CENTRO DE DOCUMENTACIÓN DE LA POESÍA ESPAÑOLA … · Lámparas miserables, colgadas, aquí y...

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FUTURISMO 100 FUNDACIÓN GERARDO DIEGO DE LA POESÍA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX CENTRO DE DOCUMENTACIÓN

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FUTURISM

O

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FUNDACIÓN GERARDO DIEGO

DE LA POESÍA ESPAÑOLA DEL SIGLO XXC E N T R O D E D O C U M E N T A C I Ó N

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MANIFIESTO

DEL

FUTURISMO(Publicado por LE FIGARO el 20 de febrero de 1909)

Habíamos pasado toda la noche en vela, mis amigos y yo, bajo las lámparas de mezquita, cuyas cúpulas de cobre, tan caladas como nuestras almas, dejaban sin embargo entrever unos corazones eléctricos. Y, arrastrando nuestra natural pereza sobre opulentas alfombras persas, habíamos conversado en las fronteras últimas de la lógica y garabateado sobre el papel unas anotaciones dementes.

Un inmenso orgullo henchía nuestros pechos, al sentirnos despiertos, solos, como faros o como centinelas en puestos de avanzada, frente al ejército de estrellas enemigas, que acampan en sus vivaques celestes. ¡Solos con los fogoneros en las calderas infernales de los grandes navíos, solos con los negros fantasmas que hurgan el rojo vientre de las locomotoras enloquecidas, solos con los borrachos aleteando contra las paredes!

Y, de pronto, nos vimos sorprendidos por el fragor de los tranvías de dos pisos, que pasan traqueteando, con sus luces abigarradas, como pueblos en fiesta que, de repente, el Po crecido estremece y arranca de cuajo, para arrastrarlos hasta el mar en cascadas y remolinos de diluvio.

El silencio, entonces, se hizo más hondo. Escuchábamos la plegaria extenuada del viejo canal y el crujir de huesos de los palacios moribundos entre sus barbas de verdura cuando, de pronto, automóviles ham-brientos rugieron bajo nuestras ventanas.

—¡Vayamos, dije, amigos míos! ¡Marchemos! Al fin la Mitología y el Ideal místico han sido superados. ¡Vamos a presenciar el nacimiento del Centauro y pronto veremos volar los primeros Ángeles! —¡Habrá que zarandear las puertas de la vida para comprobar sus goznes y sus cerrojos!… ¡Marchemos! ¡Éste es el primer amanecer sobre la tierra!… Nada iguala el esplendor de su roja espada, por primera vez esgrimida en nuestras tinieblas milenarias.

Nos acercamos a tres máquinas resoplantes para acariciarles el pecho. Yo me recosté sobre la mía como un cadáver en su ataúd, pero de golpe resucité bajo el volante —hoja de guillotina— que amenazaba mi estómago.

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La gran escoba de la locura nos removió y nos barrió por calles escarpadas y profundas como torrentes desecados. Lámparas miserables, colgadas, aquí y allá, en las ventanas, nos enseñaban a despreciar nuestros ojos matemáticos.

—¡El olfato, grité, el olfato les basta a las fieras!…

Y, como jóvenes leones, cazábamos la Muerte de negro pelaje, salpicado de pálidas cruces, que corría ante nosotros bajo el vasto cielo malva, palpable y vivo.

¡Y, sin embargo, no teníamos Dueña ideal que alzara su talle hasta las nubes, ni Reina cruel a la que ofrecer nuestros cadáveres fundidos en anillos bizantinos!… ¡Ninguna causa por la que morir, de no ser el deseo de descargarnos al fin del excesivo peso de nuestro valor!

Atropellábamos perros guardianes en el umbral de las casas, alisados en círculo bajo nuestros neumáticos ardientes, como cuellos de palomita bajo una plancha.

La engatusada Muerte me adelantaba a cada curva para ofrecerme atentamente su mano o se tumbaba después a ras del suelo, con un estridente chirrido de mandíbulas, lanzándome unas miradas insinuantes desde el fondo de los charcos.

—¡Salgamos de la horrible ganga de la Sabiduría y, como frutos aderezados de orgullo, penetremos en la inmensa y retorcida boca del viento!… ¡Arrojémonos como pasto a lo Desconocido, no por desespe-ración, sino sólo para enriquecer los insondables depósitos de lo Absurdo!

Dichas estas palabras, giré bruscamente sobre mí mismo, con el loco arrebato con que los caniches se muerden el rabo. En eso, dos ciclistas me reprobaron, titubeando ante mí como dos razonamientos con-vincentes y sin embargo contradictorios. Su estúpida ondulación discurría hacia mi terreno… ¡Qué aburri-miento!… ¡Uf!… Corté en seco y, asqueado, me tiré de cabeza —¡zas!— en una zanja.

¡Oh, zanja materna, a mitad cubierta de aguas cenagosas! ¡Zanja de fábrica! ¡A boca llena he saboreado tu lodo vigorizante que me recuerda el negro pecho de mi santa ama de cría sudanesa!

Al reincorporarme, despojo fangoso y maloliente, sentí el hierro rojo de la alegría atravesarme deliciosa-mente el corazón.

Una muchedumbre de pescadores de caña y de naturalistas gotosos, presos de espanto, se había amon-tonado alrededor del prodigio. De manera lenta y cautelosa, alzaron unos enormes esparaveles de hierro para pescar mi automóvil, como un gran tiburón varado. Emergió lentamente, abandonando en la zanja, como escamas, su pesada carrocería de sentido común y su capintoné de confort.

Todos le creían muerto, pobre tiburón mío, pero yo le desperté con sólo acariciarle el lomo omnipotente y en eso resucitó, deslizándose a toda velocidad con sus aletas.

Entonces, con la cara cubierta por el lodo saludable de las fábricas, llena de escorias de metal, de su-dores inútiles y de hollín celeste, con los brazos torcidos en cabestrillo, entre las lamentaciones de los prudentes pescadores de caña y de los naturalistas afligidos, dictamos nuestras primeras voluntades a todos los hombres vivos de la tierra:

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MANIFIESTO DEL FUTURISMO 1. Queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad.

2. Los elementos esenciales de nuestra poesía serán el valor, la audacia y la rebeldía.

3. La literatura ha magnificado hasta ahora la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño. Nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio enfebrecido, el paso gimnástico, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo.

4. Declaramos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras, con su maletero adornado por gruesos tubos, como serpientes de resuello explo-sivo… un automóvil rugiente, que parece correr sobre metralla, es más hermoso que la Victoria de Samotracia.

5. Queremos cantar al hombre que lleva el volante, cuya columna de dirección ideal atraviesa la Tierra, lanzada ella también sobre el circuito de su órbita.

6. El poeta debe entregarse con ardor, ímpetu y prodigalidad, para aumentar el fervor entusiasta de los elementos primordiales.

7. Ya no hay belleza sino en la lucha. Ninguna obra maestra sin un carácter agresivo. La poesía debe ser un asalto violento contra las fuerzas desconocidas, para obligarlas a postrarse ante el hombre.

8. ¡Estamos en la atalaya extrema de los siglos!… ¿Qué sentido tiene mirar detrás de nosotros, cuando tenemos que derribar las misteriosas puertas de lo Imposible? El Tiempo y el Espacio murieron ayer. Vivimos ya en lo absoluto, pues hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente.

9. Queremos glorificar la guerra —única higiene del mundo—, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas que matan y el desprecio a la mujer.

10. Queremos derribar los museos, las bibliotecas, combatir el moralismo, el feminismo y todas las cobar- días oportunistas y utilitarias.

11. Cantaremos a las masas excitadas por el trabajo, el placer o la rebeldía; las resacas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; la vibración nocturna de los arsenales y los astilleros bajo sus violentas lunas eléctricas; las estaciones voraces, engullidoras de serpientes humeantes; las fábricas prendidas de las nubes por cordeles de humo; los puentes gimnásticos rebo- tando sobre la cuchillería diabólica de los ríos soleados; los buques aventureros husmeando el hori-zonte; las locomotoras de ancho pecho, retenidas sobre los raíles, como enormes caballos de acero embridados por largos tubos y el vuelo deslizante de los aeroplanos, desprendiendo de sus hélices chasquidos de banderas y aplausos de masas enfervorecidas.

Desde Italia lanzamos este manifiesto de violencia derrocadora e incendiaria, por el que fundamos hoy el Futurismo, porque queremos liberar a Italia de su gangrena de profesores, arqueólogos, cicerones y anticuarios.

Durante demasiado tiempo Italia ha sido el gran mercado de los chamarileros. Queremos librarla de los innumerables museos que la cubren de innumerables cementerios.

¡Museos, cementerios!… Idénticos en su siniestro codeo de cuerpos que no se conocen. Dormitorios públicos donde, juntos, para siempre descansan seres odiados o desconocidos. Ferocidad recíproca de pintores y de escultores, matándose unos a otros a golpe de línea y de color en el mismo museo.

Que se les haga una visita cada año como se visita a los muertos una vez al año… ¡podemos admitirlo! Que incluso se depositen flores a los pies de la Gioconda una vez al año, ¡lo concebimos!… Pero que paseemos cada día nuestras tristezas, nuestro frágil valor y nuestra inquietud por los museos, ¡eso no lo admitimos!… ¿De verdad queréis envenenaros? ¿De verdad queréis pudriros?

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¿Qué puede realmente encontrarse en un viejo cuadro, si no es la penosa contorsión del artista luchan-do por derribar las infranqueables barreras interpuestas al deseo de expresar plenamente su sueño?

Admirar un viejo cuadro es volcar nuestra sensibilidad en una urna funeraria, en lugar de proyectarla en chorros violentos de creación y de acción. ¿De verdad queréis desperdiciar así vuestras mejores fuerzas, en una inútil admiración del pasado, de la que necesariamente salís agotados, disminuidos, pisoteados?

La diaria frecuentación de los museos, de las bibliotecas y de las academias (¡esos cementerios de esfuerzos perdidos, esos calvarios de sueños crucificados, esos registros de impulsos rotos!…) es en verdad a los artistas lo que la tutela prolongada de los padres a los chicos inteligentes, ebrios de talento y de ambiciosa voluntad.

Para los moribundos, los inválidos y los prisioneros, todavía puede valer. Quizás ese admirable pasado sirva de bálsamo a sus heridas, toda vez que el porvenir les es vedado… Pero nosotros, los jóvenes, los vivos y vigorosos futuristas, ¡nosotros no queremos nada de eso!

¡Que vengan pues los buenos incendiarios con sus dedos carbonizados!… ¡Aquí están! ¡Aquí están! ¡Prended pues fuego a los estantes de las bibliotecas! ¡Desviad el curso de los canales para inundar las galerías de los museos!… ¡Mirad cómo flotan a la deriva esos lienzos gloriosos! ¡Coged picos y martillos! ¡Socavad los cimientos de las ciudades venerables!

Los de mayor edad entre nosotros cuentan treinta años; tenemos por lo tanto al menos diez años para llevar a cabo nuestra tarea. Cuando tengamos cuarenta años, ¡que otros, más jóvenes y valientes que nosotros, no duden en arrojarnos a la papelera como manuscritos inútiles!… Desde muy lejos vendrán, de todas partes, brincando sobre la cadencia ligera de sus primeros poemas, rasgando el aire con sus afiladas uñas y aspirando, a las puertas de las academias, el dulce olor de nuestros espíritus putrefactos, abocados ya a las catacumbas de las bibliotecas.

Pero nosotros no estaremos allí. En una noche de invierno nos encontrarán finalmente, en pleno campo, bajo un triste hangar tecleado por la lluvia monótona, agachados junto a nuestros aeroplanos trepidantes, calentándonos las manos con el miserable fuego que alimentarán nuestros libros de hoy, ardiendo alegre-mente entre el revuelo chisporroteante de sus imágenes.

Se agolparán alrededor de nosotros, jadeantes de angustia y de despecho y, exasperados todos por nuestro soberbio e infatigable valor, se arrojarán sobre nosotros para matarnos, con tanto más odio cuanto amor y admiración su corazón siente por nosotros. Entonces, la poderosa y saludable Injusticia resplandecerá, radiante, en sus ojos. Porque el arte no puede ser más que violencia, crueldad e injusticia.

Los de mayor edad entre nosotros cuentan treinta años y, sin embargo, ya hemos despilfarrado tesoros, tesoros de fuerza, de amor, de valor y de firmeza, a toda prisa, con delirio, a manos llenas, a brazo partido, hasta quedar exhaustos.

¡Miradnos! No hemos perdido el aliento… ¡Nuestro corazón no siente el menor cansancio! ¡Porque se ha alimentado con fuego, con odio y con velocidad!… ¿Estáis sorprendidos? ¡Es que ni siquiera recordáis ya haber vivido! ¡Erguidos sobre la cima del mundo, lanzamos una vez más el desafío a las estrellas!

¿Vuestras objeciones? ¡Basta! ¡Basta! ¡Las conozco! ¡De acuerdo! De sobra sabemos lo que nuestra hermosa y falaz inteligencia afirma. —No somos, nos dice ella, más que el resumen y la prolongación de nuestros antepasados. —¡Podría ser! ¡Lo admito!… Pero, ¿qué importancia tiene?… ¡No veis que no queremos oírlo! ¡Dejad de repetir esas palabras infames! ¡Levantad, mejor, la cabeza!

¡Erguidos sobre la cima del mundo, lanzamos una vez más el desafío a las estrellas!

F. T. Marinetti

DIRECCIÓN DEL MOVIMIENTO FUTURISTA: Corso Venezia, 61 – MILÁNA. Taveggia — S. Margherita, 7 - MILÁN

[Traducción al castellano de Ramón Sánchez O

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Carpeta publicada por la Fundación Gerardo Diegopara celebrar los cien años del MANIFIESTO DELFUTURISMO publicado en la primera página delperiódico francés Le Figaro el 20 de febrero de 1909.Contiene la reproducción facsimilar del manifiestoimpreso en un pliego suelto en Milán, realizada apartir del ejemplar que se conserva en la bibliotecapersonal de Gerardo Diego. La traducción del fracésha sido realizada por Ramón Sánchez Ochoa.

S A N T A N D E R · 2 0 0 9

Bedia Artes Gáficas · San Mart ín del P ino, 7 · SantanderDepósito Legal SA 508-2009

TIRADA DE 500 EJEMPLARES

ejemplar número

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FUTURISM

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