Claves 130

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DE RAZÓN PRÁCTICA Directores Javier Pradera / Fernando Savater N.º 130 Marzo 2003 Precio 7 Marzo 2003 130 JOSÉ VICTOR SEVILLA Una nueva política tributaria NARCÍS SERRA Guerra y terrorismo ante el conflicto de Irak JUAN PABLO FUSI Nacionalismo y liberación nacional ANTONIO ELORZA Sabino Arana El sentido de la violencia RYSZARD KAPUSCINSKI Un mundo en plena transición MICHAEL IGNATIEFF Derechos humanos y autodeterminación colectiva

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DE RAZÓN PRÁCTICADirectoresJavier Pradera / Fernando Savater N.º130Marzo 2003

Precio 7 €

Marzo 2003

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JOSÉ VICTOR SEVILLAUna nueva política tributaria

NARCÍS SERRAGuerra y terrorismo

ante el conflicto de Irak

JUAN PABLO FUSINacionalismo y liberación nacional

ANTONIO ELORZASabino AranaEl sentido de la violencia

RYSZARD KAPUSCINSKI Un mundo en plena transición

MICHAELIGNATIEFF

Derechos humanos yautodeterminación colectiva

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S U M A R I ON Ú M E R O 130 M A R Z O 2 0 0 3

DERECHOS HUMANOS Y MICHAEL IGNATIEFF 4 AUTODETERMINACIÓN COLECTIVA

NACIONALISMO Y LIBERACIÓN NACIONALJUAN PABLO FUSI 12 La tragedia argelina y ´Los condenados de la tierra´

RYSZARD KAPUSCINSKI 20 UN MUNDO EN PLENA TRANSICIÓN

JOSÉ VÍCTOR SEVILLA 26 NOTAS PARA UNA NUEVA POLÍTICA TRIBUTARIA

GUERRA Y TERRORISMO NARCÍS SERRA 34 Ante el conflicto de Irak

EL CONTROL DEL CENTRO NACIONALMIGUEL REVENGA 40 DE INTELIGENCIA

Semblanza Sabino Arana:Antonio Elorza 46 El sentido de la violencia

CulturaJuan Cruz 56 Editar es conversar

EnsayoJesús Ferrero 61 El método de Lázaro

Historia Las cinco cabezasThomas Harrington 64 del nacionalismo ibérico

Sociología ¿Porqué son necesarias Lluís Flaquer 74 las políticas familiares?

Casa de citas Carlos García Gual 81 Franco Ferrarrotti

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EditaPROMOTORA GENERAL DE REVISTAS, SA

Director general ALFONSO ESTÉVEZ

Coordinación editorial NURIA CLAVER

Diseño MARICHU BUITRAGO

CaricaturasLOREDANO

Ilustraciones

CARMEN JULIÁ (MADRID, 1977)Licenciada en Bellas Artes por laUniversidad Complutense de Madrid,finalizó sus estudios en la LeedsMetropolitan University (Inglaterra).La serie de ilustraciones y collages presen-tados están realizados en óleo y grafitosobre papel, basados en la interacción delos distintos materiales y el juego de lasmasas de colores utilizados.

Sabino Arana

DE RAZÓN PRÁCTICA

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DERECHOS HUMANOS Y AUTODETERMINACIÓN COLECTIVA

MICHAEL IGNATIEFF

Nacionalismo y derechos humanosLos grupos nacionales que carecen de unEstado propio –kurdos, kosovares, albane-ses o tamiles– emplean el lenguaje de losderechos humanos para denunciar su opre-sión, pero creen que la solución última asus problemas pasa por disponer de un Es-tado propio y el derecho a crear una es-tructura de protección jurídica y políticapara su pueblo. Los derechos humanos in-ternacionales han acelerado el auge del na-cionalismo, dado que los acuerdos conse-guidos en este ámbito han espoleado, si nodefendido, la principal demanda de losmovimientos nacionalistas: la autodetermi-nación colectiva. Pero los grupos coloniza-dos y las minorías oprimidas han confiadoen mayor medida en la obtención de supropio Estado que en la protección de losregímenes internacionales de derechos hu-manos. Un claro ejemplo de esta preferen-cia por los derechos nacionales antes quepor los derechos humanos es, por supues-to, el Estado de Israel. La DeclaraciónUniversal de los Derechos Humanos de1948 fue, en gran medida, una respuesta altormento del pueblo judío. Pero el abru-mador deseo de los supervivientes de crearun Estado judío, capaz de defender a losjudíos de cualquier parte del mundo con-tra la opresión, revela que confiaban másen la creación de un Estado propio que enlas inciertas ventajas de la protección uni-versal de los derechos humanos dentro delas fronteras de otros Estados.

En el mundo contemporáneo, aquellosque más necesitan la protección de los de-rechos humanos (personas sin Estado y sinhogar o minorías sometidas a la buena vo-luntad de otras mayorías étnicas o religio-sas) tienden a buscar la autodeterminacióncolectiva, preferiblemente en forma de unEstado propio o, si la situación lo permite,en forma de autogobierno dentro de unaautonomía o una asociación de tipo federalcon otras personas. El autogobierno colec-

tivo proporciona unos derechos que sepueden defender, legitimados por la sobe-ranía popular y aplicados por los tribunaleslocales, la policía y las penas legales. Nodebemos sorprendernos de que los movi-mientos nacionalistas que prometen estetipo de solución resulten atractivos a losojos de los pueblos sin Estado, sin hogar ysin derechos que habitan nuestro planeta.

Sin embargo, el nacionalismo resuelvelos problemas de derechos humanos de losgrupos nacionales victoriosos al tiempoque produce nuevas víctimas colectivas,cuya situación en materia de derechos hu-manos empeora. Los nacionalistas tiendena proteger los derechos de las mayorías y adesatender los de las minorías. Incluso siaceptamos que, en el mundo contemporá-neo, la autodeterminación colectiva, segúnla entienden los nacionalistas, es la solu-ción favorita de la mayoría de los gruposperseguidos que buscan la protección desus derechos, todavía queda un espacio im-portante para los regímenes de derechoshumanos universalistas. Las minorías pre-cisan del derecho de apelación frente a lasnormas humanitarias particularistas e in-justas de las mayorías étnicas junto a lasque viven. Esto es especialmente cierto–como en el ejemplo de Israel– allí dondelas mayorías étnicas gobiernan sobre perso-nas que no son ciudadanos y que no gozande una protección constitucional absolutabajo las leyes nacionales. En zonas comolos territorios ocupados de Cisjordania, lospalestinos sujetos al gobierno militar israelínecesitan protección y vigilancia humani-taria tanto doméstica como internacional.

Incluso las sociedades que no integrantotalmente a las minorías en sus regímenesnacionales de derechos se benefician de lassoluciones aportadas por los derechos hu-manos internacionales. Toda sociedad ne-cesita una fuente de legitimidad jurídicapara el derecho a desobedecer órdenes le-gales pero inmorales. Los derechos huma-

nos constituyen una de estas fuentes. Elmensaje esencial de los derechos humanoses que no existe justificación para el usoinhumano de los seres humanos. En con-creto, no existe una sola justificación válidapara la derogación de la decencia y el justoproceso bajo el pretexto de la seguridadnacional, la necesidad militar o los estadosde sitio o emergencia. Como mucho, laprotección de los derechos puede ser sus-pendida en casos de extrema necesidad,pero este tipo de suspensiones debe ser jus-tificado ante los parlamentos y los tribuna-les, y debe ser temporal.

Otra función esencial de los acuerdosinternacionales en materia de derechos hu-manos, incluso en sociedades con regíme-nes nacionales de derechos bien diseñados,es la de proveer una perspectiva universa-lista desde la que se pueda criticar y revisarlas leyes nacionales particulares. La Con-vención Europea sobre derechos humanosha aportado este punto de vista para los re-gímenes de derechos de los países europeosdesde 1952, y la comparación entre sus es-tándares y los de los diferentes Estados hapermitido mejorar la protección de dere-chos que brinda cada país.

Así pues, éste es el punto en que nosencontramos una vez transcurridos cin-cuenta años de revolución en materia dederechos humanos. La protección de losderechos humanos de la mayoría de los se-res humanos depende de los Estados enlos que viven; aquellos que no poseen unEstado propio aspiran a tenerlo y en algu-nos casos combaten por él. Pero aunque elEstado-nación permanece como la fuenteprincipal de protección de los derechos,los movimientos y los tratados internacio-nales de derechos humanos han conquis-tado una creciente influencia sobre los re-gímenes nacionales de derechos. Aunquela «inercia» del orden internacional sigueestando a favor de la soberanía estatal, enla práctica su ejercicio está condicionado

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hasta cierto punto por el cumplimiento deuna conducta correcta en materia de dere-chos humanos. Cuando los Estados no ob-servan estas reglas de comportamiento, secolocan a sí mismos en una posición sujetaa críticas, sanciones y, en última instancia,a intervenciones.

El establecimiento de límites a los derechos humanosA medida que los derechos humanos inter-nacionales han ganado poder y autoridad,su ámbito de aplicación y su cometido sehan difuminado. ¿Cuál es el equilibrioexacto que debe observarse entre los dere-chos humanos internacionales y la sobera-nía estatal? ¿Cuándo está justificada unaintervención exterior para contrarrestar lasvulneraciones de derechos humanos en unEstado? El fracaso a la hora de respondercon coherencia a estas preguntas ha dadolugar a una incertidumbre creciente acercade lo poderosos que deben ser los derechoshumanos internacionales.

La revolución jurídica del activismo yde la aplicación de los derechos humanoshan levantado unas enormes expectativas,y no debe sorprendernos que el contrastecon la situación real de los derechos huma-nos nos decepcione. Los derechos huma-nos y las responsabilidades implícitas en sudiscurso son universales, pero los recursos–en tiempo y en dinero– son limitados.

Cuando los fines morales son universalespero los medios son escasos, la decepciónes inevitable. El activismo sería menos in-saciable y menos vulnerable a la decepciónsi los activistas pudieran apreciar el gradoen que el propio discurso de los derechosse impone –o debiera imponerse– límites.

El primer límite responde a una cues-tión de lógica y coherencia formal. Dadoque el objetivo central del discurso de losderechos es la protección y la mejora de laagencia individual, los activistas de dere-chos humanos deben, si quieren evitarcontradecir sus propios principios, respetarla autonomía de los agentes. De igual mo-do, a un nivel colectivo, el discurso de losderechos respalda el deseo de los gruposhumanos de gobernarse a sí mismos. Si es-to es así, el discurso de los derechos huma-nos debe respetar el derecho de esos gru-pos a definir el tipo de vida colectiva quedesean llevar, en el supuesto de que estavida cumpla los estándares que se exigenpara poder disfrutar mínimamente de losderechos humanos.

Los activistas de derechos humanosaceptan este límite en teoría, pero tiendena diluirlo en el vago requerimiento demostrar una cierta sensibilidad cultural enla aplicación de los universales morales. Enrealidad, este límite significa algo más. Silos derechos humanos sirven para otorgarvalor a la agencia individual y los derechos

colectivos a la autodeterminación, enton-ces la práctica de los derechos humanos es-tá obligada a buscar el consentimiento pa-ra sus normas y a abstenerse de interferircuando este consentimiento no se otorgalibremente. Las intervenciones coercitivasen defensa de los derechos humanos sólopueden justificarse en casos de necesidadestrictamente definidos, en los que la vidahumana peligra. Estas reglas de consenti-miento informado operan en las democra-cias liberales para proteger a los seres hu-manos de intervenciones médicas bien in-tencionadas, pero potencialmente dañinas.Las intervenciones en defensa de los dere-chos humanos deben regirse por estas mis-mas reglas de consentimiento informado.Si, por ejemplo, un grupo religioso deter-mina que las mujeres deben ocupar un lu-gar subordinado en los rituales del grupo,y este lugar es aceptado por las mujeres encuestión, no se puede intervenir con la ex-cusa de que los derechos humanos en ma-teria de igualdad han sido violados.1 Lospropios principios de los derechos huma-nos exigen que los grupos que no persi-guen activamente a otros o que no dañandeliberadamente a sus propios miembros

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1 Avishai Margalit y Moshe Halbertal, ‘Liberalismand the Right to Culture’, Social Research, vol. 61,núm. 3, otoño de 1994.

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deben disfrutar de tanta autonomía comopermita el imperio de la ley.2

El establecimiento de límites a los dere-chos humanos como lenguaje de interven-ción moral es indispensable, porque al me-nos una fuente de poder que fiscalizó losderechos humanos occidentales está ahoraen ruinas. Tras 1945 no existía una únicacultura de derechos humanos, sino dos. Latradición comunista de los derechos –queenfatizaba los derechos económicos y socia-les– puso límites a su equivalente capitalis-ta, para la que contaban, sobre todo, los de-rechos civiles y políticos. Desde el Acta fi-nal de Helsinki de 1975, en la que elbloque soviético concedió a sus ciudadanosel derecho a disponer de organizacionespropias de derechos humanos, no ha habi-do más que una cultura de los derechos hu-manos. El colapso del comunismo deja aOccidente más libre que nunca para llevara cabo intervenciones en los asuntos de losEstados criminales o en descomposición.Pero estas intervenciones han servido paraoscurecer más que para clarificar la líneacorrecta de demarcación entre los derechosde los Estados y los de los ciudadanos quepueden estar siendo oprimidos dentro deesos Estados. A medida que Occidente in-terviene con mayor frecuencia pero de for-ma más incoherente en los asuntos de otrospaíses, la legitimidad de sus estándares dederechos queda en entredicho. El lenguajede los derechos humanos se ve cada vezmás como un discurso de imperialismomoral tan cruel y tan engañoso como laarrogancia colonial de antaño.

Los derechos humanos podrían sermenos imperialistas si fueran más políti-cos, es decir, si fueran vistos como un len-guaje no para la proclamación y la promul-gación de verdades eternas sino como undiscurso para la mediación en los conflic-tos. Pero interpretar así los derechos huma-nos equivale a aceptar que sus principiosson contradictorios. Los activistas que creen que la Declaración Universal de losDerechos Humanos es una lista exhaustivade todos los fines deseables de la vida hu-mana no son capaces de comprender queestos fines –libertad, igualdad, seguridad,propiedad privada y justicia distributiva–entran en conflicto, y por ello los derechosque los definen como algo meritorio tam-bién entran en conflicto. Si los derechos secontradicen y no existe ningún orden razo-nable de prioridad moral para discriminar

entre las diversas demandas de derechos,no podemos hablar de estos con un tonotriunfalista.3 Esta idea triunfalista de losderechos sugiere que cuando son introdu-cidos en el debate político sirven para re-solver la discusión. En realidad, suele ocu-rrir lo contrario. Cuando convertimos lasdemandas políticas en derechos, existe elpeligro de que el problema en cuestión seconvierta en algo irresoluble, porque lla-mar derecho a una demanda equivale a ca-lificarla de innegociable, al menos en ellenguaje común.4 El empleo del lenguajede los derechos no facilita el compromiso.

Así pues, si los derechos no son cartasganadoras y crean un ambiente de con-

frontación innegociable, ¿para qué sirven?Como mucho, los derechos generan unmarco común, un conjunto de referenciascomunes que puede ayudar a las partes en-frentadas a deliberar colectivamente. Encualquier caso, el lenguaje común no tienepor qué facilitar el acuerdo. En el debatesobre el aborto en Estados Unidos, porejemplo, ambas partes están de acuerdo enque el empleo inhumano de la vida huma-na debe estar prohibido y que la vida hu-mana merece una especial protección mo-ral y jurídica.5 Pero este es un magro terre-no común, dado que las dos partes estánen desacuerdo sobre el momento exacto enque comienza la vida y sobre si deben pre-valecer los intereses de la madre o del feto.

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3 Ronald Dworkin, Taking Rights Seriously, Cam-bridge, Harvard University Press, 1977 (trad. cast.: Losderechos humanos en serio, Barcelona, Ariel, 1997).

4 Mary Ann Glendon, Rights Talk: The Impove-rishment of Political Discourse, Nueva York, Free Press,1991.

5 Ronald Dworkin, Life’s Dominion: An Argumentabout Abortion, Euthanasia and Individual Freedom,Nueva York, Knopf, 1993 (trad. cast.: El dominio de lavida: una discusión acerca del aborto, la eutanasia y la li-bertad individual, Barcelona, Ariel, 1998).

2 Will Kymlicka, Multicultural Citizenship, Ox-ford, Clarendon Press, 1995, págs. 107-131 (trad. cast.:Ciudadanía multicultural, Barcelona, Paidós, 1996).

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Este ejemplo nos muestra que es una ilu-sión suponer que la función de los dere-chos humanos es la definición de un ámbi-to elevado de valores morales compartidosa disposición de las partes enfrentadas ensu búsqueda de un terreno común. Contarcon un amplio consenso acerca de los dere-chos humanos puede ser una condiciónnecesaria para un acuerdo deliberativo pe-ro no es una condición suficiente. En estesentido, otros factores políticos son necesa-rios: el cansancio común debido al conflic-to, el desarrollo de un respeto y un recono-cimiento mutuos... todos estos factores de-ben de estar presentes, así como uncompromiso común en relación con losuniversales morales, si se desea llegar a unacuerdo.

El equívoco más importante que quie-ro criticar es aquel que sitúa a los derechoshumanos más allá de la política, un con-junto de cartas ganadoras cuya funciónconsiste en resolver y concluir los conflictospolíticos. El debate sobre los derechos hu-manos puede ejercer alguna influencia a lahora de acercar a las partes si cada una deellas escucha con respeto la visión de la otrasobre las demandas universales. Más allá deeste punto, el lenguaje de los derechos nohace más que subir la apuesta. Les recuerdaa las partes la naturaleza moral de sus de-mandas. Esto puede ser provechoso. Cuan-do ambas partes aceptan las demandas dederechos del contrario, la disputa deja deser –a sus ojos– un conflicto entre el bien yel mal y se convierte en uno sobre derechosque entran en competencia. La resoluciónde este problema de derechos que entranen competencia nunca se da en el ámbitoabstracto de los fines sino en el de los me-dios. Los derechos humanos no son másque una forma de política que debe hacercompatibles los fines morales con las situa-ciones particulares y debe estar lista parahacer dolorosas concesiones no sólo entrefines y medios sino entre los propios fines.

Pero la política no sólo trata de la deli-beración. El lenguaje de los derechos hu-manos también está aquí para recordarnosque existen algunos abusos verdaderamen-te intolerables y algunas justificaciones pa-ra esos abusos que son insoportables. Portanto, el discurso sobre los derechos nosayuda a saber cuándo la deliberación y elcompromiso han llegado a ser imposibles.De ahí que el discurso de los derechos hu-manos se emplee a veces para reunir las ra-zones y el apoyo público necesario para eluso de la fuerza. Dado el carácter conflicti-vo de los derechos, y dado que muchasformas de opresión no se van a resolvermediante la argumentación y la delibera-

ción, hay ocasiones, estrictamente defini-das, en las que los derechos humanos co-mo política se convierten en una llamada alas armas.

Derechos humanos y autodeterminaciónLos derechos humanos han pasado de serel credo insurgente de los activistas duran-te la Guerra fría a integrarse plenamenteen el marco de las políticas estatales, lasinstituciones financieras multilaterales co-mo el Banco Mundial y en el propio siste-ma de las Naciones Unidas. En la actuali-dad, la retórica de la política exterior de lamayor parte de los Estados liberales occi-dentales repite a modo de mantra que losintereses nacionales deben equilibrarse conel debido respeto por los valores, destacan-do entre ellos los derechos humanos. Perolos derechos humanos no constituyen unelemento cualquiera en el conjunto deprioridades de la política estatal. Si se to-man en serio, los valores de los derechoshumanos ponen en duda intereses tales co-mo el mantenimiento de un gran sectorexportador en la industria defensiva de unanación, por ejemplo. Las críticas del ReinoUnido o Estados Unidos a países como In-donesia o Turquía por su historial en ma-teria de derechos humanos se vuelven in-coherentes si aquéllos siguen proporcio-nando a sus ejércitos los vehículos o lasarmas que pueden emplearse para la repre-sión de los disidentes civiles. Cuando losvalores no condicionan en realidad los in-tereses, la «política exterior ética» –el auto-proclamado objetivo del gobierno laboristabritánico– se convierte en una contradic-ción en términos.

Este no es el único problema prácticoa la hora de conciliar valores e interesescuando tratamos con Estados que violanlos derechos humanos. Está el conflictoadicional que consiste en hacer avanzar lacausa de los derechos humanos individua-les y mantener al mismo tiempo la estabili-dad del sistema de Estados-nación. ¿Porqué deberían estar preocupados los activis-tas por la estabilidad? Simplemente porquelos Estados pueden permitir la existenciade regímenes nacionales de derechos, y es-tos todavía constituyen el factor de protec-ción más importante de los derechos hu-manos individuales.

En la era de los derechos humanos, losEstados deben compatibilizar la observan-cia de los derechos humanos con la con-tención de una oposición disidente u opri-mida o unas minorías étnicas en busca dela autodeterminación. Estos desafíos sece-sionistas, a menudo apoyados por el terro-rismo, ponen a veces en peligro la unidad

del Estado. Muchos Estados, como el Rei-no Unido en Irlanda del Norte, han logra-do contener los desafíos secesionistas sinincurrir en violaciones masivas de los dere-chos humanos. Otros, como Turquía oSerbia, han hecho frente a estas demandascon regímenes represivos que no han res-petado dichos derechos. Incluso cuandolos desafíos secesionistas no son explícitos,los regímenes represivos aumentan la en-vergadura de su amenaza para justificar laexistencia de un gobierno autoritario. Chi-na justifica los abusos contra los derechoshumanos que comete argumentando quees el precio que tiene que pagar por mante-ner la unidad de un Estado-nación conti-nental sujeto a muchas presiones regiona-les, étnicas, religiosas y tribales. Siempreque llegan a oídos de los líderes chinosquejas relativas a la situación de los dere-chos humanos en el país, éstos se apresu-ran a invocar el espectro de la guerra civil;en otras palabras, argumentan que la de-fensa de los derechos humanos y el mante-nimiento de la estabilidad estatal son, enúltima instancia, incompatibles.

Esta actitud redunda considerable-mente en beneficio del mantenimiento delos privilegios y el monopolio político delpartido en el poder. En China, los activis-tas de los derechos humanos insisten enque la mejor garantía de la estabilidad alargo plazo de la unidad del país consisteen un régimen democrático que respete ta-les derechos.6 También señalan que la libe-ralización del comercio y el libre mercadono van acompañados necesariamente porlos derechos humanos y la democracia. Esmuy posible combinar la política autorita-ria con el libre mercado y el gobierno des-pótico con la propiedad privada. Cuando elcapitalismo franquea las puertas de entradaa una sociedad cerrada, no funciona nece-sariamente como un caballo de Troya paralos derechos humanos. Los derechos huma-nos llegan a las sociedades autoritariascuando los activistas arriesgan sus vidas ycrean una demanda local y popular para es-tos derechos, y cuando su activismo recibeun apoyo constante y coherente de nacio-nes influyentes en el exterior.

No necesitamos dedicar demasiadaatención a las justificaciones de los regíme-nes autoritarios de partido único, pero elconflicto cobra una importancia especialcuando el régimen en cuestión no es extre-

MICHAEL IGNATIEFF

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6 Wei Jing Sheng, ‘The Taste of the Spider’, Indexon Censorship, núm. 3, 1998, págs. 30-38; véase tam-bién Departamento de Estado de Estados Unidos,1999, Country Reports on Human Rights: China.

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madamente autoritario y cuando las de-mandas de derechos humanos toman laforma de demanda colectiva por la autono-mía territorial, el autogobierno o la sece-sión. En estas situaciones, los gobiernos oc-cidentales quieren promover los derechoshumanos, pero no al precio de desmembrardemocracias viables y añadir su caso al delgrupo de Estados fracasados, colapsados odesunidos en el sistema mundial. La mayo-ría de los Estados de la posguerra fría pasanpor alto este conflicto a la hora de determi-nar los objetivos fundamentales de su polí-tica: defender los derechos humanos y apo-yar a los Estados cuya estabilidad se consi-dera esencial.

Algunos activistas de derechos huma-nos niegan que exista un conflicto entre laestabilidad y los derechos humanos. Afir-man que la mejor garantía de estabilidaddebe ser la democracia, los derechos huma-nos y la justicia de los Estados en cuestión.Esto puede ser cierto a largo plazo, pero acorto –que es el que cuenta para la mayoríade los gobiernos– la democracia y los dere-chos humanos entran a menudo en conflic-to, y una mayoría puede conseguir la sobe-ranía popular al precio de la limpieza étnicade la minoría. A veces los conflictos desata-dos por la llegada de la democracia provo-can también la desintegración del Estado,conduciendo a sus habitantes a una guerrade todos contra todos.

El problema más importante del siste-ma mundial de la postguerra fría ha sido lafragmentación del orden estatal en tres zo-nas clave del globo: los Balcanes, la regiónde los grandes lagos en África y la fronteraislámica del sur de la antigua Unión Sovié-tica.7 Obviamente, estas regiones se hanfragmentado en parte por las flagrantes vio-laciones de los derechos humanos cometi-das por tiránicas mayorías étnicas que trata-ron de crear Estados-nación y fracasaron.Pero en parte la fragmentación también seha debido al destructivo impacto que hantenido las demandas de autonomía e inde-pendencia territorial por parte de grupossecesionistas. Los gobiernos occidentalesque han sido testigos del deslizamientoprogresivo de estas regiones hacia la guerracivil endémica tienen razón al concluir querestaurar la estabilidad –incluso si ésta esautoritaria y no democrática– importa másque la democracia y los derechos humanos.

La estabilidad, en otras palabras, puede pe-sar más que la justicia.

La mayoría de los Estados occidenta-les eluden esta elección moral entre los de-rechos y la estabilidad. Proclaman los derechos humanos como su objetivo peroinvierten o ayudan a Estados con un his-torial penoso en materia de derechos hu-manos. Aunque esto se suele considerarun problema de hipocresía –un desajusteentre las palabras y las acciones–, en reali-dad representa un conflicto fundamentalde principios.

Los problemas en cuestión se puedenilustrar considerando el caso de los kurdos,que no se movilizan tanto para mejorar suposición cívica como individuos sino paralograr la autodeterminación como pueblo.Las campañas por los derechos humanos delos kurdos no poseen un carácter individualy apolítico. Representan una demanda deautodeterminación colectiva que desafía laautoridad gubernamental de Turquía, Siria,Irán e Irak. No está claro en absoluto elmodo en que la autonomía para los kurdospuede compatibilizarse en la práctica con laintegridad territorial de estos Estados. Da-do que occidente no está abordando esteconflicto en sus propios términos, sus inter-venciones no satisfacen a nadie. Los turcoscontemplan las críticas occidentales de losderechos humanos como una interferenciaen sus asuntos internos, mientras que loskurdos ven el apoyo occidental a su causacomo algo falso e interesado.

El caso kurdo también ilustra la inge-nuidad política que a menudo disminuye laefectividad del activismo de derechos hu-manos. Durante demasiado tiempo se hancontemplado los derechos humanos sim-plemente como una forma de rescate hu-manitario apolítico para individuos oprimi-dos. Así, los activistas de derechos humanoshacen campaña en nombre de grupos o in-dividuos encarcelados u oprimidos por di-versos Estados de la región sin enfrentarsedirectamente al problema político, queconsiste en encontrar una estructura consti-tucional en los cuatro Estados que poseenuna minoría kurda que proteja sus dere-chos, sin crear una dinámica hacia la inde-pendencia que conduzca a la región a laguerra civil. Ninguno de los Estados encuestión se va a someter a la interferenciaexterior. La única opción posible consisteen una negociación larga y persistente entrelos gobiernos occidentales y las naciones dela región, una negociación dirigida a relajarlas ideologías nacionales unitarias de lospaíses implicados para que los grupos mi-noritarios como los kurdos puedan encon-trar vías para proteger su propia herencia

lingüística e histórica con formas de auto-nomía y derechos para las minorías respal-dados por la Constitución.8 Desafortuna-damente, los Estados occidentales poseenun mayor interés en mantener a Turquíacomo estrecho aliado en una región volátilque en presionar para cambiar su Constitu-ción. Una coartada adicional para la inac-ción occidental es el violento faccionalismokurdo. Es difícil representar los intereses deuna comunidad oprimida cuando sus líde-res malgastan sus energías luchando entresí, si bien no está al alcance de las organiza-ciones independientes de derechos huma-nos ni de los gobiernos occidentales acabarcon las luchas de poder kurdas. Dado queuna reorganización constitucional a granescala en la región kurda se interpreta co-rrectamente como una intromisión ilegíti-ma en la soberanía de Estados establecidos,los Estados occidentales que poseen unaagenda de derechos humanos se ven forza-dos a perseguir una cuidadosa estrategia di-plomática que realiza una doble apuesta:una por el gobierno en el poder y otra, me-nor, por la minoría oprimida. Se ayuda aambos discretamente, al tiempo que se so-cava la causa de los dos, y todo ello tienecomo consecuencia una devaluación real dela legitimidad de su propio lenguaje moral.

La misma incapacidad para compatibi-lizar la defensa de los derechos humanoscon el mantenimiento de la estabilidad delEstado ha echado a perder las políticas occi-dentales enrelación con Indonesia. Desde1975 los periodistas y los activistas de dere-chos humanos denunciaron la ocupaciónindonesia de la antigua colonia portuguesade Timor Oriental. Pero mientras Indonesiafuera contemplada como un bastión del sis-tema de seguridad estadounidense en el Su-deste asiático y la integridad territorial delinmenso archipiélago fuera vista como elprincipal objetivo de la política occidental,nada se haría para detener la opresión indo-nesia sobre los habitantes de Timor Orien-tal. ¿A qué obedeció, entonces, que en1998 Occidente comenzara a interesarsepor la situación de los derechos humanosen Timor Oriental? Tras el colapso del régi-men soviético ya no existía una amenazacomunista creíble en el sudeste asiático quejustificase la continuación del apacigua-miento del ejército indonesio. En segundolugar, el derrocamiento de Suharto por losestudiantes y la crisis económica del esteasiático debilitó el régimen indonesio hasta

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7 Véase Mary Kaldor, New and Old Wars: Organi-zed Violence in a Global Era, Londres, Polity, 1999(trad. cast.: Las nuevas guerras: violencia organizada enla era global, Barcelona, Tusquets, 2001); véase tam-bién Michael Ignatieff, Blood and Belonging: Journeysinto the New Nationalism, Londres, Vintage, 1993.

8 Sobre el Kurdistán, véase Ignatieff, Blood andBelonging, págs. 176-212; P.G.Kreyenbroek y S. Sperl,The Kurds, Londres, Routledge, 1991.

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tal punto que no pudo seguir resistiendo lapresión de los derechos humanos. Final-mente, un movimiento local en defensa deéstos, liderado por individuos capaces y va-lientes, estaba haciendo del historial indo-nesio de derechos humanos un verdaderoengorro en el escenario internacional, justocuando Indonesia más necesitaba los crédi-tos y el apoyo diplomático de la comuni-dad internacional. Esta confluencia de pre-siones condujo a Indonesia a aceptar la ce-lebración de un referéndum en TimorOriental, supervisado por observadores ex-tranjeros. El Consejo de Seguridad de Na-ciones Unidas pensaba que podía ayudar alos habitantes de Timor Oriental a lograr laautodeterminación, pero no hizo nada porprotegerles de la ira de las milicias proindo-nesias. De hecho, el Consejo de Seguridadgarantizó sus demandas de autodetermina-ción sin respetar su derecho a la seguridad.Las consecuencias eran fáciles de predecir:la masacre de civiles, la destrucción econó-mica de un país que ya era extremadamen-te pobre y, finalmente, el envío de fuerzasde paz a lo que todavía es un territorio bajosoberanía indonesia.

¿Hemos prestado la suficiente atencióna las consecuencias probables de esta inter-vención para la integridad territorial de In-

donesia? Si Timor Oriental lograra la sece-sión, ¿cuántas partes más de un complejoEstado multiétnico, multilingue y multi-confesional buscarán también la indepen-dencia?* Quizá sea imposible compatibili-zar la independencia de los habitantes deTimor Oriental con el mantenimiento alargo plazo de la integridad territorial deIndonesia tal como la conocemos hoy. In-cluso aceptando que Timor Oriental sea uncaso especial –una antigua colonia anexio-nada de forma ilegal– no parece que enten-damos que la intervención occidental pue-de estar contribuyendo, y a un alto precio,a la desintegración del Estado indonesio. Sicreemos que esta desintegración se va aproducir en cualquier caso, entonces aúnseguimos necesitando una política que evi-te que esta desintegración eche a perderaquello que intentamos proteger en primer

lugar, es decir, los derechos humanos de laspersonas comunes. Podemos estar segurosde que el ejército indonesio no dejará el po-der sin oponer una feroz resistencia, y tam-bién que la autodeterminación de algunosgrupos se logrará al precio del derrama-miento de la sangre de algunas minoríasimplicadas.

Para resumir, el problema de la políticaoccidental de derechos humanos consisteen que, al promover la autodeterminaciónétnica, podemos estar poniendo en peligrola estabilidad que es la precondición para lamisma protección de los derechos huma-nos. Ya que hemos iniciado el proceso enIndonesia, debemos ayudar a sus habitantesa decidir dónde debe detenerse: si las de-mandas secesionistas de otras minorías pue-den ser apaciguadas dentro de una Indone-sia democratizada y descentralizada o si al-gunas de estas demandas darán lugar, algúndía a nuevos Estados.

Mas allá de la especificidad del caso in-donesio, los activistas de derechos humanosdeben enfrentarse al hecho de que la defen-sa de los mismos puede acarrear presionessecesionistas que amenazan los Estadosexistentes y pueden empeorar a corto plazola situación de los derechos humanos demuchas personas. La triste verdad es que laautodeterminación nacional no siempre esfavorable a los derechos humanos indivi-duales, y que la democracia y los derechoshumanos no siempre van de la mano.

Derechos humanos, democracia y constitucionalismoPara lograr compatibilizar la democracia ylos derechos humanos, la política occiden-tal deberá poner más énfasis no sólo en lademocracia sino también en el constitucio-nalismo, el afianzamiento del equilibrio depoderes, el control judicial de las decisionesejecutivas y la salvaguarda de los derechosde las minorías.9 La democracia sin consti-tucionalismo no es más que la tiranía de lamayoría étnica.

Al enfrentarse a las demandas secesio-nistas, que amenazan la integridad territo-rial de los Estados-nación, los activistas dederechos humanos tendrán que hacer algomás que defender la causa de los activistasencarcelados. Tampoco podrán permane-cer neutrales frente a estas demandas de

MICHAEL IGNATIEFF

9Nº 130 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

* Michael Ignatieff escribió este texto en el año2000. El 20 de mayo de 2002, tras dos años y mediode administración de las Naciones Unidas, TimorOriental se convirtió en Estado independiente. En In-donesia existen otros movimientos separatistas impor-tantes en Madura, Kalimantan y las Molucas, pero losque plantean mayores desafíos al mantenimiento de laintegridad territorial del país son el de Aceh, en el ex-tremo norte de la isla de Sumatra y el de Papua Occi-dental, antes llamada Irian Jaya, en el este. (N. del t.)

9 Fareed Zakaria, ‘The Rise of Illiberal Demo-cracy’, Foreign Affairs, noviembre-diciembre de 1997,págs. 22-43; Louis Henkin, Constitutionalism, Demo-cracy and Foreign Affairs, Nueva York, Columbia Uni-versity Press, 1990; véase también Anthony Lewis, ‘Yesto Constitutions and Judges That Enforce Them’, In-ternational Herald Tribune, 7 de enero de 2000.

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secesión. Deberán desarrollar un conjuntode criterios para entender qué demandasde secesión merecen la independencia y lacreación de un Estado y qué otras puedenser resueltas a través de la autonomía re-gional o la descentralización política. Allídonde los grupos tengan fundadas razoneshistóricas para creer que no pueden viviren paz y con seguridad junto a otro grupodentro de un mismo Estado, sus demandasde secesión y creación de un Estado propiopueden estar justificadas por razones deautoprotección. Pero estas demandas noestán justificadas en todos los casos. Allídonde no exista una historia reciente deviolencia intergrupal, como por ejemploentre el Canadá anglófono y Quebec, oentre los ingleses y los escoceses, las de-mandas secesionistas se deben resolver através de la descentralización y la autono-mía dentro del Estado-nación existente.Las soluciones descentralizadoras tienden aproteger los derechos de las minorías mu-cho mejor que las separatistas. En un terri-torio donde una mayoría étnica ha logradoel autogobierno, ésta se ve obligada por laconstitución federal, que firmó junto a laotra mayoría étnica, a respetar a sus pro-pias minorías. Cuando se produce una se-paración radical, desaparecen las institu-ciones comunes que hacen posible estacostumbre de supervisión mutua.

En un Estado democrático, las de-mandas secesionistas de autodetermina-ción deben resolverse dentro del marcoestatal siempre que sea posible; pero enun Estado no democrático que se opone atoda descentralización en favor de las mi-norías y les niega la protección de sus de-rechos educativos, lingüísticos y cultura-les, la secesión y la independencia soninevitables.10

El caso de Sri Lanka, donde ha existidodesde 1983 un movimiento secesionistaprotagonizado por la minoritaria poblacióntamil enfrentado al gobierno dominadopor los sinhala, indica lo difícil que resultaconciliar los derechos de las minorías, la so-beranía estatal y los derechos humanos in-dividuales. Tras la independencia de GranBretaña en 1947, la lengua tamil comenzóa ser gravemente discriminada y no se per-mitió a los tamiles el acceso a los empleos

públicos. Pero la violencia –en la que todostomaron parte– no empezó hasta los años80. Premiar una demanda secesionista co-mo esta con la independencia equivaldría apremiar a un movimiento terrorista conmucha sangre en sus manos. También su-pondría la transmisión del control sobre elpueblo tamil a un grupo sin credencialesdemocráticas. Con ello, la secesión otorga-ría la autodeterminación colectiva a los ta-miles en forma de dictadura de partidoúnico y esto significaría el cumplimientodel deseo de autodeterminación del pueblotamil al tiempo que lanzaría a los tamiles,en tanto que individuos, en brazos de la ti-ranía. En estas circunstancias, la mejor ga-rantía para los derechos humanos indivi-duales de los tamiles y de la protección co-lectiva de su lengua y su cultura no sería elEstado separado que pide el movimientosecesionista, sino un autogobierno y unaautonomía sustanciales para el pueblo tamildentro del marco de una Sri Lanka demo-crática que ya no esté dominada por la ma-yoría sinhala.11

Este ejemplo nos debe indicar, prime-ro, que existiría un verdadero peligro paralos derechos humanos de los individuos sila comunidad internacional tuviera quepermitir la creación de un Estado propio alos grupos secesionistas que apoyan suscampañas en el terrorismo; segundo, quecualquier solución a las demandas de dere-chos de estas minorías exige que los Esta-dos sean más flexibles, menos unitarios ymenos intransigentes. De hecho, el proble-ma no consiste en obligar al Estado y a laminoría insurgente a respetar los derechoshumanos. Una solución a largo plazo pasapor un acuerdo institucional que impidaque una comunidad pueda apropiarse deun Estado en beneficio propio, que dichoEstado deje de ser visto como el monopo-lio de determinadas confesiones, etnias ogrupos raciales, y sea reinventado como ár-bitro de un pacto civil entre grupos étni-cos. El constitucionalismo y el Estado cívi-co son la condición sine qua non para unaefectiva protección de los derechos huma-nos en un Estado multiétnico.

El constitucionalismo implica la relaja-ción del concepto de Estado-nación unita-rio –un pueblo, una nación, un Estado–para que pueda responder adecuadamentea las demandas de protección de la heren-cia lingüística y cultural de las minorías y a

su derecho al autogobierno. Pero la apro-piación del Estado en beneficio de una co-munidad es inevitable en los países pobresen los que el Estado –con sus recursos, susingresos y sus privilegios– es la fuente prin-cipal, no sólo de poder político, sino tam-bién de prestigio social y económico. Elconflicto étnico es especialmente intensoen sociedades como la antigua Yugoslaviao en Estados desesperadamente pobres co-mo Ruanda, donde el control del poder es-tatal es la única fuente de privilegios socia-les, políticos y económicos. Detener el jue-go de suma cero de la competición étnicapor el poder estatal requiere incrementarlas fuentes socioeconómicas de privilegioindependientes del Estado para que inclu-so si los grupos minoritarios nunca preva-lecen de forma democrática frente a lasmayorías, por lo menos se aseguren fuentesindependientes de riqueza, privilegio yprestigio. Si esto se logra, no necesitaránrecurrir a la secesión y podrán permaneceren un Estado dominado democráticamen-te por otro grupo étnico. La minoría blan-ca de Sudáfrica, por ejemplo, se ha asegu-rado un lugar en las instituciones econó-micas y sociales de una Sudáfrica negra. Supoder económico les protege de formaefectiva de los efectos adversos del gobier-no de la mayoría. Por tanto, una sociedadcivil independiente constituye la base eco-nómica esencial para el pluralismo multiét-nico, pero también para el constituciona-lismo. Por ello, estar comprometido con elconstitucionalismo y con los derechos hu-manos equivale también a poner en fun-cionamiento toda una estrategia de desa-rrollo social y económico, dirigida a crearuna sociedad civil plural e independiente.Sólo entonces pueden las instituciones es-tatales encarnar el juego de contrapesosque protege a las minorías contra la tiraníade la mayoría étnica. En caso contrario,como en el Zimbaue de Mugabe, donde elrégimen ha decidido emprender una gue-rra contra una sociedad civil independien-te, en este caso la élite de los granjeros, de-berá combatir también contra el constitu-cionalismo y contra la independencia delos jueces, dado que estos son los principa-les bastiones contra la arbitrariedad del ré-gimen.

Además de hacer al Estado-nación másflexible frente a las peticiones de derechosde las minorías, el orden internacional de-be reforzar las organizaciones multilateralesy regionales para que puedan conferir de-rechos de participación a favor de nacionesy regiones autónomas. Esto permite a lasnaciones que no poseen un Estado propioel acceso a la escena internacional y la de-

DERECHOS HUMANOS Y AUTODETERMINACIÓN COLECTIVA

10 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 130

10 Robert McCorquodale, ‘Human Rights andSel-Determination’, en Mortimer Sellers (comp.), TheNew World Order: Sovereignity, Human Rights and theSelf-Determination of Peoples, Oxford, Berg, 1996, págs.9-35; véase también Hurst Hannum, Autonomy, Sove-reignity and Sel-Determination: The Accomodation ofConflicting Rights, Filadelfia, University of PennsylvaniaPress, 1996.

11 International Center for Ethnic Studies, SriLanka: The Devolution Debate, Colombo, ICES, 1998;Robert Rotberg (comp.), Creating Peace in Sri Lanka:Civil War and Reconciliation, Washington, D.C., Broo-kings, 1999.

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fensa de sus intereses sin tener que insistiren la plena soberanía y la fragmentaciónadicional del sistema estatal. La Unión Eu-ropea permite a los catalanes, los escoceses,los vascos y otros pueblos sin Estado parti-cipar en foros que promueven el desarrollode sus regiones. La Organización para laCooperación y la Seguridad en Europa(OSCE) ayuda a los grupos subestatales yla minorías nacionales a lograr representa-ción y protección en la escena internacio-nal. El comisionado de la OSCE para losderechos de las minorías ha desarrolladouna labor pionera en los Estados bálticos,ayudándoles a revisar sus leyes relativas a lalengua y la ciudadanía para proteger losderechos de la minoría rusa.12 De esta for-ma, tres pequeños Estados mantienen suindependencia sin crear un casus belli fren-te a su antiguo ocupante imperial, a la vezque las minorías en estos Estados sabenque poderosas instituciones europeas velanpor sus intereses.13

En el orden jurídico transnacional queestá emergiendo, la soberanía estatal serámenos absoluta y la identidad nacionalmenos unitaria. Como resultado, varias ju-risdicciones superpuestas coincidirán en laprotección de los derechos humanos den-tro de los distintos Estados. Estructuras re-gionales de derechos –como la OSCE–tendrán un mayor poder de supervisiónsobre los problemas de los derechos de lasminorías en los Estados miembro, y elloocurrirá porque los Estados emergenteshan llegado a la conclusión de que la ce-sión de parte de su soberanía sobre estostemas a cambio de su plena admisión en elclub regional vale la pena. A medida que lasoberanía se haga más permeable y máscontrolada, las minorías se sentirán menosasustadas y, por tanto, serán menos recep-tivas a las llamadas secesionistas.

No obstante, es utópico soñar con unaera más allá de la soberanía estatal. En vezde contemplar la soberanía estatal comoun principio pasado de moda, destinado adesvanecerse en la era de la globalización,debemos apreciar hasta qué punto la sobe-ranía constituye la fuente del orden en elsistema internacional, y que los regímenesconstitucionales nacionales representan la

mejor garantía para los derechos humanos.Este principio es poco familiar, incluso po-lémico, para una comunidad de activistasde derechos humanos que durante cin-cuenta años ha visto al Estado como el pe-ligro principal para los derechos humanosde los individuos. Y ello fue cierto en laépoca de los totalitarismos. En la actuali-dad, sin embargo, la principal amenaza pa-ra los derechos humanos no proviene úni-camente de la tiranía, sino también de laanarquía y la guerra civil. De ahí que este-mos redescubriendo la necesidad del ordenestatal como garantía para los derechos.Podemos afirmar con absoluta certeza quelas libertades de los ciudadanos se encuen-tran mejor protegidas por sus propias insti-tuciones que por las bienintencionadas in-tervenciones del exterior.

Por tanto, en el mundo actual pode-mos asegurar mejor los derechos humanosno debilitando a unos Estados ya sobrecar-gados sino reforzándolos siempre que seaposible. El fracaso estatal no puede contra-rrestarse mediante el activismo de derechoshumanos de las ONG. Lo que se necesitacuando fracasan los Estados es algo muchomás ambicioso: unos poderes regionalesque arbitren los acuerdos de paz entre lasfacciones; fuerzas de interposición paraasegurar que se respetan los términos delos acuerdos; asistencia multilateral paraconstruir instituciones nacionales, como larecaudación de impuestos, las fuerzas depolicía, los tribunales y los servicios socia-les básicos. El objetivo consiste en crearunos Estados lo suficientemente fuertes ylegítimos como para recuperar el mono-polio sobre la violencia, imponer orden ycrear el imperio de la ley. Los gobiernosque garantizan a sus ciudadanos seguridadsin democracia son preferibles a una situa-ción de desgobierno.

No es sólo que la democracia puedaser imposible; también puede existir unaobjeción de principio a nuestro derecho asolicitarla. En El derecho de gentes, JohnRawls imagina una sociedad llamada Kaza-nistán que prohíbe la participación políticaa todos aquellos que no sean musulmanespero tolera los derechos religiosos y perso-nales de otras minorías étnicas y religiosas.Este Estado vive en paz dentro del sistemainternacional, incluso aunque no respeteunos criterios igualitarios en materia de de-rechos humanos. No sabemos si existe un

Kazanistán, pero si existiera, no hay nada ajuicio de Rawls –ni del mío– que justifiqueuna interferencia en los asuntos domésti-cos de tal Estado. Los demócratas liberales,afirma Rawls, deben aceptar que existenotras formas estatales distintas de las suyasque pueden garantizar una adecuada justi-cia procedimental y una oportuna protec-ción de los derechos de las minorías.14

Esta no es la única lección que debenaprender los activistas de derechos huma-nos de las democracias liberales occidenta-les. La otra es que la universalidad implicacoherencia. Es incoherente imponer con-diciones a otros Estados en materia de de-rechos humanos internacionales a menosque aceptemos la jurisdicción de esas ins-tituciones sobre nosotros mismos. Los ca-nadienses anglófonos no tienen ningúnderecho a decirle a Lituania, Letonia y Es-tonia cómo deben tratar a sus respectivasminorías rusas a menos que admitan laobligación de suscribir los estándares de laOSCE para su propio tratamiento de lasminorías francesa y aborigen. Los estadou-nidenses no tienen ningún derecho a ser-monear a otros países acerca de su com-portamiento en materia de derechos hu-manos al menos hasta que esténdispuestos a dialogar con las institucionesinternacionales de derechos sobre ciertascuestiones sensibles –la pena capital y lascondiciones en las prisiones norteamerica-nas, por ejemplo– que pueden estar con-traviniendo la normativa internacional dederechos humanos. La obligación de, almenos, entablar un diálogo está clara, y laobligación de que las naciones pongan enpráctica lo que predican constituye el re-quisito básico para una política de dere-chos humanos legítima y efectiva. n

[Este artículo corresponde al capítulo ‘Los derechoshumanos como política’ del libro Los derechos huma-nos como política e idolatría, Paidós, abril 2003).

Michael Ignatieff es historiador y periodista cana-diense. Autor de El honor del guerrero: guerra étnica(Taurus, 1999). Guerra virtual. Más allá de Yugosla-via (Paidós, mayo, 2003).

MICHAEL IGNATIEFF

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12 Walter Kemp (comp.), Quiet Diplomacy in Ac-tion: The OSCE High Commissioner on National Mino-rities, Amsterdam, Kluwer, 2000

13 John Packer, ‘Problems in Defining Monori-ties’, en D. Fottreell y B. Bowring (comps.), Minorityand Group Rights in the New Millenium, Amsterdam,Kluwer, 1999, págs. 223-274; véase también The OsloRecommendations regarding the Linguistic Rights of Na-tional Minorities, La Haya, Foundation on Inter-EthnicRelations, 1998.

14 John Rawls, The Law of Peoples, Cambridge,Harvard University Press, 1999, págs. 75-78 (trad.cast.: El derecho de gentes y ‘Una revisión de la idea de ra-zón pública’, Barcelona, Paidós, 2001.

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NACIONALISMO Y LIBERACIÓN NACIONAL

La tragedia argelina y ‘Los condenados de la tierra’

JUAN PABLO FUSI

a II Guerra Mundial tuvo consecuenciasprofundas y duraderas en la evoluciónde las ideas, principios y planteamientos

nacionalistas. No podía ser de otra forma. Porun lado, la guerra desacreditó al nacionalis-mo, asociado en distinto grado a racismo, an-tisemitismo y voluntad de dominio: en 1945,el nacional-socialismo alemán, el fascismo ita-liano y el militarismo japonés aparecían a losojos del mundo como la expresión más extre-ma y peligrosa del nacionalismo, y éste, comola causa última y principal de la guerra; movi-mientos nacionalistas de nacionalidades his-tóricas significadas, como los nacionalismoscroata, eslovaco y albanés o, en menor medi-da, como los nacionalismos bretón, alsacianoy flamenco y hasta algunos elementos delIRA irlandés, eran además culpables o de co-laboracionismo con los nazis o de haber for-mado parte de alguna forma del nuevo ordenideológico y territorial de la Alemania nazi yde los países del Eje. Por otro lado, la II Gue-rra Mundial destruyó definitivamente el or-den colonial, precipitó la desintegración delos viejos imperios europeos, impulsó los mo-vimientos de liberación nacional e indepen-dencia en los territorios colonizados, y termi-nó por dar lugar en unos pocos años a la crea-ción de numerosos nuevos Estados nacionalesen Asia y África.

En 1945 se pensaba que el nacionalismoera una fuerza en declive. El historiador E.H.Carr, por ejemplo, argumentó en un pequeñolibro que publicó ese mismo año y que titulósignificativamente Después del nacionalismo(Nationalism and After), que el clima despuésde la II Guerra Mundial era muy distinto delclima de 1919 cuando, tras la disolución delos imperios austrohúngaro, ruso y otomano,el principio de autodeterminación de los pue-blos había aparecido como la encarnación delprogreso en las relaciones internacionales.E. H. Carr pensaba que, visto el fracaso de laSociedad de Naciones en los años veinte ytreinta, 1919 había sido el último triunfo de

la ideología de la “pequeña nación” como for-ma ideal de unidad económica y política, ycreía que la historia entraba en 1945 en unanueva era de “internacionalismo”, basado engrandes unidades continentales supranaciona-les, tipo Unión Europea, Unión Africana y si-milares, como la perspectiva más segura paraun mundo “asombrado”, escribía, “por las tur-bulencias del nacionalismo y la guerra”1.

La descolonización: la tragedia argelinaLa tesis del eclipse del nacionalismo estaba,sin embargo, equivocada. Apenas unos añosdespués, en 1958, en un largo artículo queescribió para el semanario L’Express, JeanPaul Sartre afirmaba que “el despertar del na-cionalismo” entre los pueblos afroasiáticosera “el acontecimiento más importante de lasegunda mitad del siglo”2. El descrédito delnacionalismo –luego lo veremos– era sólo unhecho europeo. Sartre llevaba razón: en1945, el nacionalismo era en Asia y África laprincipal fuerza de transformación, un movi-miento, para el filósofo francés, “irresistible”e “irreversible”. Y en efecto, la descoloniza-ción fue, por múltiples razones, un movi-miento inevitable. Aunque como ya habíaocurrido en 1914-1918 Gran Bretaña yFrancia aún pudieron movilizar en la II Gue-rra Mundial amplios contingentes de tropascoloniales, la guerra dislocó sustancialmentela relación entre los imperios y los territorioscolonizados, especialmente en el sureste deAsia, en el norte de África y en Oriente Me-dio. La Indochina francesa, la Indonesia ho-landesa y los territorios británicos de Birma-nia, Malaisia y Singapur fueron, por ejem-plo, ocupados antes o después por Japón.

Hechos como la rendición de Singapuren febrero de 1942, que supuso la capitula-

ción de un Ejército británico de más de se-senta mil hombres (dieciséis mil soldados in-gleses, catorce mil australianos, treinta y dosmil indios), o como la caída de Francia enjunio de 1940, significaron probablementelos mayores golpes dados al prestigio de losimperios británico y francés, respectivamen-te, en toda su historia, humillaciones sin pre-cedentes, en cualquier caso, del poder colo-nial. La caída de Francia, por ejemplo, refor-zó de forma inmediata las expectativas deindependencia en Siria y Líbano. De hecho,el imperio francés quedó dividido. Argelia,Marruecos, Túnez, Senegal, Madagascar y lasAntillas francesas optaron inicialmente por laFrancia colaboracionista de Vichy; el ÁfricaEcuatorial Francesa (Chad, República Cen-tral Africana, Congo-Brazzaville) y algunasislas del Pacífico (Tahití) se unieron en cam-bio a la Francia libre del general De Gaulle.Ciertamente, el desembarco aliado en el nor-te de África en noviembre de 1942 puso final poder colonial del régimen de Vichy y res-tableció de alguna forma la autoridad de laFrancia libre de De Gaulle en las colonias.Pero el cambio era ya evidente. Estados Uni-dos, la principal fuerza aliada, no creía en, niquería la reconstrucción de los imperioseuropeos tras la guerra. Significativamente, elpresidente Roosevelt se entrevistó en enerode 1943, en Casablanca, con el sultán marro-quí Mohamed V a espaldas de Francia; endiciembre, Allal al Fassi y Ahmed Balafrejfundaban el Istiqlal, el partido nacionalistamarroquí. En Argelia, el nacionalista mode-rado Ferhat Abbas había publicado en febre-ro de ese año (1943) un manifiesto rechazan-do la política asimilista francesa y abogandopor una solución federal y democrática paraArgelia; los actos que en mayo de 1945 se ce-lebraron en Sétif para celebrar el fin de laguerra mundial se transformaron en violen-tos disturbios de carácter independentista; en1946, Messali Hadj promovió un nuevo par-tido independentista, el Movimiento para elTriunfo de las Libertades Democráticas

L

12 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 130

1 E. H. Carr, Nationalism and After (Macmillan, Lon-don, 4ª ed., 1968), pág. 70 y págs. 36-37.

2 J. P. Sartre, Colonialismo y neocolonialismo. Situa-tions V (Losada, Buenos Aires, 1964), pág. 90.

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(MTLD).El viejo orden colonial, en otras pala-

bras, no podría ser reconstruido. Era incom-patible con la visión que tenían los aliadosdel nuevo orden mundial que habría de se-guir a la guerra o, por lo menos, los más im-portantes de ellos, esto es, Estados Unidos yla Unión Soviética, que en 1945 eran de he-cho ya las dos nuevas superpotencias mun-diales. Era incompatible, si se quiere, con elmismo clima moral de la posguerra, reflejadoen las numerosas declaraciones y textos radi-calmente críticos con el colonialismo hechospúblicos por entonces por organismos inter-nacionales, iglesias cristianas, grupos de dere-chos humanos, partidos de izquierda (y, so-bre todo, los partidos comunistas, muy fuer-tes tras 1945 en países como Francia e Italia),organizaciones pacifistas y numerosas perso-nalidades prestigiosas. La “negritud”, porejemplo, la afirmación de la cultura, estéticay sensibilidad africanas, que tendría sus prin-cipales teorizadores en el poeta martinicanoAimé Cèsaire y en el escritor senegalés Léo-pold Sédar Senghor, tuvo ahora, en la inme-diata posguerra, su momento de mayor as-cendencia: en el prólogo que escribió en1948 a la antología de la poesía en lengua

africana publicada por Senghor, Sartre laexaltó como manifestación necesaria en elproceso de liberación de los pueblos africa-nos colonizados3.

La Carta del Atlántico, suscrita en agostode 1941 por el presidente norteamericanoRoosevelt y el primer ministro británicoChurchill, fue el primer documento de caraprecisamente a perfilar el nuevo orden inter-nacional tras la guerra; era básicamente un lla-mamiento a favor de un mundo libre, afirma-ba el derecho de cada pueblo a escoger la for-ma de gobierno bajo la que quisiera vivir(aunque luego Churchill tratara de matizar yde excluir al Imperio británico del acuerdo).Luego, el artículo primero de la Carta de lasNaciones Unidas de la ONU, la gran organi-zación internacional creada en 1945 e integra-da inicialmente por cincuenta naciones, haríareferencia al principio de “autodeterminaciónde los pueblos” como base de la paz y de laamistad internacionales; el artículo 73 (párra-fo B; capítulo XI) pedía a los países que admi-

nistraban territorios no autónomos quedesarrollasen el “autogobierno”, que tuviesenen cuenta “las aspiraciones políticas de lospueblos” y que cooperasen con éstos en el“progresivo desarrollo de instituciones políti-cas libres”. La ONU, y dentro de ella paísesantes colonizados como Egipto y la India, tu-vo en general un papel relevante en la descolo-nización. La resolución 1514 de su AsambleaGeneral condenó la continuación del podercolonial; en 1961, Naciones Unidas creó unComité de Descolonización encargado de ace-lerar y supervisar los procesos de descoloniza-ción en marcha (de forma que de los cincuen-ta países iniciales, la ONU habría pasado a185 países en 1998)4.

El hecho decisivo fue, con todo, el anun-cio que el 20 de febrero de 1947 hizo el nuevoGobierno británico, el Gobierno laborista pre-sidido por Clement Attlee tras su victoria enlas elecciones de junio de 1945, de que, ocu-rriese lo que ocurriese, Gran Bretaña abando-naría la India no más tarde de junio de 1948.India y Pakistán no esperaron a 1948: procla-maron la independencia el 15 de agosto de1947 (y Ceilán, Sri-Lanka, el 15 de diciem-bre). Pronto les seguirían muchos otros países:Birmania, el 4 de enero de 1948; Indonesia, el27 de diciembre de 1949; Libia, el 14 de di-ciembre de 1951. Eritrea, ex colonia italiana,se federó a Etiopía en 1952. Tras su derrotamilitar en Diên Biên Phu (mayo de 1954),Francia reconocería la independencia de Indo-china (Vietnam, Laos y Camboya). Veintinue-ve países afroasiáticos independientes podríanya reunirse en la conferencia de Bandung deabril de 1955, un verdadero hito en la historiade los países descolonizados. En 1956 se pro-dujo la independencia de Sudán, Túnez yMarruecos; en 1957, las de Ghana y Malaisia;

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3 Véase Léopold Sédar Senghor, Obra poética. Intro-ducción de Lourdes Carriedo. Traducción y notas de Javierde Prado (Cátedra, Madrid, ed. 1990), págs. 37 y sigs.

4 Dos breves, pero excelentes, introducciones a la des-colonización son: Henri Grimal, La Décolonisation de 1919à nos jours (Bruselas, 1996, edición original de 1965), yM. E. Chamberlain, Decolonization (Blackwell, Oxford, 2ªed., 1999).

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en 1958, las de Singapur y Guinea. Diecisietepaíses accedieron a la independencia en1960; dos más lo hicieron al año siguiente;otros cuarenta, entre 1961 y 1981.

El proceso de descolonización distó mu-cho, sin embargo, de ser un proceso ordena-do y gradual. Francia tuvo en la guerra de in-dependencia de Indochina (1945-1954) untotal de setenta y siete mil bajas mortales (deellas, once mil soldados franceses; siete milquinientos legionarios, cuatro mil quinientosafricanos, catorce mil soldados indígenas, et-cétera) y cifras muy superiores de desapareci-dos, heridos y prisioneros; el Viet-Minh, elmovimiento por la independencia de Viet-nam (Tonkín, Annam y Cochinchina), per-dió más de doscientos mil hombres. En laguerra de independencia argelina (1954-1962), murieron veintisiete mil soldadosfranceses y, según fuentes francesas, cientocuarenta mil argelinos (aunque las fuentes ar-gelinas hablarían de un millón de muertos).

El curso de los distintos procesos de des-colonización dependió lógicamente, en pri-mer lugar, de la política descolonizadora delos imperios europeos; pero también de la es-trategia hacia la independencia seguida porlos diferentes movimientos nacionalistas an-ticoloniales y, por tanto, de la naturaleza ysignificación de éstos últimos. La respuestade los imperios al desafío anticolonialista fue,en efecto, muy distinta.

El verdadero problema fue Francia. DeGaulle, que gobernó tras la liberación delpaís entre 1944 y 1945, aceptó la indepen-dencia del Líbano (1944) y con reservas,causa de graves fricciones con Damasco, lade Siria (1946). Pero los dirigentes de laIV República, proclamada ya sin De Gaulleen 1946, vieron en el mantenimiento delImperio, redefinido constitucionalmente co-mo una Unión Francesa fundada en la igual-dad de derechos y deberes entre los pueblosque la integraban, la clave para el restableci-miento del papel internacional de Francia yel fundamento del prestigio y la autoridadnacionales del nuevo régimen, tras la humi-llación que había supuesto la capitulaciónante la Alemania nazi de junio de 1940. LaUnión Francesa, integrada por Francia, los“departamentos” y “territorios” de Ultramary los “territorios asociados”, resultaba unproyecto parcialmente plausible. Satisfacía lavisión que del imperio como misión civiliza-dora y progresiva había tenido Francia; era,o podía ser, aceptable, aunque sin entusias-mo, para las colonias africanas y para las An-tillas, cuyos habitantes devenían ahora ciu-dadanos franceses, y cuyas realidades “nacio-nales” recibían un reconocimiento cultural ypolítico que nunca habían tenido: de hecho,la Unión sólo fue rechazada en Madagascar,

donde los días 29 y 30 de marzo de 1947 seregistraron reivindicaciones violentas de ca-rácter nacionalista e independentista queFrancia aplastó, a modo de advertencia, coninaudita brutalidad, que causó miles demuertos. Pero la Unión Francesa resultaba,vistas las circunstancias, imposible para In-dochina y difícilmente aceptable para Ma-rruecos y Túnez y aún para Argelia (pese ala aparente amplia aceptación que todavíatenía la unión con Francia en ésta última, yde la división del nacionalismo argelino en-tre el independentismo de Messali y elMTLD, y el federalismo de Ferhat Abbas ysu Unión Democrática del Manifiesto arge-lino).

En Indochina, y particularmente enVietnam (Annam, Tonkín y Cochinchina),Francia se encontró en situación parecida ala de Gran Bretaña en la India, y Holandaen Indonesia. Tras la rendición de Japón, elViet-Minh, la liga por la independencia deVietnam creada en 1941 por Ho Chi Minhy Nguyen vo Giap, que desde 1943 habíasostenido con apoyo aliado una intensa gue-rra de guerrillas contra la ocupación japone-sa, proclamó en Hanoi (septiembre de1945) la República de Vietnam, bajo la pre-sidencia del dirigente comunista Ho ChiMinh. En situación similar, en la India,Gran Bretaña había optado por renunciar alimperio: el traspaso de poderes no fue de esaforma, como acaba de quedar dicho, trau-mático. La determinación de Francia de afir-mar su antiguo poder colonial en Indochinaprovocó la guerra. En principio, entre no-viembre de 1945 y enero de 1946, los fran-ceses, mandados por el general Leclerc y elalto comisario d’Argenlieu, restablecieronpacíficamente su autoridad en el centro ysur de Vietnam (Annam y Cochinchina),además de en Laos y Camboya, y luego ne-gociaron con Ho Chi Minh la posible incor-poración de un hipotético Vietnam inde-pendiente y unificado a la Unión Francesa.Las negociaciones fracasaron. Francia, bajocreciente presión norteamericana, vio en elsector “duro” del Viet-Minh y en Ho ChiMinh la amenaza de una revolución comu-nista; los líderes vietnamitas se convencieronde que Francia no aceptaría un Vietnam in-dependiente y unificado. En diciembre de1946, el Viet-Minh pasó a la clandestinidady desencadenó, desde sus reductos del norte,la guerra de guerrillas y atentados terroristascontra las tropas y guarniciones francesas; en1949, Francia restableció al ex emperadorBao Dai como jefe del “Estado de Vietnam”,con capital en Saigón.

La guerra fue larga y costosa. Franciallegó a enviar a Indochina un total de tres-cientos setenta y cinco mil soldados y sufri-

ría, como ya se indicó, setenta y siete mil ba-jas mortales. Obligado a operar en un terre-no desfavorable a la guerra convencional(montañas cubiertas de selvas, amplias zonaspantanosas) y con una climatología igual-mente complicada por el particular régimende lluvias de la región, el Ejército francés sevio por lo general privado de la capacidad deiniciativa, limitado a acciones defensivas y aoperaciones de castigo –siempre de enormedureza– sobre aldeas o áreas supuestamentecontroladas por el Viet-Minh. El conflicto,que fue crecientemente impopular en Fran-cia, sufrió pronto una escalada y se interna-cionalizó, al extremo de que, tras el triunfoen 1949 de la revolución comunista en Chi-na y el estallido de la guerra de Corea en1950, tuvo más el carácter de una guerra decontención del comunismo que de una gue-rra estrictamente colonial. La China comu-nista y la Unión Soviética reconocieron alGobierno de Ho Chi Minh en enero de1950. A su vez, el régimen de Bao Dai –unrégimen débil, salpicado por continuas de-nuncias de corrupción y una gran inestabili-dad gubernamental– fue reconocido porEstados Unidos, Gran Bretaña y otros paísesoccidentales; Estados Unidos, concretamen-te, inició el envío de ayuda militar a Saigónen junio de 1950.

La guerra terminó con un formidabledesastre militar para Francia. Pudo, cierta-mente, haber sido de otra forma. En 1950, elEjército francés, mandado por el carismáticoy controvertido general De Lattre de Tas-signy, pareció restablecer la situación, hastaentonces claramente favorable al Viet-Minh,mandado por el hábil Giap. Su sucesor, el ge-neral Salan, logró detener los intentos delViet-Minh de extender la guerra a Laos y alcentro de Vietnam (el epicentro de la guerraestuvo siempre en el norte: en torno a Hanoiy al enorme delta del río Rojo), y aún, liberarla región del delta. Pero desde finales de1952, el equilibrio militar volvió a ser favora-ble al Viet-Minh (unos ciento setenta y cincomil hombres en 1953), en razón sobre todode la ayuda china y soviética. El éxito en al-gunas operaciones de contención hicieronpensar, sin embargo, a los militares francesesy a su nuevo general en jefe, Henri Navarre,que sería posible asestar un golpe definitivo asu enemigo en Diên Biên Phu, una localidaden territorio del Viet-Minh próxima a lafrontera de Laos y punto clave para dominarlas comunicaciones entre China y Vietnamdel Norte. Tras una brillante operación aero-transportada, los franceses ocuparon DiênBiên Phu (23 de noviembre de 1953) e hi-cieron de ella una formidable base militar. Loque los franceses creyeron que iba a ser elprincipio de su victoria –ir creando bases si-

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milares, inexpugnables, en los puntos clavedel territorio enemigo y empeñar a éste enuna guerra de desgaste sobre aquéllas–, fue lacausa de su derrota. Contra lo que se espera-ba y parecía casi imposible a la vista del terre-no y de las difíciles comunicaciones de la zo-na, Giap logró concentrar en torno a DiênBiên Phu un ejército de unos sesenta milhombres e importantes contingentes de arti-llería y, tras ocho semanas de ataques y bom-bardeos constantes en los que pudieron mo-rir unos tres mil soldados franceses y cerca deocho mil vietnamitas, el 7 de mayo de 1954forzó la rendición de la guarnición francesa(reducida al final a unos quince mil hom-bres). Dos meses después se firmó el armisti-cio; en los acuerdos de Ginebra (20 de juliode 1954), firmados tras negociaciones impul-sadas por las principales potencias interna-cionales para poner fin conjuntamente a losconflictos de Vietnam y Corea, se acordó es-tablecer una línea de alto el fuego entre losdos Vietnam –la República del Norte, de Ho

Chi Minh; el régimen de Saigón, de BaoDai–, y celebrar elecciones de cara a la reuni-ficación antes de julio de 1956. Los acuerdossupusieron el fin del poder colonial de Fran-cia en el sureste asiático5.

Diên Biên Phu, que dejó una huella in-deleble en la memoria francesa, convenció amuchos franceses, y a parte de su clase políti-ca, de la necesidad de rectificar la política co-lonial. El nuevo primer ministro, el inteligen-te y capaz Mendès-France (junio de 1954-fe-brero de 1955), líder del radicalismorepublicano de izquierda, firmó los acuerdosde Ginebra y preparó la independencia deTúnez, consumada en 1956, y probablemen-te, contempló en principio las de Marruecosy Argelia. Era, sin duda, la alternativa más ra-

cional y prudente. Pero probablemente llega-ba demasiado tarde. El problema colonial ter-minaría por destruir la IV República France-sa. Mendès-France y sus sucesores al frentedel Gobierno (E. Fauré, Guy Mollet) choca-ron en el caso de Argelia con una realidad dedifícil manejo: la totalidad de los partidos po-líticos franceses y gran parte de la opiniónpública consideraban que el territorio argeli-no era parte de Francia, no una colonia, unterritorio francés desde 1830, carente deidentidad histórica definida y de hecho, unacreación administrativa francesa, y con unapoblación de origen y nacionalidad francesescercana en 1954 al millón de habitantes, po-blación además en su mayoría urbana, mo-desta, de empleados, comerciantes y trabaja-dores. En Marruecos, Francia se estrelló tam-bién con una complejísima situación: por unlado, la confrontación entre la política oficialfrancesa (desde 1945: reformas políticas, mo-dernización y occidentalización del país, es-trechamiento de la cooperación franco-ma-rroquí), y el malestar y resistencia de la pobla-ción europea (unas trescientas mil personasen 1945) y del Ejército francés a las concesio-nes hechas a la población marroquí; por otro,las aspiraciones dinásticas y nacionales delsultán Mohamed V al restablecimiento de laindependencia y a la plena reunificación desu país y el ascenso del nacionalismo de ma-sas; en medio de ello, un conglomerado denotables y jefes locales (caids, pachás), líderesreligiosos y minorías étnicas, oscilantes entreFrancia, el sultán y sus propias tradiciones eintereses locales. En cualquier caso, las expre-siones del descontento nacionalista marroquíhabían ido en aumento, especialmente desde1953: disturbios esporádicos, manifestacio-nes, huelgas, sabotajes, atentados contra colo-nos y propiedades europeas. La decisión fran-cesa en agosto de 1953 de deponer a Moha-med V (deportado primero a Córcega y luegoa Madagascar) y sustituirle –con el apoyo deun grupo significativo de notables marroquí-es– por Muley Ben Arafa, hizo de aquél elsímbolo del nacionalismo marroquí, extendióla protesta popular antifrancesa incluso a re-giones como las comarcas bereberes del nortetradicionalmente poco afectas al sultán, y lle-vó la cuestión de Marruecos a un callejón sinsalida: Francia tendría que aceptar el retornode Mohamed V a Rabat (noviembre de1955) y la formación de un Gobierno marro-quí para la negociación del proceso de inde-pendencia, acordada el 7 de marzo de 1956.España, que había sido más conciliadora res-pecto al nacionalismo marroquí que Francia yque en realidad desde que terminó la guerradel Rif en 1926 no había tenido problemasen su zona, no fue consultada: sorprendidapor el acuerdo de marzo de 1956, dio preci-

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5 Puede consultarse: Y. Gras, Histoire de la Guerred’Indochine (París, 1979) y E. O’Ballance, The IndochinaWar, 1945-54 (London, 1964); un excelente resumen, enA. Clayton, The Wars of French Decolonization (Longman,Londres, 1994), págs. 59-78.

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pitadamente la independencia al Marruecosespañol, pero excluyendo los territorios de If-ni y Sahara6.

En Argelia, Francia volvería a empeñar-se, como en Indochina, en una guerra costo-sísima y brutal, de consecuencias, como ense-guida se verá, determinantes. La revoluciónargelina, dirigida por el Frente de LiberaciónNacional, estalló, en efecto, el 1 de noviembrede 1954, día en que se produjeron una trein-tena de atentados (bombas, cortes de líneas deferrocarril, disparos contra cuarteles y comisa-rías de policía) en distintos puntos del país.Francia, ya ha quedado dicho, considerabaArgelia como parte irrenunciable de la repú-blica; tras Indochina, el Ejército no estaba dis-puesto a sufrir en Argelia una nueva humilla-ción. El nacionalismo argelino, por su parte,liderado desde el FLN por una nueva genera-ción (Ben Bella, Budiaf, Belkassem Krim, Bi-tat, Ait Ahmed, Larbi Ben Mehdi, etcétera)procedente del MTLD de Messali –quien, sinembargo, quedó marginado del proceso–, hi-zo del terrorismo y la acción directa la estrate-gia para la independencia y la revolución, yexcluyó toda posibilidad de aceptar la pro-puesta –alto el fuego, elecciones, negociacio-nes– que en un primer momento les hizo elGobierno francés. De esa forma, la guerra re-sultó inevitable; iba a prolongarse hasta el 19de marzo de 1962.

La “tragedia argelina” –como la llamóRaymond Aron en el polémico ensayo de esetítulo que publicó en 1957– fue, como se dijoen su momento, un “catálogo de atrocidades”.De parte argelina, atentados con bombas (yasesinatos por degollación) contra civiles y mi-litares, terrorismo urbano indiscriminado,guerrilla, sabotajes, emboscadas; de parte fran-cesa, represión, detenciones en masa, “limpie-za” de barrios árabes (la kashbah de Argel, porejemplo), torturas –práctica y símbolo atrozde la actuación del Ejército francés–, ejecucio-nes, “cuadriculación” del país (bloqueos ycontroles en carreteras y pasos de montaña,alambradas electrificadas en las fronteras conTúnez y Marruecos), acciones militares durísi-mas contra las zonas y refugios de la guerrillacon uso de la aviación y napalm. Francia lle-garía a enviar a Argelia un Ejército de cuatro-cientos mil hombres, de los que murieronveintisiete mil; los argelinos tuvieron entreciento cuarenta mil (cifra francesa) y un mi-

llón (cifra argelina) de víctimas mortales. Elaño 1956 fue favorable al FLN y 1957 al Ejér-cito francés, que ganó, de hecho, si bien mer-ced a la represión y la tortura, la llamada “ba-talla de Argel”, la confrontación en la capital,por espacio de varios meses, entre el terroris-mo urbano argelino y la X División de Para-caidistas del general Massu, el responsable delorden público en Argel. El FLN internaciona-lizó el conflicto con considerable éxito. Ma-rruecos, Túnez, Egipto, la Liga Árabe, apoya-ron la causa argelina. El apresamiento porFrancia en 1956 de un avión en el que viaja-ban algunos dirigentes argelinos (Ben Bella,Khider, Ait Ahmed) provocó una amplia con-dena internacional. Con el voto del bloqueafroasiático y de los países de la Europa delEste, la ONU incorporó (1955) la descoloni-zación de Argelia a su agenda. El “Gobiernoprovisional de la República argelina” que elFLN creó en septiembre de 1958 –tras la ad-hesión de otras fuerzas políticas argelinas, co-mo la UDMA de Ferhat Abbas, que presidiríael Gobierno provisional, y el Partido Comu-nista argelino, y de los líderes religiosos, ule-mas– fue inmediatamente reconocido por nu-

merosos países.Como viera antes que nadie Raymond

Aron –con lucidez y frialdad analíticas, sin in-dignación moral alguna–, Argelia era “unaaventura sin salida”. La integración era impo-sible; la descolonización, inevitable. El únicoobjetivo racional para Francia habría sido, enefecto, lo que Aron llamó “el heroísmo delabandono”: dejar que Argelia accediese a la in-dependencia, repatriación de la población eu-ropea, retirada sin humillación para elEjército7. Pero el contexto emocional y políti-co en que se desarrolló la guerra lo impidió.Los éxitos del FLN endurecieron las posicio-nes de los colonos europeos, los pieds-noirs, ydel Ejército francés en favor de una “Argeliafrancesa”. La tortura, la represión, las ejecucio-nes, dividieron progresivamente a la opiniónpública francesa: intelectuales de izquierda,como Sartre, y católicos (Marrou, Mauriac),organizaciones estudiantiles, revistas como Es-prit y Les Temps Modernes, el semanario L’Ex-

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6 Los libros de Abdallah Laroui (Les origines sociales etculturelles du nationalisme marocain 1830-1912, 1977; His-toire du Magreb: un essai de synthèse, 1978; Marruecos: Islamy nacionalismo, 1994) son magníficos. Véase además: JohnP. Halstead, Rebirth of a Nation 1912-1944 (Cambridge,Mass., 1967); Víctor Morales Lezcano, España y el norte deÁfrica: el Protectorado de Marruecos (1912-1956), Madrid,1984, y A. Segura i Mas, El Magreb: del colonialismo al isla-mismo (Barcelona, 1994), págs. 145-176.

7 Además de La tragédie algérienne (París, 1957), véaseR. Aron, Memorias (Alianza, Madrid, 1985), págs. 343-363.

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press, el diario Le Monde y otros, denunciarondesde 1956 la “guerra sucia”; Camus, nacidoen Argelia, en Mondovie, en una familia obre-ra de pieds-noirs, aun responsabilizando de loshechos al FLN y al terrorismo, pediría una“tregua civil” entre ambas partes8. La idea deque el conflicto no tenía solución militar sinopolítica, fue paralelamente ganando terreno.

Argelia, en realidad, desgarró a Francia.Primero, hirió de muerte a la IV Repúblicafrancesa, que no pudo sobrevivir al gravísimodesafío planteado en mayo de 1958 por losmandos militares en Argelia (concretamente,por los generales Massu y Salan, este últimocomandante en jefe desde 1956) quienes, anteel temor de que el nuevo Gobierno formadoaquel mes, quinto Gobierno en dos años, pu-diera estar contemplando la negociación conel FLN, constituyeron en Argel (día 13 demayo) un Comité de Salvación Pública y exi-gieron (día 15) el retorno al poder de DeGaulle, el hombre de la victoria en la II Gue-rra Mundial. Un retorno exigido igualmenteen las grandes manifestaciones que el día 16recorrieron la capital argelina entre vítores a laArgelia francesa y al general De Gaulle, y quese produjo, en efecto, de forma casi inmedia-ta, el 29 de mayo, con la formación por DeGaulle de un “gobierno de salvación nacional”(que procedería a la implantación, previo refe-réndum, de un nuevo régimen, la V Repúbli-ca). Luego, cuando a fines de 1959 parecióque De Gaulle optaba por la liquidación delproblema y el abandono de Argelia, Francia seenfrentaría a un verdadero levantamiento dela “Argelia francesa”. La población europea,dirigida por el propietario del café Forum,Ortiz, y el presidente de los estudiantes, La-gaillarde, se amotinó en la capital argelina du-rante la semana del 24 al 30 de enero de1960, la “semana de las barricadas”. En enerode 1961, cuando el Gobierno anunció el co-mienzo de las negociaciones con el FLN parael mes de abril, Lagaillarde, Jean Jacques Susi-ni y el general Salan, exiliado en Madrid desde1960 por su oposición a la política argelina deDe Gaulle, crearon una Organización ArmadaSecreta (la OAS), que desencadenaría una im-portante campaña terrorista, en Francia y enArgelia, contra los nacionalistas argelinos. En-tre el 22 y el 24 de abril (1961), los generalesChalle, Zeller, Jouhaud y Salan intentaron,desde Argel, un golpe de estado contra Parísen defensa de la unidad de Francia y de unaArgelia francesa.

La tragedia argelina finalizó, pues, en ne-gociaciones con el FLN (que se iniciaron en

Evian, el 20 de mayo de 1961), negociacionesdifíciles, interrumpidas en alguna ocasión yacompañadas casi hasta el final por atentadosterroristas tanto del FLN como de la OAS, ypor manifestaciones, huelgas y disturbios a fa-vor y en contra de la causa argelina, pero queculminaron con la aceptación de la indepen-dencia de Argelia, oficialmente proclamada el3 de julio de 1962. Antes, la población france-sa había ya aprobado la política de De Gaulleen un referéndum celebrado el 8 de abril; Ar-gelia votó por la autodeterminación de su paísel 1 de julio. El éxodo de los pieds-noirs fue ca-si total. Unos doscientos cincuenta mil llega-ron a Marsella entre febrero y marzo de 1962;trescientos cincuenta mil marcharon a Ma-rruecos y otros puntos en junio. Cerca de milochocientos europeos murieron en Argel vícti-mas de la violencia argelina tras la indepen-dencia, entre julio y diciembre de 1962. DeGaulle escapó milagrosamente a un atentadopreparado por el coronel Bastien-Thiry (quesería ejecutado), el 22 de agosto de ese año9.

La guerra de Argelia fue el conflicto másviolento del proceso de descolonización de laposguerra. Vino a mostrar, entre otras muchascosas, que el sueño francés de una UniónFrancesa como recambio cosmético del impe-rio había sido una ilusión estéril, y que el“viento de cambio” al que se refirió en Ciudaddel Cabo, en febrero de 1960, el entonces pri-mer ministro británico Harold Macmillan, erauna realidad formidable.

Francia rectificó. En 1956 había dado laindependencia a Túnez y Marruecos; en1960, mientras combatía en Argelia, la conce-día a Camerún, Togo, Madagascar, Congo-Brazzaville, República Centroafricana, Chad,Gabón, Alto Volta (Burkina-Faso), Dahomey(Benin), Costa de Marfil, Senegal, Mali yMauritania.

El colonialismo había perdido el curso dela historia. Cuando el 26 de julio de 1956 elpresidente de Egipto, Nasser, anunció la na-cionalización de la compañía del Canal deSuez, compañía propiedad de inversores britá-nicos y franceses, Gran Bretaña y Francia de-clararon la guerra (con la connivencia de Is-rael, deseosa de proceder a una acción militarpreventiva en el Sinaí, donde Egipto había idoconcentrando fuertes contingentes militaresdesde 1955 y desde donde partían la casi tota-lidad de los numerosísimos ataques terroristascontra Israel de los fedayines palestinos). El 31de octubre de 1956, aviones británicos y fran-

ceses bombardearon las bases militares egip-cias, y fuerzas aerotransportadas de ambos paí-ses (marines, paracaidistas) ocuparon PortSaid y otros puntos (5 de noviembre). La ope-ración franco-británica fue un desastre (salvopara Israel, cuyas tropas infligieron graves pér-didas a los egipcios y ocuparon Gaza y casi to-do el Sinaí): fue inmediatamente condenadapor la ONU, Estados Unidos, Canadá, laURSS, por la práctica totalidad de los paísesindependientes, por las propias opiniones pú-blicas británica y francesa. Ante la presiónnorteamericana, Gran Bretaña y Francia tu-vieron que retirarse de Egipto (7 de noviem-bre). Israel devolvería a Egipto todos los terri-torios ocupados más tarde, en marzo de 1957.La ONU enviaría una fuerza de pacificaciónde cascos azules. Suez costó la carrera política aEden, el primer ministro británico y probable-mente la personalidad más brillante y atractivade la política británica de la posguerra; supu-so, además, una nueva humillación para laIV República francesa (y un revés para su po-lítica en Argelia, pues Francia había tratado dejustificar Suez en razón del apoyo de Egipto alFLN). En suma, Suez no pasó de ser, en pala-bras del dominical liberal británico The Obser-ver, el principal portavoz de la amplia oposi-ción que Suez suscitó en Gran Bretaña, una“operación de policía” de dos potencias ya “se-cundarias”10. Fue, si se quiere, la última ope-ración militar del colonialismo europeo. Sig-nificativamente, el verdadero vencedor fueNasser. La propaganda patriótica británica yfrancesa quiso presentarlo como un nuevo Hi-tler; Suez hizo de él el líder del mundo árabe yel símbolo del despertar de los pueblos antescolonizados.

Los condenados de la tierraNadie dudó de que la descolonización supusouna de las mayores revoluciones de la historia:una formidable alteración del poder interna-cional, una gigantesca transferencia de poderde las metrópolis a las ex colonias, la emergen-cia de nuevas élites y estructuras de Gobiernoen Asia y África, transformaciones sustantivasen las nuevas naciones (políticas de industria-lización, nacionalizaciones, reformas agrarias,derechos y libertades políticas, etcétera), desa-parición de los imperios europeos, apariciónde nuevos poderes regionales (India, Egipto) yde nuevas regiones económicas, nuevo equili-brio internacional, la irrupción de nuevas cul-turas. La descolonización, precisamente, dioun nuevo sentido a la palabra “revolución”,cuya articulación ideológica más consistente

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8 Camus recogió sus artículos en Chroniques algérien-nes, 1958, incorporados luego en Carnets, III, 1951-1959(Gallimard, París, 1989).

9 Para todo el problema argelino, véase: Alain-GérardSlama, La guerre d’Algérie. Histoire d’une déchirure (Galli-mard, París, 1996); Mohammed Harbi, 1954. La guerrecommence en Algérie (Complexe, París, 1984), y AlistairHorne, A Savage War of Peace: Algeria 1954-1962 (Lon-dres, 1987).

10 R. Cockett, David Astor and The Observer (Lon-dres, 1991), pág. 207-234.

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elaboraría ahora Frantz Fanon (1925-1961),un psiquiatra negro, martinicano, destinadoen un hospital psiquiátrico en Argelia (1953-1956), que se unió al FLN argelino y comba-tió hasta su muerte, desde la ideología y lapropaganda, por la revolución de Argelia. Loque hicieron las ideas y la obra de Fanon (Pielnegra, máscaras blancas, 1952; Año V de la Re-volución argelina, 1959; Los condenados de latierra, 1961; Por la revolución africana, 1964),fue, en efecto, eso: redefinir la revolución, vis-ta hasta entonces como la lucha de los traba-jadores en las sociedades industrializadas, co-mo lucha nacional, anticolonialista y antirra-cista, como liberación nacional de los puebloscolonizados.

El desarrollo del pensamiento de Fanonfue, sin embargo, gradual. En principio, fueincluso ajeno a preocupaciones y análisis ex-plícitamente políticos. Desde luego, su interéspor el racismo, y enseguida por la psiquiatría,fueron anteriores a su interés por la descoloni-zación y la violencia revolucionaria, y de algu-na forma fueron siempre esenciales a, e inse-parables de, sus análisis y reflexiones sobre larevolución anticolonial. Raza y racismo fue-ron, en efecto, las claves de su pensamiento, elfundamento, si se quiere, de su rebelión.Siempre dijo que descubrió el racismo –sucondición de negro, que jamás sintió en Mar-tinica, su país natal– en el Ejército francés, alque se unió voluntariamente a los 18 años, en1943, una vez que Martinica, como las otrascolonias francesas en las Antillas, se unió a laFrancia libre de De Gaulle, y con el que sirviódurante la II Guerra Mundial, primero enMarruecos y Argelia y, enseguida, en la regiónde Toulon-Lyon y en el Rhin. Aunque por susservicios y su valor (y sus heridas) recibiría laCruz de Guerra de bronce, algo que luegoocultaría cuidadosamente, el Ejército francés–en cuyo interior Fanon creyó ver una jerar-quía racista que colocaba en primer lugar a losblancos, luego a los negros y en tercer lugar alos árabes norteafricanos– le hizo sentirse, se-gún sus palabras, soldado negro en un ejércitoblanco.

Desmovilizado en 1945, estudiante depsiquiatría entre ese año y 1950 en Lyon, loca-lidad que prefirió a París para apartarse de lacomunidad martinicana de la capital, puessiempre mantuvo una relación muy ambigua ydistante con Martinica y su cultura, incluidosu escritor más relevante, el poeta Aimé Césai-re; aficionado al jazz, lector incansable –de fi-losofía, ensayo, psicoanálisis y revistas intelec-tuales como Les Temps Modernes de Sartre yPrésence Africaine, la principal revista africanaen lengua francesa– y lector sobre todo de es-critores negros norteamericanos como RichardWright y Chester Himes, todos sus primeros yaún inmaduros escritos estuvieron marcados

por lo negro y la raza. Piel negra, máscarasblancas (1952), libro en que recogió muchosde esos escritos, era, bajo su apariencia de re-flexiones sobre temas como el jazz, el surrealis-mo o la poesía de Aimé Césaire, una críticafrontal del racismo europeo (o así fue percibi-do al publicarse). Escrito desde perspectivaspsicoanalíticas, como revelaba su propio len-guaje, esto es, no desde perspectivas políticas osociológicas, en el libro aparecía ya una ideaesencial a toda la visión de Fanon: el conceptode experiencia vivida, la traducción que delconcepto de erlebnis de Heidegger y Husserlhabía hecho la fenomenología francesa y quehabía interesado mucho al grupo de psiquia-tras de Lyon con el que se formó Fanon; estoes, la idea de que la conciencia es experienciavivida y que, por tanto, para el grupo de Lyony para Fanon mismo, la enfermedad mental, laneurosis, serían consecuencia, igualmente, dela experiencia vivida. Para Fanon, la “aliena-ción del hombre negro”, el tema de su interés,se derivaría de esa forma del hecho mismo devivir atrapado por la negritud, y de ser vistopor los otros –no por él mismo– como negro;se derivaría, en definitiva, de su encuentro conel hombre blanco (lo que explicaría las muchasreservas que Fanon tuvo hacia la negritud deCésaire y Sénghor: para Fanon, las ideas de ne-gro y negritud eran, simplemente, formascreadas por el racismo blanco, como la imagende éste reflejada en un espejo). Familiarizadoen el hospital de Dôle, en el que trabajó entre1951 y 1953 con el tratamiento de enferme-dades psíquicas de muchos emigrantes norte-africanos, Fanon complementó en seguida laalienación del hombre negro con otra tesissustantiva y, por lo dicho más arriba, poco me-nos que inevitable a la luz de sus ideas: ‘El sín-drome norteafricano’, título del artículo quepublicó en febrero de 1952 en Esprit, la neuro-sis del colonizado como consecuencia de la co-lonización misma.

Precisamente, lo que de inmediato tuvoFanon en Argelia –a donde llegó en 1953 trascasarse en 1952 con Josie Dublé, una joven deorigen corso-gitano, y tras ganar unas oposi-ciones como psiquiatra para el hospital de Bli-da, el más importante centro médico para en-fermedades mentales de la colonia–, fue la ex-periencia directa de la colonización. Fanon,un hombre no muy alto (1,65 metros), de fac-ciones correctas, elegante (usaba siempre batablanca, camisas caras, gemelos y corbata), cor-tés, arrogante, encontró, en efecto, en el hos-pital de Blida un sistema hospitalario y unasprácticas clínicas que suponían, desde su pers-pectiva profesional, la encarnación casi perfec-ta, y para Fanon necesaria e inevitable, del co-lonialismo: el argelino, el árabe (indolente,pervertido, vago, ladrón) como patología a ci-vilizar. Por resumir: Fanon, que con la oposi-

ción de la mayoría de los médicos del hospitalquiso introducir con los pacientes argelinos,en vez de los electroshock, drogas y camisas defuerza, las formas de tratamiento avanzadoque había practicado en Francia adaptándolasa las tradiciones norteafricanas (terapia de gru-po, trabajos y juegos colectivos: juego de do-minó, trabajo en el campo, oración del vier-nes, recreación del ambiente del café, etcéte-ra), hizo suya de forma casi natural lacondición de los colonizados.

Por eso, aunque cuando llegó a Argelia ig-noraba la situación del país y carecía de interésy preocupación por el nacionalismo argelino,Fanon pudo tener ya contactos con la revolu-ción argelina desde 1955, a través de algunosmédicos o franceses o argelinos de su hospital,simpatizantes del Frente de Liberación Nacio-nal. Esos contactos fueron, probablemente, laasistencia médica a heridos o torturados arge-linos, la protección a algún militante del FLNperseguido, el suministro ocasional de infor-mación. El caso fue que, en su intervenciónen el I Congreso de Escritores y Artistas Ne-gros celebrado en París por Présence Africaineen septiembre de 1956, la única vez en su vidaen que habló en público en la capital francesa,Fanon habló ya de racismo, colonialismo, li-beración y solidaridad, lo que bastó para quelas autoridades coloniales francesas le expulsa-sen de Argelia (diciembre de 1956). Estableci-do en Túnez, donde aún practicó por untiempo y con éxito la psiquiatría, Fanon apa-reció pronto como uno de los principales por-tavoces del FLN argelino: escribió abundante-mente en su prensa y lo representó oficial-mente en reuniones y conferenciasinternacionales; ejerció, además, en 1960 co-mo embajador con sede en Accra (Ghana) delGobierno provisional argelino ante distintospaíses africanos. Desde esas posiciones, Fanondefendió la lucha argelina, el uso de la violen-cia como instrumento necesario a la liberaciónnacional. Criticó, lógicamente, lo que para élera ambigüedad de la izquierda francesa antela tragedia argelina; ni siquiera tuvo pacienciacon las críticas que desde esa izquierda se hi-cieron, como algo se dijo, a la práctica de latortura: porque entendía la tortura no comoun exceso sino como parte esencial de la opre-sión colonial. Fanon justificó el nacionalismoargelino. Más aún, frente a visiones genéricase idealizantes sobre la unidad y fraternidad delos pueblos árabes y africanos, el caso de Arge-lia le hizo ver en la nación y el nacionalismo laclave para la revolución. Incluso pensó en ex-tender el modelo argelino a otros países (delÁfrica negra, un mundo que fue interesándoleprogresivamente); posiblemente, en sus viajespor África en 1960, exploró la posibilidad deformar una especie de “legión africana” arma-da, que ayudara a la lucha argelina abriendo

NACIONALISMO Y LIBERACIÓN NACIONAL

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nuevos frentes desde el sur.Enfermo de leucemia, quiso recoger sus

últimas preocupaciones en Los condenados dela tierra (1961), su publicación más conocida,entre otras razones por el prólogo de Jean PaulSartre, un libro escrito precipitadamente –porsu enfermedad–, que, como los anteriores, re-cogía materiales heterogéneos incluidos varioscasos clínicos que Fanon había tratado comopsiquiatra. Esas preocupaciones eran básica-mente dos. Primero, el análisis de la concien-cia y de la situación de los pueblos coloniza-dos y de la descolonización, con una tesis ine-quívoca y explícita: la violencia comoinstrumento de liberación nacional, la luchaarmada como método, como “praxis absoluta”del colonizado (según sus palabras), como lareintegración de éste, alguien creado por el ra-cismo colonial (de ahí la inclusión de los casosclínicos aludidos bajo el título de “guerra colo-nial y trastornos mentales”), a su condiciónhumana: “El hombre colonizado”, escribía Fa-non, “se libera en y por la violencia”11. Y ensegundo lugar: el planteamiento de la descolo-nización como revolución campesina, desdeuna interpretación tópicamente “marxistizan-te” (sobre conceptos como capitalismo colo-nial, burguesías nacionales, proletariado, ma-sas, etcétera) en la que la lucha campesina, ba-jo una dirección revolucionaria, asumía lanaturaleza de lucha del pueblo y de las masascomo algo distinto y radicalmente superior alpuro nacionalismo, desde una perspectiva enla que ideas como “reivindicación nacional” o“cultura nacional” se redefinían como “culturade combate”, como expresiones de la luchapopular, y no como encarnación del alma na-cional ni como folclore o etnicidad, ni muchomenos como esencia idealizada de la naciónen la historia: “La cultura nacional argelina”,escribía, “cobra cuerpo y consistencia en estoscombates, en la cárcel, ante la guillotina, enlos puestos militares franceses sitiados y des-truidos”12.

La nueva teoría de la revolución –comoliberación nacional– partía de una constata-ción evidente: la situación colonial y el racis-mo habían introducido en la historia variablesno percibidas en las teorías revolucionarias delmarxismo y del socialismo europeos; la luchanacional, el nacionalismo –en fecha recentísi-ma una amenaza para la humanidad– adquiríaahora, como revolución violenta, como com-bate anticolonial y antirracista, dimensión li-beralizadora para los pueblos colonizados y lasmasas campesinas, la fuerza revolucionaria–para la nueva teoría– de Asia y África. Signi-

ficativamente, Fanon habló, cuando lo hizo,de nacionalismo “voluntarista”, nunca de na-cionalismo étnico o cultural o identitario: paraél, por ejemplo, argelino era quien asumía lalucha por la liberación nacional, no quien eraétnicamente argelino. Siempre pensó en la fu-tura Argelia como un Estado popular y socia-lista: jamás contempló la posibilidad de que seconstruyera como un Estado árabe-islámico,ni se interesó en el islam como uno de los fun-damentos de la identidad religiosa (cultural),social e histórica de países como Argelia y elmundo árabe.

La revolución como liberación nacionalanticolonialista era una teoría sugestiva, enbuena medida cargada de incuestionablefuerza moral: la denuncia del racismo colo-nialista por Fanon (y no sólo por él) tendríavigencia permanente en la conciencia con-temporánea. La tesis parecía, además, dar le-gitimidad inapelable a las luchas de los pue-blos colonizados, a los condenados de la tie-rra. Pero era al tiempo una teoría deconsecuencias imprevisibles, si no terribles: elescritor francés Jean Daniel, nacido en Blidaprecisamente, íntimo amigo de Camus y co-mo éste profundamente marcado por la crisisargelina (sobre la que escribió ininterrumpi-damente en el semanario L’Express desde1954 hasta 1964), vio inmediatamente en Loscondenados de la tierra, en las ideas de Fanon,la semilla de nuevas violencias, de nuevos tor-turadores, un futuro de horror. Era una teoríabasada en análisis y argumentos escandalosa-mente reduccionistas, circunscrita, por lo quese refería a los libros de Fanon, a un ámbitoterritorial y cultural muy limitado (Argelia yunos pocos países africanos: Guinea, Ghana,Costa de Marfil, Mali y Congo-Brazaville);una teoría, en suma, históricamente errónea ypor ello, políticamente falsa.

La teoría revolucionaria de la liberaciónnacional ignoraba, en efecto, la extraordinariadiversidad de los procesos de descolonizacióny de las mismas realidades nacionales de Asia yÁfrica, prácticamente inasimilables entre sí.Desconocía deliberadamente el papel que, porejemplo, religión y etnicidad tenían en mu-chos nacionalismos africanos y asiáticos. Ha-cía del campesinado, sin duda el mundo socialmás complejo, dispar, plural e inclasificable (yprobablemente, más conservador y tradiciona-lista) de Asia y África, una abstracción revolu-cionaria, que por ello mismo resultaría en mu-chos casos “inencontrable” como vanguardiade la revolución. Veía en la violencia la estrate-gia única hacia la independencia y la revolu-

ción, cuando la no violencia precisamente ha-bía sido el instrumento determinante en lavictoria probablemente más significativa y de-cisiva de todo el proceso descolonizador, la in-dependencia de la India, y a pesar de que lanegociación y la transferencia gradual y con-sensuada de autogobierno (y enseguida, inde-pendencia) a los poderes poscoloniales, habíansido igualmente, en muchos otros casos, fór-mulas si no idóneas, al menos positivas, dedescolonización. Paradójicamente, además,Los condenados de la tierra se publicó cuandosus argumentos estaban dejando de ser perti-nentes: Fanon no previó, ni anticipó, porejemplo, que el conflicto argelino pudiera te-ner un final negociado, ni que el problema, alfinal, fueran más los pieds-noirs, la OAS y elEjército colonial francés que el FLN argelino,ni que Francia fuese a dar la independencia,sin violencia, a todas sus ex colonias africanas,lo que hizo en 1960 sin que Fanon hiciera elmenor comentario al respecto (como no pre-vió la deriva hacia formas brutales de dictadu-ra que, como veremos, tomarían, a veces porimpulso de dirigentes políticos con los que Fa-non había intimado, varias de las revolucionespor él más queridas, como la revolución arge-lina o los regímenes de Ghana y Guinea)13.

Era, pues, dudoso que las tesis de la libe-ración nacional y de la violencia revoluciona-ria pudieran ser la única, o la mejor, explica-ción para entender el hecho nacionalista enAsia y África, y el único cauce para canalizar eldespertar de los pueblos colonizados. La des-colonización fue, y no podía dejar de serlo,muy distinta en el subcontinente indio que enOriente Medio, en el sureste asiático que en elnorte de África y en la propia África negra queal final de su vida tanto interesaría a Fanon.Indudablemente, en los años posteriores a1945, el nacionalismo era en Asia y África unmovimiento “irresistible”, “irreversible”, pordecirlo de nuevo con las palabras antes citadasde Jean Paul Sartre. Pero la descolonizaciónfue, en realidad, mil cosas a la vez (por para-frasear lo que el historiador Braudel decía delMediterráneo) y por eso, sus derivaciones yconsecuencias cristalizarían en una amplísimapluralidad de realidades y situaciones naciona-les y políticas.

[Este texto es una selección del capítulo tres del libro La patria lejana. El nacionalismo en el siglo XX, Taurus,marzo, 2003).

Juan Pablo Fusi es catedrático de Historia Contem-poránea. Autor de Franco, autoritarismo y poder personal

JUAN PABLO FUS I

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11 F. Fanon, Los condenados de la tierra (Txalaparta,Tafalla, 1999), pág. 67.

12 Ibídem, pág. 182.

13 Para todo lo anterior he tenido en cuenta, ademásde los libros de Fanon, la gran biografía de Macey. DavidMacey, Frantz Fanon. A Life (Granta Books, 2000).

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UN MUNDO EN PLENA TRANSICIÓN

RYSZARD KAPUSCINSKI

os cientos de conversaciones que hemantenido últimamente en muy diver-sas partes del mundo me inducen a pen-

sar que vivimos en un planeta muy pacífico.La inmensa mayoría de la gente vive una vidamuy normal con sus preocupaciones cotidia-nas, quieren que sus hijos vayan a la escuela,quieren trabajar, quieren construir casas y te-ner condiciones para reposar. Los tamboresbélicos que resuenan para intimidar y asustarse oyen muy mal en muchas sociedades. Ennumerosas ocasiones sencillamente su ruidono llega hasta la gente. Donde se oyen muybien los tambores es en los grandes medios,pero como hay mucha gente que se limita amirar la televisión de su localidad o a leer losdiarios locales, no se siente amenazada, por-que en esos medios nadie habla de guerra.Quiero decir que la propaganda que hacenmuchos medios se centra en quién atacará aquién y pierde de vista muchas otras cosas deimportancia infinitamente mayor para la hu-manidad. El mundo no se circunscribe exclu-sivamente a un conflicto como el que enfren-ta a Estados Unidos e Irak. No obstante, lainformación masiva concierne a ese asunto yde esa manera perdemos de vista otras cues-tiones de gran peso y significación. Por ejem-plo, se nos escapa esa realidad que demuestraque el mundo es algo lleno de energía que sedesarrolla. En los últimos viajes que he hechome ha impresionado la actividad de los hu-manos: cómo construyen sus pequeños mun-dos, cómo participan en el perfeccionamien-to de su entorno, de su existencia y, en defini-tiva, de nuestro planeta. Nadie piensa en laguerra. Y puedo decir lo mismo incluso deEstados Unidos. Viajé recientemente pormuchos de sus Estados federados, estuve enel Sur y en el Lejano Oeste, donde participéen un congreso de escritores. No advertí in-dicios de un clima bélico. Puedo decir quetampoco los advertí en Nueva York, aunqueesa ciudad fue la principal víctima de losatentados del 11 de septiembre. Pienso queel clima de guerra tiene poco eco porque es

incompatible con los deseos, anhelos y sue-ños de la gente.

Los medios y el terrorismoSe emplea con frecuencia el término antiame-ricanismo, pero en mí ese término suscita du-das. América es algo muy grande y muy com-plejo. Es un auténtico montón de cosas estu-pendas y maravillosas con las que sueñanmillones e, incluso, miles de millones de per-sonas. América es la fantástica ciencia que de-sarrolla, la imponente disciplina de su socie-dad, los grandes logros tecnológicos. Todoeso es, hoy por hoy, el gran motor que poneen movimiento todo el planeta. En mis innu-merables viajes por el mundo no he encontra-do una sola persona que no reconozca esagrandeza de América. Por el contrario, Esta-dos Unidos es ese lugar del planeta en el quemuchas personas desearían vivir, trabajar yconstruir su futuro. Es decir, el término antia-mericanismo no es más que un concepto in-ventado por la propaganda. En el mundo lagente siente simpatía por Estados Unidos, loaprecian sinceramente. Es verdad que en mu-chas partes se queman banderas norteameri-canas, pero eso nada tiene que ver con el su-puesto antiamericanismo, ya que, en realidad,se trata de manifestaciones contra el “Partidode la Guerra” que hay en Estados Unidos. Lagente se opone a los planes imperiales de Es-tados Unidos y eso es muy normal. La gentese opone a toda dominación, porque así es lanaturaleza del hombre, de un ser que ama lalibertad, que se opone a la opresión, al dicta-do. Y ése es el meollo del supuesto antiameri-canismo. En una palabra, se trata de presentarcomo antiamericanismo las reacciones quetienen como fuente el antiimperialismo, laantidominación. Pienso que en Estados Uni-dos se habla tanto del antiamericanismo paraconvencer a la sociedad de que en el mundotiene muchos enemigos.

De Estados Unidos me gustan muchascosas, empezando por la laboriosidad de sugente, su gran disciplina social, la actitud

amistosa que tienen con los extraños y la soli-daridad que une a los vecinos. A veces se ha-bla del aislacionismo característico de la socie-dad norteamericana, pero lo cierto es que lacorriente principal del pensamiento globaliza-dor tiene sus fuentes en Estados Unidos. EnNorteamérica viven los intelectuales más bri-llantes del planeta, los que tratan de crear unanueva visión de ese mundo, los que tratan dedescribirlo. Siempre me sentí muy bien enEstados Unidos porque su sociedad es extra-ordinariamente creativa y dinámica. Me gustaesa fe que tienen los norteamericanos en el serhumano, en su capacidad, en sus posibilida-des ilimitadas. Reconozco también que a ve-ces exageran en esa fe, porque, en tanto queseres humanos, tenemos defectos. No obstan-te, el optimismo y la fe que tienen desempe-ñan un papel extraordinario, porque dan a lasociedad norteamericana una enorme energía.El norteamericano tiene inculcado el princi-pio de que el trabajo es algo muy importante,que con el trabajo se puede conseguir muchoy, en general, que con el trabajo se puede con-seguir todo.

La sociedad norteamericana ha resueltouna cuestión que sigue siendo un problemapara muchas otras: ha creado un sistema deconvivencia entre muchas razas, culturas yreligiones. Estados Unidos es la cristaliza-ción del deseo que formuló a comienzos delsiglo XX el filósofo mexicano José Vasconce-los, autor de la obra titulada La raza cósmi-ca. El pensador mexicano soñaba con el sur-gimiento de una raza única y la desapari-ción de los conflictos raciales; y vemos queen Estados Unidos, ya ahora, crece el núme-ro de personas con problemas para definir laraza a la que pertenecen. La población nor-teamericana se mezcla incesantemente, y eseproceso es importantísimo parta el futurode un mundo multicultural. En una pala-bra, no permitamos que se nos arrastre a lalógica de esa división en antiamericanismo yproamericanismo. Esa división emplaza eldebate sobre el mundo en un plano ideoló-

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gico que enturbia las imágenes de la reali-dad que nos rodea.

Si sentimos, no obstante, que redoblanlos tambores de la guerra, tenemos que cul-par de ello a la centralización de los mediosde comunicación, ese proceso que observa-mos en los últimos tiempos. Al mismo tiem-po advertimos también una reducción de lostemas abordados por los medios. Todos losgrandes medios repiten hoy lo mismo. Nohay diferencia alguna entre los servicios deinformación transmitidos por CNN, CBS yNBC. En todos los grandes medios aparecensiempre las mismas informaciones y, paracolmo, la lista de los temas que se tratan esmuy corta. Ese esquema es reproducido tam-bién por medios menores, ya que existe laconvicción de que si la CNN hace o dice al-go, ese algo es importante. Y así vemos cómotodos “copian”, como copiábamos unos deotros en la escuela.

Es una gran paradoja que en una épocaen la que podemos estudiar la complejidaddel mundo mejor que nunca los medios nosofrezcan una imagen de la realidad reducidaapenas a unos pocos temas presentados endos colores, el negro y el blanco. Ése es unproceso muy dramático y contradictorio conla naturaleza del mundo contemporáneo.Hoy podríamos admitir como verdadera sola-mente una descripción del mundo que tratasede presentar su complejidad. Toda simplifica-ción equivale a la reducción de la verdad. Yun peligro más: esa simplificación, esa trans-formación de la realidad presentada en unconstante retumbar de los tambores de gue-rra, trata de conseguir que pensemos que to-dos los restantes problemas del mundo son

secundarios, que lo único que importa es laguerra contra el terrorismo. Y es cierto queesa guerra es importantísima, pero no menoscierto es que el planeta tiene muchos másproblemas no resueltos. Como consecuencia,el razonamiento de muchos políticos y gentede los medios es el siguiente: “Primero arre-glaremos las cuentas con el terrorismo y luegonos ocuparemos de otros asuntos”. El errorconsiste en que nunca acabaremos con el te-rrorismo, porque eso es imposible, pero tam-poco presentaremos las restantes plagas queazotan a la humanidad ni las fórmulas ideadaspara acabar con ellas: la miseria, la desigual-dad, la marginación. No podremos abordaresos problemas porque estaremos ocupadossolamente por otro: el terrorismo.

A mí me parece que incluso el término“guerra” del que tanto suelen abusar los me-dios no es apropiado, porque creo que habríaque hablar más bien de “intervención de bre-ve duración”. No se trata, pues, de una guerracomo las que conocimos en Europa en el si-glo XX. Para nosotros, en Europa, las guerrasson conflictos que duran muchos años yarrastran a sociedades enteras. En ese sentidono se puede hablar, en el caso de Irak, de unaguerra similar. Creo que hay que pensar másen intervenciones militares acompañadas degrandes movimientos de protesta que no mo-dificarán la actitud de la mayoría de la pobla-ción del planeta que desea la paz.

Las guerras periféricasHoy tenemos en el mundo dos tipos de gue-rras: las que pueden afectar al mundo en suconjunto y las periféricas. Esas últimas son lasque prevalecen en el continente africano, pero

también fue una guerra periférica la que se li-bró en Europa, en los Balcanes. La guerra pe-riférica es un conflicto local que estalla dentrode un país en el que se derrumba el Estado.En esa situación se cristalizan distintos gruposque luchan entre sí con medios militares porla conquista del poder. Las partes en guerraocupan sus territorios, llevan a cabo limpiezasétnicas y defienden sus propios territorios co-mo embriones de nuevas estructuras estatales.Un buen ejemplo son Colombia, el Congo,Sudán, el Chad y Sierra Leona. Las partes delconflicto están bien armadas y a veces contro-lan importantes riquezas, como los diaman-tes, que les garantizan plena independenciaeconómica y financiera. Cuando no tienenesas riquezas naturales explotan el narcotráfi-co o imponen el tributo de guerra. En los te-rritorios que ocupan, esos ejércitos de usurpa-dores crean condiciones óptimas para la com-pra y venta de armas ligeras, de esas armasque hacen posible la explotación de los niñosy los adolescentes como soldados. Esa partici-pación de los niños en las guerras periféricases otro elemento cruel de contiendas quediezman, sobre todo, a los niños y a las muje-res. Los varones suelen alistarse por lo regularen el ejército que, paradójicamente, suele serla estructura que garantiza más seguridad per-sonal. En la I Guerra Mundial por cada nuevesoldados muertos había un civil. Hoy, por ca-da nueve civiles muertos pierde la vida sola-mente un soldado. Los ejércitos, conscientesde la potencia que tienen sus armas, ya no lu-chan entre sí, no buscan el enfrentamiento di-recto, sino que diezman a la población inde-fensa, porque el problema principal es ocuparel territorio enemigo no defendido por el

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ejército enemigo. Una vez ocupado el terrenose procede a realizar las limpiezas étnicas. Si lapoblación quiere evitarlas tiene que huir delterritorio ocupado. Cuando vemos en la tele-visión imágenes de alguna guerra, prevalecenlas escenas de refugiados en fuga, de niños,mujeres y ancianos que huyen de la muerte.Las guerras periféricas son muy destructoras.No hay ni un solo país de los que padecieronesas guerras que haya conseguido levantar ca-beza. Por lo regular, las guerras periféricasafectan a los países pobres que carecen de me-dios para llevar a cabo la reconstrucción.

El segundo tipo de guerras son los con-flictos sin bajas propias. En los países decidi-dos a comprometerse en guerras la pobla-ción, por lo regular, no acepta de ningunamanera que sus varones mueran en los con-flictos. Nadie quiere permitir que mueran losmaridos, hermanos, hijos o amigos. Fue asícomo se inventó la guerra sin bajas propias.La concepción es sencilla: se cierra a cal ycanto el territorio que se quiere atacar, se rea-lizan bombardeos masivos y sólo entonces seenvían unidades. Esas unidades ya no en-cuentran resistencia alguna. Esas guerras, sino se producen acontecimientos excepciona-les, no suelen causar bajas propias. Se basan,sin embargo, en la calcinación del territorioenemigo. Al margen de todo esto tengo quedecir que esas operaciones bélicas son letalespara los corresponsales de guerra, porque aellos tampoco se les deja entrar en el territo-rio bombardeado. Me refiero a guerras comolas que tuvieron lugar en el Golfo Pérsico,Kosovo y Afganistán.

Las guerras periféricas suelen ser guerrasciviles. Como los recursos empleados en ellasson modestos, en la práctica todos los Estadosestán en condiciones de tener ese tipo de con-flictos. Las guerras sin bajas propias las puedelibrar, hoy por hoy, solamente Estados Uni-dos. No hay otro país con capacidad para so-portar un esfuerzo económico tan grande. Laguerra sin bajas propias requiere el transportea zonas muy alejadas de enormes cantidadesde equipos y municiones, exige un sistema lo-gístico de gran potencia.

Hace poco navegué por el mar Egeo. Al-gunos de los transbordadores que cruzan esasaguas unen puertos de Grecia y Turquía, esdecir, de dos países con tensiones motivadaspor el contencioso de Chipre. Pues bien, esosbarcos transportan a viajeros con enormesbultos. A mí lo que más me impresionó fueque nadie controlaba a nadie, que en aquellosbultos se podían transportar casi aviones ytanques sin que nadie se enterase. Es probableque si alguien se hubiese puesto allí a contro-lar los equipajes todos se hubiesen sorprendi-do de manera asombrosa. Creo que ésa es unaprueba más de que el clima de enfrentamien-

to suele ser generado de manera artificial. Y esque no puedo explicarme de otra manera lasbuenas relaciones que hay entre las sociedadesgriega y turca, cuyos Estados no olvidan lastensiones.

La crisis del neoliberalismoEs evidente que de esa actitud pacífica sale elfortalecimiento de los cambios pacíficos y de-mocráticos que se operan en el mundo. Enoctubre de 2002 observé las elecciones presi-denciales en Brasil ganadas por el ex dirigentesindical Luiz Inacio Lula da Silva. Pienso queel caso de Brasil nos ofrece un ejemplo muypositivo de un cambio pacífico de las élites,sobre todo por haberse producido en un paíspobre que durante más de 20 años vivió bajola dictadura y que, por consiguiente, en vezde desarrollar las tradiciones democráticas co-noció una larga tradición autoritaria. Puesbien, la sociedad brasileña está dando ahorapruebas de que sabe comportarse de manerapacífica y democrática. Pienso que esa “transi-ción” en Brasil fue uno de los acontecimien-tos más importantes del año 2002.

Otro ejemplo de “transición” pacífica,aunque no del todo democrática, fue la entre-ga del poder en China a una nueva élite. Bra-sil y China son dos países enormes. Si en ellosse producen cambios importantes por la víapacífica podemos tener la esperanza de queotros copiarán ese buen ejemplo. Aconteci-mientos como los dos que he indicado influ-yen de manera positiva sobre el clima reinan-te en el mundo porque señalan que los cam-bios pueden hacer por la vía pacífica y con elconsentimiento social.

Por otro lado, el triunfo de Lula parececonfirmar el cansancio y la desilusión relacio-nados con el neoliberalismo. Hay más ejem-plos que confirman esa conclusión. En casitodos los países de América Latina que visitéobservé la animosidad e incluso hostilidadante el “integrismo liberal” relacionado con elmercado libre, con las privatizaciones, las so-luciones clásicas del thatcherismo y del reaga-nismo. La población latinoamericana opinaque esos modelos neoliberales provocaron lacrisis de Argentina y otras crisis anteriores enMéxico, Brasil y Asia. La gente exige de lospolíticos que refuercen el papel regulador delEstado. La gente, sencillamente, ya no creeque el empresario privado pueda garantizarlesun mínimo de justicia social. Por eso aumen-ta el prestigio social del Estado. La gente seopone a que los gobiernos sean instrumentosen manos de intereses privados, quieren veren los gobiernos a auténticos representantesde los intereses cívicos.

El clima antineoliberal se refuerza comoconsecuencia del aumento de la criminalidad.Ésa también es otra consecuencia de la retira-

da de los Estados del cumplimiento de los de-beres que antes tenían. En una palabra: seprodujo la privatización de la violencia quecondujo a la transformación de agencias devigilancia en policías y ejércitos privados que,con frecuencia, están al servicio del mundodel crimen. La elección de Lula como presi-dente es la realización práctica del sueño delEstado puede convertirse en defensor de losdébiles. En las sociedades los débiles suelenser, por lo regular, una gran mayoría. ¿Quiénpuede defenderlos en un mundo en el que lospartidos y los sindicatos tradicionales pierdenfuerza? Sólo el Estado.

Al mismo tiempo hay que constar que lasdictaduras hoy carecen de respaldo. Otraprueba de que las sociedades mantienen unaactitud muy pacífica es que, desde hace bas-tante tiempo, no han aparecido en el mundodictaduras nuevas. Hace treinta o cuarentaaños el mundo estaba lleno de regímenes po-liciales y militares. Hoy los regímenes autori-tarios y dictatoriales se convierten cada vezmás en un modelo anticuado. En todas partesdisminuye también el papel del ejército en lavida política. Hace treinta o veinte años, so-bre todo en los países latinoamericanos y afri-canos, era el ejército el que decidía quién ibaa gobernar y, cuando nadie les gustaba a losmilitares, era el propio ejército el que asumíael poder. En Argentina, donde hay una pro-funda crisis, pregunté a mis interlocutores siel Ejército podría reaparecer nuevamente enel escenario político si se produjese un graveconflicto social. Todos me dijeron que seríaimposible porque al Ejército le faltaría hastael combustible para sacar los tanques a la ca-lle. Todo parece indicar, como es el caso delcoronel Hugo Chávez en Venezuela o delnuevo presidente de Ecuador, Lucio Gutié-rrez, que para tener futuro político en Améri-ca Latina los militares tienen que abandonarel ejército.

No hay, pues, buen clima en el mundopara los regímenes militares. En casi todaspartes el ejército, en tanto que partido arma-do, ha sido relegado a un segundo plano. Esosignifica que a nivel mundial ha perdido fuer-za una institución que, por definición, tieneuna estructura jerárquica y un sistema de fun-cionamiento dictatorial y autoritario. Es muyimportante también para el fortalecimientode las tendencias democráticas.

La exportación de civilizacionesHuntington advirtió hace cinco años a aque-llos que pensaban que los modelos de civiliza-ción podían ser exportados, como pensabaLenin que se podía exportar la revolución.Huntington señaló que la civilización occi-dental es un modelo singular, como lo fuetambién la Ilustración, monumento específi-

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co en la historia del mundo. La civilizaciónoccidental es, sencillamente, imposible de co-piar. Para mí, los que hablan de la exporta-ción de la democracia occidental encubren eldeseo de expansión. El colonialismo tambiénera justificado por la necesidad de civilizar alos pueblos retrasados en el desarrollo, deconvertir a la fe verdadera. Todo eso puedehacerse y conseguirse, pero hay que pagar unaltísimo precio de sangre, hay que manteneruna ocupación y una dominación férreas du-rante siglos. Además, la idea no es nueva, por-que la historia conoce muchos ejemplos deintentos de “dar” a los “bárbaros” sistemas decivilización “superiores”. Ésa es la justificaciónque acompañó incesantemente al colonialis-mo europeo en sus quinientos años de exis-tencia. Una buena idea, ¿verdad? Calculemosprimero, no obstante, cuantos millones de vi-das humanas costará su realización. ¿Quiénasumirá la responsabilidad? ¿Cuántas genera-ciones serán necesarias para que la idea débuenos resultados? ¿Cuántos cientos de años?

Algunos hablan de un mundo unipolar.Antes de comentar esa concepción quiero se-ñalar que el mundo de la gran política y losrazonamientos que imperan dentro de esemundo difieren cada vez más de la realidadcotidiana de las sociedades, de esa realidadque poco se interesa por el mundo de la granpolítica. Y más aún, el mundo de la realidadde las sociedades funciona muy bien cuandono se ve interferido por el mundo de la granpolítica. Es el mundo de la gran política elque se encierra en un lenguaje hermético. Larealidad de las sociedades, por lo regular, ni seentera de que existe el mundo de la gran polí-tica porque no tiene contactos con él; peroincluso cuando se entera, tampoco entiendeel lenguaje que utiliza. Y precisamente por esoopino que la exportación de nuestra civiliza-ción sería inútil. A lo mejor daría resultadosdoscientos o trescientos años después: sóloque me temo que habría que pagar un altísi-mo precio de sangre. Pero se trataría de la re-petición del exterminio de indígenas realizadopor los españoles en América o del exterminiode hindúes llevado a cabo por los mongolesen el norte de la India. Pienso que el mayordilema que tiene hoy Europa es si debe ex-portar o no su civilización. La dominación deEuropa, realizada durante quinientos años, haterminado. Europa tiene que encontrar unnuevos papel para sí en el mundo moderno.Parece que estamos en una transición de laEuropa-mundo a la Europa en el mundo.Nuestro continente se encuentra en una cur-va muy peligrosa. Europa tiene muchas cartasde triunfo, pero también tiene auténticas de-bilidades, como el envejecimiento constantede su población. Ese proceso tiene y tendráuna gran influencia sobre el vigor del espíritu

de empresa de los europeos. Si Europa pierdeel ímpetu que todavía tiene se convertirá enun museo, en la meca de miles de millones deturistas del mundo entero.

El futuro de EuropaEl mundo del futuro pertenecerá a grandescorporaciones económico-estatales. En esemundo Polonia podrá sobrevivir solamente sipertenece a una gran familia de Estados. Esemundo del futuro expulsará de su seno o li-quidará todo lo que sea débil. Será un mundoen el que la rivalidad será cada vez más des-piadada, en el que habrá cada vez más gente ymás productos y, por consiguiente, tambiénmás problemas. Si Europa quiere salvarse ensemejante mundo puede hacerlo solamenteincrementando su tamaño, es decir, incre-mentando su mercado, su población y su ren-dimiento laboral. ¿Cómo puede hacerlo? Puesrejuveneciéndose. Pero, ¿de dónde sacar fuer-zas nuevas para participar con éxito en la ca-rrera? La única fuente son sus vecinos. En elNorte y en el Oeste Europa tiene sólo agua,en el Este la ampliación ya se realiza. Quedael sur islámico. Europa no tiene otras fuentesde donde sacar fuerzas nuevas.

La ampliación al Este no puede resolverlos problemas de Europa porque las socieda-des de los países de esa región también son re-lativamente viejas. Para poder participar en lacarrera mundial, y ése es el principal proble-ma, Europa tiene que importar mano de obrajoven de las sociedades islámicas jóvenes, di-námicas y ambiciosas. Esas sociedades tam-bién buscan esa solución. Si analizamos desdeese punto de vista los nacionalismos europeoscomprenderemos cuán anacrónicos son. Sonnacionalismos alimentados por personas queno entienden nada de lo que ocurre en elmundo. Ésos son los verdaderos enemigos deEuropa.

La entrada de Turquía en la Unión Euro-pea parece inevitable porque Europa no pue-de elegir entre unos u otros. La zona del marMediterráneo y el Oriente Medio son las úni-cas regiones de las que pueden llegar masas dejóvenes a Europa. Por eso creo que la civiliza-ción europea evolucionará de su carácter cris-tiano a uno nuevo cristiano-islámico. La acti-tud frente al islam se convierte cada vez másen una cuestión interna del europeísmo. Parafiguras como Valery Giscard d’Estaign, unaristócrata francés, esa situación es muy cho-cante. Lo más probable es que se sintiese muyincómodo en un aldeúcha turca, pero piensoque esas reacciones se deben al desconoci-miento generalizado que reina en cuanto a larealidad de países como Turquía. Mientrastanto, la verdad es que en Turquía se produceun enorme boom en la construcción, en el de-sarrollo de las autopistas, en la expansión de

los más modernos medios de comunicación.En Turquía se siente una auténtica y gran ilu-sión por modernizar el país. Es un país casisin chabolas, aunque reconozco que no pudevisitar la Turquía que limita con el Kurdistán,es decir, una parte del país muy atrasada, peroel subdesarrollo de unas regiones no cuestionael gran avance que se consigue en el conjuntodel país.

Me causó mucha impresión el hecho deque en gran parte ese avance que observamoses el producto de las actividades económicasde los turcos de Alemania. Hablé con muchosde esos turcos que me dijeron: “Trabajamosen Alemania y ahorramos un dinero que aho-ra queremos invertir en Turquía, en la cons-trucción de un nuevo país al que hemos re-tornado”. Para nosotros sigue existiendo laTurquía de las matanzas de armenios, pero enrealidad no sabemos cómo es la Turquía dehoy. Viajé por Turquía en autobuses que par-tían hacia sus destinos con la puntualidad quelo hacen los autobuses en Alemania o EstadosUnidos. Y es que el mundo cambia con tantarapidez que lo mejor sería que actualizásemosconstantemente nuestro saber sobre él.

Cuando visité, después de muchos años,mis ciudades más queridas de América Lati-na, es decir, México, Buenos Aires y Río deJaneiro, me quedé boquiabierto. Bastarontreinta años para que me fuese imposible re-conocerlas. Pienso que con muchas personasque se oponen al ingreso de Turquía en laUE pasa algo parecido, ya que o nunca visi-taron Turquía o lo hicieron hace un cuartode siglo y siguen teniendo en sus memoriaslas imágenes que se les quedaron grabadasentonces. La mayoría de las protestas nacende la ignorancia, la falta de conciencia y losesquemas rutinarios.

Algunos piensan que el conflicto entre Is-rael y los palestinos podría resolverse con faci-lidad si las dos partes estuviesen dentro de laUE. Quién sabe, es posible que sí, aunquemucho más dependería de la voluntad mani-festada por las dos naciones. No obstante, escierto que un clima internacional favorablepodría contribuir de manera muy seria a lasolución del problema. Tomemos comoejemplo los movimientos guerrilleros. No hayguerrilla que pueda triunfar sin una actitudfavorable de la comunidad internacional. Ami modo de ver, el primer paso que hay quedar para tratar de dar solución al conflicto en-tre Israel y los palestinos es sacarlo del aisla-miento en que se encuentra. El fracaso se de-be a que brillan por su ausencia las grandesiniciativas constructivas, a la ausencia de fuer-zas con autoridad e influencia capaces de pro-poner soluciones positivas.

Es obvio que el mundo del futuro no seráun mundo sin problemas. Por el contrario,

RYSZARD KAPUSCINSKI

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uno de los mayores problemas consistirá endar el debido espacio a cada una de las mu-chísimas culturas que quieren sentarse ante lamesa común. Todas exigen un tratamientodigno y el reconocimiento de su identidad.Si los adversarios de la ampliación de la UE alos países islámicos afirman que esa opera-ción será muy difícil, tienen razón. Pero lapregunta es: ¿Si no damos ese paso, qué otrasalida tenemos? A los adversarios de la am-pliación siempre hay que preguntarles qué eslo que proponen a cambio. ¿Cuál es la ideaque tienen para sobrevivir en el mundo quese está formando, en un mundo en el que nohabrá sitio para los débiles y los desorganiza-dos? La historia conoce casos de países conun sistema político único y muchas culturas.Los mejores ejemplos en ese sentido son Es-tados Unidos y Brasil. En una palabra, el ar-gumento de que la ampliación será muy difí-cil es poco convincente porque ya sabemosque sí, que será muy difícil.

Fukuyama, Huntington y KaganA comienzos de la década de los años noventaaparecieron tres hipótesis interesantes sobre lasituación del mundo después de la guerra fría.Francis Fukuyama constató que había llegadoel fin de la historia, Samuel Huntington quese produciría un enfrentamiento entre las ci-vilizaciones y Robert Kagan que de la civiliza-ción occidental, surgirían dos corrientes, laestadounidense y la europea, que se separarí-an cada vez más. Pues bien, esos tres grandesproductos del pensamiento humanístico nor-teamericano tienen un elemento común: sonun intento de explicar todos los problemas yencontrar para ellos una única solución. Eserasgo hace de las tres hipótesis algo sumamen-te valioso. Nos ofrecen una visión completadel mundo y nos proponen una determinadamanera de pensar. Cada una de las tres hipó-tesis trata asimismo de remodelar nuestraconciencia, de adaptarla mejor a los tiemposmodernos. No olvidemos que uno de los ma-yores “defectos” de nuestro mundo actual esque se haya transformado en algo tan com-plejo y rico a la vez.

Durante decenios de miles de años laconciencia humana estuvo orientada haciapequeñas comunidades. Todas las huellas ar-queológicas encontradas indican que nuestrosremotos antepasados vivían en comunidadescon unos treinta o cincuenta miembros. Lascomunidades menores eran indefensas y lasmayores perdían la movilidad y no podíanconseguir los alimentos necesarios. Y fue enesas pequeñas comunidades en las que se for-mó la conciencia del hombre durante miles ymiles de años. Nuestros antepasados estabanconvencidos de que conocían el mundo ente-ro porque el mundo terminaba para ellos allí

donde estaban los límites a los que podían lle-gar. Al mismo tiempo, nuestros antepasadosestaban convencidos también de que conocí-an a todos los individuos de su propia especieque poblaban el mundo. Todas las concien-cias son históricas y tienen límites históricos.Existió, por ejemplo, la conciencia de lasgrandes catedrales, pero hoy día ya nadieconstruye catedrales porque la conciencia denuestros tiempos es otra.

En la segunda mitad del siglo XX genera-mos una nueva conciencia que nuestra propiaconciencia históricamente orientada hacia co-munidades menores (la familia, el clan, la tri-bu) no está en condiciones de abarcar. Elhombre de hoy no está en condiciones deabarcar con su mente, pensamiento e imagi-nación el mundo global que hemos creado.¿Qué hace en esa situación el hombre? Por logeneral trata de eludir el problema. Lo vemoscon claridad en la literatura. Los autores hu-yen a los rincones íntimos y relatan la historiade sus familias, su infancia, la historia de susciudades. Ésos son los límites que imponen asus mundos. Se trata de que la realidad delmundo ha rebasado los límites de nuestraconciencia y de ahí que nos sintamos inde-fensos y desamparados cuando se nos planteael problema de conocer, analizar o asimilar elmundo. Las hipótesis de pensadores nortea-mericanos como Huntington y Kagan no sonmás que un intento de salir de esos rinconesíntimos y de tratar de construir descripcionesdel mundo que nos ayuden a entenderlo y aabarcarlos.

En cuanto a las tres hipótesis citadas hoyya sabemos que todas tenían defectos. Elerror de la hipótesis de Fukuyama consistióen su carácter ahistórico. Fukuyama pensabaque con el fin de la guerra fría había termina-do también la historia. Pensaba que habíatriunfado definitivamente un modelo de la ci-vilización, por supuesto el más perfecto, y quea partir de ese momento otros pueblos lo asi-milarían. Pensó que los pueblos razonaríancon lógica y constatarían que si venció unmodelo ello se debió a que era mejor que losdemás y, por consiguiente, merece la pena asi-milarlo inmediatamente.

A ese optimismo respondió Huntingtonafirmando que la civilización occidental, latriunfadora de la guerra fría, no era más queun modelo regional imposible de exportarporque otras culturas tienen otras escalas devalores, producto de procesos y aconteci-mientos diferentes y de tradiciones distintas.Por consiguiente, más lógico es esperar quehaya conflictos y enfrentamientos entre lasdistintas civilizaciones. Ahora bien, esa hipó-tesis también tiene un gran defecto, debido aque Huntignton no tomó en cuenta que lasmayores guerras del siglo XX tuvieron lugar en

el seno de una misma civilización: la occiden-tal. La mayor guerra de la segunda mitad delsiglo XX, entre Irak e Irán, se libró tambiéndentro de una misma civilización: la islámica.Ahora bien, independientemente de ese error,muchas de las conclusiones de Huntingtonson muy interesantes y valiosas. Opina, porejemplo, que en el siglo XXI la civilizaciónnorteamericano chocará contra dos civiliza-ciones, la china y la islámica. Esas dos civiliza-ciones, dice Huntington, son el mayor pro-blema de Estados Unidos en el futuro. ¿Porqué? Pues porque el siglo XXI será el siglo delPacífico y el mayor rival de América en esazona es China. ¿Y el islam? Porque los princi-pales recursos petroleros se encuentran en un95% en los territorios dominados por esa ci-vilización. Sin el petróleo, ya se sabe, la civili-zación norteamericana no puede existir.

Por último está la hipótesis de RobertKagan, mucho menos global, porque concier-ne en la práctica solamente al mundo atlánti-co. La constatación de Kagan es correcta, por-que ya somos testigos de cómo se separanAmérica y Europa. Lo inquietante en el razo-namiento de Kagan son las conclusiones quesaca. Él dice que ese proceso no es malo, por-que Estados Unidos es lo suficientementefuerte como para poder seguir su vida sin ha-cer caso de Europa. Esa ruptura, según Ka-gan, no debe preocupar a los norteamerica-nos, porque América sabrá arreglárselas.

Los nuevos conflictosLas tres hipótesis tienen gran importancia pa-ra el mundo. Yo diría que sin ellas nos seríamuy difícil e, incluso imposible, movernos enel mundo contemporáneo. No olvidemos queel mundo cambia y se transforma a tanta ve-locidad que nuestra conciencia no está encondiciones de asimilarlo. Mientras tanto, loque más necesita la humanidad es una revolu-ción de la imaginación. Aumenta el divorcioentre las élites, absorbidas por los problemasrelacionados con la supremacía de EstadosUnidos sobre Europa, y la vida real de las so-ciedades, que poco tiene que ver con esosproblemas. Y no me refiero a que esas cosasno interesen al granjero griego que cultiva laaceituna. Ese desinterés, en definitiva, seríanatural, ya que la política interesa de verdadsolamente a un grupo de personas muy redu-cido. La novedad que podemos observar con-siste en la aparición en el mundo de nuevasinstituciones y formas de expansión social.Atravesamos por una crisis de los partidos po-líticos tradicionales y de los sindicatos. Se tra-ta de organizaciones que, con frecuencia, exis-ten solamente sobre el papel. Las sociedadeshan cambiado de manera radical porque pre-valecen en ellas los individuos con múltiplesoficios y profesiones pertenecientes a distin-

UN MUNDO EN PLENA TRANSICIÓN

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tas culturas. Las sociedades de hoy son tanpolivalentes en todo que las formas tradicio-nales de asociación y de lucha por los dere-chos ya no responden a las necesidades y as-piraciones de la gente. Nacen estructurasnuevas y nuevas formas de organización de laactividad social. Por ejemplo, en Argentinasurgen asociaciones de ayuda mutua entrevecinos, asociaciones que representan los in-tereses de bloques de viviendas, calles o ba-rriadas. Hace poco estuve en Buenos Aires ypude constatar que esas asociaciones siguencreciendo. En Argentina hay una crisis totaldel partido peronista y del partido radicalmientras crecen estructuras que aún carecende nombres politológicos o sociológicos. Unmovimiento similar se desarrolló durante lacampaña electoral de Lula y algo parecidosucede en Venezuela. Yo advierto corrientes ytendencias semejantes también en los movi-mientos animados por la población indígenade Perú y Ecuador. Para mí esos procesos sonmuy positivos, porque significan que en esospaíses se desarrolla y fortalece la sociedad cí-vica, algo que hasta ahora nunca sucedió enel Tercer Mundo, al menos a tan gran escala.

Esos movimientos son el reflejo de unatendencia mayor hacia el desarrollo de comu-nidades pequeñas que, a su vez, conviven ycooperan bien con grandes estructuras, comolos Estados. En Europa esa tendencia adquie-re las formas de los más diversos regionalis-mos. Hace poco estuve de visita en Cataluñay sentí, por un lado, que me encontraba unEstado que no era España y, por otro, que es-taba en una parte del Estado español, porqueCataluña se encuentra en sus fronteras y con-vive con él de manera pacífica. Pude advertir

el mismo proceso también en Estados Uni-dos. Allí los Estados federados abren sus pro-pias representaciones diplomáticas y oficinascomerciales. Al mismo tiempo, en las grandesaglomeraciones urbanas renace el espíritu delpolis, el Estado-ciudad de la Grecia antigua.Las grandes urbes se encierran en sus propiosasuntos. Por ejemplo, São Paulo es, en com-paración con Río de Janeiro, casi un Estadototalmente distinto. México, Atenas, Barcelo-na, Nueva York y muchas otras grandes ciu-dades se encierran en sus propios problemasrelacionados con el tráfico, la educación, lacultura. No necesitan de las provincias paravivir su propia vida. En esas aglomeracionesurbanas nacen las nuevas formas de expresiónde sus habitantes, a los que ya no satisface serbrasileños, norteamericanos, griegos o espa-ñoles y para quienes más verdadero es consi-derarse gente de Río, de Brasil o de Dallas an-tes que de Estados Unidos.

En el mundo de hoy hay numerosos con-flictos bélicos. Sus causas son muy diversaspero todos tienen un denominador común:no tienden a propagarse. Las matanzas delconflicto entre Pakistán y la India podrán du-rar cuanto quieran pero en ningún caso arras-trarán al mundo. Así como la II Guerra Mun-dial involucró a una gran parte del mundo,los conflictos de hoy no se extenderán.

El segundo rasgo singular de esos conflic-tos es su larguísima duración. Hay muchosque duran ya decenios enteros. Participan enellos una generación tras otra y son los padresquienes explican a sus hijos el por qué de laguerra que libran y quién hizo qué en ella. Setrata, pues, de guerras en las que la venganzatiene importancia. Y esos son los conflictos

más difíciles de resolver.En tercer lugar, suele tratarse de conflic-

tos que generan enormes pasiones que, a suvez, hacen prácticamente imposible todo in-tento de buscar una solución racional. Mu-chos de los conflictos actuales serían muy fá-ciles de resolver, pero el buen juicio no tieneacceso a ellos.

Después de los atentados terroristas del11 de septiembre a mí me parecía que elmundo tenía dos posibilidades. La primeraera admitir que los sucesos acaecidos eran elsíntoma de una enfermedad muy grave y que,por consiguiente, había que llevar a cabo undebate muy serio sobre las causas que, acu-mulándose durante años, provocaron un esta-llido tan cruel. La segunda posibilidad era ad-mitir que todo estaba en orden y que sola-mente había que emplear los medios militarespara arrancar y destruir el mal. El mundo op-tó por avanzar por los dos caminos a la vez.Por un lado el “partido de la guerra” optó porarrancar y destruir el mal para vivir luego enel mejor de los mundos y, por otro, comenza-ron las discusiones sobre el actual estado delmundo. Pude convencerme de esa doble elec-ción en todas partes. Por lo regular la gentevive con los asuntos de su casa, de su calle yde su barrio y no tiene tiempo ni ganas deocuparse de otras cuestiones, por importantesque sean para el mundo. Sin embargo, ahoraacude a las conferencias, reuniones y semina-rios sobre los problemas del mundo más gen-te que nunca. Recibo muchas invitaciones delmundo entero para participar en esos actos.Cuando pregunto a quienes me invitan paraqué quieren que me encuentre con ellos concreciente frecuencia suelo escuchar la siguien-te respuesta: “Para que usted nos hable delmundo”. A mí esa contestación me alegramucho, porque sé que la opinión públicapuede hacer mucho y que esas reuniones yconferencias activan las mentes y dan forma alas opiniones. Juntamente con la actitud pací-fica de los pueblos, esa mayor actividad inte-lectual de la opinión pública dan vigor a lacalma y tranquilidad de las naciones, que sonla gran fuerza de nuestro mundo. Eso nospermite mirar con esperanzas hacia el futuro.

Traducción de Jorge Ruiz Lardizábal.

Ryszard Kapuscinski es periodista. Autor de El empe-rador, El Sha y el Imperio.

RYSZARD KAPUSCINSKI

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NOTAS PARA UNA NUEVA POLÍTICA TRIBUTARIA

JOSÉ VÍCTOR SEVILLA

n estas notas se discuten varios aspectosde la actual política tributaria y se hacenalgunas propuestas para su mejora. Que-

da al margen, cualquier consideración sobrelos niveles de presión fiscal o sobre el grado desuficiencia del sistema. Lo que se discute, enesencia, es el patrón distributivo resultante delactual sistema tributario, tanto desde el puntode vista de la eficacia como desde el de la equi-dad, dos valores que pugnan menos entre sí delo que habitualmente se piensa.

La primera cuestión que se aborda es lacorrespondiente al tratamiento de las rentasatendiendo a su origen y a su destino. El siste-ma fiscal puede y debe contribuir a extenderlas actitudes emprendedoras y los comporta-mientos socialmente productivos que son losque, en último término, explican el dinamis-mo y la prosperidad de una sociedad. Sin em-bargo, como tendremos ocasión de compro-bar, el actual patrón de distribución de las car-gas públicas, lejos de facilitar la creación denueva riqueza, favorece mas bien las actitudesconservadoras y no propicia el enriquecimien-to individual que pasa por el enriquecimientode la sociedad, dando lugar a que la riqueza nosea tanto un resultado de los comportamientoseficaces, como debiera, sino una condición so-cial que frecuentemente se adquiere por azar opor herencia. Este carácter de la actual políticatributaria se ve reforzado por el tratamientofiscal del ahorro, que permite reducir la cargatributaria no a quienes mas se esfuerzan porahorrar sino a quienes mas ahorran, lo cual,como veremos, no siempre es lo mismo.

El segundo tema que consideraremos es elcorrespondiente al tratamiento de las rentas se-gún su cuantía, lo cual nos llevará, por unaparte, a contemplar conjuntamente los im-puestos sobre la renta, sobre el patrimonio ne-to y sobre donaciones y sucesiones y, por otra,a repasar críticamente la zona sur de la tarifade renta, esa zona en la que los contribuyentesdejan de serlo y pasan a ser beneficiarios de laspolíticas sociales. Esta doble perspectiva nos

permitirá introducir coherencia a lo largo detoda la función impositiva para lo cual resulta-ría sumamente útil simplificar la escala de gra-vamen. Lo ideal sería operar con un tipo úni-co. La progresividad en las rentas medias y ba-jas la puede proporcionar, como veremos, eljuego del mínimo exento; y en el caso de lasrentas altas, un ajuste al alza de la imposiciónpatrimonial y la utilización de un recargo.

Finalmente, nos ocuparemos de un temaque esta despertando un interés creciente yjustificado en varios países de la Unión Euro-pea. Se trata de la fiscalidad verde, de los tribu-tos que recaen sobre el uso de los recursos na-turales, considerándolos no solo unos instru-mentos reguladores –que lo son –sino tambiénunos instrumentos financieros cuya potencia-ción permitiría aligerar los actuales niveles detributación sobre el factor trabajo.

1. El tratamiento de las rentas por su origenTanto desde la perspectiva esencial de la equi-dad como por razones de eficacia, el plantea-miento actual de la imposición y su resultante,el patrón distributivo de las cargas públicas,debería ser objeto de una profunda revisión.Los impuestos vigentes de la Hacienda Cen-tral no favorecen en absoluto los comporta-mientos socialmente productivos; y su pautadistributiva entre los ciudadanos se ha venidoregresivizando como consecuencia de las reite-radas modificaciones fiscales que se han pro-ducido en los últimos años sin otro norte quereducir los quehaceres del sector público. Abase de abundar en pequeños retoques, se haacabado perdiendo la orientación del sistematributario en su conjunto y se han multiplica-do las discriminaciones sin sentido.

Un sistema fiscal debe resultar, ante todo,equitativo, una virtud que satisface la mayorparte de las veces a la justicia y a la eficacia.Gran parte de las discriminaciones que aten-tan contra la neutralidad impositiva constitu-yen al mismo tiempo inequidades que interfie-ren con la justicia; por tanto su eliminación

contribuiría a mejorar ambos valores. En muycontados casos se justifica sacrificar la equidaden favor de la eficacia: solamente cuando que-pa esperar, a cambio, mayor equidad a medioplazo. Una distribución equitativa de la cargatributaria exige, como sabemos, discriminarlas rentas por su tamaño haciendo que sopor-ten mayor carga relativa las rentas más eleva-das. Pero exige también tener en cuenta el ori-gen de las rentas considerando el esfuerzo vin-culado a su creación y su contribuciónproductiva.

La tradición hacendística, desde los eco-nomistas clásicos, ha distinguido aquellasrentas cuya producción apareja un esfuerzopersonal, como sucede con las rentas de tra-bajo, de aquellas otras, como son las rentasdel capital, cuya obtención no requiere de laparticipación activa de su propietario, en-tendiendo que por razón de equidad las pri-meras deberían soportar una carga mas livia-na que las segundas. A igual cuantía, el suje-to que obtiene una renta de capital tienemayor capacidad de pago que aquel otro quela obtiene trabajando, pues, además de igualrenta, dispone del tiempo. Este tratamientodesigual entre las rentas del trabajo y del ca-pital se ha traducido históricamente en laaplicación de tipos impositivos distintos pa-ra una y otra renta cuando la imposición so-bre la renta era analítica y gravaba indepen-dientemente cada rendimiento; o bien,cuando se utiliza un impuesto sintético so-bre la renta, con la utilización complemen-taria de un impuesto formal sobre el patri-monio que, en realidad, viene a añadir ungravamen suplementario sobre las rentas delcapital1.

El otro criterio de discriminación de las

E

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1 El tratamiento más benévolo de las rentas del traba-jo en relación con las rentas del capital se ha fundamentadotambién en que así como las rentas del capital se concibenfiscalmente como permanentes y de su importe siempre sededuce una parte para garantizar su capacidad productiva(amortizaciones) en el caso de las rentas del trabajo no suele

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rentas atendiendo a su origen diferencia entrelas rentas que proceden de comportamientossocialmente productivos de aquellas otras queson resultado de comportamientos apropiati-vos. Así, mientras que en el primer caso elacrecentamiento patrimonial obtenido por elsujeto se produce en un contexto de enriqueci-miento social y resultan beneficiados tanto elsujeto como la sociedad, en el caso de los com-portamientos apropiativos el enriquecimientode un sujeto es a costa de otro con lo que lasociedad en su conjunto no resulta beneficia-da. Una donación, por ejemplo, habría que in-cluirla en este segundo grupo. No hay duda deque el beneficiario de la misma verá aumentarsu patrimonio pero en cambio la sociedad noserá mas rica puesto que dicho aumento patri-monial se corresponde exactamente con unadisminución equivalente en el patrimonio deldonante. En consecuencia, desde la perspecti-va de la sociedad en su conjunto, que es la quedebe ocupar a la política gubernamental, tieneinterés favorecer los comportamientos social-mente productivos de los sujetos frente a lospuramente apropiativos. Animar, en definiti-va, a que el enriquecimiento de los sujetosapareje el enriquecimiento de la sociedad, gra-

vando con menor intensidad a las rentas pro-venientes de los comportamientos socialmenteproductivos.

Utilizando las dos variables enunciadas(esfuerzo y naturaleza productiva) podríamosordenar tentativamente las diferentes vías deacrecentamiento patrimonial de un sujeto enla forma que se indica en el cuadro uno.

Como puede verse todas las vías de acre-centamiento patrimonial pueden ordenarse se-gún este doble criterio. Así, provienen de acti-vidades socialmente productivas las rentas deltrabajo, con independencia de la forma en quejurídicamente se instrumente, y las provenien-tes de la actividad profesional y empresarial delos individuos en cuyo origen se sitúa tanto eltrabajo como el capital. También son de esta

misma naturaleza las rentas del capital, sinperjuicio de que en este caso puedan obtenersesin el esfuerzo, sin la participación activa de sutitular. Todas estas rentas tienen en común,como sabemos, que reportan no solo un acre-centamiento patrimonial para su titular sinotambién para la sociedad en su conjunto.

En la otra columna del cuadro hemos re-cogido las rentas que derivan de comporta-mientos apropiativos donde el enriquecimien-to del sujeto beneficiado no equivale a un en-riquecimiento paralelo de la sociedad. Lasdonaciones y premios son una vía de acrecen-tamiento patrimonial de estas características,como lo son también las transmisiones heredi-tarias y las ganancias de capital. En todos estoscasos el enriquecimiento del beneficiario sueleproducirse sin su participación activa, sin suesfuerzo. No obstante, podría incluso aceptar-se que, en algún supuesto, un acrecentamientopatrimonial de este tipo hubiese requeridocierta participación activa del sujeto beneficia-rio lo cual nos llevaría a colocarlo mas cerca dela casilla [3].

No cabe duda de que, desde la perspectivade la eficacia, interesa favorecer los comporta-mientos socialmente productivos frente a lospuramente apropiativos; y que, desde la pers-pectiva de la equidad, las rentas obtenidas conesfuerzo deberían disponer de un tratamientomas favorable que las obtenidas sin la partici-

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Discriminación de las rentas por su origen (Cuadro 1)

Naturaleza productiva Socialmente productivas

Con participación activa del beneficiario

Sin participación del beneficiario

[1]Rentas trabajo

Rentas profesionales y empresariales

[2]Rentas del capital

[4]Donaciones y premios

Herencias y legados

Ganancias de capital

[3]

ApropiativasEsfuerzo

suceder así, al menos en medida equiparable. Y es este tratodesigual al calcular las bases el que reclamaría una compen-sación en los tipos. Como quiera que sea, se trata de un cri-terio acuñado y generalmente aceptado.

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pación activa del sujeto. Por tanto, las rentasque deberían soportar menor presión tributa-ria son las contenidas en la cuadrícula [1],pues reúnen la doble condición de ser social-mente productivas y obtenidas mediante es-fuerzo; las siguientes rentas son las de capital(cuadrícula [2]) que deberían soportar mayorpresión que las anteriores aunque menor quelas rentas apropiativas. Estas últimas, las de lacasilla [4], son las que deberían someterse amayor presión relativa pues ni requieren es-fuerzo ni contribuyen al bienestar colectivo.

Si con estos criterios en mente repasamos,siquiera sea a grandes rasgos, la distribución dela carga tributaria en nuestro caso no podre-mos menos que sorprendernos pues podríamosdecir sin exageración que justamente sucede locontrario: si nos atenemos a los tipos efectivosde gravamen, a los impuestos que realmente sesatisfacen, las donaciones y herencias disponende un tratamiento fiscal sumamente beneficio-so, básicamente a través de la figura de la “em-presa familiar” que ha venido a exonerar, prác-ticamente, de este gravamen (y también delimpuesto sobre el patrimonio) a los patrimo-nios personales de alguna significación; y otrotanto puede decirse de las ganancias de capitalcuyo tipo impositivo máximo coincide con elmínimo de la escala de renta. Con mayor gra-vamen formal aparecen las rentas del capital,pero la facilidad que existe para convertirlas enganancias de capital o transformarlas en las malllamadas “rentas irregulares” les permite esqui-var esa carga nominal dando lugar, además, auna amplia dispersión de tipos efectivos escasa-mente justificada. En términos relativos, pues,el mayor gravamen es el que soportan las rentasempresariales y profesionales y, sobre todo, lasrentas del trabajo dependiente.

Aunque probablemente no sea esa la pre-tensión, lo cierto es que, como vemos, la dis-tribución actual de la carga tributaria desde laperspectiva del origen de las rentas resultaenormemente conservadora y no favorece loscomportamientos emprendedores. Fiscalmen-te resulta más conveniente enriquecerse cose-chando ganancias de capital que desarrollandoactividades empresariales; y, desde luego, me-jor heredando que trabajando. Un sistema deeste tipo está favoreciendo a los históricamentericos y a sus descendientes y sancionando, encambio, a aquellos otros que se esfuerzan enenriquecerse mediante el trabajo y la actividadempresarial. Es, por tanto, un sistema conconsecuencias fuertemente conservadoras yaque castiga a los sectores mas dinámicos de lasociedad empujándolos, en el mejor de los ca-sos, a recurrir a las ganancias de capital comovía de enriquecimiento.

Frente a esta estructura dislocada queconstituye una rémora para mejorar nuestrosniveles de eficacia y de competitividad, deberí-

amos oponer otra, mas sensata y oportuna,que combinase equidad y eficacia. Una estruc-tura que favorezca el esfuerzo, la innovación ylos comportamientos emprendedores frente ala cultura del rentista. Esto significa, en primerlugar, hacer desaparecer las discriminacionesactualmente existentes en el impuesto sobre larenta entre los rendimientos del trabajo y losrendimientos del capital. En segundo lugar,eliminar las discriminaciones que existen entrela tributación de las ganancias de capital y lasotras vías de acrecentamiento patrimonial y, fi-nalmente, en revisar la actual tributación sobrelas herencias. El objetivo a conseguir consisteen reequilibrar la distribución de la carga entreesas diversas vías de acrecentamiento patrimo-nial sin que ello tenga que comportar necesa-riamente variaciones globales en el nivel de tri-butación. Deberíamos evitar las “rutas de eva-sión” que hoy permite el sistema y que puedendar lugar a diferencias notables de tipos efecti-vos de gravamen según la naturaleza de lasrentas, hasta el punto de que, en muchos ca-sos, incluso un impuesto proporcional aplica-do sobre una base que incluyera plenamentetodos los acrecentamientos patrimoniales re-gistrados por los sujetos pasivos, resultaría masequitativo que el sistema actual.

2. El tratamiento del ahorroSi desde el tratamiento de la renta por su ori-

gen pasamos al que se otorga según sea su des-tino, la situación no resulta mas satisfactoria.Como es sabido, el tratamiento fiscal de lasrentas intenta favorecer la parte que se ahorrafrente a la dedicada al consumo. En general,suele aceptarse que tras el ahorro está la inver-sión que garantizará el crecimiento futuro dela economía y por tanto, al igual que parecerazonable animar a comportamientos social-mente productivos también lo es hacerlo conaquellas decisiones, como el ahorro, que posi-bilitan el bienestar futuro de toda la sociedad.Aunque esta idea de proteger el ahorro es per-fectamente defendible su instrumentaciónconcreta no siempre lo será, como veremos in-mediatamente, en nuestro caso.

Quizá lo primero que haya que advertir aeste respecto es que la propia estructura del sis-tema tributario ya supone, en si misma, un es-tímulo al ahorro, dado que grosso modo la im-posición directa grava toda la renta y la impo-sición indirecta vuelve a gravar el consumo.Por tanto, el consumo resultará gravado dosveces, una por los impuestos directos y otravez por los indirectos, mientras que el ahorrolo será sólo una sola vez. Es cierto que en laimposición directa, básicamente imposiciónsobre la renta, se aplican mínimos exentos queatenúan, en parte, esta doble imposición sobreel consumo pero mas allá de esto el argumentosigue siendo válido. En consecuencia, aún sin

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introducir tratamientos preferenciales en laimposición sobre la renta, podemos afirmarque en la generalidad de los sistemas fiscalesexiste un estímulo estructural al ahorro. El ta-maño del mismo dependerá del peso relativode unos y otros impuestos siendo mayor cuan-to mayor sea relativamente el peso de la impo-sición indirecta. En un caso como el nuestroen el que los ingresos tributarios se dividen,aproximadamente, por mitades entre los im-puestos directos y los indirectos, la parte de larenta que se consume soportará estructural-mente casi el doble de impuestos que aquellaotra parte que se ahorra. Si a esto añadimos lostratamientos preferenciales en favor del aho-rro-inversión que existen en el impuesto sobrela renta, esta discriminación se verá reforzada.

Como todo tratamiento preferencial sujustificación sólo puede hallarse en las venta-jas que pueden derivar para el conjunto de lasociedad de resultas de ese comportamientoque se favorece. Tienen, pues, que darse doscircunstancias para explicar tal discrimina-ción. Primero, que el trato preferencial inciteun comportamiento por parte del sujeto be-neficiado que éste no observaría en el caso deno existir dicha ventaja; y, segundo, que esecomportamiento inducido por el estímulofiscal redunde en beneficio de todos aquellosque en definitiva están soportando el costedel beneficio fiscal concedido. De no concu-rrir ambas circunstancias los tratamientospreferenciales del ahorro carecerían de justifi-cación, ya que su única consecuencia consisti-ría en reducir la progresividad que soportanlas rentas mas altas.

Sabemos que los incentivos al ahorro-in-versión cumplen el primer requisito referido,esto es, influyen positivamente en las decisio-nes de ahorrar de los sujetos siempre que loefectivamente ahorrado sea superior a lo queel sujeto beneficiario hubiera ahorrado enotro caso, esto es, de no existir el tratamientofiscal preferente. Es precisamente ese “esfuer-zo” ahorrador lo que el incentivo pretendeprovocar y lo que lo justifica. A partir deaquí, si no deseamos introducir mas discri-minaciones, el tratamiento fiscal preferentedebería proporcionarse a ese ahorro “adicio-nal” independientemente de cuál sea su des-tino, dejando en las manos de cada sujeto lasdecisiones de inversión que le parezcan masconvenientes.

Frente a este planteamiento, el sistematributario actual proporciona incentivos a de-terminadas inversiones de los contribuyentes.Mayoritariamente en vivienda y en planes depensiones. Pero también en otros tipos de in-versiones. No al ahorro, en general. Y lo quees peor, dichos incentivos, aunque limitados auna porción de la base del impuesto, se hallanreferidos al volumen total de lo ahorrado e

invertido por el contribuyente, sin tomar enconsideración el “esfuerzo” que ello puede su-poner a cada uno.

Como es bien sabido, las decisiones deahorro de los sujetos dependen fundamental-mente de su nivel de renta. Las personas conrentas bajas no ahorran o apenas pueden aho-rrar pues han de dedicar todos sus ingresos alconsumo; a medida que aumentan los nivelesde renta, los sujetos suelen ahorrar una por-ción cada vez mayor de la misma y para nive-les muy altos podríamos decir que el ahorroresulta poco menos que inevitable. En conse-cuencia, la razón de los incentivos fiscales, sujustificación, consiste en elevar esas cuotas deahorro induciendo a los sujetos a ahorrar masde lo que ahorrarían normalmente. Si el in-centivo resulta eficaz incitará a los sujetos aesforzarse en ahorrar, a aumentar su propen-sión al ahorro, y es precisamente ese mayorahorro, ese esfuerzo adicional, el que deberíautilizarse para modular el incentivo. Carecede sentido conceder un incentivo por todo elahorro. Lo que ha de incentivarse es el ahorroque supera la propensión media a ahorrar co-rrespondientemente a cada nivel de renta da-do que una misma proporción de ahorro –di-gamos el quince por ciento de la renta–, pue-de suponer un esfuerzo notable en un sujetocon un nivel de renta medio o bajo mientrasque resultaría ridículo para sujetos con nivelesde renta muy elevados y, por tanto, careceríade sentido concederle, además, un tratamien-to privilegiado. Un ahorro del quince porciento en un sujeto que tiene una renta anual,digamos, de diez millones de euros no mereceexactamente una bonificación fiscal. Por tan-to, lo que el incentivo habría de tomar enconsideración no es el ahorro decidido, sinoel ahorro que excede de la propensión mediaa ahorrar para el nivel de renta correspon-diente. Esto parece bastante claro si, como di-jimos, lo que pretendemos es favorecer elahorro de los ciudadanos y no abrir una víade escape para eliminar la progresividad delimpuesto.

Desde esta perspectiva de favorecer elahorro social que es en definitiva la que inte-resa, podría incluso plantearse si conviene ono favorecer todo el ahorro individual, inde-pendientemente de cual sea el origen de larenta que lo nutra. Hay algo que resulta deltodo evidente como es que para gozar de unincentivo al ahorro, dicho ahorro debería ha-berse producido realmente, al menos a nivelindividual. Esto quiere decir que el patrimo-nio del sujeto habrá aumentado al menos enel importe de lo ahorrado. Ahora bien, puedehaber aumentado mas aún si, por ejemplo,durante el período considerado hubiera reci-bido una donación o una herencia. Sin em-bargo, en estos casos no opera, como es natu-

ral, el incentivo, ya que si bien ha aumentadoel patrimonio del sujeto en cuestión, la socie-dad en su conjunto no ha visto aumentar susrecursos. Y si esto debe ser así en el caso de lasdonaciones y herencias, podría también plan-tearse excluir aquel ahorro individual queprocede de ganancias de capital que, comosabemos, son rentas que no tienen reflejo enla contabilidad nacional.

En resumen, pues, en lugar de otorgar,como sucede en la actualidad, un tratamientofiscal privilegiado en el impuesto sobre la ren-ta a determinadas inversiones, parecería massensato:

n Incentivar el esfuerzo ahorrador, conce-diendo ventajas fiscales a aquellos sujetos queahorren, de su renta corriente, una propor-ción mayor que la correspondiente como me-dia a su nivel de renta.

n Verificar el ahorro incentivado a través delcorrespondiente aumento del patrimonio, noaplicando incentivos, como puede sucederhoy, a simples modificaciones de la estructurapatrimonial. Y finalmente,

n Dejar en libertad a los sujetos que ahorranpara decidir la colocación de sus ahorros, eli-minando así las discriminaciones que hoyexisten.

3. Imposición sobre la renta y renta básica

3.1. La continuidad de la función impositivaEl segundo aspecto del mapa impositivo quereclama de una profunda revisión es el trata-miento de las rentas más bajas, espacio en elque confluyen, por una parte, el impuesto so-bre la renta y, por otra, diversos esquemas pro-tectores de la Seguridad Social, sin que existanentre ellos las relaciones de continuidad queaconsejarían tanto la justicia como la eficacia.El Estado pretende garantizar a los ciudadanosuna renta mínima (propósito del que se ocu-pan, en parte, los diversos esquemas protecto-res de la Seguridad Social) y al mismo tiemporecaba tributos a todos aquellos que disponende capacidad para pagarlos. Es, pues, una rela-ción de doble dirección la que se establece en-tre el Estado y los ciudadanos, regulada por sunivel de renta y que en unos casos dará lugar atransferencias del Estado en favor de los ciuda-danos mientras que en otros sucederá lo con-trario: serán los ciudadanos quienes (a travésdel impuesto) deban transferir recursos al Es-tado. Pues bien, la clave para que esta relacióndefina siempre posiciones equitativas y no in-troduzca distorsiones en las conductas de lossujetos es que resulte continua: los sujetos si-tuados por debajo de un determinado umbral

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de renta reciben transferencias del Estado,transferencias que se van reduciendo a medidaque aumenta su nivel de renta y, a partir de eseumbral, dejan de recibir transferencias y pasana pagar impuestos. La lógica, pues, del meca-nismo exige definir una función continua so-bre la renta que dará valores positivos (impues-tos) o negativos (transferencias) dependiendodel nivel de renta de cada sujeto. Esta es la vie-ja idea del impuesto negativo sobre la rentaque pretende definir la función impositivatanto en el cuadrante norte como en el sur. Pe-ro como veremos existen diversas formas deinstrumentar esta idea.

Garantizar a todos los ciudadanos unosconsumos mínimos de bienes esenciales esun propósito que los gobiernos han intenta-do alcanzar básicamente a través de dos vías.Una consiste en facilitarles directamente a losbeneficiarios los bienes y servicios a consu-mir; la otra estriba en proporcionarles dineroy dejar que sean ellos mismos los que deci-dan sus consumos. La realidad nos muestrapolíticas que combinan una y otra vía. Lamayor parte de los países desarrollan políti-cas de vivienda para personas con escasos re-cursos. De igual modo, se entiende que de-terminados servicios, como sucede con laeducación, deben consumirse por todos losciudadanos y se declaran incluso obligato-rios. En otros casos, como ocurre con la sani-dad, los servicios se ponen a disposición detodos los ciudadanos para que éstos puedanutilizarlos de acuerdo con sus necesidades.En todos estos ejemplos el propósito del Es-tado es el mismo y consiste en garantizar quetodos los ciudadanos puedan acceder al con-sumo de tales bienes y servicios que se consi-deran esenciales.

La otra vía para garantizar unos consu-mos mínimos, como se ha indicado, consisteen transferir recursos monetarios a los benefi-ciarios de forma que estos puedan decidir li-bremente su aplicación. La mayor parte de lassociedades actuales aceptan que determinadosconsumos pueden calificarse de preferentes–como sucede con la educación y la sanidad–pero, mas allá de esto, están de acuerdo enque cada sujeto es el mejor juez de sus deci-siones de consumo y, por tanto, el que puedeobtener mayor bienestar de los recursos pú-blicos destinados a este fin.

En nuestro caso disponemos de ambasvías. Existen bienes y servicios –vivienda,educación, sanidad –que proporciona directa-mente el Estado a los ciudadanos y, junto aellos, un conjunto de esquemas protectores,gestionados básicamente por la Seguridad So-cial, que proporcionan a sus beneficiariosunas determinadas rentas monetarias enaquellas situaciones (accidente, enfermedaddesempleo, jubilación) en que los beneficia-

rios no pueden obtener rentas del trabajo. To-dos estos esquemas protectores de la Seguri-dad Social operan, parcialmente, con la lógicade un seguro y, por tanto, las percepcionesobtenidas tendrán siempre un componentede contraprestación por razón de las primas(cotizaciones) satisfechas. En consecuencia, lapercepción obtenida por un beneficiario de laSeguridad Social, en cualquiera de sus esque-mas protectores, podría desagregarse en doscomponentes:

n Uno, el correspondiente a la contrapresta-ción del seguro, calculada actuarialmente, y

n Dos, el resto, que es lo que constituye, ensentido estricto, la transferencia del Estadotendente a garantizar una renta monetariamínima.

Al realizar este cálculo podría ocurrir queen el caso de algunos beneficiarios la presta-ción obtenida de la Seguridad Social resultaseinferior a la contraprestación del seguro, cal-culada actuarialmente, que pudiera corres-ponderle. Pensemos, por ejemplo, en el es-quema de pensiones. De acuerdo con las can-tidades aportadas a lo largo de su vida(cotizaciones del empleado mas las corres-pondientes del empleador) y los cálculos ac-tuariales oportunos, cada beneficiario tendríaderecho a una determinada pensión vitalicia.Si esta pensión así determinada resultase infe-rior a la señalada por la Seguridad Social, ladiferencia en mas percibida, habría de atri-buirse a la política pública de garantía de ren-tas monetarias mínimas; en cambio, si suce-diese lo contrario, si la pensión actuarialmen-te calculada fuese superior a la señalada por laSeguridad Social, esa diferencia bien podríaconsiderarse como una especie de impuestoimplícito que vendría a financiar la políticade rentas mínimas que instrumenta la Seguri-dad Social .

Por otra parte, el Estado instrumenta (ytambién las Comunidades Autónomas) polí-ticas puras de garantía de rentas sin segurosobligatorios como sucede con las denomina-das, rentas de inserción o con las pensionesno contributivas. En estos casos nos hallamosante políticas exclusivamente solidarias mo-duladas por criterios de necesidad y en talsentido de una naturaleza igual a las que, deforma indivisa, instrumenta la Seguridad So-cial complementariamente con su actividadde seguros.

Pues bien, si deseamos dar coherencia atodo este conjunto de tratamientos y, a lavez, situarlos en un continuo en relación conel impuesto sobre la renta, el primer pasoque en nuestra opinión deberíamos dar con-sistiría en separar el componente de seguro–de contraprestación actuarial–, que existe

en cada prestación de la Seguridad Social, di-ferenciándolo del otro componente que es elque medirá en sentido estricto su acción pro-tectora. Conceptualmente es importante ais-lar la actividad de seguro de la Seguridad So-cial, con sus primas y sus contraprestaciones,de la actividad protectora que desarrolla ins-trumentando la política de rentas mínimasdel Estado. En lo que se refiere a la actividadde seguro y a las contraprestaciones a satisfa-cer en virtud de las primas y riesgos asumi-dos, se trata de derechos de sus beneficiariosy no existe componente redistributivo ni so-lidario. A partir de aquí es cuando el gobier-no deberá decidir cuáles son las rentas míni-mas que quiere garantizar, atendiendo funda-mentalmente a criterios de necesidad, lo cualdará lugar a un mecanismo de transferenciasque se modulará atendiendo a la renta de lossujetos, a toda su renta, en la cual debería-mos incluir las contraprestaciones actuarialesde la Seguridad Social a que pudieran tenerderecho. Esta política de rentas mínimas de-bería subsumir pues, la que hoy se hace den-tro de los esquemas de la Seguridad Social,más la correspondiente a las rentas de inser-ción y pensiones no contributivas, enlazán-dose coherentemente en el impuesto sobre larenta. Para ello sería necesario replantear laoperatoria de la Seguridad Social en los si-guientes términos:

Primero. El sistema de Seguridad Social debe-ría operar con la lógica de un seguro públicoobligatorio y, de acuerdo con dicha lógica,decidir las primas a cobrar (cotizaciones) y lasindemnizaciones a satisfacer por los distintosriesgos cubiertos. Los asegurados percibiríande la Seguridad Social las cantidades corres-pondientes a las primas satisfechas de acuerdocon los cálculos actuariales oportunos. Desa-parecerían, pues, los posibles impuestos im-plícitos que hoy pagan aquellos beneficiariosque obtienen contraprestaciones inferiores alas que se derivarían de las primas (cotizacio-nes) satisfechas. Como hoy, las “primas” satis-fechas serían proporcionales al salario percibi-do y su nivel se determinaría, entre otros cri-terios, de acuerdo con la política de garantíade rentas mínimas que se pretenda llevar a ca-bo. A mayor nivel de las primas menor soli-daridad y viceversa.

Segundo. Las contraprestaciones satisfechaspor la Seguridad Social deberían integrarse enla renta de los sujetos beneficiarios junto consus otras rentas.

Tercero. El gobierno garantizaría un nivel mí-nimo de renta para todos los ciudadanos –co-ticen o no a la Seguridad Social –atendiendoa condiciones de necesidad y dicha garantía

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se instrumentaría coherentemente con el im-puesto sobre la renta2. La financiación de estapolítica se sufragaría con cargo a los ingresosdel Estado.

3.2. La instrumentación de una política de renta mínimaExisten diversas fórmulas para garantizar unarenta monetaria mínima a los ciudadanos. Laforma quizá mas sencilla de hacerlo, despuésde decidir el nivel de renta garantizado, po-dría consistir en complementar la renta de to-dos aquellos ciudadanos que no alcanzasendicho nivel y mas allá de este punto empezarí-an a soportar impuestos. En consecuencia, lafunción impositiva aparecería desdoblada: ha-bría una función para los niveles de renta in-feriores al mínimo donde el impuesto (negati-vo) (T) sería equivalente a la diferencia exis-tente entre la renta del sujeto (RN) y la rentamínima garantizada (RMG). Por tanto, el im-puesto correspondiente al sujeto i sería:

Ti = RNi – RMG [1]

En cambio, para los niveles de renta su-periores a la RMG la función impositivaadoptaría la forma siguiente:

Ti = (RNi – RMG) t [2]

donde el término entre paréntesis sería la basedel impuesto y t el tipo o escala aplicable.

Se trata, como puede verse, de una fór-mula sencilla e intuitiva pero que, no obstan-te, plantea o puede plantear un problema deincentivos dado que, si nos fijamos, veremosque para los niveles de renta situados por de-bajo de la RMG el tipo impositivo marginales del cien por cien, es decir, que todos los au-mentos en los ingresos (RN) que pudiera ob-tener el sujeto hasta alcanzar el nivel de laRMG quedarían absorbidos por la fórmula,ya que su renta disponible seguiría siendosiempre la misma e igual a la RMG. Con talesquema los sujetos con niveles de renta situa-dos por debajo de la RMG carecerían de in-centivos para aumentar el nivel de sus ingre-sos. Sólo a partir de rentas superiores a laRMG el tipo marginal sería t y esta anomalíadesaparecería.

En realidad, para hacer desaparecer la dis-continuidad comentada bastaría con utilizaruna función impositiva digamos convencionaly aplicarla a todos los niveles de renta aceptan-

do su resultado, sea este positivo o negativo.En efecto, una función impositiva con-

vencional sobre la renta toma una base, des-cuenta el mínimo exento (ME) y sobre la dife-rencia aplica el tipo o la escala de gravamencorrespondiente. Esto es

T = (RN –ME) t = t RN – tME [3]

En una función de estas características altermino tME equivaldría al nivel de renta mí-nimo garantizado a todos los sujetos someti-dos al impuesto. Imaginemos, para simplifi-car, que el impuesto opera con un tipo fijo del25% y que se desea garantizar una renta míni-ma a todos los sujetos de cinco mil eurosanuales. Esto equivaldría sencillamente a seña-lar un mínimo exento por un importe de20.000 euros anuales y operar de la forma ha-bitual aceptando, eso si, que un resultado ne-gativo en la función impositiva equivale a unatransferencia en favor del sujeto en cuestión.

Veamos qué resultaría con las cifras de es-

te ejemploComo puede verse en el cuadro ante-

rior el nivel de renta mínima garantizada(5000) es el que percibiría un sujeto sinninguna renta. A partir de aquí su nivel derenta disponible aumentará en la medida enque consiga aumentar sus ingresos. Dichoen otros términos, el sujeto sigue percibien-do el importe de la RMG aunque al mismotiempo tiene que pagar el impuesto corres-pondiente a los ingresos que obtiene por sutrabajo o actividad. Mientras los impuestoscorrespondientes a estos ingresos no supe-ren el nivel de la RMG, el sujeto en cues-tión seguirá recibiendo una transferencianeta del Estado cuya cuantía decrecerá amedida que aumenten sus ingresos. Paraunos ingresos de 20.000 euros el sujeto delejemplo dejaría de recibir transferencias ytampoco tendría que pagar impuesto algu-no. Se trata, pues, del mínimo exento comohabitualmente se entiende; y sólo a partirde aquí, para ingresos superiores, el sujetopasaría a ser contribuyente neto. Comopuede comprobarse, de esta forma desapare-

cen los saltos en los tipos marginales y, portanto, los posibles efectos desincentivadoresantes comentados. Junto a esta evidenteventaja existe el inconveniente de que parauna misma RMG, la fórmula de una fun-ción continua resulta mas costosa para elEstado que la discontinua, lo cual sueleobligar a utilizar niveles mas moderados deRMG y, frecuentemente también, a acotarlos colectivos a los cuales será de aplicación.

Las propuestas de una renta básica uni-versal no son, en definitiva, sino una fór-mula de estas características aplicada a to-dos los ciudadanos. En efecto, si supone-mos que todos los ciudadanos reciben delEstado una renta básica (RBU) y que, ade-más, han de pagar impuestos por sus ingre-sos netos, la función impositiva sería de esteestilo:

T = RN. t – RBU [4]o bien

T = (RN + RBU) t – RBU [5]

según entendamos que la RBU forma parteo no de la base del impuesto sobre la renta.

En cualquier caso, tanto la [4] como la[5] son funciones estructuralmente idénti-cas a la [3]. En consecuencia, la propuestade una RBU puede instrumentarse sencilla-mente con un impuesto convencional, através de su mínimo exento y, eso si, acep-tando que un resultado negativo suponeuna transferencia a favor del sujeto y quetodos los ciudadanos deben ser sujetos pasi-vos del impuesto en estas condiciones.

La utilización de una fórmula de estascaracterísticas –un impuesto negativo sobrela renta –permitiría subsumir en la mismatodos los recursos que hoy utiliza el Estadoen lo que hemos denominado acción pro-tectora de la Seguridad Social e igualmentelos aplicados a aquellos otros esquemas queoperan exclusivamente con criterios de ne-cesidad (rentas de inserción, pensiones nocontributivas). Y, desde luego, en la medidaen que su aplicación se generalizase, permi-tiría absorber igualmente un amplio con-

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2 El ámbito de beneficiarios de la renta mínimagarantizada debería coincidir idealmente con todos losresidentes. No obstante, cabe abordar la cuestión gra-dualmente.

Un ejemplo de función impositiva continua (Cuadro 2)

(1) (2) (3) (4) = (2) – (3) 5= (1) – (4)Nivel renta neta tRN tME T Renta disponible

0 0 5.000 (5.000) 5.0002.000 500 5.000 (4.500) 6.5004.000 1.000 5.000 (4.000) 8.000

10.000 2.500 5.000 (2.500) 12.50020.000 5.000 5.000 0 20.00040.000 10.000 5.000 5.000 35.00080.000 20.000 5.000 15.000 65.000

100.000 25.000 5.000 20.000 80.000

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junto de gastos sociales, ayudas familiares,becas de estudios, etc. dando coherencia atodo ese conjunto de gastos3.

La introducción de un esquema como elreferido se vería notablemente simplificado ensu operatoria si utilizásemos un tipo único enel impuesto sobre la renta. Un tipo único quese combinaría, por una parte, con una garantíauniversal de renta básica y, por otra, con unarevisión al alza de la imposición patrimonial(impuesto sobre el patrimonio e impuesto desucesiones y donaciones) y con la introducciónde un recargo aplicable exclusivamente a partirde determinados niveles de renta. El estableci-miento de un mínimo exento en los términosindicados permitiría mantener una pauta deprogresividad razonable hasta los niveles me-dios de renta. A partir de ese punto la progresi-vidad de los tipos efectivos podría instrumen-tarse mediante la aplicación de un recargo, alestilo del viejo surtax inglés, y con el reforza-miento de la tributación patrimonial que, porsus propias características, resulta progresiva.De esta forma cabría combinar las ventajasprácticas de operar con un tipo nominal únicoaplicable a la mayor parte de los contribuyen-tes con la pauta efectiva de progresividad quepolíticamente se decidiese. Y todo ello utilizan-do una función impositiva continua que, co-mo hemos visto, evitaría las múltiples discrimi-naciones que inevitablemente introduce el ac-tual combinado de impuesto y prestacionessociales. Un planteamiento de estas caracterís-ticas permitiría también avanzar decididamen-te en la integración de la gestión de las cotiza-ciones de la Seguridad Social con las retencio-nes sobre las rentas del trabajo en el impuestosobre la renta, más allá de los intercambios deinformación recientemente acordados.

4. El uso de los recursos naturalesUn tercer aspecto que debería ser objeto de re-visión es el actual patrón distributivo de la car-ga tributaria entre el trabajo, en sentido am-plio, y los recursos naturales. Hablando en tér-minos generales la producción de bienes yservicios, la renta de cada país, es el resultadode aplicar la actividad del hombre, su trabajo,a los recursos naturales disponibles, utilizandopara ello el nivel de tecnología disponible. Puesbien, considerando esos dos factores –trabajo yrecursos naturales– como variables indepen-dientes de una función agregada de produc-ción, destaca una nota común en gran parte delos países europeos y, desde luego, en nuestro

caso: existe un escasa utilización del trabajodisponible, como evidencian los elevados nive-les de desempleo, mientras que, por el contra-rio, los recursos naturales aparecen utilizadosen exceso, como muestran los elevados nivelesde contaminación ambiental y, en general, deutilización de la naturaleza.

Esta realidad aconsejaría, desde una pers-pectiva económica y agregada, orientar las po-líticas en el sentido de favorecer aquellos pro-cesos productivos que sean capaces de utilizarrelativamente mas trabajo y menos recursosnaturales, con lo que favoreceríamos el empleoy limitaríamos a la vez la utilización abusiva dela naturaleza. A tal fin, parecería sensato favo-recer aquellas políticas capaces de reducir rela-tivamente el coste del factor trabajo y aumen-tar paralelamente el coste de utilización de losrecursos naturales. Si creemos en las respuestasdel mercado, ese cambio en los precios relati-vos de los factores debería estimular la aplica-ción de técnicas mas intensivas en trabajo ycon menores necesidades de recursos naturales,con lo que se podrían corregir al menos los ac-tuales desequilibrios. El deterioro sistemáticode los recursos naturales, como desgraciada-mente ha venido sucediendo, es explicable engran medida por un coste de utilización absur-damente bajo, equivalente a un sistema deayudas públicas encubiertas a la producciónque favorece el uso de técnicas ineficaces. Node otra forma debe calificarse el uso de un pa-trimonio cuando no se tienen en cuenta losgastos necesarios para su mantenimiento.

La idea fundamental para corregir esta si-tuación consiste en limitar la utilización de losrecursos naturales a aquellos niveles que garan-ticen el derecho de las generaciones futuras4.En consecuencia, tratándose de recursos reno-vables su utilización debería limitarse a las po-sibilidades de renovación y, en el caso de los re-cursos no renovables o cuya posible renovaciónse produce en periodos extraordinariamentedilatados para la medida humana, su uso debe-ría acompasarse a la creación de un capital pú-blico equivalente, físico o tecnológico, que per-mita compensar dicha utilización.

En la medida en que el objetivo políticoconsiste en moderar el uso de los recursos na-turales (o de determinados recursos naturales)cabe utilizar exclusivamente dos vías: una con-siste en establecer normas legales que limitensu uso a un nivel máximo determinado; la otra

posibilidad estriba en establecer un precio porla utilización de dichos recursos en un nivel talque la demanda no sobrepase el nivel máximode utilización.

Si se procede a establecer normas legaleslimitadoras del uso se plantea la cuestión decómo asignar el margen de uso permitido en-tre los usuarios interesados. Una forma de ha-cerlo sería por orden de llegada, esto es, prohi-biendo la nueva instalación de actividadesusuarias del recurso en cuestión a partir delpunto de saturación. Es una técnica sencillapero probablemente ineficaz. Otra posibilidadque ha despertado interés creciente consiste envender por parte del Estado mediante subastapermisos de utilización del recurso público deque se trate hasta el nivel máximo, creando almismo tiempo, un mercado en el que puedannegociarse tales permisos de forma que la posi-bilidad de utilizar el recurso público en cues-tión queda abierta a futuros participantessiempre que estén dispuestos a pagar su precioy adquieran los correspondientes permisos. Deesta forma se puede compatibilizar un nivelmáximo de utilización con una asignación efi-ciente de los derechos a utilizar el recurso pú-blico entre los distintos usuarios tanto presen-tes como futuros. La utilización de “permisosnegociables” iniciada en California a mediadosde los años setenta como instrumento regula-dor de la polución medioambiental ha exten-dido su aplicación a otros campos. Dispone-mos, pues, de una amplia experiencia compa-rada en la utilización de este tipo deinstrumento.

La vía alternativa para limitar el uso de losrecursos públicos a los niveles adecuados paralograr un desarrollo estable suelen ser los im-puestos que gravan su utilización y permitenelevar su precio hasta el nivel requerido paraque, en equilibrio, su demanda coincida con elnivel máximo de oferta disponible.

Sin perjuicio de la necesidad de desarrollarun planteamiento general en esta materia, lasolución concreta que haya de adoptarse de-penderá de las circunstancias que concurran encada caso, en cada utilización concreta de re-cursos naturales que pretenden controlarse. Esevidente que la utilización de los recursos na-turales no se distribuye homogéneamente en elterritorio ni los efectos de su uso excesivo afec-tan por igual a todos los ciudadanos. La emi-sión a la atmósfera de gases que refuerzan el“efecto invernadero” afecta, como sabemos, atodo el mundo por sus posibles consecuencias;en cambio, la eliminación de las basuras cons-tituirá en la mayor parte de los casos un pro-blema local o, cuanto mas, regional.

Es cierto que en esta materia tiene quecomprometerse a todos los niveles de gobier-no, desde los gobiernos locales a la Unión Eu-ropea, dependiendo del tipo de utilización de

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4 Al hablar de “utilización de recursos naturales”lo hacemos en sentido amplio, lo cual incluiría la eli-minación de residuos de cualquier clase a través de lanaturaleza. En ocasiones los recursos de la naturalezase utilizan como materia prima para las actividadesproductivas; en otros casos la naturaleza se utiliza paraeliminar los residuos de la producción y del consumo.En ambos casos puede resultar necesario aplicar lími-tes a dicha utilización.

3 La garantía de rentas mínimas que hoy llevan acabo varias Comunidades Autónomas sería perfecta-mente compatible con este esquema siempre que seplantease de forma complementaria con la del Estado,esto es, viniese a aumentar la renta garantizada por elEstado con carácter general.

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los recursos naturales de que se trate. Parececlaro, por ejemplo, que la internalización delos costes que supone para la sociedad las emi-siones de CO2 es algo que debería hacerse pre-ferentemente a nivel comunitario e inclusomundial. Sin embargo, gran parte de los costessociales que derivan del uso del automóvil pue-den abordarse desde el ámbito nacional e in-cluso regional, así como el tratamiento de lasaguas o la eliminación de residuos sólidosconstituyen en buena medida problemas loca-les o, cuanto mas regionales. En consecuencia,las dificultades que evidentemente existen parainstrumentar una política coordinada en todala Unión Europea a este respecto, no elimina lanecesidad de abordar en cada jurisdicción na-cional aquellos problemas que por sus conse-cuencias cabe solucionar en este ámbito.

Sería aconsejable desarrollar los instru-mentos necesarios para lograr que la utilizaciónde la naturaleza se mantenga dentro de los lí-mites deseados y, para ello, se podría optar porelaborar un conjunto de directrices que sirvie-ran para guiar los desarrollos en esta materia delos distintos niveles de hacienda, teniendo encuenta como es natural las directrices de laUnión Europea. Y las experiencias más rele-vantes de sus Estados miembro. El artículo149 de nuestra Constitución habilita al Esta-do, entre sus competencias, para promulgar lalegislación básica en materia medioambiental,así como en el uso de los recursos naturales.Sería posible, en consecuencia, abordar estacuestión de forma coordinada con las Comu-nidades Autónomas y los gobiernos locales,otorgándole la amplitud y coherencia necesariaa las políticas conservadoras de la naturaleza ala vez que se diseñan los instrumentos con uncarácter financiero sin perjuicio naturalmentede su dimensión reguladora.

Son varios los países europeos que hancombinado reformas fiscales verdes con la re-ducción de los impuestos sobre el factor traba-jo con un resultado neutral en términos recau-datorios, a la vez que se intenta influir en laestructura de precios relativos de uno y otrofactor. En ocasiones se han introducido nue-vos impuestos ecológicos, pero casi siempre seha procedido a revisar la tributación existente,especialmente los sistemas de incentivos, des-de la perspectiva ecológica dando lugar a mo-dificaciones necesarias para acomodar los im-puestos a aquel propósito. Por ejemplo, gra-vando la imposición sobre carburantes enfunción de su poder contaminante o elimi-nando bonificaciones que favorecen conduc-tas o actividades contrarias a la conservaciónde los recursos naturales. En contra de lo quea primera vista pudiera parecer es posible in-troducir reformas verdes en la imposición sinafectar negativamente a la capacidad competi-tiva de un país. Y también es posible compen-

sar el factor de regresividad en la distribuciónde la carga que suelen comportar muchas deestas reformas. Se trata, pues, de una línea depolítica tributaria que, en nuestra opinión,merecería una seria consideración.

5. Una observación final: reconsideremos la afectación de ingresosUna cuestión que debería considerarse conatención es la conveniencia de afectar más omenos formalmente determinados ingresos adeterminados gastos. Durante muchos años laafectación de ingresos no ha tenido predica-mento pero esa situación está cambiando agrandes pasos. En parte por razones de efica-cia, pero en parte también como fórmula parasuavizar las resistencias de los contribuyentes alpago de los impuestos.

Probablemente el primer criterio a utilizarpara decidir un instrumento financiero debieraser el tipo de gasto que se pretende financiar.De acuerdo con el mismo, todos aquellos gas-tos públicos que permitan identificar indivi-dualmente a sus beneficiarios deberían utilizarigualmente instrumentos financieros indivi-dualizadores de los costes públicos. En otroscasos, aún sin poderse conocer el beneficio in-dividualmente derivado del gasto público, cabeidentificar a determinados colectivos de benefi-ciarios que serían en principio los llamados asoportar una parte o todo el coste correspon-diente. Esto reclamaría de instrumentos finan-cieros que incidiesen exclusivamente sobre elcolectivo de beneficiarios, reservando los im-puestos generales para financiar todos aquellosgastos indivisibles cuyos efectos se diluyen in-distintamente entre toda la población.

Frente a este planteamiento, podríamosdecir que existe una cierta tendencia por partede los gobiernos a preferir los impuestos gene-rales y a utilizar más allá de lo que parecería ra-zonable el principio de la capacidad de pagocomo criterioprácticamente único para distri-buir entre los ciudadanos el coste de los servi-cios públicos. Lamentablemente, este criterio,aparentemente tan progresivo suele ser caucepara las ineficacias mediante el desdibujamien-to de la responsabilidad de los gestores públi-cos. Pensemos, por ejemplo, en un servicio derecogida y eliminación de basuras. No hay du-

da de que se trata de un servicio público cuyosbeneficiarios se encuentran perfectamente de-terminados y en el que resultaría incluso posi-ble calcular el grado de utilización del mismopor parte de cada usuario. En principio, pues,la vía más razonable para financiar tal serviciosería mediante una tasa que permitiese distri-buir el coste del mismo entre sus usuarios. Si seprocede de esta forma, las ineficacias que pu-dieran registrarse en la producción del serviciohabrían de repercutirse sobre los usuarios enforma de mayores costes lo cual cabe esperarque dará lugar a reclamaciones y a desconten-tos de los ciudadanos que cualquier políticoquerría evitar. Si no hubiese más remedio quefinanciar el servicio de basuras mediante unatasa, probablemente el político adoptaría lasmedidas oportunas para reducir las ineficacias.En cambio, si puede desviar una parte –o todo–el coste del servicio y financiarlo con cargo aimpuestos generales, no cabe duda de que lapresión para eliminar las ineficacias habrá desa-parecido. En tal sentido, pues, la afectación delingreso a la cobertura de los costes podríaconstituir un incentivo para comportamientoseficaces.

La otra consecuencia previsible de la afec-tación de ingresos consiste en lograr una ma-yor aceptación social del impuesto al conocersesu destino y, por supuesto, en la medida enque dicho destino resulte socialmente acepta-ble. En el caso de las políticas tributarias ante-riormente referidas cabría la posibilidad deplantear algún tipo de afectación, como sucedepor ejemplo con la reforma verde y la reduc-ción de las cotizaciones sociales. En este caso,además, la afectación reforzaría la idea de queno se trata de reformas para aumentar la pre-sión fiscal. En esta misma línea cabría igual-mente plantearse la afectación de algunos in-gresos. Pensemos, por ejemplo, en los proce-dentes de los impuestos patrimoniales5. En lamedida en que gran parte de las diferencias derenta que se registran entre los sujetos son atri-buibles a la desigual distribución del patrimo-nio (incluyendo el capital humano) y esta desi-gualdad se refuerza a través de la herencia, pa-recería razonable que fueran estos impuestos,especialmente el de sucesiones, los que finan-ciaran las políticas de igualdad de oportunida-des atenuando así el impacto negativo sobre laequidad de la institución hereditaria*.

Este tipo de fórmulas, además de facilitarla aceptación del impuesto al conocerse clara-mente cuál es su destino, podrían permitir laconsolidación de políticas que se entiendenpor todos especialmente relevantes, dándoles laidentidad y la presencia que, a veces, puede ne-garles el presupuesto. n

José V. Sevilla es economista y consultor de Finan-zas Públicas. Autor de Las claves de la financiación

JOSÉ V ÍCTOR SEV ILLA

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5 Como es sabido en este momento los impuestospatrimoniales están en manos de las CCAA, lo cual li-mita las posibilidades de la hacienda central para desa-rrollar una adecuada política tributaria. Como hemosjustificado y defendido en varias ocasiones, estos im-puestos deberían ser compartidos con la hacienda cen-tral, como sucede con el impuesto sobre la renta.

* Lamentablemente, las últimas propuestas del par-tido en el gobierno, abogan por la eliminación del im-puesto de Sucesiones, pretendiendo eliminar así, el ele-mento más genuino de progresividad de cualquier siste-ma tributario.

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GUERRA Y TERRORISMOAnte el conflicto de Irak

NARCÍS SERRA

os ataques del 11 de septiembre –ylos anteriores y otros posteriores en laisla de Bali y otras partes de Asia–

muestran la necesidad de contar con elmayor conocimiento posible sobre el te-rrorismo vinculado a la religión islámica.El fundamentalismo islámico, en efecto,ha añadido dimensiones nuevas al fenó-meno terrorista. Quiero señalar dos. Enprimer lugar, la extensión de las bases deapoyo, potenciales o reales: los países islá-micos son una proporción muy grande dela población mundial, y ello, unido a lasposibilidades tecnológicas actuales, con-vierte a este terrorismo en un problemaciertamente global. En segundo lugar, elfundamentalismo islámico ha añadido unenorme incremento de la letalidad de lasacciones terroristas al incluir el suicidiocomo forma de llevar a cabo el ataque.

No todos los terrorismos son de carác-ter religioso ni la religión juega el mismopapel en todos los movimientos terroristasen los que es un factor a tener en cuenta.En Irlanda, por ejemplo, la religión es unimportante elemento en la definición de ladistinta identidad de las dos colectividadesenfrentadas, pero no es el motor de la acti-vidad violenta. En el terrorismo practicadopor ETA en España, la religión no jueganingún papel relevante.

El terrorismo implica siempre fanatis-mo por parte de sus ejecutores, entendidocomo la subordinación de cualquier objeti-vo y hasta de la propia vida a un único fin.Pero además, el fanatismo religioso, ha aña-dido una nueva eficacia a las acciones terro-ristas. Es la legitimación religiosa del suici-dio, el premio eterno prometido a este sa-crificio que solo una religión puede dar asus creyentes. Con ello, se han dado aúnmás posibilidades a una característica delterrorismo global: la voluntad de matar almayor número de ciudadanos civiles de esarealidad social que se considera enemiga.

Hay que constatar que el enrolamiento enbandas o grupos terroristas comportanormalmente elevados costes personales,auque el suicidio, como he dicho, es uncaso extremo que el fanatismo religiosoha hecho frecuente en fechas recientes.En España, por ejemplo, la vida activamedia de los terroristas de ETA es inferiora tres años1. Los que integran la banda sa-ben que lo más probable es que sean dete-nidos en este plazo. Sin embargo, aunqueson más claros los síntomas de reduccióndel apoyo social al terrorismo en el PaísVasco, no se puede afirmar que existansíntomas de dificultades en el recluta-miento de nuevos activistas.

El fanatismo religioso puede hacernosperder de vista la complejidad del terroris-mo global al que nos enfrentamos. Nopienso que se esté sobre valorando el factorreligioso en el terrorismo islámico. Pero sícreo que corremos el riesgo de considerarlocomo único factor relevante y, por ello, ol-vidar otros factores o condiciones que faci-litan el nacimiento y el desarrollo de las or-ganizaciones terroristas. Con ello, una vezmás simplificamos el problema. No puedesepararse la religión como factor integrantedel terrorismo que estamos sufriendo de laenorme desigualdad que separa el mundooccidental del islámico, desigualdad que nodecrece sino que ha aumentado notable-mente en los últimos años. La religión escasi la única forma de reforzar su concien-cia de identidad que tienen los jóvenes deEgipto, Pakistán o Argelia para hacer frentea un sentimiento de injusticia y de explota-ción por parte de los países occidentales.

Pero el enfoque de este tema como unchoque de religiones o de civilizaciones, co-mo una lucha entre occidente y el islamis-

mo haría el juego al terrorismo global y co-locaría al problema en un callejón sin sali-da. Volviendo al caso vasco y salvando lasenormes diferencias, sería lo mismo que de-monizar o condenar todo el nacionalismovasco, con lo cual el problema político esirresoluble porque el fin de la violencia enel País Vasco se logrará solamente cuandose pueda pactar con los nacionalistas demó-cratas. Es decir, cuando el eje de división dela sociedad vasca no sea entre nacionalistasy no-nacionalistas, sino entre demócratas(nacionalistas o no) por un lado, y los par-tidarios de la violencia y el terrorismo, porel otro. Del mismo modo, el fin del terro-rismo global se aproximará, o sus conse-cuencias se mitigarán, en la medida en quese produzcan pactos y acuerdos con los isla-mistas moderados y ampliando el campode la democracia en esta parte del mundo.

Éste debe ser uno de los ejes funda-mentales de la política antiterrorista a me-dio plazo. Otro eje, complementario conéste, es el de abrir la política antiterrorista,que vaya construyéndose a la comunidadde naciones. Hay que evitar que sea estable-cida, o lo parezca, para defender a un solopaís, Estados Unidos, o como instrumentodel conjunto de países que denominamosOccidente, puesto que en este caso no seobtendrá la colaboración social y políticade la mayoría de países árabes e islámicos.Y esta colaboración es imprescindible parala contención del terrorismo global. No veootra forma de lograr esta cooperación quederivando el combate contra el terrorismoglobal de las leyes internacionales, de losorganismos internacionales existentes refor-mados o de otros nuevos, es decir colocan-do la política antiterrorista en un marcomultilateral. La creencia en la propia supe-rioridad moral no legitima las actuacionesunilaterales frente a los demás países, aun-que pueda ser un instrumento eficaz de usointerno o doméstico.

Por esos motivos creo engañoso presen-

L

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1 Sobre este tema, ver Ignacio Sánchez Cuenca,ETA contra el Estado, Tusquets Editores, Barcelona,2001, pág. 38.

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tar un ataque a Irak como prioridad en elcombate real contra el terrorismo global. Siqueremos reducir el terrorismo a medioplazo, el combate se juega en las calles de ElCairo, en las escuelas de Arabia Saudita oen las mezquitas de Marruecos. Es decir,deben emplease, junto a la lucha frontal, lasdenominadas medidas indirectas de la polí-tica antiterrorista, las destinadas a ayudar aldesarrollo de estos países, a la resolución delos conflictos existentes o al reforzamientode los Estados fallidos. Estas políticas estánmuy ligadas a la política global o al ordeninternacional e implican una estrategia másamplia que la simplemente militar. Dada lainclinación a este tipo de respuesta, convie-ne examinar sus consecuencias.

La militarización de la lucha antiterroristaMilitarizar la respuesta al terrorismo o, sim-plemente pensar que la primera respuestadebe ser militar es, en la mayoría de casos,un error. La respuesta militar no es sufi-ciente. Además puede ser ineficaz por variasrazones. En primer lugar, porque no hayun enemigo claro contra el que luchar yello es incompatible con el uso de los me-dios militares y el armamento de guerra.Surge así la necesidad de encontrar objeti-vos coherentes con el empleo de mediosmilitares, es decir, el ataque a Estados. Y es-tos objetivos se presentan como lucha con-tra el terrorismo. Pero como es ampliamen-te aceptado, el peligro no proviene tanto deEstados que amparan el terrorismo, sino deque el terrorismo global puede refugiarse yhasta instrumentalizar Estados fallidos.

De este modo se confunde a la opiniónpública y se impide un verdadero debatesocial sobre las características, y las dificul-tades, de la lucha contra el terrorismo. Sehan mezclado dos luchas que, aunque tie-nen ciertamente puntos de conexión, sondistintas: la del terrorismo por una parte yla prevención de la proliferación de armasde destrucción masiva por la otra. Con ellose corre el riesgo de seguir la línea deseadapor gran parte del terrorismo global quebusca provocar la radicalización de los regí-menes de los países islámicos. Un ataque acualquier país islámico puede provocar mo-vimientos populares en países esenciales enel actual equilibrio precario, como Jorda-nia, Egipto o Marruecos. La militarizaciónde la lucha contra el terrorismo puede pro-piciar el choque de civilizaciones que sepropone el terrorismo vinculado a la reli-gión islámica y que hay que evitar. La vi-sión “hobbesiana” de la situación interna-cional puede convertirse en una profecíaautocumplida si los Estados Unidos pri-man el enfoque militar para intentar resol-ver los problemas internacionales actuales.

La mezcla de las dos guerras (contra elterrorismo y contra las armas de destruc-ción masiva) que hasta hoy ha comportadola militarización de la lucha contra el terro-rismo está perjudicando a la primera, queha dejado de ser prioritaria. No se trata tansolo de las consecuencias señaladas por Ma-deleine Albright2, es decir, que nos estamos

olvidando del problema terrorista y puedeerrarse en el calendario. Es que en ocasio-nes los dos objetivos son contradictorios.En fechas recientes, un informe del Coun-cil of Foreign Relations señalaba la falta decolaboración de Arabia Saudita en la luchacontra las redes de financiación de Al Qae-da y también la falta de voluntad políticade Washington por imponer unas exigen-cias que podrían enemistar a un preciadoenemigo en una hipotética guerra contraSadam Husein. Al no ser el modo adecua-do de atacar el problema, la militarizacióntermina por subordinarlo a los objetivosque son más adecuados a su doctrina y asus medios.

En segundo lugar, la militarización dela lucha contra el terrorismo es en mu-chos casos inadecuada porque el empleode los medios militares no permite nor-malmente distinguir a los terroristas y alas estructuras de apoyo del resto de lapoblación. La lucha contra el terrorismoes una lucha de ideas y de voluntades co-mo dice la expresión acuñada después dela guerra de Vietnam. A diferencia de loque sucede con los delincuentes o los tra-ficantes de drogas, lo que unas personasconsideran terroristas son vistos por otrascomo luchadores por la libertad. En estecontexto, la militarización de la luchapuede hacer el juego a la estrategia de losterroristas que persiguen, en muchos ca-sos, generar una espiral de acción-reac-ción. Esto es lo que sucedió en Españahasta la consolidación de la democracia:el General Franco respondió a los atenta-dos terroristas de ETA decretando el esta-

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2 Madeleine Albrigth, ‘Deal with Al Qaeda first’,International Herald Tribune, 17 de septiembre de 2002.

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do de excepción, que era precisamente elobjetivo que ellos deseaban. Empleó parajuzgar a los detenidos tribunales militares,lo cual deslegitimó el castigo. Con la lle-gada de la democracia a España, esta es-trategia de acción-reacción dejó de ser útila los terroristas, puesto que las respuestasa la violencia eran proporcionadas, legiti-madas y nunca dirigidas a la población engeneral. Ello fue así hasta tal punto queETA abandonó formalmente su estrategiade desencadenar el levantamiento delpueblo vasco contra el Estado para pasar aotra en la que la derrota del Estado ya nose consideraba posible y se recurría a laviolencia para desarrollar una guerra dedesgaste que forzase al Estado a negociarlas condiciones de la independencia delPaís Vasco.

Si el Gobierno español hubiera em-pleado a las Fuerzas Armadas como ins-trumento de lucha contra ETA, si hubie-ra militarizado la lucha antiterrorista, laficción de la lucha del pueblo vasco con-tra el Estado habría sido mucho más fácilde mantener y con ello, un mayor apoyosocial a la acción terrorista. Michael Ho-ward lo ha expresado con claridad: “ Losterroristas sólo pueden ser destruidos conéxito si la opinión pública, tanto en casacomo en el extranjero, apoya a las autori-dades cuando los consideran criminales yno héroes”3. El empleo de los ejércitos nosólo facilita que los terroristas sean consi-derados como héroes o mártires, sino quefavorece la identificación de los ciudada-nos con los movimientos terroristas. Lautilización directa y sistemática del ejér-cito en la lucha de Israel contra el terro-rismo palestino es un ejemplo de lo queestoy afirmando, puesto que el ataquemilitar a núcleos urbanos y las inevitablesy numerosas víctimas civiles del empleode armamento de guerra cohesionan a lapoblación palestina con los partidarios dela violencia y con los terroristas.

En tercer lugar, la militarización fo-menta lo que se denomina “guerra asimé-trica” en la que el enemigo conoce las ca-pacidades militares de los Estados e in-tenta evitarlas, buscando formas deataque que aprovechen sus vulnerabilida-des. Pueden ser ejemplos tanto el ataqueal destructor USS Cole como el ataquedel 11 de septiembre a las Torres Geme-las. La globalización y las nuevas tecnolo-gías de la comunicación y de la informá-tica proporcionan alternativas impredeci-

bles a la guerra asimétrica. Otra vez lasrespuestas específicamente militares pue-den ser contraproducentes si los terroris-tas persiguen la movilización de determi-nado apoyo popular.

En cuarto lugar, el instrumento máspoderoso para la lucha contra el terroris-mo es la información y la actuación poli-cial consiguiente. Generar información,buscarla y actuar en consecuencia requie-re crear potentes redes de colaboraciónque discurren por campos distintos, sinoopuestos, a los del empleo de los ejércitos.

Puede pensarse que estos razona-mientos están demasiado condicionadospor la experiencia de la lucha contra elterrorismo en España. Ciertamente, un

objetivo de todos los gobiernos españolesdesde la transición a la democracia ha si-do evitar la implicación de las FuerzasArmadas en la lucha directa contra el te-rrorismo vasco. Personalmente tuve quesuperar momentos difíciles con relación aeste tema, sobre todo después del secues-tro y asesinato de un capitán del Ejércitoen 1983. Pero tenía el convencimientode que emplear a las Fuerzas Armadas enesta lucha era dar argumentos a los terro-ristas. Ellos querían presentar su luchacomo un conflicto entre el País Vasco yEspaña, y no como un conflicto entrevascos. Implicar a los ejércitos españoleshabría reforzado sus argumentos frente ala opinión pública vasca sin mejorar laeficacia de la lucha policial contra ETA.En la yihad decretada por Al Qaeda (yotras muchas organizaciones) contra–por emplear sus propios términos- loscruzados y los judíos, el ataque militar aIrak y también en cierta medida el apoyoexclusivamente militar a países como Fi-lipinas, puede ser empleado por los mo-

vimientos terroristas islámicos como de-mostración de que, efectivamente, esospueblos islámicos están en guerra conOccidente.

Terrorismo y política globalHe analizado la insuficiencia, en el mejorde los casos, y la inadecuación de la milita-rización de la lucha contra el terrorismoporque pienso que dar respuesta al terroris-mo global exige el diseño de una políticamucho más compleja que la mera actua-ción militar, es decir, exige plantearse ac-tuaciones y reformas de lo que denomina-mos política global. Ello es así porque en lalucha contra el terrorismo debe plantearseno sólo la actuación directa contra las orga-

nizaciones terroristas, sino también las con-diciones en las que el fenómeno terroristanace y crece para después tratar de modifi-car estas situaciones de caldo de cultivo dela violencia. Precisamente en razón de estasegunda línea de actuación, la de las medi-das indirectas de combate al terrorismo, seha argumentado la necesidad de situar lalucha en el terreno de la legalidad interna-cional, de los organismos multilateralesexistentes. Desde mi punto de vista ello escierto, pero no sólo por lo que se refiere alas medidas indirectas. También la eficaciade la lucha directa contra el terrorismo re-quiere colocarla en un marco de legalidadinternacional.

El terrorismo que estamos viviendo noha modificado la necesidad de construir unnuevo orden internacional, pero sí la ha in-crementado, la ha reforzado. Es ya un tópi-co afirmar que la globalización y el fin de laguerra fría han producido una nueva situa-ción internacional, pero que no hemos sa-bido crear el nuevo orden internacional quese corresponda con esta nueva situación. La

GUERRA Y TERRORISMO ANTE EL CONFLICTO DE IRAK

36 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 130

3 Michael Howard, ‘What’s in a Name?’, ForeignAffairs, vol. 81, núm. 1, enero/febrero 2002, pág. 10.

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globalización, junto a nuevas oportunida-des, ha generado nuevas amenazas y nuevosriesgos. La caída del Muro y de la UniónSoviética abría, y sigue abriendo, la posibi-lidad de iniciar un nuevo período constitu-yente de legalidad y orden internacional silos Estados Unidos lideran esta difícil tareacon el apoyo de Europa.

El orden internacional existente deberevisarse porque en pocos años tres pilaresdel construido después de la segunda Gue-rra Mundial han cambiado radicalmente: elconcepto de seguridad, el de soberanía y eldel papel del Estado. El concepto de seguri-dad ha sufrido grandes transformaciones yno puede limitarse a la defensa de la inte-gridad territorial: la definición de amenazasadoptada por la NATO en la reunión de su50 aniversario es un buen ejemplo de ello.Lo mismo ha sucedido con el concepto desoberanía, que ha sido afectado tanto por laaceptación del principio de intervenciónpara tutelar los derechos humanos comopor los efectos del ciberespacio en la nociónclásica de la soberanía estatal. Por todo elloel papel del Estado está cambiando el poderestá emigrando a actores no estatales y haperdido en beneficio de los ciudadanos elrol de ser el único actor en el escenario delorden internacional. Y es lógico emprenderla transformación del orden internacionalactual de modo que refleje estos cambios.

También debe defenderse la construc-ción de un nuevo orden internacional querefuerce la legislación aplicable a las rela-ciones entre países, que potencie los orga-nismos multilaterales existentes como el ca-mino más seguro y estable para preparar elencaje a medio plazo de los países de grantamaño que serán potencias en pocos años,China e India, a los que hay que añadirRusia si realiza el deseable proceso de de-mocratización y modernización. Por últi-mo, y este es un argumento que debería pe-sar en Estados Unidos, conviene caminarhacia la construcción de un nuevo ordeninternacional, con el liderazgo norteameri-cano que ello implica como forma de man-tener la cohesión del mundo occidental,una vez que terminada la guerra fría y desa-parecido el enemigo común.

Estábamos en una situación de claranecesidad de remodelar el orden interna-cional antes del 11 de septiembre. La irrup-ción de Al Qaeda refuerza y acelera esta ne-cesidad, aunque el camino recorrido el últi-mo año no sea en esta dirección. Laadministración Bush ha ratificado plena-mente el unilateralismo con el que definióa la política exterior americana. Condoleez-za Rice ya brindó una moderna definiciónde unilateralismo cuando propuso cons-

truir la política exterior sobre el suelo firmede los intereses nacionales y no sobre los in-tereses de una ilusoria comunidad interna-cional.4 El peligro de esta concepción noradica en la defensa de los intereses nacio-nales sino en considerar que éstos se opo-nen a los de la comunidad internacional.Dos años después, Donald H. Rumsfeld haproporcionado otra definición de políticaunilateral al afirmar que “la misión debedeterminar la coalición, la coalición no de-be determinar la misión, porque en ese casola misión será degradada hasta el mínimocomún denominador”5. Otro paso en lamisma dirección es la Estrategia de Seguri-dad Nacional recientemente publicada que,al incluir las actuaciones anticipatorias (pre-emptive) sobre los denominados “roguestates” (estados díscolos), puede dinamitarel edificio de derecho internacional que haido construyéndose desde el final de la Se-gunda Guerra Mundial6.

Con matices que no deben minusvalo-rarse (como puede ser el discurso del Presi-dente ante la Asamblea de las NacionesUnidas), la Administración Bush ha ratifi-cado tanto el carácter unilateral de la políti-ca exterior norteamericana como la milita-rización de la misma. En la introducción ala National Security Strategy, el PresidenteBush afirma con razón que “hoy, los Esta-dos Unidos disfrutan de una posición defuerza militar incomparable” y es difícil nosucumbir a la tentación de emplear, des-pués de un ataque de las proporciones delde septiembre de 2001, precisamente elfactor que otorga a Estados Unidos estafuerza sin par. Ello implica también la re-nuncia a soluciones multilaterales y leyesinternacionales porque pueden suponer lalimitación del uso de este factor de superio-ridad inigualada que es el poder militarnorteamericano.

Y sin embargo, enfrentarse con eficaciaal problema del terrorismo global requiereactuar en el campo de la política global. Es-te tipo de lucha requiere la potenciación deorganismos internacionales, de la legisla-ción internacional, la colaboración connormas comunes a todos los países que seincorporen a la lucha contra el terrorismoglobal, es decir situar el combate contra elterrorismo en la vía multilateral. Hastaahora el convencimiento en las capacidades

militares ha alejado a los Estados Unidos dela vía que puede llevar a soluciones estables.La militarización supone un no a la pro-puesta de Joseph Nye Try multilateral first7.En la medida en que los Estados Unidospueden vencer militarmente a cualquierotro Estado se proponen soluciones unila-terales que no pueden ser plenamente efica-ces contra el terrorismo, dada la necesidadde crear comunidades internacionales deinteligencia y de legitimación.

La seguridad doméstica de los EstadosUnidos requiere este enfoque en tanto queno puede ser garantizada ni por el enormepoderío militar norteamericano. Es más, se-gún como éste sea empleado en el escenariointernacional, la amenaza terrorista sobrelos ciudadanos norteamericanos puede ver-se incrementada. La seguridad domésticanorteamericana depende, sobre todo, de in-crementar la seguridad internacional y ellosólo puede hacerse colaborando con la co-munidad de naciones. Se deben pues irconstruyendo soluciones multilaterales, einsisto en que ello es así no sólo por lo quese refiere a las medidas indirectas (las que sedirigen a corregir las situaciones que creanviolencia y terrorismo), sino también paralas directas (desarticulación de las redes te-rroristas, actuación policial, inteligenciacompartida o lucha contra la financiaciónde los grupos terroristas).

Frente a ello, creo que “convertir el po-der en orden internacional” es esencial paraque exista una política antiterrorista globaleficaz. En este sentido, una estrategia globaldebe contener medidas que aborden la co-rrección de las condiciones que ayudan alterrorismo a nacer y a desarrollarse. Con lasdenominadas medidas indirectas se presentanormalmente un dilema: si se abordan lascausas del terrorismo, si se modifican las si-tuaciones políticas o se resuelven conflictospara dejar al terrorismo sin motivos, enton-ces se está haciendo el juego a la violencia,se está aceptando que ha sido un instru-mento útil para alcanzar objetivos políticos.Si embargo, la existencia del terrorismo nodebe impedir que abordemos situacionesinjustas o procesos de reconocimiento deidentidades, por citar dos casos.

Las negociaciones de paz de Irlanda delNorte son un buen ejemplo de ello: condu-jeron al diseño de un sistema de gobierno yrepresentación con mecanismos explícitosque limitan las decisiones de la mayoría pa-ra proteger a la minoría. John Hume ha ex-plicado las claves del proceso: Todas las

NARCÍS SERRA

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4 Condoleezza Rice, ‘Promoting the National In-terest’, Foreign Affairs, vol. 79, núm. 1, enero-febrero2000.

5 Donald H. Rumsfeld, ‘Transforming the Mili-tary’, Foreign Affairs, vol. 81, núm. 3, mayo-junio 2002.

6 El texto completo del documento puede consul-tarse en www.whitehouse.gov/nsc/nss.html

7 Joseph S. Nye Jr. The Paradox of American Po-wer, Oxford University Press, New York, 2002.

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partes deben estar sentadas en la mesa conla sola condición de rechazar el uso de laviolencia. Todos los temas pueden ser trata-dos y también se puede llegar a acuerdossobre ellos con la sola condición de que noserán definitivos sin la ratificación que endemocracia corresponda, sea un acuerdoparlamentario, un referéndum o una ley. Esdecir, en Irlanda la condición del abandonode la violencia se aceptó como forma de re-solver el dilema que he planteado. En cadasituación debe encontrarse el enfoque ade-cuado. A sensu contrario, podemos decirque la exigencia por parte de Ariel Sharondel cese de los ataques suicidas palestinosdurante un período de tiempo para iniciarconversaciones tiene como consecuenciaentregar a los extremistas de cada lado elcontrol de la agenda.

En todo caso, parece sorprendente queen Estados Unidos la llamada de ZbigniewBrzezinski “abordemos las raíces políticasdel 11 de septiembre” haya tenido tan pocoapoyo8. Porque parecen difíciles de recha-zar sus puntos de vista cuando dice que“casi toda la actividad terrorista se originaen algún conflicto político y es sostenidapor él” y también cuando señala que “laguerra contra el terrorismo debe tener dosobjetivos: en primer lugar destruir a los te-rroristas y en segundo lugar, iniciar un es-fuerzo político que aborde las condicionesque condujeron a su emergencia”. Abordarlas condiciones que alimentan el terrorismoplantea la necesidad de realizar grandes es-fuerzos, al menos en tres temas:

n La resolución de los grandes conflic-tos abiertos que tienen repercusiones globa-les, desde el conflicto Israel/Palestina a losde Cachemira, Chechenia, Africa Central oColombia, resolución que además de es-fuerzos políticos, puede requerir actuaciónmilitar.

n Emprender vastas operaciones de na-tion building (reconstrucción del Estado)tanto con relación a los Estados fallidos co-mo con los conflictos en los que se hanproducido intervenciones internacionales,como forma de incrementar la seguridad yla estabilidad global.

n Enfrentarse políticamente a las desi-gualdades crecientes que ha producido laglobalización sin abandonar a las leyes delmercado la corrección de estas situaciones.

El análisis del primer tema requiere,aparte de reforzar las capacidades del actualorden internacional, entrar en la enorme

complejidad de cada caso, así como en loscondicionamientos que imponen las opi-niones públicas de los países democráticos.Por lo que se refiere al tercer tema, estátambién muy ligado a la creación de esque-mas de colaboración internacional y a dotaral orden internacional de capacidades de re-ducción de la polarización de la riquezaacelerada por la globalización.

Deseo analizar con más detenimientoel segundo tema, puesto que en relacióncon la nation building, debe ponerse de re-lieve la grave desproporción entre su tras-cendencia y los medios empleados en estetipo de actuaciones. Javier Solana me expli-caba recientemente que los recursos com-prometidos por los Estados Unidos en lareconstrucción política, social y de seguri-dad interna de Afganistán equivalen a 7horas del presupuesto del Pentágono unavez dividido por las 8760 horas que tiene elaño. Es evidente que ello no guarda ningu-na proporción con los esfuerzos estricta-mente militares realizados para derrocar alos talibanes e impide una acción eficaz pa-ra destruir las redes allí existentes de Al Qa-eda y sus mecanismos de apoyo. Podemos,además, preguntarnos qué puede sucederen otros casos en países en los que no existeni en la Administración ni en la opiniónpública americana una conciencia tan com-partida de la trascendencia de lo que sucedaen el país en cuestión.

Un caso bien distinto que refuerza es-te razonamiento es el de Colombia, dondetambién se produce una gran despropor-ción entre los recursos dedicados por Esta-dos Unidos al esfuerzo militar y los gasta-dos en otras actuaciones necesarias para irresolviendo el conflicto, con la circunstan-cia agravante de la falta de presencia y ac-tuación europea. En primer lugar debe de-cirse que el conflicto colombiano no hatenido, ni tiene, solución por la vía exclu-sivamente militar. La clase dirigente eco-nómica y política colombiana delegó enlas Fuerzas Armadas la lucha contra laguerrilla a cambio de no interferirse ni enlas actividades ni en los asuntos internosmilitares, es decir, a cambio de autono-mía. El Presidente recientemente elegido,Álvaro Uribe, se propone remediar esta si-tuación implicándose plenamente en lalucha contra la guerrilla y liderando perso-nalmente la estrategia e inclusive algunasoperaciones. Pero ello se produce en unasituación en la que la confianza de los ciu-dadanos en las instituciones políticas es ca-si nula. La atención a los desplazados, lapromoción de cultivos alternativos y ase-gurar la presencia de las instituciones delEstado en el territorio son políticas tan ne-

cesarias como la actuación militar.Fumigar un campo de producción de

hoja de coca sin proporcionar otras alterna-tivas de cultivo puede ser equivalente a fa-bricar guerrilleros o, al menos, hombresfuera de la ley. Por otra parte, si después dela ocupación de una zona por parte delEjército no se restablecen las institucionesestatales (o se establecen por primera vez),la acción militar previa carece de sentido oes contraproducente. Si después de ser libe-rados de la guerrilla o de los paramilitareslos ciudadanos no ven esta nueva situaciónprolongada y mantenida por la existenciade una cuartel de la policía, el funciona-miento de la escuela, de mecanismos deatención sanitaria, del servicio postal o laexistencia de jueces y tribunales, entoncesacabarán pensando “hubiera sido mejorque no hubieran venido”. La creación dedos “zonas de rehabilitación” es un intentode responder a esta necesidad que, por elmomento, no puede mostrar resultadosque permitan pensar que este tema se hallaen vías de solución.

He mencionado estas políticas para de-jar claro que la solución estrictamente mili-tar, como en tantos otros casos, tampoco esposible en el caso de Colombia. Quiero se-ñalar, sin embargo, algo que me parece tan-to o más importante y que es menos obvio:incluso la eficacia del empleo de los mediosmilitares está condicionada a emprenderactuaciones de nation building. Porque losejércitos autónomos del poder civil no pue-den ser eficaces en nuestro siglo. El necesa-rio liderazgo civil en la lucha contra la in-surgencia no sólo debe dar a los militaresobjetivos políticos claros, debe impulsar ycontrolar la reforma de los ejércitos parahacer frente a la nueva situación.

Un ejemplo puede ayudar a compren-der lo que estoy afirmando. Según el planestablecido, los Estados Unidos entregarona las Fuerzas Armadas colombianas varioshelicópteros que no pudieron emplearseporque las disputas entre el Ejército de Tie-rra y el del Aire sobre la titularidad de sumanejo impidieron que estuvieran forma-dos los pilotos que deben manejarlos. Enun país con las instituciones de gobierno enfuncionamiento normal, el ministro de De-fensa habría arbitrado a tiempo en esteconflicto militar interno.

Los problemas de falta de operatividadse prolongan en muchos otros campos co-mo en la logística, en la organización, en elreclutamiento, en la formación, sobre todode suboficiales, en la falta de movilidad delas unidades y hasta en la propia doctrinamilitar. No tendrán solución en unos ejér-citos sin guía política y que no tengan que

GUERRA Y TERRORISMO ANTE EL CONFLICTO DE IRAK

38 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 130

8 Zbigniew Brzezinski, ‘Focus on the political ro-ots of sept. 11’, International Herald Tribune, 4 de sep-tiembre de 2002.

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rendir cuentas sistemáticamente a institu-ciones democráticas o responsables políti-cos. Una decidida actuación de nation buil-ding, a saber, la creación de un verdaderoMinisterio de Defensa, es necesaria paraque el apoyo militar sea fructífero. A la vez,es necesario tener la voluntad política deejercer el liderazgo del poder civil con lasimplicaciones sobre control militar que ellosupone, sobre todo si se desea controlar elrespeto a los derechos humanos y cortarcualquier conexión entre las Fuerzas Arma-das y las autodefensas o paramilitares. Sinembargo, la conexión directa de las FuerzasArmadas norteamericanas y colombianasha supuesto, como en tantos otros países deLatinoamérica, un deterioro de la posicióndel gobierno frente a los militares. Desdelos Estados Unidos no debe pensarse sóloen la entrega de material militar o en el en-trenamiento de algunas unidades; debepensarse en el reforzamiento del Estado im-prescindible para que los ejércitos sean uninstrumento válido. Y en este campo la co-laboración con Europa podría dar muybuenos resultados.

Quiero insistir en que el combate di-recto contra el terrorismo ( y no sólo lasmedidas indirectas orientadas a reducir lascondiciones en las que se produce y ali-menta) requiere poner en práctica dos tiposde política que no han gozado del apoyo dela Administración Bush desde el principiode su mandato: acuerdos y cooperaciónmultilateral y actuaciones de nation buil-ding. Por todos los motivos expuestos, sepuede reconocer que un giro en la políticanorteamericana de esta envergadura no es,hoy por hoy, previsible. Propiciar una polí-tica global de carácter multilateral en estetema implica, al menos dos condiciones.

1. En primer lugar, Estados Unidos de-be aceptar que, en algunos casos, colocarsus capacidades militares al servicio deacuerdos internacionales es a medio plazomás beneficioso que la actuación unilateralsistemática. Ello implica cesión de poderpero es el precio que permite liderar alian-zas internacionales. Y es que la esencia delmultilateralismo es la cesión voluntaria desoberanía a instituciones supranacionales ointernacionales.

2. En segundo lugar, y ello parece aúnmás difícil, una política global contra el te-rrorismo implica aceptar que existe una le-gislación internacional que nos obliga a to-dos. Aquí la actitud de la AdministraciónBush es desgraciadamente negativa, dibujauna voluntad clara de excepcionar a EstadosUnidos de las reglas que pueden aplicarse alos demás países. Al Gore ha descrito estaactitud referida a la política de ataque anti-

cipatorio: “Una parte no dicha de esta nue-va doctrina parece ser que exigimos este de-recho para nosotros –y sólo para nosotros.En este sentido, es parte de una estrategiamás amplia que reemplaza ideas como la di-suasión y contención por algo así como laadministración del “dominio”9. Todo ello esmás lamentable si tenemos en cuenta queno ya la aceptación del Tribunal Penal In-ternacional, sino su ampliación para juzgarlos actos terroristas sería una buena medidaen la dirección necesaria para ser eficaces.

Las dificultades de avanzar sobre estaslíneas de acción eran bastante previsibles.En el epílogo añadido en septiembre de2001 por John Arquila y David Ronfeldt asu libro sobre la guerra-red (netwars) ya afir-maban que “algo así como una división so-cial puede emerger entre Estados Unidos yEuropa sobre si la respuesta al ataque aAmérica debe ser seguido por el paradigmade la ‘guerra’ o por ‘el imperio de la ley’10.

Sin reforzar la capacidad de las ONUde luchar contra el terrorismo, sin colocareste tema como prioritario en la agenda delOrganismo Internacional, sin mejorar sueficacia, no se avanzará en garantizar la se-guridad interna de los Estados Unidos. Te-niendo siempre en cuenta el mayor riesgode ataque que tiene Estados Unidos, debendebatirse e implementarse las vías para lo-grarlo. Algunas sugerencias pueden incluirdesde el reforzamiento del Comité Contrael Terrorismo a colocar las acciones militaresantiterroristas (incluidas actuaciones comola realizada recientemente en Yemen desdeun avión no tripulado) bajo el mandato olos auspicios de las ONU, a la elaboracióntanto de legislación como de actuacionesmodelo por parte de la ONU para impulsarque todos los Estados cumplan con los ins-trumentos internacionales de lucha contrael terrorismo, negociar el apoyo de EstadosUnidos y del resto de países que no han fir-mado el Tratado de creación de la Corte Pe-nal Internacional ampliándola a los delitosterroristas, o convocar una reunión de Presi-dentes o jefes de gobierno dedicada al com-bate contra el terrorismo al estilo de las deMonterrey (Conferencia Internacional so-bre la Financiación para el Desarrollo) y Jo-hanesburgo (Cumbre Mundial para el De-sarrollo Sostenible). Desde amplios sectoresde la opinión pública norteamericana se ca-lificaría esta posición como de idealismo

wilsoniano o, para utilizar la expresión deCondoleezza Rice, de creencia en la “iluso-ria comunidad global”. Pero hay que indicarque este idealismo wilsoniano ha sido esen-cial en la construcción del sistema de ordeninternacional posterior a la Segunda GuerraMundial y en el entramado de legalidad in-ternacional que hoy proporciona la estabili-dad global que hemos alcanzado.

No ha habido desgraciadamente wilso-nismo en la reacción de la AdministraciónBush al ataque del 11 de septiembre. Digodesgraciadamente porque la decisión norte-americana de liderar un esfuerzo para refor-zar las instituciones multilaterales y las leyesinternacionales y su puesta en vigor habríaobtenido un enorme apoyo internacional.Esta gran ocasión se ha perdido, pero ellodebe estimular precisamente el debate sobrelos modos de recuperar estas políticas. Unasolución vía Naciones Unidas del caso deIrak podría abrir otra ocasión de impulsarsoluciones multilaterales, sobre todo si coin-cidiera con la entrega al Consejo de Seguri-dad de la gestión del problema de produc-ción de Armas de Destrucción Masiva enCorea del Norte.

En esta vía, las capacidades militaresinigualables de los Estados Unidos seguiríansiendo absolutamente necesarias porque hayque garantizar que las resoluciones interna-cionales se cumplirán. Se trata de valorarque la fuerza militar norteamericana puedeser más útil, incluso para su propio país, alservicio del sistema legal internacional quesiendo empleada unilateralmente. EstadosUnidos tendría (en parte ya tiene) el papelde los Bancos Centrales aplicado a la seguri-dad internacional, actuando como un pres-tamista en última instancia de poder militaral sistema de seguridad internacional. Ellono sería aceptado por los demás países sinque Estados Unidos entregue parte de supoder, de su soberanía a los organismos in-ternacionales. Pero como ya he indicado,precisamente eso es la esencia del multilate-ralismo. Y en la medida en que creo que losintereses de Norteamérica, al menos en loque respecta a la lucha contra el terrorismo,coinciden ampliamente con los intereses dela Comunidad Internacional, el empleo delpoder militar norteamericano desde un en-foque multilateral sería a la larga el mejorcamino para dar seguridad a los ciudadanosnorteamericanos en su propio país. n

Febrero 2003

Narcís Serra es diputado por el Grupo Socialistay presidente de la Fundación Cidob. Ha coordina-do con Manuel Castells el libro Guerra y paz en elsiglo XXI, Tusquets.

NARCÍS SERRA

39Nº 130 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

9 Este discurso de Al Gore del 23 de septiembre de2002, puede encontrarse en www.commonwealthclub.-org/archive/02/02-09gore-speech.html

10 John Arquila y David Ronfeldt, Networks andNetwars: The Future of Terror, Crime and Militancy,Rand, 2001

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EL CONTROL DEL CENTRO NACIONAL DE INTELIGENCIA

A males extremos, paliativos

MIGUEL REVENGA

a publicación en mayo de 2002 de lasdos leyes reguladoras del Centro Nacio-nal de Inteligencia (CNI) vino a culmi-

nar la estrategia de “nuevo comienzo” adop-tada por el Gobierno para la regulación delos servicios secretos1. Los escándalos que ro-dearon la actuación del CESID en los últi-mos años y las llamativas carencias de una le-gislación falta de contenido e insuficiente derango hacían imprescindible la reforma.Anunciada a bombo y platillo desde mesesantes de materializarse en un proyecto legis-lativo, la reforma fue considerada como unode los objetivos prioritarios del ministro deDefensa, quien la “promocionó” ante la opi-nión pública como la expresión del deseo deatender simultáneamente tres objetivos: esta-blecer un marco general de principios de ac-tuación de los servicios secretos, crear unacomunidad de inteligencia entre los distintosorganismos estatales dedicados a tal funcióne introducir un control judicial sobre algunasde las actuaciones de ellos.

El nombramiento de un civil, por vezprimera, como director general del CESID,con elevación del rango político-administra-tivo del cargo hasta secretario de Estado, pre-cedió en casi un año a la aprobación parla-mentaria de las leyes del CNI. Esto tuvounos rendimientos políticos desde el puntode vista de la profundidad de los afanes re-formistas que quizá desviaron la atención so-bre el alcance, el contenido y la propia razónde ser de la reforma. Si más allá de nuestrasfronteras ha sido habitual que la reforma delos servicios de inteligencia vaya precedida deextensos informes de comisiones parlamen-tarias ad hoc, que sirven de impulso para le-gislar y se convierten luego en documentosde referencia, aquí la gestación de las referi-

das leyes ha sido la de costumbre cuando setrata de regular cuestiones comúnmenteconsideradas como “de Estado”. Pudimoscomprobarlo en otra de las leyes capitales deesta legislatura, la Orgánica 6/2002, de Parti-dos Políticos, todo un modelo de transacciónlegislativa extraparlamentaria cuyos vaivenespudimos seguir de cerca gracias a la distanciaque separaba a los dos grandes partidos enimportantes detalles del proyecto. Sea por-que en el caso del CNI no había tal distanciao sea porque en tal ámbito las inercias del se-creto actúan en favor de la idea de que laconfrontación política representa de por síun riesgo, el caso es que la reforma se produ-jo con notable déficit de planteamiento y de-bate sobre los problemas de fondo: qué mo-delo de inteligencia, con qué tipo de organis-mos y con qué controles2.

La peculiar inserción del CNI en la esfera del Poder EjecutivoTampoco fue precisamente un acicate parasuscitar cuestiones de principio el hecho deque la propuesta se diera a conocer en octu-bre de 2001, en pleno apogeo de la resacadespués del 11 de septiembre, un aconteci-miento que, como cabía esperar, el ministrotrajo en auxilio de algunas de las opciones in-cluidas en la por él llamada “regulación inte-gral” del servicio secreto. Por ejemplo, y demanera expresa, para justificar la línea decontinuidad en lo relativo a la adscripciónorgánica del CNI. Éste sigue adscrito, enefecto, al Ministerio de Defensa, aunque conun régimen de “autonomía funcional” parasu organización interna y régimen económi-co-presupuestario, que la normativa generaladministrativa reserva para organismos pú-

blicos de naturaleza especial3. La opción esuna más entre las diversas posibles, pero nodeja de ser chocante que la misma no susci-tara la suficiente consideración sobre la racio-nalidad última de un modelo que, al tiempoque concentra las más amplias funciones deinteligencia “exterior” e “interior” en un soloorganismo, necesita instaurar una comisióndelegada del Gobierno, con el fin de velarpor la “adecuada coordinación de todos losservicios de información e inteligencia delEstado para la formación de una comunidadde inteligencia”4.

Cuántos y cuáles son tales servicios no senos dice. Tampoco sabemos si hay criteriospara el deslinde básico de las funciones deunos y de otros. Lo que podemos sospechares que una praxis tradicional de descoordina-ción y desorden justifica la implantación de

L

40 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 130

1 Se trata de la Ley 11/2002, reguladora del Cen-tro Nacional de Inteligencia, y de la Ley Orgánica2/2002, reguladora del control judicial previo del Cen-tro Nacional de Inteligencia, publicadas ambas en elBOE de 7 de mayo.

2 Al respecto pueden verse los dos artículos perio-dísticos de Antonio M. Díaz Fernández, publicados me-ses antes de que culminara la operación de reforma, ‘Uncivil para la reforma: los retos de Dezcallar’, El País, 18de julio de 2001, y ‘El modelo español de Inteligencia’,El País, 5 de noviembre de 2001.

3 La Exposición de Motivos de la ley 11/2002, re-guladora del CNI, señala que “dada la naturaleza y mi-siones que tendrá encomendadas (el CNI) se configuracomo organismo público especial de los previstos en ladisposición adicional décima de la Ley 6/1997, de 14 deabril, de Organización y Funcionamiento de la Admi-nistración General del Estado. De esta forma –prosi-gue–, contará con la necesaria autonomía funcional parael cumplimiento de sus misiones, por lo que tendrá unrégimen específico presupuestario, de contratación y depersonal”. En la Ley de Organización Administrativa ala que se refiere la Exposición de Motivos, ese trata-miento especial se dispensa a organismos tan disparescomo la Comisión Nacional del Mercado de Valores, elConsejo de Seguridad Nuclear, el ente público RTVE,la Agencia de Protección de Datos, el Instituto Españolde Comercio Exterior y algún otro que viene recogidoen la citada disposición adicional de la ley. Como se ve,un tótum revolutum de organismos públicos a los que seabre un ancho espacio de autonomía, cuya gestión efec-tiva plantea en cada caso necesidades específicas de con-trol difícilmente reconducibles a una categoría general.

4 Artículo 6.1 de la ley del CNI. Por otra parte, y atenor de lo establecido en la propia ley, se da el caso quela adscripción orgánica al Ministerio de Defensa se nosaparece como una solución tentativa y probablementeprovisional, puesto que la disposición adicional tercerahabilita al presidente del Gobierno para modificar porReal Decreto la adscripción orgánica del CNI prevista enla ley. Como se ve, una curiosa forma de restar valor auna opción básica de la ley, aprovechando de paso paradeslegalizar aquello a lo que tal opción se refiere.

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la Comisión Delegada para Asuntos de Inte-ligencia. Dirigida por el vicepresidente delGobierno que designe el presidente, pero –sinos atenemos a la práctica– evitando quequien la dirija sea al mismo tiempo ministrodel Interior, las funciones de dicha comisiónno se refieren sólo al aspecto de coordinaciónrecién mencionado. La ley también le atribu-ye la responsabilidad de proponer al presi-dente del Gobierno los objetivos anuales delCNI, que habrán de plasmarse en la corres-pondiente Directiva de Inteligencia5, así co-mo la de “realizar el seguimiento y evalua-ción del desarrollo de los objetivos” del CNI.

La ley pasa como sobre ascuas sobre estoúltimo, el seguimiento de la labor del CNIdesde el propio Gobierno en auxilio de cuyas

funciones debería actuar. Se limita a atribuirla competencia y a fijar la composición de lacomisión delegada (el vicepresidente del Go-bierno designado por el presidente, más losministros de Asuntos Exteriores, Defensa,Interior y Economía; el secretario general dela Presidencia y los secretarios de Estado deSeguridad y director del CNI, este últimocon funciones de secretario de la comisióndelegada). Por supuesto, la ley evita aquí ha-cer uso de términos como “supervisión” o“control”, que son los nombres con los quela mejor literatura académica usualmente de-signa, ponderándolos como decisivos de caraal correcto desempeño de la función de inte-ligencia, los mecanismos formales de comu-nicación entre el o los servicios, y el PoderEjecutivo6. La comisión delegada –lo dice la

exposición de motivos– funciona para hacerefectivo el principio de coordinación y la ac-tuación del CNI “será sometida a controlparlamentario y judicial” (artículo 2.2 de laley). Como el lenguaje nunca es inocente, ymucho menos el meditado lenguaje de lasdisposiciones legales, los silencios de éstashan de ser interpretados como lo que suelenser: no olvidos sino calculada fuente de am-bigüedades y repertorio, en el caso concretoque examinamos, de posibles coartadas paraeludir responsabilidades políticas.

El defectuoso diseño del control parlamentarioLa erosión de un principio básico del parla-mentarismo, el de la subordinación jerárqui-ca de toda organización administrativa a undeterminado miembro del Gobierno queresponda políticamente de la gestión de ellaante el Parlamento, se corresponde con unaregulación del control parlamentario, quenada nuevo aporta a lo que ya teníamos des-de la Ley 11/1995, sobre utilización y con-trol de los créditos destinados a gastos reser-vados. El legislador parece haber recurrido auna extraña técnica, que pudiéramos llamarde superposición de estratos de normas, cu-yo resultado es una regulación de la funciónde inteligencia dispersa y sin sistemática (locontrario de aquella “regulación integral”anunciada por el ministro) y que en nadaayuda a erradicar la predisposición genéticahacia el conflicto propia de dicha función.

La comisión parlamentaria destinada acontrolar el CNI es, en efecto, según el artí-culo 11.1 de la ley 11/2002, la misma que lacitada ley del año 1995 instauró con urgen-cia para atajar el problema de la ausencia decontroles sobre el uso de los fondos reserva-dos. Siendo éstos una parte menor del totaldel presupuesto del CNI para 2003 (algomás de 8 millones de euros sobre un total de140), no se entiende bien esa competencia“atrayente” de una comisión del Congresocon cometidos cuasi contables y de cuya fal-

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5 El artículo 3 de la ley (Programación de objeti-vos) dispone que “El Gobierno determinará y aprobaráanualmente los objetivos del Centro Nacional de Inteli-gencia mediante la Directiva de Inteligencia, que tendrácarácter secreto”.

6 Cfr., por ejemplo, en este sentido, Peter Gill, Po-licing Politics: Security Intelligence and the Liberal Demo-cratic State, Londres, Frank Cass, 1994, págs. 258 y sigs.

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ta de idoneidad para suplir la falta de unaadecuada regulación del acceso parlamenta-rio a materias clasificadas ya se habló en sumomento7. Lo mismo, y con mucho másmotivo, podría decirse ahora, cuando de loque se trata es de diseñar ex novo un meca-nismo parlamentario específico sobre el fun-cionamiento del CNI capaz de recuperarpara el ámbito político una capacidad decontrol que, ejercida fuera de él, alimenta lasmás variadas “patologías” de suplencias judi-ciales y escándalos mediáticos.

Pero si censurable es la ausencia de unacomisión parlamentaria de nueva planta,mayores son los reparos que cabe oponer almodo alicorto y cicatero con el que la leyconcibe el control. Aquí la técnica de la su-perposición de estratos normativos conducehasta la añeja Ley de secretos oficiales de1968. Una vez remozada mediante la (tam-bién preconstitucional) Ley 48/1978, dichaley dispone que la declaración de materiasclasificadas “no afectará al Congreso de losDiputados ni al Senado, que tendrán siem-pre acceso a cuanta información reclamen”(artículo 10.2 de la ley de secretos). La ley11/2002 parece haber trastocado por com-pleto este principio general, el que mejor secorresponde con lo que la Constitución dis-pone en la materia8. Lo que el CNI somete-rá a conocimiento del Congreso es “la infor-mación apropiada sobre su funcionamientoy actividades” (artículo 11.1), algo que el ar-tículo 11.4 concreta en el conocimiento de“los objetivos de inteligencia establecidosanualmente por el Gobierno y del informeque, también con carácter anual, elaborará elDirector [del CNI] de evaluación de activi-dades, situación y grado de cumplimientode los objetivos señalados para el periodo an-terior”. Esta predeterminación de lo que elCongreso debe “conocer” con cadenciaanual por conducto del director se completacon un reconocimiento del derecho de acce-so al conocimiento de las materias reservadaspor parte de la comisión parlamentaria “conexcepción de las relativas a las fuentes y me-dios del Centro Nacional de Inteligencia y aaquellas que procedan de servicios extranje-ros u organizaciones internacionales en lostérminos establecidos en los correspondien-tes acuerdos y convenios de intercambio dela información clasificada” (artículo 11.2).

Una excepción, como puede verse, de tanamplio e indeterminado contenido que leídade manera conjunta con lo que la propia leydispone en materia de clasificación de activi-dades del CNI trastoca el reconocimientogenérico del derecho de acceso en enunciadoretórico, configurando un sistema en el quela virtualidad del control queda al albur de labuena voluntad del controlado9.

El control judicial bajo estigma: ¿de nuevo el acto político?En 1991, una sentencia del Tribunal Cons-titucional (STC) tuvo ocasión de dirimiruna controversia entre un grupo de miem-bros del Parlamento vasco y el Gobierno deesa comunidad autónoma ante la negativade este último a proporcionar información alos recurrentes sobre el destino de determi-nados gastos reservados. La STC 220/1991realiza una serie de consideraciones sobre elalcance del derecho fundamental a partici-par en los asuntos públicos, en su vertientede ius in officium, para llegar a la conclusión(contraria a las pretensiones de quienes de-mandaron al Gobierno) de que la negativa adar información no pertenecía al tipo de ac-tuaciones revisables desde consideracionesde corrección jurídica10.

Dicha sentencia suele traerse en auxiliode aquellas tesis que continúan empeñadasen la defensa de un ámbito de actos políti-cos del Gobierno ajeno por naturaleza a laposibilidad de control jurisdiccional. Se tra-ta de una tesis que ejerce especial atractivoentre muchos de quienes se acercan a losproblemas de índole jurídico-constitucional

derivados de una organización tan peculiarcomo la de los servicios de inteligencia. Yeso es así hasta el punto de que las elucubra-ciones doctrinales, sobre todo en punto alproblema del control judicial de los serviciosde inteligencia, bien pueden presentarse co-mo “variaciones” relacionadas con la grancuestión del acto político.

En el espacio de pocos meses, y coinci-diendo con el proceso que ha desembocadoen la refundación de nuestro servicio de inte-ligencia, hemos podido leer al menos dostrabajos, sumamente críticos con los supues-tos excesos “controladores” en que habríanincurrido las célebres sentencias del TribunalSupremo que resolvieron (lo que dimos enllamar) el “caso de los papeles del CESID”11.Uno de tales trabajos cuestiona con argu-mentos teóricos y de derecho comparado laviabilidad de cualquier tipo de control juris-diccional en el ámbito de la inteligencia, de-fendiendo como pertinente al caso la viejadoctrina de los actos políticos exentos decontrol12. El otro es una monografía, en cu-yas páginas finales tampoco falta una impug-nación frontal de las mencionadas senten-cias, con críticas que no se dirigen sólo al re-sultado de las mismas sino a los caucesargumentativos seguidos para alcanzarlo13.

Me parece que, por muy buena volun-tad que pongamos en pasar por alto los orí-genes de una doctrina como la del acto polí-tico, la huella de tales orígenes acaba por pa-sar factura, hasta el punto de que, desde1978 para acá, no creo que sea exageradohablar de una incompatibilidad radical entreel Estado (constitucional) de derechos fun-damentales y un determinado entendimien-to, fuerte e incondicionado, de tal doctrina.En el artículo 2 b) de la vieja Ley de la Juris-dicción Contencioso Administrativa de1956, la presencia de los “actos políticos delGobierno” nos sugiere hoy un ámbito im-portante de actuación gubernamental (de-fensa del territorio, relaciones internaciona-les, seguridad interior del Estado, mando y

EL CONTROL DEL CENTRO NACIONAL DE INTELIGENCIA

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7 Remito a Juan Cano Bueso, ‘Información parla-mentaria y secretos oficiales’, Revista de las Cortes Gene-rales, núm. 42 (1997), págs. 7 y sigs.

8 Artículo 109: “Las Cámaras y sus Comisionespodrán recabar, a través de los presidentes de aquéllas, lainformación y ayuda que precisen del Gobierno y de susdepartamentos y de cualesquiera autoridades del Estadoy de las Comunidades Autónomas”.

9 Por obra del artículo 5.1 de la ley, constituyen in-formación clasificada, con el grado de secreto, “las activi-dades (sic) del Centro Nacional de Inteligencia, así comosu organización y estructura interna, medios y procedi-mientos, personal, instalaciones, bases y centros de datos,fuentes de información y las informaciones o datos quepuedan conducir al conocimiento de las anteriores mate-rias”. De esta manera, a través de una regulación de trazogrueso, y sin necesidad de ulterior declaración formal delConsejo de Ministros, la ley ha cubierto con el mantodel secreto todo lo relativo al CNI. Y ello incluso frenteal Congreso, pues no se alcanza a entender qué actividaddel organismo no es susceptible de ser incluida a volun-tad dentro de las categorías de “medio” o “fuente” y, portanto, inaccesible para la Comisión de Control.

10 “No corresponde a este Tribunal”, leemos en elFundamento 5º de la STC 220/1991, “decidir si esa ne-gativa a informar es políticamente oportuna, sino tansólo reiterar que la denegación o incompleta satisfacciónde una pregunta o petición de información formuladaspor parlamentarios no supone, por sí misma, la vulnera-ción del derecho fundamental al ejercicio del cargo ga-rantizado por el artículo 23 de la CE, que no compren-de el derecho a una respuesta con un concreto conteni-do, puesto que el cauce del control de tal actuacióngubernamental es el de la acción política de dichos par-lamentarios; ya se deja dicho que lo contrario sería su-plantar dicha acción política por la de este Tribunal,con manifiesto exceso en el ejercicio de su función (...)”.

11 Se trata, como se recordará, de las tres sentenciasde la Sala Tercera del Tribunal Supremo, de 4 de abrilde 1997, mediante las que se estimaron parcialmente losrecursos presentados contra el acuerdo del Consejo deMinistros de 2 de agosto de 1996, y se ordenó, en con-secuencia, la cancelación del sello de secreto que pesabasobre determinados documentos, con relevante valorprobatorio en tres sumarios de otras tantas causas pena-les (los casos Oñederra, Lasa y Zabala, y Lucía Urgoi-tia), que se hallaban por entonces en fase de instrucción.

12 Fernando Santaolalla López, ‘Actos políticos,inteligencia nacional y Estado de Derecho’, Revista Es-pañola de Derecho Constitucional, núm. 65 (2002),pág. 107 y sigs.

13 Carlos Ruiz Miguel, Servicios de Inteligencia ySeguridad del Estado constitucional, Madrid, Tecnos,2002, pág. 262 y sigs.

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organización militar) exento de control, yopuesto al ideal regulativo de una mínimaapariencia de Estado de derecho (o mejor de“Estado con derecho administrativo”) queiba implícito en la ley14. A partir de enton-ces, como bien sabe todo jurista, el devenirdel acto político configura en España una delos más notables casos de rebelión jurispru-dencial contra la letra de la ley que puedanencontrarse. La rebelión se fraguó en las au-las y en los manuales universitarios, y con-sistió en hacer del acto político un objeto delaboratorio, susceptible de ser diseccionadopor el juez, para discernir en sus entrañas loselementos reglados (y por tanto objeto decontrol ya desde el mismo momento en quese deposita la mirada), separándolos de losgenuinamente discrecionales. El asalto ya es-taba consumado cuando la Constitución fueaprobada en 1978, aunque ésta sirvió de aci-cate para que el asedio contra la figura delacto político cobrara aún más intensidad.

Probablemente, las cosas no pueden serde otra manera en un sistema como el nues-tro, donde el fundamento del orden políticoaparece radicado en la dignidad de la perso-na con sus derechos inviolables. Porque el“jaque mate” al acto político no lo dio, comose ha dicho, el Tribunal Supremo (TS) al de-positar su mirada sobre determinados docu-mentos clasificados, sino que estaba implíci-to en buena parte de la jurisprudencia ante-rior del propio TS y explícito en toda aquellalínea de razonamiento del Tribunal Consti-tucional (TC) que resalta, aquí y allá, inclusoen las sentencias que a veces se aducen comoprueba de la subsistencia del acto político,que “nada de lo relativo a la defensa de losderechos fundamentales podrá ser nunca aje-no a este Tribunal”15.

Que la categoría del acto político fue, ensuma, para nosotros, desde el mismo mo-mento de su entronización, algo en ciertomodo vergonzante lo confirma la manera

natural en que ha sido barrida de nuestras le-yes administrativas. Las cosas no se contem-plan hoy desde lo que el Gobierno puede ha-cer sin temor a que juez alguno venga a con-trolarlo, sino desde el punto de vista de launiversalización del control jurisdiccional(“la jurisdicción se extiende a todas las perso-nas, a todas las materias y a todo el territorioespañol, en la forma establecida en la Consti-tución y en las leyes”, como dice el artículo 4de la Ley Orgánica del Poder Judicial, contodo laconismo) y la salvaguarda de la posi-bilidad de algún control en garantía de losderechos incluso en aquellas “zonas” o ámbi-tos de la actuación gubernamental más rigu-rosamente políticos16.

Y la cuestión no es sólo de perspectiva ode simple manera de ver las cosas, sino deexigencias estructurales de una forma políti-ca, la del Estado constitucional de derecho,como la que hoy, por fortuna, tenemos. Poreso es difícil simpatizar con las reivindicacio-nes dirigidas a “resucitar” la categoría del ac-to político precisamente en el ámbito de losservicios de inteligencia o compartir argu-mentos del tipo “éstos han de escapar en ma-yor o menor grado del derecho ordinario” o“no pueden mantenerse unos servicios de in-teligencia y una vigencia irrestricta de los de-rechos individuales” (Santaolalla López).Porque, además, tampoco ello cuadra con elsistema transnacional de los derechos en elque estamos inmersos. En efecto, por muchoentusiasmo que pongamos en la defensa deun amplio margen estatal para evaluar en ca-da caso lo que la seguridad nacional deman-da, no podemos desconocer que lo que elTribunal Europeo de Derechos Humanos(TEDH) exige, a cambio de concederlo, esprevisión de cauces de control de la suficien-te calidad como para impedir los abusos17.

Una falsa panaceaLa técnica del control judicial previoQuien no esté familiarizado con losproblemas que pueden suscitarse a propósi-to de la actuación de los servicios de inteli-

gencia será propenso a entender que uncontrol de naturaleza previa es la mejor ga-rantía para evitar que las quiebras de la le-galidad lleguen a producirse. Así se deduce,por lo demás, de lo que las palabras signifi-can en el lenguaje corriente, algo que noequivale siempre al significado que las pala-bras cobran cuando se trata de interpretartextos jurídicos. Porque, leídas las dos leyesdel CNI de manera sistemática y a la luz dela Constitución, el llamado control judicial“previo” no es novedoso artificio de garantíaextraído de chistera alguna sino simple fil-tro de salvaguarda exigido por la Constitu-ción e indisociable de dos medios de actua-ción que ahora se ponen por vez primera enmanos del CNI: el ingreso en domicilios yla intervención de comunicaciones18. Con-trol judicial previo significa simplementenecesidad de venia judicial para determina-das actividades de información (lo que noes poco), pero ello no excluye, antes bienexige, cauces de control a posteriori, inclusode carácter judicial. El diseño de la ley másparece la reacción a problemas concretosdel pasado que el producto del deseo deafrontar in toto los problemas que puedenderivarse del control jurisdiccional de unorganismo de estas características.

Tampoco deja de ser chocante el hechode que “el juez” contemplado en la ley decontrol del CNI sea “un solo juez”, siempreel mismo, un magistrado del Tribunal Su-premo con destino en la Sala de lo Penal oen la de lo Contencioso Administrativo quese mantiene en el desempeño de la funciónde control durante un periodo de cincoaños. No hace falta ser demasiado recelosopara aventurar que un sistema de control deesas características (órgano unipersonal ylarga permanencia en el desempeño de lafunción) propende a generar cierta simbio-sis entre controlador y controlado que pue-de comprometer, a la larga, la efectividaddel control.

Pero las mayores perplejidades se susci-tan a propósito del propio modus operandidel control previo. La ley exige solicitud for-mal dirigida al juez por el secretario de Esta-do director del CNI para que aquél autoricela “adopción de medidas que afecten a la in-violabilidad del domicilio y al secreto de lascomunicaciones, siempre que tales medidas

MIGUEL REVENGA

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14 La expresión entrecomillada es de García deEnterría, de quien puede consultarse su libro Democra-cia, jueces y control de la Administración, Madrid, Cívi-tas, 1995, pág. 36 y sigs., para una breve reseña sobrelas circunstancias que rodearon la elaboración de la ley.Ésta fue redactada por dos catedráticos de Derecho Ad-ministrativo Jesús González Pérez y Manuel Ballbé,quien culminaría su producción científica con un librocapital para entender la forma en que determinadasconcepciones de fórmulas cercanas a las que aparecenen el texto del artículo 2 b) de la ley de 1956, ahogaronen España cualquier posibilidad de que se materializaraun genuino sistema de derechos, orden público y mili-tarismo en la España constitucional (1812-1983), Ma-drid, Alianza, 1983.

15 Véanse, por todas, las STC 45/1990 y116/1990, favorables ambas a la admisión de la catego-ría, pero donde no faltan los obiter dicta tendentes a re-saltar el carácter de los derechos fundamentales como lí-mite infranqueable para la misma.

16 Así, en el artículo 9 de la Ley 29/1998, de la Ju-risdicción Contencioso Administrativa, donde el ámbitode tal jurisdicción viene referido a “la protección juris-diccional de los derechos fundamentales, los elementosreglados y la determinación de las indemnizaciones quefueran procedentes, todo ello en relación con los actosdel Gobierno o de los Consejos de Gobierno de las Co-munidades Autónomas, cualquiera que fuese la natura-leza de dichos actos”. El artículo 26 de la Ley 50/1997,sobre “organización, competencia y funcionamiento delGobierno”, cuya rúbrica es “Del control de los actos delGobierno”, tampoco recoge la figura del acto político.

17 Permítaseme remitir a mi monografía Seguri-dad Nacional y derechos humanos. Estudios sobre la juris-prudencia del Tribunal de Estrasburgo, Pamplona,Aranzadi, 2002, donde desarrollo in extenso el argu-mento.

18 Artículo único. 1 de la Ley Orgánica 2/2002,del control judicial previo, en el que la autorización seexige “para la adopción de medidas que afecten a la in-violabilidad del domicilio y al secreto de las comunica-ciones”, algo que hay que poner en relación con el artí-culo 5.5 de la Ley 11/2002, del CNI, en el que se atri-buye a éste, para el cumplimiento de sus funciones, lapotestad de “llevar a cabo investigaciones de seguridadsobre personas o entidades”.

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resulten necesarias para el cumplimiento delas funciones asignadas al centro”. Y se ex-tiende luego en los requisitos de contenidode la solicitud: medidas que se solicitan, he-chos, fines y razones que las justifican, iden-tificación de las personas afectadas y dura-ción de las medidas19. Hasta ahí todo co-rrecto. El problema es que, a renglónseguido, la ley prevé resolución motivada deljuez y confiere al mismo tiempo a las actua-ciones del juez, se supone que incluida lapropia resolución, el carácter de secretas20.Aquí se plantean importantes dudas deconstitucionalidad pues no entendemosmuy bien cómo el sello de secreto sobre unaresolución judicial pudiera ser compatiblecon la posible tutela judicial posterior de losafectados por las intervenciones. Y ello porno hablar de los problemas formales que sederivan de la clasificación como secretas delas propias resoluciones.

Porque una de dos: o bien entendemosque la disposición estructural de un controlprevio depositado en la “ciencia y concien-cia” de un solo magistrado basta para satisfa-cer las exigencias constitucionales del dere-cho a la tutela (algo difícil de sostener por loque tiene de derogación de exigencias míni-mas y afectación del contenido esencial delderecho a la tutela), o bien no hay más re-medio que concluir que la ley adolece deldefecto fatal de no prever cauce alguno paraque el afectado pueda estar en disposiciónde defender sus derechos una vez que cese laintervención. El Pleno del CGPJ así lo de-nunció en su Informe sobre el Proyecto, re-cordando la jurisprudencia del TEDH enmateria de intervención de comunicaciones,pero el legislador ha optado finalmente enesto por la “política del avestruz”, mante-niendo y no enmendando los silencios deltexto originario.

A modo de conclusiónDe ser certeras nuestras apreciaciones, lasdos leyes reguladoras del CNI habrían deja-do las cosas en importantes aspectos tal ycomo estaban antes de ser aprobadas por lasCortes. Los recursos que puedan plantearsecontra los ingresos en un domicilio o la in-tervención de comunicaciones, y los conflic-tos que puedan derivarse de la pretendidadesclasificación de documentos a propósito

de los derechos a la tutela y a la prueba, notienen en la nueva regulación criterio ilumi-nador alguno.

Santaolalla López, reivindicando comohemos dicho el acto político, dice que elcontrol previo del juez, tal y como viene re-gulado, lleva o a “la politización del juez o ala inanidad del control”, puesto que decidirla medida en la que lo que se solicita al juez“resulta necesario para el cumplimiento delas funciones del CNI” entraña necesaria-mente un juicio político ajeno a la funciónjurisdiccional21.

Por otra parte, al no haber formalizadoel posible conflicto a propósito de la descla-sificación de documentos, instituyendo amodo de excepción procesal la excepción desecreto de Estado tal y como hacen algunossistemas, derivando entonces las cosas haciaun control político parlamentario sobre eluso del sello clasificatorio en el caso concre-to, cinco años después de las famosas sen-tencias del Tribunal Supremo (TS) sobre lospapeles del CESID y dos leyes mediante, el“estado de la cuestión” en sede legislativaapenas habría variado.

En aquella ocasión, como se recordará,el TS improvisó una solución no prevista enlas leyes procesales y ordenó, tras una ins-pección in camera de los documentos con-trovertidos, la desclasificación de algunos deellos. La mayoría de la sala sentenciadorafundamentó su competencia para obrar asíen una idea que ya había manejado el pro-pio TS cuando resolvió el conflicto sobre elnombramiento por el Gobierno de un de-terminado fiscal General del Estado. La ideaes que la competencia revisora del TS alcan-za todos aquellos supuestos en los que el le-gislador “haya definido mediante conceptosjudicialmente asequibles los límites o requi-sitos previos a los que deben sujetarse dichosactos de dirección política, en cuyo supuestolos tribunales debemos aceptar el examen delas eventuales extralimitaciones”22.

Ese concepto central de lo “judicial-mente asequible”, tal y como lo establezca ellegislador, no deja de ser sorprendente,puesto que cuesta trabajo imaginar cómopodría este último delimitar el ámbito de loinasequible para los jueces. Las críticas a se-mejante modo de razonamiento abundarondesde diversos frentes, pero quizá hay pocastan consistentes y bien trabadas como la rea-lizada en la propia sentencia que acabamosde citar por uno de los magistrados discre-

pantes; discrepante no tanto en cuanto alfondo de la solución adoptada como encuanto al camino y a los razonamientos se-guidos para llegar a ella.

Me refiero al voto particular del magis-trado Xiol Rios, un voto en el que el lectorinteresado podrá encontrar buena parte delos problemas que plantea el control judi-cial de la actuación de los servicios de inteli-gencia. El magistrado discrepante achaca ala mayoría el no haber sido capaz de esta-blecer estándares claros capaces de servir deguía jurisprudencial para la resolución deconflictos futuros. Un déficit de criterios re-solutorios al que, en el momento de deci-dirse el caso de los papeles del CESID, ha-bía contribuido decisivamente con sus si-lencios el legislador. Como digo, no meparece que, tras las leyes del CNI, la situa-ción sea muy distinta. “No estamos ante unsistema organizado por la ley –se lee en elvoto particular– sino ante un sistema orde-nado por sí mismo, por inmersión en eltorbellino inevitable del Derecho, cuyos su-puestos rasgos característicos resultan tantode las previsiones como de las ausencias le-gales”, una frase que, me parece, podría sersuscrita todavía hoy.

Aunque lo deseable para cualquier servi-cio de inteligencia es esperar que desempeñeeficazmente sus cometidos, apartado de lamirada pública y al margen de “causas céle-bres” y escándalos si estos se reprodujeran, elremedio para el mal no me parece que estéen propugnar una sistemática inhibición ju-dicial, sino en demandar de los jueces bue-nas técnicas interpretativas y, sobre todo, enexigir al legislador (que es tanto como decira nosotros mismos, en tanto que sociedadorganizada) coraje para defender, mediantereglas claras y expresión de razones, las parti-culares convicciones en la materia. n

Miguel Revenga es profesor de Derecho Constitucio-nal. Autor de Seguridad Nacional y derechos humanos,Pamplona, 2002.

EL CONTROL DEL CENTRO NACIONAL DE INTELIGENCIA

44 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 130

19 Artículo único. 2 de la LO 2/2002. En cuanto ala duración, la ley marca un tope de 24 horas para el in-greso en domicilios, y de tres meses para la intervenciónde comunicaciones, aunque prorrogables ambos por su-cesivos periodos iguales en caso de necesidad.

20 Artículo único. 3 in fine de la LO 2/2002: “ElMagistrado dispondrá lo procedente para salvaguardarla reserva de sus actuaciones, que tendrán la clasificaciónde secreto”.

21 Fernado Santaolalla, ‘Actos políticos, inteligen-cia nacional y Estado de Derecho’, cit., págs. 123-124.

22 Sentencia de la Sala Tercera del Tribunal Supre-mo, de 4 de abril de 1997 (Rec. nº 726/1996), Funda-mento Séptimo.

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El regreso al mitoAl presentar en septiembre de2002 su plan de Estado libre an-te el Parlamento Vasco, el lehen-dakari Ibarretxe lo sustentaba so-bre unos fundamentos doctrina-les difícilmente homologablescon el constitucionalismo de-mocrático en la Europa de hoy.El punto de partida era la exis-tencia de un “pueblo vasco” conuna “identidad propia”, el cual,en virtud de la misma, posee unacapacidad de decisión “más alláde normas jurídicas y de fronte-ras políticas”. Ese “pueblo vas-co” es un sujeto suprahistórico,cuya configuración unitaria nodepende de dato objetivo algu-no, salvo que una minoría de supoblación habla variantes delmismo idioma, y que por enci-ma de toda evidencia históricase encuentra integrado por lassiete provincias del clásico zaz-piak bat (siete en una, tres en elEstado francés y cuatro en el es-pañol). Le corresponde, en con-secuencia, una “soberanía origi-naria”, cuya concreción fueronlos “derechos históricos” previosa toda Constitución, y puede ac-tualizar la misma en todo mo-mento. Con la mirada puesta enel pasado hecho mito, el discur-so se resume en una afirmacióntajante: “Para una gran parte delos vascos, los Fueros, los Dere-chos Históricos del Pueblo Vas-co, siguen siendo nuestra verda-dera Constitución”. En la visióndel político nacionalista, la Re-volución Francesa no ha tenidolugar, o mejor, no debió tenerlugar.

El proyecto de autodetermi-nación de Ibarretxe rompe asícon las ataduras democráticas,pues no son los ciudadanos,quienes en gran proporción opi-

nan de otra manera, ni la su-puesta historia, radicalmente fal-seada, lo que sustenta esa cons-trucción de un actor principal,“el pueblo vasco”, nunca unidopolítica ni lingüísticamente enun pasado histórico. Tampocoson los Fueros realmente exis-tentes hasta 1839 y 1876 el refe-rente de la visión de Ibarretxe, si-no la interpretación de los mis-mos en calidad de leyes viejas,esto es, de expresión de la inde-pendencia y de una “soberaníaoriginaria”. Es decir, no son lademocracia ni la historia las queavalan esa sucesión de falsas evi-dencias, sino la versión míticaque de ambas ofrece el naciona-lismo vasco a partir de su for-mulación por Sabino Arana, en-tre la primera redacción de Biz-kaya por su independencia, en1890, y su muerte en 1903, cu-yo centenario ahora se cumple.La continuidad doctrinal es,pues, estricta en los aspectos cen-trales de la visión política a lolargo de más de un siglo de vidadel movimiento.

Lo mismo cabe afirmar res-pecto de la vinculación entre losplanteamientos evolutivos delfuerismo a lo largo del siglo XIX yel ideario del fundador. Desdedistintos ángulos, es éste uno delos puntos de coincidencia de lahistoriografía a partir de la déca-da de 1970 y nada ilustra mejorla existencia de ese hilo rojo decontinuidad que la declaraciónantes citada de Ibarretxe. Se tra-ta, por lo demás, de un rasgocompartido con otros naciona-lismos europeos que en el sigloXIX registran fases de nacionalis-mo cultural y de formación deuna identidad política a travésde una serie de conflictos y en elmarco de distintos tipos de pro-

cesos de modernización. Lo queya resulta específico del nacio-nalismo vasco es que su gesta-ción se remonta hasta el Anti-guo Régimen, en el curso delcual van acuñándose, en cali-dad de soportes del régimen fo-ral, los elementos de un entra-mado de ideas que recibirán enel periodo de crisis decimonó-nico una significación políticamoderna. Eso sí, todavía conuna orientación defensiva queel nacionalismo ha de invertir.Con ello el mito no decae, sinoque se refuerza, conforme des-taca el título de un libro recien-te: en la estela de Túbal, el fa-moso sobrino de Noé que llegódesde el Cáucaso con el diccio-nario de euskera debajo del bra-zo, hace su aparición Aitor, elpadre de la raza solar llamada aconseguir la independencia.Ahora bien, ese predominio delmito no debe hacernos olvidarque si bien los relatos y los ar-gumentos contenidos en los mi-temas del fuerismo escapan unay otra vez de la realidad históri-ca, el mito acaba por intervenircomo un elemento concreto deesa realidad. La historia no haceel mito; es el mito el que se con-vierte en historia.

Elaborados desde el siglo XV,y sobre todo en el siglo XVI, loscomponentes del relato míticoalcanzan una articulación defi-nitiva muy pronto, sin duda por-que en su aparente irracionali-dad se sustentaban recíproca-mente y atendían interesessociales muy estimables. No hade extrañar que los fueros, o laindependencia originaria, se si-túen por las buenas en un “tiem-po inmemorial”, igual que ahoraIbarretxe coloca al “pueblo vas-co” con las mismas independen-

cia y soberanía originarias porencima de todo proceso históri-co. Es un recurso habitual en laexpresión política del AntiguoRégimen para avalar la existenciade un privilegio o reforzar unapretensión cuando el interesadocarece de apoyatura documen-tal. Así, hacia 1455, con ocasiónde una disputa frente a los veci-nos franceses, el alcalde de Fuen-terrabía retrotrae la unión del lu-gar a Castilla nada menos queab initio mundi. Hoy sus suceso-res afirmarían con la misma se-guridad lo contrario, alegandolos “derechos históricos”. La in-dependencia originaria, con elañadido de la entrega voluntaria,servía para evitar que se viera enel fuero un privilegio otorgado ypor consiguiente susceptible deser modificado por el Rey. A suvez, otro mito, el del primer po-blador que llegó con el idiomapropio, proporcionaba el acta denacimiento al sujeto histórico,fuera éste la provincia de Gui-púzcoa o el Señorío de Vizcaya,y le otorgaba un aura de sacrali-dad, que además se verá reforza-da a partir de 1510-1511 con laadopción legal de la limpieza desangre. La propensión al cierresobre sí mismas, por razones deidioma y demografía, de unassociedades como las vascas, en-contraba una coartada en la ex-clusión radical de judíos, moros,herejes y “gentes de mala raza” y,por añadidura, una prueba decatolicidad sin mácula, circuns-tancia excepcional que a su vezjustificaba la aspiración a la hi-dalguía y a la nobleza universa-les. El círculo se cerraba con laconsideración de esa noblezauniversal a modo de soporte so-ciológico del fuero.

La trama ideológica llevaba

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S E M B L A N Z A

SABINO ARANA, EL SENTIDO DE LA VIOLENCIA

ANTONIO ELORZA

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consigo una considerable dosisde violencia a partir del rechazode esas minorías excluidas de laconvivencia, especialmente enGuipúzcoa y en Vizcaya. Porotra parte, la adhesión a unamentalidad asentada sobre el li-naje, portador de la pureza desangre, favoreció la exaltación delas virtudes guerreras adscritas alapellido. ¿Qué es la nobleza sinel heroísmo real o ficticio en elcombate? En fin, la propia no-ción de la entrega voluntaria su-gería la necesidad de una tradi-ción belicosa para sostener el mi-to de la soberanía originaria,preservada incluso después delpacto, pues era preciso enfatizarque por la fuerza el intento deconquista hubiese tropezado conuna resistencia invencible. De

ahí, en el caso de Vizcaya, el re-lato de las cuatro batallas victo-riosas contra los invasores caste-llanos en la Edad Media, que se-rán el punto de partida de laobra política de Sabino Arana.El tópico viene de atrás, y con elmismo sentido, según prueba supresencia incluso en una obra novinculada directamente a la de-fensa de los fueros, como es lanarración del lacayo vizcaíno in-cluida en la segunda parte delGuzmán de Alfarache de 1604.A la sombra del combate deArrigorriaga –piedras rojas desangre: “con esta batalla mostra-ron y asentaron los vizcaínos suantiquísima libertad”– y delconstante apego de guipuzcoa-nos y vizcaínos al uso de las ar-mas, cobran forma las principa-

les piezas del puzle sabiniano,con las leyes acordadas bajo elárbol de Guernica, la pureza desangre (“y nunca han consentidoque gentes extranjeras se mez-clen con ellos”), la hidalguía “in-memorial” y “el derecho univer-sal de nobleza”, Túbal con sueuskera a cuestas y nada menosque “la nación vizcaína” o Viz-caya “libre, soberana y sin señor”al producirse la invasión árabe.“Era mucha pasión de nuestrolacayo –hacía notar su amo alcabo del relato– por hacer a Viz-caya querer deshacer a España”

La prolongada agonía de losfueros en el marco de una socie-dad agraria en crisis y el caráctertardío y traumático de la mo-dernización, que alcanza a Viz-caya sólo en el último cuarto del

siglo XIX, son factores que expli-can la supervivencia de una ide-ología tradicional, llamada enprincipio a extinguirse con laconsolidación de un orden cons-titucional en España. Tal y comoestimaba Engels hacia 1851, an-tes de su previsible desaparición,al pueblo vasco sólo le estaba re-servado el papel de sostén decausas reaccionarias como el car-lismo. La duración de la crisis, altiempo que anuncia esa quiebradefinitiva, alienta el fortaleci-miento del fuerismo y la adqui-sición de una mayor densidaden su doctrina, a partir de la ide-alización del mundo rural, de suoposición como ámbito de va-lores cristianos a la amenaza delliberalismo urbano, llegado deEspaña. De este modo, la geo-grafía del conflicto en las gue-rras carlistas prefigura el dualis-mo sabiniano de Euskeria tradi-cional contra España, liberal yatea. Y por último, ese conserva-durismo agónico procede me-diante la recreación literaria auna sublimación de los desastresreales de las guerras carlistas, alelidir el referente en el relato yhacer de la guerra una forma deexpresión siempre espontáneaentre los vascos, además cargadade contenidos positivos por con-sagrarse supuestamente a la de-fensa de su independencia fren-te al enemigo exterior (antañoromanos, castellanos, franceses;ahora, liberales españoles). Así, labelicosidad natural de los vascos,asociada a su tradicionalismo,constituye la virtud suprema lla-mada a garantizar, primero unaexistencia virtuosa bajo la pro-tección de los fueros, luego, unavez suprimidos éstos, la recon-quista de su independencia.

El precursor en este punto es

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Sabino Arana

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el vascofrancés Augustin Chaho,un visionario que en 1835 fabri-ca el mito de Aitor y disfraza lacarlistada de guerra de indepen-dencia vasca. Sobre el fondo dela vieja discriminación pirenaicacontra la minoría de los llama-dos agotes, el racismo de Chahodespliega toda su carga de vio-lencia contra esos “agotes dege-nerados” que son los castellanos.De la sangre de los vascos caí-dos en la guerra surgirá “una ge-neración de héroes”, los cuales,“animados por un odio inextin-guible” “enarbolarán la banderade la liberación”. Aun sin los ras-gos apocalípticos del relato deChaho, la producción literariadel prenacionalismo, culminan-do en Amaya, de Navarro Vi-lloslada, apenas derrotado CarlosVII en 1876, conduce a ese fin.Según recuerda el más lúcido delos discípulos de Sabino, Luis deEleizalde, los jóvenes nacionalis-tas se vieron a sí mismos comoguerrilleros que en vez de lucharpor don Carlos lo hacían por laindependencia de Euzkadi.

Sin su aparición en ese puntode cruce entre la larga crisis de lasociedad tradicional vasca y unaindustrialización acelerada yconvulsiva, no podrían ser expli-cados ni el sentido agónico de laobra de Sabino Arana ni la inte-gración en la misma de los com-ponentes más agresivos de la ide-ología fuerista, empezando porel racismo y por la apología de laguerra. Sobre la base del fueris-mo, el ideario de Arana tenderáconscientemente a expresar la re-acción de los grupos de poderautóctonos, afectados por un in-tenso proceso de cambio econó-mico, político y cultural, ante elcual elabora un mensaje de re-chazo radical contra sus conse-cuencias. Para ello dispondrá dela abundancia de recursos ideo-lógicos forjados por el antece-dente fuerista. Pero a diferenciadel carlismo, la intención globalno es arcaizante, de regreso a laArcadia del Antiguo Régimen,sino paseísta, de búsqueda deinspiración en los mitos y en lossupuestos valores del pasado, conel fin de recuperar la posicióndominante, ahora en la nueva

sociedad. La intensidad y el ca-rácter traumático del proceso decambio favorecen el recurso a laviolencia al abordar esa recupe-ración. Si se quiere una compa-ración, podría encontrarse, lógi-camente con muy otros conteni-dos ideológicos, en el procesomediante el cual, también frentea una modernización de conse-cuencias a su juicio indeseables,los ayatolás iraníes reencontraronel dominio perdido a lo largo dedécadas de laicización autorita-ria y transformaciones capitalistasbajo los Pahlevis, hasta conseguirel monopolio del poder gracias asu respuesta en forma de revolu-ción islámica.

Se trata en ambos casos deuna dinámica de feed back, de re-troalimentación, en el curso de lacual sectores tradicionales reac-cionan ante un fortísimo impac-to de una variable exterior, unproceso de modernización quetiende a desplazarles de sus posi-ciones de poder, poniendo en ac-ción recursos ideológicos proce-dentes del orden tradicional. Lameta de esa acción consiste enpromover una movilización so-cial y política que les permita re-hacer su hegemonía y expulsartanto a los grupos sociales queprotagonizaron el cambio –con-vertidos en “extraños interiores”–como a los elementos simbóli-cos que conformaron la recusadamodernidad. En consecuencia,la modernización resulta no eli-minada, sino depurada en fun-ción de esos intereses que así lo-gran el control del poder políti-co y social: la historia del PNVconstituye una ilustración inme-jorable de la consecución de se-mejante propósito. Desde elpunto de vista de la psicologíasocial, es posible ofrecer una ex-plicación convergente con la an-terior a partir de concepto de“esquizofrenia cultural” acuña-do por Daryush Shayegan al es-tudiar el integrismo islámico. Ladesestructuración provocada enun orden tradicional por el im-pacto de la modernización veni-da del exterior se refleja en elmiedo a la pérdida de la identi-dad y en la consiguiente bús-queda de un refugio en los mitos

del propio pasado. La realidadconcreta de las cosas queda asívelada por la suprarrealidad for-jada por un pensamiento mágicoque desestima el análisis y cubreel vacío de las representacionespor medio de una construcciónimaginaria. La sensación de va-cío ante el cambio de paradig-ma inducido por los nuevos valores, creencias y técnicas en-cuentra entonces remedio en laexaltación de los supuestamentepropios, a los que se considerainmutables, y en el intento deerradicación de los sujetos por-tadores y de los emblemas de lamodernidad por lo que toca alos valores y a las creencias; lapuesta al día tecnológica será incorporada en cuanto instru-mento imprescindible para lle-var a cabo la depuración.

El fin y el principioEl pensamiento de Sabino Ara-na, fundador del nacionalismovasco, constituye así una síntesisradicalizada de los planteamien-tos fueristas anteriores. No esnueva su evocación de la inde-pendencia y de la soberanía vas-cas (vizcaínas primero), apoya-da en una mitificación de la his-toria del Antiguo Régimen y enlos argumentos clásicos de losdefensores del Fuero. Tampocolo son la idealización de las for-mas de vida agrarias, envueltasen una capa de sacralización, y laactitud xenófoba, con su derivaracista, frente al extraño. Lo queaporta Sabino es la exigencia deuna respuesta radical, elaboradaa partir del mencionado bagajeideológico, frente a los cambiosregistrados en la economía y enla política, en la cultura y enconflicto social, por efecto deuna industrialización que en lasdos últimas décadas del siglo XIX

transforma con intensidad y rit-mo acelerado la estructura de-mográfica de la Vizcaya, provo-cando un desplazamiento delpoder en beneficio de una nuevaclase capitalista y en contra delos grupos autóctonos que veníanejerciéndolo. No sin tensionesentre sectores moderados de ex-tracción liberal y quienes, comolos hermanos Arana, procedían

del carlismo, el nacionalismo se-rá el instrumento político de sureacción al cambio.

El acierto de Sabino Aranaconsistió en lograr una articula-ción de los elementos del fueris-mo tradicional, que en sus ma-nos abandona la orientación de-fensiva para convertirse enplataforma de un programa agre-sivo cuyo norte es la indepen-dencia, supuestamente a recupe-rar tras la ocupación de Vizcaya–más tarde Euskeria y al fin Eus-kadi– por España en 1839, altérmino de la primera guerracarlista. A efectos de forzar laruptura, el gran rechazo frente aEspaña, resultaba imprescindi-ble dar con una divisoria insal-vable y, dado que el idioma erauna seña de identidad inequívo-ca, pero escindía a los propiosvascos al desconocerlo en una al-ta proporción, el único recursodisponible era la raza. La con-cepción de la pureza de raza co-mo fulcro de la identidad vascatenía hondas raíces en el fueris-mo desde el Antiguo Régimen yahora encontraba apoyo en lasestimaciones seudocientíficasacerca de las diferentes capaci-dades raciales, sin olvidar la es-pontánea reacción xenófoba ob-servable en Vizcaya contra lostrabajadores inmigrados. A pe-sar de la intensísima labor con-sagrada por Sabino al tema, elidioma será sólo un comple-mento, útil como seña de iden-tidad propia de la raza e impres-cindible como aislante frente alexterior. Ahora bien, como en elcaso alemán, el racismo vasco esde origen estrictamente biológi-co, hasta el punto de que cual-quier intento de desplazar la cen-tralidad de la raza en la cons-trucción doctrinal de Aranaimpide entender tanto el sentidode su proyecto político como elde su peso ulterior en la historiadel movimiento nacionalista. Eslo que sucede con la referencia altema de los autores de la másminuciosa historia de naciona-lismo hoy disponible, El péndu-lo patriótico: si el racismo de Sa-bino Arana hubiese sido única-mente un sarampión pasajero,fruto de la época, resulta difícil

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entender por qué la historia delnacionalismo vasco se encuen-tra hasta tal punto cargada deviolencia contra el otro. Inclusoes discutible la prioridad que ensu excelente trabajo asignaJ. Corcuera al componente reli-gioso. El propio Sabino Aranaproporciona la respuesta: “Ideo-lógicamente hablando”, explicaen el número 28 de Bizkaitarra(1895), “antes que la Patria estáDios, pero en el orden prácticoy del tiempo, aquí en Bizkayapara amar a Dios es necesarioser patriota…”.

Una vez trazada la fronterainfranqueable con el español apartir de la raza, entra en juegola religión en calidad de agentelegitimador de dicha fractura y,para transformar al nacionalis-mo de partido político en fe re-ligiosa orientada hacia una re-dención que no puede consistirsino en la independencia patria.Además, dado el carácter apoca-líptico de la confrontación, eseobjetivo solamente puede ser al-canzado por medio de la violen-cia, de la lucha a muerte que jus-tifica incluso la opción del mar-tirio. El nacionalismo adquierede este modo los rasgos de una“religión de sustitución” (I. Sáezde la Fuente), y sobre todo deuna religión política de la vio-lencia. Las piezas de la propues-ta de Sabino Arana se encuen-tran ya reunidas en su poema ju-venil de 1888, Kantaurritarrak:“El que muera en el lauburu”(¿la cruz? ¿bajo la enseña sagra-da?), “será feliz. Ahí están. ¡Diosy ley vieja!... ¡El grito de gue-rra!”. Y resume: “¡Ea, ea, a morircon gloria!”.

Son cuatro ideas muy simplesen torno al eje de la raza comofactor decisivo de la identidaddel pueblo vasco, respaldado porel euskera, con una oposiciónfundamental, vascos patriotascontra españoles y españolistas,de la que se derivan un únicoobjetivo político y unas directri-ces para la acción cargadas deviolencia. No necesitaban másbagaje doctrinal los primeros dis-cípulos del maestro ni lo preci-san hoy, una vez conveniente-mente enmascarada la dimen-

sión racista, quienes apoyan aETA o los nacionalistas “mode-rados” que paradójicamente enmanifestaciones contra ETA in-sultan llamándoles “fascistas” y“españoles” a los miembros decolectivos pacifistas. Las cuatroclaves del nacionalismo –raza ylengua amenazadas, nostalgia delrégimen foral y sacralización– seencontraban ya en la mentalidadfuerista. Lo nuevo en Sabino essu articulación agresiva en tor-no a la raza, el único criterio queresponde a una actitud extendi-da entre los grupos autóctonos yque enlaza de modo directo conel ejercicio del poder. La sacrali-zación viene a legitimar y enno-blecer al racismo biológico defondo, en tanto que la invoca-ción del pasado foral –y comocorolario la denuncia de la opre-sión vigente ejercida por Espa-ña– fija un objetivo político cla-ro, acorde con la lógica de ex-clusión derivada del racismo. Encuanto al idioma, inmejorablecomo signo de identidad dife-rencial, no podía ser operativopara trazar una divisoria, dadoque en el área de Bilbao muchosde los nacionalistas potencialeslo desconocían. El propio Sabi-no nunca llegó a expresarse flui-damente en euskera (“…aunquetuviese facilidad para hablar lalengua patria”, escribe a ÁngelZabala el 13 de abril de 1897”).

Fue Miguel de Unamunoquien consideró al primer na-cionalismo como un antima-quetismo surgido de la indus-trialización de Vizcaya. La exal-tación de la pureza de raza enSabino Arana, de raíz fuerista,ahora adquiere una dimensiónofensiva al convertirse en el fun-damento de la oposición entrelo vasco (inicialmente lo vizcaí-no) y lo español. El anticastella-nismo había aflorado a media-dos del siglo XVIII en fueristasprenacionalistas, como Larra-mendi, y desde 1835 en el mitó-mano vascofrancés Chaho, sibien probablemente Sabino Ara-na se inspira en la visión dualis-ta diseñada por el primer catala-nismo en los años ochenta, y quepudo conocer durante su estan-cia como estudiante en Barcelo-

na. “El carácter catalán es el re-verso de la medalla del genuina-mente castellano”, advertía Va-lentí Almirall en Lo catalanisme(1886), haciendo luego una am-plia reflexión sobre la degenera-ción del pueblo castellano, queprovoca la del catalán. Arana re-produce el esquema, pero ace-rándolo y sin el deje de simpatíaque persiste en Almirall. Lo quedescribe el fundador es una si-tuación agónica producida porla opresión política y por el sim-ple contacto sufrido por los vir-tuosos vizcaínos (o vascos) conun pueblo como el español,compendio de todas las lacras.Arana acoge en su vocabulariola extensa serie de etiquetas ra-cistas pasadas y presentes, desdeel tradicional belarrimotza –ore-jas cortas– o su abreviatura mot-za, a la más reciente de maketo,que convierte a España en Ma-ketania. Los españoles son“nuestros moros” o “nuestroschinos”, en una palabra “los in-vasores”. La contaminación dela raza implica la pérdida de Euz-kadi, cuya identidad se sustentaprecisamente en la negación:“No somos españoles, ni extran-jeros, ni maketos o amigos delos mochas”, propone como basedel ¡Bizkaitarrak gara!, ¡Somosvizcaínos! (1895). En estricto pa-ralelismo con lo que sucederá enel ideario nazi, la defensa de laraza tiene por emblema el recha-zo del matrimonio mixto, temacentral en el drama sabiniano Defuera vendrá y causa de hondapreocupación personal cuandoél mismo prepara su boda conuna aldeana, vizcaína originariapero con un apellido dudoso.

El racismo de Sabino Aranabusca amparo en una densa capade sacralización. Fue siempre unhombre muy piadoso, con unareligiosidad de tipo integristaque le llevaba a oponerse a todoslos inventos diabólicos de la mo-dernidad, desde el liberalismo ala masonería y al judaísmo. Unasociedad vasca contaminada porlos impuros maketos era unaEuzkadi perdida para Dios, demanera que la causa del racismonacionalista recibía el marcha-mo de la santidad. Sabino Arana

no funda, en consecuencia, unpartido político como cualquierotro, sino “un partido de márti-res”. En la presentación públicade su proyecto en 1893, conocasión de la cena con una seriede notables en Larrazabal, lo quepronuncia es un juramento porel cual se compromete a hacerentrega de la propia vida por lacausa nacional. “Todo para lapatria y la patria para Dios”, se-rá el lema que resume en el acró-nimo GETEJ. De este modo, seconvierte en el creador de unareligión política de la patria vas-ca, en cuyo seno los creyentesdeberán luchar hasta el martiriopor conseguir la emancipaciónfrente a España.

Ahora bien, esta profesión defe dualista no genera una lógicade la acción que lleve a un en-frentamiento inmediato. Entraaquí en juego la profunda in-fluencia que sobre Sabino ejerceel patrón de pensamiento igna-ciano. “Creo que puede afirmar-se”, escribe en febrero de 1890,“que quien está con la Compa-ñía de Jesús está con Dios”. LaCompañía, añade, es inmortal y“prácticamente resulta infalible”.La fidelidad a su espíritu le llevaa radicalizar el espíritu de oposi-ción frente al otro, juzgado deforma invariable como “el ene-migo”, a limitar, tal y como ex-plica Roland Barthes para sanIgnacio, la libertad al momentode la elección. En el partido na-cionalista, una vez producido elingreso, no habrá debate ni con-testación, y sí una organizaciónseveramente disciplinada segúnel molde de los gudaris de Jesús,algo que cabe apreciar desde elReglamento del primer batzoki alas relaciones con los vasquistasmoderados, fenicios o euskale-rriacos, vistos como la cizaña enel campo nacionalista. No obs-tante, la Compañía enseña tam-bién el pragmatismo, la exigen-cia de reconocer la realidad siquieren alcanzarse los fines fija-dos, lo cual explica la tensión en-tre absolutismo de los principiosy flexibilidad política que ha decaracterizar al movimiento na-cionalista, siguiendo el ejemplode su fundador. El mejor ejem-

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plo en vida de Sabino es su evo-lución españolista, pero no faltanmuestras anteriores. Así, en1899, al redactar las instruccio-nes al director de El Correo Vas-co: “En el orden teórico será per-fectamente nacionalista”, mien-tras en el práctico “sólo seránegativamente nacionalista”, evi-tando declaraciones y tomas deposición que pusieran en peligrosu existencia legal.

La tercera idea clave es la dela independencia originaria deVizcaya, noción luego extendidaa los restantes territorios vasco-españoles, que para las tres pro-vincias habría sido suprimida el25 de octubre de 1839 al pro-ducirse la inclusión de los Fue-ros en el orden constitucionalespañol: “La Ley con que el Go-bierno liberal español liberal en1839, después de la primeraguerra, anexionó a España elPueblo Vasko”. Aquí Sabino sesitúa estrictamente en la estelade la tradición fuerista, a la quesomete a una interpretación ra-dical, de manera que los fuerosserían lagi-zarra, “ley vieja” cuyocontenido concreto es secunda-rio respecto de su significadofundamental: la expresión de laindependencia. Hasta 1839 elpueblo vasco se encontraba “li-bre de extraño yugo y legislán-dose y gobernándose por sí mis-mo”. La historia vasca, en la ver-sión de Sabino, refleja unacontinuidad milenaria, tanto enlas instituciones como en las for-mas de vida, expresión de vir-tud y de felicidad colectivas. Lomismo que piensan hoy Arza-lluz, Ibarretxe o Egibar. Nadamenos que a fines del siglo IX la“pequeña nación euskalduna”era ya una confederación de re-públicas: “Libres e indepen-dientes en absoluto, a la vez queentre sí armónica y fraternal-mente unidas, gozaban estas pe-queñas entidades políticas, regi-das por leyes nacidas en su mis-mo seno y fundadas en lareligión y la moral, de una exis-tencia perfectamente feliz”. Na-da hay que añadir para que co-bre cuerpo la utopía arcaizantede un pueblo vasco indepen-diente, emancipado de la opre-

sión y de la degeneración moraly religiosa española. La sacrali-zación proporciona el objetivoy el lema al movimiento nacio-nalista: “Jaungoikua eta lagi-za-rra” (JEL, Dios e independen-cia). Y el racismo sigue siendo laclave de bóveda de la construc-ción, al proponer “la confede-ración (de Bizkaya) con los otrosestados de nuestra raza”.

Más allá de las precaucionesforzadas por las circunstancias,no es la de Sabino Arana unapredicación para la paz. La du-reza de la confrontación, en laque se juega la vida del pueblovasco, hace que el suyo sea unevangelio de la violencia y delodio contra el enemigo. De nue-vo la tradición fuerista, con elcomplemento de las carlistadas yde la agresividad propia del inte-grismo, interviene para colocarla violencia como eje de la ac-tuación nacionalista. El primerpoema conocido de Arana, Kan-taurritarrak, Los cántabros, de1888, es ya la evocación de unavictoria militar de los vasco-cán-tabros contra los romanos. Elprimer libro, Bizkaya por su in-dependencia, de 1890-1892,consiste en el relato de cuatrobatallas victoriosas de los vizcaí-nos contra los invasores castella-nos. Su última obra, Libe, de1902, y publicada unos mesesdespués en el año de su muerte,consiste en la escenificación dra-mática de la sempiterna luchaheroica contra los invasores ve-nidos de Castilla, en la últimade las batallas de cartón piedracontadas en su primera obra,con el aditamento del riesgo dematrimonio mixto. Libe es elmejor signo de que a lo largo desu vida Sabino Arana mantuvointacta su posición ideológica: elrelato pseudohistórico sirve deplataforma para mostrar la con-dición invencible de los vizcaí-nos, y de todos los vascos porextensión, cuando defiendencon las armas la independenciade la patria, ejemplo que debeinspirar la conducta militante delos vizcaínos (y de los vascos) deldía. Al contar sus batallas, Sabi-no se pone solemne y trata deimitar un castellano medieval,

con lo que sitúa su discurso alnivel de los novelones decimo-nónicos de trama histórica y aun paso de La venganza de donMendo, de Muñoz Seca. La úni-ca novedad es que en Libe se in-tegra el supuesto de la contami-nación por el extranjero de Defuera vendrá con la trama pre-tendidamente épica de la batallade Murguía; la doncella euskal-dún está a punto de sucumbir ala incitación amorosa del malé-volo conde castellano y ha de re-dimir tal infracción con la muer-te en combate al lado de los su-yos. “¡Luchad, luchad sindescanso!”, les dice la heroínaengañada. Nada ha cambiadoentre la primera obra y la última.En aquella, con ocasión de la ba-talla de Otxandiano, “o los es-pañoles vuelven a su tierra de-rrotados y duramente escarmen-tados, o Bizkaya cae bajo elpoder del rey castellano y se con-vierte en provincia de España”: el“corazón nacionalista” de los viz-caínos de entonces resolverá eldilema. En Libe todo es aún másclaro, hasta resumir en tres líne-as el argumento central del pro-grama político sabiniano: “Biz-kaya lucha por su independen-

cia. Siempre fue libre. El extran-jero podrá entrar en nuestra tie-rra, pero saldrá escarmentado.Los que no salgan reposarán enzanjas que nosotros les abrire-mos para morada suya”. Otra co-sa es que la cautela ignaciana leobligara de momento a limar enla superficie tales aristas.

El discurso de Arana contralos españoles, los liberales o losmasones se encuentra siemprecargado de odio, e incluso paralos primeros se asocia una y otravez a la muerte. Es lo que suce-de en el episodio emblemáticodel español que está ahogándo-se en la ría de Bilbao y al gritarpidiendo ayuda recibe la res-puesta que dejó estupefacto aUnamuno: “Nik eztakit erde-raz!”, no hablo castellano. A losmaketos y a sus aliados les tocaen Euzkadi la expulsión o lamuerte. La lógica de ETA no te-nía que esperar al franquismopara ser descubierta. El objetivode una exclusión sin atenuan-tes, al modo nazi, es resumidoen el poema-consigna ¡Ken!:“¡Kendu, kendu / maketuok etaeuzkeldun maketuzaliok! / ¡Bo-ta, bota / Azurbaltzok eta / eu-ren lagun gustijok!” (Quita, qui-ta, maketos y vascos maketófi-los. Fuera, fuera, azurbelchas ytodos sus compañeros). El pro-grama político, con su fondo ra-cista en versión vasca del Judenraus!, implicaba una extirpacióndel extraño interior, visto a mo-do de un quiste canceroso sus-ceptible en otro caso de provo-car la muerte de Euzkadi.

Esta caracterización del dis-curso nacionalista de SabinoArana puede aparentemente en-trar en conflicto con el conocidoviraje táctico de sus últimosaños, la “evolución españolista”del verano de 1902. En opiniónde J. L. Granja, se trataría delverdadero pensamiento políticodel último Sabino, compatiblecon el radicalismo de los oríge-nes que persiste en el plano lite-rario en Libe, del mismo año.La aparente dualidad encuentra,sin embargo, una explicaciónmás plausible si tomamos enconsideración la citada inspira-ción ignaciana del pensamiento

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del fundador: el absolutismo delos principios debía coexistir conel pragmatismo a la hora de lle-varlos a la realidad. Según unafórmula conocida, no importabaentrar con el enemigo si se salíacon uno mismo. En 1902, Sabi-no Arana sigue pensando lomismo en cuanto a la exigenciade separar Euzkadi de España,sólo que es consciente de la im-posibilidad de superar dos obs-táculos casi insalvables. Uno esel atraso de ese mundo rural enque inicialmente situara la esen-cia de lo vasco. A la vista de lavida del caserío, que sin dudaconoce mejor después de su bo-da, “llora el corazón y llora sinhallar remedio”. “Esto se va”,diagnostica en la carta a su ami-go Engracio de Aranzadi, deenero de 1901. Hace falta atra-er el capital al nacionalismo, yeso supone una labor cultural ytambién política, iniciada, co-mo destacó J. Corcuera, en1898. El segundo obstáculo es lapersecución emprendida por elGobierno español contra el mo-vimiento nacionalista, que difi-culta su vida legal –ahí está suencarcelamiento– y la obtenciónde nuevos adherentes. No otraes la razón inmediata esgrimidaen público por Sabino para elcambio “trascendental” apunta-do: la Liga de Vascos Españolis-ta, cuya finalidad sería la auto-nomía vasca. Claro que él mis-mo advierte que no harenunciado al nacionalismo yque no ingresaría en el nuevopartido después de su “sacrifi-cio”. Esto en público. En priva-do, una carta a Aranzadi demarzo de 1903 lleva las cosasmás allá, al contemplar la Ligacomo una fachada regionalistabajo la cual seguirían mante-niéndose tanto el nacionalismocomo su consecuencia necesa-ria, la independencia: se trata deser aceptado por “las institucio-nes y poderes constituidos”, pa-ra absorber “a todos los españo-listas” y “que nos pueda dar be-ligerancia ante las naciones, quesirva para procurar el mayorbien a nuestro pueblo y dispo-nerle a pretender el bien íntegro”.Es decir, con todos los eufemis-

mos que se quiera, la indepen-dencia sigue siendo el objetivo,sólo que por razones prácticashace falta disimular y aplazar esapretensión.

El frustrado viraje autono-mista respondía, pues, a una tác-tica forzada por las circunstan-cias sin borrar los planteamientosradicales de fondo. Fue a pesar deello el punto de partida de la es-trategia posibilista que predomi-na en la línea política del PNVdurante décadas. El núcleo de laortodoxia seguía siendo, empe-ro, inmutable, aun cuándo susportavoces fueran minoritarios,como el médico José de Arrian-diaga, racista visceral, que inter-pretaba la “evolución españolista”a modo de concesión a la impo-sibilidad de formar a corto plazoun ejército vasco, o como la pro-fecía de Santiago de Meabe(“Geyme”, Gora Euzkadi y Mue-ra España), quien soñaba conuna espiral ascendente de con-frontación del nacionalismo conel dominio español hasta quefueran fusilados patriotas y esta-llara la insurrección por la inde-pendencia. Ambos iban contra-corriente, al olvidar la atenciónprestada por Sabino a los condi-cionantes de una necesaria ex-pansión del movimiento. Otrode los discípulos de primera ho-ra, el vasco-cubano Francisco deUlacia, lo explicó en la primeranovela nacionalista, Don Fausto:si hubiera cien hombres comoyo, la lucha armada sería un he-cho. La violencia era indisocia-ble del mensaje sabiniano, en-tendida, además, como núcleode una religión política que ha-bían de asumir los nacionalistas.Pero al mismo tiempo, el ideariode Arana apuntaba en su ver-tiente pragmática a una estrategiaa largo plazo, a desarrollar dentrode la legalidad vigente. Gracias aesta orientación práctica, el pro-grama nacionalista pudo alcan-zar un respaldo social crecienteen una línea de adecuación a lasinstituciones, dejando en la som-bra el fondo de ortodoxia que,no obstante, reaparecerá una yotra vez. Nada extraño si tene-mos en cuenta que un manique-ísmo sacralizado y la consiguien-

te lógica de exclusión del otroconstituyeron la razón de ser delmovimiento nacionalista.

El camino del terrorDe momento, ante la imposibili-dad de conseguir un avance delmovimiento nacionalista con suprograma máximo, resultaba im-prescindible asumir la necesidadde una etapa intermedia en elcurso de la cual la inclusión delpatriotismo vasco dentro de laley permitiera la recuperación del“alma vasca”, degradada por cau-sa de la prolongada desvasquiza-ción. El horizonte de la indepen-dencia no se desvanece, pero enparte queda velado por el plante-amiento historicista de acuerdocon el cual se trataría de recupe-rar la situación legal previa a laley de 25 de octubre de 1839,por la que era posible tanto pen-sar en la separación como en elmantenimiento de un autogo-bierno vasco dentro del ordenconstitucional español. Una in-determinación que se ha mante-nido en el último cuarto de siglode democracia y con la mismaambivalencia, al servir de basetanto la afirmación de soberaníaa la reivindicación autonomista(Asamblea de Pamplona, 1977)como a la utilización de los lla-mados “derechos históricos” parafundamentar una supuesta repo-sición de la soberanía perdida (lí-nea política del PNV desde 1995hasta la fecha).

La vía posibilista atenuaba,pero no hacía desaparecer, la con-traposición de fondo entre elproyecto nacionalista y la perte-nencia al Estado español. De ahíque si bien desde muy pronto losintereses económicos impusieronsu ley en cuanto a la aceptacióndel Concierto Económico pri-mero y la reivindicación autono-mista más tarde por parte delPNV (Comunión Nacionalista apartir de 1916), el patrimonio dela legitimidad seguía estando enmanos de quienes, muchos o po-cos, siguieron enarbolando el es-tandarte del fundador con susdos leyendas: el rechazo a Españay Euzkadi por su independencia.La convergencia de ambas supo-nía mantener el fondo xenófobo

y la apelación a la violencia queanidaban en la concepción sabi-niana de “la patria de los vascos”.Había que lograr que toda la so-ciedad vasca siguiera los plantea-mientos del colectivo patriótico yasaltar la fortaleza de la domina-ción española. Justamente cuan-do en tiempos de la neutralidadespañola en la Gran Guerra laexpectativa autonomista prevale-ce como línea política de la Co-munión nacionalista, el SinnFein irlandés se convertirá en elmodelo a seguir por los jóvenesdefensores de la ortodoxia: sólo lainsurrección sería el instrumentodefinitivo para la emancipación,sin que fuera lícito compromisoalguno con la política del Estadoopresor.

Entre 1916 y 1923 el grupode jóvenes nacionalistas, al fren-te del semanario Aberri, precur-sor del Jagi-Jagi, traza en tornoal núcleo sabiniano un diseñode independentismo populistadonde la agresividad de las ide-as del fundador se proyecta denuevo contra los trabajadoresinmigrados del PSOE y de laUGT, y se amplía ahora contrael capitalismo vasco-español ennombre de un pueblo vasco im-pregnado de las virtudes del ca-serío que desde su igualitarismohará realidad una utopía peque-ño-burguesa. Al ser un colectivooprimido, el pueblo vasco unesu suerte a la de otros pueblos,incluso a los sometidos a la ex-plotación colonial. Quedaapuntada en el imaginario la lí-nea que en los años sesenta llevaa la vía insurreccional tercer-mundista, que desde el Vasconiade Krutwig ha de constituir unaseña de identidad de ETA. Ypor fin, la intransigencia inde-pendentista bloquea todo reco-nocimiento de lo que significa laRepública española, ni en 1932ni en 1936: la democracia espa-ñola no es sino otra forma deopresión del enemigo natural yel verdadero nacionalista ha derechazar la participación en susinstituciones. La alternativa re-side en la movilización de masasen torno a los símbolos de la re-ligión de la patria: ejemplo, elAberri Eguna, celebración fijada

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en la representativa fecha delDomingo de Resurrección.

La derrota de 1937 supone uncorte traumático en la vida polí-tica vasca, y este hecho lleva apensar que acontecimientos ta-les como la aparición de ETA sonun efecto de la dictadura fran-quista. Gurutz Jáuregui aclaró yahace tiempo que la opresión delrégimen sirvió para ajustar laspiezas en el planteamiento tradi-cional del nacionalismo: Sabinohabía descrito a Euzkadi comopaís ocupado militarmente porEspaña y Franco hizo realidad esaocupación. La lucha armada quesoñaron los discípulos del fun-dador a principios de siglo teníaahora su justificación, envueltadesde muy pronto en el ropajede un Movimiento de LiberaciónNacional que todavía hoy sigueproporcionando la titulación alentramado orgánico de ETA.Esas luchas de liberación nacio-nal constituyeron, además, el re-ferente para establecer el reperto-rio de las formas de acción vio-lenta. La definición racista,inservible desde 1945, cedió pa-so a la étnica, con el mismo re-sultado de exclusión de los espa-ñoles. La experiencia de la dicta-dura, con su rosario deprohibiciones y de encarcela-mientos, más el recuerdo de laguerra, legitimaron el regreso ala actitud del gran rechazo exigi-da en su día a los patriotas porSabino Arana. Y por fin, el con-texto de la cultura política juvenilen los años sesenta, con el ascen-so de las luchas sindicales en Es-paña y el del izquierdismo enFrancia, el país-refugio, dieronun tinte revolucionario al anti-capitalismo ya esbozado en losmedios radicales antes de 1936.El espíritu de Sabino Arana,transmitido vía Jagi-Jagi, fuepuesto al día y en la superficieenmascarado, pudiendo presen-tarse al final del franquismo co-mo un proyecto progresista, car-gado incluso de acentos román-ticos. En los primeros años dehistoria de ETA, la tensión entrela vertiente tradicional, militaris-ta, y la revolucionaria, izquier-dista, provocó sucesivas crisis,siempre resueltas a favor de la

primera, eso sí, sin renunciar porello a la proyección sobre los asa-lariados al actuar en nombre delPueblo Trabajador Vasco. Popu-lismo y terrorismo engarzabanllevando hasta sus últimas conse-cuencias el planteamiento delprimer nacionalismo.

Los avatares de la convergen-cia con el marxismo revoluciona-rio habían dejado en la sombra ala más acusada componente tota-litaria de ETA: la suma de xeno-fobia agresiva y de voluntad decontrol del espacio público here-dadas de Sabino Arana. En con-tra de lo que expresaban las pre-visiones optimistas, creyendo quela superación de la dictadura lle-varía al fin de ETA, la democraciaconstituyó lo que en el análisis delos movimientos sociales se de-nomina una estructura de opor-tunidad política, al abrir espaciostanto para las manifestaciones pú-blicas de adhesión a los queF. Reinares llama “los patriotas dela muerte”, signo de que el na-cionalismo radical recogía la he-rencia de las movilizaciones demasas anteriores a 1936, comopara unos márgenes de libertadque hicieron posible un pletóricoreclutamiento de activistas. El re-curso a la violencia contra losoponentes políticos, desde elatentado a la simple amenaza, y laconfiguración de la propia ETAcomo líder carismático del proce-so de redención, confirieron alentramado radical un sesgo tota-litario, cuya expresión más clarafue el monopolio de la visibili-dad conquistado por los partida-rios de ETA en el medio rural,en torno a los símbolos de una lu-cha sacralizada, con las banderas ylos retratos de “mártires” y pre-sos. De modo capilar, la religiónpolítica fundada por Sabino im-pregnaba a jóvenes y miembrosde las capas populares, sirviendode agente de cohesión de un pro-yecto de nacionalización en que elpatriotismo era rodeado por unaorla de actuaciones violentas. Pa-ralelamente cobró forma unaconstelación de organizacionessectoriales, en la estela del nacio-nalismo popular anterior a 1936,desde el partido (HB) y las ju-ventudes hasta las de apariencia

cultural y solidaria, encargadas deahormar una microsociedad fielal liderazgo de ETA.

Hasta 1992 ese proceso se de-sarrolló a la sombra de una “luchaarmada” –esto es, terrorismo– cu-yo objetivo prioritario consistía endoblegar al Estado español, cuyonúcleo serían los llamados “pode-res fácticos”, forzando una nego-ciación en torno a los objetivosindependentistas. La caída de lacúpula etarra en Bidart puso demanifiesto el fracaso de tal estra-tegia. La solución consistió en des-plazar el eje del conflicto desde elpulso en el vértice hacia un com-bate de fondo en el seno de la so-ciedad vasca, bajo el signo de “lasocialización del sufrimiento”. Pa-só a primer plano una estrategiade la intimidación, respaldada poratentados selectivos contra losagentes sociales y políticos que or-ganizaban la resistencia a la pene-tración abertzale. La guerra ima-ginaria contra España, de victo-ria imposible, encontró elcomplemento de una línea de ac-ción agresiva en el medio social,destinada a suprimir el pluralis-mo en la sociedad vasca, a aplastartoda veleidad de organizaciónoponente y a imponer la hege-monía fáctica y simbólica abert-zale. El irracionalismo sabinianose convirtió en un movimientosociopolítico de impronta nacio-nalsocialista, sustrato y vivero deun terrorismo selectivo. El com-plejo ETA entra así en una fasedecisiva de nazificación, por lo de-más acorde en sus concepcionesde fondo con los puntos nodalesdel ideario sabiniano. Por ello mis-mo pudo registrarse la enormesorpresa de que esa presión en lacalle contra los demócratas, en es-pecial cuando éstos comienzan aresponder con movilizaciones alos secuestros, provocara un acer-camiento y no una ruptura defi-nitiva por parte del PNV. Paraunos y otros, aprobasen o no el re-curso a la violencia, la pretensiónde protagonismo político y de vi-sibilidad expresada por los “defuera”, los no nacionalistas, cons-tituía algo inaceptable. La simplesalida a la calle de quienes se opo-nían al terror constituyó para elPNV una incitación al desorden,

habida cuenta de la inevitable res-puesta que en su contramanifes-tación darían los partidarios del“ETA, herria zurekin”. El espaciopúblico pertenecía en exclusiva alos nacionalistas.

¿Totalitarismo o totalismo?Por parte del nacionalismo radi-cal, la voluntad de expulsar de lavida política como fuese a losoponentes dio lugar a una estra-tegia de aniquilamiento (Vernich-tung) de corte estrictamente nazi.Pero para la asimilación plena almodelo totalitario faltaba la cen-tralidad de ETA en la posiciónde partido único que busca laconstrucción de un nuevo régi-men político del que surja unhombre nuevo a partir de uncomplejo de instituciones y con-troles prefijados. El líder carismá-tico y su partido son ciertamentereemplazados en este caso por elliderazgo no menos carismáticode la organización terrorista. Aho-ra bien, más allá del recurso a laviolencia y de la meta indepen-dentista, los objetivos son confu-sos. El Estado vasco, consistenteen una Euskal Herria unificada yeuskaldún, antes también socia-lista, carece del contenido propiodel Estado nuevo característicode los fascismos. Para cumplir lascondiciones requeridas porE. Gentile en la calificación detotalitarismo falta, pues, la pri-macía de la política, una vez di-fuminado el sueño socialista, au-sencia por lo demás lógica te-niendo en cuenta la prioridadabsoluta otorgada a la acción mi-litar, al terrorismo protagonizado

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* En síntesis, la definición del totalita-rismo de E. Gentile comprende: a) unmovimiento político organizado por unpartido rígidamente disciplinado; b) queaspira al monopolio del poder y que unavez conquistado destruye o transforma erégimen preexistente y construye un Esta-do nuevo fundado sobre un partido único;c) con el objetivo de subordinar e integrara la sociedad sobre la base de la politiza-ción integral de la existencia; d) interpre-tada de acuerdo con una ideología sacrali-zada en forma de una religión política cu-yo último fin es la creación de un hombrenuevo que asume plenamente los valoresdel orden totalitario. En J. Antón, coord.,Orden, jerarquía y comunidad, Madrid,2002, pág. 81.

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por ETA *.Sería entonces pertinente dar

con otro concepto explicativopara este tipo de movimientoscuasi-totalitarios en los que con-vergen como elementos activos aun mismo nivel la política y lapsicología social. Con rasgosmuy diferentes entre sí, el inte-grismo musulmán o el castris-mo pueden ser incluidos con elmovimiento radical de ETAdentro de la categoría de “tota-lismo” que en su día acuñó Ro-bert Lifton, tomando como re-ferente a la forma de generaciónde consenso del comunismomaoísta. El concepto de “tota-lismo” permite aprehender loque denominaríamos un totali-tarismo capilar, donde el sistemasocial en su conjunto o una par-te significativa del mismo con-tribuye al establecimiento deuna forma de poder que imponeel control absoluto de los com-portamientos y la homogenei-zación ideológica en el marco deun enfrentamiento apocalípticocon un enemigo designado. Ladiferencia fundamental con eltotalitarismo clásico reside en elpapel de protagonista que de-sempeña el componente social.No son el Estado o el partido,fascista o comunista, los que po-nen en marcha el proceso de su-misión global de la sociedad engeneral y de los individuos quela componen a una visión delmundo que determina las cre-encias, los valores, los símbolos ylas conductas.

La lógica totalitaria aspira adar forma a la realidad de arribaa abajo. El totalismo implica laasunción de un objetivo equiva-lente, mediante un proceso inte-ractivo, en el cual no desapareceel centro superior de decisiones,pero entra en juego la interven-ción activa de su base social, en-tendida como comunidad decreyentes –en Alá, en la Revolu-ción o en Euskal Herria– queasume y promueve las ideas cen-trales y los valores del proyectopolítico. Nos adentramos así enel terreno de la psicología social,ya que la forma de poder resul-tante se apoya en el compromisoactivo de unos sectores sociales

para arrastrar al conjunto de lasociedad en la dirección marcadapor la ideología. El “totalismo”supone entonces un sistema decreencias que aspira a incluir losaspectos esenciales de la vida so-cial y política, y representa lasrelaciones políticas y sociales entérminos de una radical bipola-ridad de valores, en torno a unadualidad nuclear, del tipo revo-lucionario/contrarrevoluciona-rio, patriota/extranjero o traidora la patria, comunista/antico-munista, cristiano/ateo, creyen-te/infiel.

En su libro Chinese ThoughtReform and the Psychology of To-talism, Robert Lifton examinaocho temas básicos que definenla actitud totalista, siendo re-cientemente objeto de una reor-denación por A. Dick, Th. Rob-bins y S. Barrie-Anthony (vervol. 14 de Terrorism and Violen-ce, 14, 1, 2002). El fundamentales la exigencia de pureza, deacuerdo con la cual el mundo ylas valoraciones se dividen me-diante la aplicación del par decategorías puro/impuro, con laideología propia definiendo elpolo del bien al que todo estápermitido y cuyos abusos se en-

cuentran autorizados, en tantoque el polo de la impureza su-giere el castigo, el menosprecio y,en el extremo, la supresión delotro. De ahí que la ideologíapropia adquiera el carácter de undoctrina sagrada, de religión po-lítica que proporciona una vi-sión general de las relaciones so-ciales y de los deberes de los in-dividuos en el sentido profundode una religatio, un vínculo queobliga a los mismos a compro-meter todos sus esfuerzos parahacer efectivo el proyecto en-vuelto en la sacralización. Éstaimplica una manipulación místi-ca de los símbolos del poder, demanera que los elementos cen-trales de la ideología se convier-ten en objetos de culto, desdelas personas de los líderes a losmártires o a los emblemas deaquélla. La responsabilidad delindividuo, una vez contraído elvínculo con la religión política,es tal que toda violación del mis-mo suscita un castigo inexorable ocuando menos el culto de la con-fesión que muchas veces no evitalo anterior. Porque la afirmaciónde la propia pureza frente al otroy la sacralización de las creenciashacen imprescindible la confi-guración de una posición de po-der, tanto sobre los adherentes ala doctrina como sobre el espaciopúblico en que se desarrolla la con-frontación, por lo cual el controldel medio, así como el mono-polio de las decisiones y de la in-formación, constituyen un re-quisito imprescindible para laafirmación del polo de la pureza.Control del espacio público ycontrol de la comunicación, de unlenguaje codificado que median-te un estricto control de las de-signaciones permite garantizar lahegemonía del círculo de los pu-ros sobre el círculo de los ene-migos. Los puntos de llegada deesta construcción son la subor-dinación radical de la persona, an-te el imperio de la doctrina y delproyecto sociopolítico dirigido aafirmarla, y, por fin, una deshu-manización radical, la supresiónde la verdadera existencia del otro,su muerte civil o su exclusión demodo que resulte garantizado elmonopolio absoluto del poder.

El denominador común delos totalismos consiste en la vo-luntad de hacer del “pueblo cre-yente”, que en ocasiones es tam-bién el “pueblo revolucionario”,el actor privilegiado del estable-cimiento de un orden monolíti-co, sacralizado y orientado a laexclusión irreversible del otro ennombre de un patriotismo decomunidad (religioso, nacional-comunista o étnico). ETA en-caja perfectamente en la últimacategoría. La micro-sociedadabertzale asume la iniciativa deimponer la doctrina redentora atodos, justificar una lucha cen-trada en las acciones terroristas ydesarrollar la proyección de susideales sobre la sociedad vascacon el fin de ahormarla al este-reotipo definido por SabinoArana. Se trata de configuraruna red altamente cohesionadacon las diferentes organizacio-nes sectoriales –desde el partidoy la juventud al sindicato y a lasgestoras pro-amnistía– que obe-decen a ETA y controlan unaparte de la sociedad vasca conuna vocación expansiva y deagresión contra “el enemigo”,hasta la reducción de éste a latotal impotencia política, e in-cluso a la invisibilidad y a la su-presión de la voz. Al franquearla barrera de la supresión delpluralismo político, ETA ingre-sa de pleno derecho en la reser-va del “totalismo”, lógicamenteen calidad de movimiento so-ciopolítico, y no de partido o derégimen.

Resulta incuestionable que ladualidad puro/impuro, con laoposición abertzale vasco vs. es-pañol o españolista, inspira ensu totalidad el proyecto políticodel nacionalismo radical dirigi-do al establecimiento de una so-ciedad ajustada a sus mitemasculturales e ideológicos. La sa-cralización de la doctrina es asu-mida hasta tal punto que puedeestimarse que la llamada iz-quierda abertzale lleva al extre-mo una religión política de laviolencia. El dios de Sabino hadesaparecido, pero su lugar esocupado por la causa de la inde-pendencia que todos los verda-deros vascos tienen la obligación

ANTONIO ELORZA

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de impulsar, y por ETA en elpapel de salvador armado. El pa-pel de líder carismático resultatransferido a un protagonista co-lectivo de naturaleza espectralque le hace invencible, encarna-ción del pueblo vasco en lucha:ETA se sitúa así en la estela delos héroes redentores propios delos movimientos populares derebeldía en el Antiguo Régimen,pero esta vez al servicio de unacausa sagrada. Sólo que en lugarde un protagonista individualestamos para sus seguidores an-te la valentior pars, la élite de lajuventud patriótica, heredera dela gaztedi berria –la nueva ju-ventud que hizo a ETA en losaños sesenta–, la cual en la luchase entrega por la patria hastaasumir el eventual martirio. Lamanipulación mística de lossímbolos se despliega en un con-glomerado de rituales en torno ala bandera nacionalista, con lasmanifestaciones reivindicativas,las procesiones políticas en tor-no a los terroristas vistos comomártires, la exhibición de carte-les y pancartas y los retratos delos presos en las cárceles france-sas y españolas. El sentido delespectáculo habitual en la tradi-ción nacionalista radical lleva aasumir rasgos estrictamente, conla carga de agresividad, contraun enemigo al que trata de ani-quilar por ser el portador esen-cial de la impureza. Desde unpanfleto de 1963, La insurrec-ción en Euskadi, las cosas estabanclaras: “Nuestra verdad es unaverdad absoluta, es decir, unaverdad exclusiva, que no admitela duda ni la oposición, y quejustifica la eliminación de losenemigos virtuales y reales”. Losmétodos para alcanzar ese fin seconvertirán en estrictamente to-talitarios, con una presión cons-tante sobre las personas y losgrupos democráticos, fundadasobre diversos grados de violen-cia, desde las amenazas y lasagresiones, al asesinato. Hay enETA y en sus organizaciones sa-télites una clara voluntad de loque Lifton llama “el control delmedio”, la búsqueda por todoslos caminos de un monopolioexclusivo del espacio público

vasco, sobre todo en las unida-des de población pequeñas ymedias. Un rasgo totalista más:ETA no reconoce a sus adversa-rios la dignidad humana, y tam-poco tolera que la asuman losque se han comprometido, con-denando a ambos a ser sujetospasivos de su estrategia de ani-quilamiento. Eliminar a losotros, someter sin límites a susmilitantes a las consignas de laorganización, tales son las reglasde un juego cuyo propósito con-siste en establecer una dictaduraxenófoba inspirada por un po-pulismo nacionalista.

A diferencia del modelo clá-sico, es la religión política la queen este caso, como en el de laumma integrista, empuja haciael totalitarismo, y no a la inversa:en la Alemania nazi o en la Italiafascista son el movimiento y elEstado totalitarios los que for-jan en beneficio propio e instru-mentalizan a la religión política.Los componentes básicos del fe-nómeno ETA encajan sin pro-blemas en el marco definido porLifton: el protagonismo de unacomunidad imaginaria portado-ra de las esencias positivas de unpueblo, la imposición de una re-ligión política, la perspectivadualista, o mejor maniquea, delas relaciones sociales y políticas,el recurso implacable a la violen-cia para alcanzar el extermino ola exclusión definitiva del “ene-migo” y, por fin, la asignación alsector militante de la sociedadvasca del papel de agente princi-pal a las órdenes de ETA, ema-nación suya, en la edificación yen el mantenimiento de un or-den del que es suprimido todopluralismo. Volviendo al esque-ma de E. Gentile, no hay pri-macía de la política, colocada ala sombra de la dimensión mili-tar, ni proyecto de moderniza-ción. El tipo de vasco que prota-gonizará el nuevo orden de laEuskal Herria independiente, li-berado de toda mancha de espa-ñolidad, procede en línea direc-ta de la elaboración sabiniana,cambiando sólo la raza por lalengua, como propusiera Krut-wig, y la fe en Dios por una reli-gión totalizadora de la patria.

El Estado vasco, en ETA co-mo en Sabino, es un instru-mento para un fin, el traslado ala realidad de una comunidadsoñada de contenido arcaizan-te. En la violencia, ETA se limi-ta a cumplir la profecía sabinia-na, tal y como ésta fuera formu-lada por Santiago de Meabe: laprisión preventiva queda atrás yahora estamos en la etapa de lalucha final por la independen-cia. Único punto débil: la prio-ridad que entonces toca al as-pecto militar, al éxito de la es-trategia terrorista, pasa aconstituir un factor de fragili-dad, incluso definitiva, en casode derrota de la misma, con elriesgo de que toda la construc-ción articulada en torno a ETAse derrumbe como un castillode naipes.

En todo caso, la estrategia dela intimidación no ha sido inú-til, sin que resulte preciso llegara la elaboración de un censo vas-co que restrinja la ciudadanía alos patriotas, como sugirieronpor distintas vías Xavier Arza-lluz y los portavoces de Batasu-na durante el gran miedo ante-rior a las últimas elecciones au-tonómicas. El artículo de JavierSalutregi, ex director de Egin,colgado en la página web de Ga-ra durante semanas en la prima-vera de 2001, expresaba con to-da nitidez la intensidad de eseregreso a Sabino, incluso en eltítulo: “Emigrantes e invasores”.La inmigración a tierra vasca detrabajadores no vascos de con-dición casi animal –“hormigasmalqueridas”– fue el instru-mento principal de desnaciona-lización utilizado por España, yaque muchos, incitados por lospartidos españoles, se entrega-ron a la labor destructora de lanacionalidad vasca; hacen galade españolidad y se dedican amachacar a los auténticos vas-cos “desde el foro como el deErmua y desde espíritus comoel de Vallecas”. Ante tipos seme-jantes, resulta lógica una res-puesta contundente. Pero estono hace ya falta que lo escriba elarticulista; sacar las consecuen-cias corre a cargo del complejoETA. Así, según el Euskobaró-

metro de noviembre de 2002, apesar de las horas bajas de ETAy de su entorno, casi dos terciosde los vascos perciben miedo aintervenir en política y casi cua-tro de cada diez votantes de lospartidos constitucionalistasabandonarían Euskadi si pudie-ran mantener su nivel de vida.La presión violenta sobre los nonacionalistas mantiene su efica-cia política, en cumplimientodel diseño totalizador de forjaruna sociedad vasca sobre el mol-de abertzale que Sabino Aranatrazara hace un siglo. A partirde su mismo repertorio de ideassobre la composición excluyentedel “pueblo vasco”, Ibarretxe es-tá en condiciones de aprove-charla para ver realizado su plande segregación. n

NOTA BIBLIOGRÁFICA

Para leer a Sabino Arana en directo:En 1965, coincidiendo con el centena-rio del nacimiento, el PNV impulsódesde Bayona la publicación en BuenosAires de las Obras completas, que no loeran tanto. Ya en la democracia, estasObras completas fueron editadas porSendoa. La documentación procedentede Engracio de Arantzadi, discípulopróximo de Sabino, fue publicada porMauro Elizondo en Sabino Arana padrede las nacionalidades (Bilbao 1981) y ladel fondo Luis Arana por Javier Cor-cuera y Yolanda Oribe en los cuatrovolúmenes de Historia del nacionalis-mo vasco en sus documentos (Bilbao1991). El drama De fuera vendrá.., es-crito en 1898 por Sabino, fue recupe-rado por José Luis Granja (San Sebas-tian 1982). En un nivel de divulgación,publiqué la antología de textos sabinia-nos La patria de los vascos (San Sebas-tian 1995). Hay otras, entre ellas la pre-parada por Luis de Guezala para elPNV en 1997.

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uando Bertolt Brecht vol-vió a Alemania, y en estecaso a la República Demo-

crática Alemana, después de suexilio en Estados Unidos, ya Pe-ter Suhrkamp estaba en trancede crear su propia editorial en laRepública Federal, desgajándoseasí de Samuel Fischer, que se-guiría su propio rumbo. Suhr-kamp se había volcado enBrecht con una dedicación totaly a veces suicida, desafiando enla Alemania hitleriana los vetosal autor de La ópera de los tres pe-niques; le envió dinero, le con-servó contratos, le estimuló mo-ral y económicamente en el exi-lio; fue, en ese largo periodo deincertidumbre, el mejor amigode Bertolt Brecht, incluso porencima de sus obligaciones co-mo parte integrante de la edito-rial que publicaba sus obras.Cuando Suhrkamp decidió de-jar esa editorial y crear la suyapropia, le escribió a Brecht paraconfirmar si éste le iba a seguiren su aventura personal o si semantenía con su editor tradi-cional. A vuelta de correo, desdela Alemania del Este, Brecht lerespondió con una carta de líneay media: “Naturalmente, megustaría estar, como fuera, en laeditorial que usted dirige”.

Sigfried Unseld, el gran edi-tor alemán que acaba de fallecery que heredó la gran tradicióneditorial de Suhrkamp, recuerdaese hecho en su libro El autor ysu editor, publicado por Taurusen España en 1985. Y añade queesa carta que Brecht le envió aSuhrkamp es el sueño de cual-quier editor. Porque es la con-firmación de un trabajo com-plejo que prácticamente en todoel mundo se asocia con el nego-cio, pero que en la intimidad del

trabajo de los editores (con susautores) es mucho más una con-versación que un negocio, aun-que también (y esto lo deja bienclaro Unseld en ese libro y ensu propia biografía editorial) hade convertirse en un negocio pa-ra que adquiera todo su sentido.Y si no es un negocio, tampocoes una conversación, o, al me-nos, es una conversación con-denada a interrumpirse.

Un ser en la sombra Editar es, sobre todo, llevar acabo una conversación: entrelos libros y la sociedad, es decir,entre lo que se publica y lo quese lee. Pero en lo fundamental,en lo que corresponde al oficiode editar, es una conversaciónsobre los intereses literarios delescritor, sobre sus intereses eco-nómicos, y además sobre su fa-milia y sobre sus gustos, sobresus pasiones y sobre sus defec-tos; sobre su ansiedad y sobrelo que le hace feliz. El editor esun confesor y un amigo, y es,en todas esas capacidades, unser en la sombra, alguien queconoce tan bien la fibra de susocio en ese negocio de editarque ha de dedicarse a él como sifuera sólo su sombra en el espe-jo; el editor ha de saber que éles, en efecto, la sombra, mien-tras que la cara que ha de versey enfocarse es la del autor pro-piamente dicho. El editor queconfunde su figura con la delautor, pregona los éxitos de éstecomo si fueran propios y cae enla tentación de ser él mismo eldivo del espectáculo, está con-denado a mezclar de maneramuy peligrosa los distintos ám-bitos de una relación esencial-mente complicada. El editor esel editor y el autor es el autor.

Ni más ni menos, todo por suorden.

Para que Brecht le escribieraesa carta decisiva y emblemáticaa Suhrkamp, éste no sólo esti-muló su escritura: le convencióde que el mundo necesitaba suescritura, le dijo que ésta era im-prescindible, cuidó luego sus li-bros hasta la exasperación, losexpurgó de defectos y de fallos,y los divulgó como si estuvieradivulgando sólo esos libros, co-mo si no hubiera otros en su se-llo editorial; y, además, le dioconfort y seguridad, le relacionócon colaboradores que hicieronmás fructífera y más completasu imagen teatral y literaria, y leprocuró una felicidad personalque sólo, aunque de manera tangrave, fue truncada por la guerramundial.

Pero es que cuando Brechtrenació de la guerra con la espe-ranza de reintegrarse a su len-gua (que era su patria), el pri-mero que estaba ahí, como eldinosaurio del cuento brevísimode Augusto Monterroso, eraSuhrkamp. Peter Suhrkamp noacudió en su socorro (o en suestímulo) contándole sus pro-pias vicisitudes en la guerra, quefueron muchas, muy personalesy muy dolorosas; en cuanto rea-pareció Brecht en su horizonteeditorial y cultural, ya era Brecht(o así lo tenía que entender éste)el único objeto de las preocupa-ciones del editor, la única bio-grafía interesante, la joya de sucorona editorial. Dejó de tenerimportancia que el propio Suhr-kamp hubiera sido perseguidopor Hitler y los suyos, importa-ba poco la biografía del editor,pues aparecía el autor y de él erael escenario; el editor salía a suencuentro, y en ese encuentro

se fundía, desaparecía él mismopor completo.

Por supuesto que Peter Suhr-kamp tenía otros autores (entreellos, Hermann Hesse, de quiense ocuparía muy personalmenteel propio Unseld más tarde), pe-ro Brecht debía guardar la im-presión de ser único en los inte-reses del editor; en ese libro deUnseld sobre la relación con losautores, de consulta obligatoriapara quienes quieran dedicarseal complejo mundo de la con-versación editorial, Unseld se ex-traña de que una vez (una veztan sola) S. Fischer, que era unmaestro de editores y cuyo tra-bajo está en el origen del propioSuhrkamp, se hubiera dirigidoa uno de sus escritores (Her-mann Hesse, nada menos) di-ciéndole que le estimaba tantoque podía decir sin temor aerror que se acercaba a la calidadde algún otro (Emil Strauss, delque nosotros no nos acordamos)que ya estaba en su catálogo.

La extrañeza de Unseld esuna extrañeza lógica: cuando uneditor conversa con un autor, és-te es la estrella de su firmamen-to; el catálogo es una sucesiónde buenos libros de los que nosólo está satisfecho el editor, elautor también elige la editorial,porque quienes le acompañanvalen la pena, pero en la percep-ción cotidiana de la realidad loque el autor quiere es ser único;por eso es el autor, así está en elcontrato y así está en su psicolo-gía. Por eso, del mismo modoque hay seductores que se con-sideran a sí mismos monógamossucesivos porque quieren a cadauna de sus mujeres (o de sushombres) por igual pero sucesi-vamente, el editor ha de ser unamante sucesivo, pero único,

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C U L T U R A

EDITAR ES CONVERSAR

JUAN CRUZ

C

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ante cada uno de los autores desu catálogo. Es un amor singu-lar: no vale compartirlo. Por eso,en los libros de estilo de cual-quier editor o de cualquier pro-motor editorial, debe existir unacláusula, que probablemente noha de escribirse, que prohíbajuntar a escritores que se hallenen competencia. ¿Y cómo se sa-be que hay competencia entreellos? En principio, no la haysiempre, pero siempre la hay…No hay reglas, pero en caso deduda es mejor abstenerse. ¿Y nose pueden juntar para nada? Sepueden juntar en un estadio oen un espectáculo, en un colo-quio o en una mesa, pero ha deestar sobreentendido que cadauno de los protagonistas tienesu propio protagonismo. ¿Y nohay la duda sobre si un protago-nismo es mayor que otro? Lasdudas son múltiples, y cada unotiene una razón para planteár-sela. Resolver la duda con tino

es una de las habilidades que eleditor ha de poner en juego pa-ra no complicarse la vida.

Probablemente esa preocupa-ción sea espúrea o por lo menosexcesiva, pero está bien tenerlaen cuenta: en caso de duda, eltrato ha de ser singular; antecualquier situación compleja esmejor quedarse a solas con elautor. El editor que conoce biena su autor manejará mejor sudolor de muelas que el mejordentista, sobre todo si en el si-llón contiguo del consultoriohay otro autor que se le asemeje.

La desconfianza del autor El esfuerzo intelectual (y senti-mental) que exige esa tarea demonogamia sucesiva es ingente,pero tiene la compensación demerecer al final una carta comola de Bertolt Brecht. Se suelepensar (o se suele deducir) quetodos los autores demandan elmismo interés por parte del edi-

tor, y que éste ha de satisfacerese interés poniendo de su parteuna buena dosis de pasión y otradosis adecuada de comprensióno de hipocresía, o de diploma-cia, en el ejercicio de su trabajo.Se piensa, pues, que del afectonace la satisfacción, y del cuida-do y del halago nacen fidelida-des sin sombra. Quienes creeneso se engañan: la relación deBrecht (como la de Hesse) conSuhrkamp estuvo dominada,antes y después de la guerra, porla desconfianza del autor haciasu editor; era su amigo, pero nosiempre era visto como su cóm-plice; el editor quería de sus li-bros (de los libros de Hesse) lomejor, pero no lo quería (mu-chas veces, siempre desde laperspectiva del autor) sólo por laexcelencia literaria, sino por lavecindad del negocio; Hesse eraextremadamente suspicaz conrespecto a las intenciones de suseditores (Suhrkamp, Unseld)

cuando éstos querían reeditar,compilar, prolongar obras queél ya había dado satisfactoria-mente por concluidas. Creía quea ellos sólo les movía el nego-cio, mientras que a él le preocu-paba puramente la literatura.

Y Brecht era un hombre ex-tremadamente minucioso y le-vantisco, no aceptaba de gradounos u otros tipos de papel parasus ediciones, quería controlar almilímetro todos los aspectos dela edición (y de la promoción)de sus libros, y exigía tambiénunos u otros responsables delacabado final de sus volúmenes.No siempre era un mar de rosasesa relación; más bien, casi nun-ca era un mar de rosas. De ladialéctica entre lo que el autorquiere y lo que el editor puededarle se puede aprender muchoacerca de la naturaleza humana,sobre todo en lo que ésta tieneque ver con los problemas quegenera cualquier relación amo-rosa. Y la relación del editor conel autor es la de un matrimonio;por eso es tan dura la perspecti-va de la infidelidad, y por esosiempre están en periodo de no-viazgo; de ahí la inminencia sis-temática de los celos…

Aún así, por encima de esasdiferencias de criterios, de celosy de riñas, de declaraciones deamor y de juicios por infideli-dad, en el caso de Brecht el edi-tor era el editor y no tenía la úl-tima palabra como tal, sino co-mo el confidente o el amigo queen alguna instancia de esos con-flictos lograba ser. Es decir, quecuando se producía la barrera dela incomprensión entre lo quequerían una y otra parte de lasociedad constituida entre el au-tor y el editor había una plumaque desnivelaba la balanza, y és-

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Peter Suhrkamp y Bertolt Brecht

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ta podía ser la pluma siemprevolátil, pero muy recomendable,y tan querida, de la amistad. Pe-ro no era suficiente.

Los autores y los editores noson exactamente amigos; pue-den llegar a serlo, pero dar pordescontado ese resultado de surelación sólo porque compartenun interés común resulta excesi-vamente confiado. En estos ca-sos que estamos relatando (y encasi todos), la última palabra erala del autor; si se dejaba con-vencer, mejor para el editor, pe-ro si no se dejaba convencer, erael editor el que perdía la baza ydebía hacer de grado lo impues-to por el autor. Una discusióncon un autor puede durar siglos,pero si esa discusión se hace in-terminable es que algo falla, ycuando algo falla en la conver-sación editorial sigue el silencio,y el silencio ya sabemos qué sig-nifica. En la pareja y en la vida:el silencio es un reproche, unarma que carga el diablo.

Con autores de mucho ran-go, esto es así, a no ser que eleditor sea muy hábil y las razo-nes de enfrente cedan a las ra-zones de quien edita. Unseldcuenta que cuando el personalde la editorial se encontraba conun autor, la conversación debíair por el lado de los parabienes,sobre todo si el autor era joveny aun se mostraba capaz de re-cibir de grado las críticas, o lasrecomendaciones, de la edito-rial; pero cuando estas críticas orecomendaciones tenían queponerse por medio, el personalde la editorial debería retirarseoportunamente para dejar queel editor y el autor establecie-ran, en una conversación priva-da, el renglón de sus diferen-cias. De esa conversación sur-gían –y surgen—decisionesgravísimas que pueden nacer deuna victoria de uno o de otro,del editor o del autor, perocuando se hacen efectivas ya sonde uno solo, del editor, que asu-me hasta el final las consecuen-cias de su acuerdo.

El autor no se equivoca, él esel autor; se equivocan otros a sualrededor: sus libros hablan porél, de los demás asuntos del ne-

gocio la responsabilidad, abso-luta, es del editor; y éste ha deser solidario con lo que le pase allibro. Ese es el acuerdo no es-crito, y esa es la grandeza, con sumiseria, de publicar lo que hacreado otro. Pero es que lo queha creado otro es sublime e im-prescindible para seguir hacien-do el catálogo; del editor se pue-de prescindir, del autor, por de-finición, esto es imposible.Unseld decía que Suhrkamp te-nía un respeto reverencial porlos autores, no le cabía en la ca-beza grandeza mayor que la decrear obras literarias; ante eso élse rendía. Por eso fue un graneditor, y Unseld le siguió en esay en otras convicciones que con-virtieron su sello en una de lasgrandes referencias culturales deAlemania y del mundo.

Pero volvamos a la conversa-ción. Si de esas conversacionesel autor y el editor no salen co-mo amigos, aunque hayan ha-blado a cara de perro, es que lacosa no funciona. Por eso suge-ría Suhrkamp (y cumplió Un-seld) que esas conversacionesfueran de amigos que se en-cuentran a solas para hablar dela vida, de la literatura, pero so-bre todo de un libro único, eldel autor que tiene delante. Ypara sacarlo adelante, no parainterrumpirlo. Una vez Unseldse arrodilló ante Isabel Allende:la admiraba desde hacía años,quería tenerla entre sus autores,era una pasión personal. Fue abuscar hasta Hungría a ImreKertesz, antes de que éste obtu-viera el Nobel: su obra era la demayor porvenir de Europa, lenecesitaba en su catálogo; reco-rría el mundo con esa convic-ción: el editor tiene fe, ha demostrarla, no la puede mostrarsin hacer algún alarde de su pa-sión, aunque este alarde resulteexagerado o extemporáneo...

Una difícil amistad Ese, el de la difícil amistad, esotro aspecto fundamental de esarelación conversacional entre eleditor y su autor. ¿Son amigos,pueden serlo? Son socios, eso di-ce Unseld, y es posible que lle-guen a ser amigos. Cuando mu-

rió Suhrkamp y Unseld asumiósu puesto en la editorial queaquel fundó, Hesse le escribióuna carta al sucesor explicándo-le cómo debía ser un editor, quégrado de libertad debía procurarpara la cultura de su tiempo,qué riesgos debía asumir parahacer efectivo ese ejercicio de li-bertad, y le ofrecía su amistad ysu apoyo, y por supuesto la nosiempre descontada fidelidad.Pero a las primeras de cambio,Unseld recibía de Hesse, o de sumujer, que fue su albacea, críti-cas muy extemporáneas o en-cendidas sobre las verdaderas in-tenciones del editor, siempre ba-jo la sospecha de poner pordelante del arte la nefasta maníade hacer negocio.

Pero en la conversación edi-torial la amistad se puede lograr,aunque sólo hasta un punto. Pormuy profunda que llegue a ser larelación, el editor ha de serconsciente (y esto es lo que de-duzco no ya tanto de mi propiaexperiencia, sino de lo que oigoy de lo que leo acerca de esta di-fícil profesión) que las suyas sonobligaciones de las que rara vezhay que buscar compensaciónalguna. El editor es la sombraen el espejo; está obligado a es-timular y a creer en la obra delotro, pero él no hace la obra delotro; digamos que en el caminoeditorial hay un largo procesoque inicia uno, el autor, hallaun cómplice por el camino, quees el editor, pero cuando ambosllegan a la meta, a la publica-ción del libro, es el autor el úni-co que tiene la autoridad paramerecer la satisfacción de habervencido (si vence) en la carrera.Y si no vence, entonces sí entraotra vez en liza el editor, que hade compensar, con su cariño ycon su comprensión (literaria,humana, todo va junto), el su-puesto fracaso con un afectopersonal, con una dedicaciónsustancialmente delicada en laque el editor ha de ser un verda-dero maestro. No sólo ha de sa-ber enviar flores o elogios, o ca-ricias, en el momento oportu-no, sino que ha de estar allí,junto a su socio, en el momentoadecuado, sea éste bueno o re-

gular, o malo; ha de aceptar laposibilidad de una catástrofe, yha de estar allí para hacerse res-ponsable de los efectos del cata-clismo; ha de saber direccionesy teléfonos de dentistas o de za-paterías, debe estar dispuesto aprocurar el mejor terapeuta pa-ra un dolor de espalda (un pro-blema muy habitual en los es-critores), pero también tieneque saber que el autor no so-porta el color verde o que sóloacepta rosas amarillas. Ha de sa-ber que odia los gatos, perotambién tiene que saber queadora los percebes. Debe saberque se despierta temprano, y hade crearle el ámbito necesariopara que esté seguro de quecuando despierta, si eso es opor-tuno, tenga una buena noticiaen la mesa de noche.

Hace algunos años me en-contré con el propio Unseld enuna clínica de salud y adelgaza-miento de Marbella, cerca de lafecha en la que Mario VargasLlosa (uno de sus autores favo-ritos) había terminado una desus grandes novelas, La fiesta delchivo; Unseld se sometió (era sucostumbre, por otra parte) a lamisma cura que el escritor pe-ruano: aguardó a que fuera elúltimo día del ayuno, organizóuna cena para celebrar que yapodía comer, observó que todoera adecuado en la mesa, per-maneció de pie, en la actitud delos camareros que vigilan, le dioun golpecito de afecto a su autory se fue sin hacer ruido. Su ob-jetivo era la felicidad de su au-tor; ya la había dejado garanti-zada, al menos por esa noche.Él se volvió a Alemania: teníaotros platos que servir, algúnotro autor precisaba de su gol-pecito de amistad en la espaldasolitaria, y acaso doliente, porotra parte…

De esas cosas se va haciendoel afecto. El escritor no necesitala felicidad y el mimo sólo cuan-do ya ha escrito el libro; su mo-mento de mayor desolación escuando tiene tiempo por delan-te, no está en el centro de ac-tualidad de los medios (si su psi-cología va por esos derroteros) yprecisa de atención directa y dis-

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creta, una llamada, un libro ra-ro, un estímulo, cualquier florque le levante el ánimo. Dígase-lo con flores, rezaba un antiguoeslogan; pues a veces es mejordecirlo con flores: están en elmercado, son baratas y lo dicentodo. A los elogios se les llamaflores en nuestro argot; por algoserá. Gertrude Stein decía que,para escribir, un escritor necesi-ta tres cosas fundamentales: elo-gios, elogios y elogios. Y alguienha recordado que el desayunofavorito de los escritores se com-pone de egos revueltos. Y no esporque el egocentrismo sea enellos un defecto: es la necesidad;cómo se iba a escribir nada anteel papel en blanco si no se tu-viera una alta estima de lo queuno mismo va a decir. Del usodel egocentrismo nacen las gran-des obras, y no sólo las grandesobras literarias o artísticas, sinomuchas otras, entre las cuales fi-guran en muy buen término lasgrandes obras de ingeniería o losenormes monumentos escultó-ricos… James Joyce tenía un hu-mor de perros, nunca hablabade sus libros, sino de sus necesi-dades económicas. Si no hubie-ra tenido editores que le hubie-ran seguido (y tolerado) su con-versación imposible, ¿cómohubiera dejado la obra que hizo?El mal humor del autor es com-prensible, se debe tolerar; el edi-tor debe estar siempre dispuestoa entenderle. Ése es el difícil ofi-cio que ejerce.

¿Y puede todo el mundo elo-giar a un escritor? ¿Cualquierapuede satisfacer esa vanidad he-rida, sin la cual es imposible si-tuarse ante la máquina de escri-bir o ante el espejo? No, no to-do el mundo lo puede hacer, oal menos no todo el mundo lopuede hacer con la misma dosisde credibilidad, con la mismapasión, que un editor; trabajapara eso, ésa es una parte fun-damental de su tarea: llevar con-fianza, comportarse como unamigo absolutamente leal. Por-que en algún punto del corazónsuspicaz del autor el editor esfundamentalmente un amigo,quiere lo mejor para él; ésa esuna convicción que ha de estar

en el fondo de toda relación,aunque la relación se tambalee;si no existe ese hilo, el estímulomutuo es imposible.

El editor vive en el mundo, oeso se supone, mientras que elautor crea en soledad: a la sole-dad hay que ir con dedicación ycon calor, con buenas noticias;todo no es simbólico, o metafó-rico: lo que se quiere decir,cuando se explica que el editorvive en el mundo, es que el edi-tor está obligado a informar alautor de lo que pasa a su alrede-dor, haciéndole llegar el latidodel universo, en lo que se refie-re a él mismo y en lo que se re-fiere al mundo que el escritortrata de revelar. En el marco deesa correspondencia práctica-mente cotidiana, el editor ha deestar pendiente de los gustos yde las necesidades, como estápendiente uno de las apetenciasde un amigo íntimo o de su pa-reja. Es una relación contractualque en su letra pequeña, e invi-sible, guarda la vocación de laamistad. Y cuando el editor noes un amigo exactamente, sinoun igual, alguien que cree que loque hace el otro –su fama, suescritura– se lo debe, la relaciónse quiebra, el autor siente quele privan de lo que él mismo halogrado; se puede compartir elfracaso con un amigo, inclusocon un autor amigo, pero tene-mos que ser tan buenos amigoscomo para aceptar que la victo-ria es pura y exclusivamente delautor. Quien no esté dispuesto aasumir ese papel será como unautor, pero no será un editor. Yson papeles tan diferentes…Nosotros, los editores, somosamigos que miran; lo vemos to-do detrás de una puerta entor-nada, tras la cual están, también,como una piña, o como una pe-ña, todos los colaboradores dela editorial. El foco se sitúa sobrela cabeza del autor. Así es la co-sa. Nosotros miramos, ellos es-criben.

Hay un concepto que Unseldha subrayado mucho, en ese li-bro tan fundamental como nu-tritivo, y es el concepto del autorfrente al concepto de la obra.Desde esa perspectiva es desde la

que el editor puede mostrar demejor manera su afecto en mo-mentos de fracaso, pues el editorno publica, en este sentido, unaobra literaria, sino que edita, es-timula a un autor con todas susconsecuencias; es responsable delo que publica y de lo que nopublica; es editor de su silencioy de su vida, de su ruido y de sufuria; es el hombre (o la mujer)que estimula su fe en la vida. Esun autor, y no es el autor de unlibro y de otro y de otro; es elautor de una obra, por eso se lesigue, y se le contrata una y otravez, aunque no terminen defuncionar algunos de los ele-mentos de esa obra. O se le con-trata por un tiempo, tal es la feque ambos se tienen.

Así se hacen los catálogos, yeso es lo que hace una editorial.Evidentemente, en el último si-glo ha habido factores que hancontradicho de manera grave esateoría de la editorial como lu-gar de encuentro (o de conver-sación) entre autores y editores,pues muchas veces ocurrió (ymuchas veces seguirá ocurrien-do) que los autores son infieles asus editores, y también vicever-sa, con lo cual se cuestiona labase principal de esa ambiciónemblemática de Unseld: ser edi-tor de autores y no de libros.

Los agentes literarios Las razones por las que se puederomper esa simetría son varia-das, y cada día son más comple-jas y más difíciles de prever. Enel pasado casi no entraba la con-sideración económica en esa tra-bazón, pues o bien los editoreseran muy poco generosos en susanticipos y en sus ayudas a losautores, o en sus contratos, queeran verdaderamente leoninos,o bien éstos apreciaban más elestímulo personal o literario, eincluso la amistad, que la eco-nomía. Esas contradicciones delpasado han dejado sus huellaspara siempre, como heridas enuna relación cada día más sutil ymás compleja. Seguramente loseditores hicieron mucho poracrecentar la desconfianza sobresus manejos económicos, y esocreó una situación propicia para

que los autores traspasaran susintereses a intermediarios muyactivos, que fueron los agentesliterarios. Éstos no sólo venían aaliviar de burocracia la tarea delautor, sino que propiciaban unarelación nueva, en la que el au-tor se desentendía de lo que,siendo doméstico, formaba par-te de las responsabilidades de sueditor… La duda sobre cómo eleditor llevaba a cabo las cuentasresolvió esa parte de la relaciónen muchos de los casos, y ése esel principio de otra historia.

Esa figura de la agencia lite-raria, que es próspera en los paí-ses anglosajones e hispanos yempieza a ser notoria tambiénen Francia y en Alemania dondehasta ahora no se hacía notar,ha variado en gran medida el to-no de la conversación editorial,que ahora se hace, mayoritaria-mente, a tres bandas; sin entraren este instante a valorar lo queeso supone, sí es verdad que re-sulta más íntima, e incluso mássatisfactoria a la larga, una camapara dos que un menage a trois,aunque también es verdad queen principio un trío es más di-vertido. Aunque casi únicamen-te en la cama, y esto de manerabastante transitoria. Los tríossuelen terminar como el rosariode la aurora, y aun antes de queprospere la aurora.

Esa conversación a tres hamarcado desde los años setentael mundo editorial, y estimo queya lo ha marcado para siempre,pues no veo vuelta atrás a una si-tuación en virtud de la cual seha consolidado, casi institucio-nalmente, el desafío que propi-cia el tercero: no te preguntoqué has hecho, te pido cuentassobre lo que vas a hacer con mirepresentado. Por utilizar un ba-remo futbolístico, y no está tanlejos la representación futbolís-tica de la representación litera-ria, recordemos lo que acaba dedecir Ronaldo, el futbolista delReal Madrid: “Tengo mis repre-sentantes y ellos hacen lo queyo les digo”. Los representantesson los terceros, y no porque se-an los terceros en el grado deimportancia, sino porque hanvenido después. Es obvio que,

JUAN CRUZ

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por muy bien que vaya esa rela-ción a tres, la desconfianza tieneque aparecer. ¿Es un estímulo ladesconfianza? De momento, esun hecho, y como es un hechono tiene vuelta de hoja. La cosaes como sigue: el autor escribeun libro, la editorial lo espera,pues considera que lo merece,por el trabajo que hizo anterior-mente con el mismo autor, perotanto éste como su agente creenque la labor anterior (del autor,sobre todo) ha sido tan esplén-dida que merece, sin duda, al-gunas mayores recompensas quelas que el editor ofreció en el pa-sado. ¿Y qué estará dispuesto aofrecer ahora el editor? En esapregunta se introduce la incerti-dumbre que ha marcado ahorala relación del autor con su edi-tor. ¿Cómo se resuelve la pre-gunta? En primer lugar, el autorcree que ha hecho su trabajo, eleditor estima lo mismo y elagente también está persuadidode la bondad de su gestión. ¿Có-mo se pesa la respuesta? Se pesageneralmente en dinero, pero notiene en cuenta lo que se ha ven-dido, sino lo que se va a vender;y nadie se pone de acuerdo conuna cifra, pues todos creen quela cifra venidera ha de ser mejorque la precedente. ¿En qué sebasan? En la suposición, y la su-posición es la madre de todas lassospechas.

Obviamente, detrás de esapregunta, ¿qué esta dispuesto aofrecer el editor por la nuevaobra del autor? Hay mucho pa-sado, muchísima historia, y denuevo tiene que ver con BertoltBrecht y con la famosa carta su-ya de aceptación de Suhrkampcomo su editor para siempre.Dice Unseld que ésa es la cartaque todo editor espera que lle-gue una vez en la vida para po-nerle un marco de oro. Pero esacarta ahora sólo puede llegar ca-si en secreto, o en todo caso enel dudoso papel de las palabrasque se lleva el viento: el autorpuede dirigirse a su editor paraexpresarle su satisfacción por eltrabajo realizado, ponderará elesfuerzo, dejará caer algún re-proche de menor importancia,porque esto siempre tiene que

aparecer en cualquier relaciónautor /editor, pero a fin de cuen-tas dejará en manos de su agen-te, o de sus agentes, el resultadofinal de la negociación próxima.Su compromiso escrito ha de servalidado por otros, y aunque su-ya sea la decisión final, sí es cier-to que esa labor de intermedia-ción ha hecho surgir una incer-tidumbre que hasta hacealgunos años sólo dependía deuna conversación de dos y node un menage à trois.

En esta quiebra de la relación(y aquí la palabra quiebra sólotiene una connotación denotati-va) está basada el panorama realde la relación autor/editor en es-tos momentos y en el mundoen que vivimos. ¿Es una situa-ción mejor que la que sucedíacuando se producían los hechos(y las anécdotas) que cuenta Un-seld en su libro? ¿Es una situa-ción peor? Es una situación di-ferente. No sólo han entrado aconfigurar esa relación los agen-tes literarios, sino que se ha pro-ducido una plétora de nuevas si-tuaciones, que tienen que vercon la irrupción de nuevos me-dios de comunicación, con laindustrialización de la librería,con la expectativa cada vez ma-yor (pero no siempre bien sus-tanciada en la realidad) de unnegocio más próspero gracias alos libros…

No es el propósito de estetexto desmentir el tópico segúnel cual éste de los libros es unnegocio con el que se forran, ensentido literal, los editores. Escierto que éstos han explicadomal los problemas de su sector,que puede ser o no próspero de-pendiendo de circunstancias quetienen poco que ver con su laborprimordial, que es publicar loque les gusta publicar, y que aveces depende de la crítica, de laactitud de los medios, de la dis-ponibilidad de los puntos deventa y, en último término, pe-ro no el menos importante, dela idoneidad de la obra que sepublica… Y es cierto tambiénque en la sociedad se ha instala-do la sospecha de que quien pu-blica extorsiona los derechos delpublicado, pues en la difícil si-

metría autor/editor el que con-trola los medios de producciónse presenta como la parte per-versa de la ecuación…

Pero sí es verdad que en laecuación actual está fallando lareflexión sobre un eslabón per-dido y que no es sólo una metá-fora: la irrupción de ese nuevofactor, la agencia literaria, ha dis-torsionado definitivamente elequilibrio (difícil, sin duda) delos dos que había antes. El es-crutinio sobre la labor editorialno es sólo del autor y del mer-cado, sino que corresponde ya aotro baremo interesante e inte-resado: el baremo del represen-tante. A éste, por su naturaleza,le moverá el buen interés de surepresentado, que exigirá resul-tados de la gestión sobre su obrao sobre sus obras; y en la discu-sión acerca de lo que hacen unosy otros ya no formará parte éldel arbitraje, con lo cual existe elpeligro cierto (y es un peligro,porque es una certidumbre) deque se vayan alejando tácita-mente del editor, para tener enéste un punto de referencia, pe-ro no el último ni el decisivo.

Es una situación muy com-pleja, que no debe resolverse enuna dialéctica de buenos y demalos, pero que conviene plan-tear para buscar fórmulas deacercamiento que ayuden a so-segar un mercado en el que aho-ra se vislumbran factores nue-vos que no siempre son positi-vos. ¿Y por qué no sonpositivos? No hay, ya digo, nin-guna voluntad de activar la dia-léctica de los buenos y de losmalos en este resumen de misopiniones al respecto; al contra-rio, creo que unos y otros tienensus razones (sobre todo sus ra-zones históricas) para jugar nue-vos papeles en el escenario delcomercio y la edición de obrasliterarias. Pero pienso tambiénque unos y otros no han esti-mulado aún zonas de confianzaque devuelvan al editor y al au-tor la primigenia razón de serde su complicidad. Creo, y enesto me acerco otra vez a las teo-rías de Unseld, que es imposiblehacer un trabajo literario (y edi-torial, sin duda) a largo plazo si

sigue siendo activado el gatillodel anticipo mayor como figuracentral del espectáculo, y esti-mo que hay que configurar unarelación nueva y estimulante enla que sea posible que un editorle pregunte a su autor si quiereseguir con él, y el autor, léaseBrecht, escriba una carta de lí-nea y media en la que le expreseel aprecio por la labor hecha.

En esa breve carta de Brechtno hay sólo una referencia fun-damental en la historia editorialdel siglo XX, sino, me parece, unpunto de partida para que vol-vamos a pensar el futuro. Y deesa reflexión no hay ningún fac-tor que deba ser excluido. De ladiscusión entre todos, a lo me-jor, surge una industria culturalmás sólida, más tranquila, másresponsable y muchísimo me-nos crispada. Más libre y másabierta, más estimulante paratodos. n

Juan Cruz es periodista y escritor.

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1. Antes del pensamientoEn una ocasión, hallándome eninvierno en un lugar de Alema-nia, me hice la siguiente pre-gunta: ¿Se puede considerar, enalgún aspecto al menos, El dis-curso del método como un ejerci-cio de autoironía? ¿Por qué la fi-losofía empezó tan tarde a em-plear el yo? ¿Acaso la filosofíahabía ignorado durante siglosque la vida, además de ser unacuestión colectiva, es una cues-tión personal?

La autoironía, que en Des-cartes se traduce en la narracióndistante de las vicisitudes del sermás que del sujeto civil, estabaya en los soliloquios de muchospersonajes de la tragedia griega.Y no sólo en la tragedia, tam-bién en filosofía se había em-pleado con inteligencia el yo.Parménides, por ejemplo, ha-blaba en primera persona, y He-ráclito, cuando nos susurrabaque había estado “buscándose así mismo”.

Y luego estaban los novelis-tas... Esos sí que habían emple-ado el yo y se habían ejercitadoen la autoironía como nadie. Te-níamos ya el ejemplo máximode Petronio y El satiricón.

Otro ejemplo máximo deautoironía había sido El lazari-llo de Tormes, que le debía mu-cho a El satiricón. Otra vez elyo, que se presentaba al lectorcomo un hijo de la calle, o to-davía peor: como un hijo de río,que es nadie y que casi nada sa-be. Comienzo más irónico re-sultaba difícil.

En lo que se refería a la au-toironía, me parecía que no po-cas narraciones habían cimenta-do ya su uso, desde Platón a Pe-tronio, desde Petronio alanónimo autor de El lazarillo.

Todo lo cual para decir quecuando Descartes empieza a es-cribir su Discurso del Método laautoironía ya llevaba un largocamino recorrido.

¿Y qué hace Descartes?Algo muy sencillo: empezar

desde cero, como si fuese el in-dividuo más limitado de su épo-ca, como si fuese un tonto su-perlativo: la ironía socrática, pe-ro referida a uno mismo, en unlargo diálogo con uno mismo, ocon su propia razón.

2. Quien habla soloEn la época en que concibió elDiscurso del Método, Descartesestaba de mercenario en Alema-nia. Un oficio extraño para unfilósofo.

Eran otros tiempos y los jó-venes, incluso los de buenas fa-milias, se tenían que ganar la vi-

da recurriendo a oficios tanasombrosos como el que estabapracticando nuestro filósofo.

Y de pronto llega el inviernoy la tropa tiene que detenerse. Eljoven mercenario contrae inme-diatamente nupcias con una es-tufa, y ya no se separa de ella envarios días, adoptando la postu-ra de un alquimista junto al ata-nor. Hay amores así de auténti-cos, así de apasionados. Aquellofue un flechazo: el que con todorigor le correspondía a aquel es-tudiante de un colegio de jesui-tas llamado La Flecha y queahora andaba perdiendo el tiem-po y la juventud en tierras ex-tranjeras.

Tendí a pensar que no hacíatanto tiempo de eso, o mejor:pensé que ningún tiempo me se-paraba de eso, y que estaba juntoa Descartes y junto a la estufa, a

unos diez mil o veinte mil mi-llones de años del Big Bang.

Luego pensé que la filosofíaeuropea debía mucho a aquellaestufa mítica que tanto calor hu-mano le había dado a Descar-tes. Pero, ¿se podía hacer algomejor en Alemania, sabiendo lohospitalarios que son los alema-nes y sabiendo lo entrañable quees el invierno alemán? Así queDescartes hizo lo mismo queMachado en Soria: se puso a ha-blar solo, pensando que quienhabla solo hablará con el Otroun día.

Pascal también lo había di-cho: “Todo el mérito y todo eldeber del hombre consisten enpensar como es debido; y el or-den del pensamiento es empezarpor sí mismo”.

El orden del pensamiento yel de la experiencia interior. Si-glos antes de Pascal, en el Tíbety en un libro atribuido a Mila-repa y llamado Los cien mil can-tos, podía leerse:

“Si deseas el despertar en esta vidaobsérvate sin cesar ti mismo”.

En la utilización del yo, Des-cartes iba a seguir la tradiciónde la autoironía occidental, confuentes bien claras en Grecia,en Roma y en ciertas novelasespañolas. Como en algunos fi-lósofos y novelistas que le pre-cedieron, más que contar su his-toria cuenta la historia de supensamiento. Y yo me pregun-taba si en realidad Lázaro hacíaotra cosa.

Lázaro empieza en el arroyoy el mercenario francés empiezajunto a una estufa. Junto a ellasiente un calor evidente, y si latoca se quema... Pero uno nopuede fiarse de las sensaciones,primas estúpidas de las aparien-

E N S A Y O

EL MÉTODO DE LÁZARO

JESÚS FERRERO

Descartes

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cias más que de las realidades.De pronto, ese seudolegionarioempieza a considerar como fal-so todo aquello que sólo sea ve-rosímil.

3. La dinámica de la voluntadSupuse que para revocar en unomismo la ley de la verosimilitudhacía falta mucha voluntad. Elmismo Descartes lo suponía, co-mo también suponía que la vo-luntad sólo actuaba cuando es-taba muy convencida de que te-nía que hacerlo. Atribuía a lavoluntad una racionalidad su-prema, como si fuese un meca-nismo de la conciencia estrecha-mente vinculado a la razón, yque por eso sólo con razonesbien sólidas uno conseguía hacerverdaderamente operativa su vo-luntad. No me atrevía a decirque se equivocaba, tampoco meatrevía a asegurar que hacía teo-logía de la voluntad. El pensa-miento occidental estaba en unmomento crítico, de una falsa yasfixiante inmovilidad. Por de-bajo, clandestinamente, la razónse movía (con terror bien ciertoy con mil ojos y mil pruden-cias), pero se movía. Y ocurríaque esa razón en movimientoestaba chocando una y otra vezcontra una impresionante mu-ralla de ideas recibidas y de teo-logía poco fundamentada, pocosegura de sí misma.

El pensamiento individualnecesitaba oxigenarse para po-der respirar. Había que empe-zar de cero, pero siguiendo unmecanismo que no empezaba decero, que llevaba milenios fun-cionando en Occidente. Y, depronto, en ese acogedor ámbitoclandestino en el que se podíapensar al margen de la ortodo-xia, el pensamiento necesitó,con urgencia, con verdadero de-seo, decir yo, y decirlo ademáscon ironía.

«Pienso luego existo». Quepor lo menos me concedan lacerteza de existir, porque piensoen un mundo donde muchos nopiensan y por lo tanto no exis-ten. En la época en que Descar-tes se sienta junto a la estufa, to-da la gente que le rodea y toda lagentuza y todos los príncipes y

todos los soldados son hijos deun marasmo que les impidecualquier atisbo de individuali-dad. Ni pueden decir que pien-san ni pueden decir que existen.

Sólo se puede existir pensan-do, y cuando no pensamos noexistimos, de lo que se deduceque pasamos buena parte de lavida sin existir.

No pensar es lo mismo quenegarse a ser y que negarse aexistir, pero en el pensar y en elser estuvo siempre nuestro des-tino, nuestra dirección.

Apartarnos de ese camino eraenfrentarnos, una y otra vez, a laatrocidad. La existencia sería,pues, la materialización activade la esencia convertida en pen-samiento. Cuando adormece-mos la esencia, cuando la anula-mos, seguimos viviendo, perodejamos de existir.

4. El método de LázaroAhogada por las humaredas dela guerra y las piras de los here-jes y las luchas religiosas y lasiglesias y las inquisiciones, la ra-zón no tenía demasiadas posi-bilidades de manifestarse, poreso había que huir por un ins-tante de la tribu, quedarse soloante una estufa y empezar por el“yo pienso”.

Un comienzo tan socráticocomo irónico. Ésa era la únicacerteza del mercenario junto alfuego: ésa, su única posada enuna noche saturada de tinieblas,en el infame invierno alemán.Hacía frío: nevaba todo el tiem-po y la gente se mataba en loscaminos sin pensar demasiadoen lo que hacía. Pero René pen-saba junto al fuego y junto alfuego existía.

Y pensando encontró su mé-todo, tan complejo como ele-mental. Lo encontró y se en-contró. Como decía Confucio,“los que consumen su propiohumo rara vez se pierden”.

Fue entonces cuando penséen la posibilidad de cruzar el yode Descartes con el de El lazari-llo de Tormes, para ver si el mé-todo cartesiano tenía algo quever con el método “lazariano”, ydel café berlinés en el que mehallaba regresé a mi hotel.

Nada más llegar a mi cuartosaqué de la maleta los dos libros.Abrí primero el de Descartes.Apenas iniciada la lectura, meencontré con que el narradornos decía, refiriéndose a la lite-ratura que aún existía en su épo-ca:

“Las fábulas hacen que se imaginencomo posibles muchos acontecimientosque no lo son, e incluso las más fieles delas historias, si no llegan a cambiar o aaumentar el valor de las cosas, omitenal menos, casi siempre, las circunstan-cias más bajas y menos ilustres, de locual resulta que el resto no aparece tancomo es, y aquellos que regulan suspropias costumbres según los ejemplosque tales historias sacan, se exponen acaer en las extravagancias de los paladi-nes de nuestras novelas y a concebir de-signios que les exceden”.

Resultaba evidente que Des-cartes abogaba por un cierto re-alismo y una cierta verosimili-tud en cualquier texto. Pero nootra cosa hace, implícita y ex-plícitamente, el narrador de Ellazarillo, que no omite “las cir-cunstancias más bajas y menosilustres” de los personajes, y quedestruye, bastante antes queCervantes, el desgastado e in-verosímil mundo de las novelasde paladines, de las que hablabaDescartes. Veía pues que ya Lá-zaro estaba cumpliendo esa pri-mera premisa cartesiana en sumisma narración desde el yo.Como novela surgida de la ide-ología niveladora del Renaci-miento, todos los personajesque discurren por el Lazarillotienen el mismo grado de hu-manidad y albergan dosis pare-cidas de infamia.

Decidí seguir. Más adelante,Descartes decía que habíaaprendido a no creer demasiadofirmemente “en aquellas cosasde las que solamente le habíanpersuadido por el ejemplo y lacostumbre”. De ese modo se li-beró poco a poco de “muchoserrores que podían ofuscar suluz natural y hacerlo menos ca-paz de escuchar la voz de la ra-zón, de modo que tomó la reso-lución de estudiarse a sí mismo”.

No otra cosa hará Lázaro conlos personajes que le salen al pa-so. Lázaro desconfía de lo que le

han dicho, y mira con ojos des-piadadamente lúcidos a losotros, que al principio ofuscansu luz natural pero que, tras di-ferentes y dolorosas comproba-ciones, recobra esa luz natural yactúa en consecuencia. Por lodemás, todo su relato no dejade ser un descarnado estudio desí mismo y de sus reacciones.

Otro gran momento del Dis-curso del método era cuandoDescartes nos decía que

“la pluralidad de votos no es unaprueba que valga cuando se trata deverdades un poco difíciles de descubrir,porque es más verosímil que las hayaencontrado un hombre solo que no to-do un pueblo”.

Y añade:

“Yo no podía escoger persona algu-na cuyas opiniones me pareciesen pre-feribles a las de los otros, y me vi obli-gado a emprender yo mismo la tareade guiarme”.

Una vez más el yo de Des-cartes coincide con el yo de Lá-zaro. En las verdades que ata-ñen a la más dura experienciafísica y mental, Lázaro no llega aencontrar, en todas sus travesías,a persona alguna cuyas opinio-nes le parezcan preferibles a lasde los otros, y en cuanto aban-dona al ciego ya empezábamos averle obligado a emprender porsí mismo la tarea a la que se re-fería Descartes.

Claro que más sorpresas traecomparar ambos métodos. Elmétodo cartesiano consta decuatro momentos. A saber:

No aceptar nunca como ver-dadera ninguna cosa que no seconozca con evidencia y que sepresente tan clara y distinta-mente al espíritu que no hayaocasión de ponerlo el duda.

¿Y Lázaro? ¿Acaso aceptabacomo verdadero lo que no co-noce como una evidencia y loque ya no puede poner en duda?

El segundo principio carte-siano hace referencia a la necesi-dad de dividir cada una de lasdificultades a examinar en tantaspartes como sea posible para sumejor solución. ¿Y Lázaro haceacaso otra cosa al dividir los ca-pítulos de su vida en “tratados”

EL MÉTODO DE LÁZARO

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que le van conduciendo a unaconclusión final, tan irónica co-mo cínica?

El tercer principio, que hacereferencia a la necesidad de em-pezar, en su análisis, por los ob-jetos más sencillos, para ascen-der poco a poco, como por gra-dos, a otros más complejos,resulta también evidente en lamisma dialéctica vital de Lázaro,que desde su nacimiento “en elrío” va ascendiendo hasta supuesto de pregonero en Toledo,donde se atreve a hacer unasuerte de enumeración y revi-sión generales, como aconsejaDescartes en el cuarto principiode su método.

Toda una dialéctica ascen-dente muy parecida a la que Pla-tón formula en La República, sinir más lejos.

Pura razón irónica, pura dia-léctica griega, y sin embargoDescartes pasa por ser el pensa-dor más francés de todos lostiempos y Lázaro pasa por seruno de los personajes españoles

más arquetípicos, es decir: unpícaro. Ironías de la ironía.

Tanto el mercenario como elpícaro están existiendo todo eltiempo, dentro de sus relatos,porque todo el tiempo estánpensando. En ellos la existencia(y estamos ya hablando de tex-tos prematuramente existencia-les) está por encima de la vida,porque es vida reflexiva, porquees vida consciente y consciente-mente convertida en pensa-miento.

Por lo demás, el hecho deque la dialéctica de Lázaro seamás perversa que la del griego yla del mercenario no niega enningún momento su elevación,en todo caso la hace más con-tradictoria.

Dicho en otras palabras: casiun siglo antes de que Descartespublicase su Discurso del Mé-todo, un escritor español que nisiquiera dejó su nombre formu-ló en una fábula cínica y revolu-cionaria el mismo método, sinobtener por eso ningún benefi-

cio y sin conseguir que nadie loincluyese jamás en la historia dela filosofía. Digamos que Lázarofue afortunado hasta en eso, y su“pensamiento” sigue flotandomás allá de toda ortodoxia, casimás allá de la historia, pues sepaVuestra Merced, ante todas lascosas, que el asunto de Lázaro estodo un tratado sobre la extremaexistencia, y su autor tiene unmétodo con cuatro principiostotalmente cartesianos antes deque Descartes naciera. A saber:1. No creas nada que no veascon claridad y discernimiento.2. Adéntrate en la comprensiónde la vida dividiendo en parteslas dificultades, casi como si fue-sen tratados.3. Lleva a cabo tu análisis yendode lo más simple a lo más com-plejo y contradictorio, y descu-briendo así todas las verdades ymentiras de los otros.4. Haz revisiones generales delo vivido y pensado.

Y bien, la misma narraciónde Lázaro representa, desde el

principio, esa revisión general,y aunque su confesión es corta,uno tiene la impresión de quenuestro silvestre y afortunadopensador no se deja nada en eltintero cuando, hallándose “enla cumbre de toda buena fortu-na”, ciertas habladurías le obli-gan a contarnos la asombrosahistoria de su vida, que es en re-alidad la historia de su pensa-miento. n

Jesús Ferrero es escritor. Autor deBélver Yin y Juanelo o el hombre nuevo.

JESÚS FERRERO

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n abril de 1898, unos mesesantes de la inmensa explo-sión en sordina del final del

desastre español en Cuba, Joa-quim Casas Carbó, filólogo ca-talán y antiguo director delAvenc, propone una nueva visióndel futuro de los pueblos ibéri-cos. En un ensayo titulado Pen-sant-hi revela su creencia en unaPenínsula compuesta por tresculturas-nación fundamentales:Castilla, Portugal y Cataluña, ysugiere que, si aprendiesen a co-operar armoniosamente, unagran ola de energía vital encum-braría al conjunto de la región alreconocimiento internacional.La teoría iberista de Casas Carbó(posteriormente desarrollada porRibera i Rovira, ofrecida a unpúblico más amplio por JoanMaragall y hecha circular poste-riormente por Teixeira de Pas-coaes, Aureli Ras, Paul Turull,Fernando Maristany, MariusVerdager y Gaziel entre otros) esnotable por diversas razones.Una de las más importantes es laforma en que busca reconciliarla concepción historicista de lanación como familia étnica conel impulso federalista de la tra-dición republicana encabezadapor Pi i Margall. Al hacerlo, Ca-sas Carbó pretendía templar losfundamentos esencialmente reli-

giosos y monásticos del catala-nismo conservador de la Lliga1

con los imperativos laicistas, ypor tanto inherentemente plu-ralistas, del pensamiento socialprogresista del siglo XIX2. La pa-labra fundamental es “templar”.Templar no significa romper odeformar irremediablemente, si-no remodelar de tal modo que seconserve la integridad de esen-cial de la cosa en cuestión –o,en este caso, la idea– para quepueda ser adaptada a otros usos,que se esperan más fructíferos.

En términos del nivel deaceptación que recibió en el es-cenario más amplio del pensa-miento público, esa corriente de-fensora de un iberismo3 triparti-to, cuyos grandes rasgos fueronenunciados por primera vez en1898 por Casas Carbó, debe serconsiderada un rotundo fracaso.Con la excepción de Maragall, ytal vez de Gaziel, nadie entre lasgentes de la cultura antes men-cionadas aparece en la actualidaden los debates sobre la construc-ción de la identidad en la Españade principios del siglo XX. Esmás, parecería que la habilidadde Maragall para trascender elanonimato casi absoluto de los

“otros” iberistas mencionados sedebe ante todo al fuerte apoyopersonal que recibió duranteaños de dos titanes del establish-ment cultural castellanista: pri-mero de Unamuno y después dePedro Laín Entralgo. De estemodo su figura asumió la posi-ción de una especie de buen sal-vaje del catalanismo para ese es-tablishment cultural centrado enMadrid, y estuvo sometido a losfrecuentes intentos de coopta-ción de que suelen ser objeto los“más civilizados” representantesde una línea de pensamiento in-surgente. Por ello no resulta sor-prendente que un respetado co-lega, con un profundo interés endesarrollar y difundir un marcopluralista para el estudio de lacultura peninsular, se refiriese re-cientemente a esta escuela deliberismo como “una entelequia”vinculada sólo levemente a lasgrandes cuestiones a las que de-ben hacer frente la ciudadaníaespañola y la comunidad inter-nacional de hispanistas.

Por el contrario, creo que es-te “episodio perdido” de la his-toria española contiene ideas yasuntos que revisten una pro-funda importancia para el futu-

ro de la Península Ibérica y parael desarrollo de los estudios his-panistas. En las siguientes pági-nas me concentraré no tanto enla construcción textual y socialdel movimiento iberista duranteel principio del siglo XX, algo yahecho en otros lugares, como enel más espinoso de los proble-mas que genera: cómo crear enel contexto ibérico un espaciosocial en el que puedan coexistirproductivamente unas “creen-cias” determinadas histórica-mente con los imperativos plu-ralistas de la modernidad racio-nal. También prestaré atenciónal posible papel que los hispa-nistas de fuera de España pue-den desempeñar como cataliza-dores de este proceso. Deberíaañadir que lanzo esta últimapropuesta siendo plenamenteconsciente de la posición cadavez más marginal de los acadé-micos universitarios en el desa-rrollo de las ideas públicas ennuestros países de residencia, yno digamos ya en aquellos luga-res donde somos consideradosextranjeros, estrangers, atzerrita-rrek, extranxeiros o extrangeiros.En efecto, ofrezco estas reflexio-nes con la esperanza abiertamen-te quijotesca de proponer una

E

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H I S T O R I A

LAS CINCO CABEZAS DEL NACIONALISMO IBÉRICO

THOMAS HARRINGTON

1 Cacho Viu afirma de manera convin-cente que a lo largo de su vida pública Pratde la Riba evolucionó hasta alejarse consi-derablemente del vigatamisme de Torras iBages y aproximarse a una aceptación de lospostulados pluralistas del liberalismo. Aun-que es cierto, en mi opinión sería un errordejar que eso ocultase el hecho de que en1917, cuando murió, el gran dirigente de laLliga estaba aún muy lejos de cualquierpostura que hoy pudiésemos considerarproponente de una soberanía popular. Dehecho, la incapacidad fundamental de la

Lliga para canalizar las crisis sociales de losaños 1917-1920 hacia una mayor autode-terminación para Cataluña subraya las li-mitaciones inherentes del modelo de mo-vilización nacionalista de clase que tan há-bilmente Prat había desarrollado en las dosdécadas anteriores. De modo similar, el lla-mamiento de Prat a favor de la creaciónde l‘Espanya Gran en 1916 y la subsiguien-te campaña de Cambó de visitas a los otrosdenominados territorios periféricos del Es-tado español han sido a menudo utiliza-dos para demostrar el interés de la Lliga enalgún tipo de solución multipolar a la cues-tión de las nacionalidades en España. Denuevo en este aspecto, Cacho resulta muyinstructivo al señalar (refiriéndose al ideariode la Lliga) que “el horizonte federal, al

que se remite necesariamente esa organiza-ción alternativa de España, no es objeto demayores precisiones, ni jurídicas ni espa-ciales” (Cacho Viu, pág. 11).

2 En qué medida esta tercera vía delpensamiento sobre el problema de una Es-paña multipolar ha desaparecido de nuestracomprensión del mismo se demuestracuando alguien tan juicioso y bien infor-mado como J. A. González Casanova des-taca la esencia “españolista” de Pascual Ma-ragall frente a las ideas de Pi i Margall,cuando en realidad el núcleo fundamental(una fusión heterodoxa de pensamientohistoricista y consensualista) que el ex al-calde de Barcelona propone en su plan deuna España nueva, más integrada, se acer-ca mucho más a las ideas de su abuelo (ex-

ceptuando la cuestión de Portugal) que a lasdel gran promotor del republicanismo es-pañol. Véase González Casanova.

3 “Iberismo tripartito” es un términoque he desarrollado para referirme a esa ri-ca veta de pensamiento descentralizadorque presupone la existencia en la penínsu-la Ibérica de tres culturas-nación diferentespero mutuamente dependientes: Cataluña,Castilla y Portugal. En esta propuesta or-ganizativa desarrollada durante la primeramitad del siglo XX, el País Vasco se consi-dera culturalmente castellano y Galicia cul-turalmente portuguesa. No es necesario de-cir que la asignación del País Vasco a Cas-tilla no sería bien recibida por muchosvascos hoy.

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función nueva y de mayor rele-vancia social para los estudiososde la Iberia contemporánea.

Procesos de secularizaciónHace unos tres años, una escalo-friante tormenta de bombas de laOTAN acabó por forzar la con-clusión del último ciclo de vio-lencia en los Balcanes. Estos ata-ques supusieron el brutal desen-lace de un largo periodo, que seremontaba a principios de losaños noventa, durante el cual laUnión Europea (UE) pareció ha-ber enmudecido frente a la im-presionante visión de una san-gría de inspiración nacionalistaen esa región. Naturalmente, tu-vieron lugar las obligadas decla-raciones de rechazo por parte detodas las fuentes oficiales corres-pondientes y también los admi-rables esfuerzos de unos Goyti-solos, Lévis, Sontags y Mendilu-ces que pretendían afirmar ladignidad humana frente a la es-tremecedora violencia. Pero enla UE predominó una reacciónalarmantemente parecida a laque uno esperaría de aquel tío o

tía reprimido que se encuentrafrente a la evidencia de que sussobrinas o sobrinos han sido ob-jeto sistemático de abusos sexua-les: en un primer momento que-da paralizado por el miedo y conel tiempo le domina una impe-riosa necesidad de esquivar sumirada y huir. ¿A qué podemosatribuir ese nada activo esfuerzopor mitigar el sufrimiento deesos “otros” europeos?

Una explicación posible seríaque quienes viven en la UE, a di-ferencia de los estadounidenses,son conscientes de las limitacio-nes inherentes a su capacidad pa-ra dominar a los demás y tampo-co se sienten tan condicionadospor una fe implícita en la perfec-tibilidad de la humanidad. Se pue-de afirmar que esa mayor con-ciencia de la naturaleza “fallida”de los seres humanos, que su co-nocimiento íntimo de la larga his-toria de violencia étnica del conti-nente no hace sino ratificar, lesotorga un margen de libertadfrente al tipo de reacciones des-mesuradas, moralistas y con fre-cuencia cortas de miras que son

tan habituales en los nuevos espa-cios culturales. Es una postura be-llamente resumida en el famosoepigrama de la España invertebra-da de Ortega: “Sólo debe ser loque puede ser” (Ortega, pág. 84).

Sin embargo, hay algo que noencaja en esta explicación tan prag-mática. Al fin y al cabo, desde losaños sesenta los países europeos–sobre todo los de sus regionesseptentrionales– se dedican de ma-nera idealista a elevar el arte de laayuda humanitaria y de la media-ción para pacificar conflictos ar-mados hasta niveles nunca vistos,que son, en la mayoría de los casos,superiores a los de las iniciativassimilares propuestas desde la orillaoccidental del Atlántico. Entonces¿por qué esta reversión a un posi-bilismo tan calculado en el caso delos Balcanes?

Se pueden aducir numerososmotivos geopolíticos, pero creoque tras ellos hay una profundareticencia cultural que tiene quever con la naturaleza fundamen-talmente “religiosa” del conflicto.No utilizo religioso en el sentidolimitado de la palabra, aunque no

cabe duda de que hay numerososmateriales que permiten analizarel conflicto en esos términos, sinoen su sentido etimológico más bá-sico como obligación o vínculoque tiene su origen, o que se rela-ciona, con un deseo implícito detrascender las fronteras cotidianasen el tiempo y el espacio. Comohan señalado Gellner, CruiseO’Brien, Smart y muchos otros,en la mayoría de los países el im-pulso religioso de la ciudadanía noterminó con el desmembramien-to del Antiguo Régimen por lamodernidad, sino que fue recon-ducido hacia un amplio abanicode iniciativas conducentes a laconstrucción de la nación –algu-nas de las cuales se combinaronpara desencadenar la destrucciónmasiva de la Segunda GuerraMundial4. Los países que partici-paron en el conflicto (que en sumayoría se habían preparado pa-ra su protagonismo en el impe-rialismo mundial mediante unaaproximación al derramamientode sangre sectario bien organiza-da, continuada y extraordinaria-mente feroz) reaccionaron a laconciencia de haber fomentadoese cataclismo sin precedentes cre-ando diligentemente nuevas imá-genes, fríamente racionales y ex-

65Nº 130 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

4 Hasta la investigación más superficialacerca de las raíces de los movimientos con-temporáneos de identidad nacional en lapenínsula Ibérica demostraría su profundaconexión con los movimientos religiososdel siglo XIX. Y no nos referimos sólo alfranquismo. Al igual que el primer nacio-nalismo vasco y gallego no puede ser en-tendido sin analizar el carlismo, el nacio-nalismo catalán es inexplicable sin un co-nocimiento del neoescolasticismo. Demanera similar, es imposible concebir elnacionalismo portugués moderno sin unaincursión en esa original tradición de mis-ticismo popular tan profundamente arrai-gada en ese país.

Menéndez Pidal y Prat de la Riba

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tremadamente secularizadas, de símismos. A las clases dirigentes delas sociedades europeas, dignasherederas de esa campaña de “re-definición” del último medio si-glo, les suele resultar enorme-mente difícil afrontar las mues-tras contemporáneas de unosodios como los que bulleron has-ta aflorar en los Balcanes, que secreían atávicos.

Los estadounidenses son cono-cidos por su tolerancia con la ten-dencia a reinventarse. Pero, comoindican nuestras bromas nervio-sas sobre los californianos y esacultura que generó la expansiónde los suburbios residenciales en laposguerra, intuimos que hacerlorealmente es mucho más difícil ypeligroso de lo que puede pareceren un primer momento. Si los es-tadounidenses tienen la obligaciónde profundizar en los fundamen-tos alienados e hipócritamente pu-ritanos del sueño de urbanizaciónde la posguerra (y yo creo que sí),parecería que los pensadores euro-peos deberían revisar las formasen que las creencias siguen mode-lando la vida cotidiana en el con-tinente. Entiendo por creenciasesas ideas cuyo poder de atraccióntrasciende el conjunto de apolo-gías puramente racionales que sepueden hacer en su nombre5.

Este ejercicio debería revestiruna importancia especial en Es-paña y Portugal. Mientras que lasélites de las grandes naciones delnorte de Europa pasaron el sigloXIX y los primeros años del XX de-sarrollando pedagogías socialesque gradualmente iban a apartarde la esfera pública las ideas cons-cientes sobre la trascendencia di-vina, hubo importantes e influ-yentes sectores de las sociedades

española y portuguesa que se afe-rraron tenazmente a unos discur-sos cívicos que asumían o reque-rían la presencia de esos sistemasde creencias suprarracionales (o, sise prefiere, subracionales). Losefectos violentos de esa penetra-ción únicamente parcial de la mo-dernidad racional en la vida ibé-rica del siglo XIX y de principiosdel siglo XX han sido bien estu-diados. Lo que no se ha analizadocon tanta profundidad son losefectos persistentes de esa reali-dad en la práctica actual del his-panismo y en los discursos públi-cos de las distintas comunidadesnacionales que forman la penín-sula Ibérica actual.

El hispanismo como institu-ción, al igual que el estudio orga-nizado de la mayoría de los siste-mas de literatura nacionales, se re-monta a las últimas décadas delsiglo XIX. No es casualidad que és-te sea también el periodo que viola gran consolidación burocráticaen todo continente de numerososEstados-nación monolingües. Co-mo han mostrado Resina, Fox yotros, la obra de los primeros filó-logos españoles, al igual que la desus contemporáneos en Alemaniay otros lugares, estaba íntima-mente unida a un esfuerzo porofrecerle al Estado-nación unosmitos, listos para su consumo, so-bre su continuidad transtemporaly su inmutabilidad histórica. Esavoluntad de los intelectuales deasumir el papel de creadores y dis-tribuidores de mitos para las clasespolíticas es lo que tan vivamentedescribe Julien Benda en su Latrahison des clercs (1928). En resu-men, la filología que se empezó apracticar en la Europa de finalesdel siglo XIX y principios del XX esun típico ejemplo de la extendidatendencia, brevemente descritaanteriormente, a transmutar elimpulso religioso o sacralizador enactividades que contribuyan a laformación de la nación. Si hayuna notable diferencia en el casoibérico está en el grado de “traves-tismo ideológico” que fue necesa-rio. El nivel relativamente bajo desecularización del espacio públicoen España y Portugal hizo que losprimeros filólogos no necesitasendisfrazar los fundamentos esen-

cialmente religiosos de su iniciati-va supuestamente “científica” tan-to como sus homólogos en espa-cios más secularizados. El prototi-po de ello es Menéndez Pelayo,quien insertó sin ningún pudorun catolicismo ortodoxo en sunuevo y manifiestamente “mo-derno” método para crear la fábu-la de un ininterrumpido dominiocastellano en la vida peninsular.De manera similar, Unamunotendió a confundir su búsqueda apartir de 1897 de la trascendenciapersonal con un carácter supues-tamente “atemporal” de la mesetacastellana y sus habitantes6.

Ese impulso, en aquella época,de la élite centrada en Madrid adescribir los aspectos supuesta-mente eternos de la cultura na-cional provocó fuertes reaccionesen las regiones periféricas de laPenínsula, especialmente en Ca-taluña. A principios de la décadade los setenta del siglo XIX, algu-nos pensadores como Pi i Mar-gall o Almirall habían empezado aponer en pie una crítica radical alnacionalismo basado en la tradi-ción propio del centro castellanoy también, implícitamente, a esospromotores del conservadurismointelectual catalán (Balmes, Llo-rens i Barba y Milà y Fontanals)que tanto habían contribuido asu desarrollo. Buscaban, de he-cho, desmontar los fundamentoshistoricistas de la nación y susti-tuirlos por una política que seaproximase a esa noción volunta-rista de la comunidad nacional deRenan, que la veía como un “ple-biscito cotidiano”.

Sin embargo, en el ámbito dela política electoral y de la crea-ción de instituciones culturales,estas ideas progresistas tuvieronuna vida relativamente breve. Apartir de 1888, los conservadores,dirigidos por un joven Prat de laRiba, estaban claramente en as-censo en el seno del catalanismo.A diferencia de sus compatriotasprogresistas, los futuros dirigentes

de la Lliga no mostraban escrú-pulos a la hora de aprovechar lasprofundas reservas de pensamien-to social de raíz religiosa o rela-cionado con la religión propias desu país. Sin el activismo y los es-critos de figuras vinculadas a la re-ligión, como Collel y Torras i Ba-ges, habría sido inimaginable lahegemonía en la cultura catalanaque acabó por alcanzar la Lliga.Por poner un ejemplo, mientraslos académicos alaban, con razón,la producción artística y literariade los poetas y artistas modernistasde la última década del siglo XIX,es mucho menos común que nosrefiramos a la importancia crucialque en esas mismas fechas tuvo elCercle Artistic de Sant Lluc, cuyosideales estéticos (formulados casien su totalidad por Torras) estu-vieron, de forma mucho más di-recta que los del modernismo, enel origen de lo que sería la cultura“oficial” del nacionalismo catalándurante las siguientes décadas7.

Duelo de historicismos Tal vez la gran clarividencia dePrat de la Riba como político fue-se haber entendido que Cataluña,en tanto que nación sin Estado,necesitaba ante todo “combatir alfuego con fuego” y mostrarse agre-siva en lo relativo a la creación ymantenimiento de unas institu-ciones culturales propias. Si losmedio hermanos e hijos generacio-nales de Menéndez Pelayo (Me-néndez Pidal, Cossío, Castillejo,Ortega) fundaban institucionesdedicadas a promover la nociónde Castilla como motor eterno eincuestionable de la ontología pe-ninsular (Junta para la Amplia-ción de Estudios, Residencia deEstudiantes, Centro de EstudiosHistóricos, la revista de filologíaespañola, España), Cataluña ne-cesitaba con urgencia “descubrir”y poner en circulación un reper-torio cultural compensatorio, sus-tentado en la creación de institu-ciones públicas duraderas. Y fueexactamente esto lo que Prat y suscolaboradores (Pijoan, D’Ors,

LAS CINCO CABEZAS DEL NACIONALISMO IBÉRICO

66 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 130

5 Vale la pena señalar que uno de lospocos europeos que muestran abiertamen-te su preocupación por lo que he llamado“frío secularismo” es el presidente catalán,Jordi Pujol. Por ejemplo, tras los aconteci-mientos del 11 de septiembre de 2001, seha referido a cómo una Europa dominadapor una “cultura lúdica” corre peligro dedesvincularse de las grandes empresas espi-rituales que le han dado sentido a un im-pulso motor durante el último milenio.Naturalmente, no se muestra tan explícitosobre los efectos negativos que esa creenciaha generado a lo largo de la historia. VéasePujol.

6 Es interesante notar que, paradóji-camente, Menéndez Pelayo y Unamunofueron unos de los más importantes lec-tores y comentadores de literatura catala-na que nunca haya producido la tradi-ción castellana.

7 Para mayor información acerca delCercle Artístic de Sant Lluc, véase Caste-llanos.

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Puig i Cadalfalch y Rubió i Lluch,entre otros muchos) hicieron en ladécada de frenética actividad quesiguió a su elección como presi-dente de la Diputación de Barce-lona, en abril de 1907. Pocos me-ses después de su llegada a estecargo, Prat fundó el Institut d’Es-tudis Catalans, la Biblioteca de Ca-talunya y la Junta de Museus deBarcelona, entidades que, a su vez,pusieron en marcha las excavacio-nes arqueológicas de Ampurias yencargaron la gramática y la orto-grafía de Fabra y los estudios dePuig acerca de la originalidad delrománico catalán.

Por tanto, no resulta exageradohablar de un “duelo de historicis-mos” en el eje Madrid-Barcelonaentre 1907 y 1923. Las élites cul-turales de ambas ciudades (quehabían mostrado un desagrado ge-neralizado hacia aquellas ideolo-gías basadas en unas ideas de largoalcance sobre la democracia con-sensual) se dispusieron con fervora darle a sus respectivas comuni-dades nacionales lo que NinianSmart denomina artefactos cultu-rales con “carga” religiosa (Reli-gion, págs. 20-21). O, dicho deotra forma, tanto los supuesta-mente “liberales” nacionalistas deMadrid como los dirigentes de laLliga en Barcelona tenían unaconcepción profundamente con-servadora de la cultura, que favo-recía la reproducción en la esferasocial de la lógica litúrgica y ecle-siástica de la Iglesia. Para citar ape-nas unos pocos de los muchosejemplos posibles, basta considerarlas frecuentes invocaciones en len-guaje religioso al referirse a La na-cionalitat catalana, de Prat de laRiba, o al Glosari, de Eugeniod’Ors (Jardí, pág. 338); o, ya enMadrid, la tendencia (que contanto entusiasmo explotó Ortega)a tratar a los intelectuales más se-guros de sí mismos con esa serviladmiración que antes era patri-monio exclusivo de los curas depueblo. Esta realidad se hace aúnmás patente al pensar en la desta-cada sacralidad implícita en lasconferencias pronunciadas en losateneos de ambas ciudades. Es evi-dente que éstos eran consideradoslos nuevos templos sagrados de lacultura civil de la nación.

El éxito del modelo catalán deinsurgencia cultural, que suponíauna relación fluida y de depen-dencia mutua con la Iglesia, tuvoun profundo efecto en el desarro-llo de los movimientos de identi-dad nacional en el País Vasco yGalicia. Con anterioridad al as-censo de Prat y la Lliga, SabinoArana había propuesto una con-cepción de la identidad nacionalvasca explícitamente teocrática, ra-cista y, por tanto, necesariamenteaisladora. Gracias al liderazgo deEngracio Aranzadi, entre otros, esatendencia religiosa se mantuvotras la muerte de Sabino en 1903.Aunque en los últimos años el es-tablishment historiográfico vascoparece muy contento de haberlerelegado a la sombra, entre 1911 y1921 el PNV –temporalmente re-bautizado como la Comunión Na-cionalista Vasca (1916-1921)– fueacaudillado por este sacerdote je-suita. Fue director de Euzkadi, au-tor del catecismo nacionalista Lanación vasca (1918) y proponentede negociaciones tácticas con Ma-drid, lo que aproxima su perfil alde Prat de la Riba en Cataluña.Sin embargo, a diferencia de Prat,el padre Aranzadi no sintió la ne-cesidad de cambiar o reconducirsu visión profundamente religiosade la esencia nacional a vehículosmás seculares. Tal y como eviden-cian estas palabras, escritas conocasión del Domingo de Resu-rrección de 1923, para él la fe re-ligiosa y el nacionalismo eran lomismo: “Ha llegado el gran día. Eldía de la Resurrección es nuestro.En él la patria se yergue gloriosa,pisando la tumba preparada en si-glos de ceguera infinita. Se levan-ta vencedora, burlándose de lamuerte, la nación más antigua deEuropa, engalanada con los es-plendores de una juventud eter-na” (citado en Los mitos).

En Galicia, el mayor responsa-ble de transformar o galeguismo deun grito de protesta confuso y aúnbastante sordo en un movimientocultural más o menos cohesionadofue Vicente Risco, al que se consi-dera la cabeza de lo que se ha lla-mado con frecuencia el “cenáculoorensán” (Salgado, pág. v) de lasIrmandades de Fala. Fue capaz dehacerlo sobre todo por su profun-

do conocimiento de la literaturanacionalista publicada en Catalu-ña, Castilla (había sido alumno deOrtega en Madrid) y Portugal. Yahe analizado en otras ocasiones lastendencias miméticas de Risco, esdecir, su predilección a tomarprestados cuerpos enteros de doc-trina tanto de la Lliga como delos grupos nacionalistas portugue-ses. Lo que tiene mayor pertinen-cia ahora es la forma en que sucatolicismo reaccionario, que lellevó a apoyar a Franco en 1936,influyó en la obra en que estable-ció los cimientos de la pedagogíanacionalista, Teoría do nacionalis-mo galego. En esta “biblia ou evan-xelio do galeguismo” (A Nosa Te-rra, 15 de junio de 1920), publi-cada en la primavera de 1920,Risco hace un abundante uso delas metáforas litúrgicas, alaba elcarlismo por suponer una nobledefensa de lo local y declara que laparroquia es la piedra angular dela sociedad gallega.

Durante las dos primeras dé-cadas del siglo XX, el nacionalismocultural portugués, visto a travésdel prisma de su principal institu-ción cultural, Renascença Portu-guesa, tiene mucho en común conlos llamados movimientos perifé-ricos de identidad en España en elmismo periodo. En los ensayos desu principal ideólogo, Teixeira dePascoaes, vemos su mismo anti-castellanismo visceral y tambiénuna profunda adhesión a la lógicatrascendentalista del historicismo.Igualmente hace un uso libre desus tropos e imágenes. Si hay unadiferencia importante está en quea su profunda religiosidad se sumauna fuerte dosis de anticlericalis-mo. Aunque a primera vista pue-da parecer paradójica, esta postu-ra tiene sentido en el contextoportugués. Desde los tiempos dePombal ha habido entre los na-cionalistas portugueses una fuertetendencia a ver Roma, donde losjesuitas –generalmente pro espa-ñoles– tenían gran influencia, co-mo una seria amenaza a la inte-gridad de la nación. Esta antiguavena de pensamiento anticatólicose vio fortalecida por los aconteci-mientos de 1910, cuando un pe-queño grupo de positivistas anti-clericales radicados en Lisboa y

encabezados por Teófilo Bragaconsiguió controlar la revoluciónrepublicana. Esto dejó a Pascoaes(un terrateniente) y a sus colegasde Renascença Portuguesa del nor-te del país en una posición difícil,pues aunque apoyaban las premi-sas jurídicas básicas de la Repú-blica, no podían en modo algunounirse al ataque de los positivistasa la totalidad de una tradición queseguía siendo el sustrato de su exis-tencia cotidiana. Pascoaes respon-dió a este enigma creando unanueva fe nacionalista profunda-mente panteísta, en la que poetas yescritores pudiesen tener la fun-ción de liderazgo que antes habíanocupado los sacerdotes. De estemodo, Pascoaes y sus compañe-ros no dejaron de comportarse co-mo buenos republicanos, a la vezque ejercían su necesidad de prac-ticar una devoción trascendentalen el seno de una estructura socialaún bastante jerárquica.

El legado de las historias fundacionales ¿Tienen relación con el hispanis-mo actual estas historias funda-cionales del nacionalismo cultu-ral a principios del siglo XX? Sí, latienen, y mucha. Como resultadode la larga duración de las dicta-duras conservadoras en España(1923-1931 y 1939-1975) y Por-tugal (1926-1974), esas formas deanalizar la cultura nacional que es-taban profundamente influidaspor las creencias apenas consi-guieron desarrollarse en un senti-do que fuese más igualitario e “in-telectualmente agnóstico”. De he-cho, los regímenes de Franco ySalazar reconocieron rápidamente–antes incluso que muchos de losintelectuales– la compatibilidadesencial de sus objetivos políticoscon estos métodos de análisis cul-tural, y no digamos ya con el ha-bitus socialmente conservador yaltamente jerárquico de la univer-sidad, forjado a principios de siglopor esos emprendedores culturalesnominalmente “liberales”. Por es-te motivo, se sigue cuestionandola complicidad de figuras comoOrtega o Pascoaes con los regíme-nes dictatoriales de sus países, aun-que está claro que ninguno deellos pretendió activa o conscien-

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temente apoyarlos políticamente.Sus legados como demócratas hanquedado en entredicho de hechoporque la arquitectura de su con-cepción de la cultura casaba per-fectamente con la de quienes esta-ban en el poder, algo que ponía enbandeja la cooptación de sus imá-genes públicas.

En el contexto español, pode-mos, pues, considerar que el pro-yecto filosófico de Menéndez Pe-layo, de una profunda religiosi-dad, abiertamente justificador delcentralismo y con un habitus con-servador en lo social, abarcó unlapso temporal de un siglo (1880-1980), interrumpido sólo por laRepública. La influencia en la vi-da intelectual portuguesa de lasideas de los pedagogos de lo na-cional del cambio de siglo tuvouna dilatación temporal parecida,que se evidencia en el hecho deque, hasta mediados de los añosochenta del siglo XX, figuras comoAntónio Quadros, António BrazTeixeira, Alfonso Botelho o Agos-tinho da Silva –en el centro delestablishment crítico portugués–siguiesen haciendo apologíasabiertas y apasionadas de diversasvariantes de ese proyecto saudosis-ta que fue la Renascença Portugue-sa. De hecho, los discípulos ac-tuales de Pascoaes y LeonardoCoimbra mantienen una revistacuidadosamente editada, Nova Re-nascença, dedicada a propagar esarama profundamente mística delnacionalismo portugués.

Más sorprendente aún que lasupervivencia en la Península deeste tipo de análisis culturales deraíces religiosas puede parecernossu persistencia en la diáspora, es-pecialmente en Estados Unidos.A pesar de que la inmensa mayo-ría de los hispanistas y lusitanistasque atravesaron el Atlántico a me-diados del siglo XX tenían unaorientación política marcadamen-te progresista, fueron muy raraslas ocasiones en que, cuando dise-ñaron departamentos de español yportugués en ese continente (algoque muchos de ellos tuvieron elprivilegio de hacer), desafiaron se-riamente los postulados extrema-damente conservadores e implíci-tamente místicos del establishmentde la filología ibérica. La mayoría

prefirieron reproducir lealmente,tanto en términos de contenidotextual como de forma social, elambiente académico que les ha-bía influido en sus primeros años.Lo que resulta aún más asombro-so es el modo en que los numero-sos catalanes, vascos y gallegos quehabía entre ellos dejaron a un ladosu identificación con sus comuni-dades nacionales para convertirseen diligentes propagadores de laprolongada e ininterrumpida ges-ta castellana. Es cierto que en par-te puede ser explicado por el he-cho de que, extranjeros en un pa-ís nuevo en el que pretendíansentar las bases de su seguridadmaterial, no deseaban reinventarla rueda ideológica, especialmentecuando no había una clamorosademanda por parte de sus alum-nos de lecciones sobre las llamadasculturas “periféricas” de la Penín-sula. Sin embargo, a principios delos sesenta, muchos de estos exi-liados de la periferia habían alcan-zado un alto nivel de seguridadprofesional al otro lado del Atlán-tico. ¿Por qué, entonces, en un pe-riodo de grandes cataclismos enlas universidades estadounidenses,no surgieron formas de análisiscultural nuevas propias del país?No se puede por menos que asu-mir que el confort que ofrecía elvivir dentro de un habitus defini-do de un modo conservador yaliado al proyecto historicista de lasupremacía castellana era superiora los posibles beneficios de hacerotra cosa.

Lógicamente, la situación deaquellos intelectuales que se habí-an vinculado más estrechamente alas instituciones culturales nacio-nales de Galicia, Cataluña y el Pa-ís Vasco durante el primer cuartodel siglo XX fue muy diferente. Al-gunos, como Eugeni d’Ors o Vi-cente Risco, simplemente aban-donaron la causa durante los añosveinte y treinta. Sin embargo,aquellos emprendedores culturalesque durante la República perma-necieron fieles a sus proyectos na-cionalistas respectivos, especial-mente en Cataluña, vieron cómola institucionalización de la cultu-ra autóctona alcanzaba alturasnunca vistas en más de doscientosaños. Pero este intenso periodo de

establecimiento de institucionesfundamentadas en teorías socialeslaicas, y con frecuencia profunda-mente anticlericales, fue muy bre-ve. Las tácticas de construcciónnacional de ese breve y luminosoperiodo serían, en los oscuros añosdel franquismo, la piedra de to-que para un sector relativamentepequeño de la sociedad; pero a losojos de otros muchos quedaronpara siempre asociadas a unostiempos de violencia y de distur-bios sociales y a la destrucción derituales muy queridos y, por tanto,desacreditadas eternamente comomodelo para un futuro renaci-miento de la nación.

A diferencia de la mayoría de laizquierda catalanista, Jordi Pujollo entendió instintivamente. Ymientras los progresistas, confia-dos en sí mismos, se preparabanpara una victoria que nunca llega-ría, él se ocupó de elaborar la basefilosófica de un catalanismo nue-vo, y al mismo tiempo muy viejo,imbuido profunda y explícita-mente de pensamiento religioso.Como dijo Jaume Lorés, “el dis-curs d’en Pujol es fonamenta enuna inconfessada teologia de Ca-talunya, o, més justament, en laprojecció d’esquemes teològics so-bre la realitat de nostre país” (Lo-rés, citado en Riera, pág. 22). Es-tén o no sus numerosos críticosdispuestos a reconocerlo, este ca-talanismo, forjado en los gruposscout y de jóvenes cristianos de losaños cincuenta y sesenta y en cu-yo seno se veneraban mucho máslos nombres y las ideas de Prat dela Riba y Torras i Bages que los deCompanys e incluso Macià, es elque ha marcado la pauta social enCataluña en las dos últimas déca-das. Tal y como ha escrito recien-temente Ignasi Riera, “la gran ha-bilitat de Jordi Pujol és que ensha fet jugar a tots en el seu te-rreny: l’oposició ha jugat tots elpartits a camp contrari perquè Jor-di Pujol els portava avantage i ells’havia afanyat a marcar, amb pre-cisió tant els limits del terreny dejoc com el temps històric objectede cada debate” (Riera, pág. 212).

En el ámbito artístico, literarioy académico ha significado quelas personas han debido referirseconstantemente a esa lógica de la

nación globalmente historicista eimplícitamente religiosa estable-cida por Pujol, aunque sólo fuesepara refutarla. Una situación queAlbert Boadella, uno de los másdestacados críticos de Pujol, hadescrito con acidez como una“omertà cultural” (Boadella,pág. 393), es decir, un código dehonor en la cultura cuya existen-cia paraliza, mediante la intimi-dación y un debilitamiento pro-gresivo, los impulsos críticos y cre-ativos de la comunidad cultural.En el caso de los investigadoresuniversitarios, y en particular dequienes estudian la génesis histó-rica y literaria de la nación catala-na desde su interior, se ha tradu-cido en una intensa presión im-plícita para apoyar –y en ningúncaso refutar– la idea de que la tra-yectoria histórica de Cataluñapuede y debe ser considerada engran medida como autónoma yno híbrida. Naturalmente, haynumerosas personas que han bus-cado resistirse a esta presión im-plícita, especialmente en estosaños de declive del pujolismo. Pe-ro, digámoslo claramente, el índi-ce de heroísmo autoanulatorio en-tre los académicos no suele sermayor que entre los ciudadanoscomunes. El hecho es que el habi-tus académico que se ha instituidoen el ya autónomo sistema uni-versitario catalán de los años dePujol está formado, tomandoprestada la terminología de Even-Zohar, por un “repertorio de op-ciones culturales” (Even-Zohar,pág. 373) que predispone confuerza a sus miembros a descubriry divulgar las pruebas del “fet di-ferencial” antes que las de cual-quier “fet ibérico comú”.

Aunque me he centrado en elcaso de Cataluña, se puede decirque las situaciones que existen enel País Vasco y Galicia son muy si-milares. En ambos lugares las ins-tituciones pedagógicas han mos-trado una clara tendencia a pro-mover y recompensar aquellosestudios que “descubren” y/o “re-descubren” pruebas de que sus sis-temas culturales nacionales tienenun carácter en gran medida autó-nomo. Aunque hay algunas dife-rencias importantes con respectoal caso de Cataluña. En el País

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Vasco, no lograr “seguir la co-rriente” puede ser castigado no yacon el ostracismo profesional o laimposibilidad de superar unasoposiciones, sino con deber vivirbajo una constante amenaza demuerte, tal y como nos demues-tran con claridad meridiana lashistorias de personas como Fer-nando Savater, Mikel Azurmendio Jon Juaristi. Como evidencianlas cuatro victorias consecutivasde Fraga, las raíces del nacionalis-mo autóctono son mucho menosprofundas en Galicia que en Ca-taluña o el País Vasco. Mientrasque el dominio del PP ha provo-cado el ascenso de un rancio esti-lo de política neocaciquista (consu código de honor propio y per-fectamente real) en cuyo seno par-te del clero ha tenido un papeldestacado, una “omertà cultural”nacionalista al estilo de la vigenteen las otras dos comunidades au-tónomas “históricas” tiene una in-fluencia mucho menor en el con-junto de la sociedad. Tal vez poresa razón puede ser encontrada enuna forma particularmente puraen los escasos sectores sociales enque los nacionalistas tienen fuerterepresentación. El primero de es-tos lugares es el sistema universi-tario y, dentro de él, en las facul-tades de Historia, Literatura y

Ciencias Sociales. Aunque el na-cionalismo del BNG se ubica no-minalmente en el lado izquierdodel espectro político, su conceptooperativo de nacionalismo derivacasi totalmente del historicismode impulso religioso de principiosdel siglo XX. Evidentemente, nosería políticamente correcto refe-rirse demasiado a Vicente Riscoen el BNG de hoy; el artista repu-blicano y progresista Castelao esuna figura mucho más atractiva.Sin embargo, las huellas de Riscose encuentran a lo largo de ese dis-curso que a Beiras le gusta repetiren su círculo de partidarios, cadavez más reducido, aunque tam-bién más virtuoso.

En este punto, tal vez deba de-jar claro que no veo ningún pro-blema o peligro inherente a losnacionalismos historicistas o es-tructurados históricamente. Dehecho, es comprensible que losnacionalistas sinceros de la llama-da periferia deban responder a latan agresiva y nunca satisfactoria-mente desmantelada “religión” dela primacía castellana con modelosde identidad diseñados para evo-car el sentimiento de una unióncomunal atemporal. Iré aún máslejos. Mientras que uno puede la-mentar la violencia que una ar-quitectura discursiva de inspira-

ción religiosa ha difundido en elPaís Vasco y sentirse harto de labanal ineficacia que ha producidoen Galicia, no se puede negar queen Cataluña Jordi Pujol la ha usa-do con efectos importantes y du-raderos. Y que, aunque haya crea-do en la práctica una forma deomertà cultural, lo ha hecho conla complicidad activa y democráti-ca de la ciudadanía. ¿Quién puededecir qué hubiera sido de la cul-tura catalana si Pujol no hubieseestado tan “religiosamente” segurode la necesidad de establecer y de-fender sus parámetros fundamen-tales? Y, de manera análoga, ¿có-mo criticar que ciertos sectores dela sociedad portuguesa, que aún sesienten profundamente incómo-dos bajo el espectro del poder cas-tellano, prefieran subrayar la sin-gularidad histórica de Portugalproclamando ciertos mitos neo-saudosistas de su omnipotencia?Al hacerlo se limitan a utilizar unmecanismo de copiado –el esta-blecimiento de un términus míticoextrapeninsular– que, como seña-la António José Saraiva (pág. 85),les ha funcionado extraordinaria-mente bien como muleta existen-cial durante los siete siglos trans-curridos desde su improbable vic-toria en Aljubarrota.

Un historicismo con cinco cabezas Una vez dicho esto, únicamente esposible preguntarse cuánto tiem-po se puede esperar que este siste-ma de historicismos opuestos concinco cabezas siga funcionando enel contexto, aún escasamentepuesto a prueba, de una Españademocrática y perteneciente a unaEuropa unida. El objetivo claro,aunque frecuentemente no explí-cito, de la mayoría de los Gobier-nos nacionales y supranacionaleses lograr el mayor grado posible decohesión entre sus partes consti-tuyentes. Los nacionalismos his-toricistas, por el contrario, consi-deran su objetivo primordial ga-rantizar el máximo grado posiblede autonomía para sus poblacio-nes diferenciadas históricamente.Por tanto, tienden a mostrarsemuy suspicaces, e incluso profun-damente hostiles, hacia los pro-yectos de cooperación con los

“otros” nacionalistas de su mismocontexto geográfico. Cuando laautonomía total no es posible po-líticamente, participarán en estetipo de relaciones, aunque en ge-neral lo harán teniendo gran cui-dado en asegurarse de que todo elmundo vea ese vínculo como algoprovisional, como una simple ope-ración táctica diseñada para maxi-mizar la viabilidad a largo plazode su territorio. Evidentemente,éste es el juego al que durante dosdécadas han jugado a la perfec-ción el catalanismo conservadorde Pujol y el nacionalismo vascobajo el liderazgo de Ardanza, Ar-zalluz y ahora Ibarretxe.

En muchos aspectos, esta acti-tud autosuficiente es un resulta-do colateral totalmente predeciblede esa subestructura religiosa delos credos de identidad nacional.En tiempos de tensiones sociales,los “creyentes” regresan con nota-ble fidelidad a aquellas “certezasexclusivas” que delimitan su siste-ma de creencias y que son intoca-bles. Algunos críticos, como Var-gas Llosa, han afirmado que, pues-to que la democracia dependeante todo de la negociación, unode nuestros primeros objetivos entanto que actores civiles deberíaser eliminar gradualmente denuestros discursos sociales esos“vestigios” de lógica religiosa.Aunque discrepo profundamentecon Vargas Llosa acerca de la via-bilidad y la deseabilidad a largoplazo de semejante proyecto de“secularización” del discurso pú-blico8, comparto la preocupaciónsubyacente relativa a la inestabili-dad inherente a una política enla cual el discurso insensible y al-tamente inconsciente del podercentralista y los gambitos oportu-nistas de las comunidades nacio-nales legalmente subsidiarias sonprácticamente los únicos códigosde comunicación intercultural.Que una situación así desembo-

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8 Al igual que muchos de quienes vivenen la cultura anglosajona, o están apasio-nados por ella, me parece que Vargas Llo-sa tiende a sobrestimar la importancia delindividuo y a infravalorar los efectos amor-tiguadores positivos que las formas socialesde origen espiritual tienen sobre el bienes-tar de una sociedad.

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que en un callejón sin salida muyconflictivo y potencialmente vio-lento, parece ser únicamente cues-tión de tiempo.

¿Qué cabe hacer? Reciente-mente, el PSOE, bajo la crecienteinfluencia de Pascual Maragall y elPSC, ha propuesto transformaresos acuerdos vagamente descen-tralizadores de la Constitución de1978 en una federación plena-mente desarrollada en el seno de lacual quedaría claramente defini-do el alcance legal tanto del Go-bierno central como de los Go-biernos autónomos de constitu-ción asimétrica. Su plan nomenciona abiertamente a Portu-gal, pero si recordamos la historiadel federalismo español, especial-mente los esfuerzos de Labra, Sal-merón, Pi i Margall, Ruiz Zorrillay otros a finales del siglo XIX, po-demos asumir que la cuestión decómo integrar a Portugal en estenuevo acuerdo multipolar proba-blemente surgirá más pronto quetarde. Esta necesidad inevitable dehacer frente al aspecto portuguésde la cuestión federalista pareceaún mayor si consideramos que laexistencia de la UE ha llevado lasinversiones españolas en la econo-mía de su vecino a niveles sin pre-cedentes en la historia.

Sin embargo, si los socialistas, ocualquier otra formación política,quiere realmente poner en prácti-ca un proyecto de este tipo, enprimer lugar debe prestar atencióna la tarea de establecer las basesculturales necesarias. Si hay algoque ha quedado perfectamenteclaro en las casi dos décadas trans-curridas desde que las fecundas in-tuiciones de Benedict Andersonabriesen un nuevo campo de in-vestigación en la estructura dis-cursiva de las identidades grupales,es que los movimientos naciona-listas tienen mayor éxito cuandoson precedidos y/o acompañadospor proyectos de pedagogía socialfuertes y bien orientados. Tal y co-mo hemos visto, estas técnicas fue-ron fundamentales en la creacióny mantenimiento de los diferentescredos nacionalistas que han do-minado el discurso público en laPenínsula durante los últimos 100años; resulta evidente entoncesque cualquier concepción de la

unidad peninsular que sea plura-lista y radicalmente nueva exigiráun despliegue similar de recursosinstitucionales. Dado que es pro-bable que estas propuestas generenuna fuerte oposición desde dife-rentes lugares, empezando por losnacionalistas castellanos esencia-listas (que siguen teniendo unanotable presencia también en elPSOE) y por los partidos histori-cistas en el poder en Cataluña y elPaís Vasco, las actividades de “pla-nificación cultural” en este sectornecesitarán, ante todo, suplantaren intensidad y capacidad de pe-netración a las actividades de losnacionalistas puristas en el pasado.Esto se hace aún más evidentecuando se tiene en cuenta que laadopción de ese punto de vista re-quiere una capacidad de abstrac-ción relativamente alta: pienso enel famoso dictum de Fitzgerald so-bre la relación entre la inteligenciay la capacidad para albergar con-tradicciones. Uno de los pocospensadores que reconoce abierta-mente la importancia de estos es-fuerzos es el científico político ca-talán Ferran Requejo, quien se hareferido a la necesidad de promo-ver activamente un incremento dela fecundación cruzada panpenin-sular en los ámbitos lingüístico ysimbólico (moneda, banderas,himnos nacionales, documentoslegales). Pero la mayoría de las me-didas que propone no tienen co-mo objetivo engendrar un futurosistema intrapeninsular de acuer-dos sino más bien asegurar su in-tegridad una vez que esté creadojurídicamente.

Paniberismo culturalDe acuerdo con el supuesto opti-mista de que nuestra docencia ynuestros escritos aún nos conce-den una función residual en elmodelado del discurso público,parecería que quienes estudiamosEspaña y Portugal tenemos un pa-pel potencialmente valioso quedesempeñar fomentando la hibri-dación y esas actitudes panibéricasque son el sine qua non de cual-quier posible sistema federal o fe-deralizador. Al ser los actores so-ciales los que mantenemos el con-tacto más íntimo con esa materiaprima de la historia de la que pro-

ceden los mythemas sociales y po-líticos, estamos en una posiciónpoco corriente que nos permiteestimular y ofrecer las muestraspresentes en los textos que dencuerpo a esas muchas versiones dela historia que subrayan el ecume-nismo frente a la ortodoxia, la hi-bridación frente a la pureza, la co-municación fluida y respetuosafrente al enfrentamiento calcula-do. Pero para poder asumir estafunción nueva y potencialmenteútil debemos en primer lugar re-conocer, y después superar, ciertas“cuestiones estructurales” –como alos economistas les gusta llamar-las– en el seno de la disciplina.

Llegar a comprender el verda-dero perfil del propio habitus pro-fesional nunca es un proceso fácil.La victoria a gran escala de los ide-ales ilustrados en la vida estadou-nidense y europea occidental pro-voca que los profesores de univer-sidad tengan una tendenciaprofundamente arraigada a des-cribir sus trayectorias profesionalesen términos extremadamente in-dividualistas, obviando o minimi-zando notablemente el hecho deque las instituciones académicastienen formas muy eficaces, y enocasiones notablemente draco-nianas, de forzar lo queChomsky ha definido como los

límites del “pensamiento pensa-ble” (Chomsky, pág. 1). Aunquenos duela admitirlo, en ese sentidoposiblemente no seamos un grupotan diferente de esos paladinesde los medios de comunicaciónestadounidenses que con regula-ridad se autoalaban por su “re-belde independencia informati-va” mientras ignoran alegre-mente el modo en que lasautoridades políticas y los gran-des conglomerados mediáticosrecortan constantemente los lí-mites del terreno de juego se-mántico simplemente ignoran-do o considerando “fuera de latendencia dominante” aquellashistorias susceptibles de reflexio-nar negativamente acerca de suhegemonía social y económica.

El gran problema no reconoci-do de los estudios ibéricos con-temporáneos, la fuerza que ha de-terminado los parámetros que de-finen la mayoría de nuestrasactividades intelectuales, es ese dis-curso sobre la supremacía culturalcastellana esencialmente monista yde raíz religiosa, cuya estructuracognitiva básica ha sido, a su vez,reproducida en las llamadas na-ciones periféricas de la Península.En un primer momento es lógicoasumir que quienes están mejorcapacitados para reconocer este

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hecho y, a partir de ahí, realizarun cambio fundamental en la for-ma en que la comunidad de aca-démicos construye la trama de lahistoria cultural son quienes vivenmás cerca de él: los profesores quetrabajan en los departamentosuniversitarios de la Península.

Sin embargo, al reflexionar mássobre ello vemos que puede no serasí. Más arriba he propuesto quelos europeos del norte, que se ha-bían esforzado por “redescribir”sus sociedades como fríos espaciosseculares tras la Segunda GuerraMundial, no tenían el más míni-mo interés en reconocer la exis-tencia en los Balcanes de unosconflictos alimentados por la reli-gión (por no hablar de implicarseactivamente en su extinción). Psí-quicamente se parecían demasiadoa los que tanto deseaban extirparde su autoimagen colectiva. Esatendencia –llamémosla aversión alas creencias– es más pronunciadasi cabe entre los intelectuales queviven y trabajan en las nacionesibéricas. No es difícil adivinar losmotivos. Durante casi trescientosaños el símbolo más egregio delrelativo retraso ibérico con rela-ción al resto del mundo “másavanzado” ha sido la superabun-dancia de religiosidad o de creen-cias en sus esferas académica y gu-bernamental. En este sentido, Es-paña y Portugal realmente fuerondiferentes a los demás países deEuropa, algo que a los dictadoresque ambos países tuvieron a me-diados del siglo XX les gustaba re-cordar a sus poblaciones. Sin em-bargo, hubo un pequeño númerode intelectuales ibéricos del sigloXIX y los dos primeros tercios delXX que, gracias a su acceso a la li-teratura extranjera, fue conscien-te –de una forma que ningúnotro sector de la población podríaserlo– de que las cosas no teníannecesariamente que ser así. Para lamayoría de los pensadores ibéri-cos “euroalfabetizados”, el resul-tado de esa situación, que el granensayista portugués EduardoLourenço ha denominado hábil-mente “emigração mental” (Lou-renço, pág. 97), fue un estadopermanente de ansiedad y ner-viosismo. En este sentido, las tra-yectorias biobibliográficas de An-

tero de Quental en Portugal y deMiguel de Unamuno en Castillason emblemáticas.

El sorprendente éxito de lastransiciones a la democracia espa-ñola y portuguesa, en las que sedesmontaron con asombrosa ra-pidez la mayoría de sus tropos re-ligiosos acerca de la identidad y lamoralidad pública, indujo uncambio en este aspecto que ver-daderamente marcó una época.Los intelectuales españoles de me-nos de cincuenta años han disfru-tado de una relación con el pen-samiento y la cultura transpire-naicos que apenas ha sidoproblemática. Y se ven con unaapariencia en todo punto tan se-cular como la de sus parientes delnorte de Europa. Al haber sido losque finalmente, y desde su puntode vista definitivamente, han ce-rrado una herida que llevaba másde dos siglos supurando, es lógicoque no muestren mucho entusias-mo por reabrir el asunto del pen-samiento de inspiración religiosaen la vida pública. Se preguntanpor qué revisitar ese pasado “anor-mal”, cuando es evidente que hantrascendido el conjunto de polari-dades culturales, ideológicas y po-líticas que lo hicieron posible.

Endogamia académicaOtra razón para dudar de la capa-cidad de los intelectuales que resi-den en la península Ibérica paraactuar como motores de la refor-ma disciplinaria en el hispanismoes la tan discutida cuestión de laendogamia institucional. En Es-paña y Portugal se suele ascenderen el escalafón, desde un estu-diante joven y vital hasta un pro-fesor cargado de ironía, en el mis-mo espacio físico y humano. Aun-que se puede defender el efectorelativamente positivo de este sis-tema sobre el mantenimiento dela vida personal y familiar de losacadémicos, es indudable que tie-ne efectos embrutecedores en elmodelado de la docencia indivi-dual y de los programas de inves-tigación. Uno sabe desde muypronto que agitar las aguas suponearriesgarse a ser expulsado del pa-raíso académico y que las opcionesde conseguir otra oportunidad enotro lugar son muy pocas. Esto

constituye un incentivo increíble-mente fuerte para mantener los lí-mites preestablecidos del “pensa-miento pensable”. No estoy sugi-riendo que estas presiones noformen parte de otros sistemas.Simplemente digo que la presiónpara que alguien se conforme au-menta exponencialmente cuandosus profesores de licenciatura, susdirectores de tesis y el tribunalque le da su primera plaza comoprofesional son el mismo grupode personas. En Estados Unidos,por ejemplo, se puede cambiar deprograma de doctorado con rela-tiva facilidad y, una vez en pose-sión del título, prácticamente se leexige que busque trabajo en otrasinstituciones. Es evidente que ensu nueva plaza el académico de-berá agradar a quienes tienen lasllaves para el puesto permanente.Pero, en general, sus nuevos com-pañeros no tienen el mismo inte-rés que pueda tener un director detesis en garantizar la perpetuaciónde una forma concreta de análisiscultural centrado en un conjuntode artefactos culturales previa-mente definidos.

Además de asegurar un altogrado de conformidad en el senode la institución, la endogamiaacadémica ibérica inhibe con fuer-za el intercambio transversal deideas entre las diferentes comuni-dades. Una cosa es hablar del“otro” peninsular en abstracto yotra muy distinta compartir eldespacho, y de vez en cuando lacomida, con él o ella. Es más si, taly como he propuesto la lógica his-toricista de una comunidad na-cional en concreto tiene gran in-fluencia en el habitus en que tra-bajan la mayoría de losacadémicos ibéricos, ¿cuál es el in-centivo para emprender proyectoscomparativos que puedan relati-vizar la fuerza e importancia del“hecho diferencial” en ese lugar?En el mejor de los casos, estas ac-tividades serán vistas como unadesviación fantasiosa de la norma.En el peor, serán vistos como actosde deslealtad de facto al grupo.

En este contexto, parecería quelos académicos en el exterior, es-pecialmente los que actuamos enel mundo anglosajón, pueden te-ner un importante papel haciendo

que la profesión avance siguiendouna línea más ecuménica y/o hi-bridatoria. Su capacidad potencialpara ello no procede de que, agrandes rasgos, su visión sea su-perior, sino de los rápidos cam-bios que tienen lugar en su indus-tria de la educación superior.

Como se ha mencionado an-tes, uno de los efectos más asom-brosos y notables de la historia delhispanismo es el alto grado de fi-delidad que los académicos ibéri-cos emigrados a América hanmantenido con respecto a las prác-ticas de análisis cultural que co-nocieron durante su juventud enla Península. Una de las cosas quemás han facilitado la gran im-plantación de la cultura profesio-nal ibérica ha sido el pobre estadode desarrollo del hispanismo enAmérica durante los años en quetuvieron lugar las primeras migra-ciones intelectuales a gran escala(los años treinta y cuarenta). Fren-te a ese vacío institucional, hicie-ron lo que haría la mayoría de lagente en sus circunstancias: recre-aron diligentemente el habitus aca-démico que habían dejado atrás.

¿Dónde deja todo esto al estu-diante norteamericano que ha su-frido el flechazo de la cultura pe-ninsular? Por la necesidad no re-conocida de convertirse en unaespecie de faux castellano o por-tugués, no ya en el dominio de lalengua –algo totalmente justifica-do y necesario–, sino también porla internalización de la rígida ta-xonomía del mundo académicoibérico, que tiende a dividir la cul-tura en categorías disciplinariasclaramente definidas y mutua-mente excluyentes (historia, so-ciología, filología, ciencia políti-ca). Es más, pronto descubre queaunque los nombres de muchosdepartamentos (por ejemplo, Es-tudios Hispánicos) sugieren unaapertura a un amplio abanico deaproximaciones disciplinares y detradiciones nacionales, hay unaactividad que domina todas lasdemás: el análisis filológico de laliteratura española, entendida co-mo un conjunto de textos caste-llanos que mágicamente ha con-seguido trascender una referen-cialidad limitada al momentohistórico en que fueron elabora-

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dos. En resumen, la trasferencia aotros países de esa visión de lacultura, desarrollada por los filó-logos españoles de principios ymediados del siglo, literaria y he-cha a partir de unos atractivosanálisis –por no mencionar sucentralismo–, dejó a los acadé-micos formados fuera de la Pe-nínsula incapaces en general dereconocer, no digamos ya de ana-lizar y comentar correctamente,la mayoría de los conflictos y diá-logos cardinales de la vida ibéricacontemporánea.

Sin embargo, en los últimosaños, ciertos factores han conspi-rado para hacer cada vez más in-sostenible nuestra aquiescenciacon este juego de turismo filológi-co. El principal es el hecho de quemuchos de nuestros alumnos yano creen que, en sí mismos y porsí solos, los textos literarios canó-nicos sean los destilados prima-rios de una cultura nacional, osea, la forma más exacta, asequiblee interesante de penetrar un siste-ma cultural extranjero. Plena-mente conscientes del poder que,como consumidores, tienen en elcada vez más mercantilista sistemade educación superior de EE UUy Reino Unido, exigen que se lesdé una forma de “alfabetizacióncultural” con una base muchomás amplia, que hunda sus raícesen un análisis del cambio social ydel conflicto basado en la historiay definido en sentido amplio.Aunque hay quien ha lamentadoeste cambio inducido por el mer-cado por considerarlo un ataquefrontal a la soberanía académica yuna evasión del rigor, otros hanaceptado tranquilamente el desa-fío de producir y/o facilitar esasnuevas historias culturales pluri-disciplinares que necesita seme-jante enfoque.

Entre estos últimos destacanHelen Graham y Jo Labanyi,quienes, al igual que anterior-mente Antonio Ramos Gascón,creen que la clase intelectual es-pañola no ha conseguido generarmodelos de análisis cultural real-mente integrados y flexibles, algoque deja claro su excelente Spa-nish Cultural Studies: An Introduc-tion. Ante esto, proponen un mo-delo de estudios culturales espa-

ñoles que se centre en lo que defi-nen como la tarea de “desempa-quetar” la problemática relaciónde España con la modernidad. Eneste enfoque, inherentementepluridisciplinar, aparece como im-plícita la necesidad de desarrollarformas de investigación que pres-ten mayor atención al importan-te y en ocasiones preeminente pa-pel de las instituciones mediado-ras en la construcción de sistemasestéticos y sociales de creencias.De este modo, no sólo nos plan-tean el desafío de ampliar enor-memente el abanico de lo que seconsideran “objetos pertinentesde estudio”, sino que también in-cluyen en nuestro trabajo un gra-do mucho mayor de eso queBourdieu ha denominado “refle-xión crítica” (Bourdieu, pag. 7)acerca de nuestras motivacionesprofesionales institucionalizadas.

Las implicaciones de utilizar es-te enfoque para el estudio de losdiscursos de identidad nacionalcontemporáneos deberían estarperfectamente claras. Si, como hepropuesto, en la Península Ibéricase mantienen unos conceptos deidentidad nacional altamente es-táticos y esencialmente no dialo-gantes, es porque han sido apoya-dos, de una u otra forma, por ac-titudes y posturas institucionalesprofundamente arraigadas. En lamedida en que desde la comuni-dad de académicos aceptamos es-tas construcciones acríticamente,contribuimos a su perpetuación.Naturalmente, no hay ningúnproblema inherente al hecho deseguir las orientaciones que da elhabitus profesional de uno. De he-cho, muchas “carreras profesiona-les de éxito” están hechas precisa-mente de ese modo. Una vez di-cho esto, resulta difícil paracualquiera que tenga un buen co-nocimiento de la historia contem-poránea de España y Portugal nosentirse preocupado por el tonocada vez más polarizado del deba-te actual sobre cuál será la si-guiente etapa de la evolución de laPenínsula en tanto que comuni-dad de naciones integrada. Aun-que no cabe duda de que el mo-delo de estudios culturales antesdescrito, que pone un gran énfasisen el análisis de la construcción

institucional de las creencias y susconflictos sociales concomitantes,no es la panacea, sí parece ser unnotable estímulo para revisar loshábitos académicos existentes. Lacrítica social progresista, que en elúltimo medio siglo ha adoptadoen sus grandes rasgos una mayoríade la élite intelectual europea (almenos a nivel consciente), ha ten-dido a considerar la necesidad deuna identidad colectiva de origentrascendental como un aberrantevestigio que, con el tiempo, desa-parecerá. Sin embargo, cuandoaplicamos a nuestro trabajo estasmetodologías nuevas más crítica-mente reflexivas podemos ver queesta opinión probablemente de-bería ser clasificada más como undesideratum que como una reali-dad tangible. De manera similar,una investigación rigurosa basadaen los archivos, fundamento delestilo de estudios culturales pro-puesto por Labanyi y Graham,puede hacer evidente otro hechonotable: que la consolidación decada credo de identidad nacionalautónomo u ortodoxo suele incluirun acto de olvido estratégico deaquellas propuestas nacionalistasmás interactivas y/o ecuménicasque llegaron a competir con él enlos foros del pensamiento público.Aunque ser conscientes de estatendencia no va a cambiar auto-máticamente el perfil de los deba-tes nacionalistas que tienen lugarhoy en la península Ibérica, no ca-be duda de que contribuirá demanera importante a rebajar lacredibilidad de las reivindicacio-nes esencialistas de algunos de susprincipales actores. Y si aquellosproyectos pluralistas olvidadosfuesen vueltos a contar de modoconvincente y puestos en circula-ción en la sociedad, tal vez llega-sen a formar la base de una peda-gogía multipolar de la vida ibéri-ca, nueva y profundamentedialógica.

Conclusiones Hemos empezado refiriendo acómo un grupo de intelectualesde finales del siglo XIX y princi-pios del XX, hoy en gran medidaolvidados, promovió desde susrespectivos proyectos literarios yperiodísticos una visión multi-

nacional, y sin embargo profun-damente integrada, de la vida cul-tural y política ibérica. Puesto quela mayoría eran catalanes y se hi-cieron adultos durante el ascensode la Lliga, en general simpatiza-ban con ese concepto historicistae implícitamente religioso de na-ción que proponían Prat de la Ri-ba y la Lliga. No obstante, al mis-mo tiempo eran claramente cons-cientes de los límites inherentes aeste modelo teórico, especial-mente de su tendencia a “cerrarsesobre sí mismo” e impedir de he-cho la creación de formas dura-deras de convivencia con otrospueblos peninsulares. Fue estaconciencia lo que les llevó a in-tentar establecer una tercera víaque combinase la certeza ontoló-gica del historicismo con la fexi-bilidad dialógica del federalismode Pi i Margall. Nacida entre dosfuegos, esa iniciativa no llegó aprosperar. Y poco después la ho-guera castellana, afirmando serapenas una inofensiva chispa enpeligro de ser apagada, se lanzó auna gran conflagración que con-sumiría agresivamente a todos losotros nacionalistas que se cruza-ron en su camino.

La Constitución de 1978 (y losregímenes preautonómicos y au-tonómicos que surgieron de ella)reconoció sin ambigüedades la di-ferencia de origen histórico de Ca-taluña, Galicia y el País Vasco. Pe-ro, al mismo tiempo, no planteóclaramente la naturaleza del régi-men por el que estas culturas-na-ción se relacionarían con Castilla yentre sí. Durante 20 años, a casitodos los implicados les ha pareci-do correcto este acuerdo. Peroahora el aparato político del Go-bierno central, que se niega a re-conocer el alto grado de con-gruencia entre sus deseos y lasprerrogativas trascendentalistas deuna cultura-nación engendradahistóricamente llamada Castilla,ha insinuado que “los nacionalis-tas” ya habían llegado tan lejoscomo se les podía permitir. Esmás, ha aprovechado la mínimaocasión para demostrar que tieneel derecho, ratificado por la his-toria, de tomar esa decisión, quees básicamente punitiva. En estacoyuntura tan delicada, sólo po-

LAS CINCO CABEZAS DEL NACIONALISMO IBÉRICO

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demos esperar que nuestro es-fuerzo por problematizar estasviejas cuestiones de manera cons-tructiva pueda contribuir de al-gún modo a que los proponentesactuales de una tercera vía, arrai-gada en el diálogo y en la larga yrica historia de hibridez intrape-ninsular, alcancen un mayor éxitoque el logrado hace casi un siglopor Casas-Carbó, Ribera i Rovira,Maragall y otros. n

Traducción de Sara Barceló

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THOMAS HARRINGTON

73Nº 130 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

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i desde un punto de vistaeconómico la función pri-mordial de las familias es

producir hijos, no cabe dudade que el fantástico incrementode su productividad a lo largodel último siglo ha comportadotransformaciones substancialesen su estructura y en su diná-mica. Empleando datos de laONU para sus más de 180 pa-íses miembros, se puede de-mostrar empíricamente queexiste una elevada correlaciónpositiva entre el índice coyun-tural de fecundidad (númerode hijos por mujer) y la tasa demortalidad infantil (hijos quemueren durante su primer añode vida). Esta relación lineal di-recta entre mortalidad infantily fecundidad sugiere que unode los principales factores quefacilitó la reducción de la nata-lidad fue la mejora de las con-diciones higiénicas y sanitarias,que a su vez posibilitó la su-pervivencia de un número ma-yor de niños recién nacidos ehizo disparar la esperanza devida. Para poner un solo ejem-plo, los datos disponibles nosindican que hoy en Afganistánla fecundidad es de 6,9 hijospor mujer, la mortalidad infan-til del 164,7‰ y la esperanzade vida de 42,5 años, mientrasque en España estos mismos in-dicadores son de 1,16 hijos pormujer, del 5,7‰ y de 78,1años, respectivamente. Fue elmejor rendimiento de las fami-lias como unidades reproducti-vas lo que aconsejó la planifi-cación familiar, permitió eltrabajo extradoméstico de lasmujeres, impulsó la emancipa-ción femenina e hizo tambalearlos cimientos del patriarcado(Lamo de Espinosa, 1995). Al

propio tiempo, estos cambiosdesencadenaron un cúmulo deinnovaciones en cadena que,aparejadas con otros elementosde los procesos de moderniza-ción, nos han conducido a lasituación actual.

La transformación de la familiaPara poder comprender los ob-jetivos y los instrumentos de laspolíticas familiares de hoy esimportante repasar algunas deestas transformaciones. El des-censo de la natalidad abre la víapara que pueda cambiar la sig-nificación de los hijos y se em-piece a valorar más su calidadque su cantidad. Según los eco-nomistas de la familia, desde elpunto de vista de la unidad fa-miliar, los hijos han pasado deser bienes de producción, y portanto de ser conceptuados co-mo inversiones, a ser bienes deconsumo y a ser conceptuadoscomo gasto. En las sociedadespremodernas, con un escaso de-sarrollo de los sistemas de pre-visión social, tener hijos repre-sentaba una garantía en la per-petuación del linaje y elaseguramiento de una vejeztranquila. En cambio, en nues-tra sociedad, la satisfacción queobtenemos de la infancia es bá-sicamente psicológica, en lamedida en que los hijos se hanconvertido en bienes de consu-mo. Sin embargo, ello incre-menta su coste. Si los hijos soncomo bienes de consumo y lesaplicamos el principio de la dis-minución de la utilidad margi-nal, el coste estimado de un se-gundo o tercer hijo es mayorque los beneficios que espera-mos sacar de ellos (Cabrillo,1999).

Una de las razones del incre-mento de su coste es que repre-sentan una carga a corto plazosin que podamos sacar de ellosningún rendimiento a largoplazo, ya que al llegar la hora dela jubilación tendremos queconfiar para nuestro sustentomás en el sistema público depensiones que en la ayuda quepuedan proporcionarnos nues-tros hijos. En la familia nuclearlos flujos suelen ir de arribaabajo y no al revés. Que paralos padres los hijos representenun gasto no quita que la mayo-ría de los progenitores, en lamedida de sus capacidades, seempeñen en invertir en ellos losmayores recursos posibles parapotenciar su capital humano,hoy sobre todo en forma deeducación. Pero esta lógica to-davía refuerza más el elementocualitativo con respecto alcuantitativo.

Pero el principal factor delaumento del coste de los hijoses el crecimiento de las oportu-nidades laborales de las muje-res. La mejora de sus creden-ciales educativas eleva las pro-babilidades de que encuentrenun buen empleo, con lo cual suretirada –parcial o temporal–del mercado de trabajo para te-ner hijos representa una pérdi-da mayor para ellas y para susfamilias. Así, las bajas tasas defecundidad en el mundo occi-dental se explican en gran par-te por la innegable mejora delas oportunidades femeninas enel mercado de trabajo (Cabri-llo, 1999).

Ahora bien, todos estos aná-lisis tienen sentido desde elpunto de vista de los actores fa-miliares –padres y madres– quetoman las decisiones para tener

hijos. Pero si en lugar de adop-tar una óptica individual pro-yectamos sobre el asunto unamirada colectiva, es obvio quelas cosas cambian radicalmente.El coste que los hijos represen-tan para los padres puede su-poner un gasto para ellos, com-pensado por la satisfacción psi-cológica que deriva de él, perosin duda constituye una inver-sión para la colectividad. Lospaíses más ricos y dinámicosson aquellos que consagran másrecursos a capital humano, tan-to a nivel público como priva-do. Así, el crecimiento de loscostes de la infancia conducehacia la necesidad de socializaruna parte de esos costes, de talmanera que los padres con hijosa cargo puedan recibir una ayu-da de la colectividad en formade prestaciones y servicios. Deotro modo, el crecimiento delos costes de los hijos nos po-dría llevar a una disminuciónde la fecundidad, que pondríaen peligro el futuro de nuestrassociedades. Denominamos po-líticas familiares estas medidasde apoyo a las personas con hi-jos a cargo.

No obstante, debemos teneren cuenta que el desarrollo his-tórico de las políticas familiaresen los diversos Estados de bie-nestar occidentales ha presen-tado unas trayectorias bastantediferentes e irregulares. Ya seha dicho que uno de los facto-res más importantes en el in-cremento de los costes de te-ner hijos es el crecimiento delas oportunidades laborales delas mujeres. Así, pues, no re-sulta nada extraño que una delas variables en el nacimiento yla consolidación de las políticasfamiliares haya sido la partici-

S

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S O C I O L O G Í A

¿POR QUÉ SON NECESARIAS LAS POLÍTICAS FAMILIARES?

LLUÍS FLAQUER

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pación femenina en el mercadolaboral, que todavía hoy esmuy desigual en cada uno delos países europeos. De hecho,los expertos en el análisis com-parativo de los sistemas de bie-nestar distinguen determinadasgalaxias de países en funciónde ciertas características de laspolíticas sociales y de la estruc-turación de sus parámetrosfundamentales, constelacionesque, según los autores, recibendiversas denominaciones: regí-menes de bienestar (Esping-Andersen, 1990) o familias denaciones (Castles, ed., 1993).Así, la configuración actual de los Estados de bienestar de-pende de factores tan heterogé-neos como el grado de moder-nización económica y social, laestructura del mercado de tra-bajo, la distribución de la ren-ta, el sistema de estratificaciónsocial, determinados valores ytradiciones culturales, sin olvi-dar la influencia de las trayec-torias históricas pasadas, que,de alguna manera, limitan lasopciones del presente. Igual-mente, la prominencia que tie-nen las políticas familiares enlos diversos modelos de bienes-tar es muy variable, del mismomodo que lo son las coalicionesde fuerzas políticas que les die-ron apoyo, así como el com-plejo de legitimaciones invoca-do en su proceso de gestación.El resultado es que hoy apareceen la Unión Europea un con-junto abigarrado de sistemas deprotección social, de diferentespautas y valores familiares, y demedidas de ayuda a las perso-nas con hijos a cargo. Sin em-bargo, esta gran variedad noobsta para que los retos a quese enfrentan los Gobiernos de

los países europeos sean cadavez más parecidos. Más ade-lante trataré de concretar algu-no de esos desafíos, que, a mijuicio, representan las justifica-ciones más sólidas de la necesi-dad de desarrollar políticas fa-miliares.

Si bien la Unión Europea nodispone de competencias espe-cíficas en materia de políticasfamiliares, en los últimos dece-nios la Comisión ha ido ema-nando directivas que tienenuna incuestionable influenciaen la vida familiar. Ha sido so-bre todo a través de las políticasde igualdad de oportunidadesentre hombres y mujeres en elmercado de trabajo como sehan ido produciendo actuacio-nes que están conduciendo auna cierta homologación de lasmedidas de conciliación entrela vida laboral y familiar. Esmuy posible que el recientecambio de paradigma en la lu-cha a favor de la igualdad deoportunidades en términos degénero (gender mainstreaming)nos lleve hacia una interven-ción mayor en el campo de lafamilia (Behning y Serrano Pas-cual, eds., 2001). Por otra par-te, la creación en 1989 del Ob-servatorio Europeo de las Polí-ticas Familiares Nacionales(hoy Observatorio Europeo so-bre la Situación Social, la De-mografía y la Familia), depen-diente de la Dirección Generalsobre Ocupación y Asuntos So-ciales, ha contribuido sin dudaa una circulación mucho ma-yor de la información sobreesos temas, a un intercambiode experiencias y resultados depolíticas y a una toma de con-ciencia creciente de su impor-tancia como mínimo entre las

clases políticas y funcionarialeseuropeas.

A pesar de la diversidad desituaciones y necesidades socia-les de las familias europeas, co-mo decía antes, los retos soncomunes. Como quedará claroa continuación, resulta un gra-ve error creer que estas proble-máticas son menores o secun-darias y que, por tanto, debe-rían ocupar también un lugarsubordinado en las agendas políticas. Al contrario, pese alproceso de individualización enmarcha en nuestras sociedades,la familia continúa siendo hoy,no tan sólo una agencia muyimportante de cohesión social,sino también de reproducciónde la estructura social y, porconsiguiente, de las pautas dedesigualdad. Así, pues, cual-quier intervención que incidaen alguna de estas importantesfunciones puede tener unosefectos bastante considerablesen el proceso de estructuraciónsocial. En mi opinión, hay almenos tres temas que afectan alos ciudadanos de los paísesmás avanzados y que requierenuna intervención decidida en larealidad familiar por parte delos Gobiernos. Se trata de lossiguientes: a) los efectos de lareducción de la fecundidad; b)los riesgos asociados con la po-breza infantil, y c) el avance ha-cia la igualdad de oportunida-des entre hombres y mujeres.

El descenso de la fecundidady el envejemiento de lapoblaciónComo he tratado de mostrarmás arriba, la disminución delnúmero de hijos por mujer esun fenómeno enormementepositivo. Históricamente, estu-

vo asociado con la liberaciónde un sinnúmero de recursosque pudieron ser destinados ala mejora las sociedades afecta-das, sin contar con el fin delsufrimiento de los padres, queveían desaparecer algunos desus hijos en su tierna infancia.Al mismo tiempo, este procesoha hecho crecer en gran medidalas expectativas de las mujeres,las cuales en los países másavanzados, por primera vez enla historia de las sociedades hu-manas, tienen la posibilidad deproyectar su vida en todos losámbitos de actividad.

Pero estas transformacioneshan tenido un impacto dife-rencial en diversas partes delplaneta. En las experiencias quese nos presentan en un mundocada vez más globalizado pode-mos discernir dos escenarios ex-tremos opuestos. Por una parte,hay países del Tercer Mundoconfrontados a una expansióndemográfica incontrolada quelos empobrece y les impide ac-ceder a un desarrollo sosteni-do. Por otra, encontramosnuestras sociedades posindus-triales con unas tasas de fecun-didad por debajo del nivel dereemplazo de las generaciones,donde la demanda de mano deobra debe cubrirse a menudocon cerebros y brazos proce-dentes de otras partes del mun-do. Una posible tentación seríapensar que el problema de labaja natalidad de las sociedadesoccidentales se puede resolverfácilmente a base de aceptar elcrecimiento de los contingentesmigratorios. Pero esta soluciónes insatisfactoria si tenemos encuenta que para compensar lafalta de nacimientos serían pre-cisos unos efectivos foráneos

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que nuestras sociedades po-drían apenas absorber de cara ala integración cultural de los re-cién llegados. Conviene, pues,trabajar en ambas direcciones yadmitir unas cuotas razonablesde inmigrantes, al tiempo quese potencian las políticas deapoyo a las familias para mejo-rar los niveles de fecundidad.Eso es lo que hace la mayoríade las sociedades occidentales ytambién es lo que deberían ha-cer los países del sur de Europa,donde las tasas de fecundidadresultan anómalamente bajas.

Uno de los efectos imprevis-tos de esta situación es el enve-jecimiento de la población. Estefenómeno obedece no tanto alaumento de la longevidad hu-mana en los países más avanza-dos como sobre todo a su bajafecundidad. A partir de unosciertos niveles, el envejecimien-to puede convertirse en una la-cra considerando el esfuerzo cre-ciente que tendrán que realizarlos activos para hacerse cargo dela población anciana. Ello po-dría poner claramente en peligronuestros sistemas de previsiónsocial. España es uno de los pa-íses que se acercan más rápida-mente hacia este escollo. Segúnlos estudios de la División de laPoblación de las Naciones Uni-das, Japón es actualmente la na-ción con una población más en-vejecida (con una edad mediade 41 años), seguida por Italia,Suiza, Alemania y Suecia, conedades medias de 40 años cadauna. Pero las proyecciones indi-can que en 2050 España será elpaís con población más enveje-cida del mundo (con una edadmedia de 55 años). Italia, Eslo-venia y Austria, con edades me-dias de 54 años cada uno, tam-bién tendrán poblaciones en quepredominará la gente de más decincuenta años. De hecho, enAlemania, Grecia, Italia y Japónya hay al menos 1,5 personas demás de sesenta años por cada ni-ño, y se espera que hacia 2050España e Italia tengan cuatropersonas mayores por cada niño(United Nations, 2001). Obvia-mente, como sucede con todaslas proyecciones, ello sólo pasa-

rá si se mantienen las tenden-cias actuales, que dependen engran parte del hecho de que Es-paña es uno de los países de laOCDE que menos recursos des-tina a dar apoyo a las unidadesfamiliares en forma de presta-ciones y servicios.

La lucha contra la pobreza infantilLa segunda justificación de laexistencia de las políticas fami-liares es la lucha contra la po-breza infantil. Se trata de un fe-nómeno que ninguna sociedadavanzada puede tolerar, máxi-me porque comporta una gravefalta de oportunidades y augu-ra exclusión social en el futuro(Oliver, ed., 2001). No es tansólo un asunto relativo al bie-nestar de las poblaciones afec-tadas sino también de eficienciaproductiva, de asignación co-rrecta de todos los recursos dis-ponibles de una colectividaddeterminada. Una sociedad re-gida por el principio de igual-dad de oportunidades, orienta-da hacia la producción del co-nocimiento y preocupada porcuestiones de equidad no sepuede permitir el lujo de teneraltas tasas de pobreza infantil.Uno de los factores que se en-cuentra asociado con la prolife-ración de la pobreza infantil esel coste creciente de los hijos.Como ya hemos visto antes, lasexpectativas de gasto generadaspor un hijo son cada vez máselevadas. Por tanto, aquellas fa-milias que tienen un númerode hijos superior a la mediapueden hallarse en una situa-ción de riesgo de indigencia.

Una segunda causa del au-mento de la pobreza infantil esla disminución de los recursosdestinados a las familias con hi-jos a cargo ante el incrementodel gasto social asociado con elenvejecimiento progresivo de lapoblación. De esta manera, nosencontramos con la paradoja deque, como un pez que se muer-de la cola, esta respuesta puedeprovocar todavía un mayor en-vejecimiento a través de la re-ducción de la fecundidad si nova acompañada de otras medi-

das de apoyo a las parejas jóve-nes. En todo caso, sí que puedecausar un empobrecimiento re-lativo de los sectores más jóve-nes de la sociedad en la medidaen que los recursos que se des-tinaron en los últimos deceniosa mejorar la situación de la ter-cera edad carecen hoy de unacontrapartida correspondientea favor de las familias con hijosa cargo, los niños y los jóvenes.

El último factor que ocasio-na la depauperación de algunasunidades domésticas es la acep-tación como norma de la fami-lia con dobles ingresos. Por másque en principio esta evoluciónbeneficia a la mayoría de loshogares en que marido y mujerestán integrados en el mercadode trabajo, deja en una situa-ción de relativa precariedadaquellos hogares que tienen unsolo sustentador. Si sumamos aesta tendencia el crecimientode las familias monoparentales,sobre todo a causa del incre-mento de las rupturas matri-moniales pero también de lasmadres solteras sin pareja, el re-sultado es que proliferan las si-tuaciones de riesgo asociadascon un bajo nivel de ingresos.Las cosas todavía se complicanmás si tenemos en cuenta queuna proporción muy elevada delas familias monoparentales conmenores a cargo están encabe-zadas por mujeres y que en to-dos los países de la OCDE ladiferencia entre los salariosmasculinos y femeninos puedeser substancial en detrimentode los segundos. A ello hay queañadir el frecuente impago delas pensiones de alimentos porparte de los progenitores no re-sidentes, hombres en una abru-madora mayoría. Todas estascircunstancias contribuyen a si-tuar las familias monoparenta-les en las franjas bajas de ingre-sos o al menos a llevarlas a situaciones de un relativo des-clasamiento. Por supuesto,equiparar sin ambages la mo-noparentalidad con la pobrezainfantil sería exagerado, y másen España, donde el divorcioes fenómeno selectivo cuya in-tensidad afecta diferencialmen-

te, sobre todo, a las clases me-dias y altas; pero lo cierto esque en algunos países, como elReino Unido, el censo de lasmadres solas con hijos a cargose corresponde bastante biencon la radiografía de la pobrezafemenina e infantil (Flaquer,2000a).

La erradicación de la pobre-za infantil, a menudo asociadacon riesgos de exclusión social,constituye un imperativo ine-ludible de una sociedad demo-crática y progresista. Los resul-tados de los estudios sociológi-cos indican que existe unaprobabilidad muy grande deque las personas que fueron po-bres en su infancia lo sean tam-bién en su edad adulta. Una par-te muy importante de la pobre-za de nuestro país es de tipoestructural, o sea, no condicio-nada por los ciclos económicos;y resulta bastante frecuente quelas bolsas de exclusión se nutrande los hijos indigentes de la ge-neración anterior. Un solo datopuede ilustrar la gravedad delproblema: se calcula que en Ca-taluña hay unos 105.000 meno-res de 16 años pobres, lo cualrepresenta el 11% de la pobla-ción infantil catalana (Oliver,ed., 2001).

En las sociedades basadas enel conocimiento, la pobreza delos niños supone además un de-rroche de potenciales recursosy, como tal, debe ser considera-da no tan sólo como una lacrasocial, sino también económi-ca. Por desgracia, la falta de es-tímulos cognitivos en las eta-pas críticas de la formación dela personalidad, no puede sercompensada por la educaciónformal posterior y puede tenerefectos deletéreos irreversibles.Fenómenos como la desestruc-turación familiar, la reduccióndel rendimiento escolar, las ba-jas cualificaciones educativas yprofesionales, la expulsión delmercado de trabajo o la delin-cuencia juvenil se hallan a me-nudo asociados con la depau-peración familiar. Si reconoce-mos, pues, que la pobrezainfantil genera un gasto perma-nente en políticas de combate

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contra la exclusión social, ¿nosería más económico dedicardirectamente estos recursos amedidas de apoyo a las fami-lias, que podrían evitar de an-temano la generación y la re-producción de estos males?

La igualdad de oportunida-des entre hombres y mujeresLa tercera legitimación de laspolíticas familiares es la lid enpro de un mundo en que hom-bres y mujeres puedan ser ciu-dadanos de pleno derecho, notan sólo desde un punto de vis-ta formal, sino real y efectivo.Las políticas de igualdad deoportunidades en términos degénero desplegadas en los últi-mos años en los ámbitos de laeducación y del mercado labo-ral han dado buenos resultadosy conseguido éxitos considera-bles en el campo de la emanci-pación femenina. No obstante,este tipo de medidas están en-contrando hoy unos límites quefrenan su avance, además deproducir algunos efectos per-versos. No resulta admisibleque aquellas mujeres que quie-ren ser competitivas y deseanforjarse una carrera profesionaldeban retardar a menudo sumaternidad o hasta renunciar aella. Es éste un dilema que nose plantea en el caso de loshombres. Por descontado, estasituación es indeseable desde elpunto de vista de los padresque aspiran a formar una fami-lia y tener hijos, pero lo es tam-bién desde una perspectiva co-lectiva, porque, tal como hemostrado más arriba, la reduc-ción de la fecundidad produceunos resultados que nos perju-dican a todos.

Es preciso formular unanueva estrategia que nos per-mita lograr la cuadratura delcírculo a base de compatibilizarel trabajo remunerado de lasmujeres con el mantenimientode unos niveles de fecundidadaceptables. De hecho, el au-mento de los costes de oportu-nidad de la maternidad al dis-poner las madres de un trabajobien retribuido exige de algunamanera la socialización de una

parte de las cargas de la infan-cia. Resulta cada vez más qui-mérico pretender lograr unaigualdad real de oportunidadesentre hombres y mujeres a basede impulsar la integración fe-menina en el mercado de tra-bajo, pero dejando el resto talcomo está. No tan sólo son pre-cisas reformas que faciliten unacceso paritario de hombres ymujeres en la esfera pública si-no que también es necesariauna reestructuración de la vidaprivada que comporte un re-parto más equitativo de las car-gas familiares y de las responsa-bilidades domésticas.

A mi entender, el logro deeste objetivo es de una enver-gadura tal que requiere la con-tribución de una voluntad co-lectiva más que individual. Lasexhortaciones a los hombrespara que participen más activa-mente en las tareas del hogarpueden resultar vanas si no vanacompañadas de una decididadeterminación política que détestimonio de un compromisopúblico no tan sólo con pala-bras, sino con hechos. Dichode otro modo: si queremos ha-cer compatibles unas elevadastasas de participación femeninaen el mercado de trabajo, en lí-nea con los objetivos estratégi-cos fijados en la Cumbre deLisboa de primavera de 2000 yrefrendados en la de Barcelonade 2002, con unos niveles de-seables de fecundidad será pre-ciso proponer unas interven-ciones más activas que las pre-sentes.

Uno de los factores que po-dría hacer avanzar las condicio-nes de igualdad entre los sexoses la externalización al sectoreconómico formal de una partede los servicios domésticos y decuidados a las personas depen-dientes que antes eran presta-dos en el hogar por parte de lasmujeres. Este proceso ya estáteniendo lugar de manera es-pontánea a través del trasvaseal mercado de muchas activi-dades tradicionales de prepara-ción de los alimentos y de aten-ción a los niños o a las personasenfermas o inválidas. Pero esta

evolución origina al mismotiempo problemas de equidad,puesto que tan sólo las familiascon niveles de renta medios oaltos se pueden permitir la con-tratación de personal domésti-co o el uso de servicios externosa precios de mercado. Si quere-mos impulsar una elevada par-ticipación femenina en el mer-cado laboral, es necesario pre-ver la provisión de plazaspúblicas de guardería y la crea-ción de servicios de atención adomicilio con un coste que noresulte disuasorio para impedirtrabajar a las mujeres con bajascualificaciones profesionales.Además, el establecimiento deestos servicios públicos tendríael efecto añadido de suponer elcrecimiento de la oferta de em-pleo, que en gran parte benefi-ciaría al colectivo femenino(Esping-Andersen, 1999).

Hasta ahora he estado dilu-cidando los objetivos que seproponen las políticas familia-res: la mejora de la fecundidad,que supondría un freno al en-vejecimiento de la población;la erradicación de la pobreza in-fantil, asociada con la exclusiónsocial; y el avance hacia una so-ciedad más equitativa en térmi-nos de género. Al filo de miscomentarios han aparecido yaalgunos de los instrumentos ne-cesarios para conseguir dichosobjetivos. De todas formas,ahora conviene exponer estosinstrumentos de forma más sis-temática, concretando las me-didas de intervención que se es-tán poniendo en práctica en di-versos países. Son básicamentetres: a) las prestaciones mone-tarias o ayudas directas a las fa-milias; b) los servicios de aten-ción a las familias; y c) la ges-tión del tiempo.

Las prestaciones monetariaspara hijos a cargoLas prestaciones económicas, de-nominadas también transferen-cias monetarias, ayudas directasa las familias o simplemente sub-sidios familiares, constituyenuno de los instrumentos de po-lítica familiar que fueron desa-rrollados primero desde un pun-

to de vista histórico. A las pres-taciones monetarias deben aña-dirse las desgravaciones fiscaleso ayudas indirectas, que tienenuna finalidad parecida pero queconviene tratar aparte ya quesus características son técnica-mente diferentes. En relacióncon estos instrumentos se plan-tean diversos problemas. Enprimer lugar, ¿qué debemos en-tender por hijo a cargo? En se-gundo lugar, ¿cuál es la cober-tura de las prestaciones? Y, entercer lugar, ¿cuál debe ser lacoordinación entre las presta-ciones monetarias directas y lasdesgravaciones fiscales?

Aunque las legislaciones delos diversos países europeos va-rían al respecto, una tendenciaque se está consolidando es laequiparación de los hijos a car-go con los menores de edad.Ello no es óbice para que enmuchos países haya, en la prác-tica, un número sustancial ycreciente de hijos dependientesque son mayores de edad; talvez este dato aconsejaría revi-sar los programas de las presta-ciones familiares en función dedicha evolución. La segundacuestión a considerar es si lasprestaciones deberían ser paga-das tan sólo a aquellas familiascon menores recursos econó-micos o bien ser destinadas a latotalidad de las familias con hi-jos a cargo. Dicho de otro mo-do, ¿deberían otorgarse las pres-taciones con comprobación derecursos o bien universales? Apesar de que este debate per-manece abierto, la tendenciamayoritaria europea parece in-clinarse a favor de la universali-dad de las prestaciones por di-versas razones.

La mejor manera de llegar atodas las familias con hijos a car-go bajo el umbral de la pobrezaes incluir su censo completo,por más que ello suponga desti-nar también dinero a las familiasmás ricas. A veces, los indicado-res que permiten discriminarentre las familias ricas y pobrespueden resultar engañosos, y suinstrumentación requiere ungasto burocrático que puedeahorrarse y ser destinado el fru-

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to de dicho ahorro a las familiasen forma de prestaciones.

El último problema a queme he referido es la compatibi-lización entre las ayudas mone-tarias y fiscales. Es éste un temadelicado porque podría pasar,tal como sucede en España, queunas y otras medidas obedecie-sen a criterios distintos y estu-vieran descoordinadas. En efec-to, según la legislación españo-la, las prestaciones para hijos acargo dependen de la Seguri-dad Social y están destinadas alas familias más pobres, mien-tras que las desgravaciones fis-cales benefician a las familiascon rentas medias y altas. Aten-diendo a esta consideración, loque resulta difícil de justificar,desde el punto de vista de laequidad que debería presidirsiempre toda política social, esque las ventajas fiscales supon-gan unas ayudas más generosasque los derivadas de las transfe-rencias monetarias directas. Es-ta redistribución regresiva enbeneficio de las familias másprósperas resulta insólita en elcampo de la política social yademás contradice los objetivosdeclarados de las políticas fa-miliares.

Los servicios a las familiasLa oferta de servicios públicospara las familias se encuentraasociada con la segunda gene-ración de políticas familiares,que arranca de la incorporaciónmasiva de las mujeres al merca-do de trabajo. Este tipo de pro-gramas forma parte de lo que seha venido en llamar medidasde conciliación entre la vida la-boral y familiar. La novedad deeste planteamiento es que sebasa en la oferta a las familiasde servicios o programas dise-ñados a través de políticas pú-blicas que les permitan compa-ginar el trabajo extradomésticocon las responsabilidades en elinterior del hogar, en especiallas que derivan del cuidado delos niños y/o de otras personasdependientes. Por otra parte,esta línea de medidas se inscri-be dentro del movimiento ha-cia la externalización al sector

económico formal de serviciosque antes eran prestados típi-camente dentro del hogar porparte de las amas de casa.

Las medidas de conciliaciónentre el trabajo remunerado yla familia incorporan un con-junto de novedades respecto dela situación anterior. En primerlugar, en contraste con lastransferencias monetarias, quesuelen tener un carácter uni-versal y único para todas las fa-milias, los programas de conci-liación son diversos e implicanuna oferta variada, como quiendice a la carta, en función de lascaracterísticas y las necesidadesde las familias. Brindan un aba-nico de posibilidades a las dife-rentes unidades familiares paraque éstas hagan el uso de ellasque estimen más conveniente.La idea es, pues, que la oferta seajuste a la demanda, aunque enlos países más avanzados algu-nos servicios para las familiasse conceptúan como derechosuniversales de ciudadanía. Portanto, corresponde a las propiasfamilias diseñar las estrategiasde conciliación que mejor seajusten a sus intereses. En estepunto no hay ruptura con elpasado. La innovación consisteen un enriquecimiento de laoferta de recursos, a base demedidas de carácter público,con el fin de que las estrategiasprivadas de conciliación, histó-ricamente a cargo de las muje-res, puedan diversificarse a par-tir de la ampliación de la pa-noplia de medios disponibles.

El segundo cambio es que,en principio, estas medidas deconciliación están destinadas alas familias y no a las mujeres.Ello no obsta para que las prin-cipales beneficiarias de la pro-visión de servicios a las fami-lias sean las mujeres, en especiallas de condición más modesta ylas madres que trabajan fueradel hogar. Los países que tie-nen unas tasas de actividad eco-nómica femenina más elevadasson precisamente aquellos quemás han fomentado la exten-sión de los servicios públicosde atención a las familias.

No dispongo aquí de espacio

para detallar las modalidades ylas características de estos servi-cios de cuidados a las familias.Tan sólo quisiera resaltar quenormalmente las mayores ne-cesidades de los hogares se si-túan en los dos extremos del ci-clo vital y que, por tanto, losservicios más ofertados son losde asistencia a la primera in-fancia, básicamente guarderías,parvularios y centros de educa-ción preescolar, y los de aten-ción y cuidados a las personasmayores, enfermas o depen-dientes. Huelga decir que algu-nos de esos servicios son pres-tados en el propio domiciliomientras que otros son admi-nistrados en centros o institu-ciones externos al hogar. Igual-mente, aunque en conjunto setrata de servicios sociales, unosforman parte del sistema edu-cativo y otros del sistema sani-tario. Es por ello por lo que seprecisa de una acción transver-sal para que la oferta de dichosservicios esté coordinada al má-ximo por las administracionesy resulte amigable para las fa-milias.

La gestión del tiempoEsta modalidad de políticas fa-miliares es la de fecha más re-ciente. En cierta manera, tam-bién se puede encuadrar dentrode las medidas de conciliación;pero en vez de hacer hincapiéen la oferta de servicios a lasfamilias, se basa en la gestióndel tiempo como uno de losrecursos más valiosos de laspersonas con responsabilida-des familiares. En este caso seprocura, a través de medidaspúblicas, incrementar la dis-ponibilidad de tiempo por suparte, así como optimizar suuso. Quisiera señalar tres líne-as principales de actuación enla gestión del tiempo: el fo-mento de la flexibilidad de loshorarios de trabajo, la mejoradel sistema de permisos y ex-cedencias parentales, y unamayor coordinación de los ho-rarios laborales con los de loscentros escolares, comercialesy administrativos.

En caso de que una familia

en que marido y mujer trabajenfuera del hogar y necesite am-pliar su dedicación a las laboresde cuidados ante determinadascircunstancias relacionadas conel nacimiento de un hijo o conla atención a una persona en-ferma o dependiente, tiene dosposibilidades: o bien la reduc-ción de la jornada laboral obien el uso de un permiso o ex-cedencia por parte de la perso-na cuidadora. En principio, es-tas adaptaciones laborales sepueden hacer a partir de nego-ciaciones o bien privadas de laspersonas implicadas con losempresarios o bien colectivas,con la intervención de los sin-dicatos y de los poderes públi-cos. Parece que la regulación deestas materias a través de la le-gislación laboral tiene la venta-ja de establecer unos derechosmínimos que hayan de ser res-petados por ley, y así se hace enla mayoría de países europeos.Algunos, como Holanda, hanfomentado el trabajo a tiempoparcial a base de aprobar con-tratos con todas las garantías deprotección social y sin que re-sulten discriminatorios para losque se acogen a esta modalidadde empleo. Otros, como Fran-cia, Alemania o los países nór-dicos, han instituido programasde excedencias parentales retri-buidas para el cuidado de losniños pequeños. No podemostampoco olvidar las posibilida-des que brinda para la conci-liación el trabajo a domicilio oa distancia, propiciado por ladifusión de las nuevas tecnolo-gías de la información. Sin em-bargo, uno de los inconvenien-tes de estas medidas o progra-mas es que quienes suelen hacermás uso de ellos son las muje-res, lo cual puede reforzar la di-visión sexual del trabajo de ca-riz tradicional y patriarcal en elhogar.

Por último, cabe tener pre-sente la importancia que tienede cara a la gestión del tiempouna mejor coordinación de loshorarios de trabajo con los delas oficinas de las administra-ciones, los de los centros esco-lares y los de los establecimien-

LLUÍS FLAQUER

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tos comerciales y bancarios,además de los de los transportespúblicos. A menudo, los hora-rios de estos diversos sectoresobedecen a lógicas e interesesdistintos, en todo caso diferen-tes de los de las propias fami-lias, y sería deseable que se pro-dujera una mejor armonizaciónentre ellos en beneficio de laspersonas con responsabilidadesfamiliares.

En todo caso, son las mis-mas familias las que debierandecidir cuál es la parte de losservicios prestados tradicional-mente en el interior del hogarque quieren externalizar y cuá-les son las estrategias de conci-liación entre la vida laboral yfamiliar que más les convienen.Teniendo en cuenta que hastahace poco las mujeres habíanasumido muchas de estas res-ponsabilidades, es obvio quesus preferencias tendrán ungran peso en este proceso. Eneste sentido, un actor clave enel desarrollo de las políticas fa-miliares es el movimiento fe-minista. Pero, al mismo tiem-po, convendría impulsar un de-bate colectivo en el que todoslos agentes implicados (padresy madres, empresarios, sindica-tos, Gobierno, etcétera) tenganla oportunidad de expresar suspuntos de vista. Si pensamosque es deseable un compromi-so mayor de los varones en eltrabajo familiar, su participa-ción puede resultar inestima-ble. Sin un debate público pre-vio sobre los objetivos a alcan-zar, los proyectos de reformapodrían quedar en agua de bo-rrajas al estar faltos de la nece-saria legitimidad social.

Pese a todo, no hay que lla-marse a engaño y creer que laspolíticas familiares puedan seruna panacea. Su eficacia serábastante restringida en tantootros aspectos del régimen debienestar sigan obedeciendo aprincipios familiaristas. Segúnlos expertos en el estudio com-parativo de las políticas socia-les, se llaman familiaristasaquellos Estados que adjudicana los hogares un papel prepon-derante en la provisión del bie-

nestar. España e Italia son dosde los países que más descue-llan en dicha constelación fa-miliarista. Como hemos vistoantes, son también los que tie-nen una menor fecundidad ycuya tendencia hacia el enveje-cimiento es mayor. Voy a ponertan sólo un ejemplo que puedailustrar las limitaciones de lapolítica familiar en un régimenfamiliarista como el nuestro.Mientras que el acceso de losjóvenes al mercado de trabajo ya la vivienda sea obstaculizadopor unas estructuras manteni-das por medio de políticas con-trarias a su emancipación, severá coartada la formación denuevas familias sin que sirvande mucho las medidas de apo-yo más activas. En el caso de lavivienda, la situación es real-mente escandalosa1. A pesar deque España presenta una de lastasas de vivienda en propiedadmás altas de Europa, superioral 80%, nuestros gobernantesse empeñan en seguir fomen-tando dicha modalidad a tra-vés de desgravaciones fiscalesen vez de promover la viviendasocial de alquiler o simplemen-te reactivar el mercado de al-quiler privado, como sucede enotros países. Ello, unido a unafalta de servicios para las fami-lias, conduce a un anquilosa-miento residencial, a un apiña-miento de la parentela y, porende, a una falta de movilidadlaboral. No parece que éste seael mejor modo de agilizar laemancipación de los jóveves ylograr el crecimiento de la ocu-pación. n

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Lluís Flaquer es profesor en la Uni-versidad Autónoma de Barcelona y au-tor de El destino de la familia, La estre-lla menguante del padre y Las políticasfamiliares en una perspectiva comparada.

¿POR QUÉ SON NECESARIAS LAS POLITÍCAS FAMILIARES?

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1 Cerca del 35% de los ciudadanosno puede adquirir un piso. El precio de lavivienda nueva es un 50% más cara quehace cuatro años y se ha producido unacaída en la construcción de la viviendasde protección oficial, que ha pasado del40% en 1996 al 5% en la actualidad. Losprecios en el mercado libre han crecidoocho veces más que los salarios y cincoveces más que la renta de las familias,que ya destinan casi la mitad de sus in-gresos a financiar la compra de su vi-vienda, pese a que los tipos de interésson los más bajos de la historia (C. Ga-lindo y R. Muñoz, ‘La vivienda inalcan-zable’, El País, pág. 50, domingo 24 demarzo de 2002).

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n El Homo sentiens puede ser consideradoel sucesor, pero también el sucedáneo y elsustituto del Homo sapiens, de ascendenciasocrática: privado de memoria (para esoestá el ordenador), vive en el instante, nopiensa ni sabe ni mucho menos proyecta,pero vibra y siente en función de un grandesarrollo de la esfera instintiva corporal,planteándose como modelo de una nuevaoralidad preverbal, hombre sin historia,Homo posthistoricus.

n Está creciendo el analfabetismo de losalfabetizados, la gran oleada, imparablesegún parece, de los analfabetos de retornoy los aficionados a Internet, los idiotssavant que todo lo saben, que estáninformados en tiempo real de todo, peroque no entienden nada, fagocitados por lapropia riqueza de datos no asimilados niasimilables, aturdidos por la velocidadmedusea de las imágenes.

n La lectura lenta de antes se considera unvicio absurdo y, por tanto, imperdonable,en el mejor caso un lujo inaceptable en elmundo de la utilidad inmediata, underroche moralmente deplorable, unairresponsabilidad civil insoportable. Nisiquiera los profesores universitarios,degradados a funcionarios, permanecendos horas al día en la biblioteca. Tienenotras cosas en la cabeza. Reuniones deorganización; consejos de facultad y dedepartamento; “líos” sindicales.

n La televisión vive bajo el signo de unacondena cruel: debe seducir a su público.

¿Cómo? Colocándose en el denominadorcomún más bajo, compresible para todos,y por tanto igualar, achaflanar, allanar. Altérmino de este proceso, el público de latelevisión ha dejado de ser un agregadohumano reactivo; ha sido masificado comouna melaza gelatinosa.

n La televisión es en primer lugar un ojoque documenta, muestra imágenes sobrelas que razonar. La imagen es sintética y notiene nada que ver con el discursoanalítico, cartesiano, del papel impreso.Puesto que es sintética, la imagen trabajasobre la emotividad del espectador, daprotagonismo a la reacción emotiva sobreel razonamiento deductivo. Es patéticoesperar conceptos de la televisión.

n La televisión borra la historia. Aplasta asus espectadores contra el presente. Losaplana. No tiene oído para el antecedente.Quema los puentes hacia el pasado. Nopuede proyectar nada porque promete ya,aquí y ahora, todo posible futuro. Es localy global al mismo tiempo. Está en todaspartes y en ningún lugar.

n Noticias y recortes, fragmentos de datos,mensajes, anuncios publicitarios, créditos,músicas y sintonías; todo un arsenal deimágenes y ruidos variadamenteorganizados que nos siguen, tanto en casacomo en los ascensores, en los vestíbulos yen los baños que se precien, y parece inútil,más que difícil, escapar a ellos. Con lallegada de la electrónica y la comunicación“electrónicamente asistida”, con la World

Wide Web e Internet y con los mass media,que transmiten en tiempo real y elaborandatos a grandes distancias, “borrando” elespacio y los husos horarios, la soledad setransformó en un bien casi intangible. Elsilencio, en una gracia imposible.

n Estar aplastados en el presente equivale,en definitiva, a quedar anulados comosujetos pensantes.

n La cuestión planteada por los nuevosmedios de comunicación de masas va másallá de sus términos tecnológicos. Hacemanifiesto el corte radical que se estableceentre civilización de la escritura y de laliteratura y la época dominada por lalógica de lo audiovisual y la imagen. Alcontrario de lo que parecen pensar todavíamuchos directivos de televisión, sobre todode formación humanista, la televisión noobedece a la lógica de la escritura, sino a ladel audiovisual. Es un contenedorvoracísimo. Lástima que le falten loscontenidos. Los que hay se reducen afondos de almacén.

n .... Triunfan, faute de mieux, contenidosa partir de impulsos elementales de raroprimitivismo y bajeza, caracterizados por laviolencia de grand guignol y los asuntos dealcoba, según módulos narrativos toscosque son tan evidentes que no precisan detraducción lingüística.

n ... Del profesor analfabeto, al cual haceaños Guido Calogero y Luigi Volpicellillamaban, sin ambages, el “asno

De F. Ferrarotti , profesor de Sociología en la Universidadde la Sapienza en Roma, se han traducido al castellano yaunos cuantos libros (El pensamiento sociológico de Comte aHorkheimer, La historia y lo cotidiano, y Una fe sin dogmas,todos en la editorial Península), y sería oportuno aumentaresta lista con títulos como Mass media e società di massa(1992), Homo sentiens (1995) o el más reciente La perfezio-ne del nulla (1997). Con la temática de este último enlazael actual ensayo Leer, leerse (Península, 2002), del que selec-ciono algunas sentencias, aguzadas y sugerentes. Por sus te-sis esta apología apasionada de la lectura y los libros está en

la misma línea crítica que el de Sven Birkerts Elegía a Gu-tenberg (Alianza 1999) y el de Raffaele Simeone, La tercerafase (Taurus, 2000). Pero el estilo de Ferrarotti, punzante,directo y personal, presta una singular claridad a sus críticasde largo alcance y nos invita a repensarlas, con su carga po-lémica, y compartirlas o tal vez disentir de ellas. Con fervorintelectual, en cualquier caso. En esta selección las frasesadoptan un perfil aforístico más marcado que en las pági-nas que las albergan y explican. Desearía, en fin, que incita-ran a releerlas en su contexto inicial.

Selección de Carlos García Gual

C A S A D E C I T A S

FRANCO FERRAROTTI

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catedrático”. Evidentemente, no se trata deun tipo puro. Es un analfabetoalfabetizado. Es decir: un ilustre modelo dela incontable panda de los analfabetos devuelta en altas cuotas, de esos que, sinpizarra luminosa y privados de suordenador, no tienen nada que decir. Enestas condiciones, la escuela alimenta elodio o, peor, la indiferencia hacia el libro,inspira sutilmente el desprecio por él comoobjeto arcaico, carente del aura de la altatecnología, primitivo.

n La mejor noticia en los últimos tiemposllega de Inglaterra. El primer ministrolaborista Tony Blair ha eliminado losordenadores de las escuelas inglesas, sobretodo en los primeros cursos. En Italia, porel contrario, en un intento desesperado yequivocado de “modernización”, se quierenintroducir. En Inglaterra se vuelve aestudiar la tabla pitagórica, se retoma laantigua tradición de aprender de memoriafragmentos enteros de prosa y poesía, sedescubre de nuevo el placer de la lectura,su inabarcable fecundidad comoinstrumento de desarrollo.

n Con todo, a los amantes de los libros lesrecomiendo el oficio de traductor. Es másarduo de lo que suele pensarse. Encompensación, está mal pagado. No secorre el riesgo de ser corrompidos porenriquecimientos rápidos. Pero es muyvalioso para aprender idiomas, saborear eltexto y capturar, por así decirlo, el cansadoproceso de faire le livre, construir el librodesde dentro.

n Traducir me salvó del hambre en losúltimos años de guerra y en los de laprimera posguerra. Para disfrutarrealmente de un libro, para asimilarlo yhacerlo sangre de la propia sangre, hay quecolaborar en su construcción. No conozcoatajo más bello para este fin que latraducción. Uno se convierte en coautor,como las madres que alquilan el útero a lasparejas infecundas.

n Traducir comporta leer en profundidad,ir más allá de la corteza del texto. El buentraductor, si el texto es valioso, no puedetardar en reconocer la lucha del escritor conla lengua. El verdadero escritor se distingueradicalmente del mero escribiente porqueadvierte los límites de la lengua que le hatocado en suerte al nacer en un país y enuna cultura determinada....

n El traductor es el cómplice de confianzadel escritor en esta tarea de subversión de

la lengua. Por esta razón, no se pueden darverdaderos escritores que seanconservadores. Pueden ser conservadores eincluso reaccionarios en la vida, en laselecciones políticas explícitas, en susprincipios y su ideología, pero, si sonverdaderos escritores, sólo pueden serrevolucionarios.... Los escritores puedenser filonazis, como Céline, o fascistas,como Drieu La Rochelle, e inclusosustentadores y propagandistas delfascismo en el poder, como Ezra Pound.Sus contenidos políticos son irrelevantes,su lengua es revolucionaria...

n El lector, desde este punto de vista, es elcoinventor de los nuevos significados.Lector y traductor tienden la mano alescritor. Lo reconocen como sucompañero. Parten juntos el pan de losnuevos significados. ¿Qué es leer,entonces? ¿Se puede hablar del placer deleer? ¿No se debería hablar del esfuerzo deleer?

n Cultura significa en primer lugarconciencia, y por tanto capacidad devaloración global de las situacioneshumanas específicas, históricamentedeterminadas.... Es la expresión delretorno crítico sobre sí mismos de queparecen disponer los seres humanos adiferencia de los animales no humanos.

n La aportación de la escuela esfundamental. Pero la escuela no parececapaz de estimular y dejar descubrir a susalumnos el gozo de la lectura. Devolver elestudio a su significado original de studium,es decir, amor, pasión, aventura. ¿Por qué?Porque la escuela ha caido en manos dereaccionarios incapaces de comprender sufunción esencial de estímulo.

n No sorprende que los clásicos seanodiados tan profundamente. Fueronestudiados, presentados e interpretados poruna escuela que hizo de ellos potros detortura e interminables ocasiones de tedio.

n La escuela no tuvo tiempo, por lo que amí se refiere, de matar mi gusto por eldescubrimiento personal, la posibilidad desaborear el libro como un fruto prohibidoy no como un deber impuesto. La escuelasigue siendo el lugar privilegiado, lainstitución de la socialización primaria porexcelencia, después de la familia o inclusojunto con la familia.

n Pero imaginar que se puede renovar laescuela sencillamente dotándola de medios

audiovisuales y artilugios técnicos es unailusión que tendrá como único resultadoinsoslayable una reducción del erario aexpensas de los contribuyentes y enbeneficio de los “señores del éter”.

n El medio electrónico apabullainevitablemente al oyente y al espectadoren el presente, no le permite el beneficiode la perspectiva, lo vuelve esclavo o,quizá, rehén de lo inmediato. El libro, eneste sentido, degradado hoy a bien deconsumo mostrenco –tanto si se encuentraen las grandes, augustas librerías de loscentros urbanos como bien alineado en losestantes junto a frascos de cosméticos ycarne en lata–, es aún un elemento esencialde documentación y reflexión, permite eincluso exige el retorno crítico sobre sí,sobre lo que ya se conoce o se creeconocer, las nociones aprendidas pero poractualizar, sobre los juicios por revisar paraevitar que se transformen en prejuicios.

n Las palabras no son las cosas, sino quelas cosas están detrás de las palabras, y laspalabras decisivas, para todo un destino,son las palabras de la madre, la lenguamaterna hasta en los movimientos, en losmeandros y los eructos prenatales. Todaslas demás lenguas son las lenguas y laspalabras del exilio. Cofres abandonados encaminos polvorientos o en los pasillososcuros de las casas y de la historia, loslibros son los guardianes discretos,silenciosos, de las palabras.

n Por ello vuelvo todos los años al griego,al latín, al hebreo, a las lenguas de lospadres y las madres, a las que el sentidocomún, equivocándose de forma tosca ymasoquista, llama “lenguas muertas”, queson en cambio las raices vivas de susdescendientes lingüísticas de hoy.

n Los hombres del libro saben que todo loque es profundo ama la máscara y que loaparentemente muerto está más vivo quelo vivo.

n Sé que moriré con un libro en la mano.

Carlos García Gual es escritor y crítico literario.Autor de La Antigüedad novelada y Apología de la no-vela histórica

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