Oriente. Ya es sabido que fueron des­cubiertas en 1520 y que de ellas tomó posesión, en nombre de España, Hernando de Magallanes, a quien acompañaban el religioso agustino y cosmógrafo fray Miguel López de Legazpi y los también agustinos Martín de Rada, Diego de Herrera, Andrés de Aguirre, Lorenzo Jiménez y Pedro de Gamboa, que fueron los primeros evangelizadores, a los que luego sucedieron otros muchos, dominicos, franciscanos, jesuítas...

Los primeros agustinos recoletos, que formaban un grupo de trece, salidos de Talavera de la Reina, llegaron a Filipinas en los últimos días del año 1606. Iban -anotó el cro­nista- "llenos de Dios, y así no perdieron un punto en su observancia, cumpliendo con las obligaciones religiosas como si estuvieran en el más retirado noviciado de los que habían dejado en su provincia. No omitían la oración mental de las

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dos horas diarias, el oficio divino a coro, el silencio, el ayuno y la disciplina".

Y así pronto se lanzaron a su increíble tarea evangeliza-dora. Antes de que acabase el año de la llegada a su destino, ya se hicieron cargo de la misión de Mariveles en la provincia de Bataán , y a cont inuación de las hoy provincias de Zambales y Pangasinán, en donde fundaron las misiones de Bagac, Masinloc y Bolinao. Y pronto entraron en la isla de Mindanao, que es la segunda en extensión del archipiélago filipino.

Place, por cierto, consignar aquí, porque el hecho tuvo lugar en Filipinas, un dato referente a la persona del protago­nista de estos recuerdos sueltos, san Ezequiel Moreno. Me envió desde Talisay el padre Valeriano Agustín una carta muy interesante a Roma. Sabía él que yo andaba buscando apuntes y detalles acerca del padre Moreno. Y me transcribió lo que ahora voy a dar a luz. Lo pongo al pie de la letra.

"Parroquia de san Nicolás de Tolentino. Talisay. Negros Occidental. Filipinas. Nota acerca del V. P. fray Ezequiel Moreno, obispo de Pasto, Colombia, consignada en el libro de Cosas notables del ministerio, de Talisay. 'En el año 1849 a fines de junio, el M. R. P. fray Fernando Cuenca de san José, recoleto de san Agustín, manifestó a nuestro padre provin­cial, fray Juan Félix de la Encarnación, su deseo de dedicarse por el sistema hidroterápico de Priessnitz a la curación de la humanidad doliente. Todo esto sin faltar a su ministerio sacerdotal y de su estado religioso.

Nuestro padre examinó la obra de Priessnitz y concedió benignamente al padre Fernando Cuenca la curación de los enfermos, sin más restricción de que en casos graves consul­tase a un médico facultativo. Este gran hospital lo instaló en el convento de Talisay, ministerio conocido antiguamente con el nombre de Minuluan. Las curaciones más notables han sido en heridas de arma blanca, asociando a la hidroterapia el bálsamo tagulauay y otras plantas medicinales. Fracturas y dislocaciones se han curado bien por medio de la reduc­ción, fomentos y entablillados, evitando inñamaciones y calenturas. Antras, póstulas, mordeduras venenosas se han cu rado por medio de cau te r ios con feliz éxito. Empobrecimiento de sangre, anemia, fiebres, etc., se han curado felizmente por medio de sábanas y otras aplicaciones hidroterápicas. Entre los ilustres visitantes curados por estos

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medios aparece ocupando el n° 33 el R. P. fray Ezequiel Moreno: anemia y empobrecimiento de sangre".

Firma esta nota en el libro de Cosas notables el padre fray Marcelino Simonena de san Luis Gonzaga. Año 1902. Lástima que no se indica el día y el año en que el padre Ezequiel fue a Talisay. Quizá cuando salió enfermo de Palawan. Pero hay que agradecer al recoletísimo y diligentísi­mo padre Simonena este servicio que prestó a la historia, así como al padre Valeriano Agustín, otro gran religioso, que tuvo la atención de transmitir la notícula.

A este respecto no sobrarán unas líneas para encarecer lo mucho que también en este campo de la salud corporal y en el de las medicinas hicieron los misioneros agustinos re­coletos en el archipiélago filipino a través de los siglos. El padre Ángel Martínez Cuesta bien destaca este aspecto en su History of Negros, año 1980. Y el padre José Luis Sáenz dedi­ca a ello varias páginas en la revista Recoüectio, Roma, volu­men XVII, año 1993. Del citado padre Simonena existe un buen trabajo publicado en Barcelona que se titula La medici­na aplicada por los agustinos recoletos en Filipinas, año 1930.

Sobre la salud del padre Ezequiel sabemos que nunca fue robusta, sino más bien frágil, aunque no le impidió el tra­bajo ordinario. Siendo corista ya sufrió varios achaques. Durante el viaje a Filipinas, a últimos de 1869, fue atacado por fuertes calenturas. De Palawan se vio obligado a salir porque la fiebre invadió su organismo. El paludismo, contraí­do en Extremo Oriente, se manifestó también en los Llanos de Casanare. Un cáncer fortísimo lo llevó al sepulcro.

Eso sí, como hombre de Dios, de espíritu sobrenatural, todo lo aprovechó para su bien, para su santificación. "Yo, amado de mi alma -decía- para imitaros abrazo con el más tierno afecto los dolores, las enfermedades, la pobreza y las humillaciones, y las considero como hermosas partecitas de tu cruz". Y tuvo en abundancia todo eso. En octubre de 1905, herido ya de muerte, escribía: "La enfermedad me lleva más a Jesús".

En un informe presentado al capítulo general, que se celebró en Monteagudo el año 1982, el religioso filipino Víctor Lluch expuso: "Como recoleto filipino he venido a este capítu­lo general representando a nuestra vicaría y, naturalmente, siento orgullo de ser miembro de una Orden que tanto se

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comprometió y luchó por moldear la vida y el carácter filipino dentro del marco cristiano. Pronto celebraremos el 500 ani­versario de la cristianización de Filipinas. Estaremos siempre reconocidos cuando, al mirar el glorioso pasado, reconozca­mos a aquellos intrépidos hermanos nuestros que tan gene­rosamente trabajaron y dieron sus vidas por la fe, poniendo así el fundamento de una nación cristiana, la única en el Extremo Oriente.

Ella recordará a los trece primeros recoletos que, infla­mados por el fuego de su celo, esparcieron el Evangelio e hicieron frente a innumerables obstáculos: el calor tropical con todo lo que lleva consigo, las grandes distancias, la mul­titud de dialectos, los fieros ataques de los moros nativos esparcidos por las Islas, la falta de asistencia civil. Recordará también los 235 pueblos fundados por los recoletos desde 1906 a 1961, y que, como líderes, sintieron la grave obliga­ción de educar, proteger y defender a su grey, mejorando la agricultura, construyendo puentes, calzadas, pantanos, for­talezas, etc. Los recoletos fundaron, en el espacio de 300 años, 630 escuelas parroquiales. También se debe a ellos la introducción de productos agrícolas tales como el abacá, tabaco, cacao y azúcar".

Hasta añadiré que, insatisfechos con todo ello, no tarda­ron en avanzar impulsados por su celo apostólico, hasta el Japón, en donde dieron su tributo de sangre con el martirio de varios religiosos ya beatificados y de la insigne terciaria de la Orden, la joven llamada Magdalena de Nagasaki, última­mente canonizad. Más tarde, en 1924, se realizaría el anhelo de dar principio al apostolado agustino recoleto misional en el imperio de China, tan misterioso y difícil. Fueron llegando sucesivas expediciones juveniles, procedentes de España. Había clima de sacrificio. La Santa Sede creó un vicariato apostólico y fue nombrado primer prelado monseñor fray Francisco Javier Ochoa. Y también llegaron pronto, movidas por Dios, las agustinas recoletas sor Esperanza Ayerbe de la Cruz, que luego vino a ser la primera superiora general de su instituto y cuya causa de canonización, por cierto, ha tenido principio formal, y las religiosas compañeras suyas, sor Carmela Cruz y sor Angeles García. Tal empeño misionero quedaría sin mucho tardar interrumpido, a causa de una honda y larga revolución política, cuyas consecuencias reli­giosas todavía se están sintiendo.

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RESTAURACIÓN DE LOS RECOLETOS EN AMÉRICA

El descubrimiento y la evangelización de América, del continente de la esperanza, pomo se le denomina, fue algo realmente maravilloso, uno de los acontecimientos más prodi­giosos de la historia de la humanidad. No hace falta detener­nos aquí en ponderar su importancia, atendiendo a sus aspec­tos meramente geográficos y, sobre todo, humanos y religiosos.

De labios del actual Pontífice de la Iglesia católica, Juan Pablo II, y de hombres conspicuos y representativos de la ciencia, al cumplirse los 500 años de tan gran efemérides, han salido las expresiones más altas y bellas. En las celebra­ciones conmemorativas se han ido agotando los recursos del ingenio y del entusiasmo.

El hecho de canonizar a fray Ezequiel Moreno en la República Dominicana, al cumplirse los 500 años del descu­brimiento del Nuevo Mundo y de la primera misa que se ce­lebró en su suelo, puso más de relieve la gigantesca figura del humilde santo agustino recoleto. Había trabajado en las Islas Filipinas durante sus años juveniles, y luego le señaló la Providencia un distinto campo de acción apostólica en el lla­mado Nuevo Mundo, en donde la Iglesia católica se encontra­ba muy necesitada de apóstoles de Jesucr is to , de sem­bradores de verdad y de caridad.

Conviene anotar que tanto en las islas magallánicas como en la muy extensa tierra americana era muy abundante la mies y muy escasos los operarios. España, encargada en modo particular por la Providencia de la magna e indescripti­ble tarea de ir sembrando la semilla salvadora de la verdad y del bien en un sitio y en otro, desde el inicio del descubri­miento, del ensanchamiento del orbe, no dejó de preocuparse de proporcionar su ayuda a la sublime empresa evangeliza-dora del Nuevo Mundo.

Con el agrado, las bendiciones y estímulos del Vicario de Cristo en la tierra fue proporcionando constantemente misio­neros para la sublime empresa. Los reyes lo facilitaron. Las Ordenes religiosas de franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios, jesuitas, carmelitas, agustinos recoletos fueron generosas al ir mandando esfuerzos continuos.

Y, por supuesto, aquí destacamos en forma particular la participación de los hijos de san Agustín. A Colombia llegó, el primero de todos y solitario en 1527, el padre Vicente de

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Requexada, primer cura de Tunja; y la primera expedición en grupo de agustinos destinada a la América se hizo en 1538. Después hubo otras muchas. En 1678 el Rey de España dio licencia para que pudieran pasar a la América 24 religiosos destinados a "fundar casas y monasterios" en las provincias del Nuevo Reino de Granada", Quito, Popayán y Cartagena. Luego se fueron multiplicando y crearon provincias de la Orden en Ecuador, Perú y Colombia. Los religiosos iban lle­gando de España, se establecían noviciados para nativos y así iban multiplicándose.

El hecho real fue que crecía de manera prodigiosa el número de los adoradores de Jesucristo, aun en medio de dificultades de todo género, hasta que se desató la tormenta de la persecución, como a través de la historia del cristianis­mo ha venido aconteciendo. A su divino fundador, Jesucristo, también lo persiguieron y hasta lo mataron. No hace falta recordar en estos momentos la serie de contratiempos que ha tenido que vencer la Iglesia católica en las largas etapas de su desarrollo. También en nuestro caso.

En el Nuevo Reino de Granada, o Colombia, de manera particular las familias religiosas conocieron un desmorona­miento casi total. Y entre ellas la de los recoletos de san Agustín. Una de sus provincias, llamada de Nuestra Señora de la Candelaria, que había tenido su origen en el histórico y legendario Desierto de la Candelaria, en Ráquira -Boyacá-, y que tuvo un tiempo de gran expansión y riqueza interior y apostólica, estaba casi a punto de extinguirse.

Ya en 1810 se dio el grito de independencia de la llama­da anteriormente Nueva Granada y luego Colombia, y queda­ron cortadas las comunicaciones con España y con el gobier­no general de la congregación. En 1821 quedaron extinguidos los conventos menores a causa de los decretos de los nuevos dirigentes de la República, de manera que sólo permanecie­ron con vida los de Bogotá y del Desierto de la Candelaria. La situación cada día fue empeorando de una forma muy alar­mante. Y finalmente en 1861 se promulgaron los decretos de tuición y desamortización de los bienes de "manos muertas". Los religiosos fueron arrojados de sus conventos y sus bienes confiscados por el Estado.

En nuestro caso eran ya muy pocos los religiosos que q u e d a b a n . Y acud ie ron a E s p a ñ a p a r a no sucumbi r . Imploraron ayuda; enviaron un mensajero, el padre Juan

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Nepomuceno Bustamante, que hizo dos viajes a Roma y a Madrid, en 1876 y en 1884. Su reclamo insistente encontró eco. El comisario general, padre Gabino Sánchez, hizo gala de generosidad.

Cuando al padre Ezequiel Moreno, que acababa su rec­torado en Monteagudo y que había sido designado confesor del convento de Marcilla, se le hizo la propuesta de pasar a Colombia, respondió, según lo relata el padre Toribio Minguella, encargado de transmitirle el mensaje superior: "Hace ya algún tiempo que me parece me llama el Señor para estas misiones; pueden contar conmigo".

Al padre Ezequiel se le unieron los padres Ramón Miramón, Santiago Matute, Gregorio Segura, Anacleto Jiménez y los hermanos Luis Sáenz e Isidoro Sáinz, y a él se le dio el nombramiento de presidente de la misión restaura­dora y de provincial en Colombia. Y se le invistió de amplias facultades. En Madrid los siete recibieron la bendición del Sr. Nuncio de Su Santidad Di Pietro. El 28 de noviembre de 1888 se embarcaron en Santander en el barco francés Saint-Laurent6.

Llegados a Colombia los restauradores, cinco de ellos fueron destinados al Desierto de la Candelaria, y el padre Santiago Matute y el padre Ezequiel Moreno quedaron en Bogotá, en el convento de la Candelaria. El Sr. arzobispo de Bogotá, D. Telésforo Paúl, los recibió con amplia amabilidad. El que había sido y era hasta entonces provincial de la débil provincia de la Candelaria, fray Victorino Rocha, hizo asimis­mo alarde de su desprendimiento y bondad.

Desde este momento, un soplo de vida fuerte y nueva fue impulsando el ser y el desarrollo de la comunidad agusti­no-recoleta. Y la figura del padre Ezequiel fue cobrando es­plendor y grandeza en un ambiente de auténtica santidad.

Y no se deberá omitir en este punto la parte que le corresponde a un religioso célebre, fray Patricio Adell, quien

6 Esta fue la primera de las misiones. La segunda tuvo lugar en 1890, y la tercera, en el mes de mayo de 1892. El mismo año, en el mes de agosto, partió la cuarta. La quinta y sexta, en 1894. La séptima, en 1895. La novena y décima tuvieron lugar el año 1899. Los nombres de cada uno de los religiosos aparecen en el Catálogo del padre Francisco Sádaba. publicado en 1906. En él figura también una brevísima nota biográfica de todos los misioneros. El cro­nista general, padre Manuel Carceller, dedica el capitulo XIII del tomo XII de la Historia de la Orden al tema de la restauración y de los restauradores.

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con otros agustinos recoletos, a causa de los acontecimientos políticos independentistas se vieron obligados a salir de las Islas Filipinas en el año 1898, y se establecieron en Panamá. Luego les siguieron otros grupos y se disperdigaron por varios países hispanoamericanos. Con gran pena abandona­ron más de doscientos pueblos en tres docenas de islas. Veinticinco misioneros de la misma Orden agustino-recoleta había sido asesinados.

Hoy la Orden de agustinos recoletos en Colombia, en donde ha realizado una obra muy notable en el campo espiri­tual y apostólico, es fuerte y próspera. Y lo es en América entera, en Estados Unidos, México, Guatemala, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, Venezuela, Perú, Brasil y Argentina. El restaurador fue nuestro fray Ezequiel, el hom­bre contemplativo de maravillosos empujes evangélicos.

Con ocasión de la beatificación de fray Ezequiel Moreno en el año 1975, escribió el colombiano recoleto José Abel Salazar un bello artículo en la Resista de misiones7, en donde hace ver que de las Ordenes religiosas existentes en la citada nación sólo hay una, la de los agustinos recoletos, que tiene raíces fundamentales en Colombia. Y canta los méritos y excelencias del muy legendario convento del Desierto de la Candelaria, en donde nuestro fray Ezequiel inició su labor restauradora y en donde, por cierto, ahora en sus vetustos claustros recibe formación espiritual y misionera una juven­tud llena de promesas8.

Convendrá brindar aquí una explicación para compren­der mejor el hecho histórico, pues sucedió que en las postri­merías del siglo XVI unos ermitaños, intrépidos y ardientes, deseosos de mayor perfección, erigieron, a la orilla del río Gachaneca, en el pueblo de Ráquira (hoy perteneciente al departamento de Boyacá) una rústica capilla dedicada a

7 Editada en Santafé de Bogotá, año 1975, n° 568. 8 Actualmente este convento del Desierto de la Candelaria es noviciado

para los agustinos recoletos de varias naciones americanas. En su iglesia se venera una antigua imagen de Nuestra Señora de la Luz de la Candelaria, a la que profesó muy honda devoción el padre Ezequiel. Está situado este convento en el municipio de Ráquira, departamento de Boyacá, entre las ciudades de Tunja y Chiquinquirá. Cf. AYAPE, E.: Historia del Desierto de la Candelaria, Bogotá. 1935, y RESTREPO, A.: Recuerdo histórico de la provincia de la Candelaria (1940-1989), Bogotá, 1989.

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Nuestra Señora de la Luz de la Candelaria. Y la ofrecieron a la provincia agustiniana de Colombia, por consejo del misio­nero agustino fray Mateo Delgado, con la condición de que los religiosos, que ahí habían de vivir, serían recoletos. En 1604 fue la aceptación. Así brotó la recolección agustiniana en el continente que descubrió Colón.

EN CASANARE, 1893-1896

Hay en la parte oriental de Colombia una región muy extensa que se conoce con el nombre de Llanos de Casanare, en donde tenían y tienen aún su morada los indios de las tri­bus salivas, goahivos, yayuros, achaguas... Comprende una extensión aproximada de cuarenta y cinco mil kilómetros cuadrados. Aquí estuvieron trabajando en distintas épocas misioneros jesu i tas , capuchinos y agust inos recoletos. Fundaron pueblos, catequizaron a muchos grupos humanos, escribieron gramáticas y vocabularios de dialectos indígenas.

Los agustinos recoletos habían entrado en este lugar en 1662, a petición de la Junta de autoridades conocida con el nombre de Santiago de las Atalayas. Hicieron proezas. Luego extendieron su actividad hasta las riberas del Arauca. Los sucesos políticos les obligaron a retirarse de allí en 1855.

Llegó a Colombia el padre Ezequiel Moreno para restau­rar la provincia de Nuestra Señora de la Candelaria, de la Orden de agustinos recoletos, que había quedado casi extin­guida, por efecto de los trastornos político religiosos ocurri­dos en el siglo XIX en Colombia. Se determinó comenzar su empresa por la restauración de la obra misional en los legen­darios Llanos de Casanare, que se hallaban en un total y tris­tísimo abandono. Y hasta hay que agregar que luego aquella provincia, casi desaparecida, crecería y daría lugar al naci­miento de la provincia agustino-recoleta de San Agustín, en Estados Unidos de América, y al de la más reciente de Nuestra Señora de la Consolación, en España y Centro América.

A últimos de 1890 hizo nuestro héroe su primer viaje a Casanare, impulsado por el más puro ideal apostólico. Y se recuerda que, desde cada uno de los sitios por donde pasaba, fue redactando una serie de cartas que se publicaban en Bogotá y despertaban un gran entusiasmo en los lectores. Firma en Labranzagrande, Nunchía, Maní, Orocué. Se remo-

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vio el interés por aquel territorio en los fieles, en la comuni­dad agustino-recoleta, en las esferas eclesiásticas y en el gobierno. Hay que notar que el viaje a través de las llanuras ilímites se realizaba en muía.

Fueron publicadas estas maravillosas cartas por el padre Santiago Matute en la revista que él mismo había fun­dado, y después en La Ciudad de Dios, revista de los agusti­nos de El Escorial, España, y en otros periódicos y revistas. Produjeron gran revuelo misionero. Y comenzaron a sonar los nombre de los ríos Cusiana, Cravo, Meta... y los de las tribus salvajes de Guahivos, Salivas y Piapocos. En Orocué los padres misioneros Manuel Fernández y Marcos Bartolomé se harían célebres, porque pronto aprendieron la lengua de los indios y escribieron su célebre Ensayo de gramática hispano goahiva9, Bogotá 1895, XTV"; 225 págs. Ayudó a ello notable­mente el hermano Isidoro Sáinz. Este trabajo fue aplaudido por nuestro fray Ezequiel y, por supuesto, por los más ilus­tres hombres de letras de América y Europa.

Hasta el momento el padre Ezequiel era sencillamente superior provincial de los agustinos recoletos, con residencia oficial en Bogotá, lleno de ardores misionales. Soñaba con restaurar aquella vida apostólica de los antepasados recole­tos agustinos, que habían sido expulsados, y ayudar de forma estable a los habitantes de la pampa. Copio algunos de sus párrafos y varias de sus cartas, fruto de su apostólico corazón.

El 22 de febrero de 1891 firma en Tame, pueblo antiguo semiderruido, una de sus cartas, en la que se lee: "Siento que mi corazón desea volver a estas tierras para quedarme en ellas y entregar mi alma al Señor en el temido Casanare. ¡Se puede trabajar tanto por la gloria de Dios y el bien de las almas...! No puedo hablar hoy con mis hermanos; puedo decir que estoy solo, debajo de unos árboles, en estas inmen­sidades desiertas, y me distrae agradablemente el acordarme de mi Dios, hablar con él, pensar en sus cosas y en lo mucho que le debe agradar el que todo lo sacrifiquemos por él, y que nos entreguemos a esta vida de privaciones de todo género.

9 Bogotá, 1895, XIV; 225 pp. Este trabajo fue muy bien recibido en los ambientes cultos de Colombia y de otros países.

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Además, ¡pasa tan pronto la vida! Y si de estos Llanos voy al cielo, qué más necesito, y qué más quiero".

Un mes largo después escribe desde el centro mismo de la pampa a los tres religiosos nombrados, Manuel, Bartolomé e Isidoro.

"Mis queridos hermanos:

Aún me tienen por Casanare en la fecha que ven, pen­sando yo haber estado por estos días, o por El Desierto, o por Bogotá. ¿Qué pasará por allí después de cinco meses que hace que falto?

Recibirían en mano la carta que les mandé desde Cravo. Me confirmo en que, por ahora y mientras no haya más misioneros, están mejor ahí que en Cravo, porque hay más recursos, podremos saber de vosotros con alguna frecuencia y se puede ir haciendo algo en las Capitanías de por ahí, y, sobre todo, aprendiendo el guahivo y saliva, si se puede. Obren con libertad en eso de salir de Orocué cuando les parezca para las rancherías, y procuren ir todos adonde sea, porque va uno más animado y mejor.

Es Cravo un gran punto para una misión, pero cuando haya más personal. Como a unas cuatro horas de Cravo, y acercándose a la desembocadura del Casanare, en el Meta, viven unos veinte indios yayuros, amigos de D. Socorro, a quien traté en Cravo. El capitán de ellos es todo un buen mozo y todo un hombre, por su trato y inteligencia. Éste se comunica con los guahivos, y por su medio es fácil introdu­cirse entre aquéllos. Además, una misión donde están esos indios sería el punto de partida para ir conociendo el rincón de los Llanos que hay del Casanare al Arauca, donde hoy no hay ni pueblos, ni hatos , ni nada, sino campo libre de indios".

Se divulgaron las noticias de los Llanos. Se encendió u n a fuerte l lama mis ionera . Y pareció al gobierno de Colombia, al delegado de Su Santidad y a las personas más interesadas del país que, para que las misiones de Casanare adquieran fuerza y madurez, sería muy conveniente la crea­ción de un vicariato apostólico. Y así lo pidió el obispo de la diócesis de Tunja, a cuya jurisdicción pertenecían los Llanos. El Breve de erección lleva fecha de 17 de julio de 1893. Se ci tan estos pueblos : Nunchía, Tame, Arauca, Orocué, Moreno, Pore, Trinidad y Támara. Támara quedó constituida

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en sede del vicariato, que tenía carácter episcopal. Y fue designado primer vicario apostólico fray Ezequiel Moreno, porque -se dice en el decreto de nombramiento- "en el distin­guido ejercicio del cargo de superior de los religiosos descal­zos de la Orden de San Agustín, en la república de Colombia, has dado espléndidas pruebas de piedad, celo, doctrina, pru­dencia y consejo".

Conviene anotar que el Papa Benedicto XV en el año 1915 dividió el vicariato en dos partes, con la creación de la prefectura apostólica de Arauca.

El Breve en que erige el Papa León XIII el vicariato lleva fecha de 17 de julio de 1893. Sin duda quien más empeño puso en ello, hasta llevarlo a la práctica, fue el delegado apostólico en Colombia, monseñor Antonio Sabatucci, y lo mismo en que fuera nombrado para dirigirlo el hoy san Ezequiel Moreno. Hubo que hacer al padre Ezequiel mucha fuerza para que aceptara el cargo. Sólo tras algún tiempo y tras rogar mucho y pedir consejo, vino a exclamar: "Acepto porque veo que es la voluntad de Dios, y prometo ser obispo como debo serlo". Era el primer territorio misional colombia­no presidido por un prelado con tal carácter.

Con sencillez de estilo y con amor vivo, dirigió la primera carta pastoral a sus casanareños. Les proponía como salva­ción única a Jesús, luz del mundo, camino, verdad y vida. Y se ofrecía a servirles con toda su voluntad, dispuesto a sopor­tar pobreza, escasez, privaciones, trabajos, sacrificios y cruz larga y pesada. Pronto inició una visita al territorio. Lleno de celo. A lomos de una muía. En su primera salida como obis­po, según cuenta su compañero el padre Gregorio Segura, al acabar de pasar el rio Ariporo y comenzar a subir una cuesta muy pendiente, fue lanzado el padre Ezequiel por la bestia en que cabalgaba y recibió un fuerte golpe. Se levantó muy sere­no y sonrió.

En la misión trabajan actualmente religiosos y religiosas misioneros de la Orden de agustinos recoletos y también de otros muy beneméritos institutos. Han ido sucediendo a nuestro san Ezequiel en el gobierno de las misiones de Casanare los siguientes prelados: Nicolás Casas, desde 1896 hasta 1906; Fray Santos Ballesteros y López, desde 1906 hasta 1934; Fray Pablo Alegría Iriarte, desde 1934 hasta 1939; Fray Nicasio Balisa Melero, desde 1941 hasta 1965; Fray Arturo Salazar Mejía, desde 1966 hasta 1977, en que

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fue trasladado a la diócesis de Pasto. Fray Olavio Lópe^ Duque sigue rigiendo la misión en 1994.

En su muy interesante libro Recuento histórico de la pr<X vincia de Nuestra Señora de la Candelaria, su autor el padr^ Alonso Restrepo Mesa nos ofrece este dato precioso: "Los ceru tros de misión eran básicamente cuatro en Casanare el añ^ 1893: Támara, Chámeza, Orocué y Arauca, pero existía^ otros pueblos que se a tendían con cierta regularidad; Nunchía, Tame, Pore, Moreno, Ten, Manare, Chire, Sácarna^ San Lope, Arauquita, Todos los Santos, Marroquín, El Maní La Parroquia o Trinidad, San Salvador o Puerto de Casanare Zapatosa, San Pedro de Upía, Taraumena y Santa Elena. S^ extendían del río Meta hasta el actual territorio de Arauca^ límite con Venezuela, el cual fue desmembrado del vicariato de Casanare en 1915, para crear la prefectura apostólica d^ Arauca, la cual fue encomendada inicialmente (1915) a lo^ padres Lazaristas (hoy Vicentinos), quienes la entregaran ^ los misioneros de Yamural en la década de los cincuenta".

Acerca de los Llanos de Casanare han publicado página^ muy ricas algunos misioneros agustinos recoletos 10. En lo^ últimos años se han sumado a la tarea los padres José Abe) Salazar y Daniel Salas. Se debe anotar que en todo lo escrita y publicado están presentes el recuerdo y el panegírico d^ san Ezequiel Moreno.

OBISPO DE PASTO, 1896-1906

Existe una ciudad, Pasto, al suroeste de Colombia, conss truida en una meseta de dos mil quinientos noventa y cuatro metros sobre el nivel del mar, muy cercana al gran volcar) denominado Galeras, que tiene cuatro mil doscientos setenta y seis metros de altura. Hubo un tiempo en que esta ciudad, según lo escribe Díaz Lemos en su texto de Geografía, ocupa^

10 CASAS, N.: Hechos de la revolución en las misiones de Casanare. Bogotá, 1900. GANUZA. M.: Monografía de tas misiones vivas de los padres agustinos recoletos en Colombia desde el siglo XVII liasta el presente. 3 vols. Bogotá, 1921. FABO. P.: Restauración de la provincia de la Candelaria, de agustinos recoletos. Bogotá, 1911; Idiomas y etnografía de la región oriental de Colombia. Barcelona, 1911; Liheratadas de una revolución. Pamplona, 1914. DELGADO, D.: Excursiones por Casanare. Bogotá, 1909; El vicariato de Casanare. Barcelona, 1914.

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ba en la nación el tercer lugar por número de habitantes, después de Bogotá y Medellín.

Su nombre primero, anota Jaime Alvarez en la biografía de nuestro Ezequiel, fue San Juan de Pasto. Fundóse en 1539, después de Panamá, Santa Marta, Cartagena, Calí, Bogotá y Popayán. Desde 1545 en lo eclesiástico estuvo agre­gada a la diócesis de Quito. En 1835 se erigió la diócesis de Pasto, como auxiliar de la de Popayán, y fue nombrado obispo auxiliar un religioso agustino, nacido en Pasto, fray Antonio Burbano, que murió en 1837, antes de recibir la consagración.

En 1859 fue declarada diócesis independiente. Se la denominó en la Bula de la creación San Juan Bautista de Pasto. Su territorio eclesiástico, el más extenso de Colombia, iba desde el río Mayo hasta el Carchi, y desde el Caquetá hasta el mar Pacifico. Limitaba con Ecuador, Perú y Brasil. Últimamente se han ido creando nuevas diócesis, desmem­bradas de la de Pasto: Caquetá, en 1904; Tumaco, en 1927; Putumayo, en 1951; Guapi, en 1954; Ipiales, en 1964.

Los antecesores de san Ezequiel en el gobierno de la dió­cesis fueron: Mateo González Rubio (1840-1845), José Elias Puyana (1850-1864), Juan Manuel García Tejada (1866-1869), Manuel Canuto Restrepo (1870-1881), Ignacio León Velasco (1882-1889) y Manuel José Caycedo (1892-1895).

De esta ciudad y diócesis fue preconizado obispo, en consistorio del día 2 de diciembre de 1895, el padre Ezequiel Moreno. Quedó él desconcertado cuando se le comunicó la noticia. Pero sumisamente se entregó a cumplir la voluntad de Dios. En carta de despedida que dirigió desde Támara, el 7 de febrero de 1896, al padre Manuel Fernández, su muy que­rido hermano en religión, le dice : "Llevándome el Señor mañana me pongo en camino para Bogotá". Hizo este viaje él solo. Enfermo llegó. Y el 7 de mayo de 1896, hechos los pre­parativos necesarios, salió rumbo a Pasto11. Un hermano de obediencia agustino recoleto, fray Luis Sáenz Ureta, le acom-

1 * Según relató en una conferencia el actual obispo de Pasto, fray Arturo Salazar, también agustino recoleto, le dijo en serio el historiador mon­señor José Restrepo Posada que fray Ezequiel fue trasladado a esa ciudad, porque el nuncio no encontró quien aceptara la mitra de Pasto, debido a la distancia que la separa de la capital de la República: treinta días a lomo de bestia. Y no había otra manera de viajar entonces (Boletín de la Candelaria, n° 554. año 1976).

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paño en su viaje a la capital de su diócesis de Pasto. El día 10 de junio de este año 1896 entró en la ciudad. Tuvo un recibimiento triunfal, que concluyó en la iglesia catedral, en donde dirigió a los fieles un saludo paternalísimo.

A los dos días se celebró la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, y aprovechó para presentarse ya oficialmente a sus feligreses, a quienes rogó que no mirasen en él la perso­nalidad pobre y sin mérito alguno, que reparasen en que era el enviado de Dios, el representante de Jesucristo, el conti­nuador de su sublime ministerio.

"Hedme aquí, pues. Aquí tenéis a vuestro padre que con­sidera ya, como suyos, vuestros goces, como suyos vuestros sentimientos, que viene dispuesto a identificarse con voso­tros, a sacrificarse por vosotros, sin acepción de personas ni distinción de clases ni de color, porque ha de ser el padre de las almas, y las almas no se distinguen por la clase ni por el color. Nuestro deber es presidir vuestra marcha hacia vuestro último fin, que es Dios en el cielo".

Y porque pronto comenzó a conocer la situación de aquella diócesis y los peligros espirituales que la acechaban, dirigió a los fieles una primera Pastoral que tituló: Voz de aliento y voz de alerta. E inspirando, sembrando alientos espirituales y guiando a sus ovejas por senderos seguros, y defendiéndolas de sus enemigos como buen pastor, ejerció su ministerio episcopal hasta su última enfermedad.

¡Qué estampa tan perfecta, tan hermosa y edificante, la de este prelado! ¡Qué celo, qué abnegación, qué inagotable caridad! ¡Y qué temple apostólico el suyo, en la predicación del Evangelio, en la propagación y defensa de la fe! Vivía en preocupación incesante por la santificación del clero, de las comunidades religiosas, del pueblo. Oraba, predicaba, cate­quizaba, visitaba las parroquias con paciencia y cariño, acu­día a los hospitales y a la cabecera de los enfermos. Escribía pastorales e instrucciones. Refutaba los errores. No descan­saba. Su clara inteligencia le hacía pronto ver en dónde apa­recía el peligro, y corría con amor, voluntad y solicitud a evi­tarlo, a vencerlo para salvar a todos. En su biografía son abundantes los datos sobre todo esto. Los documentos resul­tan de una fuerza inapelable.

Tuvo el padre Ezequiel que enfrentarse -y lo hizo con valentía de mártir, con tranquila entereza, con intrepidez y

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ánimo generoso- a muchas y muy graves situaciones, famo­sas, difíciles, en que intervinieron personas de mala inten­ción, también a veces personas de buena fe y hombres, algu­nos muy poderosos y muy acreditados en ciertas esferas, que no sabían comprender la altura de miras del obispo, o que se empeñaban en entorpecer su labor iluminadora.

Las campañas contra el liberalismo condenado por la Iglesia, que el prelado juzgaba muy dañino en aquellas cir­cunstancias de su diócesis, le acarrearon disgustos conti­nuos, ataques y contradicciones. Se le acusaba de intransi­gente, cerrado de criterio, obstinado. Y él no se cansaba de repetir: o con Jesucristo, o contra Jesucristo12.

El obispo de Pasto se vio precisado a dar particular explicación a la Santa Sede sobre alguna de sus actuaciones. En las letras de la secretaría de Estado de 30 de diciembre de 1974, en donde se anuncia que Su Santidad Pablo VI quiere que se ejecute el decreto acerca de sus virtudes heroicas en orden a su beatificación, se recogen aquellas palabras, ya célebres, que pronunció Su Santidad León XIII, después de haber escuchado las explicaciones y aclaraciones del padre Ezequiel: "Obispos como éste se necesitan en la Iglesia".

En Pasto fray Ezequiel es recordado todavía con profun­dísima veneración. Su obispo sucesor ya fallecido, Jorge A. Giraldo Restrepo, lo aseguraba en 1975: "La fama de su san­tidad perdura entre los fíeles a quienes ha seguido protegien­do después de su muerte. Ahora no sólo para nosotros es un honor, sino también un estímulo a la conversión y a la santi­ficación del obispo, los sacerdotes, religiosos y fieles. Ahora el padre Ezequiel es plenamente nuestro pontífice, el puente tendido entre Dios y nosotros, el mediador por el cual suben hacia el cielo nuestras oraciones y descienden hasta nosotros las bendiciones de Dios".

El actual obispo, fray Arturo Salazar, no se cansa de ensalzar las virtudes heroicas de su santo antecesor. Fue en

1 2 Es de gran valor el trabajo, exigido por la sección histórica de la entonces llamada Congregación de Ritos, Dísquisitio de agendi ratione Serví Del circa liberalismum in Cotumbia (Ciudad del Vaticano, 1959, sección histórica, n° 85), que presentó el vice-relator general del oficio histórico de la Congregación para la causa de los Santos, monseñor Giovanni Papa. La figura de san Ezequiel, en medio de las dificultades y complejas circunstancias que le rodearon, aparece brillantísima y pura.

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todo admirable este buen prelado. Hombre de mucha oración y celo pastoral ardentísimo, dejó imborrable ejemplo de vida. Su programa era darse todo para todos, y es que vivía empa­pado en Cristo. Recorrió todo el territorio de su diócesis, pue­blos y veredas. Y atendía con calma y dulzura a sus fieles, que consideraba hijos suyos; los exhortaba, instruía y conso­laba en sus penas. Escribió muchas circulares, llenas de doc­trina sana, limpia y sustanciosa.

Al llegar san Ezequiel, había en la diócesis religiosos fili-penses, jesuítas y capuchinos. Y también se hallaban esta­blecidas comunidades femeninas, religiosas conceptas, hijas de la caridad y betlemitas. Anteriormente hubo conventos de religiosos dominicos, franciscanos y agustinos.

El santo fray Ezequiel gemía porque no podía dar cum­plimiento perfecto a las obligaciones de su cargo episcopal. Los problemas eran angustiosos. Logró sin tardanza remedio p a r a el Caque tá , que comprend ía el Pu tumayo y el Amazonas, con la venida de los capuchinos españoles, que extendieron su acción a parajes muy abandonados. Y de una manera particular trató de lograr algún remedio para los habitantes de la costa del Pacífico. En su carta pastoral de 1898 escribía: "Creemos que los pueblos de la costa del Pacífico y nuestros sacerdotes mirarán como suyo este pro­yecto, y aun nos lo agradecerán, porque los primeros se verán socorridos en sus grandes, grandísimas necesidades espirituales, y los segundos no tendrán ya que temer los grandes peligros que en todo sentido existen en esos puntos".

De esta primera división nacieron después los vicariatos de Sibundoy y Florencia, y la prefectura de Leticia, hoy regentada por los padres redentoristas, por los misioneros de la Consolata y por los padres capuchinos respectivamente. Pero la brecha fue abierta en toda la región por los capuchi­nos. Hay que reconocerlo, dice monseñor fray Arturo Salazar, que fue vicario apostólico también de los Llanos de Casanare y es en la actualidad obispo de Pasto: "El origen de los actua­les vicariatos del Caquetá y Putumayo está en el celo de mon­señor Moreno, quien al dar noticias de su diócesis a la Santa Sede proponía para esa vastísima región la creación de ún vicariato como el de Casanare, y así fue como en 1905 se creó la prefectura apostólica del Caquetá, administrada por los padres capuchinos, a quienes siempre apreció y de quie-

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nes hizo cálida defensa ante una serie de dificultades apare­cidas en el pueblo de Sibundoy".

A san Ezequiel Moreno también se le debe considerar casi como fundador de las misiones de la costa del Pacífico, de Tumaco y de Guapi. Nos encontramos ante la figura gigante de un misionero excepcional, de uno de los más nota­bles en la historia de la iglesia hispanoamericana.

Cuando el Papa Juan Pablo II, en el año 1986, en un viaje a Colombia se acercó a Tumaco, ciudad de la costa del Pacífico, alabó con ardor los trabajos de los misioneros e hizo mención elogiosa de nues t ro santo con estas palabras: "Demostrando particular atención a los lugares más aparta­dos, la Sede Apostólica encargó a Propaganda Fide algunos territorios, y fue el primero Casanare, encomendado al celo pastoral del santo obispo Ezequiel Moreno, el cual vendría después a esta bendita tierra de San Andrés de Tumaco, vicariato apostólico desde hace veinticinco años".

Y cuando visitó la ciudad de Cartagena de Indias el Papa evocó un lugar que quiso mucho nuestro san Ezequiel Moreno: "Nos hallamos, dijo, al pie del cerro de la Popa, desde donde la Madre de Dios, la Virgen de la Candelaria, cuya venerada imagen vamos a coronar solemnemente, pro­tege desde hace más de cuatro siglos al pueblo que aquí pere­grina" 13. Y es que este convento lleva el nombre de la Candelaria por la relación histórica que guarda con la Candelaria del Desierto y con la Candelaria de Bogotá, en donde residió nuestro san Ezequiel. Son tres conventos de idéntico origen, que fueron base principal de la vida de los agustinos recoletos en sus orígenes, en los años fundaciona­les de principios del siglo XVII.

El de la Popa, fundado por el padre Alonso Paredes el año 1606, fue abandonado, debido a los acontecimientos revolucionarios del siglo XIX. Últimamente fue recuperado, y ya se encuentra otra vez en manos de los agustinos recoletos desde el año 1961. Con la coronación solemne que hizo el mismo Santo Padre y con la atención fervorosa de sus autén­ticos fundadores, el culto ha tomado impulsos fuertes.

1 3 Tomo estas palabras del Papa Juan Pablo II del bello opúsculo titula­do Así nos habló. Mensq/es de Su Santidad a ¡os colombianos. Bogotá. 1986.

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Vamos a consignar aquí que a punto estuvo de encar­garse nuestro Ezequiel de este célebre santuario cuando llegó a Colombia. Era uno de sus intentos más codiciados. El 13 de agosto de 1891 escribe al padre comisario de Madrid y le dice que le ofrecen el convento e iglesia por parte del gobierno que está en su posesión. El obispo de Cartagena, Eugenio Biffi, que lo fue desde 1882 a 1896, siempre pensó en ello y lo pidió con insistencia. Y el sucesor suyo, Pietro Brioschi, lo mismo. El padre Ezequiel también estaba empeñado en ello, pero se encontraba sin religiosos disponibles.

A este respecto copio el párrafo de una carta suya dirigi­da al padre Manuel Fernández con fecha 7 de octubre de 1891: "Ahora nos invitan a ir a Cartagena a tomar posesión del convento que allí tenemos y de la iglesia de Nuestra Señora de la Popa. El presidente de la República doctor Núñez cede todo, y el señor obispo nos desea. Lástima que no haya más frailes, porque podíamos ya decir que la provincia estaba formada de nuevo. El obispo añade que entre los que fueran se necesitaba un religioso de valer para el pulpito, y que edificara además con sus costumbres al pueblo y al clero. He escrito a nuestro padre dando cuenta de todo".

Incansable fue este prelado, hoy ya canonizado. Tres visitas hizo, lleno de santo celo, a la costa del Pacífico: la pri­mera en 1896, la segunda a finales de 1899 y principios de 1900, y la tercera en 1905, en viaje a España, ya muy enfer­mo, acompañado del padre Alberto Fernández. Se recuerdan los ejemplos de paciencia y de caridad apostólica que fue s e m b r a n d o a su paso por los pueblos de Túque r r e s , Mosquera, Guapi, Barbacoas, Tumaco... Y pronto tuvo el gran gozo de abrazar aquí a dos religiosos agustinos recole­tos, fray Melitón Martínez y fray Gerardo Larrondo, enviados desde Panamá por el vicario provincial, fray Bernardo García, para hacerse cargo de la parroquia de Tumaco, que les fue entregada por el dominico Reginaldo María Duranti, en mayo de 1899. Este fue el germen de lo que más tarde, en 1927, vino a convertirse en la prefectura apostólica del mismo nom­bre, de la que fue temporalmente administrador apostólico otro gran misionero, el padre Hilario Sánchez, y primer pre­fecto el muy culto padre colombiano fray Bernardo Merizalde, agustinos recoletos ambos. Subdividida esta prefectura de Tumaco en 1954, quedaron en ella los carmelitas descalzos, y en Guapi los religiosos franciscanos.

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San Ezequiel dio desde el principio de su gobierno una gran importancia a las visitas pastorales, pues con ello cum­plía un deber y lograba conocer a sus feligreses para mejor ayudarles en sus problemas. Y mucho contribuyó esto para la erección de nuevos territorios de misiones.

Nuestro héroe, como se advertirá, aparece muy vincula­do a Colombia, sobre todo en el aspecto eclesiástico. Sus ser­vicios espirituales y sus ejemplos de vida no es fácil que pue­dan ser olvidados. Así se comprenderá mejor el sentido y alcance de la carta que los obispos de esta muy católica nación dirigieron el 25 de julio de 1974 a Su Santidad el Papa, y que aquí se transcribe:

"Beatísimo Padre:

La conferencia episcopal de Colombia, en su XXX Asamblea plenaria, al considerar la vida de monseñor fray Ezequiel Moreno Díaz, ve en él a uno de aquellos servidores de Dios que de manera admirable entregaron todas sus ener­gías a la causa del Evangelio. Estuvo siempre donde lo llamó el deber apostólico: en España, su patria, en Filipinas, en Colombia, y en las variadas vocaciones a que fue llamado por el Señor: religioso, misionero, obispo.

Vino a nuestra patria por obediencia, como provincial de la Orden de agustinos recoletos, a la que perteneció. Al poco tiempo, por disposición de la Santa Sede, vuelve a la labor misional, tan cara para él, y que ya había desempeñado en Filipinas. Esta vez, como vicario apostólico, lleva la consigna de revivir las misiones de Casanare y Arauca, convirtiéndose así en el restaurador de la actividad misionera en Colombia, después de largos años de extinción.

La Santa Sede definitivamente lo envía a ocupar la sede episcopal de Pasto, en la que permanece como pastor solícito hasta que su última enfermedad lo lleva a su patria, contra su voluntad de morir en medio de sus diocesanos. Una vida abnegada, siempre al servicio de los demás, marcada con una piedad que supo irradiar invariablemente, se recuerda ahora con admiración y gratitud, y su intercesión ante Dios se considera poderosa. Tal testimonio de un miembro del episcopado sirve de ejemplo al pueblo de Dios, es aliento vigoroso para los Pastores y constituye un valor de la Iglesia colombiana.

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Su proceso de beatificación introducido en 1925, des­pués de cuidadoso estudio, ha llegado a su última fase.

En consecuencia, la conferencia episcopal de Colombia confiada y ahincadamente eleva votos a Vuestra Santidad para que, como gracia del Año Santo, el siervo de Dios Ezequiel Moreno Díaz sea inscrito en el número de los Beatos. La ejemplaridad de su vida en los diferentes estados traerá frutos de santidad, y tendrán religiosos, misioneros y obispos y, en general, el pueblo cristiano un modelo que imi­tar.

El episcopado colombiano renueva humildemente a vuestra santidad su permanente devoción e implora la pater­nal bendición".

Siguen las firmas de los sesenta prelados asistentes a la conferencia, encabezados por la del señor cardenal Aníbal Muñoz Duque, arzobispo de Bogotá.

OBISPO DE SU TIEMPO Y DEL NUESTRO

El padre Ezequiel no es un obispo de quien se pueda afirmar que sólo valía para su tiempo. Sus virtudes, su ilus­tración, su celo intrépido, su firmeza, su fervor y su entrega lo hacen aptísimo para nuestro tiempo, para todos los tiem­pos. Es menester que los obispos, vicarios y legados de Cristo, reúnan algunas cualidades indispensables, que enu­mera san Pablo, para que puedan cumplir cabalmente su ofi­cio de regir y apacentar, de enseñar y santificar. Ellos, como el concilio Vaticano II pide en la constitución dogmática sobre la Iglesia (Lg 26), deben edificar a sus subditos con el ejemplo de su vida, guardando su conducta de todo mal y, en la medida que puedan y con la ayuda de Dios, transformándola en bien, para llegar, juntamente con la grey que les ha sido confiada, a la vida eterna.

En el decreto Christus Dominus del mismo concilio, n° 16, se les insta a los obispos: "En el ejercicio de su oficio de padre y pastor, sean los obispos en medio de los suyos como los que sirven, buenos pastores que conocen a sus ovejas y a quienes ellas también conocen, verdaderos padres que se dis­tinguen por el espíritu de amor y solicitud para con todos, y a cuya autoridad conferida desde luego por Dios todos se someten de buen grado. De tal manera congreguen y formen a la familia entera de su grey, que todos, conscientes de sus

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deberes, vivan y actúen en comunión de caridad. Para que puedan realizar esto eficazmente, los obispos 'prontos a toda obra buena' (2 Tim 2, 21), y soportándolo todo por amor de los elegidos (2 Tim 2, 10) es menester que ordenen su vida de forma que se ajusten a las necesidades de los tiempos".

Nuestro santo, sin duda, era de los que buscaban a con­ciencia cumplir la voluntad de Señor; no andaba mirando lo que el mundo quiere; a todo trance cimentaba su doctrina en Jesucristo, en el Evangelio, en el magisterio seguro de la Iglesia, del Papado de todos los tiempos; no se buscaba a sí mismo, sino la mayor gloria divina y el mayor bien de sus ovejas.

Poco después de su muerte, cuando aún estaba muy fresca su memoria en su diócesis, expidió e hizo pública, sin miedo a ser desmentido, una declaración el señor vicario capitular Rafael Chaves. Hizo afirmaciones que honran y enaltecen de veras a nuestro obispo: "La observación atenta y constante de la vida del ilustrísimo prelado me permitió for­mar concepto fundado de las virtudes cristianas del preclaro padre Moreno. Tan encendido fue su amor a Dios, que cuan­do hablaba de las ofensas de los hombres contra la Divina Majestad no podía contener el llanto. Pero en lo que más se dejaba ver su amor para con Dios era en el deseo de imitar en su vida a Jesucristo, modelo ejemplar de todas las virtu­des. Siempre se manifestó expedito, animoso, infatigable, cuando se trataba de empezar, continuar y llevar a cabo alguna obra que había de redundar en gloria de Dios o en provecho de las a lmas. Como quiera que el espíritu de Nuestro Señor Jesucristo es enteramente opuesto al espíritu del mundo, el ilustrísimo padre Moreno huía de todo cuanto apetece éste, y con toda diligencia, con sumo cuidado, vigila­ba para que no penetrase el mundo en su palacio. Las perso­nas que le acompañaban aseguran que la madre más amoro­sa no cuida de sus hijos con mayor celo, que el padre Moreno cuidaba hasta del portero. Todos saben con cuánto fruto tra­bajaba el señor Moreno por la santificación de sus coopera­dores y de los demás fieles. Con santa destreza se insinuaba hasta en el fondo del espíritu más desolado; para lo cual estudiaba prudentemente la naturaleza, la índole, el carácter de cada uno, y de esta manera sabía cuándo debía mover con el resorte de la mansedumbre, o con el de la recompensa o del temor. Con invicta paciencia y fortaleza, con peligro de la

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misma vida, defendió los derechos de Dios, de la religión y de la conciencia. Nunca olvidó, sin embargo, alumbrar y dirigir su celo con el faro de la prudencia. El amor de Dios y del pró­jimo le movieron a predicar con frecuencia y con gran fruto. En el cumplimiento de este deber jamás se lo oyó una alusión siquiera a su propia persona. Sólo predicaba a Jesucristo. Era hombre de trabajo. En los años, no pocos, que le acom­pañé como vicario general, jamás le vi desocupado. En toda ocasión se dejó conocer como persona sumisa y obediente a la autoridad de la Iglesia y al gobierno secular. En vano se le acusa de insubordinación a la autoridad laica... Siempre declaró que acataba cuanto viniere de la autoridad legítima, con tal que no estuviera en pugna con las leyes de la Iglesia. Se sentía fray Ezequiel obligado a corregir, a dar avisos al pecador. El obispo no podía descansar cuando su pueblo estaba cansado, víctima de tribulaciones y acosado por el enemigo.

Él era su padre y su defensor, su guía y su maestro. Él era un centinela, siempre en actitud de alerta. Escuchaba, como el profeta homónimo, la voz de su Señor: "Al cabo de los siete días la palabra de Yahvéh me fue dirigida en estos términos: Hijo de hombre, yo te he puesto como centinela de la casa de Israel. Oirás de mi boca la palabra y les amonesta­rás de mi parte. Cuando Yo diga al malvado: vas a morir, si tú no le amonestas, si no hablas para que el malvado aban­done su mala conducta, a fin de que viva, él, el malvado, morirá por su pecado, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti. Si por el contrario amonestas al malvado y él no se con­vierte del mal y de su mala conducta, morirá él por su peca­do, pero tú habrás salvado tu vida. Cuando el justo se desvie de su justicia para cometer injusticia, yo pondré un obstácu­lo ante él y morirá. Por no haberle advertido tú, morirá él por su pecado, y no se recordará la justicia que había practicado, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti. Si por el contrario amonestas al justo que no peque, y él no peca, vivirá él por haber sido amonestado, y tú habrás salvado tu vida' (Ez 16-21)".

Me figuro que el obispo fray Ezequiel Moreno va a poner­se de actualidad y va a ser estudiado muy atentamente en su espíritu y en sus procederes. Fueron ruidosas y sonadas sus actuaciones, y suscitaron vivísimo interés y arduas polémi­cas.

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En el acto solemne de su beatiñcación en Roma, el Papa Pablo VI lo proclamó y propuso como "ejemplo de obispo santo". La Iglesia de hoy, como la Iglesia de siempre, necesita obispos como este obispo de Pasto. Con alguna frecuencia san Ezequicl, lleno de gozo, recuerda a sus fieles en sus escritos que era obispo de la Iglesia católica y apostólica. Qué bien imitaba en ello a su padre san Agustín, el gran obispo de Hipona, el que tierna y ardientemente hablaba de nuestra santa madre la Iglesia, que nos guía por caminos seguros, con su doctrina, su tradición y con los Papas que son Vicarios del mismo Jesucristo.

Voy a recordar aquí el consejo, el aviso de un santo, del patrono del clero de España. San Juan de Avila, el siervo de Dios que hablaba con sincera libertad y altísima intención, le daba a su amigo don Pedro Guerrero, electo arzobispo de Granada, España, estos consejos: "Lo primero es que vuestra señoría se convierta de todo su corazón al Señor, fre­cuentando el ejercicio de la oración, encomendando a la misericordia divina el buen suceso del bien de sus ovejas, y pidiendo sustento al cielo, para que tenga qué darles. Porque si de allá no viene, ¿qué les podrá dar sino cosa que no les engorde ni vivifique? Que de Moisés leemos que en todas sus dudas acudía al tabernáculo del Señor, y de allí salía enseña­do lo que había de hacer, y con fuerza para ponerlo en obra. Lo segundo sea el ejercicio de predicar, el cual ha de ser muy continuo, como san Pablo dice: 'opportune et importune'; que pues los lobos no cesan de morder y matar, no debe el prela­do dormir y callar. Y aparéjese vuestra señoría a sufrir importunaciones y aun a sufrir odios y blasfemias: 'quia a pravis maledici a Christo benedici est '" u .

PREDICADOR Y CONFESOR AMOR A LOS ENFERMOS

Tuvo fama el padre Ezequiel de predicador suave y evan­gélico, sencillo e inflamado, que nunca se buscó a sí mismo, que no halagó el oído con frases preciosistas y huecas, que no pretendía sino hacer conocer el Evangelio, a Jesucristo, y a éste crucificado, como san Pablo. A través de su vida sacer­dotal le correspondió ejercer el ministerio de la predicación

14 Carta firmada en Morí tilla, 2 abril 1547.

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en forma casi constante. Solía escribir el texto. Era muy cui­dados en este punto. Se conservan, gracias a la diligencia de su biógrafo, padre Toribio Minguella, y de su encendido panegirista, padre Pedro Fabo, hasta 104 sermones suyos, todos escritos a mano, con su letra clara y pulcra. Son homi­lías, instrucciones, panegíricos, pláticas a religiosas y discur­sos catequéticos. Se inspira en las Sagradas Escrituras, en la Liturgia y en los Santos Padres. Y porque andaba ocupadísi-mo y carecía de tiempo y de reposo suficientes, es preciso anotar que se valió de autores de su tiempo, de los que a veces copia párrafos enteros.

Del efecto que en los oyentes producía su palabra, siem­pre llena de unción, da buena idea lo que afirmó un protes­tante conocido, D. Jorge W. Price, que en Bogotá escuchó al padre Ezequiel. D. Jorge se convirtió al catolicismo, se casó con una colombiana muy digna y ha sido tronco de una res­petabilísima familia. Tuve el gusto de conocerle y de tratarle bastante. Así se expresa: "Un día en que yo me hallaba en el templo de la Orden tercera de esta ciudad (Bogotá) subió al pulpito un religioso de la Orden agustiniana y predicó sobre no sé qué tema, pero sí recuerdo que en su suave enumera­ción, su tierna unción, su porte apostólico y la convicción con que emitía las frases, que bien se notaba salían más del cora­zón que del entendimiento, me llenaron el alma de gozo. Y recuerdo haber experimentado la sensación de haber oído predicar a un religioso agustino como, sin duda, predican los santos.

Supe luego que era el padre fray Ezequiel Moreno y Díaz. Más tarde le oí predicar de nuevo y sentí la misma impresión que la primera vez, y esto mismo parece que sucedía en la mayoría de sus oyentes. Él se ganaba los corazones de los fie­les en sus pláticas y, semejante al profeta cuyo nombre lleva­ba, infundía el espíritu en los corazones secos y áridos para vivificarlos en la llama del amor divino que abrasaba su cora­zón. Sólo el día del juicio se sabrá cuántas almas deberán su dicha eterna a la pesca evangélica de los sermones del padre Ezequiel Moreno".

Ponía el padre Ezequiel el alma entera en sus labios. Y cuando se manifiesta más efusivo y más tierno, como se puede ver con la lectura de sus escritos y de sus pláticas, es al tratar del Santísimo Sacramento, del Sagrado Corazón de Jesús, o de la Santísima Virgen María. Se inflama, se deja

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arrebatar del entusiasmo y agota los recursos oratorios, que le brotan, no del entendimiento, sino del pecho, de sus entra­ñas. Es el padre Ezequiel uno de los más evangélicos predica­dores. Y quiero aquí notar la importancia que el historiador Martínez Cuesta concede a esta faceta. "Predicó mucho, y siempre sólo aspiró a dar gloria a Dios y a orientar y edificar a los oyentes, sin ningún otro designio más o menos bastar­do", sin dejarse atrapar en las redes del halago o de la vani­dad. Y recoge las primeras palabras del sermón que predicó el año 1892, el día de san Ignacio de Loyola. En estos térmi­nos dio comienzo a su encargo: "No subo al pulpito para entreteneros con frases escogidas o con flores de estilo. Sería un atentado en presencia del Santo a quien quiero alabar. Vengo a dar gloria a Dios y a excitaros a que también se la deis vosotros. No vengo a recrear vuestros oídos sino a hace­ros percibir el aroma celestial que Ignacio exhala y con que embalsamó a la Iglesia entera".

Por aquellos días se había hecho una propaganda menos favorable de la Compañía de Jesús. Y por eso en un momento de su predicación hizo su defensa, la defensa de sus hijos también, con estas palabras: "Sí, católicos, Ignacio vive en sus hijos preclaros; en ellos está el espíritu, el celo, el fuego del padre. Y gloria es de Ignacio cuanto han hecho, hacen y harán".

En la ciudad de Pasto, de que fue obispo, mantuvo espe­ciales relaciones de amistad con los jesuítas, quienes regían el seminario conciliar. En otro lugar se hace particular men­ción de su espir i tual unión con el jesuí ta belga padre Maurilio Detroux.

Y con el trabajo del pulpito hay que juntar el de otros servicios pastorales. El citado padre Martínez Cuesta lo anota con énfasis, y recoge las mismas palabras de san Ezequiel: "El padre Santiago y yo estamos trabajando aquí en Bogotá todo lo que podemos en pulpito y confesonario, y ya nos conoce la ciudad entera y se ocupa de nosotros, por más que nosotros no conocemos aún a nadie. Nos buscan a todas las horas para confesar presos, soldados, ejercitantes, y nuestra iglesia se ve de continuo con mucha gente que viene a confe­sarse". Así lo dice el santo en carta de 5 de abril de 1889, dirigida al comisario general residente en Madrid.

Para ponderar su amor muy singular a los enfermos y su diligencia en visitarlos y llevarles consuelo y ayuda me

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sirvo de una página del libro El camino del deber, del padre Martínez Cuesta, que ya he citado en otros lugares de este mi trabajo. He aquí el texto:

"'¡Puerta de la Candelaria! ¿qué noche no has sido golpe­ada y bien a deshora, por quien venía en busca del padre Moreno para asistir a un moribundo? ¿Cuántas noches ha­brá pasado tranquilo en su pobre lecho, sin ser despertado una o más veces, a las doce, a las dos de la mañana, para ir a esos barrios del Derrumbe, de Belén y de Egipto ordina­riamente llenos de lodo y de charcos, para asistir a un enfer­mo?' En estas palabras condensa el padre Nicolás Casas la consagración del padre Moreno a los enfermos. Trepidan en ellas la admiración y la circunspección y reserva. Como si el padre Casas hubiera querido subrayar este lado de su fisono­mía espiritual y no hubiera querido traspasar el umbral por miedo a desvelar secretos o profanar intimidades, y se hubie­ra contentado con guiar al lector hasta el vestíbulo y mover allí su pensamiento y excitar su imaginación. Recuérdese que escribía mientras el padre Ezequiel estaba todavía en Bogotá, y, más en concreto, con ocasión de su ordenación episcopal.

Si tales fueron sus intenciones, hay que confesar que acertó al trasladarlas al papel. Con su mezcla de concisión, encarecimiento y lirismo, suscitan en el ánimo del lector altos sentimientos de aprecio y estima por esta actividad de nues­tro beato. Claro que al cernerlas por el tamiz de la crítica quedan cercenadas y recortadas. Mas sería un error abusar demasiado del bisturí. Esas breves frases de Casas reflejan, al modo lírico, una realidad objetiva. Los enfermos constitu­yeron siempre el objeto preferente de la caridad del padre Moreno. Lo habían sido ya en Filipinas y en Monteagudo. En Colombia prosiguió la misma línea de conducta. Sólo que con las ocasiones aumentó también la solicitud. Tanto en Bogotá como en Casanare y Pasto continuó interesándose vivamente por los enfermos, acudiendo a su cabecera y llevándoles, a veces, algún socorro material, y siempre calor humano y auxilio espiritual. Reina en esto acuerdo total entre los testi­gos de los diversos procesos.

El notario Augusto García, que lo trató con cierta fami­liaridad desde el año 1890, declaró en 1919 que 'era muy solícito en ir a confesar a los enfermos, a cualquier hora del día o de la noche'. Lo mismo afirma la ya citada Susana González: Tenía el Sr. Moreno un celo e interés particular

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por asistir a los enfermos... Estaba siempre tan dispuesto a ir a confesarlos que, a pesar de sus múltiples ocupaciones, parecía que no tenía otra cosa que hacer'. El Sr. Enrique de Narváez añade que se sentía feliz cuando lo llamaban a la cabecera de un enfermo y acudía con toda diligencia. Él mismo se vio precisado más de una vez a solicitar sus servi­cios 'a diversas horas de la noche' y siempre le atendió 'con benevolencia y sin pérdida de tiempo'. Con palabras muy similares corroboran estos testimonios Isaac Parra (Bogotá), el cirujano Aurelio Sicard, familiar suyo durante algunos años (Bogotá, Casanare, Pasto), monseñor Santos Ballesteros (Casanare), la hermana María Luisa Ferreira (Casanare), el padre Julián Moreno (Pasto) y otros varios. Durante su úl­tima enfermedad, cuando las fuerzas apenas le sostenían en pie, todavía encontraba ánimos para visitar y confortar a los enfermos hospitalizados en las salas pobres de la clínica".

EL CORAZÓN DE J E S Ú S Y SAN EZEQUIEL

Produce vivísima satisfacción ver que en varias revistas muy difundidas van apareciendo valiosos escritos que tratan de nuestro santo Ezequiel Moreno, de su tan bella y alta figu­ra espiritual, de su temple heroico, de su amor profundo y ardiente a Dios y al prójimo, de su inagotable celo misionero, de su conducta santa como prelado de la Iglesia, de sus ínti­mas efusiones eucarísticas, de la austeridad de su vida...

Leo un ar t ículo precioso que firma el padre José Francisco Corta SJ, publicado en Reino de Cristo, órgano ofi­cial del Apostolado de la Oración en España, que se reparte cada mes y tiene bastantes miles de lectores españoles e hipanoamericanos. Es digno de recordar y recoger lo que allí se estampa. En particular lo que se anota acerca de las rela­ciones, muy singulares relaciones, entre el Sagrado Corazón de Jesús y san Ezequiel.

"El desprendimiento total de los propios intereses y su ejercicio continuo de la presencia divina tenían que proceder de alguna fuente secreta de su alma, de algún amor superior. Tal amor fue el del Sagrado Corazón de Jesús. Si se toma con empeño la devoción al Sagrado Corazón de Jesús -decía el padre Ezequiel- tiene que venir la perfección, porque el mismo Jesucristo Señor Nuestro lo ha prometido así, y no puede faltar a su promesa. Mientras tengamos una entera

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confianza en el Sagrado Corazón de Jesús el trabajo no será inútil. El resultado será feliz y provechoso. Mi devoción predi­lecta es la del Sagrado Corazón de Jesús. Ojalá me abrase el divino fuego de su corazón".

En el escudo del fervorosísimo obispo hizo que se pusie­ran estas palabras: Mi fortaleza y mi refugio eres tú. Y en el centro se destacaba la imagen del Divino Corazón. Porque escribía: A ti me acojo, divino Corazón de mi Jesús, en todos los trances, en todas mis necesidades. Tú eres toda mi espe­ranza y tú serás mi ayuda, mi tesoro, mi sabiduría, mi forta­leza y mi refugio. En Pasto se preocupó de levantar un templo en honor del Sagrado Corazón de Jesús. Al Divino Corazón consagró su diócesis. El día 25 de cada mes, escribe él mismo: "Es día especial para mí desde que escribí mi librito sobre los Dolores internos del Sagrado Corazón". Fundó con un padre jesuíta y una religiosa betlemita la famosa Liga Santa de víctimas del Sagrado Corazón, y cuyos miembros habían de ser amantísimos devotos del Sagrado Corazón y sus fervorosos propagandistas, y sobre todo, habían de profe­sar un amor entrañable a Jesús presente en el Santísimo Sacramento.

Cuando el santo fray Ezequiel, recién recibida su consa­gración episcopal, hizo su entrada en Támara, la humilde capital entonces del vicariato de los Llanos de Casanare, en 1894, escribe él mismo lo que sigue: "Consagré el vicariato al divino Corazón para que él mire como a cosa que le pertenece especialmente. No quise dilatar la consagración, porque sólo ese Corazón divino puede remediar las multiplicadas necesi­dades que hay por aquí".

León XIII aún no había consagrado el mundo al Sagrado Corazón de Jesús y ya el pueblo cristiano cultivaba solemne­mente esta devoción. Veamos lo que el mismo monseñor Moreno nos cuenta de Pasto, capital de su diócesis. "Estamos en el mes del Sagrado Corazón de Jesús y aquí, en esta población, se le hacen funciones grandiosas. El día del Sagrado Corazón celebré de pontifical, con sermón, etc. Después de la misa, al concluir, se renueva el acto de la con­sagración de toda la diócesis al Sagrado Corazón. La pobla­ción se engalana con cortinajes, arcos y banderas, y por la tarde se lleva en procesión el Santísimo Sacramento con un lujo extraordinario. Durante la procesión se cantan motetes en cuatro altares elegantísimos, como nunca he visto por ahí,

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y al llegar de vuelta a la iglesia, y antes de entrar en ella, se da la bendición a los miles de fieles que la esperan arrodilla­dos en una gran plaza.

Al domingo siguiente la fiesta se celebra en la iglesia de los padres jesuitas, que tengo cerca, y también asistí y oficié de semipontifical. También se adornaron los balcones y hubo iluminación la víspera y el día en honor del Sagrado Corazón de Jesús. Ya ve que se hace algo por aquí para honrar al Sagrado Corazón de Jesús . En la actualidad estamos re­cogiendo peticiones y representaciones de los pueblos para que las envíen al Congreso, y éste consagre por una ley toda la República al Sagrado Corazón de Jesús. No sabemos si se conseguirá esto; pero por de pronto, los pueblos de mi dióce­sis, con sus consejos municipales, lo piden y lo suplican, y el Corazón de Jesús pagará ese acto, aun cuando de otras par­tes no lo pidan, y por eso lo nieguen o no lo tengan en cuenta los representantes de la nación. No dudemos que en él se verificaron las palabras que él aconsejaba a otras almas: 'Si se toma con empeño la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, tiene que venir la perfección'".

El citado padre Corta termina así sus párrafos: "El santo Ezequiel Moreno es considerado como la figura moderna de mayor influjo espiritual en su Orden de agustinos recoletos y una de las encarnaciones más vivas de su espíritu. Esa esclarecida Orden y todas las demás, se enrumbarían hacia la más alta santidad si, como él, practicasen la sólida devo­ción al Corazón de Jesús. Tal parece ser la gran misión del santo Ezequiel Moreno" '5.

SU AMOR A LA VIRGEN

Es muy explicable que dediquemos unas lineas a resal­tar el amor y devoción que nuestro san Ezequiel profesaba a Nuestra Señora del cielo la Virgen María. Llegó en este punto a términos filiales sumamente elevados.

Sabido es que en el pueblo de Alfaro se rinde un culto muy ardiente a María Santísima y que una de las dos parro­quias lleva el título de Nuestra Señora del Burgo. Ezequiel fue monaguillo de la capilla que las monjas dominicas tenían en Alfaro, dedicada a Nuestra Señora del Rosario. Cuando

Reino de Cristo, 1 de noviembre de 1975.

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fray Ezequiel ingresó en la Orden de agustinos recoletos quiso apellidarse fray Ezequiel Moreno de Nuestra Señora del Rosario. En la restauración de los agustinos recoletos en Colombia, de la que fray Ezequiel fue alma y vida, todo su empeño fue realizar la empresa, como superior, con el nom­bre y ayuda de la Virgen de la Candelaria. Siendo obispo de Pasto, todo lo quiso hacer para la mayor gloria de Dios, con la protección de María Santísima. Basta como prueba lo que realizó en favor del famosísimo santuario de las Lajas, según lo confirma el siguiente escrito16.

"Cuando el limo, padre Moreno emprendió su viaje a España, del que no había de regresar, entró a despedirse de la Santísima Virgen a su santuario de las Lajas. Sor María Marta, franciscana, nos contaba a últimos de octubre que ella se encontraba en las Lajas en esta ocasión y recuerda que ella vio al padre Moreno después de la santa misa lloran­do un rato de rodillas a las plantas de la Virgen.

Estaba gravemente enfermo y había llegado la hora de cumplirse aquella afirmación profética que le hiciera antes a su hermana en España: 'Dentro de seis años volveré, pero de una manara muy distinta'. Y la separación definitiva aquí en la tierra de su querida madre de las Lajas, a quien amaba con candor de niño y con fuerza de serafín, y el dolor de dejar a sus amados feligreses, que confiaba para siempre a la pro­tección de tan buena madre, le emocionaron profundamente hasta derramar abundantes lágrimas.

El limo, padre Ezequiel Moreno tuvo el mayor interés por el esplendor del culto a Nuestra Señora en este célebre san­tuario. Cuando hizo su visita oficial a las Lajas en 1896 orde­nó al entonces capellán, padre Leónidas Rojas, filipense, soli­citar a monseñor Schumacher, que vivía en su destierro de Samaniego, el envío del arquitecto alemán Antonio Doring para que estudiara bien el lugar y resolviera el punto donde debía construirse el nuevo templo a la madre de Dios, pues la capilla anterior era insuficiente. Doring opinó que debía construirse en el lugar que ocupa actualmente, y que es el punto donde, según la tradición, se apareció la Virgen. Después, conforme a los planos del padre Enrique Collins, inglés, el limo. Sr. Moreno colocó solemnemente la primera

Revista El hogar, Manlzales, Colombia, nn.. 135 y 136. 1948.

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piedra el 15 de septiembre de 1899. La deficiencia de los pla­nos y los trastornos de la guerra hicieron que se suspendiera la obra, cuando se había levantado el primer arco sobre el barranco.

En 1901 el padre Moreno ordenó al capellán de las Lajas, padre José María Calvera, que levantara un croquis de aquella región con el fin de erigir la nueva parroquia de las Lajas. También publicó el padre Moreno una pastoral sobre el santuario y devoción de Nuestra Señora de las Lajas, aun­que esta pastoral no figura en el volumen de sus Pastorales y Circulares.

El actual santuario se desarrolló conforme a los planos del arquitecto quiteño Dr. Gualberto Pérez; se comenzó a pre­parar el terreno y reunir los materiales en 1914, y el 2 de enero de 1916 se colocó la primera piedra. En la fachada y sobre la puerta del lado de la izquierda hay un hermoso medallón con la efigie del limo. Ezequiel Moreno".

Para comprender mejor el afecto que profesaba nuestro san Ezequiel a su madre del cielo, transcribo la plegaria que le dirigió a propósito de un libro sobre el Corazón de Jesús:

"¡Madre mía! No era posible que concluyera este librito sin acordarme de ti, y sin decir a los hombres que te amen mucho. Era necesario que, habiendo hablado del corazón de tu divino Hijo, hablara también de tu corazón, porque tu corazón anda siempre junto al de tu Hijo, y no pueden estar separados. Además, ¡es tan dulce hablar de ti, madre mía! ¡Gozo tanto en sólo pensar que pueda contribuir con estas líneas que te dedico a que alguna alma te dirija, siquiera, un respiro de amor y de cariño! ¡Ojalá consiga eso, y más! ¡Madrid mía!, más, porque mucho más mereces".

HOMBRE DE ORACIÓN

Los hombres de oración son muy poderosos en palabras y en obras. Adquieren para sí y para los demás una fuerza, una luz, una seguridad y un sosiego, un impulso y una fe­cundidad de eficacia pasmosa.

Cuando el día 14 de septiembre de 1968 nos recibió en audiencia el Papa Pablo VI a los agustinos recoletos, vocales del capítulo general celebrado en Roma, tuvo palabras de alto valor, empapadas en gran afecto paterno. Puso el acento

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sobre todo en la primacía de la vida espiritual "sin la cual -dijo- toda entrega, por magnánima y valiosa que sea, y cual­quier estimable capacidad, e incluso cualquier esfuerzo voluntarioso, puramente humanos, no pueden menos que convertirse en bronce que suena o címbalo que retiñe". Nos recordó lo que el concilio Vaticano II en el decreto Perjectae caritatis, n° 6, dejó establecido con palabras muy comprome­tedoras: "Los que profesan los consejos evangélicos busquen y amen ante todo a Dios, que nos amó primero (Jn 4, 10) y procuren con afán fomentar en toda ocasión la vida escondi­da con Cristo en Dios (Col 3, 3), de donde fluye y se urge el amor al prójimo para la salvación del mundo y la edificación de la Iglesia. Esta caridad anima y rige también la práctica misma de los consejos evangélicos. Por eso los miembros de los institutos religiosos deben cultivar con asiduo empeño el espíritu de oración y la oración misma, bebiendo en las genuinas fuentes de la espiritualidad cristiana. Tengan, ante todo, diariamente en las manos la Sagrada Escritura a fin de adquirir, por la lección y meditación de los sagrados Libros, el sublime conocimiento de Jesucristo (Fil 3, 8).

En la audiencia mencionada estaban asimismo presen­tes los vocales de sus respectivos capítulos generales de la Orden de carmelitas de la antigua observancia y de los con-gregacionistas del Corazón de Jesús . A cada grupo dirigió palabras confortadoras resaltando la importancia de confor­marse a su característica distintiva. Lo hizo con gran cariño paterno. Fijando sus paternales ojos en el grupo de los agus­tinos recoletos, dijo el Sumo Pontífice: "Os hablamos a voso­tros, que lleváis por tradición ansias de santidad y de vida interior, de neta y sólida marca agustiniana, heredada desde vuestra fundación que caracterizó los tiempos inmediatos al concilio de Trento, y que hacéis de los ejercicios de la vida contemplativa el motor primero de vuestro apostolado misio­nal". Y siguió diciendo: "La vida interior ocupa el primer puesto en la configuración de cada uno de vuestros insti­tutos, y, por tanto, estamos ciertos de que la ansiada renova­ción sabrá encontrar en ella el móvil, la inspiración, el fuego, el método, la salvaguardia, la protección para su eficacia y fecundidad. Sois los 'especialistas de Dios', primero y sobre todo. Lanzaos por la senda generosa de la imitación de Cristo, del seguimiento sincero y fervoroso de su obediencia, de su pobreza, de su humildad, de su vida virginal, llevando con él la cruz".

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Y Su Santidad Juan Pablo II, el día 28 de abril de 1979, recibió en especial audiencia al padre prior general de agusti­nos recoletos, a sus consejeros y a los padres provinciales de la Orden y les dijo, después de expresarles su afecto cordial a la Orden, "que no se desfigure nunca en vuestra fisonomía espiritual el rasgo eminentemente contemplativo de la secue­la Christi. La contemplación, el oficio más noble del alma, es nota peculiar de vuestra familia religiosa. Sea esta vivencia particular, en frase de san Agustín, un volcarse hacia lo eter­no: no es ociosidad sino descanso del espíritu". El Papa insis­tía ante todo en la fuerza apostólica y misionera de la ora­ción.

Y precisamente del padre Ezequiel, cuando era obispo, se sabe que, mientras se encontraba en casa, al menos cua­tro horas y media de cada día las dedicaba a estar con Jesús sacramentado en el oratorio. Una hora y media empleaba en el rezo del oficio divino. Los jueves, sin falta, practicaba el ejercicio de la hora santa desde las once hasta las doce de la noche. Esto de manera ordinaria, porque su familiar, César Castillo, aseguraba que "de día y de noche se le veía al pie del altar, conversando con Jesús sacramentado, y a veces se oían sus exclamaciones, sus jaculatorias y hasta se veían sus lágrimas". El padre Alberto, su compañero fidelísimo, anota que "ni se daba cuenta en muchas ocasiones de que nosotros entrábamos en la capilla. Estaba como absorto, como en éxtasis".

Ejemplo de método, de orden, de laboriosidad, de servi­cio, de plegaria fue su vida entera. Elaboró y practicó, mien­tras podía, este horario:

Mañana A las 4 o 4,15, levantarse. A las 5, oración mental hasta las 6. A las 6, misa y acción de gracias. A las 7.15, desayuno y rezo de horas menores. A las 7.45, estudio hasta las 10. A las 10, visita de tres cuartos de hora al Santísimo. A las 11, recepción de oficiales de curia y despacho de

negocios de la diócesis. A las 11.30, comida, visita al Santísimo y un corto paseo

por el claustro hasta las 12.30.

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Tarde A las 12.30, despacho de asuntos de curia hasta las 2. A las 2, vísperas, maitines y visita al Santísimo. A las 3, estudio hasta las 5.30. A las 5.30, oración mental hasta las 6.30. A las 6.30, estudio hasta las 8. A las 8, rosario y colación. A las 9, en la capilla hasta las 10.15. A las 10.15, retiro en su habitación.

Para las personas que tenían necesidad de visitarle y tratar asuntos urgentes siempre estaba libre.

Bien se advierte que san Ezequiel, por su tendencia tan clara al recogimiento y al trato íntimo con Dios y por su orde­nada distribución del tiempo, había sido formado en los claustros de una Orden religiosa como la de San Agustín, de este gran obispo y fundador, que dictó una Regla maravillosa y que él mismo fue en su conducta de fraile y de prelado una viva Regla, un modelo de armonización de la plegaria, del tra­bajo y del estudio. La recolección agustiniana, de quien era miembro fervorosísimo el padre Ezequiel, le imprimió un carácter contemplativo y misionero muy marcado y hermoso.

LIGA SANTA

Una célebre Liga Santa surgió en Pasto, Colombia. Fueron sus fundadores el obispo fray Ezequiel Moreno, el padre jesui ta Maurilio Detroux, la madre betlemita sor Asunción y la muy pía señora Carmen Navarrete17. En 1899 sucedió el hecho. En este mismo año, en la imprenta de La Verdad, apareció un opúsculo que se titulaba así: Liga Santa de víctimas del Sagrado Corazón de Jesús.

Nacía entonces un movimiento espiritual originalísimo. Brotaba una institución muy singular, fruto de los fervores místicos de un devotísimo religioso. Fue el padre Detroux,

17 La señora Carmen Navarrete fue una dama muy distinguida y piado­sa, nacida en 1884. Se asoció a la Liga Santa. Y cuando se inició el proceso del siervo de Dios fray Ezequiel, se alegró mucho y ofreció su vida al Corazón de Jesús por el éxito de la causa. Murió ejemplarisimamente en 1914. De ella, de sus virtudes y del aprecio intenso que tuvo al padre Moreno hay abundantes pruebas. En sus descendientes en Pasto todavía se conservan recuerdos muy vivos. El nombre que se le asignó para las comunicaciones mutuas fue el de María Ignacia. Se sabe que recibió por lo menos 24 cartas del santo.

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con el apoyo decidido del obispo fray Ezequiel, quien llegó a ser el principal de sus miembros, y quien intervino de modo fundamental en la misma redacción del Reglamento, y hasta compuso y agregó una de sus oraciones, con la que los socios piden a Dios penas y trabajos "para más asemejarse a Jesús crucificado".

Tan santa institución estuvo formada desde sus princi­pios por unas cuantas personas, más bien pocas en número. Varias religiosas bctlcmitas contribuyeron muy pronto al au­mento. Había establecida entre ellas una comunicación epis­tolar en que expresaban sus íntimos sentimientos, y ello les servía para animarse mutuamente a continuos y mayores adelantos en la virtud y a frecuentes y encendidos actos de amor a Jesucristo.

A fin de que sus expansiones fuesen secretas y, a la vez, más libres y más francamente santas, y para evitar asimismo el que ningún extraño indiscreto lo supiese, se firmaban las comunicaciones con nombre supuesto. En tiempos de con­flicto y de ruda oposición a la reforma carmelitana, santa Teresa de Jesús en alguna de sus cartas se llama Angela.

¿Quiénes eras las personas que se ocultaban detrás del seudónimo? Eran las siguientes: el siervo de Dios fray Ezequiel Moreno quien adoptó el nombre de María Anita de Jesús; el padre Maurilio Detroux, SJ, tomó el de María de Jesús; las religiosas betlemitas María Luisa y Asunción eli­gieron los de María B runa y María Teresa de J e s ú s , respectivamente. Una señora de Pasto, Carmen Navarrete, se denominaba María Ignacia. Solían abreviar las firmas a veces, y así los dos primeros dicen Anita, María; y Bruna, Teresa e Ignacia, respectivamente, las tres últimas. Con el solo nombre de María firma también el padre Detroux. Y en ocasiones sólo aparece la inicial.

En dos volúmenes publicó el padre Toribio Minguella las Cartas de este obispo de Pasto. Y denomina místicas aquellas que van dirigidas a los socios de la Liga, y son catorce en el primer volumen y nueve en el segundo. La Liga Santa pasó a España, en donde la propagó el padre jesuita Pablo Villada "entre personas religiosas y seglares fervorosos". El Sr. nun­cio de Su Santidad, el cardenal arzobispo de Toledo y el Sr. obispo de Madrid-Alcalá manifestaron su aprecio por ella.

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Los miembros de la Liga se comprometían a pedir para ellos a Dios trabajos, desprecios y enfermedades, y a lle­var la cruz de unión con Jesucristo con espíritu de repara­ción, y habían de ser amantes y propagadores de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y, sobre iodo, habían de profe­sar un entrañable amor a Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento. Todo en la atmósfera íntima de la vida de esta Liga anda impregnado de aroma de sant idad. El padre Maurilio Detroux pudo escribir más tarde: "No dudo que las hermanas difuntas, de las cuales han muerto seis en olor de santidad, se interesarán en el cielo por nuestra Santa Liga, y en particular, el santo obispo Moreno".

El padre Ezequiel estimó mucho las cartas de sus hermanas en la Liga, y coleccionó varias con las cuales formó un cuaderno que tituló: Semülario dejlores místicas. Las leía algunas veces "para más afervorarse en el amor divino". En el libro intimidades del padre Ezequiel, que publiqué en 1943, se incluyó este Semülario precioso. Hay que advertir que los versos que van entremezclados se debieron a la madre Asunción, betlemita, una de las hermanas. Se pudo salvar el contenido gracias a la diligencia del vice-postulador fray Alberto Fernández, el que acompañó hasta el fin de sus días al bendito padre Moreno, quien -hay que registrarlo- estuvo vinculado, en lo referente al culto del Corazón de Jesús, a la Liga Santa de victimas y a la congregación betlemita. Como san Claudio de la Colombiere, recientemente canonizado, director espiritual que fue de santa María Margarita de Alacoque, difundió sin reservas el culto al Corazón de Jesús, e insistía mucho en el llamamiento a la reparación y a volver al Señor, a ser tocados con su amor y a ofrecerle una más viva fidelidad.

Por eso la Liga Santa le entró tan al alma al devotísi­mo, al seráfico obispo. Esta Liga, según el folleto que publicó el padre Detroux, se componía de grupos de almas unidas entre sí para reparar las ofensas que Jesucristo recibe de los hombres y para obtener la propia salvación y la salvación del prójimo. Sus miembros quedaban comprometidos a vivir uni­dos, muy unidos en espíritu, adorando y amando, en compa­ñía de María Santísima, a Jesús Sacramentado. La Liga consta de dos grados. Los que pertenecen al primer grado se comprometen a sobrellevar con paciencia los trabajos y tribu­laciones que el Señor les mande, y han de aspirar a llegar al

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segundo. Los que entren al segundo grado han de pedir no sólo conformidad y generosidad, sino además toda clase de trabajos, adversidades, enfermedades y hasta persecuciones pa ra hace r se más seme jan te s a la imagen divina de Jesucristo en la cruz.

El padre Ezequiel se inscribió decididamente en el segundo grado. Y él mismo compuso para las víctimas la siguiente oración que se hizo conocida y que fue adoptada en la Liga: "Dulcísimo Jesús mío, que por mi amor os hicisteis varón de dolores, oprobio de los hombres, y que quisisteis vivir pobre, menospreciado, en trabajos y privaciones, hasta el punto de no tener donde reclinar la cabeza, para infundir­nos el deseo de llevar una vida semejante a la vuestra. Yo, amado de mi alma, para imitaros, abrazo con el más tierno afecto los dolores, las enfermedades, la pobreza y las humi­llaciones, y las considero como hermosas partecitas de vues­tra cruz. Como Vos, oh amor mío, quiero vivir pobre, ultraja­do, menospreciado, adolorido, llagado de pies a cabeza, cla­vado con Vos en la cruz. Y, si os place, llegar en ella, hasta el extremo de ser abandonado y privado de la sensible asisten­cia del Padre celestial.

Contando, oh Jesús mío, con vuestra gracia eficaz, que os pido humildemente, mandadme dolores, enfermeda­des, pobreza, desgracias, amarguras, angustias, lo que sea de vuestro beneplácito, y lo llevaré gustoso por amor vuestro. Soy, amor mío, vuestra víctima. Haced de mí lo que os plazca en el tiempo y en la eternidad, con tal de que se salven almas, y yo os dé alguna gloria, y proporcione algún consuelo a vuestro amantísimo Corazón. Estas mismas gracias pido por las almas de la Liga Santa, con quienes estoy unido a vuestro dulcísimo Corazón".

La Liga Santa alcanzó cierta fuerza también en España. Dos jesuítas se distinguieron en darla a conocer y a ella pertenecieron el padre Pablo Villada y el padre Nazario Pérez que, en su calidad de redactor de El mensajero del Corazón e Jesús, le hizo bastante propaganda. También la hizo el padre Valera, SJ, y asimismo fueron miembros nota­bles varios religiosos agustinos recoletos, el que fue obispo de Sigüenza, fray Toribio Minguella, el padre Pedro Fabo y el padre Florentino Sáinz. No se olvide que el padre Ezequiel era hijo de la recolección agustiniana, la que siempre fomentó en sus claustros la vida de recogimiento e intimidad con Dios, y

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que la rama femenina de monjas agustinas recoletas, a la que tanto quiso nuestro santo, es totalmente contemplativa. A estas monjas dirigió algunas de sus famosas cartas, y en el monasterio de la Encarnación, de Madrid, estuvo antes de ir a Colombia y luego en vísperas de su operación.

EL PADRE DETROUX Y SAN EZEQUIEL

El padre Fabo publicó en el año 1916 un libro que titulo Olor de santidad. Ahí se afirma algo que conviene recoger y difundir acerca del padre Maurilio Detroux 18, el religioso jesuíta que en unión del padre Ezequiel inspiró e impulsó la Liga Santa. El padre Detroux vivía en Pasto, durante los años en que nuestro héroe fue obispo de esta ciudad. Después aparece en Guayaquil.

Nació el 10 de maro de 1859 en Harzé, diócesis de Lieja, en Bélgica. Muy joven entró en la Compañía de Jesús , y pronto fue trasladado a la República del Ecuador de donde pasó a Pasto como rector del colegio que aquí tenían los jesuítas. Lo fue en los años 1897-1903. Es cuando alcanza­ron a conocerse mutuamente san Ezequiel y el jesuita. Y establecieron gran santa intimidad. Sobre él y sus méritos anda escrito un libro, debido a otro miembro de la Compañía de Jesús, publicado en Quito, Ecuador, el año 1937. Consta

1 8 Poseo fotocopia de la carta fechada el 5 de noviembre de 1899. que el padre Maurilio escribió, desde el seminario de Pasto, al padre Luis Martin, prepósito general de la compañía de Jesús. En ella se explican los principios verdaderos de la Liga Santa. Intervienen la betlemita Asunción Rivera, el mismo padre Maurilio y el siervo de Dios fray Ezequiel, con una manifestación de Jesús a la religiosa, que ella con el pseudónimo de Anita comunica al padre Maurilio primero, y luego al obispo. Éste aceptó y el movimiento comenzó a producir sus frutos santos.

Sobre el padre Maurilio hay una breve biografía, firmada por un padre de la compañía y publicada en Quito, el año 1937, en la Prensa Católica. Se titula El padre Maurilio Detroux de la compañía de Jesús. Me prestaron un ejemplar los jesuitas de Pasto, y con su lectura pude formarme idea de la riqueza espiritual de su personalidad, toda impregnada de amor al Corazón de Jesús. Había trabajado en la misión de Ñapo (Ecuador), de donde fue expulsa­do en 1896. Fue rector del seminario diocesano de Pasto, encomendado a la dirección de los jesuitas. Tenía grandes cualidades apostólicas. A él se debe indiscutiblemente una parte fundamental en el movimiento victimal, aunque, como asegura el padre Pablo Villada, el padre Ezequiel "por su carácter de obispo y por su extraordinario fervor, fue como el alma de la pequeña asocia­ción". Cf. Razón y fe. tomo 42. año 1915. Se conservan 25 cartas del padre Ezequiel al padre Detroux.

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de 158 páginas y se imprimió en Prensa católica, 41, carrera Pichincha. El padre Detroux vivió algún tiempo en Guayaquil y fundó la misión de Manabi. Murió en olor de santidad, el año 1935.

Se debe la siguiente nota al padre Fabo:

'Tengo la suerte de guardar en mi poder 20 cartas autó­grafas y un precioso documento de este hijo de la Compañía de Jesús, cartas muy hermosas, dirigidas a varios asociados de la Liga Santa, cartas que me parecen reliquias de un alma gemela de la del padre Moreno. En una de ellas, fechada 23 de noviembre de 1909, hablando de las impresiones que le causaba la lectura de la biografía que acaba de dar a luz el obispo padre Toribio Minguella, escribe:

"He comenzado a leer el libro, y me trae recuerdos que me enfervorizan, porque era verdaderamente edificante en todo su porte el limo. Sr. Moreno, y mucho más cuando se podía alcanzar algo de lo que pasaba en el interior de su alma. Buscaba la gloria de Nuestro Señor en todo, sin repa­rar en dificultades o sacrificios, y a pesar de las sequedades de espíritu, contradicciones, etc.

Con qué fervor empleaba cualquier medio, como si fuera novicio, para adelantar en la virtud. Bien alto debe de estar en el cielo, y poderoso para ayudarnos ahora con su inter­cesión y alcanzarnos la generosidad en el servicio de Dios Nuestro Señor, porque la amistad fundada en Dios no se acaba con la muerte, sino que persevera más allá. Pidámosle, pues, que nos alcance del Señor abundantes gracias para santificarnos amando mucho al divino Corazón de Jesús y a su Madre Inmaculada".

El padre Maurilio Detroux era muy ejemplar, de una vida muy cultivada e intensa. Hay una carta autógrafa de doña Carmen Navarrete, fechada el 30 de junio de 1910 y dirigida a la madre superiora general de las religiosas betle-mitas, en donde se afirma: "El padre Maurilio Detroux es cada día más santo". De él dijo el Sr. Moreno: esta alma es muy santa. Después de muerto lo colocarán en los altares. Nosotros no lo veremos. Pero lo verán las generaciones futu­ras. Y esto lo repitió muchas veces.

De este insigne jesuita, cuya figura será preciso estudiar con detenimiento, hay una declaración extensa, metódica, serena, muy meditada, escrita en Guayaquil, Ecuador, el 21

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de marzo de 1912, de la cual trae el padre Fabo varios intere­santes párrafos en Olor de santidad, pág. 23 ss., merecen ser reproducidos aquí: "Cumplió el limo. Sr. Moreno con diligen­cia sus deberes de Prelado; fue muy celoso para acatar las órdenes del Sumo Pontífice, aun en asuntos en que podía resentirse su amor propio y aparecer disminuida su autori­dad, como sucedió en el asunto del colegio de Tulcán, en que la Sagrada Congregación de Roma, según los datos que reci­bió de la parte contraria, dio por de pronto una solución en contra del limo. Sr. Moreno, quien la recibió, sin dejar, sin embargo, de dar posteriormente informes verídicos que mere­cieron la segunda resolución de la Sagrada Congregación que aprobaba el proceder del limo. Sr. Moreno.

Fortaleza. Le consta al testigo que el Sr. Moreno tuvo mucha fortaleza para soportar adversidades, enfermedades, injurias, contradicciones, trabajos, angustias, persecuciones, por lo menos con ánimo tranquilo. Y aunn se ofrecía al Señor para pasar por otros y los pedía con otras almas a quienes se había asociado y unido en santa amistad para alentarse a eso. Confidencialmente dijo al testigo que de ordinario estaba en desolación y que cuando se le presentaba algún consuelo espiritual oía una voz interior que le decía: Sacrificado por mí'. Aunque a primera vista parecía de carácter sombrío, en su trato era santamente alegre y dulce. No se acobardaba en los acontecimientos adversos, sino que acudía a la oración.

Templanza. Era manso y paciente, y el testigo no recuer­da haberlo visto airado ni resentido por injurias o malos tra­tos recibidos. No era pertinaz en sostener sus ideas sino que cedía fácilmente al parecer de otros cuando había razón para ello. Era parco en el trato de su persona, viviendo en su pala­cio episcopal con la pobreza de un religioso muy observante. Nunca tomaba bebidas alcohólicas. Era, asimismo, parco en el sueño.

Pobreza. Su pobreza era muy notoria. Bastaba ver su vestido, su palacio episcopal para conocer su desprendimien­to de las cosas de la tierra. Toda su renta la gastaba en bue­nas obras, ya socorriendo pobres, ya favoreciendo obras de piedad. En cierta ocasión el testigo tuvo que prestarle alguna cantidad para hacer una limosna que precisaba.

Castidad. El limo. Sr. Moreno era muy casto, y por su modestia y compostura inspiraba la castidad a los que le veían y trataban. Cree el testigo que el limo. Sr. Moreno me-

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recio que el Señor se desposara místicamente con su alma, pues en cierta ocasión una religiosa muy favorecida de Nuestro Señor refirió cómo había visto efectuarse esos despo­sorios y cómo le había puesto un anillo en los dedos al limo. Sr. Moreno durante la misa. El limo. Sr. Moreno no vio nada, pero sintió que algo le ponían en el dedo.

Para el confesor: el testigo sabe que mientras vivió el limo. Sr. Moreno fue muy estimado y querido debido a su santidad y celo apostólico, por el Emmo. Sr. cardenal Vives, por el limo. Sr. arzobispo de Quito González Calixto, por el Sr. obispo Schumacher , por varios padres graves de la Compañía de Jesús y de otras Ordenes religiosas. Por refe­rencia sabe que, después de muerto el limo. Sr. Moreno, muchas personas desean tener reliquias suyas y atribuyen a su intercesión muchos favores recibidos y prodigios obrados".

Y para cerrar estos dos apartados que se dedican al estudio de la Liga Santa de víctimas de Jesús, hago traslado del contenido de un muy significativo documento que se guarda, como u n rico tesoro, en la casa de los religiosos agust inos recoletos de Manizales (Colombia). Es de un manuscrito redactado con su puño y letra por san Ezequiel, y que firman con su propia sangre él mismo, el padre Detroux con rúbrica y sor Asunción de Jesús , que es la religiosa betlemita, también con rúbrica. El tiempo ha borrado casi la letra. He aquí la copia de tan original y expresivo documento:

"Viva Jesús en el corazón de sus esposas María de Jesús y Asunción de Jesús, por las cuales, y en virtud del poder especial que me han dado para hacer este testamento en nombre de ellas, ofrezco, dedico y consagro pura e inviolable­mente al Sagrado Corazón de Jesús todo el bien que ellas podrán hacer durante su vida, y el que se hará por ellas des­pués de su muerte, para que la voluntad de este Corazón Divino disponga de ello como le plazca, según su beneplácito y a favor de quien quiera, sea vivo o sea difunto.

Mis carísimas hermanas María de Jesús y Asunción de Jesús protestan que gustosas se despojan generalmente de todo lo dicho, y de cuanto son y tienen y puedan tener, cuer­po, alma, potencias, sentidos, salud y vida, y todo en general, excepto la voluntad de ser y estar unidas para siempre al Sagrado Corazón de Jesús y de amarlo puramente por su mismo amor; fuera de esto, todo lo dicho lo ceden gustosísi-

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mas y con toda su alma al divino Corazón de Jesús, su único amor.

En fe de lo cual y para que conste eternamente, yo y ellas firmamos este escrito con nuestra sangre en el día de la amadísima esposa de Nuestro Buen Jesús, santa Gertrudis, 15 de noviembre de 1899.

Anita de Jesús (Sin rúbrica). María de Jesús (Con rúbri­ca). Asunción de Jesús (Con rúbrica)".

La sangre aparece algo desteñida ya. La firma del testa­mentario, y a la vez notario, san Ezequiel, está hecha con tra­zos gruesos y algunos rasgos emborronados19.

Cierro este capítulo, en que se ha hablado de las relacio­nes espirituales entre el padre Detroux y san Ezequiel con estas palabras que copio de una carta que me dirigió desde Pasto el padre superior de los jesuitas, padre Ruperto Revelo, con fecha de 18 de diciembre de 1978: "Leyendo la vida del padre Detroux y la del padre Ezequiel se convence uno de que fueron almas verdaderamente gemelas. Amas gigantes. El secreto de los dos para llegar a perfección tan grande y lograr ubérrimos frutos en sus arduas labores apostólicas fue, sin duda, la verdadera devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

DOLORES INTERNOS. RELIGIOSAS BETLEMITAS

El celosísimo obispo san Ezequiel dedicó atención muy cuidadosa a todos los institutos de vida consagrada. Pero estuvo más ligado a uno de ellos en particular. Era muy alta y distinguida la que prestó siempre a la comunidad de religio­sas betlemitas, hijas del Sagrado Corazón de Jesús, estable­cida en su diócesis. En alguna carta llegó él a indicar que parecía como si hubiera sido nombrado su superior general.

Esta relación que tuvo con las religiosas fue creciendo con motivo de la fundación de la Liga de víctimas del Corazón de Jesús, a la que desde sus principios se unieron varias de ellas muy estrechamente. Y es que vivían en un ambiente espiritual muy caldeado por los mensajes místicos de encen­dido amor al Corazón de Jesús, que les había dejado como herencia su restauradora, recién fallecida.

19 Cf. FABO, P.: Criticas y plumadas, Barcelona 1928, p. 343.

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Tal congregación, debida al muy famoso beato Pedro de Betancourt , oriundo de las Islas Canarias , que llegó a Guatemala en el año 1651, y allí fundó el instituto que llamó betlemítico por su especial devoción al misterio de Belén, se dedicaba al cuidado de los enfermos y de los pobres. Llegó a tener bastante vida en varios países hispano-americanos. Y luego, por motivos distintos y por razón de las circunstancias político-sociales, casi terminó extinguiéndose.

Se salvó la rama femenina con algunos de sus miem­bros. Y en 1830 una joven de Quezaltenango, de nombre Vicenta Rosal, que luego se llamaría sor Encarnación, entró a la única casa que aún quedaba. Y fue el instrumento provi­dencial, una verdadera restauradora. Fundó muchos centros y se le unieron bastantes entusiastas seguidoras. Vino a mo­rir en Tulcán, en olor de santidad en 1886. Sus restos fueron trasladados a Pasto. Por su ardentísimo afecto al Sagrado Corazón de Jesús se le vino a comparar con santa Margarita María de Alacoque.

El padre Ezequiel se identificó con el espíritu de sor Encarnación, sobre todo en lo que había en ella de ansia de amar a Jesucristo y de vivir en continua reparación por las ofensas que recibe por parte de los pecadores, de los apósta­tas, de sus amigos, que lo olvidan o desprecian, de los malos sacerdotes, de los perseguidores de la Iglesia, de los religiosos Ínfleles a sus promesas.

Se hizo campaña en favor de lo que se denominaba cele­bración de los Dolores internos del Sagrado Corazón. Esta palabra "internos" no agradó a muchos. El santo oficio puso algún reparo. El padre Ezequiel, que todo lo quería realizar con el más absoluto acatamiento a la autoridad, no tuvo conocimiento de lo decretado por el Santo Oficio, y mientras tanto se divulgaron copias de un opúsculo que él había escri­to sobre ello. Esto produjo alguna dificultad. Aunque consta ciertísimamente que el padre Ezequiel estaba preparado para aceptar con pleno asentimiento lo dispuesto, de Roma vino lo siguiente:

"Enséñese a los fieles que el culto a los Dolores del Santísimo Corazón de Jesús está comprendido en el que ya se le tributa, y procúrese prudentemente que la nueva forma de devoción se reduzca a la que ya está recibida por el uso".

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Es un detalle significativo del celo que animaba al padre Ezequiel en todo cuanto se refería al amor hacia el Sagrado Corazón de Jesús. Conviene aquí anotar que algunas de las hermanas más fervorosas y constantes de la Liga Santa per­tenecían al instituto de religiosas betlemitas.

En una de sus cartas, fechada en Pasto el 30 de sep­tiembre de 1904, llega a estampar el padre Ezequiel: "¿Sabe por qué no le escribo más largo? Por todas las betlemitas. ¿Quiere creer? Tengo en la mesa doce cartas cerradas para las betlemitas, y además las dos que le mando y ésta. Pues es una verdad, y estaba escribiendo, y me preguntaba: Pero, ¿quién me ha hecho general de las betlemitas?"

Y todo tenía intima relación con la Liga Santa o con la devoción a los Dolores del Sagrado Corazón. A mayor abun­damiento cabe anotar que el padre Ezequiel apoyó, y casi se podría decir que dio la vida, a una congregación que se tituló: Esclavas del Corazón de Jesús, reparadoras de sus Dolores Internos. También se les llamaba algunas veces Esclavas de Jesús, aliviadoras de los Dolores Internos de su amorosísimo corazón. Esta congregación, que luego se disolvió, había teni­do principio en la decisión de una piadosa señorita, Teófila Cabrera, que junto con varias compañeras, se empeñó en ir a las tierras de Caquetá para enseñar la doctrina a los pobres indígenas.

El padre Moreno escribió su Reglamento, en donde se afirma que el fin especial de la congregación es la enseñanza de la doctrina cristiana a los ignorantes con objeto de aliviar de algún modo los Dolores Internos del Corazón de Jesús, causados por los pecados de los hombres. En una carta de 19 de enero de 1904 el padre Ezequiel se manifiesta entu­siasmado con esta fundación. Tengo unas señoritas que fue­ron a enseña r la doctr ina a los indios de Sibundoy y Santiago. El hábito que llevan es negro; con una cadenita al cuello que baja a un Corazón de Jesús con los dardos, que lleva colocados al lado del corazón".

En la citada epístola hace alusión al novenario solemní­simo que en la iglesia de la Candelaria de Bogotá se había tenido para aliviar los dolores internos del Sagrado Corazón. El día 25 de agosto de 1903 pontificó el padre Ezequiel y pre­dicó. Los 25 de cada mes se celebraban entre los amigos del Divino Corazón de manea muy íntima. Era la fecha de los hermanos de la Liga Santa.

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El libro del beato Ezequiel titulado Devoción a los Dolores Internos del Sagrado Corazón de Jesús fue publicado, por vez primera, el año 1900 en la ciudad de Pasto; en el año 1901 en Palmira; en 1902 en Bogotá; en 1947 en Zapatoca; en 1955 en Bogotá de nuevo; en 1904, en lengua italiana, en Roma; en 1928 en Ñapóles.

En la dedicatoria el autor dice: "Queridísima madre mía, María Santísima. Os ofrezco, con todo el afecto de mi cora­zón, este pequeño trabajo, hecho exclusivamente con el fin de infundir devoción en alguna alma a los dolores internos del Sagrado Corazón de Jesús , vuestro santísimo Hijo, y se anime a sufrir en su compañía, para reparar las ofensas que le hacen los hombres, y la ingratitud con que responden a su amor, causas de sus dolores".

Y al final de la introducción, que es muy breve, estampa estas palabras: "Recibe esta obrita, en la que sólo busco tu gloria y el que seas más amado".

Tengo a la vista un ejemplar de la impresión del libro, que se hizo en Zapatoca (Colombia), imprenta de San José. Va precedido de unas páginas extractadas de la biografía de la fundadora de las religiosas betlemitas, escrita por el clare-tiano padre Francisco Broto. Termina con una invocación tiernísima a María Santísima, a la que siempre profesó una entrañable devoción. Así le dice: "Madre mía, no era posible que concluyera este librito sin acordarme de ti y sin decir a los hombres que te amen mucho. Era necesario que, habien­do hablado del Corazón de tu divino Hijo, hablara también de tu Corazón".

De la madre Encarnación Rosal (1820-1886), publicó el padre Carlos E. Mesa en 1983 un volumen titulado Historia de la fundación del convento de Quezaltenango y su epistola­rio, y es in teresante lo que escribe sobre ella el padre Alejandro Ortiz López en Historia de la religión betlemita (1627-1909), tomo I. Bogotá, 1955.

Muy apreciada del padre Ezequiel fue la madre betlemita María Luisa Salinas (1861-1924), superiora general de la dicha congregación y perteneciente a la Ligia de víctimas, como lo fueron otras religiosas suyas, a varias de las cuales alcancé a conocer.

Como algo singular en nuestro caso vale recordar que ya en el siglo XV la beata Bautista Varani, monja clarisa del

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monasterio de Urbino, en Italia, escribió un Tratado sobre los dolores mentales de Jesús. Y como dato significativo se puede registrar aquí lo que en la Historia de Colombia, debida a Henao y Arrubla, edición del año 1986, se dice: Septenario al Corazón doloroso de María Santísima, sacado a luz por el doc­tor don Juan de Ricaurte y Terreros, cura y vicario eclesiásti­co de la ciudad de Vélez, en el Nuevo Reino de Granada20. Con licencia en Santafé de Bogotá. En la imprenta de la Compañía de Jesús, 1938.

Por tener la caridad de san Ezequiel una inclinación muy viva y predominante hacia el dolor y hacia el que lo sufre, existe con su nombre una asociación, cuyos miembros se dedican a visitar a los enfermos graves, y a llevarles con­suelo y ayuda. La fundó en Colombia el agustino recoleto padre Sebastián López de Murga.

PRUDENCIA Y CARIDAD

El Espíritu Santo había colmado al padre Ezequiel del don de fortaleza. Esta virtud, en él tan sobresaliente, vino a constituir como su ñsonomía moral, su carácter distintivo. Y, sin embargo, hay que hacer resaltar en el obispo de Pasto su caridad y prudencia. No se le puede tachar en absoluto de precipitado ni irreflexivo en sus actuaciones. Antes de tomar cualquier determinación oraba, consultaba, se asesoraba con personas cualificadas. En la diócesis que regía existe cons­tancia de las consultas que frecuentemente hacía a su clero, así como a las comunidades de jesuitas y capuchinos.

En cuanto al modo de corregir, como superior y prelado, tenía verdadera fama de ser suave y comprensivo: "En vez de marcada, ni mucho menos áspera reprensión, avisaba con ternura de padre a quien tenía que corregir. A veces con una dulce mirada era bastante. No solía mandar, sino que indica­ba suavemente lo que había de hacerse con ruego, no con imperio, y claro es que nadie se resistía a modos tan atentos e insinuantes. En solucionar cuestiones y asuntos graves nunca fue precipitado; precedía la oración y se inspiraba en la divina voluntad". Así lo declara una persona que trató al siervo de Dios con muy particular intimidad.

2 0 Editado en Bogotá, 1938. y anteriormente lo había registrado Eduardo POSADA en su Bibliografía bogotana, 1917.

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El Sr. a rzobispo de Popayán, D. Manuel Antonio Arboleda, cuenta que alguien un día, hablando con el padre Ezequiel, aludió a los liberales y les llamó "rojos". El padre Ezequiel repuso: No me gusta, no me parece bien el que se use tal adjetivo que parece envolver una nota de menos apre­cio a las personas. Combatir las ideas es santo, y es muy santo respetar a las personas.

De elevado valor es el test imonio del padre Ángel Aviñonet, capuchino, que acompañó en varias ocasiones y visitas pastorales al padre Ezequiel. "Trataba con suma cari­dad y moderación a sus sacerdotes, mirando siempre por su bien espiritual y temporal, y dirigiéndolos constantemente en su ministerio; y por más que hubiese alguno o algunos de ellos poco ajustados a sus deberes, nunca se le oía murmu­rar de ellos o revelar sus faltas. Las amarguras que le causa­b a n las devoraba en si lencio y a so las con J e s ú s Sacramentado. A los sacerdotes ancianos, y que habían tra­bajado en servicio de la Iglesia, amaba con singular ternura. En una palabra: el Sr. Moreno era, más que obispo, un ver­dadero padre para su clero".

Leo en Vita riostra, la revista diocesana de Pasto, en un número correspondiente a octubre-diciembre de 1992, un bello resumen de la vida de san Ezequiel, que firma Ignacio Araujo Aux, sacerdote eudista, del que traslado aquí un párrafo:

"Cuando se mira la vida personal de fray Ezequiel, ésta se descubre: austera, exigente, de mucha oración y siempre atenta al bien de las almas. En su minuta figuran 6 horas diarias de oración, hora santa todos los jueves de 11 a 12 de la noche. En julio de 1904, introdujo en la catedral la adora­ción nocturna. Testigos oculares dan fe de que el Sr. Moreno en estas visitas no podía contener su ímpetu y eran frecuen­tes los soliloquios prolongados; también atestiguan varios sacerdotes, que escucharon fuertes exclamaciones y encon­traron luego, que su obispo hablaba con Dios. Muchas de sus cartas personales manifiestan el fervor de su oración, y que el centro de su vida estaba fuera del mundo, buena parte de su renta pertenecía a los pobres, ya en ropa, ya en dinero, o bien en alimentos. No hacía exigencia alguna en su comida pobre o en sus vestidos toscos; gozaba con el bienestar de los demás, mientras él se deleitaba en la pobreza. El palacio episcopal vivía lleno de mendigos y, antes de marcharse para

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no volver más, él mismo les repartió la limosna y a una anciana le dejó la única cobija que él tenía para dormir. Cumplidor de los ayunos de su Orden, también dormía con frecuencia en el duro suelo; deseaba imitar a su Señor en los dolores, humillaciones y pobreza.

El Maestro lo purificó con toda clase de tormentos, fie­bres y enfermedades; a todo esto hay que añadir los duros combates de orden moral: insultos, ultrajes, calumnias. Nunca perdió la calma y trabajó siempre con la misma ente­reza de ánimo. Poco antes de su última enfermedad, encon­traron en su habitación varios cilicios punzantes y con malla para los brazos, las piernas y cintura; más parecían instru­mentos de martirio que de mortificación".

LA CONCORDIA NACIONAL

En la tipografía políglota vaticana está impreso un rico volumen que contiene la prolija documentada disquisición histórica, que mandó elaborar la Sagrada Congregación de Ritos para poner luz en los puntos más conflictivos de la vida y conducta del padre Ezequiel Moreno. Su causa de canoni­zación ha supuesto mucho trabajo, sobre todo en lo referente a sus relaciones con el liberalismo de entonces, que combatió insistentemente.

Eso sí, es cierto que el siervo de Dios, tan valiente y tan firme, dio continuamente pruebas de limpieza de visión, de adhesión total a la Iglesia, al Sumo Pontífice y a sus re­presentantes en Colombia, de integridad de carácter, de coherencia en el modo de obrar, y de extrema humildad". Así se expresa el italiano, laureado en historia eclesiástica y ayu­dante de estudios de la Sagrada Congregación, monseñor Juan Papa.

El padre Félix Zubillaga, S.J., profesor de historia ecle­siástica hispano-americana en la universidad Gregoriana, a quien se le encomendó que diese su parecer razonado, es­cribe: "Ante las deplorables consecuencias que con toda pro­babilidad, y aun con plena seguridad, se veían venir para la Iglesia en Colombia con motivo de la Concordia, la concordia proclamada como programa de gobierno por el presidente Reyes y apoyada por el prelado monseñor Ragonesi, era justo que un prelado alzase su voz para dar la señal de alarma.

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Habló humildemente y con fuerza y coraje, y la Santa Sede vino a aprobar la conducta del siervo de Dios".

Y el rector general de la Sagrada Congregación de Ritos, monseñor F. Antonelli, en el prefacio de la Disquisitio, creyó oportuno anteponer estas palabras: "Este decenio, 1896-1906, es un período particularmente atormentado de la muy agitada historia de la América Latina, y en particular de Colombia, en donde las viejas corrientes políticas de liberales y conservadores alcanzaron entonces violentos contrastes y asumieron un agudo tono político que alcanzó a tener gran­des repercusiones en el plano religioso. El padre Moreno se creyó en el deber, como obispo, de tomar una posición neta contra todas las formas de liberalismo, tanto más cuanto iba avanzando un liberalismo llamado cristiano, sumamente insidioso".

Alcanzó una enorme resonancia el problema suscitado en torno a la Concordia. El presidente de la República, el delegado apostólico, varios obispos, la prensa, la opinión pública, todo se movió. Del Vaticano llegaba un cable firmado por el cardenal Merry del Val con llamadas y quejas.

Hay una carta del obispo de Pasto, de fecha 27 de enero de 1905, que habla precisamente de la unión de los católicos. "¿Quiere Dios que tengamos unión con sus enemigos? ¿Pueden los obispos aceptar que los católicos hagan una con­cordia a la que se pone por base un error impío? Oh Jesús, el Padre vinculó todas las cosas en Vos, y Vos sois el funda­mento de todo orden estable. ¿No comprenderán por fin los hombres esta verdad? ¡Ah! Acaso vuestro sacrificio, la sangre de vuestros ministros tengan más eficacia que sus enseñan­zas, y que muchos hoy desprecian, o llaman exageradas. Prontos estamos, oh Jesús , a dar esa sangre, con vuestra gracia. Qué dicha morir para que reinéis Vos, Rey eterno y amable".

Ante aquel remolino increíble no se turbó el padre Ezequiel. Sereno, impávido, defendió la verdad, la pura ver­dad, en la más humilde actitud, dispuesto a ser mártir.

Parece oportuno anotar que el concepto "liberal", aplica­do entonces a la vida política, envolvía una connotación que merece ser tenida en cuenta. Implicaba, dentro de la socie­dad en que actuaba nuestro santo, un rechazo en lo político y civil del influjo de la doctrina de la Iglesia. ¡Cuánta confusión

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ha existido sobre este aspecto en algunas naciones y en muchos escritores! El obispo fray Ezequiel, en una situación tan confusa, sufría cuando se le interpretaba desfavorable­mente, y quería ser comprendido. Y exclamaba: "Ojalá pudié­ramos abrir nuestro corazón para que todos pudieran ver nuestros sentimientos. ¿Acaso podemos tener odio a persona alguna? ¿A quién podemos odiar? Habiéndonos encargado Jesucristo las almas de todos, ¿cómo hemos de abrigar mala voluntad para nadie? Clamamos y clamaremos siempre que veamos peligros para las almas, porque es nuestra obliga­ción. Pero Dios no permita que esos clamores no procedan de la caridad. ¡Dios mío, que nos comprendan! Así se lee en una pastoral suya del 28 de agosto de 1896.

Pasó por amargos momentos el corazón de nuestro santo. En una de sus magníficas cartas pastorales escribía el celosísimo prelado: "O con Jesucristo, o contra Jesucristo. O con los que piden que reine Jesucristo en los individuos, en las familias, en los pueblos y en las naciones, diciendo con san Pablo 'es necesario que reine Cristo', o con los que gritan, blasfemando y con rabia, no queremos que reine Cristo sobre nosotros. No hay término medio: en uno de esos dos campos tan opuestos entre sí hemos de estar necesariamente. El que pretende ser neutral se convierte en un traidor. Se deduce del Evangelio donde se encuentra una frase que es un rayo que mata y acaba con los neutrales y con los católicos a medias que quieren unir el error con la vedad, la luz con las tinie­blas, y la justicia con la iniquidad. Jesucristo es el que habla y dice: 'El que no está conmigo está contra mí' (Mt 12, 30)"21.

La claridad de su doctrina era fulgurante. Y al traducirla a la práctica ponía lógica y vigor. Buscaba en todo la perfec­ción. Y no se quedaba atrás la grandeza bondadosa de su corazón. Tuvo que afrontar dificilísimos trances en el caso de la denominada Concordia, proyecto político del presidente de Colombia, general Rafael Reyes, quien pretendía gobernar con principios y personas que al integérrimo obispo de Pasto le parecían no aceptables. Se inclinó inclusive en favor de tal proyecto el delegado apostólico en Colombia, Francisco Ragonesi, quien luego pasó a la nunciatura de Madrid, y des­pués fue nombrado cardenal. La inflexibilidad ortodoxa de nuestro fray Ezequiel fue célebre frente a otras opiniones. A

Pastorales, pág. 465.

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él se le llegó a denominar "el nuevo san Atanasio". Muchos le acompañaban ardorosamente. Y será preciso anotar que en medio de tanta división de pareceres, todos rendían homena­je a la pureza de vida, a la santidad del obispo fray Ezequiel.

Uno de los prelados que más cerca estuvo de él en sus afanes, en sus luchas, fue el obispo de Garzón, Esteban Rojas, de muy santa memoria. En cambio su hermano de hábito y sucesor suyo en el gobierno del vicariato de los Llanos de Casanare, Nicolás Casas (1851-1906), opinaba de distinta manera al encarar el liberalismo práctico, y explicó su pensamiento en un libro que tituló Enseñanzas de la Iglesia sobre el liberalismo. Bogotá, 1901, 382 págs. Alcanzó gran resonancia el caso, pues ambos prelados eran muy conocidos y hasta miembros de la misma Orden religiosa, y muy unidos y ejemplares en la mutua confianza fraterna que se profesaban.

Cuando yo me determiné a publicar mi libro titulado Intimidades y anécdotas del siervo de Dios fray Ezequiel Moreno, en el año 1943, tuve la libertad de pedir al entonces arzobispo de Bogotá, monseñor Ismael Perdomo, alguna impresión suya sobre el hoy san Ezequiel Moreno. Es sabido que ambos personajes, Moreno y Perdomo, se conocieron, trataron, y en la aplicación de los principios no coincidieron plenamente. He aquí las palabras de monseñor Perdomo:

"Monseñor Moreno fue trasladado a la diócesis de Pasto y yo fui consagrado como obispo de Ibagué. Me hallaba en una población limítrofe de la diócesis de Manizales prac­ticando la visita pastoral, y aproveché esta ocasión para ir a saludar al limo. Sr. Nacianceno Hoyos y a monseñor Moreno que se hallaban allí. Él había impuesto normas que me pare­cían muy severas para tratar a los liberales en el sacramento de la penitencia.

Aproveché la ocasión para tratarle este asunto y le expu­se que yo, sin ese rigor, tratando a los liberales por las vías de la convicción y del cariño, había logrado que entrasen por el cumplimiento de sus deberes cristianos. Él me oyó con mucho interés y, al terminar, me dijo: Si ese método le da ese resultado, sígalo: lo importante es llevar las almas a Dios.

Yo he tenido siempre la convicción de que monseñor Moreno era un prelado que en grado heroico se ejercitaba en la penitencia y en la oración. Por eso, después de su muerte,

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procuré adquirir prendas de su uso personal que yo aplicaba como reliquias a los enfermos, y varias veces se obtuvieron gracias señaladas".

INSULTOS, CALUMNIAS, DESPRECIOS

Anota bien su biógrafo más autorizado, fray Toribio Minguella: "En vida y en muerte fue alabado el ilustrisimo padre Ezequiel por los buenos católicos, y, vivo y después de su muerte, fue escarnecido por los malos; y por cierto que apreciaba aún más los escarnios de éstos que las alabanzas de aquéllos.

No ambicionaba fray Ezequiel otra cosa sino seguir e imitar a Nuestro Señor Jesucristo. No quería gloriarse sino en Jesús, como el apóstol san Pablo, y en Jesucristo crucifi­cado. Es difícil ponderar todo cuanto tuvo que sufrir en el desempeño de sus deberes de pastor y maestro, y la fortaleza y la calma y generosidad de su espíritu, de su maravilloso, de su heroico espíritu. Él mismo se desahogaba y escribía:

'Comprendo que buscan algún modo de hacerme callar, a fin de que siga la mezcla que están haciendo entre católicos y liberales. Dichoso de mí, si algo sufro por el nombre de nuestro buen Jesús. Pidan por mí, para que si sufro, sea por su Santo Nombre y para su gloria. Tengo ya un gran acopio de injurias que lanzan contra mí los periódicos liberales de varias poblaciones de la República, y las conservo como pre­ciosidades...'

'¿Qué queda contra mí? ¿El odio de los enemigos de mi Señor Jesucristo? ¿Sus ultrajes y calumnias? Ah, si estos enemigos me alabaran, tendría miedo. No quiero que me ala­ben los que insultan a mi Señor Jesucristo'.

En una carta dirigida a una señorita protestante, muy sincera y fervorosa, que le expresaba su admiración, dice fray Ezequiel: 'He llegado a comprender por ciertas expresiones que se le escapan que usted ha creído o, por lo menos, se ha figurado, que yo debía estar como satisfecho y dichoso por­que todos me quieren... Pues bien: tengo, no uno, ni dos, sino ya un montón de periódicos, en los que se dice: 'que soy un capitán de bandidos, que tengo causas pendientes por delitos comunes, que soy cruel, que soy bruto, que doy coces, etc. etc. ¿Dónde se queda mi don de gentes? ¿No ve cómo hay que aspirar a otra vida mejor que ésta? Gracias a que yo

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aspiro a ella. Y aunque sé que habrán leído esas cosazas, dichas contra mí, cientos y cientos de personas, quedo tan tranquilo, porque espero la rehabilitación en el gran juicio que creo firmemente ha de venir para todos, y en la recom­pensa con que premiará el gran juez a sus servidores'".

Tarea imposible sería trasladar ni siquiera la mínima parte de los improperios con que fue obsequiado el intrépido defensor de la fe católica. Así lo advierte el padre Minguella. Y reproduce, sin embargo, lo que escribieron algunos periódi­cos del Ecuador y Colombia. No cito el título de las publica­ciones, pero reproduzco algunas de sus frases: "Un prelado imposible. Es el colmo de la intolerancia. Fray Ezequiel Moreno, en virtud de sus facultades como obispo de Pasto y, cumpliendo, según advierte, uno de sus más sagrados debe­res, condena los esfuerzos de paz, tolerancia y progreso del presidente Rafael Reyes. Al in t ransigente discípulo de Torquemada le sulfura esto. Y hay que soportar los impulsos de este fanático prelado, que no se da cuenta de que vive en el siglo XX. La vuelta de fray Ezequiel a su convento de agus­tinos descalzos, en un apartado rincón de España, la recla­man la tranquilidad de los colombianos y la seguridad del gobierno".

"El reverendo obispo de Pasto pertenece a esa califa de frailes importados de España, y rechazados hoy de allá y de todas las naciones civilizadas; y osa el cuitado el dar princi­pio a la guerra en nombre de 'su Religión' contra el gobierno. Lo verán los lectores en la Pastoral que nos mandó, y que más que circular de un obispo, parece una proclama de gue­rra revolucionaria. Pero, ¿cómo no, si ese fray, por no decirle fraile, pertenece a la escuela de aquellos ministros de su reli­gión que en las guerras carlistas rivalizaron en ferocidad con las panteras?". "En Pasto está fray Ezequiel, hombre de cere­bro obtuso. La cátedra del Espíritu Santo no le basta para predicar el odio, sino que hasta en la prensa desarrolla su doc t r ina d isoc iadora : odiaos los u n o s a los o t ros" . Bienaventurado fray Ezequiel, que fue digno de sufrir por su Señor Jesucristo.

También tuvo en vida y en muerte quien le prodigó elo­gios, encendidos elogios. Copio unos párrafos que escribió en mayo de 1907 un inglés convertido al catolicismo, don Jorge W. Price. Era un hombre admirable por su integridad y since­ridad en la fe. "En el trato íntimo pude confirmar la opinión

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que de él me había formado, a saber: que era un justo, un religioso ejemplar, un obispo al estilo de su gran padre san Agustín, que no andaba con equívocos, ni componendas, ni en transacciones, ni en concesiones, en donde la pureza de la doctrina y la integridad de la fe no permitían las concordias tan en boga en los tiempos presentes. Él era de la casta de los apóstoles, de los misioneros, de los mártires; en una pala­bra, alma grande templada al fuego del Corazón sacratísimo de Jesús, a quien tanto amó y cuyo fuego comunicaba a los que tuvieron la dicha de tratarle. ¿Quiénes eran sus enemi­gos? Los enemigos de Jesús y de su Iglesia. ¿Quiénes lo con­sideraban intransigente? Los intransigentes con el Evangelio y las enseñanzas de la Iglesia católica. ¿Quiénes le tenían por retrógrado? Los que fomentaban el retroceso al paganismo, y el liberalismo, la más grande y solapada herejía de la época actual, lo perseguían sin tregua, porque fue su martillo incansable".

El que fue notable escritor, gran humanista y presidente de la República de Colombia, don Miguel Antonio Caro, dejó esta constancia: "Fue el padre Ezequiel Moreno un varón apostólico, un hombre espiritual, un carácter entero, intran­sigente en doctrina, caritativo en obras, manso y humilde de corazón, predicador del Evangelio no de sí mismo, sin ar­tificios ni afectaciones, fácil, abundante de afectos, cautiva­dor, un confesor prudentísimo, amigo de los pobre, consola­dor de los tristes, cumplidor, en suma, de todas las obras de misericordia"22. Hay que advertir que Miguel Antonio Caro era sobrio en sus alabanzas. Y también que tuvo ocasión de conocer y tratar muy de cerca a nuestro fray Ezequiel.

2 2 El párrafo transcrito corresponde a un articulo que. a la muerte del padre Ezequiel, escribió el señor Caro y fue publicado en el diario de Bogotá El nuevo tiempo, año V, n° 1.395. 28 de agosto de 1906.

Miguel Antonio Caro fue un político y escritor notable en Colombia, que llegó a ser presidente de la nación. Era de sentimientos muy cristianos. Conoció y trató bastante a san Ezequiel. También varios de sus familiares mantuvieron relaciones estrechas de amistad con el santo, y hasta algunos fueron dirigidos espiritualmente por él. Hay algunas cartas del santo al señor Caro, en las que le llama "mi querido amigo" y "mi querido padrino", pues lo fue de su consagración episcopal.

Conviene leer el libro de Carlos Valderrama titulado Epistolario del beato Ezequiel Moreno y otros agustinos recoletos con Miguel Antonio Caro y su fami­lia, Bogotá, 1983. Y es también importante el libro de Margarita Holguin y Caro Los Caros en Colombia.

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ERA POBRE

Conformarse con Cristo. Esto es fundamentalmente ser cristiano. Y Cristo fue pobre. En su pobreza tenemos el para­digma de cómo se puede vivir absolutamente entregado a los intereses del Reino. Su real pobreza fue, sigue siendo, el signo inequívoco de su acción profética. No hay duda. Para la Iglesia católica entera, y en particular para los institutos reli­giosos, resulta de suma urgencia volver a la pobreza de Cristo, a la pobreza evangélicamente entendida y practicada.

Su Santidad Pablo VI se esforzó en hacer comprender que si "Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y en persecución, de igual modo la Iglesia sólo comunicará los fru­tos de la salvación a los hombres recorriendo el mismo cami­no" (Lg 8). Se está esforzando en reclamar la pobreza evangé­lica como algo muy necesario especialmente hoy. Y una pobreza sin ambigüedades, que sea efectiva, auténtica, gene­rosa, dinámica, como la de Cristo.

Ha de ser la pobreza de la Iglesia "una imitación de Jesús pobre, una búsqueda de los pobres en el cuerpo y en el espiritu, un rechazo del mundo con sus tres concupiscen­cias". A los institutos religiosos se les encomienda que, a fin de lograr su verdadera renovación, han de cultivar diligente­mente la pobreza voluntaria, para el seguimiento de Cristo, del cual es, especialmente hoy, distintivo muy estimado, y, si fuere preciso, han de expresar la pobreza en formas nuevas (Pe 13).

La pobreza "gozosamente, generosamente vivida por los religiosos" ha de ser y aparecer signo del sentido transcen­dente de la vida del hombre en el mundo; signo de la libertad del hombre sobre los bienes del mundo; signo de fraternidad humana.

Es cierto, es muy claro: en el mensaje de Cristo lo que cuenta, en definitiva, es el Reino de los cielos. Todo lo demás puede darse por bien empleado si se utiliza en orden a la con­secución del Reino. Jesús repetirá, apremiará: "No amonto­néis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroe y ladrones que socavan y roban. Amontonad, más bien, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben (Mt 6, 19-21). Buscad primero su Reino (el del Padre) y su justicia (Mt 6, 33).

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Sirvan estas líneas que anteceden para enmarcar la figu­ra "del pobre Ezequiel". Pocos rasgos ofrece tan fuertes y tan señalados el austero, el humilde, el desprendido fraile agusti­no recoleto, el obispo ejemplarísimo, que nunca olvidó que había profesado la Regla de san Agustín en su austerísima recolección, que estampa este principio en su primitiva Forma de vivir. "En todo y por todas partes la pobreza eche rayos de sí", y que establece que al cambiar de residencia los religiosos "no lleven consigo más de un breviario y una biblia, y sus papeles y hábitos" (cap. TV).

Recuerdos y casos hay a granel en la vida del padre Ezequiel que hablan de su pobreza, de aquella "verdadera pobreza -como se lee en la citada Forma de vivir de la reco­lección agustiniana- que no está solamente en no tener cosa propia, sino en no tener asido ni aficionado el ánimo a cosa ninguna, que es el fin para que se ordena la pobreza exte­rior".

Ni en España, ni en Filipinas, ni en América -observa el padre Toribio Minguella- sabemos que hubiese faltado en lo más mínimo a la pobreza que profesó. Y cuando parecía que le obligaba menos estrictamente, o sea, desde que recibió la consagración episcopal, y, sobre todo, desde que fue prelado de Pasto, se le ve mucho más escrupuloso en la observancia de este voto y de esta virtud.

Es muy elocuente el relato que hace la señora, la muy humilde señora Mariana Soberón, que atendía al cuidado del palacio del obispo de Pasto. "A poco de haber llegado el limo. Sr. Moreno hice la provisión de víveres y en ello invertí muy pocos recursos, siguiendo las órdenes del prelado, pues su mesa era muy frugal y puedo llamarla pobre. Y al mismo tiempo recibí orden de preparar vestidos para hombres y mujeres, grandes y chicos, y muy frecuentemente se me ordenaba dar esos vestidos a gentes sumamente pobres, algunas de ellas casi enteramente desnudas o cubiertas con miserables harapos. Esta munificencia con los pobres agola­ba casi toda la renta del prelado, porque hubo casos en que no tuvo recursos para comprar los víveres necesarios para su subsistencia. Me encargué de lavar su ropa. Y no pudo menos de llamarme la atención el no encontrar sino dos túni­cas de estameña".

El padre Alberto Fernández testificó que cuando él fue a Pasto, para acompañar a su hermano de hábito el obispo, vio

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que no tenía ni siquiera lo necesario para vestirse. Todo se reducía a dos túnicas de estameña, dos o tres pares de cal­zoncillos, unos pantalones muy viejos que él mismo se los remendaba, y unos cuantos zapatos destrozados. Y más todavía: cuando viajamos de Colombia a España, porque la enfermedad le había obligado a ello, tuvo el padre Alberto que quedarse casi sin nada de ropa, porque la necesitaba el sufri­do y abnegado obispo.

Una hoja anónima que circuló en contra del tesorero general de diezmos, D. Victoriano Rosero, y del cura párroco de San Agustín, D. José Félix Vergara, acusados de ser poco adictos al obispo fray Ezequiel, dio ocasión a que ellos se sin­cerasen y, en un impreso que firmaron y que profusamente repartieron, se lee: "Así como los cuerpos que están más cer­canos al sol reciben mejor el benéfico influjo de su calor y de su luz, así nosotros, que vivimos junto al príncipe de la igle­sia pastopolitana, hemos recibido incesantemente de él toda clase de bienes. Decimos que por nuestras manos pasa su renta, que no es pingüe ni mucho menos y que de ella gozan más los pobres que el obispo. Podemos asegurar que con ella el digno prelado no ha podido renovar dos veces en ocho años su hábito religioso, que no ha renovado ni una sola vez su hábito episcopal. Podemos asegurar que esta renta pingüe no alcanza, a las veces, para atender a las necesidades más ur­gentes de la vida".

Un familiar del padre Moreno, llamado César Castillo, vivía edificadísimo. No sabía cómo alabarlo. Lo contemplaba siempre como la imagen de Jesús, que, siendo rico, se hizo pobre por los hombres. "El voto que había hecho como reli­gioso de amor a la pobreza lo observaba tan fielmente que se notaba, a pesar de su portentoso talento, que ni siquiera sabía contar dinero. Tal era el desprecio, que cuando le entregaban su nunca deseada renta no sabía cómo despren­derse de ella y la repartía a los pobres profusamente".

En el sanatorio de Nuestra Señora del Rosario, de Madrid, permaneció una temporada con motivo de la opera­ción que sufrió. No sabían cómo ponderar su sencillez y su paciencia los médicos y las hermanas de la comunidad de Santa Ana que le asistían. Nos queda el testimonio de la reli­giosa Nicolasa Aín, que declaró: Era observantísimo de la pobreza. Todos sus objetos eran pobres. Llamaban la aten­ción sus ropas tan remendadas. Me contó que él se las arre-

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glaba muchas veces. Y me decía: hija, esta virtud la tenemos que mirar mucho los religiosos, porque en la pobreza es muy fácil faltar. Una vez, hablando en confianza -cuenta un padre jesuíta- tratamos del desasimiento de lo terreno y me decía con sencillez que estaba desprendido de todo lo que no era necesario para la vida. Al venir a Roma, con motivo de la visi­ta "ad limina", sentía fuertes escrúpulos de acercarse a España, porque aquello suponía que debería gastar algo que no era puramente necesario. Hubo que animarle e invocar la obligación de la piedad y de la caridad hacia su familia. No le parecía bien emplear en ello dinero de su diócesis. Al moru­no se e n c o n t r a r o n p r e n d a s p a r a amor ta ja r lo . En Monteagudo, la celda que él mismo escogió, estaba destarta­lada; era la más retirada y humilde.

EL PROBLEMA DEL COLEGIO DE TULCÁN

Un muy clamoroso incidente estalló en 1896. Y ardió la polémica. El padre Ezequiel estuvo en medio de la sonada controversia. Había sucedido lo siguiente: antes de que el padre Moreno hubiera tomado posesión de su diócesis, en un colegio de Ipiales, ciudad situada en la frontera colombiana con el Ecuador, había un rector, apóstata público y ferviente defensor de ideas antirreligiosas. El entonces obispo, monse­ñor Manuel José Caicedo y Cuero, visto el influjo destructor que ejercía con sus ejemplos y enseñanzas, prohibió a los padres de familia que mandaran a sus hijos a tal centro.

La misma autoridad civil dictó contra tal señor auto de prisión, y entonces él paso a la ciudad de Tulcán, Ecuador, y allí abrió un colegio frecuentado también en su mayoría por feligreses de Pasto. Hay que advertir que Tulcán se encuentra en la frontera de Colombia, limítrofe con la diócesis de Pasto. El padre Ezequiel renovó esta prohibición con fecha 8 de diciembre de 1896. Y, puesto que no se le hacía caso, renovó también la excomunión que asimismo impuso monseñor Caicedo. Llovieron protestas contra el padre Ezequiel. Se levantó un verdadero gran escándalo. Se repetían los impro­perios contra su persona, se le echaba en cara su exagerado celo y su intervención en asuntos que no le correspondían, según se afirmaba. El obispo de Ibarra, Ecuador, en donde se hallaba el colegio del caso, alegó que se conculcaban sus derechos y se quejó ante la Santa Sede. Era a la sazón obispo de Ibarra monseñor Federico González y Suárez, que luego

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pasó a Quito y que tenía prestigio en las esferas guberna­mentales. Puso tanto empeño en defender su punto de vista, que protestó fuertemente ante Roma, Quito y Bogotá, ante la San ta Sede, el gobierno del Ecuador, el presidente de Colombia y el arzobispo de Bogotá. Insisistía en que se había invadido su jurisdicción y en que se estaba produciendo un daño espiritual muy fuerte y lastimoso, con una perturbación insoportable de las conciencias.

La Sagrada Congregación de obispos y regulares no encontró razón, conforme a los documentos que le fueron presentados, para quitar la autoridad al Sr. obispo de Ibarra, y reconoció precipitadamente su derecho, el 27 de abril de 1898. Tuvo que ejercitar la humildad el padre Moreno. Se desencadenó contra él la más furiosa y descarada campaña pública y privada. Guardaba silencio. Pensó que tal vez seria mejor presentar la renuncia en secreto. El había dicho: "Recibiré humildemente lo que venga de Roma, lo besaré con devoción, lo apretaré contra mi pecho; lo que sea, un consejo, un mandato, una corrección, un castigo..."

Sucedió que vino a saber la resolución, cuando ya se había puesto en viaje a la ciudad eterna. Tenía que practicar la visita "ad limina". El día 10 de septiembre de 1898 fue recibido en audiencia por el sumo pontífice León XIII. Hablaron muy cordialmente en latín. El padre Ezequiel no decía nada acerca del problema. Al contrario, por escrito entregó su renuncia: "Porque deseo evitar conflictos, porque prefiero que la Santa Sede no tenga disgustos, porque se encuentra de por medio un hermano en el episcopado... Aunque yo pueda pasar a la historia con nota de belicoso, díscolo o ignorante".

El Papa estaba maravillado, extrañado del silencio del padre Ezequiel. Se dio cuanta exacta del caso con su espíritu persp icaz . Enérg icamente d i spuso que la Sagrada Congregación reconsiderara aquello, y pidió al obispo de Pasto que por escrito hiciese una exposición. Los cardenales Rampolla y Vannutelli se mostraron favorables a esto, y mon­señor Sibilia, que conocía a fondo todo y al padre Ezequiel, porque había estado encargado de la delegación apostólica en Bogotá, lo apoyó vivamente.

A la postre se le dio la razón al obispo de Pasto, a fray K/.cqiilcl Moreno. He aquí el texto de la sentencia que tiene Ir.lui de 27 de abril de 1898:

MU

"Es indudable que el obispo de Pasto, a quien incumbe el bien espiritual de los fieles confiados a su cuidado, está en perfectísimo derecho de mantener la prohibición de su prede­cesor, de confirmarla y de recordarla oportunamente a los padres de familia de su diócesis... Es necesario, o que Mora sea removido de la dirección del colegio de que se trata, o que, mediante la cooperación benévola del obispo de Ibarra, sea inducido a dar al obispo de Pasto las satisfacciones que en fuerza de su oficio pastoral justamente exige, antes de revocar la prohibición hecha a sus diocesanos de asistir al colegio que dirige el mismo Mora. Esto es lo que tengo que comunicar a V. S I , deseándole prosperidad en el Señor. Roma, 6 de febrero de 1899. De V. S. I. como hermano, Serafín Cardenal Vannutel l i , Prefecto. Luis Trombeta, Secretario".

Un comentario de monseñor Moreno sobre la decisión anterior ocupa tres renglones de una carta suya, fechada en Pasto el 28 de julio de 1899: "En Europa tuve la satisfacción de que en una cuestión magna que tuve por aquí y que se llevó hasta Roma, me dieron la razón y resolvieron a mi favor".

Al regresar a su diócesis, el 30 de mayo de 1899, tuvo un recibimiento de apoteosis. Una entrada triunfal fue aque­lla -anota el padre Martínez Cuesta- que superó en pompa y grandiosidad a la primera, cuando llegó a tomar posesión del gobierno de la diócesis. No faltaron ni arcos de triunfo, ni comisiones de damas y caballeros, ni banderas, ni flores, ni repique general de campanas, ni fuegos artificiales, ni discur­sos de bienvenida.

De todo este problema ofrecen exactas y abundantes noticias Toribio Minguella y Martínez Cuesta en las volumi­nosas biografías de nuestro Ezequiel. Y por cierto, resulta satisfactorio entresacar el siguiente párrafo de la respuesta del arzobispo de Bogotá, monseñor Bernardo Restrepo, al requerimiento que el obispo de Ibarra le hizo pidiéndole una opinión. Todo referido al caso de nuestro fray Ezequiel: "Conociendo, como conozco, las dotes de prudencia y sabidu­ría que adornan al limo, y Rvdmo. Sr. obispo de Pasto, estoy seguro de que al hacer uso de la jurisdicción inmediata que, como es obvio, tiene sobre las personas de su diócesis, no ha creído, ni mucho menos intentado, invadir la jurisdicción local y personal de V. S. I. y Rvdma. El limo. Sr. Moreno

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habrá creído que es deber de conciencia mantener en su vigor disposiciones que, por motivos poderosos, habían sido dictadas por su predecesor, el limo, señor Caicedo".

Y, para que se vea la pura y sana intención que guiaba a nuestro san Ezequiel en asunto tan enojoso, copio dos cartas que el gran obispo de Pasto dirigió, antes de llegar la senten­cia de Roma, al señor arzobispo de Quito.

Primera carta, Pasto, 31 de marzo de 1898

"limo, y Rvdmo. Sr. y respetado y querido hermano:

Me dirijo a V. S. I. no como a metropolitano de esa res­petable provincia eclesiástica, sino como a hermano en el espiscopado, aunque hermano mayor, si así me puedo expre­sar, para manifestarle lo que pienso y siento sobre el enojoso y triste asunto del colegio de Tulcán, cuya historia no creo necesario hacerla, porque debe estar ya enterado de todo, con lo mucho que se ha escrito sobre el particular.

No había sabido que el limo. Sr. obispo de Ibarra hubie­ra llevado a la Santa Sede la cuestión de que se trata. Lo supe en los primeros días de este año, cuando recibí el escri­to que dicho limo. Sr. remitió a la Sagrada Congregación de obispos y regulares, y que ésta me mandó para que la contes­tara.

Desde que recibí esos papeles de Roma, como era natu­ral, nada he dicho relativo al colegio, esperando tranquilo la resolución de la Santa Sede, para sujetarme a ella con el mayor gusto y la más ciega obediencia. Se han publicado algunos escritos a mi favor, pero confieso que ha sido sin mi conocimiento.

Los periódicos han publicado varias cartas del limo. Sr. obispo de Ibarra que habrá visto V. S. I. Ha escrito, además, que yo sepa, al limo. Sr. arzobispo de Bogotá y también, no sé por qué, al Excmo. Sr. Dr. D. Miguel Antonio Caro, presi­dente de esta República. El limo. Sr. arzobispo de Bogotá le contestó la nota oficial cuya copia acompaño.

No me quejo de lo que ha hecho el limo. Sr. obispo de IbiiiTu, ni me dirijo en queja a V. S. I., pero esto va tomando un carácter alarmante, y no quiero tener ni el temor más pcquciu) de responsabilidad en lo que llegue a ocurrir. Nunca MU* resolveré a discutir en los periódicos asuntos como el que

a*

nos ocupa, para no dar a los enemigos de la Iglesia el gran gusto de ver que disputan dos obispos sobre sus respectivos derechos, y, sobre todo, porque estando como está en Roma la cuestión, he creído y creo que debíamos esperar en silencio la resolución y no anticiparnos a decidir cada uno por su cuenta.

Ayudado de la gracia de Dios, no he tenido, ni espero tener, resentimiento alguno con el limo. Sr. obispo de Ibarra, y puedo decir que al dar mis mandatos, ni me ocurrió si­quiera la idea de invadir su jurisdicción. Roma hablará, y si declara que invadí la jurisdicción del limo. Sr. obispo de Ibarra, yo me cuidaré de publicarlo a los cuatro vientos, por­que ni deseo ni busco triunfos, si no han de ser para gloria de Dios.

Los insultos de los impíos no me hacen miedo. Si en vez de insultos me prodigaran alabanzas, entonces sí tendría miedo y examinaría mi conciencia para ver en qué había fal­tado. Si sólo se tratara de esos insultos, yo no me preocupa­ría, como no me he preocupado en los tiempos pasados, en los que también fui insultado; pero ahora sí me preocupan la aflicción de los buenos, por una parte, y la risa de los impíos, por otra, y esto me hace desear un remedio a esta situación, cueste lo que costare por mi parte.

¡Ojalá ocurriera a V. S. I. ese remedio! Si le ocurriere, propóngalo al Excmo. Sr. delegado y, aprobado por ambos, yo me sujeto a lo que digan y dispongan, siempre sobre la base de estar a lo que disponga la Santa Sede, puesto que allí está la cuestión y se ha de resolver. Me coloco en ese terreno por el bien de la Iglesia y de los fieles, sin que eso quiera decir que opine, ni en este asunto ni en otros, como el limo. Sr. G. S., como tampoco significa la diversidad de opinión resenti­miento alguno, como ya dijera arriba. Yo personalmente nada perdería con que siguieran las cosas como están, porque ya no se puede decir contra mí más de lo que se ha dicho por unos y por otros; pero sufren los fieles y la Iglesia, y por esto estoy dispuesto a todo.

Es evidente que los impíos han hecho suya la cuestión de que tratamos, y que desean mi derrota, o más bien ya la cantan alegres y contentos. V. S. I. y el Excmo. Sr. delegado pesarán las circunstancias y tendrán en cuenta todo lo que ha pasado y pasa, para deliberar si será mejor esperar la resolución de Roma, ya que no puede tardar mucho, o dispo-

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ner interinamente alguna cosa. Repito que me sujeto por completo a lo que dispongan, y que lo haré sin falta.

Suplico a V. S. I. que salude en mi nombre al Excmo. Sr. delegado y que le presente mis respetos y ofrezca mis servi­cios.

Queda de V. S. I. obsecuente servidor y afectísimo y menor hermano, Fr. Ezequiel, obispo de Pasto".

Segunda carta. Pasto, 22 abril de 1898

"limo, y Rvdmo. Señor y respetado hermano:

Tengo el gusto de dirigirme de nuevo a V. S. I. para decirle que recibí su muy grata de fecha 9 del actual y que la agradezco en cuanto se merece.

Es indudable que el gran medio para que los ánimos cal­men es el silencio. ¿Lo conseguiremos? El mismo correo que me trajo la carta de V. S. I. me trajo también varias re­presentaciones de pueblos, manifestando deseos de que se imprimieran. Les contesto diciendo que no quiero impriman nada a mi favor. Lo mismo hubiera hecho con las que se han publicado, si algo me hubieran dicho.

Creo que en la cuestión de que me defiendan o no, podré conseguir mucho; pero no me prometo lo mismo en la cues­tión que se ha presentado entre ellos de si son así o son asía, si son esto o aquello, etc. ¡Dios quiera que no vaya tomando más calor la cosa!, a no ser que fuera para mayor gloria suya.

Queda agradecido y siempre suyo afectísimo servidor y menor hermano, Fr. Ezequiel, obispo de Pasto".

EN MANOS DE DIOS

La perfección de la santidad consiste en hacer en todo la voluntad de Dios. El divino Maestro se complacía en repetir que su comida y su gozo residían en cumplir lo que su Padre Eterno ordenaba. Cuando sus discípulos le suplicaron que les enseñase a orar Él les dictó la gran plegaria: "Padre nues­tro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo..." Así rezaréis.

Un halo de singularísima majestad rodea a Jesucristo cuando , invadido de dolor y t r i s teza en el hue r to de

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Getsemaní, grita con acento transido de confianza y de entre­ga: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya".

Ciencia altísima es ésta de saber conformarse con el querer del Altísimo; lleva a cumbres muy elevadas, comunica paz y firmeza, valor para arrostar las más difíciles situacio­nes. Es lo más sobresaliente que aparece en la vida y con­ducta del padre Ezequiel Moreno, y lo que más recomienda en sus instrucciones y en sus cartas de dirección espiritual.

En carta de 25 de julio de 1894, fechada en la capital del vicariato apostólico de Casanare, Támara, se expresa así el gran religioso y misionero: "Voluntad de Dios... Oh, qué pala­bras tan dulces han sido siempre ésas para las almas bue­nas, para las almas que en su trato con Dios han llegado a conocer lo que es Dios para las criaturas que se arrojan en sus brazos paternales.

Voluntad de Dios... Ese Dios amoroso, hija mía, ¿puede querer algo que no será para nuestro bien? ¿Puede tener otra voluntad que la de santificarnos y salvarnos? Esta es la voluntad de Dios, vues t ra santificación, se dice en la Escritura. Hágase, pues, la voluntad de Dios. Bendita esa voluntad que sólo busca nuestro bien, nuestra santificación, nuestra salvación eterna. ¿Quién no la amará? ¿Cómo al sólo decir Voluntad de Dios' no nos llenamos de alegría, sabiendo que Dios sólo tiene voluntad de hacernos el bien?

Cuanto más nos vayamos acercando a esa voluntad santa, más unidos estaremos; es esa voluntad divina el punto de reunión de todas las almas que se han salvado y que se han de salvar, porque sólo los que mueren en perfecta conformidad con esa voluntad pueden entrar en el cielo, y, allí mismo, en el cielo, la dicha de los bienaventurados es querer lo que Dios quiere, estar enteramente unidos con la voluntad de Dios. Bendita voluntad... Hágase siempre, Señor, entre nosotros... Yo estoy, en efecto, como dice, donde la voluntad santísima del Señor ha querido colocarme; en la tie­rra del sacrificio, en donde también tantos sufrimientos me esperan".

Cuando el padre Ezequiel se enteró de que se pensaba en él para ser el primer vicario apostólico de los Llanos, con carácter episcopal, se llenó de espanto interior. Y así escribió

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al Rvdmo. padre comisario apostólico de los agustinos recole­tos, fray íñigo Narro, el 13 de mazo de 1892:

"Vuestra reverencia me ha dicho que me deje guiar por la Providencia, que prepare los hombros para cargar la cruz y frases parecidas. Pero yo necesito más que cargar con la cruz, esa cruz que, como he dicho arriba, deseo huir, a no ser que vea muy claro que ésa es la voluntad de Dios. Necesito que V. R. me diga terminantemente que quiere que lo sea. Más aún, necesito que me lo mande, y que me lo mande del modo más serio posible, porque así, y sólo así, pudiera yo abrazar esa cruz que, si para todos es pesada, para mí tiene que ser más por mi especial conciencia, que no goza de esa libertad santa de que gozan otros, sino que más bien se encuentra en frecuentes apuros, principalmente en todo lo que se refiere a la salvación de las almas, creyendo siempre que se debe hacer más, y exponiéndome a pasar imprudente­mente el justo límite, o a dejar gritando a mi conciencia".

A estas líneas del padre Ezequiel contestaba el padre íñigo: "En este momento recibo carta del padre Enrique Pérez, procurador en Roma, con la nueva para V. R. de ser presentado como vicario apostólico, dignidad que, con el auxilio del cielo, aceptará resignado, y yo le mando con toda la fuerza y autoridad con que puedo mandar. Fortalecido con tal mandato aceptó el padre Ezequiel, porque así se hallaba seguro de cumplir la voluntad de Dios.

Hubo un religioso muy edificante que trabajó en compa­ñía del padre Ezequiel durante varios años, el padre Manuel Fernández, que luego fue provincial en Colombia. Se esti­maban mutuamente. Sobrio era el padre Ezequiel en tributar elogios a las personas vivas. Sin embargo, se le escapan algu­nas veces alabanzas a la virtud del humildísimo padre citado.

Las testificaciones del padre Manuel sobre el padre Moreno, cuando se inició el proceso de beatificación, fueron muy valiosas y abundantes. De una de ellas copio: "Contra lo que nosotros esperábamos y contra lo que el padre Ezequiel deseaba, fue nombrado obispo de Pasto. Fue llamado urgen­temente a Bogotá. Yo me encontraba en Arauca. Y recibí de él un aviso u orden de subir a Támara lo antes posible para verme con él, antes de que saliera de Casanare. Emprendí viaje inmediatamente. Pero, así y todo, no pude ya encontrar­lo en Támara sino en Nunchía, en donde se había demorado para decir misa al pueblo, porque era domingo. Al verme,

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lleno de ternura, y casi con lágrimas en los ojos, me habló poco más o menos así: me ret i ran de Casanare , padre Manuel, en donde tantos méritos para el cielo se pueden adquirir por lo mismo que tanto hay que sufrir por la gloria de Dios y de las almas, y en donde yo esperaba siempre vivir. Me trasladan a Pasto. Hágase la voluntad de Dios.

Lo que entonces le preocupaba, y mucho, era el pensar que en Pasto no tendría a sus hermanos los religiosos. Aquí estaba con nosotros en comunidad. Y al darme el abrazo de despedida me dijo: te quedas como vicario; no sé si nos volve­remos a ver. Trabajemos como buenos obreros de Nuestro Señor. Vosotros aquí, y yo allá. Es inmensa la gloria que se nos tiene prometida allá en el cielo".

De este religioso fray Manuel Fernández, tan unido en la historia con san Ezequiel, place estampar algunos breves datos biográficos. Ello aparece muy justo, pues además se trata de una muy edificante fraterna amistad. Creo que ambos se estimulaban en el empeño de llevar a buen término la empresa y de cumplir sus deberes muy a conciencia en sus respectivas tareas, y particularmente en su santificación personal. Nació el padre Manuel en la ciudad de Corella (Navarra), en el año 1865. Como san Ezequiel, terminados sus estudios en los conventos de Monteagudo y Marcilla, fue destinado a Colombia el año 1890. Pronto pasó a las misio­nes de los Llanos de Casanare, en donde permaneció durante nueve años seguidos. Aquí aparecerá junto a san Ezequiel, identificado con él en las tareas iniciales. Difícilmente se podrá encontrar una tal compenetración de sentimientos. Residió en Támara, Orocué, Arauca y Barrancopelado.

En el año 1902 fue nombrado provincial en Bogotá. Permaneció en el cargo dicho hasta 1911. Y luego trabajó en el Desierto de la Candelaria, en Manizales y en Suba, hasta que en 1920 fue nombrado definidor de la Orden con resi­dencia en Madrid. Nombrado miembro de la comisión desig­nada para el estudio y cambio de texto constitucional de su Orden pasó a Roma. Luego fue a Puerto Rico, nombrado dele­gado para las casas de las Antillas, y después vicario provin­cial de las casas de España.

Escribió bastante nuestro padre Manuel. Se le debe el relato de la Expedición a Cuyloto que se publicó en los Apuntes para la historia del padre Santiago Matute, y jus­tamente con el padre Marcos Bartolomé es autor de la muy

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célebre Gramática hispano-goahiva, de la que se hace men­ción en otro lugar de este nuestro trabajo.

Humildemente vivió en sus postreros años en la casa de Medellín (Colombia), en donde dejó los más altos ejemplos de humildad y piedad. Ocurrió su san ta muer te el 12 de noviembre de 1941. Será siempre recordado por sus virtudes y por su muy fraterna amistad con san Ezequiel Moreno. Se conservan sesenta cartas de san Ezequiel dirigidas a nuestro padre Manuel Fernández.

J E S Ú S Y YO

J e s ú s y yo. Con mucha frecuencia recurre el padre Ezequiel a esta fórmula, que, como anota su biógrafo el padre Toribio Minguella, era como la síntesis de sus enseñanzas espirituales y de su mística, tanto para la santificación de su propia alma como para la dirección y perfeccionamiento de las almas de sus prójimos.

Este lema Jesús y yo es como un resumen de la espiri­tualidad de san Ezequiel, la síntesis de su doctrina mística, el secreto de su riqueza interior. Jesús y yo -repite, y repite-hemos de estar juntos en todas partes, en los rezos, en los quehaceres, en las comidas, en las penas y en las alegrías. En ello encontraba el consuelo, el refugio, la libertad, la fuer­za apostólica, el apoyo más firme para todo lo bueno. Sobre todo es frecuente ver el Jesús y yo en sus últimas cartas. Él mismo indica que al ver cercano el fin "el ponerse cara a cara con Jesucristo reconforta y vivifica".

A una religiosa de vida puramente contemplativa, le escribía con fecha 1 de diciembre de 1902 el padre Ezequiel: "Jesús y yo. He aquí una fórmula corta que encierra solución hermosa para todas las dificultades, y doctrina bastante para hacernos grandes santos. Jesús y yo. No necesito más, ni quiero más, ni aspiro a más. Jesús y yo. Tengo con él bastan­te, aunque todos me dejen y nadie se acuerde de mí. Jesús y yo. Siempre con él y él conmigo; en la oración y en el rezo Jesús y yo. En la labor y el recreo, Jesús y yo. En la celda, en los claustros, en el refectorio, en la huerta, en el coro, en todas partes y a todas horas Jesús y yo".

"Procure llevar una vida tal que siempre pueda decir Jesús y yo. He aquí una fórmula corta, pero que comprende todo lo que se necesita para poder llegar a la más alta santi-

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dad. Jesús y yo en la oración. Jesús y yo en los quehaceres, Jesús y yo en los sufrimientos, Jesús y yo, y nada más nece­sito, y todo lo demás me sobra. ¿No le parece que ahí está todo? Pues no lo olvide y tampoco olvidará que me tiene que pagar esta lección que le doy y creo que no va a olvidar. Jesús y yo. No, no lo olvide y repítalo con frecuencia. Pero de tal modo que sea siempre la verdad. Jesús y yo. Sí, no se necesita más" (21 de enero de 1903).

"Suave es, en efecto, y querido al Corazón de Jesús el 'Jesús y yo'. Se tiene todo con eso, nada más se desea, y encuentra uno solución a todas las situaciones, por tristes que sean. Jesús y yo. Tengo a Jesús y eso me basta, aunque todo me falta. No estoy solo en mis trabajos, en mis quehace­res, en mis sufrimientos. Oh, dulce y suave es eso y sabe como a cielo..." (6 de febrero de 1904).

"Sufran con Jesús, vivan con Jesús, y para que se acos­tumbren a esa vida con Jesús, les propongo, para que siem­pre la tengan presente, esta corta fórmula: Jesús y yo. Jesús y yo en todas partes, en todos los momentos, en los rezos, en la comida, en los quehaceres, en las penas. Trabajar con Jesús , orar con Jesús , sufrir con Jesús, vivir con Jesús , Jesús y yo. Y todo lo tengo, porque él sólo basta" (10 de febrero de 1904).

"Tiene razón. ¡Qué suave y qué dulce es ese Jesús y yo! ¡Dicen tanto esas palabritas...! Son más que un libro, y veo que en todos produce los mismos efectos, porque en las varias personas a las que he escrito y les he inculcado eso, todas me han contestado dando a entender que les sirve de mucho en su vida espiritual. Y, cuanto más se meditan esas palabras, más jugo se les saca de ellas, y más hermosas apa­recen. Jesús y yo. No, Jesús mío, no hay otra cosa para mí sino Vos, mi Jesús. Jesús y yo. Me basta esto, no necesito más. Jesús está conmigo para hacer esa cosa, que me parece tan difícil y tan pesada. Jesús y yo. No sufro abandonada. Jesús, mi Jesús está conmigo. Jesús y yo. Oro y suplico: mis oraciones son pobres, muy pobres, ay, pero oro y suplico con Jesús, y sus ruegos son de valor infinito y dan valor a los míos. Jesús y yo, oh dulzura. Sí, Jesús mío, los dos juntos en todas partes, en el rezo, en el trabajo, en el recreo, en los llantos, en las alegrías" (14 de abril de 1904).

"No se olvide de él ni en medio de los quehaceres, y para que lo haga así voy a darle una formulita corta que vale por

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un libro. La fórmula es la siguiente: Jesús y yo. Siempre y en todas partes Jesús y yo. En casa, en la calle, en la tienda, en el templo, en todas partes. Jesús y yo" (25 de abril de 1904).

"Su vida sea con él y para él, y nada piense y nada haga que no sea para él. Todo se compendia en esta corta frase, que no dejo de repetir, sobre todo a las religiosas: Jesús y yo. Jesús conmigo en todas partes y en todas las cosas. Jesús y yo en la oración y en los quehaceres, sobre todo en los traba­jos. Jesús y yo en la capilla, en los pasillos, en la celda, en todas partes. Jesús y yo, y esto solo basta. Lo demás sobra" (19 de mayo de 1904).

"Ahora sí puede repetir con más razón todavía que antes, Jesús y yo; y ojalá que penetre todo el significado de esa expresión, porque le proporcionaría gran consuelo. Unida más y más a Jesús, descanse en su Corazón Divino, y ande siempre en su compañía, para que no se sienta sola. Jesús y yo. Jesús llora también y sufre en nosotros, que somos sus miembros, y nos acompaña, por consiguiente, en nuestras aflicciones. Llore, pues, pero llore con Jesús. No se considere solo porque puede estar con él" (octubre de 1904).

"Me queda poco tiempo... Mi vida toca a su fin... ¡Quién no se animará a luchar y trabajar en este corto tiempo...! Trabaje de tal manera -daba su consejo a cierta persona, que se lo solicitaba- que pueda repetir con verdad esa fórmula: Jesús y yo. No pierda de vista a Jesús, ni en sus ocupacio­nes, ni en los lugares donde esté, ni en hora o tiempo alguno. Yo con Jesús y Jesús conmigo, en toda ocupación, en todo lugar, a toda hora" (23 de noviembre de 1904).

"Ahí sí puede hacer efectiva esta corta y sabrosísima fór­mula: Jesús y yo. Medite esas cortas palabras, y verá cómo son inagotables en jugo espiritual y en sublimes enseñanzas que fortifican y consuelan. Si fuera a exponerle todo lo que comprendo y saco de esa formulita, no acabaría tan pronto" (9 de marzo de 1905).

"Mi enfermedad es muy grave e incurable humanamen­te... Diga a nuestro Jesús que no me deje perder un momen­to del tiempo que me resta, y todo sea por él" (2 de noviembre de 1905).

"Pida mucho a nuestro Jesús que me haga suyo y me purifique. Qué dulce es en estas ocasiones no querer más que lo que él quiere. Voy con una enfermedad gravísima para

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ver si me pueden curar. Las comunidades y el clero así me lo han pedido, y eso me decidió" (9 de diciembre de 1905).

Precisamente el padre Victorino Capánaga dedica una de sus siempre subyugadoras páginas al gran espíritu de nues­tro san Ezequiel. Y a propósito de la fórmula "Jesús y yo" lo viene a unir con el célebre convertido cardenal Newman. Escribe así: "Cuando el cardenal Newman comenzó a batirse en retirada de la herejía protestante para salvar su libertad de pensamiento y fortalecer su independencia se arrimó a esta fórmula: "Dios y yo". Y así se forjó aquel carácter inven­cible. También el padre Ezequiel, para apoyo de su vida inte­rior y báculo de su entereza, buscó el amparo de una fórmula semejante, más risueña que la de Newman: "Jesús y yo". Jesús y yo en todas partes, en todos los momentos: en los rezos, en la comida, en los quehaceres, en las penas, en los sufrimientos y en todo. Jesús y yo, y todo lo tengo, porque él solo basta" [Carta LXXVII). La fórmula fluyó de los labios del padre con una dulzura casi empalagosa, que no parece sino que está chupando la frase, saboreando el Nombre sobre todo Nombre. Y aquí está todo el secreto de la intensidad, de la fuerza, de la libertad bravia, de la riqueza apostólica, que ate­sora el alma del gran misionero de Casanare.

CARTAS PASTORALES Y OTROS ESCRITOS

Por fortuna estuvo solícito el padre Toribio Minguella, hermano de hábito y de episcopado del padre Ezequiel, en recoger y publicar sus escritos, los riquísimos escritos del siervo de Dios. Así tenemos una colección de sus cartas fami­liares -llamémoslas así- y una colección de sus cartas pasto­rales, circulares y de otros muchos trabajos. En su día se deberá realizar la impresión de las Obras completas de tan santo varón. Causarán sorpresa y harán mucho bien.

Así se titula la colección que hizo el padre Miguella de las cartas pastorales y circulares: Cartas pastorales, circula­res y otros escritos del limo, y Rvdo. Sr. D. fray Ezequiel Moreno y Díaz, obispo de Pasto (Colombia). 1908. Madrid, Impren ta de la hija de Gómez Fuen tenebro . Calle de Bordadores, 10. Es un libro en cuarto, que lleva al frente el retrato del padre Ezequiel, y un prólogo del compilador, de XVI páginas. El texto del volumen consta de 560 folios.

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Se abre el libro con la primera carta pastoral dirigida a los fieles del vicariato de Casanare, y lleva fecha de 1 de mayo de 1895. Y se cierra con el precioso testamento o últi­mas disposiciones que dictó el 6 de octubre de 1905. El padre Minguella p resen ta así las pas torales del padre Ezequiel: "Hijas de un talento claro y de un alma fervorosa, escritas con la espontaneidad de quien expresa arraigadísi-mas convicciones, sin alardes oratorios ni pretensiones litera­rias, en ese estilo llano, dulce, y a la vez enérgico, tan propio de cartas paternales, palpita en ellas un espíritu de incon­trastable fortaleza, informada de caridad y de prudencia; se respira en todas sus páginas el ambiente de celo apostólico y se destaca uno de esos caracteres superiores que desgracia­damente no abundan en estos menguados tiempos".

Y añade el mismo prologuista: "Escribo estas líneas con la misma pluma con que aquel insigne prelado escribió sus pastorales. Oh, si con la pluma hubiese yo heredado su espí­ritu".

Quien se ponga a leer despacio los escritos del padre Ezequiel, particularmente aquellos más polémicos y fuertes, va a quedar asombrado ante el temple de este siervo de Dios, a quien le tocó vivir en días tormentosos. El error causaba grandes estragos en los fieles. Y él, obispo tan dulce y tan manso de suyo, se muestra infatigable en defender la verdad, en establecer el alcance de las doctrinas del Evangelio y en salir a la lucha por la Iglesia y por Jesucristo.

"¿Para qué soy obispo? Si veo que los lobos me arreba­tan las almas que Dios me confió, ¿no he de clamar? ¿No he de luchar? ¿Por qué soy pastor? Me repugna batallar cuando puedo ceder sin faltar a mi conciencia. Sólo lucho cuando un deber de justicia o de caridad me obliga".

Estoy muy seguro de que los escritos pastorales de este hijo de san Agustín, del que tanto amaba a los hombres y tanto aborrecía los vicios, van a lograr, cuando sean bien pre­sentados y bien conocidos, una muy alta resonancia, una actualidad muy bienhechora. Porque los tiempos se repiten, porque hoy hacen falta, como antes, como siempre, evan-gelizadores, predicadores del auténtico Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, con la palabra, con la pluma y con el ejem­plo.

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EPISTOLARIO

Alcanzaron fuerte resonancia en su tiempo las cartas que escribió el padre Ezequiel Moreno. Traspasaron los lími­tes de la intimidad en una forma tal que el autor mismo quedó asombrado. En particular me refiero a las primeras que fue redactando cuando emprendió una expedición a los Llanos de Casanare, impulsado por su ardiente celo misio­nero. De estas cartas hemos hablado en páginas anteriores. Además de las denominadas Misionales escribió naturalmen­te otras muchas, porque se lo exigía su deber como superior, como prelado de la Iglesia, o como algo lógico en su vida sacerdotal, social o familiar. Siempre ponía en todas y cada una intención espiritual o apostólica.

Después de su muerte, al crecer su fama de santidad, se hizo el gran esfuerzo de recoger las cartas particulares. Por fortuna algunas personas, que adivinaban que entre sus líne­as palpitaba algo sobrenatural, conservaban aquellas misivas como reliquias. Y así se salvaron bas tantes . Y al padre Minguella se le ocurrió, después de escribir la Biografía del siervo de Dios, la idea de reunirías y sacarlas a luz. En la tarea de búsqueda le ayudó eficacísimamente el padre Alberto Fernández.

Jamás pudo el padre Ezequiel imaginar que llegaran a ser conocidas todas aquellas cartas suyas que llevan el sello de la más pura intimidad, que son desahogos de un corazón enamorado. Se presentan en dos volúmenes. El primero, Madrid, 914, con 448 páginas. El segundo, Madrid, 1917, con 314 páginas.

El padre Minguella clasifica así las cartas: apostólicas, espirituales, místicas, doctrinales, religiosas, de administra­ción episcopal. Pudo ya reunir el obispo de Sigüenza unas mil. A los dos tomos les pone prólogo. Y da su impresión. "Las que son de dirección espiritual, como todas revelan un corazón enamoradísimo del divino Corazón de Jesús, rodeado como el del celestial Maestro, de llamas de celo por la salva­ción de las almas y ostentando la cruz de una paciencia heroica... No es difícil, aun siendo un pecador e imperfecto, escribir algunas cartas en santo; pero tengo por imposible que todas cuantas uno escriba estén tan en santo como las del limo. Sr. Moreno. Esto no lo hace ni lo puede hacer más que un santo".

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No era el padre Ezequiel precisamente amigo de escribir cartas. Y así lo dice expresamente. Pero se violentaba y lo hacía por el bien del prójimo, o por el celo de la gloria de Dios. Hay unas, modelos de ñnura y delicadeza, dirigidas a una señorita protestante. Hay bastantes escritas a personas religiosas. Otras a religiosos de su Orden. Y son admirables las llamadas místicas, que suman 14, y que llevan el seudó­nimo de María Anita de J e s ú s y van des t inadas a sus Hermanas de la Liga Santa. Ha de llegar un día en que se junten a estas cartas ya impresas las otras muchas que se conservan inéditas, y con todas se podrá formar un riquísimo epistolario. Porque son ciertamente joyas, preciosas joyas, las cartas de san Ezequiel. Seguirán haciendo mucho bien.

El padre Ángel Martínez Cuesta, autor de un importante estudio sobre la vida y virtudes de san Ezequiel, se ha toma­do además el fuerte trabajo de recopilar y publicar, con abundancia de notas explicativas, las cartas todas del insigne obispo. Ya por cierto ha salido a la luz el primer volumen con una introducción interesantísima de 74 páginas, con un texto de 483, en el que se incluyen 214 cartas, casi todas hasta ahora inéditas. Y anuncia que la edición completa constará de cinco volúmenes. El primero, ya editado, recoge las cartas del santo escritas antes de pasar como restaurador a Colombia, y van dirigidas a los superiores de la Orden. Los otros cuatro volúmenes recogerán las dirigidas a religiosos, obispos y miembros del clero secular, religiosas y personas seglares. Por cierto que son numerosas. Las dirigidas a obis­pos son 55; al clero regular 550; al clero secular 303; a re­ligiosos 232; a autoridades civiles 132; a militares 19 y a per­sonas particulares 188.

Actualmente es tas car tas , en su gran mayoría, se encuentran guardadas en el archivo general de la Orden de agustinos recoletos, en Roma. Suman el número de 1.500, de las que 833 son originales, 86 fotocpias del original, 14 copias autenticadas, 91 copias sencillas, 264 fotocopias de copias y 5 borradores autógrafos.

De la introducción o presentación de este primer gran volumen, escrita por monseñor Giovanni Papa, vice-relator general del oficio histórico de la Congregación para las cau­sas de los Santos, tomamos algunas líneas:

"Dada la importancia de su mensaje, aureolado, ade­más, por la santidad de vida, era necesario y urgente aden-

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trarse a profundizar en la figura del insigne obispo. La curia general de los agustinos recoletos, que ya se ha distinguido por la publicación de otros fondos documentales, ha acertado a cubrir esta exigencia del mejor modo posible: poniendo en manos de los estudiosos, de los miembros de su propia Orden, de los fieles de Pasto, de Colombia y de España, y de todos los animadores del beato, todas las cartas que él es­cribió a lo largo de su vida.

Ellas nos devuelven la voz auténtica y directa del mismo con todos los matices del momento, con las reacciones que los diversos acontecimientos suscitaban en su ánimo, sin que haya en ellas fin histórico o publicitario alguno, y ni siquiera autobiográfico, los cuales levantan siempre puntos interroga­tivos en el ánimo del estudioso o simple lector.

En ellas es su propia alma la que se descubre y se des­nuda, expresando sus sentimientos, adelantando apreciacio­nes o comunicando noticias y acontecimientos con el humor del momento. Todo esto pone de manifiesto la utilidad, la necesidad, diría, del epistolario para puntualizar con propie­dad y seguridad histórica su vida religiosa y pastoral. Con ellas sus famosas controversias quedan mejor iluminadas, apareciendo en ellas con más claridad su solicitud, su espíri­tu sobrenatural, su desinterés y su amor filial a la Iglesia".

El padre Minguella anota: "No prodigaba el padre Ezequiel sus cartas, pues sólo escribía aquellas que, a su jui­cio, eran necesarias; y a pesar de haberse perdido, inutilizado u ocultado muchas, todavía, gracias a la estimación en que eran tenidas, ha podido recogerse tan gran número. Las escribió el autor al correr de la pluma y respondiendo a la precisión del momento.

¡Qué lejos estaba él de pensar ni de imaginar que algún día habían de publicarse! Por eso resulta que estas cartas vienen a formar su autobiografía, siendo cada una como retrato instantáneo de su espíritu, sorprendido en el acto de escribirlas y tomada sigilosamente".

ALGUNAS CARTAS DE SAN EZEQUIEL

Para que el lector de estas páginas alcance a formarse una más perfecta idea del contenido y del estilo de las cartas de tan gran santo, ofrezco aquí copia de algunas de ellas.

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Había adoptado el nombre de María Anita, y así se firma cuando se comunica con sus Hermanas de la Liga Santa, con el "nombre que Jesús quiere que lleve mi alma... Este nombre de mi Madre me gusta, me llena, y me suena con dulzura indefinible. Las Marías además fueron, en efecto, las más amantes de nuestro Jesús y las más constantes en ese amor que manifestaban del modo más delicado y afectuoso".

En el grupo de las hermanas era el padre Ezequiel como el motor más poderoso, el centro, el animador más autoriza­do. Para que se aprecie la estima en que se tenían sus cartas copio del Semülario unas frases que hacen al caso: "Ya sabe cuánto bien me hacen sus cartas que leo, y releo, y no me canso de leer, porque ellas vienen saturadas del espíritu de Jesús, olorosas con el perfume que sale del Sagrario, y mi alma y mi corazón se confortan por esas líneas dictadas por un corazón que es todo de Jesús". Ayer vi una carta de her­mana A., y apenas la leí y la saboreé me pareció que aquel papel estaba impregnado de algo como divino, y al remitírme­lo a M. Ig, escribí así: Ve, papel bendito, empapado en la san­gre de nuestro Jesús. Ve a santificar con tu contacto muchas almas, a inflamar muchísimos corazones en el Amor de Aquel que es todo amor y que sólo amor quiere. Escribí más de lo que pensaba y tengo que dejarlo ya. Su carísima hermana en Jesucristo Señor Nuestro, María Anita".

Primera carta, 3 de mayo de 1903

"Va ésta a decirles que las tengo presentes en el Sagrado Corazón de nues t ro amado J e s ú s en es tas soledades. ¡Cuánto ayuda el pensamiento de que estoy con mis herma­nas en el Corazón de nuestro Amo Jesús, adorándole, glorifi­cándole, amándole! ¡Qué consolador es tener por estos retiros un Dios a quien amar y con quien tratar! Y ¡qué triste sería todo sin ese Dios amoroso!

¡Oh dulce Jesús mío, amor mío, voy en tu compañía, y en tu compañía andan también mis hermanas! Te amo con ellas a todas horas, y no estoy solo, no; no estoy solo, Jesús mío; estás conmigo y te amo, todo lo tengo. Si te ocultas para probar mi fidelidad, te busco, y unas veces te dejas encon­trar, y lleno de amor me dices: ¡Aquí estoy!, y te siento y lloro de gratitud y de amor!, y otras quieres que llore de hambre por encontrarla, y me parece que en este caso me lo agrade­ces más y me lo pagarás mejor.

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Pero no me dejes, amor mío, no me dejes solo en estas soledades. No tengo otra cosa que estos rincones, ni otra cosa quiero tampoco. Es preciso, dulce Jesús mío, que por aquí lo hagas tú todo, que me llames, que me menees, que me lleves y arrastres hacia Ti, porque las demás cosas del culto no me animan. ¡Jesús mío!, te veo entre paredes arrui­nadas, y veo tu casa llena de goteras como la de un pordiose­ro. ¡Dueño del universo!, ¡qué pobrecito estás en tantas par­tes del mundo por nuestro amor!

¡Jesús de mi alma! ¿Qué hago para amarte mucho? Dime, Bien mío, dime... ¿qué hago?

¿Por qué, buen Jesús, por qué no obras el prodigio de matarme de amor hacia Ti?

¡Ven, J e s ú s mío, ven y sacia mi pobre alma! ¡Ven y andemos juntos por estos montes y valles cantando amor! ¡Que yo oiga tu voz en el ruido de los ríos, de los torrentes, de las cascadas! ¡Que me llame hacia Ti el suave roce de las hojas de los árboles agitadas por el viento! ¡Que te vea, Bien mío, en la hermosura de las flores! ¡Que los ardientes rayos del sol de la costa sean fríos, muy fríos, comparados con los rayos de amor que me lance tu Corazón! ¡Que las gotas de agua que me han caído y me caigan, sean pedacitos de tu amor que me hagan prorrumpir en otros tantos actos de amor!

Que mi sed, y mi cansancio, y mis privaciones, y mis fatigas, sean... ¿qué, amor mío, qué han de ser? ¡Ah! ya lo sé, y Tú me lo has inspirado! ¡Que sean suspiros de mi alma enamorada, cariños, amor mío, ternuras, afectos, rachas huracanadas de amor, pero loco... Jesús mío, amor loco! Te lo pido tantas veces... ¿Cuándo, mi Jesús, cuándo me oyes? ¡Ah, te amo de todos modos! Sí, Jesús mío, ¡de todos modos te amo!

Me puse a hablarles, mis buenas hermanas, y todo se lo llevó él, Mejor; ¿no es así? Así es, porque hablando de él es como nos entendemos. Ese es nuestro lenguaje, y en esa len­gua se entienden nuestras almas perfectamente.

He vuelto ya a nuestro Jesús algunas almas que se habían apartado de él muchos años, 12, 20, 30. ¡Oh sangre de mi Jesús, salva a las almas por las cuales fuiste derra­mada!

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¡Dueño nuestro y amor nuestro! ¡Bendicenos! Te lo suplica, humilde, amorosa, la más pequeña de tus esposas y la menor de las hermanas. María Anita de Jesús".

Segunda carta, TUmaco, 21 de junio de 1903

Mis carísimas hermanas en el Sagrado Corazón de nues­tro amado Jesús, María, MM. Bruna, Ignacia y Teresa:

Ya es hora que pueda dirigirme a mis buenas hermanas y decirles: ¡Jesús... Jesús... Jesús! ¡Viva Jesús! ¡Oh! ¡Por qué rincones le he llamado y por qué soledades le he dicho: ¡Te amo, Jesús mío! Todo se oponía a eso, todo hacía resistencia; pero él, en su bondad, no me ha dejado. ¡Bendito seas, Jesús de mi alma!

Sólo un día he dejado de recibirle, porque fue imposible.

Estuve enferma unos días, cuatro sin tomar nada de ali­mento; pero pude comulgar todos los días ¡Oh bondad divina! ¡En qué lugares he visto bajar a nuestro buen Jesús! ¡Cuan bueno eres, Jesús mío, y cuánto es tu amor a nosotros!

He pasado todo este último tiempo, desde mi última carta, que fue la segunda, sin saber nada de nadie, y pueden figurarse mi contento al llegar aquí a encontrar las cartas de mis hermanas, que me hablaban de Jesús, de lo que deseo, quiero, busco, llamo, ansio y amo con toda mi alma. No puedo explicarles el gusto con que leí las cartas y la impre­sión dulcísima que causaron en mi pobre alma, deseosa ya de algo o mucho de eso, que se encuentra en nuestras cartas: de eso, que nos hace buscar a Jesús, deseando con afán amarlo con delirio en todas las situaciones de la vida.

¡Jesús... Jesús . . . J e sús mío! ¿Cuándo? Y casi no sé decirte otra cosa en mis oraciones, J e s ú s de mi alma. ¿Cuándo? Y me parece que tú solo, Jesús mío, comprendes todo lo que te quiero decir con esa palabra. ¡Oh, Jesús de mi alma! Te quiero decir tanto... tanto. ¡Cuándo, pues, Jesús mío! Creo que también mis hermanas penetran lo que quiero decir con eso. ¿Cuándo? Es una petición tierna que hago; es un suspiro de mi alma que suplica; es un amoroso lamento del corazón, que ruega y pide amor, mucho amor, total entre­ga, unión la más íntima a nuestro amado Jesús. ¿Cuándo, pues, Jesús mío, ¿cuándo? ¡Óyeme! ¡Respóndeme! Dime, Jesús mío, dime, ¿cuándo? ¡Ven ya! ¡No tardes más!

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¡Lléname de los sentimientos de tu amoroso Corazón... de tu amor... de tu vida!

Excelsa Madre de Dios, cariñosa madre nuestra, María, Madre de gracia, madre de misericordia, di a tu divino Hijo que nos dé la gracia eficaz de no negarle nada, y de que todo lo nuestro sea para él, sin que le quitemos ni una respira­ción.

¡Jesús, dueño nuestro, amor nuestro, bendícenos! Te lo suplica humildemente tu más pobre esposa y la menor de las hermanas, María Anita de Jesús".

Tercera carta, sin fecha

"Mis carísimas hermanas María, María Bruna, María Ignacia y María Teresa de Jesús:

¡Qué triste noticia tengo que comunicarles! En la noche del 11 al 12 del actual nuestro amado Jesús fue bárbara­mente ultrajado en el Sacramento de su Amor. Sacaron el Sagrario del altar y se lo quisieron llevar; pero no pudieron sacarlo por el agujero que hicieron y lo dejaron cerca de la puerta de la iglesia. El señor obispo ha escrito una pastoral, que manda por este correo, y en ella hace relación del hecho sacrilego y ordena funciones de desagravio. Ya verán esa pas­toral cuando salga, y se enterarán de todo.

También ul trajaron a n u e s t r a buena Madre María Santísima en su imagen del Carmen. Digámosle muchas cosas de cariño a nuestra Madrecita para consolarla.

¡Cuan misericordioso es nuestro amado Jesús! En ese mismo día en que recibió tantos ultrajes, quiso estar de manifiesto, para que sus buenos hijos le vieran y le adoraran. ¡Ah!, sin duda lo quiso así porque quería que las almas bue­nas lo consolaran y él a su vez consolar esas almas en la angustia que experimentaran al verlo tratado de un modo tan salvaje. ¡Pobre nuestro Jesús! ¡Dueño nuestro! Lo fino de tu amor en la Eucaristía no tiene nombre, ¿por qué, pues, te maltratan en ese sacramento de tu amor? ¡Jesús, Jesús ama­ble, Jesús dulce, amante, bello, hermosísimo, te amo; te amo con todo mi ser, con toda la intensidad posible, ya que hay hombres que te odian! ¿Es posible? ¡Odiarte a Ti, a Ti, Jesús amabilísimo! ¿Qué negra venda cubre los ojos de los hom­bres, que no les deja ver lo digno que eres de todo amor? Date a conocer, Jesús mío, date a conocer para que te amen,

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pues será imposible que te conozcan y no te amen. Atrae a los hombres con tus gracias, con tus luces, con tu hermosu­ra divina, con tu amor arrebatador e irresistible. ¡Ah! Tú lo quieres; quieres poner fuego en todos los corazones y que ardan en tu amor. ¿Cómo no arden? ¿Qué resistencia ponen los hombres para que ese tu querer divino quede sin efecto o no se realice en muchos de ellos? ¡Oh, desgraciados hombres! Lejos de arder sus corazones en el fuego del amor Divino arden con el fuego del infierno, donde no hay más que deses­peración y odio.

Te amamos, dulce Dueño nuestro; te amamos todo lo posible para reparar, en lo poco que podemos, los ultrajes que recibes de nuestros enemigos. Te adoramos humildemen­te, como a nuestro Dios y Señor. Te alabamos y glorificamos, y llamamos a toda la creación y a tu corazón mismo para amarte, adorarte, alabarte y glorificarte. Gloria a Ti, amado Dueño de nuestras almas; gloria a Ti sin medida y sin fin. Ya sabes, amadísimo Jesús; ya sabes que puedes disponer a tu placer de cuanto son y tienen tus esposas. Para reparar, pues, la injuria que te han hecho, dispon como gustes y mándanos dolores, sufrimientos, lo que a bien tengas. No puedo más, carísimas hermanas. Entregadas en total sacrifi­cio a nuestro Dueño y Señor, que él haga y deshaga.

¡Bendícenos, Jesús amado nuestro; llénanos de tus gra­cias y de tu amor! Te lo pide tu más pobre esposa y la mejor de las hermanas, María Anita de Jesús".

Cuarta carta, Nazaret, 22 de enero de 1904

"Carísima he rmana María de J e s ú s en el Sagrado Corazón del mismo Jesús:

Hace muy pocos momentos que me entregaron su carti-ta, y contesto para que el correo de mañana lleve ésta, que deseo llegue oliendo toda ella a Jesús e impregnada de su divino amor. ¡Qué felicidad si consigo con ella aunque no sea más que avivar un poco el fuego del divino amor que sé arde en el pecho de mi buena hermana! ¡Haz, Jesús de mi alma, que así sea! Que lleve esta carta a mi hermana María algo que sea tuyo, Jesús mío, y que ese algo la anime más y más a bendecirte, a amarte, a glorificarte.

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Marchó hermana Bruna, y quedamos sólo dos, de cinco. María Ignacia, tan buena como siempre, y deseando vivir bajo el mismo techo con nuestro buen Jesús Sacramentado; pero tiene que esperar y sufrir esperando lo que anhela su corazón. Da pena verla así; pero no se podía tomar resolución sin consultar, porque era el primer caso que iba a ocurrir en la congregación, y antes de sentar ese principio había que saber de quien corresponde, si se sentaba y se admitían otras, en adelante, en la misma condición. De todos modos, yo espero que nuestro Jesús le dé un sitio cerca de él, puesto que con tanta fuerza la llama; lo que no puedo adivinar es dónde y cómo será; pero repito que espero, y yo, por mi parte, haré lo posible, para que realice sus deseos.

Deseo cada momento amar más a nuestro Jesús, com­prendiendo que cuanto más le ame más haré por darle gloria. ¡Ah! Quiera ese amable Jesús purificar mi corazón en la forma que le plazca, para que quepa en él más amor y más santidad. Pídale, hermana mía, que así lo haga, y yo le corresponderé, pidiéndoles lo mismo para su corazón.

Va a salir el correo y tengo que cerrar ésta. Que nuestro Jesús la acompañe siempre y la llene de su amor desea ardientemente su afectísima hermana en el mismo Jesús, María Anita de Jesús".

ME BASTA MI CELDA

Es difícil, muy difícil ponderar todo cuanto padeció el obispo fray Ezequiel en las circunstancias en que le corres­pondió desarrollar su ministerio. Su celo no le permitía callar ni transigir ante el error, ante la impiedad, ante las acusacio­nes de que era objeto sin verdadero fundamento. Le venían indicaciones de la delegación apostólica, de la presidencia del gobierno civil, de la misma Santa Sede. Estas indicaciones llevaban un sentido que él, desde su sitio, desde su concreta posición, no veía claro.

Y tuvo instantes de íntima agustina. Buscaba la luz, y a todo trance quería hacer lo que a Dios le fuese más grato, lo que fuese voluntad divina. Quería ser obediente sin ninguna reserva a la autoridad, al vicario de Jesucristo. Hay muchos momentos en su vida que aparecen envueltos en una niebla espesa, aunque su fe y su corazón jamás vacilaron. No cedió un solo punto en su rectilínea conducta. Listo se hallaba

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para sacrificarse a sí mismo. Eso sí, no sacrificaría nunca su conciencia ni la verdad.

En la sección histórica de la Sagrada Congregación de Ritos se presentan estudios minuciosos sobre dos temas o cuest iones en que se vio envuelto, muy envuelto, fray Ezequiel Moreno y Díaz, obispo de Pasto: la llamada S J y el caso de Tulcán. Dedicamos a estos puntos párrafos separa­dos.

Aquí me place trasladar algunas frases de una carta que el obispo fray Ezequiel escribió desde Pasto, el 25 de noviem­bre de 1901, al señor delegado apostólico, cuando se hallaba vivo el asunto de las relaciones entre el liberalismo de Colombia y el liberalismo del Ecuador, y se repetía que el obispo de Pasto, diócesis limítrofe con el territorio de la República ecuatoriana, intervenía indebidamente.

"Desde que V. E. comunicó las órdenes de la Santa Sede en sus telegramas de mayo y junio fueron debidamente obe­decidas. Hecha esta manifestación séame permitido mani­festar también que, mientras la Santa Sede nos mandaba callar y la obedecíamos, el gobierno del Ecuador proporciona­ba al famoso masón general Avelino Rosas toda clase de ele­mentos, para que con su gente saqueara nuestros pueblos, asesinara a los buenos católicos y echara a Jesucristo de nuestros altares. Estos pueblo sienten, sufren y lloran las desgracias que les ha causado el gobierno del Ecuador, y si hubiera sacerdotes que intentaran hablar a favor de este gobierno, es indudable que los escandalizarían, que los fieles les perderían la confianza y que los considerarían como defensores del enemigo, que les causó tantos daños, y de los hombres impíos que ese enemigo armaba y lanzaba contra ellos al grito infernal de 'muera Cristo'. Y esto en los mismos días en que conseguía (el gobierno del Ecuador) de la Santa Sede que nos hicieran callar. Hay que lamentar otro grande mal, y no sé qué hacer para remediarlo, atendidas las órde­nes que la Santa Sede me ha dado con relación al gobierno y cosas del Ecuador. Llegan del Ecuador a mi diócesis varios periódicos plagados de obscenidades y herejías. En vista de esta situación, se me ocurre renunciar y salir de la diócesis. Los impíos se han alegrado y cantado triunfo porque la Santa Sede me ha hecho callar, como se alegraron cuando también me hizo callar en la famosa cuestión del colegio de Tulcán en el Ecuador, cuestión que la Sagrada Congregación de obispos

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y regulares resolvió, por fin, a mi favor, cuando se estudiaron todos los documen tos que jus t i f i caban mi conduc ta . Conocida esa alegría de los impíos, me dicen personas pru­dentes y temerosas de Dios que, si renuncio y me retiro de la diócesis, aumentará esa alegría de los impíos y considerarán su triunfo completo. Hecha esta manifestación, si la Santa Sede me separa de la diócesis, porque así lo crea convenien­te, quitándome de ese modo el temor de 'hacer mi voluntad', en ese caso yo recibiré la separación con acción de gracias a Dios Nuestro Señor, pues por nada y para nada puedo yo apetecer ese cargo, sino por hacer su santísima voluntad y darle gloria de esa manera. Ese buen Dios, en su misericor­dia, me ha concedido la gracia de no apetecer, y mucho menos querer, cosa alguna de este mundo. Me basta mi celda. O mejor, sólo Dios me basta. Hágame V.E. la caridad de dar cuenta a la Santa Sede de cuanto dejo dicho".

Dos obispos del Ecuador hubo muy especialmente liga­dos, por el cariño y por ser víctimas de la persecución, con el padre Ezequiel: el de Loja, fray José María Masiá, francis­cano, y el de Portoviejo, padre Pedro Schumacher y Niessen, de la congregación de san Vicente Paúl. Los tres eran muy amigos de Dios y esforzados at le tas de la fe. El padre Ezequiel trató con más efusión sobre todo a monseñor Schumacher que, desterrado de su diócesis, vino a encontrar refugio en la de nuestro fray Ezequiel. ¡Cuánto se quisieron y apoyaron!

En las honras celebradas en la iglesia catedral de Pasto, el 9 de agosto de 1902, en sufragio del señor obispo de Portoviejo, amigo íntimo, como hemos dicho, del padre Ezequiel, éste pronunció la oración fúnebre, y dijo: "Las vir­tudes pastorales del limo, señor Pedro Schumacher y, en especial, su fortaleza en defender la integridad de la fe, hicie­ron de él un obispo tal como los necesita la Iglesia católica en estos tiempos".

SAN EZEQUIEL Y MONSEÑOR NICOLÁS CASAS

En el apartado anterior aparecen estos dos nombres envueltos en un problema difícil y de conciencia. Dos modos distintos de contemplar, y hasta de ponderar bien sus conse­cuencias prácticas. Brindo aquí algunas rápidas pinceladas sobre la figura y carácter de cada uno de ellos.

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Por varios motivos andan muy juntos en la historia estos dos religiosos ilustres, fray Ezequiel Moreno y fray Nicolás Casas. Ambos eran nacidos en la ciudad de Alfaro. Ambos entraron pronto en la Orden de agustinos recoletos e hicieron su andadura religiosa y sacerdotal en los conventos de Monteagudo, Marcilla y San Millán de la Cogolla. Y ambos fueron trasladados a la República de Colombia para restau­rar la provincia religiosa de Nuestra Señora de la Candelaria, gloriosa en su tiempo y que había venido casi a desaparecer por efecto de los trastornos políticos que tuvieron lugar por efecto de la revolución del general Cipriano de Mosquera.

Anotemos que los dos llegaron a ser superiores provin­ciales dentro de la comunidad, y también luego vicarios apos­tólicos con carácter episcopal de los legendarios Llanos de Casanare, pertenecientes a la dicha República suramericana. Y añadamos que uno y otro alcanzaron celebridad por sus virtudes eximias y sus actuaciones misioneras, y llegaron a ocupar puestos de alta responsabilidad dentro de la familia religiosa a que pertenecían, y como vicarios apostólicos con carácter episcopal uno y otro. Cada uno, aunque mutua­mente se profesaban gran cariño, tenía su propio tempera­mento; y ello, por cierto, en un determinado momento dio lugar a situaciones de trato y comportamiento público bas­tante difíciles.

El padre Nicolás Casas Conde nació en 1854. Sus padres se llamaban Escolástico y Manuela. Fue bautizado en la parroquia de san Miguel. Su nombre -advierte el padre Pedro Fabo, su biógrafo- según consta en la correspondiente partida, era Gorgonio Nicolás, aunque siempre él usó el segundo de ellos. Como su compueblano Ezequiel, ingresó en el noviciado de agustinos recoletos de Monteagudo, y ya pro­feso estuvo unos años en el convento de San Millán de la Cogolla en calidad de profesor de física y de teología. Conviene anotar que en la universidad de Madrid se había especializado en el conocimiento de las matemáticas.

A Colombia el padre Nicolás pasó en 1892, en la cuarta misión de re l igiosos , a c o m p a ñ a d o del pad re Alberto Fernández, el religioso que después iba a ser fidelísimo ayu­dante de san Ezequiel Moreno en múltiples momentos y en situaciones muy complicadas.

El padre Moreno y el padre Nicolás Casas se conocían y apreciaban muy santamente. Y cuando el padre Ezequiel dejó

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de ser provincial y vicario apostólico de Casanare, le sucedió en ambos cargos el padre Nicolás. Entre estos dos clarísimos varones y prelados fervorosos vino a suscitarse una contro­versia que alcanzó gran resonancia. Y precisamente en torno a la llamada concordia nacional, sobre el modo de conducirse frente al liberalismo. Muchas noticias pequeñas pudieran anotarse para entender el profundo alcance de lo ocurrido, noticias sobre el carácter ingenuo del padre Nicolás, sobre su gran amistad y confianza con el presidente de la República, general Rafael Reyes, y con el delegado, monseñor Francisco Ragonesi, que lo admitía mucho en su palacio y le hacía con­fidente y consultor. Y de aquí su conocimiento de que quizá seria el sucesor en Pasto del padre Ezequiel, a quien trasla­daría a Popayán.

El padre Nicolás se manifestó, pues, abiertamente "con-cordista". Y escribió y publicó un libro que se t i tulaba Enseñanzas de la Iglesia sobre el liberalismo. Libro que logró ser muy alabado en América y en Europa, y que, según el plan primero, se limitaría a lo doctrinal, sin descender a la práctica, pero que luego, ante algunos consejos, se extendió también a todo.

Aquí estuvo el principio del desacuerdo que tanto dio que hablar. Al padre Ezequiel Moreno, que aplaudió la parte doctrinal, no le satisfizo la parte de aplicación. Y resolvió redactar y dar a luz sus muy populares Instrucciones al clero de mi diócesis sobre la conducta que han de observar con los liberales, en el pulpito y en algunas cuestiones del con­

fesonario. Lleva fecha de 8 de diciembre de 1902.

Advertía el padre Ezequiel: "Someto a la corrección de la Santa Sede cuanto digo en esta obrita, y estoy dispuesto, contando con la divina gracia, a todo lo que disponga. Personas eclesiásticas muy respetables nos han manifestado que no están conformes con algunas opiniones emitidas en un libro titulado Enseñanzas..., acerca de la conducta que hay que observar con los liberales en ciertos puntos del con­fesonario. Todos, sin embargo, tributan elogios al ilustre autor de dicha obra, en todo lo que ha escrito referente a doc­trina sobre el liberalismo y sus errores. Especialíslmo es el cariño que profesamos al expresado autor, por muchísimas razones, que él, mejor que nadie, comprende".

Con todo, es ta d i scus ión c a u s ó gran revuelo . Intervinieron los más famosos personajes. Los mismos seño-

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res Moreno y Casas se pusieron de acuerdo en que lo mejor sería que decidiera la cuestión la autoridad competente de Roma, y uno y otro consultaron al señor delegado apostólico. Éste escribió una Nota que no satisfizo al padre Ezequiel. Y consta que redactó una extensa réplica, que trajo consigo a España, cuando viajó ya muy enfermo, y que la mandó des­truir pocos días antes de su muerte. También para esta fecha había muerto el padre Nicolás Casas.

SAN PIÓ X Y SAN EZEQUIEL

Tuvo el padre Ezequiel en su vida episcopal, en su entre­ga total al cumplimiento del deber y a la defensa de la ver­dad, que proclamó con amor y con valor, muchos contra­tiempos, muchas resistencias, y habrá que agregar también, bastantes enemigos. Sintió que se le presionaba con fuerza para que abandonara el cargo. Su corona de espinas le duró hasta sus últimos días.

Y también tuvo, además de la clara asistencia divina, numerosos apoyos humanos. Basta leer la serie de adhesio­nes y de cartas que proceden de personas distinguidísimas y de su clero y pueblo fiel, que lo rodeaba lleno de ardoroso cariño. Figuran en el volumen que ha publicado la sección histórica de la Sagrada Congregación de Ritos, sobre el pro­ceso de beatificación, varios documentos magníficos: del arzobispo de Medellín, Manuel José Caicedo, del obispo de Garzón, Esteban Rojas, de grupos de sucesores, etc.

Presento aquí copia de un párrafo tomado de cierta carta del arzobispo de Cartagena de Indias, Pedro Adán Brioschi, italiano de nacimiento, perteneciente a la sociedad de misio­nes extranjeras de Milán. La epístola va dirigida al sacerdote Reinaldo Herbrand, víctima también éste de la persecución en el Ecuador. Está escrita en Leontica, Cantón Ticino, y lleva data del 14 de agosto de 1905.

"Antes de mi salida de Milán para venir a estas monta­ñas, donde se respira aire puro y saludable, le escribí una carta para manifestarle que, no habiendo quedado satisfecho de la entrevista con el Emmo. Sr. Merry del Val, resolví hablar directamente con el Santo Padre acerca de nuestro celoso obispo de Pasto. Pedí en efecto una nueva audiencia, y por medio de monseñor Bressan, íntimo del Pontífice, por

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haber sido su secretario desde que era obispo de Mantua, la conseguí fácilmente.

Referí al Pontífice las cosas de n u e s t r a quer ida Colombia, le manifesté las intenciones que los liberales tie­nen para con el clero, le conté todo lo que hizo el limo. Sr. Moreno para salvar a Colombia en la última revolución, y le supliqué que no lo dejara sacrificar ni lo expusiera al odio de sus acérrimos enemigos. El Papa me oyó con atención y me aseguró que el Sr. Moreno no sería removido. Tomó apuntes y me dio a comprender que estaba satisfecho de los informes recibidos. Creo que no hay que temer por ahora. Los ad­versarios han quedado confundidos una vez más. Ahora acabo de recibir unos impresos que también me han gustado, porque hacen suponer que todo ha terminado bien, y que el general Reyes al fin y al cabo dejará vivir tranquilo al limo. Sr. Moreno. Le incluyo esos impresos para que esté al corriente de lo que pasa"23.

Y al j u n t a r los nombres de san Pío X y del san to Ezequiel advierto que cuando el citado Papa publicó su pri­mera encíclica y declaró que su propósito se cifraba en res­taurar todas las cosas en Cristo, para que Cristo sea todo en todas las cosas, se entusiasmó el padre Ezequiel. Y escribió una carta pastoral (Cuaresma de 1904), en que trata de los derechos de Jesucristo a reinar sobre todas las cosas, de lo que es este reinado con relación al Estado, de la guerra que hace a ese reinado el liberalismo, de los destrozos que cau­san en él algunos que se llaman católicos, de lo que deben hacer los católicos verdaderos para defenderlo y sostenerlo. Es una de las mejores pastorales del padre Ezequiel, por su plan y por el nervio de su argumentación.

Eran del mismo temple Pío X y el padre Moreno. El suce­sor del insigne León XIII publicó su encíclica Acerbo nimis sobre la enseñanza del catecismo a los niños, en donde se manda erigir en todas las parroquias la asociación o congre-

2 3 Todavía en 1943 Pedro Adán Brioschi (1860-1943). en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias, de la que era obispo, nos habló al padre provincial, fray Honorato Urruüa, y al suscrito, con los más encendidos acen­tos de cariño y de veneración hacia el santo Ezequiel, y sobre lo acontecido en las dos entrevistas que mantuvo en Roma con su amigo el Papa Pío X, quien hizo alusión al tan combativo obispo de Pasto, y le aseguró que "ese buen pre­lado no sería removido", y tomó unos apuntes que. de seguro, fueron definiti­vos para el caso.

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gación de la doctrina cristiana. También el padre Moreno se apresuró a redactar un oportuno reglamento que envió a todos los párrocos. Buscaba imprimir el amor a Dios y a su enviado Jesucristo, ante todo, en los niños. Con gran gusto obedecía a su amado Pontífice, quien estuvo precisamente preocupado de una manera preferente por el bien espiritual de los fieles, por la pureza de la doctrina cristiana y por la santificación de los sacerdotes. Sin alardear de hallarse espe­cializado en cuestiones de alta teología demostró que abun­daba en ciencia espiritual y en celo apostólico, y llegó a ser en la lista de los Papas uno de los más reformadores, agudos y valientes, a lo largo de la historia de la Iglesia. Su preocu­pación, y sus esfuerzos por preservarla de los errores que la amenazaban, fueron permanentes. De ahí sus sabias y opor­tunísimas disposiciones. Era intransigente en la defensa de sus derechos y de la pureza de la fe.

En su primera encíclica del 4 de octubre de 1903, E suprema apostolatus cathedra, habla ya de la pesada carga que acababa de aceptar, y ello en un momento en que "la religión es perseguida con audacia y con ira, en que se com­baten los dogmas de la fe, y se pretende extirpar y aniquilar toda relación del hombre con la divinidad".

Eran los tiempos del SyUabus, de la censura de libros, de la condena de la ética modernista, causa de muchos males. Pretendía imponerse el tipo de hombre mar­cado por el positivismo total, libre-pensador, racionalista, antirreligioso, que ya hizo sufrir bastante a los Pontífices Gregorio XVI y Pío IX, a quienes mucho admiraba nuestro fray Ezequiel.

Ante la situación de la sociedad, el Papa pedía una cooperación especial de todos los obispos de la Iglesia. Y fray Ezequiel se apresuró a mandar a sus fieles una pastoral, al acercarse la Cuaresma, de 1904, en la que escribía: "Según las palabras de nuestro Santo Padre, somos uno de los auxi­liares, aunque indigno, en la gran obra de restaurar todas las cosas en Cristo. En la parte, pues, que nos toca debemos tra­bajar por secundar las miras de nuestro Santo Padre, o sea, por hacer que Cristo sea todo y en todas las cosas. Es preciso que los que ejercen potestad en la tierra vuelvan a ser lugar­tenientes de Jesucristo. Es necesario que los pueblos alcan­cen el reinado de Cristo y vuelvan a ser cristianos también en lo social. Es menester que reine Cristo".

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Por eso el lema de su pontificado fue "Restaurar todas las cosas en Cristo". Y es que escribía: "Con audacia y con ira se persigue la religión en todas partes, se combaten los dogmas de la fe, se trabaja abiertamente para extirpar y aniquilar toda relación del hombre con la divinidad. El mismo hombre con infinita temeridad se ha puesto en el lugar de Dios, de tal manera que, aunque no pueda borrar totalmente de sí todo vestigio de Dios, sin embargo, rechazada su majes­tad, ha hecho del universo un templo de sí mismo, donde ser adorado".

Hay muchas semejanzas entre san Ezequiel y san Pío X, en el temple y modo de proceder, en el encendido celo pas­toral, en promover incesantemente la enseñanza del ca­tecismo a los niños, en procurar una mejor formación de los sacerdotes, en el amor encendido a la Eucaristía, en combatir ¡mfenlamente los errores, en salvaguardar la pureza de la doctrina inmutable de la Iglesia y en el intrépido celo con que combatió los errores que iban surgiendo en su época. Sobre esto hay que anotar la serie de medidas que tomó durante su episcopado. Hasta en la pobreza de sus orígenes familiares nuestro san Ezequiel tuvo gran parecido con este Pontífice de la Iglesia, quien, por cierto, también en su testamento pudo con verdad consignar: "Nací pobre, he vivido pobre y quiero morir pobre".

HIJO DE SAN AGUSTÍN

Desde lo más íntimo de su alma fray Ezequiel rendía homenaje filial en forma constante a su padre san Agustín. A su padre, como decía lleno de fruición. Son repetidísimas las manifestaciones de simpatía agustiniana. Tenía gran placer en llamarse y ser hijo del Doctor de la gracia, por haber pro­fesado su Regla en su familia, y se complacía en evocar su figura, en citar sus libros y sus frases, en presentarlo como un admirable modelo de virtud, de hombre lleno de Dios, y en proclamar sus dotes de prelado, de intrépido defensor de los derechos de la Iglesia y de maravilloso expositor de la ortodo­xia.

Sin cesar aparecen testimonios escritos sobre ello. "Mi buena hija en Nuestro Señor Jesucristo: Cuánto siento el no poder complacerla... Tengo que hacer mis ejercicios antes de la fiesta de mi gran padre san Agustín. Comprendo la pena

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que les causará... Sobre todo por Dios... Busca, desea, suspi­ra nuestro corazón por algo; lo consigue y no lo llena, ya por­que es cosa pequeña, ya porque pasa pronto, aunque sea grande. Sólo Dios satisface, y sólo en él encontramos gozo cumplido. Esto es lo que enseñaba san Agustín a todo el uni­verso y lo que él mismo había experimentado: 'Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti". Es parte de una carta escrita en Pasto, el 15 de marzo de 1901. Le brota a fray Ezequiel, como a san Agustín, el fuego de su amor a Dios, y le brota espontáneo y ardentísimo.

En otra epístola que dirige desde Túquerres, el 16 de febrero de 1905, le dice a una religiosa que acababa de hacer sus primeros votos: "Enhorabuenas por ser ya esposa de nues t ro buen J e s ú s e hija de nues t ro gran padre san Agustín... Falta que sea agradecida al favor singularísimo que acaba de recibir y que corresponda a él siendo observante y fervorosa... No quiere nuestro Jesús corazones partidos, sino enteritos; ni los quiere tibios, sino ardientes, como el de nuestro gran padre san Agustín".

En el año 1887 se celebró en todos los países en donde había casas de agustinos o agustinas el Centenario de la Conversión del hijo de santa Ménica. En España adquirió re­sonancia especial ísima es ta conmemoración. Era fray Ezequiel a la sazón rector del convento de Monteagudo y puso singular esmero en ello. Aprovechó la ocasión para hacer arreglos en la iglesia-santuario de su tan amada Virgen del Camino, dio luz cenital al camarín, le puso pavimento de mármol, hizo dorar todo el altar mayor, y mandó colocar ba­randillas de hierro en el presbiterio. Se predicó un triduo y asistió la capilla de música de la catedral de Tarazona. Quiso fray Ezequiel que se recordara lo que hizo san Agustín quien repartió sus bienes entre los pobres, e hizo que se repartieran cuantiosísimas limosnas. Este fue el número principal del programa de festejos. La fiesta grande se tuvo el día 5 de mayo.

En el mismo año, el día 22 del mismo mes, fiesta de santa Rita de Casia, predicó el padre Ezequiel Moreno en la iglesia de las agustinas recoletas, de la ciudad de Agreda, en la provincia de Soria. En tal fecha, con asistencia de mucho público, se celebró la conversión de san Agustín. Predicó

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nuestro santo el panegírico. Desarrolló la siguiente pro­posición:

"El Altísimo al sacar a Agustín del vicio y del error, para defensa de la religión, hizo a la Iglesia un beneficio insigne, causa y origen de multitud de beneficios". Terminó con esta deprecación: "Oh, padre mío, ruega para que tengamos valor de confesar las verdades que tú defendiste con tanto valor y energía tanta, y para poner en práctica las saludables doctri­nas que tú enseñaste con extraordinaria maestría. Ruega por la Iglesia que tanto amaste y engrandeciste, hoy perseguida y atribulada por todos lados. Ruega por la Orden agustiniana para que ella viva tu espíritu, tu celo, tu fuego. Padre mío, bendición sobre todos tus hijos en recompensa de su entu­siasmo en alabarte y bendecirte especialmente en estos días del Centenario de tu Conversión".

En tal ocasión estuvo acompañado de otro agustino recoleto, el padre Nicolás Casas, y de un canónigo, nacido también en Alfaro, D. Julián Cisneros. Las monjas recoletas no olvidan un detalle significativo, que registraron en sus crónicas conventuales: los tres personajes citados se emplea­ron en iluminar el pórtico y fachada del templo con los faroli­llos traídos del colegio de Monteagudo, que habían servido en la fiesta celebrada el día 5 de mayo.

Al terminar este sermón fray Ezequiel, en un arranque de afecto fraterno y de fe profundísima, exclamó, dirigiéndose a las hermanas de hábito: "Hermanas mías, vosotras y yo, ¿dónde nos encontraremos cuando otro centenario se cele­bre?" Y él mismo contestó: ¿Dónde hemos de estar . . .? Reunidos en el cielo. En dos momentos del sermón, que se conserva, se entrega a ponderar las excelencias de la Orden a que él pertenece.

Mil detalles hay que pregonan el cariño encendido que profesaba el padre Moreno a su padre san Agustín, a quien cita en sus escritos y sermones con frecuencia. Hasta en ves­tir su hábito religioso lo demostraba. Nunca se lo quitó, ni cuando iba a caballo, o embarcado en cualquier frágil canoa. Y en la calle y en casa usaba todavía el manto que era propio de los recoletos. Su pectoral adquiría un singular brillo sobre la capucha de fraile. En su testamento dejó escrito: "Deseo y pido que se me en ti erre con mi santo hábito religioso, como hijo que soy de mi gran padre san Agustín".

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CON LAS MONJAS AGUSTINAS RECOLETAS

Era el padre Ezequiel un ardiente y auténtico hijo de san Agustín. De ello se preció siempre: de haber abrazado su Regla, de ser miembro de una familia religiosa que se dis­tingue ante todo por la caridad. La caridad es su lema. Y de tener hermanas contemplativas que profesaban su misma Regla. De todo esto dan testimonio las dos cartas que desde Bogotá dirigió a las monjas agustinas recoletas de León, en España, y que vieron la luz en la revista Cor unum, n° 57, en mayo de 1975, desde Valdemoro, Madrid.

Manifiesta el padre Ezequiel sus íntimos sentimientos y declara a la vez la serie de trabajos apostólicos en que se ocupaba, antes de ser obispo, en la capital de Colombia. Hay detalles muy preciosos. Copio algunas líneas. "Mis amadas hermanas en nuestro buen Jesús y en nuestro gran padre san Agustín: recibí la carta que me enviaron con fecha 20 de diciembre, y no he contestado antes casi por falta de tiempo material.

Seguimos trabajando por aquí lo mismo que les indicaba en mi anterior, porque el clero es muy poco y por precisión tenemos que trabajar mucho los pocos que estamos. Nuestro sitio es el confesonario, y se puede decir que no salimos de él sino para prepararnos para el pulpito. La mayor parte de los días no concluimos con la gente que viene a confesarse. Es una lástima que no haya más sacerdotes, porque de haberlos se podría hacer mucho en este país. Los antiguos misioneros hicieron que la semilla de la fe arraigara profundamente...

No hemos comenzado aún con las misiones de infieles, porque sólo vinimos cinco sacerdotes y estamos ocupando dos casas o conventos. En el uno, que se titula El Desierto de Nuestra Señora de la Candelaria, están tres para educar e instruir a los novicios que se reciben, y aquí estamos dos solamente sosteniendo en esta iglesia de Bogotá el culto, ha­ciendo lo que queda dicho.

Estoy en la firme creencia de que lo poco bueno que hacemos se debe a las oraciones que hacen o dirigen al cielo por nosotros muchos conventos de religiosas. Muchas me es­criben diciéndome lo que hacen por nosotros, y sus oraciones nos ayudan, sus cartas me enfervorizan..." (Carta de 9 de abril de 1890).

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En esta carta expresa el padre Ezequiel su deseo de que algún día las monjas agustinas recoletas vayan a fundar a Colombia, y hasta les habla de una candidata, de una joven que él confesaba. Y hay otra carta de 30 de marzo de 1893 en que reparte a las monjas, sus hermanas, unos muy santos consejos: "Me dice que tiene -habla a la priora- 25 religiosas, y todas fervorosas y verdaderas agustinas. ¡Qué hermosura! Con qué gusto paseará el Esposo celestial por ese jardín de sus esposas, como dijo un día a Na beata Inés de Beniganim".

Por cierto que la beata Inés de Beniganim, la célebre monja agustina descalza, aparece acompañando y amparan­do eficazmente a los primeros religiosos, que con el padre Ezequiel llegaron a restaurar la vida agustino-recoleta en América. Y por su intercesión van llegando nuevos refuerzos. Lo anota el historiador, padre Santiago Matute, que men­ciona a una señora que pintó un cuadro magnífico de la Azucena de Valencia y ponía toda su confianza en ella. Y declara el padre Moreno en una de sus preciosas cartas escritas en Casanare: "Pido con fervor extraordinario a Dios Nuestro Señor, a su Santísima Madre y a nuestra beata Inés de Beniganim". Las misiones de los Llanos estaban bajo el protectorado especial de la humilde y bendita monja.

Un dato significativo: j un to al sepulcro del padre Ezequiel Moreno, en Monteagudo, brotó, y ahí tiene su casa-madre, la congregación de misioneras agustinas recoletas, que se formó con religiosas salidas de los claustro de vida íntegramente contemplativa.

Y destacaré en particular el afecto que profesó a sus her­manas de clausura de la Encarnación de Madrid. Este céle­bre monas te r io de agus t inas recoletas , t i tu lado de la Encarnación, fue fundado por la reina Margarita de Austria, esposa del rey Felipe III. Trajo la reina de Valladolid, para ser la primera priora, a la venerable Mariana de san José, famo­sa por su virtud y talento, a la que mucho trató y conoció en aquella antigua sede de los reyes. La historia, el arte, el espí­ritu sobre todo, han convertido a tan magnífico convento en una de las joyas más primorosas de España. Hoy todavía está floreciendo de vida contemplativa muy alta y alberga una comunidad edificante y numerosa.

El convento e iglesia son obra del arquitecto J u a n Gómez de Mora, uno de los sucesores de Herrera. En su res­tauración y revestimiento intervino Ventura Rodríguez. Y en-

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riquecieron su interior pintores y escultores neoclásicos, Gregorio Ferro, José Castillo, Francisco Ramos, Francisco Bayeu, Vicente Carducho, Gregorio Fernández... El relicario de este monasterio es uno de los mejores del mundo. La reina doña Margarita de Austria falleció poco después de haber sido colocada, en ceremonia solemnísima, la primera piedra en 1611. Y el rey en su recuerdo puso el mayor empeño para ver concluida con regia esplendidez la obra. Las fiestas Ana­les fueron, acaso, lo más solemne de la vida madrileña de aquellos tiempos.

El cuerpo de la fundadora de las agustinas recoletas, sor Mariana de san José, se conserva en un lugar cercano a la sacristía, incorrupto. Era -dice Elias Tormo- la "Santa Teresa de Jesús de la Orden agustiniana", como el beato Orozco fue su "San Juan de la Cruz".

Pues en este monasterio, en el siglo XIX, hubo un cape­llán mayor notabilísimo, que fue el agustino recoleto exclaus­trado padre Gabino Sánchez Cortés, personaje de fuerte influencia en varios acontecimientos eclesiásticos importan­tes de su época. Producida la desamortización, el padre Gabino fue designado teniente cura de la parroquia de Chamberí; y a él se deben en gran parte la existencia y el desarrollo de la congregación de siervas de María, ministras de los enfermos, que había iniciado con santa María Soledad Torres Acosta el sacerdote don Miguel Martínez y Sanz. El prelado Sr. Bonel y Orbe encargó al padre Gabino el cuidado del recién nacido instituto que amenazaba disolución.

El padre Gabino fue nombrado por el Sr. cardenal García Cuesta, arzobispo de Santiago de Compostela, de quien dependía el monasterio de la Encarnación, confesor y director. Y las monjas, que ya lo consideraban como a padre y hermano, pues era de la misma recolección agustiniana, desde entonces todavía sintieron más eficazmente su pro­tección y amparo.

Gracias al padre Sánchez Cortés se salvó lo que aún queda de aquella real fundación. ¡Cómo se fue perdiendo, cómo se fue liquidando mucho de aquella propiedad, que abarcaba lo que hoy es manzana encuadrada entre las calles de San Quintín, Bailen, plaza de los Ministerios...! ¡Y cuan grande fue el peligro de su total extinción! Consta que una noche el propio ministro de la gobernación civil, García Ruiz, hizo llevar, conducido por una pareja de la guardia civil, al

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capellán padre Gabino hasta su despacho. Y lo amenazó. Le conminó para que desistiera en su oposición . Y le habló, en términos duros, de proceder al derribo del convento y de la iglesia. Al ser restaurada la monarquía hubo un respiro. Y al padre Gabino corresponde en su mayor parte el mérito de las mejoras que se hicieron en 1878 y en 1885 en el monasterio e iglesia.

En la casa del capellán, en donde residía el padre Gabino Sánchez, que era director del monasterio y además comisario apostólico de los religiosos agustinos recoletos, recibió muchas veces a santa María Soledad Torres, para hablar acerca de la congregación de Siervas de María. Y aquí recibió a muchos religiosos exclaustrados de la Orden de agustinos recoletos, a los que aconsejaba y movía para que se recogieran en sus claustros. La restauración se hizo desde aquí. Los religiosos dispersos se fueron reuniendo y volvieron a vestir el hábito. Y se abrieron casas en España, y se envia­ron numerosas expediciones de misioneros a Filipinas.

Y al monasterio de la Encarnación acudió el padre Ezequiel Moreno, llamado por el padre Gabino Sánchez Cortés, para ser nombrado jefe de la misión restauradora de la Orden en América. Las conversaciones entre ambos religio­sos resultaron fecundas y hasta transcendentales.

El padre Ezequiel y sus compañeros, antes de salir para Colombia, en noviembre de 1889, se reunieron en el templo de la Encarnación para recibir la bendición del su comisario apostólico y para implorar la ayuda del cielo. No olvidan las monjas aquel providencial episodio. Lo vienen recordando de generación en generación. Como tampoco olvidan las visitas frecuentes que les hizo fray Ezequiel, cuando vino de América para visitar al Santo Padre en Roma. Y menos olvidan su últi­ma visita en 1906. Llegó ya muy enfermo para ser operado, para morir en su celda recoleta de Monteagudo.

Cariñoso, fraterno, el padre Ezequiel estuvo en el locuto­rio de la Encarnación hablando con sus hermanas sobre el amor de Dios, sobre la eternidad, sobre el cielo. Hasta tuvo la delicadeza, la confianza de mostrarles, a través de las rejas y con el auxilio de una luz, el foco de su enfermedad, el cáncer de su nariz y garganta. Y les dio como última despedida su paterna y episcopal bendición, conmovido él y llorando de emoción las religiosas.

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ULTIMA ENFERMEDAD He aquí lo que escribió el santo obispo fray Ezequiel con

fecha 21 de octubre de 1905. Habla desde el sagrario a una "víctima", comprometida como él a ser toda de Jesús . Era Carmen Navarrete.

"Carísima hermana del alma en nuestro buen Jesús:

Ahí va ésta, sin ganas ni de buscar la última que me escribió, porque estoy enfermo hace tiempo, y ahora parece que la cosa va siendo seria. Comencé una carta y apenas pude concluirla; pero, como ya hacía tiempo que no le escri­bía, cojo de nuevo la pluma para hacer lo que pueda. La enfermedad me lleva más a nuestro Jesús, y deseo amarlo mucho, mucho, y se lo digo, y parece que él no se deja, si he de juzgar por lo sensible. Pero, ¿quién duda de que se deja el que lo pide? A veces, sin embargo, desea uno sentir ese amor, o amar con ternura, hasta que una luz de lo alto viene a ponernos en claro que se puede amar sin eso, y me contento con decir: "¡Jesús mío!, todo aquello del papelito: todo aquello te lo digo, y quiero en cada instante el más pequeño". Y lo del papelito ya sabe lo que es, y por si no se llevó ninguno, ahí va ese ejemplar.

Pienso en estos días, más que en otros, en la pena tan grande que ha de causar el no haberse aprovechado de tan­tos medios de santificación como tenemos a la mano, y, sobre todo, el no haber pasado la vida en Jesús Sacramentado, en cuanto es dable pasarla. ¡Cómo le pido que no me deje ya pasar un momento sin estar con él y vivir con él! Pensando en que la vida se me puede acabar pronto, quiero amarle así, aprisa, todo de golpe, ¿cómo expresarme? Yo le siento, y creo que me entiende. ¡Oh, Jesús de mi alma! ¡Déjame amarte así, aprisa, aprisa, por si me queda poco tiempo y por el tiempo que he perdido! ¡Oh, sí, sí, Jesús mío; déjame amarte a mon­tones, no poco a poco; quiero más, más...!

Escribí más de lo que pensaba y tengo que dejarlo ya.

Su carísima hermana en Jesucr is to Señor Nuestro, María Anita".

La enfermedad a la que se refiere el santo obispo fue en aumento. Hubo consultas de médicos. Y se consideró lo más acertado que se trasladara a España. El padre Ezequiel se sujetó al parecer y al consejo de quienes lo atendían con

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sumo cariño y con los mejores deseos. "Según los médicos -dice el padre Ezequiel en carta de 25 de noviembre de 1905, dirigida al padre Enrique Pérez- tengo llagas malignas palato-nasales sobre las que hay que operar, y ellos no tienen medios".

"Hoy me han visitado dos padres jesuítas, dos capuchi­nos, dos filipenses y el señor Vicario con otro sacerdote para 'mandarme' que me marche a Europa" (5 de diciembre de 1905).

El 8 de diciembre del citado año de 1905 salió de Pasto el padre Moreno, acompañado del padre Alberto Fernández y del hermano Manuel Pérez, agustinos recoletos. Quiso pasar por el santuario de Nuestra Señora de Las Lajas, para ver a su Madre amantísima del cielo, y siguió por Barbacoas y Tumaco. Aquí lo atendió el padre Gerardo Larrondo, religioso también de la Orden. De Tumaco en el vapor Manavi fue a Panamá y se hospedó en casa de sus hermanos recoletos.

El 13 de enero de 1906 en el ba rco de la Trasatlántica Antonio López emprendió la travesía de Colón a Cádiz. En el mar celebró misa todos los días, aunque sentía vivos dolores. Desde Puerto Rico el padre Alberto Fernández dirigió una carta al padre Manuel Fernández y le dice que el enfermo iba debilitándose paulatinamente a causa de lo poco que dormía la mayor parte de las noche, pero que decía misa. Y agrega que aún comía bastante las cosas blandas.

El 8 de febrero llegó a Cádiz y el día 10, por tren, se dirigió a Madrid. Fue recibido por los recoletos y por el buen amigo D. Gregorio del Amo, quienes lo hicieron ver pronto del famoso Dr. Compaired en el sanatorio del Rosario, de las her­manas de santa Ana. El 13 de febrero de 1906, antes de ingresar al sanatorio quiso escribir tres cartas: una al vicario general de su diócesis de Pasto, otra al padre provincial de recoletos de Bogotá, y la tercera a una persona por él dirigi­da. Esta última es la única que se conserva, y, por esta cir­cunstancia y por su rico contenido, vale la pena transcribirla, como si fuera parte de su testamento espiritual:

"Mi estimada en Jesucristo: Mañana me operarán; y, por si muero, ahí va esta como despedida de este mundo, y para decirle que no pude hacerle el reglamento de vida que me pidió y le prometí, aunque lo tenía ya en borrador. Trate mucho al Divino Maestro Jesucristo, y le enseñará a vivir

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como él quiere. Recuerde lo bueno que haya visto en mí, y no mis faltas de modestia religiosa, cuando tocaba la guitarra y cantaba cosas ya impropias de un religioso. Dígalo a todos los que me vieron hacer eso. No puedo escribir más. Reciban todas la última bendición que les manda desde la tierra su afectísimo en Jesucristo. Fr. Ezequiel. Obispo".

El borrador de este reglamento a que se hace alusión fue conservado por el padre Alberto Fernández y se publico en el libro Intimidades y anécdotas. La piadosa señorita a quien la mandaba era Inés Araoz. Cualquiera advertirá la gran delicadeza de este santo varón. Parece que se trataba de unos villancicos que cantó en tiempos de Navidad en alguna casa particular, para expresar su santo gozo.

El 14 de febrero, por ñn, fue operado de un tumor canceroso por el Dr. Compaired, después de haber recibido con vivísimo fervor la santa comunión. Ayudante de opera­ción fue D. Rogelio de la Rionda, y asistieron los doctores Amalio Roldan y P. Canalejo. También asistió la hermana Apolonia Costero. Un relato técnico de lo realizado fue hecho por el Dr. Compaired y publicado en Siglo médico, de 11 de agosto de 1906.

Durante la enfermedad, así como durante la opera­ción, el ejemplo del padre Ezequiel fue magnífico. Paciencia, mansedumbre, bondad. No se quejaba. Estaba en unión tan íntima con Dios, que se reflejaba ello en su mirada y en su profundo dolor. Es un santo... Es un santo... No se decía otra cosa en el sanatorio. Y aunque se levantaba algunos días, y pudo salir aún alguna vez a su convento, se le hizo una segunda operación. Y cuando ya se vio que no había humano remedio él mismo dijo: quisiera morir al lado de mi Madre del Camino.

Entre las religiosas hijas de la Caridad de santa Ana, que atienden a los enfermos en el sanatorio de Nuestra Señora del Rosario, en Madrid, se ha conservado con singu­lar veneración el recuerdo del padre Ezequiel, que allí dejó grabada para siempre su huella de santidad. Hubo tres her­manas que lo trataron más de cerca, sor Nicolasa Aín, que le atendía en su habitación, sor Apolonia Costero, que estuvo presente en la operación y sor Dolores Albas. La hermana Apolonia escribía: "Puedo decir con sinceridad que al entrar en la sala de operaciones me pareció ver a un santo que, gozoso, iba a sufrir el martirio, porque realmente lo sufrió.

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Una vez colocado en la mesa es cuando elevaba los ojos al cielo, hasta que le dieron el cloroformo; cuando dejaban de dárselo volvía otra vez a hacer lo mismo, pues tenía muchos ratos de conocimiento. Tanto operador como ayudantes esta­ban admirados de ver un valor tan extraordinario y decían: este señor es un santo. Porque nadie podría sufrir esto sino él con su gran virtud. El médico del sanatorio Dr. Amalio Roldan añade: "A nuestra propuesta de nueva operación, o nueva intervención, contestaba el padre Moreno con un 'hágase la voluntad de Dios', tan dulce, tan resignado, que sólo un espíritu superior como él y su omnímoda confianza en el Señor podían explicar el no haber tenido ni un solo momento el menor acceso de desesperación, aceptando más que resignado, creo que gustoso, aquella nueva prueba que el Señor le enviaba".

Al p r e sen t e vive en Madrid u n a n ie ta del Dr. Compaired, llamada Pilar Utrilla Compaired, que nos ha pro­porcionado el siguiente recorte de una carta que su abuelo dirigió a la madre de ella, y que literalmente dice:

Navia 14 de febrero de 1937

"Respecto a lo que me cuentas del obispo es, efectiva­mente, el que yo operé; era el Rvdo. padre Ezequiel Moreno, agustino obispo de Pasto. En mi intervención y en las curas sucesivas, horriblemente dolorosas, no quería la anestesia, y sufría estoicamente y tranquilamente cuanto se le hacía (cau­terizaciones al rojo candente, desgarraduras de las carnes, etc.) sin exhalar ni un quejido, ni un suspiro, diciendo de vez en cuando: 'Bendito sea Dios', 'Dios mío, dadme resignación y valor para sufrir por Vos', y cosas por el estilo, que nos tenían a las monjas, a mis ayudantes y a mí, verdaderamente admirados. Estaba entonces como ayudante mío Joaquín Canalejo Marte, y también Roldan (el de la casa de Salud). En el proceso de beatificación declaré yo, desde Madrid, y Joaquín desde Pamplona, y, si no estoy mal enterado, cuan­do murió el obispo P. Ezequiel (creo que en Monteagudo) fue Joaquín a dicho sitio a certificar o declarar algo que no se había dicho antes. Yo guardaba en mi casa de Madrid, que, a saber dónde estará, fotografías de él conmigo, mis ayudantes y vosotras (Cruz, Carmen y tú), hechas en el sanatorio del Rosario, así como su historia clínica y muchas notas, refe-

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rencias y hechos curiosos y verdaderamente edificantes y santos de tan santo varón".

Agrega la citada Pilar Utrilla: "Sacado de una carta que mi abuelo, el Dr. Celestino Compaired Cabodevilla, diri­gió a mi madre. Las fotografías y documentos de que habla han desaparecido; se conoce que fueron de las tantas cosas perdidas durante la guerra".

Y agregaré otro dato, copiando lo que el mismo doctor Compaired escribía en car ta dirigida al padre Toribio Minguella con fecha 30 de diciembre de 1908: "No me sorprendió que tuviese valor para no quejarse en medio de tan acervos dolores. Tengo una gran satisfacción en consig­nar que me causó admiración extraordinaria la fortaleza de ánimo, la paciencia sin límites, la resignación placentera, la sumisión y obediencia admirables y la resistencia al dolor hasta el heroísmo santo, heroísmo de santo y de bienaventu­rado, con que todo lo soportó".

Tenía delante un crucifijo y lo miraba con ojos amo­rosos. Hacia Monteagudo salió de Madrid el día 31 de mayo. Llegó el primero de junio.

SU MUERTE

Quiso el padre Ezequiel ocupar en su querido convento de Monteagudo una celda muy pequeña y recogida o, mejor, una tribuna que se asoma a la iglesia. Allí se sentía muy comunicado con el Señor, encerrado en el Sagrario, y con su Virgen y Madre del Camino24.

De sus últimos días y de su tránsito al Reino del Padre hay dos emocionantes y fraternos relatos, debidos a los padres Alberto Fernández y Eugenio Cantera, sus hermanos de hábito, que lo acompañaron y asistieron25.

2 4 Esta celda, que se conserva intacta, es hoy muy visitada por los fieles que acuden a rendir homenaje de veneración al santo fraile. Por un ventanuco el siervo de Dios podía ver a su madre del cielo y mitigar su dolor, esperando ansioso el momento de abandonar este mundo e ir a contemplarla cara a cara. En ella se guardan, como tesoros, varios objetos personales, ropa, libros, el cilicio y la disciplina con que domaba su carne.

2 5 Estos dos religiosos, agustinos recoletos, Fernández y Cantera, estu­vieron muy cerca de san Ezequiel y merecen una mención de alabanza. Sobre fray Alberto Fernández (1871-1941). muy ligado al santo por varios motivos, pues vivió con él en los Uanossde Casanare y después en Pasto, y luego se de-

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"Qué envidiable -escribe el padre Alberto- su santa paciencia... La cabeza la tiene perfectamente; pero no pre­gunta por nadie, ni se preocupa de nada; está desligado del mundo, y no piensa más que en la otra vida. Dos veces durante la enfermedad le envió su bendición el Soberano Pontífice Pío X. Lo último que con lápiz y mano trémula escri­bió desde su propio lecho fue el s iguiente te legrama: 'Eminentísimo señor Secretario del Estado - Roma -. Recibí ayer telegrama. Agradezco de corazón bondades de Su Santidad'. Todos los días celebraba yo allí el santo sacrificio que el enfermo oía con creciente devoción. Se le habían admi­nis t rado, a petición suya, los san tos sacramentos ; re­conciliábase a diario y aquella alma, purificada por el sufri­miento, tendía hacia la gloria. El tiempo que duró postrado en cama tenía el rosario en la mano, y con frecuencia se le veía que lo estaba rezando. Otras veces alargaba la mano para coger una de las estampas, que tenía cerca, del Sagrado Corazón, de la Virgen Santísima y de san José. En la noche del 18 al 19 con frecuencia me apretaba la mano, con lo que me indicaba que lo absolviera, pues antes de perder el uso de

dicó con una entrega eficacísima a trabajar en la preparación y primeros pasos decisivos del proceso de su beatificación, hay un trabajo del padre Ángel Martínez Cuesta, publicado en la revista Recoüectio 3 (1980) 291-380, que lleva este título: Cinco años al servicio del beato Ezequiel Moreno: recuerdos del padre Alberto Fernández. A él se deben muchos detalles interesantísimos sobre la vida de nuestro santo, asi como la conservación de bastantes docu­mentos preciosos que, sin su diligente cuidado, se hubieran perdido para siempre. Lo conocí y con él hablé de las cosas de fray Ezequiel. Y él me entregó personalmente el borrador del Semiliario de flores místicas, que contiene una serie de apuntes debidos a las primeras hermanas de la Liga Santa, que el padre Ezequiel leia algunas veces "para más afervorarse". Así lo anota el padre Jesús Martínez. Todo el contenido de este rico conjunto de pensamientos mís­ticos fue publicado por vez primera en mi libro Intimidades y anécdotas del siervo de Dios fray Ezequiel Moreno, Manizales, Colombia, 1943.

Fray Eugenio Cantera (1888-1955), religioso de honda piedad, teólogo y canonista insigne, entonces residente en Monteagudo. fue quien en el año 1917, junto con sor Mónica de Jesús, cuyo proceso de canonización se halla muy adelantado, dio vida a la Liga Santa en el monasterio de Baeza (Jaén), siguiendo el ejemplo de san Ezequiel. La nombrada sor Mónica, todavía muy joven a la sazón, asistió a los funerales del santo de Alfaro; ella había nacido y residía en Monteagudo. Cf. AYAPE, E.: Sor Mónica de Jesús y el padre Cantera: dos íntimos amigos de Jesús, 1986. Agregaré por último que a este movimien­to victimal estuvo también unida la cofundadora de las misioneras agustinas recoletas, madre Esperanza Ayerbe de la Cruz (1890-1967), cuya causa de canonización está en camino. Se pueden ver en su Biografia cartas que le fue­ron dirigidas por sor Mónica de Jesús y otros documentos que hacen al caso.

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la lengua me lo había dicho que lo hiciera así. Y cuando le acercábamos el crucifijo se le veía el afecto con que lo besa­ba, y los esfuerzos que hacía por dirigir algunas jaculatorias".

Y el padre Eugenio Cantera, que tuvo el privilegio de per­manecer con el padre Ezequiel toda la noche anterior a su muerte, habla así con tono emocionado: "Me ofrecí gustoso y tuve la dicha de acompañarlo en las últimas horas de su vida. Quise yo acompañarle en una noche que fue para mí, no sólo de insomnio, sino también de emoción, de tristeza y de pena. Bajé a su celda y lo encontré en estado de suma gravedad. Me coloqué a la cabecera de la cama, y no cesaba de observar todos sus movimientos, su rostro pálido y dema­crado, sus manos descarnadas, su aspecto de mortal agonía. Me parecía ver en él un retrato fiel del Crucificado... ¡Cuánto se ve que sufría! Varias veces se llevó las manos a la cabeza como si quisiera sujetarla para que no estallara. Una de las veces, al mirarle en esa actitud me atreví a preguntarle: ¿Le duele mucho? El me miró con ternura y me respondió: No, hijo mío; me duele un poco. Y en seguida dirigió sus miradas hacia el Crucifijo que pendía en la pared. Eso de mirar al Crucifijo era en él frecuente.

Siempre me inspiró veneración, pero en aquel los momentos de su agonía me pareció su persona solemne y majestuosa como nunca. A duras penas pude yo reaccionar. Tomé el crucifijo y con un enorme temor reverencial me acer­qué al santo enfermo, le puse el crucifijo en sus labios y le exhorté a ofrecer a Dios sus dolores y su vida en satisfacción de todos los pecadores a los que él tanto amó. Hecho esto sacó sus brazos y los extendió con gran majestad sobre la cama. Parecía un obispo en actitud de bendecir o confirmar a sus fieles.

Su agonía fue tranquilísima. Permaneció inmóvil como una estatua hasta que murió a las ocho y media de la maña­na. No habló ni respondió a nadie. Diríase que estaba absorto en Dios. Se durmió dulcemente en el Señor como uno de sus elegidos".

Expiró el padre Ezequiel el 19 de agosto de 1906, a las 8,35 minutos de la mañana. La prensa católica de España y de Colombia se hizo eco muy fuerte. Se le ensalzaba y se le reconocía ya como un santo. La ciudad de Pasto guardó, con­movida, tres días de luto y celebró solemnísimas exequias.

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En los funerales, muy solemnes, celebrados el día 22 de agosto, ofició el obispo agustino recoleto, dimisionario de la diócesis de Jairo, en las Islas Filipinas, don Andrés Ferrero, y pronunció la Oración fúnebre el también recoleto, obispo de Sigüenza, fray Toribio Minguella, quien supo destacar con elocuencia y verdad las virtudes heroicas del gran difunto. La asistencia fue numerosísima.

No faltaron las autoridades del pueblo de Alfaro, las de Monteagudo ni las delegaciones de la ciudad y del clero de Alfaro. En Colombia, y particularmente en Pasto y en los Llanos de Casanare, así como en Bogotá, se le rindieron homenajes muy sentidos.

Así dio principio a sus palabras el orador durante la santa Misa:

"Llora, pobre familia, llora la muerte del más ilustre de tus miembros. Poned luto sobre vuestro hijo, muy noble ciu­dad de Alfaro y nobilísima recolección agustiniana, madre mía querida, porque la pena que os causara la reciente defunción del limo. Sr. D. Fray Nicolás Casas y Conde, gloria vuestra y gloria nuestra, agrávase hoy con la de otro hijo no menos insigne. Cúbrete de profunda tristeza, diócesis Pastopolitana, porque has quedado huérfana de tu amoroso y amado padre . Vierte lágrimas, República cr is t iana de Colombia, porque la pérdida de ese esforzado campeón de la fe ha sido para ti una pérdida nacional. Lamenta la desgra­cia, oh santa Iglesia católica, porque era el finado uno de tus más eminentes pastores".

Pero regocíjase a la vez, porque: "Nuestro gran padre san Agustín nos dice que los justos hállanse en este mundo como en estado de formación; y que verdaderamente nacen a la vida el día que nosotros llamamos el de su fallecimiento. Enjuga tu llanto, pobre familia, y bendecid al Señor, ciudad de Alfaro y recolección agustiniana; mitigúese el dolor de la diócesis de Pasto, de la República de Colombia y de la santa Iglesia, porque el limo. Sr. Moreno ha entrado ya sin duda en las regiones de la inmortalidad, en la vida de la gloria".

El cadáver, embalsamado y encerrado en una fuerte caja de ciprés, recibió sepultura en el templo. Exhumado en el año 1915, previos los requisitos canónicos y civiles, fue halla­do fresco, incorrupto. En 1975 otra vez fue exhumado con idéntico resultado.

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Se venera ahora en una capilla, hermosa y devota, que le ha sido erigida a la derecha de la entrada al santuario de la Virgen del Camino, atendido por los agustinos recoletos. Sobre el sepulcro del padre Ezequiel, sobrio y digno, se colocó una lápida en donde se leía y se lee esta inscripción:

"Hic iacet Ilmus. et Rdmus. Dominus F. Ezequiel Moreno Diaz huius Collegii fllius ac Rector Episcopus Pastopolitanus in Columbia scientia clarus virtute clarissimus catholicae veritatis propugnator strenuus ex hac domo ad superos evolavit die XIX augusti anni MCMVI. Oremus pro eo vel ipse pro nobis oret".

Traducido del latín:

"Aquí reposa el limo, y Rvdmo. Sr. fray Ezequiel Moreno Díaz, hijo y Rector de este colegio, obispo de Pasto en Colombia, glorioso por su ciencia y gloriosísimo por su virtud y esforzado propugnador de la verdad católica. De esta casa voló al cielo el día 19 de agosto de 1906. Roguemos por él o él niegue por nosotros".

El obispo fray Toribio Minguella, al pub l i ca r su Biografía, en 1909, añade al final: "Ojalá que pronto se borre el oremus pro eo -roguemos por él-, y quede perpetuamente el ipse pro nobis oret -él ruegue por nosotros. Amén".

Ha llegado lo que deseaba el padre Minguella. El padre Ezequiel está en el cielo intercediendo por todos los peregri­nantes, por la humanidad, por la Iglesia militante, el Papa y los obispos y por sus hermanos agustinos recoletos; por sus admiradores y devotos, y por la conversión de los pecadores.

TESTAMENTO

Y mejor que de testamento, habría que hablar de últi­mas disposiciones y explicaciones del siervo de Dios. Firmó en Pasto, a 6 de octubre de 1905, esta manifestación de su postrera voluntad26. Cara a la muerte. Cara a Dios, al Dios vivo por quien suspiraba ardientemente.

2 6 Hay una copia fiel, conforme al original, del testamento, autorizada por el vicario general de Pasto, Rafael Chaves, fechada el 25 de enero de 1907, y a ella me remito. Fue publicada en Recoüectio 1 (1978) 288-197. Viene acom­pañada de comentarios muy justos que hace el padre A. Martínez Cuesta. Y se debe anotar que el testamento ha sido reproducido de modo incompleto en distintas ediciones. Sin duda la más exacta es la que nos ofrece el mencionado historiador.

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Así comienza su escrito:

"En el nombre de la Santísima e Individua Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu santo. Amén.

Yo, fray Ezequiel Moreno y Díaz, de la Orden... creo y confieso todas las cosas que nuestra santa Madre la Iglesia católica ha propuesto como reveladas por Dios, ya lo haya hecho en juicio solemne, ya en su ordinario y universal magisterio.

No hago testamento porque soy religioso y nada tengo. Haré, sin embargo, algunas explicaciones para dar alguna claridad al que tenga que hacer arreglos después de mi muerte. Esa claridad resultará de dos principios siguientes, admitidos comúnmente por todos los teólogos y canonistas: lo que adquiere el religioso es para su convento o religión; lo que adquiere desde que es preconizado obispo lo adquiere para su iglesia".

Y con detalle el exactísimo fray Ezequiel describe lo que tenía an te s de ir a Pasto , como vicario apostól ico de Casanare. Hace una lista de sus libros, todos sobre teología dogmática, moral y mística. Enumera las cosas que había traído de Casanare: el báculo, la mitra, un pectoral, un cáliz, etc. Y agrega después: "Todo lo que haya apuntado, dado o comprado, lo adquirí aquí, y por consiguiente es de esta igle­sia".

Luego anota con humildad profundísima: "Tengo dos hermanitas pobres. No las he socorrido durante mi episcopa­do en Pasto, porque no he tenido para socorrerlas. Todo lo he dado a los necesitados de aquí, excepto lo gastado en comer, y algo en vestido, pues traje bastante ropa de Bogotá... Pido perdón de mis faltas en el desempeño de mi cargo pastoral. A todos suplico rueguen a Dios por mi pobre alma. Deseo y pido que me entierren con mi santo hábito religioso, como hijo de mi gran padre san Agustín".

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CURIOSIDADES

Retrato con barbas

Viajó el padre Ezequiel en el año 1896 desde los Llanos de Casanare hasta el famoso convento denominado Desierto de la Candelaria, que se encuentra en las vecindades del pueblo l lamado Ráquira, depar tamento de Boyacá, en Colombia. Se encontraba en Ráquira precisamente entonces una familia muy amiga de los Franco-Angarita. Quisieron obsequiar al misionero ya muy célebre. Venía con la barba muy crecida, que le daba una apariencia de especial majes­tad. Le pidieron delicadamente que se dejara retratar así. Y sólo por una amistosa complacencia convino en ello. Había en el pueblo un hábil fotógrafo que aprovechó la ocasión.

Esta fotografía corrió por todas partes. Aparece con su hábito de fraile. Quienes lo conocieron aseguran que corres­ponde perfectamente a la realidad, que recoge sus rasgos más distintivos. Aprovechando el retrato, un pintor colombia­no, Rafael Palomino, hizo un cuadro muy estimable. Luego en Bogotá se dejó fotografiar por el padre Santiago Matute. En una de sus cartas, de 5 de abril de 1896, escribe él mismo: "Recibí los retratos que mandaron para mí y para el padre Matute. Este padre me retrato también con barba, pero no lo puedo mandar porque no sacó copias. El retrato que hizo se lo di a monseñor Sibilia, que es el que se empeñó en tener un retrato con la barba".

De la vida política de Colombia

Pertenece este dato a la vida política de la República de Colombia, muy movida, muy agitada, muy llena de episodios, a veces sangrientos, a veces pintorescos.

Cuando sobrevino el golpe palaciego que consistió en desconocer como presidente al Sr. Sanclemente y colocar en su puesto al vicepresidente Sr. Marroquín, éste, que era muy amigo del padre Moreno y de los religiosos de la Candelaria de Bogotá, se mostraba verdaderamente apenado y preocupa­do, con la actitud silenciosa del representante de la Santa Sede, monseñor Antonio Vico. Y asimismo repetía entre los suyos: "Guardo con impaciencia la actitud del delegado pon­tificio, y además estoy temiendo alguna fuerte 'filípica' de parte del padre Ezequiel".

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No fue así. En la primera ocasión el prudente padre Moreno le escribió una carta muy atenta y cariñosa, y sin entrar a juzgar lo moral o inmoral de aquella maniobra, le decía que rogaba por él y que deseaba que todo redundara a mayor gloria de Dios y mayor prosperidad de la República.

Treinta dios a caballo

En aquellos tiempos, y en aquellas tierras sobre todo, los viajes se hacían a lomo de caballo o de muía. No era entonces ningún heroísmo especial. Yo mismo, que en el año 1928, siendo aún estudiante fui destinado con otros diez compañe­ros a la República de Colombia, pasé varias jornadas segui­das sobre mi "rocinante" y nunca consideré aquello como algo exagerado. Pues bien, voy a trasladar a estas páginas un relato personal detallado del que fue compañero del padre Ezequiel en el viaje de España a Colombia en 1888, y en el que hizo luego, ya nombrado obispo, desde Bogotá hasta Pasto. Reproduzco íntegra y literalmente, las palabras del buen hermano Luis Sáenz, nacido en Estollo (La Rioja), a quien mucho traté y que me las entregó a petición propia.

"Varias veces acompañé al padre Ezequiel en sus viajes del Desierto de la Candelaria a Bogotá, a Chiquinquirá... Y siempre era el mismo, alegre en medio de su seriedad. Cuando a uno lo notaba aburrido le echaba chistes y le con­taba cuentos. En el camino le gustaba algún cigarrillo, pero había de pedírselo al compañero; hasta en esa simpleza ejer­citaba la humildad. Como era muy conocido y querido en Bogotá, cuando iba de viaje, le regalaban cosas las señoras amigas de la casa; él nunca aceptaba sino para el compa­ñero.

La última vez que estuvo en el Desierto me dijo: Mire, hermano Luis, el liberalismo se va apoderando de Colombia; tardará más o menos, pero triunfará y se palparán sus funes­tas consecuencias. Cuando fue nombrado obispo de Pasto yo fui asignado para acompañarlo de Bogotá a la capital de la diócesis. Salimos de Bogotá muy pobremente. Llevábamos una carguita con su ajuar de obispo; nada de provisiones para el camino, ni cama, ni otras cosas que se pueden ofrecer en un viaje a caballo de 30 días. Cada uno llevábamos un bayetón, o ruana grande, que nos sirvió de cama alguna vez. Hubo noches que las pasamos a las intemperie.

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Mi humilde persona iba muy honrada y, aunque yo me retiraba cuando a él le rendían algún homenaje, él me llama­ba y me hacía estar siempre cerca y a su lado. Al día si­guiente de llegar a Pasto', por ejemplo, le agasajaron con un gran convite. Yo me resistía a asistir, porque eso me parecía a mí demasiado. Vino una comisión a llevarme. Por fin se acercó el padre Moreno y me dijo: Vamos allá, hermano; yo de mi gusto tampoco iría, pero hay que ser atentos con esta buena gente. Y así fuimos los dos".

"Este padre sí me gusta"

Conocí al padre Vicente Cayetano Rojas, religioso domi­nico de mucha valía. Fue admirador del padre Ezequiel, y en uno de sus apuntes ha estampado lo siguiente: "Llegó el padre Moreno a Chiquinquirá, recién venido de España, y se encaminaba a Tunja para avistarse con el limo. Sr. Benigno Perilla. Me parece que lo estoy viendo -simple religioso- de pie, al lado del Evangelio, mirando a la Santísima Virgen en el presbiterio de la basílica. Mi cura, el padre Buenaventura García, se daba cuenta de todo, y dijo en una manera senten­ciosa: 'este padre sí me gusta'". Buen gusto.

En la citada basílica de Chiquinquirá, que es un gran monumento y un concurridísimo san tuar io , se venera Nuestra Señora del Rosario, la patrona de Colombia. Se encuentra a cargo de los padres dominicos. El mismo padre Rojas añade: "Estudiábamos teología e historia en Bogotá y era nuestro profesor el italiano dominico, padre Pedro Moro, natural de Genova, muy ilustrado y recto. Me acuerdo del momento en que un día nos presentó la primera carta pasto­ral del padre Ezequiel a los casanareños, y, abriéndola, dio a sus páginas un largo vistazo y añadió: 'es de un hombre de Dios'. Cerró el folleto, y continuó la clase".

Y todavía proporciona otro dato. Consagrado obispo el padre Ezequiel fue invitado a celebrar una solemne misa en Bogotá, su primera misa pontifical, en la iglesia de la Candelaria, en donde había ejercido durante varios años su apostolado con singularísimo fervor. Predicó el célebre padre Luis Muñoz, que más tarde fue arzobispo de Guatemala y que, perseguido y desterrado, vino a morir a Bogotá precisa­mente. En sus palabras, casi proféticas, vino a proclamar que aquel vicario apostólico de Casanare, allí presente en el

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altar, había de ser un mártir de su deber. Causó profunda impresión. Después se confirmaron sus predicciones.

El dicho padre Rojas se constituyó en el gran panegirista de las virtudes de nuestro santo fray Ezequiel. Durante unas honras fúnebres celebradas en la iglesia de la Candelaria, de Bogotá, lo proclamó modelo de pastores de la Iglesia y nuevo san Atanasio. Este discurso fue publicado y muy repartido entre los fieles.

Visita a Roma

El padre Ezequiel hizo dos visitas a la Ciudad Eterna. La primera fue a últimos de 1887, con motivo de las fiestas jubi­lares de Su Santidad León XIII. Era entonces rector del con­vento de Monteagudo, y fue invitado por el padre Toribio Minguella, a la sazón comisario y procurador general de los agustinos recoletos en Madrid. Tuvieron ambos la dicha de que el Santo Padre pusiera las manos sobre sus cabezas, y estuvieron presentes en varias beatificaciones. En febrero fue beatificada nuestra monja agustina descalza, sor Josefa María de santa Inés de Beniganim. El padre Ezequiel no asis­tió, porque tuvo que regresar en enero de 1888. Se quedó el padre Minguella.

La segunda vez que el padre Moreno tuvo el gozo de acercarse a Roma fue en 1898, siendo obispo de Pasto. "Estamos en el deber de ir a presentarnos al Santo Padre, y tenemos que cumplirlo". Habló largamente con Su Santidad León XIII en latín. Estaba ya lleno de preocupaciones por la situación de la diócesis. Sabía que había sido acusado y que el asunto de Tulcán había sido fallado en contra de su actua­ción. Fue el Papa quien le habló de ello, porque él nada pensó decir, sino obedecer. Sí indicó respetuosamente que tal vez convendría, para bien de la Iglesia, la resignación del obispo, su renuncia. Y el Papa le mandó que se explicase, que habla­ra allí mismo, y como resultado de la conversación, dispuso que se reconsiderase o revísase el decreto de la Congregación que ya había sido dado.

Con las siervas de María

Las siervas de María, ministras de los enfermos, están muy vinculadas a la Orden de agustinos recoletos desde sus mismos orígenes. Muy unidos ciertamente se encontraron a la vida y a la obra de su fundadora, santa María Soledad, los

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padres Gabino Sánchez y Ángel Barra. Muy de cerca las trató el padre Toribio Minguella. Y también nuestro fray Ezequiel.

Precisamente fue en Tudela, recién fundada aquella casa de las siervas de María, cuando las visitó el padre Gabino Sánchez, y entonces hizo que el padre Moreno, prior de la vecina población de Monteagudo, fuera nombrado confesor de la comunidad. Esto fue el principio de una relación muy estrecha entre los agustinos recoletos de Monteagudo y las siervas de María de Tudela. El padre Ezequiel iba con fre­cuencia a dirigirles retiros, a solemnizarles las fiestas, a dar­les pláticas. Lo recuerda la superiora sor Lorenza Anoríbar, y afirma que en una ocasión el padre Moreno enfermó grave­mente de anginas, y que lo atendió durante varios días una religiosa. Y asegura que la impresión de santidad que dejaba en sus palabras y en sus ejemplos era extraordinaria. Al salir para Colombia, el padre Ezequiel quiso despedirse y las exhortó a ser fieles a su vocación y a entregarse del todo al cumplimiento de su altísimo deber de ejercitar la caridad, especialmente con los enfermos.

Saludé en Pamplona a una sierva edificantísima, sor Dominica Muñoz, que llegó a conocer en Chamberí, Madrid, al padre Ezequiel en el año 1899. "Vino -contaba la religiosa-a quedarse con nosotras, de vuelta de Roma, porque los reco­letos estaban a la sazón arreglando su casa. ¡Qué santo! ¡Qué humi lde ! ¡Qué pa te rna l ! , repe t ía sor Dominica. Disfrutábamos oyéndole porque era muy fervoroso, muy evangélico. Me acuerdo que entró a la cocina para infundir aliento a las cocineras. Todas nos quedamos maravilladas de aquel tan sencillo fraile y obispo recoleto".

En 5 de febrero de 1899 escribe el padre Ezequiel desde Roma una carta al padre comisario de agustinos recoletos, en Madrid, y le dice que piensa detenerse en Barcelona "para comprar algunas cosas, ayudado siempre por las siervas que lo harán siempre mejor y más barato". Esto manifiesta la confianza que tenía con las hijas de santa María Soledad.

San Ezequiel y los religiosos de Pasto

Con las religiosas y religiosos que existían en su diócesis fue siempre muy paternal y generoso el santo fray Ezequiel. Los favorecía y apoyaba en todo cuanto estaba a su alcance y los visitaba con frecuencia. A las betlemitas, en particular, estuvo más unido sobre todo por razón de la Liga Santa. A

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las tres comunidades masculinas de filipenses, jesuitas y capuchinos le unieron igualmente vínculos espirituales fra­ternos muy fuertes. De su relación con los jesuitas algo se ha dicho ya. En la historia de los filipenses aparece muy bien el hombre de nuestro santo. De los religiosos capuchinos se podrían recordar muchos casos de gran afecto recíproco. Me place reproducir aquí una carta que trata de ello. En tiempo oportuno pedí algún dato al superior del convento establecido en Pasto y el 1 de septiembre de 1978 obtuve esta respuesta:

"El convento de los padres capuchinos de Pasto fue fun­dado el 14 de julio de 1896, bajo el auspicio y protección del glorioso apóstol Santiago, junto a una vetusta capilla que los españoles erigieron desde el tiempo de la Colonia. Los funda­dores de este convento fueron los padres españoles Alfonso María de Ager, Ángel María Villaba y Fidel de Mondar, quie­nes llegaron a Pasto, desterrados de la vecina República del Ecuador, y predicaron una misión tan extraordinaria que conmovió a los fieles, los que a gritos solicitaron una inme­diata fundación. El primer superior de este convento fue el padre Ángel María de Villaba el que, a la llegada de monseñor Ezequiel Moreno, nombrado como obispo de Pasto, desplegó todo el entusiasmo para animar a la gente y ofrecer al nuevo obispo una entusiasta recepción; desde esa ocasión el padre de Villaba ofreció al Excmo. Sr. Moreno toda su ayuda y su espiritual amistad, de tal manera que llegó a ser su confiden­te y su confesor y director espiritual; el mismo padre dio a monseñor Moreno dos hermanos legos de su comunidad para que asistieran en la casa episcopal al santo Obispo.

Nuestro beato Ezequiel fue muy familiar de los frailes capuchinos; con ellos se sentaba muchas veces a la mesa con gran edificación de la comunidad; con ellos rezaba el oficio divino y paseaba por los hermosos caminos de aquella huerta adornada de árboles de pinos, cipreses y otros especiales. Sus ejercicios espirituales los hacía en el convento al que había constituido su segunda casa.

Ese huerto se conserva íntegro, y entre el follaje de sus árboles, en el remanso de las ondas del plácido lago, en cuyos contornos hay arbustos y flores, en todos esos sitios se mira aún la silueta adusta de tan egregio hombre de virtud, de ciencia y santidad.

Me imagino que nues t ro queridísimo fray Ezequiel Moreno vigila insomne desde el cielo este convento que fue su

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refugio espiritual en donde habló con su Dios; pues, no obs­tante los tiempos aciagos que atravesamos de tanta relaja­ción y crisis de fe y por ende de vocaciones, aún existe en el convento de Santiago un noviciado que, año tras año, nos ofrece el milagro de algunos sacerdotes y religiosos.

Son estos pequeños datos que el padre Alfredo Romo ofrece al muy digno padre Eugenio Ayape".

Rasgos y frases

Recojo y presento algunos rasgos sueltos de la fisonomía del padre Ezequiel y algunas frases o dichos que ayudan a iluminar el cuadro, a dar complemento y matización a su figura, a su bella y muy interesante figura espiritual y huma­na.

Refiere la h e r m a n a Dominica del convento de la Esperanza, de Alfaro: "Su hermano Eustaquio era nuestro sacristán, y el pequeño Ezequiel, el chiquito, como le llamába­mos, era monaguillo, que se distinguía por lo callado, quiete-cito y respetuoso. Delicado, como su hermano Eustaquio, nunca tomó un cabo de vela, ni los desperdicios, ni aun el vino que quedaba en las vinajeras. Lo único que una vez tomó, y yo misma lo vi, fue una hostia grande, de las de cele­brar, que al pobre chico le apeteció, y fueron muy grandes los apuros que pasó".

El biógrafo del padre Ezequiel, fray Toribio Minguella, estampa esto: "Su hermano Eustaquio era muy aficionado a la música, y tocaba el violín; él también se dedicó al solfeo, más para cantar que para tañer instrumentos. Sin embargo llegó a entender bastante de guitarra, y la tocaba alguna vez, aun después de ser religioso, acompañándose en canciones siempre honestas. Por cierto que al venir a visitarme en Sigüenza, año 1898, le dije: ¿Te acuerdas cuando en Imus tocabas y cantábamos? Fijó en mí su mirada, una de aque­llas miradas dulces y penetrantes, inclinó un poco la cabeza, y... nada me contestó".

En Monteagudo, siendo novicio y luego profeso, se dis­tinguía por su compostura y su modo muy edificante. Amaba el retiro y le gustaba mucho recogerse, cuando podía, en el coro o en su celda. Se le conocía por "el silencioso". Así lo afirma el padre Julián Funes.

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En 1866, terminados los estudios de filosofía, pasó fray Ezequiel al convento de Marcilla que, con destino a teologado, se había abierto un año antes. Tuvo aquí por director y maes­tro al padre Juan Gascón, que había profesado en Alfaro y se distinguía por su bondad y su espíritu admirable de fe y de sencillez y entusiasmo. Con la ayuda de tan excelente guía -indica el padre Minguella- el joven Ezequiel fue progresando visiblemente en virtud y ciencia, síntesis agustiniana.

Entre la multitud de islas que componen el archipiélago filipino hay una denominada Paragua, o Palawan. Se habla el visaya principalmente. Tiene ochenta leguas de larga por doce de ancha. Era centro de reunión de los piratas joloanos. En 1872 vino aquí el padre Ezequiel en calidad de capellán de una expedición. Fue preciso abrirse paso entre matorrales, bejucos y malezas. Se levantó una rústica capilla, formada con ramas de árboles, y para el altar se aprovecharon las tablas de los cajones del equipaje. Y se dijo la primera misa el 10 de marzo de 1872. Los dos pueblecitos o rancherías exis­tentes en la isla eran los de Iraguan e Iwahig. El padre Ezequiel se sentía feliz ejerciendo su labor misionera. Dejó un recuerdo imborrable.

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