Boletín CMB no.3

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1 . La historia Obviamente los primeros años de las relaciones bilaterales fueron conflicvos y estuvieron caracterizados por refriegas militares. El hecho de que ambas comunidades hayan emergido de sistemas coloniales de explotación, fruto del dominio de potencias europeas rivales, necesariamente tuvo que incidir en sus diciles y prolongados procesos de autodefinición, así como en sus respecvas maneras de percibirse una a la otra. Ahora bien, una vez demostrada la vocación de vida indepen- diente por parte de los dominicanos, el Estado haiano no pudo menos que ayudar a la causa de una isla libre —al menos jurídicamente— del dominio europeo. Es por eso que los haianos contribuyeron con armas y soldados en la guerra de Restauración dominicana contra la monarquía española. La República de Hai temía que un régimen colonial español en Santo Domingo conllevase a la larga el restablecimiento de la esclavitud en su país; en aras de salvaguardar su propia soberanía y libertad, preferían tener como contraparte y vecino al Estado dominicano. No es de extrañar, entonces, que desde aquel momento las relaciones entre los dos Estados hayan sido en general pacíficas. Aquella fue una buena época para sus relaciones, pero no duró mucho. Los problemas fronterizos terminarían por desencadenar otra crisis importante y especialmente sangrienta en la tercera década del siglo XX. La frontera se logró establecer formalmente gracias al tratado de 1929. No obstante, el espacio jurídico-políco así conce- bido por las autoridades de ambas partes no tenía en cuenta la realidad de que la gente humilde de ambos países que habitaba la zona fronteriza vivía ajena a los límites polícos y que de hecho conformaba una especie de comunidad espontánea en la que el créole y el español se hablaban fluidamente. Esta situación molestaba mucho a ciertas autoridades dominicanas que veían en ella la manifestación de la debili - dad del Estado dominicano. De ahí que 1937 el rano Rafael L. Trujillo tratara de ponerle fin mediante lo que histórica- mente se conoce como “La Masacre de perejil”: los soldados del dictador —que no podían disnguir a un domini - cano de un haiano por el color de la piel— detenían a la gente en la calle y les ordenaban pronunciar la palabra “perejil”, que es más dicil de pronun- ciar para un francófono; los que no pasaban la prueba eran asesinados. En unos pocos días de octubre de aquel año los soldados de Trujillo mataron un esmado de haianos que, dependiendo del registro, varía de 3,000 a 30,000 1 . Sin duda, ha sido el evento más oscuro en la historia de las relaciones entre ambos países. Después de esta gran atrocidad, Trujillo inició el proceso de En este tercer Bolen intentaremos poner de relieve la historia de las relaciones formales entre ambos Estados. Para ello pondremos especial atención en sus convenios bilaterales y en los cambios significavos de sus actudes desde el momento en que sectores dominicanos gestaron la independencia políca de la parte este de la isla y fundaron la República Dominicana (1844) hasta la conformación de la Comisión Mixta Bilateral (1996). En todo este análisis procuraremos hacer una valoración objeva de lo que ha sido la interacción políca entre estos dos países habitantes de la isla. Hai y República Dominicana: cronología y críca de sus relaciones estatales Bolen Informavo No. 3 Una publicación del Por el fortalecimiento instucional de las relaciones domínico-haianas Como “domini- canización” entende- mos el proceso de imposición de una falsa idendad nacional basada en la negación de los elementos procedentes de la cultura africana 1. Haggerty

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Haití y República Dominicana: cronología y crítica de sus relaciones estatales

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1 . La historia

Obviamente los primeros años de las relaciones bilaterales fueron conflictivos y estuvieron caracterizados por refriegas militares. El hecho de que ambas comunidades hayan emergido de sistemas coloniales de explotación, fruto del dominio de potencias europeas rivales, necesariamente tuvo que incidir en sus difíciles y prolongados procesos de autodefinición, así como en sus respectivas maneras de percibirse una a la otra.

Ahora bien, una vez demostrada la vocación de vida indepen-diente por parte de los dominicanos, el Estado haitiano no pudo menos que ayudar a la causa de una isla libre —al menos jurídicamente— del dominio europeo. Es por eso que los haitianos contribuyeron con armas y soldados en la guerra de Restauración dominicana contra la monarquía española. La República de Haití temía que un régimen colonial español en Santo Domingo conllevase a la larga el restablecimiento de la esclavitud en su país; en aras de salvaguardar su propia soberanía y libertad, preferían tener como contraparte y vecino al Estado dominicano. No es de extrañar, entonces, que desde aquel momento las relaciones entre los dos Estados hayan sido en general pacíficas.

Aquella fue una buena época para sus relaciones, pero no duró mucho. Los problemas fronterizos terminarían por desencadenar otra crisis importante y especialmente sangrienta en la tercera década del siglo XX.

La frontera se logró establecer formalmente gracias al tratado de 1929. No obstante, el espacio jurídico-político así conce-bido por las autoridades de ambas partes no tenía en cuenta la realidad de que la gente humilde de ambos países que habitaba la zona fronteriza vivía ajena a los límites políticos y que de hecho conformaba una especie de comunidad espontánea en la que el créole y el español se hablaban fluidamente. Esta situación molestaba mucho a ciertas autoridades dominicanas que veían en ella la manifestación de la debili-dad del Estado dominicano. De ahí que 1937 el tirano Rafael L. Trujillo tratara de ponerle fin mediante lo que histórica-mente se conoce como “La Masacre de perejil”: los soldados

del dictador —que no podían distinguir a un domini-cano de un haitiano por el color de la piel—

detenían a la gente en la calle y les ordenaban pronunciar la palabra

“perejil”, que es más difícil de pronun-ciar para un francófono; los que no pasaban la prueba eran asesinados. En unos pocos días de octubre de aquel año los soldados de Trujillo

mataron un estimado de haitianos que, dependiendo del registro, varía de 3,000 a

30,0001 . Sin duda, ha sido el evento más oscuro en la historia de las relaciones entre

ambos países.

Después de esta gran atrocidad, Trujillo inició el proceso de

En este tercer Boletín intentaremos poner de relieve la historia de las relaciones formales entre ambos Estados. Para ello pondremos especial atención en sus convenios bilaterales y en los cambios significativos de sus actitudes desde el momento en que sectores dominicanos gestaron la independencia política de la parte este de la isla y fundaron la República Dominicana (1844) hasta la conformación de la Comisión Mixta Bilateral (1996). En todo este análisis procuraremos hacer una valoración objetiva de lo que ha sido la interacción política entre estos dos países habitantes de la isla.

Haití y República Dominicana: cronología y crítica de sus relaciones estatales

Boletín Informativo No. 3

Una publicación del

Por el fortalecimiento institucional de las relaciones domínico-haitianas

Como “domini-canización” entende-

mos el proceso de imposición de una falsa

identidad nacional basada en la negación de los

elementos procedentes de la cultura

africana

1. Haggerty

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“dominicanización”2 del país mediante una campaña propagandística que denostaba lo haitiano y a la población haitiana que vivía en la República Dominicana. Fue así como generaciones de dominicanos crecieron oyendo mensajes que repetían que ellos eran racial y culturalmente superiores a los haitianos, y que estos, siempre atentos a repetir la historia, intentaban invadir “silenciosamente” el territorio dominicano a fin de lograr unificar ambas naciones en una sola. Esa ideología ha terminado por formar la barrera sociocultural del “antihaitianismo”, prejuicio racial y cultural contra los haitianos y sus descendientes3 que se ha consti-tuido en un importante factor de la problemática dominico-haitiana.

De acuerdo al censo de 1920, un total de 28,258 haitianos vivían en la República Dominicana; esta cifra aumentó a 52,657 para 1935. La mayoría de ellos trabajaba en las plantaciones de caña de azúcar4 en calidad de trabajadores temporeros, los cuales han servido muy bien a los intereses de los sucesivos gobiernos y empresarios de ambos países.

Luego, cuando Juan Bosch llegó al poder, empezó a ayudar a los disidentes haitianos que habían sido reprimidos bajo el gobierno de Trujillo. En su opinión, Duvalier, al igual que Trujillo, pretendía un poder sin límites. Al mismo tiempo, Haití proporcionó un lugar seguro para los trujillistas, que desde allí fueron planificando y desarrollando tácticas subversivas que tenían por objetivo la República Dominicana. El punto culminante en las tensas relaciones de aquella época ocurrió en 1963, cuando ex oficiales del ejército haitiano intentaron asesinar a los hijos de Duvalier y, para escapar, buscaron refugio en la embajada de la RD. Cuando miembros de la policía haitiana se presentaron en la embajada dominicana para detener a los refugiados, la República Dominicana amenazó con invadir a Haití5 . Eventualmente la situación se resolvió con la mediación de la OEA, pero la manera en que Bosch manejó la situación fue una de las razones principales por las que el ejército dominicano le dio un golpe de Estado y lo destituyó.

En los siguientes años, Joaquín Balaguer fue el presidente de la República Dominicana. Secretario de Trujillo durante la

campaña de “dominicanización” del país, Balaguer también tenía sentimientos antihaitianos6 , pero su política con el Haití de los Duvalier fue cordial la mayor parte de las veces.

En 1986 Jean-Claude Duvalier perdió el poder en Haití, lo que prepararía el camino para que en 1990 Jean-Bertrand Aristide pudiera acceder a la presidencia mediante elecciones democráticas7 . Aristide fue elegido en virtud de su calidad de hombre del pueblo. Muy pronto comenzó a acusar a la República Dominicana por violaciones de los derechos humanos de los jornaleros haitianos. La comunidad interna-cional apoyó la acusación, pero el Estado dominicano la negó y empezó una campaña en contra de Haití y su nuevo presidente. El Presidente Balaguer, en un intento por destruir el poder de Aristide, redactó un decreto para que 50,000 haitianos menores de 16 años o mayores de 60 que se encontraban en el país fueran obligados a regresar a Haití8 .

En septiembre de 1991 el ejército haitiano tomó el poder del país nuevamente; Aristide solo pudo volver a la presidencia en 1994. Ese mismo año Balaguer jugó con las tendencias antihaitianas del pueblo dominicano para ganarle las elecciones a José Francisco Peña Gómez, un dominicano negro que posiblemente tuviera ascendencia haitiana. Aunque Balaguer se hizo con la presidencia, tuvo que recortar su período gubernamental a la mitad, sucediéndole en el poder Leonel Fernández Reyna. Antes de su salida, en el año 1996, creó la Comisión Mixta Bilateral 9.

2. Cronología de los convenios entre Haití y la República Dominicana10

El 26 de julio de 1867 ambos países celebraron su primera convención para “establecer las bases preliminares de un tratado de paz, amistad, comercio y navegación”. Durante esa primera reunión escribieron 12 artículos que formalmente formarían la base de sus relaciones; el primero de ellos expresa: “Habrá paz y amistad perpetuas entre la República Dominicana y la República de Haití, así como entre los ciudadanos de ambos Estados sin excepción de personas ni de lugares”.

2. Como “dominicanización” entendemos el proceso de imposición de una falsa identidad nacional basada en la negación de los elementos procedentes de la cultura africana que están presentes en la cultura dominicana y en la internalización de la idea de una supuesta supremacía racial frente a los haitianos. 3. Sagás, Ernesto. "Haiti: Antihaitianismo in Dominican Culture" (webster.edu. Webster University, 1994).4. Needed but unwanted: Haitian immigrants and their descendants in the Dominican Republic, p. 24 (Catholic Institute For International Refugees, 2004).5. Sagás, Ernesto. “An Apparent Contradiction? Popular Perceptions of Haiti and the Foreign Policy of the Dominican Republic” (webster.edu, Lehman College, 1994).6. Famoso es su libro “La isla al revés”, en el que realiza afirmaciones racistas y antihaitianas como: “la influencia de Haití daría al fin por resultado la pérdida del carácter nacional y una progresiva adulteración de la raza” o “la inmigración haitiana (…) es la principal causante de la propagación en nuestro país de enferme-dades tan deprimentes como la buba, la sífilis y la malaria”. 7. Haggerty. 8. Sagás. “Contradiction?”9. Balaguer, Joaquín. Decreto 201-96 (Santo Domingo de Guzmán, 1996).10. Martínez, Ana E. Convenios bilaterales entre la República Dominicana y la República de Haití (Santo Domingo: Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores de la República Dominicana, 2000), pp. 15-80.

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El 9 de noviembre de 1874 se reunieron otra vez para definir la manera en que sus aspiraciones de paz se concretarían. Posiblemente debido a que había mucha inestabilidad en la República Dominicana, algunos de los principios establecidos en la convención de 1867 fueron repetidos. El nuevo acuerdo contempló 40 artículos; el número 39 expresaba que los artículos relacionados con los temas del comercio, nave-gación y extradición solo entraría en vigor 25 años después de la ratificación.

Entre los artículos discutidos en la convención del 14 de octubre de 1880 solo había uno que hacía referencia a la expulsión de personas peligrosas de ambos países.

Casi 50 años después —el 21 de mayo de 1927— ambos países se reunieron de nuevo para la firma de otra conven-ción, la cual trataba sobre el tránsito de automóviles. Posteriormente, el 21 de enero de 1929, se firmó el tratado fronterizo dominico-haitiano. El tema de la frontera había sido ampliamente tratado por los dos países durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX, pero después se tornaron difíciles debido a la inestabilidad política de ambos Estados, especialmente durante los años de la ocupación de los EE.UU. en Haití (1915-1934) y en República Dominicana (1916-1924). El “Tratado de Paz y Amistad Perpetua y Arbitraje” se firmó el 20 de febrero de 1929. En este convenio, ambos países reafirmaron su compromiso para mantener relaciones pacíficas. Su artículo más importante es el número 1, que dice: “La República Dominicana y la República de Haití proclaman solemnemente su reprobación de la guerra, así como de todo acto de violencia de una nación contra otra”. El 9 de marzo de 1936 se firmó un convenio para revisar el tratado original sobre la frontera. Este instrumento jurídico, junto con el del 15 de marzo de 1936 (Anexo del Protocolo sobre Fronteras), dio como resultado la frontera que aún existe hoy.

A fin de apaciguar la hostilidad generada por la masacre de 1937, los Estados vecinos establecieron el 21 de noviembre de 1939 un Modus Operandi para regular sus relaciones. El 5 de enero de 1952 se firmó un acuerdo sobre los traba-jadores temporeros haitianos de las plantaciones de caña de azúcar. El mismo reglamentaba sus condiciones de vida, sus obligaciones y las de sus patronos.

En el convenio del 9 de febrero de 1978 se acordó la construc-ción del dique derivador internacional sobre el río Pedernales.

El 3 de mayo de 1979 se redactó un acuerdo básico de cooperación. La intención era incrementar sus relaciones “en los aspectos científico, técnico, cultural y económico con miras a fomentar el desarrollo económico y social de ambos países”. Este fue el último convenio entre amabas naciones antes de los emanados a partir del trabajo de la Comisión Mixta Bilateral.

3. Las primeras reuniones de la Comisión Mixta Bilateral

La Comisión Mixta Bilateral (CMB) se estableció el 13 de marzo de 1996 con el objetivo de lograr niveles más altos de cooperación interestatal . En los 16 años que han pasado desde su creación, ha sido abandonada y reactivada muchas veces; y poco ha hecho para mejorar la fluidez de las relacio-nes entre ambos Estados.

Entre los años de 1996 y 2000 se firmaron ocho convenios sobre una variedad de temas: cooperación bilateral en materia deportiva, sanidad, agropecuaria, educación y cultura, servicios postales y bibliotecas nacionales. Posible-mente los dos más importantes y más difíciles fueron los que se firmaron en 1999 y 2000.

El 2 de diciembre de 1999 ambos países convinieron y firmaron un protocolo de entendimiento sobre los mecanis-

mos de repatriación . De este modo se formuló de manera clara y concisa el proceso a seguir en este caso. Esos acuerdos significaron un paso adelante en el recono-cimiento y defensa de los derechos humanos de los migrantes de Haití. El protocolo prohibió la repatriación durante la noche y la separación de las familias, e incluyó

una disposición en que se reconocen formalmente los derechos humanos de los migrantes haitianos en República

Dominicana. Esto no ha impedido que se sigan cometiendo violaciones de derechos humanos en contra de los miembros de esa comunidad vulnerable, pero al menos ha significado la admisión oficial de que en este ámbito hay un serio problema que necesita ser resuelto.

El otro convenio fue firmado el 23 de febrero de 2000. En él se estableció un nuevo marco legal para la contratación de los trabajadores haitianos en República Dominicana y de los trabajadores dominicanos en Haití. Su artículo 2 declara que los nacionales haitianos que vayan a laborar en suelo dominicano necesitan documentación que demuestre su nacionalidad y una carta de intención expedida por sus respectivos empleadores. El artículo 4, por su parte, consagra la protección de los derechos humanos de los trabajadores migrantes. Dice que serán tratados de la misma forma que los nacionales, y que deben ser protegidos del tráfico de

El “Tratadode Paz y Amistad

Perpetua y Arbitraje” se firmó el 20 de

febrero de 1929

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personas, la explotación y de la incitación a actuar ilegal-mente.

En los años transcurridos desde la firma de este último convenio, la Comisión solo se reunió de forma intermitente y con muy poca efectividad en el cumplimiento de los acuer-dos.

4. Las relaciones estatales entre República Dominicana y Haití, una visión crítica

Como puede constatarse, los deseos expresados en el proceso de conformación de la CMB no han cristalizado aún en una estructura interestatal que regularice y promueva de manera eficaz la colaboración entre las dos naciones que residen en la isla de Santo Domingo o Hispaniola. La tarea en esta esfera ha quedado inconclusa. Para que estos acuerdos (y otros que quedaron en el tintero) puedan retomar su cauce original, hace falta una transformación de la mentalidad práctica con que se abordan las relaciones dominico-haitianas. Hay que insistir en este punto: se trata de la necesidad de una nueva mentalidad “práctica”, no “teórica”, porque las grandes declaraciones de nuestras más altas autoridades se ciñen escrupulosamente al derecho internacio-nal y al espíritu de colaboración entre los pueblos promovido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU. El problema, por tanto, no está en los principios, sino en las prácticas que reproduce nuestra cultura institucional y que impiden la planificación conjunta entre ambos Estados.

Lo primero que se debe cambiar es la falsa idea de que las decisiones fundamentales sobre temas de calidad de vida que toma cada uno de sus gobiernos solo afectan a un lado de la frontera y no al otro. Pongamos, por ejemplo, la salud: las epidemias deben ser tratadas de manera unitaria, sino no serán adecuadamente enfrentadas; en este sentido, debe haber una instancia interestatal de epidemiología que trabaje con suficientes recursos y mandato claro a fin de poder tener resultados eficaces y eficientes en el control de las enferme-dades. Otro ejemplo sería el de la seguridad y el contrabando de armas o de mercancías robadas: solo si las autoridades policiales y militares de ambos países colaboran de manera asidua y ágil se podrá poner fin a este comercio delictivo que tantas vidas cobra en ambos lados de la frontera.

Lo segundo es apostar decididamente por la transparencia y

la institucionalidad. Los espacios interestatales redundarán en beneficio de la calidad de vida de todas las personas que habitan la isla, independientemente del lado de la frontera en que se encuentren. En este sentido, es muy nociva la propaganda de grupos de ultraderecha dominicana que confunden a la opinión pública sugiriendo que toda tentativa de regularización de las relaciones es “fundir la isla en una nación” o “hacerle el juego a oscuros intereses de las poten-cias internacionales”. Más bien, es todo lo contrario. Una instancia bi-estatal ayudará a parar los intereses cuestion-ables de los imperios de turno, porque una agenda clara de tareas interestatales a escala insular dará fuerza de negoci-ación tanto a Haití como a República Dominicana frente al deseo del Norte de imponer —bajo la excusa de que aporta el dinero— determinados proyectos de “desarrollo”. Pensemos, por ejemplo, en una necesaria red vial que comunique adecuadamente los principales puntos de Haití y los princi-pales puntos de República Dominicana. Si se piensa una red vial en conjunto, la fuerza negociadora para obtener el financiamiento será más fuerte y el comercio con el segundo mejor socio económico de República Dominicana puede verse significativamente aumentado.

En tercer lugar, y aprovechando este último ejemplo, es vital dejar clara la distinción entre “planeamiento territorial” y “soberanía del territorio nacional”. El planeamiento territorial de la isla debe hacerse de manera concertada, pues la isla forma parte de un gran ecosistema. La tensión entre planea-miento territorial y soberanía del territorio nacional se verá agudizada en los años venideros por la presión ejercida por la megaminería. Una depredación minera de envergadura en un lado de la isla afecta al otro lado; por tanto, la soberanía del territorio nacional no es el único criterio a tomar en cuenta si se quiere apostar por la calidad de vida de todos. En estos momentos podríamos pensar justamente lo contrario de lo que se tiende a pensar en la opinión pública dominicana: solo un adecuado planeamiento territorial bi-estatal reforzará la soberanía política de ambos países, si por soberanía se entiende una toma de decisiones que mejore la vida de la población.

El cambio de mentalidad práctica en la concepción del Estado dominicano y del Estado haitiano urge. De ello dependerá la mejoría de la calidad de vida de todas las personas que habitan la isla.

Una publicación del Centro BonóSanto Domingok República DominicanaDiseño: Miembro de la Red Nacional de

Servicio Jesuita a MigrantesRepública Dominicana

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