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Entre la Edad Media y el Renacimiento
La Celestina
A finales de la Edad Media, en 1499, aparece una obra
única en la cultura española: La Celestina.
xxxEl argumento de La Celestina desarrolla una historia de
amor apasionado. Calisto se enamora de Melibea, se ve
rechazado y , siguiendo los consejos de su corrompido
siervo Sempronio, recurre a la ayuda de Celestina, una
vieja bruja y alcahueta. Los planes de la vieja se encuentran
con la firme resistencia de Pármeno, un honesto criado de
Calisto, a quien este no presta atención. Por medio del arte
de la brujería Celestina logra el acceso a Melibea, y por
medio de su habilidad sicológica y también por medio de la
brujería, gana a la doncella; pronto reconocerá Melibea su
amor a Calisto y mientras tanto Celestina logra vencer la
resistencia de Pármeno, el criado honesto que al principio
no quiere traicionar a su amo. La ingratitud de Calisto
debilitó su resolución, que acaba desmoronándose por
completo ante la habilidad de Celestina y su propio deseo
hacia la protegida de Celestina, la prostituta Areúsa.
Calisto comienza a encontrarse en secreto con Melibea y
casi inmediatamente sus criados disputan con Celestina a
causa de la recompensa generosa que su amo le había dado
y que ellos querían compartir. En la pelea matan a la vieja y
son gravemente heridos en su intento de huida para ser
finalmente ejecutados sumariamente por la justicia. La
próxima noche, Calisto entra en el jardín de Melibea (un
locus amoenus que se ha vuelto escenario de una acción
llena de realismo) y la seduce. En la versión original de La
Celestina, Calisto cae y muere al salir del jardín, Melibea se
ve incapaz de vivir sin su amante, así se lo confiesa a su
padre Pleberio, y se arroja del balcón. Acaba el libro con el
famoso lamento de Pleberio, de un pesimismo total,
cósmico, uno de tal magnitud como no se vio ninguno antes
ni tampoco después en el arte hispánico:
Del mundo me quejo, porque en sí me crió, porque no
me dando vida, no engendrara en él a Melibea; no nacida,
no amara; no amando, cesara mi quejosa y desconsolada
postrimería. ¡O mi compañera buena, y mi hija
despedazada! ¿Por qué no quisiste que estorbase tu
muerte? ¿Por qué no hobiste lástima de tu querida y amada
madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre?
¿Por qué me dejaste, cuando yo te había de dejar? ¿Por qué
me dejaste penado? ¿Por qué me dejaste triste y solo in hac
lachrymarum valle?
En la versión ampliada, Calisto retorna a buen seguro a
casa, después de haber tenido lugar la seducción, y
continúan los encuentros de los dos enamorados por
espacio de un mes, pero Areúsa y Elicia (la amante de
Sempronio y otra de las protegidas de Celestina) planean
vengarse de los dos amantes; como resultado de una
cadena de sucesos que su plan pone en marcha, Calisto cae
y muere cuando trata de defender a dos de sus criados de
un peligro que en realidad no existe. A partir de aquí la
tragedia se desarrolla como en la versión anterior, con el
suicidio de Melibea y el lamento de Pleberio.
xxxEs posible que hubiera una o más ediciones
anteriores a la de 1499, que se habrían perdido; si
existieron, es casi cierto que su contenido era
sustancialmente idéntico al de la Comedia de 1499,
posiblemente a excepción de los “argumentos”, o sumarios
de cada acto. En 1502, o antes, se le añadieron a la obra
cinco actos nuevos (el Tratado de Centurio), con
interpolaciones en casi todos los restantes. Se cambió,
además, el título de Comedia por el de Tragicomedia; los
motivos de este cambio se discuten en el prólogo a la
versión ampliada y existe algún precedente literario para
tal cambio. La obra gozó de gran popularidad, y muchas
ediciones salieron a lo largo del siglo xvi y primera mitad
del xvii; la de Valencia, de 1514, es la más esmerada.
La popularidad de La Celestina no se limitó a España.
La primera traducción, al italiano, salió en 1506, seguida
por versiones al francés, inglés, alemán (más de una
versión en cada lengua), latín, flamenco y hebreo. La
edición de Toledo (1526) añade, como el acto XIX, un Auto
de Traso, “sacado de la comedia de Sanabria”. No se sabe
nada de Sanabria, ni de la procedencia de dicho acto, salvo
que no lo escribió Fernando de Rojas. El Auto de Traso, de
escasos méritos literarios, desapareció pronto de las
ediciones de la Tragicomedia.
xxxLa identidad del autor. No queda indicio alguno en
la primera edición de la identidad de su autor. En las
ediciones posteriores nos es revelado por medio de varios
procedimientos, como el de los versos acrósticos (una
composición poética en que las iniciales de los versos
forman el nombre y la descripción del autor), como
Fernando de Rojas, estudiante de derecho de Puebla de
Montalbán. Afirma éste, con todo, que el acto I constituye
la obra de otro autor; que él lo encontró, que suscitó su
admiración y lo impulsó a continuar la obra. Las fuentes y
la lengua nos revelan que Rojas, en realidad, no compuso el
acto I (ni el comienzo del II) al mismo tiempo que el resto
de la obra, y que probablemente no es su autor de ningún
modo pero escribió, sin embargo, los cinco actos nuevos y
otras interpolaciones.
Las fuentes del acto I y de las primeras páginas del II
son muy distintas de las de los otros actos. No es solo que
se añaden en los otros actos fuentes que no se emplean en
el I (por ejemplo, el empleo de las obras latinas de Petrarca
empieza dentro del acto II), sino que la mayoría de las
fuentes típicas del I se olvidan en los restantes actos, y la
manera de utilizar las fuentes es distinta también. En
cambio, las fuentes del Tratado de Centurio y de las otras
interpolaciones son casi idénticas a las de la mayor parte
de la Comedia, y la manera de utilizar las fuentes es
igualmente parecida. La lengua (vocablos arcaicos, giros
sintácticos, etc.) confirma los resultados de un estudio de
las fuentes, y hay otros indicios más: por ejemplo, el acto I,
a pesar de ser con mucho el más largo, queda casi intacto
en la revisión de hacia 1502, mientras que los otros actos
sufren extensos cambios, como si Rojas quisiera respetar la
obra del primer autor.
El autor del acto I y del comienzo del siguiente
permanece, pues, desconocido: la introducción del mismo
Rojas apunta hacia los poetas del siglo xv, Juan de Mena y
Rodrigo Cota. De ambos, Cota es el más probable; existe
con todo la alternativa más viable de que se trate de la obra
inconclusa de un estudiante en la misma universidad de
Salamanca en la que estudió Rojas.
Fernando de Rojas era un converso. Fue objeto, por ello, de
discriminación y algunos de sus parientes incluso fueron
acusados ante la Inquisición. Rojas, sin embargo, realizó
una carrera de abogado llena de éxito y llegó a ser alcalde
mayor de su ciudad de Talavera, murió en 1541 y recibió
sepultura como miembro laico de una orden religiosa.
No hay motivo para dudar de la sinceridad de su fe
cristiana en los últimos años de su vida, pero la actitud
durante sus breves años de producción literaria es menos
segura, y es muy posible que la ausencia de una firme fe
contribuyera al pesimismo de La Celestina.
El cambio del título de Tragicomedia de Calisto y Melibea
por el de La Celestina no constituyó una decisión del
propio Rojas sino de los impresores, cuya obvia intención
era la de incrementar la venta de ejemplares. El cambio,
por lo tanto, apunta a la sugestión que Celestina ejerció
sobre la imaginación de los lectores. Pruebas de este
atractivo las ofrece un autor portugués, que hace
referencia a la casa de Celestina como lugar muy conocido
de Salamanca, y varias continuaciones de la Tragicomedia
que contienen alusiones a Celestina como personaje real.
Era creencia común en el siglo xvi que Rojas eligió
Salamanca como lugar de acción, lo que se mantiene hoy
día como opinión mayoritaria, aunque algunos críticos mo-
dernos han propuesto como rivales Sevilla, Toledo y
Talavera de la Reina. La explicación más verosímil es que
Rojas construyó una ciudad imaginaria, con muchos rasgos
de Salamanca y unos pocos de otras ciudades.
xxx Celestina es, sin duda alguna, el personaje más
pintoresco y más vívido de toda la obra. Se nos ofrece de su
apariencia una descripción fidedigna, lo que no pasa con
ningún otro personaje, y su aspecto grotesco pero vital, su
amor al vino, los detalles de sus oficios numerosos y
escandalosos, son rasgos externos que hubieran bastado
para llamar la atención del público, si no vinieran además
reforzados por otros más originales: su vitalidad, la energía
de su lenguaje y su poder sobre las almas la constituyen en
la imagen imborrable de un ser que conoce a fondo la
sicología de sus clientes y víctimas (que muchas veces
significan lo mismo, desde luego), que controla sin
dificultad a personajes como Elicia, Sempronio y Calisto, y
ante la que los más reacios, Melibea y Pármeno, ceden al
fin ante su destreza y la fuerza de su personalidad.
Celestina tiene como móviles principales la codicia; un
apetito sexual que ahora, vieja y fea, sólo puede satisfacer
al facilitar y a veces presenciar el trato sexual de los
jóvenes; y, sobre todo, un amor al poder sicológico, una
suerte de “imperialismo” emocional.
La vieja es un elemento subversivo en la sociedad. La
alcahuetería no es para ella sólo un medio de ganar la vida,
sino también una misión: se siente comprometida a
propagar el goce sexual. Constituye por lo tanto un
elemento subversivo dentro de la sociedad, lo que se
intensifica por la brujería.
Las gentes de la tardía Edad Media y del Renacimiento
tomaban muy en serio la brujería y su representación
literaria, y aunque se discute todavía la extensión de la
brujería en La Celestina, no cabe duda de que se nos
presenta a la vieja como bruja, y por lo tanto como objeto
de temor. Su efecto en la imaginación de los lectores se
incrementa todavía por la tragedia que acarrea sobre sí
misma convirtiendo a Pármeno de un criado virtuoso en un
cómplice lleno de corrupción y resentimiento, y luego (con
su percepción habitual oscurecida por la avaricia) haciendo
una exhibición demasiado visible de su poder con respecto
a los demás.
xxx Personajes profundos y realistas: Melibea y Calisto.
Aunque Celestina constituye el personaje más lleno de vida,
casi todos se hallan presentados en toda su profundidad y
con gran realismo.
La trayectoria sicológica y emocional de Melibea es de
sumo interés, y no es nada inverosímil la rapidez de su
cambio de odio hacia Calisto al amor apasionado. Se trata
de una mujer de emociones violentas, que pasa
directamente de la emoción a la acción apropiada, sea la
interrupción de la plática de sus padres, sea la entrega de
sí misma a Calisto, sea el suicidio.
xxxCalisto es menos interesante porque no observamos
verdaderas crisis en él. Vemos, con todo, los efectos del
amor en un joven que debe haber sido simpático bajo
condiciones normales y podemos notar la desintegración de
su personalidad en su arrobamiento por Melibea.
xxxSempronio, Pármeno, Lucrecia y el miles gloriosus.
Sempronio, el criado corrompido, carece de crisis al igual
que Calisto, pero los matices de su carácter vienen
pintados con gran habilidad.
xxxSu compañero Pármeno, sin embargo, ocupa en mayor
grado la atención de los autores y del público. Pármeno es
un criado leal, con la determinación de elevarse por encima
de sus orígenes miserables (su madre Claudina fue maestra
de Celestina). Ofrece a los planes de ésta una resistencia
más tenaz que la de nadie, cediendo sólo ante los efectos
combinados de los razonamientos y halagos de la vieja, de
su deseo por Areúsa, y de la ingratitud de Calisto, por lo
que Pármeno es tal vez el personaje más trágico de la obra.
Aun en los personajes menores, como el de Lucrecia, Rojas
sabe apreciar los detalles, sicológicos: el egocentrismo de
la criada, velado por una aparente ingenuidad, se dibuja en
pocas palabras, al igual que su actitud ambivalente hacia
Calisto.
El fanfarrón Centurio, un nueva versión del miles gloriosus
plautino, está tomado casi sin alterar de la tradición
literaria y constituye una excepción dentro de los
personajes de La Celestina.
xxxRealismo sicológico y lenguaje coloquial en
diferentes registros. No hay en esta obra un realismo
superficial limitado a los animados cuadros de la vida de
los bajos fondos, sino que aquél se extiende incluso al
estrato sicológico (el mejor ejemplo de ello lo encontramos
en la conversación entre Celestina y Melibea en el acto IV),
y al del lenguaje. Adopta éste dos formas: la presentación
del habla popular de modo ampliamente convincente; y el
cambio de niveles estilísticos de acuerdo con el
interlocutor a quien se está dirigiendo, es decir, los
diferentes registros del habla según la posición social del
hablante. En obras anteriores, por hábiles que fuesen, los
personajes poseían su nivel adecuado a su rango social
(lenguaje plebeyo, aristocrático, etc.) y lo mantenían en
cualquier circunstancia. Rojas, sin embargo, nos muestra
personajes plebeyos que saben cambiar de estilo cuando se
dirigen a sus superiores y que por consiguiente, por
primera vez en la literatura española, hablan en el estilo
flexible que se encuentra en la vida real misma:
¡En hora mala acá vine, si me falta mi conjuro! ¡Ea
pues! Bien sé a quién digo. ¡Ce, hermano, que se va todo a
perder! [ ... ] Tu temor, señora, tiene ocupada mi desculpa.
Mi inocencia me da osadía, tu presencia me turba en verla
airada, y lo que más siento y me pena es recibir enojo sin
razón ninguna. (IV, págs. 95-96)
Los personajes demuestran una aguda conciencia de su
propio lenguaje y del de los otros. Los “argumentos” que
encabezan los actos nos ofrecen tan sólo una breve
descripción externa de lo que pasa en el acto, con
excepción de los del Tratado de Centurio, compuestos
probablemente por Rojas mismo, que nos hablan un poco
de las emociones de los personajes. Este factor que
constituye una limitación, lo supera, ya el autor del acto I y
Rojas, a su vez, lo convierte en un resorte de efecto
positivo.
Aprendemos a conocer los personajes del modo como lo
hacemos con la gente con quien nos encontramos, a base
de formar una imagen partiendo de sus propias palabras,
de sus recuerdos del pasado de sus vidas, de las
descripciones que otras personas pueden proporcionarnos
de ellos y sus propias descripciones acerca de los demás.
En el trazado de un fondo sólido para los personajes y la
acción, el recurso de los recuerdos juega un papel decisivo,
y puede servir asimismo para el diseño de la individualidad
de los personajes.
xxxEl elemento retórico: rasgo realista. La tradición
retórica tiene elevada importancia en el estilo de La
Celestina. El lenguaje de los personajes aristocráticos, y a
veces de los otros, tiene un marcado colorido retórico,
como es de esperar en una época en que los hombres
cultos, y sobre todo los jóvenes, hablaban retóricamente
(este colorido resulta más acusado en Calisto, de formación
cultural reciente, que en Pleberio). Este rasgo estilístico no
es pedantesco, por lo tanto, sino realista.
Imágenes de la poesía amatoria y de la naturaleza. Otro
aspecto importante del estilo lo constituyen las imágenes,
que se pueden clasificar en varios grupos principales: las
imágenes tradicionales de la poesía amatoria de los
cancioneros, derivados de la religión, la sociedad feudal, la
medicina y la guerra; y los de la naturaleza, sobre todo de
los animales (incluso los de los bestiarios) y del jardín.
Existe una relación compleja entre las imágenes y la
realidad: recuérdese el caso de la huerta de Melibea como
locus amoenus, y agréguense las imágenes de la caída en
relación con las caídas de los personajes. Igual grado de
complejidad se nos ofrece con las imágenes tomadas
directamente de las fuentes literarias de La Celestina:
Rojas sabe combinarlas con sus propias imágenes en
grupos variados y muy logrados, y sabe también integrarlas
en la obra por una serie de reminiscencias de otros pasajes.
Finalmente, hay que notar la aguda conciencia estilística
demostrada por Rojas al revisar su texto en la
Tragicomedia: además de las interpolaciones largas, hay
muchos cambios de detalle con motivo de aclarar el sentido
o de mejorar el estilo.
Las fuentes de las sententiae. Como sucede en el caso de la
mayoría de las obras medievales, La Celestina se sirve de
abundante número de fuentes, sobre todo para las
sententiae que se dan en gran número. Muchas de estas
fuentes debieron de ser conocidas para el autor no de
primera mano, sino a través de las citas de los compendia y
de los libros de texto que eran de lectura obligatoria para
Rojas como estudiante de leyes. La extensión de su lectura
de los autores clásicos ha sido exagerado por algunos
investigadores que se olvidaron de los compendia. Algunas
fuentes, en cambio, fueron directamente manejadas por
Rojas o su predecesor: Aristóteles, Boecio, Andreas
Capellanus, El Tostado y el Arcipreste de Talavera, por
ejemplo, en el acto I; Petrarca, Bocaccio, San Pedro,
Nicolás Núñez y Jorge Manrique en los demás actos; Mena,
y quizás Ovidio y Cota, en toda la obra.
A pesar de la creencia general, no hay razón alguna para
creer que los autores de La Celestina leyesen el Libro de
Buen Amor.
La fuente más importante con mucho la constituyen las
obras latinas de Petrarca: no solamente utiliza Rojas
abundantes exempla y sententiae de estas obras sino que
incluso su punto de vista se halla profundamente
influenciado por el de Petrarca en su demostración de lo
pasajero de la felicidad terrena y de los deletéreos efectos
de las pasiones.
El pesimismo de Rojas, con todo, llega a más profundidad
que el de Petrarca; en el discurso final de Pleberio los
consuelos del estoicismo de Petrarca son rechazados
mientras que ni siquiera se detiene en los del cristianismo.
xxx La comedia humanística o erudita está en el origen.
La principal fuente estructural de La Celestina viene
constituida por la comedia humanística que surgió en Italia
durante el siglo xiv, alcanzando su cima en la centuria
siguiente. Se trata de una imitación (en lengua latina) de la
comedia latina clásica; sus temas giran en torno a la vida
baja o a la seducción, o combinan las dos. Constituye, en
efecto, La Celestina un intento de componer una comedia
humanística en castellano, pero su desarrollo llegó hasta
tal extremo de extensión y complejidad que se hizo muy
difícil su representación escénica.
Obra para ser leída más que representada. En el poema que
se encuentra al final, en el que Alonso de Proaza (el
corrector de una edición) ofrece consejos, resulta bien
claro que prevé la lectura de este texto en alta voz a un
grupo reducido. Con respecto al género la terminología
literaria medieval es imprecisa e inconsecuente y de hecho
no estaban formados algunos géneros que conocemos
ahora. Lo cierto es que la obra posee una profunda
complejidad, la consistencia de un mundo imaginario y real
al mismo tiempo, penetración sicológica y una imbricación
convincente entre argumento, tema y personajes.
xxx La comedia humanística y la novela sentimental. La
comedia humanística constituyó el punto de partida para
La Celestina, pero las obras de aquella índole carecen de
desenlaces trágicos y finalizan ya con el regocijo de todos
o, en el caso de que la doncella sea abandonada por su
amante, acaban cínicamente. El trágico final de La
Celestina, el desastre que viene inmediatamente después
de la consumación del amor, constituye un rasgo
característico del libro de aventuras sentimentales que se
hallaba en el cenit de su popularidad cuando Rojas estaba
componiendo su obra.
Los influjos dominantes son, pues, Petrarca, la comedia
humanística y el libro de aventuras sentimentales. En
efecto, una novela que se sabe influyó sobre Fernando de
Rojas fue Cárcel de Amor, de Diego de San Pedro,
compuesta entre 1483 y 1485 e impresa en 1492 y que,
como La Celestina después, fue un auténtico éxito editorial
en la época, y pronto traducida a otras lenguas europeas.
Cuenta una desgraciada historia de amores en la que el
amante despechado se va suicidando lentamente. El llanto
de la madre del amante recuerda al lamento de Pleberio
ante su hija muerta, aunque el del padre es mucho más
radical.
xxx La intención de La Celestina ha sido ampliamente
discutida. El hecho de que Fernando de Rojas fuera
converso orientó la discusión hacia la discriminación y
persecución que sufrieron los judíos, conversos o no, en la
España imperial. Lo cierto es que, aparte del pesimismo
radical de Pleberio que implica de hecho un rechazo del
cosmos cristiano, no hay otra referencia religiosa en la
obra. Tampoco puede ser una exaltación del amor
romántico puesto que la obra es mucho más que eso. Decir,
como dice Deyermond, que Rojas pueda haber intentado
mostrarnos los efectos destructivos de las pasiones
(voluntad de poder, avaricia y deseo de seguridad, además
de la pasión sexual) y criticar al amor cortés en su parodia
del amante cortesano en Calisto, es afirmar que en
cualquier artista la intención moral precede a todas las
demás.
Si la doble autoría es un hecho incontrovertible, Rojas
encontró un comienzo de comedia humanística que él
profundizó y amplió con inusitada intensidad abriendo
caminos nuevos en el teatro europeo y saliéndose en esta
profundización de los límites de la comedia hacia un
sendero marcadamente trágico y cuya lógica interna no
podía traicionar artísticamente.
xxx Más allá de la parodia o de la intención moralista,
Rojas está siguiendo el camino marcado por sus personajes
así como Shakespeare sigue el de los suyos en Hamlet y
como en general el autor trágico lo hace, a diferencia del
autor de comedias, que manipula considerablemente más a
sus personajes y la línea general de la acción. Más que un
“moralista lleno de pesimismo”, como dice Deyermond,
Rojas fue un gran artista que siguió fielmente la lógica
ciega de las pasiones humanas y supo pintarlas con una
fuerza que no se veía en el teatro desde las grandes
tragedias griegas.
xxx Originalidad de La Celestina. fuente María Rosa Lida de Malkiel
Al echar una ojeada de conjunto a los principales
aspectos de la técnica de La Celestina, se perfilan
claramente las fuerzas que guiaron a sus autores.
xxx En primer lugar está el interés por la realidad que
aumenta y diversifica los detalles de todo tipo
proporcionando al drama un escenario múltiple y una
riqueza de acciones y hechos inconcebibles en la comedia y
en todo tipo de literatura hasta entonces.
xxx El lenguaje hablado es parte de este acercamiento al
realismo, que varía también el tono y los temas del
lenguaje que se habla en la obra y que prefiere un diálogo
que evoca la conversación “normal” y que hace del
monólogo un estudio introspectivo de caracteres.
xxx La causalidad en la línea de acción es rigurosamente
respetada según las determinaciones de lo real y en ningún
momento hay huellas de la manipulación ya típica desde la
Comedia Nueva en la historia del teatro, algo mucho más
común en esa época.
xxx Esta presentación integral de la vida no excluye lo
sobrenatural pero lo muestra como una causalidad
paralela, que no desaloja el juego de causas y efectos
naturales. Por esta razón hay una clara simplificación del
argumento y una elaboración minuciosa de la acción y del
ambiente. No parece sino que frente al teatro de la
Antigüedad y de la Edad Moderna, La Celestina, cuya
perfección ha disimulado los lazos que la unen con la
oscura comedia humanística, recorta de la realidad un caso
muy sencillo y lo despliega, sin cansarse de contemplar su
infinita complejidad.
xxx También en el trazado de los caracteres se singulariza
La Celestina. La variedad de las criaturas individuales,
minuciosamente retratadas y sin tener ningún cuidado de
la convención literaria y social, muchísimo más fuerte en
esa época es muy grande en toda la obra.
En la Tragicomedia, la fisonomía de cada personaje brota
de una sabia superposición de imágenes tomadas desde
diversos puntos de vista: presente y pasado, dicho y hechos,
realidad y ensueño, palabra exterior e interior, juicio
propio y ajeno. Personajes que comparten una relación
esencial (los amantes, por ejemplo, los padres, los criados,
las “mochachas”) reaccionan en forma distinta, con la
espontaneidad de su forma de ser y no determinados por la
relación común.
Los autores de la época quedaron atados a los arquetipos
de la literatura antigua y medieval pero no así en La
Celestina. Aquí el cotejo histórico subraya hasta qué punto
los autores han recreado originalmente los arquetipos de la
literatura antigua y medieval: el hecho de que un Ariosto,
forjador de tanta figura femenina en el Orlando furioso, a-
hogase su fantasía en sus comedias eruditas para admitir
sólo las esquemáticas alcahuetas y nodrizas que hallaba en
el teatro de Plauto y Terencio, da la medida de la
independencia creadora de La Celestina.
xxx En La Celestina cada uno de los personajes está
fundado en su propia sicología y no proviene de ningún
tipo.
Cuando los personajes retienen algún rasgo tradicional,
por ejemplo, la inactividad del enamorado que lo deja todo
a sus sirvientes en la comedia romana y en sus
descendientes, lo reelaboran integrándolo en la concepción
psicológica de cada personaje.
El enamorado Calisto ya no es un caballero sino un egoísta;
Melibea está atormentada por el deseo sexual y ya no es la
amada virginal; Pleberio, vulnerable en su ternura, no es el
padre a quien sólo le interesa el honor.
xxx Veamos el caso de Melibea, definida por sí misma y por
la mirada de los otros personajes. Calisto pinta su belleza
física, exaltándola conforme al canon retórico tradicional
(I); más adelante alaba su perfección natural, diferente a
los artificios de las otras mujeres (VI), y luego del primer
abrazo evoca sus escrúpulos y audacias de enamorada
primeriza (XIV). Pero otros personajes contribuyen
también al retrato, cada uno con su personal trazo.
Celestina declara conocer de antiguo su casa y madre, e
insinúa que hasta hace poco era Melibea una niña
insignificante (VI). El criado rencoroso, Pármeno, alude
procazmente a su atractivo, y le rinde involuntario
homenaje nombrándola como parangón de hermosura
(VIII), y el criado satisfecho, Sempronio, se burla del amo,
pero alaba a “aquella graciosa e gentil Melibea” (IX). Estas
palabras provocan la furia de Elicia y Areúsa, que denigran
a la doncella (IX). Para los nuevos criados Melibea es una
joya fatal, que Calisto ha comprado con la muerte de sus
servidores (XIV). Las palabras mismas de Melibea (XX), la
jactancia de su madre (XVI), la inquietud (XII; XVI) y
quejas de su padre (XXI) revelan el cuidado con que ha sido
criada, y cómo converge en ella la vida de todos los suyos.
xxx Así, el retrato de Melibea en la visión de los otros
brota, aparte su propia actuación, del complejo reajuste
entre las exageraciones del enamorado, la observación fría
de la alcahueta, la admiración de los sirvientes, la envidia
de las muchachas y el orgullo y la preocupación de sus
padres.
No hay personaje que no reúna defectos y virtudes, en
íntima cohesión y exhibidas con idéntica imparcialidad: la
energía y falsedad con que Melibea satisface y encubre su
amor clandestino son las mismas con que realiza y encubre
su plan de muerte; la avaricia de Celestina es acicate de su
flexible estrategia y de la inflexible obstinación que
exaspera a sus asesinos.
xxx La pintura del mundo de los de abajo es también
original. La insólita interferencia de personajes “bajos” y
personajes “altos” en la acción muestra la insólita
autonomía artística concedida a los bajos; quizá la faceta
más singular de la atención objetiva de La Celestina a la
realidad sea la detenida pintura de los personajes humildes
o viles, en ocasiones contrapuestos con tácita aprobación a
los nobles (como Lucrecia a Melibea en los actos IV y X,
Sosia y Tristán a Calisto en los actos XIII y, XIV), y siempre
retratados con entera empatía. Asombran, en particular,
las criaturas del hampa, representadas desde dentro, tal
como ellas mismas se ven, no desde un punto de vista
sobrepuesto, satírico o moralizante.
xxx El desprecio de los autores por los villanos era un lugar
común en la Edad Media pero no así en La Celestina. La
Edad Media acentuó la rígida separación entre personajes
nobles y bajos que ya existía en la antigüedad. El autor o
letrado medieval, cliente de la nobleza, se encarniza contra
el villano. De los ejemplos, demasiado numerosos para
citarlos, elegimos el del predicador inglés Odón de
Sheriton (siglo xiii), según el cual un villano se amortece al
sentir aroma de especias y vuelve en sí cuando un burgués
“sabiendo su condición” le da a oler estiércol. En La
Celestina, XIX, la humillación de la ropa que huele a
estiércol impide al mozo de caballos para mostrar amor a la
cortesana perfumada. Este desprecio de los escritores por
el villano no desapareció en un día. Shakespeare mismo
abunda en testimonios del mismo horror por la plebe,
principalmente en Coriolano y en la cruel caricatura de un
levantamiento popular en la Segunda Parte de Enrique VI,
IV, 2 y es además elocuente en su insistencia por la
suciedad y el mal olor de la gente del pueblo (Julio César, I,
2; Coriolano, II, 3; Antonio y Cleopatra, V, 2). Para ser más
justos con Shakespeare este desprecio por los personajes
del pueblo era en realidad un cliché.
xxx La sicología de los personajes muestra gradaciones y
cambios. Los ejemplos más claros en esta transformación
gradual de los personajes son los de Melibea y Pármeno,
que recorren todo el espectro afectivo desde una actitud de
rechazo, una del amor de Calisto y el otro de la oferta de
participar en las ganancias. También varía y cambia la
relación entre los otros personajes, como Sempronio y
Celestina. Esta maduración anímica de los personajes en
escena, y que hoy es más propia de la novela que del teatro,
no existía en la época de Rojas.
xxx La complejidad de lo real en La Celestina es una de las
características que resaltan con más claridad. En la obra el
encadenamiento de los hechos, que es en realidad muy
simple se hace muchísimo más complejo con las múltiples
miradas y motivos de los distintos personajes y lo que se
nos presenta es todo un sector de lo real, por eso también
la inusitada longitud del drama, intensificado al mismo
tiempo en una acción simple y tensa. Ya desde el acto I, y
con intensidad cada vez mayor los elementos más diversos
del mundo del siglo xv aparecen orgánicamente integrados
en su contextura: el caballero noble, la noble doncella, los
padres solícitos, los criados leales o desleales, la alcahueta
activa y codiciosa, las prostitutas rencorosas y vengativas,
el rufián burlador, etc.
xxx La Celestina da una visión integral del hombre y de la
sociedad, que no ha vuelto a expresarse con tal
concentrado vigor en obra alguna de teatro. La palabra
abundante de estos personajes evoca a otros que no
intervienen directamente y a buen número de tipos
sociales, clasificados por su oficio y representados ya en el
ejercicio de su profesión, ya en su participación en la vida
de la ciudad. También se muestra directamente gran
número de lugares y se evoca otros muchos; implica
considerable tiempo para su acción y se refiere a lapsos
mucho más largos que sitúa en el pasado de los personajes.
Con no menor detalle pintan los autores el mundo que cada
personaje lleva en sí, variado y cambiante, lleno de
altibajos y movimientos contradictorios en Calisto y
Melibea, en Sempronio y Pármeno; de grandeza y debilidad
en Celestina, de sagacidad y ceguera en su codicia.
xxx La lógica interna de la acción impone el desenlace
trágico. Si cada personaje es un denso complejo vital, ya no
guiado por los resortes arbitrarios de la palliata y sus
imitaciones, sino por la lógica interna de la acción, el final
trágico se impone como una necesidad. Cuando el amor del
amo se logra gracias a la astucia interesada de los
servidores y se malogra a consecuencia de su codicia, el
final trágico se impone naturalmente y un final a la
Terencio o a la Plauto hubiera sido imposible. Los autores
de La Celestina encauzan su visión integral de la realidad
en la olvidada forma de la comedia humanística, síntesis de
la tradición “terenciana” y de la tradición del relato
amoroso medieval del amor cortés, pero rompen luego
estos moldes haciendo pasar la tensión dramática por la
lógica desatada de las pasiones de los personajes en un
realismo que había desaparecido de Occidente desde los
tiempos de Sófocles. Y se trata de un realismo que no
vuelve a aparecer en las letras occidentales hasta el
surgimiento de las grandes novelas del siglo xix.
xxx Una recepción que no pudo comprender la obra. La
Tragicomedia de Calisto y Melibea rebasó inmensamente la
comprensión artística de los lectores coetáneos e
inmediatos. Testigo el cambio de título: el público no pudo
mantener el complejo equilibrio de la obra, y operó en ella
un doble empobrecimiento, abrazando francamente el
mundo de Celestina y sus allegados, y reduciendo aun éste
a sus toques cómicos, sin querer admitir su tragedia. No
menos elocuente es el juicio de Cervantes quien, en sus dos
famosos versos de cabo roto “libro en mi opinió diví-, si
encubriera más lo humá-”), condena en nombre de un ideal
artístico selectivo, a tono con la vena neoclásica tan
importante en su crítica literaria, la visión integral de la
realidad propia de la Tragicomedia. Por muy leída y
celebrada que fuese, por mucho que se remedase algún
chiste o situación, por mucho que floreciesen las llamadas
“continuaciones” e “imitaciones”, por más que uno de sus
personajes se incorporase al acervo popular, de hecho La
Celestina como un todo artístico apenas ejerció influjo
literario: éste fue el precio de su asombrosa originalidad.
Amor cortés y moral cristiana en la trama de La Celestina fuente Otis Green
Características del amor cortés
Exige nobleza, en ambos, tanto en linaje como en
conducta. El amante posee cualidades admirables.
La fuerza del amor no sólo representa a la amada
como admirable y alta en virtudes sino que también
engendra virtud en el amante. Por lo tanto el
amante es inferior a la amada.
Aunque no excluya el matrimonio no se alude
frecuentemente a él y los amantes tratan de
encubrir el secreto de su amor.
Objetivo del amante: lograr el trato sexual (dentro
o fuera del matrimonio).
El amor cortés es trágico, un amor frustrado (sea
por la imposibilidad de consumación sea porque el
desastre sigue inmediatamente a la consumación.
Se da con frecuencia una transposición al amor
sexual de las emociones y de la imaginería
religiosa.
La pasión del amante puede ser correspondida por
su amada. La dama desdeñosa no es tan frecuente.
Amor libre y no casamiento. Los lectores o espectadores
que no estén al corriente de las paradojas del amor cortés
no verán en La Celestina más que un enigma; pero cuando
se comprenden esas antinomias, el enigma se aclara.
Preguntarse cómo es que Calisto no pide la mano de
Melibea en matrimonio es ingenuo porque estos jóvenes
amantes no quieren un hogar, sino un amor, lo mismo que
Amadís de Gaula antes de las bodas oficiales que se
celebran al fin del libro. Sin embargo, existe una diferencia
entre el Amadís y La Celestina, y es que en ésta el autor se
propone presentar un amor pecaminoso o por lo menos eso
es lo que se declara. Sempronio reprocha a su impaciente
amo sus deseos incontrolados por la razón; y Melibea
afirma que “más vale ser buena amiga que mala casada”,
siguiendo el ejemplo de Heloísa, que en el siglo xii prefería
“el amor al matrimonio y la libertad a las cadenas” y
poniendo al cielo por testigo de que ella consideraba más
honroso ser la querida de Abelardo que la mujer del César.
Pasiones amorosas sin control. En La Celestina Calisto pide
confesión al verse morir, pero no la obtiene. “¡Triste
muerte sin confesión!”, exclama Tristán. Mientras Melibea
está pensando en arrojarse desde lo alto de la torre, lo
único que lamenta es no haber bebido más a fondo el cáliz
del amor: “¿Cómo no gocé más del gozo?” En el momento
de ir a saltar desde la torre dice a su padre: “cuando el
corazón está embargado de pasión, están cerrados los oídos
al consejo.” En la confesión que hace entonces a su padre,
se culpa de la muerte de un noble caballero, pero no de
haber compartido con él la satisfacción de sus ilícitos
amores. Reflexiona sobre el hecho de que Calisto murió sin
confesión; pero no hay ningún sacerdote para asistirla a
ella, ni tampoco se molesta en pedirlo: según dice, tiene la
memoria trastocada y sumamente perturbada. En un rasgo
de inconsecuencia, encomienda su alma a Dios esperando
encontrar a su amante en la otra vida. Estas relaciones
amorosas sólo pueden ser comprensibles dentro de ese
código del amor cortés y hay que recordar que existe la
declarada intención de Fernando de Rojas en condenar los
excesos del amor cortés, aunque el final trágico es el
resultado de la lógica de la acción y no de la intención
didáctica.
Transgresión del código del amor cortés. Siguiendo el
trágico trazado del autor, los protagonistas quebrantan
desde el primer momento el código del amor cortés y las
normas de la moral cristiana. Ya en su primera declaración
se muestra Calisto como un enamorado temerario e
inconsiderado. Saltándose el período calculadamente largo
de la espera y de la adoración a distancia, impregnada de
humildad y silencio, que constituye la fase del “fenhedor” o
tímido, primera etapa de la pasión cortés, dispara a
quemarropa sus sentimientos de adoración hacia Melibea
en una escena que se desarrolla en el jardín. En una
reacción perfectamente normal y a la que están
acostumbrados los amantes cortesanos demasiado
impetuosos, Melibea le contesta con una explosión de ira
femenina: “la furia de Melibea.” Al verse rechazado de esta
manera y bajo el impulso de su pasión, Calisto sufre un
ataque de la enfermedad llamada hereos, propia de los
enamorados y a la que estaban particularmente expuestos
los amantes dotados de un corazón aristocrático y grande.
Mucho se ha escrito sobre esta enfermedad psicosomática,
en cuyo curso, según varios antiguos autores españoles, “la
tristeza y cuidados ... desecan los huesos, consumen la
carne, perturban el espíritu, arrugan el cuero, angustian el
corazón, gastan la memoria y son causa de otros graves
daños”. Las perturbaciones mentales pueden producir
serios trastornos psíquicos, como en el caso de Orlando
furioso. Sempronio, criado de Calisto, califica a su amo de
loco: “loco está este mi amo”.
La amada como divina. A medida que Calisto va
devorando sus penas, aparecen cada vez más claros ciertos
aspectos del amor cortés. No sólo es él una víctima de la
belleza, sino que la criatura que encarna esa belleza es
infinitamente superior en la imaginación del enamorado:
aquí tenemos “la superioridad de la dama” en una
situación típica del llamado “service d'amour.” Cuando
Sempronio apremia a su amo a que considere sus propios
méritos, en nada despreciables comparados con los de
Melibea, el enamorado no quiere oír hablar de igualdad de
cualidades: Melibea es superior sobre toda comparación y
proporción. La amada se convierte en el objeto del culto
religioso del amor. “¿Tú no eres cristiano?”, le pregunta el
criado escandalizado “¿Yo? Melibeo só, y a Melibea adoro y
en Melibea creo y a Melibea amo.” Por otra parte Calisto no
muestra devoción por el “amor puro” con su casto y
prolongado “alejamiento” y el “bendito sufrimiento” típicos
de la tradición del amor cortés. Tampoco piensa en
legitimar su amor, recurriendo como en el Amadís y en o-
tros libros de caballerías, al matrimonio clandestino,
solución que adoptan por ejemplo los amantes Romeo y
Julieta. Como ellos, los dos amantes están condenados a un
castigo trágico; no hay exultación en el sufrimiento ni
largos períodos de “mirame y no me toqués”, porque la
acción debe desarrollarse con rapidez. La Celestina es una
obra dramática, no lírica, y tiene que precipitarse su
desenlace mediante la acción rápida y vengadora de la
muerte.
El amor cortés permitía mediación de amigos pero no
de brujas. En la crisis psicótica que padece Calisto,
Sempronio toma en el asunto: “Yo quiero tomar esta
empresa de cumplir tu deseo.” Reprende a su amo por
hacer caso de las sutilezas del amor cortés introduciendo
elementos ajenos al concepto cortés del amor con dos
recursos desorbitados: una alcahueta de profesión y la
magia como fuerza auxiliar. El amor cortés permitía y
esperaba la mediación de los amigos o confidentes, pero no
de una alcahueta o de la magia, lo que adquiere especial
gravedad y en lo religioso constituía pecado mortal.
Esquema del amor cortés. Si prescindimos de su
incontrolable deseo del “amor mixto”, como se llamó al que
admitía el goce carnal, la conducta de Calisto se ajusta
bien al esquema cortés. Canta canciones de desesperación.
Insiste en que Melibea es su dios, su vida; él es su cautivo,
su esclavo; ella un ángel disfrazado que vive entre
nosotros, Pero no se contenta con adorar a su ángel a
distancia ni con amoldar sus acciones a su sentido de hu-
mildad e inferioridad. Lo que motiva más que nada su
segunda falta contra el código del amor cortesano es su
exceso de desesperación (su primera falta, es decir, su
declaración brusca no hubiera tenido en realidad graves
consecuencias). En cambio, bajo el impulso de su
desesperación recurre a la mediación y malas artes de
Celestina conociendo perfectamente su mala profesión. La
Comedia pone en una sola noche la consumación del amor
y la muerte de los protagonistas; la versión posterior de la
Tragicomedia es más larga, pero la acción es igualmente
expedita. Pero con mayor o menor rapidez el caso es que la
trama se convierte en un ejemplo moralizador de la “caída
de príncipes”, de la precariedad de toda situación de gozo.
Pero la intención didáctica es lo oficial, lo que
prácticamente cada autor dice que tiene su obra, en rigor
un lugar común de la época. Marlowe también menciona
una intención didáctica en su Doctor Faustus. Pero lo que
habla en contra de darle demasiada importancia a esta
intención didáctica es el terrible pesimismo que se genera
de la obra y que no puede tener un autor o autores
interesados sólo en lo didáctico y por lo tanto creyentes de
un orden superior válido. No hay que olvidar la época, los
censores, la Inquisición.
La magia de La Celestina fuente Peter Russell
xxx Todos creen en la magia. Los testimonios históricos
prueban sobradamente que en la España de la época de
Rojas, a todos los niveles de la sociedad, entre teólogos y
sacerdotes, juristas, nobles y plebeyos, por regla general se
creía en la realidad de la magia, discutiéndose únicamente
el problema de si los magos realmente gozaban de poderes
sobrenaturales o si los actos mágicos eran realizados
directamente por el demonio, quien, para sus propios fines,
burlaba a los magos, haciéndoles creer que necesitaba de
ellos para intervenir en las cosas humanas. Los
innumerables lectores de la Tragicomedia, pues, creían
casi todos en la eficacia de la magia tanto en la vida
cotidiana como en sus manifestaciones literarias, hecho
que no podían ignorar los autores de la obra al tratar el
tema. Es necesario entonces reconocer esta verdad
histórica al acercarse a la obra. Si los autores creían o no
en la magia es algo imposible de saber pero en la realidad
española o europea del Cuatrocientos no se puede suponer
que el escepticismo con respecto a la magia era la norma
entre personas inteligentes o escritores geniales.
xxx El martillo de las brujas. Las ideas de la época sobre la
brujería se exponen con particular claridad, entre muchas
fuentes, en el famoso Malleus maleficarum (El martillo de
las brujas, de 1484), obra de dos dominicos, Jacobo
Sprenger y Enrique Institor, quienes, basándose en su
experiencia como inquisidores en Alemania, establecieron
la teoría de la hechicería sobre la que se fundó, durante
más de dos siglos, la persecución de las hechiceras por la
justicia civil y eclesiástica, tanto protestante como católica,
en Europa. Los autores del Malleus, citando no sólo las
teorías de teólogos y canonistas, sino su propia experiencia
práctica del problema, aseguran que quienes supusieran
que todos los efectos de la hechicería se debían meramente
a la ilusión y a la imaginación se engañaban grandemente.
Y, lo que es más importante, rechazaban la antigua
doctrina ortodoxa de que los demonios siempre pudiesen
actuar sin la ayuda del hechicero, al declarar que sólo se
producían “maleficiales effectus” cuando el brujo y el
demonio obraban de común acuerdo.
xxx Eficacia maléfica en lo amoroso: relación íntima entre
la alcahuetería y la hechicería. Estos autores ofrecían
argumentos razonados para apoyar la opinión general de
que los hechizos tenían eficacia especial en lo que atañía a
las cosas amorosas. Según ellos, Dios permite al diablo
poderes más amplios con respecto al acto venéreo que a
ningún otro. Aunque la hechicería se usaba muchas veces
para impedir el amor entre dos personas, y en efecto el
laboratorio de Celestina contenía algunos de los
ingredientes usados a este fin, xxx la actividad más común
de las hechiceras era, según los autores del Malleus, la de
producir por medios mágicos una violenta pasión hacia una
persona determinada en la mente de la víctima del hechizo.
Esto se llamaba philocaptio y es el fin con que se introduce
el tema del conjuro en la Tragicomedia. La teoría del
Malleus sobre la philocaptio, que no hace más que
reproducir la opinión común de la época, explica por qué
tanto la tradición literaria como el juicio de autores que
reflejaban más explícitamente la actualidad social,
establecían una relación íntima entre la alcahuetería y la
hechicería.
Para el conjuro del acto III: aceite serpentino y las
mordeduras de Melibea, Celestina utiliza un bote de aceite
serpentino, un papel en el que van escritos nombres y
signos mágicos dibujados con sangre de murciélago, una
porción de sangre de cabrón y unas barbas del mismo
animal. Todo parece pertenecer a la magia práctica
descrita en los manuales y, por consiguiente, a los usos de
la hechicería contemporánea de Rojas. En el conjuro,
nombres y signos sirven para obligar al demonio a que
aparezca; el aceite serpentino es derramado sobre la
madeja de hilado para prepararla a que entre en ella.
Importantísimo es el papel del aceite serpentino para lo
que va a ocurrir. Este aceite serpentino, considerado como
extraordinariamente ponzoñoso y dotado, según los magos,
de fuerza diabólica especial debido a la tradicional afición
del demonio a disfrazarse de serpiente, se utiliza en el
conjuro para prestar verosimilitud a la philocaptio de
Melibea. Será bajo el pretexto de vender hilado como la
vieja intentará entrar en la casa de Melibea. Para hechizar
a la joven es necesario que, al salir Celestina, deje al
demonio oculto en la casa para completar el hechizo. Nada
más fácil que esconderlo dentro del hilado. Ahora bien: una
madeja de hilado recuerda, si bien lejanamente, una
culebra enroscada. Partiendo de esta asociación de ideas,
muy característica de las artes vedadas, se explica
fácilmente el papel del aceite serpentino en el conjuro.
Rojas, mucho más tarde, insiste en el hecho de que Melibea
misma, sin enterarse de la significación de lo que dice,
relaciona la philocaptio de que es víctima con sensaciones
que le hacen pensar en mordeduras de serpiente. El
demonio celestinesco funciona bajo el símbolo de una
serpiente.
xxx Un conjuro no herético. Después de tanta
preparación, Rojas no se atreve a poner en boca de la vieja
un conjuro de Satanás que reprodujera los recomendados
en los manuales. Siguiendo el ejemplo de Juan de Mena,
cuando en el Laberinto de fortuna pinta a la maga que
anunció la derrota del Condestable, aunque con fines muy
diferentes, Celestina empieza conjurando a “Plutón.” No
obstante, los epítetos con los que lo califica a continuación,
“emperador de la corte dañada, capitán de los condenados
ángeles .... governador y veedor de los tormentos y
atormentadores de las pecadoras ánimas”, hacen evidente
que a quien conjura Celestina es a Satanás, ligeramente
disfrazado bajo una capa clásica. Las amenazas de la vieja
contra el demonio, para los lectores contemporáneos de
Rojas, indicaban que, por mala que fuera la escena que
presenciaban, la alcahueta no cometía en ella un acto de
herejía. Un conjuro sólo era un acto herético si el mago
rogaba al demonio o daba otras señales de venerarle. El
anónimo jurista que comentó La Celestina en la última
mitad del siglo xvi insiste mucho en que el conjuro de
Celestina no era herético.
xxx El instrumento de la philocaptio y hechicera y
diablo actuando juntos. El instrumento de la philocaptio
será, como ya sabemos, la madeja de hilado en la que está
presente el demonio. La tarea de Celestina, una vez
consumado el conjuro, es la de persuadir a Melibea para
que la compre, quedándose así el poderoso maleficio en
posesión de la joven. Cuando el poder de este maleficio
empiece a hechizar a Melibea, tendrá la vieja alcahueta
obligación de aprovechar el camino así abierto para llevar a
cabo su malévolo proyecto. Según los autores del Malleus
maleficarum, hechicera y diablo tienen que obrar
conjuntamente, pero Rojas probablemente aceptaba la
doctrina más antigua de que todo era obra del demonio. De
todos modos insiste en que la parte importante es la del
demonio, como indica Celestina misma; es él quien,
presente en el hilado, ha de lastimar a Melibea de “crudo y
fuerte amor de Calisto, tanto que, despedida toda
honestidad, se descubra a mí y me galardone mis passos y
mensaje.”
Philocaptio y ansiedad de Celestina. Al final del acto III
Celestina parte para la casa de Melibea, confiada, como
ella dice, en el fuerte poder que la ayuda diabólica le
garantiza. Es curioso, al empezar el acto siguiente,
hallarla, de camino, sufriendo una aparente crisis de
ansiedad. Esta crisis, artísticamente, ensancha y humaniza
la personalidad de la vieja. Teme que el intento de
philocaptio urdido contra Melibea sea descubierto y teme
sufrir los duros castigos que reservaba la ley a los
condenados por hechicerías. Rojas, al parecer, quiere
demostrar a sus lectores, por boca de la vieja hechicera,
que no es posible jamás tener una confianza absoluta en el
demonio. Esto se repite por boca de Celestina, en el acto
VII, después de la muerte de doña Claudina, compinche
suya y madre de Pármeno, al decir ella que los diablos
mienten continuamente. El martirio de la misma Claudina
demuestra que el demonio abandona aun a sus más
entusiastas adeptos.
Presencia del diablo. Pero la ansiedad de la vieja no dura.
Su conocimiento de la magia adivinatoria le hace reconocer
que los agüeros son favorables. Tiene además sensaciones
físicas de estar dotada de poderes sobrenaturales; las
adiciones hechas al texto en 1502 sirven para subrayar aún
más la base sobrenatural de esas sensaciones. La vieja no
sólo se siente libre de los achaques físicos de la edad;
parece que los muros se le abren para facilitar su llegada a
la casa de Pleberio. Es de notar también que, una vez
llegada allí, las adiciones de 1502 sirven para poner fuera
de duda el hecho de que Celestina cree que el demonio está
realmente presente mientras ella habla con Melibea y con
su madre. En dichas adiciones la vieja continúa
dirigiéndose al demonio como si fuera un criado de casa.
Influencia del diablo sobre la madre de Melibea. Hay
más. En toda esta escena, Rojas presenta una serie de
hechos que parecen indicar que la vieja no se engaña. A
pesar de los avisos de Lucrecia sobre la personalidad de
Celestina (“No sé cómo no tienes memoria de la que
empicotaron por hechizera, que vendía las moças a los
abades y descasava mil casados”), Alisa la admite y la trata
con caridad, aunque hasta aquí ha guardado a su hija con
toda cautela. Esta amnesia de la madre de Melibea sólo es
explicable como consecuencia de una influencia
sobrenatural. Después deja a Melibea sola en casa con la
alcahueta y hechicera, al recibir la noticia de que la
enfermedad de su hermana se ha agravado súbitamente,
acontecimiento que Celestina atribuye a la acción del
demonio conjurado por ella. Pero el demonio no lo facilita
todo sin dar a la maga sus momentos de alarma, xxx hasta
el punto de llegar Melibea a denunciarla por lo que es:
“¡Quemada seas, alcahueta falsa, hechizera, enemiga de la
honestidad, causadora de secretos yerros!” Este momento
es importantísimo, porque demuestra la extraordinaria
resistencia moral de Melibea, no sólo ante las astucias
puramente mundanas de la vieja, sino ante los efectos del
tremendo maleficio que representa el hilado y la presencia
demoníaca dentro de él.
xxx Victoria del diablo sobre Melibea. Pero al fin queda
vencida. Amonestado por Celestina, el demonio cumple con
el pacto. En lugar de echar a la hechicera, Melibea le deja
hablar más y, a pesar de lo que sabe de la situación en que
está, da crédito a las nuevas patrañas de la vieja. Desde
entonces el maleficio funciona y hay que considerar a la
muchacha como víctima de philocaptio. Por supuesto, ella
desconoce la verdadera causa del repentino cambio
psicológico que ha experimentado, y no la sabrá jamás.
Siente, sin embargo, que hay algo anormal en un amor que
calificará de “mi terrible passión”, y Rojas mismo no quiere
que el lector olvide el origen sobrenatural de ésta.
Preguntada más tarde (X) por Celestina cómo es su mal,
contesta Melibea “que me comen este corazón serpientes
dentro de mi cuerpo.” Es evidente que el poder demoníaco,
cuyo principio fue el bote de aceite serpentino en que se
empapó el hilado, se ha transferido al cuerpo de la victima,
como nota con satisfacción, entre dientes, la vieja: “Bien
está. Assí lo quería yo”.
Calisto y los criados: la desvinculación de las relaciones
sociales fuente José Antonio Maravall
xxx De la relación original a la económica.
Originariamente, el criado no era un servidor contratado,
sino un miembro de la casa, ligado personalmente a ella,
con lazo de deberes morales entre él y el amo, lazo que
unía también entre sí a todos los miembros de la familia
como amplia sociedad doméstica. En el siglo xv, en cambio,
lo que había sido una relación de adscripción personal se
convierte en una relación de mero contenido económico,
conforme lo permiten los recursos de la economía
monetaria, al generalizar el sistema de pago de los
servicios en dinero. Y al quedar al desnudo, en su puro
contenido económico, esa relación, perdiendo el complejo
tradicional de deberes y obligaciones recíprocas que
llevaba consigo, queda al descubierto también entre amo y
criado la inferioridad de clase del segundo, irritante para
éste, porque apetece, lo mismo que su amo, la riqueza, y no
encuentra motivos, por ejemplo los viejos motivos
guerreros de la antigua sociedad, para servirle sin sentirse
en desventaja.
Los criados naturales. Los criados que acompañan a
Calisto no son ya sus “naturales”. Desde la baja Edad
Media se llamaban “naturales” de un señor aquellos que
dependían de él en virtud de una vinculación heredada,
según un nexo que se presentaba con un carácter familiar,
doméstico, cuya transmisión se suponía, con mayor o
menor exactitud, que había tenido lugar de generación en
generación, y que se mantenía, en principio, de modo
permanente. Por estas causas, la dependencia “natural” o
de “naturaleza” engendraba, junto a unos derechos y
deberes recíprocos, de condición jurídica, otras
obligaciones de tipo moral, difícilmente definibles y
mensurables, sobre cuya determinación no cabían más que
criterios consuetudinarios -adhesión, fidelidad, ayuda, etc.
Los nuevos criados mercenarios. A diferencia de los que
poseían este status familiar, los criados de Calisto son
mercenarios, gentes alquiladas, cuyos derechos y
obligaciones derivan de una relación económica y terminan
con ésta. Por lo menos, aunque por tradición se finja que
permanecen y aunque aparezcan bajo formas cuasi
familiares, no es así en la conciencia de esos nuevos
servidores, como tampoco en la de sus amos, atendiendo a
cómo unos y otros se comportan de hecho. Se trata, con
toda nitidez, de rasgos de los “siervos comprados” o de los
“servidores salariados”, de que habla coetáneamente Juan
de Lucena, y cuya dependencia se obtiene, como el propio
Lucena observa, cuando se les puede pagar, esto es, cuando
se posee riqueza, y no por la relación señorial heredada.
Servicio calculado y medido por un sueldo. Los
servicios personales a que el criado está obligado, según
esta nueva relación, se pagan con un sueldo o salario. La
obtención de este sueldo y el de todo provecho económico
que se encuentre a su alcance se transforma en el móvil del
servicio. Es decir que la razón central y única es la
económica, y, por tanto, el servicio es siempre un servicio
calculado, medido. Sempronio, ante el temor de que los
amores de Calisto le ocasionen, declara: “al primer
desconcierto que vea en este negocio no como más su pan.
Más vale perder lo servido que la vida por cobrallo”;
declaración bien explícita acerca de lo que para él es el
contenido de su relación de servicio. Los criados, desde el
primer momento, no quieren arriesgar nada, y su
deliberada abstención del peligro no es la manifestación de
una sicología de cobardes, sino resultado de una situación
social. Quien moralmente ha reducido su relación con el
amo a cobrar un salario no se siente obligado a más, y un
nexo tan externo y circunstancial puede romperse cuando
así convenga, ya que, efectivamente, la conveniencia es su
única razón de ser.
Calisto carece de espíritu caballeresco porque viene de
la burguesía. Calisto alaba ocasionalmente a sus servidores
en una forma que no corresponde demasiado al trato que le
vemos tener con ellos ya que no tiene ninguna relación
cordial con ellos, cumpliendo con la ley de la “ostentación”
que rige en su posición social. Es decir, tiene a su servicio
buenos servidores pero no existe ninguna relación afectiva
y personal de los criados respecto al amo, ni tampoco del
amo hacia los criados, tal como lo muestra el mismo
Calisto cuando se entera de la muerte de Sempronio y
Pármeno. Todo esto confirma la falta en él de auténtico
espíritu caballeresco, según corresponde a la
caracterización de su figura social como miembro de la
clase ociosa recientemente enriquecida, nacida de la
burguesía y con débil fe en el viejo código del honor.
Celestina, con aguda malicia, abre los ojos a Pármeno
sobre el verdadero sentido de su posición: está en la casa
de Calisto, pero no es de ella; no es más que un mercenario
para su amo. No es un “natural”, es un extraño, como lo ha
sido en otras partes, porque, como corresponde a tal
configuración, ni ha permanecido siempre en casa de
Calisto, sino que ha pasado por muchas, ni tiene por qué
considerarse vinculado a aquél. “Sin duda, dolor he sentido
porque has tantas partes vagado y peregrinado, que ni has
ávido provecho ni ganado deudo ni amistad.” Ni beneficio
material, ni relación personal: un pago reducido al mínimo,
que se puede cortar en cualquier momento. Por puro
interés, dirá también Areúsa, se rompe la relación con los
sirvientes y se les echa cuando ya no son útiles. Ante un
mundo de relaciones sociales de este tipo, Celestina no
aconseja al joven servidor que procure buscarse un empleo
de diferente condición, puesto que todos son semejantes,
sino que le recomienda aprovecharse egoístamente y
calculadamente del que tiene mientras dure. Por muchos
años que sirva a Calisto, la recompensa que obtendrá de él
no será nada y por lo tanto que aproveche todo lo que
pueda. Y esto no son palabras astutas de Celestina, sino
fundamento real.
El comportamiento de Calisto y las reacciones de los
criados en la obra, nos hacen ver que es la base social real
de que se parte. De ahí la crítica de “cómo son los señores
deste tiempo”, crítica que es una pieza esencial para
comprender el sentido del drama: “dessecan la substancia
de sus sirvientes con huecos y vanos prometimientos. Como
la sanguijuela, sacan la sangre, desagradescen, injurian,
olvidan servicios, niegan galardón... Estos señores de este
tiempo más aman a sí que a los suyos y no yerran. Los
suyos ygualmente lo deven hazer. Perdidas son las
mercedes, las magnificencias, los actos nobles. Cada uno
destos cativa y mezquinamente procuran su interesse con
los suyos”. Egoísmo, explotación, en un mundo en que cada
uno no busca más que su provecho. Y a estos juicios de
Celestina, de los criados, de las rameras, se corresponde un
perfil de Calisto, magistralmente trazado en los sucesivos
episodios de la obra, de un radical egoísmo utilitario.
En Sempronio la actitud mercenaria está desde el
principio. En Sempronio una actitud semejante está dada
antes de que aparezca Celestina. Ante la dolencia amorosa
que aqueja a Calisto, reflexiona aquél: “si entretanto se
matare, muera”; y ante tal eventualidad lo que se le ocurre
es pensar si puede sacar buen partido, quedándose con
cosas cuya existencia los otros ignoren y mejorando de esta
manera en su suerte. Ya antes vimos otro similar
testimonio suyo no menos rotundo. Y esto deriva de cuál es
la estimación tan desfavorable que Sempronio tiene de su
amo y de la ausencia de todo deber moral que pueda
estimar que le ligue a su defensa y conservación. Hasta el
más joven de los criados, el paje Tristán, no deja de tener
una bien áspera frase sobre Calisto, sintiéndose desligado
de él por no reconocerle un valor moral que a su amo le
obligue: “¡Dexaos morir sirviendo a ruynes!”.
Los criados tienen perfecta conciencia de la maldad de
Celestina y del negocio a que están entregados. Pero no
pueden encontrar, en el estado social en que se hallan
colocados, motivos para detenerse. Todos, y los principales
aún mucho más que el paje Tristán, consideran ruin a
Calisto, y, por tanto, ante las posibilidades que les abre su
enajenación, no tienen más que un objetivo:
“aprovecharse”. Así lo anuncia Sempronio, y sobre ello
acaban poniéndose de acuerdo. No falta más que encontrar
manera. Muy diferentemente del modo como, en el torpe
desarrollo del tema celestinesco que se da en otras obras
posteriores, en las cuales a los personajes que en ellas
proyectan actuar tan egoístamente apenas se les ocurre
otra cosa que la violencia, en La Celestina el trío de los
confabulados busca un método propio de la mentalidad de
la época, un arte hábil, calculado, desarrollado sabiamente:
enunciarlo y dirigirlo es el papel de la maquiavélica vieja.
La voz de Fernando de Rojas en el monólogo de Pleberio fuente Stephen Gilman
La intención del autor. El soliloquio de Pleberio que
cierra las dos versiones de La Celestina está realzado con
sumo énfasis. Ocupa por sí solo todo el acto final; sirve
como monólogo de conclusión después que todos los
participantes en el diálogo han muerto o desaparecido; sale
del alma del único personaje cuyo diálogo no ha sido
subvertido irónicamente durante el curso de la obra, y,
sobre todo, resume e intenta dar sentido a todo lo que ha
sucedido. Por esas razones es muy fácil atribuir a Rojas las
palabras del personaje ya anciano. Como afirmó el crítico
español Menéndez Pelayo explícitamente, y como casi todos
los lectores antes y después han supuesto tácitamente,
Pleberio en el acto XXI es el portavoz de la intención final
de Rojas. Con esto el primitivo propósito de “reprehensión
de los locos enamorados” y “aviso de los engaños de las
alcahuetas e malos e lisonjeros sirvientes” evolucionó
durante la redacción del drama hacia un punto de vista
moral más original, más profundo y mucho menos
optimista. Menéndez Pelayo observa que, si la obra hubiera
acabado con el suicidio de Melibea en el acto XX, “podría
creerse que el poeta había querido envolver en luz de gloria
a los dos infortunados amantes, haciendo la apoteosis del
amor libre.” En su intención, se la podría comparar a la
historia de Tristán e Iseo.
Pero las palabras de Pleberio proyectan una luz diferente
sobre la acción. A través de sus ojos vemos el amor tal cual
es, “una deidad misteriosa y terrible cuyo maléfico influjo
emponzoña y corrompe la vida humana” y lleva a una
repentina y terrible muerte a sus servidores: Celestina,
Melibea, Calisto, Sempronio y Pármeno.
Contra la Fortuna, el Mundo y el Amor: heterodoxia
total. El soliloquio de Pleberio se centra en un amargo
apóstrofe de acusación a la Fortuna, al Mundo y al Amor,
en orden creciente de importancia. La Fortuna para
Pleberio pervierte el orden del universo y no ejerce su ira
sobre aquello que debiera estar sometido a ella. Antes
pensaba que el Mundo y sus hechos estaban “regidos por
alguna orden”, pero ahora sabe la atroz verdad. El Amor
también es injusto, arbitrario, cruel, y su armonioso y
gentil nombre no es más que un disfraz. Se conduce “sin
orden ni concierto.” Esta idea del universo, sea que refleje
las conclusiones de Rojas o el simple frenesí de Pleberio, es
heterodoxa en todos los sentidos. No es estoica, pues el
primer principio del estoicismo es que es la persona la que
está fuera del orden, no la naturaleza. Ni es cristiana,
aunque algunos de los adjetivos aplicados al Mundo suenen
como cristianos, ya que desatiende la existencia, e incluso
la posibilidad, de una providencia oculta. Para Rojas y su
portavoz Pleberio no hay ley a que puedan acogerse, no
existe fe, “ley” alguna, ni cristiana, ni judía, ni gentil, en
cuyos brazos se pueda hallar descanso. Los creyentes de las
tres religiones están igualmente sujetos a embates
arbitrarios.
Como las danzas de la Muerte. Si para Pleberio el universo
es algo en constante desbarajuste, indiferente, caótico e
insensiblemente hostil, su mismo desorden sugiere
paradójicamente un modelo literario familiar: el de las
danzas de la Muerte, tan populares en el siglo que precede
a La Celestina. En estas danzas, profusamente presentadas
en la poesía y en las artes gráficas, la muerte elige sus
sucesivas parejas sin atender a la edad ni a la importancia
jerárquica. El papa, el labriego, el rey, el caballero, el
mendigo, el niño y todos los demás se ven obligados a
pronunciar sus últimas palabras, se dan media vuelta y
mueren según el inflexible y tétrico antojo de la maestra de
la danza. Así, cuando Pleberio menciona la “congoxosa
dança” del “enemigo de toda razón”, y cuando Rojas, en los
versos finales, advierte a los lectores de que “huyamos su
dança” (la de Calisto y Melibea), ambos sugieren que el A-
mor actúa con la misma arbitrariedad que la muerte en esa
popular alegoría.
La Celestina como una danza de amor. Por una asimilación
de tópicos característica de la época, Rojas contempla a La
Celestina como una danza de amor, un baile tan fatal, tan
horrendo e insensato como el de la Muerte, con el
agravante de la perversidad de su promesa engañosa de
gozo. Se ha de notar, por supuesto, que los oyentes y
espectadores de las danzas de la muerte, normalmente
miembros de las oprimidas clases bajas, parecen haber en-
contrado un consuelo y un compensatorio deleite al
contemplar el destino común de toda la humanidad,
mientras que Pleberio se queda solo en su horror a la vez
apasionado e intelectual. La Danza de la Muerte, que
correspondía a lo que Jacques Maritain llamó la “desazón
existencial” del siglo xv en toda Europa, se emplea aquí
para traducir a términos familiares a todo el mundo la
alienación mucho más radical y en definitiva desesperada
del solitario converso español.
El origen divino del Amor destructor. Rojas no detiene
ni puede detener aquí sus esfuerzos para expresar su
resentida y vengativa intención y cree que es su deber
asignar una causa final a las circunstancias que describe.
Bien está echar la culpa al Amor, pero la naturaleza
humana con su inherente impulso erótico en última
instancia no puede ser culpable: “¿Quién te dio tanto
poder?”, pregunta Pleberio al Amor de una manera directa;
y deja que el oyente saque sus conclusiones. Éste, si es que
ha seguido atentamente el diálogo tan cargado de
premoniciones y augurios que está para terminar,
recordará que la cuestión fue contestada concretamente
casi al comienzo. Al principio del acto I, Sempronio había
lanzado la respuesta correcta: “¡O Soberano Dios, qué altos
son tus misterios! ¡Quánta premia pusiste en el amor, que
es necessaria turbación en el amante!” Aquí está la
intención secreta de que acabamos de hablar.
El Amor como eufemismo de Dios. Una vez que el lector se
da cuenta de que Rojas, sin decirlo abiertamente, quiere
que se entienda el Amor como un eufemismo para designar
a Dios, “Dios te llamaron otros”, las demás frases del
soliloquio adquieren un significado insospechado: la cita
del Antiguo Testamento, “no pensé que tomabas en los
hijos la vengança de los padres”, la amarga observación de
que “Cata que Dios mata los que crió”, y la potencialmente
blasfema paráfrasis de las Bienaventuranzas,
“Bienaventurados los que no conociste o de los que no te
curaste”. Pero la declaración definitiva de la intención
medio oculta ocurre en el mismo final cuando Pleberio
observa: “del Mundo me quexo porque en sí me crió”. La
consecuencia de un universo natural sin Dios es casi tan
explícita ahora como lo pudo ser en su tiempo. O a lo más,
suponiendo que detrás de las máscaras de la Fortuna, del
Mundo y del Amor acecha una especie de supervisor, hay
que reconocer que es caprichoso y despiadado, comparable
a esos dioses del rey Lear que son como niños traviesos que
matan moscas.
La guerra de todas las cosas y la furia ferina del amor.
¿Cuál es el sino del hombre nacido en semejante situación?
Es precisamente la respuesta a esta cuestión la que el
auditorio invisible de Pleberio acaba de oír a lo largo de los
veinte actos anteriores de La Celestina. El hombre está
lanzado a una febril e inevitable danza de la vida
compuesta de dos movimientos fundamentales. Por un
lado, como se explica en el prólogo, copiándolo
directamente de Petrarca, hay un constante e implacable
conflicto, un conflicto de palabras, puños, espadas,
espíritus y garras entre todos los que viven: animales,
amos, criados, clases, hijos, padres, ciudades, naciones y
las antagónicas facultades del alma. “Todas las cosas (son)
criadas a manera de contienda o batalla.” Por otro, hay un
impulso erótico igualmente implacable que nos somete a
todos a su furia ferina. Sempronio continúa el apóstrofe a
Dios recién citado con una vívida descripción de la especie
humana desatada en el amor: “Paresce al amante que atrás
queda. Todos passan, todos rompen, pungidos e
esgarrochados como ligeros toros. Sin freno saltan por las
barreras.”Aparte la insinuación sobre cómo va a ser la
muerte de Calisto, podemos fijarnos en el dinamismo
desordenado de ambos movimientos de la danza de la vida
según Rojas, tan parecida a un cuadro de El Bosco.
La visión de una víctima. En su infancia, la sociedad le
había contado a Rojas una historia de horror compuesta de
mil y una anécdotas atroces sobre la persecución de su
grupo étnico. Y ahora, en La Celestina, él, a su vez, lo
mismo que el autor del Lazarillo habría de hacer unas
décadas después, ha contado a la sociedad otra historia de
horror.
Ha contado a sus oyentes y lectores la historia de un
mundo de causas y efectos vertiginosos sin Providencia y
sin asilo ni antes ni después de la muerte, un mundo en
que la muerte era una bendición a causa del insano y
despiadado dinamismo de encontrarse vivo y una sociedad
edificada sobre una fabulosa mentira: sobre el Dios
cristiano del Amor se mata y se tortura sin límite o piedad.