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Cobre y Oro Minería y metalurgia en 4 Asturias prehistórica y antigua Miguel Ángel de Blas Cortina Germán Delibes de Castro Angel Villa Váldés Manuel Suárez Fernández J. Fernández-Tresguerres, coordinador REAL INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS PRINCIPADO DE ASTURIAS

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Cobre y Oro Minería y metalurgia en 4 Asturias

prehistórica y antigua

Miguel Ángel de Blas Cortina Germán Delibes de Castro

Angel Villa Váldés Manuel Suárez Fernández

J. Fernández-Tresguerres, coordinador

REAL INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS PRINCIPADO DE ASTURIAS

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No obstante, el beneficio se orientó pre-ferentemente hacia yacimientos de tipo pri-mario, es decir, aquellos en los que la posi-ción del oro coincide con la de la mineraliza-ción encajante original. En estas minas,según la mineralización se vincule con rocasintrusivas o sedimentarias, el oro puede pre-sentarse bien formando parte de la estructu-ra cristalina de otros minerales como la arse-nopirita (en cuyo caso el enriquecimiento secomplica notablemente), bien libre enpequeñas partículas de unas decenas demicras asociados a cuarzos y silicatos o comoinclusiones sólidas formadas en microfractu-ras de sulfuros como la pirita o arsenopirita.

Los yacimientos primariosEn términos generales, en Asturias los

yacimientos primarios más comunes son losfilones de cuarzo con arsenopirita-oro y losrelacionados con granitos tipo I (arco isla).Los primeros son muy abundantes en grani-tos, en rocas de caja y en estructuras impor-tantes como por ejemplo en La Freita(Allande), Las Montañas y Monterroso(Cangas del Narcea) o Cecos, San Antolín yPenedela (Ibias). En los segundos el oro se

GEOLOGÍA DE LOS YACIMIENTOSAURÍFEROS EN ASTURIAS

Cuando aún no había transcurrido unsiglo desde que Augusto, con el sometimien-to de astures y galaicos, pusiese fin a las gue-rras de conquista en la Península Ibérica,Plinio el Viejo daba cuenta de la obtención enel noroeste de veinte mil libras de oro anuales,unos 6.540 kg, de los cuales la mayor parteprovendría de territorio astur. Si bien, sobre eltestimonio se mantienen algunas reservas, locierto es que la actividad minera, y en parti-cular el beneficio del oro, se convirtió bajodominio romano en una actividad esencial enla vida de las comunidades indígenas astur-galaicas. Baste recordar que sólo en territoriode la actual Asturias fueron removidos unos75.000.000 m3 de material aurífero que pro-porcionó en torno a la mitad de los 230.000kg producidos en toda la zona (Sánchez-Palencia & Suárez, 1985: 241). Semejanterentabilidad, favorecida por leyes medias esti-madas, de forma tal vez algo optimista, enunos 3 g / Tm (Quiring, 1935; SáenzRidruejo & Vélez, 1974) animaron la explo-tación masiva de los depósitos en roca y sobrelos placeres rañíferos.

El oro en la Asturias Antigua: beneficio y manipulación de los metales preciosos en torno

al cambio de era

ÁNGEL VILLA VALDÉS

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Fig 1. La explotación de A Freita en las proximidades de Montefurado (Allande).

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ración (Rodríguez Terente, 2006) que deter-minaron su diseminación en la red cristalinade la arsenopirita hasta en un 71 %. Solo alre-dedor de un 20-25 % del oro se encuentralibre en el mineral fresco, el resto, atrapado enla estructura cristalina de los sulfuros por loque la explotación romana se limitó a benefi-ciar la parte superficial meteorizada donde lossulfuros estaban oxidados y el oro libre.

Los yacimientos secundariosDe la erosión de los anteriores resultan

los denominados yacimientos secundarioscuya sedimentación más o menos próxima ala mineralización original en forma de colu-viones, eluviones y placeres fluviales generópor meteorización procesos naturales de con-centración aurífera que facilitaron su tempra-na explotación.

En este grupo se cuentan los aluvionesdepositados como consecuencia de la erosiónde materiales paleozoicos mineralizados. Alsur de la cordillera cantábrica constituyendepósitos muy importantes en los ríos deEría, Duerna, Tera y Sil; en Asturias únicoejemplo de cierta entidad es Navelgas(Tineo). En estos yacimientos se explotaba elbed-rock, horizonte de cantos y arenas que seasienta sobre las rocas paleozoicas en cuyasirregularidades quedaron atrapadas las pepi-tas por su mayor densidad respecto a cantosy arenas, efecto que se acentuó bajo la acciónde una corriente de agua continua.

El oro se presenta en este segundo grupode yacimientos en forma de pepitas, lamini-llas y oro en polvo con pesos que puedenvariar desde varios miligramos hasta los 30-50 g. No obstante, son relativamente fre-cuentes las noticias que refieren el hallazgode piezas extraordinarias en las proximidadesde yacimientos primarios como las acaecidasen Navelgas. En un área muy reducida (nomás de 135 m de extensión), en el que habrí-an de localizarse otras piezas menores, encon-tró María Fernández en 1842 una gruesapepita en forma de placa con un peso de 54onzas (algo más de 1.500 g). Sobre el lugardel descubrimiento añade Paillette “si sobre-viene una buena tronada casi hay seguridadde encontrar en dicho punto algunas pepitasde más o menos consideración” (1853: 34).De hecho, Schulz reseña la aparición en el

distribuye en la zona de contacto entre el gra-nito y la roca encajante, dependiendo suabundancia en un tipo u otro de roca de cualsea más reactiva en las fases hidrotermales.Así, por ejemplo, mientras que en Los Lagosde Silva, en Salave (Tapia de Casariego) o LaOrtosa (Salas) la concentración principal seproduce en el granito, en Carlés (Salas) yBoinás (Belmonte de Miranda) ésta se pro-duce sobre la roca de caja. Es frecuente queestas litologías hayan sido afectadas poste-riormente por fases de mineralización epiter-mal que determinan depósitos de gran rique-za como El Valle, Boinás, La Brueba oVillaverde, en Belmonte de Miranda.

El beneficio antiguo de estos depósitosprimarios se concentró en lugares donde latectónica regional. y la oxidación parcial ototal de los sulfuros, por meteorizaciónhabían propiciado la liberación natural deloro o mineralización supergénica de losyacimientos. De esta forma, el recurso a latostación y otras técnicas metalúrgicas com-plejas, podían reducirse notablemente, limi-tando en buena medida el proceso a trata-mientos mecánicos de trituración, lavado,molienda y fundición. En estas condiciones,los mineros de la antigüedad podían recupe-rar una fracción muy importante del orocontenido en la generalidad de las minasabiertas sobre yacimientos primarios.

La excepción la marcan depósitos comoLa Ortosa y, en especial, Salave. Es éste unyacimiento peculiar desde un punto de vistageológico cuya singularidad ya fue advertidapor Schulz quien creyó reconocer en las “vas-tísima labor abierta” con el concurso de unaacequia de dos leguas y media y varias galerí-as de desagüe al mar, una explotación de esta-ño del “tiempo de los fenicios” (Schulz,1858: 24). Sin duda, la similitud litológicacon otros yacimientos de estaño por él reco-nocidos durante la elaboración entre 1831 y1834 de la meritoria Descripción geológica delReino de Galicia (Marcos, 1989: 12) en losque se reconocía una significativa presenciade albitita le indujeron a considerar unariqueza estannífera hoy definitivamente des-mentida. Lo explotado en Salave fue oro, sibien depositado en unas condiciones efecti-vamente singulares de mineralización y alte-

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recurriendo al derrumbamiento de losmontes. Era, como han señalado diversosautores, un conocimiento eminentementepráctico en el que, aún diferenciando entreyacimientos primarios y secundarios, la cla-sificación se establecía en función delmétodo de extracción y no de la naturalezageológica del sustrato (Perea & SánchezPalencia, 1995: 65).

El bateoLa riqueza aurífera de los ríos del occi-

dente de la región fue conocida y explotadadesde la Prehistoria mediante el bateo, el pro-cedimiento más inmediato para la recupera-ción del metal. De su beneficio son pruebaindirecta el descubrimiento de diversos obje-tos de oro en contextos tumulares, caso delanillo de tiras de La Mata’l Casare, en Lena (deBlas, 1994), la plaquita arrollada en cilindroen la necrópolis de Llagúas, en Boal (García,

mismo lugar, dos años más tarde, de otrapepita de 54 onzas (1858: 27). Muy cerca, enel lugar de Naraval, Roso de Luna hace men-ción a una pepita, ésta de 39 onzas, adquiri-da por Cánovas para el Museo Nacional porcinco mil pesetas y, en Orúa, en el vecinoconcejo de Allande, relata el feliz descubri-miento que, con él mismo de beneficiario, leproporcionó una pieza de tres libras, unos1.500 g, con la que atender las necesidadesde su “no sobrado hogar” (Roso, 2006: 182).

EL LABOREO MINERO: TÉCNICAS EINFRAESTRUCTURAS AUXILIARES

Señalaba Plinio en el siglo I d.C. queexistían tres procedimientos para el benefi-cio del oro según el modo en que éste seencontrara: recogiendo las partículas dise-minadas en forma de pepita en los ríos,mediante pozos que atacasen los filones o

Fig 2. As Gargalellas, en las proximidades de Bustantigo (Allande) donde se procuró el beneficio de materiales detríticosescasamente consolidados de origen aluvial y coluvial.

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al efecto las orillas del río Narcea y el Canero,cuya mayor riqueza está en una extensión decinco leguas, particularmente el paso llama-do en el país Pozo del oro, recogiendo concuidado hasta las arenas que quedan pegadasá las plantas que crecen en sus márgenes,planta conocida allí con el nombre deCarrizo. Echan luego la arena en una artesa ócuencos cónicos, de boca muy ancha, lossumergen en el agua y removiéndolas prime-ro con la mano, para desleir más fácilmentela arcilla que aglutina las arenas, imprimen ála vasija varios movimientos giratorios, sepa-rando con las manos las materias que vienená la superficie hasta que no queda en el fondode la vasija más que las arenas ricas en oro,que recogen luego en una taza ó escudilla.Esta operación la repiten muchas veces hastaterminar el día, reunen todas las arenas asítan toscamente concentradas por este medio,y sobre ellas vierten cierta cantidad de azo-gue, que en el momento verifica la amalga-ción. Recogida ésta la comprimen en un lien-zo para separar el exceso de mercurio queemplean de nuevo, y el que queda dentro dela tela lo evaporan en una cuchara de hierro,

1928: 4), o bien elementos ajustados a tipolo-gías propias de las fases metalúrgicas más pri-mitivas como la “rosca de alambre de oropurísimo” hallada junto a un par de hachasplanas calcolíticas en El Espín, en el concejode Coaña (Acevedo y Huelves, 1900: 362).

El escritor griego Estrabón refiere lapráctica del bateo entre los pueblos prerro-manos de Turdetania y del uso de la amalga-ma con mercurio para la recuperación deloro, técnica que perduraba aún como activi-dad profesional en los ríos asturianos a fina-les del siglo XIX. Fuertes Acevedo la describeen términos similares recordando lo escritopor Plinio en la Historia Natural: “Hoy laextracción de este metal (el oro) se hallasumamente limitada por la escasez con que seofrece; no obstante en épocas determinadas,Agosto y Setiembre en que las aguas estánmás bajas, descienden de la inmediata pro-vincia de Galicia y de la parte occidental deAsturias, varias personas, en cuadrillas deocho ó diez, recogiendo una cantidad sufi-ciente, que vendido ahora en Portugal y ántesen Madrid, les permite sacar un jornal querecompensa algun tanto su trabajo. Recorren

Fig 3. Galerías en Ranón (Valdés), que revelan el uso probable de ruina montium en el ataque de los niveles consolidadosde arcillas, tierra y cantos sobre el talutium de la margen oriental del río Esva o Canero.

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desembocadura del río Porcía, en el concejode Tapia de Casariego (1948: 128), lugar enel que el mineral de hierro explotado entiempos más recientes contenía valores signi-ficativos de oro (Kachrillo, 1974: 65;Domergue, 1987: 416). También se ha pro-puesto su probable utilización en el yaci-miento de Salave, en el que la alta degrada-ción del granito favorecía su aplicación, y enlos yacimientos secundarios que se distribu-yen sobre la margen izquierda del río Ibias,entre Cecos y San Antolín, donde podríanhaberse removido más de 1.000.000 de m3

(Sánchez-Palencia & Suárez, 1985: 233). EnRanón, concejo de Valdés, se documentaronigualmente indicios probables del uso deruina montium en el ataque de los nivelesconsolidados de arcillas, tierra y cantos sobreel talutium de la margen oriental del río Esvao Canero. En 1988, durante las obras dereforma de la carretera N-634, fueron descu-biertas en este lugar varias galerías (Fig 3)excavadas en la gandadia o gangadia, términoindígena utilizado por Plinio para referirse aterrenos auríferos como el descrito, soporta-das por pilares entre arcos y entibado lateralde cantos fluviales cuyo aspecto evoca el rela-to de Carvallo: “La manera que dize Plinotenian para sacar este oro de las entrañas dela tierra, era tan maravillosa, que dize elmismo Autor, sobrepujava à las obras fabulo-sas de los Gigantes. Rompian los montes conminas por grande espacio à la luz de cande-las, las cuales servian de relox, por estar allàmuchos meses, y no les alcançar otra luz delCielo. A estas minas llamavan Arrugias; yalgunas vezes sucedia hundirse la tierra, ysepultar los oficiales, y por esto dexavan vnosarcos, y pilares, que sustetasen las bóvedas, ymontañas de encima.” Los peñascos quehallavan los rompian con fuego, y vinagre, ypor que el vapor los solia ahogar, los rompianà fuerça de braços, y de vnos en otros los ivansacando. Acabada esta obra, bolvianse desdelo vltimo, y rompiendo los pilares que aviandexado para sustentar la obra, hazian señal dehundirse la monataña, de afuera tenian per-sonas que con vozes les avisavan, los obrerosse salian corriendo, y el monte se hundia, yabria con estruendo increibles; y aunque elloscomo vencedores de la naturaleza, estavan

en la cual queda el botón de Oro.” (FuertesAcevedo, 1884: 95).

El reconocimiento de lavaderos de orosobre aluviones es todavía posible en diversostramos de las cuencas de los ríos Narcea,Navia, Porcía y Eo. Una identificación noexenta de controversias pues en muchas oca-siones las formas de relieve originadas poreste tipo de minería no divergen mayormen-te de la producida por agentes naturales.Baste recordar las dudas expresadas por C.Domergue respecto a algunas de las explota-ciones reconocidas por Schulz en las proxi-midades de La Veguina (El Franco) o Pola deAllande (1987: 417). En todo caso algunosejemplos parecen incuestionables, como loslavados de la Sierra de Leiras en la cuenca delEo, las labores de Arancedo y Miudes en elPorcía, As Gargalellas (Fig 2) y San Antolínde Ibias en la cuenca del Navia o las conchasrebajadas en las riberas del Esva a su paso porel valle de Paredes. En este grupo se integraun grupo muy amplio de labores y formal-mente diverso que procuraron el beneficio demateriales detríticos escasamente consolida-dos de origen aluvial o coluvial. Las técnicasempleadas en el lavado de esto sedimentosfueron relativamente simples reexcavando lasvaguadas que de forma natural habían favo-recido el enriquecimiento aurífero, derivan-do el curso de la corriente para desmontar lasterrazas inmediatas o, con mucha menor fre-cuencia, efectuar desmontes en los terrenosmás llanos inmediatos a la costa que pudie-ron, ocasionalmente, dar lugar a labores rele-vantes como ocurrió en A Granda y en Tol,ambas en el concejo de Castropol (Camino& Viniegra, 1993: 146).

Ruina montiumLa utilización de ruina montium no

parece haber sido una técnica frecuente en lasminas asturianas. En sentido estricto seentiende por tal la que procura el abatimien-to de grandes masas de terreno mediante lapresión ejercida en una red suficientementetupida de galerías que se inundaban violenta-mente. Así se cree fueron excavadas las cele-bérrimas Médulas de Carucedo, en León. EnAsturias, Quiring creyó reconocer su empleocomo parte de los trabajos preparatorios parala explotación de la margen occidental de la

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Suárez, 1985: 227) pues el beneficio genera-lizado de los principales depósitos auríferosdel noroeste peninsular sólo podría habersido viable como consecuencia de la madu-ración de procedimientos experimentadosen época republicana en otros territorios.Un saber hacer que sería, en último térmi-no, un “legado de las culturas más avanzadasdel Mundo Antigüo” del que se sirvieronastures y galaicos, “los pueblos más atrasadossocial y culturalmente de toda la Península”(Sánchez-Palencia, 1989: 44). Esta interpre-tación no puede mantenerse hoy con seme-jante rotundidad a la luz de los datos obteni-dos en diversas regiones mineras europeas,incluida Asturias. Así, por ejemplo, en laregión francesa de Limousin, se han estu-diado las minas de Cros Gallet, LesFouilloux y La Fargassière en la que se cons-tata la práctica de minería compleja de inte-rior entre los siglos V-I a.C. y diversos tra-bajos sobre aluviones, de datación impreci-sa, en los que se ya se empleaba la fuerzahidráulica y que prueban el dominio de téc-nicas mineras avanzadas por las poblacionesprerromanas (Cauuet, 1999; Domergue etal. 2006: 135).

mirando la espantosa ruina del monte, nopor esto tenian aun el oro que pretendian, nisabian, quando cabavan la mina, si lo halla-rian, que para meterse en estos peligros tangrandes, bastava el pensar que alli podianhallar lo que deseavan.” (1695: Parte I.Título IV)

La utilización que Plinio hace de voca-blos indígenas como como tasconium (arci-llas blancas), urium (lodo arrastrado por elrío) o los arriba mencionados talutium y gan-dadia, relativos a la naturaleza del terreno,junto a otros con inequívoco significadominero como arrugia o corrugus (canal deagua), apitascudis (concentrado resultantedel desprendimiento de impurezas) y segu-llum (arena aurífera recogida por bateo)podrían indicar un conocimiento muy preci-so de técnicas avanzadas en el reconocimien-to y explotación de yacimientos auríferos porparte de la población local. Esta lectura hasido contestada por determinados autoresque consideran la incorporación de vocabloslocales en la jerga minera de Plinio una con-secuencia inevitable de la participación masi-va de mano de obra indígena en las explota-ciones tras la conquista (Sánchez-Palencia &

Fig 4. Decapados superficiales mediante canales y trincheras paralelas que recorren la ladera que se alza al nortede la braña de Vallinadosa, en la vertiente occidental de la sierra del Palo (Allande). A ellos se superponen los canales

que abastecieron los diversos frentes de explotación de la corta de A Freita.

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cimiento y valoración de nuevos yacimientoscuyo arranque, según Floro inmediato res-pecto al a conquista, exigía un buen conoci-miento de los ríos, de sus placeres más propi-cios y pericia en la recuperación por bateo delsegullum o segutilum.

La explotación de yacimientos en roca oprimarios

La aproximación a los yacimientos pri-marios mediante el rastreo de las cuencashidrográficas debía completarse con la iden-tificación precisa de las rocas mineralizadaspara lo cual se excavaban galerías subterráne-as o se realizaban decapados superficialesmediante canales y trincheras. Se adquiría deesta forma el conocimiento necesario paraestablecer la estrategia adecuada de laboreo yplanificar las infraestructuras indispensablesen el beneficio de la mina. Entre los muchoslugares en que estos trabajos previos son aúnhoy reconocibles pueden destacarse los des-plegados en San Cristóbal (San Martín deOscos), Penas Llongas y la cueva de XuanRata en las proximidades del Montefurado(Allande) o Las Defradas (Cangas delNarcea) (Fig 4).

El abastecimiento del caudal hídriconecesario en la explotación, variable según la

En Asturias, también se han documenta-do trabajos de interior fechados entre los siglosIV-I a.C.. Ocurrió en las minas de la Sierra deBegega, en Belmonte de Miranda, donde larecuperación de maderas integradas en el enti-bado de antiguas galerías hizo posible su data-ción mediante dendrocronología y radiocar-bono (Villa, 1998: 595; Rozas y Cabo, 2002:353). Éstas se abrieron a partir de brechas oxi-dadas en superficie, de fácil reconocimiento yaltísimas leyes (se han registrado valores de500 g/Tm y superiores) cuya explotación y tra-tamiento se presenta, como consecuencia de laintensa alteración del mineral, asequible inclu-so para mineros y fundidores con un horizon-te tecnológico rudimentario.

Sin embargo, el probable beneficio pre-rromano de diferentes tipos de yacimientosauríferos no puede oscurecer un hechoincuestionable como es el que la generaliza-ción y envergadura de las labores mineras enel noroeste peninsular se hace realidad tras laconquista y sólo se justifica como fruto de lainiciativa estatal, como empresa dirigida ycontrolada por la administración imperialcon el fin de garantizar el suministro regularde metal acuñable. No obstante, la experien-cia acumulada por las comunidades localeshubo de resultar imprescindible en el recono-

Fig 5. Depósito instalado sobre el collado de El Palo, al que da nombre (palus, charca o laguna)y del que se sirvieron explotaciones abiertas en ambas laderas de la sierra.

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naturaleza del terreno y el tipo de mineralbeneficiado, era un requisito indispensablepara el arranque de la mina y los procesosmecánicos de extracción, arrastre y lavadoque habrían de permitir la recuperación deloro. A tal fin, debía trazarse una red sufi-ciente de canales de distribución (corrugi),de explotación (emissaria) y depósitos (pisci-nae o stagna) que se aprovisionaban median-te otras canalizaciones dispuestos para elsangrado de laderas o alimentados por pre-sas que drenaban el cauce de arroyos y rega-tos como las instaladas en Corralín deDegaña (Diego Santos, 1977: 78) o sobre elarroyo de Silvañá, en Grandas de Salime(Fig. 5). Los recorridos de estas canalizacio-nes pueden ser de unas decenas de metros oprolongarse durante kilómetros que se sal-van con pendientes inapreciables aún a pesarde los accidentes orográficos comunes en elagreste paisaje de la montaña occidental. Dehecho, muchos de estos canales, conocidosen Asturias como “antigüas” siguieron sien-do utilizadas durante siglos como caminos alfavorecer itinerarios de larga distancia sinafrontar grandes desniveles ni otros obstácu-los topográficos. En condiciones particular-

Fig 6. Tramo subterráneo del canal que abastecía la minade Valabilleiro a su paso por el lugar de Penafurada

(Grandas de Salime).

Fig 7. Explotación en Millara (Belmonte de Miranda). El avance paulatino de los frentes requería la actualizacióncontinua de la red de canales y depósitos pues una parte del sistema era inevitablemente destruido o inutilizado con el

progreso de la mina, generándose de esta forma una tupida trama de infraestructuras a partir de la cual es posiblerecomponer las sucesivas fases del laboreo minero.

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Fig 9. Explotación de Arruñada (San Martín de Oscos).

Fig 8. Croquis en el que se muestra esquemáticamente el procedimiento de laboreo en un yacimiento primario: alteracióntérmica de la roca (1), aplicación del agua para provocar la fractura y arrastre del material abatido

(2), selección y transporte del mineral (3). (Dibujo: Alberto Álvarez Peña).

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alterna del fuego y el agua con lo que se provo-caba la brusca contracción de la roca y su con-siguiente disgregación (Fig 8). En unos casos setrataba de abatir los materiales estériles cubrien-tes o interpuestos, en otros, de atacar directa-mente la roca mineralizada. Ambas aplicacionescuentan con buenos ejemplos en las minas deArruñada (Fig 9 y 10), en San Martín de Oscos,o en Boinás y El Valle, en Belmonte deMiranda (Villa, 2007). El movimiento de tie-rras producido de esta forma fue en todo casode unas proporciones extraordinarias habiéndo-se calculado que en los Lagos de Salave pudie-ron removerse más de 2.000.000 de m3 dematerial, en Monterroso unos 2.500.000, enSan Félix de las Montañas uno 3.000.000, enAblaneda otros 3.500.000, en la Freitarbosamás de 8.000 y en La Freita unos 9.500.000,valores que las sitúan entre las más importantesde la Hispania antigua (Sánchez-Palencia &Suárez, 1985: 233)(Fig 11, 12, 13 y 14).

Estas labores a cielo abierto fueron com-plementadas con trabajos en galería, bien conintención prospectora, bien como formadirecta de ataque a los filones y brechas mine-

mente adversas fue necesaria la excavación detúneles, como ocurrió en el canal que abaste-cía la mina grandalesa de Valabilleiro, en laque su traza discurre subterránea en variostramos (Fig 6). La construcción de infraes-tructuras como las descritas no hubiese sidoposible sin la participación de personal alta-mente cualificado entre los que se suele acep-tar la presencia de topógrafos militares inte-grados, probablemente, en unidades auxilia-res (Sánchez-Palencia & Suárez, 1985: 230).

Una vez asegurado el suministro hidráuli-co imprescindible podía dar comienzo laexplotación. El avance paulatino de los frentesrequería la actualización continua de la red decanales y depósitos pues una parte del sistemaera inevitablemente destruido o inutilizadocon el progreso de la mina, generándose deesta forma una tupida trama de infraestructu-ras a partir de la cual es posible recomponer lassucesivas fases del laboreo minero (Fig 7).

En las minas sobre yacimientos primariosel agua se utilizaba como mecanismo funda-mental en la fragmentación de la masa rocosaque era sometida, una vez socavada, a la acción

Fig 10. Depósito principal de abastecimiento de la mina de Arruñada (San Martín de Oscos).Con una extensión superior a los 2.500 m2 y parapetos con muro central y doble talud que conservan más de 2 m de

altura, pudo acumular un volumen próximo a los 5.000 m3 de agua.

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Fig 11. Conjunto de Bustantigo (Allande) en el que se suceden los trabajos de laboreo minero sobre la ladera oriental yfondo del valle. Los frentes más destacados en la imagen se corresponden con A Cárcoba Blanca (Izda.) y la de A

Freitarbosa (dcha.).

Fig 12. Explotación de Monterroso, en Las Defradas (Cangas del Narcea) donde se ha estimado un movimiento dematerial de unos 2.500.000 de m3. Constituye junto con las labores de occidente allandés una de las mejores muestras de

la minería romana en Asturias.

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hasta ahora se había sospechado si se conside-ran los recientes descubrimientos en las minasde Carlés, La Brueba del Courío o Boinás.

En Carlés, donde la ausencia de cualquierindicio de trabajos de interior, pozos o galerí-as avalaba el carácter abierto de la explotaciónromana, el control arqueológico que de mane-ra ininterrumpida acompañó los trabajos dedecapado y excavación de la moderna explota-ción propició el descubrimiento de varias gale-rías y otras infraestructuras mineras que hanmejorado la comprensión de las antiguas labo-res (Villa & Fanjul, 2006). Una de ellas seabría en una zona de falla que había favoreci-do la alteración del skarn mineralizado. Susección, muy regular en todo el trazado ronda-ba los 2 m de altura en algunos tramos. En suinterior pudieron identificarse evidenciasgeneralizadas del uso de picos y punterolas. Endeterminados tramos, la galería fue revestidacon muros que, al tiempo que reforzaron suestructura, evitaron la evacuación de un volu-men respetable de estériles. Finalmente algu-nas digitaciones en los estratos argilíferos afec-tados indicaban la extracción de arcilla parafijación y soporte de la iluminación, al mododescrito por Dory en 1893 en las minas pre-históricas de cobre del Aramo (de Blas, 1998:90). En esta galería se recogieron fragmentosde sus primitivos entibados cuya datación porradiocarbono comprende una horquilla tem-poral que se extiende entre el cambio de Era ymediados del siglo III (Villa, 2005: 205). La

ralizadas. El recurso a la minería de interior,lejos de ser una solución ocasional en unambiente en el que el cielo abierto se recono-cía como procedimiento casi excluyente, pudohaber sido mucho más frecuente de lo que

Fig 14. Ladera occidental de la Sierra del Palo (Allande). Sobre otras explotaciones menores destaca la corta de A Freitapara cuyo beneficio fue necesario trazar una densa red de canales y depósitos que constituyen la muestra más expresiva

y asequible de la pericia técnica alcanzada por los mineros del oro en época romana.

Fig 13. El Bachicón de Fresnedo (Allande). La grandiosatrinchera que corta el cordal se sirvió de una red hidráulicaque, abastecida desde la sierra de Los Lagos, distribuía el

agua sobre la explotación mediante varios canalesconvergentes en un depósito de cabecera (arriba dcha.).

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datación no fue posible en el resto de galeríasdocumentadas, si bien compartían el objetivocomún de alcanzar a través de la masa grano-diorítica la banda de skarn, disponer de mor-tajas para el encaje de ademes en el piso y pare-des sobre las que se conservaban por doquierlas cicatrices provocadas por la herramientacon que se excavaron.

Las labores de la La Brueba del Courío,en Belmonte de Miranda, modelan el colladoque se abre entre el cordal del Courío y laSierra de Begega, marcando la divisoria de lascuencas hidrográficas de los ríos Narcea yPigüeña. Las cortas se concentran a lo largode unos 300 m sobre ambas laderas, desde lafalda de la montaña hasta los 800-825 m dealtitud y cortes verticales que alcanzan los 150m de profundidad. Al pie de las mismas sedistingue una bocamina cegada en su mismaentrada. Estas labores, junto a otras menoresque no parecen haber superado la fase deexploración, convergen en el fondo de valle,sobre el cauce donde desembocan los arrastresde cada sector. Es este punto tiene su naci-miento el arroyo de Llamborrosa, afluente delrío Narcea, cuyo hidrónimo sirvió para deno-minar el conjunto en la única descripción

Fig 16. Galería en Boinás (Belmonte de Miranda).Trabajos de interior que se desarrollaron sobre la base del

terciario, en materiales calcáreos estériles e inmediatos a losprincipales cuerpos mineralizados siguiendo conductoscársticos acondicionados para la exploración. El vanoregularizado presenta en torno a 1,10 m de altura por

0,90-1,20 m de amplitud en techo y base respectivamente.

Fig 15. La Brueba del Courío (Belmonte de Miranda). Explotación que se abre al norte de la Sierra de Begega donde secombinaron trabajos de interior y a cielo abierto. Su densa red de canales y depósitos ilustra la secuencia del laboreo

minero cuyo progreso implicó la paulatina inutilización y modificación de la trama de canales y depósitos.

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Las explotaciones de El Valle y Boinás,también en el concejo de Belmonte deMiranda, se localizan sobre el extremo suroc-cidental de la sierra. El oro se encuentra aquíasociado, en su mayor parte, con brechas jas-peroides y skarns oxidados1. Las explotacio-nes romanas se distribuyen sobre un área deunas 100 Ha, superficie sobre la que se des-perdigan innumerables labores de prospec-ción y beneficio (Villa, 2007).

En función de los diversos procesos demineralización zonal se aplicaron estrategiasespecíficas de laboreo. En determinados secto-res, donde la explotación atacó brechas post-mineral derivadas del proceso tardío de fractu-ración y oxidación, hubo de afrontarse el des-monte individualizado de cada afloramiento.Tal es el caso de El Valle y el sector occidentalde Boinás, donde la huella de la actividadextractiva se fosilizó sobre el paisaje en formade pequeñas conchas y depresiones puntualessobre la ladera y fondo de valle. No obstante,el beneficio de estos depósitos pudo haber sidomucho más complejo que el inicialmente esti-mado una vez descubiertos los trabajos deinterior que se desarrollaron sobre la base delterciario, en materiales calcáreos estériles einmediatos a los principales cuerpos minerali-zados, siguiendo conductos cársticos acondi-cionados para la exploración (Fig 16). Enotros casos, por ejemplo en el sector orientalde Boinas, los afloramientos del cuerpo mine-ralizado principal permitieron afrontar subeneficio con el desmonte masivo de las cali-zas cubrientes y la excavación de galerías,tanto sobre la mineralización principal comoen zonas de contacto con brechas polimícticasde oxidación intensa y ricas en goetitas, jaspesy ocasionalmente cobre nativo. El colapso endeterminadas zonas de la mina generó condi-ciones propicias para la preservación de lamadera sin alterar la estructura del entibado.En el tramo mejor conservado, los ademes sedistribuían en nueve cuadros dispuestos a

publicada (Domergue, 1987: 430). Unacompleja red hidráulica auxiliar abasteció lostrabajos mineros que aún es posible restituiren su trama fundamental de canales y piscinae(Villa, 2007) (Fig 15).

Los sondeos geológicos también alcanza-ron aquí labores de interior hasta entoncesdesconocidas y se recogieron muestras delmaderamen de dos galerías localizadas entrelos dieciocho y treinta metros de profundi-dad. En ambos casos discurren a través de unabrecha con mineralización aurífera de natura-leza epitermal similar a la de El Valle. La data-ción de este par de muestras (Beta-143511 yBeta 143512) refrenda las obtenidas en ElValle y Boinás al denunciar la antigüedad delos trabajos cuyo inicio ha de remontarse,necesariamente, a fechas antiguas, con todaseguridad anteriores al cambio de era.

Fig 17. Galería entibada en Boinás (Belmonte deMiranda). El colapso en determinadas zonas de la minageneró condiciones propicias para la preservación de la

madera sin alterar la estructura del entibado. En el tramomejor conservado, los ademes se distribuían en nueve

cuadros dispuestos a intervalos irregulares de 1,00 a 1,30 metros.

1 Guillermo Schulz destaca las dimensiones de estas antiguaslabores aunque atribuye su apertura al beneficio del cobre(Schulz, 1858: 41). Cuentan con breves referencias en labibliografía especialidada tanto las cortas mineras (Sánchez-Palencia y Suárez, 1985: 223) como la red hidráulica auxiliar(Domergue, 1987: 430).

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Fig 20. Maza de Porcía (Tapia de Casariego). Se trata deuna especie de maza asimilable a las maillets à rainure queson consideradas un producto inequívoco de la Edad delBronce, aspecto muy sugerente si se considera el reciente

descubrimiento de horizontes de fines de este periodo en elvecino castro de El Picón de La Coroza.

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Fig 19. Entre el instrumental recuperado en contexto minero, las piezas más abundantes son los morteros de cazoletamúltiple fabricados sobre voluminosos cantos de cuarcita. Eran utilizados para la trituración y molienda del mineral. Se

conocen cuatro ejemplares en Asturias: Fresnedo, en Allande (1); Pousadoiro y Cecos, en Ibias (2-3) y Salave (4).(Dibujo: Sánchez-Palencia, 1985).

Fig 18. Piezas pertencientes al grupo de dolabraerecuperadas en la explotación de Carlés (Salas).

Tipológicamente se ajustan a los tipos bipennis (hacha dedoble filo) y securis (hacha-martillo).

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favorables para garantizar su vinculacióninequívoca con el trabajo en las minas. Setrata de dos piezas pertencientes al grupo dedolabrae (Fig 18) que formaban parte habi-tual de la impedimenta legionaria, segúnrecoge Flavio Josefo, sirviéndose de Polibio,en su excurso sobre el ejército romano (Debello judaico II, 95). Fueron descubiertasdurante la excavación arqueológica de uncanal abierto sobre los niveles superiores delskarn mineralizado, en contacto con los hori-zontes que sellaron la última fase de laboreo(Villa & Fanjul, 2006). Tipológicamente seajustan a los tipos bipennis (hacha de doble

intervalos irregulares de 1,00 a 1,30 m (Fig17). Cada uno de ellos estaba constituido porun puente apoyado a rebajo sobre hastiales fir-memente asentados sobre la base de la galeríacon cuñas y gruesos tacos de madera. Laestructura de cuadros se estabilizaba mediantecarreras entre las que se distribuyen larguerosy ripio menudo. El tipo de madera predomi-nante entre las piezas recuperadas es el robleaunque también se utilizaron algunas piezasde castaño (Rozas & Cabo, 2002).

Instrumental en las minas de oro de AsturiasLa realización del trabajo minero requi-

rió en cada una de sus fases una panoplia ins-trumental específica de la que apenas se hanconservado testimonios. La evidencia másgeneralizada son las huellas de la herramien-ta metálica empleada en la excavación degalerías y túneles. La impronta de picos ypunterolas es visible en muchos de los traba-jos de interior como las galerías excavadas engranito de Carlés (Villa & Mosteirín, 2006)o en las paredes de los tuneles de Penafuradaen Grandas de Salime.

Por desgracia, el repertorio de piezasconservadas es muy inferior y apenas repre-sentativo de la diversidad del utillaje disponi-ble. De las herramientas metálicas muy pocasha llegado hasta nosotros aunque por fortu-na lo han hecho en las circunstancias más

Fig 21. Las Escorias, El Valle (Belmonte de Miranda). Vista general del conjunto metalúrgico durante la excavación.

Fig 22. Horno metalúrgico en Las Escorias, El Valle(Belmonte de Miranda).

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cuatro los ejemplares conocidos. Dos deellos proceden del concejo de Ibias, la pri-mera de la localidad de Cecos y la segundade Pousadoiro. Un tercer ejemplar, éste tra-bajado bifacialmente, se localizó en las pro-ximidades de Fresnedo, en Allande (Fig 19).La última pieza incorporada a este cortoinventario fue la descubierta en Salave2. Seencontraba semienterrada e incompleta en latrinchera que delimita el asentamientominero de Castreda hacia poniente y que, enla actualidad, sirve de acceso a la playa de ElFigo. Conservaba tres entalladuras que, pro-bablemente, se completasen con otra en elfragmento desprendido.

Finalmente debe mencionarse una pieza,extraña en el repertorio instrumental antiguo,localizada a decir de su propietario en las minas

filo) y securis (hacha-martillo), un instru-mental que bien pudo haber sido utilizadoen la excavación de la zanja, abierta en unsustrato de escasa competencia como la gra-nodiorita de Carlés o en su posterior adapta-ción como canal de lavado.

Entre el instrumental recuperado encontexto minero, las piezas más abundantesson los morteros de cazoleta múltiple fabri-cados sobre voluminosos cantos de cuarcita.Eran utilizados para la trituración y molien-da del mineral si bien esta cuestión fue moti-vo de polémica años atrás al haberse consi-derado más probable su empleo alternativocomo canal de decantación (SánchezPalencia, 1985 y 1989). Estos peculiaresmetates poseen, en los ejemplares comple-tos, cuatro mortajas dispuestas en línea sobreuna o dos de sus facetas. Las entalladurasofrecen dimensiones variables entre los 150y 250 mm de abertura máxima y una pro-fundidad nunca superior a los 70 mm. Son

Fig 23. Inscripción funeraria dedicada a la joven Bodocenahallada en Villaverde (Belmonte de Miranda).

Fig 24. Piezas de terra sigillata gálica y vidrio recuperadasdurante la excavación del conjunto metalúrgico

de Las Escorias que prueban, sumadas a otras evidencias,la inutilización de las instalaciones hacia mediados

del siglo I d.C.

2 Comunicada su existencia por D. Segundo de Balmorto, lapieza fue identificada por el autor durante los trabajos deseguimiento arqueológico de la campaña que la empresaminera Newmont desarrolló en Salave (Villa, 1991).

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de las instalaciones metalúrgicas de LasEscorias, inmediato a las explotaciones de ElValle y Boinás hizo posible una primera apro-ximación a los procesos de tratamiento delmineral, hasta entonces inéditos en Asturias.En este lugar fueron decapados unos 4.000 m2

sobre los que se distribuían varios hornos, uncanal de lavado de traza lineal que aprovecha-ba la pendiente natural del terreno como fuer-za motriz y varias cubetas, excavadas en unterreno habitualmente inundado y colmadasde minerales sulfurosos con leyes de 6-8 g/Tm,sometidos tal vez a un proceso de lixiviadonatural (Fig 21 y 22). Las instalaciones cayeronen desuso hacia mediados del siglo I d.C.

SOBRE LA ANTIGÜEDAD DE LASEXPLOTACIONES, LA TECNOLOGÍA Y LA

MANO DE OBRA EN LAS MINAS

Como se puede observar, los datos expues-tos, acumulados en estas últimas décadas deinvestigación, sugieren que la implantacióngeneralizada de la minería del oro que se cono-ció en la Asturia trasmontana durante los pri-

de Porcía, ricas en mineral de hierro que fueexplotado en época contemporánea pero dondese advierten indicios de probable explotaciónantigua. Se trata de una especie de maza confilo dotada de una amplia ranura para elenmangue (35 mm aprox.), con talón plano ysección triangular que remata en un filo defacetas biseladas. Morfológicamente poseeparalelos en piezas tipificadas como maillets àrainure en la mina cordobesa de El Piconcillo yson consideradas un producto inequívoco de laEdad del Bronce (Domergue, 1990: 125). Talantigüedad para estas explotaciones es descon-certante, si bien abre un campo de investiga-ción muy sugerente, más si se considera elreciente descubrimiento de horizontes de finesde la Edad del Bronce en el vecino castro de ElPicón de La Coroza (Villa, 2007) (Fig 20).

A pesar de que la literatura minera recogemuchas noticias relativas a la aparición de esco-rias, hornos y otros subproductos metalúrgicosen el entorno de las labores de época antiguano se había documentado instrumental algunorelacionado con los procesos de reducción yfundición. Sólo el reciente descubrimiento de

Fig 25. La Brueba del Courío (Belmonte de Miranda). Las fechas obtenidas a partir de maderas procedentes de trabajosde interior en diversas labores mineras de la Sierra de Begega indican que éstas pudieron comenzar a suministrar oro

a las arcas imperiales en un momento sorprendentemente temprano, tal vez anterior al cambio de Era.

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Grecia y su sofisticado procedimiento pararecuperar el oro que no se ha identificado enningún otro lugar durante la Antigüedad(Domergue et al., 2006: 143-144).

En Asturias el origen romano de los cas-tros occidentales se mantuvo durante añoscon enorme predicamento. La explotaciónimperial de las minas de oro se presentabacomo causa hasta tal punto decisiva en laorganización de los territorios sometidos quellegó a ser considerada germen del pobla-miento castreño de la región (Carrocera,1995: 59). En realidad, la integración en elmundo romano se consuma en los pobladosfortificados de Asturias sin evidencias de des-trucción generalizada que pueda atribuirse ahechos relacionados con las guerras de con-quista. Tampoco en los castros de zonasmineras se advierten muestra alguna de des-trucción más o menos sistemática, sino, alcontrario, la pervivencia de un aparentearcaismo, caracterizado por el conservaduris-mo formal de la arquitectura, el menaje o lacontinuidad de los asentamientos, a los quesólo de forma sutil, avanzando el siglo I d.C.,se incorporarían los ajuares y patrones cultu-rales del mundo romano. Fue esta aparentecontinuidad en la cultura material la que des-

meros siglos de la Era es un fenómeno en cuyagénesis se enredan factores de naturaleza muydiversa y en el que el interés de Roma por apo-derarse de un territorio con recursos extraordi-narios es causa generadora pero no excluyente.En el panorama que ahora empieza a dibujar-se, las comunidades indígenas parecen haberdesempeñado un papel activo y estimulante enel desarrollo de técnicas minera experimenta-das en otras regiones peninsulares, pero desdeluego no eran ignorantes de sus recursos ni delos procedimientos suficientes (a su demanda)para conseguirlos. En este sentido, resulta muypertinente la observación de C. Domergue res-pecto a la diferencia, no siempre atendida, queexiste entre el conocimiento ancestral generadode forma autónoma ante problemas y circuns-tancias similares en lugares diferentes y lassoluciones técnicas específicas con que éstos seresuelven. Mientras que el primero, aplicado ala minería, consiste en un cúmulo de procedi-mientos de carácter “universal” que, por ejem-plo, explica que todos los yacimientos de sílexconocidos en contexto neolítico hayan sidoexplotados de la misma manera, la segunda sepresenta como respuesta original cuyo tiempoy lugar de origen pueden ser rastreados. Es elcaso de los lavaderos planos de Laurion, en

Fig 26. Áureo de Vespasiano (Sotodel Barco) y denario de Augusto

(Chao Samartín, Grandas deSalime). Octavio Augusto promovió

en el año 23 a.C. la reforma quehabría de establecer el oro y la plata

como patrón monetario. Taldecisión implica el conocimiento

cierto de las extraordinarias reservasauríferas trasmontanas adquirido o

definitivamente corroboradodurante los años de conflicto con

los pueblos norteños.

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del III milenio a.C. (de Blas, 1998: 92). Nohay razones de orden técnico para considerarinaccesible el beneficio de determinadosdepósitos, de fácil reconocimiento y altasleyes, a los mineros prerromanos, pues elgrado de oxidación en buena parte de losafloramientos no exige un tratamiento meta-lúrgico complejo que pudiera considerarseinasequible para talleres con un nivel tecno-lógico rudimentario. En este contexto debenentenderse las labores subterráneas de Boinásdonde las dataciones C-14 centradas en lossiglos III-II a.C. se superponen a las obteni-das en maderas reutilizadas en los entibadosdel siglo I d.C., cuya antigüedad se remonta,en fechas dendrocronológicas, a los años 177y 29 a.C. (Rozas y Cabo, 2002: 353). Laconjunción de mano de obra experimentadaen el trabajo de las minas con yacimientos deenorme riqueza justificaría en el caso de lasminas belmontinas el desarrollo tempranodel beneficio imperial que habría de exten-derse posteriormente a las cuencas auríferasdel occidente de la región.

Los investigadores que han tratado elcomienzo de la actividad minera romana en

lumbró la interpretación arqueológica hastaconsolidar el periodo romano como repre-sentación genuina del mundo castreño(Fernández-Posse, 1998: 266) cuando, enrealidad, era el crisol en el que se fraguabanlas transformaciones sociales que habrían deconducir, en pocas décadas y de manera irre-versible, al fin de aquella cultura. En ciertaforma, algo similar está ocurriendo en elámbito de la minería del oro. Las pruebasque denuncian la puesta en práctica de cono-cimientos técnicos suficientes que hicieronposible explotar yacimientos auríferos duran-te la Edad del Hierro son hoy bastante con-sistentes. Los datos arqueológicos confirmanla continuidad espacial de esta actividadcomo reflejo de la inmediata integración dela comunidad indígena, portadora de unbagaje tecnológico secular, en el sistema pro-ductivo imperial.

En realidad, la destreza en el reconoci-miento y beneficio de recursos mineralesmediante trabajos de interior no debe pre-sentarse como un acontecimiento extraordi-nario en una región en la que la tradición dela minería metálica se remonta a mediados

Fig 27. Epígrafe de Monte Castrelo de Pelóu (Grandas de Salime). Inscripción en la que se registran entre 40 y 50 individuos. Es interpretado como un censo o tabula censualis, en el que se enumeran los individuos

o grupos familiares sometidos a contribución en el territorio asignado al castellum.

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sorprendentemente temprano, tal vez ante-rior al cambio de Era, si se considera que lasdataciones obtenidas tanto de las maderas dela galería como del carbón recogido en lasinstalaciones metalúrgicas corresponden, ensu ámbito respectivo, a fases avanzadas dellaboreo o inmediatas al abandono de la acti-vidad que allí se realizaba. Esto implica, paramejor aval, una significativa aproximación alrelato de Floro (II, 33, 54-60) cuando afir-ma, en palabras de M. Pastor, que “inmedita-mente después de la pacificación o, mejoraún, del sometimiento militar, de los pueblosseptentrionales –cántabros, astures y galai-cos–, Augusto ordenó que se explotasen lasminas de oro de Asturia y Gallaecia, siendoempleados en estos trabajos los propios habi-tantes del territorio” (1977: 250). De tal cir-cunstancia también puede concluirse queRoma tenía conocimiento cierto de lasimportantes reservas auríferas trasmontanas yde la capacidad técnica de sus gentes cuando,aún sin concluir el sometimiento de laregión, el propio Augusto promueve en elaño 23 a.C. la reforma que habría de estable-cer el oro y la plata como patrón monetario(Fig. 26). Tal medida sería incomprensiblesin conocer el potencial minero de las mon-tañas del occidente astur (García-Bellido,2002: 23-24) y en un contexto general mar-cado por la crisis financiera provocada por lapiratería, las guerras en Oriente, las confisca-ciones de Sila y la “infame explotación de losbanqueros romanos” (Pastor, 1977: 251).

Tras la conquista y delimitación de lascircunscripciones administrativas con suscorrespondientes cargas fiscales, es probableque la tributación con metal, o en su defectocomo mano de obra en el laboreo minero,pudiera formar parte de las prestaciones omunera de la civitas. A lo largo del siglo I seadvierte la agregación de atributos y cometi-dos en determinados poblados con tradiciónde centralidad que evidencian su consolida-ción como centros administrativos relevan-tes, a modo de caput civitatis, y, por consi-guiente, receptores de las cargas fiscales esta-blecidas sobre las comunidades adscritas a suterritorium (Villa, 2009b). Se pueden com-prender así, a pesar del riguroso control ejer-cido por el estado sobre el oro, los frecuentes

Asturias coinciden en considerarla una con-secuencia de un proceso integrador que sóloa partir de época flavia alcanzaría en estaregión las condiciones idóneas para su des-arrollo como actividad industrial a granescala (Diego, 1977: 82; Fernández Ochoa,1982: 103; Sánchez-Palencia y Suárez,1985: 236; Domergue, 1990: 205; Santos,1991: 222; Maya, 1990: 211; Camino yViniegra, 1993: 150; Carrocera, 1995: 59).Éste, resultaba, en principio, un marco tem-poral razonable para el conjunto de lasexplotaciones asturianas como también loera para la las de El Valle-Boinás que, a faltade otras evidencias arqueológicas, resultabaindirectamente avalado por la inscripción deVillaverde en la que se menciona el castelum(…) agubrigense (Fernández Mier, 1995:371), fórmula epigráfica propia del siglo Id.C. y habitualmente vinculada con paisajesmineros (Fig 23).

Hoy poseemos información suficientepara revisar esas estimaciones y acotar conmayor precisión el periodo de vigencia deestas labores. En primer lugar contamos conlos registros obtenidos en el centro metalúr-gico de Las Escorias, en las minas de El Valle-Boinás. El ajuar, recuperado en los horizon-tes de ruina del complejo, está compuestopor algunos fragmentos de terra sigillata gali-ca, formas Drag. 29 y Drag. 18 y un vaso devídrio con forma Ising 12 que indican unabandono muy temprano de las instalacio-nes, pues todas ellas son producciones cuyacirculación se vería bruscamente disminuidaa partir de época flavia (Menéndez &Sánchez, 2009) (Fig 24). Esta primera esti-mación fue corroborada por las datacionesC-14 obtenidas a partir de restos de combus-tión que confirmaban el fin de actividadmetalúrgica hacia mediados del siglo I y lasestimadas por dendrocronología a partir delos adames de castaño y roble de una mismagalería que revelaron una evidente correspon-dencia en las series de crecimiento hasta sucorta simultánea, realizada en el año 56 d.C.(Rozas y Cabo, 2002: 353).

En consecuencia, todo parece indicarque las labores mineras de la Sierra de Begega(Fig. 25) pudieron comenzar a suministraroro a las arcas imperiales en un momento

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guos asentamientos castreños o castella. Estaes la organización reconocida en torno al cas-tro de Chao Samartín, posible capital de lacivitas Ocela, en cuyo territorio se localizanimportantes labores mineras y algunos castrosvinculados tradicionalmente con su explota-ción. Uno de ellos, Monte Castrelo de Pelóu,por diversas razones (entre las que se contabael empleo de la fuerza hidráulica en la excava-ción de sus fosos), es mencionado con reitera-ción como paradigma de castro de fundaciónromana y orientación específicamente mine-ra, en este caso, con el supuesto encargo demantener operativa la red hidráulica queabastecía las minas de Valabilleiro. Hoy pode-mos afirmar, vistos los resultados aportadospor su excavación, que tal vinculación es sólocircunstancial, que su fundación se remonta,cuando menos, a comienzos de la SegundaEdad del Hierro, que su ocupación altoimpe-rial se desarrolla exclusivamente durante elsiglo I d.C. y que ésta fue encomendada, no apoblación minera, sino a una pequeña unidadauxiliar, probablemente de caballería. Ademásde algunas armas, entre las que se cuenta unadaga legionaria, se recuperó un interesanteepígrafe, inscrito con letra cursiva sobre piza-rra, en el que se mencionaban entre 40 y 50individuos (Fig 27). El texto es interpretadocomo documento de naturaleza administrati-va, a modo de tabula censualis (Villa et al (deFrancisco et al., 2009: 244).

Desde entonces, el poblamiento castreñoy la minería aurífera se muestran como fenó-

hallazgos relacionados con la manipulaciónde este metal en lugares como el ChaoSamartín o, más recientemente, San Chuis,que sumaban de está forma a los atributos decapitalidad el de officinae metallorum (condi-ción propuesta para establecimientos derango secundario desde los que se ejercería deforma efectiva el control técnico), la supervi-sión administrativa de las zonas mineras y larecepción del oro producido en las explota-ciones del entorno. Fue éste el proceso quehabría de regular la organización de los terri-torios sometidos, una empresa temprana queno se hizo esperar tras la conquista comodemuestra el Edicto de Augusto (15 a.C.),documento en el que se constata la diligenciade los agrimensores imperiales en la valora-ción de los recursos y consiguiente aplicaciónde cargas impositivas apenas finalizada lacontienda (Mangas, 2001:53).

En estas circunstancias, lo más probablees que la mano de obra involucrada en laexplotación de las minas de oro bajo dominioromano fuese principalmente poblaciónlocal, gentes castreñas que desempeñarían sutrabajo como aportación al pago de las cargasestablecidas por la administración romanasobre cada civitas. Todo parece indicar queestas labores se realizaron, al menos duranteuna buena parte del siglo I, bajo un estrictocontrol militar cuya presencia, segmentada enpequeñas unidades, se distribuye entre el cen-tro político-administrativo de la civitas, y for-tificaciones menores establecidas sobre anti-

Fig 28. Botones y salpicaduras de oro en recipientes cerámicos procedentes de los castros de Chao Samartín (Grandas de Salime) y San Chuis (Allande).

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LA MANIPULACIÓN DE LOS METALES

PRECIOSOS: LA ORFEBRERÍA

Las piezas metálicas están presentes enel ajuar de los castros desde los horizontesde ocupación más antiguos. Las primerasevidencias de actividad metalúrgica, locali-zadas en el castro de Camoca (Camino,2005: 90) se remontan a los siglos VIII-VIa.C. y participan de una tecnología comúna toda la fachada atlántica europea que hadejado un representativo rastro en nuestroscastros tanto en manufacturas como en ins-trumental y subproductos de la actividad delos fundidores.

Orfebres y fundidores. Documentaciónarqueológica

Los artesanos castreños practicaron unaorfebrería heredera de las técnicas experi-mentadas durante siglos por sus predeceso-res. Ha sido definida, en términos técnicos,como la síntesis entre los ámbitos tecnológi-cos atlántico y mediterráneo, el primerobasado en el vaciado de la cera pérdida y el

menos indisociables, resultado ambos delempeño estatal por garantizar el abasteci-miento regular del fisco. Roma propicio,manu militari durante las primeras décadas ycon el apoyo de las aristocracias locales des-pués, la perduración del castro como asenta-miento preferente si bien mudando su natu-raleza, en origen defensiva y autárquica, porotra funcionalmente dependiente de laestructura administrativa impuesta porRoma y su relación con la implantacióngeneralizada de la actividad minera. Cuandoeste apoyo decline a fines del siglo II lasminas y los castros del occidente de Asturiasconocerán su ocaso definitivo. Sin embargo,la formidable actividad pública generadadurante estos siglos como consecuencia de laactividad minera, la participación del ejércitoy la singularidad fiscal del noroeste, habría detener su influencia en muchas de las reformasconducentes a proporcionar estabilidad y efi-cacia en el gobierno y administración deestos territorios durante los siglos posteriores(Fuentes, 1996: 214).

Fig 29. Crisoles y recortes de tortas de plata del castro de Chao Samartín (Grandas de Salime).

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Chao Samartín la manipulación metalúrgicadel oro y la plata, iniciada durante la Edaddel Hierro, se prolongó bajo dominio roma-no como consecuencia de la capitalidad queel poblado ejerció sobre el territorio circun-dante, la civitas Ocela, rico en minas de orointensamente explotadas durante los siglos Iy II d.C. En su condición de caput civitatis,el Chao Samartín se habría convertido enreceptor del metal para su última afinaciónantes de su envío a la capital administrativadel conventus.

La evidencia más antigua de la manipu-lación de oro en el castro es un fragmentocerámico que conserva, entre la costra deimpurezas adheridas a su cara interna, variosgránulos de oro, además de restos de plata ycobre. Forma parte de un conjunto metalúr-gico de cierta relevancia que se encontrabacontenido entre las ruinas de la gran casa deasamblea y la sauna, ambas construidas fren-te a la puerta del poblado. Sin duda fue ésteun espacio singular al que cabe suponer, dadala excepcionalidad de los edificios, un papelciertamente notable en la liturgia social de lacomunidad. Allí se recuperaron abundantesrestos de fundición: escorias, lingoteras y cri-soles fragmentados. A este significativo con-junto deben añadirse algunos fragmentos demoldes para sítula y una pequeña pizarra encuya superficie habían sido grabadas las figu-ras de dos caballos enfrentados por el lomo.

segundo en la soldadura, al que se añadiríansoluciones ornamentales originales como laestampación (Perea & Sánchez-Palencia,1995: 37). Su origen debe rastrearse en laevolución que desde época calcolítica, a par-tir de láminas de oro batidas, habría de con-ducir a la elaboración durante la EdadBronce de piezas macizas mediante la técni-ca de la cera perdida, en cuya fabricación seconstata el uso de torno tanto para el mode-lado de la matriz en cera como en el pulidodefinitivo de la pieza metálica (Armbruster& Perea, 1994). Esta técnica, que en otrosterritorios peninsulares cayó en desuso a par-tir del siglo VII a.C., se mantuvo vigente enel noroeste conviviendo desde entonces y,fundamentalmente a partir del siglo IV a.C.,con tratamientos metalúrgicos importadosdesde oriente de mano fenicia que permitíanfabricar joyas ligeras, huecas, constituidaspor elementos independientes soldados ydecoradas mediante filigrana y granulado loque, como señala A. Perea, “implicaba unprofundo conocimiento del comportamien-to del metal, sus aleaciones, sus distintospuntos de fusión, y un perfecto control de latemperartura” (Perea, 1990).

Por el momento, sólo un yacimiento, elChao Samartín, ha proporcionado testimo-nios del trabajo de los orfebres castreños sibien, en fechas recientes, se ha identificadoalguna esperanzadora evidencia en el castrode San Chuis, en Allande (Fig 28). En el

Fig 30. Piedra de toque del castro de Chao Samartín(Grandas de Salime). Fabricada a partir de un canto de

lutita era utilizada para valorar la ley del metal.

Fig 31. Conjunto de 15 pesas de bronce decoradas conmotivos geométricos obtenidos por incrustación de hilo

de cobre. Proceden del castro de Chao Samartín(Grandas de Salime).

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ticos) recuerdan inevitablemente la iconogra-fía desarrollada sobre la celebérrima diademade Moñes en la que, de una u otra forma,todos estos elementos se encuentran presentes.

Las dataciones absolutas remontan el depósi-to a comienzos del siglo IV a.C. La atmósfe-ra que evocan los objetos y espacios que aquíconcurren (sítulas, caballos, oro y ritos acuá-

Fig 32. Diademas-cinturón de Vegadeo. En la imagen de 1925 tomada por Artiñano aparecen, de arriba a abajo,la conservada en la Fundación Lázaro Galdiano, la de la colección Lafora y la custodiada en el Museo Arqueológico

Nacional (García Vuelta, 2007: 189). En color, reverso de esta última (Foto: Óscar García Vuelta).

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que apoye su posible fabricación en el pobla-do. No ocurre así en el caso del oro y de laplata cuya manipulación metalúrgica estáampliamente documentada en horizontes delos siglos I y II de la Era. Los testimonios deesta actividad se distribuyen por varios secto-res del poblado. Son principalmente frag-mentos cerámicos, crisoles y vasijas comunesque conservan adheridas a sus paredes peque-ñas salpicaduras metálicas, algunas herra-mientas (tenazas de fundición), tortas deplata y minúsculos recortes de oro.

Además de los elementos industrialesmencionados, existen en el Chao Samartínotros, de uso no estrictamente metalúrgico,que hubieron de resultar imprescindiblesen el intercambio y valoración de los meta-les preciosos. Es el caso de una piedra detoque obtenida a partir del pulimento deun canto de lutita (Fig 30). El uso de estasraras herramientas se conoce en Europadesde la Prehistoria y está excepcionalmen-te documentado en la Antigüedad gracias ala minuciosa descripción que de ellas haceTeophrastos en su tratado de mineralogía,parcialmente reproducido por Plinio en laHistoria Natural, y a cuyas característicasgenerales se ajusta nuestra pieza. Con lamanipulación de metales preciosos debe

Por lo que al tratamiento específico de laplata se refiere, son varias las tortas de fundi-ción recuperadas que, en su mayor parte,aparecen recortadas y conservan ocasional-mente el ojal de suspensión. Una presenciaésta la de piezas de plata siempre sugerentepues, como recuerda Parise, en su tránsito deobjeto preciado a valor de cuenta, en la con-versión de estas pequeñas masas de metal enmedida cuantificable, está el origen de lamoneda (Parise, 2003: 51) y así lo constatóEstrabón cuando menciona el uso premone-tal de piezas similares a las aquí tratadas alreferirse a las costumbres de los pueblosmontañeses del norte peninsular: “En vez demoneda, unos (...) se sirven del trueque de mer-cancías o cortan una lasca de plata y la dan”(Geografía III, 169). La asociación estratigrá-fica del conjunto con otros elementos meta-lúrgicos desperdigados sobre el mismo piso ocustodiados bajo el pavimento indican supertenencia a la reserva metálica de un orfe-bre (Villa, 2004) (Fig 29).

En época romana, a pesar de la generosapresencia en el yacimiento de elementosmetálicos de base cuprífera, ornamentales(fíbulas, alfileres, anillos) y de carácter instru-mental (agujas, sondas, espátulas, tijeras oponderales), no se conoce evidencia alguna

Fig 33. Diadema de Moñes (Piloña). Fragmentos custodiados en el Museo Arqueológico Nacional (Foto: Alicia Perea).

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manifiesto la existencia de un artesanadoaltamente cualificado en el que era posiblereconocer, amén de su destreza técnica, laoriginalidad de las producciones. El girohacia estudios de orden tecnológico, apoya-do en los avances que la industria pone alservicio de la arqueometría, ha favorecidoun progreso sin precedentes en el estudio dela tecnología del oro castreño y permitesuperar, con el apoyo de procedimientosanalíticos muy avanzados, los procedimien-tos en buena medida intuitivos que hancaracterizado la investigación tradicional delas joyas castreñas.

El repertorio de joyas muestra la particu-lar predilección de los artesanos castreños porel trabajo en oro, frente al uso preferente de laplata al sur de la cordillera, y la reproducciónpautada de un corto repertorio de objetos:torques, diademas y otros adornos menudoscomo arracadas, broches y amuletos.

El grupo de las diademas o cinturonesestá representado en Asturias por piezasmagníficas de las que, en su mayor parte,desconocemos el lugar de origen. Están rea-lizadas en finas láminas de oro decoradascon motivos repujados y estampaciones queprobablemente sirvieron de revestimiento afajas de cuero o tela que se fijaban median-

relacionarse tambien un excepcional juegode ponderales de bronce constituido por unconjunto de 15 pesas (Villa, 2009: 220)(Fig 31). Todas ellas están decoradas condiversos motivos geométricos por incrusta-ción de hilo de cobre que fueron, tal vez,expresión gráfica de su valor ponderal. Unapieza similar se conoce también en Coaña(García y Bellido, 1941: 227) que reprodu-cía sobre su cara una cruz botanada similara la inscrita en una pizarra del mismo cas-tro (Villa, 2008: 795).

La orfebrería castreña y romana en AsturiasEl estudio de la orfebrería antigua en

Asturias se ha visto sistemáticamente lastra-do por la carencia endémica de informaciónrelativa, no ya de su contexto arqueológico,sólo en parte resuelto en las excavacionesmás recientes, sino de cuestiones elementa-les como el lugar y circunstancias en que seprodujeron los hallazgos. De esta forma, elnutrido conjunto de trabajos que abordaronhasta finales del pasado siglo su estudiomediante trabajos monográficos o en obrasde carácter regional hubieron de sustentarsu discurso en aspectos de orden tipológicoy paralelos estilísticos que generaron opi-niones divergentes respecto a la antigüedady origen de las piezas pero que ponían de

Fig 34. Diadema integrada en el conocido como tesoro de Cangas de Onís que se custodia en el Museo ArqueológicoNacional. Es una lámina de oro de unos 395 mm de longitud recorrida por ocho líneas horizontales de motivos

estampados (Foto: Alicia Perea).

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desarrollo ornamental. La banda recortada sepresenta ribeteada por motivos lineales ypunteados (con tramos de sogueado en elejemplar del Lázaro Galdiano) que enmarcarcuatro campos rectangulares con estampacio-nes geométricas de sogueados entrelazados enlas exteriores y hojas hexapétalas inscritas encírculos en los cuadros centrales. La sujeciónse practicaba mediante doble anilla con deco-ración en filigrana y soldadas a la lámina de

te anillas y ganchos. Tal fue el caso de lalámina recuperada en el Chao Samartín,datada en torno al siglo III a.C. y fabrica-da con oro de gran pureza en la que seaprecian algunas perforaciones regular-mente distribuidas para su cosido a unsoporte hoy perdido.

El lote más occidental de diademasprocede de Vegadeo. Son piezas de origenincierto pero probablemente descubiertasen yacimientos de la comarca del Eo-Navia, cuyos hallazgos arqueológicos siem-pre encontraron en esta localidad y en lavecina Ribadeo cauces para su comerciali-zación entre coleccionistas y joyeros. Elconjunto lo formaban un broche y tres dia-demas (Fig 32) que estuvieron expuestas ala venta. Fueron finalmente adquiridas porel Museo Arqueológico Nacional, el MuseoLázaro Galdiano de Madrid y el particularJuan Lafora, de cuya colección pasaría porventa, según indica López Cuevillas, alMuseo del Louvre (López Cuevillas, 1951:23). Sólo se conoce el paradero de las dos pri-meras. Ambas guardan una gran similitudformal con ligeras variaciones de tamaño3 y

Fig 35. Torques, hoy perdidos, de Valentín (Coaña) y el denominado de Almazán, descubierto en 1496 en un lugarindeterminado de Asturias (dibujos según Antonio García y Bellido y José Luis Maya respectivamente).

Fig 36. Torques de Langreo, con depósito actualen el Instituto Valencia de Don Juan de Madrid.

3 Pieza del MAN: 450 x 67 mm y 50,5 g. Pieza del MLG: 358x 48 mm y 35 g. (García Vuelta, 2007: 187).

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mando parte de un mismo depósito (Marco,1994). Se trata de siete fragmentos que sereparten hoy entre el Museo ArqueológicoNacional, el Museo del Louvre y el InstitutoValencia Don Juan. Su correspondencia conuna o más piezas ha dado lugar a una profu-sa y concurrida discusión que los estudiosmás avanzados parecen fijar, definitivamente,en dos diademas. En el desarrollo ornamen-tal se emplearon matrices diversas en positi-vo, simples para algunos detalles y complejaspara motivos como las ondas sogueadas, losjinetes e infantes, que junto con los estudiosanalíticos revelan su pertenencia a un mismotaller (Perea, 1995; García Vuelta & Perea,2001). A partir de los fragmentos deposita-dos en el Museo Arqueológico Nacional,García Vuelta ha podido establecer que en sufabricación se recurrió al martillado, batido ysoldadura completándose su ornamentaciónmediante estampación y repujado finalmentepulido (García Vuelta, 2007). Es importantedestacar al respecto que las diademas, comotambién las arracadas incluidas en el tercergrupo, corresponden a una tradición tecno-lógica diferenciada de aquella que rigió lafabricaron de los torques, pues en el ámbito

base. Los tres ejemplares son, en opinión deGarcía Vuelta, obra de un mismo taller(2007: 187).

Del área central de la región proceden laspiezas más célebres de la orfebrería protohis-tórica asturiana. Son las denominadas porJ.L. Maya “diademas asturianas con guerre-ros” (1988: 127) como recurso para evitar elconfusionismo que rodeaba entonces y siguiómarcando durante años lo concerniente a sulugar de origen. Conocidas desde su descu-brimiento como Diadema o diademas deRibadeo4, J. Manzanares creyó localizar enSan Martín de Oscos el lugar del hallazgo enla finca de Valdereixe, donde, efectivamente,todavía se mantiene el recuerdo de un hallaz-go muy impreciso de piezas de oro entre lasque se contaba una cadena. Sin embargo, larevisión reciente de los documentos genera-dos a partir de la fragmentación del conjun-to y las sucesivas adquisiciones, indica comolugar más probable del descubrimiento ellugar de Moñes, en el concejo de Piloña, for-

Fig 37. Fragmentos de torques del denominado tesoro de Cangas de Onís. Lo integran piezas de procedencia asturianaadquiridas por el Museo Arqueológico Nacional en 1931 a la familia de Sebastián de Soto Cortés (Foto: Alicia Perea).

4 No hay constancia documental de la fecha del descubrimien-to que fue, en todo caso, anterior a 1885, cuando se registrasu ingreso en el Museo del Louvre.

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El repertorio de diademas se completacon la integrada en el tesoro de Cangas deOnís que se custodia en el MuseoArqueológico Nacional. La pieza, una lámi-na de oro de unos 395 mm de longitud, 7de anchura y 76 g de peso (Maya, 1988:138), está recorrida por ocho líneas hori-zontales constituidas por la sucesión deestampaciones individuales desde el reversoque reproducen puntos en resalte y sucesiónde SSS, tal vez representación esquemáticade aves como las presentes en la diademagallega de Bedoya (Blanco & Filgueira,1954). Flanquean la composición, cerrán-dola lateralmente, sendos arcos también depuntos. El cierre o sujeción se realizabamediante doble gancho y anilla soldados ala placa de base. En su ejecución se utiliza-ron al menos cuatro punzones diferentes(García Vuelta, 2007: 181) (Fig 34).

Del segundo tipo, los torques o collaresrígidos, se tiene noticia del hallazgo de unas15 ó 16 piezas de la cuales hoy sólo se cono-ce el paradero de 8 que incluyen los frag-mentos del conjunto de Cangas de Onís,correspondientes a 3 ó 4 torques (GarcíaVuelta, 2007), el torques de Langreo y los 3ejemplares de procedencia desconocida cus-todiados en el Museo Arqueológico deAsturias (Escortell, 1982; Maya, 1988).

atlántico del Bronce Final del que estos sonherederos nunca se produjeron piezas sobrelámina fina repujada o estampillada, ni seornamentó con filigrana o granulado fijadosmediante soldadura, razón por la cual estaspiezas debieron ser fabricadas por talleresdiferentes (Armbruster & Perea, 2000: 108)(Fig 33).

Lo excepcional en estas piezas es suornamentación figurativa y la disposiciónnarrativa de la composición. Ésta se desarro-lla en banda única o en bandas superpuestasmediante la sucesión de figuras de guerre-ros, jinetes e infantes, sobre un paisajeacuático en el que se diferencian, peces,aves y batracios así en otros elementos tam-bién vinculados al mundo ritual de lascomunidades castreñas como el bucráneo(interpretada por algunos autores comocabeza humana) o las sítulas, recipientesmetálicos con uso en banquetes ceremonia-les. La iconografía es de una complejidad eintensidad narrativa sorprendentes. Consti-tuye por ello una muestra excepcional de lareligiosidad de los pueblos indígenas delnorte peninsular representando, en opiniónde opinión de Marco Simón (1994), esce-nas que simbolizan la apoteosis guerrera através precisamente del tránsito acuático almás allá.

Fig 38. Torques depositado en el Museo Arqueológico deAsturias. Posee varilla de sección circular, fundida enaleación de plata y oro con baño dorado posterior.

Fig 39. Torques del Museo Arqueológico de Oviedo.Detalle de los discos decorados que coronan los remates

huecos en doble escocia.

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de Almazán (1988: 139)5. Este magníficocollar de 2,3 kilogramos fue descubierto en1496 y luego regalado a don Juan, hijo de losReyes Católicos y Príncipe de Asturias.Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, poraquellas fechas mozo de cámara de don Juan,llegó a ver la pieza y describió el hallazgo enlos siguientes términos:”Acaesciò en Asturiasde Oviedo, que un pastor que guardabaganado, andando por el campo, se hallò enun monte espeso e lejos de poblado, un collarde oro o cerco, de una pieza todo a trechoscuadrado e a trechos torcido y los extremosdél vueltos para se asir el uno con el otro tangordo como el dedo menor de la mano y eratan grande que tenìa palmo e medio de tra-vès. Pesaba algo menos de quinientos caste-llanos o diez marcos de oro finìsimo de duca-dos”. La pieza parece guardar cierta similitudformal con el recogido en el Castro de DoñaPalla (Pravia) que, aunque de peso muy infe-rior (260 g), también ofrecía remates vueltosy, tal vez (pues su paradero es desconocido),

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Ninguno de ellos posee una referencia preci-sa del lugar del descubrimiento y del restosólo los conocidos como de Doña Palla yMiravalles fueron relacionados inequívoca-mente con asentamientos castreños. Demanera un tanto forzada podría tambiénvincularse el de Valentín por su localizaciónen el entorno de un túmulo megalítico rela-tivamente próximo al Castelón de Coaña(Fig 35). Formalmente, estas piezas compo-nen un conjunto más o menos homogénenodenominado como astur-norgaláico caracte-rizado por varillas con remates en dobleescocia y decoraciones que desarrollan moti-vos ornamentales con pocas variaciones. Laexcepción más señalada a esta norma fue eltorques que J.L. Maya dio a conocer como

Fig 40. Broche que completaba, junto con las tresdiademas, el denominado conjunto de Vegadeo.

Se trata de una pieza compleja, magnífico ejemplo delvirtuosismo alcanzado por los orfebres locales

(Fotos: Óscar García Vuelta).

Fig 41. Pectoral o “amuleto”. Es el ejemplar más completode un tipo de piezas que, aun conociéndose su procedenciaasturiana, carecen de origen preciso. Las analogías formalescon piezas tartésicas como los pectorales de El Caramboloo los célebres lingotes de cobre chipriotas reivindican en el

diseño y probable significación su ascendenciamediterránea (Foto: Alicia Perea).

5 El topónimo, desconocido en Asturias, no hace referencia allugar del descubrimiento sino a la localidad soriana donde selocaliza el Palacio de Monte Agudo, en el que a partir de1496 se asentó la casa de don Juan por su posición inmedia-ta a la frontera

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ornamentación con filigrana gruesa. La fasetransgresora, que se desarrollaría a partir de lasegunda mitad del siglo III a.C., en la que lasjoyas desarrollan un carácter más ostentoso yrecargado, se interpreta como un desplaza-miento hacia el ámbito privado de aquelloque hasta entonces constituía patrimonio yatributo de la comunidad y que se manifies-ta en la aplicación de filigrana fina y granula-do sobre los terminales, uso de punzonescomplejos y otros ornamentos aplicadosmediante cera perdida(Perea, 2003: 147).

El citado fragmento de Cangas de Onís,con alma de aleación de plata, oro y cobre,forma parte de un conjunto de piezas adqui-ridas por el Museo Arqueológico Nacional en1931 a la familia de Sebastián de Soto Cortés,fallecido en 1915 y cuya casa solariega seasienta en Labra. La relación entre los objetosasí reunidos, varios fragmentos de torques y ladiadema antes descrita, no es otra que sucomún pertenencia a una misma colección,cuya sede efectivamente se localizaba enCangas de Onís pero cuya procedencia esdiversa, en todo caso fruto de hallazgos pro-ducidos en Asturias (Diego Somoano, 1960;García Vuelta, 2001). Por lo que se refiere allote de collares rígidos, éste lo completanotros tres torques incompletos y tres rematesque responden a una formulación clásica conaros macizos y terminales huecos decorados apunzón, estructura cuatripartita fijada porsoldadura y orificio para la expansión de gases(García Vuelta, 2007: 116) (Fig 37).

El inventario de torques asturianos fina-liza con los dos ejemplares depositados en elMuseo Arqueológico de Asturias (Escortell,1982) de los cuales, el mejor conservado,presenta varilla de sección circular, fundidaen aleación de plata y oro con baño doradoposterior y sendos remates huecos en dobleescocia con discos decorados con punzónlineal de puntos en disposición de cruz a par-tir de un gránulo central (Fig 38 y 39). Delsegundo, sólo resta la varilla, fundida en ale-ación de oro y plata y recubierta de un finobañado de oro. El aro, ochavado en su tramocentral y facetas exteriores decoradas median-te estrías moldeadas y punzones de círculos,evoluciona hasta rematar en sección circularen ambos extremos. Cabe considerar, sin

sección poligonal de ser ciertos la descripciónde Bances y Valdés “El aldabón era liso, capazde asirse con dos manos: un poco más grue-so por el medio, y con sus puntas o ejes vol-teados …” (1911: 84).

El recuento de otros posibles hallazgoshoy perdidos se limita a media docena de noti-cias respecto a las que, con excepción de lapublicada por García y Bellido (1942: 266),poco se puede precisar: Las piezas del castro deMoriyón, Morión según Canella, enMiravalles (1897: 125), el del arroyo deRiosico, en Pravia (Maya, 1988: 140), la piezacon sección triangular del Campo deVillabona, en Tineo, que junto a tres posiblesbrazaletes, también de oro, formaba parte deun lote perdido durante la guerra civil, un tor-ques en Ablanosa de Fresnedo, concejo dePiloña, y otros dos en las proximidades delpueblo de Argul, en Pesoz (Maya, 1988: 141).

Entre los conservados, el ejemplar másnotable es el torques de Langreo que se cus-todia en el Instituto Valencia de Don Juan(Fig 36). Representa, frente a la uniformidadprobablemente ritualizada del tipo asturga-laico antes descrito, un modelo “transgresor”cuyo apartamiento del canon se manifiesta,en opinión de A. Perea, tanto en la forma ytécnica, como en la cronología y, por consi-guiente, debe ser considerado portador de unsignificado diferente, cualidad que cabe atri-buir así mismo a uno de los fragmentos deCangas de Onís con alma de aleación deplata. Para esta autora, ese momento de trans-gresión representa el desenlace de un procesoiniciado a fines del siglo VII a.C., o momen-to antiguo, que habrá de prolongarse hasta elsiglo VI a.C. y que es heredero de las técnicasmetalúrgicas del Bronce Final, en el que aúnno se han formulado los rasgos genuinos dela orfebrería castreña. Sólo a partir del siglo Vcomenzarían a fijarse las normas y significa-dos que derivarían en un momento de clasicis-mo, consolidado durante los siglos IV y IIIa.C. en el que la joya habría desempeñado lafunción de marcador grupal y debe conside-rarse producto de una “inversión económicacomunitaria”. El torques adquiere entoncessus rasgos más convencionales: soldaduraentre aros y terminales, aro tripartito conalambre enrollado y remates en espiral y

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Fig 42. Discos dorados de procedencia incierta depositados en el Museo Arqueológico de Asturias.

Fig 43. Arracada del castro de El Castello, en Berducedo(Allande). Forma parte de la colección del Tabularium

Artis Asturiensis con sede en Oviedo.

Fig 45. Arete de oro macizo con forma de crecienteproveniente del castro de Moriyón (Villaviciosa) donde sehan documentado versiones broncíneas de la misma pieza

(Foto: Jorge Camino).Fig 44. Piezas de oro del castro de la Campa Torres(Foto: Fundación Municipal de Cultura de Gijón).

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varios puntos de soldadura a la placa de baseconforman las anillas de suspensión.

También de origen confuso, aunque sinduda localizadas en la región, son un grupode piezas que fueron agrupadas por J.L.Maya bajo la común denominación de amu-letos (1988: 125). Todas ellas han sido obje-to de publicación en las que se recoge demanera más o menos detallada su caracteriza-ción morfotecnológica y las vicisitudes sufri-das hasta su definitivo depósito en la colec-ción del Instituto Valencia de Don Juan (peralia García Vuelta, 2007). Son placas fundi-das en oro de base rectangular y contornosmás o menos combados que describen unasilueta a la que se suele aludir como de “relojde arena” (Blanco Freijeiro, 1957). Estándecoradas mediante motivos, en apariencia,moldeados de filigrana, granulado y camposde espiga entre los que sólo excepcionalmen-te se han creído advertir rasgos figurativoscomo un par de abejas enfrentadas. Poseenelementos de suspensión que permiten con-siderarlos componentes de piezas complejasarticuladas mediante cadenillas, como el col-gante semicircular con triple charnela proce-dente de la colección Soto Cortés, y al modoen que lo hacen los componentes del identi-ficado como pectoral o “amuleto nº 5” porMaya (1988: 126) (Fig 41). Las analogíasformales con piezas tartésicas como los pec-torales de El Carambolo o los célebres lingo-tes de cobre chipriotas reivindican en el dise-ño y probable significación su ascendenciamediterránea. En los amuletos asturianos,como en aquellos, la piel de toro que en esen-cia representa su silueta, se utiliza como iconoreconocible de valoración de la misma formaque pelekys, asadores o trípodes, elementostodos ellos vinculados con el rito y los sacrifi-cios, constituyeron en origen símbolos deprestigio luego consolidados como instru-mentos de valoración premonetal. Los amule-tos asturianos, al igual que aquellos, objetospreciosos y brillantes, responden al conceptode agalma en el que se funden significados ynociones tan afines como los de riqueza, bri-llo, adorno y honra (Gernet, 1968).

El registro de piezas con procedenciaincierta se completa con dos apliques discoi-dales de fina lámina metálica, superficie cón-

mayor insistencia, la posibilidad de que setrate de las piezas descubiertas en el concejode Aller, en 1901, a las que hizo referencia J.Somoza en los siguientes términos: “Losobjetos encontrados en Allér, debían ser muyapreciables, como lo son los de un recientehallazgo, del que formaban parte varios tór-ques de oro macizo, algunos de los cualesposee hoy el aficionado Sr. Soto Cortés.”(Somoza, 1908: 36).

Los pequeños elementos destinados alornato personal como las arracadas, los bro-ches y amuletos muestran el entusiasmo, lamaestría y originalidad con que los artesanoslocales asimilaron las soluciones tecnológicasprocedentes de la orfebrería de ámbito medi-terráneo. Un ciclo creativo que será truncadodurante el siglo I d.C. cuando, ya bajo losefectos de la política confiscatoria establecidapor Roma sobre los metales preciosos, losarquetipos locales sean sustituidos porimportaciones o artículos de factura localque emulan producciones romanas estanda-rizadas. Aunque para un nutrido grupo deestos objetos sigue siendo cierta la carenciade referencias útiles respecto a las circunstan-cias del hallazgo, las investigaciones másrecientes han incrementado de manera sus-tancial el repertorio de piezas con registrossuficientemente homologados sobre los queesbozar un contexto histórico verosímil.

Entre las primeras se cuenta el brocheque completaba el conjunto de diademasanteriormente descrito como de Vegadeo(Fig 40). Se trata de una pieza compleja,magnífico ejemplo del virtuosismo alcanzadopor los orfebres locales (García Vuelta, 2007:239 y ss.). A partir de láminas de oro se cons-tituye un cuerpo hueco, de volumen prismá-tico, flanqueado lateralmente por dos falsoscilindros con estampación de motivossogueados que rematan en cuencos conmamelón central. Dos cintas de ¿falsa? fili-grana en doble cordón abrazan los tubitospareados, enmarcando lateralmente la com-posición. La pieza abre en su anverso un parde óculos enmarcados en motivos de filigra-na que acogieron, originalmente, sendoscuencos asentados en el seno de un muelle defiligrana, con gránulo central. En el reverso,dos alambres paralelos fijados mediante

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se desarrolla una composición abigarradamediante la combinación de filigrana y gra-nulado que describe motivos circulares, enespiga y racimo (Fig 43).

En el área centro-oriental el número dehallazgos se ha incrementado en las últimasdécadas con materiales procedentes de lasexcavaciones arqueológicas realizadas en loscastros de Campa Torres y Moriyón enVillaviciosa con materiales datados princi-palmente entre los siglos II y I a.C. Del pri-mero proceden, con fábrica de oro, untubito decorado mediante estampillado confinos troqueles de líneas de puntos y círcu-los concéntricos, un corto tramo de alam-bre plegado en espiral, una chapita dobla-da, un aplique circular ornamentado consogueados de filigrana, tal vez remate de unbroche perdido y una pequeña anilla.Completan el conjunto un pendiente deplata de cuerpo amorcillado y un anillo delmismo material (Maya & Cuesta, 2001:134-146) (Fig 44).

En Moriyón, donde F. Canella situase laaparición de un torques hoy perdido, serecogió en horizontes del siglo II-I a.C. unarete de oro macizo. Posee forma de crecien-te lunar de sección romboidal, con aristasmarcadas y facetas ligeramente cóncavasque convergen sobre vértices muy apunta-dos. Aunque de factura regional, se vincula

cava con protuberancia cónica central yaspecto dorado (Escortell, 1982: fig. 407)que Maya considera fabricadas en bronce(1988: 141). La decoración se distribuye encoronas orladas con motivos moldeados desogueado y falsa filigrana con efecto de espi-ga que recurre al granulado en el remate delas volutas y el cono central (Fig 42).

La arracada de Berducedo (González &Manzanares, 1958) posee, al menos, unareferencia geográfica precisa que permitelocalizar su descubrimiento en el castro deCastello, en el concejo de Allande, fruto delas rebuscas que algunos lugareños empren-dieron en pos de los tesoros anunciados porla leyenda. Aunque carece del deseable con-texto arqueológico, responde a un modelogenuinamente castreño de cronologíainequívocamente prerromana que B. PérezOuteriño incluyo en su morfotipo IC(1982: 171). La joya se custodia en lacolección particular de J. Manzanares, elTabularium Artis Asturiensis, en Oviedo.Está descrita como pieza de oro, hueca ycon forma de creciente lunar. Su volumenlo definen dos laminillas de oro soldadasque rematan en los vértices en sendas ani-llas de alambre con espigo que se inserta enel cuerpo principal a través de una coronamoldeada de sección plano-convexa y deco-ración con motivos de sierra (PérezOuteriño, 1982). Sobre ambas superficies

Fig 46. Arracada fabricada con alambre de oro y pasadorde plata procedente del castro de Chao Samartín

(Grandas de Salime).

Fig 47. Cadenilla de hilos de oro trenzado del castrode Chao Samartín (Grandas de Salime).

Probablemente sirvió como elemento de suspensiónpara una arracada hoy perdida.

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colgantes que penden del cuerpo principal,la decoración de la pieza. En su elaboraciónestán presentes técnicas orfebres variadascomo el repujado, la filigrana a partir deoro laminar, el granulado, la cera perdida yla combinación fraccionada de piezas defabricación seriada (Fig 48).

Por el momento, completan el repertoriode pequeñas joyas varios alfileres de plata,algunos gránulos y una minúscula abrazade-ra de oro. Entre el nutrido grupo de cuentasde collar esféricas, discoidales, bitroncocóni-cas y agallonadas se cuentan algunas realiza-das en vidrio incoloro decorado con partícu-las o lámina de oro (Madariaga, 2009).

Fabricado en plata, aunque al margen delos adornos personales, se cuenta un pequeñomango de pátera con remate en cabeza decarnero. Estos recipientes, de cazoleta abiertay poco calado, eran utilizadas tanto para elaseo personal, frecuente entre la oficialidadde los campamentos militares (Erice, 2007:209), como en ritos domésticos generalmen-te asociados al panteón familiar. Posee unaréplica en bronce recuperada en el mismoyacimiento (Fig 49).

Del Monte Castrelo de Pelóu procede unpendiente recuperado en horizontes del sigloI d.C. que fue fabricado a partir de una placacircular sobre la que se disponen el resto decomponentes: cuatro cordones concéntricosque encierran un cabujón central con grana-te –fijado mediante pestañas triangulares.Los cordones exterior y medio se lograronmediante placas moldeadas que simulan unafalsa torsión–. Se alternan con hilos de origenlaminar de menor anchura. Todos estos ele-mentos metálicos están fijados a la placa debase mediante soldadura. Una lámina, tam-bién soldada y martillada, sirve de anclaje asendos hilos de origen laminar decorados ensu arranque con una hoja triangular, a modode campana y rematados en un nudo simple.La composición y estructura muestran unagran afinidad con las reconocidas en la orfe-brería de origen itálico.

Algunas consideraciones entorno al depósito yperduración de las joyas castreñas

Las circunstancias que favorecieron laperduración de objetos caros y prestigiososcomo los aquí tratados son muy diversas y

con tradiciones meseteñas asimilables conlos tipos F ibérico de A. Perea o I de B.Pérez Outeriño. Posee versiones broncíneasen los castros de Celada de Marlantes,Caravia y el propio Moriyón. (Camino,1995) (Fig 45).

El Chao Samartín ofrece un amplioregistro de piezas fabricadas en oro y plata,sin duda el más cuantioso de los recuperadosen el ámbito de los poblados fortificados deAsturias (Villa, 2004, Villa 2009). A épocaprerromana corresponden algunas cuentas devidrio incoloro con decoración en oro y for-mas diversas (agallonada, esférica y con pro-tuberancias). El brillo dorado que ofrecen sedebe a la presencia de una lámina de oro atra-pada entre dos capas de vidrio incoloro, a lamanera de los recipientes helenísticos de ori-gen alejandrino decorados con la técnica goldband (Madariaga, 2009). En el siglo III-IIa.C. se datan así mismo los horizontes de losque procede un pendiente de volumen fusi-forme conseguido mediante el desarrollo enespiral de un grueso alambre de oro con pasa-dor de plata y decorado mediante cordonesde filigrana (Fig 46).

El hallazgo de objetos elaborados conmetales preciosos es más frecuente entre lasruinas del caserío de época romana (siglos Iy II d.C.). El inventario comprende variasjoyas de oro y plata, cuentas de pasta vítreadoradas y algún otro elemento ornamental.Pueden destacarse piezas como la cadenillade oro fabricada a partir de hilos laminarestrenzados con disposición loop in loop en suvariante doble, procedimiento que le pro-porciona un aspecto compacto y resistenciasuficiente como probable elemento de sus-pensión para arracada (Fig 47) o el magní-fico pendiente de oro localizado en una delas calles. Fue fabricado a partir de unaplaca trapezoidal recortada que sirve desoporte al resto de ornamentos; éstos se dis-tribuyen, soldados sobre la misma, en dosbandas paralelas horizontales que alternanel doble entrelazado de filigrana con lámi-nas de acanaladura oblicua, consiguiendopor oposición simétrica un motivo de espi-ga que se repite, en sentido inverso, enambas bandas. Un remate superior convolutas y granulado completa, con los tres

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individual o colectiva? ¿fueron consecuen-cia de una situación de amenaza o se trata-ba de una ofrenda? Las excavaciones estándemostrando que, en efecto, piezas deextraordinaria belleza y alto valor económi-co fueron extraviadas en ambientes domés-ticos y su deposición no responde a unaintención premeditada. En algunos casos,desastres súbitos y fortuitos forzaron estasituación (por ejemplo, el terremoto delChao Samartín durante el siglo II d.C.), pero

pueden responder a comportamientos denaturaleza e intención bien diferentes. Enla mayor parte de los casos desconocemos elorigen preciso de las piezas. Son joyas quefueron descubiertas en lugares y contextosque nunca podrán ser aclarados y acerca delos que caben todo tipo de especulaciones:¿qué justificó su abandono?, ¿se trata sim-plemente de objetos extraviados o su ocul-tación responde a la voluntad del posesor?En ese caso ¿se trata de una deposición

Fig 48. Pendientes de oro recuperados en horizontes romanos en los castros de Chao Samartín y Monte Castrelo de Pelóu(Grandas de Salime).

Fig 49. Imágenes obtenidas mediante Microscopio Electrónico de Barrido del pendiente romano del Chao Samartín.Se aprecia la argolla de sujección de fábrica laminar y uno de los colgantes (1), la disposición de las placas e hilos que

componen la ornamentación principal (2), la fijación del remate globular al vástago (3) y la soldadura de ambashemiesferas (4).

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blos continentales desde la Edad del Bronce(Ruiz-Gálvez, 1998). La vinculación de deter-minados depósitos de piezas aún útiles y valio-sas con el mundo espiritual, funerario o no,está bien constatada en Asturias, baste recordarlos ejemplos próximos del hacha de broncecustodiado bajo el hogar de una de las casas delChao Samartín (de Blas & Villa, 2007), lashachas metálicas depositadas en los monu-mentos megalíticos de la sierra de El Aramo olas recuperadas en determinados cursos deagua y en la proximidad de manantiales (deBlas, 2008: 641). Poco sabemos acerca de estoslugares de culto, santuarios naturales cuya irre-levancia monumental los hace difícilmentereconocibles, sin embargo son cada vez másabundantes los argumentos para sospechar suimportancia en la geografía social de las comu-nidades prerromanas y su relación, más allá decondicionantes de orden militar, en la implan-tación inicial del hábitat castreño. ¿Están mar-cando los hallazgos joyas en campo abierto deMoñes o Valdereixe lugares de esta naturaleza?

en otros como Moriyón, Campa Torres oPelóu no hay evidencias que apunten a situa-ciones precipitadas de abandono. No obstante,no parece ésta una explicación convincentepara muchos otros hallazgos en los que sólocabe aceptar la voluntad inequívoca de oculta-miento. En el ámbito castreño de la meseta ydel noroeste peninsular se ha señalado con fre-cuencia la conquista romana y la codicia de susadministradores como causa última de impor-tantes depósitos. Unos podrían haberlo sidoen condición de “tesoros públicos”, como el deArrabalde I (Delibes et al., 1993), otros comoescondrijos de ajuares de uso individual, casodel de San Martín de Torres, en León, o losgalaicos de Briteiros, Bedoya o Laundos(Delibes, 2002: 222; Pérez Outeriño, 1982).Ahora bien, la ocultación no sólo responde asituaciones de riesgo, al temor o a la inseguri-dad provocada por un posible agresor sino quepuede también obedecer a comportamientosde orden ritual cuya tradición en la Europaprotohistórica son compartidos por los pue-

Fig 50. Mango de pátera fundido en plata del castro de Chao Samartín (Grandas de Salime). La patera era un recipientede cazoleta abierta y poco calado utilizado tanto para el aseo personal, frecuente entre la oficialidad de los campamentos

militares, como en ritos domésticos generalmente asociados al panteón familiar.

Agradecimientos:A Casimiro Maldonado de Castro por su asesora-

miento en la exposición de los aspectos geológicos y carac-terización de los yacimientos auriferos asturianos.

A Alicia Perea Caveda (CSIC), directora del ProyectoAu y Óscar García Vuelta (CSIC), por su generosa colabo-ración en el estudio de las piezas recuperadas en los cas-tros de Chao Samartín y Monte Castrelo de Pelóu. Suyasson también algunas de las fotografías utilizadas.

Las imágenes MEB fueron tomadas en la E.T.S. deIngenieros de Minas de Madrid por gentileza de OctavioPuche Riart.

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