CALVET y VARELA - Frente Al Fantasma Que Recorre El Mundo

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Louis-Jean Calvet y Lía Varela Université de Provence d’Aix-en-Provence Frente al fantasma que recorre el mundo: las políticas lingüísticas de Francia y la Argentina 1 Introducción La Unión Europea busca desde hace años una manera de manejar su plurilingüismo; el Merco- sur se ha dado tempranamente una política lingüística, que tarda en ponerse en práctica. Argentina y Francia llevan adelante políticas lingüísticas que no se destacan por su coherencia. Un mismo ele- mento, el inglés, presente en la Unión Europea, ausente en el Mercosur, complica con su peso las de - cisiones en cuestión. Intentaremos indagar en el problema examinando las distintas situaciones, en particular con ayuda del modelo gravitacional (Calvet 1999). 1. Argentina y Francia, Unión Europea y Mercosur La Argentina y Francia, Estados nacionales oficial u oficiosamente monolingües, presentan una situación sociolingüística comparable, que resulta del contacto de la lengua oficial/nacional con len- guas regionales y lenguas “de diáspora”. Pero además, cada uno de estos países se encuentra en el cen- tro de una intersección entre dos conjuntos: la Hispanidad y el Mercosur en el caso de la Argentina, la Francofonía y la Unión Europea en el de Francia; ni Francia es el único representante de la Francofonía en el seno de la UE, ni la Argentina el único representante de la Hispanidad en el Mercosur. Estas semejanzas no deben ocultar las diferencias entre ambos, sobre todo en cuanto al núme - ro de lenguas, el estatuto de las lenguas, la vitalidad, etc., en Francia y la Argentina. Pero no es fácil establecer el inventario de las lenguas habladas en un territorio. ¿Qué lenguas deben tenerse en cuenta? ¿Solo las lenguas habladas “tradicionalmente” (según los términos de la Charte européenne des langues régionales ou minoritaires) o también las lenguas de los migrantes? Por ejemplo, B. Cerqui- glini, en su informe a los ministros de Educación Nacional y de Cultura de abril de 1999, cuenta seten- ta y cinco lenguas “habladas en el territorio nacional y diferentes de la lengua oficial”, de estatuto lingüístico muy diverso. Su investigación se refiere al patrimonio lingüístico de Francia, y por ende cientos de otras lenguas escapan a su análisis (entre otras, lenguas muy habladas como el portugués, el castellano, el chino, etc.). Tendríamos por cierto las mismas dificultades para evaluar las lenguas habladas en la Argentina. Cada Estado enfrenta el plurilingüismo interno con políticas lingüísticas particulares, como ve- remos más adelante, y a la vez participa del plurilingüismo regional y de su gestión mediante políti - cas lingüísticas acordadas en el seno de las entidades a las que pertenecen. Las diferencias en este plano provienen sobre todo del carácter de cada una de estas entidades. En cuanto al Mercosur, se trata inicialmente de un proyecto de integración económica –unión aduanera– con repercusiones, en el corto o largo plazo, en el plano político-cultural 2 ; la UE, en cam- bio, se propone como integración económica y política, y se ha dotado para ello de instituciones co- 1 Publicado en Bein, Roberto y Joachim Born (eds.) (2002): Políticas lingüísticas, norma e identidad: estudios de ca- sos y problemas teóricos en torno al gallego, el español, el portugués y lenguas minoritarias . Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras (UBA), págs.213-230. 2 Del hecho de que, por ejemplo, los nuevos pasaportes de los países signatarios se identifiquen como “del Mercosur” derivarán, tarde o temprano, efectos en las representaciones de la nacionalidad (¿una nacionali- dad mercosureña?) de sus portadores y, por ende, en las prácticas. La circulación de personas y productos en el espacio del Mercosur, intensificada desde la firma del tratado, da lugar a nuevos fenómenos sociolin - güísticos, principalmente en cuanto al contacto de las lenguas mayoritarias, español y portugués. 1

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Louis-Jean Calvet y Lía VarelaUniversité de Provenced’Aix-en-Provence

Frente al fantasma que recorre el mundo:las políticas lingüísticas de Francia y la Argentina1

Introducción La Unión Europea busca desde hace años una manera de manejar su plurilingüismo; el Merco­

sur se ha dado tempranamente una política lingüística, que tarda en ponerse en práctica. Argentina y Francia llevan adelante políticas lingüísticas que no se destacan por su coherencia. Un mismo ele­mento, el inglés, presente en la Unión Europea, ausente en el Mercosur, complica con su peso las de ­cisiones en cuestión. Intentaremos indagar en el problema examinando las distintas situaciones, en particular con ayuda del modelo gravitacional (Calvet 1999).

1. Argentina y Francia, Unión Europea y MercosurLa Argentina y Francia, Estados nacionales oficial u oficiosamente monolingües, presentan una

situación sociolingüística comparable, que resulta del contacto de la lengua oficial/nacional con len­guas regionales y lenguas “de diáspora”. Pero además, cada uno de estos países se encuentra en el cen­tro de una intersección entre dos conjuntos: la Hispanidad y el Mercosur en el caso de la Argentina, la Francofonía y la Unión Europea en el de Francia; ni Francia es el único representante de la Francofonía en el seno de la UE, ni la Argentina el único representante de la Hispanidad en el Mercosur.

Estas semejanzas no deben ocultar las diferencias entre ambos, sobre todo en cuanto al núme ­ro de lenguas, el estatuto de las lenguas, la vitalidad, etc., en Francia y la Argentina. Pero no es fácil establecer el inventario de las lenguas habladas en un territorio. ¿Qué lenguas deben tenerse en cuenta? ¿Solo las lenguas habladas “tradicionalmente” (según los términos de la Charte européenne des langues régionales ou minoritaires) o también las lenguas de los migrantes? Por ejemplo, B. Cerqui­glini, en su informe a los ministros de Educación Nacional y de Cultura de abril de 1999, cuenta seten­ta y cinco lenguas “habladas en el territorio nacional y diferentes de la lengua oficial”, de estatuto lingüístico muy diverso. Su investigación se refiere al patrimonio lingüístico de Francia, y por ende cientos de otras lenguas escapan a su análisis (entre otras, lenguas muy habladas como el portugués, el castellano, el chino, etc.). Tendríamos por cierto las mismas dificultades para evaluar las lenguas habladas en la Argentina.

Cada Estado enfrenta el plurilingüismo interno con políticas lingüísticas particulares, como ve­remos más adelante, y a la vez participa del plurilingüismo regional y de su gestión mediante políti ­cas lingüísticas acordadas en el seno de las entidades a las que pertenecen. Las diferencias en este plano provienen sobre todo del carácter de cada una de estas entidades.

En cuanto al Mercosur, se trata inicialmente de un proyecto de integración económica –unión aduanera– con repercusiones, en el corto o largo plazo, en el plano político-cultural 2; la UE, en cam­bio, se propone como integración económica y política, y se ha dotado para ello de instituciones co­

1 Publicado en Bein, Roberto y Joachim Born (eds.) (2002): Políticas lingüísticas, norma e identidad: estudios de ca­sos y problemas teóricos en torno al gallego, el español, el portugués y lenguas minoritarias . Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras (UBA), págs.213-230.

2 Del hecho de que, por ejemplo, los nuevos pasaportes de los países signatarios se identifiquen como “del Mercosur” derivarán, tarde o temprano, efectos en las representaciones de la nacionalidad (¿una nacionali­dad mercosureña?) de sus portadores y, por ende, en las prácticas. La circulación de personas y productos en el espacio del Mercosur, intensificada desde la firma del tratado, da lugar a nuevos fenómenos sociolin­güísticos, principalmente en cuanto al contacto de las lenguas mayoritarias, español y portugués.

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munitarias –parlamento, comisiones, etc.– que no existen en el Mercosur. Son instituciones europeas las que definen las políticas comunes, entre ellas, la política lingüística, en tanto que, en el ámbito del Mercosur, éstas se deciden en las reuniones de ministros del área en cuestión (Educación, por ejem­plo) de cada uno de los países miembros. Esta diferencia de naturaleza haría esperar una política lin ­güística de alcance más restringido en el Mercosur, puesto que estaría subordinada a los intereses económicos comunes; en la UE, en cambio, la política lingüística constituiría un factor clave en el ob ­jetivo de integración política.

La Francofonía y la Hispanidad responden también a principios de organización diferentes: si bien ambas representan huellas de un imperio colonial, la Francofonía, entidad sociolingüística, se ha establecido a la vez como unidad geopolítica, e incluso con carácter de organización internacional a partir de la reunión cumbre de Hanoi en 19973; la Hispanidad, en cambio, que carece de organiza­ción burocrática, presupuesto, etc., se concibe solamente como un espacio sociolingüístico-cultural. El francés es reivindicado como lengua propia en ciertos países de la Francofonía (en el Quebec, por ejemplo, algunos diccionarios marcan formas “estándar” como francismos, justa inversión de las co­sas...), mientras que los países de la Hispanidad parecen más sumisos a la norma de la Real Academia Española.

Este rápido inventario de semejanzas y diferencias autoriza a avanzar en la comparación. El modo en que cada Estado enfrenta sus desafíos lingüísticos, internos y externos, puede revelar meca­nismos sociolingüísticos profundos, así como posibles tendencias futuras. Es lo que intentaremos sa­car a la luz, al cabo de un recorrido paralelo por las políticas lingüísticas de Francia y Argentina de los últimos años.

2. Las políticas lingüísticas

2.1. En FranciaFrancia presenta la particularidad de tener, acerca de las lenguas, discursos diferentes según el

lugar en que los sostenga y el nivel de decisión en que se sitúe. Así, en sus políticas lingüísticas, es preciso distinguir entre:

• La política frente a las lenguas del hexágono (lenguas regionales y de diáspora). En los tér­minos del modelo gravitacional que presentamos mas adelante, estas lenguas corresponden a distintos niveles: súpercentral (árabe, chino, etc.), central (turco, vietnamita, etc.) y peri­férico (bretón, occitano, kabyl, etc.).

• La política lingüística europea.

• La política de lenguas en la escuela.• La defensa del francés en Francia.

• La política lingüística en el ámbito de la francofonía.• La política lingüística referida al francés en el resto del mundo.

Y estos diferentes enfoques pueden presentarse en dos grandes rubros: la acción sobre la len­gua y la acción sobre las lenguas.

La acción sobre la lenguaFrancia dispone de estructuras antiguas, como la Academia Francesa, otras más recientes como

la Delegación General para la Lengua Francesa, e interviene esencialmente en el dominio de la termi ­nología mediante textos legislativos, decretos o leyes. Desde comienzos de los años setenta, en dife­rentes ministerios franceses se crearon “comisiones de terminología” encargadas de elaborar en sus

3 No deja de tener un valor simbólico el hecho de que se haya elegido como Secretario General de la Franco ­fonía al ex Secretario General de la ONU, B. Boutros Ghali.

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ámbitos respectivos el vocabulario adecuado4. En 1994, la Delegación General para la Lengua France­sa reunió en forma de un Diccionario de términos oficiales de la lengua francesa el conjunto de los térmi­nos y expresiones “aprobados” (es la fórmula oficial) por estos decretos. Estas intervenciones termi­nológicas están dirigidas casi siempre contra préstamos del inglés y por lo general tienden a proponer, frente a una palabra inglesa, su reemplazante francesa o afrancesada. Es de notar que no hay necesariamente coordinación entre la intervención francesa sobre el corpus y la del Quebec, otro gran especialista en terminología. Así, tomando sólo un ejemplo reciente, la forma inglesa Email es oficialmente “proscripta”, pero Francia propuso reemplazarla por mèl, presentada como abreviatura de message électronique, aunque no es sino la francización ortográfica de la palabra inglesa, mientras que el Quebec utiliza el neologismo courriel, contracción de courrier électronique.

La primera ley lingüística, en el período reciente, es la del 31 de diciembre de 1975 relativa al empleo de la lengua francesa, llamada “Ley Bas Auriol”. Más tarde aparece la ley constitucional del 25 de junio de 1992 que añade a la Constitución un título: “De las Comunidades Europeas y la Unión Europea”. Esta ley, adoptada por el Congreso (reunión de ambas Asambleas) y que tenía el objetivo de adecuar la Constitución para permitir la firma de los acuerdos de Maastricht agrega, sin que la rela­ción con su objetivo sea evidente, en el primer apartado del artículo 2 de la constitución del 4 de oc ­tubre de 1958 la frase siguiente: “La lengua de la República es el francés”. Hasta esa fecha, nada en la constitución precisaba el papel del francés en Francia. Aparecen luego dos leyes de una importancia muy distinta.

• La ley “Tasca”. Elaborada en 1993 por el Secretariado de Estado para la Francofonía y las Re­laciones Culturales Exteriores, esta ley será adoptada el 17 de marzo de 1993 por el último Consejo de Ministros del gobierno Bérégovoy y jamás será presentada al parlamento: las elecciones legislativas posteriores llevan a un cambio de mayoría y de gobierno. Pero esta ley constituye el modelo de la ley que presentamos a continuación.

• La ley del 4 de agosto de 1994, llamada “ley Toubon”. Adoptada el 23 de febrero de 1994 por el Consejo de Ministros, suscita una vasta polémica en la opinión pública y en la prensa in­ternacional (que, de manera general, se ríe de Francia). El 27 de julio de 1994, luego de un recurso presentado por la bancada socialista de la Asamblea Nacional, el Consejo Constitu­cional anula varios artículos y disposiciones de la ley, por juzgarlos contrarios al artículo 11 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. En el origen, su objetivo era reglamentar el uso de la lengua francesa para todos los ciudadanos; luego de la intervención del Consejo Constitucional fue limitada únicamente a los funcionarios en el ejercicio de su función. La ley, que parece originada en el deseo de frenar la intrusión del inglés, interviene esencialmente en cinco dominios: el mundo del trabajo (contratos, etc.), el consumo (afi­ches públicos en francés), la enseñanza (obligatoriamente en francés), los medios audiovi­suales (francés obligatorio en los programas y la publicidad), y por último los coloquios, congresos, etc. (todo participante francés debe expresarse en francés).

En lo que se refiere a la norma escrita, existe un decreto del 26 de febrero de 1901 “relativo a la simplificación de la enseñanza de la sintaxis francesa” que presenta simplemente una lista de casos de tolerancia ortográfica y precisa que “en los exámenes o concursos dependientes del Ministerio de Instrucción Pública que comporten pruebas especiales de ortografía, no se les computarán faltas a los candidatos que hayan empleado las variantes toleradas”...

El problema se volverá a plantear a comienzos de los años noventa. El 19 de junio de 1990, el Consejo Superior de la Lengua Francesa le entrega al Primer Ministro un informe realizado a su pedi ­do, que contenía algunas propuestas de rectificación de la ortografía5. El grupo de trabajo que había establecido este texto había tomado algunas precauciones: trabajar en relación con la Academia

4 Entre 1973 y 1993 se cuentan así 48 decretos referidos a campos tan variados como las técnicas espaciales, el turismo, lo audiovisual y la publicidad, la agricultura o la tercera edad.

5 “Les rectifications de l’orthographe”, Journal officiel de la République Française, édition des documents administratifs, nº 100, 6 de diciembre de 1990.

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Francesa, consultar al Consejo de la Lengua Francesa del Quebec y al Consejo de la Lengua de la co­munidad francesa de Bélgica (en cambio, no se había consultado a los suizos ni a los africanos). Pero el estatuto de estas modificaciones ortográficas es extremadamente ambiguo. En efecto, el texto di ­fundido por la Dirección de boletines oficiales se titula “Las rectificaciones de la ortografía”, lo que da a entender que para las palabras en cuestión existe de allí en más una forma antigua y una forma rectificada. Pero el Primer Ministro, que recibió este informe en junio de 1990, declaraba: “Al Gobier­no jamás le ha correspondido legislar en esta materia: la lengua les pertenece a sus usuarios, que no pecan por tomarse cada día libertades con las normas establecidas. Pero es tarea del gobierno favore­cer el uso que parece más satisfactorio; en este caso, el que ustedes proponen”6.

La acción sobre las lenguasEn cuanto a la acción sobre las lenguas, nos referiremos brevemente al sistema escolar, las len­

guas de los migrantes, las lenguas regionales, Europa y el resto del mundo.Desde 19997, el sistema escolar francés propone para el nivel primario la enseñanza de una len­

gua extranjera (de una lista de seis8). En el nivel secundario propone la opción teórica entre veinte lenguas extranjeras9. Entre ellas se encuentran las lenguas oficiales de los países miembros de la Unión Europea (inglés, alemán, danés, español, finés, griego moderno, italiano, neerlandés, por­tugués, sueco), esto es, diez lenguas, la mitad del conjunto, a las cuales se agrega el noruego, previsto aquí antes del referéndum mediante el cual el pueblo noruego rechazaría la adhesión de su país. De las diez lenguas restantes, dejando de lado el noruego, tenemos por un lado siete lenguas cuya pre­sencia se explica en parte por la historia de las migraciones hacia Francia (árabe literal, armenio, chi­no, polaco, ruso, turco, vietnamita) y dos lenguas cuya presencia no es explicable ni por el factor eu ­ropeo ni por las migraciones: hebreo moderno y japonés. Tenemos entonces dos grandes grupos de lenguas (lenguas europeas, lenguas de migrantes), pero en el primer caso se han elegido todas las lenguas nacionales de los países miembros, en el segundo algunas de las lenguas de la población mi­grante. Otras treinta y dos lenguas asignables a este último grupo (albanés, árabe dialectal, bambara, berebere, coreano, hindi, sarakholé, wolof, etc.) pueden ser objeto de un examen opcional que permi­te sumar puntos para el baccalauréat.

De hecho, a pesar de la amplitud de opción, los alumnos eligen mayoritariamente como prime ­ra lengua el inglés, luego el alemán y el español; las demás lenguas tienen muy pocos estudiantes. El Ministerio de Educación Nacional introdujo además la iniciación a una lengua extranjera en la escue ­la primaria. Según la Dirección de Evaluación y Perspectiva10, de los 498.000 alumnos que tuvieron clases de lengua extranjera en 1993-94, había

• 73,5% inscriptos en inglés (contra 80,9% el año anterior).

• 18,2% inscriptos en alemán.• 3,6% inscriptos en español.

Aquí se plantea un problema de coherencia ya que, como veremos, si el inglés es en el plano in­ternacional la lengua contra la cual se erige la política lingüística exterior de Francia, cabe pregun ­tarse por qué esta lengua es favorecida hasta tal punto en el sistema escolar.

En lo que se refiere a las lenguas de los migrantes, existe en Francia una Enseñanza de Lenguas y Culturas de Origen (ELCO) que se propone como opción a los hijos de migrantes en la escuela pri ­maria. Este programa resulta de acuerdos bilaterales establecidos entre Francia y diferentes países: Portugal en 1973, Italia y Túnez en 1974, España y Marruecos en 1975, Yugoslavia en 1977, Turquía en 1978 y Argelia en 1982. Los docentes son nombrados y pagados por sus países de origen, su forma­

6 Op. cit., p. 7.7 Bulletin officiel de l’Education nationale n° 40, 11/11/99.8 Inglés, alemán, árabe, español, italiano o portugués.9 Alemán, árabe literal, armenio, chino, danés, español, finés, griego moderno, hebreo moderno, inglés, italia­

no, japonés, neerlandés, noruego, polaco, portugués, ruso, sueco, turco, vietnamita.10 L’enseignement de langues vivantes étrangères à l’école primaire, DEP, diciembre de 1994.

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ción, su nivel y el contenido de los cursos escapan al control del ministerio de educación francés y, en cuanto a los países musulmanes, los programas reservan un amplio espacio a la enseñanza religiosa. Es claro que esta enseñanza no tiene como objetivo preparar a los niños para una inserción armonio ­sa en la escuela francesa, educándolos en francés sin cortarlos de sus raíces, sino prepararlos para un hipotético retorno a sus países de origen (era la filosofía inicial de los acuerdos) y sobre todo conten­tar a los gobiernos de estos países. La política lingüística cede el paso aquí a la política internacional.

Pasemos a las lenguas regionales. Francia adoptó en 1951 la ley Deixonne que instituía una en ­señanza opcional de cuatro “lenguas y dialectos locales” (bretón, vasco, catalán, occitano) en los co­legios y liceos. Esta enseñanza era de tipo “militante”: los docentes ejercían en forma voluntaria. Las cosas han evolucionado en los años 80: se han creado concursos de admisión, los docentes reciben sa ­lario, etc. Pero no es fácil prever cómo influirá esta enseñanza en el curso de las cosas: aun cuando en Córcega se trate de instituir tres horas de enseñanza semanal de corso, desde el nivel inicial a la uni ­versidad, parece claro que la desaparición de las lenguas regionales es irreversible. Encontramos una breve mención de estas lenguas en la ley relativa al empleo de la lengua francesa (“ley Toubon”) que, en su artículo 21, precisa: “Las disposiciones de la presente ley se aplican sin perjuicio de la legisla­ción y la reglamentación relativas a las lenguas regionales de Francia y no se oponen a su uso”. Es todo, y es poco. El principio de plurilingüismo que, como veremos a continuación, propone Francia para lo que se refiere a Europa no se aplica a su territorio nacional.11

En los países actualmente miembros de la Unión Europea hay trece lenguas oficiales o naciona­les –estatuto que no siempre está inscripto en las constituciones respectivas–, que son ipso facto len­guas oficiales de la Unión. Dos Estados han renunciado al uso de una de sus lenguas en las institucio­nes europeas (Irlanda renunció al irlandés, Luxemburgo al luxemburgués); quedan entonces once lenguas oficiales en las cuales deben traducirse todos los textos y hacia las cuales deben interpretarse todos los discursos. Once lenguas dan 110 combinaciones posibles de interpretación o de traducción, lo que requiere por supuesto cabinas de traducción, intérpretes, un presupuesto enorme... La situa­ción no puede quedar en ese estado, a menos que se acepte pagar el costo de la igualdad de las len­guas, y sin duda habrá que limitar algún día el número de lenguas de trabajo. A mediados de diciem­bre de 1994, en el momento en que Francia se aprestaba a tomar la presidencia de la Unión Europea, el ministro de asuntos europeos de la época, Alain Lamassoure, proponía limitar a cinco las lenguas de trabajo de la CEE (que deben distinguirse de las lenguas oficiales, las de todos los países miembros). Enseguida reaccionó la prensa griega, acusando a Francia de querer suprimir las peque ­ñas lenguas y de crear un directorio de cinco lenguas; luego se sumarían otros “pequeños” países... Estas cinco lenguas (inglés, francés, alemán, español e italiano) eran las más habladas en la Europa de los 15, y esta elección ponía el acento en la comunicación en el seno de Europa, excluyendo al mismo tiempo el portugués, mucho más hablado en el mundo que el italiano, el alemán e incluso el francés. Es decir que la propuesta de Francia ignoraba el estatuto mundial de las lenguas y sólo tomaba en cuenta el número de hablantes en Europa. Junto a un enfoque técnico (es necesario limitar las len ­guas de trabajo), la propuesta francesa presentaba un enfoque político en dos niveles: se debe evitar que el inglés se vuelva la única lengua de trabajo en la Unión, y hay que elegir las lenguas de trabajo en función de criterios europeos (de allí las cinco lenguas propuestas, las más habladas). Los argu­mentos esgrimidos se sitúan entonces aparentemente en el marco de la política europea, en tanto que enmascaran de hecho intereses nacionales: la propuesta de Francia, presentada como capaz de resolver las dificultades de funcionamiento de las instituciones europeas, puede ser considerada al mismo tiempo como una manera “hábil” de defender el francés, mientras que las reacciones de los “pequeños países” constituyen una defensa de sus lenguas detrás de una defensa del principio de igualdad... Del mismo modo, Francia insiste desde hace tiempo en que los países europeos enseñen

11 El 7 de mayo de 1999 Francia firmó la Carta europea sobre las lenguas regionales o minoritarias, y su parla ­mento debía ratificarla en el año 2000. Se comprometía a aplicar 39 artículos de esta carta con respecto a nueve lenguas. Pero el 20 de mayo el Presidente de la República consultó al Consejo Constitucional, que de ­claró, el 15 de junio, que la Carta contenía cláusulas contrarias a la Constitución. Para aprobar esta Carta, al Ejecutivo sólo le quedaría la vía parlamentaria.

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dos lenguas en el nivel secundario, y esta insistencia puede ser vista como un proyecto “europeo” (formar jóvenes europeos trilingües), pero constituye al mismo tiempo una defensa del francés (si se enseña sólo una lengua, sería por supuesto el inglés, y es necesaria una segunda lengua para asegurar un lugar al francés). La política lingüística de Francia en Europa está así constantemente tironeada entre estos dos principios: la gestión lingüística de Europa y la defensa de la lengua francesa.

En realidad, si el estatuto internacional del francés se juega simbólicamente en Europa, su por­venir estadístico se juega más bien en Africa, donde la demografía y los progresos posibles de la esco­larización aseguran a la lengua un reservorio inmenso de hablantes potenciales, pero esto concierne a otro capítulo de la política lingüística de Francia, el que se refiere a la Francofonía, que no tratare ­mos aquí.

Vemos entonces que hay contradicción aparente entre la política lingüística francesa en Fran­cia (primacía del inglés en la enseñanza, poco reconocimiento de las lenguas regionales, etc.) y en Eu­ropa (defensa del plurilingüismo, etc.), pero que esta contradicción no revela una incoherencia. En efecto, la coherencia de estas posiciones contradictorias está en otra parte: en el nivel de la defensa del estatuto internacional del francés. Es entonces en el marco del sistema de relaciones de fuerza mundiales -que presentamos más adelante por medio del modelo gravitacional- donde esta política cobra sentido.

2.2. En la Argentina12

En los últimos años, como resultado de la acentuación del federalismo en la Argentina (que está en la base de la Reforma Educativa sancionada por la Ley Federal de Educación de 1992) y la constitución del Mercosur (oficialmente en marcha desde 1995), se establece un nuevo marco jurídi ­co para las decisiones en materia de política lingüística. Los niveles de decisión se multiplican: las po ­líticas regionales se deciden en las Reuniones de Ministros de los países del Mercosur, el Poder Ejecu ­tivo es responsable de la política nacional, y los gobiernos provinciales, de lo que atañe a su jurisdicción. De tal multiplicación de estructuras se podría esperar una sinergia inédita o, al contra ­rio, una mutua obstaculización. Veamos en primer lugar lo que ocurre en la política lingüística de ni ­vel nacional, en lo que se refiere a la acción sobre la lengua y las lenguas.

Acción sobre la lenguaEn este rubro, la política lingüística de los últimos años presenta un curioso vacío: el que dejan

dos proyectos de ley que no llegaron a ser discutidos en las cámaras, el proyecto de “Ley del idioma” del ex diputado Vanossi (1991) y el de “Preservación de la lengua castellana”, del entonces secretario de cultura Jorge Asís (1994). Ambos proyectos intentaban legislar sobre el estatus de la lengua propo ­niendo la oficialización del castellano en la Argentina, cuestión nunca antes abordada, y tampoco después. Pero el proyecto de Asís apuntaba esencialmente al corpus: allí proponía distintas medidas para “preservar” la lengua de la amenaza que constituían los numerosos préstamos de lenguas ex­tranjeras, particularmente del inglés; los argumentos que esgrimía en su “Exposición de motivos” provenían de la tradición nacionalista en el lenguaje, sólo que en este caso venían en apoyo de una ley que reproducía casi literalmente una ley francesa (la ley Toubon, cf. supra)... Lo interesante de es­tas iniciativas abortadas reside precisamente en el modo en que fueron descartadas: por silencio e in­diferencia la primera, con una ruidosa polémica la segunda, que reveló un notable consenso entre políticos, intelectuales y comunicadores sociales sobre la no incumbencia del Estado en cuestiones de lengua. Podría decirse que la única entidad de orden nacional con legitimidad para actuar sobre la lengua es la Academia Argentina de Letras, y esto en la medida en que su actividad es respaldada por la Real Academia Española. Es de señalar, sin embargo, el bajo perfil que caracteriza a la institución argentina, a diferencia de la RAE que, en las representaciones colectivas, detenta el monopolio de la autoridad en materia de intervención sobre el corpus del castellano para toda la Hispanidad.

12 Un análisis global de la política lingüística argentina de los últimos años se presenta en Varela, L.: “Mi nom­bre es Nadie. La política lingüística del Estado argentino”, Políticas lingüísticas para América Latina, Actas del congreso internacional, Buenos Aires, FFyL, 1999.

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Pero los pesados engranajes de la Academia española no actúan con la velocidad de los cambios tecnológicos y sociales. La brecha que se abre entre la lengua “aceptada” y las necesidades termino­lógicas actuales se cubre en la Argentina con un caudal cada vez más numeroso de préstamos del in ­glés, más o menos integrados a la morfología castellana y no siempre transparentes para quienes de­ben servirse de ellos. Este tipo de problemas lingüísticos en el ámbito del comercio y la industria y la protección del consumidor, por ejemplo, no han sido objeto de una política lingüística 13. La ordenan­za municipal de Laporta (1994) sobre la obligatoriedad del castellano en las designaciones de razones sociales en los comercios de la ciudad de Buenos Aires resulta una significativa excepción.

Acción sobre las lenguasEs en este punto donde el Estado nacional revela un particular dinamismo, sobre todo en el

marco de la Reforma Educativa: en numerosos documentos y seminarios de consulta con agentes educativos las autoridades del Ministerio de Educación nacional han explicitado las nuevas orienta­ciones político-lingüísticas.

En líneas generales, se establece difundir a todos los habitantes, hispanohablantes o alófonos, a través del sistema escolar, un saber práctico de la “comunicación verbal y escrita”14, se sobreentiende que en castellano. Con el mismo fin se dispone que el inglés sea enseñado obligatoriamente en el sis ­tema formal a partir del cuarto año de escolaridad, si bien la política se declara favorable al plurilin ­güismo. Otros textos legales proponen, para el caso de las comunidades alófonas, “concebir una orga­nización de la diversidad lingüística y cultural que permita la participación efectiva de las comunidades lingüísticas a través de los aprendizajes formales de la escuela”, “favorecer la plurali­dad lingüística y cultural” “favorecer la interculturalidad facilitando la comunicación e intercom­prensión con los hablantes de las distintas comunidades de origen extranjero” (Acuerdo A 15), etc. Ya no se trata, como en épocas anteriores, de la nacionalización de indígenas o inmigrantes mediante la enseñanza de la lengua, sino de lograr la “participación efectiva” de comunidades alófonas mediante la enseñanza del español lengua segunda. La antigua política de difusión del monolítico idioma nacional tropieza ahora con la de “respeto a la diferencia”; y el Estado que en su origen se proponía formar ciudadanos a través de la lengua se interesa ahora en las habilidades prácticas de los individuos: la enseñanza apunta a que “el alumno o la alumna” “resuelva problemas comunicativos” de su entorno inmediato.

Del dicho al hecho... Debido a la actual estructura federal del sistema educativo, la función del Mi­nisterio nacional se restringe a la definición de políticas. Las autoridades e instituciones provin­ciales tienen el margen de acción que les reserva la propia autonomía jurisdiccional y la instancia de la planificación, donde las condiciones concretas demandarán eventuales adecuaciones. Queda entonces por observar la traducción de esta política en su puesta en práctica; allí se harán visibles convergencias o divergencias entre los distintos niveles y, tal vez, nuevos conflictos15.

Es, al menos, la experiencia que resulta de la superposición de la política lingüística definida en el ámbito del Mercosur y la política de orden nacional. Desde el Protocolo de intenciones firmado en 1991, y luego en sucesivas Reuniones de Ministros se ha formulado el programa “Aprendizaje de los 13 Se han iniciado algunos proyectos de desarrollo terminológico para el ámbito del Mercosur, entre ellos, el

que depende de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Nación. La escasez de los recursos que se le han des­tinado, sin embargo, hacen temer por su continuidad.

14 La Ley Federal de Educación en sus artículos 15º inciso. a) y 5º inciso q) establece el derecho a “lograr la ad ­quisición y el dominio instrumental de los saberes considerados socialmente significativos, comunicación verbal y escrita [...].” (subrayado nuestro). Por otro lado, los Materiales de trabajo para los contenidos básicos comunes adaptados para la enseñanza del Español lengua segunda (versión 29/1/1999) proponen: “La ense­ñanza de Español como Segunda Lengua apunta a saber hacer, es decir poder dar respuesta a las necesidades comunicativas que se planteen en esta lengua” (p. 6. Subrayado nuestro).

15 Las autoridades nacionales no han tardado en mostrar habilidad al respecto: la falta de profesores de in­glés, por ejemplo, ha obligado a ciertas instituciones a recurrir a profesores de otros idiomas. El Ministerio nacional ha presentado el caso como un avance del plurilingüismo...

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idiomas oficiales del Mercosur”, que tiene como objetivo “implementar la enseñanza del español y del portugués en instituciones de los diferentes niveles y modalidades del sistema educativo, para mejorar la comunicación entre los países que conforman el Mercosur”16. Varios años han transcurri­do sin que la implementación de esta política por parte del Estado argentino se haya hecho visible. Y es que, claramente, el Estado no podría asumir los compromisos contraídos en el Mercosur sin con­tradecir los términos de la política de lenguas extranjeras que defiende: si al menos una lengua ex ­tranjera es obligatoria desde el 4º año, y el inglés es obligatorio, sólo aquellas (escasas) instituciones capaces de enseñar más de una lengua extranjera estarían en condiciones de ofrecer portugués. La impasse es salvada, en este caso, por el voluntarismo de algunas instituciones públicas y por el sector privado, que canalizan o satisfacen, según los casos, una inesperada demanda de cursos de por­tugués.

La situación no tiene nada de excepcional si se lee dentro de la propia lógica del Mercosur: las bases neoliberales del proyecto dejan un amplio margen de acción a la iniciativa privada. Estas condi­ciones dan lugar a una gestión espontánea de los nuevos fenómenos lingüísticos por parte de los ac ­tores sociales (individuos, empresas, instituciones educativas, etc.), que toman el relevo de las insti­tuciones estatales allí donde éstas se declaran ineficaces o incompetentes. Es así como nos encontramos hoy ante la paradójica situación de que la política lingüística del Mercosur, aun de cor ­to alcance y sin verdadero apoyo institucional, resulta de algún modo más eficaz que la europea, y esto no se explica sólo por el hecho de que se realice sobre una situación relativamente simple desde el punto de vista sociolingüístico. La falta de instancias de decisión y control, que contrasta con la pe­sada burocracia europea, deja librado el terreno a la acción de las “fuerzas del mercado” o, como ve ­remos a continuación, el sistema de gravitación lingüística.

3. El modelo gravitacional El modelo gravitacional (Calvet 1999)17 parte del principio de que las lenguas están vinculadas en­

tre sí por hablantes bilingües, y presenta las situaciones plurilingües en forma de una gravitación de lenguas periféricas alrededor de una lengua central, es decir, de una tendencia al bilingüismo orientado hacia el centro. En Francia, por ejemplo, un bilingüe francés/bretón o francés/alsaciano tiene todas las chances de ser de primera lengua bretona o alsaciana, del mismo modo que un migrante bilingüe francés/árabe o francés/bambara es muy probablemente de primera lengua árabe o bambara.

A su vez las lenguas centrales de estos subgrupos pueden no estar ligadas entre sí (por medio de bilingües), sino estarlo todas ellas a una lengua súpercentral y las lenguas supercentrales pueden a su vez estar ligadas de la misma manera a una lengua hípercentral, núcleo del “sistema gravitacio ­nal lingüístico”. Tenemos así un modelo de cuatro niveles que permite dar cuenta de la situación mundial del siguiente modo:

En el nivel uno una lengua hípercentral, que hoy en día es el inglés, pivote de todo el sistema; los hablantes que la tienen como lengua primera tienden fuertemente al monolingüismo.

En el nivel dos, una decena de lenguas supercentrales (árabe, ruso, swahili, francés, hindi, mala­yo, español, portugués, chino, etc.) cuyos hablantes que las tienen como lengua primera tienden al monolingüismo o bien al bilingüismo con una lengua del mismo nivel (bilingüismo horizontal) o con la del nivel uno (bilingüismo vertical). Desde luego, estas lenguas se hallan entre las más habladas en el mundo, pero este criterio cuantitativo no basta para conferir el estatuto de lengua súpercentral: el alemán y el japonés, por ejemplo, que superan los cien millones de hablantes, no cumplen este papel.

16 “Plan trienal para el sector Educación”, 1992.17 Véase Louis-Jean Calvet, Pour une écologie des langues du monde, París, Plon, 1999, y Abraam de Swaan, “The

Evolving European Language System: a Theory of Communication Potential and Language Competition”, in Revue internationale de science politique, vol. 14 nº 3, julio de 1993 ; Unequal Relations between Language Groups, Amsterdamse School voor Sociaalwetenschappelijk Onderzoek, 1995.

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En el nivel tres, un centenar de lenguas centrales (el wolof y el bambara en África, el quechua en América del Sur, el checo y el armenio en Europa del este, etc.), cuyos hablantes presentan una ten­dencia al bilingüismo con una lengua del nivel dos (bilingüismo vertical).

En el nivel cuatro, lenguas periféricas cuyos hablantes tienden al plurilingüismo horizontal y vertical.El modelo se basa entonces en la organización de los bilingüismos verticales, de las lenguas pe ­

riféricas a la lengua hípercentral pasando por las lenguas centrales y supercentrales. Cuanto más se va hacia el centro de este sistema gravitacional, mayor número de hablantes tienen las lenguas y más sometidas están a variación, hasta el punto en que se puede dudar de la unidad de lenguas como el inglés, el francés, el español o el árabe, por ejemplo. El español en la Argentina, como el portugués en Brasil o el francés en el Quebec, son el resultado lingüístico de fenómenos coloniales y se han desa­rrollado lejos del centro de producción de su norma (Madrid, Lisboa, París). Pero, si bien la variación es evidente, la unidad se manifiesta a la vez en el plano de las representaciones (la gente “piensa” o “pretende” hablar español, francés, etc.) y en el plano institucional (el francés o el español son len­guas oficiales de la ONU, la UNESCO, etc.), sin que la variación plantee problemas.

El sistema es, por cierto, un producto de la historia, y como tal está atravesado por fuerzas so­ciales y políticas contradictorias. Así, una lengua periférica puede cambiar de gravitación: es lo que está ocurriendo en Ruanda, por ejemplo, donde el kinyaruanda podría cambiar de lengua central, pa ­sando del francés al inglés. La lengua hípercentral también puede cambiar, aunque con menor rapi ­dez: el francés, por ejemplo, cedió su lugar al inglés a comienzos del siglo XX. De manera más gene­ral, los factores de cambio en esta organización gravitacional son las políticas lingüísticas nacionales, las reivindicaciones lingüísticas de los grupos minoritarios, el militantismo, las eventuales políticas lingüísticas internacionales (por ejemplo, en el Mercosur o la UE), las relaciones entre estas organiza­ciones internacionales y otras entidades económicas y políticas (los Estados Unidos) y las relaciones de fuerzas económicas y políticas a escala mundial. En esta perspectiva, los problemas de política lin ­güística podrían comprenderse como problemas de gestión, en un territorio dado, del sistema gravi ­tacional que, en el actual orden global, afecta a todas las lenguas del mundo.

A la luz de este modelo, la situación relativa de las lenguas del Mercosur y la Unión Europea puede presentarse del siguiente modo: las lenguas oficiales del Mercosur se sitúan al mismo nivel (es­pañol y portugués son lenguas supercentrales), mientras que las de Europa, microcosmos de la situa­ción mundial, son de niveles diferentes (la lengua hípercentral, el inglés, tres lenguas supercentrales, el francés, el español y el portugués, lenguas centrales como el alemán 18, y lenguas periféricas –finés, danés–)19. Por lo demás, el carácter de antiguas metrópolis de varios de los países europeos explica tal vez el hecho de que persistan hoy conflictos de intereses entre las lenguas, lo que contrasta fuer­temente con la situación de las lenguas en el Mercosur.

Presentada en forma de cuadro, la situación es la siguiente:

Unión Europea MercosurLenguas oficiales 11 2De nivel diferente (hípercentral, súper-

central, central, periféricas)igual (súpercentral)

Lenguas regionales reconocidas como oficiales

– –

Lenguas de diáspora + +Conflictos imperiales entre las lenguas

+ –

18 Sin duda, el estatuto del alemán está evolucionando hacia la supercentralidad: el retroceso del ruso en el este le abre un amplio campo de expansión, y sus relaciones con las lenguas periféricas de la UE tienden a fortalecerlo en ese estatuto.

19 J. Born traza un panorama sociolingüístico de la Unión Europea en “La política lingüística de la Unión Euro­pea: ¿un modelo para el Mercosur?”, en Políticas lingüísticas para América Latina, actas del congreso interna­cional, Buenos Aires, FFyL, 1999, pp. 103-120.

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El problema político-lingüístico que enfrenta Francia en el seno de la UE proviene, fundamen­talmente, del conflicto entre la supercentralidad del francés y la hipercentralidad del inglés. Francia, respaldándose en la Francofonía, busca contrarrestar con su peso la dominación del inglés (parcial en la UE, a la cual Gran Bretaña no adhirió sino recientemente20, pero bien instalada en el mundo); esto la lleva a defender el plurilingüismo y, por ende, las demás lenguas, lo que, en su territorio, se tradu­ce en ciertas concesiones respecto de las lenguas minoritarias –esto es, en términos del modelo, el sistema gravitacional que gira en torno del francés–. Por lo demás, como hemos visto, su política in­terna referida al francés aparece en buena medida motivada por la expansión del inglés.

En cuanto al Mercosur, la situación es diferente: no hay conflictos de atracción entre las dos lenguas oficiales, ambas supercentrales (el conflicto tal vez se plantearía si el guaraní, lengua de ran ­go central, se postulara como lengua oficial del conjunto), intercomprensibles para buena parte de los hablantes, y que son objeto de una política de incentivo al aprendizaje (que, curiosamente, no plantea la meta, realizable, del bilingüismo aun para el personal directamente involucrado). El pro­yecto se cumple con relativo éxito en el Brasil. En la Argentina, como hemos visto, esta política no lo ­gra afirmarse en la esfera oficial, y sí, en cambio, la que se dirige al inglés. Habíamos señalado tam ­bién, en cuanto a la relación castellano-lenguas de niveles inferiores (centrales, en el caso de la mayoría de las lenguas de diáspora, periféricas en el de las lenguas indígenas), y a las políticas referi­das al castellano (tanto al estatus como, particularmente, al corpus), una actitud que va de la timidez a la prescindencia declarada: la potestad de actuar sobre la lengua corresponde, en todo caso, a la Real Academia Española. Dicho de otro modo, la Argentina no parece asumir el peso del castellano, lengua súpercentral: no se reconoce el derecho o la capacidad de “enriquecer” o de actuar en “defen­sa” de su lengua, o de apropiársela haciendo de ella su lengua oficial; por otro lado, no logra llevar adelante una política, aun acordada internacionalmente, con una lengua de igual rango e incluso lin­güística y geográficamente próxima; respecto de lenguas de rango inferior, ejerce tímidamente su su­premacía, en nombre del respeto a la pluralidad y, en cambio, parece aceptar e incluso favorecer la atracción que impone el inglés, lo que no sólo se manifiesta en la política escolar adoptada de obliga ­toriedad de la enseñanza. Los procesos que se desarrollan in vivo, allí donde las instituciones “actúan por defecto”, dejan rastros evidentes de este fenómeno de atracción, como los numerosos préstamos del inglés, más o menos integrados a la lengua, pero también los calcos (aplicar por “postularse a”, asumir por “suponer”, etc.), o incluso, en ciertos sectores, la práctica del code switching.

¿La actitud argentina respecto de su lengua puede atribuirse a su posición relativamente peri­férica en el seno de la Hispanidad? Si comparamos la situación de la Argentina en la Hispanidad con la del Brasil en la Lusofonía y el Quebec en la Francofonía, todos más o menos distantes del centro normativo, la hipótesis quedaría descartada. Brasil hace sentir su peso demográfico y económico en la Lusofonía, como se vio en las discusiones sobre la reforma ortográfica de 1990 y los acuerdos resul­tantes, y el dinamismo del Quebec en materia de política lingüística contrasta diametralmente con la actitud argentina. Este fenómeno podría explicarse entonces remitiéndonos a la estructura interna de la Francofonía y la Hispanidad: funcionamiento en cierta medida descentralizado en el primer caso, centralismo organizado en torno de la RAE en el segundo. Si bien esto resulta verdadero en el plano de los hechos, más que a las diferencias, indudables, en la estructura y políticas de la Francofo­nía o la Hispanidad, parece explicarse mejor por el proceso que tuvo lugar en el Quebec, particular­mente a partir de los años 6021, y que político-lingüísticamente podría caracterizarse como de apro­piación de la lengua y de recuperación, por esta vía, de un sentimiento de seguridad lingüística. Factores históricos entonces, que impactan en el campo de las representaciones, explican, junto con otros de orden político (sistema democrático, búsqueda de equilibrio de fuerzas en el seno de la con ­federación canadiense, etc.), cultural (alto grado de escolarización en la población), económico (nivel de ingresos per cápita elevado, recursos propios de la provincia), etc., la acción decidida del Quebec

20 El 15 de abril de 1958, la CEE estipula: “las lenguas oficiales y las lenguas de trabajo de las instituciones de la comunidad serán el neerlandés, el francés, el alemán y el italiano”.

21 Para una historia político-lingüística en el Quebec, véase Corbeil, J.-C: L’aménagement linguistique au Québec, Montreal, Guérin, 1980, Lapierre, J.-W.: Le pouvoir politique et les langues, París, PUF, 1988, etc.

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sobre la lengua en cuanto al corpus –desarrollo terminológico, por ejemplo– y el estatus (oficializa­ción del francés, promoción de la enseñanza, etc.). En la Argentina, los movimientos de nacionalismo lingüístico tuvieron, como el país, su período de auge y un punto de inflexión: la RAE tendrá que es­perar hasta 1931, y un gobierno de facto, para saludar la integración de la Argentina a la red de aca ­demias que había comenzado a tejer en 187122. Un triunfo de los defensores locales de “la unidad del idioma español” que instala el sistema exonormativo en la lengua, con su serie de consecuencias. La inseguridad que revelan los discursos epilingüísticos de hablantes de variedades regionales del espa­ñol y el laissez faire en materia de política lingüística que deja libre el campo en la Argentina al poder de atracción del inglés podrían proceder, en parte, de la dinámica instalada en el mundo hispánico.

A modo de conclusiónLas monedas, como las lenguas, tienen un estatuto semiológico: funcionan como signos identi­

tarios. De la misma manera que en los antiguos Estados, especialmente los Estados europeos, se tien­de a considerar que el nombre del país, el de los ciudadanos y de la lengua proceden de un mismo pa ­radigma (en Francia hay franceses que hablan francés, en Italia, italianos que hablan italiano, en España, españoles que hablan español, etc.), en las representaciones, las monedas están ligadas a un país, a una nacionalidad, y por ende a una lengua: el marco es alemán, la lira, italiana, el yen es japo­nés, la peseta, española, el dólar, estadounidense, la libra es inglesa, etc., y podríamos decir entonces que, metafóricamente, el dólar, como la libra esterlina, hablan inglés, el yen habla japonés, el marco habla alemán, el franco (francés) habla francés, etc. Hemos visto, en los pares Argentina/Mercosur y Francia/UE, situaciones sociolingüísticas diferentes, acaso representaciones diferentes frente a la Francofonía y la Hispanidad, perspectivas político-lingüísticas diferentes. Estas diferencias provienen ante todo del distinto alcance de los proyectos políticos. La Unión Europea se dirige tal vez hacia una integración de tipo federal, con un gobierno, un presidente elegido. Ya se ha dado una moneda, el euro. Y en los próximos años asistiremos seguramente a una situación inusitada: pueblos que podrán comprar y vender en una moneda única, pero que no pronunciarán el nombre de esta moneda de la misma manera, le darán distintos nombres en sus respectivos argots, puesto que no hablarán la mis­ma lengua. El euro será, por cierto, la moneda europea, pero en el horizonte no hay lengua europea. Un francés, por ejemplo, evidentemente podrá pagar en euros su cerveza en Munich, su capuchino en Roma o sus tapas en Barcelona, pero ¿en qué lengua los pedirá?

Lo que es seguro es que si Europa tiene una moneda, no será ni el marco, ni el franco ni la libra esterlina sino una moneda nueva, creada al efecto. Y esta situación no deja de recordar la de las len­guas vehiculares. Se sabe que, tipológicamente, hay tres maneras de manejar los problemas de comu­nicación que surgen de la ausencia de lengua común:

1. Utilizar como lengua vehicular una de las lenguas en presencia: por ejemplo, el inglés en la comunicación entre anglófonos y sinófonos.

2. Recurrir a una tercera lengua: por ejemplo, el francés en la comunicación entre un hablante de árabe y otro de bambara.

3. Utilizar una lengua creada por la práctica social, in vivo, para responder a la necesidad vehi­cular: es el caso de los pidgins, en una comunicación limitada; también el caso del munukutu­ba en el Congo.

22 La incorporación de la Argentina a la red hispánica a título de academia asociada es una de las más tardías. Colombia es el primer país en responder al llamado de la RAE (1871). Lo siguen Ecuador en 1874, México en 1875, El Salvador en 1876, Venezuela en 1883, Chile en 1886. A pedido de Ricardo Palma, Perú tendrá su aca­demia en 1887. Guatemala, al año siguiente. El proceso continúa, luego de una larga interrupción, con la fundación de la academia uruguaya en 1923, que adoptará también la modalidad de asociada. Al régimen de correspondientes se suman Costa Rica en 1923, Filipinas en 1924, Panamá y Cuba en 1926, Paraguay, Santo Domingo y Bolivia en 1927, Nicaragua en 1928. Las últimas serán la academia hondureña (1949), y la nortea­mericana (1973). Cf. Lázaro Carreter, F.: “La real Academia y la unidad del idioma”, en Actas del congreso de la lengua española, Sevilla, 1992, Madrid, Instituto Cervantes, 1994, pp. 7-21.

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Con las monedas ocurre algo similar: el dólar es la “moneda vehicular” que se utiliza con más frecuencia y su estatuto corresponde a las situaciones 1. y 2. que presentamos arriba, y en cambio el euro es una “moneda vehicular” creada, como en el caso 3., con la diferencia de que se trata de una creación in vitro.

A través de esta metáfora moneda/lengua vemos que, del lado europeo, se ha creado una “mo­neda vehicular”, pero que por el momento hay una incapacidad de darse una lengua vehicular: la po ­lítica lingüística de Europa es una política por defecto, una política del statu quo, y la de Francia con­siste sobre todo en defender la supercentralidad del francés. Si aplicamos la misma metáfora al otro par, Argentina/Mercosur, vemos una situación totalmente diferente. En enero de 1999, frente a la crisis económica que golpeaba al Brasil y amenazaba a sus vecinos, el presidente argentino Carlos Menem declaraba que su país no devaluaría el peso, pero que podría abandonar su moneda nacional para adoptar el dólar como moneda única. La hipótesis no era en sí misma sorprendente: ya existía la paridad entre el peso y el dólar, y este paso habría constituido fundamentalmente un abandono sim­bólico de soberanía. Lo que es seguro es que la situación económica actual de los países del Mercosur hace imposible la idea de una moneda única, una “moneda vehicular”, pero que las cosas podrían ser más simples en el terreno de la política lingüística: el bilingüismo de las élites o de los funcionarios, o incluso el bilingüismo cuando menos pasivo en la mayoría de la población, no es un objetivo inaccesi­ble, pero existe la contradicción entre la política escolar de la Argentina, que privilegia la enseñanza del inglés, y la del Mercosur, que querría alentar la del castellano en el Brasil y el portugués en los demás países. Antes que apostar a la comunicación horizontal entre dos lenguas del mismo nivel, la misma familia y relativamente intercomprensibles, en el Cono sur, la posición argentina parece orientarse a una comunicación vertical, por medio de la lengua de nivel superior, cuya vehicularidad sería preferible a la “familiaridad” del portugués. Así como detrás de la política monetaria del Merco­sur aparece el fantasma del dólar, patrón de hecho cuando no de derecho en la región, detrás del bi ­lingüismo posible español/portugués aparece otro fantasma, el del inglés.

Evidentemente, ni las lenguas ni las monedas se difunden solas; son el aspecto visible de proce ­sos económicos, imperialistas, culturales y políticos. Si, por ejemplo, la Argentina se inclinara por adoptar el dólar como moneda, esta decisión sería la traducción monetaria de una atracción econó­mica y cultural que tendría también su traducción lingüística. Y si Europa tuviera que adoptar un día el inglés como lengua de trabajo, esta decisión sería la traducción lingüística de una atracción del mismo tipo. El único punto en común entre estas dos situaciones es que el polo de atracción es, en ambos casos, el mismo, exterior a las situaciones en cuestión. El inglés no es la lengua de ninguno de los países del Mercosur, y son los Estados Unidos los que actúan como polo de atracción monetaria o lingüística; el inglés es, desde luego, la lengua de Gran Bretaña e Irlanda, miembros de la UE; pero es la potencia de los Estados Unidos y no la de Gran Bretaña la que hace la fuerza de la lengua inglesa. El modelo gravitacional que hemos utilizado más arriba, y la hipercentralidad del inglés que pone en evidencia, muestra que una política lingüística, cualquiera sea, está determinada por la situación mundial, y debe tenerla en cuenta.

Pero hay diferentes modos de tomar en cuenta esta hipercentralidad. Una consistiría en ir en el sentido de la pendiente más pronunciada, y adoptar el inglés como única lengua vehicular. Todo el problema reside en saber, en cambio, cómo tomar en cuenta la situación (hay pocas chances de que cambie el estatuto actual del inglés) y desarrollar al mismo tiempo políticas lingüísticas que vayan en el sentido de la diversidad. Desde este punto de vista, Europa aparece bloqueada en sus dificultades. Pronto pasará a 17, 20 o incluso 27 países miembros, a 13, 16 o 20 lenguas oficiales, es decir, 156, 240 o 380 combinaciones posibles de interpretación... A la inversa, si aumentara el número de países miembros del Mercosur, no se trataría sino de países fronterizos, todos hispanófonos, y este aumento tendría mínimas repercusiones en sus problemas de política lingüística. Es decir que, frente al blo­queo de la UE, que no puede más que agravarse, la situación del Mercosur parece muy simple. En am­bos casos, sin embargo, y en los pares que hemos examinado, el fantasma de la lengua hípercentral, el inglés, viene a inmiscuirse en la escena. A pesar de la política de Francia, que intenta equilibrar la balanza incrementando el peso de su lengua, se puede pensar que el peso del inglés seguirá creciendo

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en la UE. En cuanto a la Argentina, se supone que se atiene a las decisiones del Mercosur y da un lu ­gar de relevancia al portugués en su sistema escolar, pero de hecho va en contra de la política que debería aplicar: de alguna manera, la lengua sigue al dinero, y así como el peso se cotiza en relación al dólar, lo que se enseña es inglés y no portugués. La opción argentina habría sido entonces la de aceptar el efecto de la globalización lingüística antes que oponer a la “ley de gravedad”, la gravedad de la ley.

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