capítulo 5. Violencia simbólica y luchas políticas

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    en falso, co mo los nuevos ricos o quienes han descendido de cate-gora social; pero stos tienen ms posibilidades de toma r concien-cia de lo que, para otros, resulta evidente, pues estn obligados acontrolarse y a corregir de modo consciente los primeros movi-mientos}} de un habitus generador de comportamientos pocoadaptados o desplazados.

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    La adquisicin del habitus primario en el seno de la familiano tiene nada que ver con un proceso mecnico de mera inculcacin, anlogo a la impresin de un carcter impuesta por lacoercin. 1 Lo mismo sucede con la adquisicin de las disposiciones especficas exigidas por un campo, que se lleva a cabo en la relacin entre las disposiciones primarias, ms o menos alejadas delas que suscita el campo, y las imposiciones inherentes a la estructura de ste: la labor de socializacin especfica tiende a favorecerla transformacin de la libido original, es decir, de los afectos socializados constituidos en el campo domstico, en alguna de lasformas de la libido especfica, para lo que saca provecho, en particular, de la transferencia de esa libido a unos agentes o instituciones que pertenecen al campo (por ejemplo, en el campo religioso,a las grandes figuras simblicas, como Jesucristo o la Virgen, ensus diferentes figuras histricas).

    LIBIDO E ILLUSIO)>Los recin llegados aportan al campo disposiciones constitui

    das con anterioridad en el seno de un grupo familiar socialmentesituado y que, por lo tanto, ya estn ms o menos ajustadas (enparticular, debido a la autoseleccn, experimentada como voca-cin, o a la herencia profesional) a las exigencias expresas o tcitas de aqul, a sus presiones o sus solicitaciones, y son ms o me-

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    nos sensibles a los signos de reconocimiento y consagracin queimplican una contrapartida de reconocimiento respecto al ordenque los otorga. Slo mediante una serie de transacciones imperceptibles, compromisos semiconscientes y operaciones psicolgicas (proyeccin, identificacin, transferencia, sublimacin, etctera)estimuladas, sostenidas, canalizadas e incluso organizadas socialmenee, estas disposiciones se transforman poco a poco en disposiciones especficas, al cabo de innumerables ajustes infinitesimalesnecesarios para estar a la altura o, por el contraro, bajar el listn que van parejos con las desviaciones infinitesimales o bruscasy traumticas que constituyen una trayectoria social. En este proceso de transmutacin, los ritos de institucin, y muy en especiallos que prev la institucin escolar, como las pruebas iniciticas depreparacin y selectividad, en todo similares en su lgica, y susefectos, a las de las sociedades arcaicas, cumplen un papel determinante al propiciar la inversin inicial en el juego.Tambin podra decirse, a este respecto, indiferentemente,que los agentes sacan partido de las posibilidades que ofrece uncampo para expresar o saciar sus pulsiones, sus deseos o, incluso,sus neurosis, o que los campos utilizan los impulsos de los agentespara obligarlos a someterse o sublimarse a fin de plegarse a sus es-tructuras, as como a los fines que les son inmanentes. De hecho,ambos efectos se observan en cada caso, en proporciones desiguales, sin duda, segn los campos y los agentes; desde esta perspectiva, podra describirse cada forma singular de habitus especfico(de artista, escritor o cientfico, por ejemplo) como una formacin de compromiso (en el sentido de Freud).

    El proceso de transformacin por el que alguien se convierteen minero, campesino, msico, profesor o empresario es largo,continuo e imperceptible, y, precisamente porque est sancionadopor ritos de institucin (como, en el caso de la nobleza escolar, lalarga separacin preparatoria y la prueba mgica de la oposicin),excluye, salvo excepciones, las conversiones repentinas y radicales:se inicia desde la infancia, a veces incluso antes del nacimiento (enla medida en que, como se aprecia con panicular claridad en loque se llama a veces las dinastas -d e msicos, empresarios, investigadores, etctera-, implica el deseo -socialmente elaborado-218

    del padre, la madre o, a veces, todo un linaje) y se desarrolla, lasms de las veces, sin crisis ni conflictos. Ello no significa que nohaya sufrimientos morales o fsicos, los cuales, en tanto que prue-bas, forman parte de las condiciones del desarrollo de la illusio; encualquier caso, nunca resulta posible determinar si es el agente elque escoge la institucin, o viceversa, es decir, si el buen alumnoescoge la escuela o sta le escoge a l, porque todo en su comportamiento dcil revela que l la escoge.

    j La forma original de la illusio es la inversin en el espacio domstico, sede de un complejo proceso de socializacin de lo sexualy sexualizacin de lo social. Y la sociologa y el psicoanlisis deberan aunar sus esfuerzos (aunque para ello habran de superar susprevenciones mutuas) a fin de analizar la gnesis de la inversinen un campo de relaciones sociales, constituido as en objeto deinters y preocupacin, en el que el nio se encuentra cada vezms implicado y que constituye el paradigma, as como el principio, de la inversin en el juego sociaL Cmo se efecta el paso,que describe Freud, de una organizacin narcisista de la libido, enla que el nio se toma a s mismo (o a su cuerpo) como objeto dedeseo, a otro estado en el que se orienta hacia otra persona y entrade este modo en el mundo de las relaciones de objeto>>, en formade un microcosmos social original, y se convierte en uno de losprotagonistas del drama que se representa en l?Cabe suponer que, para obtener el sacrificio del amor propio en beneficio de otro objeto de inversin, e inculcar as la disposicin duradera a invertir en el juego social que es uno de losrequisitos previos de todo aprendizaje, la labor pedaggica, en suforma elemental, se basa en uno de los motores que figurarn enel origen de todas las inversiones ulteriores: la bsqueda del recono-cimiento. La inmersin feliz, sin distanciamiento ni desgarro, en e l \campo familiar puede describirse como una forma extrema de rea- \lizacin o, por el contrario, como una forma absoluta de aliena- icin: perdido, por as decirlo, en los dems, perdido de los dems,el nio slo podr descubrir a los dems como tales a condicinde descubrirse a s mismo como sujeto para el que existen objetos que tienen la particularidad de poder considerarlo, a su vez,objeto. De hecho, est continuamente abocado a adoptar acerca

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    rde s mismo el punto de vista de los dems, a adoptar el punto de1 vista de los otros para descubrir y evaluar de antemano cmo lo van a considerar y definir: su ser es un ser percibido, un ser condenado a ser definido en su verdad por la percepcin de los dei ms.

    ' . ~ ~ sta podra ser la raz antropolgica de la ambigedad del ca-// pital simblico -gloria, honor, crdito, reputacin, notoriedad-,

    ( principio de una bsqueda egosta de las satisfacciones del amor\ propio que, simultneamente, es bsqueda fascinada de la apro-' - .bacin de los dems: La mayor bajeza del hombre es la bsquedade la gloria, pero, al mismo tiempo, es la mayor seal de su excelencia; porque, sea cual sea la posesin que tenga en la tierra,cual sea su salud y comodidad esencial, no le satisface si no esapreciado por los hombres.))2 r.f:l capital simblico proporcionaformas de dominacin que implican la dependencia respecto aaquellos que permite dominar: en efecto, slo existe en y por medio de la estima, el reconocimiento, la fe, el crdito y la confianzade los dems, y slo puede perpetuarse mientras logra obtener la

    fe en su existencia.El motor principal de l a . a < ; ~ j n 1 ' - ~ ~ g i c a inicial, en especialcuando sta trata de desarrollar la sensibilliad a una forma particular de capital simblico, estriba en esta r ~ l ~ c j . t L O _ r i g L o _ a l _ d e dependencia- s i m b J i ~ ~ : La gloria...-L.a--admiraci_QE_ e c ~ ~ a e rtodo desde la. infancia. Oh, qu b i ~ l l _ < ! ~ ~ h o est eso!, qu bienhecho!, q u ~ sabr-o-esCetctera. Los nios de Pon-Royal, a los queno se les da eseaguijn de deseo y de gloria, caen en la indolenciv>3 La labor de socializacin de las pulsaciones se basa en una

    ~ r a n s a c c i n permanente en la que el nio acepta renuncias y sacrificios a cambio de manifestaciones de reconocimiento, considera' cin o admiracin (Qu bien se porta!))), a veces explcitamentesolicitadas (Pap, mrame!))). Este intercambio, en la medida enque implica el compromiso total de ambos partcipes, sobre tododel nio, por supuesto, pero tambin de los padres, tiene una c a ~ : ~

    ga muy alta de afectividad. El nio incorpora lo social en forma)de afectos, pero con un contenido de color y calificacin social, ya/que, sin duda, las rdenes, las prescripciones o las condenas pater-nas estn particularmente indicadas para ejercer un e f e c t ~ _ Y '220

    Edipo (utilizando una expresin de Popper) 4 cuando proceden,como en un caso analizado por Francine Pariente, 5 de un padreingeniero de la Escuela Politcnica que, por su propio xito, habaquedado relegado al status de personaje inaccesible e inimitable.Pero los efectos sociales del..@:tum f ~ j a r , entendido como elonjunto de juicios, positivos o negativos, emitidos sobre el nio,exposiciones performativas del ser del nio que hacen que existalo que exponen, , de manera ms sutil, y ms aviesa, el conjuntode las censuras silenciosas impuestas por la propia lgica del ordendomstico como orden moral, no s ~ a n tan p o d e r 2 ~ o s , ni tandramticos, s i n.o contuvieran una c a r . g ~ - ~ : x : a g ~ r ! l d a . d e _ d ~ s ~ ( ) _ l : ' : si,propiciados porla, n;presin, no estuvieran sepultados en lo_!]1sprofundo del-cuerpo d o n . d e _ ~ s ~ < ! n . . g r a b a d o ~ & : f r m t H I ~ b i l i dades;d(fobias: (),en.._tma,g

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    tpicamente maquiavlica: ya que es imposible hacer partcipe alpueblo de la verdad liberadora sobre el orden social (rweritatemqua liberetur), porque ello slo podra poner en peligro o echar aperder ese orden, hay que engaarlo, ocultarle la verdad de lausurpacin, es decir, la violencia inaugural en la que se basa laley, haciendo que la considere autntica, eterna>>.

    De hecho, no hace falta ninguna accin engaosa de esa ndole, como creen quienes an imputan la sumisin a la ley y elmantenimiento del orden simblico a una accin deliberadamente organizada de propaganda o a la eficacia (sin duda, nada despreciable) de aparatos ideolgicos de Estado puestos al serviciode los dominantes. Por lo dems, el propio Pascal observa tambinque (>, adems de recordar sincesar que el orden social no es ms que el orden de los cuerpos: lahabituacin a la costumbre y la ley que la ley y la costumbre producen por sus propias existencia y persistencia basta en lo esencial,y al margen de cualquier intervencin deliberada, para imponerun reconocimiento de la ley basado en el desconocimiento de laarbitrariedad que preside su origen. La autoridad que el Estadoest en condiciones de ejercer se halla, sin duda, reforzada por elaugusto aparato que despliega, en particular mediante la institucin judicial; pero la obediencia que obtiene se debe en una parteesencial a las disposiciones que inculca por medio del propio orden que establece (y asimismo, ms especficamente, por mediode la educacin escolar). De modo que los problemas ms fundamentales de la filosofa poltica slo pueden plantearse y resolverserealmente volviendo a las observaciones triviales de la sociologadel aprendizaje y la educacin.A diferencia del mando, accin sobre una mquina o un autmata que funciona por vas mecnicas, susceptibles de un anlisisfsico, la orden slo se vuelve eficiente por mediacin de quien laejecuta; lo que no significa que suponga necesariamente, por partedel ejecutante, una eleccin consciente y deliberada, que implicara, por ejemplo, la posibilidad de la desobediencia. Las ms de lasveces, puede basarse en lo que Pascal llama el autmata, es decir,en unas disposiciones preparadas para reconocerla prcticamente,lo que le confiere su apariencia

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    yen, a menudo sin saberlo y, a veces, contra su voluntad, a su propia dominacin al aceptar tcitamente, por anticipado, los lmitesimpuestos, adquiere a menudo la forma de la emocin corporal(vergenza, timidez, ansiedad, culpabilidad), con frecuencia asociada a la impresin de regresar hacia relaciones arcaicas, las de lainfancia y el universo familiar. Se revela en manifestaciones visibles, como el sonrojo, la turba cin verbal, la torpeza, el temblor ..otras tantas maneras de someterse, incluso a pesar de uno mismoy contra lo que le pide el cuerpo, al juicio dominante, otras tantasmaneras de experimentar, a veces en el conflicto interior y la fractura del yo, la complicidad oculta que un cuerpo que se sustrae alas directrices de la conciencia y la voluntad mantiene con la violencia de las censuras inherentes a las estructuras sociales.

    Todo esto queda perfectamente reflejado en la lectura de la siguiente cita de James Baldwin, en la que evoca las meditacionespor medio de las cuales el nio negro aprende y comprende la diferencia que hay entre los blancos y los negros y los lmites que stos tienen asignados: Antes de que el nio negro haya percibidoesa diferencia, y mucho antes an de que la haya comprendido, haempezado a reaccionar a ella, a estar dominado por ella. Todos losesfuerzos de sus padres para prepararlo para un destino del que nopueden protegerlo lo determinan secretamente, en el temor, a empezar a esperar, sin saberlo, su castigo misterioso e inexorable. Hade ser bueno, no slo para complacer a sus padres y evitar queellos lo castiguen; ms all de la autoridad de sus padres, hay otra,annima e impersonal, infinitamente ms difcil de satisfacer y deuna terrible crueldad. Y ello se insina en la conciencia del niopor medio del tono de la voz de sus padres cuando le exhortan, locastigan o lo miman; en el tono de miedo, repentino e incontrolable, que trasluce la voz de su padre o su madre cuando se extravams all de un lmite cualquiera. No sabe dnde est ese lmite nien qu consiste, lo cual ya de por sl es atemorizador, pero el miedo que nota en la voz de sus padres resulta ms atemorizador todava.>/

    , La violencia simblica es esa coercin que se instituye p or me-;. diacin de una adhesin que el dominado no puede evitar otorgaral dominante (y, por lo tanto, a la dominacin) cuando slo dis-224

    pone, para pensarlo y pensarse o, mejor an, para pensar su relacin con l, de i n s t r u m e n _ t . o . s . . . . ~ conocimiento que comparte conl y que, al no ser ms que la f o ~ ' i a l c u t p m a d a de-taesrructurade la relacin de dominacin, hacen que sta se presente como natural; o, en otras palabras, cuando los esquemas que pone en fun-

    uionamiento para percibirse y evaluarse, o para percibir y evaluar a

    los dominantes (alto/bajo, masculino/femenino, blanco/negro, etctera), son fruto de la incorporacin de las clasificaciones, que asquedan naturalizadas, cuyo fruto es su ser social./ ' Por lo tanto, slo cabe pensar esta forma particular de dominacin si se supera la alternativa de la coercin que ejercen unasfoerzas y el consentimiento a unas razones, de la coercin mecni-ca y la sumisin voluntaria, libre, deliberada. El efecro de la domi- fnacin simblica (de un sexo, una etnia, una cultura, una lengua,etctera) no se ejerce en la lgica pura de las conciencias cogniti-vas, sino en la oscuridad .de las disposiciones del h a ~ i t u s , dondeestn inscritos los esquemas de percepcin, evaluacin y accinque fundamentan, ms ac de las decisiones del conocimiento ylos controles de la voluntad, una relacin de conocimiento y reconocimiento prcticos profundamente oscura para s misma. Aspues, slo puede comprenderse la lgica paradjica de la dominacin masculina, forma por antonomasia de la violencia simblica,y la sumisin femenina, respecro a la cual cabe decir que es a lavez, y sin contradiccin, espontdnea y extorsionada, si se adviertenlos efectos duraderos que el orden social ejerce sobre las mujeres, esdecir, las disposiciones espontneamente concedidas a este orden

    ~ v i o l e n c i a simblica les impone.( El poder simblico slo se ejerce con la colaboracin de quie, nes lo padecen porque contribuyen a establecerlo como tal. Pero'"-ro ir ms all de esta constatacin (como el constructivismo idea-

    lista, ernometodolgico, o de otro tipo) podra resultar muy peligroso: esa sumisin nada tiene que ver con una relacin de servidumbre voluntaria>> y esa complicidad no se concede mediante uacto consciente y deliberado; la_pTopia com_E!icidad es el efecto ..

    poder, insc.ritcuie forma d u r a d e r a - ~ ( c u e r p ~ domin.a~ e r r - f u r m a de esquemas de percepcin y disposiciones (a respe-tar, a admirar, a amar, etctera), es decir, de creencias que vuelven

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    sensible a determinadas manifestaciones simblicas, tales como lasrepresentaciones pblicas del poder. Estas disposiciones, es decir,ms o menos, todo lo que Pascal engloba en el concepto de imaginacin, son las que, como tambin dice, distribuyen la reputacin y la gloria, otorgan el respeto y la veneracin a las personas, las obras, las leyes, los grandes. Son las que confieren a lastogas rojas y los armios, a los palacios de los magistrados ylas flores de lis, a las sotanas y las mulas de los mdicos, a los

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    rural, evidente, para recordar la extraordinaria adhesin que el orden establecido logra obtener, en grados diferentes, sin duda, segn las formaciones sociales y la fase (orgnica o crtica) en que se

    /encuentran, con efectos polticos diferentes segn los fundamen~ de ese orden y los principios de su perpetuacin. Recordarloresulta tanto ms necesario cuanto que el ;;9lumarismo y el optimismo decisorios que definen la visin (populistp) del pueblocomo lugar de subversin o, por lo menos>de--rsistencia se anan, para relegar las constataciones realistas, con el pesimismo, aveces apocalptico, de la visin conservadora de las masas comofuerza bruta y ciega de la subversin.

    El anlisis fenomenolgico, tan bien neutralizado polticamente que cabe leerlo sin extraer ninguna consecuencia poltica,tiene la virtud de volver visible todo lo que todava concede al orden establecido la experiencia poltica ms para-djica, ms crtica,en apariencia, la ms resuelta a efectuar la epoch de la actitud natural, como deca Schtz (es decir, a llevar a cabo la suspensinde la suspensin de la duda sobre la posibilidad de que el mundosocial sea diferente que est implicada en la experiencia del muti.-_do como algo que cae por su propio peso). Como las disposicio-nes son fruto de la incorporacin de las estructuras objetivas y lasexpectativas tienden a ajustarse a las posibilidades, el orden instituido tiende siempre a dar la impresin, incluso a los ms desfavorecidos, de que cae por su propio peso, de que es necesario, evit1dente, ms necesario, ms evidente, en cualquier caso, de locabria creer desde el punto de vista de aquellos que, al no habo/sido formados en condiciones tan crudas, por fuerza han_c!_e_l)_entirlas espontneamente insoportables e i n d i g n a n t e ~ J D e s d e esteenfoque, la relectura del anlisis fenomenolgico (como, en un registro completamente distinto, la del anlisis spinozista del obse- \quium, esa 9 Se podra mostrar sin dificultad que lo que tcitamen- ' \-o( \ ' .~e se impone al reconocimiento por medio de la violencia inertedel orden social va mucho ms all de estas pocas constatacionesantropolgicas generales y antihistricas, como demuestran las innumerables manifestaciones (malestar, culpabilidad o silencio ver-Jgonzante) de la sumisin ante la cultura y la lengua legtimas. Lacreencia poltica primordial es un punto de vista particular, el de

    los dominantes, que se presenta y se impone como punto de vista,. universal. Es el punto de vista de quienes dominan directa o indi- t \rectamente el Estado y, por medio de l, han constituido su puntode vista en punto de vista universal, al cabo de luchas contra visio- )nes rivales. Lo que se presenta hoy en da como evidente, a s u ~ ~mido, establecido de una vez por todas, fuera de discusin, no )siempre lo ha estado y slo se ha ido imponiendo como tal paulatinamente: la evolucin histrica es lo que tiende a abolir la histo-

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    ra, en particular al remitir al pasado, es decir, al inconsciente, losposibles laterales que han sido descartados y hacer olvidar de estemodo que la actitud natural de la que hablan los fenomenlogos, es decir, ~ p r i m e r a del mundo como algo que caepor su propio peso, c o n _ s ~ ~ relacin socialmente elaboradf!,

    , ~ . Q _ _ ~ ~ e s ~ e r c e p t i v o s q u ~Los fenomenlogos, que han e x p l i c i t a ~ s t a primera experiencia, y los etnometodlogos, cuyo proyecto consiste en describirla, no se dotan de los medios para dar razn de ella: por muchoque tengan razn al recordar, en contra de la visin mecanicista,que los agentes sociales elaboran la realidad social, omiten plantear el problema de la elaboracin social de los principios de elaboracin de esa realidad que los agentes emplean en dicha laborde elaboracin, individual y tambin colectiva, y asimismo interrogarse sobre la contribucin del Estado a esa elaboracin. En lassociedades poco diferenciadas, mediante la organizacin espacial ytemporal de la organizacin de la vida social, y tambin mediantelos ritos de institucin que establecen diferencias definitivas entrequienes se han sometido al rito (por ejemplo, la circuncisin) yaquellos (o aquellas) que no se han sometido (las mujeres), s ~ ~ -tituyen en los cuer.E.2-s, e ~ J Q r m a . . . d . e ~ 5 : . s q u e m a s prcric;os (ms qued ~ p r i n ~ ~ s i n _C.Q!l].Unes (cuyoaradigma es la oposicin entre lo masculino y lo femenino). Ennuestras sociedades, el Estado contribuye en una parte determinante a la produccin y la reproduccin de los instrumentos deelaboracin de la realidad social. En tanto que estructura organ i ~ s t a n c ~ e las prcticas, ejerce de modo/permanente una accin formadora de disposiciones duraderas1mediante las imposiciones y las disciplinas a las que somete unilformemente al conjunto de los agentes. Impone en particular, el;la realidad y las mentes, los principios de clasificacin f u n d a m e n ~tales -sexo, edad, competencia, etctera- mediante la imposi-\cin de divisiones en categoras sociales -como activos/inactivos-)que son fruto de la aplicacin de categoras cognitivas, de estemodo cosificadas y naturalizadas, y constituye el fundamento dela eficacia simblica de todos los ritos de institucin, por ejemplo,de los que constituyen el fundamento de la familia, y tambin de230

    los que se ejercen mediante el funcionamiento del sistema escolar,que instaura, entre los elegidos y los eliminados, diferencias simblicas duraderas, a menudo definitivas, y universalmente reconocidas dentro de los lmites de su mbito.La construccin del Estado va pareja con la elaboracin deuna especie de sublimacin histrica comn que, al cabo de undilatado proceso de incorporacin, se vuelve inmanente a todossus sujetos. Por medio del marco que impone a las prcticas, elEstado instituye e inculca formas simblicas de pensamiento comunes, marcos sociales de la percepcin, el entendimiento o lamemoria, formas estatales de clasificacin o, mejor an, esquemasprcticos de percepcin, evaluacin y accin. (Al multiplicar deliberadamente, como hago aqu, y en otras partes de este texto, lasformulaciones equivalentes, salvo en lo que a la tradicin terica se refiere, quisiera contribuir a derribar las falsas fronteras entre universos tericos artificialmente separados -por ejemplo, lafilosofa neokantiana de las formas simblicas propuesta por Cassirer, y la sociologa durkheimiana de las formas primitivas declasificacin- y matar as dos pjaros de un tiro, acumular sus logros y aumentar al mismo tiempo las posibilidades de ser comprendido.)Por esta va, el Estado crea las condiciones de una sintonizacin inmediata de los habitus que constituye a su vez el fundamento de un consenso sobre este conjunto de evidencias compartidas que son constitutivas del sentido comn. As por ejemplo,los ritmos del calendario social y, en particular, los de las vacaciones escolares, que determinan las grandes migraciones estacionales de las sociedades contemporneas, garantizan, a la vez, referentes objetivos comunes y principios de divisin subjetivosarmonizados que aseguran, ms all de la irreductibilidad de lostiempos vividos, unas experiencias internas del tiempo)) lo suficientemente concordantes para posibilitar la vida social. Otroejemplo es la divisin en disciplinas del mundo universitario, quese inscribe en forma de habitus disciplinarios generadores de unacuerdo entre los especialistas responsable incluso de sus desacuerdos y la forma en que se expresan, y que tambin implica todotipo de limitaciones y mutilaciones en las prcticas y las represen-

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    raciones, as como de distorsiones en las relaciones con los representantes de otras disciplinas.Pero, para comprender realmente la sumisin inmediata que

    logra el orden estatal, hay que romper con el intelectualismo de latradicin kantiana y percibir que las estructuras cognitivas no sonformas de la conciencia, sino disposiciones del cuerpo, esquemasprcticos, y que la obediencia que otorgamos a los preceptos estatales no puede comprenderse como sumisin mecnica a una fuerzani como consentimiento consciente a una orden. El mundo socialest sembrado de llamadas al orden que slo funcionan como talespara los individuos predispuestos a percibirlas, y que, como la luzroja al frenar, ponen en funcionamiento disposiciones corporalesprofundarpente arraigadas sin pasar por las vas de la conciencia y

    ;d-c-lculg: La sumisin al orden establecido es fruto del acuerdo/ entre las estructuras cognitivas que la historia colectiva (filognesis)\. y la individual (ontognesis) han inscrito en los cuerpos y las es-\ tructuras objetivas del mundo al que se aplica: si la evidencia de los

    preceptos del Estado se impone con tanta fuerza, es porque ha impuesto las estr!-lcturas cognitivas segn las cuales es percibido.

    Pero hay que superar la tradicin neokantiana, incluso en suforma durkheimiana, en otro punto. Indudablemente, al privilegiar el opus operatum, el estructuralismo simblico como el deLvi-Strauss o del Foucault de Les Mots et les Choses) se condena aignorar la dimensin activa de la produccin simblica, mtica enparticular, es decir, la cuestin del modus operandi, de la gramtica generativa, en el lenguaje de Chomsky, y, sobre todo, de su gnesis y, por lo tanto, de sus relaciones con unas condiciones sociales de produccin particulares. Pero tiene el inmenso mrito detratar de poner de manifiesto la coherencia de los sistemas simblicos, considerados como tales. Y es que esa coherencia constituyeuno de los principios esenciales de su eficacia especfica, como seve con roda claridad en el caso del derecho, donde es buscada demodo deliberado, pero tambin en el del mito y la religin: enefecto, el orden simblico se basa en la imposicin al conjunto delos agentes de estructuras estructurantes que deben parte de suconsistencia y su resistencia al hecho de que son, en apariencia, almenos, coherentes y sistemticas, y se ajustan a las estructuras ob-232

    jetivas del mundo social (es el caso, por ejemplo, de la oposicinentre lo masculino y lo femenino, atrapada en la tupida red deoposiciones del sistema miticorritual, a su vez inscrito en los cuerpos y las cosas). Este ajuste inmediato y tcito (en todo opuesto aun contrato explcito) fundamenta la relacin de sumisin dxicaque nos liga al orden establecido mediante las ataduras del inconsciente, es decir, de la historia que se ignora como tal. El reconocimiento de la legitimidad no es, como cree Max Weber, un acto li-bre de la conciencia clara, sino que arraiga en el ajuste inmediatoentre las estructuras incorporadas, convertidas en esquemas prcticos, como los que organizan los ritmos temporales (por ejemplo,la divisin en horas, absolutamente arbitraria, de la agenda escolar), y las estructuras objetivas.

    En cuanto se abandona la tradicin intelectualista de las filosofas de la conciencia, la sumisin dxica de los dominados a lasestructuras objetivas de un orden social de las que son fruto susestructuras cognitivas deja de ser un profundo misterio y se aclarade repente. En la nocin de falsa conciencia, a la que recurrenalgunos marxistas para dar cuenta de los efectos de la dominacinsimblica, lo que sobra es conciencia, y hablar de ideologa essituar en el orden de las representaciones, susceptibles de ser transformadas por esa conversin intelectual que llamamos toma deconciencia, lo que se sita en el orden de las creencias, es decir, enlo ms profundo de las disposiciones corporales.

    (Cuando se trata de dar razn del poder simblico y la dimensin propiamente simblica del poder estatal, el pensamientomarxista representa ms bien un obstculo que una ayuda. Cabe,por el contrario, recurrir a la contribucin decisiva que Max Weber aport, en sus escritos sobre la religin, a la teora de los sistemas simblicos, al reintroducir los agentes especializados y susintereses especficos. En efecto, aunque, como Marx, demuestramenor inters por la estructura de los sistemas simblicos -que,por cierto, no denomina as- que por su funcin, Max Weber tiene el mrito de llamar la atencin sobre los productores de estosproductos particulares -los agentes religiosos, en el caso que le interesa- y sobre sus interacciones -conflicto, rivalidad, etctera-. Adiferencia de los marxistas, que, aunque quepa invocar algn texto

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    de Engels a propsito del cuerpo de juristas, tienden a silenciar laexistencia de agentes especializados de produccin, recuerda que,para comprender la religin, no basta con estudiar las formas simblicas de tipo religioso, como Cassirer o Durkheim, y ni siquierala estructura inmanente del mensaje religioso o el corpus mitolgico, como los estructuralistas: dedica su atencin a los productores del mensaje religioso, los intereses especficos que losimpulsan, las estrategias que emplean en sus luchas, como la excomunin.

    Al aplicar, mediante una nueva ruptura, el modo de pensamiento estructuralista -que es del todo ajeno a Max Weber- noslo a las obras y las relaciones entre las obras -como el estructuralismo simblico-, sino tambin a las relaciones entre los productores de bienes simblicos, puede establecerse en cuanto tal noslo la estructura de las producciones simblicas o, mejor an, elespacio de las tomas de posicin simblicas en un mbito de la prctica determinada -por ejemplo, los mensajes religiosos-, sino tambin la estructura del sistema de los agentes que los producen-por ejemplo, los sacerdotes, los profetas y los brujos- o, mejoran, el espacio de las posiciones que ocupan -l o que llamo el camporeligioso, por ejemplo- en la rivalidad que los enfrenta: nos dotamos as del medio para comprender esas producciones simblicas,a la vez, en su funcin, su estructura y su gnesis, sobre la base dela hiptesis, validada empricamente, de la homologa entre ambos espacios.)

    El ajuste prerreflexivo entre las estructuras objetivas y las incorporadas, y no la eficacia de la propaganda deliberada de losaparatos, o el libre reconocimiento de la legitimidad por los ciudadanos, explica la facilidad, en definitiva realmente asombrosa, conla que, a lo largo de la historia, y exceptuando contadas situaciones de crisis, los dominantes imponen su dominacin: Nada re-sulta ms asombroso para quienes consideran los asuntos humanos con mirada filosfica que ver la facilidad con la que lamayora (the many) es gobernada por la minora (the fow) y observar la sumisin implcita con que los hombres revocan sus propiossentimientos y pasiones en beneficio de sus dirigentes. Cuandonos preguntamos por qu medios se lleva a cabo esta cosa tan sin-234

    guiar, encontramos que, como la fuerza siempre est del lado delos gobernados, los gobernantes no cuentan con ms apoyo que laopinin. Por lo tanto, el gobierno se basa nicamente en la opinin, y esta mxima es extensible tanto a los gobiernos ms despticos y militares como a los ms libres y populares.)> 10

    El asombro de Hume plantea el problema fundamental detoda filosofa poltica, problema que se suele ocultar, paradjicamente, planteando un problema escolstico que nunca se plantearealmente como tal en la existencia corriente: el de la legitimidad.En efecto, lo que plantea un problema es que, en lo esencial, el orden establecido no plantea ningn problema; que, al margen desituaciones de crisis, el problema de la legitimidad del Estado, y elorden que instituye, no se plantea. El Estado no necesita por fuerza dar rdenes, ni ejercer una coercin fsica, o disciplinaria, paraproducir un mundo social ordenado, al menos mientras est encondiciones de producir estructuras cognitivas incorporadas quese ajusten a las estructuras objetivas y garantizar as la sumisindxica al orden establecido.(Ante este vuelco, tan tpicamente pascaliano, de la visin nodel todo sabia, que se equivoca al asombrarse de lo que se asombra, cmo no citar a Pascal? El pueblo tiene opiniones muy sa-nas [ ..]. Los no del todo sabios se burlan de ellas y triunfan, puescon ello muestran la locura del mundo; pero, por una razn queno alcanzan a ver, tiene razn. 11 Y la verdadera filosofa se burlade la filosofa de aquellos que, entre estos dos extremos, [ .. ] sehacen los entendidos y se burlan del pueblo, so pretexto de queno se asombra lo suficiente de tantas cosas muy dignas de asombro. A falta de interrogarse sobre la razn de los efectos que suscitan sus asombros, contribuyen al desvo de las realidades msdignas de provocar asombro, como la sumisin implcita con laque los hombres revocan sus sentimientos y pasiones en beneficiode sus dirigentes -o , en el lenguaje del 68, la docilidad con quesacrifican sus deseos a las exigencias represivas)> del orden dominante-. Muchas reflexiones de apariencia radical sobre lo poltico y el poder arraigan en las rebeliones de adolescentes esterasque hacen calaveradas para denunciar las coerciones del orden social, identificadas, las ms de las veces, con la familia -Familias,

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    os aborrezco!- o con el Estado -con la temtica izquierdista dela represin que a todas luces inspir a los filsofos franceses,despus de 1968-. No son ms que una manifestacin entre otrasmuchas de esa impaciencia ante los lmites, de la que hablabaClaudel, que no predispone demasiado a adentrarse en la comprensin realista y atenta -sin por ello ser resignada- de las coerciones sociales. Y puede leerse como un programa de trabajo cientfico y poltico el famoso texto sobre la razn de los efectos:Cambio continuo del pro al contra. Y hemos demostrado, pues,que el hombre es vano por la estima que tiene de cosas que no sonen absoluto esenciales. Y todas esas opiniones han sido destruidas.Hemos demostrado despus que todas esas opiniones son muy sanas, y que, por lo tanto, al estar todas esas vanidades perfectamente fundadas -estamos aqu muy cerca de la definicin durkheimiana de la religin como delirio bien fundado-, el pueblo noes tan vano como se dice. Y as hemos destruido la opinin quedestrua la del pueblo. Pero ahora es preciso destruir esta ltimaproposicin y demostrar que sigue siendo verdad que el pueblo esvano, aunque sus opiniones sean sanas, ya que no ve dnde est laverdad, y, al ponerla donde no est, sus opiniones son siempremuy falsas y muy malsanas.) 12

    LA DOBLE NATURALIZACIN Y SUS EFECTOSLas pasiones del habitus dominado (desde el punto de vistadel sexo, la cultura o la lengua), relacin social somatizada, ley delcuerpo social convertida en ley del cuerpo, no son de las que pueden suspenderse mediante un mero esfuerzo de la voluntad, basado en una toma de conciencia liberadora. Quien es vctima de latimidez se siente traicionado por su cuerpo, que reconoce prohibiciones y llamadas al orden paralizadoras donde otro, f ruto de condiciones diferentes, vera incitaciones o conminaciones estimulantes. Resulta del todo ilusorio creer que la violencia simblicapuede vencerse slo con las armas de la conciencia y la voluntad:

    las condiciones de su eficacia estn duraderamente inscritas en loscuerpos en forma de disposiciones que, particularmente en los ca-236

    sos de las relaciones de parentesco y otras relaciones sociales concebidas segn este modelo, se expresan y se sienten en la lgica delsentimiento o el deber, a menudo confundidos en la experienciadel respeto, la devocin afectiva o el amor, y que pueden sobrevivir mucho tiempo despus de la desaparicin de sus condicionessociales de produccin.Y en ello estriba, asimismo, la vanidad de las tomas de posicin religiosas, ticas o polticas que consisten en esperar un3. verdadera transformacin de las relaciones de dominacin (o de lasdisposiciones que son, por lo menos en parte, su producro) deuna mera conversin de los espritus (de los dominantes o losdominados), fruto de la predicacin racional y la educacin o,como a veces piensan de forma ilusa los maestros, de una amplialogoterapia colectiva cuya organizacin correspondera a los intelectuales. Es conocida la vanidad de todas las acciones que reatande combatir nicamente con las armas de la refutacin lgica oemprica tal o cual forma de racismo -de etnia, clase o sexo- que,en el polo opuesto, se nutre de los discursos capaces de halag3.r lasdisposiciones y las creencias (a menudo relativamente indeterminadas, susceptibles de diversas explicaciones verbales y oscuraspara s mismas) al dar la sensacin o crear la ilusin de expres3.rlas.El habitus, indudablemente, no es un destino, pero la accin simblica no puede, por s sola, y al margen de cualquier traQsformacin de las condiciones de produccin y fortalecimiento de lasdisposiciones, extirpar las creencias corporales, pasiones y piJlsiones que permanecen por completo indiferentes a las con.rninaciones o las condenas del universalismo humanista (que, a su vez, porlo dems, tambin arraigan en disposiciones y creencias).Pinsese, por ejemplo, en la pasin nacionalista, que puedemanifestarse, en formas diversas, en los ocupantes de las dos posiciones opuestas de una relacin de dominacin, irlandeses protestantes o catlicos, canadienses anglfonos o francfonos, etctera.La verdad primera, a la que se aferran los protagonistas y que re-sultar demasiado fcil considerar un error primero, una }1lerailusin de la pasin y la ceguera, estriba en que la nacin, la tazao la identidad, como se dice ahora, estn inscritas en las cosas-e n forma de estructuras objetivas, segregacin de hecho, econ-

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    m1ca, espacial, etctera- y en los cuerpos -en forma de gustos yaversiones, simpatas y antipatas, atracciones y repulsiones, a ve-ces tachadas de viscerales-. Nada ms fcil, para la crtica objetiva(y objecivista), a la hora de denunciar la visin naturalizada de laregin o la nacin, con sus fronteras naturales>>, sus unidadeslingsticas, y dems, y tampoco le cuesta mostrar que todas esasentidades sustanciales no son ms que elaboraciones sociales, artefactos histricos que, a menudo fruto de luchas histricas anlogasa las que supuestamente han de zanjar, no son reconocidos comotales, sino equivocadamente aprehendidos como datos naturales.

    Pero la crtica del esencialismo nacionalista (cuyo lmite es elracismo), amn de constituir a menudo un medio de afirmar abajo costo la propia distancia respecto a las pasiones comunes, sigue siendo del todo ineficaz (y, por lo tanto, susceptible de ser legtimamente sospechosa de obedecer a otras motivaciones). Denunciadas, condenadas, estigmatizadas, las pasiones mortales detodos los racismos (de etnia, sexo o clase) se perpetan porque es-tn insertas en los cuerpos en forma de disposiciones y tambinporque la relacin de dominacin de la que son fruto se perpetaen la objetividad y refuerza continuamente la propensin a aceptarla que, salvo ruptura crtica (la que lleva a cabo el nacionalismoreactivo de los pueblos dominados, por ejemplo), es tan fuerteentre los dominados como entre los dominantes.

    Si paulatinamente he acabado por eliminar el empleo del trmino ideologa, no es slo por su polisemia y los equvocos resultantes. Es, sobre todo, porque, al hacer referencia al orden delas ideas, y de la accin por medio de las ideas y sobre las ideas,tiende a olvidar uno de los mecanismos ms poderosos del mantenimiento del orden simblico, a sabei, la doble naturalizacin queresulta de la inscripcin de lo social en las cosas y los cuerpos (tanto de los dominantes como de los dominados, segn el sexo, la etnia, la posicin social o cualquier otro factor discriminador), conlos efectos de violencia simblica resultantes. Como recuerdan nociones del lenguaje corriente tales como las de distincin naturalo don, la labor de legitimacin del orden establecido se ve ex-traordinariamente facilitada por el hecho de que se efecta de forma casi automtica en la realidad del mundo social.238

    Los procesos que producen y reproducen el orden social, tanto en las cosas, los museos, por ejemplo, o los mecanismos objetivos que tienden a reservar el acceso a ellos a los mejor provistosde capital cultural heredado, por ejemplo, como en los cuerpos,mediante los mecanismos que garantizan la transmisin hereditaria de las disposiciones y su olvido, proporcionan a la percepcinabundantes evidencias tangibles, a primera vista indiscutibles, ptimas para conferir a una representacin ilusoria todas las apariencias de un fundamento en lo real. En pocas palabras, el orden social, en lo esencial, produce su propia sociodicea. De modo quebasta con dejar que acten los mecanismos objetivos, o que acten sobre nosotros, para otorgar al orden establecido, sin siquierasaberlo, su ratificacin. Y quienes salen en defensa del orden simblico amenazado por la crisis o la crtica, pueden limitarse a invocar las evidencias del sentido comn, es decir, la visin de smismo que, salvo que ocurra una incidencia extraordinaria, elmundo social logra imponer. Podra decirse, haciendo un chistefcil, que si el orden establecido est tan bien defendido, es porque basta con un tonto para defenderlo.(En esto estriba, por ejemplo, la fuerza social, casi insuperable, de los doxsofos y sus sondeos basados en un prejuicio, ni si-quiera consciente, de dejarse guiar, en la eleccin y la formulacinde las preguntas, en la elaboracin de las categoras de anlisis o lainterpretacin de sus resultados, por los hbitos de pensamiento ylas evidencias del Sentido comn.)

    La ciencia social, que est condenada a la ruptura crtica conlas evidencias primeras, no dispone de mejor arma para llevar acabo e ~ t a ruptura que la historicizacin que permite neutralizar,en el orden de la teora, por lo menos, los efectos de la naturalizacin y, en particular, la amnesia de la gnesis individual y colectivade un dato que se presenta con todas las apariencias de la naturaleza y exige ser aceptado sin discusiones, taken for granted Pero -yen ello estriba la dificultad extrema de la investigacin antropolgica- el efecto de naturalizacin tambin se ejerce, no hay que olvidarlo, sobre el propio pensamiento pensante: la incorporacindel orden escolstico en forma de disposiciones puede, como hemos visto, imponer al pensamiento presupuestos y limitaciones

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    que, por haberse hecho cuerpo, estn enterrados y ocultos al margen de las tomas de conciencia.En la existencia corriente, las operaciones de clasificacin mediante las cuales los agentes sociales elaboran el mundo tienden ahacerse olvidar como tales al realizarse en las unidades sociales queproducen -familia, tribu, regin, nacin-, las cuales cuentan contodas las apariencias de las cosas (como la trascendencia y la resistencia). De igual modo, en los campos de produccin cultural, losconceptos que empleamos (poder, prestigio, trabajo) y las clasificaciones que implicamos explcita (mediante las definiciones y lasnociones) o tcitamente (en particular, mediante las divisiones endisciplinas o especialidades), nos utilizan tanto como los utilizamos, y la automatizacin es una forma especfica de represinque remite al inconsciente los propios instrumentos del pensamiento. Slo la crtica histrica, arma capital de la introspeccin,puede liberar el pensamiento de las imposiciones que se ejercensobre l cuando, dejndose llevar por las rutinas del autmata, trata como si fueran cosas unas construcciones histricas cosificadas.Hasta este punto puede resultar funesto el rechazo de la historicizacin que, para muchos pensadores, es constitutivo del propiopropsito filosfico y deja el campo libre a los mecanismos histricos que simula ignorar.

    SENTIDO PRCTICO Y LABOR POLTICAAs pues, slo puede describirse realmente la relacin entre losagentes y el mundo a condicin de situar en su centro el cuerpo, y

    el proceso de incorporacin, que tanto el objetivismo fisicalistacomo el subjetivismo marginalista ignoran. Las estructuras del espacio social (o de los campos) moldean los cuerpos al inculcarles,por medio de los condicionamientos asociados a una posicin enese espacio, las estructuras cognitivas que dichos condicionamientos les aplican. Ms precisamente, el mundo social, debido a quees un objeto de conocimiento para quienes estn incluidos en l,es, en parte, el producto, cosificado o incorporado, de todos losactos de conocimientos diferentes (y rivales) de los que es objeto;240

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    pero esas tomas de posicin sobre el mundo dependen, en su contenido y su forma simblica, de la posicin que quienes las producen ocupan en l, y slo el analysis situs permite establecer esospuntos de vista como tales, es decir, como visiones parciales tomadas a partir de un punto (situs) en el espacio social. Y ello sin olvidar que esos puntos de vista determinados tambin son determinantes: contribuyen, en grados diferentes, a hacer, deshacer yrehacer el espacio, en la lucha de los puntos de vista, las perspectivas, las clasificaciones (pinsese, por ejemplo, en la lucha por lasdistribuciones o, con mayor precisin, por la igualdad en las distribuciones - n tas dianomas-, como deca Aristteles, para definir la justicia distributiva).

    El espacio social no se reduce, pues, a un mero awareness context (contexto de conciencia), en el sentido del interaccionismo, esdecir, a un universo de pun tos de vista que se reflejan unos a otrosindefinidamente. 13 Es el espacio, relativamente estable, de la coexistencia de los puntos de vista, en el doble sentido de posicionesen la estructura de la disposicin del capital (econmico, de la informacin, social) y los poderes correspondientes, pero tambinde reacciones prdcticas a ese espacio o representaciones de ese espacio, producidas a partir de esos puntos mediante los habitus es-tructurados, y doblemente informadas por la estructura del espacio y la de los esquemas de percepcin que se le aplican.

    Los puntos de vista, en el sentido de tomas de posicin estructuradas y estructurantes acerca del espacio social o un campo particular, son, por definicin, diferentes, y rivales. Para explicar que todos los campos son espacio de rivalidades y conflictos, no hace faltainvocar una naturaleza humana egosta o agresiva, o vaya usted asaber qu voluntad de poder: adems de la inversin en las apuestas que define la pertenencia al juego y que, comn a todos los jugadores, los opone y los implica en la competencia, es la propia es-tructura del campo, es decir, la estructura de la distribucin(desigual) de las diferentes especies de capital, la que, al engendrar laexcepcionalidad de determinadas posiciones y los beneficios correspondientes, propicia las estrategias que tienden a destruir o reduciresa excepcionalidad, mediante la apropiacin de las posiciones ex-cepcionales, o a conservarla, mediante la defensa de esas posiciones.

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    espacio social, es decir, la estructura de las distribuciones,es, a la vez, el fundamento de las tomas de posicin antagonistassobre el espacio, es decir, en particular, sobre la distribucin, yuna apuesta de luchas y confrontacin entre los puntos de vista(que, hay que decirlo y repetirlo hasta la saciedad para no caer enla ilusin escolstica, no son necesariamente representaciones, tomas de posicin explcitas, verbales): esas luchas por imponer lavisin y la representacin legtimas del espacio, la orto-doxia, que,en el campo poltico, recurren a menudo a la profeca o la previ-sin, tratan de imponer unos principios de visin y divisin -etnia, regin, nacin, clase, etctera- que, mediante el efecto de selffolfilling prophecy, pueden contribuir a formar grupos. Tienen unefecto inevitable, sobre todo, cuando se instituyen en un campopoltico (a diferencia, por ejemplo, de las luchas soterradas entrelos sexos de las sociedades arcaicas): el de permitir el acceso a laexplicacin, es decir, al estado de opinin constituida, de una frac-cin ms o menos amplia de la dxa sin conseguir jams, inclusoen las situaciones ms crticas de los universos sociales ms crticos, el desvelamiento total que constituye el propsito de la ciencia social, es decir la suspensin total de la sumisin dxica al orden establecido.

    Cada agente tiene un conocimiento prctico, corporal, de suposicin en el espacio social, un sense of one's place, como diceGoffman, un sentido de su lugar (actual y potencial) convertido enun sentido de la colocacin que rige su propia experiencia del lugarocupado, definido absoluta y, sobre todo, relacionalmente, comopuesto, y los comportamientos que ha de seguir para mantenerlo(conservar su puesto), y mantenerse en l (quedarse en su lugar, etctera). El conocimiento prctico que proporciona estesentido de la posicin adopta la forma de la emocin (malestar dequien se siente desplazado, o sensacin de bienestar asociada a laconviccin de estar en el lugar que corresponde), y se expresa me-diante comportamientos como evitar o ajustar de modo inconsciente ciertas prcticas, por ejemplo, cuidar la elocucin (en pre-sencia de una persona de rango superior) o, en situaciones debilingismo, elegir la lengua adaptada a la situacin. Este conocimiento orienta las intervenciones en las luchas simblicas de la242

    existencia cotidiana que contribuyen a la elaboracin del mundosocial de forma menos visible, pero igual de eficaz, que las luchaspropiamente tericas que se desarrollan en el seno de los camposespecializados (poltico, burocrtico, jurdico y cientfico, en particular), es decir, en el orden de las representaciones simblicas, lasms de las veces discursivas.Pero, en tanto que sentido prctico, este sentido de la colocacin actual y potencial est, como hemos visto, disponible paramltiples explicaciones. De ello se deriva la independencia relativa, respecto a la posicin, de la toma de posicin explcita, la opinin enunciada verbalmente que abre la va para la accin propiamente poltica de representacin: accin de portavoz, que eleva alorden de representacin verbal o, por as decirlo, teatral la experiencia supuesta de un grupo y puede contribuir a su existencia alpresentarlo como el que habla (con una sola voz) por medio de suvoz, o incluso puede hacerlo visible en cuanto tal por el mero hecho de exigirle que se manifieste en una exhibicin pblica -comitiva, procesin, desfile o, en la poca moderna, manifestaciny que proclame de este modo ante todos su existencia, su fuerza(ligada al nmero), su voluntad. 14El sense of one's place es un sentido prctico (que nada tieneque ver con lo que se suele incluir en la nocin de conciencia declase), un conocimiento prctico que no se conoce a s mismo,una docta ignorancia que, en tanto que tal, puede ser vctima deesa forma singular de desconocimiento, de allodxia, que consisteen reconocerse equivocadamente en una forma particular de re-presentacin y explicitacin pblica de la dxa. El conocimientoque proporciona la incorporacin de la necesidad del mundo so-cial, en especial en forma del sentido de los lmites, es perfectamente real, como la sumisin que implica y que se expresa a vecesen los asertos imperativos de la resignacin: Eso no es para nosotros>> (o para gente como nosotros) o, ms comnmente, Es demasiado caro (para nosotros). Hasta contiene (como trat de poner de manifiesto al interrogar a los trabajadores argelinos sobrelas causas del desempleo) los primeros rudimentos de una explicitacin o incluso de una explicacin, 15 Y no excluye -cmo puedepensarse lo contrario?- las formas de resistencia, ora pasiva e inte-

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    rior, ora activa y, a veces, colectiva, en especial, mediante las estrategias que intentan escapar de las formas ms desagradables deltrabajo o la explotacin (reduccin del ritmo de trabajo, despilfarro de materiales, sabotaje). Pero permanece expuesto a la desvia-cin simblica, debido a la obligacin de someterse a los portavoces, responsables exclusivos de esa especie de salto ontolgico quesupone el paso de la prdxis al lgos, del sentido prctico al discurso, de la visin prctica a la representacin, es decir, el acceso alorden de la opinin propiamente poltica.La lucha poltica es una lucha cognitiva (prctica y terica)por el poder de imponer la visin legtima del mundo social, o,ms precisamente, por el reconocimiento, acumulado en forma decapital simblico de notoriedad y respetabilidad, que confiere autoridad para imponer el conocimiento legtimo del sentido delmundo social, su significado actual y la direccin en la que vay debe ir. La labor de worldmaking que, como observa NelsonGoodman, consiste en separar y unir, a menudo a un mismotiempo)),16 en unir y separar, tiende, cuando se trata del mundosocial, a elaborar e imponer los principios de divisin adecuadospara conservar o transformar ese mundo transformando la visinde sus divisiones y, por lo tanto, de los grupos que lo componen ysus relaciones. Se trata, en cierto sentido, de una poltica de lapercepcin con el propsito de mantener o subvertir el orden delas cosas transformando o conservando las categoras mediante lascuales es percibido, mediante las palabras con las que se expresa: elesfuerzo por informar y orientar la percepcin y el esfuerzo porexplicitar la experiencia prctica del mundo van parejos, puestoque una de las apuestas de la lucha simblica es el poder de conocimiento, es decir, el poder sobre los instrumentos incorporadosde conocimiento, los esquemas de percepcin y evaluacin delmundo social, los principios de divisin que, en un momentodado del tiempo, determinan la visin del mundo (rico/pobre,blanco/negro, nacional/extranjero, etctera), y el poder de hacerver y hacer creer que este poder implica.La institucin del Estado como detentador del monopolio dela violencia simblica legtima pone, por su propia existencia, unlmite a la lucha Simblica de todos contra todos por ese monopo-244 .

    lio (es decir, por el derecho a imponer el propio principio de visin), y arrebata as cierto nmero de divisiones y principios dedivisin a esa lucha. Pero, al mismo tiempo, conviene al propio

    Estado en una de las mayores apuestas en la lucha por el podersimblico. En efecto, el Estado es, por antonomasia, el espacio dela imposicin del nmos, como principio oficial y eficiente de elaboracin del mundo, por ejemplo, mediante los actos de consagracin y homologacin que ratifican, legalizan, legitiman, re-gularizan situaciones o actos de unin (matrimonio, contratosvarios, etctera) o de separacin (divorcio, ruptura de contrato),elevados de este modo del estado de mero hecho contingente, oficioso, incluso oculto (un lo amoroso))), al status de hecho oficial,conocido y reconocido por todos, publicado y pblico.

    La forma por antonomasia del poder simblico de elaboracin socialmente instituido y oficialmente reconocido es la autoridad jurdica, pues el derecho es la objetivacin de la visin dominante reconocida como legtima o, si lo prefieren, de la visin delmundo legtima, de la orto-doxia, avalada por el Estado. Una manifestacin ejemplar de este poder estatal de consagracin del orden establecido es el veredicto, ejercicio legtimo del poder de decirlo que es y hacer existir lo que enuncia, en un aserto performativouniversalmente reconocido (por oposicin al insulto, por ejemplo); o, asimismo, las partidas (de nacimiento, de matrimonio, dedefuncin), otro aserto creador, anlogo al que lleva a cabo un in-tuitus originarius divino, que, como el poeta de Mallarm, fija losnombres, pone fin a la discusin sobre la manera de nombrar alasignar una identidad (el carn de identidad) o, a veces, inclusoun ttulo, principio de constitucin de un cuerpo constituido.

    Pero aunque el Estado reserve para sus agentes directamenteacreditados este poder de distribucin y redisuibucin legtima delas identidades, mediante la consagracin de las personas o las cosas (con los ttulos de propiedad, p or ejemplo), puede delegarlo enformas derivadas, como el certificado, escolar o mdico, de aptitud, incapacidad, invalidez, poder social reconocido que da accesolegtimo (entitlement to) a ventajas o privilegios, o el diagnstico,acta clnica de identificacin cientfica que puede estar dotada deeficacia jurdica por medio de la prescripcin mdica y participar

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    en 1a !stnbucin social de los privilegios, con lo que establece chazo que neutraliza el desconocimiento al efectuar, aprovechan

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    una frontera social, la que discrimina a los derechohabientes. (Habra que detenerse en este punto para reflexionar sobre el asertosociolgico -por ejemplo, este que estoy hac;iendo- que, aunquereivindique el status de protocolo experimental, corre el peligro deser percibido como una ratificacin, una homologacin, es decir,un aserto subrepticiamente performativo que, con la apariencia dedecir sencillamente lo que es, tiende a decir de modo tcito, y porafiadidura, que lo que es debe ser. Ambigedad que se expresa demodo particular en el aserto estadstico: ste registra -segn unascategoras estatales, cuando se trata de estadsticas oficiales- unasdistribuciones que a su vez no hacen ms que registrar el resultadode las luchas por la determinacin de la redistribucin legtima, esdecir, si se trata de la seguridad social, por ejemplo, por la definicin o la redefinicin de la incapacidad legtima.)

    El mundo social es, pues, fruto y apuesta, a la vez, de luchassimblicas, inseparablemente cognitivas y polticas, por el conocimiento y el reconocimiento, en las que cada cual persigue no slola imposicin de una representacin ventajosa de s mismo, comolas estrategias de presentacin de s mismo tan esplndidamenteanalizadas por Goffman, sino tambin el poder de imponer comolegtimos los principios de la elaboracin de la realidad social msfavorables a su ser social (individual y colectivo, con las luchasacerca de los lmites de los grupos, por ejemplo), as como a laacumulacin de un capital simblico de reconocimiento. Estas luchas se desarrollan tanto en el orden de la existencia cotidianacomo en el seno de los campos de produccin cultural que, aunque no estn orientados hacia ese nico fin, como el poltico, contribuyen a la produccin y la imposicin de principios de elaboracin y evaluacin de la realidad social.

    La accin propiamente poltica de legitimacin se ejerce siempre a partir de este logro fundamental que es la adhesin originalal mundo tal como es, y la labor de los guardianes del orden simblico, que van de la mano con el sentido comn, consiste en tratar de restaurar, en el modo explcito de la orto-doxia, las evidencias primitivas de la dxa. Por el contrario, la accin poltica demovilizacin subversiva trata de liberar la fuerza potencial de re-246

    do una crisis, un desenmascaramiento crtico de la violencia fundadora ocultada por el ajuste entre el orden de las cosas y el ordende los cuerpos.La labor simblica necesaria para liberarse de la evidencia silenciosa de la tMxa y enunciar y denunciar la arbitrariedad questa oculta supone unos instrumentos de expresin y crtica que,como las dems formas de capital, estn desigualmente distribuidos. En consecuencia, todo induce a creer que no resultara posible sin la intervencin de profesionales de la labor de explicitacin, las cuales, en determinadas coyunturas histricas, puedenconvertirse en portavoces de los dominados sobre la base de solidaridades parciales y alianzas de hecho basadas en la homologa entre una posicin dominada en tal o cual campo de produccincultural y la posicin de los dominados en el espacio social. Aprovechando una solidaridad de estas caractersticas, no carente deambigedad, puede llevarse a cabo una transferencia de captal cul-tural, por ejemplo, con los sacerdotes que colgaron la sotana durante los movimientos milenaristas de la Edad Media, o con losintelectuales (proleraroides, como dice Weber, u otros) de losmovimientos revolucionarios de la poca moderna, que permite alos dominados el acceso a la movilizacin colectiva y la accinsubversiva contra el orden simblico establecido, y que tienecomo contrapartida la virtualidad de la desvacn que est inscritaen la coincidencia imperfecta entre los intereses de los dominadosy los de aquellos entre los dominantes-dominados que se convierten en portavoces de sus reivindicaciones o sus sublevaciones, sobre la base de una analoga parcial entre experiencias diferentes dela dominacin.

    LA DOBLE VERDADNo podemos limitarnos a la visin objetivisra, que conduce al

    fisicalismo, y para la que existe un mundo social en s, que puedetratarse como una cosa, pues el investigador est en condicionesde tratar los puntos de vista, necesariamente partidistas y parcia-

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    les, de los agentes como meras ilusiones. Tampoco podemos declararnos satisfechos con la visin subjetivista, o marginalista, parala cual el mundo social no es ms que el producto de la suma detodas las representaciones y todas las voluntades. La ciencia socialno puede reducirse a una objetivacin incapaz de dar cabida cabalmente al esfuerzo de los agentes para elaborar su representacinsubjetiva de s mismos y del mundo, a veces a pesar de todos losdatos objetivos; no puede resumirse en una recopilacin de las sociologas espontneas y las folk theores, demasiado presentes en eldiscurso cientfico, donde se cuelan de rondn.

    De hecho, el mund o social es un objeto de conocimiento paraquienes forman parte de l, y que, comprendidos en l, lo comprenden, y lo producen, pero a partir del punto de vista que en locupan. No cabe, por lo tanto, excluir el percipere y el percipi, elconocer y el ser conocido, el reconocer y el ser reconocido, queconstituyen el origen de las luchas por el reconocimiento y el poder simblico, es decir, por la imposicin de los principios de divisin, conocimiento y reconocimiento. Pero tampoco puede ig-norarse que, en estas luchas propiamente polticas para modificarel mundo modificando sus representaciones, los agentes tomanposiciones que, lejos de ser intercambiables, como pretende elperspectivismo fenomenista, dependen siempre, en realidad, de suposicin en el mundo social del que son fruto y que, sin embargo,contribuyen a producir.

    Incapaces de declararnos satisfechos con la primera visin, ytampoco con aquella a la que da acceso la labor de objetivacin,slo podemos tratar de mantener unidos, para integrarlos, tan to elpunto de vista de los agentes implicados en el objeto como elpunto de vista sobre ese punto de vista que la labor de anlisispermite alcanzar al relacionar las tomas de posicin con las posiciones desde donde se han tomado. Sin duda porque la rupturaepistemolgica supone siempre una ruptura social que, sobre todocuando permanece ignorada, puede inspirar una forma de desprecio del iniciado por el conocimiento comn, tratado como unobstculo que hay que destruir y no como un objeto que hay quecomprender, es demasiado fuerte la tentacin -y muchos caen enella - de no ir ms all del momento objetivista y la visin parcial248

    del listlh> que, llevado por el malvolo placer de desengafiar,omite introducir en su anlisis la primera visin, la Verdad delpueblo sana, como dice Pascal, contra la que se han alzado suselaboraciones. De modo que las renuencias que la objetivacincientfica suscita a menudo, y que se experimentan y se expresancon una intensidad particular en los mundos de la investigacin,preocupados por defender el monopolio de su propia comprensin, no son todas ni siempre totalmente injustificadas.

    Los juegos sociales son, en todo caso, muy difciles de describiren su doble verdad. En efecto, a los implicados no les interesa demasiado la objetivacin del juego, y quienes no lo estn a menudose encuentran mal situados para experimentar y sentir aquello queslo se aprende y comprende si se participa en l, de modo quesus descripciones, en las que la evocacin de la experiencia maravillada del creyente brlla por su ausencia, tienen muchas posibilidades de pecar, en opinin de los panicipantes, de triviales ysacrlegas a la vez. El listillo, ensimismado en el placer de desmitificar y denunciar, ignora que aquellos a los que cree desengaar,o desenmascarar, conocen y rechazan a la vez la verdad que pretende revelarles. No puede comprender, y tenerlos en cuenta, losjuegos de self decepton, que permiten perpetuar la ilusin sobreuno mismo y salvaguardar una forma tolerable, o soportable, deverdad subjetiva frente a los llamamientos a las realidades y alrealismo, a menudo con la complicidad de alguna institucin (lacual -l a universidad, por ejemplo, no obstante su aficin a las clasificaciones y las jerarquas- ofrece siempre a los amores propios>>satisfacciones compensatorias y premios de consolacin que sirvenpara trastornar la percepcin y la valoracin de uno mismo y losdems).Pero las defensas que los individuos oponen al descubrimiento de su verdad no son nada comparadas con los sistemas dedefensa colectivos desplegados para ocultar los mecanismos msfundamentales del orden social, por ejemplo, los que rigen la economa de los intercambios simblicos. As, los descubrimientosms incontrovertibles, como la existencia de una poderosa correlacin entre el origen social y el xito escolar, o entre el nivel de instruccin y las visitas a los museos, o, tambin, entre el sexo y las

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    probabilidades de alcanzar las posiciones ms valoradas de los uni- la prctica, y para tratar de adoptar un punto de vista singular, ab-

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    versos cientfico o artstico, pueden rechazarse en tanto que con-traverdades escandalosas a las que se replicar con contraejemplosque se plantean como irrefutables (El hijo de mi portera estudialetras, o Conozco a hijos de titulados superiores que son unoszotes) o con negaciones que brotan, como lapsus, en las conver-saciones elegantes y los escritos pretenciosos, y que esta luminosasentencia, cuyo autor es un miembro de edad provecta de la msdistinguida burguesa, expresa en su forma cannica: La educa-cin, seor, es algo innato. En la medida en que su labor de obje-tivacin y descubrimiento lo lleva en mltiples ocasiones a produ-cir la negacin de una denegacin, el socilogo tiene que contarcon que sus descubrimientos van a ser a la vez anulados o rebaja-dos en tanto que asertos triviales, conocidos desde tiempos inme-moriales, y violentamente combatidos, por la misma gente, comoerrores notorios sin ms fundamento que la malevolencia polmi-ca o el resentimiento envidioso.

    Dicho lo cual, no ha de escudarse en esas renuencias, muy pa-recidas a las que tan bien conoce el psicoanlisis, pero tal vez mspoderosas, porque las sostienen mecanismos colectivos, para olvi-dar que la labor de represin y las elaboraciones ms o menos fan-tasmagricas que produce forman parte de la verdad, con el mis-mo ttulo que lo que tratan de ocultar. Recordar, como haceHusserl, que la arch originaria Tierra no se mueve no significauna invitacin a rechazar el descubrimiento de Coprnico parasustituirlo, sin ms ni ms, por la verdad directamente experimen-tada (como hacen ciertos ernomerodlogos, y dems defensoresconstructivistas de sociologas de la libertad, que rechazan loslogros de cualquier labor de objetivacin, con el aplauso inmedia-to de todos los nostlgicos del regreso del sujeto y el fin, tan es-perado, de lo social y las ciencias sociales). Significa tan slo in-citar a mantener unidos el aserto de la objetivacin y el aserto,igual de objetivo, de la experiencia primera, que, por definicin,excluye la objetivacin. Se trata, ms precisamente, de imponersesin tregua ni descanso la labor necesaria para objetivar el punto devista escolstico que permite al sujeto objetivador adoptar unpunto de vista sobre el punto de vista de los agentes implicados en250

    solutamente inaccesible en la prctica: el punto de vista doble, bi-focal, de quien, al haberse reapropiado su experiencia de sujetoemprico, comprendido en el mundo y por ello capaz de com-prender el hecho de la implicacin y todo lo que le es implcito,trata de inscribir en la reconstruccin terica, inevitablemente es-colstica, la verdad de aquellos que no tienen ni el inters, ni laoportunidad, ni los instrumentos necesarios para empezar a apro-piarse de la verdad objetiva y subjetiva de lo que hacen y lo queson.

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    RETORNO A LA RELACIN ENTRE LAS EXPECTATIVASY LAS POSIBILIDADES

    La causalidad de lo probable, que tiende a propiciar el ajuste de las expectativas a las posibilidades, constituye, sin duda, unode los factores ms poderosos de la conservacin del orden social.Por una parte, facilita la sumisin incondicional de los dominadosal orden establecido que implica la relacin dxica con el mundo,adhesin inmediata que pone las condiciones de existencia msintolerables (desde el punto de vista de un habirus constituido encondiciones diferentes) a cubierto del cuestionamiento y la contestacin. Por otra parte, propicia la adquisicin de disposicionesque, al estar ajustadas a unas posiciones desfavorecidas, en declive,en peligro de extincin o superadas, preparan mal para afrontarlas exigencias del orden social, especialmente en cuanto alientandiferentes formas de auroexplotacin (pienso por ejemplo, en lossacrificios que han tenido que hacer los empleados subalternos olos mandos intermedios que, a base de costosos crditos, han conseguido ser propietarios de un piso o una casa). 26

    Los dominados estn siempre mucho ms resignados de loque la mstica populista cree e incluso de lo que permitira suponer la mera observacin de sus condiciones de existencia y, sobretodo, de la expresin organizada, y mediatizada por las instanciaspolticas o sindicales, de sus reivindicaciones. Como estn resignados a las exigencias del mundo que los ha moldeado, aceptancomo algo natural y que cae por su propio peso la mayor parte desu existencia. Adems, debido, en especial, a que el orden establecido, incluso el ms penoso, proporciona unos beneficios de orden que no suelen sacrificarse a la ligera, la indignacin, la sublevacin y las transgresiones {en el inicio de una huelga porejemplo) resultan siempre difciles y dolorosas y, por lo general,muy costosas, material y psicolgicamente.

    Y ello, al contrario de lo que podra parecer, ocurre inclusoentre los adolescentes, a los que cabra creer en ruptura radicalcon el orden social a juzgar por su actitud respecto a los viejos,tanto en el hogar como en la escuela o la fbrica. 27 As pues, pese asubrayar, con toda la razn, los actos de resistencia, con frecuencia,306

    anrquicos y prximos a la delincuencia, que los adolescentes delas clases dominadas oponen a la institucin escolar, y tambin asus mayores>>, y, por medio de ellos, a las tradiciones y los valorespopulares, Paul E. Willis {cuyas investigaciones han acabado encasilladas en el bando de la resistencia, en cuanto trmino antagonista de reproduccin, en uno de esos pares de oposiciones a losque tan aficionado es el pensamiento escolar) tambin evoca la ri-gidez de ese mundo duro y dedicado al culto de la dureza y lalidad {las mujeres slo existen en l por medio de los hombres yreconocen su subordinacin).28 Muestra perfectamente cmo esteculto de la fuerza viril, que culmina en la exaltacin de los duros(otro crisol de la mitologa populista, sobre todo, en materia delenguaje}, se basa en la afirmacin de un mundo slido, estable,constante, garantizado de manera colectiva -por la banda o el grupo - y, sobre todo, profundamente encastillado en sus propiasdencias y agresivo respecto a lo que es diferente. Como pone demanifiesto un habla profundamente rgida, que rechaza la abstraccin en beneficio de lo concreto y el sentido comn, sostenida ysubrayada emocionalmente por imgenes de gran impacto, porinterpelaciones ad hominem y por reniegos de dramatizacin, ytambin por todo un ritual -trminos de interpelacin estereotipados, apodos, peleas simuladas, empujones, etctera-, esta visindel mundo es de lo ms conformista, en particular en puntos tanesenciales como todo lo que se refiere a las jerarquas sociales, y noslo entre los sexos. {Y cabra sacar conclusiones compl etamentesimilares de las investigaciones -sobre todo las de Lo"ic Wacquanta propsito de los negros de los guetos estadounidenses.)29 Lablevacin, cuando se expresa, se detiene en los lmites del universoinmediato e, incapaz de ir ms all de la insubordinacin, la bravata frente a la autoridad o el insulto, suele aplicarse contra laspersonas y no contra las estructuras. 30Para evitar naturalizar las disposiciones, hay que relacionaresas maneras de ser duraderas -pienso, por ejemplo, en la f r a n ~queza o la rudeza y la brusca llaneza, tan conmovedora, de losmomentos de emocin- con las condiciones de su adquisicin.Los habitus de necesidad son un mecanismo de defensa contra lanecesidad, que tiende, paradjicamente, a liberarse de los rigores

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    de la necesidad, anticipndola y contribuyendo con ello a su eficacia. Al ser fruto de un aprendizaje impuesto por las sanciones o lasconminaciones de un orden social que acta tambin como ordenmoral, esas disposiciones profundamente realistas (y cercanas, aveces, al fatalismo) tienden a reducir las disonancias en tre las anticipaciones y las realizaciones mediante una renuncia ms o menostotal a cualquier horizonte. La resignacin es el efecto ms comnde esta forma de learning by doing, que constituye una formacinimpartida por el propio orden de las cosas al chocar sin intermediarios con la naturaleza social (en especial, en forma de las sanciones del mercado escolar o el mercado de trabajo), en relacincon la cual las acciones intencionales de adiestramiento ejercidaspor los aparatos ideolgicos del Estado)> tienen un peso ms l;:>ienescaso.

    Y la actual ilusin populista que se alimenta de una retricasimplista de la resistencia>> induce a ignorar uno de los efectosms trgicos de la condicin de los dominados: la propensin a laviolencia que engendra la exposicin precoz y continua a ella; hayuna ley de conservacin de la violencia, y las investigaciones mdicas, sociolgicas y psicolgicas ponen de manifiesto que el hechode estar sometido a malos tratos en la infancia (en especial, a laspalizas de los padres) se halla significativamente vinculado a unasposibilidades mayores de ejercer a su vez la violencia sobre los dems (y, a menudo, sobre los propios compaeros de infortunio),mediante crmenes, robos, violaciones, incluso atentados, y tambin sobre s mismo, en particular, mediante el alcoholismo y latoxicomana. Por ello, si de veras se pretende reducir esas formasde violencia visible y visiblemente reprensible, no hay ms caminoque reducir la cantidad global de violencia, en la que no suelerepararse, y que tampoco suele sancionarse, que se ejerce de mod ocotidiano en las familias, las fbricas, los talleres, los bancos, lasoficinas, las comisaras, las crceles o, incluso, los hospitales y lasescuelas, y que es, en ltimo anlisis, fruto de la violencia inertede las estructuras econmicas y los mecanismos sociales, fuente dela violencia activa de los hombres. Los efectos de la violencia simblica, y, en especial, la que se ejerce sobre poblaciones estigmatizadas, no son siempre, como parecen creer los amantes de las pas-308

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    torales humanistas, propiciar el florecimiento de realizaciones ca-bales del ideal humano. Y, sin embargo, los agentes siempre consi-guen oponer a la degradacin impuesta por unas condiciones degradantes unas defensas, individuales y colectivas, puntuales oduraderas -duraderas en cuanto inscritas de modo duradero en loshabitus, como la irona, el humor o lo que Alf Ldtke llama Ei-gensinn, el empecinamiento obstinado, y tantas otras formasmenospreciadas de resistencia-.31 (Por eso resulta tan difcil hablarde los dominados de una manera justa, y realista, sin exponerse adar la impresin de que se les hunde o se les exalta, sobre todo,a ojos de esos apstoles bienintencionados que, inducidos poruna decepcin o una sorpresa a la medida de su ignorancia, interpretarn como condenas o alabanzas unas tentativas informadasde decir las cosas como son.)

    UN MARGEN DE UBERTAD

    Pero hay que guardarse muy mucho de llegar a la conclusinde que el crculo de las expectativas y las posibilidades no puederomperse. Por un lado, la generalizacin del acceso a la educacin-con el consiguiente desfase estructural entre los ttulos conseguidos, y, por lo tanto, las posiciones esperadas, y los puestos obrenidos- y la inseguridad profesional tiende a multiplicar las situaciones de desajuste, generadoras de tensiones y frustraciones. 32Aquellos universos en que la coincidencia casi perfecta de las tendencias objetivas y las expectativas converta la experiencia delmundo en una continua concatenacin de anticipaciones confirmadas se han acabado para siempre. La falta de porvenir, otrorareservada a los condenados de la tierra,, es una experiencia cadavez ms extendida, y, por ende, contingente. Pero tambin hayque contar con la autonoma relativa del orden simblico que, entodas las circunstancias y, sobre todo, en los perodos en que lasexpectativas y las posibilidades se desajustan, puede permitir cierto margen de libertad a una accin poltica que se proponga rea-brir el espacio de los posibles. Capaz de manipular las expectativasy las esperanzas, en especial, mediante una exposicin performati-

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    va ms o menos inspirada y exaltadora del porvenir -profeca,pronstico o previsin-, el poder simblico puede introducir algode juego en la correspondencia entre las expectativas y las posibilidades y abrir un espacio de libertad por medio del planteamiento,ms o menos voluntarista, de posibles ms o menos improbables,utopa, proyecto, programa o plan, que la mera lgica de las probabilidades inducira a considerar prcticamente excluidos.

    Sin duda, la fuerza del proceso de incorporacin que tiende aconstituir el habirus en un esse in foturo, principio duradero de inversiones duraderas, reforzado por las intervenciones explcitas yexpresas de la accin pedaggica, hace que las acciones simblicas,incluso las ms subversivas, tengan que contar, so pena de condenarse al fracaso, con las disposiciones y, por lo tanto, con las limitaciones que stas imponen a la imaginacin y la accin innovadoras. En efecto, slo pueden alcanzar el xito en la medida enque, actuando como disparadores o, mejor an, como detonantessimblicos capaces de mostrar la licitud de unos malestares o unosdescontentos difusos, de unos deseos ms o menos confusos instituidos socialmente, y de ratificarlos, mediante la explicitacin y lapublicacin, sean capaces de reactivar unas disposiciones que lasacciones de inculcacin anteriores han depositado en los cuerpos.

    Pero comprobar que el poder simblico slo puede operar enla medida en que las condiciones de su eficiencia estn inscritas enlas propias estructuras que trata de conservar o transformar, nosignifica negarle por completo la independencia respecto a esas es-tructuras: al llevar unas experiencias difusas a la plena existenciade la publicacin, en cuanto oficializacin, este poder de expresin, de manifestacin, interviene en ese lugar inseguro de la exis-tencia social donde la prctica se convierte en signos, smbolos,discursos, e introduce un margen de libertad entre las posibilidades objetivas, o las disposiciones implcitas que se ajustan tcitamente a ellas, y las aspiraciones explcitas, las representaciones, lasmanifestaciones.Un lugar donde se da una doble incertidumbre: a parte objec-ti, del lado del mundo, cuyo sentido, porque sigue abierto, comoel porvenir del que depende, se presta a diversas interpretaciones;a parte subjecti, del lado de los agentes, cuyo sentido del juego3W

    puede expresarse o ser expresado de diversas maneras o reconocerse en expresiones diferentes. En este margen de libertad se basa laautonoma de las luchas a propsito del mundo social, de su significacin, su orientacin y su devenir, as como su porvenir, una delas apuestas principales de las luchas simblicas: la creencia de quetal o cual porvenir, deseado o temido, es posible, probable o inevitable, puede, en determinadas coyunturas, movilizar a todo ungrupo y contribuir de este modo a propiciar o impedir el advenimiento de ese porvenir.

    Mientras que la hereja (lo dice la propia palabra, que implicala idea de eleccin), y todas las formas de profeca crtica, tiendena abrir el porvenir, la ortodoxia, discurso de mantenimiento delorden simblico, trata, por el contrario, como se aprecia perfectamente en los perodos de restauracin que siguen a las crisis, dedetener, en cierto modo, el tiempo, o la historia, y volver a cerrarel abanico de los posibles para intentar hacer creer que ya esttodo decidido para siempre y anunciar, mediante un aserto performativo disfrazado de verdad absoluta, el fin de la historia, inversin tranquilizadora de todas las utopas milenaristas. (Esta forma de fatalismo puede presentarse como un sociologismo quehace de las leyes sociolgicas leyes frreas, casi naturales, o un pesimismo esencialista, basado en la creencia en una naturaleza humana inmutable.)Estas acciones simblicas no hacen ms que multiplicar lasoperaciones, confiadas a menudo a rituales, que tratan, en ciertomodo, de inscribir el porvenir en los cuerpos, en forma de habirus.Es conocida la importancia, capital, que se otorga, de forma generalizada, a los ritos de institucin por medio de los cuales los grupos o, ms precisamente, los cuerpos (constituidos) tratan de imprimir desde muy temprano, y para toda la vida, en los cuerpos deaquellos a quienes erigen, a menudo de por vida, en miembros re-conocidos, un pacto irrevocable de adhesin inmediata a sus exigencias. Estos ritos, que, en lo esencial, no hacen ms que reiterarla accin automtica de las estructuras, utilizan casi siempre la relacin con el tiempo y tratan de fomentar el anhelo de la integracinhacindola esperar. Adems, al investir solemnemente de un derecho y una dignidad a quien consagran, incitan al beneficiario de

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    ese trato excepcional (incluso cuando ello conlleva padecimientos,a veces extremos) a dedicar toda su energa psicolgica a esa dignidad, ese derecho o ese poder, o a mostrarse a la altura de la dignidad conferida con esa investidura (nobleza obliga). Dicho deotro modo, garantizan un status social (dignitas} duradero a cambio del compromiso duradero -simbolizado por los rituales de in-ceptio, de incorporacin (en todos los sentidos del trmino)- deasumir con la mayor dignidad las obligaciones explfcitas y, sobretodo, implcitas del cargo (cuyo mejor aval es, como resulta evi-dente, un habirus conforme, precisamente lo que tratan de detectarlas operaciones de cooptacin).Pero la dependencia de toda accin simblica eficaz respecto aunas disposiciones preexistentes se recuerda, una vez ms, en losdiscursos o las acciones de subversin que, como las provocacionesy todas las formas de ruptura iconoclasta,33 tienen la funcin y, encualquier caso, el efecto de poner de manifiesto, en la prctica, quees posible transgredir los lmites impuestos y, en particular, los msinflexibles, los que estn inscritos en las mentes; y ello en la medida en que, atentos a las posibilidades reales de transformar la relacin de fuerza, son capaces de actuar para llevar las aspiracionesms all de las posibilidades objetivas a las que tienden a ajustarseespontneamente, pero sin superar el umbral a partir del cual empezaran a volverse irreales o peligrosas. La transgresin simblicade una frontera social tiene un efecto liberador porque, en la prctica, hace realidad lo impensable. Pero slo resulta posible, y simblicamente eficiente, y no acaba siendo rechazada como un simple escndalo que, como se suele decir, recae sobre su propio autor,si se cumplen ciertas condiciones objetivas. Para que un discurso ouna accin (iconoclasia, terrorismo, etctera) que tratan de poneren tela de juicio las estructuras objetivas tengan alguna posibilidadde ser reconocidos como legtimos (cuando no como razonables) yejercer un efecto de ejemplaridad, es necesario que las estructurascuestionadas de ese modo estn a su vez en un estado de incertidumbre y de crisis que favorezca la incertidumbre respecto a ellas yla toma de conciencia crtica de su arbitrariedad y su fragilidad.

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    EL PROBLEMA DE LA JUSTIFICACINHay que volver a K. Su incertidumbre respecto del porvenirconstituye tan slo otra forma de la incertidumbre respecto de loque es, de su ser social, de su identidad, como se dira hoy; desposedo del poder de dar sentido a su vida en el doble sentido deexpresar la significacin y la direccin de su existencia, est condenado a vivir en un tiempo orientado por los dems, alienado. ste

    es, exactamente, el destino de todos los dominados, obligados aesperarlo todo de los dems, poseedores del poder sobre el juego ysobre la expectativa objetiva y subjetiva de ganancias que puedeofrecer, y, por lo tanto, dueos de jugar con la angustia que naceinevitablemente de la tensin entre la intensidad de la espera y laimprobabilidad de la satisfaccin.Pero cul es, en realidad, la apuesta de ese juego, sino el problema de la razn de ser, la justificacin, de la existencia humana,no en su universalidad, sino en su singular particularidad, que seda cuenta de que ha sido cuestionada en su ser social mediante lacalumnia inicial, especie de pecado original sin origen, como losestigmas racistas? La cuestin de la legitimidad de una existencia,del derecho de un individuo a sentirse justificado de existir comoexiste, es una cuestin inseparablemente escatolgica y sociolgica.Nadie puede proclamar realmente, ante los dems y, sobretodo, ante s mismo, que prescinde de toda justificacin. Pero, siDios ha muerto, a quin pedirle esta justificacin? A quin, sinoal juicio de los dems, principio de tremenda incertidumbre e inseguridad, pero asimismo, y sin contradiccin, de certidumbre,seguridad, consagracin? Nadie -excepto Proust, pero en un registro menos trgico - ha sido capaz de evocar como Kafka la confrontacin de puntos de vista inconciliables, de juicios particularesque pretenden todos la universalidad, el enfrentamiento permanente de la sospecha y el desmentido, de la maledicencia y la alabanza, de la calumnia y la rehabilitacin, terrible juego de sociedad donde se elabora el veredicto del mundo social, productoinexorable del juicio multiforme de los dems.En esta especie de juego de la verdad, cuyo modelo proponeDer Prozess, Joseph K., inocente calumniado, busca encarnizada-

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    mente el punto de vista de los puntos de vista, el tribunal supremo, la ltima instancia. Recurdese la escena en que Block le explica que su defensor comn se equivoca al incluirse entre losgrandes abogados)): Cualquiera puede, naturalmente, calificarsede grande, si eso le complace, pero en esta cuestin lo que decideson los usos del tribunal. Y la cuestin del veredicto, juicio solemne promulgado por una autor idad capaz de decirle a cada uno ques en verdad, vuelve al final de la novela a travs de las ltimaspreguntas de Joseph K.: Dnde estaba el juez al que nunca haba visto? Dnde estaba el tribun