Cerebro Cuentacuentos

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H E R R A M I E N T A S T I C + I N T E L I G E N C I A E M O C I O N A L UVAM.1 EL CEREBRO CUENTA CUENTOS BEATRIZ BARCO, BIÓLOGA Y PERIODISTA – 01.2011 Preguntarnos el porqué de las cosas y buscar respuestas a lo que ocurre nos hace humanos y es que tenemos una tendencia innata a entender la realidad en términos de causas y efectos ya que, en definitiva, vivimos inmersos en los cuentos y las historias. A finales de los años 50 del siglo pasado, los neuroci- rujanos comenzaron a prac- ticar una delicada opera- ción para los casos de epi- lepsia más graves. Se trata- ba de cortar el cuerpo callo- so, un cordón de fibras ner- viosas que sirve como puen- te entre los dos hemisferios cerebrales, para evitar que las descargas epilépticas se generalizaran en el pacien- te. Esta drástica medida proporcionó, de forma no intencionada, una herra- mienta nueva para el estu- dio de la mente, de resul- tados inesperados y sor- prendentes. Los pacientes que habían sufrido la ope- ración mantenían sus ca- pacidades y podían hacer una vida más o menos normal. Sin embargo, en determinados entornos, el hecho de que sus hemis- ferios no se comunicasen,, que fuesen cada uno por su lado, puso al descubierto algunos fenómenos fasci- nantes respecto al funcio- namiento cerebral. Entre ellos, el hecho de que nues- tro cerebro –o mejor dicho, nuestro hemisferio iz- quierdo- sea una especie de cuentacuentos. EL HEMISFERIO CUENTISTA Los neurocientíficos Mi- chael Gazzaniga y Roger Sperry (Premio Nóbel de Medicina y Fisiología del año 1981 por sus inves- tigaciones en este ámbito) trabajaron durante años juntos en el prestigioso Instituto estadounidense Caltech de California, lle- vando a cabo multitud de experimentos con pacien- tes cuyo cuerpo calloso había sido seccionado. En uno de ellos, un inves- tigador se acercaba a su oí- do izquierdo y le susurraba una orden: “por favor, váyase usted a dar una vuelta y regrese al labora- torio en media hora”. Las palabras viajaban del oído izquierdo al hemisferio derecho del cerebro ya que la información sensorial (visual, auditiva, olfativa y táctil) se procesa por la mitad del cerebro opues- ta al lado del cuerpo que recibe el estímulo senso- rial. Como ambos hemisfe- rios estaban incomunicados en el paciente, la orden, por lo tanto, no pasaba del he- misferio derecho al iz- quierdo, así que éste último no sabía el motivo por el que el cuerpo se levantaba y salía de la habitación. Pero esto no parecía consti- tuir ningún problema para el sujeto, que obedecía sin problema. A la vuelta al laboratorio, el investigador se acercaba al oído derecho y le susurraba una pregun- ta: “¿me podría decir por qué se ha ausentado de esta habitación durante media hora?”. En este caso, la in- formación auditiva viajaba desde el oído derecho al hemisferio izquierdo del paciente pero, como hemos visto, este hemisferio no tenía ni idea de la respuesta que se le pedía y no podía consultar al otro hemisfe- rio sobre la cuestión. Sin embargo –y aquí radica lo sorprendente y fascinante del experimento- el hemis- ferio izquierdo no con- testaba que no tenía ni idea de la respuesta que le solicitaban. Al contra- rio, con gran seguridad salían las siguientes pala- bras de la boca del paciente: “He salido un rato porque tenía sed y quería comprar un refresco en la cafetería”. Naturalmente, esto era una total invención pero el protagonista de esta historia no parecía tener intención de engañar a

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Aspectos neurocientíficos para educadores

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H E R R A M I E N T A S T I C + I N T E L I G E N C I A E M O C I O N A L

UVAM.1

EL CEREBRO CUENTA CUENTOS

BEATRIZ BARCO, BIÓLOGA Y PERIODISTA – 01.2011

Preguntarnos el porqué de las cosas y buscar respuestas a lo que

ocurre nos hace humanos y es que tenemos una tendencia innata

a entender la realidad en términos de causas y efectos ya que, en

definitiva, vivimos inmersos en los cuentos y las historias.

A finales de los años 50 del

siglo pasado, los neuroci-

rujanos comenzaron a prac-

ticar una delicada opera-

ción para los casos de epi-

lepsia más graves. Se trata-

ba de cortar el cuerpo callo-

so, un cordón de fibras ner-

viosas que sirve como puen-

te entre los dos hemisferios

cerebrales, para evitar que

las descargas epilépticas se

generalizaran en el pacien-

te. Esta drástica medida

proporcionó, de forma no

intencionada, una herra-

mienta nueva para el estu-

dio de la mente, de resul-

tados inesperados y sor-

prendentes. Los pacientes

que habían sufrido la ope-

ración mantenían sus ca-

pacidades y podían hacer

una vida más o menos

normal. Sin embargo, en

determinados entornos, el

hecho de que sus hemis-

ferios no se comunicasen,,

que fuesen cada uno por su

lado, puso al descubierto

algunos fenómenos fasci-

nantes respecto al funcio-

namiento cerebral. Entre

ellos, el hecho de que nues-

tro cerebro –o mejor dicho,

nuestro hemisferio iz-

quierdo- sea una especie

de cuentacuentos.

EL HEMISFERIO CUENTISTA

Los neurocientíficos Mi-

chael Gazzaniga y Roger

Sperry (Premio Nóbel de

Medicina y Fisiología del

año 1981 por sus inves-

tigaciones en este ámbito)

trabajaron durante años

juntos en el prestigioso

Instituto estadounidense

Caltech de California, lle-

vando a cabo multitud de

experimentos con pacien-

tes cuyo cuerpo calloso

había sido seccionado. En

uno de ellos, un inves-

tigador se acercaba a su oí-

do izquierdo y le susurraba

una orden: “por favor,

váyase usted a dar una

vuelta y regrese al labora-

torio en media hora”. Las

palabras viajaban del oído

izquierdo al hemisferio

derecho del cerebro ya que

la información sensorial

(visual, auditiva, olfativa

y táctil) se procesa por la

mitad del cerebro opues-

ta al lado del cuerpo que

recibe el estímulo senso-

rial. Como ambos hemisfe-

rios estaban incomunicados

en el paciente, la orden, por

lo tanto, no pasaba del he-

misferio derecho al iz-

quierdo, así que éste último

no sabía el motivo por el

que el cuerpo se levantaba

y salía de la habitación.

Pero esto no parecía consti-

tuir ningún problema para

el sujeto, que obedecía sin

problema. A la vuelta al

laboratorio, el investigador

se acercaba al oído derecho

y le susurraba una pregun-

ta: “¿me podría decir por

qué se ha ausentado de esta

habitación durante media

hora?”. En este caso, la in-

formación auditiva viajaba

desde el oído derecho al

hemisferio izquierdo del

paciente pero, como hemos

visto, este hemisferio no

tenía ni idea de la respuesta

que se le pedía y no podía

consultar al otro hemisfe-

rio sobre la cuestión. Sin

embargo –y aquí radica lo

sorprendente y fascinante

del experimento- el hemis-

ferio izquierdo no con-

testaba que no tenía ni

idea de la respuesta que

le solicitaban. Al contra-

rio, con gran seguridad

salían las siguientes pala-

bras de la boca del paciente:

“He salido un rato porque

tenía sed y quería comprar

un refresco en la cafetería”.

Naturalmente, esto era

una total invención pero

el protagonista de esta

historia no parecía tener

intención de engañar a

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nadie. El hemisferio iz-

quierdo estaba convenci-

do de que lo que decía

era cierto. Ante aquello

que no podía entender,

el paciente había busca-

do una explicación racio-

nal y se la había creído

él mismo. ¿No os suena

esto de algo? ¿Acaso no ha-

cemos nosotros, muchas

veces, lo mismo? Todos los

seres humanos buscamos

entender el porqué de las

cosas, necesitamos expli-

caciones. Forma parte de

nuestra naturaleza y,

aunque nos falten datos,

elaboramos con los pocos

que tenemos una argu-

mentación, indepen-

dientemente de que ésta

sea cierta o no. Pues bien,

gracias a este sencillo

experimento de las Neuro-

ciencias, ahora sabemos que

nuestro cuentacuentos

particular vive dentro de

nuestro hemisferio cere-

bral izquierdo.

la precursora del interés

científico, del ansia de co-

nocer ya que somos ani-

males que se preguntan

cosas, que se cuestionan

lo que les rodea, que no

aceptan simplemente la

realidad como tal, sino

que desean saber qué

hay detrás de ella, cuáles

son las causas que se es-

conden tras los efectos.

Quizás, sin esta curiosidad

innata, nuestra especie no

hubiese sobrevivido en un

entorno inhóspito. Michael

Gazzaniga liga esta idea,

además, a nuestra historia

personal, más allá de las

vicisitudes que hemos te-

nido que pasar a lo largo de

nuestra trayectoria como

especie. Tener la capacidad

de ver la realidad como un

entorno donde un hecho

lleva a otro en una especie

de cadena temporal de

fenómenos y consecuencias,

nos sirve además para

entendernos a nosotros

mismos. Tenemos un ce-

rebro narrativo, que en-

tiende al mundo como un

lugar donde todo se su-

cede en una escala tem-

poral, y lo mismo se pue-

de aplicar a nuestra exis-

tencia. A la hora de en-

tender nuestro pasado,

nuestro presente y futu-

ro, necesitamos también

de este hemisferio iz-

quierdo que se pregunta

el porqué y señala res-

puestas –inventadas o

ciertas- a cualquier cues-

tión que nos plantee-

mos.

una serie de objetivos

por conseguir. Nuestra

mente crea, pues, la ilu-

sión de que controlamos,

de alguna manera, nues-

tras acciones y razona-

mientos. Nos hace creer

que somos protagonistas

de una historia. La na-

rrativa es el pegamento

que pone en común aque-

llo que hacemos, senti-

mos, pensamos y anhela-

mos. Nos permite hacer

encajar las piezas que

hacen que la vida parez-

ca un todo integrado.

EL PODER DE UNA BUENAHISTORIA

¿Qué ventaja nos propor-

ciona el hecho de buscar

explicaciones aunque éstas

sean totalmente erróneas, y

creérnoslas? ¿De qué nos

sirve estar siempre dándo-

le vueltas a las cosas? La

respuesta para el filósofo

de la ciencia Daniel De-

nnett es muy sencilla: pre-

guntar y buscar respues-

tas nos permite analizar

la realidad que nos ro-

dea, investigarla, descu-

brirla, conocerla mejor y,

por extensión, estar me-

jor preparados para

enfrentarnos a las sor-

presas que nos pueda

deparar. Según esta idea,

por tanto, nuestra capaci-

dad para inventar historias

nos ha servido para sobre-

vivir y, en cierta medida, es

Es precisamente esto lo

que nos da la sensación

de que nuestra vida tie-

ne un sentido, de que las

cosas que nos han ocu-

rrido tienen un signifi-

cado y de que tenemos

Que tengamos un cerebro

narrativo podría explicar

por qué, por ejemplo, somos

capaces de pasarnos dos

horas en una habitación, a

oscuras, junto con decenas

de otros humanos, senta-

dos, sin movernos apenas y

sin hablar, manteniendo la

vista fija en una pantalla de

cine, totalmente absortos

en las vidas de unos perso-

najes que nunca conocere-

mos y ¡que ni siquiera exis-

ten! O que perdamos días

enteros con las narices den-

tro de libros, leyendo letras

y más letras, engarzadas en

palabras, sin ver más que

esos símbolos negros sobre

fondo blanco. Para nosotros,

ir al cine o leer poco tienen

que ver con estas descrip-

ciones. Al poco de meternos

en una historia, nuestra

imaginación y nuestras

emociones vuelan y vivimos

como si nos pasara a noso-

tros aquello que nos rela-

tan. En este sentido, multi-

tud de experimentos han

mostrado que es precisa-

mente esta capacidad para

ponernos en el lugar de

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otros, para sentir lo que los

protagonistas de las histo-

rias sienten, lo que hace que

las historias resulten tan

atractivas para todos. Me-

lanie Green, psicóloga de la

Universidad estadouni-

dense de Carolina del Nor-

te, ha descubierto que la

gente que muestra tener

más empatía en los tests en

que se mide la capacidad

para detectar lo que otro

siente, las emociones de

otras personas, se deja

llevar más por las historias.

Cuanto más empáticos so-

mos, más nos interesa lo

que les ocurre a los demás

y más fácil nos resulta su-

mergirnos en un buen re-

lato. Y si lo que cuentan es

real, y pasa cerca de noso-

tros, entonces el grado de

interés aumenta de forma

exponencial.

LOS CUENTOS QUE NOSCUENTAN

Ante un buen relato baja-

mos nuestras defensas, y

simplemente nos paramos a

escuchar. Este fenómeno,

naturalmente ha sido utili-

zado también por los pode-

rosos para manipularnos. Y

es que ya lo dijo Joseph Sta-

lin, uno de los personajes

más sanguinarios de la his-

toria reciente: “una muerte

es una tragedia, un millón

de muertes son una estadís-

tica”. Con esta espeluznan-

te afirmación, Stalin pone

en evidencia nuestra debi-

lidad ante la narrativa

cuando nos sumergimos en

la historia particular de

alguien, cuando comparti-

mos su sufrimiento indivi-

dual, su tragedia será nues-

tra tragedia y seremos in-

cluso capaces de llorar. En

cambio, cuando analizamos

la tragedia de millones de

personas en conjunto, nos

cuesta más empatizar con

ellos, porque no les pone-

mos cara ni sabemos sus

historias personales y, por

tanto, sentiremos un esca-

lofrío leve y poco más guar-

daremos en la memoria. Es

por este motivo que los

políticos emplean muchas

veces anécdotas personales

en sus discursos. Expre-

siones como el “I have a

dream” de Martin Luther

King resultan mucho más

efectivas que la exposición

de datos analíticos que

intenten convencer sobre la

lógica de una y otra posi-

ción. La gente acepta mejor

las ideas de otro cuando sus

cerebros reciben una his-

toria que cuando reciben un

análisis frío y racional.

¿POR QUÉ MORIR?

Una de las consecuencias

de que el cerebro sea narra-

tivo es la creencia de la

existencia de la vida más

allá de la muerte. La gran

pregunta de por qué mori-

mos es central en todas las

culturas humanas y cada

cual ha buscado una res-

puesta, una explicación, a

través de la mitología y la

religión. Si nuestra mente

no se preguntara por qué

morimos, no se nos ocu-

rriría pensar en qué ocurre

después de morir. No sabe-

mos todavía en qué momen-

to exacto los humanos se

hicieron por primera vez

esta pregunta, aunque los

restos más antiguos que se

han encontrado, que pare-

cen indicar un interés en la

cuestión, están en el yaci-

miento de Atapuerca de

Burgos.

Allí, en el emplazamiento

de la Sima de los Huesos,

se encontró un hacha bifaz

a la que han llamado Exca-

libur, que parecía ser que

fue depositada en un ente-

rramiento, junto a un cuer-

po, para que éste se defen-

diese de los posibles peli-

gros que le esperaban en la

otra vida.

El hacha tiene una edad de

400 mil años, y es la evi-

dencia más antigua encon-

trada –hasta el momento-

de homínidos capaces de

preguntarse adónde iban

después de morir.

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A NUESTROS CEREBROS LESGUSTA QUE LES CUENTENCUENTOS

ALBERT FIGUERAS, MÉDICO Y ESCRITOR, 03.2010

El cerebro es curioso y se deja llevar por los chismes y las

historias. Cuando olemos que algo tiene pinta de cuento,

bajamos la guardia y tragamos lo que el narrador se

proponga. ¡Pero ojo! Hay quien aprovecha esta debilidad para

vendernos una moto.

¿Crees que puede desapa-

recer el pene del hombre?

En el año 1976, dos mil

tailandeses padecieron una

extraña enfermedad llama-

da koro, cuya manisfesta-

ción principal es la sensa-

ción de que el pene se va

reduciendo de tamaño. La

mayoría de los afectados vi-

vía cerca de la frontera con

Vietnam, convencidos de

que los vecinos comunistas

estaban atacando la capaci-

dad de reproducción de los

tailandeses para poder in-

vadirlos más fácilmente.

Actualmente, gracias a tra-

bajos de revisión como los

de Jonah Mattelaer, de la

Asociación Europea de Uro-

logía, sabemos que, en rea-

lidad, los pacientes con

koro sufren una crisis de

pánico: están convencidos

que su pene se va haciendo

cada vez más y más pequeño

debido a fuerzas sobre-

naturales, supuestos ene-

migos o embrujos, aunque,

objetivamente, al pene no

le sucede nada.

A nuestro cerebro le gus-

ta escuchar historias y

hacérselas suyas, hasta

el punto de que tiene re-

servada una ruta neuro-

nal específica para los

cuentos y cotilleos, dis-

tinta de la que utiliza

para escuchar y obede-

cer órdenes o analizar

datos. Y esta fascinación,

junto con la necesidad

humana de buscar expli-

caciones ante la incerti-

dumbre de la vida, facili-

ta la aparición y disemi-

nación de rumores, teo-

rías conspirativas y chis-

mes de todo tipo. Vivir

supone incertidumbre ya

que ignoramos la causa de

algunas cosas, sabemos que

hay seres humanos movidos

por la maldad y el beneficio

propio hasta límites salva-

jes y gigantescas corpora-

ciones cuya finalidad última

es el máximo lucro; tam-

bién sabemos que los servi-

cios secretos de los gobier-

nos y algunos magnates de

estas corporaciones mane-

jan información reservada.

Todo ello (secreto, poder,

dinero, cuestiones sin res-

puesta o poco transparen-

tes), junto con la creencia

extendida de que las apa-

riencias engañan y la segu-

ridad de que siempre hay

un enemigo, deja espacio

para explicaciones eficaces

al oído (suenan bien) pero

que, cuando se analizan de

una forma crítica, acostum-

bran a desmoronarse: o

parten de una premisa fal-

sa, o falsean la lógica o re-

querirían de un número de

cómplices imposibles de

creer.

¿No te has sorprendido

nunca escuchando una

conversación ajena en el

autobús? El cerebro se

fasci-na por las historias.

Se ha podido demostrar

que cuando escuchamos una

historia que nos interesa, se

activan áreas cerebrales

distintas a las que se acti-

van al recibir una orden o

al analizar datos. Cuando

escuchamos una historia,

nos encontramos en un es-

tado relajado: aceptamos

sin juzgar la lógica profunda

ni la verdad científica de lo

que nos cuentan. Colo-

quialmente diríamos que

“nos lo tragamos todo”.

Algunos estudios demues-

tran que las personas ten-

demos a aceptar mejor las

ideas nuevas cuando el ce-

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rebro se encuentra en ese

estado apropiado para

escuchar historias, cosa que

no sucede si se encuentra

en el estado de “escuchar

órdenes”. Esto es impor-

tante, porque el hecho de

que los humanos nos

expliquemos historias, per-

mite transmitir conoci-

mientos de padres a hijos y

lograr un aprendizaje me-

diante el ejemplo –evitando

el costoso ensayo y error

que, en ocasiones, puede

llegar a ser fatal-. Mediante

historias, aprendemos que

debajo de las piedras puede

haber escorpiones pero

también que si uno miente

repetidamente, al final na-

die le cree, ni cuando dice

la verdad. ¿Acaso no re-

cuerdas con nostalgia los

cuentos que te explicaron

de niño? ¿No los repites con

gusto? Gabriel García Már-

quez siempre afirma que el

contenido de buena parte

de sus novelas sobre el

Caribe mágico, se lo conta-

ron sus abuelos durante su

estancia en Aracataca. Por

tanto, explicarse histo-

rias, aparte de potenciar

la comunicación y refor-

zar el grupo, es útil para

el crecimiento personal y

la evolución de la espe-

cie. Además, un estudio de

Rymond Mar del Departa-

mento de Psicología de la

Universidad canadiense de

Toronto, llegó a una conclu-

sión curiosa: la tendencia

de una persona a dejarse

absorber por una histo-

ria de ficción se relacio-

na directamente con su

grado de empatía, una

cualidad esencial para

lograr un buen desempe-

ño social.

De todo ello, podemos

sacar algunas ideas que

pueden ser muy útiles:

Es importante ser crítico con lo que te explican –como recuerda el lingüista Noam Chomsky, esdistinto ser crítico con el análisis institucional que creer que todo son conspiraciones-: la críticaes un ejercicio saludable que promueve el diálogo; las conspiraciones, en cambio, suelenculpabilizar a algún colectivo y, por ello, acaban siendo nocivas.

Escuchar historias es una actividad placentera, como leer buenas novelas o ver buen cine; hacerlote mejorará la empatía y, por tanto, las relaciones sociales.

Sin embargo, no debemos olvidar que el cerebro acepta bien lo que creemos que es un cuento,por lo que a veces pueden utilizar esta puerta para confundir ficción y realidad, para queaceptemos, sin rechistar, algo que deberíamos analizar cuidadosamente, incluso publicidad.Sólo el conocimiento de cómo funciona el cerebro y cultivar un espíritu crítico nos ayudarán adiscernir y mantener nuestra libertad de criterio.