Comercio Colonial y Reformismo Borbónico

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    COMERCIO COLONIAL Y REFORMISMOBORBNICO: DE LA REACTIVACIN A LA

    QUIEBRA DEL SISTEMA COMERCIAL IMPERIAL *

    Colonial commerce and bourbon reformism: from recovery to collapseof the commercial imperial system

    ANTONIO GARCA-BAQUERO GONZLEZ **

    Aceptado: 19-12-94.

    BIBLID [0210-9611(1995); 22; 105-140]

    RESUMENEl reformismo borbnico pretende, segn la teora ms dura del pacto colonial,

    convertir a las Indias en un instrumento para la reconstruccin econmica de la metrpoli.Lo aconsejan los economistas y tratan de llevarlo a cabo los polticos, pensando uncambio cualitativo sin ruptura, capaz de modificar la estructura de las exportaciones eimpulsar la industria espaola. Tras el anlisis de los datos hay que concluir que Espaano logra reducirlas a desempear el papel de meras productoras de materias primas yconsumidoras de las manufacturas peninsulares. Al contrario, Espaa sigue dependiendo

    para abastecer a sus colonias de las economas ms avanzadas de la Europa occidental,pues no se produjo la respuesta esperada de la industria, incapaz de competir con laindustria extranjera, incluso con la criolla.

    Palabras clave: Amrica. Comercio colonial. Siglo XVIII. Industria.

    ABSTRACTThe Bourbon reformism pretends, according to the theory of colonial pact, to turn

    the Indias into an instrument for the economical reconstruction of the metropolis. Thisaim is recommended by the economists, and the politicians try to put it into practice. Theresult should be a slow and qualitative change of the structure of exportations and an

    impulse of the spanish industry. After analysing the information obtained, we concludethat Spain was not able to reduce the role of the colonies to mere producers of rawmaterial and consumers of peninsular manufactures. On the contrary, Spain continuedto be dependent on the most developed economies of west Europe to supply its colonies,

    because the expected answer from the national industry never arrived. National industrywas neither prepared to compete with foreign industry nor with creole industry.

    Key words: America. Colonial commerce. 18th century. Industry.

    * Conferencia pronunciada en la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidadde Granada el da 13-4-1994, dentro del ciclo Economa y Poltica en la Monarquaespaola del siglo XVIII, organizado por el Departamento de Historia Moderna y deAmrica.

    ** Departamento de Historia Moderna. Universidad de Sevilla.

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    Las Indias y el comercio. He aqu el lema en el que Patio quisoencerrar la prosperidad posible de la Espaa de su tiempo y que bien

    podra servir, a su vez, para resumir las claves esenciales del denominado

    Reformismo borbnico, expresin acuada para definir la actividad desplegada a lo largo del siglo XVIII por los sucesivos gobiernos de lamonarqua espaola con la finalidad de modernizar poltica y econmicamente al pas y sacarlo as del estado de postracin diagnosticada en quese hallaba aparentemente sumido. De hecho y como parecen venir aconfirmarlo los datos aportados por J. Barbier y H. Klein1, el fin primordial y ltimo de esta nueva poltica fue el robustecimiento del absolutismomonrquico y el engrandecimiento del Estado; sin embargo y en la medidaen que ello no pareci viable sin un desarrollo paralelo de las fuerzas

    productivas y un incremento sustancial de la riqueza nacional, la mejorade la economa se convirti, tambin, por pura lgica, en un aspectofundamental del programa reformista.

    Sin entrar, de momento, a discutir si el reformismo borbnico constituy o no una poltica eficaz para el despegue econmico espaol, pareceexistir un acuerdo sustancial entre los especialistas en considerar que, enel diseo reformista, el papel de motor de crecimiento se asign ms quea la poltica de fomento industrial (que la hubo, como prueban los intentosllevados a cabo por crear y desarrollar un sector pblico de manufacturas)

    a la comercial, especialmente en su vertiente colonial2. Amrica serelevada, por as decirlo, al primer plano de la actualidad poltica y susrelaciones econmicas con la metrpoli se convertirn en el eje central delas preocupaciones de los nuevos gobernantes, que van a cifrar buena partede las expectativas de xito de su pretendida empresa regeneracionista enel reforzamiento de las mismas, previa reforma y modernizacin delsistema comercial en vigor. Se trata de una idea ampliamente compartida

    por la prctica totalidad de los crculos ilustrados, segn se desprende,tanto de la copiosa literatura econmica que gener el proyectismo, como

    de los escritos de aquellos autores que inspiraron ms de cerca la polticaa seguir3. Las razones de esta preferencia no resultan difciles de interpre-

    1. Cfdo. BARBIER, J. y KLEIN, H. S.: Las prioridades de un monarca ilustrado:el gasto pblico bajo el reinado de Carlos III, Revista de Historia Econmica III (1985),

    pp. 473-95.2. Vid. al respecto, RODRGUEZ LABANDEIRA, J.: La poltica econmica de

    los Borbones, La economa espaola al final del Antiguo Rgimen, IV: Instituciones.Madrid, 1982, pp. 107-179.

    3. A propsito de la literatura proyectista, vid. fundamentalmente, los trabajos de

    MUOZ PREZ, J.: Los proyectos sobre Espaa e Indias en el siglo XVIII: el proyectismocomo gnero, Revista de Estudios Polticos LIY (1955), n. 81; El comercio espaol

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    tar: si el incremento de la produccin nacional constitua uno de loselementos sobre el que debera recaer la responsabilidad de equilibrarnuestra balanza comercial e incluso de convertirla en solvente, la existen

    cia de unos mercados reservados, donde colocar dichos productos alabrigo de toda competencia, se erigi, a su vez, en la condicin indispensable para el logro de esa ansiada meta. No se olvide que la mayora delos promotores del reformismo, en su calidad de mercantilistas ilustrados, estaban firmemente convencidos de que slo a partir de la obtencinde una balanza comercial favorable los metales preciosos afluiran al pas,situacin que no crean posible sin el concurso de unos mercados enrgimen de explotacin exclusiva. Es ms, para el logro de esos objetivosno bastaba, simplemente, con que las exportaciones superasen a las importa

    ciones; se requera, adems, que las primeras consistieran, fundamentalmente,en productos elaborados, de altos precios y, a ser posible, de fabricacinpropia, mientras que las segundas deberan limitarse, casi exclusivamente,a numerario y a materias primas o productos de escaso valor. En suma,

    pues, lo que va a tratar de conseguir el reformismo no ser otra cosa queestrechar e incrementar los lazos de dependencia entre la metrpoli y suscolonias; que stas asuman, de una vez por todas, su papel de simplesmercados complementarios de la economa peninsular, hacia la que deberan drenar sus excedentes, pblicos y privados. Y justamente aqu es

    donde reside, como ha sealado Cspedes del Castillo, la novedad eimportancia terica del nuevo rgimen comercial que se implantar en elltimo tercio de la centuria, ya que entraaba una ruptura completa conla tradicin econmica hispana4. En efecto, mientras que en pocasanteriores la decisin estatal era considerar las Indias como un territorioms de la corona, en el que fue creando nuevas Espaas, el nuevodiseo, ms contaminado por la doctrina econmica de la Europa de sutiempo, revela la voluntariedad de considerar aquellas posesiones comoeconmicamente desiguales, segn la teora ms dura del pacto colonial.

    Por consiguiente, podra decirse que, en el transcurso de este periodo,la idea del imperio, con un sentido eminentemente poltico, va a ser

    bajo los Austrias y la crtica del proyectismo del siglo XVIII, Anuario de EstudiosAmericanos XIII (1965) y tambin, Ideas sobre el comercio en el siglo XVIII espaol,Estudios Americanos, vol. XIX (1960), n. 100; respecto al pensamiento de los tericosespaoles sobre las reformas a introducir en el comercio con Indias, una til visin deconjunto en BITAR LETAIF, M.: Economistas espaoles del siglo XVIII. Sus ideas sobrela libertad del comercio con Indias.Madrid, 1968.

    4. CSPEDES DEL CASTILLO, G.: La nueva poltica colonial del despotismoilustrado, La economa de la Ilustracin. Murcia, 1988, pp. 155-71, la cita en p. 166.

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    sustituida por una nueva concepcin, de matiz mucho ms utilitarista, enla que las Indias pasan a ser consideradas como un emporio de riquezasque se impone explotar de un modo ms racional e intensivo. Y bien

    entendido que esto no presupone que, con anterioridad al siglo XVIII, lateora del pacto colonial, como modelo de dependencia econmica, hubiese estado ausente del sistema imperial espaol. Como ha puesto de relieveJ. M. Delgado, la formulacin de sus reglas haba sido ya claramenterealizada a comienzos del siglo XVII por el contador de la Casa de laContratacin, Antonio de Calatayud, quien lleg a expresarse en trminostan inequvocos como los que cito a continuacin: al comercio dellas (lasIndias) con Espaa, supongo que para que dure con beneficio de las partes,ninguna cosa es tan necesaria como que una provincia dependa de la otra

    y espere de ella las cosas que le faltaren. La razn es llana, porque si lasIndias tuvieran las mercancas que tenemos no nos daran por ellas su platay oro... de que infiero que quantas cosas ayuden a estorbar esta dependencia se deben atajar5. Pero, aun as, habr que convenir que, justamenteen el transcurso del siglo XVII, esos vnculos de dependencia habansufrido una importante relajacin, traducida en el alto grado de autosuficienciaalcanzado por algunos de aquellos territorios, que ahora el reformismo ibaa tratar de corregir6. La actitud, sin ir ms lejos, de Patio, primero alfrente de la Casa de la Contratacin y, ms tarde, desde la Secretara de

    Marina, no ser otra que tratar de hacer ver que el papel de las coloniasconsiste en promover el bienestar econmico de la metrpoli y aportardirectamente rentas a la corona7; a su vez, el Nuevo sistema de gobiernoeconmico para Amrica, escrito por J. del Campillo en 1743 y que se

    public por primera vez en 1762 como segunda parte del Proyecto econ-

    5. Cfdo. DELGADO RIBAS, J. M.: Las Indias espaolas en el siglo XVIII y laemancipacin, Descubrimiento, colonizacin y emancipacin de Amrica, vol. VIII delaHistoria de Espaadirigida por A. Domnguez Ortiz. Barcelona, 1989, p. 500.

    6. En referencia expresa a esta situacin J. Lynch ha llegado incluso a calificarlacomo de la primera emancipacin de la Amrica Latina. Cfdo. LYNCH, J.: Espaabajo los Austrias. II. Espaa y Amrica (15981700). Barcelona, 1972, pp. 272. Respectoal significado de la crisis del XVII en la Amrica espaola, vid., entre otros: BAKEWEEL,P. J.: Minera y sociedad en el Mxico colonial. Zacatecas (15461700). Mxico, 1976;ISRAEL, J. I.: Mxico and the General Crisis of the Seventeenth Century, Past and

    Present 63 (1974), pp. 33-57; del mismo autor: Razas, clases sociales y vida poltica enel Mxico colonial (16101670). Mxico, 1980; TE PASKE, J. J. y KLEIN, H. S.: TheSeventeenth-Century crisis in New Spain: Myth or Reality?, Past and Present 90 (1981),

    pp. 116-135; SEMPAT ASSADOURLAN, C.: El sistema de la economa colonial. Lima,1982; Romano, R: Conjonctures opposes. La crise du XVIIe sicle en Europe et en

    Amrique Latine.Ginebra, 1992.7. Vid.al respecto, RODRGUEZ VILLA, A.:Patio y Campillo.Madrid, 1882.

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    mico de B. Ward8, aparece claramente presidido por dos ideas fundamentales:primera, que Amrica debe ser un mercado reservado para el consumo delas mercancas y frutos enviados desde la metrpoli; segunda, que en

    Amrica no cabe introducir las mismas reformas que en Espaa puesto quesu naturaleza es la de colonia. Esta misma lnea de reflexin se vioreforzada en la segunda mitad de la centuria con las aportaciones de otraserie de tericos y hombres de gobierno, entre los que destaca el fiscal delConsejo de Castilla P. Rodrguez Campomanes, quien en sus Reflexiones

    sobre el comercio espaol a Indias no tiene el menor reparo en escribirque su deseo era ver convertida a la totalidad de la Amrica hispana enuna inmensa plantacin, explotada por mano de obra esclava y donde loscolonos consumiesen nicamente productos espaoles, conducidos hasta

    all por un comercio practicado en exclusividad por peninsulares9

    . Finalmente y para no alargar en exceso este breve muestrario de opinionesautorizadas, podemos tambin traer a colacin el testimonio del condede Aranda, quien, en carta escrita en 1785 a Floridabianca, tampoco semuestra menos contundente en su apreciacin del papel que correspondaa las colonias al sealar, expresamente, que mientras que podamos dis

    poner de ellas, se deben estrujar al mximo, porque cuando las perdamos,ya no tendremos ocasin10.

    Desde esta perspectiva, convertir al comercio colonial en un instru

    mento operativo al servicio de ese proyecto de reconstruccin econmicadel pas se revel como la solucin ms asequible y eficaz. En esa tarease van a concentrar casi todas los esfuerzos e ilusiones y ello explica, pors solo, el porqu de la atencin preferente prestada, a lo largo de este

    8. Para el texto publicado por primera vez en la obra de B. Ward, vid. Proyectoeconmico, ed. a cargo de J. L. Castellanos. Madrid, 1982 y para el publicado en 1789,

    Nuevo Sistema econmico para Amrica, ed. a cargo de M. Ballesteros Gaibrois, Madrid-Oviedo, 1993. A propsito de la polmica existente en torno a la verdadera autora de este

    texto, vid. MUOZ PREZ, J.: El comercio de Indias bajo los Austrias.. . art. cit., nota3; ARTOLA, M.: Campillo y las reformas de Carlos III, Revista de Indias 49 (1952),

    pp. 685-714; ARCILA FARIAS, E.: Estudio introductorio a la 2.a ed. del NuevoSistema. Mrida (Venezuela), 1971; NAVARRO GARCA, L.: Campillo y el NuevoSistema: una atribucin dudosa, Temas Americanistas2 (1983), pp. 22-29.

    9. Esta obra, escrita en 1762, ha sido editada por vez primera vez, en 1988 (Col.Clsicos del Pensamiento Econmico Espaol, Ins. de Estudios Fiscales) por V. Llombart,de quien tambin puede consultarse su reciente libro Campomanes, economista y polticode Carlos III. Madrid, 1992; respecto al pensamiento de Campomanes sobre Amrica,vid. tambin MUOZ PREZ, J.: La idea de Amrica en Campomanes, Anuario de

    Estudios AmericanosX (1953), pp. 209-64.

    10. Cfdo. VARELA MARCOS, J.: Aranda y su sueo de la independenciasuramericana,Anuario de Estudios AmericanosXXXVII(1980), pp. 351-68.

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    periodo, a la reforma de la poltica comercial y, ms en concreto, de lacolonial.

    Partiendo, pues, de estas premisas, tres van a ser los puntos que

    centren nuestra atencin: en primer lugar, un repaso a los precedentes ymotivaciones inmediatas del reformismo; en segundo, un anlisis de lasetapas y respectivos contenidos del programa reformista para, finalmente,tratar de confrontar los objetivos que se le asignaron, al menos sobre el

    papel, a esta poltica con los resultados obtenidos en la prctica.

    1. Gnesis de las reformas comerciales

    Aunque esta renacida inquietud por los asuntos coloniales ha permitido considerar al XVIII como el siglo de la vuelta a Amrica, ello nosignifica que la preocupacin por la necesidad de una reforma en profundidaddel sistema comercial se inicie ex nihilo con la llegada al poder de losBorbones ni que la adopcin de medidas al respecto fueran responsabilidad e iniciativas exclusivas del Estado. Por supuesto, el intervencio-nismo-dirigismo estatal es pieza clave y fundamental en toda polticaeconmica de corte mercantilista y en Espaa hay que aguardar, efectivamente,al siglo XVIII para poder hablar de un modelo espaol de mercantilismo

    maduro11

    . Sin embargo, ello no es bice para que se reconozca que lapreocupacin antes aludida vena ya de atrs y que en la plasmacin delprograma reformista confluyeron, como veremos de inmediato, presionesde muy distinta ndole procedentes tanto del mundo colonial como de la

    propia metrpoli.De entrada, no estar de ms comenzar recordando que, desde media

    dos del siglo XVII, vena cristalizando en nuestro pas una corriente deopinin (en la que se inscriben juristas, tericos de la economa, miembrosdel gobierno y cualificados hombres de negocios) partidaria de introducir

    reformas sustanciales cuando no de imprimir un giro total a las directricespor las que se regan las relaciones comerciales con los Reinos de lasIndias. Fruto de esta mentalidad prerreformista fue la creacin en 1679de la Real y General Junta de Comercio, organismo que si bien en un

    principio slo se ocupaba del fomento de la industria, a raz de su reorganizacin en 1683, como seala Kamen, tuvo tambin a su cargo elcomercio entre la Pennsula, colonias y provincias que Espaa posea

    11. Cfdo. GARCA-BAQUERO GONZLEZ, A.: Cdiz y el Atlntico. 2 vols., 2.aed., Cdiz, 1988, vol. I, pp. 67-86.

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    fuera de sus territorios12. A partir de entonces y bajo sus auspicios, seelaboraron toda una serie de informes y proyectos encaminados a reavivarnuestro decado comercio colonial e intentar rescatarlo de su progresiva

    dependencia del extranjero. Gracias a Carrera Pujal conocemos el contenido de algunos de esos proyectos, en los que se lleg a propugnar desdela creacin de grandes compaas comerciales (bien de ndole monopolstica,

    bien de carcter mixto, abiertas tambin a la participacin de los extranjeros) hasta la supresin del sistema de navegacin en convoyes y susustitucin por registros sueltos que saldran de todos los puertos espaoles13. En unos casos la audacia y en otros los inconvenientes que, enopinin de los sectores ms interesados en este comercio, poda acarrearsu puesta en ejecucin, hicieron que ninguno prosperase. Sin embargo, no

    por ello debemos ignorar ni minimizar su papel en tanto que prtico yprecedente inmediato del reformismo ilustrado. A mayor abundamiento, laJunta de Restablecimiento del Comercio, creada en 1705 en su sustituciny con la finalidad expresa de encontrar el mejor medio para dar msseguro curso a la navegacin de las Indias, a fin de conseguir el mayorrestablecimiento del comercio de ellas, no har sino reincidir en esemismo tipo de propuestas tericas y, para mayor paralelismo, con similarineficacia prctica14.

    Respecto a las motivaciones que, de forma ms directa e inmediata,

    influyeron en la puesta en marcha del programa reformista, la ms acuciantede todas era, sin duda alguna, la difcil y comprometida situacin en quese hallaba sumido nuestro comercio colonial. Dos siglos de vigencia de unsistema mercantil ineficaz e inoperante, haban dado como resultado la

    prdida casi total de su control. Si hacemos caso de una estadstica deorigen francs dada a conocer en su da por H. See, en 1691 slo el 5%de la carga que transportaban las flotas era de origen espaol15, con el

    12. Cfdo. KAMEN, H.:La Espaa de Carlos II.Barcelona, 1981, pp. 122-32.13. Cfdo. CARRERA PUJAL, J.: Historia de la economa espaola. 5 vols. Bar

    celona, 1943-47; vol. II, pp. 30-34.14. Sobre la Junta de Restablecimiento, vid.CARRERA PUJAL, J.: op. cit.Tomo

    III, pp. 75 y ss; tambin, HUSSEY, R. D.: Antecedents of the Spanish MonopolisticOverseas trading Companies (1624-1728), The Hispanic American Historical Review IX(1929), pp. 1-30; del mismo autor: The Caracas Company, 17281784. Cambridge, Mass.1934, pp. 8-34; REAL DAZ, J. J.: Las Ferias de Jalapa. Sevilla, 1959, pp. 3-7; PREZ-MALLAINA, P. E.: La poltica naval espaola en el Atlntico (17001715). Sevilla,1982, pp. 228-257.

    15. Cfdo. SEE, H.: Documents sur le commerce de Cdiz (16911752). Paris, s.f.

    pp. 31-32. Otros datos de similar naturaleza y que apuntan en la misma direccin en GIRARD,A.:Le commerce franais Sville et Cadix au temps des Habsbourg.Paris, 1932.

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    agravante de que los extranjeros, a los beneficios de este comercio realizado en el seno mismo del monopolio, podan aadir tanto los derivadosde la prctica del contrabando como del siempre espectacular corsarismo.

    E idnticas conclusiones respecto al raquitismo de la aportacin espaolaal comercio ultramarino se obtienen, a su vez, de los datos abortados msrecientemente por J. Everaert, H. Kamen o M. Morineau . Por consiguiente y a tenor de las informaciones existentes, todo parece indicar que,en las postrimeras del siglo XVII, el tan cacareado monopolio espaol sehallaba en un estado de descomposicin tan avanzado que el abastecimien-to de las colonias haba pasado a depender casi por completo de lasrestantes potencias colonialistas europeas. De facto, Inglaterra, Francia yHolanda se haban erigido en las autnticas metrpolis de la Amricahispana, con el agravante de que esa situacin no hizo sino agudizarse an

    ms, a comienzos de la centuria siguiente, como consecuencia de laGuerra de Sucesin espaola. En efecto, las de por s morosas e irregulares comunicaciones entre Espaa y sus Indias amenazaron seriamente con

    paralizarse por completo a raz del inicio del conflicto. Semejante eventualidadunida al hecho de que el trono espaol lo ocupase un nieto de Luis XIV,determinaron que se optase por recurrir a la ayuda naval francesa, a la quese encomend tanto la defensa de nuestras costas, en una y otra orilla delAtlntico, como la proteccin y escolta de los navios que hacan laCarrera. Ni que decir tiene que la ayuda francesa no fue gratis et amore,

    de modo que las contraprestaciones exigidas no se hicieron esperar: desde1701 nuestros aliados fueron generosamente compensados, tanto con el

    Asiento para la introduccin de negros en Amrica (privilegio que disfrutaron hasta 1713), como con la autorizacin (que se mantuvo vigente hasta1724) para que sus navios de guerra fuesen admitidos en los puertosamericanos transportando a bordo mercancas por valor de hasta 1.500/2.000 libras francesas. Es ms, dado que esta clusula restrictiva jams fuerespetada, resulta obvio que dicho permiso de lo que sirvi fue de excelente tapadera para que los franceses incrementaran su comercio en la

    Amrica espaola17 . Como ha sealado expresamente H. Kamen, nuestros

    16. EVERAERT, J.: De internationale en koloniale Hendel der Vlaamse Firmaste Cadiz, 16701700. Brujas, 1973; KAMEN, H.: op. cit.; MORINEAU, M.: Incroyables

    gazettes et fabuleux mtaux.London-Paris, 1985.17. Vid. a este respecto, DHALGREN, E. W.: Les relations commerciales et

    maritimes entre la France et les ctes de lOcean Pacifique. Vol. I: Le commerce de laMer du Sud jusqu la paix dUtrecht. Paris, 1909; VIGNOLS, L.: Le commerceinterlope franais la Mer du Sud au debut du XVIIIe sicle, Revue dHistoire Economiqueet Sociale 13 (1925); del mismo autor: El asiento francs (1701-1713) e ingls (1713-

    1750) y el comercio franco-espaol desde 1700 hasta 1730,Anuario de Historia del

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    aliados no hicieron sino aprovecharse de que Espaa no tena en lasIndias un podero naval capaz de detener el comercio ilegal18. Y bienentendido que esta injerencia legal de una potencia extranjera en nuestro

    comercio colonial no desapareci con la finalizacin del conflicto, ya que,como puntualiza G. J. Walker, los acuerdos suscritos en Utrecht slosirvieron para sustituir la amenaza francesa por el auge de los ingleses. En efecto, a partir de 1713 el Asiento de negros pas a manos deInglaterra (Compaa del Mar del Sur), a la que se concedi, adems,licencia para enviar anualmente a nuestras colonias un Navio de Permisode 500 toneladas (que, a partir de 1716, se elevaron a 650), con la facultadde comerciar sus mercancas, libres de impuestos, en cada una de las feriasque se celebrasen en Veracruz y Portobello19. De ambas concesiones, la

    segunda, sobre todo, revesta una especial gravedad, puesto que, comopuntualiza una vez ms Walker, al tiempo que significaba una relajacinsin precedentes de los principios estrictos que durante siglos haban mantenido alejado del imperio espaol en Amrica a todo comerciante extran

    jero, legtimo o no, constitua tambin el nico ejemplo de que unapotencia extranjera penetrase de forma eficaz y a la vez legtima en elmismo seno del regimen comercial espaol20. Por consiguiente, si graveera la situacin reinante en este comercio al estallar el conflicto sucesorio,ms amenazante se tom an con las secuelas de la paz; porque, si bien

    es cierto que el monopolio espaol nunca haba sido absoluto, no lo esmenos que, con anterioridad a estas fechas, jams se haba permitido quenavios extranjeros pudiesen acudir legalmente a las ferias americanas y

    Derecho Espaol V (1928); VILLALOBOS, S.: Contrabando francs en el Pacifico,1700-1724, Revista de Historia de Amrica 51 (1961); del mismo: Comercio y contra-bando en el Ro de la Plata y Chile (17001800). Buenos Aires, 1965; CAMPOSHARRIET, F.: Veleros franceses en el Mar del Sur (17001800). Santiago de Chile, 1964;KAMEN, H.: La Guerra de Sucesin en Espaa, 17001715. Barcelona, 1974; MA-

    LAMUD, C. D.: Cdiz y SaintMalo en el comercio colonial peruano (16981725). Cdiz,1986; WALKER, J. G.: Poltica espaola y comercio colonial, 17001789. Barcelona,1979; PREZ-MALLAINA, P. E.: op. cit., pp. 117-179; LESPAGNOL, A.: Messieurs deSaintMalo. Une lite ngociante au temps de Louis XIV.Saint-Malo, 1991.

    18. KAMEN, H.:La Guerra de Sucesin...,p. 165.19. Cfdo. WALKER, G. J.: op. cit., pp. 95-123; vid. tambin, BROWN, V. L.:

    The South-Sea Company and contraband Trade, American Historical Review 31 (1925-6); CLARK, G. N.: War trade and trade war, 1701-1713,Economic Historical ReviewI (1928); MAcLACHLAN, J. O.: Trade and Peace with Old Spain, 16671750. Cambridge,1940; NELSON, G. H.: Contraband Trade under the Assiento, 1730-1739, American

    Historical Review 51 (1945); NETTLES, C.: England and the Spanish American trade

    1650-1715,Journal of Modern HistoryIII.20. WALKER, G. J.: op. cit.,pp. 101 y 103.

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    competir con los espaoles, no ya en pie de igualdad sino incluso conevidentes ventajas. En definitiva, no slo el monopolio haca aguas portodas partes (minado desde fuera por un contrabando sin lmites y desde

    dentro por las concesiones hechas en favor de otros pases, rivales oaliados) sino que hasta la propia supervivencia del imperio pareca estarseriamente amenazada. Habida cuenta de la debilidad mostrada por lamonarqua espaola a lo largo de esos aos, todo induce a pensar que sitodava se conservaba intacto se deba, ms que a otra cosa, a la propiatolerancia de las restantes potencias colonialistas, a las que, en ltimainstancia, resultaba ms rentable que Espaa siguiese cargando con losgastos de su administracin en tanto que ellas se llevaban, limpias y netas,casi todas las ganancias. Precisamente esto es lo que ha llevado a escribir

    a P. Chaunu que, a comienzos del siglo XVIII, la Amrica espaola se habaconvertido en una especie de condominio de las principales potenciaseuropeas, en funcin de sus respectivos poderos martimos y de la eficacia de sus estructuras capitalistas21.

    Por otra parte, el comercio metrpoli-colonias no era el nico quedemandaba y exiga con urgencia la adopcin de medidas capaces deresolver o, cuando menos, poner freno a los graves problemas que tena

    planteados. En situacin muy similar se hallaba tambin el comerciointerprovincial colonial, sometido igualmente, desde mediados del siglo

    XVII, a una fuerte dependencia del extranjero. En efecto y como es sabido,desde que los holandeses consolidaron su posicin en Curaao (1632) ylos ingleses hicieron lo propio en Jamaica (1665), ambas islas se convirtieron en autnticos almacenes flotantes de manufacturas europeas (ytambin de esclavos africanos) destinadas a practicar un creciente contra

    bando con las islas espaolas del Caribe y con Venezuela. De aqu extraan no slo plata sino tambin muas, cueros, azcar, cacao y otros

    productos que vendan, a su vez, en otros puertos espaoles de la zona,con lo que holandeses e ingleses fueron asumiendo, paulatinamente, el

    papel de intermediarios de un comercio que, hasta entonces, como afirmaCspedes del Castillo, haba sido interprovincial espaol directo22. A suvez, este estado de cosas (repitiendo lo ya acontecido en el comerciometropolitano) no hizo sino complicarse y deteriorarse an ms a raz delas concesiones ya citadas hechas a Francia durante la Guerra de Sucesiny a Inglaterra tras la finalizacin del conflicto. En efecto, las primeras

    21. CHAUNU, P.: Interpretation de 1Independance de lAmerique latine, Bulletinde la Facult des Lettres de Strasbourg8 (1963), p. 417.

    22. CSPEDES DEL CASTILLO, G.: Amrica Hispnica (14921898). Barcelona,1982, p. 161.

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    permitieron a los franceses tanto reforzar su intervencin en el rea delCaribe como, sobre todo, extender su campo de accin hasta la zona delPacifico; en ella sus navos comerciaron, legal o ilegalmente, con todos los

    puertos del Per y Chile y, en especial, con Valparaso y Concepcin, alos que convirtieron en bases de sus operaciones, internando desde ellossus mercancas hasta los mismos mercados consumidores. Concretamentey segn datos aportados por C. Malamud, durante el primer cuarto delsiglo los franceses obtuvieron al menos cien millones de pesos en Suramricay su comercio representaba el 68% del comercio exterior del Per23. Estecomercio, unido al del trigo chileno, atrajo hasta esta regin una parteimportante del capital mercantil limeo que antes se empleaba en elcomercio con Nueva Espaa, Guatemala y Nueva Galicia, con lo que,

    como apunta el propio Cspedes del Castillo, quedaron desarticuladas lasanteriores relaciones mercantiles, trastornadas las economas comarcales eirreversiblemente perturbado el ritmo tradicional del comercio en el Pacfico espaol24. Y otro tanto puede decirse respecto al papel que, alamparo de las concesiones obtenidas en 1713, jugaron los ingleses en lazona de Ro de la Plata, donde al escandaloso contrabando que stos

    practicaban se una tambin el que realizaban los portugueses desde lavecina colonia de Sacramento.

    Por otra parte, la gravedad de la situacin aqu planteada no se

    reduca, nicamente, al hecho de que, a resultas de este creciente intervencionismo extranjero, se estuviese desmoronando esa especie de integracin econmica que, en el transcurso del siglo XVII, haba ido forjndoseentre los reinos indianos. A ello habra que aadir otra circunstancia nomenos amenazadora para los intereses metropolitanos, a saber: que latendencia a la recuperacin econmica con que termin el siglo XVII, endiversas regiones americanas, especialmente del rea caribea, provena,en muy buena medida, como ha sealado Moreno Fraginals, de la respuesta afirmativa dada por las oligarquas criollas a los estmulos del comercio

    que realizaban con las colonias extranjeras y, por extensin, con el restode Europa25.En definitiva y por lo que llevamos expuesto, resulta, pues, evidente

    que la implantacin de un nuevo sistema, opuesto totalmente al antiguoque como formado para aquellos felices tiempos, en que solo los espaolesnegocibamos en ellas (las Indias), era entonces admirable y convenienti-

    23. MALAMUD, C.: op. cit.,pp. 90 y 280.24. CSPEDES DEL CASTILLO, G.: op. cit.,p. 161.

    25. MORENO FRAGINALS, M.: El ingenio. El complejo econmicosocial cuba-no del azcar.La Habana, 1964, vol. I, pp. 5-6.

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    simo26, se presentaba con todos los sntomas de la urgencia. Es ms, elproblema no se reduca nicamente a la apremiante necesidad de remonopoli-zar el comercio de Ultramar27, es decir, a rescatarlo de las manos extranjeras

    que lo controlaban y convertirlo en un instrumento operativo al servicio dela empresa de regeneracin nacional; se trataba, adems, de asumir lanueva realidad americana, ofreciendo contrapartidas a las presiones ydemandas planteadas por las oligarquas criollas (a las que pronto seuniran tambin las de las propias burguesas perifricas metropolitanas) en solicitud de un mayor protagonismo en la empresa colonial.Abundando en el tema de la gnesis de las reformas y tal como sugiereCspedes del Castillo28, hay que insistir en su carcter reactivo ydefensivo; y ello no slo a tenor de la circunstancia por l sealada de

    que la mayora de las reformas se adoptaron como respuesta a iniciativas extranjeras (fundamentalmente de las restantes potencias colonialistas europeas con intereses en Amrica), sino, tambin, a la vista delos objetivos claramente conservadores que se le asignaron. En lneasgenerales, la poltica reformista en materia de comercio colonial parecevenir tipificada, desde un primer momento, por su moderacin y limitado alcance, dando as la impresin de ir siempre a remolque de larealidad. Qu duda cabe que a ello contribuyeron, en no poca medida, lasresistencias y obstculos de todo tipo opuestos a las reformas por los

    grupos usufructuarios del monopolio de una y otra orilla del Atlntico;pero no menos responsabilidad cabe atribuir a los propios intereses delEstado que lo llevaron a mostrarse renuente e indeciso, prolongando as,innecesariamente, la agona de un sistema cuya ineficacia estaba yasobradamente probada. Y puesto que en el momento de acometer sureforma no hubo voluntad o capacidad para prescindir de esas presiones eintereses enjuego, el resultado no pudo ser otro, como afirma Nunes Dias,que un sistema mixto mezcla de nuevo y viejo, variante mercantilistaadaptada a la realidad espaola29.

    26. RIBERO, F.: Proyecto... para un nuevo establecimiento del comercio engeneral..., cfdo. MUOZ PREZ, J.: El comercio de las Indias bajo los Austrias...,art. cit., p. 88.

    27. LYNCH, J.:El sigloXVIII.Barcelona, 1991, p. 315.28. CSPEDES DEL CASTILLO, G.: La nueva poltica colonial..., art. cit., p.

    163; al respecto vid.tambin, IZARD, M.:El miedo a la revolucin.Madrid, 1979.

    29. NUNES DIAS, M.: O comercio livre entre Habana e os portos de Espanha.Sao Paulo, 1965, tomo I, p. 124.

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    2. Las etapas y el contenido de las reformas comerciales

    Aunque existe una cierta tendencia historiogrfica que tiende a reser

    var el trmino reformismo borbnico para caracterizar, en exclusividad, elconjunto de leyes, rdenes, decretos y reglamentos diseados y aplicadosen el reinado de Carlos III, en nuestra opinin la labor legislativo-refor-mista desplegada en materia de comercio colonial desborda, por ambosextremos, los lmites cronolgicos de ese reinado para extenderse a todolo largo de la centuria. Quiero decir con ello, como ya he sealado enalguna otra ocasin, que bajo la citada expresin debe ser incluido todoese amplio rosario de medidas que van desde el decreto de 8 de mayo de1717, que ordenaba el traslado de la Casa de la Contratacin a Cdiz,

    hasta la real cdula de 17 de noviembre de 1797, por la que se abran lospuertos americanos al libre comercio de los neutrales, pasando por losdistintos intentos de reformar el sistema de navegacin y la fiscalidad, lacreacin de compaas privilegiadas y, por supuesto, los sucesivos decretos de libre comercio30. Ahora bien, el hecho de abogar por un usoamplio del trmino reformismo borbnico no entraa que, en nuestraopinin, todas estas medidas constituyan eslabones dentro de un nico

    proyecto reformista que, de forma gradual, se desarroll a lo largo de estacenturia. En otras palabras y concretando algo ms, la cuestin podra

    quedar planteada en los siguientes trminos: si las medidas adoptadas apartir de un momento preciso, por ejemplo, 1765, suponen, realmente, laliquidacin y quiebra de la poltica comercial seguida hasta entonces o,

    por el contrario, nos hallamos ante una simple aceleracin, un cambio deritmo dentro de un mismo movimiento iniciado a comienzos de siglo.Hasta el momento, las respuestas a dicho interrogante se han polarizado entorno a dos posturas muy netas. De un lado, la encabezada por R. Levene,uno de los primeros en pronunciarse al respecto, para quien la historia dela legislacin comercial dictada en Espaa durante esta poca, es todo un

    proceso ... una lenta evolucin y no una innovacin radical. Desde elproyecto de Galeones de 1720 a la Real cdula de comercio de neutralesde 1797, nada hay que no haya sido un mejoramiento paulatino, unaconquista gradual, que por una parte desataba las ligaduras del pasado y

    por otra procuraba evitar las innovaciones extremas o las alteracionesrevolucionarias31. Frente a esta postura defensora de un proceso reformista

    30. Cfdo. al respecto, GARCA-BAQUERO GONZLEZ, A.: La Carrera deIndias: Suma de la contratacin y ocano de negocios. Sevilla, 1992, pp. 40-52.

    31. LEVENE, R.: Coleccin de documentos para la Historia de Argentina.BuenosAires, 1915, tomo V, Introd. pp. XXV-XXVI.

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    paulatino y gradual, se encuentra la propugnada por J. Muoz Prez,quien afirma que la primera mitad del siglo XVIII no es ms que un

    periodo vacilante, de transicin entre la poltica restrictiva de los siglos

    anteriores y la del libre comercio de la segunda mitad... ms bien unacontinuacin del periodo anterior que liquida y acaba, que un antecedente de lo que se har en este sentido en la segunda mitad del siglo XVIII...Hay, pues, una ruptura total, dentro del siglo XVIII y la fecha de 1765indica precisamente el cambio de sentido.

    A la vista de posiciones tan encontradas, tal vez convendra detenerse,siquiera sea brevemente, en el comentario de las argumentaciones esgrimidas por uno y otro en defensa de sus respectivas tesis. Para Levene, bastacon observar el proceso reformista en su conjunto para percatarse de

    inmediato de que del proyecto de Galeones a la poltica de buques deregistro, no hay sino un paso; que de esta poltica a la permisin delComercio libre a las islas de Barlovento de 1765, no hay sino una ampliacin que abre a la frecuencia del intercambio comercial, nuevos puertos;que de esta ltima a los Reglamentos de comercio libre de 1778, no existesino un grado de evolucin ms, comprendiendo en aquella liberalidadnumerosos puertos33. Sin necesidad de entrar, al menos de momento, enun anlisis pormenorizado del contenido de las diferentes medidas citadasen el texto, de entrada resulta ya difcil admitir que, con excepcin de las

    dos ltimas (decretos de 1765 y 1778), entre las restantes exista eseencadenamiento causal tan natural y mecanicista que pretende Levene.Desde luego, por nuestra parte, no alcanzamos a entrever en qu sentido(salvo en el estrictamente cronolgico) el Proyecto de 1720 puede constituir un paso previo a la poltica de registros sueltos, poltica que fueimplantada por el gobierno con carcter absolutamente excepcional parasustituir al sistema de flotas y galeones slo en tanto durase el conflictoiniciado con Inglaterra en 1739. De idntico modo, tampoco parece muyriguroso pretender reducir el decreto de libre comercio de 1765 a una

    simple y mera ampliacin de la poltica de registros sueltos, si no es acosta de forzar demasiado las cosas, ignorando de paso las innovacionesimportantes, tanto de tipo administrativo como fiscal, que el citado decretointroduca. As pues y sin perjuicio de que ms adelante volvamos sobreestas reformas, lo apuntado resulta en nuestra opinin suficiente paracuestionar la tesis de Levene acerca de un proceso reformista paulatino y

    32. MUOZ PREZ, J.: La publicacin del Reglamento de Comercio Libre de

    Indias de 1778,Anuario de Estudios AmericanosIV (1947), pp. 615-664, cita en p. 620.33. LEVENE, R.: op. cit.,pp. XXV-XXVI.

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    gradual, en el que cada medida adoptada se converta en una especie deplataforma justificativa de las que vendran a continuacin.

    Por lo que se refiere, a su vez, al pretendido carcter abiertamente

    rupturista atribuido por Muoz Prez a la poltica de la segunda mitad dela centuria, no creo que merezca la pena insistir demasiado, en la medidaen que es el propio Muoz Prez quien, en el texto que estamos comentando, se encarga de atemperar su inicial radicalismo. En efecto, as lohace, primero al afirmar que podra admitirse que la evolucin fuese

    paulatina, aunque con las consiguientes reservas, sobre todo si se tiene encuenta la gran actividad Carolina y, segundo, al aadir que hay quereconocer que la actividad de los anteriores reyes borbnicos prepar elcamino o ms exactamente an, lo limpi para iniciar una nueva

    poltica, al terminar con la restrictiva tradicin anterior34. Y todo ello sinolvidar, adems, que la razn de ms peso que parece esgrimir en defensade la teora rupturista, a saber, que el decreto de 1765 supone unarevolucin del sistema tributario que se inaugur en 1720, es slo unaverdad a medias, ya que si bien es correcto aplicado a las exportacionesno ocurre otro tanto con las importaciones que, como es sabido, siguierontributando hasta 1778 sobre la base de los aranceles establecidos en el

    proyecto de 1720.Conocidas, pues, las posturas extremas, por lo que atae a nuestra

    propia posicin ante el problema podra quedar sintticamente resumidaen la frmula de cambio cualitativo, puntual y no gradual pero sin ruptura.Porque, en efecto, si bien es innegable la carga de novedad que conrelacin al periodo precedente aporta la poltica del libre comercio (yque no parece correcto considerar como una simple aceleracin de unatendencia), no lo es menos tambin que, cuando se encauz la polticacomercial por estos nuevos derroteros de liberalizacin, se hizo procurando evitar, como en esta ocasin sealara acertadamente a nuestro juicio R.Levene, las innovaciones extremas o las alteraciones revolucionarias.

    De hecho, como tendremos ocasin de comprobar, las innovaciones consistieron, bsicamente: en la supresin de toda una serie de trabas yformalidades administrativas diagnosticadas como lastres para la buenamarcha del trfico; en la adopcin de un nuevo sistema fiscal encaminadoa disuadir el contrabando y en la ampliacin del nmero de puertoshabilitados para participar en este comercio. Pero, a su vez, todas estasreformas se introdujeron sin deponer, en lo fundamental, la actitud mono-

    polizadora y restrictiva mantenida respecto a Amrica a todo lo largo dela poca precedente. Amrica continu siendo un mercado reservado y

    34. MUOZ PREZ, J.: op. cit.,pp. 620-621.

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    sometido a rgido control, de suerte que, parafraseando a Lampedusa, bienpodramos decir que la poltica del libre comercio cambi todo lo quehaba que cambiar para conservar intacto lo esencial.

    Partiendo, pues, de la existencia de un cambio cualitativo sin ruptura,dentro del proceso reformista ilustrado, pienso que pueden distinguirse dosetapas bien diferenciadas, cuya frontera de separacin, como quiere MuozPrez, podemos situarla, en efecto, en la fecha ya sealada de 1765. La

    primera, ms enraizada en el pasado y, por tanto, de signo continuista,abarca los dos primeros tercios de la centuria y en su transcurso sealternan medidas claramente encaminadas a apuntalar el viejo edificio delmonopolio, tal y como haba sido heredado de los Austrias (valgan comoejemplos los reiterados esfuerzos por consolidar el sistema de flotas y

    galeones), con tmidos intentos por dinamizar el trfico (generalizacin delos registros sueltos) o romper su frrea centralizacin en un solo puerto(creacin de compaas privilegiadas). La segunda, desde 1765 en adelante y en ella, ante la necesidad cada vez ms evidente de sobrepasar losestrechos mrgenes establecidos en el Proyecto de 1720, las relacionesmercantiles con Amrica se encauzan por la senda de la libertad comercial, bien entendido que, como acabamos de sealar lneas atrs, la polticadel libre comercio jams cuestion la existencia del monopolio. Enesencia, a lo mximo que aspir fue a sustituir el anterior sistema monopolstico

    cerrado y estrecho por otro ms magnnimo y, supuestamente, ms eficaz,abierto a un mayor nmero de puertos, tanto en la metrpoli como en lascolonias.

    Descenderemos ahora a un anlisis algo ms pormenorizado de lasprincipales medidas que conforman el reformismo de una y otra etapa. Porlo que se refiere, en primer lugar, a la que hemos denominado continuista, aparece presidida por la promulgacin, el 5 de abril de 1720, de la

    pieza legislativa ms importante de todo este periodo: el Proyecto paragaleones y flotas, del Per y Nueva Espaa, y para los navios de registro

    y avisos que navegaren a ambos reynos. Bien es verdad que tres aosantes se haba producido ya una primera situacin de renovacin con eltraslado de la cabecera del monopolio desde Sevilla a Cdiz; pero estecambio no entraaba novedad real alguna, en la medida en que no hacasino ratificar una inversin en la correlacin de fuerzas entre las doscapitales andaluzas, que se haba decantado ya en favor de Cdiz, almenos desde 1680. Por lo que atae, a su vez, al Proyecto de 5 de abrilde 1720 (que se complet con la publicacin en ese mismo ao de variosreglamentos y aranceles) hay que convenir con Prez-Mallaina que, en

    parte, no vena sino a generalizar, para la totalidad del trfico con Indias,normas ya recogidas en los Reales Proyectos redactados por B. Tinajero

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    para las flotas de 1711 y 171335. En cualquier caso, en l se expresan conabsoluta claridad, tanto las intenciones polticas de la corona respecto alcomercio colonial como las directrices por las que ste habra de regirse

    en adelante36

    . En la primera direccin y ya en el prembulo el reymanifiesta su deseo de establecer unas relaciones comerciales estrechas yregulares con sus Indias, a las que considera esenciales para estimular eldesarrollo de la industria nacional, aumentar los ingresos de la corona y,en general, garantizar la prosperidad y el bienestar de todos sus sbditos.Para ello entiende que el mejor mtodo es que galeones y flotas sedespachen con regularidad, a cuyo fin se establecen en los cuatro primeroscaptulos el nmero y nacionalidad de los navios que deban integrar losconvoyes, la carga que podran transportar, las formalidades a cumplir

    para su despacho as como un calendario muy estricto para las fechas desalida, estada en aquellos reinos y regreso. Ahora bien y dado que elProyecto mantena el esquema tradicional de navegacin en convoyes, lasnovedades ms significativas se van a producir en los cuatro captulosrestantes dedicados a reformar la organizacin administrativa y, sobretodo, fiscal del trfico de la Carrera. En este sentido la innovacin msradical consistir en simplificar el complicado proceso que con anterioridad entraaba la percepcin del almojarifazgo (clculo de la exaccin advalorem) al consagrar, como principal impuesto, el denominado derecho

    de palmeo, que gravaba las mercancas en funcin del volumen queocupaban en el navio, medido en palmos cbicos. La reforma perseguaincrementar los ingresos fiscales procedentes del trfico, pues aunqueentraaba un alivio de exacciones para determinadas mercancas de produccin nacional, en contrapartida, reduca de forma importante las posibilidades de eludir su pago por ocultaciones de registro.

    En suma, dos fueron los objetivos esenciales asignados al Proyecto:en primer lugar, reanimar y regularizar el trfico de la Carrera tras elautntico colapso sufrido con motivo del conflicto sucesorio y, en segundo

    lugar, simplificar el complicado proceso que hasta entonces entraaba lapercepcin de los impuestos; bien entendido que todo ello con las miraspuestas en conjurar y tratar de contrarrestar la amenaza y la sangra quesignificaban tanto el Asiento como el Navio de Permiso ingleses. Junto aestos dos objetivos prioritarios cabra aadir el intento de beneficiar a la

    35. PREZ-MALLAINA, P. E.: op. cit., pp. 371-8; para los proyectos de B.Tinajero, cfdo. ibidem,pp. 330-58.

    36. A propsito del citado Proyecto, vid. MUOZ PREZ, J.: La publicacin del

    Reglamento..., art. cit., pp. 635-7; GARCA-BAQUERO, A.: Cdiz y el Atlntico, vol.I, pp. 152-6 y 197-203; WALKER, G. J.: op. cit.,pp. 140-6.

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    produccin nacional, disminuyendo su carga impositiva, as como el defavorecer tambin a la industria naval, estableciendo que, salvo en circunstancias excepcionales, los navios que formasen parte de las flotas fuesen

    de fabricacin espaola. Seguramente y como ya apostillara Muoz Prez,propsitos demasiado ambiciosos para una medida que, en definitiva, noinnovaba gran cosa37.

    A partir de aqu, el resto de la normativa legal dictada en el transcursode esta primera etapa no har sino abundar e insistir sobre esta mismalnea. As ocurre con el nuevo reglamento de 28 de agosto de 1725 (en elque se incluyeron veintitrs clarificaciones y adiciones al anterior proyectode 1720) y tambin con la real cdula sobre el despacho de galeones yflotas de 21 de enero de 1735, promulgada en vista de que las anteriores

    providencias no han sido bastantes para remediar los abusos de losfurtivos e ilcitos tratos que se han practicado en aquellas partes, ni a

    proporcionar al trfico la regularidad que conviene. La novedad msimportante que aportaba esta cdula consista en la suspensin temporal delos galeones de Tierra Firme en tanto no se tuviese constancia de haberquedado totalmente liquidados los rezagos de la feria de 1731. Laimpresin que se obtiene es que ni haba voluntad poltica de introducirreforma alguna que significase una alternativa al rgimen de flotas ni losintereses de los flotistas, de una y otra orilla del Atlntico, iban tampoco

    en esa direccin. Prueba de todo ello la encontramos tanto en la promulgacin de la real cdula de 2 de abril de 1728, como en esta ltima de 1735.Por la primera se lleg a una solucin de compromiso en los tradicionalesenfrentamientos entre almacenistas criollos y flotistas gachupines: por lasegunda, al tiempo que se admita la peticin de los comerciantes mexicanos de reducir el nmero de navios y el buque total de las flotas, se dabatambin cabida a la solicitud de los gaditanos de que se prohibiese a loscomerciantes americanos enviar sus caudales a la pennsula para compraraqu directamente sus mercancas38. A mayor abundamiento y pese alxito que supuso la experiencia de la navegacin en registros sueltos,durante la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins con Inglaterra (1739-48),nada ms firmarse la paz (tratado de Aquisgran), los monopolistas gaditanosy novohispanos presionaron a la corona para que restableciese las flotas,lo que hizo por real orden de 11 de octubre de 175439.

    37. MUOZ PREZ, J.: La publicacin del Reglamento..., art. cit., p. 637.38. Para todo lo concerniente a estas cuestiones, cfdo. REAL DIAZ, J.: op. cit., pp.

    57 y ss; WALKER, G. J.: op. cit., pp. 201-217; GARCA-BAQUERO, A.: op. cit. Vol.

    I, pp. 158-161.39. Cfdo. GARCA-BAQUERO, A.: op. cit.Vol. I, pp. 161-2 y 171-3.

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    La nica experiencia que se realiz fuera de los marcos tradicionalesfue la creacin de compaas privilegiadas de comercio, con una doblefinalidad: por una parte, incorporar al comercio metropolitano ciertos

    territorios coloniales, insuficientemente abastecidos por el sistema de convoyes;por otra, permitir a las emergentes burguesas perifricas de la pennsulaun acceso ms directo a los beneficios del monopolio, liberndolas de lamediacin impuesta por las oligarquas mercantiles de Cdiz y Sevilla.Como es bien sabido, tras los intentos hechos en 1714 con el marqus deMontesacro para la creacin de la compaa para el comercio con Honduras y en 1721 para la denominada de Galicia, el primer paso en firme sedio, en 1728, con la fundacin de la Real Compaa Guipuzcoana deCaracas con sede en San Sebastin. Algunos aos ms tarde y tras el

    fracaso de una nueva Compaa de Galicia, surgieron las de San Cristbalde La Habana (creada en 1740 para impulsar la agricultura y el comerciode la isla), San Fernando de Sevilla (fundada en 1747 para comerciar concualquier regin americana excepcin hecha de Venezuela y Cuba) y la deBarcelona (habilitada, a partir de 1755, para comerciar con Santo Domingo, Puerto Rico, Margarita y Cuman) . Sin embargo, en lneas generales, el alcance de esta experiencia, con excepcin de la Guipuzcoana deCaracas, fue ms bien limitado, sin olvidar, adems, que se trat de unesfuerzo precario y tardo, como sealara Vicens Vives, al que la pol

    tica del libre comercio, en la mayora de los casos (salvo, al parecer, enel de la Compaa de La Habana, segn ha puesto de relieve, recientemente, M. Grate), no tardara en vaciar de contenido.

    Como ya hemos adelantado, el punto de partida de la segunda etapadel reformismo se sita en 1765, fecha en la que una Junta tcnica creadael ao anterior para estudiar la situacin del comercio colonial, dio aconocer un informe en el que propona la supresin del monopolio deCdiz y del rgimen de flotas y su sustitucin por el libre comercio. La

    propuesta concreta que contena el informe consista en establecer un

    40. Sobre estas compaas, vid.: MATILLA QUIZA, J. M.: Las compaas privilegiadas en la Espaa del Antiguo Rgimen, La economa espaola al final del Antiguo

    Rgimen. IV Instituciones. Madrid, 1982, pp. 269-401; RICO LINAGE, R.: Las RealesCompaas de Comercio con Amrica. Los rganos de gobierno. Sevilla, 1983; BASTERRA,R.: Los navios de la Ilustracin. Una empresa del siglo XVIII. Caracas, 1925; HUSSEY,R. D.: op. cit.; ESTORNES LASA, J.: La Compaa Guipuzcoana de Caracas. BuenosAires, 1948; GRATE OJANGUREN, M.: La Real Compaa Guipuzcoana de Caracas.San Sebastin, 1990; de la misma autora: Comercio ultramarino e Ilustracin. La RealCompaa de la Habana. San Sebastian, 1993; GONZLEZ SNCHEZ, C. A.: La Real

    Compaa y Fbricas de San Fernando de Sevilla (17471787). Sevilla, 1994; OLIVAMELGAR, J. M.a: Catalua y el comercio privilegiado con Amrica.Barcelona, 1988.

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    comercio directo, realizado por medio de registros sueltos, entre catorcepuertos peninsulares y treinta y cinco americanos y en el que los productosespaoles estuviesen exentos del pago de derechos en tanto que los extran

    jeros se gravaban con un impuesto general del 6% sobre sus respectivosvalores, simplificndose adems todos los trmites burocrticos para supago41. El informe se hizo pblico en febrero y en octubre se tomaron yalas primeras medidas, aunque no estar de ms advertir que el camino quecondujo a la implantacin definitiva del nuevo sistema comercial fuemucho ms largo y sinuoso de lo que a menudo se suele afirmar. Quierodecir, que frente a la idea vulgarizada de que la implantacin del nuevosistema se llev a cabo en un momento preciso y por una ley concreta,conviene recordar que tal situacin constituy el resultado de un largo

    escalonamiento de pruebas y tanteos, que fue afirmndose en el aparatolegal precisamente en la medida en que los xitos parciales obtenidos

    justificaban la oportunidad de nuevos planteamientos. En esta direccin,Varela Marcos aboga por distinguir al menos tres etapas: una primera muycorta (1764-66), bajo el impulso del principal promotor de las reformas,Esquilache, en la que se apuesta, casi con precipitacin, por la puesta en

    prctica de la nueva poltica y que se cierra, justamente, con la cada delitaliano a raz de los motines de 1766; una segunda, ya ms larga (1766-1775), presidida por la figura de Arriaga, a la que denomina el intervalo

    de espera real y en la que, para tranquilizar a los monopolistas gaditanosy novohispanos, se frena el ritmo poltico en la imposicin de nuevasreformas; finalmente la tercera y ltima, hasta llegar al decreto de 1778,

    presidida en este caso por el binomio Floridablanca-Glvez, en la que sepierde el miedo al reformismo y se recupera la primitiva lnea impulsadapor Esquilache42. Asimismo y por lo que se refiere a la gnesis de estasegunda etapa del reformismo y ms en concreto a su ya aludido carcterreactivo y defensivo, cuando menos conviene dejar constancia del papelesencial que jugaron, como catalizadores del cambio, tanto la toma de La

    Habana por los ingleses en 1762, como la decisin adoptada por Francia,en 1763, de establecer puertos libres en la Martinica, Guadalupe y SantoDomingo.

    Aunque con un cierto desorden, el reformismo de esta segunda etapa

    41. Cfdo. MUOZ PREZ, J.: La publicacin del Reglamento..., art. cit., p.640; VARELA MARCOS, J.: El primer reglamento para el libre comercio con Amrica:su gnesis y fracaso, Anuario de Estudios Americanos XLVI (1989), pp. 243-268;LLOMBART, V.: Campomanes, economista...,pp. 130-133.

    42. VARELA MARCOS, J.: op. cit., pp. 257-68. Al respecto vid. tambin LLOMBART,V.: op. cit.,pp. 129-147.

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    se dirigi a regular, eliminndolos, tres conjuntos de problemas que constituan la mdula del comercio colonial: el concepto de exclusividad de los

    puertos habilitados; el diseo de la fiscalidad y la prohibicin del comer

    cio interprovincial en las colonias.En orden al primero de los puntos reseados, las reformas se iniciaroncon la promulgacin del Decreto y Real Instruccin de 16 de octubre de1765 en virtud del cual se autorizaba el comercio directo desde nueve

    puertos espaoles (Santander, Gijn, La Corua, Sevilla, Cdiz, Mlaga,Cartagena, Alicante y Barcelona) a cinco islas del Caribe (Cuba, SantoDomingo, Puerto Rico, Trinidad y Margarita). Para evitar los recelos y laoposicin de los grandes comerciantes flotistas, esta primera medida tuvocarcter de ensayo y de ah que, frente a lo propuesto en el informe de

    febrero de 1765, su aplicacin se restringiese, en aquellos territorios, a unrea en cierto modo marginal y desde luego no productora de plata. Sinembargo y una vez superada la etapa de espera a la que antes aludamos,

    por sucesivos decretos fue hacindose extensiva a la totalidad del comercio hispanoamericano. Concretamente en la metrpoli se habilitaron los

    puertos de Alfaques de Tortosa, Almera, Palma de Mallorca y Santa Cruzde Tenerife en 1778; en 1783 el de Vigo; San Sebastin en 1788 y el Graode Valencia en 1791; por su parte, en las colonias, las sucesivas regionesincorporadas al rea del libre comercio fueron La Luisiana en 1768;

    Yucatn y Campeche en 1770; Santa Marta en 1777; Nueva Granada,Guatemala, Buenos Aires, Chile y Per en 1778 y, por ltimo, NuevaEspaa y Venezuela en 1789.

    Estas medidas, tendentes a romper con el viejo principio de la concentracin del trfico en unos pocos puertos, se vieron acompaadas por otraserie de decretos encaminados a terminar con el confusionismo y desordenreinante en el sistema fiscal. En esta direccin las reformas ms importantes fueron las introducidas con motivo de la publicacin del decreto de1765 y, sobre todo, del Reglamento y aranceles reales de 12 de octubre de

    1778. La principal innovacin aportada por el primer decreto consisti enla sustitucin del palmeo y de los derechos de toneladas por un principiode tributacin ad valorem; concretamente se implantaba una carga del 6%sobre los productos espaoles y del 7% sobre los extranjeros, mantenindose la misma lista de gravmenes contemplada en el Proyecto de 1720

    para todos aquellos artculos no sujetos a medicin cbica. Esta reforma,con ser importante, resultaba todava parcial, ya que dejaba intactos losderechos que tenan que pagar a su entrada en Espaa los productoscoloniales, al tiempo que adoleca de la falta de un arancel general Sin

    embargo, ambas deficiencias quedarn subsanadas a raz de la promulgacindel Reglamento y aranceles reales de 12 de octubre de 1778. En primer

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    lugar, por lo que respecta a las importaciones, se suprimieron todos losderechos que hasta ahora se venan cobrando sobre los productos americanos (tanto a la salida de aquellos puertos como a su entrada en Espaa),

    siendo sustituidos por unos nuevos gravmenes, a percibir slo en lospuertos espaoles, consistentes en un 2% y un 5,5% sobre el oro y la platarespectivamente y un 3% sobre el valor de los restantes gneros, excepcin hecha de aquellos a los que se liber del pago de toda contribucin.En segundo lugar, se incluyeron sendos aranceles generales, uno para lasexportaciones (en el que se mencionan 362 renglones, 172 nacionales y190 extranjeros) y otro (con 265 renglones)para las importaciones. Finalmente se volvieron a moderar los derechos de las exportaciones, a-centundose el trato diferencial en favor de los productos espaoles; para

    ello los veinticuatro puertos habilitados en Amrica se dividieron enmayores y menores, percibindose, en los primeros, un 3% sobre elvalor de los productos espaoles y un 7% sobre los extranjeros y, en lossegundos, un 1,5 y un 4% respectivamente. Adems y dentro de esta lneade proteccin a la produccin nacional, se declararon libres del pago detoda contribucin a su salida de Espaa y del almojarifazgo a su entradaen Amrica, durante un periodo de diez aos, todas las manufacturas deLana, Algodn, Lino y Camo que sean indubitablemente de las fbricasde la Pennsula, y de las Islas de Mallorca y Canarias, as como hasta un

    total de 45 productos ms, a condicin de que fuesen de fabricacinnacional.El tercer problema abordado en esta segunda etapa por la poltica del

    reformismo fue la liberalizacin del comercio colonial interprovincial,medida que se implanto, asimismo, de forma gradual. Las primeras en

    beneficiarse fueron las cinco islas incluidas en el decreto de 1765; en 1774se autoriz este comercio entre Per y Nueva Granada de una parte y

    Nueva Espaa y Guatemala de otra y, en 1776, entre Buenos Aires y Chiley las colonias del interior, si bien sujetndolo todava a numerosas restricciones

    que fueron levantadas en 1796 al permitirse el comercio recproco entreNueva Espaa, islas de Barlovento, puertos del sur de Guatemala, Cartagena y Buenos Aires. El proceso culminara con sendas reales cdulasemitidas en 1801 y 1803 liberalizando el comercio entre los puertos delMar del Sur tanto para los productos coloniales como europeos.

    Finalmente, a partir de 1789 y al objeto de facilitar su importacin yestimular as la agricultura de plantacin, se acometi tambin la liberalizacin de la trata de negros. Por una real orden de 28-11-1789 se declarlibre y exenta de impuestos la introduccin de negros en Cuba, Santo

    Domingo, Puerto Rico y Venezuela, por un periodo de dos aos, pro-rrogable por otros dos, que fueron ampliados a seis al cumplirse el primer

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    plazo adems de extenderse su rea de cobertura a Santa Fe y BuenosAires. Posteriormente, por una real cdula emitida el 22-IV-1804 se volvia prorrogar la introduccin por doce aos si corra por cuenta de espaoles

    y por seis si la realizaban extranjeros.Hasta aqu, pues, los problemas que se plante la poltica de libera-lizacin comercial y las medidas arbitradas para su solucin. Vistas en suconjunto resulta evidente que entraaron una quiebra importante de losesquemas tradicionales por los que discurra el monopolio comercial espaol y, por tanto, el inicio de una nueva etapa en las relaciones metrpoli-colonias. Sin embargo, no quisiera cerrar este apartado sin apuntar unamatizacin al concepto general de liberalizacin comercial con que hemosetiquetado esta segunda etapa, que me parece importante. Tal matizacin

    va dirigida a puntualizar que el concepto de libertad de comercio barajadopor los promotores de las reformas no puede identificarse, en modoalguno, con el significado general con que a partir de esas fechas, y con

    posterioridad, se utilizar dicha expresin por los primeros tericos ingleses del liberalismo. De hecho, aunque se adopt la expresin libertadcomercial, sin embargo slo se la conceba en el interior de un sistemacolonial monopolstico respecto al resto del mundo43. De ah, pues, quela implantacin del nuevo rgimen comercial se llevase a cabo sin deponeren lo fundamental la actitud monopolizadora y restrictiva mantenida a lo

    largo del periodo precedente. La poltica del libre comercio de lo que tratfue de abrir las hasta entonces rgidas compuertas del monopolio enbeneficio de un mayor nmero de puertos, de simplificar la burocracia yproporcionar una mayor agilidad y flexibilidad al trfico. Pero, por lodems, ste sigui siendo un comercio protegido, que trataba de favorecer la exportacin de productos espaoles gravando ms los extranjerosy que, por supuesto, mantuvo para Amrica la condicin de mercadoreservado o cautivo. Como ya sealamos con anterioridad, el fin primordial y ltimo que persegua la nueva poltica comercial no era otro que

    devolver a las provincias de Ultramar a su verdadero estatus de colonias,es decir, reducirlas a desempear el papel de meras productoras de materias primas para su exportacin a la metrpoli y de consumidoras de lasmanufacturas que sta le remita. Sin embargo, la asuncin de semejanteesquema terico no permite su puesta en funcionamiento slo por elvoluntarismo de la decisin del Estado. Se podra decir, con razn, que noes colonialista quien quiere sino quien puede. La prctica colonial exige

    43. Cfdo. LLOMBART, V.: op. cit., p. 117; para la influencia del mercantilismo

    liberal sobre Campomanes y en general sobre el reformismo de la segunda mitad delXVIII, ibidem,pp. 114-121.

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    que la metrpoli dominante est en condiciones de ejercer como tal,produciendo las mercancas que las colonias demandan para su consumoy absorbiendo las materias primas que stas producen. A la economa

    espaola le falt precisamente esta capacidad y, cuando ello se pusodescaradamente de manifiesto, las colonias no estuvieron dispuestas aseguir respetando un esquema en el que slo ellas cumplan su parte, demodo que rompern unilateralmente el sistema y el monopolio espaoldesaparecer. Precisamente esto es lo que sucedi a raz de la experienciavivida en el transcurso de los periodos 1797-1801 y 1805-1808, en los quela situacin de guerra con Inglaterra oblig a Espaa a dejar el trfico dela Carrera en manos de los denominados pases neutrales. Pese a su

    brevedad, la experiencia de esos aos result ms que suficiente para

    evidenciar, con toda crudeza, el carcter meramente intermediario, desimple reexportador de mercancas extranjeras, del comercio espaol y porconsiguiente para que las colonias descubriesen que podan sobrevivirsin Espaa. Pero no adelantemos acontecimientos y vayamos a la compro

    bacin de los resultados cosechados por la poltica del reformismo tantoen esta etapa como en la precedente.

    3. Un intento de valoracin global

    Visto, pues, el contenido de las medidas que informaron la poltica delreformismo comercial-colonial borbnico, a lo largo de estas dos etapas,nos corresponde ahora intentar comprobar la virtualidad y eficacia de cadauno de esos subconjuntos de reformas en la experiencia cotidiana deltrfico. Es decir, verificar, en la medida en que lo permita la informacindisponible, si hubo una adecuacin plena o slo parcial entre los objetivosque, al menos tericamente, se asignaron a esas polticas reformistas, conlos efectos que realmente produjeron o, incluso, si stos llegaron a

    contraponerse con lo proyectado. Para ello, procederemos a un anlisisindividualizado de cada una de las dos etapas reseadas, aclarando que aestos efectos y dado el limitado alcance del decreto de 1765, la primera la

    prolongaremos hasta 1778.Por lo que se refiere precisamente a esta primera etapa no tendr que

    recordar que la informacin disponible sigue circunscribindose a la queya publiqu hace casi una veintena de aos en mi libro Cdiz y el

    Atlntico, por lo que me limitar simplemente a resumir, en forma brevey sucinta, lo sustancial de los datos all recogidos. Por de pronto y

    tomando como puntos de referencia la evolucin descrita tanto por elmovimiento unitario de navios como por el volumen del trfico medido en

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    toneladas de arqueo, cabra afirmar que el comercio americano conoci unperiodo de crecimiento sostenido con tres etapas: una primera, de 1709 a1722, que supone la recuperacin de la larga onda depresiva que se

    prolong desde 1682 hasta 1709; una segunda, de 1722 a 1747, de estabilidad con incrementos muy suaves que, a partir de 1748, dar paso a unatercera, de ascenso decidido, que se prolonga, sin vacilaciones, hasta 1778.Concretamente, el nmero de navios se increment en un 60,3% entre1682-1709 y 1709-47 y de nuevo en un 86% entre este ltimo periodo y1748-78, lo que significa que entre el primer y el tercer periodo hubo unincremento del 198,2%; a su vez, por lo que se refiere al tonelaje, losaumentos registrados fueron: un 88,6% entre los dos primeros periodos;un 123,5% entre el segundo y el tercero y un 321,6% del tercero respecto

    al primero44

    . Como puede apreciarse la tendencia es de crecimiento progresivo y continuo, aunque comparativamente ms lento en la primeraetapa que en la segunda, actuando como principal vehculo de la aceleracin el cambio del sistema de navegacin, efectuado a partir de 1740,sustituyendo los convoyes por registros sueltos. Asimismo, las cifras correspondientes a las importaciones de metales preciosos, tanto las oficialescomo las obtenidas por Morineau a partir de sus famosas gazettes, confirman esta evolucin al experimentar un claro incremento a partir de 174645.En resumen y a tenor de lo que nos indican estas variables el proceso de

    crecimiento es muy claro, lo que parece dar pie a un cierto optimismo ala hora de enjuiciar esta primera etapa del reformismo. Quiero decir conello que la impresin que se obtiene es que las reformas introducidasestaban, al menos aparentemente, cumpliendo su objetivo de reanimar yrevitalizar el trfico americano tras el colapso sufrido con motivo delconflicto sucesorio. Sin embargo, este inicial optimismo sufre un severocorrectivo cuando pasamos a analizar la estructura de las exportacionescon vistas a verificar si, adems del desarrollo del trfico, se haba conseguido tambin su reestructuracin interna, en el sentido de conseguir (si

    no erradicar por completo), cuando menos, paliar ese predominio absolutoejercido hasta ahora por las mercancas extranjeras sobre las de produccin nacional. Pues bien, para el periodo 1720-51, que es para el que

    44. Cfdo. GARCA-BAQUERO, A.: op. cit.Vol. I. pp. 541-56.45. Cfdo. GARCA-BAQUERO, A.: op. cit. Vol. II, pp. 250-1 y MORINEAU, M.:

    op. cit., pp. 317, 368, 377, 391 y 417; en cualquier caso, debo advertir que tanto de misprimitivas cifras como de las de Morineau, acabo de realizar una revisin que si bien noaltera el diseo general de la evolucin seguida por las importaciones de metales preciosos cuando menos ofrece cifras ms aproximadas, en mi opinin, a la realidad. Cfdo.

    GARCA-BAQUERO, A.: Las remesas de metales preciosos americanos en el sigloXVIII: una aritmtica controvertida (en prensa).

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    disponemos de una informacin ms completa, los datos vienen a poner demanifiesto que los renglones que podemos considerar, casi con total seguridad, netamente espaoles (los productos agrcolas, el hierro y sus deri

    vados, el papel, la cera y cierta porcin de textiles)representan el 50,7%del volumen total de las exportaciones; ahora bien, si traducimos dichovolumen en valor, ese porcentaje experimenta una drstica reduccin,hasta quedar ahora establecido en tan slo un 16% del valor total de lasexportaciones. A juzgar, pues, por este nuevo dato no parece que la

    participacin espaola en el trfico ultramarino haya progresado gran cosacon relacin a lo que nos indicaban las cifras existentes para fines del XVII,lo que significa que, al igual que entonces, eran los extranjeros los queseguan llevndose la parte del len de las ganancias derivadas del negocio

    colonial. Y bien entendido que aunque para los aos siguientes la informacin es mucho ms fragmentaria, las catas realizadas sobre las seisflotas que viajaron a Nueva Espaa entre 1757 y 1778 apuntan, peligrosamente,hacia un debilitamiento de la participacin espaola en el conjunto de lasexportaciones46. Por consiguiente, todo parece, pues, indicar que si bienla actividad reformista desplegada en esta primera etapa haba conseguidoincrementar, en forma notable, el volumen del trfico e incluso introducirun mayor orden en el funcionamiento de la Carrera, lo cierto es que apenassi haba logrado alterar los respectivos pesos proporcionales de la partici

    pacin espaola y extranjera en el conjunto de las transacciones. Espaasegua dependiendo de las economas ms avanzadas de la Europa occidental para tener abastecidas a sus colonias y no slo en lo que a mercancas se refiere sino incluso para asegurarse su transporte hasta aquellosmercados, ya que, no en vano, slo un 25% de los navos empleados enla Carrera durante esta larga etapa fueron de fabricacin espaola47.

    A la vista de esta situacin se comprende, pues, la necesidad dearbitrar nuevas frmulas que fuesen capaces de lograr esa ansiada y hastaahora inalcanzable meta que supona la remonopolizacin del trfico de

    Indias. Como ya sabemos, la terapia aplicada consisti en una gradual yprogresiva apertura del monopolio a un mayor nmero de puertos espaoles y americanos junto al intento de fomentar, mediante reducciones eincluso exenciones de impuestos, la participacin de la produccin espaola en dicho trfico. Pues bien, a semejanza de lo ya hecho para la etapaanterior, debemos preguntamos si, efectivamente, la nueva poltica deliberalizacin comercial cumpli sus objetivos. Fue esta nueva polticacapaz no ya slo de nacionalizar la Carrera sino, adems, tal y como se

    46. Cfdo. GARCA-BAQUERO, A.: op. cit.Vol. I, pp. 309-336.47. Ibidem,vol. I, p. 244.

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    afirmaba un tanto pomposamente en la exposicin de motivos del decreto del 12 de octubre, de restablecer... la agricultura, la industria y la

    poblacin a su antiguo vigor? Veamos qu es lo que nos dicen los datos

    existentes al respecto.De entrada y como ya ocurriera en el periodo precedente, las variablesreferidas a la evolucin seguida por el trfico a lo largo del periodo deplena vigencia del libre comercio, es decir 1778-96, avalan, como hasealado Martnez Shaw, una inicial visin optimista de los efectos delLibre Comercio48. Concretamente y a tenor de los datos aportados por J.R. Fisher49, entre 1782 y 1796, la media anual de las exportaciones desdeEspaa hacia Amrica, a precios constantes, se habran multiplicado porcuatro desde 1778 y la de las importaciones, en idntico periodo y con

    relacin al mismo ao base, por once. Pero es ms, incluso si prescindimos de tomar como punto de referencia el ao 1778 (puesto que el decretoque generalizaba el libre comercio no se promulg hasta octubre y, adems, en ese ao el desarrollo normal del trfico debi verse afectado porel inicio de la guerra de Independencia de los Estados Unidos), aunque laespectacularidad de los ndices de crecimiento se reduce sensiblemente, no

    por ello resulta menos evidente la tendencia al alza que siguieron tanto lasexportaciones como las importaciones. A su vez, esa misma tendenciaascendente queda tambin reflejada en la contrapartida al flujo de las

    mercancas exportadas hasta aquellos territorios; la evolucin seguida porlas remesas de caudales americanos manifiesta que la media anual delperiodo 1782-96 duplica con claridad a la correspondiente al periodo1771-7850.

    Un segundo dato, que abundara asimismo en favor de una valoracininicialmente positiva de los efectos generados por el libre comercio, es elindudable avance experimentado en estos aos por la participacin espaola en dicho trfico. En efecto, en el transcurso del periodo 1782-96 ysegn los datos, una vez ms, de Fisher51, el valor de los productos

    espaoles representa en promedio el 51% del valor total de las exportaciones. Ello significa no ya slo que se ha triplicado el porcentaje de participacinen el valor total estimado para toda la etapa anterior, sino que, adems y

    por vez primera, desde la dcada de los aos setenta del siglo XVI, las

    48. MARTNEZ SHAW, C.: Comercio colonial ilustrado y periferia metropolitana,Rbida11 (1992), pp. 58-72; la cita en p. 65.

    49. FISHER, J. R.: Commercial Relations between Spain and Spanish America inthe Era of Free Trade, 17781796.Manchester, 1985.

    50. Cfdo. MORINEAU, M.: op. cit.,pp. 417-19 y 438-40.51. FISHER, J. R.: op. cit.,pp. 46.

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    reexportaciones de mercancas extranjeras se ven superadas por las deprocedencia nacional.

    Un tercer dato que habra que apuntar tambin en el haber de la

    poltica de liberalizacin comercial (prescindiendo, por supuesto, de entraren consideraciones respecto a sus efectos negativos sobre las economascoloniales), es el referido a los beneficios obtenidos por la metrpoli deeste comercio: a lo largo de estos aos el valor de las importacionesamericanas prcticamente triplic el de las exportaciones metropolitanas.Es ms, si tenemos en cuenta que dentro de esas importaciones las remesasmetlicas han perdido una parte importante de su anterior hegemona (su

    peso proporcional ha descendido desde el 77% del periodo anterior al56,4% de los aos 1782-96) en favor tanto de los productos tpicos de la

    denominada economa de plantacin como de otras materias primas industriales,habr que convenir que, en efecto, la metrpoli estaba llevando a cabo unaexplotacin mucho ms racional e intensiva de los recursos agrcolas desus posesiones americanas, sin dejar por ello de aprovecharse tambin dela produccin minera.

    Por ltimo y como ha sealado por su parte P. Tedde de Lorca, juntoa los efectos ya reseados habra tambin que aadir, tanto un aumentode la productividad general de la economa espaola (refrendado por elmoderado crecimiento de los precios en dicho periodo), como un aumen

    to de la circulacin de dinero. Concretamente y segn sus datos, entre1778 y 1792, los precios se elevaron a una tasa media anual del 1,4%mientras que la cantidad de plata circulante aument a un ritmo del 2,2%,de modo que el carcter relativamente moderado de la inflacin permiteavalar la hiptesis de un aumento de la inversin productiva y de lautilizacin de recursos ociosos, posiblemente relacionados con una mayoractividad de los sectores exportadores52.

    Ahora bien y pese a su contundencia, los datos que acabamos deenumerar no excluyen dudas y reticencias en su interpretacin ni, por

    supuesto, evitan tampoco argumentaciones correctoras de una visin excesivamente optimista de los efectos econmicos de la poltica del librecomercio y ello tanto a nivel nacional como desde el punto de vista de lasdistintas regiones ms directamente implicadas en el mismo.

    Por de pronto y en esta direccin hay ya un primer dato que resultaincuestionable: si un objetivo primordial de esta poltica era romper con elestanco del comercio en Cdiz en favor de las restantes regiones espa

    52. TEDDE DE LORCA, P.: Poltica financiera y poltica comercial en el reinado

    de Carlos III, Actas del Congreso Internacional sobre Carlos III y la IlustracinTomo II:Economa y Sociedad.Madrid, 1989, pp. 139-217; las citas en 207, 213 y 214.

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    olas, habr que reconocer que los resultados obtenidos distaron de ajustarse a lo proyectado, ya que, no en vano, en el transcurso de este periodo,Cdiz, la antigua capital del monopolio, sigui acaparando el 76,4% delcomercio de exportacin y el 84,2% del de importacin. Bien es verdadque podra alegarse que es lgico que ello fuera as en la medida que,hasta 1789, el centro principal de inters de los monopolistas gaditanos, elvirreinato de Nueva Espaa, no estuvo incorporado al rea del librecomercio; sin embargo, no es menos cierto que, efectuada su inclusin, sucuota de participacin no slo se mantuvo sin apenas variacin en lasexportaciones (se movi entre un 77,2% en el periodo 1778-88 y un 75,8%entre 1789-96) sino que incluso creci en las importaciones (pas desdeun 76,3% hasta un 86,1%). A mayor abundamiento, el porcentaje restante,

    tanto en las exportaciones como en las importaciones, se lo reparten, dehecho, a su vez, cuatro puertos (Barcelona, La Corua, Mlaga y Santander), lo que significa que la participacin, al menos de una forma directa,de los otros once puertos habilitados fue prcticamente irrelevante cuandono inexistente (stos fueron los casos de Almera y Valencia, que no

    parecen haber hecho uso de sus respectivas habilitaciones)53. La matiza-cin respecto al carcter directo de la participacin viene impuesta porcuanto nos consta que hubo regiones que, pese a contar con un puertohabilitado, siguieron utilizando a Cdiz como punto de salida de sus

    exportaciones hacia Amrica. A todo ello podemos aadir, adems, unltimo dato: si tenemos en cuenta que durante la etapa del monopoliogaditano las compaas privilegiadas controlaron, en conjunto, en torno al20% del volumen del este comercio, habr que reconocer que el avancerealizado en esta nueva etapa con vistas a su nacionalizacin fue francamente escaso. Desde luego tambin podra debatirse que la apertura amltiples puertos fuese un verdadero objetivo, cuando ms bien parece uninstrumentopara alcanzar el objetivo de la revitalizacin del comercio.

    En segundo lugar y aunque Fisher no ha desglosado la composicin

    interna de las exportaciones, en su opinin, existen datos abundantescomo para llegar a la conclusin de que, dentro del apartado correspondiente a las exportaciones espaolas, los productos agrcolas fueron mssensibles que los industriales ante las nuevas oportunidades que ofrecael mercado americano a raz de la introduccin del libre comercio. Porconsiguiente y en opinin del propio Fisher, quiere ello decir que lareforma comercial, lejos de introducir ningn cambio sustancial en laestructura tradicional de nuestras exportaciones y, por extensin, en laeconoma peninsular, lo que hizo fue consolidar el sistema clsico en

    53. FISHER, J.: op. cit.,pp. 49 y 65.

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    virtud del cual Espaa abasteca el mercado americano con su propiaproduccin de vinos, licores y mercancas agrcolas, pero continu, a pesarde cierto crecimiento industrial en ese periodo, haciendo frente a una parte

    importante de la demanda colonial de manufacturas por el recurso a lareexportacin de productos extranjeros54. Por su parte y en referenciaexpresa a ese posible aumento de las exportaciones de productos agrcolas,G. Anes estima que, aun admitindolo, no parece que pueda considerarseque el mercado indiano pudiera ser entonces el estmulo para los cambiosagrarios que venan teniendo lugar55.

    En tercer lugar y por lo que se refiere en concreto a la respuesta dadapor la industria espaola a los incentivos que le proporcionaba la nuevalegislacin comercial (traducidos, sobre todo, en el trato diferencial que se

    deparaba en los aranceles a sus productos con respecto a los extranjeros),aunque seguimos adoleciendo de la ausencia de datos precisos, existentambin en este caso, indicios suficientes como para pensar que, a nivelgeneral, no se produjo la respuesta esperada, de modo que el libre comercio no fue capaz de cumplir ese objetivo prioritario que se haba marcadode restablecer la industria. Al respecto, lo primero que hay que comenzar reseando es la ambigedad con que se define en el propio Reglamento el carcter nacional de las manufacturas. En efecto y como ya nosadvirtiera J. M. Delgado56, mientras que en el art. 22 (donde se concede

    libertad de derechos a todas las manufacturas de lana, algodn, lino ycamo) se hace un uso estricto del trmino al exigir como condicinindispensable que fuesen indubitablemente de las fbricas de la Pennsulay de las islas de Mallorca y Canarias, en el art. 31 se regulan, en cambio,como manufacturas de estos Reynos todas las que se hilaren, torcieren ofabricaren en ellos, y las pintadas o beneficiadas, de modo que muden elaspecto, o el uso y destino que tenan al tiempo de su introduccin, aunquesus primeras materias sean extrangeras. Quiere ello decir, por tanto, queun tejido extranjero poda nacionalizarse con un simple estampado que

    mudase su aspecto, contribuyendo fiscalmente, a partir de ese momento,con slo un 1,5-3% en lugar de con un 4-7%. Dado que de esta forma, los

    54. FISHER, J.: op. cit., pp. 88-9; vid. tambin del mismo autor, Relacioneseconmicas entre Espaa y Amrica hasta la Independencia.Madrid, 1992, pp. 238-9.

    55. ANES, G.: La agricultura espaola y el mercado americano, en ANES, G.,ROJO, L. A. y TEDDE, P. (eds.):Historia econmica y pensamiento social.Madrid,1983, pp. 193-4; la cita en p. 203.

    56. DELGADO, J. M.: Libre Comercio: mito y realidad, en MARTNEZ VARA,T. (ed.): Mercado y desarrollo econmico en la Espaa contempornea. Madrid, 1986,

    pp. 69-83, en especial, p. 79; del mismo autor: El miratge del Lliure Comer, El comerentre Catalunya i Amrica, seglesXVIII i XIX.Barcelona, 1986, pp. 67-80.

    Chronica Nova,22, 1995, 105-140

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    comerciantes de la Carrera especializados en la reexportacin de manufacturas extranjeras incrementaban sus mrgenes de beneficios, la generalizacin por su parte de esta prctica viciosa bien podra haberse tradu

    cido en una sobrevaloracin, en las estadsticas oficiales, de la participacinespaola en el total de las exportaciones industriales a Indias. Desde luegoesto es lo que denuncia, con inequvoca claridad, el Consulado gaditano,en su informe-respuesta a la Real Orden de 19-X-1787 en la que se lesolicitaba una especie de balance general de lo que, hasta ese momento,haba supuesto el libre comercio. De entrada empieza por sealar laimposibilidad material de ofrecer un clculo prudente del volumen realde las manufacturas espaolas exportadas en esos aos y ello debido,

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