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54 EMMA ZUNZ Jorge Luis Borges El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguán una carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había muerto. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la letra desconocida. Nueve o diez líneas borroneadas querían col- mar la hoja; Emma leyó que el señor Maier había ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el 3 del corriente en el hospital de Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un tal Fein o Fain, de Río Grande, que no podía saber que se dirigía a la hija del muerto. Emma dejó caer el papel. Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor; luego, quiso ya estar en el día siguiente. Acto continuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin. Recogió el papel y se fue a su cuarto. Furtivamente lo guardó en un cajón, como si de algún modo ya conociera los hechos ulterio- res. Ya había empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que sería. En la creciente oscuridad, Emma lloró hasta el fin de aquel día el suicidio de Manuel Maier, que en los antiguos días felices fue Emanuel Zunz. Recordó veraneos en una chacra, cerca de Gualeguay, recordó (trató de recordar) a su madre, recordó la casita de Lanús que les remataron, recordó los amarillos losanges de una ventana, recordó el Duración 17’31’’

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    Emma ZunZJorge Luis Borges

    El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fbrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, hall en el fondo del zagun una carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre haba muerto. La engaaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquiet la letra desconocida. Nueve o diez lneas borroneadas queran col-mar la hoja; Emma ley que el seor Maier haba ingerido por error una fuerte dosis de veronal y haba fallecido el 3 del corriente en el hospital de Bag. Un compaero de pensin de su padre firmaba la noticia, un tal Fein o Fain, de Ro Grande, que no poda saber que se diriga a la hija del muerto.

    Emma dej caer el papel. Su primera impresin fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de fro, de temor; luego, quiso ya estar en el da siguiente. Acto continuo comprendi que esa voluntad era intil porque la muerte de su padre era lo nico que haba sucedido en el mundo, y seguira sucediendo sin fin. Recogi el papel y se fue a su cuarto. Furtivamente lo guard en un cajn, como si de algn modo ya conociera los hechos ulterio-res. Ya haba empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que sera.

    En la creciente oscuridad, Emma llor hasta el fin de aquel da el suicidio de Manuel Maier, que en los antiguos das felices fue Emanuel Zunz. Record veraneos en una chacra, cerca de Gualeguay, record (trat de recordar) a su madre, record la casita de Lans que les remataron, record los amarillos losanges de una ventana, record el

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    auto de prisin, el oprobio, record los annimos con el suelto sobre el desfalco del cajero, record (pero eso jams lo olvidaba) que su padre, la ltima noche, le haba jurado que el ladrn era Loewenthal. Loewenthal, Aarn Loewenthal, antes gerente de la fbrica y ahora uno de los dueos. Emma, desde 1916, guardaba el secreto. A nadie se lo haba revelado, ni siquiera a su mejor amiga, Elsa Urstein. Quiz rehua la profana incredulidad; quiz crea que el secreto era un vncu-lo entre ella y el ausente. Loewenthal no saba que ella saba; Emma Zunz derivaba de ese hecho nfimo un sentimiento de poder.

    No durmi aquella noche, y cuando la primera luz defini el rectn-gulo de la ventana, ya estaba perfecto su plan. Procur que ese da, que le pareci interminable, fuera como los otros. Haba en la fbrica rumores de huelga; Emma se declar, como siempre, contra toda violencia. A las seis, concluido el trabajo, fue con Elsa a un club de mujeres, que tiene gimnasio y pileta. Se inscribieron; tuvo que repe-tir y deletrear su nombre y su apellido; tuvo que festejar las bromas vulgares que comentan la revisacin. Con Elsa y con la menor de las Kronfuss discuti a qu cinematgrafo iran el domingo a la tarde. Luego, se habl de novios y nadie esper que Emma hablara. En abril cumplira diecinueve aos, pero los hombres le inspiraban, an, un temor casi patolgico... De vuelta, prepar una sopa de tapioca y unas legumbres, comi temprano, se acost y se oblig a dormir. As, laborioso y trivial, pas el viernes 15, la vspera.

    El sbado, la impaciencia la despert. La impaciencia, no la in-quietud, y el singular alivio de estar en aquel da, por fin. Ya no tena que tramar y que imaginar; dentro de algunas horas alcanzara la simplicidad de los hechos. Ley en La Prensa que el Nordstjrnan, de Malm, zarpara esa noche del dique 3; llam por telfono a Loewen-thal, insinu que deseaba comunicar, sin que lo supieran las otras, algo sobre la huelga y prometi pasar por el escritorio, al oscurecer. Le temblaba la voz; el temblor convena a una delatora. Ningn otro hecho memorable ocurri esa maana. Emma trabaj hasta las doce y fij con Elsa y con Perla Kronfuss los pormenores del paseo del domingo. Se acost despus de almorzar y recapitul, cerrados los ojos, el plan que haba tramado. Pens que la etapa final sera me-nos horrible que la primera y que le deparara, sin duda, el sabor de la victoria y de la justicia. De pronto, alarmada, se levant y corri al cajn de la cmoda. Lo abri; debajo del retrato de Milton Sills, donde la haba dejado la antenoche, estaba la carta de Fain. Nadie poda haberla visto; la empez a leer y la rompi.

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    Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sera difcil y quiz improcedente. Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez. Cmo hacer verosmil una accin en la que casi no crey quien la ejecutaba, cmo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde? Emma viva por Almagro, en la calle Liniers; nos consta que esa tarde fue al puerto. Acaso en el infame Paseo de Julio se vio multiplicada en espejos, publicada por luces y desnudada por los ojos hambrientos, pero ms razonable es conjetu-rar que al principio err, inadvertida, por la indiferente recova... Entr en dos o tres bares, vio la rutina o los manejos de otras mujeres. Dio al fin con hombres del Nordstjrnan. De uno, muy joven, temi que le inspirara alguna ternura y opt por otro, quiz ms bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada. El hombre la condujo a una puerta y despus a un turbio zagun y despus a una escalera tortuosa y despus a un vestbulo (en el que haba una vidriera con losanges idnticos a los de la casa en Lans) y despus a un pasillo y despus a una puerta que se cerr. Los hechos graves estn fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato que-da como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los forman.

    En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pens Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para m que pens una vez y que en ese momento peligr su desesperado propsito. Pens (no pudo no pensar) que su padre le haba hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacan. Lo pens con dbil asombro y se refugi, en seguida, en el vrtigo. El hombre, sueco o finlands, no hablaba espaol; fue una herramienta para Emma como sta lo fue para l, pero ella sirvi para el goce y l para la justicia. Cuando se qued sola, Emma no abri en seguida los ojos. En la mesa de luz estaba el dinero que haba dejado el hombre: Emma se incorpor y lo rompi como antes haba roto la carta. Romper dinero es una impie-dad, como tirar el pan; Emma se arrepinti, apenas lo hizo. Un acto de soberbia y en aquel da... El temor se perdi en la tristeza de su cuerpo, en el asco. El asco y la tristeza la encadenaban, pero Emma lentamente se levant y procedi a vestirse. En el cuarto no que-daban colores vivos; el ltimo crepsculo se agravaba. Emma pudo salir sin que lo advirtieran; en la esquina subi a un Lacroze, que iba al oeste. Eligi, conforme a su plan, el asiento ms delantero, para

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    que no le vieran la cara. Quiz le confort verificar, en el inspido trajn de las calles, que lo acaecido no haba contaminado las cosas. Viaj por barrios decrecientes y opacos, vindolos y olvidndolos en el acto, y se ape en una de las bocacalles de Warnes. Paradjicamente su fatiga vena a ser una fuerza, pues la obligaba a concentrarse en los pormenores de la aventura y le ocultaba el fondo y el fin.

    Aarn Loewenthal era, para todos, un hombre serio; para sus pocos ntimos, un avaro. Viva en los altos de la fbrica, solo. Establecido en el desmantelado arrabal, tema a los ladrones; en el patio de la fbri-ca haba un gran perro y en el cajn de su escritorio, nadie lo ignoraba, un revlver. Haba llorado con decoro, el ao anterior, la inesperada muerte de su mujer una Gauss, que le trajo una buena dote!, pero el dinero era su verdadera pasin. Con ntimo bochorno se saba me-nos apto para ganarlo que para conservarlo. Era muy religioso; crea tener con el Seor un pacto secreto, que lo exima de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones. Calvo, corpulento, enlutado, de quevedos ahumados y barba rubia, esperaba de pie, junto a la venta-na, el informe confidencial de la obrera Zunz.

    La vio empujar la verja (que l haba entornado a propsito) y cruzar el patio sombro. La vio hacer un pequeo rodeo cuando el perro ata-do ladr. Los labios de Emma se atareaban como los de quien reza en voz baja; cansados, repetan la sentencia que el seor Loewenthal oira antes de morir.

    Las cosas no ocurrieron como haba previsto Emma Zunz. Desde la madrugada anterior, ella se haba soado muchas veces, dirigiendo el firme revlver, forzando al miserable a confesar la miserable culpa y exponiendo la intrpida estratagema que permitira a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana. (No por temor, sino por ser un ins-trumento de la Justicia, ella no quera ser castigada.) Luego, un solo balazo en mitad del pecho rubricara la suerte de Loewenthal. Pero las cosas no ocurrieron as.

    Ante Aarn Loewenthal, ms que la urgencia de vengar a su padre, Emma sinti la de castigar el ultraje padecido por ello. No poda no matarlo, despus de esa minuciosa deshonra. Tampoco tena tiempo que perder en teatraleras. Sentada, tmida, pidi excusas a Loewen-thal, invoc (a fuer de delatora) las obligaciones de la lealtad, pro-nunci algunos nombres, dio a entender otros y se cort como si la venciera el temor. Logr que Loewenthal saliera a buscar una copa de agua. Cuando ste, incrdulo de tales aspavientos, pero indulgente, volvi del comedor, Emma ya haba sacado del cajn el pesado revl-

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    ver. Apret el gatillo dos veces. El considerable cuerpo se desplom como si los estampidos y el humo lo hubieran roto, el vaso de agua se rompi, la cara la mir con asombro y clera, la boca de la cara la injuri en espaol y en disch. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que hacer fuego otra vez. En el patio, el perro encadenado rom-pi a ladrar, y una efusin de brusca sangre man de los labios obs-cenos y manch la barba y la ropa. Emma inici la acusacin que te-na preparada (He vengado a mi padre y no me podrn castigar...), pero no la acab, porque el seor Loewenthal ya haba muerto. No supo nunca si alcanz a comprender.

    Los ladridos tirantes le recordaron que no poda, an, descansar. Desorden el divn, desabroch el saco del cadver, le quit los que-vedos salpicados y los dej sobre el fichero. Luego tom el telfono y repiti lo que tantas veces repetira, con esas y con otras palabras: Ha ocurrido una cosa que es increble... El seor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga... Abus de m, lo mat...

    La historia era increble, en efecto, pero se impuso a todos, por-que sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero tambin era el ultraje que haba padecido; slo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.

    En: Obras Completas, Emec, 2010.