CASONA LIBRO.indd 1 22/09/16...
Transcript of CASONA LIBRO.indd 1 22/09/16...
CASONA LIBRO.indd 1 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 2 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 3 22/09/16 13:37
Leer para lograr en grande
colección lectores niños y jóvenes
L i t e r a t u r a j u v e n i l
CASONA LIBRO.indd 4 22/09/16 13:37
Ilustraciones: Irma Bastida Herrera
Miguel Ángel contreras nieto
CASONA LIBRO.indd 5 22/09/16 13:37
Eruviel Ávila Villegas Gobernador Constitucional
Ana Lilia Herrera Anzaldo Secretaria de Educación
Consejo Editorial: José Sergio Manzur Quiroga, Ana Lilia Herrera Anzaldo, Joaquín Castillo Torres, Eduardo Gasca Pliego, Luis Alejandro Echegaray Suárez
Comité Técnico: Alfonso Sánchez Arteche, Félix Suárez, Marco Aurelio Chávez Maya
Secretario Técnico: Ismael Ordóñez Mancilla
La casona. Cuentos © Primera edición: Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México, 2016
DR © Gobierno del Estado de México Palacio del Poder Ejecutivo Lerdo poniente núm. 300, colonia Centro, C.P. 50000, Toluca de Lerdo, Estado de México.
© Miguel Ángel Contreras Nieto, por texto © Irma Bastida Herrera, por ilustraciones
ISBN: 978-607-495-480-7
Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal. www.edomex.gob.mx/consejoeditorial Número de autorización del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal CE: 205/01/12/16
Impreso en México
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa del Gobierno del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal.
CASONA LIBRO.indd 6 22/09/16 13:37
Para Miguel Ángel Contreras Sánchez Chagollan,
porque la lectura es una experiencia que define al ser humano
CASONA LIBRO.indd 7 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 8 22/09/16 13:37
LIZBETH Y EL UNICORNIO
Al entrar los profesores Russell a
la cabaña, vieron a su pequeña hija Lizbeth
amordazada y sujetada a una silla de madera. Quisieron
correr junto a ella, pero sus captores les apuntaron con pistolas:
—¡Quietos!, que para todo hay tiempo —gritó un sujeto
gordo con mirada de serpiente.
Unos segundos después volvió a hablar el mismo individuo,
asumiendo el papel de jefe de la gavilla. Lo hizo con voz tersa,
pero matizada de impaciencia:
—Para que nos entendamos, quiero que escuchen bien, sin
interrupciones: hace unos días fue visto un unicornio en estos
bosques, es una bestia magnífica y voy a cazarla. Pero necesito
la ayuda de Liz…
—¡No! —gritó la madre— ¡Es muy peligroso!
—¡Retírenla de aquí! —ordenó el jefe, y dos maleantes
arrastraron a la señora fuera de la choza, ante la mirada
impotente de su esposo, que seguía amagado con el arma de un
secuestrador. El cabecilla continuó:
—Detesto la violencia. Soy un coleccionista, un artista
del coleccionismo. Pero, si no me dejan otra opción —dijo,
clavando sus ojos de ofidio en el profesor—, puedo ser muy
CASONA LIBRO.indd 9 22/09/16 13:37
10
violento… Decía que necesito la colaboración de Liz, su pureza,
para atraer al unicornio. Lo siento, pero deben colaborar… a
menos que la quieran ver muerta.
—¡No! —gritó el profesor, con los ojos desmesurados.
—Pues ustedes tienen la palabra —respondió el jefe, con la
misma parsimonia—, sería una lástima…, es tan bonita.
El profesor miró a su hija y al jefe. Volteó la cara hacia
todos lados. Miró a los secuaces armados. Al final, bajó la
cabeza y con la visión cegada por la rabia, dijo lentamente:
—Está bien. Apoyaremos. ¡Pero le exijo que Liz no resulte
dañada!
—Eso depende de ella…, además, usted no está en
condiciones de exigir nada —concluyó el coleccionista, con una
sonrisa torcida que mostró su diente de platino.
Lizbeth era una niña rubia que vivía en los bosques de Toronto.
A sus diez años era una amazona experta. El día anterior,
con jeans y suéter amarillo de punto, caminaba de regreso de
la escuela cuando fue sorprendida por dos hombres que la
acechaban detrás de unos arbustos.
Trató de defenderse pero la subieron a una camioneta
negra de doble cabina y la trasladaron a la cabaña ubicada en la
parte más profunda del bosque.
Sus padres recibieron llamadas telefónicas. Los amenazaron
con matar a la niña si acudían a la policía y los citaron, solos, al
día siguiente, en el cruce de la autopista federal y la carretera
CASONA LIBRO.indd 10 22/09/16 13:37
11
que lleva al Monte Mackey. De ahí los llevaron a la choza donde
vieron a Lizbeth cautiva, en tal estado que el profesor Russell
tuvo que someterse.
Una vez que fueron aceptadas sus condiciones, el jefe ordenó
que la pequeña saliera a caminar por las inmediaciones
de la casa, sola, en búsqueda del unicornio. Los profesores
balbucearon una protesta y los esbirros, a una seña del
coleccionista, los amenazaron con sus armas.
La niña salió de la cabaña haciendo pucheros y caminó
hasta internarse en el bosque. Sus tenis Nike hacían crepitar
a cada paso la alfombra dorada y marrón de las hojas caídas.
Avanzaba despacio entre enormes arces amarillos de troncos
esbeltos, por los que subían correteándose algunas ardillas
parduzcas. Con la mirada muy atenta buscaba entre los árboles.
De pronto Lizbeth vio al unicornio. Sintió una opresión
suave en el pecho y la emoción la hizo llorar. A través de sus
lágrimas lo apreció en toda su hermosura: era de un blanco tan
puro como la nieve invernal; caminaba ligero, moviendo con tal
suavidad la cola que parecía flotar sobre la hojarasca. Su cuerno
en la frente le daba cierto aire mitológico. Sólo pudo verlo un
instante, antes de que se perdiera entre la arboleda, pero a la
niña le pareció que la espera de horas bien había valido la pena.
Su angustia y cansancio se esfumaron, además, tuvo la
certeza de que el unicornio había hecho contacto visual con
ella. Así fue. Unos minutos después, el animal apareció por un
CASONA LIBRO.indd 11 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 12 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 13 22/09/16 13:37
14
costado y fue avanzando despacio, sin detenerse, hasta llegar
al alcance de su mano. Lizbeth no pudo resistir la tentación
de tocar su frente. Tenía la suavidad del tafetán y la frescura
del mármol.
El unicornio, mirando a la chica con sus enormes ojos
azabaches, brillantes y acuosos, dijo:
—Te conozco, niña hermosa. He visto cuando caminas por
la orilla del bosque, cargando tus libros.
Ella abrió la boca al escuchar la voz sedosa. Sonrió y sus
pecas se acentuaron.
—¡Qué bonito eres! Parece que estás hecho de terciopelo.
¿Cómo te llamas?
—Me llamo Crisol. Quiero ser tu amigo.
Lizbeth miraba fascinada su cuerno, cónico y espiral, que
lanzaba destellos cristalinos; era blanco, casi transparente en
la base, nacarado en el medio y veteado en la punta.
En un momento, Crisol se echó junto a ella y se puso a
mordisquear los renuevos de hierba. Lizbeth sintió que el tiempo
se detenía. Luego de recostarse en su costillar se quedó dormida.
Cuando despertó, el unicornio había partido. Sólo estaba
sentado junto a ella el coleccionista y hablaba, meloso, con una
sonrisa que hacía centellear el diente de platino. Le dijo que
lo había hecho muy bien, que al día siguiente, con seguridad,
él podría atrapar al unicornio y ella, junto con sus padres,
quedaría en libertad. La niña rompió a llorar, ocultando el
rostro entre sus manos.
CASONA LIBRO.indd 14 22/09/16 13:37
15
Atardecía cuando regresaron a pie. Los últimos rayos del
sol se veían de frente, haciendo efectos resplandecientes entre
las ramas de los arces.
Lizbeth pudo hablar con sus padres sólo unas cuantas
palabras, siempre bajo la vigilancia de los secuestradores.
Con medias frases, exultante, le comunicó al profesor su
encuentro con el unicornio; le comentó que el animal se
había dejado tocar, que había platicado con él. Hizo una
pausa y dos lágrimas pesadas escurrieron por sus mejillas.
La niña se frotaba las manos sin cesar. El profesor le dijo
que no debía preocuparse, que hiciera lo que su conciencia
le dictara.
A la mañana siguiente, se sentía la frescura típica del
otoño. Lizbeth percibía un aroma a tomillo silvestre mientras
aguardaba a Crisol. Éste llegó, aún más confiado que el día
anterior. A unos cincuenta metros de la niña se encontraban,
escondidos tras los árboles, el coleccionista y sus secuaces,
armados con rifles de francotirador.
El unicornio se acercó despacio, moviendo la cola, que
parecía una cascada láctea. Lizbeth lo recibió con los ojos
enrojecidos y las mandíbulas rígidas. Le acarició los carrillos y
le dijo, en voz baja:
—Amigo, unos hombres muy malos quieren atraparte. No
debes tener miedo, yo te voy a ayudar. ¡Confía en mí!
El animal resopló suavemente y, mirándola con dulzura, le
respondió:
CASONA LIBRO.indd 15 22/09/16 13:37
—Lo sé, niña
hermosa. Juntos podemos
evitarlo. Voy a echarme para que subas en
mi lomo y corramos a pedir auxilio.
Así lo hizo, y ella montó de un salto. Se abrazó a su cuello,
gritando:
—¡Vamos, Crisol! ¡Deprisa, bonito!
El unicornio se incorporó con agilidad y a galope se
alejó, entre los zumbidos de las balas disparadas por los
malhechores. El coleccionista se desgañitaba diciendo a
Lizbeth que si no regresaba se iba a arrepentir.
La chica iba aferrada al cuello nervudo del unicornio.
Con los ojos bien abiertos, miraba la ruta que seguía el equino.
Éste avanzaba resuelto, esquivando los árboles. Al galopar
levantaba las cuatro patas, como Pegaso. A toda velocidad
recorrió el bosque hasta detenerse cerca del destacamento
de la policía montada.
CASONA LIBRO.indd 16 22/09/16 13:37
17
La niña le dio una palmada ligera en
el pescuezo y bajó de un salto, después corrió
hacia las instalaciones de la policía, mientras el animal
reculaba a la zona frondosa.
Al oficial de guardia se le cayó la quijada cuando escuchó
a la pequeña, pero enseguida se dispuso a brindarle ayuda.
Junto con seis policías de casacas azules salieron a caballo,
siguiendo la misma ruta por la que ella había llegado.
Lizbeth iba montada en ancas, abrazada al oficial,
gritando para indicarle el camino que debían seguir. Al doblar
una arboleda, el corazón le dio un vuelco, cuando advirtió a
CASONA LIBRO.indd 17 22/09/16 13:37
18
unos cuantos metros, entre la fronda, la figura de Crisol. Éste,
al verlos, dio la vuelta y arrancó a galope.
Ella le dijo al oficial que lo siguieran. Así lo hicieron.
El animal tomó una ruta distinta para llegar más rápido.
Atravesaron riachuelos y áreas tupidas, pasaron cerca de un
pantano, donde los caballos pisaban nerviosos, hasta llegar a
unos pasos de la choza, donde el unicornio, de nueva cuenta, se
internó en la espesura.
Los oficiales desmontaron con sincronía profesional y,
luego de resguardar a la niña, avanzaron cautelosos hacia la
casa. Ni un solo pájaro cantaba. Los policías tenían el rostro
crispado. Lizbeth sentía que las manos le sudaban.
Nadie contestó cuando los policías exigieron que se
abriera la puerta. Temiendo lo peor, la derribaron después de
proyectarse un par de ellos en su contra. Dentro, encontraron
a los padres de la pequeña, amordazados y atados a sus
respectivas sillas, tirados en el piso de madera, pero indemnes.
Los desataron y protegieron, junto con su hija, en la
cabaña. Después, se ocultaron fuera, entre los árboles, para
esperar a los delincuentes. Éstos llegaron. Derrapando las
llantas de la camioneta, frenaron y descendieron en medio de
una nube de polvo. Los policías salieron de su escondite y, sin
hacer ningún disparo, los sometieron.
Antes de retirarse del lugar, la niña pidió permiso a sus
padres para despedirse del mágico animal. Los profesores
lo dudaron un poco, pero el oficial les hizo una seña de
CASONA LIBRO.indd 18 22/09/16 13:37
19
asentimiento con la cabeza y les dijo que ellos podían cuidarla
desde lejos.
Lizbeth caminó unos metros dentro del bosque. La
hojarasca crujía suavemente a cada paso. Sus padres, que
la seguían a distancia, detuvieron su marcha y, abrazados,
pudieron ver cómo el unicornio acudía despacio al encuentro
con su hija.
Al estar cerca, el animal agachó la cabeza y ella lo abrazó
por el cuello, mientras le decía con los ojos llenos de lágrimas:
—¡Crisol, gracias por salvar a mis papás! ¡Nunca te voy a
olvidar!
El equino dio un par de golpes suaves al pasto con sus
pezuñas y le contestó:
—¡Gracias a ti, niña querida! Siempre te cuidaré, aunque
tú no me veas.
Lizbeth se separó de él, le acarició el copete y regresó con
sus padres.
El unicornio se irguió sobre sus cuartos traseros y
relinchó, manoteando. El cuerno devolvía los rayos del sol.
Luego, se alejó a trote. El movimiento le mecía la cola y hacía
flotar las crines.
A partir de ese día, los vecinos de la comarca aseguran
que, de cuando en cuando, al caer la tarde, puede verse
fugazmente al unicornio, como una sombra iluminada en
la espesura del bosque y que su avistamiento siempre es un
presagio de buena fortuna para todas las niñas.
CASONA LIBRO.indd 19 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 20 22/09/16 13:37
LOBO
Santiago vivía en una cabaña de madera con techo de
palma a la entrada del bosque. Sus padres trabajaban como
arqueólogos, cerca de casa, en la zona de Chichén Itzá.
Una tarde salió a jugar con Lobo, su gran pastor alemán
blanco. El perro movía la cola esponjada y brincaba alrededor
de Santiago, quien lanzaba una pelota amarilla de tenis, la
misma que Lobo corría a buscar entre los matorrales, tomaba
con el hocico y llevaba de regreso al niño.
Sin darse cuenta, se fueron internando en el bosque hasta
que llegaron a un manantial de agua transparente. El chico
tenía sed, por lo que se acercó con Lobo a la fuente, se puso
de rodillas e, inclinados sobre el agua, uno al lado del otro,
comenzaron a beber.
Al retirar la cara del espejo de agua, Santiago vio reflejada
en la superficie la figura de alguien parado detrás de él. Giró
la cabeza y vio al alux. Era un hombrecillo de unos cuarenta
centímetros, con el cuerpo regordete cubierto de pelo amarillo,
usaba falda verde, chaqueta roja de algodón y sandalias de
cuero. Llevaba colgada al cinto una pequeña espada de bronce.
El alux miró al niño con sus ojillos anaranjados, arrugó
la nariz y trató de atraparlo con las manitas terminadas
CASONA LIBRO.indd 21 22/09/16 13:37
22
en garras, sin lograrlo, porque Lobo gruñó, mostrando sus
colmillos afilados, y se lanzó en su contra. El duende maya dejó
escapar un grito agudo y corrió hacia un macizo de árboles,
con el perro ladrando detrás de él. Santiago quedó tembloroso.
Pasado un momento regresó Lobo. Venía jadeante, con
algunas cortaduras leves en el hocico y el pecho. Santiago
lo abrazó y el pastor alemán lamió sus manos. Enseguida, ya
calmados los dos, retornaron por el camino del bosque hasta su
cabaña. Entraron a la casa cuando comenzaba a caer la neblina
sobre las copas de los árboles.
Santiago lavó las heridas del perro y les aplicó un poco
de alcohol, que encontró en el botiquín familiar. Al regresar
sus padres, les contó lo ocurrido. Su mamá revisó al niño y al
perro, sin encontrar más que algunos rasguños en este último.
Su padre lo interrogó con seriedad no exenta de cariño:
—¿En dónde está ese manantial, Santi?
—Después de la parte más tupida del bosque, pa’ —contestó
el niño, al tiempo que jalaba un hilo de la manga de su suéter café.
—¿Y cómo era el monstruo que atacó a Lobo?
—Primero me quería llevar a mí, pero Lobo lo correteó.
—¿Pero tú viste al monstruo, hijo?
—Sí, pa’, lo vi. ¡Me quería agarrar! —exclamó Santiago,
con el rostro moreno y delgado encendido.
—¿Cómo era?
—Parecía un viejito, como un enano malo y lleno de pelos
amarillos. Tenía su espada y con ella lastimó a Lobo.
CASONA LIBRO.indd 22 22/09/16 13:37
23
El doctor Cervantes miró con simpatía a su hijo, después
le agitó suavemente los cabellos castaños y se sentó a cenar.
Su madre lo abrazó, le dio un beso en la mejilla y le sirvió
pollo asado. Una vez tomados los alimentos, se dispusieron los
tres a dormir.
Santiago pidió permiso para que Lobo pudiera dormir
con él:
—Tengo miedo de que venga el viejito malo y me lleve
—dijo, compungido. El papá sonrió y contestó que no había
problema, la mamá frunció el ceño.
Ya acostados, la señora inquirió a su marido:
—¿Aseguraste bien la puerta principal y la del patio?
—Sí —respondió el doctor, al tiempo que leía unos
papeles.
—¿Y la puerta de Santi?
El arqueólogo dejó a un lado los documentos, miró a su
esposa un momento y le dijo:
—¿No vas a creer la historia que nos contó Santi, verdad?
¡Es un niño de siete años!
—No sé —contestó pensativa la señora—, en estas tierras
existen muchas leyendas y… la descripción que nos dio Santi es
la de un alux.
El doctor se quitó sus anteojos de lentes redondos y los
colocó sobre el buró, antes de decir:
—Sí, hay muchas leyendas, pero son eso: leyendas,
producto de la imaginación popular. Y, si a la fantasía de la
CASONA LIBRO.indd 23 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 24 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 25 22/09/16 13:37
26
gente le sumas la de Santi, pues ya tienes el resultado. Pero no
te preocupes, que todo está bien cerrado, así que duérmete y
mañana volvemos a platicar con él.
La doctora se levantó y fue hasta el cuarto del niño. Se
tranquilizó un poco al ver que, en cuanto abrió la puerta, Lobo
se puso en alerta. Cerró con sigilo, regresó a su habitación y se
acostó de nuevo. Después de un momento, el matrimonio
concilió el sueño.
A las cuatro de la madrugada, con la casa en silencio, la
puerta del cuarto de Santiago se abrió muy despacio. El alux
entró caminando de puntitas, casi flotaba, sus alpargatas no
producían ruido en la alfombra.
En la cama, Santiago se movió inquieto y siguió
durmiendo. El alux llegó cauteloso hasta donde se encontraba
echado Lobo, se aproximó a sus fauces y comenzó a lanzarle
con su mano izquierda un polvo liviano y obscuro que sacaba
de un morral de tela que traía colgado bajo el brazo derecho. El
perro se estremeció un poco, pero no despertó. Un rato largo
siguió el duende lanzándole polvo. El pastor se veía laso y al
final quedó tendido sobre su costado.
El alux sonrió, mostrando sus dientes amarillos y
puntiagudos. Enseguida, trepó con cuidado a la cama de
Santiago y realizó las mismas maniobras que había hecho con
Lobo. El niño fue acompasando su respiración a la del duende,
hasta que llegó a ser una sola. Cada vez estaba más relajado el
rostro de Santiago. Por último, el alux emitió un gruñido leve
CASONA LIBRO.indd 26 22/09/16 13:37
27
y el niño abrió los ojos, como un sonámbulo, sin señales de
miedo en el rostro.
El alux soltó otros gruñidos, aún más apagados que los
anteriores, y bajó de la cama. Santiago hizo lo mismo. El
duende abrió despacio la ventana de madera y saltó hacia el
exterior, siempre con Santiago detrás de él, dócil. Caminando,
se alejaron de la cabaña y se perdieron en la espesura del
bosque.
Unos minutos más tarde, Lobo se incorporó tambaleante.
Estuvo un instante aturullado. De súbito pareció tomar
contacto con la realidad, husmeó la cama y en medio de
ladridos saltó por la ventana y salió disparado hacia el bosque.
Justo en ese momento, los arqueólogos abrieron la puerta
del cuarto y se precipitaron al interior. Tosieron por el picor
que había en el ambiente.
Al no ver a su hijo en la cama y la ventana abierta, la
doctora lanzó un grito, su esposo la tomó de la mano. A toda
prisa salieron de la cabaña y corrieron hacia la arboleda, en
medio de la niebla, guiados por los ladridos de Lobo.
El perro alcanzó al niño, que empezó a reaccionar al
oír los ladridos. Entonces, el alux sacó su espada y corrió a
esconderse detrás de un árbol de caoba. Hasta allá se acercó
el valiente Lobo, con el lomo erizado y las orejas erguidas,
pero el duende malvado lo sorprendió, asestándole una
cuchillada en el pecho. Lobo empezó a sangrar en abundancia.
Gruñendo se revolvió y de una tarascada atrapó al alux por
CASONA LIBRO.indd 27 22/09/16 13:37
28
una pierna. El duende bufaba. Como respuesta le metió tres
cuchilladas más al perro, que le perforaron los pulmones.
Con las últimas fuerzas que le quedaban, Lobo mordió
varias veces al duende en cara, cuello y pecho. Aun después de
que el duende ya no se movía, el perro lo siguió mordiendo,
hasta antes de derrumbarse él mismo sin vida.
Cuando los padres llegaron, no se escuchaba ningún ruido.
Localizaron a Santiago acurrucado contra un anacahuite, se
abrazaron con él y, al verlo indemne, el doctor Cervantes
lo cargó y deprisa emprendieron el regreso a casa. El niño
preguntaba por su Lobo, y ellos, corriendo, le aseguraban con
voz agitada que el perro se encontraba bien y que más tarde
estaría de regreso.
El día amaneció gélido. Santiago insistió en que
fueran a buscar al perro. Los padres encontraron apoyo
con algunos vecinos y como a las ocho de la mañana
partieron seis hombres en búsqueda del animal.
Guiados por el antropólogo llegaron al
lugar. Sólo encontraron a Lobo muerto,
convertido en una masa de pelos sin forma.
Junto al cadáver había jirones de tela roja,
así como una espada metálica pequeña,
manchada de sangre reseca.
Los lugareños comenzaron a moverse
inquietos. Uno de ellos, moreno y de nariz
aguileña, explicó:
CASONA LIBRO.indd 28 22/09/16 13:37
29
—Fue un alux malvado, los demás aluxes rescataron su
cuerpo, así lo acostumbran. De seguro quería robarse a Santi
y el perro lo evitó; pero, además —dijo luego de una pausa y
centrando la vista en la pareja de arqueólogos—, los otros
aluxes no descansarán hasta llevarse a su niño.
Entre todos recogieron el cuerpo del animal heroico y lo
enterraron frente a la cabaña. Las lágrimas brotaban por igual
de niños y adultos; en especial de Santiago, quien permaneció
tendido sobre el montículo de tierra helada, hasta que sus
padres lo retiraron, casi por la fuerza.
La familia estuvo todo el día en su casa. Los
padres no se despegaron ni un segundo de su
hijo. Apenas probaron una sopa de lima a la
hora de la comida. Al atardecer, el doctor
Cervantes aseguró las puertas
con trancas adicionales.
El niño durmió, inquieto,
en el cuarto de sus padres, que
pasaron la noche despiertos. Los
sobresaltaba a cada momento el rumor
del aire entre los árboles del bosque y el
crujir de la madera en la cabaña.
Al día siguiente, los arqueólogos
renunciaron a su trabajo y se fueron a vivir
a Mérida, junto con el pequeño Santiago,
quien jamás olvidó a su Lobo querido.
CASONA LIBRO.indd 29 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 30 22/09/16 13:37
¿DÓNDE ESTÁS, DIOS MÍO?
Una tarde soleada, Elia viaja en un autobús
de las líneas del norte, cuando, al pasar por la
autopista de México a Querétaro, a la altura de San
Juan del Río, el chofer pierde el control, el camión
derrapa, se vuelca y da volteretas. De milagro, la
única muerta es Elia y, a pesar de ser una médium,
no siente el paso entre la vida y la muerte.
Los rescatistas sacan heridos de entre las
láminas dobladas. Aún se perciben los vapores
de líquidos derramados sobre el asfalto durante la
volcadura, cuando Elia empieza a tomar conciencia de
su nueva situación.
Mira su cuerpo y suspira: no tiene ninguna lesión
aparente. Al mover las piernas siente una ligereza
desconocida, una suerte de ingravidez fantástica: “¿Qué
sucede?”, se cuestiona. “¿En dónde están los demás
pasajeros? ¿Qué me está pasando?”.
Sacude la cabeza varias veces, su cabellera se vuelve
una ola morena. Con una ráfaga de pensamientos repasa el
día: la visita a la Universidad del Valle de México para recoger
su título de antropóloga; de ahí, a la estación de autobuses
CASONA LIBRO.indd 31 22/09/16 13:37
32
Taxqueña, donde ve a Diego, le entrega el documento y él la
despide con un beso entrañable para su salida a Querétaro
rumbo a un congreso internacional de ocultismo; el exceso
de velocidad del conductor, los gritos de los pasajeros, las
volteretas, y nada más. “Y, nada más”, dice para sí.
Mira su entorno: personas y más personas caminando.
Delante de ella, detrás, al lado. Hombres, mujeres, niños,
ancianos. Conoce a unos pocos, más bien, le parece reconocer a
algunos parientes lejanos, fallecidos hace mucho tiempo. Una luz
se le enciende en el hipotálamo: “¡Estoy muerta! ¡No puede ser!”.
Recorre con la vista la fila interminable de viajantes de
la que forma parte. Algunos le parecen conocidos, desde luego
no todos. “¿Quién puede conocer a todos los caminantes? ¿Qué
importa eso?”, se sorprende preguntándose. Avanza con ellos,
despacio, son peregrinos de una caravana inmensa.
No hay guías ni vigilantes. No hay siquiera quien oriente
su éxodo. Se mueven cual aves migratorias; parece que por un
designio misterioso saben no sólo el trayecto, sino también el
punto final de la marcha. Elia siente que el aire tiene un calor
placentero, como el de Acapulco.
A su lado, una treintañera atractiva sujeta por la muñeca
a su pequeño hijo pelirrojo:
—Ya casi llegamos, mi amor, ten paciencia.
Como entre sueños los mira. La señora le devuelve la
mirada:
—¿Verdad que estamos a punto de llegar?
CASONA LIBRO.indd 32 22/09/16 13:37
33
Elia no contesta. Ambas saben que no es necesaria
la respuesta. En realidad, ni el niño ni nadie muestran
impaciencia verdadera.
Están, simplemente están. Incluso, a Elia le parece
que conforme avanzan se va desarrollando una especie
de hermandad colectiva. Al mirar al grupo interminable
de viajantes, una sonrisa triste estira sus labios mientras
reflexiona: “La vida es una paradoja, un chiste. Las personas
queremos ser únicas; nos empeñamos en hacer nimiedades
que nos hagan especiales, sin pensar que, al final, la muerte
nos iguala para siempre”. Caminan en un cierto ejercicio de
sonambulismo y resignación. Siguen avanzado.
El niño de al lado exclama:
—¡Mamá, ya tenemos horas caminando!
Nadie contesta. Nadie quiere expresar que eso carece de
importancia.
Elia sólo ve gente. Va en medio de un camino que ella
no distingue. Delante, una pareja de recién casados se toma
suavemente de la mano, le parece que van desnudos.
Piensa que olvidó poner a secar la ropa que metió a la
lavadora, antes de salir de casa: “Cuando Diego llegue, de seguro
no se va a dar cuenta de que es necesario activar el programa de
secado. ¡Está negado para algunas cosas el pobre!”.
Ella no sabe si el camino es espacioso, pero todos van muy
juntos, en silencio, cada vez más en silencio. Entonces, grita
con voz destemplada:
CASONA LIBRO.indd 33 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 34 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 35 22/09/16 13:37
36
—¡Es estúpido pensar que yo esté muerta! No puede ser
posible, ¡tengo sólo veintitrés años!
Algunos de los viajantes voltean a mirarla con una media
sonrisa de empleado funerario. La inmensa mayoría sigue
imperturbable su camino.
Elia mira con los ojos muy abiertos sus manos. Le parecen
desconocidas, tienen una radiación de luz que nunca había
observado en ellas. Es la misma brillantez que despiden los
cuerpos, caras, piernas y espaldas de los demás viajantes.
De pronto, recuerda que es médium. “¡Ni siquiera pude
despedirme de mi Diego!”, piensa.
Sin dejar de caminar, concentra toda su energía en
contactar mentalmente a Diego: “Soy yo, amor. Soy Elia. No
estoy muerta. No sé lo que pasa. Voy en un camino, junto a
muchas personas”. Hace esfuerzos muy grandes por obtener
alguna comunicación con su esposo. Es inútil: “Si estuviera
muerta, podría comunicarme con los vivos, igual que lo hacía
con los muertos”, se dice, intentando convencerse.
La columna avanza. Ella sigue en marcha. Le sorprende que
el esfuerzo de comunicación no la haya dejado exhausta como
cuando vivía. Reflexiona que nadie se pregunta hacia dónde
van. “¿Tendría sentido?”, piensa. “Vamos donde vamos. Eso es
todo”. No hay llanto ni alegría. No hay cansancio ni tristeza. El
aire es cálido y lleva el aroma de las orquídeas de vainilla.
Después de un tiempo, observa algunos movimientos que
denotan cierta inquietud en la gente que se encuentra muchas
CASONA LIBRO.indd 36 22/09/16 13:37
37
filas delante de ella. No sabe de qué se trata. La columna
compacta sigue su camino. Luego, fascinada, contempla que
el frente se va esfumando en un punto dorado del horizonte.
Sonríe con amargura y dice:
—Estoy muerta. Todos estamos muertos. No hay nada
que hacer.
Trata de refrenar su paso, voltea hacia atrás. Le sigue
una llanura de rostros arrobados, refulgentes. Un magnetismo
extraño les hace levitar. Elia avanza casi por inercia.
Recuerda que terminó su carrera hace apenas un año
y de inmediato se casó con su compañero Diego. Siente un
estremecimiento en el vientre. “¿Qué va a ser de ti, amor?
¿Quién mirará la esperanza en tus ojos cansados? ¿Quién te
dará un beso al despertar?”. Elia derrama unas lágrimas que
huelen a alcanfor y que se disipan antes de llegar a la mitad
de sus mejillas. Avanza en la columna dando pasos forzados,
incómodos.
Por su mente pasa su primera comunión: las campanas
llamando a misa, su vestido blanquísimo, el libro, la vela
adornada, el Cristo crucificado. Cierra los ojos y siente la piel
erizada al mirarse comulgando. Vuelve a vivir esa sensación de
plenitud existencial, esa certeza infantil de ser buena y digna
de Dios que nunca más volvió a tener: “¿Dónde se quedó mi fe
de entonces? ¿Dónde estás, Dios mío?”.
Visualiza una tarde en el Sanborns de Reforma: sus padres
sonrientes, con el orgullo brillando en las pupilas porque ella
CASONA LIBRO.indd 37 22/09/16 13:37
38
se había titulado; se ve a sí
misma diciéndoles con voz
quebrada: “¡Gracias, papás!
Soy su hija y siempre, siempre
contarán conmigo”. Sabe que esa
promesa ya no la podrá cumplir.
Siente una opresión profunda en el
pecho y ganas de llorar, pero ya no hay
más lágrimas en sus ojos. Se abraza a sí
misma.
Levanta la mirada y sus cejas se arquean
de asombro al advertir que la columna se
dirige al sol: “No es posible. ¿Por qué no nos
incendiamos?”, piensa al mirarse, al ver a
sus acompañantes, todos ya lumínicos,
con forma apenas humana. Se siente
reconfortada y más liviana que el aire
cálido de las bahías: “¡Somos polvo de
estrellas! ¡Tenemos esencia cósmica,
por eso no nos quemamos con el sol!”.
Sin saber por qué, sonríe gozosa.
Se deja llevar. Cada vez se acercan más.
Escucha infinitud de voces:
—¡Por fin vamos llegando!
—¡Alabado sea Dios!
—¡Es increíblemente hermoso!
CASONA LIBRO.indd 38 22/09/16 13:37
39
Su mente discurre veloz, en
medio del éxtasis: “Entonces, ¡los
egipcios antiguos tenían razón! La
forma divina del creador es el sol. Ra es
el espíritu universal que anima todas las
cosas que existen. Tenían razón los nipones
del sol naciente, los mexicas de los sacrificios
a Tonatiuh y los incas, hijos de Inti. ¡Sólo
existe un Dios supremo y adopta la forma
del sol!”.
En el trance de la revelación, se
observa a sí misma y al grupo. Sólo
luminosidad que no la deslumbra, sino que
la integra. Avanza flotando en un nirvana
de paz espiritual. Se mira en los demás con
emoción mística, los abraza, los toma de
las manos, los besa. Se siente parte de ellos.
Continúa avanzando, hasta que estalla un
leve estruendo que invade todos los átomos
de su ser.
CASONA LIBRO.indd 39 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 40 22/09/16 13:37
LA CASONA
Los cuatro hermanos vivíamos, desde algunos meses antes, en
un caserón como para veinte personas; yo era el tercero de ellos,
tenía dieciséis años. Incluso contando a mis padres, la casa era
demasiado grande para nosotros. No teníamos luz eléctrica.
Tenía paredes gruesas y altas, corredores, tejados
sostenidos de milagro por vigas apolilladas, baldosas, patios,
galerías de cinco o seis metros de altura, que en su momento
fueron graneros, y hasta un pozo junto a la cocina; los muros
conservaban vestigios de que alguna vez estuvieron pintados
de blanco, con guardapolvos color ladrillo.
Mucho tiempo atrás había sido una hacienda, pero
nosotros le decíamos la casona. Era tenebrosa, tanto, que el
periódico de Toluca publicó un reportaje sobre ella, en el que la
denominaron “la casa de los espantos”. Las entrevistas para ese
artículo se hicieron en la sala. Aún veo a mi padre sentado en
un sillón, proyectando su sombra agigantada contra la pared, a
la luz titubeante de los quinqués de petróleo, mientras atendía
a los reporteros.
Era habitual que durante el desayuno Roberto comentara
haber visto unas sombras fugaces en los cobertizos, o que Paco
CASONA LIBRO.indd 41 22/09/16 13:37
42
dijera que había escuchado en la madrugada ruidos de una
procesión que rezaba en el patio central de cemento, del que
surgían las dos alas de la casa. Por un lado, se encontraban las
habitaciones con un desván alto sobre ellas, oscuro y siempre
cerrado, casi vacío, a excepción de algunos muebles repletos de
telarañas y, enfrente de las habitaciones, alineadas: la alacena,
la cocina y la sala enorme, que rara vez se utilizaba.
Mi padre había instalado una planta de luz pequeña y
estruendosa en la última de las galerías, ubicada después de
tres patios empedrados. De cualquier forma, la máquina sólo
tenía capacidad para dar una miserable luz amarillenta a las
habitaciones y la cocina, así como para un par de horas de
la televisión en blanco y negro del cuarto de mis padres. Lo
demás era zona de penumbra.
Encendíamos la planta a las seis o siete de la tarde. A
mí me tocaba cada tercer día. Pero lo difícil no era eso, sino
apagarla, al filo de la media noche, cuando ya todos, o casi
todos, estaban dormidos. Recorría el trayecto de las recámaras
a la planta, cantando bajo para ahuyentar el miedo. Cruzaba los
patios, poblados de sombras y ruidos imprecisos.
A través de una puerta de madera desvencijada, entraba
a la galería final y tenía que avanzar con los brazos estirados
hacia el frente, entre la oscuridad total. En ese momento, era
imposible no pensar en que mis padres habían comentado
alguna vez que en esa galería murió infartado el dueño
anterior de la casona. Al caminar con los brazos extendidos
CASONA LIBRO.indd 42 22/09/16 13:37
43
en esa negrura, creí siempre que me toparía con el difunto. Me
escarapelaba la piel ese trayecto.
Eran reconfortantes el ruido de la máquina y el olor a
gasolina, los sentía de este mundo. Una vez junto a la planta,
respiraba hondo, cerraba la llave y corría hasta mi cama. Me
sumergía bajo las cobijas, con el corazón a todo tambor.
Desde el lecho adyacente escuchaba, en la oscuridad, la
voz infantil de Luis, alegre y solidaria:
—¡Si quieres, pasado mañana te acompaño!
Aunque el espacio sobraba, todos los hermanos
compartíamos el mismo dormitorio, donde habíamos colocado
en fila, como en un internado, las cuatro camas.
Luis tenía nueve años y sus ojos grandes proyectaban
empatía. Todos los días jugábamos futbol al regresar de
la escuela y los domingos íbamos al parque cercano, a las
retadoras que se organizaban. Era muy hábil y corría como
pocos durante los partidos, sin duda habría llegado a un equipo
profesional. Al final, se sentaba en el suelo, recargado contra
la portería, exhausto y feliz, con su cabello rubio pegado en la
frente, escurrido de sudor. Era inteligente, aunque un poco
miedoso, como yo. Tal vez como todos mis hermanos.
Yo, al menos, al ir a apagar el generador de luz,
recordaba con frecuencia una madrugada, tiempo atrás,
en otra casa, cuando tenía cuatro años, en la que me había
levantado para ir al baño: avanzaba a tientas hacia el servicio;
Roberto y Paco dormían, o eso creía yo, por el silencio de la
CASONA LIBRO.indd 43 22/09/16 13:37
44
habitación; de repente, comencé a escuchar unos sollozos,
después unos quejidos y, al final, unas risotadas que me
paralizaron. Lancé un grito de terror y me desplomé en medio
de la habitación. Cuando recobré el sentido, mi madre daba a
mis hermanos una buena reprimenda.
—Mamá, sólo fue una broma —decía Roberto, hipócrita y
con cara de circunstancias—, David ya había visto que éramos
nosotros.
—¡Qué broma ni que ocho cuartos! A ver, ¿qué les parecería
a ustedes si los espantaran de esa manera? —concluyó mi madre,
abrazándome y mirándolos con rigor.
Esa noche, y muchas más, dormí en la recámara de mis
padres, hasta que me recuperé lo suficiente para regresar al
cuarto con Roberto y Paco.
A los dieciséis años iba a la preparatoria, vivía adaptado a esa
casona y racionalizaba mis temores. “Los techos de madera crujen
con el cambio de temperatura, el fierro se dilata y se contrae en
esas mismas circunstancias”, le decía a Luis para tranquilizarlo
cuando, algunas noches, se revolvía inquieto en su cama.
Lo que no pude explicarle fue el origen de los pasos que
comenzaron a oírse en el techo del dormitorio, provenientes
del desván. Al filo de las tres de la mañana se escuchaba que
recorrían toda la extensión del cuarto, desde la orilla del
baño hasta la puerta que comunicaba con la habitación de mis
padres, y que de allí regresaban. Primero era la sensación de
un sonido lento, después, se oían con toda claridad. Era un
CASONA LIBRO.indd 44 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 45 22/09/16 13:37
46
caminar firme y pesado que hacía crujir el techo de bóveda
catalana.
Luis se cubría la cabeza con las colchas y se acurrucaba
hasta quedarse dormido. Yo, a decir verdad, en ocasiones hacía
lo mismo. Al paso de los días, los dos nos veíamos ojerosos y
pálidos.
Mi madre advirtió esos cambios de apariencia.
—¡Deben comer todo lo que se les sirve! —dijo una
tarde, durante la comida—, están creciendo y necesitan
alimentarse bien.
Luis y yo intercambiamos miradas.
—No es eso —dije después de una pausa breve en la que
sólo se escuchó el tintinear de los cubiertos—. Lo que sucede es
que no podemos dormir porque todas las noches se oyen pasos
en el desván.
Paco y Roberto soltaron unas risitas burlonas. Mi padre
nos miró fijamente durante unos segundos, como lo hacía
cuando daba a entender que el asunto era de importancia. La
luz del atardecer le ensombrecía la tez morena y remarcaba
los párpados caídos hasta la línea de las pestañas. Con voz
reposada nos dijo que en una casa tan vieja era normal oír
ruidos diversos: “Es la energía que se queda atrapada entre
los paredones y en algún momento se libera”. De paso, nos
prohibió ver La dimensión desconocida, uno de nuestros
programas favoritos, ya que, a su parecer, nos estaba
sugestionando.
CASONA LIBRO.indd 46 22/09/16 13:37
47
Asentí con la cabeza y de nuevo intercambié miradas
con Luis.
Todo indicaba que éramos los únicos que escuchábamos
esas pisadas, porque mis hermanos nunca comentaron nada al
respecto. Eso me hizo desconfiar y, una noche, al oír los pasos,
de puntitas me acerqué a sus camas en medio de la obscuridad,
sólo para ver que estaban durmiendo como troncos. Regresé a
mi lecho con los pelos erizados.
Después de dos semanas, la tensión era insoportable.
A veces, Luis me pedía que lo acompañara al sanitario. Lo
esperaba en la puerta, mientras las pisadas se manifestaban
descaradas. Otras ocasiones, aunque yo tuviera apremio de ir
al servicio, prefería envolverme en las cobijas y esperar a que
amaneciera.
Al límite de la desesperación, coloqué un cancel de triplay
en un extremo de la sala, al otro lado del patio, para habilitar
un cuarto pequeño. Luego, pedí permiso a mi padre para
mudarme.
—¿Por qué quieres hacer tu cuarto en la sala? —preguntó
mi padre, indulgente.
—¡Ya no puedo dormir por los pasos que se oyen toda la
noche en el desván! —dije ansioso.
Mi padre sonrió y me autorizó.
Entusiasmado, concluí la adecuación de la recámara.
Luis me ayudó a mudar mi cama y buró, un quinqué con la
pantalla ahumada y el librero. Instalamos un tubo para colgar
CASONA LIBRO.indd 47 22/09/16 13:37
48
la ropa. Yo sentía el ánimo liberado, pero, al ver de reojo a Luis,
advertía un aire de tristeza en su mirada. Al final me pidió,
acongojado, que no lo dejara en el dormitorio común, dijo
que él se quería ir conmigo al cuarto nuevo. Sin pensarlo, le
contesté: “¡Sale!”, y retornó su sonrisa de sol. Más tarde avisé a
mi padre de nuestra decisión y él estuvo de acuerdo.
La primera noche dormimos de un tirón. Nos levantamos
felices. En el desayuno, mientras preparaba unos olorosos
huevos con chorizo, mi madre nos preguntó cómo nos había
ido y, ante nuestras respuestas, respiró tranquila. Mi padre nos
dirigió una mirada aprobatoria. Guiñé un ojo a Luis y él sonrió,
mostrando los hoyuelos de sus mejillas chapeadas.
CASONA LIBRO.indd 48 22/09/16 13:37
49
La segunda noche, cuando Roberto desconectó la planta
de electricidad, ya estábamos Luis y yo en el cuarto. Prendimos
el quinqué y estuvimos platicando un poco, hasta que
decidimos apagarlo y dormir.
Soñé que iba caminando despacio por una senda muy
estrecha y oscura, en la orilla de una montaña. De un
lado estaba el talud y, del otro, un desfiladero abismal.
Escuchaba cómo caían rebotando los guijarros que desprendía a
cada paso. Tenía la camisa pegada a la espalda por el aire helado
detrás de mí, pero también porque estaba sudando a chorros.
Distinguía a lo lejos una voz angustiada: “¡David, David!”. Seguí
avanzando, tembloroso y con la camisa empapada, hasta que
unos jalones violentos en el antebrazo me despertaron.
—¡Hay alguien en la sala! —dijo Luis, bajo la colcha y con
voz apenas audible.
CASONA LIBRO.indd 49 22/09/16 13:37
50
Me moví aturdido. El reloj fosforescente marcaba las tres
de la mañana. Con trabajos encendí el quinqué y su luz iluminó
parcialmente la estancia. Al destaparle la cara a Luis me
espantó el terror reflejado en sus ojos. No dejaba de temblar,
sólo repetía: “¡Los muertos están en la sala! ¡Nos van a llevar!”.
Le dije que se tranquilizara, que no existían tales muertos.
Pero, en ese momento empecé a percibir, cada vez con mayor
claridad, una serie de murmullos detrás del cancel. Eran una
especie de letanías.
Tambaleante me dirigí a comprobar que la aldaba de la
puerta estuviera colocada, el mosaico se sentía helado bajo
mis pies. Me volví a meter a la cama y, cubriéndome la cabeza,
abracé a Luis. Semiparalizados de pánico, comenzamos a
orar con voz apagada, cada uno por su cuenta. Me oprimía el
pecho la preocupación de haberme llevado a Luis: “¿Y si algo
le pasara?”, reflexioné. Hasta ese momento se me reveló la
responsabilidad de tenerlo conmigo. Las letanías y susurros
siguieron escuchándose en la sala, se ubicaban en el otro
extremo de donde estaba el cuarto, cerca de la puerta de la
cocina. No sé a qué hora nos venció el sueño.
Por la mañana, el rostro de Luis estaba demudado y sus
ojeras eran color ciruela. Sin embargo, teníamos la seguridad
de que la familia no iba a darle importancia a lo ocurrido
o, lo que nos parecía peor, mi padre nos ordenaría regresar
al dormitorio común. Era insufrible imaginar la sorna de
Paco: “¡Qué espíritus tan malvados: espantaron a los niños!”.
CASONA LIBRO.indd 50 22/09/16 13:37
51
Decidimos no comentar a nadie los sucesos de esa noche
terrible.
A media tarde pegamos en una de las paredes la imagen
de san Judas Tadeo que Luis guardaba en su libro de primera
comunión. Nos sentimos protegidos.
Luis me acompañó a desconectar la planta de luz. Al
regresar, le pasé la mano derecha sobre el hombro y caminamos
con relativa seguridad, aunque los ruidos y sombras de los
patios que atravesamos nos inquietaban, como siempre.
No prendimos el quinqué. Aseguré la aldaba, nos
acostamos y, después de platicar unos minutos, nos dormimos.
Luis había recobrado el ánimo, me volvió a hablar de su sueño
de ser futbolista profesional, dijo que le iba a pedir a mi padre
que lo inscribiera en las fuerzas básicas del Toluca. Su voz
resonaba entusiasta en el silencio nocturno.
Algunas horas después, desperté sobresaltado al escuchar
una especie de toquidos en la puerta. Un poco aturdido, apoyé
los codos sobre el colchón y me incliné hacia adelante para oír
mejor, despacio, tratando de no despertar a Luis que dormía
junto a mí.
La oscuridad era casi total en el cuarto. Estaba lloviendo.
Era una de esas lloviznas monótonas de agosto en las que el
ruido del agua al caer, mezclado con el de la ventisca, producía
en los huecos de las tejas un rumor como de lamentos.
Un sudor frío comenzó a correr por mi espalda cuando
distinguí de nueva cuenta las letanías de la noche anterior.
CASONA LIBRO.indd 51 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 52 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 53 22/09/16 13:37
54
Volteé hacia Luis. Él también había despertado. Estaba
encogido y tembloroso, como un chihuahua cuando escucha
truenos. Me invadió un sentimiento de rencor al verlo tan
indefenso. Encendí el quinqué y le dije quedo:
—Voy a salir a la sala a ver quiénes son o qué quieren.
—¡No vayas! —respondió, con el cuerpo agitado por los
sollozos—, ¡son los muertos, nos quieren llevar!
Abrazándolo, lloré con él. Las letanías ya no eran murmullos,
sino oraciones clamorosas. Me extrañó que no las escucharan
mis padres o mis hermanos y fueran a investigar qué ocurría.
Por mi mente pasaba la idea de que quienes rezaban
entrarían en cualquier momento hasta donde estábamos.
Temblaba ante esa posibilidad. Pero también tenía la vaga
esperanza de que se tratara de una reedición de la broma que
años atrás me habían hecho Paco y Roberto.
Con la cabeza confusa, pero resuelto a proteger a Luis, me
levanté, tomé la lámpara y le dije que iba a salir. Ya no lloraba,
incluso en sus ojos advertí un destello de admiración que me
hizo estremecer.
—Voy contigo —dijo, en voz baja, mientras se incorporaba.
—¡No! No sabemos de qué se trata.
—¡No me dejes aquí solo! —dijo, con las lágrimas
asomando de nuevo. Pensé que, en realidad, no lo podía dejar
en el cuarto.
—Está bien —le contesté, finalmente, con un hilo de voz—.
Vamos.
CASONA LIBRO.indd 54 22/09/16 13:37
55
Abrí la puerta y salimos. Yo llevaba el quinqué y a Luis de
la mano. Avanzamos temblorosos un par de metros dentro
de la sala. Las letanías se escuchaban con toda claridad. En un
rincón, cercano a la puerta de la cocina, alcancé a percibir la
sombra de seis personas, de hinojos, en círculo, alrededor de
una más que oraba en voz alta, y los otros contestaban.
Luis y yo quedamos petrificados, sentía su mano mojada
de transpiración.
Todos portaban cirios que descubrían entre sombras sus
figuras. Los cuerpos voltearon hacia nosotros. Eran monjes.
Más bien, eran hábitos vacíos que se sostenían en el aire.
¡Carecían de rostro!
Mi respiración era cada vez más agitada y el corazón me
retumbaba en las sienes, Luis tiritaba. El ambiente se sentía
gélido, como si la temperatura hubiera bajado de súbito diez
grados.
Del monje principal salió una voz cavernosa, con acentos
de rabia contenida:
—¿Qué hacéis aquí, insensatos? ¿Por qué osáis profanar
este sitio sagrado?
Ni pude ni supe qué contestar. Sentía la garganta reseca
y no tuve aliento para articular palabra alguna. El principal
continuó, con voz aún más terrible:
—Escuchad con detenimiento: si al mediar una luna de
gracia no os habéis marchado todos de este templo, tendréis
que pagar tributo al Supremo.
CASONA LIBRO.indd 55 22/09/16 13:37
56
Las siete figuras se incorporaron, con un rumor de
telas al frotarse entre sí. Las velas reflejaban sus sombras
distorsionadas en las paredes y la estancia olía a camposanto.
Entonando sus letanías, fueron despacio hacia nosotros.
Sin pensar más, arrastré a Luis hacia la puerta lateral.
Volando cruzamos el patio central, iluminado apenas por la
luna. Sentía que en cualquier momento nos agarrarían por
detrás los monjes.
Como una exhalación entramos al dormitorio común
y, luego de atrancar la puerta, nos metimos en la cama de
Luis y nos cubrimos la cabeza con la colcha. A pesar de todo
el ruido, ni mis hermanos ni mis padres dieron señas de
habernos escuchado llegar. Luis no dejaba de tiritar, sus dientes
castañeaban. Lo abracé con fuerza, estaba helado. Yo también
temblaba de manera incontrolada. Tenía la seguridad de que
los monjes atravesarían la puerta de madera para llegar hasta
nosotros y descubrirnos la cara. En voz baja rezamos hasta el
amanecer. Yo repetía: “Padre nuestro que estás en los cielos…”,
sin poder pasar de esa frase.
Luis amaneció con la mirada perdida, pálido y afiebrado.
Sólo me contestaba con monosílabos.
Alarmado, comenté lo sucedido a mis hermanos y a mis
padres. Recalqué la advertencia de los monjes.
Mis hermanos sonrieron con incredulidad soez.
—Ha de estar empachado Luisito por tanta porquería que
come —dijo Paco.
CASONA LIBRO.indd 56 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 57 22/09/16 13:37
58
Mi madre no prestó mucha atención a ese comentario,
frunció el entrecejo y presurosa llevó a Luis al Hospital para el
Niño. Mi padre me miró con fijeza y de manera suave dijo:
—Saca tus cosas de ese cuarto y se regresan de inmediato
al dormitorio.
Después acompañó a mi madre al hospital. Yo no fui con
ellos. Debía cumplir la instrucción de mi padre, pero no me
atreví a entrar a la sala, aunque fuera de día. Más aún, nunca
volví a entrar a ella y menos al cuarto. Ni siquiera cuando,
transcurrido medio año, nos mudamos de la casona.
Luis estuvo internado tres días. Le diagnosticaron algún
tipo de diabetes infantil. Regresó en los huesos, taciturno y
demacrado.
Mi padre reubicó mi cama a un lado de la de Luis, para que
pudiera dormir solo otra vez.
No le faltaron atenciones médicas. Lo llevábamos a
consulta y mi padre contrató a una enfermera para que le
aplicara insulina y estuviera al pendiente de sus pastillas. Pero,
a ojos vistos, se iba consumiendo. Pasaba los días acostado y de
noche se revolvía en su cama o despertaba sudoroso y jadeante,
gritando que los muertos lo visitaban y querían llevárselo.
Perdió su apetito característico y al final era un triunfo lograr
que comiera.
Los pasos en el desván continuaban oyéndose cada noche,
incluso con más intensidad que antes, pero únicamente Luis
y yo los percibíamos. Paco seguía escuchando las procesiones
CASONA LIBRO.indd 58 22/09/16 13:37
59
en el patio y, como Roberto veía sombras negras de frailes
encapuchados en los paredones de las galerías, decidimos
acompañarnos a encender y apagar la planta de luz.
Casi no me despegué de la cama de Luis. Al principio,
cuando todavía platicábamos un poco, él me lo pidió así.
Luego, la angustia no me dejaba apartarme. Le comentaba
los resultados de la selección nacional o que el Toluca había
ganado su partido semanal, y él sólo contestaba, con voz
plana: “Qué bien”. Aunque hablara conmigo, miraba a la
lejanía.
Por último, cuatro semanas después de la advertencia del
monje, un domingo lluvioso por la mañana, cerró sus ojos para
siempre.
En su carita había un gesto de resignación y en la mía
quedó marcado un rictus perenne de amargura.
¿Estaría aún con nosotros si no me lo hubiera llevado al
cuarto de la sala o si no lo hubiera sacado conmigo esa noche
maldita?
No lo supe entonces, ni lo sabré jamás.
Tampoco entenderé nunca por qué después de su muerte
cesaron los ruidos, pasos y sombras en aquella maligna casona.
CASONA LIBRO.indd 59 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 60 22/09/16 13:37
EL ÁNGEL ANUNCIADOR
En el imperio de Carlomagno existió un marquesado que
abarcaba una región extensa de tierras lombardas. Su patrono,
Iacovo de Fuentes Reales, era un hombre poderoso y cruel que
en unos cuantos años había acrecentado la riqueza enorme
heredada de sus antepasados.
Una tarde de verano, después de haber dormido la siesta,
al salir de sus aposentos encontró en el vestidor áureo, sentado
en su sillón favorito, a un ángel anunciador, decrépito y de
apariencia vivaz.
Con el ceño fruncido, el marqués se dirigió al intruso y lo
amenazó con decapitarlo si no respondía pronto
quién era y qué hacía en ese lugar vedado. Sin
levantarse, el ángel contestó, imperturbable:
—Soy enviado por Aquel que puede más que el
que más puede y vengo a despertarte del sueño de
la vida.
El marqués intentó gritar a sus guardias
de cámara para pedir auxilio, sin que ningún
sonido saliera de su garganta; quiso moverse
y abandonar el recinto, pero parecía estar
clavado al piso de haya rojiza.
CASONA LIBRO.indd 61 22/09/16 13:37
62
Tras varios intentos se convenció de que eran inútiles sus
propósitos. Con la frente sudada, se dirigió al llegado:
—No sé si eres un taumaturgo oriental o de qué artes te
vales para hacer estos encantamientos, pero te aseguro que te
pesará. Al amanecer serás colgado frente a la cruz mayor.
El ángel lo miraba desde el sillón de terciopelo verde;
sus ojos eran más negros que el carbón de la montaña; su
barba, terminada en punta, le daba cierto aire siniestro, pero
su mirada era un océano de compasión. Después de unos
instantes, volvió a hablar Iacovo, titubeante:
—Puesto que me conoces, sabes que soy inmensamente
rico. Mi palabra es ley. Si me ayudas, respetaré tu vida y
libertad —dijo, un tanto sofocado—. Te daré un arcón lleno
de esmeraldas, rubíes y diamantes. Sólo déjame salir de este
encantamiento.
El visitante contestó, sosegado:
—Son vanos tus afanes. Tu tiempo ha terminado y nadie
más que yo puede escucharte. Ninguna riqueza de este mundo
tiene valor para mí porque he podido contemplar la luz del
Todopoderoso.
Iacovo entornó los ojos y miró con detenimiento al ángel.
De golpe se convenció de que su certeza inicial, su impresión
primera, había sido la correcta y musitó con una hebra de voz
salida apenas de sus labios resecos:
—¡Eres un ángel anunciador!
—Soy —respondió sin inmutarse el anciano.
CASONA LIBRO.indd 62 22/09/16 13:37
63
—¡Entonces, ayúdame! ¡Por compasión! —gritó
desesperado el marqués— No puedo acudir ahora ante la
presencia del Ser Supremo. Estoy lleno de pecado y mi destino
sería el sufrimiento eterno. Concédeme, al menos, un poco de
tiempo para remediar el mal que he hecho, para ponerme en
paz con Dios.
—Sólo puedo otorgarte dos días de tiempo terrenal,
aprovéchalos en la salvación de tu alma, ya que no tendrás
otra oportunidad —expresó con voz profunda el ángel antes
de volverse humo y desaparecer ante los ojos atónitos del
marqués De Fuentes Reales.
Iacovo sacudió repetidamente la cabeza. Regresó al
aposento y se dejó caer sobre el lecho de edredones recamados
en hilos de oro y plata. Mil pensamientos se concentraban en
su mente.
En sus años tiernos aprendió, con la Regla de San Benito,
el valor de la obediencia, el silencio y la humildad: supo que los
niños, incapaces de comprender la gravedad de la excomunión,
siempre que cometían una falta, debían ser sancionados con
ayunos rigurosos o corregidos con ásperos azotes para que
sanaran; conoció el temor del infierno y aspiró a la gloria de
la vida eterna. Nunca tuvo dudas acerca de la existencia del
Todopoderoso y de sus ángeles anunciadores que se presentan
a los hombres para revelarles la inminencia de la muerte.
Al heredar el marquesado, cuando tenía diecisiete
años y la barba comenzaba a asomarle en vellos rubios que
CASONA LIBRO.indd 63 22/09/16 13:37
64
ensombrecían su cara angulosa, el abad
le reveló, con una mirada llameante
enmarcada en su rostro lívido:
—Tendrás un reinado próspero y
extenso, antes de que se presente ante ti el
ángel anunciador.
El impacto que le causó la profecía
fue tal que le hizo perder el sueño. Tuvo
noches de insomnio durante mucho
tiempo. Cuando al fin lograba dormir,
despertaba agitado y sudoroso.
Entonces visitaba al abad cada
día, antes de que el sol empezara a
subir en el horizonte. Al principio,
le hacía mil preguntas acerca del
ángel anunciador, de su apariencia:
—Nadie lo sabe. Quienes lo han
visto no pueden contarlo
—contestaba el abad con una
mirada aún más intensa, y el
marqués sentía que la inquietud le
removía las entrañas.
Después, el peso de las
responsabilidades del marquesado y
sus constantes guerras desplazaron
ese tópico. Cuando murió el abad,
CASONA LIBRO.indd 64 22/09/16 13:37
65
diez años más tarde, el tema se tocaba
esporádicamente.
A medida que sus dominios se fueron
expandiendo, su forma de pensar fue
cambiando: “Nada hay en este mundo
que demuestre la existencia de un más
allá”, reflexionaba. “Lo que hay es. Y
el marqués soy yo”. Finalmente, a
sus treinta y cinco años, amo de
un territorio vastísimo, estaba
convencido de que el único
todopoderoso era él.
Pero ahora, al ver lo que
había visto y al oír lo que había
escuchado, regresaba de golpe
su antigua certeza de que el Ser
Supremo es y existe. Su cuerpo se
estremeció al pensar en las llamas
interminables que le aguardaban.
Luego de varias horas,
se levantó resuelto. Con mano
temblorosa, redactó media docena
de misivas para los condes vecinos.
Todos ellos eran súbditos suyos,
pues había desatado en su contra, a
lo largo de los años, guerras salvajes
CASONA LIBRO.indd 65 22/09/16 13:37
66
para someterlos y quedarse con sus valles fértiles, sus bosques
repletos de maderas finas, sus montañas que encerraban vetas
de oro y minas de esmeraldas prodigiosas e, incluso, con sus
mujeres más bellas, con las que formó un harén fastuoso a la
manera de los príncipes otomanos.
A todos los condes los convocó en el condado del Ticino,
el más próximo a su castillo, girándoles órdenes para que se
reunieran en privado con él. Despachó con prontitud las cartas
y se acostó. Pasó una noche de insomnio terrible.
Al día siguiente, muy de mañana, comenzó a vestirse
sin el auxilio de sus ayudas de cámara y ante la extrañeza de
éstos. Salió de su castillo montando un lustroso caballo retinto,
acompañado únicamente de sus diez guardias personales. Un
sol anaranjado comenzaba a asomarse tras las montañas.
El conde del Ticino había recibido la misiva, en la que
el marqués le pedía un recibimiento sobrio, sin ceremonias
de ninguna especie, pero, conociendo su carácter voluble, le
organizó una recepción opulenta para halagar su vanidad. Al
verlo llegar con esa comitiva escasa, levantó la ceja derecha,
sorprendido; más se sorprendió cuando Iacovo le rogó que
suspendiera la ceremonia y lo recibiera a solas.
—Como tú lo dispongas, excelencia —se apresuró a decir,
sin abandonar su sonrisa cortesana.
Instalados en la soledad del salón de protocolos, el
marqués empezó a hablar pausado y respetuoso. “Parece otra
persona. Es increíble”, pensaba, expectante, el conde.
CASONA LIBRO.indd 66 22/09/16 13:37
67
Habló acerca de la brevedad de la vida humana y de
la pequeñez de los reinos, comparada con la grandeza del
Todopoderoso.
El conde escuchaba con los ojos muy abiertos, tratando
de encontrar el sentido práctico a las palabras del marqués,
y se quedó de una pieza cuando, después de algunos minutos,
oyó decir a Iacovo que le devolvería los territorios despojados
y las riquezas que le había robado. Todo a cambio de una
sola cosa: su perdón y el de su pueblo. Creyó no haber
comprendido bien.
Al repetirlo el marqués, con una paciencia inusual, el conde
ya no tuvo dudas. De inmediato, con voz trémula, aseguró:
—¡Sí, sí, claro que aceptamos, su majestad! No tenemos
nada de qué perdonarte, pero te perdonamos con el alma.
El marqués fijó en él sus pequeños ojos azules. Pidió papel
y pluma, luego, diligente, escribió de su puño y letra un tratado
para asentar, con toda precisión, aquello que había ofrecido.
Cuando se despidieron, Iacovo marchaba sereno, con
paso ligero. El conde, al lado suyo, con los ojos muy brillantes,
pensaba: “Apenas lo puedo creer, pero habrá que esperar lo
que suceda”.
Iguales ceremonias realizó el marqués con los otros cinco
nobles convocados. En todos los casos, las reacciones de los
condes fueron similares.
Un día después, comenzaba a caer la tarde cuando
Iacovo arribó de regreso a su palacio. Tan luego como entró
CASONA LIBRO.indd 67 22/09/16 13:37
fue hacia su capilla privada.
Se hincó en el reclinatorio de
caoba forrado en terciopelo
verde y apoyó las palmas en el
descansabrazos. Con la frente
recargada sobre el dorso de las manos
permaneció treinta minutos rezando a
san Benito: “Ora et labora”, repetía en voz
baja, después de dos padrenuestros. Luego
remataba: “No anteponer nada al amor de Dios.
No anteponer nada al amor de Dios”. Cuando se
puso de pie, tenía el rostro afilado y la mirada un poco
perdida. El silencio en la capilla era absoluto.
Comió ligeramente y se retiró a sus aposentos. La muerte
lo sorprendió durante el sueño. Falleció con la tranquilidad de
quien sabe que no tiene cuentas pendientes con la vida.
Cuando se presentó ante el Creador, caminó hacia Él sin
poder contener una sonrisa. Dios lo miró con ternura infinita
antes de hablarle. Su voz evocaba el suave rumor de los arroyos:
—En verdad te digo que es mucho el tiempo que deberás
pasar en el Purgatorio para sanar los males de tu alma.
—¿Por qué, Dios mío, si yo he remediado el mal que hice
en la tierra? —preguntó el marqués, desesperado— ¿Por qué, si
he abjurado del pecado y soy un hombre redimido?
—Porque tu arrepentimiento tiene la validez de los actos
fariseos, hijo. Todo lo que hiciste fue sólo por el interés de
CASONA LIBRO.indd 68 22/09/16 13:37
69
entrar al Reino de los Cielos. El perdón falso que los condes te
dieron tiene, ante mis ojos, un valor similar.
El marqués De Fuentes Reales se mesó los cabellos
hasta casi arrancárselos y deseó, con todo su ser, no haberse
arrepentido nunca.
CASONA LIBRO.indd 69 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 70 22/09/16 13:37
LA EXTINCIÓN DE LOS MASTODONTES
Cuando el mastodonte era el rey de la creación, nada se hacía
sin su consentimiento: lo mismo le obedecían los solitarios
osos de las cavernas que las pandillas de los feroces
dientes de sable.
En las llanuras del centro de Europa se
observaban, majestuosos e incontenibles, los
desfiles de mastodontes cruzando por
los paisajes glaciales, con su largo
pelaje amarillo mezclado con
tonos castaños.
Su nivel
de estructura social
les permitía dirimir, en
asambleas públicas llevadas
a cabo bajo las ramas de abetos
milenarios, todos los asuntos concernientes a la vida
del grupo. Sin embargo, las glaciaciones habían disminuido
paulatinamente la especie. Sólo quedaba una comunidad. Era
numerosa, fuerte y bien constituida. Tenía el conocimiento y la
cultura ancestral de su raza. Pero era la última.
CASONA LIBRO.indd 71 22/09/16 13:37
72
En una de las asambleas, Freya, la hembra disidente,
jefa de una familia antigua, solicitó a Eskol el uso de la
palabra. Cuando le fue concedida, carraspeó para aclarar su
garganta, miró al auditorio con sus pequeños ojos negros y
habló firme:
—Seré muy breve, porque los tiempos así lo exigen: un
peligro mayúsculo amenaza nuestra supremacía y quizá incluso
la misma subsistencia de la raza mastodonte en el planeta…
La oradora no pudo continuar porque algunos barritos
surgidos desde lo más profundo del auditorio apagaron su
disertación. Voces anónimas gritaban: “¡Alarmista!”, “¡Agorera
del mal!”.
A paso lento, Eskol movió sus nueve toneladas de peso
hacia el frente del grupo. Eso fue suficiente para que el rumor
empezara a desvanecerse. Una vez restablecida la concordia,
solicitó a Freya que continuara con su intervención y ésta
lo hizo:
—No me refiero a los efectos devastadores de las glaciaciones,
que todos conocemos, sino a la amenaza concreta de otra
especie. Ustedes podrán pensar que no hay nadie capaz de
oponerse a nuestro dominio y, tal vez hasta yo, en otro tiempo,
les hubiera dado la razón, pero, en este momento, hay un
peligro creciente frente a nuestras trompas y no hemos sido
capaces de verlo: el hombre…
Los mastodontes se balanceaban, impacientes, y
golpeaban el piso helado con sus patas delanteras, algunos
CASONA LIBRO.indd 72 22/09/16 13:37
73
barritaban. Eskol intervino de nueva cuenta para apaciguar los
ánimos y la oradora prosiguió, después de rascar su coronilla
calva con la punta de la trompa:
—Esa criatura de aspecto insignificante y feo, desprovista
de pelaje y de defensas, es nuestra más grande amenaza. Se
reproduce, multiplica sus colonias y establece sólo algunas en
la planicie. En lugar de acatar las indicaciones de la comunidad,
se refugia en las cavernas de las montañas más escarpadas,
lejos ya de donde podemos subir para disciplinarla. Eso es
grave de por sí, pero, además, tengo noticias de que en algunos
lugares las muchedumbres se reúnen para linchar a nuestros
hermanos más desprotegidos y usan palos afilados que suplen
su carencia de garras y pico. Por eso, ¡exijo a esta asamblea que
se tome el acuerdo de su inmediata aniquilación!
La reunión perdió su compostura. Del grupo surgían risotadas
soeces y exclamaciones a voz de cuello: “¡Lunática!”, “¡Enferma!”,
“¡Genocida!”. Luego de algunos minutos de desorden, el líder
impuso la calma y se abrió un periodo de debate.
Los más viejos recordaron que Dios hizo al mastodonte
a su imagen y semejanza para habitar el mundo y que las
demás criaturas fueron creadas para servirle. Que el destino
mastodonte era el de regir el planeta, pero que ese privilegio
implicaba la obligación de proteger a las especies, sobre todo a
las más débiles, entre ellas el hombre.
Otros, conocidos por su apego al pensamiento reflexivo,
hablaron del derecho natural de todos los animales a existir:
CASONA LIBRO.indd 73 22/09/16 13:37
74
“El hombre —filosofaban— ataca por instinto, no por
maldad: debe ser protegido, no perseguido”.
Unos cuantos seguidores de Freya la
apoyaron, pero sin argumentos
convincentes.
Al final, la decisión
se tomó por una mayoría
aplastante: “El hombre tiene
derecho a existir y el mastodonte
debe protegerlo”.
—Espero que no nos arrepintamos el día de
mañana —dijo Freya, cabizbaja, al finalizar la sesión.
Los meses pasaron y las manadas de mastodontes
prosiguieron su vida habitual. Mantuvieron sus
recorridos, en familias a cargo de las hembras
dominantes, con sus hijos alrededor.
Buscaban llanos pardos donde el deshielo
permitía el crecimiento de manchones
de pasto y de arbustos. Las madres
enseñaban a sus cachorros: “Debes
rodear la hierba con la trompa, tirar de
ella y luego sacudirla para quitarle
los residuos de tierra: así, mira…”.
Los machos caminaban en grupos
reducidos. Era una comunidad
aparentemente disgregada, pero, a
CASONA LIBRO.indd 74 22/09/16 13:37
75
través de berridos de distinta intensidad, tenían comunicación
constante: “Acá hay agua, tengan cuidado, es zona pantanosa”.
“¡Encontramos un paraje lleno de árboles que se pueden
ramonear, tienen frutos rojos muy sabrosos!”.
Sin embargo, algunos acontecimientos removían la
inquietud que había quedado como sedimento entre los
integrantes de la comunidad, a partir de aquella asamblea:
cada vez eran más frecuentes los ataques colectivos de
hombres que asesinaban con piedras y palos a mastodontes
que quedaban rezagados.
Era cierto que la cosmogonía mastodonte decretaba que
los viejos y enfermos debían ser abandonados para hallar en
soledad el final de su destino, para buscar el sendero que los
llevara al más allá, al encuentro con el Gran Mastodonte.
También era verdad que, en defensa de sus vidas, los
mastodontes lograban matar a algunos agresores, pero
los ataques casi siempre terminaban en mastodonticidios.
La indignación crecía.
La gota que derramó el vaso fue una emboscada que
doscientos hombres semidesnudos hicieron a tres crías, una de
ellas la de Freya.
“Los pequeños fueron masacrados a traición —dijeron los
testigos a la asamblea—, cuando por su inocencia se acercaron
a una horda de salvajes para jugar con ellos. No conformes con
matarlos, después, en un rito diabólico, los calcinaron y se los
comieron”.
CASONA LIBRO.indd 75 22/09/16 13:37
76
Esta ocasión el veredicto fue fulminante: acabar con el
hombre, terminar de una vez y para siempre con esa plaga.
Freya sonrió con amargura al escuchar la noticia.
Dos lágrimas brillantes salieron de sus ojos entrecerrados,
resbalaron por debajo del pelaje terso de sus carrillos y se
perdieron en las comisuras de sus labios, dejándole el sabor
del mar. Unos filamentos de escarcha azulina pendían de sus
colmillos.
La caravana para exterminar al hombre se organizó bajo
el mando directo de Eskol. Todos los mastodontes adultos,
incluidas las hembras, se pusieron gustosos a sus órdenes.
El líder diseñó una estrategia para arrasar, primero,
una colonia de esos seres, ubicada en el valle junto al río del
gran caudal.
El plan de ataque era sencillo y, a la vez, contundente:
marchar con treinta cuadrillas, compuestas por treinta
mastodontes cada una, alineados de tres en fila, con los más
fuertes y decididos al frente, dejando entre las cuadrillas sólo
el espacio necesario para que los simios, transmisores de las
órdenes, pudieran moverse con prontitud.
Al día siguiente, cuando el sol apuntaba en el horizonte y
la niebla comenzaba a levantarse en la planicie, Eskol arengó a
su ejército:
—Compañeros: quiero recordarles el compromiso que
nuestra raza tiene, desde siempre, con el desarrollo del mundo:
estamos obligados a garantizar la paz y el orden. Fuimos
CASONA LIBRO.indd 76 22/09/16 13:37
77
agredidos y es nuestro derecho defendernos. ¡Los humanos
deben pagar con su vida! ¡Al ataque!
El estruendo producido por la marcha lenta de un millar
de mastodontes bramando se escuchaba a muchos kilómetros
a la redonda. El clamor fue advertido también en la aldea
humana. Los hombres tuvieron sólo unos minutos para decidir:
¿defender la aldea o huir?
—¡Defender los hogares! —gritó la mayoría.
De inmediato se organizaron. El jefe de la tribu transmitió
las instrucciones. Mujeres y niños fueron llevados a la parte
montañosa. Trabajando como topos, miles de hombres cavaban
trincheras en todo el frente de la aldea; otros iban colocando
en éstas gran cantidad de yesca preparada con hongos secos y
hojarasca, así como ramas crujientes y resina de pino; junto a
cada una hacían un hoyo más pequeño.
Apenas tuvieron tiempo de terminar las trincheras. Los
mastodontes se acercaban haciendo un ruido enloquecedor.
Cuando estaban a cien metros, el jefe dispuso la orden y en
cada agujero se colocó un hombre con piedras de pedernal en
sus manos. Los paquidermos seguían avanzando, imparables.
Los hombres ocultos en los hoyos sentían que la sangre se les
congelaba, unos cuantos abandonaron su sitio.
Faltando cincuenta metros, el jefe dio un grito y cada
hombre frotó los pedruscos. Se escuchó el golpeteo de las
piedras entre sí, las chispas saltaron en todas direcciones,
encendieron la yesca y ramas secas. Después, cada humano,
CASONA LIBRO.indd 77 22/09/16 13:37
78
resguardado en su agujero, colocó en la boca del mismo un
tronco grueso.
Los mastodontes, sin advertir estas maniobras, siguieron
su camino. De repente, se levantó una cortina de fuego ante los
colmillos de los paquidermos de avanzada. Quisieron frenar,
pero la fuerza de los que venían detrás los arrolló. “¡El trueno!
¡El trueno! ¡Tienen el trueno!”, gritaban con terror antes de ser
aplastados por el peso descomunal de sus congéneres.
Algunos pudieron evitar el fuego al desviarse de la aldea,
pero sólo para ser empujados por las cuadrillas hacia el río y
terminar tragados por la corriente impetuosa. El mismo Eskol,
que venía al lado de un pelotón, fue arrastrado por la masa
hacia el torrente. Freya marchaba resuelta al frente de una
cuadrilla; fue la primera en morir, calcinada y machacada por
cientos de patas de sus semejantes.
Los bramidos eran pavorosos, olía a carne chamuscada y
se veían por doquier ojos exorbitados de terror. La caravana se
convirtió en estampida.
Los mastodontes de la retaguardia, impactados por el
fuego y por la visión de sus hermanos que daban vueltas patas
arriba en la corriente helada del río, tenían en mente
sólo la idea de huir, aunque para hacerlo tuvieran
que pasar sobre los caídos, como lo hicieron.
Los escasos sobrevivientes escaparon
desesperados y sin líderes. Algunos se
hundieron en pantanos, otros se despeñaron
CASONA LIBRO.indd 78 22/09/16 13:37
79
en desfiladeros, los más caían infartados en plena carrera.
Unos pocos que salvaron la vida se reunieron atemorizados con
los viejos del grupo y con los pequeños, la mayoría huérfanos
por partida doble. Se refugiaron en las zonas más inhóspitas,
lejos de sus fuentes de alimento. La tuberculosis se propagó
entre la comunidad. El grupo fue diezmándose con rapidez y al
poco tiempo se extinguió la magnífica raza mastodonte.
CASONA LIBRO.indd 79 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 80 22/09/16 13:37
EL MINOTAURO REY
Una antigua leyenda europea narra la historia de cierto
minotauro que tenía un reino de prosperidad extraordinaria.
Sus súbditos gustaban de obsequiarle cubos de marfil colmados
de betabeles frescos, así como jubones repletos de pedrería
y, para sus aposentos, la más fina seda de los gusanos de sus
moreras convertida en edredones. Los siervos humildes y los
opulentos, por igual, exclamaban en medio de la algarabía,
durante las festividades anuales de su natalicio:
—¡Su majestad, espero que disfrute estas castañas, las
cortó mi esposa al amanecer!
—¡Excelencia, le traigo un bordado de imaginería que le
mandan las mujeres de la montaña!
CASONA LIBRO.indd 81 22/09/16 13:37
82
—¡Su señoría, la villa de los plateros le obsequia esta
frontalera de oro y zafiros que lucirá magnífica en su testuz
imperial!
A todos contestaba el soberano con una ligera inclinación
de su cornamenta reluciente y, cuando acaso profería algún
bufido sordo, los vasallos se retiraban sonrientes, con el
orgullo delineado en el rostro.
No obstante, la mirada del rey era opaca como el fondo de
una cáscara de nuez. El brillo que tuvo durante sus primeros
años de reinado se había extinguido con el paso del tiempo, al
igual que lo hace una estrella moribunda.
Los cortesanos organizaban, todas las noches,
espectáculos de faquires y veladas con fuegos de artificio que
concluían cuando comenzaban los bostezos reales.
Se enseñaba a los párvulos que el soberano era hijo de
Asterio, el minotauro del laberinto de Creta, y de una doncella
ateniense, hermosa y noble, enviada como tributo. Que fue
concebido por amor, justo antes de que Teseo cometiera el
asesinato de Asterio. Al recobrar su madre la libertad, regresó
a su patria y él había nacido libre.
Luego, su madre se desposó con el príncipe de un reino
lejano, en donde el minotauro recibió la educación del sabio
Lander y desde niño fue preparado para gobernar.
Tuvo maestros griegos en las artes de la retórica, la guerra
y el conocimiento profundo de los arcanos que rigen el destino
del universo y de los hombres.
CASONA LIBRO.indd 82 22/09/16 13:37
83
Su sensibilidad era innata. Una mañana, a los doce
años, pasaba con su preceptor de norma frente al mercado
de esclavos de la costa cuando sus ojos enrojecieron por la
cólera al ver que un tratante fustigaba con su látigo de siete
puntas a un niño cautivo. Mordiéndose los belfos, arremetió
contra el infame, lo empitonó por el abdomen y lo zarandeó un
momento sobre su cuello poderoso, antes de dejarlo caer.
—Entiendo que la naturaleza ha consagrado la diferencia
entre los hombres y por eso existen esclavos y señores, pero
nada autoriza a flagelar a un siervo —afirmó, reposado,
mientras su paje limpiaba con un paño de lino la sangre de
sus astas y el tratante expiraba con los intestinos derramados
sobre la arena candente.
Cleos de Rodas, su maestro de retórica, con frecuencia
se veía en aprietos para contestar de manera razonada sus
planteamientos acerca de la justicia divina en la repartición
de fortuna a los imperios.
—¿Por qué —preguntaba el futuro rey— nuestro reino no
es el que marca los arbitrios a todos los demás, si es manifiesta
la bendición que nos han dado los dioses? Algún día habré de
colocar a Candiana en el lugar eminente que le corresponde
—concluía, con los ojos iluminados.
Al cumplir dieciocho años, el rey Laurus lo designó en
cuarto lugar de la línea sucesoria al trono; sin embargo, una
serie de circunstancias dieron como resultado que dos años
más tarde el minotauro fuera ascendido al reino.
CASONA LIBRO.indd 83 22/09/16 13:37
84
A partir de ser entronizado, comenzó la construcción del
palacio más bello y majestuoso de cuantos han existido. Se
levantaba sobre columnas elevadas, tapizadas con láminas de
plata; sus techos eran de pizarra azul turquesa y los pisos de
mármol transparente como el cristal; las puertas refulgían,
cuajadas de piedras preciosas; los jardines se impregnaban
de las emanaciones de lavanda, densas y embriagadoras, que
desprendían los espliegos.
Alivió las cargas tributarias de sus súbditos y dictó reglas
para una administración eficaz: todo el fasto que la corte de
Candiana merecía, pero bajo una revisión estricta de cuentas.
Eso ocasionó el ahorcamiento del tesorero imperial, como
castigo a sus prácticas malversadoras.
A partir de ahí, la gestión pulcra y el progreso
del reino fueron la constante, lo cual
incrementó su poderío. Sin embargo,
su mirada era cada vez más
melancólica.
Una tarde, sentado en la terraza
de malaquita, el monarca, con voz
áspera, preguntó al primer ministro:
—¿En verdad mi reino es el más
poderoso de cuantos hayan existido
sobre la faz de la tierra?
—¡Claro que sí, mi señor!
—contestó pronto el ministro.
CASONA LIBRO.indd 84 22/09/16 13:37
85
—¿Es cierto que mis dominios son de prosperidad y dicha
para todos mis vasallos?
—¡Basta ver la forma en que te aclama el
pueblo, su majestad!
El rey hizo una
pausa breve y se pasó
la mano por el morro,
antes de continuar:
—Me aclaman, es
cierto, pero creo que mis arcas
imperiales son todavía pequeñas;
quizá más aun que las de nuestros
vecinos del norte —exclamó, y sus ojos
bovinos tuvieron un destello—. Además,
ellos tienen un territorio inmenso,
yacimientos de diamantes y minas de
plata. Quiero esa plata. Necesito
esa plata. Estoy convencido de que allá
está el futuro de mi reino y también
mi gloria eterna…
El ministro aguardó un
momento para que prosiguiera el
soberano, pero como esto no ocurrió
dijo, con la frente arrugada:
—Me temo que no comprendo
bien, su majestad.
CASONA LIBRO.indd 85 22/09/16 13:37
86
El monarca respiró profundo. Dejó ir la mirada en la
vastedad del horizonte y después de unos segundos le ordenó:
—Convoca al Consejo Real para el día de mañana.
Al día siguiente, el pleno del Consejo estaba reunido en
la sala regia. En su sitial, algunos consejeros tamborileaban
suavemente con los dedos sobre la mesa de ónix, otros seguían
con la vista el pasmoso deslizamiento del agua en la clepsidra.
Cuando entró el rey, ataviado con su túnica de seda negra
y tintineantes joyas de plata, los consejeros se levantaron al
unísono, hicieron una reverencia y de nuevo se sentaron. El
soberano cortó el aire con sus astas al hacer una inclinación,
antes de tomar asiento. Apoyó las manos velludas en el filo de
la mesa y dijo resuelto:
—Señores consejeros, he reflexionado con detenimiento
acerca del lugar que los dioses tienen destinado para nuestro
reino. Es, sin duda, de preeminencia. Pero no hay parto sin
dolor y no hay triunfo sin lucha; por eso, les informo que, para
mayor grandeza de Candiana, he decidido marchar con nuestras
huestes valerosas en una campaña hacia el país vecino donde,
sin duda alguna, podremos hallar la riqueza que los astros tienen
reservada para nuestro solaz —los consejeros se miraban unos a
otros por lo bajo mientras el rey hablaba—. El ministro de guerra
tiene ya instrucciones precisas para diseñar la estrategia de la
victoria. ¡Brindemos por la felicidad eterna de Candiana!
Se levantaron en el centro de la sala doce copas de bronce
y todos exclamaron:
CASONA LIBRO.indd 86 22/09/16 13:37
87
—¡Por la felicidad de Candiana!
Semanas más tarde, montado en un corcel blanco y
pajarero, el monarca marchaba al frente de las tropas. Su
armadura negra lo hacía parecer enorme. Los rizos de su
testuz se movían a cada paso de la cabalgadura. La gente del
pueblo lo acompañó con una banda musical, hasta la salida de
la ciudad.
En medio de la algarabía, se escuchaban los gritos broncos
de los artesanos, los festivos de los niños, los emocionados de
las mujeres: “¡Viva el rey!”, “¡Viva Candiana!”. Las doncellas
besaban claveles rojos y los arrojaban al paso de los soldados.
Un mes después se difundieron las primicias de la guerra
en la plaza principal:
—Nuestro ejército ha perdido dos batallas y gran parte
de los combatientes perecieron —anunció un heraldo ojeroso,
vestido con almilla roja—. Su majestad se oculta en las montañas
de la frontera, escapó con sus últimos combatientes leales.
La multitud que se había reunido para escuchar las
novedades preguntaba a gritos por la suerte de los soldados, por
la vida de sus hijos y hermanos. La guardia real golpeó a varias
personas para contener la agitación que empezaba a desbordarse.
Al final, todos se retiraron en silencio, como una procesión de
penitentes. No eran pocos los que lloraban y maldecían.
Noticias funestas se difundieron durante las semanas
siguientes. El primer ministro comunicó, con voz quebrada, a
los tres únicos consejeros que acudieron a la sesión: “Hemos
CASONA LIBRO.indd 87 22/09/16 13:37
88
perdido la guerra. Su excelencia fue apresado y tengo informes
veraces de que las fuerzas enemigas se disponen a invadirnos”.
Las calles de los pueblos y ciudades lucían vacías. En los
salones y convivios familiares se oraba por los combatientes
y, enseguida, con el mismo fervor, se injuriaba al monarca y a
toda la realeza.
Cuando la tropa de ocupación llegó a la capital, una
multitud indignada la observaba, pero no hubo una sola
persona que hiciera resistencia; entró por la puerta del norte,
una mañana en la que el sol resplandecía. El estruendo de los
pasos marciales rebotaba contra las fachadas de las casas. Los
barones del reino y algunos exconsejeros se acomidieron a
formar un comité de recepción:
—¡Bienvenidos sean los salvadores de la patria! —dijeron
sin ruborizarse.
CASONA LIBRO.indd 88 22/09/16 13:37
89
Cerrando la columna, seis oficiales apuraban con sus picas
de hierro al minotauro rey que caminaba andrajoso, con las
manos amarradas en la espalda, bañado en sudor. Traía los
pitones gachos y las venas del cuello hinchadas por el esfuerzo.
Detrás de él se veían las coyundas tensadas y, al final de éstas,
el surco que se iba abriendo en el barro de la calle principal.
Los niños que lo seguían a los lados se maravillaban con el
centelleo del enorme arado de plata que jalaba.
CASONA LIBRO.indd 89 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 90 22/09/16 13:37
MINERVA LA GENIAL
Hoy por hoy, mi prima Minerva es una de las
personalidades más importantes del mundo científico
nacional. En la plenitud de sus cuarenta y seis, morena
clara, de facciones finas y carácter agudo, tiene una forma
particular de ver la vida y un sentido propio de asumir los
retos personales.
Nació en 1968. Su familia y la mía vivían en la colonia
Roma de la Ciudad de México. Somos de la misma edad.
Desde niña mostró un talento especial para la
ciencia. Coincidimos en la Primaria “Héroes de la Patria” y
recuerdo que las sesiones de biología de la maestra Maty,
donde se hacían disecciones de ranas, eran para ella los
momentos más interesantes de la jornada, al grado tal, que
mi tío Pepe tenía que comprarle no uno, sino dos batracios
que Minerva disecaba con fruición, mientras todos los
compañeros nos retorcíamos de horror y algunos se llevaban
la mano a la boca para contener las náuseas.
Cuando íbamos en tercero, nos encargaron la biografía
de Darwin y ella se leyó completo El origen de las especies.
Sobra decir que desde esa época se ganó la fama de “matada”
que la acompañó hasta la prepa, cuando dejé de verla casi
CASONA LIBRO.indd 91 22/09/16 13:37
92
a diario. Me inscribí en la Facultad de Administración de
Empresas, pero siempre tuve noticias de ella a través de los
familiares.
A pesar de sus ojos almendrados y su sonrisa encantadora,
no le conocí ni un solo novio en secundaria o en preparatoria.
Mientras la mayoría de sus compañeras se emocionaban hasta
las lágrimas con los jovencitos de Menudo y Timbiriche, ella
encontraba su mayor gusto en sumergir la nariz afilada en
volúmenes de química, bioquímica y genética, cada vez más
gruesos y cada vez más incomprensibles, incluso para sus
catedráticos.
Estudió un doctorado en ingeniería genética animal en
la Universidad Nacional Autónoma de México; al terminarlo,
empezó a cursar el primero de cuatro doctorados y no sé cuántos
posdoctorados que hizo en el extranjero, todos acerca del
genoma animal. Decía que le apasionaba seguir profundizando
en su conocimiento, hasta la última frontera científica
conocida, en temas de altísima especialidad porque, comentaba:
“Un doctor es alguien que sabe casi todo de casi nada”.
Cuando Mine cumplió cuarenta años, mis tíos le hicieron
una comida, acudimos muchos familiares y nos quedamos
boquiabiertos al verla resplandeciente, presentándonos
a Franz, un gringo pecoso y mustio que conoció en la
Universidad de Israel y con el que llevaba algunos meses
viviendo en unión libre. La sorpresa fue que anunció su boda.
En algún momento del convivio, la felicité por su decisión de
CASONA LIBRO.indd 92 22/09/16 13:37
93
casarse y me dijo: “Primo, creo que es tiempo de dar un golpe
de timón a mi vida. Bajar del topus uranus e interesarme por
las cosas terrenas”. Le dije que la apoyaba, con gusto, en lo que
pudiera. Contestó que ya era tiempo de poner los pies en el
suelo. Por vez primera le escuché decir: “En el mundo de hoy,
necesitamos menos ciencia y más conciencia”.
Semanas después tuvo su boda por lo civil en la casa de
sus padres y por un rito mormón en Estados Unidos; no pude
acudir a ninguna.
Un día mi tío Pepe me dijo, orgulloso, que Mine, a pesar
de su afirmación sobre la ciencia y la conciencia, obtuvo un
financiamiento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
para el desarrollo de un proyecto relacionado con la
configuración de los mapas genéticos de algunos animales y se
estaba dedicando al trabajo científico con mayor devoción que
antes. No me sorprendió en absoluto.
Cuando concluyó ese estudio, abandonó el trabajo de
gabinete y se dedicó de lleno a la investigación de campo.
Consagró meses y meses a un proyecto. Se propuso realizar la
cruza de dos especies para aprovechar lo mejor de cada una de
ellas: la gallina ponedora y el avestruz.
Después de experimentos innumerables, Minerva encontró
su piedra filosofal. Se puede afirmar que creó una especie animal
nueva. A pesar de su éxito, en las conferencias magistrales
concluía diciendo, modesta: “Los científicos no tenemos otro
mérito que el de ser los juguetes animados de la ciencia”.
CASONA LIBRO.indd 93 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 94 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 95 22/09/16 13:37
96
Bautizó a su criatura como gallitruz. Una revista de
divulgación científica dice que:
es un híbrido que alcanza los treinta kilogramos de peso, un metro
de altura, plumaje rojizo, entreverado de negro y blanco, patas
largas y gruesas con fuertes coyunturas, pescuezo arrogante,
rematado con cabeza diminuta, pico pequeño y curvo, así como
unos ojillos simpáticos dotados con rizadas pestañas.
La misma Minerva dijo alguna vez, con cierto aire poético,
desconocido en ella, que “el híbrido heredó de la gallina su
resignada humildad y del avestruz la elegancia precaria de su
plumaje”.
Los documentales del tipo de National Geographic han
dado una difusión inesperada a los trabajos de mi prima, uno
de ellos dice que:
Si bien el detalle morfológico de esta nueva especie estimula
la imaginación, éste no es el más importante. La gallitruz tiene
ventajas evidentes sobre sus padres. Consume la mitad de alimento
que un avestruz y produce un huevo cada día, con la ventaja
de que su producto es cuatro veces más grande que el que podría
lograr la gallina más estoica. Como si eso fuera poco, después de
veinticinco meses de producción, las gallitruces que han visto
pasar sus mejores épocas como ponedoras, aún rinden un postrer
servicio a la humanidad, ya que su sabor exótico es altamente
CASONA LIBRO.indd 96 22/09/16 13:37
97
apreciado en las mesas de los más selectos restaurantes del mundo,
particularmente de Japón, Taiwán y Hong Kong.
Una tarde, después de años de no ver a Mine, recibí en
mi celular una llamada suya, me dijo que mi madre le había
dado mi número y que me invitaba a tomar un café en su casa
esa misma tarde. Acudí. Después de saludos y preguntas por la
familia, me dijo que estaba por iniciar la fase de la explotación
de su invento y me invitó a trabajar como administrador, ya
que pensaba construir granjas. Me sorprendí un poco, pero,
viendo que el éxito ha sido su compañero inseparable, acepté.
Le pedí unos días para renunciar a mi empleo anterior y a la
semana ya estaba trabajando con ella.
Si el talento científico de Minerva es asombroso, el que
demostró como empresaria lo es aún más. En sólo tres años,
logró poner en funcionamiento una red de criaderos —Granjas
Milénicas, les llamó— que cubren todo el mercado nacional, el
del centro y sur de América. Las granjas se ubican en haciendas
antiguas, de clima tropical, que han encontrado en este
proyecto la oportunidad de recobrar su esplendor del pasado y
dar a sus espacios abiertos un uso moderno y rentable.
Ésas son las condiciones que requieren las gallitruces,
ya que por sus características genéticas no pueden vivir
enjauladas, como las gallinas. Ellas habitan en corrales
cercados muy amplios, donde pasean la apariencia de carnaval
que les da su plumaje colorido.
CASONA LIBRO.indd 97 22/09/16 13:37
98
Al principio, cuando aún no se había descubierto
ese aspecto, pude ver que muchas morían enjauladas. En
algún momento de su existencia adquirían la costumbre
de permanecer más y más tiempo cerca de los barrotes. Se
quedaban mirando hacia el horizonte, como lo hacen los
timoneles de los veleros. Parecía como si su cuerpo estuviera
allí y su espíritu se encontrara en los confines de la metafísica.
Luego, poco a poco dejaban de comer, enflacaban hasta
los huesos. Dejaban de poner y, así, pegadas a las mallas,
terminaban por morir de pura tristeza.
En ese tiempo, las asociaciones protectoras de animales
ponían el grito en el cielo y mandaban cadenas interminables
de correos electrónicos a todos los servidores públicos habidos
y por haber: desde el más modesto alcalde hasta el presidente
de la república, todos recibían esas misivas calcadas que
remataban, admonitorias: “¿Cómo es posible que nadie haga
nada al respecto?”. Esas cadenas, como es lógico, no tuvieron
ningún resultado.
Sin embargo, la naturaleza propia de los híbridos tiene
una derivación que es el único problema real que Mine
enfrenta y para el cual no ha podido encontrar solución.
La cuestión radica en que, por razones de su temperamento,
desconocidas hasta ahora, en ocasiones alguna gallitruz
empieza a correr por la granja y contagia su emoción a las
demás, lo que inevitablemente desata una estampida que termina
por destruir todo lo que encuentra a su paso, peor que una
CASONA LIBRO.indd 98 22/09/16 13:37
99
desbandada de mamuts. No hay fuerza humana capaz de
controlar ese torbellino.
En el evento más reciente, hubo necesidad de sacrificar a
golpe de fusil a dos mil animales… y, confundidos entre ellos,
a cuatro trabajadores que, contagiados por la locura de los
híbridos, se habían sumado a ese ciclón apocalíptico.
Pero, para como está el mundo, ése es un contratiempo
menor en cuya solución ya trabaja mi prima ilustre. Como
ella misma dice: “No todos los problemas se compran con la
solución agregada y con el manual de aplicación adjunto”.
CASONA LIBRO.indd 99 22/09/16 13:37
CASONA LIBRO.indd 100 22/09/16 13:37
Lizbeth y el unicornio 9
Lobo 21
¿Dónde estás, Dios mío? 31
La casona 41
El ángel anunciador 61
La extinción de los mastodontes 71
El minotauro rey 81
Minerva la Genial 91
ÍNDICE
CASONA LIBRO.indd 101 22/09/16 13:37
Miguel Ángel Contreras Nieto, originario de San Felipe del Progreso, Estado de México,
es abogado y autor de Violetas para Luisa y otros cuentos (3ª edición, Universidad Autónoma del
Estado de México, 2015).
CASONA LIBRO.indd 102 22/09/16 13:37
Irma Bastida Herrera siempre ha tenido las orejas muy grandes; en ellas, desde pequeña, guarda las historias que sus papás le cuentan; ahí también almacena las letras favoritas de escritores y músicos. Con el tiempo ha desarrollado cierta habilidad que le permite traducir en imágenes las palabras de poetas, narradores y ensayistas que luego acomoda en libros para chicos y grandes. Cuentan por ahí que en 2013 recibió el reconocimiento Golden Apple de la Bienal de Ilustración de Bratislava por el libro La lectura. Elogio del libro y alabanza del placer de leer, de Juan Domingo Argüelles. Parte de su obra se encuentra en http://ibasther.blogspot.com.
CASONA LIBRO.indd 103 22/09/16 13:37
de Miguel Ángel Contreras Nieto, se terminó de imprimir en septiembre
de 2016, en los talleres gráficos de Diseño e Impresión, S.A. de C.V., ubicados en Otumba núms. 501-201, colonia Sor Juana Inés de la Cruz, en Toluca, Estado de México, C.P. 50040. El tiraje consta de 2 mil ejemplares. Para su formación se utilizaron las familias tipográficas Gentium Book Basic, de J. Victor Gaultney, de la fundidora SIL International. Concepto editorial: Félix Suárez, Hugo Ortíz e Irma Bastida Herrera. Formación y portada: Irma Bastida Herrera. Cuidado de la edición: Elisena Ménez Sánchez y el autor. Supervisión en imprenta: Rogelio González Pérez. Editor responsable: Félix Suárez.
CASONA LIBRO.indd 104 22/09/16 13:37