Cap 2 Contratacion en Bogota y contexto nacional

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Capítulo 2 LA CONTRATACIÓN DE BOGOTÁ Y EL CONTEXTO NACIONAL Para comprender los alcances de los problemas de la contratación en Bogotá es indispensable darle una mirada al contexto nacional. El cambio de modelo de Estado Hoy en día gobernar es contratar. Antes el Estado producía y construía de todo, a través de una burocracia gigantesca y clientelizada. Desde hace 25 años cambió el modelo y el Estado se convirtió en contratante. Se suprimieron entidades públicas, se aplanaron otras y las tareas que cumplían pasaron manos de contratistas privados. Pero los promotores de las reformas, en su entusiasmo neoliberal, olvidaron que ser un buen contratante es tan difícil como ser un buen ejecutor directo. Requiere menos personal pero tanto o más capital institucional y humano –conocimiento calificado, habilidad comercial, compromiso misional, rigor ético–. En 15 años el crecimiento de las finanzas públicas multiplicó por cinco o por seis los recursos disponibles para la contratación. Entre tanto, no solo no se modernizaba sino que se marchitaba la estructura institucional necesaria para manejar bien esos recursos. En el campo de los contratistas se produjo una mutación. Mientras se consolidaban muchas empresas serias, también surgieron oficinas de intermediarios y estructuradores de las licitaciones que financian las campañas electorales, escogen funcionarios, manejan bancadas y sobornan agentes judiciales y de control. Y comenzaron a destacarse en la competencia, no quienes hacen bien la labor contratada sino quienes saben ganarse las licitaciones, o hacerse a grandes paquetes de contrataciones directas, y lidiar con los pleitos que dejan las obras mal ejecutadas. Muchas regiones sirvieron de incubadoras de bloques de políticos, narcotraficantes, paramilitares y lavadores de dinero, que se hicieron al control de los presupuestos territoriales, en asocio con contratistas –nuevos y tradicionales–. Varios de esos bloques saltaron desde allí hasta la capital de la república y los poderes centrales del Estado. Bajo la divisa de la confianza inversionista, la administración Uribe le dio pábulo al crecimiento de empresas dedicadas a contratar con el Estado cuyos antecedentes y relaciones eran dudosos. Muchas se convirtieron en factores de la mal llamada gobernabilidad y en puntales de los empeños reeleccionistas del presidente.

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Informe de la Comision de Seguimiento a la Contratacion, En este capitulo se muestra una panoramica de la contratacion del nivel nacional, sus actores y la normatividad relacionada. Finalmente se presenta el estado actual de la contratacion en el distrito.

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Capítulo 2

LA CONTRATACIÓN DE BOGOTÁ Y EL CONTEXTO NACIONAL

Para comprender los alcances de los problemas de la contratación en Bogotá es

indispensable darle una mirada al contexto nacional.

El cambio de modelo de Estado

Hoy en día gobernar es contratar. Antes el Estado producía y construía de todo, a través

de una burocracia gigantesca y clientelizada. Desde hace 25 años cambió el modelo y el

Estado se convirtió en contratante. Se suprimieron entidades públicas, se aplanaron otras

y las tareas que cumplían pasaron manos de contratistas privados.

Pero los promotores de las reformas, en su entusiasmo neoliberal, olvidaron que ser un

buen contratante es tan difícil como ser un buen ejecutor directo. Requiere menos

personal pero tanto o más capital institucional y humano –conocimiento calificado,

habilidad comercial, compromiso misional, rigor ético–.

En 15 años el crecimiento de las finanzas públicas multiplicó por cinco o por seis los

recursos disponibles para la contratación. Entre tanto, no solo no se modernizaba sino que

se marchitaba la estructura institucional necesaria para manejar bien esos recursos.

En el campo de los contratistas se produjo una mutación. Mientras se consolidaban

muchas empresas serias, también surgieron oficinas de intermediarios y estructuradores

de las licitaciones que financian las campañas electorales, escogen funcionarios, manejan

bancadas y sobornan agentes judiciales y de control. Y comenzaron a destacarse en la

competencia, no quienes hacen bien la labor contratada sino quienes saben ganarse las

licitaciones, o hacerse a grandes paquetes de contrataciones directas, y lidiar con los

pleitos que dejan las obras mal ejecutadas.

Muchas regiones sirvieron de incubadoras de bloques de políticos, narcotraficantes,

paramilitares y lavadores de dinero, que se hicieron al control de los presupuestos

territoriales, en asocio con contratistas –nuevos y tradicionales–. Varios de esos bloques

saltaron desde allí hasta la capital de la república y los poderes centrales del Estado.

Bajo la divisa de la confianza inversionista, la administración Uribe le dio pábulo al

crecimiento de empresas dedicadas a contratar con el Estado cuyos antecedentes y

relaciones eran dudosos. Muchas se convirtieron en factores de la mal llamada

gobernabilidad y en puntales de los empeños reeleccionistas del presidente.

Pero la responsabilidad sobre la influencia de los contratistas en las campañas electorales

les corresponde a varios gobiernos, que han sido remolones al enfrentar el problema. Eso

les ha facilitado a los grandes contratistas e intermediarios financiar las campañas y,

típicamente, las de los dos candidatos más opcionados, recuperar vía contratos la

totalidad de los desembolsos (los destinados al ganador y al perdedor) y obtener una

jugosa rentabilidad sobre la inversión.

Además del deterioro de los bienes y servicios que contrata el Estado, esos fenómenos

concentran de las oportunidades de negocios en pocas manos y destruyen un tejido de

medianos y pequeños contratistas que hubieran podido prosperar en una economía de

mercado democrática.

Vale revisar las condiciones adversas en que surgieron los retos del cambio de modelo de

Estado. En Colombia siempre ha sido débil la preocupación por desarrollar y fortalecer el

sector público con sistemas adecuados de selección, capacitación, remuneración,

promoción y estímulo a sus servidores. La organización del servicio civil es muy deficiente.

Los procesos de selección y formación del personal, en particular, son de muy baja

calidad. Lo que resulta es un Estado sin un cuerpo de funcionarios competentes y

comprometidos, e incapaz de negociar bien con el sector privado.

Ciertas leyes, con buenos efectos en otros campos, influyeron de rebote en el deterioro de

la institucionalidad. La Ley 617 de 2000, o Ley de Responsabilidad Fiscal, obligó a los

municipios a controlar sus gastos de funcionamiento y a destinarles menos recursos que a

la inversión. La Ley 819 de 2003 o Ley de Semáforos, prohibió a los entes territoriales

endeudarse más allá de ciertos límites.

Para aplicar esas y otras leyes, las entidades públicas recortaron sus plantas de personal,

pero cuando mejoró la situación fiscal lo aprovecharon para montar nóminas paralelas

formalmente asignadas a proyectos específicos, que se consideran inversiones, no gastos.

Todo esto ha generado graves distorsiones. El personal de planta o de carrera está

amenazado por reestructuraciones y reducciones recurrentes. Los equipos a que

pertenece son frecuentemente desmantelados. Las tareas misionales y la carga de trabajo

han ido pasando de sus manos a las de los contratistas de servicios personales, vinculados

muchas veces por recomendaciones políticas, cuya rotación es alta y cuya remuneración

es baja. El resultado es de desmotivación y desarraigo en ambos tipos de personal.

Todo esto se agrava por la falta de sistemas adecuados de medición de resultados. La

ejecución de los planes de desarrollo y los presupuestos anuales se mide en términos de

gestiones, no de impactos y resultados.

Para volver a Bogotá y poner algunos ejemplos: un ex gerente del Acueducto le manifestó

a la CSC que el cuadro técnico de la empresa se ha debilitado mucho por la contratación

con terceros y descansa en un pequeño número de ingenieros; si éstos se retiran, dejarían

muy debilitada a la entidad. La revisión del Plan de Ordenamiento Territorial ha tenido

que ser contratada con expertos externos a la Secretaría de Planeación, porque garantizan

mejores resultados que el personal de planta. A consecuencia de la alta rotación laboral,

muchos de los expedientes de los contratos del Instituto de Desarrollo Urbano no son

conocidos a profundidad por ningún funcionario.

La crisis de la contratación pública

El Estatuto General de la Contratación Pública, Ley 80 de 1993, y la Ley 1150 de 2007, han

traído avances importantes. Sin embargo, muchos cabos quedaron sueltos y se siguen

presentando dos problemas: se abusa de la figura de la contratación directa y a los

procesos licitatorios les falta transparencia.

La contratación directa

Los procesos de selección de los contratistas, según la ley, son cuatro: la licitación pública

(que es la norma general), la selección abreviada (adquisición de bienes de características

uniformes, contratos de menor cuantía, licitaciones desiertas…), el concurso de méritos

(para escoger consultores) y la contratación directa. Los tres primeros son procedimientos

competitivos y se llevan a cabo a través de una convocatoria pública abierta. La

contratación directa está autorizada para casos como la urgencia manifiesta y los

contratos entre entidades públicas.

También pueden acudir a ella en los casos del Decreto Nacional 777 de 1992, que

desarrolló el artículo 355 de la Constitución y permite al gobierno nacional y a los

territoriales contratar “con entidades privadas sin ánimo de lucro y de reconocida

idoneidad con el fin de impulsar programas y actividades de interés público acordes con

[…] los planes […] de desarrollo”. En similar sentido, la Ley 489 de 1998 permite a las

entidades públicas asociarse con particulares, mediante convenios de asociación o

creación de personas jurídicas, para el desarrollo de las funciones y de los servicios que les

asigna la ley.

Ciertas entidades oficiales, como las universidades y las empresas de servicios públicos,

tienen autonomía para elaborar su estatuto contractual y pueden establecer cuándo

contratarán de manera directa. Entre los casos previstos suele estar el de la menor cuantía

–definido con precisión por cada estatuto–.

Lamentablemente, las normas que permiten prescindir de las convocatorias abiertas se

han venido utilizando para eludir la competencia entre oferentes y desviar la contratación,

y están evitando que las entidades contratantes obtengan las mejores condiciones de

calidad y precio.

Una práctica que llegó a ser frecuente fue la de fragmentar el objeto de los contratos para

convertirlos en operaciones de menor cuantía y celebrarlos por vía directa. Otra consiste

en demorar la iniciación de los procesos licitatorios y acudir más tarde a la urgencia

manifiesta. Asimismo, se acuerda celebrar convenios interadministrativos dudosos con

funcionarios que manejan la contratación de otras entidades públicas. El personal de

algunas universidades se ha prestado para eso.

Para torcer los propósitos de las normas se crean fundaciones, corporaciones o

cooperativas de papel, o se capturan las preexistentes, lo que ha conducido a la

degradación de parte del sector de la economía solidaria y de las instituciones de utilidad

común.

Éstas fueron muy importantes en Colombia porque, ante la debilidad del Estado,

respondían por casi toda la asistencia social en el país. Varias constituciones les

reconocieron ese valor, asignando al presidente de la república la tarea de vigilarlas para

que cumplieran sus objetivos de interés general –así lo hace la Constitución de 1991 en su

artículo 189–. Esta función ha sido delegada en las autoridades de los entes territoriales.

En Bogotá le corresponde a la Secretaría de Gobierno.

Sobre la desnaturalización de muchas de esas instituciones fue revelador lo que de uno de

los grandes contratistas de Bogotá, Héctor Julio Gómez, le dijo a El Espectador: “ahora, si

yo fuese el dueño de una fundación, ¿qué problema tiene? Yo tengo todo el derecho a

tener todos los negocios que quiera”.

En muchos municipios, y en las localidades y comunas es que se divide el territorio de las

grandes ciudades, la contratación con fundaciones y corporaciones, está sirviendo para

cooptar y politizar en el mal sentido las iniciativas sociales y comunitarias. En esas

reparticiones territoriales ha existido un tejido de organizaciones y un activismo social de

mucha calidad, que ha luchado contra situaciones intolerables y construido bienestar

colectivo. El Estado debería contribuir a revitalizar dichas organizaciones apoyándolas,

entre otras vías, mediante una contratación transparente y que respete su autonomía.

La selección de contratistas mediante convocatoria pública

Aunque presentan menos riesgos de desviación de los recursos, porque son más abiertos

y participativos, los procesos de convocatoria pública, incluida la licitación, tampoco dejan

de presentar problemas.

Para comenzar, existe una descomunal discrecionalidad de las cabezas de las entidades

contratantes para estructurar las condiciones de las licitaciones y para tomar decisiones

acerca de si los proponentes reúnen o no los requisitos de entrada a los procesos

(requisitos habilitantes). Como resultado, muchas veces las condiciones exigidas no

resisten un test de razonabilidad.

Ese gran poder de estructuración se ejerce dentro de entidades que suelen ser frágiles por

las causas que se explicaron atrás. Es común que los funcionarios no conozcan a fondo los

aspectos técnicos, incluidos los costos, de los negocios que se van a sacar a licitación, ni

los mercados en que se ubican.

Toda la literatura especializada aconseja que se creen pesos y contrapesos y se confíe a

equipos diferentes, sin comunicación entre sí, cada una de las etapas del proceso

licitatorio –aspectos previos, prepliegos y pliegos y examen de las observaciones que les

hagan los interesados, evaluación preliminar de los requisitos habilitantes, examen de las

observaciones a éstos, y así sucesivamente hasta llegar a la adjudicación del contrato–.

Estas pautas casi nunca se aplican en el país.

La debilidad de las entidades favorece la intervención de agentes equívocos, como

consultores externos que asesoran la estructuración de los procesos, mientras

promueven, en paralelo, la organización de sociedades y consorcios proponentes.

Otra manifestación de la precariedad institucional es la falta de estandarización de los

prepliegos y pliegos. A veces en una misma entidad se preparan licitaciones que siguen

formatos muy diferentes, a pesar de referirse a operaciones idénticas.

A raíz de todo eso, es frecuente que el resultado de los procesos de estructuración de las

licitaciones reúna las siguientes cinco características:

No se divulga suficientemente la convocatoria y se pone un plazo demasiado breve entre

la apertura del proceso y la fecha límite para presentar propuestas.

Se imponen barreras de entrada innecesariamente altas (por ejemplo, en cuanto a capital

y magnitud de la experiencia exigidos a los licitantes) –ésta y la anterior característica

reducen la participación y la competencia–.

No se exige que la experiencia (contratos, obras y servicios previos) sea de calidad y los

estándares de cumplimiento altos, lo cual facilita el ingreso de proponentes

problemáticos.

No se adopta el principio de la utilidad razonable como elemento regulador del precio de

la licitación, lo cual permite que el adjudicatario del contrato obtenga ganancias

desproporcionadas a costa de la entidad contratante.

Se recarga la lista de requisitos habilitantes formales (certificados, registros, traducciones,

autenticaciones, copias…) con lo que los funcionarios encargados de hacer la adjudicación

adquieren un alto margen de maniobra para desechar o acoger propuestas.

La falta de exigencia de una experiencia técnica de calidad también contribuye a que

quienes se ganen las licitaciones sean intermediarios bien conectados, que después

subcontratan las obras o servicios. Frecuentemente esos intermediarios son sociedades o

corporaciones cuyo objeto social es, sospechosamente, multipropósito.

Es común que se dé al traste con la transparencia de los procesos y el equilibrio entre

proponentes reajustando los precios del contrato cuando ya se encuentra en ejecución o

ampliando su plazo. También es frecuente que se le adicionen obras o labores no

contempladas inicialmente, eludiendo la realización de nuevas licitaciones.

El Alcalde Moreno dijo hace poco la contratación de Bogotá es transparente porque se

adjudica a través de licitaciones. Olvidó dos cosas: que cada vez es mayor el peso de la

contratación directa y que a los procesos licitatorios habría que introducirles correctivos

de fondo para que su afirmación fuera cierta.

Los controles de la ejecución de los contratos

No basta celebrar bien los contratos, además hay que ejecutarlos adecuadamente. La

primera línea de control contractual es la que ejercen las entidades contratantes, pero su

debilidad institucional las vuelve permisivas.

Entre los factores que debilitan el control, está también la celebración de contratos con

objeto difuso y la falta de precisión en la definición de las obligaciones del contratista. Es

frecuente, sobre todo en relación con las obras civiles, que las entidades salgan a

contratar sin haber madurado los proyectos y sin que esté completa la batería de

estudios, diseños y licencias. Así es difícil saber qué se le puede exigir a quienes ejecutan

las obras.

El país vive, por otra parte, una crisis de los órganos de control, sobre todo en los entes

territoriales. Las contralorías, en general, constituyen parte del problema, más que de la

solución. Por supuesto, hacen parte de la tarea. Realizan auditorias y a veces imponen

sanciones –una de las fuentes de este informe son las actuaciones de la Contraloría de

Bogotá–. Sin embargo, no realizan diagnósticos de conjunto sobre la corrupción ni lideran

la lucha institucional contra ella. Además, están atravesadas por los mismos factores de

degradación de la acción administrativa que les corresponde combatir.

También puede hablarse de una crisis de las interventorías. Para quienes no se ganan los

contratos sobre la base de su solvencia técnica y financiera, es clave controlar a sus

supervisores y ese es un incentivo adicional a la corrupción. Ese propósito no ha sido

confrontado con políticas de fortalecimiento de las interventorías.

Con frecuencia se presentan cruces de roles que no favorecen el ejercicio transparente de

la actividad: una firma actúa hoy como interventora de otra y al cabo de poco tiempo, la

segunda le hace interventoría a la primera, en relación con otro contrato. Esto promueve

el hagámonos pasito. También se presenta el caso de que la sociedad supervisada y la que

la supervisa comparten socios o tienen vínculos comerciales entre sí. Las entidades

contratantes no siempre actúan para evitar esos conflictos de intereses.

A veces las cosas son peores: las interventorías son utilizadas por funcionarios corruptos

de las administraciones contratantes para coaccionar a los contratistas y garantizar el

pago de comisiones.

Problemas con la información

Una de los mejores mecanismos para superar los problemas reseñados es difundir

ampliamente la información sobre la tramitación de los contratos del Estado.

Para esos efectos fue instituido a nivel nacional el Sistema Electrónico para la

Contratación Pública, SECOP, y se ordenó montar el Portal Único de Contratación en el

que se publicarán y se mantendrán a la vista durante dos años todos los documentos

referentes al trámite de los contratos que se celebren mediante convocatoria pública.

Entre esos documentos están los prepliegos y pliegos, las observaciones de los

interesados, los informes de evaluación de las propuestas, las actas de la audiencia de

adjudicación, el contrato con sus adiciones y modificaciones y las sanciones que se

impongan durante su ejecución. Lamentablemente, aunque el sitio web mencionado ya ha

sido instalado, en cuanto a la contratación de los entes territoriales se limita a enlazarse

con los portales de estos últimos y no suple los vacíos de éstos.

Por disposiciones adoptadas bajo el gobierno de Antanas Mockus, las entidades

administrativas de la capital de la república deben publicar los documentos que genere su

actividad contractual en el llamado Portal de Contratación a la Vista. Sin embargo, es

notorio el desgreño con que muchas de ellas atienden a esa obligación –hay entidades

que no la cumplen en absoluto, como las empresas distritales de servicios públicos y los

hospitales de la red pública–. Además, no es fácil moverse por la página web mencionada

si no se cuenta con información previa de detalle y es imposible obtener de ella cruces y

consolidaciones de información que faciliten la veeduría ciudadana.

Para el cumplimiento de sus funciones, los entes de control pueden exigir que las

entidades vigiladas les proporcionen reportes periódicos sobre asuntos presupuestales,

financieros y contractuales, entre otros. En función de eso fue creado en Bogotá el

Sistema de Información para la Vigilancia Fiscal, SIVICOF. Para alimentarlo, las entidades

deben diligenciar cada mes una planilla electrónica. Sin embargo, el sistema no es de

acceso público. Además, debe presentar problemas de manejo y validación porque la

información contractual que le fue suministrada a la Comisión de Seguimiento con base en

él, se limitaba a los nombres de los contratistas y el valor de las operaciones. Cuando se le

reiteró a la Contraloría una solicitud de información más exhaustiva contestó diciendo que

necesitaba un plazo de casi dos meses para proporcionarla.

Las entidades públicas no parecen llevar registros actualizados y sobre su actividad

contractual. La CSC adquirió experiencia de primera mano al respecto, para el caso de

Bogotá. Les pidió información sobre los contratos celebrados a partir de 2008, con

indicación de su modalidad, su objeto, su valor, el nombre y composición de las entidades

contratistas y las fechas de celebración y terminación. En muchos casos los reportes le

fueron remitidos con lentitud y presentaban inconsistencias y vacíos. Los hospitales se

abstuvieron por completo de proporcionar información.

En medio de este panorama, fue estimulante constatar que el portal de la Contaduría

General de la Nación sí proporciona de manera adecuada la información referente a las

actividades públicas que le corresponde supervisar.

Algunos datos sobre la evolución general de la contratación del Distrito

A continuación se presentan algunos cuadros sobre el tema señalado. Están elaborados a

partir de datos de la Contraloría de Bogotá. Para hacerlos se tomó el universo de los

contratos del distrito, excluidos –porque por su naturaleza o magnitud distorsionan el

fenómeno que se quiere presentar, o porque no se obtuvo información sobre ellos– los de

las empresas de vinculación especial (sociedades de las cuales es accionista el distrito); los

del Fondo Financiero de Salud con las EPSs y con los hospitales de la red pública; los de la

Secretaría de Educación con los colegios en convenio y colegios en concesión); los de los

fondos de desarrollo local y, en general, los de cuantía menor a $300 millones.

Lo primero que se observa es que la contratación no ha dado un salto cuantitativo grande

al pasar de la administración de Garzón a la de Moreno –téngase en cuenta que se

registran tres años de la primera y dos de la segunda–:

Cuadro 2.1

Contratación total 2005-2009 (contratos mayores de $300 millones)

(millones de $ de 2009)

Tipo de contrato

Garzón (2005-2007) Moreno (2008-2009) Total

Monto Cantidad

Contratos Monto

Cantidad

Contratos Monto

Cantidad

Contratos

Contrato de obra 4.585.746 912 2.239.476 456 6.825.222 1.368

Otros contratos 2.264.891 1.535 2.449.136 1.433 4.714.027 2.968

Total Contratación 6.850.638 2.447 4.688.611 1.889 11.539.249 4.336

Fuente: elaboración propia a partir de datos de la Contraloría de Bogotá. Se agregaron los contratos que, según pudo

establecer la CSC no fueron reportados por IDU a la Contraloría y que ascendieron a $133.000 millones en 2008 y 2009.

Los contratos de obra pública se han realizado y se siguen realizando, básicamente, a

través de procedimientos licitatorios, pero la modalidad de celebración de los que tienen

otros objetos sí ha variado significativamente:

Cuadro 2.2

Contratación sin obra pública por modalidades (contratos mayores de $300 millones)

(millones de $ de 2009)

Modalidad o proceso de contratación Garzón (2005-2007) Moreno (2008-2009)

Monto % Part Monto % Part

Licitación 1.027.693 45,37% 755.670 30,85%

Contratación directa menor cuantía 132.606 5,85% 508.273 20,75%

Contratación directa (convenios) 397.097 17,53% 464.392 18,96%

Contratación derecho privado 316.902 13,99% 401.512 16,39%

Contratación directa convocatoria pública 195.890 8,65% 193.581 7,90%

Contratación para objeto especifico 146.113 6,45% 86.889 3,55%

Concurso público 44.704 1,97% 38.817 1,58%

Urgencia Manifiesta 3.886 0,17% - 0,00%

Total 2.264.891 100,00% 2.449.136 100,00%

Fuente: elaboración propia a partir de datos de la Contraloría de Bogotá.

Las categorías registradas en la primera columna del cuadro 2.2 siguen una clasificación de

modalidades contractuales anterior a la Ley 1150 de 2007. Sin embargo, eso no impide

entender los aspectos relevantes de la evolución de la contratación. El más importante es

que, entre una administración y otra, la participación del valor de los contratos licitados

cayó en una tercera parte, al bajar del 45.37% al 30.85%, mientras que la de la

contratación directa de menor cuantía se cuadruplicó, al subir del 5.85% al 20.75%.

El límite de la menor cuantía se define en función del tamaño del presupuesto de la

respectiva entidad. Así, para la Secretaría de integración social es de $437 millones de

2010, y para la Empresa de Acueducto de $515 millones del mismo año.

La siguiente constatación es que se duplicó la participación del valor de los contratos con

organizaciones sin ánimo de lucro en el total, al saltar del 7.57% al 16.12%:

Cuadro 2.3

Contratación sin obra pública por tipo de contratista (contratos mayores de $300 millones)

(millones de $ de 2009)

Tipo de contratista Garzón (2005-2007) Moreno (2008-2009)

Monto % Part Monto % Part

Empresa privada 1.763.225 77,85% 1.743.552 71,19%

Organizaciones sin ánimo de lucro 171.472 7,57% 394.863 16,12%

Cajas de compensación 121.066 5,35% 161.364 6,59%

Universidades 121.529 5,37% 102.931 4,20%

Otras entidades públicas 87.599 3,87% 46.425 1,90%

Total 2.264.891 100,00% 2.449.136 100,00%

Fuente: elaboración propia a partir de datos de la Contraloría de Bogotá.

Si en el tránsito de un gobierno al otro la contratación directa de menor cuantía con todo

tipo de contratistas cuadruplicó su participación, como lo mostró el cuadro 2.2, la que se

celebró con organizaciones sin ánimo de lucro multiplicó la suya por 15; mientras tanto, la

participación de las licitaciones con esas organizaciones se redujo a la cuarta parte de lo

que era:

Cuadro 2.4

Contratación con organizaciones sin ánimo de lucro por modalidades (contratos mayores de $300

millones) (millones de $ de 2009)

Modalidad o proceso de contratación Garzón (2005-2007) Moreno (2008-2010)

Monto % Part Monto % Part

Contratación directa menor cuantía 5.764 3,36% 191.927 48,61%

Contratación directa (convenios) 86.604 50,51% 160.223 40,58%

Licitación 38.493 22,45% 21.168 5,36%

Contratación para objeto especifico 31.788 18,54% 20.432 5,17%

Concursos público 6.965 4,06% 771 0,20%

Contratación directa convocatoria pública 1.858 1,08% 342 0,09%

Total 171.472 100,00% 394.863 100,00%

Fuente: elaboración propia a partir de datos de la Contraloría de Bogotá.

El mismo fenómeno de reducción de las licitaciones se presentó en la contratación con

empresas privadas, aunque con menor intensidad:

Cuadro 2.5

Contratación con empresas privadas por modalidades (contratos mayores de $300 millones)

(millones de $ de 2009)

Modalidad o proceso de contratación Garzón (2005-2007) Moreno (2008-2010)

Monto % Part Monto % Part

Licitación 965.261 54,74% 710.910 40,77%

Contratación derecho privado 289.558 16,42% 356.663 20,46%

Contratación directa menor cuantía 116.188 6,59% 269.640 15,46%

Contratación directa convocatoria pública 186.905 10,60% 192.392 11,03%

Contratación directa (convenios) 102.842 5,83% 139.865 8,02%

Concursos público 37.739 2,14% 38.046 2,18%

Contratación para objeto especifico 60.846 3,45% 36.037 2,07%

Urgencia manifiesta 3.886 0,22% - 0,00%

Total 1.763.225 100,00% 1.743.552 100,00%

Fuente: elaboración propia a partir de datos de la Contraloría de Bogotá.

Vale observar que, si bien la contratación con universidades no varió mucho en términos

absolutos ni relativos (ver cuadro 2.3), sí cambió su distribución entre las distintas

instituciones de educación superior. La participación de la Universidad Nacional Abierta y

a Distancia, brincó del 1% al 33.76%, mientras que la Universidad Nacional de Colombia

cayó del 51.78% al 18.90%, y la de la Universidad Distrital del 18.25% al 13.82%:

Cuadro 2.6

Contratación por universidad contratista (contratos mayores de $300 millones)

(millones de $ de 2009)

Universidad contratista Garzón (2005-2007) Moreno (2008-2009)

Monto % Part Monto % Part

Universidad Nacional Abierta y a Distancia – UNAD 1.212 1,00% 34.753 33,76%

Universidad Nacional de Colombia 62.927 51,78% 19.458 18,90%

Universidad Distrital Francisco José de Caldas 22.177 18,25% 14.223 13,82%

Universidad de Cundinamarca - 0,00% 7.665 7,45%

Red de univ. públicas del eje cafetero - Alma Mater 1.158 0,95% 6.900 6,70%

Universidad Pedagógica Nacional 6.284 5,17% 3.451 3,35%

Otras universidades 27.772 22,85% 16.482 16,01%

Total 121.529 100,00% 102.931 100,00%

Fuente: elaboración propia a partir de datos de la Contraloría de Bogotá.

La reducción de las licitaciones, el desbordamiento de la contratación directa de menor

cuantía y el viraje de la contratación con universidades hacia instituciones más pequeñas y

de menor trayectoria, son expresiones de una pérdida de transparencia y publicidad de los

procesos de selección de los contratistas del Distrito.

Construcción de Estado

Los graves problemas que presenta la contratación, como manifestaciones de la debilidad

de las entidades públicas, remiten a algo de fondo: la necesidad de fortalecer el Estado,

sus instituciones y sus empresas. La derecha preferiría seguirlas desmantelando,

exceptuando las que tienen que ven con la seguridad y la defensa, y reemplazarlas por la

expansión del mercado. El centro guarda silencio. La izquierda las ha defendido, pero más

para preservar la estabilidad laboral de los trabajadores organizados que para convertirlas

en instrumentos de generación de bienestar y equidad en el conjunto de la sociedad.

El enfoque sindical de la izquierda es loable pero insuficiente. Tanto ella como las demás

fuerzas políticas, deberían entender la trascendencia de construir Estado como gestor de

los intereses colectivos. Y la importancia, como medio de acción del mismo, de una

contratación ceñida a los principios de transparencia, rectitud, planificación, diligencia y

selección objetiva de las propuestas más convenientes.