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Lo agrario en los Valles Centrales de Oaxaca, 1865-1920 1 Antonio Escobar Ohmstede Introducción La historiografía con respecto a Oaxaca ha reconocido y presentado las “tendencias” de los conflictos por tierras entre los pueblos (Arrioja y Sánchez (eds.) 2012), así como entre otros actores sociales, que emergieron de la reestructuración jurisdiccional inmediatamente posterior al asentamiento de los españoles, algunos de los cuales se remontaban en las luchas que los diversos señoríos y unidades políticas pre-conquista ya habían realizado, como una forma de exhibir su estatus y poder. Si bien casi podríamos considerar que la historia agraria de Oaxaca es la del conflicto, me inclino más a considerar lo que Philip Adams Dennis (1976: 220-224), María de los Ángeles Romero Frizzi (2011: 65-81) y Beatriz Cruz López (2012) han visto, en el sentido de que los litis por la tierra se pueden percibir cómo la búsqueda de las localidades (unidades políticas) para ampliar y consolidar el poder (relaciones sociales de poder) en los diversos territorios, fueran nuevos o antiguos, así como una manera de acrecentar la influencia de las localidades sobre otras. Aspecto que permite plantear de otra forma el conflicto agrario, en el sentido, de no solamente considerar la lucha por la tierra, los bosques o el agua. Así, este capítulo es un primer acercamiento a cómo se puede observar la interrelación entre diversas características de percibir lo agrario por los variados actores sociales y de ajustes y adecuaciones de redes sociales de poder. En la actualidad el estado de Oaxaca tiene una superficie total de 9.5 millones de hectáreas, de las cuales poco más del 75% son propiedad social, es decir, pertenecen a comunidades, ejidos y colonias agrícolas. A su vez, del total de la propiedad social tres cuartas partes son tierras comunales y el resto son ejidales. En la entidad existen 1 587 núcleos agrarios, con 867 comunidades y 720 ejidos, con población tanto indígena como mestiza. De acuerdo con cifras recientes, el número de conflictos por territorios en todo el estado fluctúa normalmente entre los 450 y los 500; de este universo 66 problemas agrarios representan riesgo de enfrentamientos, destacando 24 conflictos que tienen antecedentes de violencia que incluso han afectado los derechos humanos al desplazar poblaciones, privar de los derechos agrarios a personas o grupos e impedir que las mujeres sean las sucesoras del derecho agrario o accedan a los puestos de representación de los núcleos agrarios. Y el caso es que… El 31 de marzo de 1911 el presidente y el síndico del municipio de San Sebastián Abasolo presentaban al gobernador de Oaxaca un recuento del conflicto que habían sostenido con 1 Trabajo elaborado con el apoyo del proyecto: “La desamortización civil en México en los siglos XIX y XX. Efectos y consecuencias para los ayuntamientos y pueblos indígenas, 1856-1936” (clave 129016) (CIESAS- CONACyT-El Colegio de Michoacán-El Colegio de México). Agradezco los comentarios de Francie Chassen- López y Daniela Traffano a una versión previa de este trabajo. Advertencia: este trabajo ha contado con ciertos avances que han permitido precisar ciertos aspectos conceptuales, y servirá de marco para un estudio más amplio en torno a las privatizaciones agrarias en el siglo XIX oaxaqueño. CIESAS, D.F. [email protected]

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Lo agrario en los Valles Centrales de Oaxaca, 1865-19201

Antonio Escobar Ohmstede

Introducción

La historiografía con respecto a Oaxaca ha reconocido y presentado las “tendencias” de los

conflictos por tierras entre los pueblos (Arrioja y Sánchez (eds.) 2012), así como entre otros

actores sociales, que emergieron de la reestructuración jurisdiccional inmediatamente

posterior al asentamiento de los españoles, algunos de los cuales se remontaban en las luchas

que los diversos señoríos y unidades políticas pre-conquista ya habían realizado, como una

forma de exhibir su estatus y poder. Si bien casi podríamos considerar que la historia agraria

de Oaxaca es la del conflicto, me inclino más a considerar lo que Philip Adams Dennis (1976:

220-224), María de los Ángeles Romero Frizzi (2011: 65-81) y Beatriz Cruz López (2012)

han visto, en el sentido de que los litis por la tierra se pueden percibir cómo la búsqueda de

las localidades (unidades políticas) para ampliar y consolidar el poder (relaciones sociales de

poder) en los diversos territorios, fueran nuevos o antiguos, así como una manera de

acrecentar la influencia de las localidades sobre otras. Aspecto que permite plantear de otra

forma el conflicto agrario, en el sentido, de no solamente considerar la lucha por la tierra, los

bosques o el agua. Así, este capítulo es un primer acercamiento a cómo se puede observar la

interrelación entre diversas características de percibir lo agrario por los variados actores

sociales y de ajustes y adecuaciones de redes sociales de poder.

En la actualidad el estado de Oaxaca tiene una superficie total de 9.5 millones de hectáreas,

de las cuales poco más del 75% son propiedad social, es decir, pertenecen a comunidades,

ejidos y colonias agrícolas. A su vez, del total de la propiedad social tres cuartas partes son

tierras comunales y el resto son ejidales. En la entidad existen 1 587 núcleos agrarios, con

867 comunidades y 720 ejidos, con población tanto indígena como mestiza. De acuerdo con

cifras recientes, el número de conflictos por territorios en todo el estado fluctúa normalmente

entre los 450 y los 500; de este universo 66 problemas agrarios representan riesgo de

enfrentamientos, destacando 24 conflictos que tienen antecedentes de violencia que incluso

han afectado los derechos humanos al desplazar poblaciones, privar de los derechos agrarios

a personas o grupos e impedir que las mujeres sean las sucesoras del derecho agrario o

accedan a los puestos de representación de los núcleos agrarios.

Y el caso es que…

El 31 de marzo de 1911 el presidente y el síndico del municipio de San Sebastián Abasolo

presentaban al gobernador de Oaxaca un recuento del conflicto que habían sostenido con

1Trabajo elaborado con el apoyo del proyecto: “La desamortización civil en México en los siglos XIX y XX.

Efectos y consecuencias para los ayuntamientos y pueblos indígenas, 1856-1936” (clave 129016) (CIESAS-

CONACyT-El Colegio de Michoacán-El Colegio de México). Agradezco los comentarios de Francie Chassen-

López y Daniela Traffano a una versión previa de este trabajo.

Advertencia: este trabajo ha contado con ciertos avances que han permitido precisar ciertos aspectos

conceptuales, y servirá de marco para un estudio más amplio en torno a las privatizaciones agrarias en el siglo

XIX oaxaqueño. CIESAS, D.F. [email protected]

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Tlacochahuaya (ambos ubicados en el Valle y Distrito de Tlacolula pertenecientes a los

Valles centrales de Oaxaca), desde el periodo colonial cuando habían adquirido de manera

mancomunada y con base en una composición virreinal una ‘parte de tierras planas y otra de

cerro’ que formaban un ‘solo cuerpo”.2 El problema se había originado cuando Abasolo (San

Sebastián Lachi), que era un barrio, se separó de Tlacochahuaya y se erigió en pueblo en

1873,3 por lo que el antiguo barrio argumentó derechos de uso y acceso, ya que no se había

trazado una línea divisoria entre ambos, aun cuando varias posesiones de los vecinos de cada

pueblo estaban intercaladas, lo que daba a entender como los propios habitantes y vecinos

entendían la territorialidad de sus diversos pueblos.4

Durante 20 años Abasolo, a decir de sus autoridades, había contribuido con recursos

monetarios y humanos en torno al pleito que existía por los límites con Santa Cruz Papalutla,5

el cual se solucionó hasta 1905 con una “transacción” entre los pueblos;6 sin embargo, en los

últimos años del enfrentamiento, los de Abasolo dejaron de contribuir para los juicios y

citatorios, quizá considerando que el acuerdo había terminado y formaban una entidad

político-administrativa separada. A partir de ese momento los habitantes de ambos pueblos

reclamaban derechos de uso y propiedad sobre los terrenos mancomunados y que no habían

quedado cómo parte de la transacción con Papalutla.7 Los ánimos se fueron crispando,8 hasta

que llegaron a un acuerdo en marzo de 1908 en el que los terrenos se dividirían a la mitad y

Abasolo pagaría un poco más de quinientos pesos, cantidad que consideraba Tlacochahuaya

se había gastado de 1894 a 1905. En ese momento, tanto el gobernador como el jefe político

2 AGEPEO, Secretaría General de Gobierno. Porfiriato, leg. 37, exp. 2; AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones,

leg. 33, exps. 1 y 2. 3 En otro documento se menciona la fecha de 1878. AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 33, exp. 1. 4 En 1910 se comentó que los vecinos de ambos poblados tenían terrenos en el Barrio de Lagueché. 5 Hay menciones de conflictos entre ambas localidades en 1875 y 1882, pero desde el periodo colonial ya

existían. Véase AGEPEO, Gobierno de los Distritos, Tlacolula, leg. 10, exp. 41; Gobierno de los Distritos,

Tlacolula, leg. 22, exp. 19. En 1883 se le informó al gobernador del estado de la transacción que se dio el 23 de

agosto de 1882, donde Papalutla “cedió bondadosamente” parte de los terrenos de su propiedad a

Tlacochahuaya, aun cuando el síndico municipal mencionó que hubo perjuicios, por lo que solicitó se

reformulara el acuerdo, en lo que no estuvo de acuerdo Papalutla, AGEPEO, Gobierno de los Distritos,

Tlacolula, leg. 22, exp. 21; AGEPEO, Conflicto por límites de tierras, leg. 81, exp. 12. 6 Inmediatamente Papalutla solicitó que la parte que le correspondía fuera repartido entre sus vecinos. Un año

(marzo de 1906) después los de Tlacochahuaya solicitaron lo mismo, a lo cual se opusieron los de Abasolo,

ganando una resolución dada en junio de 1906 por el Juez de Primera Instancia del Distrito de Tlacolula, la cual

desconocieron las autoridades de la segunda población. 7 La fracción que obtuvo fue de 30 hectáreas, la que “pertenece” al municipio, pero en diciembre de 1905 se

decidió fraccionar entre los “los hijos del pueblos” entregándoles los títulos a mediados del año siguiente.

AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 33, exp. 19. 8 Las diferencias entre Abasolo y Tlacochahuaya no se dieron solamente en los tribunales, sino también de

manera armada. La violencia entre ambos aún es mencionada en 1913, cuando el presidente de Abasolo se

quejó de que habían destruido las mojoneras y que además habían entrado a su pueblo varios vecinos en “son

de guerra”. En marzo de 1910 se había decidido poner una fuerza de cinco rurales en los límites para que

mantuvieran la paz, lo cual se hizo a costa de los pueblos, aun cuando en septiembre Tlacochahuaya solicitó la

cancelación de la fuerza debido a que ya no existía el motivo de su presencia, aun cuando los habitantes de

dicho pueblo debían casi tres meses de salarios a los rurales.

No fueron los únicos hechos violentos en el Valle en ese tiempo, ya que Ixcaltepec y Macuilzochil se

enfrentaron con armas en 1910 por la invasión de unos terrenos. Maculzochil tenía una larga historia de

conflictos abiertos, como el que se dio a mediados del siglo XVIII con el administrador de la hacienda de la

orden de los betlemitas (Taylor 1987: 183-184).

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se felicitaban mutuamente por lograr el convenio, pero el gusto les duró poco, ya que

comenzaron las quejas de varios vecinos en torno al convenio, al grado de considerar que las

autoridades de Tlacochahuaya habían sido “sobornadas” por los de Abasolo.

Seis meses después, 65 vecinos de Tlacochahuaya se opusieron al convenio, ya que

argumentaron que “esos terrenos se han defendido con peculio particular y con esfuerzos

personales y que por esto deben de conceptuarse más bien como propiedad de los vecinos,

que como propiedad municipal […]”, aceptando que la parte del cerro se mantuviera de

manera mancomunada entre ambos pueblos.9 Posteriormente, en mayo de 1910 otros vecinos

solicitaron un amparo en contra de las acciones del entonces presidente municipal, y en

diciembre del mismo año más vecinos rechazaban el convenio de 1908. La postura de los

tres grupos coincidía, en el sentido de que pensaban que los terrenos eran de quienes habían

sufragado los gastos por lo que no deseaban cederlos a Abasolo. De esta manera, los vecinos

asumían los derechos plenos sobre los terrenos, ya que consideraban que al pagar los costos

de los juicios dejaban de ser parte del municipio, por lo que éste perdía todo derecho al no

contribuir con recursos. Así, con este argumento pasaban de ser usufructuarios a propietarios,

desconociendo cualquier derecho que hubiera podido tener el ayuntamiento en torno a dichas

tierras, cancelando la posibilidad de que las autoridades municipales pudieran esgrimir algún

derecho como “pueblo”.

En esta confrontación “re-surgió” un cuarto actor: el pueblo de Santa María Guelacé, quien

argumentó, en enero de 1909, que los terrenos eran por derecho de su propiedad desde 1690,

fecha en la cual comenzaron sus enfrentamientos con Tlacochahuaya en varios juicios,10 uno

de los cuáles le benefició al primer poblado a fines del periodo colonial (1790) y otro en

1873.11 El agente municipal argumentó que eran simulaciones las diferencias existentes entre

Abasolo y Tlacochahuaya, debido a que había un acuerdo previo en repartirse los terrenos y

así cancelar cualquier otro tipo de derecho sobre los mismos. Dos meses después solicitó un

amparo en contra del gobierno de Oaxaca, acusándole de fraude y perjuicio al “común” de

Guelacé, pero habilidosamente incluyó a los demás contendientes, al considerar que debido

a las decisiones gubernamentales los había enfrentado, inclusive de manera violenta, por lo

que él mismo descartaba el argumento de la simulación. Un primer análisis de los argumentos

9 La solicitud fue declarada improcedente por el Jefe de la Sección Primera de la Secretaría General del gobierno

de Oaxaca unos días después. 10 Sin embargo, los problemas entre ambas poblaciones se “hicieron públicos” en 1711 (Cruz 2012: 96). En

1765, Tlacochahuaya redujo a Guelaxe a solamente su “fundo legal”, debido a su expansión territorial. En ese

año Tlacochahuaya y su barrio San Sebastián (Abasolo) se apropiaron de la zona sur a Guelaxe para cultivar

esos campos y erigieron casas de adobe, una manera de definir posesión sobre un espacio. Para una descripción

pormenorizada del enfrentamiento durante el periodo colonial véase Cruz 2012: 96-110. Un argumento para

justificar la expansión, además del crecimiento poblacional, se refiere a que el Valle de Tecolutla, debido al

clima y el tipo de recursos naturales, la utilización de la tierra fue más extensiva que intensiva (Taylor 1998:

113-117 y 134). 11

Sin duda, tenían perfectamente documentado los procesos que habían enfrentado, ya que en 1690 le habían

ganado un litigio a la hacienda de Santa Rosa (Cruz 2012: 96). El 27 de abril de 1898, Marcelino Marcial y 60

vecinos y naturales de Guelacé informaban al gobernador, que el pueblo tenía pequeñas partes en común, “por

los despojos que en años anteriores le hicieron el barrio de Abasolo y la hacienda de Santa Rosa, [por lo que]

no hay razón para repartir esas fracciones de que suelen disfrutar ilegalmente solo algunos particulares […] es

un terreno que se nombra de la Cofradía y otro al sur del pueblo […]”. AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones,

leg. 33, exp. 10.

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de Guelacé llevó al Juez de Primera Instancia de Tlacolula a mencionar que no tenía posesión

de los terrenos, por lo que lo reclamaban en juicio, pero que no demandaban en sí la

propiedad, dando a entender que quizá y solamente deseaban utilizarlos para siembras,

ganados y madera. Meses después la Corte Suprema de Justicia de la Nación rechazó el

amparo (septiembre 1910) y Guelacé solicitó en marzo de 1911 que le devolvieran los

diversos documentos que había presentado, solicitud que implicaría reconocer su derrota,

pero no cesó su lucha, ya que diez años después logró que se le dotaran de 459 hectáreas de

la hacienda de Santa Rosa (a) “Los Negritos”, aun cuando en 1913 ésta solamente tenía 196

hectáreas (Esteva 1913: 31).

Lo interesante de la “aparición” de Guelacé -aun cuando tenía problemas de invasión con

Abasolo desde el siglo XVIII y particularmente a partir de 1898-, se debió a que en diciembre

de 1908 un perito comenzó los deslindes de los terrenos, por lo que fue el momento en que

se enteraron los de Guelacé que ni la posesión ni la propiedad tenían, por lo que solicitaron

que sus derechos “quedaran a salvo” frente a un proceso que no veían como legítimo y que

tenía el mismo patrón que el de 1873 cuando se pretendió repartir los terrenos limítrofes entre

Abasolo, Guelacé y Tlacochahuaya.12 Aun con la queja de Guelacé, ya desde noviembre de

1909, tanto Abasolo como Tlacochahuaya solicitaron formalmente el reparto de los terrenos

con base en el Reglamento del 25 de marzo de 1862 y no en el Reglamento del 26 de junio

de 1890, cosa que es de llamar la atención, ya que en ambos reglamentos se habla de terrenos

comunales y de común repartimiento, así como el dirimir los asuntos de litigio pero mucho

más puntual en el de 1890. Lo que le hubiera favorecido más a Guelacé y posteriormente a

Abasolo.13 Los habitantes de ambos pueblos, a través de sus autoridades, habían decidido

dividir en dos fracciones y su vez estos en diversos lotes, siempre con la idea que a los

beneficiarios les tocará dos lotes en virtud de “no ser de la misma calidad los predios

repartibles”. De esta manera, Abasolo presentó 235 beneficiarios,14 mientras que

Tlacochahuaya 488. En 1954 se reiniciaron los problemas por los límites, lo que llevó a

enfrentamientos armados que perduraron hasta al menos 1975.

Notas sobre el caso

El por qué una descripción de lo acontecido entre las tres poblaciones para comenzar este

capítulo, es porque las diferencias que tenían en primer lugar dos poblaciones y

posteriormente tres, sin excluir las rivalidades territoriales con otras localidades, nos lleva a

remontarnos a los primeros años coloniales y a cómo se percibían las jurisdicciones y

esgrimían cada uno los diversos derechos sobre la tierra a través de mostrar la documentación

12 En la década de los ochenta del siglo XIX Tlacochahuaya tenía una extensión de 14 hectáreas (8 leguas);

mientras que Abasolo cuatro hectáreas y Guelacé un poco más de media hectárea. 13 El Reglamento de 1862 con sus 40 artículos se encuentra en Hernández 1902, III: 361-370. El Reglamento

de 1890 con sus 42 artículos en Colección 1893, XV: 64-73. El de 1862 (artículo 11) menciona que los terrenos

poseídos por otros pueblos en común, se podrían dividir en común acuerdo entre pueblos litigantes a partir del

censo de cada uno (artículo 17). Sin embargo, parecería que la insistencia de sustentarse en el Reglamento de

1862 provenía directamente del gobernador de Oaxaca, quien en abril de 1893 instó a las autoridades de Abasolo

que propusieran un “reglamento para llegar a un acuerdo” con base en el artículo 17. AGEPEO, Conflicto por

límites de tierras, leg. 80, exp. 1. 14 Entre 1882 y 1883, Abasolo, contaba con 375 hombres y 395 mujeres; mientras que Tlacochahuaya tenía 796

hombres y 687 mujeres. En la jurisdicción de Guelacé residían 391 hombres y 330 mujeres (Colección 1883).

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otorgada por las autoridades virreinales, válida en todos sentidos tanto en el México

republicano como en el postrevolucionario. Aspecto que utilizaron muchas localidades y que

aún siguen utilizando.

El conjunto de expedientes que permitió armar de manera sucinta la complejidad de estos

tres pueblos nos muestra cómo los pueblos y sus habitantes enfrentaban constantes

diferencias, tanto internas como externas, sobre los recursos naturales y los derechos que le

correspondían, aun cuando fueron obtenidos durante el periodo colonial.15 Aspecto que

ratifica que los derechos y los títulos de la composición pertenecían al pueblo cabecera, en

este caso Tlacochahuaya. Derechos que se ven fragmentados en el momento en que las

localidades subalternas se erigen en pueblo (con jurisdicción y territorio), y por lo tanto,

asumen el derecho de uso y posesión de los terrenos en contraposición a de propiedad

otorgada por los títulos coloniales a la cabecera.16 Proceso de fragmentación que en casi todo

México se fue acentuando durante el siglo XVIII, pero que en algunos espacios sociales

(Michoacán, Guerrero, Veracruz, Hidalgo y San Luis Potosí) alcanzó nuevamente apogeo en

la segunda mitad del siglo XIX quizá debido a las leyes liberales en torno a las tierras

denominadas como comunales y con base en las cuáles los pueblos deberían presentar títulos,

lo que a los ojos de los gobernantes era la única manera de legitimar una propiedad, aun

cuando se reconocieran derechos de uso y posesión. Frente a la fragmentación decimonónica,

los conflictos se canalizaron en torno a los derechos territoriales que esgrimieron las

autoridades de los pueblos, pero no siempre con el consenso de aquellos que representaban.

Los intereses, las fricciones y las diferencias surgían cuando las partes no estaban de acuerdo,

cuando se contraponían o cuando sencillamente aquellos que encabezaban las protestas se

veían afectados. Sin embargo, quienes tenían la capacidad de decisión a nivel de gobierno

regional, estatal o nacional hacían caso omiso a las quejas que no provenían de instancias

legalmente constituidas (ayuntamientos) y desechaban rápidamente las quejas con

“sustanciosos” argumentos jurídicos. Pero, debemos de resaltar que los escritos

“pueblerinos” tenían una base jurídica, seguramente a través de la asesoría de un tinterillo o

un abogado, y manifestaban mucho de la cotidianidad y la manera en que se revelaban los

usos, las costumbres y percepciones de los actores sociales del momento.

El caso descrito no solamente nos lleva a las consideraciones anteriores, sino incluso a seguir

ciertas problemáticas que se habían heredado desde el periodo colonial y qué cuando se

asomó la revolución de 1910 no encontraban el justo medio en una negociación que se iba

trastocando dependiendo de los actores sociales y los cambios generaciones, además de

considerar de quiénes y cómo se asumían los diversos derechos: ¿de los municipios o de los

habitantes? Los municipios eran los propietarios y otorgaban el derecho de uso, pero ¿el de

posesión lo esgrimían los ocupantes de las tierras? Y ¿cuáles tierras con diversos derechos

15 Una línea de continuidad colonial-decimonónica-revolucionaria en torno a conflictos por recursos naturales

cruza la historiografía en torno a Oaxaca. La existencia de añejos problemas enfrentó a los habitantes de los

pueblos durante generaciones (Chassen-López 2004: 82-105). En el caso de los Valles Centrales, por mencionar

algunos, véase Adams 1976; Arellanes 2012: 139-166; Arrioja 2012: 185-214. 16 Una situación semejante enfrentaron San Juan Nexila (Ejutla) y Ayoquesco (Zimatlán) respecto a un terreno

que el segundo había otorgado para conformar un rancho a mediados del siglo XVII, y que en 1884 el segundo

reclamaba como suyo. Incluso el jefe político, posteriormente informaba que Nexila reconoció el derecho de

propiedad de Ayoquesco, y mencionaba la “falta de respeto” de los denunciantes. AGEPEO, Reparto y

Adjudicaciones, leg. 47, exps. 3, 4 y 6.

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pertenecían a quién? O ¿había una combinación de derechos que se ajustaban según las

circunstancias? Lo que parece ser más adecuado considerar debido a como asumían las

autoridades municipales la forma de repartir y otorgar los terrenos en la segunda mitad del

siglo XIX a los vecinos y “recuperar” tierras que habían dado a las cofradías. Sergio

Serulnikov (2008: 129-140) propone la existencia de sistemas de derechos combinados para

el espacio andino colonial con principios diferentes y a veces opuestos, idea que permite

analizar la negociación indígena con las autoridades españolas y reformular los conceptos de

cultura jurídica y agraria, que no han sido revisitados adecuadamente a través de este tipo de

propuestas que dejan de lado la idea de “propiedad”, así como el de la cultura política.17

Aspecto que permite considerar un análisis más adecuado en torno a lo que implican los

discursos, los elementos jurídicos esgrimidos, así como la cotidianidad de los propios actores

sociales. Es así, que lo que estamos percibiendo es el proceso de cambio de un tipo de derecho

precario de propiedad, reflejado en las instancias indígenas y desde la visión del derecho

positivo, a un derecho perfecto de la misma, marcado por la legislación que emerge de las

instancias gubernamentales, la cual deja el dominio útil a los indígenas y el gobierno asume

y manifiesta el dominio directo. Veta que implica que el libre mercado y la generación de

una fuerza de trabajo necesaria para satisfacer las diversas actividades económicas pudo ser

readecuada por los actores sociales y que en muchos casos la simulación y el no acatar de

manera mediata las órdenes provenientes de la burocracia fue mucho más constante de lo que

podríamos documentar. Aun cuando no podemos dejar de lado la pérdida de tierras que

muchas localidades tuvieron a partir de las leyes liberales, la entrada de ferrocarriles y la

expansión de cultivos con alto valor comercial.

Lo que se nos muestra en los párrafos anteriores, son los diversos argumentos que cada una

de las partes manifestaron, incluso se observa la “prepotencia” de Tlacochahuaya en torno al

pago de los costos y la manutención de las fuerzas rurales, así como un elemento esencial,

las divisiones y jerarquizaciones dentro de los pueblos, y las propias visiones que

manifestaban cada una de las localidades y los sectores que se aglutinaron para salvaguardar

sus intereses, tanto individuales como colectivos. En este sentido, la razón de la separación

dada en 1870, es un buen ejemplo de la jerarquización, no solamente territorial sino de las

obligaciones que seguían imponiendo los antiguos pueblos cabeceras a sus sujetos y barrios

decimonónicos. Asimismo, siguiendo a María de los Ángeles Romero Frizzi, lo que

percibimos en lo que he descrito, son las relaciones políticas y sociales que se dieron entre la

cabecera y el ex-barrio (Adams 1976: 200-224; Romero 2011: 65-81), tanto de poder como

de prestigio, además del problemático establecimiento de límites territoriales entre cada

localidad, lo que llevaría a superar la sola idea de una existencia de diferencias y conflictos

por la tierra.18 En un Memorándum del presidente municipal de Abasolo, fechado el 30 de

diciembre de 1902, mencionaba las causas que llevaron a la separación; por un lado, la carga

de contribuciones que solicitaban los de Tlacochahuaya al barrio; y por el otro, que eran

17Véase también la idea en Adams (1976: 201-205), sobre las bases morales en que se construyen los “mitos de

origen”, como una historia particular de cada pueblo. 18 En 1910 un vecino de San Juan de Sola (Distrito de Etla) comentó que con la erección de la municipalidad

de Parian, su terreno no pertenecía a esta última, sino a Sola, ya que los que “viven ahí [Parian] reconocen como

dueño y señor de la propiedad que ocupamos al municipio de Sola [...] pero nunca la línea jurisdiccional

demarcada, constituye la adquisición legal de la propiedad para la fundación del pueblo”. AGEPEO, Reparto y

Adjudicaciones, leg. 11, exp. 2.

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tratados como “verdaderos esclavos” por la cabecera, solicitándoles contribuciones en dinero

y servicios personales.19

Lo que implica el caso de Tlacochahuaya, Abasolo y Guelacé, así como el de otras

localidades políticas indígenas en los Valles Centrales de Oaxaca, es que hay que ir

descartando la noción de “pueblo” como un actor colectivo, que oculta las relaciones de poder

y una creciente jerarquización, no solamente social sino territorial, a su interior. En varios de

los llamados pueblos de indígenas encontramos núcleos importantes de no indios, sobre todo

en las localidades cercanas a la ciudad de Oaxaca y en varios casos las divisiones entre los

indígenas y quienes no lo son, eran porosas, y en donde las alianzas externas fueron efímeras

y complejas, pero donde los indígenas no fueron unos aliados manipulados ni pasivos, sino

al contrario, manifestaron y lograron que muchas de sus posiciones fueran consideradas en

los momentos de las negociaciones, ya sea con las autoridades o con los grupos de poder que

se fueron conformando históricamente –tanto afuera como adentro de las localidades-, y que

de alguna manera los necesitaban. Las identidades locales en los Valles Centrales de Oaxaca

predominaban en el sentido de ser indígena en el periodo colonial y en el republicano, las

sociedades indígenas -como conjuntos humanos no uniétnicos que se interrelacionan

activamente con otros conjuntos-, cada vez más se enfrentaban a la distinción producida por

los cambios de significación de la categoría difusa del mestizaje y lo que esto conllevaba

para definir su posible acceso a los recursos que se encontraban bajo el control y la

administración de los pueblos y de las autoridades civiles y eclesiásticas.20 Más allá de la

vieja distinción entre “naturales/indios” y “gente de razón”, cada vez más estaba re-

conformándose una noción implícita de “blanqueamiento como progreso” (visto como parte

de la denominada modernización liberal); sin embargo, las identidades pueblerinas siguieron

presentes como parte de las relaciones sociales de poder y en las cuáles encontramos

divisiones sociales reflejadas, en un momento, en quienes podían acceder a la tierra y quienes

eran los “agraciados” en las adjudicaciones.

Por los énfasis sobre la transformación de las relaciones sociales de los derechos, la propiedad

y del papel de individuo como garante de las instituciones, el proyecto o los proyectos

republicanos no expresaron una lógica de revolución cultural o social, sino en ver al vecino

como en quien se depositaban los diversos derechos, vistos éstos como una definición de los

derechos de propiedad en tanto relaciones sociales (Congost, Gelman, Santos 2012). Por

ejemplo, en el Reglamento del 25 de marzo de 1862 emitido por el gobierno de Oaxaca, en

su artículo 23, inmediatamente después de que se especificaban los pasos para solucionar lo

referente a terrenos “litigosos” se puntualizaba que después de haberse fijado la línea divisora

entre los dos pueblos, “los vecinos del terreno que haya tocado a uno de ellos se juzgan

vecinos del pueblo respectivo” (Hernández 1902, III: 367).21 Quisiera precisar que así como

el concepto de vecino se utilizó sistemáticamente desde mediados del siglo XVIII hasta bien

entrado el siglo XX, en términos de la utilización de los recursos hídricos se habla de usuarios

a partir del último tercio del siglo XIX hasta la actualidad, ambos conceptos tienen un empleo

19 AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 33, exp. 1. 20 Parecerían existir dos conceptos claves para poder acceder a los recursos, por un lado, ser categorizado y

reconocido como “vecino y natural” y por el otro como “hijo del pueblo”. Con esta posible categorización, si

bien podemos considerar básicamente a la población indígena, sin duda, mucha de la que no era podría acceder

a dichas categorías. 21 Cursivas mías.

Page 8: CONACYT - PresentacionQuilmes15vallesoaxaca

histórico que resulta generalizante ya que homologa y oculta diferencias sustantivas entre

aquellos a quienes se aplica, haciendo presuponer una supuesta homogeneidad social y

económica que no es real, ya que observamos diferencias entre los diversos actores a los que

se conceptualiza de esta manera. De esta manera, estas categorías fueron las que definieron

las relaciones sociales dentro de cada una de las localidades, siendo un elemento identitario

y sobre todo que permitía a los diversos actores acceder a los recursos.

Lo que he descrito no tendría nada de diferente al panorama que regularmente se presentó en

los Valles Centrales de Oaxaca y en otras partes de la entidad y del país, no solamente en el

periodo republicano y contemporáneo, sino incluso durante gran parte del periodo colonial,

y que desde la perspectiva historiográfica se va acentuado en la segunda mitad del siglo XIX

(Esparza 1988: 314-330; Abardía y Reina 1990, III: 435-493; Hamnett 2002: 189-205; López

2006: 85-118; Arrioja 2011: 303-337). Sin embargo, lo que queremos resaltar es la manera

en que los actores trataron de definir sus derechos en torno a la tierra y cómo se encontraban

las estructuras agrarias. El panorama esbozado entre Abasolo y Tlacochahuaya es un buen

botón de muestra de lo que se ha visto desde los primeros años coloniales hasta la actualidad,

esto es, una conflictividad de relaciones sociales y en torno a los recursos naturales que está

a punto de rebasar los 500 años por tierras y territorios que en muchos casos representan poco

extensión en hectáreas, pero que le son importantes a los habitantes, quizá, como una muestra

de “poder” frente a sus opositores. El meollo del asunto parecería la indefinición de los

linderos que se plasmaron en el papel desde los primeros años coloniales, pasando por los

procesos de composición de tierras impuestos por la Corona española, los intentos de

redefinición político-territorial en el México republicano y la poca claridad en que se

determinaron los derechos en torno a los recursos naturales con las leyes liberales y

revolucionarias (como ejemplo véase el Cuadro I). Así, con el fin de ir observando ciertos

elementos entorno a la manera en que los actores sociales de los Valles Centrales esgrimieron

sus derechos en lo agrario, considero que un buen punto de partida, es a través de cómo

buscaron legitimarlos respondiendo a las leyes liberales, tanto federales como estatales,

principalmente a través del deslinde y la adjudicación.

Cuadro I22

“Noticia de los pueblos que cuestionan los límites en el Distrito de Tlacolula”, 1903

LOCALIDADES EXTENSIÓN DEL

TERRENO (Hectáreas)

VALOR

APROXIMADO

(Pesos)

Santa Ana del Río con San Juan del Río 1 200 6 000

Santa Ana del Río con San Luis del Río 2 000 8 000

Tlacochahuaya con Abasolo 1 000 20 000

Tlacochahuaya con San Sebastian

Tectipac

30 1 500

Tlacochahuaya con Sta. Cruz Papalutla 150 10 000

Tlacochahuaya con Sta. Ma. Guelavé Derecho de usufructo

perpetuo

10 000

Villa Díaz Ordaz con Tlacolula 61 3 190

22 Fuente: AGEPEO, Conflicto por límites de tierras, leg. 81, exp. 17.

Page 9: CONACYT - PresentacionQuilmes15vallesoaxaca

Villa Díaz Ordaz con Mitla 50 1 000

Villa Díaz Ordaz con San Miguel del

Valle

50 1 000

San Juan Tectipac con Magdalena

Tectipac

200 3 000

Teotitlán del Valle con Sta. Ana del

Valle

180 1 000

Teotitlán del Valle con San Miguel del

Valle

80 1 000

Zoquitlán con Los Huajes 50 500

Zoquitlán con Tapanela (Yautepec) 100 100

San Miguel Albarradas con Sto.

Domingo Alabarradas

50 500

San Juan del Río con Hac. San Benito 50 500

Santiago Ixtaltepec con Tlalixtac

Santiago Ixtaltepec con Tamaltepec 2 200 45 000

Santiago Ixtaltepec con Macuilzochil 50 500

Oaxaca se ha visto como una especie de paradigma desamortizador a nivel nacional, ya que

los pueblos indígenas y sus autoridades fueron los más expeditos en adjudicar las tierras entre

sus habitantes (Memoria 1857: 426-441), algunos autores hablan que entre los “notables”, a

partir de la ley del 25 de junio de 1856, a diferencia de lo acontecido en otras partes de

México. De esta manera el embate modernizador llego a un espacio social en que pareció

existir cierta pasividad por los afectados.23 Pero… ni el campesinado de Oaxaca fue pasivo,

ni dicha entidad ha sido el mejor ejemplo de una rápida desamortización. Carlos Sánchez

Silva (2007: 14) considera que la desamortización civil ha sido parcialmente estudiada, a lo

que le agregaríamos que no es fortuita la constante expedición de leyes estatales en torno a

las necesarias adjudicaciones y reparticiones, así como que los jefes políticos solicitaran

información de sus avances,24 lo que implica que quizá se apresuraron conclusiones sobre la

segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siguiente, como la de Charles Berry

(1990: 328-329) que consideraba que en el Distrito del Centro, en la época de la Reforma,

“aparentemente” sólo siete de las 27 “comunidades” indígenas poseían tierras, aspecto que

llevaría a considerar la paulatina pérdida de tierras o la existencia de tierras que habían sido

23 Véase Chassen-López (2004: 77-131), quien en su introducción habla de modernizaciones híbridas

cuestionando el binomio tradición-modernidad; Reina (2004: 147-166), menciona el proyecto modernizador en

la agricultura. Para una síntesis sobre lo que implica la modernidad decimonónica, considerando un espacio

urbano, consúltese Overmyer-Velázquez (2010: 19, 24-32 y 282-284). Sin duda, el mismo concepto de

modernidad que se ha contrapuesto al de tradición, nos muestra cierta caracterización y pretensión eurocéntrica

de ser la exclusiva y productora de la modernidad, visión compartida por los grupos de poder decimonónicos,

pero que estaba sustentada en las relaciones sociales, políticas y económicas de cada momento histórico. Por lo

tanto, todo lo que surja o aparezca como “nuevo” implica un signo de modernización, por lo que se parte de

una valoración de un conjunto, lo que modifica la objetividad y subjetividad individual y de conjunto. 24 Para visiones generales, Arrioja y Sánchez (2012: 21-42). Para la legislación en un largo siglo XIX en Oaxaca,

Esparza (1990: 389-400). En torno al discurso desamortizador en Michoacán y Oaxaca en la primera mitad del

siglo XIX, véase Arrioja (2010: 143-185). Para una visión general del México colonial y republicano en torno

a la legislación, con algunas menciones sobre Oaxaca y otras entidades Arrioja y Sánchez (2010: 91-118). Para

una perspectiva en torno a la ley de 1856, Escobar Ohmstede 2012.

Page 10: CONACYT - PresentacionQuilmes15vallesoaxaca

privadas (en manos indígenas) y que así siguieron pasando de generación en generación.25

Tampoco, insisto, podemos dejar de lado la gran posibilidad de qué muchas posibles

adjudicaciones fueron simuladas por parte de los habitantes y autoridades de los pueblos, en

otras postergadas conforme avanzaban los años, y otras, quizá las menos, acataron

rápidamente las indicaciones de las leyes.

Derechos y estructuras agrarias

Estructuras agrarias

En el siglo XVIII se encontraban 50 haciendas y labores en los Valles Centrales, en manos

de las órdenes religiosas, mientras que los españoles contaban con 41 haciendas en 1643 y

67 durante el siglo XVIII, varias en deudas con las órdenes religiosas. Sin embargo, William

B. Taylor y los autores que le han seguido, han insistido en que la extensión de estas

haciendas en muy poco tendrían que ver con las que se registraron en el Altiplano Mexicano

y en el norte del país, ya que para el caso de las oaxaqueñas contaban con unos pocos terrenos

de cultivo, así con extensiones comparativamente reducidas (podemos considerar

extensiones de 30 a mil hectáreas). De esta manera, desde su perspectiva, Taylor considera

como hacienda solamente las seculares: San José, El Vergel, Valdeflores, Xaagá, Guadalupe,

las dos de San Isidro y Santo Domingo Buenavista (Taylor 1998: 153-156 y 217-224).26 Sin

embargo, no solamente habría que considerar la extensión, sino la intensidad con qué se

utilizaban los recursos naturales y cuáles y de qué tipo controlaban y negociaban dichas

propiedades, lo que quizá nos lleve a superar la idea de extensión y población.

Las haciendas no eran las únicas que tenían presencia en el ámbito del campo oaxaqueño, los

cacicazgos indígenas eran importantes poseedores de tierra, la que en diversos casos en el

periodo colonial fue vendida como propiedad privada. Asimismo, muchas de las tierras eran

ocupadas por terrazgueros, lo que desde la perspectiva del cacique era una especie de renta a

perpetuidad, así como una garantía para obtener servicios personales (Taylor 1998: 51-77;

Menegus 2009: 62-73 y 87-112). En el caso del Valle de Tlacolula, los cacicazgos solían ser

más pequeños en extensión y menos productivos que los de sus contrapartes de los Valles de

Etla y Zimatlán. Las propiedades estaban sustentadas en mercedes otorgadas a los caciques

indígenas en el siglo XVI y los pocos terrenos que eran extensos estaban dedicados a la

ganadería, por lo que se presentó un reducido número de terrazgueros y un escaso control de

los caciques en torno a las tierras cultivables.

Dos de las cacicazgos más grandes de los Valles se encontraban en Cuilapan y Etla, los cuales

estaban conformados por diversos caciques y con diversas propiedades y terrenos. En el caso

de Cuilapan barrios enteros de San Agustín de las Juntas, Cuilapan y Xoxocotlán servían de

25 Idea que repite Esparza (1988: 289), al considerar que era probable que en los Valles Centrales hubiera menos

tierras de comunidad y más tierras privadas en el inicio de la Reforma, aun cuando su análisis es mucho más

ejemplificador que el dado por Berry (1989: cap. VI). 26 En 1905, las haciendas más extensas en los Valles eran La Compañía y El Vergel, ambas en el Distrito de

Ejutla, con casi 51 mil y 30 mil hectáreas respectivamente, y Poblete, igualmente en Ejutla, con un poco más

de 15 mil hectáreas (Ruiz 1988, I: 349). Véase también Chassen-López 2004: 105-121.

Page 11: CONACYT - PresentacionQuilmes15vallesoaxaca

terrazgueros.27 De los 22 terrenos cultivables del cacicazgo, en 1717, 12 tenían un tamaño de

al menos 40 hectáreas. Sin embargo, en Zimatlán y Ocotlán también existieron cacicazgos

pero su existencia fue efímera en el periodo colonial. En el caso de Etla, todas las tierras del

cacicazgo se encontraban concentradas en las partes aluviales del río Atoyac y eran

compartidas por los diversos caciques que se encontraban en San Juan Guelache, Magdalena

Apasco y Huitzo (Gómez 2011: 215-237). En la transición del periodo colonial tardío al

republicano encontramos un grupo importante de propietarios privados indígenas, junto con

lo que mantenían y mantuvieron los pueblos, lo que nos lleva a una imagen de propiedad

mixta dentro de los mismos, pero sin duda esto reduciría a dos formas de percibir la

propiedad, más no a rescatar la diversidad de derechos que cada uno de los actores podían

esgrimir.

Cacicazgo de Huitzo28

Además de la existencia de haciendas seculares y religiosas, estancias, ranchos, trapiches,

labores y tierras de caciques, en 1800 existían 871 pueblos en toda la Intendencia de Oaxaca,

de los cuáles había 65 en la subdelegación de Antequera, 44 en la de Cuatro Villas, 12 en

Huexolotitlán, 34 en la de Teotitlán del Valle y 46 en Zimatlán, lo que da un total de 207

pueblos, es decir, una cuarta parte de los que existían en toda la Intendencia a inicios del siglo

XIX se encontraba en los Valles (Gerhard 1986: 48-53, 90-93, 147-148, 314-319). Estos

contenían en su interior tierras de pastoreo, bosques y tierras cultivables en común, así como

27 El ser terrazguero no fue solamente visto así en el periodo colonial y decimonónico; a principios del siglo

XX se mencionan en varias haciendas, como la de Catano, en el Distrito de Etla. AGEPEO, Asuntos Agrarios,

Sección Administrativa II, leg. 4, exp. 28. Aunque con base en lo comentado en el documento, más bien

parecerían medieros. En 1922, los medieros que se regían con contratos de terrazgueros en la hacienda de Reyes

Mantecón, Distrito del Centro, solicitaron dotación, la cual fue otorgada tres años después con las quejas de

Juan de la Cajiga, propietario de la hacienda. AGEPEO, Asuntos Agrarios, Sección Administrativa I, c. 1, leg.

2, exp. 2. 28 Foto tomada por Antonio Escobar Ohmstede (22 de agosto de 2012).

Page 12: CONACYT - PresentacionQuilmes15vallesoaxaca

tierras de común repartimiento y tierras que eran utilizadas por las cofradías,29 lo cual da una

compleja perspectiva de los terrenos a los que podían acceder los habitantes de los pueblos,

así como a que muchos se encontraran inmersos en tierras que no les pertenecían, pero que

podían usufructuar (Tank 2005: 140 y 147).

Cuadro II30

Cuantificación de las estructuras agrarias

DISTRI-

TOS PUEBLOS HACIENDAS RANCHOS MOLI-

NOS OTROS

1858 1883

1913 1858 1883

1913 1858 1883

1913 1858 1883 1858 1883

Centro 30 33 28 18 2731 31 14 11 36 - - 10 1

Etla 44 43 - 11 1032

933 20 9 - 1 - - 1

Zimatlán 47 - 7 10 934 2 - - - - -

Ejutla 13 - 11 10 9 1135 - - - - - - -

Tlacolula 37 38 - 9 1336 937 5 2 - - - - -

El panorama agrario, aun con las dudas que pueden generar los elementos estadísticos, que

se presentó a través de los diversos distritos que conformaban los Valles a partir de 1858 fue

muy variable, como podemos apreciar en el cuadro anterior, sobre todo porque debemos de

considerar que varias haciendas que fueron ubicadas en 1913 en mucho no sobrepasaban las

30 hectáreas, como en el caso de Aguayo (municipalidad de Xoxocotlán, Distrito del Centro),

algunas pasaban de las ocho mil hectáreas como Matagallinas (Distrito de Zimatlán), Poblete

29 Además del ya clásico estudio de Chance y Taylor (1987: 1-23), en que se analiza la transición de las cofradías

a las mayordomías, en términos del tipo de tierras que tenías éstas y cómo se estructuraron previo a la ley del

25 de junio de 1856, véase Mendoza (2011: 259-292; 2011: 163-245; Taylor 1998: 206-207; Romero 1996:

226-231). 30

Fuente: Los datos de 1858 provienen de Esteva (1913: 117, 118, 130-131, 377-378, 459), cuando menciona

el número de pueblos, haciendas y ranchos que le dieron a cada Distrito cuando se fundaron. Para el distrito del

Centro Berry (1989: 225-226). También se puede confrontar la información con la Tabla 7 de Chassen-López

(2004:114-115).

Los datos de 1883 de Colección 1883: 1-47, 115-146, 685-733.

Los datos de 1913 de Esteva 1913: 25-26, 28-31, 47. 31 En 1902 se considera que existían 27 haciendas. AGEPEO, Asuntos Agrarios, Sección Administrativa II, leg.

2, exp. 12. 32 Se mencionan 12 haciendas en 1902. AGEPEO, Asuntos Agrarios, Sección Administrativa II, leg. 2, exp. 12. 33 Esteva 1913: 26 ubica nueve haciendas; sin embargo, en las páginas 130-131 menciona seis, faltando en éstas

El Cacique y Guadalupe, además que específica como “molinos” a Molinos de Lazo. 34 Esteva 1913: 459-460 ubica 11 haciendas para 1913, pero a diferencia de lo mencionado en las páginas 28-

29, no considero Clavellinas y San Fernando, y tampoco La Soledad. 35 Esteva 1913: 118 ubica 14 haciendas, mientras que en la 29, menciona 11.Sin embargo, en ambas páginas

solamente coinciden Guadalupe, La Pé, La Compañía, Poblete, San Joaquín, Taniche, El Vergel, Xaguía,

Yogana. No coincidiendo Progreso, Savache, Nexila, Santa Cruz, Guelaxochi y Zoritana, con los que nos

darían15 haciendas. 36 Se consideran 13 haciendas en 1902. AGEPEO, Asuntos Agrarios, Sección Administrativa II, leg. 2, exp. 12. 37 Esteva 1913: 378, menciona 12 haciendas, en las que menciona Candelaria, De la Soledad y Rosario, pero

no incluye a Guendulai que se encuentra en la página 30.

Page 13: CONACYT - PresentacionQuilmes15vallesoaxaca

(Distrito de Ejutla) con un poco más de 15 mil, El Vergel con un poco más de 30 mil hectáreas

o la Compañía (ambas en el Distrito de Ejutla) con casi 51 mil hectáreas. Asimismo, debemos

de considerar que varias propiedades privadas se encontraban en más de un Distrito, algunas

surgieron o bien algunas pudieron desaparecer. Obviamente los datos no pueden ser

contrastados en su totalidad debido a los ajustes políticos administrativos, incluyendo el

ascenso de algunas haciendas a agencias municipales o municipalidades, con base en los

datos poblaciones, que se conformaron en la Oaxaca republicana; pero es una muestra de

cómo los espacios agrícolas y en general los recursos naturales estaban ocupados y eran

utilizados por los diversos actores sociales, por lo que la competencia por ellos fue

fundamental, como bien se puede apreciar a partir del siglo XVIII cuando los pueblos de los

Valles se enfrentaron entre sí por el acceso, manejo y control de los recursos (Romero 1996:

220; Taylor 1998; Sánchez Silva 2007: 25-26; Cruz 2012). Asimismo, habría que considerar,

en la segunda mitad del siglo XIX el surgimiento desde los pueblos de sociedades agrícolas,

algunas construidas a partir de las compras realizadas por terrazgueros y en otras como

resultado de las leyes liberales, lo que permitió y llevó a nuevas formas de territorialidad y

ocupación de los espacios agrarios. Sin embargo, debo de aclarar que se han encontrado para

la Mixteca (Menegus 2009: 145-147; Mendoza 2011: 359-264; Menegus y Hernández 2012:

167-184; Smith 2013: 81-110), más en este momento no tenemos claridad si existieron en

los Valles, aunque hay menciones de compra de lotes por parte de los habitantes de los

pueblos y menciones de terrenos proindiviso “particulares” en Tlacolula, lo que no implica

forzosamente la conformación de sociedades agrícolas, agrarias o condueñazgos.

Derechos

En la introducción a la Memoria de 1857, Miguel Lerdo de Tejada puntualizaba que la Ley

del 25 de junio de 1856 conseguiría eliminar la “ignorancia de los que todavía creen que sus

bienes temporales no están sujetos a la potestad civil” (Memoria 1857: 9), con lo que se

precisaba, casi, a los ojos de quienes lo leyeron, que la propiedad se dividía entre quien tenía

el dominio y quien la usufructuaba; pero además de esta idea preclara de las implicaciones,

la Ley en sí misma mencionaba dos aspectos importantes, por un lado, la “adjudicación en

propiedad” a los que arrendaban, por el valor correspondiente a la renta que en ese momento

pagaban, calculando un 6% de rédito anual. En seguida se agregaba, que el mismo tipo de

adjudicación se haría a los que contaban con censos enfitéuticos.38 De esta manera, el

adjudicatario se quedaría con una deuda pagando el 6% anual del valor de la propiedad y que

en el momento que se liquidara la propiedad pasaba plenamente al titular. Así, se sufragaba

un censo reservativo. Hasta aquí parece que es lo que conocemos, pero debemos de recordar

que la ley solamente reconocía a los adjudicatarios y a los arrendatarios, no a los

usufructuarios, aunque dentro de esta categoría podrían quedar los que pagaban los censos

enfitéuticos y que corresponderían a las tierras de los pueblos consideradas como de “común

repartimiento” o sencillamente como las de “común”, por lo que ahora, con base en la ley,

38 El censo permite al usufructuario heredar el bien de sus descendientes que incluso lo pueden vender, siempre

y cuando el comprador siga pagando el censo a perpetuidad. El censatario perdía su derecho de usufructo en el

momento que deja de pagar, y entonces la propiedad regresa al dominio pleno de quien tenía el domino original.

De esta manera, muchas de las tierras de los pueblos de indios, sobre todo de aquellas que se han denominado

como tierras de común repartimiento y quizá tierras de común, tanto en el periodo colonial como en el México

republicano eran enajenadas en términos de usufructo más no de dominio, el cual pertenecía a las repúblicas de

indios y posteriormente a los ayuntamientos.

Page 14: CONACYT - PresentacionQuilmes15vallesoaxaca

era una obligación volver a pagar, por parte del usufructuario el censo que posiblemente se

dejó de contribuir desde fines del periodo colonial, y… esto nos lleva a tratar de comprender

porque en muchos documentos de la segunda mitad del siglo XIX, aquellos que solicitan la

adjudicación esgrimieron la frase por “servicios prestados a la población”, y más en Oaxaca,

tomando en cuenta el reglamento de marzo de 1862. En la realidad se encuentran las variantes

que veremos más adelante, pero la ley equiparaba los derechos de los censatarios con los de

los arrendatarios, de esta manera los gobiernos liberales no reconocieron el derecho de los

indígenas a la tierra como un derecho especial, sino que es a través de la misma Ley que se

presentó una igualdad para todos.

Frente a este tipo de concepciones, ¿qué tipo de formas y maneras podemos observar entre

los habitantes de los pueblos indígenas que fueron respondiendo a la Ley del 25 de junio y

su Reglamento del 30 de julio de 1856?, así como a las leyes de cada estado, sin caer, en lo

que Carlos Sánchez (2007: 22-26) ha considerado para los Valles Centrales de Oaxaca como

“modelos provisionales para explicar el proceso de desamortización civil”, sino, más bien,

como derechos que algunos habitantes esgrimieron a partir de una “visión tradicional” y otra

de lo que iba manifestando cada ley que emergía de las oficinas del gobernador del estado,

quizá si viéndolas como miradas “híbridas”.39 Considerando como la adjudicación y

posteriormente el deslinde permitió, como el caso con el que empezamos este capítulo,

esgrimir, refrendar o pretender derechos sobre los recursos naturales, específicamente la

tierra.

Aun cuando la historiografía en torno a Oaxaca y más específicamente la relacionada a la

segunda mitad del siglo XIX ha escrito de manera abundante y puntillosa las características

de la legislación liberal estatal, quisiera puntualizar algunas cosas que servirán para observar

la manera en qué se (re)definen ciertos derechos, incluso a partir de la propia legislación.

Con el triunfo de las armas liberales a fines de los años cincuenta, Oaxaca no solamente se

enfrentaba, igual que gran parte del país, a un nuevo proceso de reconstrucción de la legalidad

y de sus sociedades, sino también a dejar claro que el intervalo conservador había sido eso:

un intervalo, y que las cosas regresarían al estado anterior y esto fue el elemento central de

la Circular del 13 de mayo de 1861, en que ordenaba a los jefes políticos detener las

invasiones de terrenos por parte de los pueblos, ya que no solamente pensaban que se les

toleraría sino que incluso “que los proteja y ampare” el gobierno. Asimismo, se debería de

considerar reos a las autoridades municipales que encabezaran dichas tomas de tierras. Por

otra parte, se recomendaba que cuando se repartiera algún terreno que lindara con algún otro

poblado o propietario se debería de citar a los colindantes y que en dado caso solamente se

repartiría entre los vecinos, los terrenos de comunidad o de cofradías, pero ningún otro

(Hernández 1902, III: 184-187; Berry 1989: 201-202). De esta manera se pensaba detener

dos aspectos que estaban en la cotidianidad de los espacios rurales, las invasiones entre los

pueblos y de éstos a los propietarios privados, pero sobre todo cancelaba la posibilidad de

que las autoridades municipales encabezaran este tipo de hechos. Lo que llama la atención

del argumento, es cómo los habitantes de los pueblos después de invadir o quizá recuperar

39 Este autor considera: 1) Venta de tierras a personas que no eran residentes de los pueblos; 2) Venta de tierras

única y exclusivamente a vecinos del pueblo; 3) Utilización de los puestos públicos; 4) Defensa de tierras

destinadas al servicio público; 5) Alianzas y rupturas entre pueblos por problemas de colindancias. Sobre los

momentos en que se expidieron más disposiciones legales en Oaxaca, Esparza 1988: 282-284.

Page 15: CONACYT - PresentacionQuilmes15vallesoaxaca

sus terrenos, solicitaban el reconocimiento al derecho de posesión, más no de propiedad de

las tierras.

Casi un año después, el 25 de marzo de 1862, salió a la luz el Reglamento que marcaría las

pautas en torno a los terrenos de comunidades civiles y cofradías durante el resto del siglo

XIX e inclusive varios años del siglo XX. En este caso, quisiera resaltar cuatro artículos que

a mi parecer son definitorios en la manera en que se percibirán los derechos por los actores

sociales. Por un lado, el artículo primero que ordenaba que el reparto de los terrenos

comenzara por la cabecera de Distrito y posteriormente a los pueblos inmediatos y se

concluiría en los más distantes, aspecto que se ha visto para la Mixteca (Mendoza 2011). El

segundo, es el artículo sexto, que permitía, a juicio del jefe político, no repartir el ejido y los

montes que sirvieran al común en su uso, por lo que muchos municipios declararon como

ejidos lo que antes eran vistos como terrenos del común. El tercero es el artículo 24 que

cancelaba “las adjudicaciones y ventas simuladas” que muchos pueblos habían realizado para

continuar poseyendo en “común sus terrenos municipales”, lo que quizá nos lleve a

corroborar que varias ventas realizadas posteriormente a la ley del 25 de junio de 1856 fueron

simuladas o postergadas por las propias autoridades municipales; y el último, el artículo 34,

se refiere a que los municipios podían tener el derecho de poseer en común las aguas que

hasta ese momento habían poseído y arrendar los derrames después de haber sido utilizados

por los vecinos (Hernández 1902, III: 361-370),40 elemento central que permitirá a muchos

ayuntamientos “rentar” o traspasar derechos de uso sobre sus afluentes a no vecinos de las

localidades, pero también exigir algunos rentas respecto a la utilización de las aguas a los

diversos usuarios. De esta manera la ley daba el marco y argumento jurídico en el cual

muchas de las solicitudes y problemáticas en torno a las tierras y las aguas se fueron

presentando.

El 26 de junio de 1890 se publicó el “Reglamento para la adjudicación de terrenos

comunales”, casi un mes después de que el secretario de Gobernación, Romero Rubio, instara

al gobernador de Oaxaca a que los terrenos de común repartimiento y los ejidos no podían

subsistir en las condiciones de “dominio” en qué se encontraban, pero reiteraba que los

pueblos y municipios tenían en ellos su carácter de propiedad, por lo que de debían repartir,

enajenar y “aplicar sus productos a las arcas municipales” (Colección 1893, XV: 64-73). Con

algunas variantes, el Reglamento de 1890 seguía las pautas del de 1862; sin embargo, existían

algunas diferencias, como cuando en el artículo 39, se consideraba que el uso de las “aguas

comunales” se reglamentaría por los municipios y que en los reglamentos se cuidarían el

reparto de las aguas, reglamentos que deberían ser aprobados por el gobierno del estado.41

40 El artículo 35 definía los terrenos de repartimiento, como los que año con año reparten los municipios entre

los vecinos, los que estaban en común en los pueblos antes de 1861 y los de las cofradías o legados piadosos

no establecidos canónicamente y “que poseen o administran sus mayordomos, cofrades o arrendatarios”. Si

siguiéramos esta última línea, quedarían a salvo los bienes de cofradías indígenas establecidas canónicamente,

es decir, reglamentadas por derecho canónico y autorizadas por la jerarquía eclesiástica correspondiente. En el

“Reglamento para el reparto y adjudicación de los terrenos comunales” del 26 de junio de 1890, se reiteraba lo

dicho en 1862 sobre las tierras de repartimiento, pero se agregaban los ejidos y los montes en el reparto que

habían sido exceptuados en el Reglamento del 25 de marzo de 1865. 41 En la Ley sobre el uso y aprovechamiento de las aguas del estado [Oaxaca] expedida por la H. legislatura

del mismo, el 28 de enero de 1905, mencionaba en su artículo 15 que pertenecían a los pueblos las “aguas que

nazcan y las que hayan sido alumbradas a su costa en terrenos de aprovechamiento comunal. En el capítulo

quinto (artículos 36-53) se especifica que las concesiones correspondían a los ayuntamientos y los agentes

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No se especificaba que el reparto debería de iniciar de las cabeceras distritales, pero si, en su

artículo 32, que el “área repartible” se dividiría en lotes con un valor de 100 pesos.

Es así que podemos observar cómo la misma legislación marcó parte de las explicaciones

que posteriormente se utilizarían en los reclamos escritos de los habitantes y autoridades de

los pueblos, en muchos casos argumentando cierto derecho que les correspondía como

órgano político-administrativo, en otros casos como individuos, en otros con base en los

“usos y costumbres” y en muchos casos sobreponiendo diversos tipos de derechos sobre un

mismo terreno.

Formas de manifestar los derechos

Para la segunda mitad del siglo XIX hubo diversas características, formas y maneras en que

se manifestaron los derechos sociales en torno a los recursos, incluso en muchos como

recursos combinados. La documentación muestra una variedad de ellos, como el derecho por

trabajo en el terreno, que manifestó en 1893, Miguel Bartolomé, vecino y natural de San

Felipe del Agua (Distrito del Centro), que solicitó la adjudicación de un terreno que había

abierto a la explotación.42 Semejante argumento se dio en Amatengo (Distrito de Ejutla) en

1872, cuando el jefe político desconoció el derecho de uso de un terreno que se adjudicó a

un vecino para que usara un ojo de agua que le pertenecía al común.43 Asimismo, un vecino

de Santiago Clavellinas (Distrito de Zimatlán) pidió que debido a que se le había otorgado

un terreno en 1861 por servicios al pueblo se le diera en adjudicación, sin embargo, las

autoridades de la localidad consideraban que seguía perteneciendo al “común”, ya que no lo

había trabajado.44

El sentido que le dieron las autoridades de Clavellinas, fue el que manifestó, en junio de

1910, el ayuntamiento de San Agustín Etla (Distrito de Etla) al negarse a una solicitud de

adjudicación de un terreno que se encontraba a cuatro kilómetros de la localidad. Asumía que

eran terrenos comunales porque los vecinos los sembraban año con año de trigo, es decir,

tenían derecho porque los trabajaban. Además, de esos lugares se obtenía leña, donde todos

disfrutaban del derecho de uso sobre él y existía la costumbre de que todos eran libres para

hacer siembras donde mejor considerarán. Asimismo, con el fin de que no fueran tachados

de no llevar a cabo la legislación liberal, mencionaban que adjudicar el terreno llevaría a la

pérdida de los árboles por la roza y que eso implicaría que se perjudicarían los veneros de

agua,45 aspecto que comenzaron a argüir los habitantes conforme se fue avanzando en el siglo

XIX y se convirtió en un fuerte argumento en el periodo revolucionario del siglo XX.

Un argumento interesante presentó el síndico de San Gerónimo Sosola (Distrito de Etla), al

mencionar que antes de las leyes liberales todos los terrenos eran de común repartimiento,

municipales con base en los reglamentos municipales aprobados a través de un informe del jefe político. Véase

también el Reglamento del 18 de noviembre sobre la servidumbre legal de aguas en Hernández 1902, VI: 383.

Para dos casos en el Valle de Etla y en el de Tlacolula, Sánchez García (2012: 215-238). Sobre la utilización

del recurso hídrico para las fábricas en el Valle de Etla a fines del siglo XIX, véase Arellanes 2008: 131-166. 42AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 1, exp. 2. 43AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 9, exp. 1. 44AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 47, exp. 8. 45AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 9, exp. 12.

Page 17: CONACYT - PresentacionQuilmes15vallesoaxaca

pero que a partir de los años de 1859 y 1862 fueron ocupados permanentemente y hasta

heredados, pero aclarando que las tierras habían sido poseídas y disfrutados por todos los

vecinos y los hijos del pueblo, que con su trabajo los mantenían productivos.46

Sin embargo, también se esgrimía un derecho de ocupación, era el de posesión desde “tiempo

inmemorial”. En este sentido, en 1890, el presidente municipal de Santa María Atzompa,

mencionó que su pueblo había mantenido en posesión comunal un terreno gracias a la

composición realizada en el periodo colonial, por lo que era propiedad del municipio y no

privado.47 Igual argumento utilizó el agente municipal de Roaló (Distrito de Zimatlán)

cuando se le solicitó presentará los títulos de su pueblo, con el fin de saber si los terrenos que

ocupaban unas familias eran comunales o privadas, diciendo que el “pueblo ha ocupado los

terrenos desde tiempo inmemorial”.48

Por otra parte el derecho de tiempo inmemorial permitió entrar en composiciones con la

Secretaría de Fomento, cuando deseaban que sus terrenos fueran legalizados, como sucedió

con los ejidos del Santiago Textitlán (Distrito de Zimatlán) en 1895.49 Asimismo, en 1917,

San Agustín Yatereni (Distrito del Centro) solicitó la restitución de sus ejidos con base en

los títulos primordiales. Consideraban que sus tierras se encontraban en terrenos de la

hacienda de Dolores, así como en los invadidos por los pueblos de Huayapan, San Francisco

Tlalixtac y San Francisco Tutla, solicitando que se le desconocieran los derechos que

hubieran logrado adquirir por la posesión de dichos terrenos, ya que les pertenecían “desde

tiempo inmemorial”.50

Sin embargo, a diferencia de aquellas localidades que habían conservado u obtenido sus

títulos, había aquellos que esgrimían derechos en propiedad, pero sin títulos, como fue

cuando en junio de 1884, José Inés García se opuso a la solicitud de 11 vecinos de San Bartolo

Coyotepec (Distrito Centro) con respecto a un supuesto terreno comunal, ya que García lo

recibió como “herencia de sus mayores” y no contaba con el título, pero si con la “palabra”

de los vecinos que podían corroborar que era de su propiedad.51 En otro caso, en abril de

1894, un vecino de Cuilapan solicitó dos terrenos, ya que varios “hijos” de la Villa los

cultivaban, lo que ocasionaba problemas por no tener los títulos y que nadie asumía el

derecho de propiedad, sin embargo logro traspasar meses después sus derechos a otro

individuo.52 Cuilapan, encontró en demostrar derechos de posesión un camino adecuado, al

no contar, según se percibe, con títulos de propiedad. Por ejemplo, en 1894 el presidente

municipal de San Pablo Cuatro Venados (Distrito de Zimatlán) solicitó a Cuilapan la entrega

de los títulos de varios terrenos que sus vecinos habían comprado, aun cuando este último no

había dado la posesión de dichos terrenos, permitiendo que San Miguel Peras y Clavellinas

(Distrito de Zimatlán), y el pueblo de Santiago Tlazoyaltepec (Distrito de Etla), se

introdujeran año con año, además que los de Cuilapan seguían obteniendo leña y carbón.53

46AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 11, exp. 13. 47AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 1, exp. 7. 48AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 47, exp. 18. 49AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 47, exp. 24. 50 AGEPEO, Asuntos Agrarios, Sección Administrativa I, c. 1, leg. 1, exp. 2. 51AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 3, exp. 8. 52AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 3, exp. 20, 22 y 26. 53AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 47, exp. 9.

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Un buen ejemplo de derechos combinados eran cuando las autoridades municipales

solicitaban que los terrenos regresaran a sus manos, como fue en 1894, cuando se le solicitó

al jefe político del Distrito del Centro qué informara desde cuándo el ayuntamiento de

Cuilapan estaba en posesión de unos terrenos que fueron catalogados en otro momento como

de cofradías. A fines de ese año, el presidente municipal respondió que dichos terrenos eran

comunales desde el siglo XVII pero que los habían cedido a los mayordomos en calidad de

usufructo pero quienes tenían la propiedad y posesión eran las autoridades. Así, que debido

a las leyes de reforma se recobraron los terrenos y se les facilitaron a los vecinos para su

cultivo.54 Tiempo antes, el ayuntamiento había tratado de recuperar otros terrenos “cedidos”

a las cofradías, como en 1890, quien los ocupaba en usufructo, manifestó que deseaba iniciar

un proceso de propiedad sobre un terreno que su padre había tenido desde 1847 y el cual le

era arrendado por los curas.55 En estos casos lo que se muestra en cierta “confusión” entre

los terrenos que se tenían que denunciar como “bienes nacionalizados” o como “bien

municipal”, pero lo que se muestra es que los habitantes de Cuilapan manifestaron que los

terrenos eran comunales y que muchos de ellos habían pasado de generación en generación,

por lo que algunos de los posibles afectados tenía el derecho de posesión. El ayuntamiento

de Cuilapan recibía presiones por este proceso de “traslado” de tierras de cofradías a sus

manos. Incluso, en junio de 1895, el secretario de Hacienda, José I. Limantour, ordenó al

gobernador de Oaxaca se investigara sobre la posesión y la administración ilegal de los

terrenos de común repartimiento, lo cual no le correspondía.56

Argumento semejante al de Cuilapan presentó Santa Inés Yaseché (Distrito de Zimatlán) en

1882, cuando consideraron sus habitantes que las tierras que habían sido previamente de las

cofradías, en 1858 pasaron al municipio y desde entonces los presidentes municipales

solicitaban partido a quienes los sembraban año con año, por lo que el derecho de propiedad

era del municipio y el de uso de quien lo ocupaba cada año, dependiendo de lo que podrían

decidir las autoridades municipales en turno.57

Un ejemplo de la manera en que se interpretaron las leyes se dio en 1877, cuando un vecino

de Santa María Ciénega (Distrito de Zimatlán) acusó que le habían quitado unos terrenos de

cofradía que había adquirido en marzo de 1873, momento en que los compró a quien se los

habían adjudicado en 1859; sin embargo, las autoridades municipales los consideraron como

parte del ayuntamiento saliendo a remate a mediados de 1873, por lo que pasó de propietario

a censatario del municipio, debido al contubernio del jefe político con las autoridades del

lugar, a decir del quejoso.58

La recuperación de terrenos que eran del común y que habían sido adjudicados pero no

pagados, fue una manera en que también los municipios refrendaban sus derechos de

54AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 3, exp. 11. 55AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 3, exp. 14. 56AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 3, exp. 24. Incluso le arrendaba tierras a los habitantes de San Lucas

Tlanichico, los que solicitaron que se les adjudicara, pero eran parte del común de Cuilapan. En 1890 se presentó

una queja en contra de las autoridades de Cuilapan que decían que los terrenos de la iglesia ya les pertenecían,

pero cuando se solicitaba la adjudicación, argumentaban que eran del común, y posteriormente que se

encontraban en el fundo legal. CCJO, Juzgado Primero, leg. 112, exp. 8. 57AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 47, exp. 27. 58 CCJO, Juzgado Primero, leg. 58, exp. 16.

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recuperarlos. Así San Juan del Estado (Distrito de Etla) recuperó tierras en 1859 aun cuando

habían sido adjudicados, por falta de pago del canon y donde se habían ido estableciendo

ranchos, cuyos propietarios no tenían títulos pero eran reconocidos por el pueblo. A pesar de

este hecho no se había avanzado en la denuncia de terrenos comunales, ya que aun en 1893

el ayuntamiento carecía de recursos.59 Mismo procedimiento realizó Magdalena Mixtepec

(Distrito de Zimatlán) en 1873, cuando recuperó un monte que había sido adjudicado,

“volviendo” a la municipalidad para que se pudiera enajenar a otras personas.60

Sin duda, los ayuntamientos fueron los que más esgrimieron derechos en torno a los que

consideraban bienes de ellos. Así en 1896, el presidente municipal de Magdalena Apasco

(Distrito de Etla) solicitaba el apeo y deslinde de unos terrenos, debido a que el juez de Etla

en contubernio con un vecino, deseaban apropiarse de un terreno, con lo que usurpaban los

“sagrados derechos” del municipio.61 Dos meses después, el “común” era quien tenía el

dominio y propiedad de los terrenos, pero en diciembre de 1909 las autoridades municipales

comentaron que el terreno no era comunal, sino que pasaba de mano en mano desde hace “40

años”, lo que implicaba que el usufructo estaba siendo dado por la misma instancia

municipal, quien mantenía el derecho de propiedad.

La invasión de terrenos, se puede considerar una forma en que se trataba de imponer y

redefinir derechos, como bien lo demuestra el hecho que en septiembre de 1891 el jefe

político de Zimatlán ordenaba a las autoridades de San Francisco Sola, San Miguel y San

Ildefonso Sola que no se introdujeran en los terrenos de la hacienda La Compañía,62 pero lo

que no sabía el jefe político y quizá ni el propietario era que San Miguel Sola tenía un rancho

en las tierras de la hacienda desde 1856, por lo que argumentaba derecho por posesión.63 En

otros momentos, el deslinde de terrenos sirvió para definir los derechos de propiedad, como

fue en el caso del pueblo de Coatecas Altas (Distrito de Ejutla) en 1893, pero no contaron

con que los propietarios de las haciendas de Monjas, San Guillermo y San Nicolás protestaron

airadamente por la invasión jurisdiccional que se hacía al Distrito de Miahuatlán.64 Sin

embargo, no fue el primer intento que se hizo en el siglo XIX, ya que desde principios de los

1870 Amatengo, Coatecas Altas y Coatecas Bajas enfrentaban problemas con la hacienda La

Zoritana, la cual invadieron en su totalidad a fines de los setenta, tomando unas tierras que

los pueblos asumían como suyas.65 En otras, el arrendamiento de terrenos comunes a

personas externas permitía detener las invasiones y preservar derechos, como fue el caso de

San Bernardo Mixtepec (Distrito de Zimatlán), cuyo ayuntamiento arrendó un monte

(solamente los árboles más no el terreno) con todos los “parajes que sufren introducciones

de los colindantes”.66

59AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 9, exp. 23. 60AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 47, exp. 15. 61AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 9, exps. 13, 14, 15 y 16. 62AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 3, exp. 6. 63AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 47, exp. 20. 64AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 9, exp. 4. 65AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 9, exp. 7. 66AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 47, exp. 13. Existían ya problemas entre Mixtepec y los

arrendatarios de ese monte desde 1832. AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 47, exp. 32.

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Una manera que parece que fue muy socorrida por los pueblos, como lo hemos visto

anteriormente, fue el definir derechos de propiedad a través de solicitar la adjudicación y

reparto de terrenos que estaban invadidos y en litigio. Por ejemplo, entre 1896 y 1897 se le

ordenó al municipio de San Juan del Estado (Distrito de Etla) que rematara un terreno a un

arrendatario que no había querido adjudicársele; sin embargo, San Pablo Huitzo protestó, ya

que consideraba que esos terrenos los había invadido San Juan, puesto que a ellos les

pertenecían y eran de común repartimiento. Se oponían a que San Juan apareciera como

dueño y “por lo tanto a percibir el precio”. En este sentido, más bien, lo que pareciese, es que

le interesaba más a San Pablo recibir los casi dos mil pesos que recuperar la propiedad del

terreno, por lo que a mediados de 1898, San Juan decidió reconocer al arrendatario.67

Debido a lo que marcaron los Reglamentos de 1862 y 1890, el agua fue un elemento

importante, no solamente para esgrimir derechos sino como factor de negociación, quizá esto

último más que la propia tierra. Por ejemplo, en junio de 1883 el municipio de San Agustín

Etla (Distrito de Etla) adjudicó un terreno y los usos del agua a José Zorrilla para la

instalación de su fábrica, lo cual acepta el gobierno de Oaxaca. Once años después el

municipio celebraba un convenio con Juan Prieto, diputado del Congreso, para que

aprovechara las aguas que pasaban al lado del pueblo. Inmediatamente protestó la propietaria

de Molinos de Lazo, quien además de reconocer que existían conflictos por el agua desde

1608, estos se habían solucionado con un convenio en 1873, por lo que los dueños del agua

antes de que llegara a San Agustín eran los Molinos de Lazo.68

Con base en la ley de 1905 sobre aguas, algunos ayuntamientos prohibían el uso del agua a

los vecinos, como en el caso de Teotitlán del Camino (Distrito de Tlacolula) en 1906 o el de

San Juan Guelacé que en 1911 definía los impuestos en torno al uso del agua con base en la

“costumbre”, argumentando que tenía la administración del agua del río Grande que nacía en

terrenos de “aprovechamiento comunal”.69 Asimismo, tanto la ley estatal de 1905 como la

federal de 1910 sirvieron para que los ayuntamientos reclamaran sus derechos frente a

instancias gubernamentales, como el que se dio entre el municipio de San Juan del Estado

(Distrito de Etla) y la Secretaría de Agricultura y Fomento en 1925, cuando ésta, a

consideración de las autoridades municipales había violado la soberanía del estado

desconociendo los derechos sobre el río de Santa Lucía (San Juan del Estado) que mantenían

desde una composición de 1719.70

Un caso interesante es en torno al río Salado, ubicado en Tlacolula, y aunque queda fuera del

periodo señalado en este capítulo, permite entender la manera en que el recurso hídrico fue

utilizado, también, como un elemento de poder entre el ayuntamiento, la Comisión de Aguas,

los medieros, los ejidatarios y los propietarios privados (Sánchez García 2012: 224-227). A

principios de los treinta, los vecinos de Tlacolula se quejaban de que el presidente municipal

les negaba el agua para sus siembras, entregándosela de manera preferente a sus allegados;

sin embargo, él argumentaba que la encargada de distribuir el agua era la Comisión, la que

67AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 9, exp. 25. En 1857 San Juan del Estado había otorgado

reconocimiento de escritura sobre esos terrenos, considerándolos propios. Sin embargo, Huitzo argumentaba

que sus vecinos habían tenido posesión civil y natural. AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, leg. 10, exp. 33. 68AGEPEO, Reparto y Adjudicaciones, legs. 9, exp. 10 y 13. 69AGEPEO, Fomento, leg. 22, exp. 1 y leg. 24, exp. 16. 70 CCJO, Juzgado del 1er. Distrito, Amparo, exp. 79/925.

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se enfrentó con el presidente en mutuas acusaciones en torno a quien le correspondía el

líquido. Para 1933, después de muchos dimes y diretes entre las autoridades municipales y la

Comisión, así como entre los medieros y ejidatarios, se decidió que se realizara un

reglamento de aguas por parte de la Comisión Local Agraria para ver cómo los 156

propietarios, los 62 ejidatarios y los 16 medieros obtendrían el acceso al agua. Este caso

resalta la manera en que los diversos usuarios reclamaban derechos en torno al vital líquido,

con base en la cantidad que recorría los terrenos que eran suyos o que eran utilizados para las

siembras. Sin duda, este problema se remontaba al siglo XIX, debido a que el río Salado no

contaba con avenidas constantes.71

Breves consideraciones finales

Como pudimos apreciar, los pueblos y sus habitantes, junto con las autoridades, los abogados

y síndicos que representaban a los municipios esgrimieron de manera diversa el derecho de

uso, de propiedad, de usufructo y de posesión sobre los terrenos, dependiendo de la coyuntura

histórica que se presentaba. Así, de manera sucinta, podemos considerar que los conflictos

por la tierra, si bien se presentan como tales, en muchos casos ocultaban las formas y maneras

en que cada actor manifestaba el tipo de derecho sobre un mismo terreno, incorporando no

solamente argumentos válidos que le permitieran mostrar posesión, quizá como un paso

previo para llegar a la propiedad perfecta, es decir, la propiedad privada cobijada y

considerada bajo un título.

Aun con la falta de profundidad en los documentos y en otros receptáculos, tengo la

impresión que los terrenos por los que se “luchan” en la segunda mitad del siglo XIX, son

los mismos que eran pleiteados en el periodo colonial y que se buscaron recuperar a

principios del siglo XX a través de la restitución o bien a través de la dotación, quizá

rompiéndose en este momento de manera brusca la jerarquización y las complejas relaciones

sociales y de poder que se habían manifestado desde el siglo XVI.

Sin embargo, aún quedan ciertas dudas, en las cuáles, a partir de la documentación no es

posible definir, ni a través de lo que ha manifestado la historiografía y es en qué momento

las tierras consideras comunales forman parte de las tierras y de la administración de los

municipios. Uno podría pensar que quizá a través de lo que se originó con la Constitución de

1812 y las posteriores leyes republicanas, pero …; sin embargo, la manera en que los

ayuntamientos “recuperan” sus derechos sobre tierras otorgadas por las repúblicas de indios

en el periodo colonial no nos permite llegar a una consideración tan clara.

71 AGEPEO, Asuntos Agrarios, Sección Administrativa IV, leg. 891 (08), exps. 5 y 6; AGEPEO, Fomento, leg.

9, exp. 9, y leg. 23, exp. 6.

Page 22: CONACYT - PresentacionQuilmes15vallesoaxaca

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