Clave Para Todos- Relaciones_peligrosas

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LEANDRO MORGENFELD RELACIONES PELIGROSAS ARGENTINA Y ESTADOS UNIDOS CLAVES PARA TODOS COLECCIÓN DIRIGIDA POR JOSÉ NUN

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  • LEANDRO MORGENFELD

    RELACIONES PELIGROSASARGENTINA Y ESTADOS UNIDOS

    CLAVES PARA TODOSCOLECCIN DIRIGIDA POR JOS NUN

  • 2012, Leandro Morgenfeld 2012, Capital Intelectual

    Paraguay 1535 (1061) Buenos Aires, ArgentinaTelfono: (+54 11) 4872-1300 / Fax: (+54 11) 4872-1329www.editorialcapin.com.ar / [email protected] edicin: 2500 ejemplares

    Impreso en Grfica MPS S.R.L., Santiago del Estero 338, Gerli, en octubre de 2012. Distribuye en Cap. Fed. y GBA: Vaccaro, Snchez y Ca. S.A. Distribuye en interior: D.I.S.A. Queda hecho el depsito que prev la ley 11.723. Impreso en Argentina. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicacin puede ser reproducida sin permiso escrito del editor.

    Pedidos en Argentina: [email protected] desde el exterior: [email protected]

    Director Jos Nun

    EdicinLuis Gruss

    Correccin Adolfo Gonzlez Tun

    Diagramacin Vernica Feinmann

    Ilustracin Miguel Rep

    Produccin Norberto Natale

    Morgenfeld, Leandro ArielRelaciones peligrosas: Argentina y Estados Unidos1a ed., Buenos Aires, Capital Intelectual, 2012144 p., 20x14 cm. (Claves para todos, dirigida por Jos Nun, N 126)ISBN 978-987-614-386-8 1. Relaciones Internacionales

    327.1CDD

  • NDICEIntroduccin 11

    CaptulounoLa doctrina Monroe 15

    CaptulodosPrimeros conflictos 23

    CaptulotresAmrica para los Americanos? 35

    CaptulocuatroAcuerdos y desacuerdos 47

    CaptulocincoNadie es neutral 59

    CaptuloseisLa tercera posicin 71

    CaptulosieteEl sometimiento 83

    CaptuloochoDerechos y humanos 95

    CaptulonueveRelaciones carnales 107

    CaptulodiezLa apuesta latinoamericana 117

    Conclusiones 129

    Bibliografa 137

    Elautor 143

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    INTRODUCCIN

    Carnales? Tumultuosas? Maduras? Conflictivas? Intensas? Distantes? A lo largo de la historia, protagonistas y analistas caracterizaron de las ms diversas formas al vnculo bilateral. Argentina y Estados Unidos comparten un pasado comn: fueron colonias. La independencia lograda por las posesiones inglesas en Norteamrica en 1776 fue un faro para los revolu-cionarios del Ro de la Plata. Sin embargo, ese origen compar-tido no se tradujo en una relacin estrecha entre Washington y Buenos Aires. Tampoco en una esperable solidaridad durante las luchas anticoloniales. La Casa Blanca demor el recono-cimiento de las independencias latinoamericanas y tempra-namente, en 1823, plante la doctrina Monroe, fuente de esperanzas, recelos y equvocos al sur del ro Bravo. La creen-cia en el destino manifiesto y un temprano expansionismo anexionista fueron convirtiendo a Estados Unidos, primero, en una potencia continental, y mundial despus. El apetito por ampliar su territorio a costa de guerras y conquistas y consoli-dar lo que consideraban su patio trasero produjo un divorcio

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    con las clases dirigentes latinoamericanas, temerosas pero a la vez crecientemente dependientes del gigante del Norte.

    Argentina, desde sus orgenes, mir ms hacia Londres y Pars que hacia Nueva York o Washington. La clase dominante criolla, europesta, fue tejiendo lazos econmicos, polticos, sociales y culturales con el Viejo Continente. Desde finales del siglo XIX, cuando Estados Unidos pretendi erigir una unin aduanera continental, los gobernantes del rgimen oligrquico dificultaron todo lo posible la organizacin panamericana. No por un afn latinoamericanista (el escepticismo hacia Bolvar y el proyecto de una patria grande estuvo siempre a la orden del da), sino porque eran temerosos de malquistar a los gober-nantes de los pases europeos, que provean capitales, prsta-mos y mercados para las exportaciones agropecuarias.

    Hasta la Segunda Guerra Mundial, hubo idas y vueltas en el vnculo bilateral, limitado por el carcter no complementario de ambas economas y por las trabas estadounidenses a las compras de lanas, carnes y granos argentinos. Desde 1941, la tenaz neutralidad de la Casa Rosada pas a ser eje de conflicto, luego potenciado por el ascenso de Juan Domingo Pern. El planteo de la Tercera Posicin y sus polticas nacionalistas y reformistas fueron un desafo para los planes hegemnicos del Departamento de Estado, aunque no al punto de impedir la creacin de la OEA o la aprobacin del TIAR, dos objetivos estratgicos para Washington.

    En los aos 50, la Guerra Fra se traslad al continente ame-ricano. Primero con el golpe contra Jacobo Arbenz en Gua-temala y luego, plenamente, tras el triunfo de la Revolucin Cubana. El peligro rojo se haba instalado en el patio trasero. La respuesta de la Casa Blanca fue una nueva combinacin de palos y zanahorias, o sea agresiones militares y promesas de concesiones econmicas. Las relaciones interamericanas

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    volvieron a crujir. Era la hora de la Alianza para el Progreso, la Doctrina de Seguridad Nacional y los golpes de Estado en todo el continente, impulsados por militares entrenados en la Escuela de las Amricas. Arturo Frondizi, a su manera, intent sacar provecho de la situacin, alentando negociaciones con la Casa Blanca, pero su gobierno sucumbi ante los militares.

    La sucesin de dictaduras en la Argentina no allan la rela-cin con Washington. Complejas alianzas internacionales con la apertura al Este en el medio, diferencias econmi-cas potenciadas por la crisis de los aos setenta, choques vinculados a la violacin de los derechos humanos y, final-mente, la Guerra de Malvinas, dificultaron mucho ms de lo predecible el vnculo bilateral. La vuelta de la democracia se dio junto a profundas crisis econmicas. La elevadsima y frau-dulenta deuda externa oper como un elemento disciplinador. En consecuencia, con Ral Alfonsn hubo un rpido abandono de tenues posiciones heterodoxas iniciales, en funcin de un giro realista en la relacin con Washington. La confluencia con Ronald Reagan no tard en llegar. Aos despus, la depen-dencia financiera se profundiz, derrota popular mediante, y las relaciones pasaron a ser carnales, como nunca antes. Tras el Consenso de Washington, se teorizaba, era necesario asumir el realismo perifrico y no confrontar con la principal potencia mundial en un mundo pretendidamente unipolar.

    El estallido de 2001, en el marco de un movimiento popular que se vio replicado en buena parte de Amrica latina, oblig a repensar, tambin, el vnculo bilateral. El proyecto estadouni-dense del rea de Libre Comercio para las Amricas (ALCA), que pareca inexorable, fue finalmente derrotado hacia 2005, en Mar del Plata. En el nuevo contexto poltico y social regional emergi, con lmites y contradicciones, un indito horizonte de integracin latinoamericana, por fuera del mandato de

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    Washington. La Casa Blanca, en consecuencia, debi soportar resistencias en la regin, incluyendo las de la Casa Rosada, con la que tuvo un vnculo ambivalente en la primera dcada del siglo XXI. Existen posibilidades de una nueva relacin Argen-tina-Estados Unidos? Otra Amrica es posible? Se puede abandonar la concepcin del realismo perifrico? Hay condi-ciones para que el horizonte de la integracin apunte a Am-rica, en vez de Estados Unidos, Europa o Asia? Es momento de (re)pensar la relacin bilateral con parmetros distintos de los que se la abord hasta ahora?

    El presente libro es una invitacin a abordar estos interro-gantes, recorriendo dos siglos de conflictivas relaciones entre Argentina y Estados Unidos y sintetizando investigaciones que venimos realizando desde hace una dcada. Nos interesa com-prender el carcter de la relacin entre un pas que, a pesar de su pasado colonial, desarroll el capitalismo hasta constituirse en una potencia imperial y otro que se incorpor tardamente a la economa mundial como pas dependiente. No pretendemos realizar una descripcin de todos los avatares de la relacin, sino destacar los ejes fundamentales de la misma, integrando las dimensiones poltica, econmica y social.

    Siendo esta obra una sntesis de nuestras investigaciones, optamos por evitar las citas, notas y referencias bibliogrficas y documentales, para lograr una exposicin y lectura ms flui-das. Al final del libro, que aborda en diez captulos las etapas y problemas fundamentales que atraves el vnculo bilateral, se presenta una completa bibliografa de referencia. En nues-tras publicaciones anteriores, all consignadas, estn citados y transcriptos los documentos argentinos y estadounidenses que respaldan los planteos aqu esbozados.

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    CAPTULO 5NADIE ES NEUTRAL

    El perodo 1936-1946 fue de los ms conflictivos en la historia de la relacin bilateral. Uno de los ejes de tensin entre la Casa Blanca y la Rosada gir en torno de los posicionamientos dis-tintos respecto de la Segunda Guerra Mundial. En realidad, ya en la Conferencia de Consolidacin de la Paz (Buenos Aires, diciembre de 1936) se haba producido un primer choque entre ambos pases, a pesar de los esfuerzos de Roosevelt por gran-jearse el apoyo argentino. En Europa se velaban las armas y el canciller Saavedra Lamas hizo todo lo posible para impedir la profundizacin de la organizacin panamericana. Apostaba, en cambio, por la Sociedad de Naciones y quera evitar cual-quier compromiso que implicara subordinarse a Estados Uni-dos en caso de guerra. Cuando sta estall, hacia 1939, el pas del Norte fue involucrndose cada vez ms, para apoyar a los aliados, en particular a Gran Bretaa.

    Durante los dos primeros aos, todos los pases americanos se mantuvieron neutrales, aunque hubo propuestas diversas,

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    por parte de la Casa Blanca y la Casa Rosada, sobre cmo posi-cionarse frente a la guerra. La situacin dio un giro radical en diciembre de 1941, cuando Estados Unidos declar la guerra y pretendi que todos los pases americanos rompieran rela-ciones con el Eje. Argentina resisti hasta donde pudo esa exi-gencia y se mantuvo neutral; eso le vali diversas presiones econmicas y diplomticas por parte de Washington.

    Tras el golpe militar que expuls del gobierno a los con-servadores (4 de junio de 1943), la tensin no hizo sino incre-mentarse, incluso luego del abandono de la neutralidad, por el desplazamiento de Ramrez por el tndem Farrell-Pern (febrero de 1944). El secretario de Estado, Hull, hizo lo posi-ble para aislar al gobierno argentino, incluyendo el retiro de embajadores. Pero hacia fines de 1944 cambi la direccin del Departamento de Estado, y se impuso el grupo liderado por Nelson Rockefeller, quien pretenda profundizar las relaciones con Amrica latina pensando en el mundo de posguerra. El poderoso hombre de negocios, y ahora tambin funcionario, negoci con Pern los trminos de la entrada argentina en la guerra y de la normalizacin de las relaciones bilaterales, que atravesaron en esos aos mltiples y complejas alternativas.

    LAMASVERSUSHULLEl entendimiento relativo que haban alcanzado ambos cancille-res en 1933 no se repiti tres aos ms tarde, en la conferencia de Buenos Aires. El objetivo de la Casa Blanca era conseguir un compromiso de los 21 pases de la Unin Panamericana para crear un mecanismo efectivo que permitiera repeler una even-tual agresin extracontinental. Roosevelt, para evitar los cho-ques con Argentina, haba propuesto que Buenos Aires fuera la sede (esperando que nuestro pas tuviera, en su carcter de anfi-

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    trin, una actitud cooperativa, similar a la de la Conferencia de 1910), y hasta haba viajado para inaugurar, junto al presidente Justo, el crucial cnclave. Este dato no es menor ya que el pre-sidente estadounidense prcticamente nunca viajaba al exterior.

    Sin embargo, las cosas no salieron segn los planes del Departamento de Estado. En Argentina, luego de tres aos de frustradas promesas, haba escepticismo frente al postergado acuerdo comercial con Estados Unidos, que permitiera sortear las barreras impuestas por el bloque agrcola. Adems, Saave-dra Lamas contaba ahora con un gran prestigio internacional: haba comandado las negociaciones de paz para finalizar la Guerra del Chaco, presidido la ltima asamblea de la Sociedad de las Naciones y recibido el Nobel de la Paz. Esta circuns-tancia potenciaba sus aspiraciones presidenciales y le otorg mayor poder para dificultar la concrecin del plan de Hull. En detrimento de las aspiraciones estadounidenses de potenciar las instituciones hemisfricas, sostuvo que haba que adoptar una actitud universalista, y apostar por la organizacin inter-nacional con sede en Ginebra. No poda erigirse en Amrica, argumentaba, una Liga de Naciones paralela.

    Segn su planteo, deba avanzarse en cinco ejes: reforzar los instrumentos ya vigentes para consolidar la paz, siempre que fueran de carcter universal y no exclusivamente americanos; establecer el compromiso de no intervenir diplomtica ni militar-mente en otros Estados, con la excusa de la defensa de intereses de ciudadanos o empresas nacionales (la alusin a Estados Uni-dos era obvia); disponer una tregua aduanera para contrarrestar la guerra de tarifas que se expanda en el mundo (era un tiro por elevacin contra el proteccionismo estadounidense en materia agrcola); reducir las restricciones sanitarias para la importacin de bienes agropecuarios (un ataque directo a las medidas fitosa-nitarias impuestas una dcada atrs contra las exportaciones de

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    carne argentina); y, tambin, fomentar los transportes martimos en pos de un mayor comercio interamericano.

    Luego de mltiples negociaciones se estableci una Conven-cin sobre Mantenimiento, Afianzamiento y Restablecimiento de la Paz, que prevea consultas interamericanas en caso de con-flictos o guerras que afectaran a pases americanos. Siendo una Convencin, requera la aprobacin de los Parlamentos nacio-nales, proceso complejo, largo y de incierta suerte. Adems, se estableci un Protocolo sobre No Intervencin y una Declaracin sobre Solidaridad y Cooperacin Hemisfrica. Esto estuvo muy lejos del compromiso concreto de solidaridad continental que ansiaba Hull, que inclua la creacin de un organismo de con-sulta permanente. Tampoco se avanz en una suerte de conti-nentalizacin de la doctrina Monroe, que hubiera obligado a los pases americanos a actuar conjunta y automticamente, bajo el comando de Washington, frente a un eventual ataque europeo.

    Sumner Welles, subsecretario de Estado encargado de la relacin con Amrica latina, realiz un balance demasiado optimista, destacando que se haba aprobado todo por una-nimidad, se haba creado un sistema de consultas en caso de conflictos (cuyo alcance fue materia de posterior discusin e interpretacin) y un compromiso de actuar solidariamente en caso de ataque exterior. Sin embargo, el precio pagado para evitar el boicot de la Cancillera argentina fue demasiado alto. Saavedra Lamas haba conseguido que la vocacin euro-pesta de su poltica exterior (Ginebra deba ser el norte, y no Washington) estableciera lmites claros a las pretensiones estratgicas del gigante del Norte. Hull, por su parte, empez a vislumbrar que Argentina sera el mal vecino del Sur, como calific al pas aos ms tarde. Este temprano choque diplo-mtico preanunciaba los conflictos que protagonizaran ambos pases tras el estallido de la guerra mundial.

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    LANEUTRALIDADPoco antes del inicio de la guerra se reuni en Lima la Octava Conferencia Panamericana. En esa reunin volvieron a chocar las posiciones de ambos pases. El canciller argentino, Jos Mara Cantilo, pronunci un encendido discurso de apertura, defendiendo los vnculos tradicionales con Europa, y luego abandon el cnclave y se fue de vacaciones a Chile, dejando a la delegacin argentina sin instrucciones precisas sobre cmo actuar, lo cual fue acertadamente analizado como un virtual boicot a la conferencia. Hull, ofuscado, debi apelar al presi-dente Roberto M. Ortiz para alcanzar la necesaria unanimidad y votar la Declaracin de Lima, que estableca los principios de solidaridad americana, reglamentando el sistema de consultas aprobado en 1936 en Buenos Aires. Se arrib a una solucin de compromiso entre el deseo de Hull de establecer un tratado con fuerza vinculante y la actitud esquiva de Cantilo, renuente a avanzar en una organizacin panamericana comandada por Washington. Al aprobar una declaracin, sta no precisaba ratificacin por parte de los Congresos nacionales, lo cual la haca ms rpidamente efectiva, pero a la vez dejaba lugar a la libre interpretacin sobre su contenido, que era ms poltico que jurdico.

    El estallido de la guerra gener mltiples cambios en las relaciones bilaterales. Argentina export cada vez ms a Esta-dos Unidos. Tambin le compr ms, en los primeros aos, hasta que las sanciones econmicas que se sucedieron desde 1942, producto de los conflictos derivados de la neutralidad argentina, restringieron las ventas estadounidenses al pas del Sur. Esta coyuntura particular llev a que Argentina tuviera un supervit comercial con Estados Unidos, lo cual haba ocu-rrido en muy contadas ocasiones en la historia. Ms all de los conflictos diplomticos y las sanciones econmicas, las inver-

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    siones estadounidenses en el pas no sufrieron demasiados cambios durante la conflagracin.

    Lo que s cambi en esta etapa fue la relacin poltica, que desde enero de 1942 alcanz los mayores niveles de tensin de toda la historia. En los dos primeros aos de la guerra, cuando la neutralidad no estaba en discusin, el vnculo diplomtico transit por andariveles previsibles. En la reunin de con-sulta de cancilleres de Panam (1939) hubo un entendimiento general, y las diferencias, menores, giraron en torno del tipo de patrullaje de la zona martima de seguridad all creada. Unos meses despus, en abril de 1940, una iniciativa del can-ciller Cantilo provoc cierto revuelo en el mbito diplomtico continental. Con el apoyo britnico, el funcionario argentino propuso que los pases americanos declararan la no belige-rancia. Roosevelt, en plena campaa electoral (y defendin-dose de los ataques del Partido Republicano, que lo acusaban de querer llevar al pas a la guerra), descart la iniciativa de Buenos Aires. No poda aceptar, adems, que tamaa decisin estratgica en la regin corriera por cuenta del vecino dscolo del Sur. Sin embargo, seis semanas ms tarde, tras la cada de Pars, la situacin de los Aliados estaba debilitndose y Roose-velt impuso una participacin ms activa para apoyarlos.

    Estados Unidos convoc a una segunda reunin de consulta de cancilleres americanos (La Habana, 1940), en la que se resol-vi una panamericanizacin de la doctrina Monroe. All se esta-bleci, fundamentalmente, que no se aceptara el traspaso de colonias americanas de una potencia europea a otra (preocu-paba fundamentalmente la suerte de las colonias francesas). La forma que adquirira la administracin provisional de las mis-mas, tras el avance del Eje, gener discusiones, pero Argentina no boicote las iniciativas de la Casa Blanca, entre otros motivos porque esperaba que se aprobaran crditos (del Eximbank, que

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    financiaba el comercio exterior estadounidense) y se ampliara el acceso de sus exportaciones al mercado del pas del Norte. Roosevelt, a travs de la Ley de Prstamo y Arriendo, logr ali-near a buena parte de los pases del continente, en la vspera de lo que sera su (esperada) entrada en la guerra. En Argen-tina, adems, haban ganado posiciones en el gobierno quienes planteaban la necesidad de un acercamiento a Estados Unidos, en particular el ministro de Hacienda, Federico Pinedo, autor de un singular plan econmico.

    Pero el acercamiento entre Buenos Aires y Washington dur apenas unos meses. Estados Unidos se encaminaba a entrar en la guerra, con lo cual se incrementaron las presiones sobre el resto de las Cancilleras americanas. Adems, los sectores internos ms propensos al acercamiento a Estados Unidos se alejaron del gobierno de Ramn S. Castillo, reforzando la posi-cin de los defensores ms acrrimos de la neutralidad.

    Tras el bombardeo japons a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, Estados Unidos se lanz a la guerra. En pocos das logr que varios pases latinoamericanos declararan la guerra o rom-pieran relaciones con el Eje. Adems convoc para enero de 1942 a una tercera reunin de cancilleres americanos (Ro de Janeiro) para forzar una reaccin conjunta en el Hemisferio Occidental. Sin embargo, all debieron enfrentar la dura oposicin del canci-ller argentino, Enrique Ruiz Guiaz, a abandonar la neutralidad. Se abra un nuevo captulo conflictivo en la relacin bilateral.

    DISTANCIAARGENTINATras la reunin de Ro, solo Chile y Argentina se mantuvieron neutrales. El pas trasandino finalmente rompi relaciones con el Eje unos meses ms tarde, siendo Argentina el nico pas latinoamericano que sostuvo la neutralidad, hasta enero

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    de 1944. La Casa Blanca ejerci todo tipo de presiones para forzar a la Casa Rosada a abandonar esa posicin: no le ven-di ms armamentos, restringi las exportaciones de bienes vitales para la industrializacin del pas del Sur (la sustitucin de importacin se haba incrementado en Argentina desde el estallido de la guerra), no hubo ms prstamos ni radicacin de nuevas inversiones.

    Adems de estas sanciones econmicas, retir a su emba-jador en 1944 y presion a Gran Bretaa y otros pases lati-noamericanos para que hicieran lo propio, procurando aislar al gobierno de Farrell-Pern, que haba sucedido a Ramrez. Roosevelt lleg incluso a insistirle a Winston Churchill para que no compraran ms carne a Argentina. Hasta concibi un plan para restringir el consumo de carne en Estados Unidos, de forma tal de poder generar un saldo exportable hacia Gran Bre-taa, que pudiera reemplazar las compras de carne argentina.

    Si Londres hubiera aceptado instrumentar esta suerte de embargo, el gobierno de Farrell difcilmente hubiera podido evitar el colapso econmico. Pero Churchill se neg a dar ese paso extremo, primero porque necesitaba la carne argentina para alimentar a sus tropas, y segundo, como prueban los documentos del Foreign Office, porque saba que Estados Uni-dos estaba intentando desplazar lo que quedaba de la influen-cia britnica en el Ro de la Plata. As, mientras pblicamente la Cancillera britnica se alineaba con el Departamento de Estado criticando la neutralidad argentina, en las reuniones bilaterales con los militares que gobernaban en Buenos Aires, planteaba que lo que necesitaban era el abastecimiento de carne, que la posicin frente a la guerra era secundaria para sus intereses. Veladamente, lo que se daba era una disputa entre Gran Bre-taa y Estados Unidos por la hegemona en Argentina, uno de los ltimos bastiones ingleses en Amrica.

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    En ese perodo, y hasta diciembre de 1944, en el Departa-mento de Estado se impuso la lnea del canciller Hull, que pro-pona una poltica dura para doblegar y aislar al gobierno militar. Las presiones, que nunca llegaron al nivel de un boi-cot contra Argentina, se mantuvieron incluso cuando se aban-don la neutralidad. Los militares del GOU, y en especial Pern (ahora vicepresidente de Farrell), causaban un especial rechazo entre la mayor parte de quienes digitaban la poltica exterior estadounidense. El gobierno argentino era calificado como nazifascista, aunque la poltica de neutralidad se haba iniciado en el perodo conservador, cuando Castillo era presidente.

    Por qu Argentina mantuvo la neutralidad durante tanto tiempo, pese a las crecientes presiones externas (Estados Unidos) e internas (los grupos aliadfilos tenan una amplia capacidad de movilizacin, y hasta la izquierda vinculada al Partido Comunista y el Partido Socialista impulsaba los fren-tes antifascistas)? En primer lugar, por razones econmicas. Los intereses ligados a la exportacin de bienes agropecua-rios, fundamentalmente destinados al mercado ingls, eran en general partidarios de mantener la neutralidad para poder seguir vendiendo sin las dificultades de ser beligerantes. Pero tambin estos intereses econmicos se conjugaban con otros: sectores nacionalistas que se negaban a encolumnarse tras los designios del Departamento de Estado, grupos anticomunistas que renegaban de la alianza Estados Unidos-Unin Sovitica, corrientes ligadas a la Iglesia Catlica y hasta algunos militares, minoritarios, adherentes a la ideologa nazifascista. Adems, las sanciones estadounidenses fueron aislando a los sectores ms aliadfilos (el affaire Storni, tras el golpe de 1943, es un claro ejemplo de ello) y reforzando las posiciones neutralistas.

    Pedro P. Ramrez decidi romper relaciones con el Eje en enero de 1944, tras las amenazas del Departamento de Estado

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    de publicar los documentos del affaire Hellmuth un oficial argentino de origen alemn haba sido enviado a Europa a com-prar armas, y fue detenido por la inteligencia aliada y acusado de espionaje y del supuesto apoyo argentino al golpe militar en Bolivia contra Enrique Pearanda, en diciembre de 1943. Pero esto le cost la presidencia, y pocas semanas despus fue des-plazado por la dupla Farrell-Pern, opuestos a lo que suponan una inaceptable concesin al Departamento de Estado.

    Las tensiones bilaterales no hicieron sino incrementarse en los meses siguientes. La Casa Blanca pretenda desconocer al nuevo gobierno y alent su aislamiento diplomtico. La situa-cin, sin embargo, dio un vuelco hacia diciembre de 1944, con la salida de Hull del Departamento de Estado y su reemplazo por Edward Stettinius, quien, junto a Nelson Rockefeller, nuevo subsecretario de Estado para Asuntos Hemisfricos, plantea-ron la necesidad de un acercamiento hacia Buenos Aires.

    DECLARACINDEGUERRADesde principios de 1944, Argentina estaba semiaislada diplo-mticamente y el sistema interamericano virtualmente parali-zado, entre otras razones por el conflicto Washington-Buenos Aires. La Cancillera argentina, para intentar sortear esta situa-cin, solicit en octubre la convocatoria a una reunin de can-cilleres. Haba presin de distintos pases americanos hacia la Casa Blanca para resolver el caso argentino. La guerra estaba pronta a finalizar y ya se discuta la posterior reconfiguracin del mundo. En el Departamento de Estado, tras la salida de Hull, se impuso la lnea de quienes planteaban que haba que llegar a un acuerdo con la Casa Rosada para unificar a todo el continente.

    Rockefeller, con cuantiosos vnculos econmicos y polticos en Amrica latina, era el principal exponente de esta corriente. Las relaciones entre Estados Unidos y sus vecinos del Sur ahora

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    estaban en sus manos. Representaba a los grandes industriales y financistas que queran hacer negocios en y con Argentina y terminar de desplazar a Gran Bretaa del Cono Sur. La poltica dura de Hull, argumentaban, haba fracasado en debilitar al gobierno militar y pocos vean posible licuar la influencia cre-ciente de Pern. Incluso muchos representantes de las Fuerzas Armadas estadounidenses (y del complejo militar-industrial a ellas asociado) pretendan llegar a un acuerdo con las autori-dades argentinas, para poder proveerlas de armamentos. Este poderoso grupo entenda que, en el mbito mundial, el Eje nazi-fascista, en vas de ser derrotado, ya no sera un problema en el futuro. Y vislumbraban, adems, que la alianza con la Unin Sovitica no se mantendra por mucho tiempo. Por este motivo, haba que profundizar los lazos hemisfricos, incluyendo a los militares ms resistentes al avance estadounidense, quienes al fin y al cabo eran profundamente anticomunistas. Los lderes de las grandes potencias estaban repartindose el mundo, y Estados Unidos sostena que Amrica deba ser su indiscutida rea de influencia. Para ello, requeran mostrar la cohesin del sistema interamericano.

    En enero de 1945, Rockefeller envi una misin secreta a Buenos Aires, encabezada por Rafael de Oreamuno, para nego-ciar con Farrell y Pern los trminos del ingreso argentino en la guerra, el fin de la virtual ruptura diplomtica entre la Casa Blanca y la Rosada, y la reincorporacin argentina al sistema interamericano. Entre febrero y marzo se reuni en Mxico la Conferencia de Chapultepec, en la que se deline la organiza-cin panamericana de posguerra (la que tres aos ms tarde se transform en la OEA) y se establecieron las condiciones para que Argentina fuera readmitida (si bien nunca haba sido expulsada de la Unin Panamericana, no pudo participar en esa crucial conferencia).

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    El 27 de marzo, el gobierno argentino declar la guerra al Eje, luego firm el Acta de Chapultepec, normaliz las relacio-nes diplomticas con Estados Unidos (y los dems pases que se le haban sumado retirando sus embajadores), recibi a la misin Warren y hasta pudo participar en San Francisco en la Asamblea fundacional de la Organizacin de las Naciones Unidas (ONU). Esto ltimo fue posible por la presin latinoa-mericana y la gestin de Rockefeller, y a pesar de la fuerte opo-sicin de la Unin Sovitica y de sectores del Departamento de Estado que resistan el acercamiento al gobierno argentino.

    Si bien el vnculo bilateral pareca reencauzarse, tras una dcada de tensiones, en realidad se iniciara otra etapa de con-flictos. La muerte de Roosevelt, el 12 de abril, y el nombra-miento de Spruille Braden como nuevo embajador en Buenos Aires, mostraron que quienes pretendan desplazar a Pern del poder todava tenan fuerzas en el Departamento de Estado. Stettinius y Rockefeller impulsaban una poltica de entendi-miento con la Casa Rosada, pero Braden desplegara exacta-mente la opuesta, interviniendo en el proceso poltico interno a niveles inaceptables incluso para las tradicionales formas diplomticas. La guerra estaba finalizando, Argentina haba normalizado sus relaciones con Estados Unidos, pero el con-flicto Pern-Braden determinara la turbulenta relacin bilate-ral en los dos aos siguientes.

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    CAPTULO 6LA TERCERA POSICIN

    Las relaciones entre Argentina y Estados Unidos durante el pri-mer peronismo fueron tensas, contradictorias y registraron idas y vueltas, lo que produjo un sinfn de interpretaciones sobre las mismas. No es casual la existencia de una amplia bibliografa sobre la complejidad del vnculo bilateral durante estos aos. La relacin de Pern con la Casa Blanca tiene una marca de origen: su publicitado choque con Braden. El embajador esta-dounidense, durante su fugaz mandato en Buenos Aires (mayo-septiembre de 1945), cobr notoriedad por intentar amalgamar a la oposicin al gobierno militar y articularla a travs del frente que luego se plasm en la Unin Democrtica. Fue quitado de su puesto, a su pesar, muy poco antes del 17 de octubre, pero pas a ocupar la estratgica Subsecretara de Estado para Asun-tos Hemisfricos. Desde all, intent evitar el triunfo electoral peronista en febrero de 1946, con la publicacin del famoso Libro Azul. Incluso habiendo fracasado en su intento, por casi dos aos ms persisti en su actitud hostil hacia la Casa Rosada.

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    Pern plante una poltica exterior original, la Tercera Posi-cin, que pretenda cierta autonoma frente a las potencias en el marco de la naciente Guerra Fra. Entender qu implic esta orientacin es fundamental para comprender los vaivenes de la relacin con Washington. Si en los primeros tres aos la relacin bilateral mostr signos de mayor tensin, la crisis 1949-52 mostr los lmites del proyecto econmico peronista, e impuso una reorientacin del vnculo con Washington, deter-minado por la expansin de los capitales estadounidenses en todo el continente.

    Pern debi transitar un delicado equilibrio entre las necesi-dades financieras y comerciales (hubo varias misiones econ-micas al pas del Norte), los compromisos exigidos a cambio (participacin en la Guerra de Corea, aprobacin del TIAR y de la Carta de la OEA) y una poltica y discurso nacionalistas y con algunos enunciados antiimperialistas. El inicial compro-miso de enviar tropas a Asia, la ley de inversiones extranjeras negociada con Milton Eisenhower en 1953 o los precontratos petroleros con la Standard Oil Company generaron crticas y tensiones entre algunos sectores nacionalistas, incluyendo los que apoyaban a Pern.

    NIYANQUISNIMARXISTASEs imposible entender la poltica exterior peronista sin situarla en el particular contexto de la inmediata posguerra, el inicio del mundo bipolar y la Guerra Fra (1947), que dio lugar ms adelante al surgimiento de un movimiento de pases no ali-neados. La Tercera Posicin implicaba una diversificacin de los vnculos exteriores, que pivoteaban entre acuerdos o ten-siones con la nueva potencia hegemnica (Estados Unidos), los socios tradicionales (Gran Bretaa y dems potencias de

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    Europa continental) y la Unin Sovitica, con la que Pern esta-bleci relaciones diplomticas no bien asumi la presidencia.

    Ni yanquis ni marxistas fue la consigna que sintetizaba la pretendida autonoma que Pern planteaba respecto de Washington y Mosc. Siempre dentro del mundo capitalista de Occidente, Pern coquete con un acercamiento a la Unin Sovitica para tener un mayor margen de autonoma en las relaciones con la Casa Blanca. Existe un gran debate historio-grfico sobre qu signific la Tercera Posicin: un mero eslo-gan electoral y por lo tanto un mito, la simple continuacin de una tradicin neutralista que provena de la etapa conser-vadora y se haba mantenido durante la guerra mundial, o una nueva doctrina que expresaba la orientacin nacional y popu-lar que se atribua el peronismo.

    La mitificaron tanto sus apologistas quienes indicaron que fue la piedra fundamental del tercermundismo que se inaugur aos ms tarde en Amrica latina, Asia y frica como sus detractores, para quienes apenas fue una consigna publicitaria. Estos ltimos resaltan las idas y vueltas y las con-tradicciones de la poltica exterior peronista (incluyendo sus acercamientos frecuentes a Washington) para argumentar que Pern era simplemente un pragmtico, cuyas polticas se adaptaban a las cambiantes coyunturas.

    Segn nuestra visin, la Tercera Posicin no fue ni un mito ni una mera continuacin del neutralismo de los conservadores. Implic una nueva orientacin, muy vinculada con la perspec-tiva reformista y ms autonomista que el proyecto naciona-lista burgus que Pern intent desplegar en esos aos. No significaba equidistancia, ya que siempre se remarc la adscripcin occidental, cristiana y anticomunista del proyecto peronista, pero ese planteo permiti a la Casa Rosada mayores niveles de autonoma en su vnculo con Washington, que ya

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    era la potencia indiscutida en Amrica, y que avanz para pro-fundizar la penetracin econmica (oleada de capitales esta-dounidenses), diplomtica (creacin de la OEA) y militar (firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recproca, TIAR).

    Pern entendi rpidamente que se fracturara el bloque de los Aliados y que se marchara hacia un mundo bipolar, aunque fall en su pronstico de una inminente tercera guerra mundial. Desde que asumi su presidencia constitucional, procur clausurar la conflictiva etapa Braden y normalizar la relacin con Estados Unidos, pero a la vez hizo lo propio con Gran Bretaa, la Unin Sovitica y la Espaa de Franco. A la par de ese vnculo diversifi-cado con las potencias, intent construir una integracin latinoa-mericana, sobre la base de acuerdos comerciales y aduaneros, que fue boicoteada por la Casa Blanca y por buena parte de las propias clases dominantes de la regin, con lo cual no prosper.

    La poltica exterior peronista, y en especial la relacin con Washington, atraves distintas etapas. Durante el mandato del canciller Juan Atilio Bramuglia (1946-1949), tuvo un alto impacto y hubo numerosos roces con Estados Unidos. El mandato de Hiplito Jess Paz como canciller coincidi con la crisis econmica, con lo cual su gestin se caracteriz por la bsqueda de un mayor entendimiento con la Casa Blanca. Seguan vivas las esperanzas de que se implementara una suerte de Plan Marshall para Amrica latina. Luego Paz pas a ser embajador en Washington, mientras que quien ocupaba ese puesto, Jernimo Remorino, se transform en el nuevo canciller. ste profundiz la lnea de acercamiento bilateral que se vena desplegando. Remorino, moderado, no entenda la Tercera Posicin como un no alineamiento con Estados Uni-dos, sino tan solo como una mayor capacidad de negociacin.

    El vnculo con Washington, durante la segunda presidencia de Pern, fue mucho ms cordial, lo cual coincidi con la ini-

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    ciativa de la nueva administracin republicana de Eisenhower, que potenci el flujo de capitales estadounidenses a la regin. Ms all de esta situacin, Pern segua siendo muy resistido en Estados Unidos, y el golpe de Estado de 1955 fue recibido con satisfaccin en amplios crculos de Washington. Conside-raban que, con su salida, se haba eliminado una amenaza en el sur del continente.

    INICIOSTURBULENTOSBraden tuvo una frentica actividad durante su breve estada en la embajada estadounidense en Buenos Aires, orientada a esmerilar al gobierno de Farrell-Pern. Impuls la Marcha de la Constitucin y la Libertad, pero rpidamente debi abandonar su polmico accionar intervencionista. Lo ascendieron den-tro del Departamento de Estado para quitarlo de Buenos Aires, ya que su poltica abiertamente hostil hacia la Casa Rosada era resistida por Rockefeller y su grupo. Ya desde su nuevo cargo en Washington, sigui desplegando una poltica marca-damente antiperonista. Su intervencin ms destacada, pocos das antes de las elecciones de febrero de 1946, fue la publica-cin del Libro Azul, en el que se pretendan probar las simpa-tas y conexiones nazis de militares cercanos a Pern.

    La osada jugada fue un boomerang y tuvo como respuesta el Libro Azul y Blanco de Pern, que desmenta las acusacio-nes, utilizndolas a su favor. Se denunciaba al Departamento de Estado por estar inmiscuyndose en los comicios internos. La eleccin pasaba a ser, entonces, no entre el Partido Labo-rista o la Unin Democrtica, sino entre Pern o Braden. Electo el militar nacionalista, el ex embajador estadounidense debi morigerar su agresiva poltica hacia el ahora constitucional gobierno argentino.

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    De todas formas, Braden intent seguir desplegando su agresiva lnea, posponiendo dos veces la conferencia intera-mericana que deba aprobar un pacto militar continental. Esta conferencia, crucial para los intereses del Pentgono y prevista para fines de 1945, debi aplazarse por casi dos aos ya que el ahora subsecretario de Estado no quera que se hiciera estando Pern en el gobierno. Finalmente, el inicio de la Guerra Fra y el lanzamiento de la doctrina Truman de contencin al comunismo aceleraron las necesidades de un pacto militar continental. Bra-den fue desplazado y por fin pudo realizarse la Conferencia para el Mantenimiento de la Seguridad y de la Paz (Ro de Janeiro, agosto-septiembre de 1947), en la que se aprob el TIAR.

    Pern tuvo buena relacin con los sucesores de Braden, en particular con el embajador George Messersmith, quien asumi en mayo de 1946, ocupando el cargo que haba quedado vacante desde septiembre de 1945. Aunque Braden y Messersmith debieron convivir (uno en el Departamento de Estado y otro en la embajada en Buenos Aires), ambos representaban dos lneas opuestas hacia Argentina. El primero, la de quienes prevean que la alianza con la Unin Sovitica prevalecera y que los ene-migos eran los regmenes que haban simpatizado con el nazi-fascismo. El segundo, con fuertes vnculos con el Congreso, las grandes corporaciones y el Pentgono, la de quienes pretendan profundizar los negocios y el estratgico vnculo bilateral con un gobierno que poda ser nacionalista, pero sobre todo era antico-munista. Este sector, adems de los intereses econmicos que defenda, estimaba que ms temprano que tarde Estados Uni-dos ira a un enfrentamiento con la Unin Sovitica. Los nacio-nalismos, entonces, seran un mal menor frente al comunismo.

    Pern, por su parte, buscaba que se levantaran las sancio-nes econmicas contra Argentina y dio algunas seales favo-rables, como declarar que no quera conformar un bloque

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    latinoamericano para enfrentar a Estados Unidos, o el envo al Congreso de las Actas de Chapultepec y San Francisco, para su ratificacin. El abastecimiento de bienes estadounidenses era central para el proyecto industrialista, y ello requera un vn-culo fluido con Estados Unidos. En las conferencias paname-ricanas hubo numerosos enfrentamientos entre las posiciones de la Casa Blanca y la Rosada, aunque Pern no bloque ni la aprobacin del TIAR ni la constitucin de la OEA, que reem-plaz a la Unin Panamericana desde 1948.

    En esas reuniones, las delegaciones argentinas insistieron siempre en la necesidad de que Amrica latina recibiera una ayuda como la que Estados Unidos destinaba a Europa a travs del Plan Marshall. Claro que la prioridad del presi-dente Harry Truman (1945-1953) era contener el avance del comunismo en Europa y Asia, con lo cual nunca se concreta-ron las promesas de ayuda que solicitaban recurrentemente los gobiernos latinoamericanos. Pero la zanahoria siem-pre estuvo presente, y las delegaciones de Amrica del Sur, incluyendo las argentinas, morigeraban su confrontacin con Washington estimando que tarde o temprano se iban a con-cretar. Estas promesas, adems, fueron un instrumento para bloquear una integracin latinoamericana alternativa, un hori-zonte que preocupaba a Washington desde la poca de Bolvar y que Pern intent reflotar en diversas oportunidades.

    Bramuglia, con un perfil muy alto en la ONU (clave en la resolucin de la crisis de Berln en 1948), fue muy cuidadoso de que el tira y afloje con Washington no tensara dema-siado la cuerda. Las necesidades econmicas, aun en la etapa dorada 1946-49, estaban a la orden del da. En la reunin de Ro, incluso lleg a proponer a Truman un pacto secreto anticomunista. El canciller argentino exageraba el peligro rojo interno para dar a entender que la contencin del comunismo

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    era necesaria tambin en Amrica y exigir ms ayuda econ-mica por parte de Estados Unidos. Pocos meses despus, en la reunin de Bogot, el canciller mexicano tuvo un alto perfil para exigirle a Estados Unidos que no diera la espalda al conti-nente, mientras que Bramuglia decidi desplegar un perfil ms moderado. Esa mesura tena que ver con las esperanzas que todava se abrigaban en torno de la ayuda econmica.

    La Casa Blanca las utiliz con habilidad, logr que la mayora de las delegaciones se solidarizaran con el gobierno colombiano, que durante la conferencia instrument una sangrienta represin tras el Bogotazo (levantamiento popular como consecuencia del asesinato de Jorge Elicer Gaitn). Tambin consigui que, sin demasiadas resistencias, se aprobara la Carta de la OEA. Esta insti-tucionalizacin de las relaciones interamericanas, bajo el comando de Washington, fue una manifestacin del avance de Estados Uni-dos en Amrica y una muestra de la incapacidad de los gobier-nos latinoamericanos, incluidos los que defendan proyectos ms autonmicos, para construir una integracin alternativa.

    LOSLMITESDespus de la Conferencia de Bogot, la Casa Rosada cons-tat que no se satisfacan las expectativas de ayuda econ-mica. No habra un Plan Marshall para Amrica latina y hasta se bloqueaba la posibilidad de que Europa utilizara esos fon-dos para comprar bienes argentinos. La Casa Blanca, incluso, maniobr para que se suspendiera la conferencia econmica interamericana que iba a realizarse ese ao en Buenos Aires, y que era el marco propicio para que Amrica latina hiciera or sus demandas a Washington. Meses ms tarde el gobierno de Pern debi afrontar la primera crisis econmica seria, con fuertes cadas en las exportaciones.

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    El nuevo canciller, Paz, fue el encargado de negociar el pedido de financiamiento a Estados Unidos para poder solventar las importaciones argentinas provenientes de ese pas. Se recibi la visita del subsecretario de Estado Edward Miller, se concret el encuentro inaugural del Comit Conjunto Argentino-Norteameri-cano de Estudios Comerciales y Financieros y, en marzo de 1950, se envi una misin a Washington, encabezada por el ministro de Hacienda Ramn Cereijo, que logr fondos del Eximbank, situa-cin que permiti un incremento del intercambio bilateral.

    Sin embargo, cuando se concretaba este indito acerca-miento entre los gobiernos de Truman y Pern, estall la gue-rra en Corea y Estados Unidos volvi a exigir la intervencin latinoamericana. Washington presion a Pern para que rati-ficara el TIAR lo cual se produjo a mediados de 1950 y para que enviara tropas. Pern, en un principio, habra acordado participar en la fuerza multinacional comandada por el Pent-gono, pero esta posibilidad gener movilizaciones de oposi-cin en distintos puntos del pas.

    Unos das ms tarde, el presidente argentino declar pbli-camente en Rosario, epicentro de las protestas, que no envia-ra soldados a pelear a Asia. Como luego reconoci el canciller argentino Paz, la presin popular y la contradiccin con la pro-pia doctrina peronista haban condicionado esos compromi-sos asumidos inicialmente ante el Departamento de Estado, en funcin de las necesidades econmicas argentinas en medio de la crisis. La renuencia a enviar tropas gener decepcin en Washington. En Argentina, sectores internos que apoyaban a Pern renegaban del acercamiento a Estados Unidos.

    En los meses siguientes la relacin bilateral encontr otros puntos de conflicto. Pern ratific su adhesin a la Tercera Posi-cin, cancel una solicitud de equipos militares estadouniden-ses que ya tenan un crdito aprobado concedido por Estados

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    Unidos como contraparte a la ratificacin del TIAR, declar que al comunismo deba persegurselo no con una guerra a la Unin Sovitica, sino en cada pas, y se abstuvo en la vota-cin en la ONU que dio luz verde al general Douglas MacArthur para avanzar hacia el norte del paralelo 38 con las tropas que intervenan en Corea.

    El siguiente incidente importante se produjo en enero de 1951, cuando tras un conflicto del sindicato de canillitas con el peri-dico La Prensa, ste fue clausurado y expropiado por el gobierno, que luego lo entreg a la CGT. Su dueo, Alberto Gainza Paz, tena una profunda relacin con la prensa estadounidense, que inici una sonora campaa a favor del respeto a la libertad de prensa en Argentina y contra Pern. A raz de este conflicto, el Departamento de Estado fue presionado por los sectores que exigan una lnea dura hacia la Casa Rosada.

    Sin embargo, en el contexto de la crisis asitica, la Casa Blanca necesitaba el alineamiento de los pases americanos y tema que Pern, en un ao electoral en el que el apoyo interno requera endurecer la poltica hacia Washington, reflotara el proyecto de una integracin latinoamericana de orientacin antiestadouni-dense. El Departamento de Estado envi seales a Buenos Aires y una misin para negociar con Pern antes de la estratgica Cuarta Reunin de Consulta de Cancilleres Americanos (Washing-ton, marzo 1951). En ese cnclave, ni la Casa Blanca permiti una votacin contra Argentina por el caso La Prensa a pesar de los reclamos de los principales diarios de todo el continente ni Pern fue un obstculo para los planes del Departamento de Estado.

    La compleja situacin financiera del gobierno argentino mori-ger una potencial posicin autnoma o latinoamericanista, como teman algunos funcionarios de la embajada estadouni-dense en Buenos Aires. Truman haba conseguido profundizar la organizacin panamericana y aprobar, incluso con el voto argen-

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    tino, una declaracin que condenaba el comunismo y avanzaba en mecanismos para combatirlo, lo cual sera utilizado contra la Guatemala de Jacobo Arbenz tan solo tres aos ms tarde.

    LAMISINHacia 1952, y luego de veinte aos, los republicanos vencieron a los demcratas y Dwight Eisenhower se transform en el nuevo presidente. El candidato triunfante acus a su antecesor, Tru-man, de haber descuidado el patio trasero. En consecuencia, despleg una activa poltica para impedir la proliferacin de gobiernos y procesos reformistas en Amrica latina. La excusa era evitar la infiltracin comunista en el continente.

    Por un lado, se alent el desembarco masivo de capita-les estadounidenses, exigindoles a los gobiernos mayores garantas para su radicacin. Nada de financiamiento al sec-tor pblico, como reclamaban muchos representantes latinoa-mericanos, ya que eso implicara promocionar los programas estatizantes y nacionalistas. Por otra parte, se atac a los pro-cesos ms radicales por ejemplo el guatemalteco, que desple-gaba una reforma agraria y nacionalizacin de empresas, que afect a la estadounidense United Fruit Company y se intent cooptar a quienes dirigan algunos de ellos el caso emblem-tico es el de la cpula del gobierno del MNR, que haba surgido luego de la revolucin boliviana de 1952.

    Ya reelecto y con una compleja situacin econmica en 1952 haba lanzado el Plan de estabilizacin, Pern busc un acer-camiento a la Casa Blanca. Eisenhower, ni bien asumi, envi a su hermano Milton a una gira latinoamericana para negociar con los distintos gobiernos. En el caso argentino, luego de la visita se aprob la ley de inversiones extranjeras, que favoreci la radicacin de empresas de ese pas. Tambin se generaron

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    las condiciones para los futuros acuerdos petroleros con una subsidiaria de la Standard Oil Company de California, vincula-dos a la explotacin de petrleo en Santa Cruz. Esta polmica iniciativa, que gener tanta oposicin interna se argumentaba que violaba el espritu del artculo 40 de la Constitucin Nacio-nal sancionada en 1949, muestra las limitaciones del proceso de industrializacin por sustitucin de importaciones y, conse-cuentemente, el carcter ambivalente de la poltica de Pern hacia Washington. En un contexto econmico complejo, el lder intentaba obtener ayuda econmica de Estados Unidos, incluso relegando sus iniciativas latinoamericanistas y parte de su pro-pia doctrina de poltica exterior. Esto le trajo mltiples resisten-cias internas y gener la oposicin de quienes planteaban la necesidad de profundizar las polticas ms autnomas.

    El acercamiento bilateral, de todas formas, tambin tena lmi-tes. En la Dcima Conferencia Panamericana (Caracas, 1954), cuando Estados Unidos presion para aprobar una declaracin anticomunista dirigida contra el gobierno de Guatemala, solo Argentina y Mxico se abstuvieron de aprobarla. Esta actitud gener malestar en el Departamento de Estado. Incluso en esta etapa de correcta amistad con la Casa Rosada, pervivan los temores de quienes recelaban de los gobiernos nacionalistas latinoamericanos. Por eso, cuando se profundiz la crisis pol-tica que derivara luego en el bombardeo a Plaza de Mayo y finalmente en el golpe militar que depuso a Pern en septiem-bre de 1955, el Departamento de Estado pas a ejercer cada vez mayores presiones contra el presidente constitucional.

    Ms all del reciente buen entendimiento y de los negocios alentados por Eisenhower con Pern, su derrocamiento termi-naba definitivamente con el siempre molesto desafo naciona-lista. Por eso, el golpe fue acogido favorablemente por buena parte de la diplomacia del pas del Norte.