Castoriadis 1996 El Avance de La Insignificancia

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  • C. Castoriadis

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  • Eudeba SEM Fundada por la un d d d. . .

    IVersJ a e Buenos Aires en 1958 La coleccin Pensamiento Contemporneo es u . . EUDEBA y de la Secretara de Relac .

    n ep:endJmJento conjunto de Buenos Aires. Jones Umversnanas de la Universidad de

    Coordinacin General: Lic. L. Garca Batalln Tftulo de la obm original: Mon de la lnsignijiance. Les carrefours du Labyrimhe IV Eduums Du Seui/, Mars 1996 I.S.B.N. 2-02-028575-4

    Tradccin: Alejandro Pignato Rvlsn Tcnica: Fernando Urribarri Director de Coleccin: Fernando U 'b . Dls - d m am eno e coleccin y tapa: Julio E. Malarino Primera edicin, marzo 1997 Primera reimpresin, setiembre 1997

    1997 Ediorial Universitaria de Buenos Aires Soctedad de Economa Mixta Av. Rivadavia 1571/73 (1033)

    Hecho el depsito q!le marca la ley 11.723 l.S.B.N. 950-23-0635-X Impreso en la Argentina

    No se pennite la reproduccin total o . . . . sistema infonntico, ni su transmisiarcJal de st hbro, m su almacenamiento en un electrnico, mecnico, fotocpia u otr:s

    e:adqUJe fonna o or cualquier medio, o os, sm el penruso previo del editor.

    A modo de Introduccin

    La combinacin de ciertos tiempos histricos con el azar editorial ha ido creando a lo largo de los aos ciertas dificultades para la lectura en castellano de Corndius Castoriadis. Me refiero, por ejemplo, al hecho de que una parte importante de su obra comenzara a traducirse en Espaa a partir de 1976 - oscuros tiempos de la dictadura militar en la Argentina. Pero tambin a que a esta dificultad inicial se sumara -desde fines de los aos 80- el que sus diversos libros fueran traducindose con ritmos intennitentes y de modo incompleto.

    La ocasin de introducir este cuarto volumen de la serie de libros en que Castoriadis va reuniendo peridicamente sus trabajos de corto plazo -sus work-in-prgress- me parece oportuna para intentar aportar una breve perspectiva general que pennita situarlo en el conjunto de su produccin. Una produccin que es imprescindible leer con la mayor claridad posible en cuanto a su arraigo histricosocial'.

    Digamos, para empezar, que este libro de Castoriadis condensa, como pocos, la multifactica inteligencia de su autor. Poseedor de una cultura inmensa, de una en1dicin impar que lo acerca a los antiguos sabios, bien podra ser un nuevo Aristteles -como lo ha sugerido Edgard Morin- si

    1 Como complemento de esta breve perspectiva gene1-al remito al lector a la Bibliografa de Castoriadis que enconu-ar al final de este libro_.

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    no fuera porque Cornelius Castoriadis es d 1 .

    filosofa, en poltica o en psic 'l' . . e os que, ya sea en oana ISis p1ensa En 1 948 ll

    ' para transformar. ' reCI n egado a Pars --es cin estalinista en Gre . h capando de la persecu-Cia, tras aber luch d 1 . clandestina contra el .

    a 0 en a resistencia . . nazismo- Cornelius Castonadis funda con Claude L c. 1 - . eLort a ya llli tica revista 1 gmpo Socialismo o Barbarie . Desde en

    y e . aos, su trabo se cent l .

    tonces, y durante 20 . l

    rar en as cuestiones polticas socia es y econmicas. ' Este perod d . o e su produccin est marcado or un precuso esfuerzo para repensar crticamente ei ma . Castonad1s descubre y d. . rx1smo. . . . !SecciOna sus componentes . Clstas, Cientificistas-racionalistas y teleol . E economi-terico y poltico lo lleva fi l gicos. ste proceso , ma mente a romp 1 . mo. A diferencia de la mayora lo ha,r er con e marxis-d 1 1 d ' para poder seguir e a o de la revolucin. Ser lo que d d d es e entonces enommar proyecto de autonoma. La consecuencia decisiva de este proyecto que se . . . con el d 1 - . IniCia sesg e a cntica y la reelaboracin, es la creacin d un pensamiento propio, tan original y radical como e potente. En este pro . d es el descubrimient ceso, sn da, acontecimiento clave . . o de la InlagmaciOn radical en 1 964-65 L Imagmacin radical -correspondiente a 1 . . a d' a psique m .. VIdual- y el imaginario radical - propio de las sociedades- son las piedras angulares d . revela en lo histrico-social una g . e una rflexin que Cr . _ . nes1s ontolgica una eac10n contmuad . . ' - . a, una automstitucin que va hacind a SI misma como institucin L - ose a autononua como revolucionario se funda . proyecto ' en esta perspectiva en la b -de la autoinstitucin explcita de la s . d d, . squeda l OCle a ' es decir en l rec laz de la heteronoma, del imaginario social dOI . e que atnbuye a la insti tucin un origen extrasocial -D' mante leyes del mercado, de la historia, etc. Ios, las

    . Contra la visin habitual de la imaginacin . . Irrealidad, o seuelo Casto . d' como espJismo,

    creacin; aquello qu

    p a IS ve en sta la fuente de toda ermite escapar del determinismo y el

    8

    racionalismo captando lo que en el hombre hay de poitico tanto en el plano individual como en el colectivo.

    A partir de este giro fundamen tal, Castoriadis va presentando sus ideas mediante dos tipos de trabajos. Por un lado, hay una elaboracin conceptual general que es presentada a travs de una obra

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    abren un apasionante abanico de cuestiones actuales, ya sea en el campo histrico efectivo o en el plano de la teora, y generalmente en ambos a la vez. Por otro lado, cada trabajo nos va revelando los nuevos desarrollos del pensamiento y la obra de este pensador capital. En cuanto al primer aspecto, hay que decir que El Avance de la Insignificancia es un libro de una ac.talidad feroz. Y esto en planos muy diversos, pero esenciales. Sealemos dos. El primero es, sin duda, su elaborado, riguroso y slido anlisis de la sociedad contempornea - que ocupa toda la primera serie de artculos y atraviesa buena parte de la segunda y tercera. La caracterizacin como poca de confonnismo generalizado, definida por la privatizacn de la vida social, producto de la crisis de las significaciones sociales, creo, es un aporte clave. Incluso, es una oportuna de su modelo terico, lo que pennite verlo en accin, bajado a la tierra de la historia efectiva.

    En otro plano -aunque claramente complementariose sita la vibrante reflexin, filosfica y poltica, sobre el problema de la deniocracia, desde su 01igen griego hasta su relanzamiento moderno y su devenir actual. En ningn otro libro Castoriadis ha presentado y desplegado tan sistemticamente este tema. Por otra parte, quisiera sealar la presencia en filigrana, en lneas a veces fugaces, pero tambin en prrafos ms contundentes y abiertos, de una ,elaboracin hasta hoy inusual en la obra de Castoriadis. Se trata de una reflexin filosfica centrada en la finitud. Son esbozos de una tica, de una filosofa de la existencia, en torno a la tensin vital entre la caducidad, la p recariedad -en tanto condiciones ontolgicas- y la creacin.

    Es cierto que estas ideas se articulan con otras previas sobre las que se asientan -fundamentalmente la nocin de autonoma, su articulacin prxis-proyecto, y la definicin de la relacin tica-Poltica. Pero no es menos cierto que proveniendo de un tronco comn, son brotes nuevos y 10

    El avance de /a insignificancia . . 1 , una cita --que a la fulgurantes. Vale la pena, creo,mc mr aqm . . vez sirve como ilustracin del sentido ltimo de este hbr,

    d de la lu'cida creativa y perseverante trayectona e tanto COlllO ' Cornelius Castoriadis. Tomo sta que se refiere al arte, confiando en que el lector sabr fcilmente extender la pespectiva: Lo que el arte presenta no son las Ideas e la razon (como crea Kant) sino el Caos, el abismo, el sm fondo, y es a lo ue da fonna. y por esta presentacin, que es una venaa ab!rta al Caos, suprime la seguridad tranquilamet es tupida de nuestra vida cotidiana, recordndonos que VIVImos siempre al borde del abismo. ste es el principal saber de un ser autnomo.

    1. Castoria-. , 1 igo de Come ms Por tltimo, como discipu o y am . . . dis pero en especial como Director de esta Coleccin, qmsiera ilacer pblico mi agradecimiento por su eerosa y clara voluntad de apoyarla, dndonos absoluta pnondad a traducir y publicar en castellano ste y sus prximos 1 ros.

    Fernando Urribarri Buenos Aires, febrero de 1 997

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    Captulo 1

    La crisis de las sociedades occidentales

    En esta reimpresin, omit las r.res primeras pginas del texto de 1982 que se relacionaban con las situaciones de Rusia y Occidente a comienzos de los aftos '90. Hoy no tendran sino un inters histrico, aunque su contenido, a mi entender, sigue teniendo vigencia. Durante cuarenta aftos la coalicin de los pases ms ricos de la Tierra tembl ante la potencia de Rusia. Un pas con una poblacin que no alcanza a la mitad de su territorio, con recursos irrisorios en relacin con los de los pases ricos y sumergido en una crisis interna continua y profunda. Contrariamente a lo que se dice, el asunto no concluye con la

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    Cornelius Gastoriadis

    virtualidades mo.nst . tad d 1 1

    ruosas que, eVIdentemente, conUeva este es-o e os lechos? Detrs de estos fenmenos se oculta .

    un proceso de descom-posicin de las sociedades occidentales en el den todas las 1 ' que se confun-c ases. A pesar de los discursos que se suceden d

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    e hace tres cuartos de siglo -decadencia de O 'd cns d .1. .

    . CCI ente Is e CIVI IZactn, crisis de sociedad- esta descom . ' '

    t d ' ' pOSICI n o avia requrere ser analizada y comprendida

    L .

    as p gmas que siguen tienen como propsito exponer al-gunos elementos fragmentarios de este anlisis.

    La descomposicin de los mecanismos de direccin

    . Las manifestaciones de esta descomposicin pueden ser fcilmente enumeradasen base al fracaso duradero de las polticas l

    evadas a ca

    o (o ms radicalmente an, a travs de la aucia d

    cualqurer poltica) en todos los mbitos importantes I as sociedades occidentales siguen funcionando segu

    .

    te no es por culpa d d' . . ' ramen-

    . . e sus mgentes smo que es el' resultado de la extraordmana flexibilidad (resiliencia) de las . . . capitar ta rb

    InStitUCIOnes , .

    Is s y I erales (rasgos totalmente desconocidos por los cntiCOS y adversarios del rgimen) y de las eno tod f (

    nnes reservas de o Ipo no slo de riqueza) ya acumuladas Es fcil comproba 1 . . . r a ausencia (y/o madecuacin rad 1) de las polti 'd

    . tca .

    cas occi en tales con respecto al Tercer Mund matena de o Y en

    . armamento. No puedo sino evocar brevemente otros :

    ao: mbitos decis

    .ivos en los cuales la misma situacin se obser-

    , n fonn

    Iamfiesta. El primero, es el terreno de la econoIma. El capitalismo se pudo mantener, como sistema social, fundame

    tah

    ente gracias a su xito econmico: pleno em leo aproxnnativo, incremento de la produccin y d 1

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    ev 1 . e consumo Esta

    . o uc

    n no tena nada de fatal (por lo menos no ms t 1 suntncament a a , e, que un derrumbe). La ampliacin d 1 mercados in te . . e os

    te . no res -mdispensable a escala global, para el sis-ma considerado en su conjunto- g i . 1

    d 1 r ctas a aumento secular e as remuneraciones reales le fue impuesto por las luchas de

    18

    El avance de la insignificancia

    los trabajadores. Fue necesario el transcurso de un siglo y medio para que el rgimen comprendiera que una de las condiciones de su equilibrio dinmico era la igualdad aproximativa de los ritmos de aumento del consumo y de la elevacin de la productividad, y para que lo incorporara a su funcionamiento. Sin embargo; esta nica condicin no es suficiente, a causa de las fluctuaciones casi inevitables de la inversin y de los ciclos de expansin/contraccin que stas generan. Fina.lmente, despus de la

    . Segunda Guerra Mundial, los gobiernos se vieron

    obligados a asumir la gestin de la demanda global para poder mantener un margen de pleno empleo aproximado. Es as como se pudo desarrollar la gran ola de expansin 1945-1974, durante la cual la economa capitalista no evidenci ms que fluctuaciones menores.

    No haba que ser muy sabio para prever que una fase de posibilidades reales de empleo ininterrumpido iba a causar otros problemas a la economa capitalista 1 Estas dicultades, ya manifiestas (y por otros factores agravadas) en Gran Bretaa en

    los aos 1950, se expandieron a todos los pases industriales durante la segunda mitad de los aos 1960, conduciendo a una aceleracin continua del alza de los precios. Los accidentes

    sucesivos que representaron la guerra de Vietnam y su modo

    de (no) financiamiento a los Estados Unidos, la crisis moneta

    ria internacional de 1 970, por tltimo la guerra del Kipur y el embargo petrolero desencadenaron dichas dificultades.

    Desde hace ocho aos hasta el presente [ 1982], los gobiernos occidentales han demostrado infinitamente su impotencia

    ante esta situacin. Las polticas aplicadas tuvieron globalmen

    te, como nico resultado, la detencin de la expansin y provo

    caron un aumento grave y continuo de la desocupacin, sin

    por ello reducir sensiblemente el alza de los precios. A la inflacin auto-mantenida se le agreg un estancamiento

    1 M. Kalecki lo habla previsto en un clebre artculo publicado en 1 943. Por mi parte, yo haba analizado el problema con el ejemplo de Gran Bretaa en u El movimiento revolucionario eri el capitalismo moderno, Socialismo o Barbarie, n 33, diciembre de 1 961 , retomado ahora en Capitalismo moderno y reKJ/ucin, 2, Parfs, 1 0/18, 1 979, p. 149-15 1 ; en cuanto al problema en general y a la Inflacin de los aos 1 960-1970, ver la u Introduccin inglesa de 1 974, /bid., p. 234-258.

    1 9

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    Comdius C.1Storiadis

    auto-mantenido; situaciones stas que se reforzaban mutuamente. La pauperizacin mental absoluta de los medios dirigentes se expresa por medio de proclamaciones relativas al fracaso del keynesianismo (en la misma medida que nuestro fracaso ante el cncer demuestra el fracaso de Pasteur), por medio de la moda del monetarismo (tomada de la vieja teora cuantitativa de la moneda, tautologa de la que, desde_hace mucho tiempo, se sabe que su transformacin en teora . En parte disfrazados actualmente por el estanami'ento econmico, se agravan con el paso del tiempo. Aqu, una vez ms, las polticas siguen siendo inexistentes, o sin medida acor-de con la gravedad potencial de estas cuestines.

    .

    2 0

    El avance de /a insignificancia

    Superficialidad, incoherencia, esterilidad de las ideas y versatilidad de las actitudes son pues, evidentemente, los rasgos caractersticos de las direcciones polticas occidentales. Pero, cmo explicar su generalizacin y su persistencia?

    Tal vez, los mecanismos de reclutamiento y seleccin del personal poltico tengan mucho que ver en ello. Mucho ms que en los aparatos burocrticos que dominan las otras actividades sociales, la disociacin entre la posibilidad de promocin y la capacidad de trabajar eficazmente alcanza un punto lmite en los partidos polticos. La poltica, en el sentido corriente del trmino, ha sido en todos los tiempos un oficio extrao. Siempre exigi que se combinen las facultades y las capacidades especficas requeridas, segn el tipo de rgimen considerado, para acceder al poder, y las facultades y las capacidades requeridas para saber usar ese poder. En s, el arte de la oratoria, la memoria de los rostros, la capacidad de hacer amigos o partidarios, de dividir y debilitar a los opositores no tienen nada que ver con la capacidad legislativa, el talento administrativo, dirigir una guerra o la poltica exterior; como tampoco tiene relacin, en un rgimen absolutista, el arte de complacer al monarca, con el arte de gobernar.

    Sin embargo, resulta claro que un rgimen slo puede sobrevivir si, de una forma u otra, sus mecanismos y sus dispositivos de seleccin del personal poltico logran combinar, ms o menos bien, estos dos requisitos. No se trata, aqu, de examinar cmo los regmenes parlamentarios (o republicanos) occidentales resolvieron el problema en otros tiempos. El hecho es que si, durante cien o ciento cincuenta aos, dirigentes capaces e incapaces alternaron en el poder, pocos son los casos en los que la incapacidad gubernamental constituy un factor de evolucin decisivo.

    Lo contrario es cierto en el perodo contemporneo. Se pueden hallar causas sociolgicas generales para explicar este fenmeno: un vasto movimiento de despolitizacin y de privatizacin, la desintegracin de los dispositivos de control y de cor(eccin que tenan lugar en regmenes parlamentarios

    2 1

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    Cornelis Cascoriadis

    clsicos, la divisin del poder entre l obbi es de todo tipo. Sobre este tema, volver ms adelante. Pero hay que destacar, muy especialmente, dos factores especficos de la organizacin poltica moderna. El primero, est ligado a la burocratizacin de los Aparatos polticos (partidos). Para todos los partidos, rige ms o menos la regla absoluta del partido burocrtico totalitario contemporneo: la capacidad de ascender dentro del Aparato no se relaciona, en principio, con la capacidad de administrar los asuntos de los cuales ste se encarga2 La seleccin de los ms aptos es la seleccin de los ms aptos para hacez:se seleccionar. El segundo, es propio de los pases liberales. La eleccin de los principales lderes, se sabe, est relacionada con la designacin de los personajes ms Vendibles3 En el Aparato burocrtico totalitario contemporneo, el tipo de autoridad no es ni racional, ni tradicional, ni carismtica, retomando las distinciones de Max Weber. Por ejemplo, es difcil discernir el carisma del Sr. Breznev. Este tipo de autoridad es nuevo, por lo que tenemos que encontrarle un nombre; llammosla autoridad i nercial . Pero en los Aparatos burocrticos liberales (o blandos), como lo son los partidos polticos occidentales, observamos el retomo de un tipo d autoridad carismtica: en fSte caso el carisma es, simplemente, el talento particular de una especie de actor que tiene el papel del 1efe o del > stricto sensu, los parti os, com dos e mquinas burocrticas, ya no obtienen ms qe un apo-o uramente electoral de ciudadanos a los que son mcaaces e ovilizar, en el sentido habitual del tnnin. Estos Imsms

    partidos mueren de inanicin ideolgica, repiten las letamas en las que ya nadie cree (socialistas y comunistas en Euro occidental) o bien disfrazan de nuevas teoras y nuevas po Iticas las antiguas supersticiones (Thatcher, Reagan, etc.) .

    . ms que Jobb1es Los sindicatos contemporneos ya no son .

    destinados a defender los intereses sectoriales y corporauos de sus miembros. En esto hay algo ms que lo que he vemdo

    4 Ver los textos citados en la nota 2.

    23

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  • Cornelius Castoriadis

    proceso se traduce ms en la eclosin de nuevos modos de vida que en la desorientacin y la anomia.

    Se puede concebir perfectamente un sistema social en el que, mientras disminuye el rol de la familia, aumenta el papel de otras instituciones educativas. De hecho, numerosas tribus arcaicas, como por ejemplo Esparta, implantaron sistemas semejantes. En Occidente mismo, a partir de una poca detenninada, ese rol se cumpli en forma creciente, por una parte, por el sistema educativo, y por otra, por la cultura ambiente, general o particular (local: pueblo; o ligada al trabajo: fbrica, etc.).

    Ahora bien, el sistema educativo occidental entr, desde hace

    unos veinte aos, en una fase de disgregacin acelerada6. Sufri una crisis de contenidos: qu se transmite?, qu se d ebe

    transmitir? y segn qu criterios? O sea: una crisis de los programas>> y una crisis de los objetivos en funci6n d e los cuales

    estos programas estn definidos. Evidencia tambin una crisis de la relacin educativa: el tipo tradicional de autoridad indis

    cutida se desmoron, y tipos nuevos -el maestro-compaero,

    por ejemplo- no llegan a definirse, ni a afinnarse, ni a propa

    garse. Pero todas estas observaciones seguiran en lo abstracto

    si no se las uniera a la manifestacin ms flagrante y deslum

    brante de la crisis del sistema educativo, la que nadie se atreve

    a mencionar. Ya ni los maestros ni los alumnos se interesan en , lo que sucede en la escuela como tal, la educacin ya no est invest ida como educacin por los participantes. Para los educadores se transform en una carga pesada para ganarse el pan; en cambio, representa una obligacin molesta para los alumnos, para los que dej de ser la nica apertura extra-familiar, y no tienen edad (ni estructura psquica) para ver en ella, una inversin instrumental (cuya rentabilidad es, por otra parte, cada vez ms problemtica). En general, se trata de obtener un papel>> que permita ejercer una profesin (si se encuentra trabajo).

    6 L . a JUventud estudiante, 1 963, /bid., p. 259-286.

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    El avance de la insignificancia

    Se dir que, en el fondo, nunca fue de otra manera. Tal vez. La cuestin no es esa. En otros tiempos -no hace muchotodas las reas que cubra el sistema educativo (y los valores a los cuales ste remita) eran incuestionables; actualmente, no lo son.

    Al provenir de una familia dbil, habiendo frecuentado --o no-- una escuela vivida como una carga, el individuo joven se halla enfrentado a una sociedad en la que todos los Valores y las nonnas, son prcticamente reemplazadas por el nivel de vida, el bienestar el confort y el consumo. No cuentan la religin, ni las ideas polticas>>, ni la solidaridad social con una comunidad local o de trabajo, con compaeros de clase. Si no se convierte en un marginal (droga, delincuencia, inestabilidad caracterial), le queda la Va Real de la privatizacin, que puede o no enriquecer con una o varias manas personales. Vivimos la sociedad de los Jobbies y de los h obbies.

    El sistema educativo clsico estaba alimentado, desde arriba, por la cultura viva de su poca. Es tambin el caso del sistema educativo contemporneo, para su desgracia. La cultura contempornea se transforma, cada vez ms, en una mezcla de impostura modernista>> y de museismo7 Hace muchsimo tiempo que el se transfonn en una antigedad, cultivada por s misma, y que reposa, a menudo, en simples plagios que no son percibidos gracias al neo-analfabetismo del pblico (lo mismo sucede, particulannente, con la admiracin profesada desde hace aos por el pblico parisino a las puestas en escena que repiten, diluyndolas, las invenciones de 1920). La cultura pasada ya no est viva en una tradicin, sino que es objeto de saber musestico o de curiosidades mundanas y tursticas reguladas por las modas. En este plano, y por banal que sea, la calificacin de alejandrismo se impone (e incluso empieza a ser insultante paraAlejandra); sobre todo porque, en el terreno de la reflexin misma, la historia, el comentario y la interpretacin sustituyen progresivamente al pensamiento creador. 7 Transformacin social y creacin cultural, Sociologa y sociedades, Montral, 1 979; retomado ahora en El Contenido del socialismo, Parls, 1 0/18, 1979.

    27

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    Come/ius Cascori.1dis

    El derrumbe de la autorrepresentacin de la sociedad

    No puede haber sociedad que no sea algo para s misma; que no se represente como siendo algo, lo que es consecuen- cia, parte y dimensin del hecho de que precisa presentarse con1 o algo>> .

    Ese algo>> no es ni simple atributo ordinario, ni asimilacin>> a un objeto cualquiera, natural o de otro orden. La sociedad se presenta como siendo algo, un s mismo singular y nico, nombrado (referible) pero, por otra parte, indefinible (en el sentido fsico o lgico); se presenta, de hecho, como una sustancia sobrenatural pero suficientemente referida, detallada, re-presentada por atributos>> que son la expresin de las significaciones imaginarias que mantienen a la sociedad -y a esta sociedad- unida. Para s misma>> , la sociedad nunca es una coleccin de individuos perecederos o sustituibles que viven en tal territorio, que hablan tal lengua, que practican tal costumbre. Por el contrario, estos individuos pertenecen>> a esta sociedad porque participan en las significaciones imaginarias sociales, en sus nonnas, Valores>> , mitos, representaciones>> , proyectos>> , tradiciones, etctera y porque comparten (lo sepan o no) la voluntad de ser d e esta sociedad y de hacerla ser continuamente. Todo esto, evidentemente, forma parte de la institucin de la sociedad en general, y de la sociedad de la cual, cada vez, se trat. Los individuos son sus tnicos portadores reales o concretos, tal como han sido, precisamente, modelados, fabricados por las instituciones, es decir por otros individuos, siendo estos ltimos portadores de esas instituciones y de las significaciones correlativas.

    Esto implica que todo individuo debe ser portador, suficientemente en cuanto a su necesidad/uso de esta represen taci6n d e s de la sociedad. Hay aqu una condicin vital de la existencia psquica del individuo singular. Pero (lo que es ms importante en el presente contexto), se trata tambin de una condicin vital para la existencia de la sociedad misma. El yo soy estO>> del individuo -ciudadano ateniense, comerciante

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    El avance de la insignificancia

    florentino o cualquier otro-, que recubre para s mismo el Abismo psquico en el que vive, no se advierte fcilmente y, sobre todo, no cobra sentido y contenido sino por referencia a las significaciones imaginarias y a la constitucin del mnd (natural y social) creados por su sociedad. El esfuerzo del mdtviduo en ser X o en mantenerse como X es, ipso [acto, esfuerzo en hacer ser y hacer vivir la institucin de su sociedad. Es por medio de los individuos que la sociedad se realiza y se refleja en partes complementarias que no pueden realizarse ni reflejarse (reflexionar) sino realizndola y reflejndola (reflexionndola). Ahora bien, la crisis de las sociedades occidentales contemporneas puede ser captada, por excelencia, en relacin con esta dimensin: el dermmbe de la autorrepresentacin de la sociedad, el hecho de que estas sociedades ya no pueden presentarse como esto (de un modo que no sea meramente exterior y descriptivo) ,no sin que ese esto como lo que se presenta se derrumbe, se aplaste, se vace, se contradiga. sta es una de las maneras de decir que hay crisis de las significaciones imaginarias sociales, y que stas ya no proveen a los individuos las nonnas, los valores, las referencias y las motivaciones que les permiten, a la vez, hacer funcionar a la sociedad: sguir. sendo ellos mismos, ms o menos bien, en un eqmhbno vtvtble (la desgracia banal que Freud opona al malestar ordinario).

    Para tratar de evitar cualquier malentendido o sofisma (de todas fonnas inevitable): no digo que las sociedades antiguas ofrecieran a los humanos la felicidad>> o la ven;lad, ni que sus ilusiones valieran ms que las ilusiones, o la ausencia de ilusiones, de la sociedad contempornea. Me ubico en un punto de vista ele h ech o: las condiciones de fabricacin de individuos sociales pueden hacer funcionar y reproducir a la socidad que los hizo ser. Justamente, desde este punto de vista, el valorar (Gelten) de las significaciones imaginarias es condicin sine qua n on de la existencia de una sociedad. De la misma manera, no se puede decir de la crisis de las significaciones imaginarias sociales en el mundo cntenorneo, que sta implica, lisa y llanamente, una desahenacwn,

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  • Comelius Castoriadis

    una separacin, una . Dejemos aqu este aspecto, que puede dar lugar a ligeras disputas, y planteemos crudamente esta cuestin: el hombre contemporneo quiere la sociedad en la que vive? quiere otra? quiere una sociedad en general? La respuesta se lee en los actos y en la ausencia de ctos. El hombre contemporneo se comporta como si la existencia en sociedad fuera una tarea odiosa qe slo una desgraciada fatalidad le impide evitar. (Que sta sea la ms monstruosamente infantil de las ilusiones no cambia en nada los hechos.)

    e En lo que concierne a la sociedad rusa, ver Ante la guerra, op.cit., cap. IV, en especial p. 251 -264.

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    El avance de la insignificancia

    El hombre contemporneo tpico hace como si sufriera la sociedad a la que, por lo dems (bajo la forma del Estado 0 de otras formas), siempre est dispuesto a imputar todos sus males y a presentar -al mismo tiempo- sus demandas de asistencia o de soluciones a sus problemas>> . Ya no aporta un proyecto relativo a la sociedad, ni el de su transfonnacin, ni siquiera el de su conservacin/reproduccin. Ya no acepta las relaciones en las que se halla atrapado y que no reproduce sino en la medida en que no puede hacer otra cosa. Los atenienses o los romanos pretendan ser (y muy explcitamente) atenienses o romanos; los proletarios, en otra poca, dejaban de ser simple materia de explotacin a partir del momento en que pretendan ser algo distinto de lo que el rgimen les impona ser, y ese algo distintO>> era para ellos un proyecto colectivo. Quin podra afinnar, pues, aquello que pretende ser el hombre contemporneo? Pasemos de los individuos al todo: la sociedad presente no se acepta como sociedad, se sufre a s misma. Y si no se acepta, es porque no puede mantener o fmjarse una representacin de s misma que pueda afinnar y valorizar, ni puede generar un proyecto de transformacin social al que pueda adherir y por el cual quiera luchar.

    Un derrumbe anlogo afecta la otra dimensin de la autorrepresentacin de la sociedad: la dimensin de la historicidad, la definicin por la sociedad, de su referencia a su propia temporalidad; su relacin con su pasado y su futuro.

    Me limitar aqu, en cuanto al pasado, a destacar la paradoja en la cual la sociedad contempornea vive su relacin con respecto a la tradicin, y por medio de la cual, de hecho, tiende a abolirla. Se trata de la co-existencia de una hiper-informacin, y de una ignorancia e indiferencia esenciales. La coleccin de las informaciones y de los objetos (hasta ahora mmca tan practicada) est a la par con la neutralizacin del pasado: objeto de saber para algunos, de curiosidad turstica o de ilobby para otros, el pasado no es fuente ni raz para nadie. Como si fuera imposible mantenerse erguido ante el pasado, como si uno no pudiera salir del absurdo dilema: imitacin servil o

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  • A!'!i
  • Cornelius Castoriadis

    millones de Hindes seguan viviendo bajo un rgimen rgido de castas (al mismo tiempo que practicaban el parlamentarismo>> y construan una bomba nuclear). Sin embargo, las proezas de Idi Amin y de Bokassa en frica; la explosin islmica en Irn; las. tribulaciones del rgimen chino; las masacres camboyanas y los boat-people de Vietnam terminaron por quebrantar su certidmbre de representar la realizacin de la finalidad innata de la humanidad entera. Si el hombre occidental hubiese comprendido algo de lo que sucede en Rusia y en los pases a los que someti; de la invasin a Afganistn; de la instauracin de una dictadura militar socialista y popular en Polonia, se tendra que haber dado cuenta de que la sociedad en la que vive no constituye ms que una excepcin muy improbable en la historia de la humanidd as como en su geografa contem-pornea. ,

    Este nuevo cuestionamiento de la

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    Cornclius Cascoriadis

    cualquier conductor se detena para llevar al que le hiciera dedo, esas semanas en realidad encubriran un egosmo hedonista. Entonces, aqul Hablen a sus vecinos , eslogan escrito en las paredes en Mayo del '68, preparaba hbilmente el aislamiento moderno de los individuos en su esfera privada. Las sit-in y las teach-in* de todo tipo, en los que profesores y estudiantes, docentes y alumnos, mdicos, enfenneros y personal auxiliar, obreros, ingenieros, capataces, ejecutivos comerciales y administrativos se quedaron discutiendo durante das y noches acerca de su trabaJo, de sus relaciones, de las posibilidades de transformar la organizacin y las finalidades de su empresa, contenan, en potencia, la visin del otro como un gadget loufoquea (objeto extrao) . Cuando en el gran anfiteatro de la Sorbona, colmado d e gente, los delegados d e las categoras ms heteroclticas y ms improbables de la poblacin -desde jubilados hasta discapacitados- se levantaban para pedir que finalmente se los oiga y se los escuche, no saban, probablemente, ni lo que decan ni lo que hacan.

    En y por el movimiento de Mayo tuvo lugar una extraordinaria resocializacin, aun cuando haya sido pasajera. Lo que la gente buscaba no era sentir el calor y el olor de los otros, ni simplemente

  • Come/ius Castoriadis

    Ya he hablado 1 de la crtica y del rechazo por las fonnas de organizacin tradicionales que caracterizaron al movimiento; complementariamente, habra que comprender qu significa, como contenid o, una forma tal como el sit-in o la asamblea

    abierta. Pero sobre todo habra que dejar de sacar o de poner

    de contrabando en la cuenta del individualismo, las considera

    bles modificaciones introducidas en la realidad (y en la institucin) social por los movimientos de los aos '60-'70, y explcitamente aspiradas por stos. El hecho de que la sociedad haya

    evolucionado como lo hizo hace que la l ibertad de la

    anticoncepcin o del aborto pasen bruscamente del nivel de la

    autonoma de los stuetos al del hedonismo sin principios? No

    tienen nada que ver los movimientos de los aos '60 con las modificaciones de las relaciones padres-hijos o entre los sexos,

    o bien habra que ver en stas, con Debray, la victoria de la

    razn productivista, la de la ley del objeto mercantil y de la

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    Comdius c.-.sroriadis

    desaparicin del sujeto, la muerte del hombre y las otras burradas de lo que he llamado la Ideologa francesa .. 3 ya circulaban desde haca aos. Su corolario ineluctable, la muerte de la poltica, poda ser explicitado sin dificultad (y lo fue por Foucault, poco tiempo despus de Mayo del 68: siendo toda poltica una estrategia , no podra apuntar sino a establecer contra-poderes y, en consecuencia, poderes) ; es visiblemente incompatible con las actividades mismas a las que se libraron los participantes de los movimientos de los aos '60, incluido Mayo del 68.

    Dirn que de lo que se trata, en este caso, es de contenidos manifiestos>> y que nada impeda, por medio de un uso Astuto de la Razn, a los participantes de Mayo del 68 haber sido influidos por ideas radicalmente opuestas a las que ellos profesaban y que trataban explcitamente de realizar. Sera llevar un poco lejos la paradoja, pues habra que admitir entonces que la verdadera motivacin no consciente, que conduca a la gente de Mayo a actuar, era la idea de que no hay nada que hacer y que no hay que hacer nada. Pero la verdadera cuestin radica en otra parte. Todos saben -y es sorprendente que los autores de El Pensamiento d el '68 casi no lo tengan en cuenta- que las primeras comunicaciones acerca de las diferentes muertes -del sujeto, del hombre, del sentido o de la significacin, de la historia, etc.- haban sido lanzadas mucho tiempo antes de Mayo del '68 por los representantes de una ideologa pseudocientffica, el estructuralismo: en orden cronolgico, Lvi-Strauss, Lacan, Barthes, Althusser. Y mucho tiempo antes de M ayo del 68, el estructuralismo fue criticado, especialmente por el autor de estas lneas, no slo en su contenido en cuanto tal sino tambin en sus implicaciones polticas4. Los que vivieron este perodo pueden dar cuenta de que, ser militar a comienzos de los aos '60 en contacto con ciertos medios estudiantiles o universitarios parisinos, implicaba tomar una posicin contra el

    : Ver El Psicoanlisis, proyecto y elucidacin, Editorial Nueva Visin, 1 992. Ver Marxismo y teorra revolucionaria", en los ng 39 y 40 de Socialismo 0 Barbarie

    ( 1 965) , rtomado en L a Institucin imaginaria de la sociedad, Tusquets. Y, retrospectivamente, mi articulo Los divertidores", publicado primero en Le Nouve/ Observateury retomado en La Sociedad francesa, Parrs, 1 0/18, 1 979.

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    El avance de la insignificancia

    estructuralismo en general y contra Althusser en particular, quien por otra parte, como ya se ha dicho, no esper mucho tiempo para contratacar y declarar, desde 1 964, qu programas y estructuras de la enseanza estaban sustrados por esencia de la lucha de clases>> , es decir, de la cuestin poltica. Los otros autores de la Ideologa francesa se situaban muy explcitamente (como Foucault) o implcitamente, en la esfera de la influencia estructuralista. Todos haban dicho lo que tenan que decir (si es que . . . ) suficiente tiempo antes de Mayo del 68 y con bastante xito>> (en los medios de la inteligentsia parisina y desde el punto de vista de la edicin) para que sus ideas hubiesen tenido tiempo de ejercer alguna influencia>> sobre los actores. Ahora bien, no encontramos ningn signo de tal influencia. Si leemos, por ejemplo, la Introduccin del libro de Daniel y Gabriel Cohn-Bendit, El Izquierdismo (Pars, Le Seuil, 1 978) , el Diario d e la Comuna estudian te, de Pierre VidalNaquet y Alain Schnapp (Pars, Le Seuil, 1969) o las diferentes antologas de inscripciones murales ( por ejemplo Julien Besanc;:on, Los Muros tienen la palabra, Tchou,junio de 1968) , no encontraremos la menor huella de las ideas>> de los idelogos (si no es porque, algunas veces, estn ridiculizadas o denunciadas) . Lo que aparece constantemente en estos textos es la crtica al orden establecido, las clebres invocaciones a la imaginacin (uno se pregunta cul podra ser la relacin con Foucault, con Derrida, con Bourdieu o incluso con Lacan ! ) , ciertas apologas d e l a libertad y del , pero sobre odo del socialismo y de un nuevo orden social.

    No poda ser de otra manera. Lacan, por ejemplo, hablaba del des-ser del sujeto antes y despus del 68. Y tanto antes como despus, nadie habra podido pensar (salvo tal vez algunos universitarios en el Middle West norteamericano) , que l era revolucionario, ni que era individualista. Era claramente, estrictamente y abiertamente, lacanario y lacanista. Su tesis central siempre fue que la divisin (el clive) del sujeto equivale a una alienacin estructural y por ende insuperable. La cuestin central de toda actividad poltica, presente entonces durante Mayo

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  • Cornelius Castoriadis

    del 68, es la cuestin de la institucin. Dicha cuestin est cuidadosamente ocultada en el lacanismo por las difusas mistificaciones de la Ley y de lo simblico, usadas precisamente para hacer imposible cualquier distincin entre un valor de hecho y. un

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    Corndius Castoriadis

    .. concretos, y aun cuando ello resultara interesante, han sido nuevamente delimitadas en detalle por P. Vidal-Naquet y A. Schnapp en el Diario de la Comuna estudiante ya citado, y fueron resumidas adecuadamente por Daniel y Gabriel CohnBendit cuando escribieron en El Izquierdismo {p.1 8-19) que este libro habra podido ser reemplazado por una antologa de textos publicados en Socialismo o Barbarie", La Internacional situacionista, Informaciones y Correspond encia obreras, Negro y Rojo, B squed as libertarias y, en menor grado, en las revistas trotskistas .

    Lo que Mayo del 68 y los otros movimientos de los aos GO han mostrado fue la persistencia y la potencia de la aspiracin de autonoma, traducido a la vez por el rechazo del mundo capitalista-burocrtico y por las ideas nuevas y prcticas inventadas o propagadas por estos movimientos. Pero aquello de lo cual tambin han dado testimonio, es de esta dimensin de fracaso, hasta aqu aparentemente indisociable de los movimientos polticos modernos: inmensa dificultad en prolongar positivamente la crtica del orden existente,. imposibilidad de asumir la aspiracin ele autonoma como a utonoma , a l mismo t iempo, i n div id ual y s ocial, instaurando un autogobierno colectivo. {De donde provienen, despus del derrumbe del movimiento, las mltiples y tan irrisorias derivaciones hacia las micro burocracias trotskistas y maostas, hacia la licuefaccin mao-spontex o hacia el nihilismo ideolgico pseudosubversivo . )

    Pero ese fracaso est all desde el comienzo ele los tiempos modernos. Son los oficiales quienes finalmente hacen entrar en razones al ejrcito de los Roundh eads y a Cromwell, que se convierte en Lord Protettor. Es la Nueva Inglaterra que retrocede, en lugar de avanzar ms all de la lnea jeffersoniana {la Amrica de Tocqueville es una sociedad a la vez idealizada y

    5 Nota: Socialismo o Barbarie: revista ce-fundada por Claude Lefort y C. Castoriadis en 1 948. Corroborando esta cita de D. y G. Cohn-Bendit, cabe indicar que el voluminoso y exhaustivo libro de P. Vidal Naquet y A. Schnapp se abre con el ltimo documento (de 1 967) de Socialismo o Barbarie...

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    El av:nce de la insignificancia

    caduca) . Es la Francia en retirada ante la prosecucin de la inmensa obra comenzada entre 1 789 y 1 792, de donde surge el campo libre dejado a los jacobinos; luego viene el Terror. Es la Rusia de 1 9 1 7 en la que los bolcheviques se apoderan del poder por medio de la rebelda de la poblacin e instauran el primer poder totalitario de los tiempos modernos.

    . Este fracaso, hay que recordarlo, slo en muy pocas ocasiOnes es total. La mayor parte del tiempo, estos movimientos logran a la institucin fonnal de determinados derechos, libertades, garantas bjo las cuales vivimos todava. En oros casos, sin instituir nada en el sentido formal, dejan huellas profundas en la mentalidad y en la vida efectiva de las sociedades: sin duda, ste es el caso de la Comuna de Pars de 1 87 1 ; ciertamente, tal es el caso, lo seal ms arriba, de los movimientos de los aos 60.

    Esta s i tuacin, evidente m e n te , est l igada al carcter antinmico del imaginario poltico moderno. ste, por una parte, est trabajado por la aspiracin a la autonoma y su extnsin sucesiva a los diferentes campos de institucin de lo social; por otro lado, slo en pocas ocasiones y muy brevemente, llega a separarse de la representacin de la poltica -y de la institucin- como feudo exclusivo del Estado y de este Estado {que sigue l mismo encarnando, aun en las sociedades ms modernas, la figura de un poder de derecho divino) como no perteneciendo ms que a ste. Es as como, en la modernidad, la poltica como actividad colectiva {y no como profesin espcializada) no pudo estar presente hasta el da de hoy sino como espasmo y paroxismo, acceso de fiebre, de entusiaso: de .

    rabia reaccin a los excesos de un Poder siempre hostil e meVItabl: enemigo y fatalidad, en suma, como Revolucin.

    Se puede considerar una picarda el hecho de sealar que el sentido de Mayo del 68 fue, en definitiva, el aumento de las ventas de videocasetes pornogrficos. Puede ser menos divertido, pero ms fecundo, ver en M ayo y en los movimientos de los aos 60 las promesas enonnes que virtualmente contiene la poca contempornea y la dificultad inmensa que experimenta la humanidad moderna para salir de la idiotez, para politizarse,

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    Cornclius Castoriadis

    para decidir que ocuparse de los asuntos (colectivos) podra ser su estado habitual y normal.

    La disolucin de los movimientos de los a!'ios 60 marc el comienzo de la nueva fase de regresin de la vida poltica en las sociedades occidentales que observamos desde hace unos quince aos. Esta regresin est a la par con (es casi sinnimo de) un nuevo round de burocratizacin/privatizacin/mediatizacin, al mismo tiempo que, en un vocabulario ms tradicional, est acompaada de un recmdecimiento de las tendencias polticas autoritarias en el rgimen liberal/oligrquico actual. Tenemos derecho a pensar que estos fenmenos son provisorios o permanentes, que traducen un momento particular de la evolucin de la sociedad moderna o que son la expresin coyuntural de rasgos insuperables de la sociedad humana. Lo que no est permitido es olvidar que gracias a y mediante este tipo de movilizacin colectiva, representada por los movimientos de los aos 60, la historia occidental es lo que es y las sociedades occidentales han sedimentado las instituciones y las caractersticas que las hacen ms o menos viables y, tal vez, el punto de partida y el trampoln para otra cosa.

    Aqu aparece la nica divisin importante. Estn los que consideran -es mi caso- que los mrgenes de libertad que comporta el rgimen contemporneo no son ms que subproductos sedimentados, desde hace siglos, de movimientos de ese tipo; que sin esos movimientos el rgimen no slo no habra producido libertades, sino que las habra recortado cada vez ms inexorablemente (como est sucediendo) : en fin, que la humanidad puede ciertamente hacer algo mejor. Asimismo, se encuentran los que piensan -pocas veces se atreven a decirlo, salvo evidentemente a la derecha , pero sus argumentos y sus razonamientos remiten a ello- que vivimos con la forma que la sociedad poltica, libre y justa, supo finalmente descubrir (ciertamente quedaran algunas reformas por hacer) . La discusin no puede ms que detenerse aqu, y cada uno haga sus elecciones o confirme las que ya hizo.

    Pero, de todos modos, aunque se admitiera que vivimos el fin de un perodo de ebriedad histrica, por segunda vez

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    El avance de la insignificancia

    comenzado hace unos ocho siglos en las primeras comunas burguesas de Europa occidental, el fin de un sueo de libertad y de autogobierno, de verdad y de responsabilidad; aunque se admitiera que hoy estamos en condiciones de ver, con lucidez, la fonna de la sociedad poltica finalmente hallada, la verdad definitiva de la condicin humana en fonna de Pasqua y ?e Fabius, de Hernu y de ensaladas post-modernas ; aunque fuera se el caso, sera incongmente ver all el sentido de 1 776 y de 1 789, de 1 87 1 , de 1 9 1 7 y de Mayo del 68, pues, aun en esta hiptesis de pesadilla, ese sentido habr sido la tentatiYa de dar vida a otras posibilidades de la existencia humana.

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    Captulo 111

    Marxismo-leninismo: la pulverizacin*

    El derrumbe del Imperio romano dur tres siglos. Bastaron dos aos, sin el auxilio de brbaros del exterior, para desarticular irreparablemente la red mundial dirigida desde Mosc, sus aspiraciones a la hegemona mundial, as como las relaciones econmicas, polticas y sociales que la mantenan unida. Por ms que se busque, es imposible encontrar una analoga histrica con esta pulverizacin de lo que pareca, an ayer, una fortaleza de acero. El monolito grantico apareci, de pronto, tejido con saliva, mientras que los horrores, las monstruosidades, las mentiras y los absurdos revelados da tras da se presentaban an ms incre1bles de lo que los ms suspicaces de nosotros habra podido afinnar.

    Al mismo tiempo que se desvanecan esos bolcheviques para quienes , que, desde haca ms de un siglo, haba desempeado el papel de ideologa dominante, fascinando a algunos y obligando a otros a definirse en relacin con ella. Qu sucede entonces con el marxismo, filosofa insuperable de nuestros tiempos (Sartre ) ? En qu mapa, con qu lupa se descubrir, de aqu en ms, el nuevo continente del materialismo histrico, en qu negocio se conseguirn las tijeras del corte epistemolgico (Althusser) que habra relegado a las desusadas teoras metafsicas la reflexin sobre la sociedad y sobre la historia, reemplazndolas por la ciencia del Capital? Es apenas intil mencionar que

    Publicado en Le Monde, el 24 y el 25 de abril de 1 990. La redaccin habla modificado el titulo por: "El derrumbe del marxismo-leninismo".

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  • Comelius Castoriadis

    sera vano buscar la menor relacin entre todo lo que dice y hace hoy el Sr. Gorbatchov y no ya la ideologa marxista-leninista, sino una id ea cualquiera.

    Una vez que se produjo, lo repentino del derrumbe puede parecer obvio. Esta ideologa no estaba, desde los primeros aos de la toma del poder bolchevique en Rusia, en contradiccin frontal con la realidad, a pesar de los esfuerzos conjugados de los comunistas, de los compaeros de ruta e incluso de la prensa respetable de los pases occidentales (que en su mayora, se haba tragado sin chistar los procesos de Mosc) , y sta no era visible y cognoscible para quien quisiera ver y saber? Considerada en s misma, no alcanzaba el colmo de la incoherencia y de la inconsistencia?

    Pero, el enigma no hace ms que oscurecerse. Cmo y por qu este andamiaje se pudo mantener durante tanto tiempo? Una promesa de liberacin radical del ser humano, de la instauracin de una sociedad realmente democrtica y , que invoca a la ciencia y a la crtica de las ideologas -que se realiza como una figura de la esclavitud de masas, el terror, la miseria planificada, el absurdo, la mentira y el oscu rantismo- cmo es posible que este engao histrico sin precedente haya podido funcionar durante tanto tiempo?

    All donde el marxismo-leninismo se instal en el poder, la

    respuesta puede parecer simple: la sed de poder y el inters,

    para algunos, el terror, para todos. Esta respuesta no es sufi

    ciente, pues, incluso en esos casos, la toma del poder fue casi

    siempre realizada mediante una movilizacin popular impor

    tante. Y no dice nada en cuanto a su atraccin casi universal.

    Elucidar esto demandara un anlisis de la historia mundial

    desde hace un siglo y medio. Nos vemos forzados aqu a limitamos a dos factores. En pri

    mer lugar, el marxismo-leninismo se present como la continuacin, llevada (al lmite ) , del proyecto emancipatorio, democrtico, revolucionario de Occidente. Presentacin tanto ms cre1ble cuanto que, durante mucho tiempo, fue -algo que hoy todos olvidan alegremente- el nico e n oponerse a las bellezas del capitalismo, tanto metropolitano como colonial.

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    El avance de la insignificancia

    Pero atn hay ms, y es all donde yace su novedad histrica. E

    _n 1 sup

    -erficie estara lo que se llama una ideologa: una teo

    na Clenttfica laberntica -la de Marx- suficiente para ocupar cohrtes .

    de intelectuales hasta el fin de sus das; despus, una versn simple, vulgata de esta teora (ya formulada por Marx mismo) , de fuerza explicativa suficiente para los simple ees; por tltimo, una versin Oculta para los verdaderos 111ICiados, que aparece con Len in, quien hizo del poder absoluto del Partido el objetivo supremo y el punto arquimediano para la transformacin histrica . (No hablo de la cpula de los Apaatos, donde rein, al menos desde Stalin, la simple y pura obsesin del poder asociada al cinismo total. )

    . Pero, l o que mantiene en pie al edificio, n o son las ideas,

    m los razonamientos. Es un nuevo imaginario que se desarrolla Y se altera en dos etapas. En la fase propiamente marxista , en

    ma poca de disolucin de la vieja fe religiosa, es, se sabe, el ll

    .Iaginario e una salvacin laica. El proyecto de emancipa

    CIOn, de la libertad como actividad, del pueblo como autor de su historia, se convierte en imaginario mesinico de una Tierra prometida al alcance de la mano y garantizada por el sustituto de transcendencia producido por la poca: la

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    Corndius Castoriadis

    caso ele ste, la conjuncin de lo que se quiso creer y de la fuerza se revelar durante mucho tiempo como irresistible. Slo a partir del momento en que esta fuerza deja de imponerse -Polonia, Afganistn-, se hace claro que ni los tanques blindados ni las bombas H rusas pueden resolver todos los problemas, que la desbandada comienza verdaderamente, y que los diferentes arroyos de la descomposicin se unen en el Nigara que fluye desde el verano de 1 988 (primeras manifestaciones en Lituania) .

    Las reservas ms fuertes, las crticas ms radicales con respecto a Marx no anulan su importancia de pensador ni la grandeza de su esfuerzo. Reflexionaremos an sobre Marx mientras que buscaremos infructuosamente los nombres de los seores von Hayek y Friedman en los diccionarios. Pero no es por el efecto de esta obra por lo que Marx ha tenido un papel importantsimo en la Historia efectiva. No habra sido ms que otro Hobbes, Montesquieu o Tocqueville si no se le hubiese podido extraer un dogma, y si sus escritos no se hubiesen prestado a ello. Y si se prestan a ello, es porque su teora contiene mucho ms que los elementos.

    La vulgata (debida a Engels) que atribuye como fuentes de Marx a Hegel, Ricardo y a los socialistas utpicos franceses, oculta la mitad de la verdad. En la misma medida, Marx hereda del movimiento emancipador y democrtico, de all su fascinacin, hasta el final, por la Revolucin francesa e incluso, en su juventud, por la polis y el demos griegos. Movimiento de emancipacin, proyecto de autonoma, en marcha desde hace siglos en Europa y que encuentra su culminacin con la Gran Revolucin.

    Pero la Revolucin deja un enonne y doble dficit. Mantiene, e incluso acenta, dndole nuevos principios, una inmensa desigualdad de poder efectivo en la sociedad, arraigada en las desigualdades econmicas y sociales. Mantiene y refuerza el poder y la estructura burocrtica del Estado, superficialmente Controlado por un estrato de profesionales separados del pueblo.

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    El av:nce de la insigni/icanci.1

    A esos dficits, as como a la existencia inhumana a la que los somete el capitalismo, que se expande a una velocidad aterradora, responde el movimiento naciente de los obreros, en Inglaterra y luego en el continente.

    Los grmenes de las ideas ms importantes de Marx en lo concerniente a la transfonnacin de la sociedad -en especial la del autogobiemo de los productores- se hallan, no en los escritos de los socialistas utpicos, sino en los peridicos y la auto-organizacin de los obreros ingleses de 1810 a 1 840, muy anteriores a los primeros escritos de Marx. El movimiento obrero naciente aparece as como la continuacin lgica de un movimiento democrtico que qued a mitad de camino.

    Pero, al mismo tiempo, otro proyecto, un proyecto histrico-social invade la escena: el imaginario capitalista, que transforma velozmente la realidad social y aparece evidentemente como llamado a dominar el mundo. Contrariamente a un prejuicio confuso, an dominante en la actualidad -en el fundamento del

  • Comelius Castoriadis

    mando nico y a una nica lgica (que es lo que tratarn de hacer ms tarde, en cierta forma, el nazismo y el comunismo) , ciertamente es por las rivalidades y las luchas entre grupos y naciones capitalistas, pero, sobre todo, por la resistencia que le oponen, desde el principio, el movimiento democrtico, a nivel de la sociedad, y las luchas obreras, a nivel de las empresas.

    La contaminacin del proyecto emancipatorio de la autonoma por el imaginario capitalista de la racionalidad tcnica y organizacional, que aseguran un progreso automtico de la Historia, tendr lugar muy rpidamente (ya en Sain t-Simon) . Pero Marx ser el terico y el principal artesano de la penetracin en el movimiento obrero y socialista de las ideas de la centralidad de la tcnica, de la produccin y de la economa. As, el conjunto de la historia de la humanidad, por una proyeccin retroactiva del espritu capitalista, ser interpretado por l como el resultado de la evolucin de las fuerzas productivas, evolucin que garantiza , salvo que ocurra una catstrfe, nuestra l ibertad futura.

    La economa poltica se moviliza, despus de una reelaboracin, para demostrar la ineluctabilidad del pasaje al socialismo -as como la filosofa hegeliana, puesta sobre sus pies, para develar una razn secreta del trabajo en la histoda-, realizada en la tcnica y asegurando la reconciliacin final de todos con todos y de cada uno consigo mismo. Las expectativas milenaristas y apocalpticas, de origen inmemorial, sern recubiertas en adelante con un fundamento cientfico, en plena consonancia con el imaginario de la poca. El proletariado, lltima clase, recibir la misin de salvar, pero sus acciones sern necesariamente dictadas por sus condiciones reales de existencia, incansablemente trabajadas por la accin de las leyes econmicas para forzarlo a liberar a la humanidad liberndose a s mismo.

    En la actualidad se tiende fcilmente a olvidar el enonne poder explicativo que la concepcin marxista, aun en sus vertientes ms vulgares, pareci tener durante mucho tiempo. sta revela y denuncia las mistificaciones de la ideologa liberal,

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    El avance de la insignificancia

    demuestra que la economa funciona para la ganancia y el capital ( lo que descubren, boquiabiertos, desde hace veinte aos los socilogos norteamericanos) y predice la expansin mundial y la concentra,cin del capitalismo.

    Las crisis econmicas se suceden durante ms de un siglo con una regularidad casi natural produciendo la miseria, el desempleo y la destruccin absurda de las riquezas. La matanza de la Primera Guerra Mundial, la gran depresin de los aos 1929-1 933 y el avance de los fascismos no pueden ser comprendidos en esa poca sino como confinnaciones impactan tes de las conclusiones marxistas, y el rigor de los razonamientos que conducen a ello no pesa mucho ante el conjunto de las realidades.

    Pero, bajo la presin de las luchas obreras que seguan existiendo, el capitalismo se haba visto obligado a transformarse. Desde fines del siglo XIX, la

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    Comclius Castoriadis

    tan poderoso, es porque responda a la sed de certidumbre y a la esperanza de una salvacin garantizada, en ltima instancia, por algo ms que las frgiles e inciertas actividades humanas: las leyes de la historia . De esta manera, introduca en el movimiento obrero una dimensin pseudo religiosa, que ocasionara grandes catstrofes en el futuro. Al mismo tiempo, incorporaba en l la nocin monstruosa de ort od oxia. Aqu tambin, la exclamacin de Marx (en privado) yo no soy marxista no pesa mucho en la realidad. Quien dice ortodoxia, dice necesidad de guardianes dedicados a la ortodoxia, de funcionarios ideolgicos y polticos, as como tambin de diabolizacin de los herejes.

    Unida a la tendencia incohercible de las sociedades modernas a la burocratizacin, que desde fines del siglo XIX penetra y domina el movimiento obrero mismo, la ortodoxia contribuye poderosamente a la construccin de Partidos-Iglesias. Tambin, conduce a una esterilizacin ms o menos completa del pensamiento. La teora revolucionaria deviene en comentario talmdico de los textos sagrados mientras que, ante los inmensos cambios cientficos, culturales y artsticos que se acumulan desde 1 890, el marxismo enmudece o se limita a calificarlos como productos de la burguesa decadente. Un texto de Luckcs y algunas frases de Trotsky y de Gramsci no alcanzan para invalidar el diagnstico.

    Homloga y paralela es la transformacin que induce el marxismo sobre los que participan .en el movimiento. Durante la mayor parte del siglo XIX, la clase obrera de los pases que se industrializan se autoconstituye, se alfabetiza y se forma por s misma, hace surgir un tipo de individuo que confa en sus fuerzas, en su juicio, que se instruye tanto como puede, piensa por s mismo y no abandona nunca la reflexin crtica. El marxismo, acaparando el movimiento obrero, reemplaza a este individuo por el militante adoctrinado en un evangelio, que cree en la organizacin, en la teora y en los jefes que la poseen y la interpretan, militante que tiende a obedecerle incondicionalmente, que se identifica con ellos y no puede, la mayor parte

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    El avance de la insigniflcancia

    del tiempo, romper con esta identificacin si no es destruyndose a s mismo.

    Algunos de los elementos de lo que se transformar en totalitarismo ya estn presentes en el marxismo: la ilusin del dominio total heredado del capitalismo, la ortodoxia, el fetichismo de la organizacin, y la idea de una necesidad histrica que pueda justificar todo en nombre de la salvacin final. Pero, sera absurdo imputar al marxismo -y ms an al mismo Marx- el engendramiento del totalitarismo, como se viene haciendo fcil y demaggicamente desde hace sesenta aos. Tanto como en el leninismo, el marxismo se prolonga (y numricamente ms) en la social-democracia de la cual se puede decir todo lo que se quiera menos que es totalitaria, y que no tuvo dificultades en encontrar en Marx todas la citas necesarias para su polmica contra el bolchevismo en el poder.

    El verdadero creador del totalitarismo es Lenin. Las contradicciones internas del personaje importaran poco si no ilustraran, una vez ms, lo absurdo de las explicaciones racionales>> de la historia. Aprendiz de brujo que no jura sino por la ciencia>>, inhumano y, sin ninguna duda, desinteresado y sincero, extremadamente lcido con sus adversarios y ciego consigo mismo, reconstruyendo el aparato del Estado zarista, despus de haberlo destruido y protestando contra esta reconstruccin, creando comisiones burocrticas para luchar contra la burocracia que l mismo haca proliferar, aparece finalmente a la vez como el artesano casi exclusivo de una extraordinaria conmocin y como una gota en la tormenta de los acontecimientos.

    Pero, es l mismo quien crea la institucin sin la cual el totalitarismo es inconcebible y que ahora cae en ruinas: el partido totalitario, el partido leninista, a la vez Iglesia ideolgica, ejr-

    . cito militante, aparato de Estado in n uce, fbrica en la cual cada uno tiene su lugar en una estricta jerarqua y una rigurosa divisin del trabajo.

    De estos elementos, que se encuentran all desde hace mucho tiempo pero en forma dispersa, Lenin har la sntesis y conferir una nueva significacin a todo lo que la componga.

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    Corne/ius Castoriadis

    Ortodoxia y disciplina son llevadas al lmite (Trotsky se enorgullecer de la comparacin del partido bolchevique con la orden de los jesuitas) y extendidas a escala internacional2.

    El principio quien no est con nosotros debe ser extenninado ser utilizado despiadadamente y los medios rnodernos del Terror sern inventados, organizados y aplicados en masa. Sobre todo, aparece y se instala, ya no como rasgo personal sino como determinante histrico-social , la obsesin del poder, el poder como fin en s mismo, por todos los medios, e importando poco para hacer qu. Ya no se trata de apoderarse del poder para introducir transformaciones definidas, sino que se trata de introducir las transformaciones que permitirn mantenerse en el poder y reforzarlo sin cesar. Lenin, en 1917, sabe una cosa, y slo una: que el momento de tomar el poder ha llegado y que maana ser demasiado tarde.

    Para hacer qu? No lo sabe, y dir: Nuestros maestros no nos han dicho lamentablemente cmo hacer para construir el socialismo. Tambin dir, seguidamente: Entendamos: Lo har, en efecto, en varias ocasiones (Stalin, seguidamente, llevar este arte a una perfeccin absoluta.) El nico punto ftio despiadadamente mantenido por medio de los ms incre1bles cambios de rumbo: la

    2 Resulta til, para las nuevas generaciones, recordar algunas de las u21 condiciones" adoptadas en el segundo Congreso de la I I IQ Internacional ( 17 de julio-7 de agosto de 1 920): 1 . Todos los rganos de prensa deben estar redactados por comunistas seguros ... La prensa y todos los servicios de edicin deben estar totalmente sometidos al Comit central del partido ( . . . ) 9. Estos ncleos comunistas -en los sindicatos, etc.- deben estar completamente subordinados al conjunto del Partido ( ... ) 1 2. ( ... ) En la poca actual de guerra civil descarnada, el Partido comunista no podr cumplir su rol si no est organizado de la forma ms centralizada, si una disciplina de hierro de tipo militar no es admitida en l y si su organismo central no est provisto de amplios poderes, ejerce una autoridad incuestionada, y goza de la confianza unnime de los militantes. 1 3. Los P.C. de los pases donde los comunistas militen legalmente deben proceder a depuraciones peridicas de sus organizaciones, a fin de separar de ellos a los elementos interesados, pequeos burgueses ( ... ) 15 . Es norma que los programas de los partidos afiliados a la Internacional comunista estn confirmados por el Congreso internacional o por el Comit ejecutivo (el subrayado es mo) ( . . . ) 16. Todas las decisiones de los Congresos de la I.C., al igual que las del Comit ejecutivo (el subrayado es mo), son obligatorias para todos los pases afiliados a la l. C ...

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    El a\'ilnce de /a insignificancia

    expansin sin lmites del poder del Partido, la' transfonnacin de todas las instituciones, comenzando por el Estado, en sus simples apndices instrumentales y, finalmente , su pretensin, no simplemente de dirigir la sociedad ni aun de hablar en su nombre, sino de ser de hecho la sociedad misma.

    Se sabe que este proyecto alcanzar su fonna extrema y demencial con Stalin. Y es tambin a partir de la muerte de ste que su fracaso comenzar a hacerse visible. El totalitarismo no es una esencia inmutable, tiene una historia, que no se trata de volver a trazar aqu, pero de la cual hay que sealar que es, centralmente, la de una resistencia de los hombres y de las cosas contra la ilusin de la reabsorcin total de la sociedad y del modelado integral de la historia por el poder del Partido.

    Aquellos que rechazaban la validez de la nocin de totali tarismo vuelven hoy a la carga, con el argumento de que el rgimen se derrumba (si fuera por eso, ningn rgimen histrico habra existido jams) , o que haba encontrado resistencias internas3. En forma manifiesta, las crticas compartan, ellas mismas, la ilusin totalitaria: el totalitarismo habra podido y debido ser, para bien o para mal, lo que pretenda: un monolito sin fallas. No era lo que deca ser; por lo tanto , simplemente , no era.

    Pero los que discutieron seriamente el rgimen ruso nunca fueron vctimas de este espejismo. Siempre destacaron y analizaron sus contradicciones y sus antinomias internas4. Entre ellas: indiferencia y resistencia pasiva del pueblo; sabotaje y derroche de la produccin tanto industrial como agrcola; profunda irracionalidad del sistema desde su propio punto de vista, en razn de su burocratizacin delirante; decisiones tomadas segn Jos caprichos del autcrata o de la camarilla de turno; conspiracin universal de la mentira transformada en rasgo estniCtural del sistema y condicin de supervivencia de los individuos,

    3 Ver por ejemplo las comparaciones de S. lngerflohm en Liber de marzo de 1 990. 4 Por mi parte, lo hice desde 1946 y nunca dej de hacerlo desde ese entonces. La Sociedad burocrtica, vol. 1 y 2, Pars, 1 0/18, 1 973 (2n edicin en Christian Bourgois, 1 990).

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    desde los zeks hasta los miembros del bureau poltico. Todo esto confirmado con estupor por los acontecimientos que siguieron al ao 1953 y las infonnaciones que, desde ese momento, no dejaron de aparecer: las revueltas de los zeks en los campos, desde la muerte de Stalin, las huelgas de Berln Este enjunio de 1953, el informe Krutchev, las revoluciones polaca y hngara en 1 956, los movimientos checoslovaco, en 1 968, y polaco en 1 970, la ola de literatura disidente, y la explosin polaca de 1980 que vuelve al pas ingobernable.

    Despus del fracaso de las incoherentes reformas de Krutchev, la necrosis que gangrenaba el sistema se haba hecho manifiesta y no le dejaba otra salida que la huida hacia adelante basada en el annamentismo excesivo y en la expansin externa; y yo escriba con respecto a ello, en 198 1 , que ya no se poda hablar en tnninos de totali tarismo

  • Cornelius Castoriadis

    sociales y polticas que se fueron produciendo desde hace dos siglos. Un capitalismo desgarrado por el conflicto y obligado a hacer frente a una fuerte oposicin interna; y un capitalismo que no tiene ms que ocuparse de los lobbies y de las corporaciones, pudiendo manipular tranquilamente a la

    .gente y

    comprarla mediante un nuevo objeto todos los aos, son dos animales histrico-sociales completamente diferentes. La realidad lo indica en fonna recurrente.

    La historia monstruosa del marxismo-leninismo demuestra lo que un movimiento de emancipacin no puede ni debe ser. No permite en absoluto llegar a la conclusin de que el capitalismo y la oligarqua liberal bajo los cuales vivimos encarnan el secreto finalmente revelado de la historia humana. El proyecto de dominio total ( tomado del capitalismo por el marxismo-leninismo y que, en los dos casos, se invierte en su contrario) es un delirio. De ello no resulta que tengamos que vivir nuestra historia como una fatalidad. La idea de hacer tabla rasa>> con todo lo que existe es una locura que conduce al crimen. Esto no implica que tengamos que renunciar a aquello que define nuestra historia desde la Grecia antigua y a lo que Europa dio nuevas dimensiones: hacemos nuestras leyes y nuestras instituciones, queremos nuestra autonoma individual y colectiva, y a esta autonoma slo nosotros podemos y debemos limitarla. El tnnino igualdad sirvi para encubrir un rgimen en el que las desigualdades reales eran de hecho peores que las del capitalismo. No podemos por ello olvidar que no hay libertad poltica sin igualdad poltica y que sta es imposible cuand existen y se acentan desigualdades enonnes de poder economico, directamente traducido en poder poltico. La idea de Marx de que se podran eliminar mercado y moneda es una utopa incoherente. Comprenderlo no nos conduce a avalar la omnipotencia del dinero ni a creer en la

  • Captulo IV

    Entre el vaco occidental y el mito rabe*

    CoRNELIUS CASTORIADIS: La decisin de hacer la guerra [del Golfo] menospreciaba totalmente los factores a largo plazo, a saber: el riesgo de que se profundice ms el abismo cultural, social, poltico e imaginario que existe entre los pases occidentales y el mundo rabe.

    EDGAR MoRIN: Ahora, podemos establecer una primera retrospectiva. Esta guerra se efectu en una regin en la cual los problemas no slo son solidarios, sino que estn implicados unos con otros en mltiples nudos gordianos. Es por ello que pens, antes y durante la guerra, que la demarcacin principal no era entre pacifistas y belicistas, sino entre los que queran desatar esos nudos gordianos y los que no queran ms que atacar al Irak de Saddam y evitar as el problema palestino.

    Hoy, el problema que se plantea, es saber si la guerra cort los nudos gordianos, si los enlaz ms o si permiti desanudar los ms complejos. Es importante que la guerra haya sido corta, que no haya empleado gases ni terrorismo, que no se haya generalizado, que no haya llegado hasta sus ltimas consecuencias ya que Bush no avanz hasta Bagdad, y por ltimo es importante que haya permitido una reaccin de rechazo del pueblo iraqu con respecto a Saddam Hussein. Esto penniti evitar, para nuestra tranquilidad, las catstrofes en cadena que habra suscitado una guerra larga e inexpiable.

    Dilogo con Edgar Morin, publicado en Le Monde, el 1 9 de marzo de 1 99 1 .

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    f::ornelius Castoriadis

    Pero esto no basta para tomar conciencia de la magnitud de esta guerra. Quin hubiera pensado en 1 919, despus del tratado de Versalles, que el efecto principal de la guerra del 14-18 no significara e l debilitamiento de Alemania y la exclusin de la U.R.S.S. de la escena poltica, sino que sera el desencadenamiento de estas dos potencias bajo el signo del totalitarismo? No es sino en 1933 cuando la Gran Guerra cobra otro valor: haba generado efectos inversos a los buscados por los vencedores. Entonces, suceder esto cuando la guerra del Golfo cobre significacin en el futuro?

    Ese futuro depender, evidentemente, de la nueva situacin que se presente en Medio Oriente. Creo que, de aqu en adelante, esta situacin est modificada a partir de la responsabilidad global asumida por Estados Unidos en toda la regin luego de su victoria. Hoy, Estados Unidos ya no es la espada de un Occidente en guerra fra cuyo bastin avanzado, en Oriente, es Israel. Por el contrario, tiende a transfonnarse en el pas responsable de una pacificacin generalizada con respecto a sus aliados rabes, europeos en relacin con la ONU. En este sentido, a partir de la finalizacin de los combates, Bush y Baker establecieron, de hecho, el

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    Comelius Castoriadis.

    Historia. Ahora bien, si hubo una nacin conquistadora, desde el siglo VII hasta el siglo XI, fueron los rabes. Los rabes no aparecieron naturalmente en las pendientes del Atlas, en Marmecos, estaban en Arabia. En Egipto no haba un solo rabe. La situacin actual es el resultado, en primer lugar, de una conquista y de la conversin ms o menos forzada de los pueblos sometidos; luego de la colonizacin de los rabes no por Occidente, sino por sus correligionarios, los turcos, durante siglos; y por ltimo, de la semicolonizacin occidental durante un perodo comparativamente mucho ms corto.

    Y, actualmente, dnde se sitan polticamente? Son pases en los cuales las estructuras de poder son, o bien arcaicas, o bien una mezcla de arcasmo y estalinismo. Tomaron lo peor de Occidente y lo plasmaron en una sociedad culturalmente religiosa. En estas sociedades la teocracia nunca corri peligro: el Cdigo Penal es el Corn; la ley no es el resultado de una voluntad nacional sino que es sagrada. El Corn mismo no es un texto revelado, consignado por manos humanas, es sustancialmente divino. Esta mentalidad profunda permanece y resurge ante la modernidad.

    Ahora bien, la modernidad tambin implica los movimientos emancipadores que se producen desde hace siglos en Occidente. Hubo luchas multiseculares para llegar a separar lo religioso de lo poltico. En el Islam no hubo un movimiento similar. Y este Islam tiene ante sus ojos un Occidente que vive devorando su herencia; mantiene un statu quo liberal, pero ya no crea significaciones emancipadoras. Se dijo a los rabes ms o menos esto: tiren el Corn y compren video-clips de Madonna. Y, al mismo tiempo, se les vende a crdito aviones Mirage.

    Si hay una responsabilidad histrica de Occidente en este sentido, la podemos encontrar aqu. El vaco de significacin de nuestras sociedades, en el seno de las democracias modernas, no puede ser colmado por el aumento de objetos de consumo. Y no puede desalojar las significaciones religiosas que mantienen a estas sociedades unidas. La densa perspectiva del futuro est all. El efecto de la guerra, ya es, y ser en el futuro,

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    El avance de la insignificancia

    una mayor acentuacin de esta divisin que arroja a los musulmanes hacia su pasado.

    Por otra parte, en este momento, es trgicamente divertido ver que, si Saddam Husein cae, hay grandes posibilidades de que sea reemplazado por un rgimen fundamentalista chiita, es decir, un rgimen que Occidente empez a combatir cuando se instal en Irn.

    E.M.: Antes de la guerra, Jean Baudrillard haba demostrado lgicamente, que de todos modos, no poda haber guerra. Ahora, t acabas de demostrar lgicamente que no es posible progresar, teniendo en cuenta todas las contradicciones que existen, etctera. Afortunadamente, la vida, gracias a su aspecto innovador, no obedece a la lgica, y eso lo sabes muy bien. De todos modos, hay una nueva coyuntura mundial que tal vez nos permita escapar del ciclo infernal.

    Pero vayamos al fondo de la cuestin. En un primer nivel, vemos masas de magrebes exaltados

    tomar a un sometedor por un libertador. Es cierto. Pero esto no es un rasgo rabe o islmico: esto lo hemos vivido aqu, pensemos por ejemplo en la idolatra por Stalin o Mao, que es reciente. Hemos visto histerias religiosas, nacionalistas y mesinicas. Pero actualmente, nuestra pennsula occidental-europea pasa por un perodo de baja en las aguas mitolgicas. Ya no tenemos grandes esperanzas. Entonces creemos, en este estado, tal vez provisorio, que las pasiones y los fanatismos son lo propio de los rabes.

    En un nivel superior, podemos lamentar que la democracia no llegue a ser implantada fuera de Europa occidental. Pero basta con pensar en Espaa, en Grecia, en la Alemania nazi de ayer, en Francia misma; para comprender que la democracia es un sistema difcil de arraigar. Es un sistema que se nutre de la diversidad y de los conflictos en la medida en que es capaz de regularlos, de hacerlos productivos, pero que, justamente, puede ser destruido por las diversidades y por los conflictos. La

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  • Comc/ius Castoriadis

    democracia no pudo ser implantada en el mundo rabe-islmi-. co, en primer lugar, porque ste no pudo llevar a cabo el estadio histrico de la laicizacin, que contena sin duda en germen desde el siglo VIII al siglo XII, pero que, en cambio, el Occidente europeo pudo emprender a partir del siglo XVI. La laicizacin, que es el retroceso de la religin en relacin al Estado y a la vida pblica, es lo nico que permite la democratizacin. Incluso, en los pases rabe-islmicos en los que hubo movimientos laicizadores poderosos, la democracia se present como una solucin dbil con respecto a la revolucin, que permita, a la vez, la emancipacin con respecto al Occidente dominador. Ahora bien, la promesa de la revolucin nacionalista as como la de la revolucin comunista eran de hecho, tanto una como otra, promesas religiosas. Una, aportaba la religin del Estado-Nacin y la otra, la religin de la salvacin terrenal.

    Finalmente, no olvidemos que el mensaje laico de Occidente llegaba al mismo tiempo que la dominacin imperialista y la amenaza de homogeneizacin cultural, de prdida de identidad, que aportaba nuestro estallido tcnico-industrial en el resto del mundo.

    Entonces, la resistencia de la identidad amenazada, obligada a aferrarse al pasado fundador tanto como al futuro emancipador, se vio acrecentada recientemente por un fenmeno de suma. importancia que se agrav en los aos '80: el desmoronamiento del futuro emancipador. Nosotros tambin hemos vivido esta prdida de futuro: perdimos el futuro progresista, prometido por el desarrollo de la ciencia y de la razn, que revelaron cada vez ms sus ambivalencias, y perdimos el futuro radiante de la salvacin terrenal, que cay definitivamente con el niuro de Berln.

    Cuando el futuro se pierde, qu queda? El presente, el pasado. Nosotros, aqu, en la medida en que consumimos vivimos al da en el presente. Ellos, qu pueden consumir del presente? Qu les aportaron las maravillosas recetas de desarrollo, modelo occidental o modelo sovitico? Les dieron sub-desarrollo.

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    El avance de la insignificancia

    Entonces, cuando ya no hay futuro y el presente est enfermo, queda el pasado.

    Es por ello que los extraordinarios avances fundamentalistas no deben ser vividos como un retomo de los pases rabes sobre s mismos, ni como un aliento que se esfuma. Son el producto de una vuelta histrica donde la crisis de la modernidad, es decir del progreso, suscita este fundamentalismo.

    Justamente hablas del problema del sentido. Para nosotros, la Historia ya no tiene un sentido teleguiado. Para nosotros, las viejas certidumbres estn muy enfennas.

    Hasta ahora, siempre se crey que el ser humano necesitaba certidumbres para vivir. Cuando las grandes religiones portadoras de certidumbres declinaron, otras certidumbres racionalistas-cientificistas aportaron la seguridad del progreso garantizado. Nos podemos imaginar una humanidad que acepta la incertidumbre, la interrogacin, con todos los riesgos de angustia que ello implica? Seguramente, hara falta una gran mutacin en nuestro modo de ser, de vivir y de pensar.

    Sin embargo, ste es nuestro nuevo destino. Pero ello no significa que podamos vivir sin arraigo, sin mitos ni esperanzas, con la condicin de que sepamos que nuestros mitos y nuestras esperanzas estn relacionados, como bien saba Pascal, con la fe religiosa, con la apuesta. Debemos manejar, de una manera nueva, el arraigo en el espacio y en el tiempo. No tenemos que vivir el presente al da, sino que tenemos que volver a las fuentes del pasado (la herencia que tienes de tus padres, dice Goethe, tienes que reconquistarla ) y tenemos que proyectarnos en un futuro, ya no prometido, sino deseado. Nuestro mito , es e l de l a fraternidad h mnana que se arraiga en nuestra tierra-patria.

    Estamos en un nuevo comienzo, y es en este sentido que creo que es posible dar vida al embrin de la ONU, como si intentramos desactivar lo que sigue siendo el polvorn del mundo en esta zona de fractura entre Oriente y Occidente, entre las tres religiones monotestas, entre la religin y la laicidad, entre el modernismo y el fundamentalismo y,' finalmente, entre un progreso de humanidad o la gran regresin.

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  • Comdius C1scoriadis

    C. C.: Me parece claro que la situacin mundial es intolerable e insostenible, que el Occidente actual no tiene ni los medios ni la voluntad de modificarla esencialmente y que el movimiento emancipador en este aspecto no funciona. Tambin me parece muy claro que, para hacer esto, hay que querer hacerlo. Una vez ms es necesario ver la realidad que tenemos delante de nosotros. Cuando Edgar Morin evoca el problema de identidad, es, de hecho, el problema del sentido, que confiere una identidad al creyente: soy un buen musulmn, un buen cristiano o incluso un mal cristiano. Pues aun siendo un mal cristiano soy algo definido.

    Nosotros somos hijos de . . . ; pero tambin somos los que aspiramos a . . . Es decir que tenemos un proyecto que ya no es el paraso sobre la Tierra, que ya no es ni mesinico ni apocalptico, pero que dice algo sobre aquello hacia donde nos dirigimos. Esto es lo que le falta al Occidente de hoy. El nico avance de estas sociedades es el avance hacia la riqueza y el poder vacos.

    Parntesis: se sabe que los rabes fueron ms civilizados que los occidentales durante todo un perodo. Luego, esto desapareci. Pero lo que captaron de la herencia de la Antigedad no fue nunca de orden poltico. La problemtica poltica de los griegos, fundamental para la democracia, no fecund ni a los filsofos ni a las sociedades rabes. Las comunas europeas eliminan las libertades comunales a fines del siglo X. No se trata de

  • Captulo V

    El deterioro de Occidente*

    EsPRIT: Nos parece que la actualidad inmediata, con la guerra del Golfo y el fin del comunismo, plantea la cuestin del valor del modelo democrtico. No habr que decir que, al fin y al cabo, hay una suerte de relativismo en el orden internacional? Por otra parte, hay una nueva bipolaridad, o bien, una supremaca renovada de los Estados Unidos?

    CoRNEI.IUS CASTORJADIS: Con el derrumbe del imperio ruso-comunista, la impotencia de China, el acantonamiento, tal vez provisional, de Japn y Alemania en el campo de la expansin econmica, la nulidad manifiesta de la Europa de los Doce como entidad poltica, los Estados Unidos ocupan solos el escenario de la poltica mundial, reafirman su hegemona, pretenden imponer un nuevo orden mundial . La guerra del Golfo fue una manifestacin de ello. Sin embargo, no pienso que se meda hablar de una supremaca absoluta o de un orden unipolar. Los Estados Unidos tienen que hacer frente a un extraordinario nmero de pases, de problemas, de crisis, ante los cuales sus aviones y sus m:siles no pueden hacer nada. Ni la anarqua creciente en los pases pobres, ni la cuestin del subdesarrollo, ni la del medio ambiente, pueden ser resueltas con bombardeos. Incluso, desde el punto de vista militar, la guerra del Golfo mostr el lmite de lo que pueden hacer los Estados Unidos, con respecto a la utilizacin de annas nucleares.

    Al mismo tiempo, los Estados Unidos estn padeciendo un debilitamiento, un deterioro interno del cual yo creo que en

    Entrevista con Olivier Mongin, Joel Roman y Ramin Jahabegloo, publicada en Esprit, en diciembre de 1991 .

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    Cornelius Castoriadis

    Francia no hay registro -desacertadamente-, ya que son el espejo en el que los otros pases ricos pueden mirar su porvenir. La erosin del tejido social, los ghettos, la apata y el cinismo sin precedente de la poblacin, la corrupcin en todos los niveles, la fantstica crisis de la educacin (la mayora de los estudiantes graduados son ahora de origen extranjero) , el cuestionamiento del ingls como lengua nacional, la degradacin continua del aparato productivo y econmico; todo esto desgasta, a la larga, las posibilidades de hegemona mundial de los Estados Unidos.

    EsPRIT: La crisis del Golfo no representa el fracaso del supuesto alcance universal de los valores occidentales?

    C.C.: La crisis del Golfo actu como un extraordinario revelador de factores que se conocan, o que ya deban conocerse. Se pudo ver a los rabes, y a los musulmanes en general, identificarse masivamente con ese gngster y verdugo de su propio pueblo que es Saddam Hussein. Mientras Saddam se opusiera a Occidente, estaban dispuestos a borrar la naturaleza de su rgimen y la tragedia de su pueblo. Las manifestaciones se redujeron tras la derrota de Saddam, pero la corriente de fondo sigue ah: el integrismo o fundamentalismo>> islmico es ms fuerte que nunca, y se extiende sobre regiones que parecan ir en otra direccin (frica del norte, Pakistn, los pases al sur del Sabara) . Lo acompaa un odio visceral hacia Occidente, y esto se entiende: un ingrediente esencial de Occidente es la separacin entre la religin y la sociedad poltica. Ahora bien, el Islam, como por cierto casi todas las religiones, se pretende una institucin total y rechaza la distincin entre lo religioso y lo poltico. Esta corriente se completa y se autoexcita con una retrica anticolonialista , y lo menos que se puede decir, en el caso de los pases rabes, es que est hueca. Si hoy existen rabes en frica del norte es porque sta fue colonizada por los rabes a partir del siglo VII; lo mismo en los pases del Medio Oriente. Y los primeros colonizadores no rabes del Medio

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    El avance de la insignificancia

    Oriente (y de frica del norte) no fueron los europeos, sino otros musulmanes: primero los turcos seldjukas, luego los turcos otomanos. Irak pennaneci bajo la dominacin turca durante cinco siglos, y bajo el protectorado britnico durante cuarenta aos. No se trata de minimizar los crmenes del imperialismo occidental, sino de denunciar esa mistificacin que presenta a los pueblos musulmanes sin la menor responsabilidad en su propia historia, sin haber hecho nunca otra cosa que sufrir pasivamente lo que otros, es decir los occidentales, les impusieron.

    EsPRIT: No encontramos aqu los lmites de ese universalismo representado por Occidente frente a un culturalismo antidemocrtico?

    C. C. : Hay varios niveles en esta pregunta, que hoy alcanza una intensidad trgica. En un sentido, el tmiversalismo no es una creacin espec