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Versión provisional, para ser ajustada luego de su presentación y discusión. Fundación Rómulo Betancourt V Diplomado de Historia Contemporánea de Venezuela Conferencia de cierre. Caracas, Sábado 16 de mayo de 2015 VENEZUELA CONTEMPORÁNEA: PARA UNA VISION PROSPECTIVA Germán Carrera Damas Escuela de Historia Facultad de Humanidades Y Educación. U.C.V. Introducción: Al amparo del título puesto al presente texto, pretendo explorar, en relación histórico-crítica con los participantes en el V Diplomado de Historia contemporánea de Venezuela, impartido en la prestigiosa Fundación Rómulo Betancourt, algunas de las cuestiones troncales que formarían, en una visión de la Historia contemporánea de Venezuela que intente completar la comprensión del curso del proceso histórico contemporáneo, con arreglo a una visión prospectiva de su continuidad histórica. Para estos fines, se combinan la discusión prospectiva de algunas de las cuestiones fundamentales del presente histórico de la sociedad venezolana, -basándose en los aportes de una breve exposición general-, y la contribución de los textos recomendados. Todo con la esperanza de que ese conjunto

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Versión provisional, para ser ajustada luego de su presentación y discusión.

Fundación Rómulo BetancourtV Diplomado de Historia Contemporánea de VenezuelaConferencia de cierre.Caracas, Sábado 16 de mayo de 2015

VENEZUELA CONTEMPORÁNEA:

PARA UNA VISION PROSPECTIVA

Germán Carrera DamasEscuela de Historia

Facultad de HumanidadesY Educación. U.C.V.

Introducción:

Al amparo del título puesto al presente texto, pretendo

explorar, en relación histórico-crítica con los participantes en el V

Diplomado de Historia contemporánea de Venezuela, impartido en la

prestigiosa Fundación Rómulo Betancourt, algunas de las cuestiones

troncales que formarían, en una visión de la Historia contemporánea

de Venezuela que intente completar la comprensión del curso del

proceso histórico contemporáneo, con arreglo a una visión

prospectiva de su continuidad histórica. Para estos fines, se

combinan la discusión prospectiva de algunas de las cuestiones

fundamentales del presente histórico de la sociedad venezolana, -

basándose en los aportes de una breve exposición general-, y la

contribución de los textos recomendados. Todo con la esperanza de

que ese conjunto nutra un enriquecedor intercambio crítico entre

los participantes del V Diplomado de Historia contemporánea de

Venezuela.

Parte I.- Al cabo de dos décadas y media de ejercicio

ininterrumpido, la República liberal democrática, cuya

reinstauración arrancó desde el experimento de poder colegiado

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establecido en 1959, comenzó a dar signos de una suerte de fatiga

institucional; lo que dio oportunidad a que se propalase la falaz y

dañina expresión agotamiento del modelo. En la realidad de la fatiga

institucional se manifestaba la potencial inadecuación que habría de

resultar de atribuirle al Estado institucionalizado en el marco de La

República Liberal Democrática, pautado en la estructura

constitucional, el cometido de promover la implantación y la

promoción de modos de funcionamiento socioeconómicos en la

formulación de los cuales se advertía un obligante cometido de

inspiración socialista. Esta dificultad originaria, resultaba de la

conciliación estratégica de los respectivos proyectos sociopolíticos

de los partidos democráticos, suscriptores tanto del denominado

Pacto de Punto Fijo como del Programa mínimo de Gobierno,

acordado entre los candidatos presidenciales.

Este compromiso político, ya presente en la Constitución de

1947, fue actualizado y enriquecido con motivo de la redacción de la

Constitución de 1961; circunstancia que observé en la sexta

conferencia del ciclo Una nación llamada Venezuela, -dictado

semanalmente a partir del 14 de febrero de 1974-, titulada Tardía

institucionalización del Estado liberal democrático en el marco del

desarrollo dependiente de la implantación (1958-1974). Entonces

intenté sintetizar la cuestión en estos términos:

…”La Venezuela de la década del 60 se encuentra a sí misma

como una sociedad cargada de tremendos problemas

socioeconómicos que afectan a la mayoría de la población en una

forma específica, pero es también la Venezuela que marcha aun tras

el espejismo liberal, para la cual no existe, por definición, contraste

entre libertad y hambre, no existe puja entre libertad y hambre.

Están planteados de esta manera los términos en que se habrán de

debatir todas las cuestiones: realización del orden liberal como

objetivo sociopolítico y satisfacción de ingentes necesidades sociales

como objetivo socioeconómico.

“Se da de esta manera una coyuntura, por decir lo menos, con

cierto grado de contradicción: entre el orden sociopolítico liberal y

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las reformas socioeconómicas socialistas. Culmina de esta manera la

persecución del espejismo liberal: la estructura constitucional se

consolida, el orden político se amplía, y a partir de 1958 esto aparece

como una constante, independientemente de los zigzags o de las

lagunas que se puedan percibir en el funcionamiento constitucional.

Pero esto sucede en una sociedad que ingresa a la problemática

contemporánea, cuyas expresiones esenciales son el desempleo, el

hambre y el atraso.

“Se arbitran formas de armonizar dos realidades que guardan

entre sí no pocos puntos de roce y hasta de conflicto. La forma obvia

de armonizar estas realidades, la del Estado benefactor, -la del

Estado filantrópico-, fue la primera ensayada, y creo que sus

resultados y la reacción que suscitó hacen innecesario su

tratamiento. Me refiero, más que a los llamados “planes de

emergencia”, a los diversos planes asistenciales, mediante los cuales

se intentó armonizar la existencia de un orden liberal democrático

con la satisfacción de las necesidades apremiantes de grandes

sectores de la población.”*

___________________

* Germán Carrera Damas, Una nación llamada Venezuela. Caracas, Monte Ávila Editores, 4ª edición, 1991, pp. 178-179.

En la Séptima conferencia del ciclo, que marcó la finalización

del mismo, puse una nota que reza: “El desarrollo de este tema

consiste en una glosa de un capítulo de mi obra Historia

contemporánea de Venezuela (Bases metodológicas, en

preparación”. Efectivamente, en el capítulo V de dicha obra,

aparecida en 1977, titulado Nueva perspectiva para el estudio de la

Historia contemporánea de Venezuela, la parte “4.- La tardía

institucionalización del Estado liberal”, se inicia en estos términos:

“Al igual que los demás, y cual ningún otro, está lejos de ser

éste un tema académico, más o menos desligado del presente

sociopolítico. Es, por el contrario, la expresión de esa realidad, y

quizás la más importante en términos de cuestión de cuya respuesta

puede depender en mucho el destino político de Venezuela

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contemporánea. No en balde puede afirmarse que hay reiteración de

parte de los más altos representantes del Poder público al proclamar

que no existe contradicción entre los dos grandes objetivos de la

acción social contemporánea: libertad y desarrollo.”*

______________________________

* Germán Carrera Damas, Historia contemporánea de Venezuela. Bases metodológicas. Caracas, Universidad Central de Venezuela, Ediciones de la Biblioteca. (Colección Historia VI), 1977, pp. 216-217.

La puesta en marcha de los compromisos sociopolíticos

fundacionales así contraídos, desencadenó en el tejido social, -con

especial énfasis en sectores menos participativos en la dinámica

social, como lo eran la mujer y los analfabetas- fuerzas de cambio

que desembocaron en una crisis de desarrollo sociopolítico. Éste

desbordó la capacidad de conducción y liderazgo de las estructuras

gubernamentales; y la de la clase política para encauzarlo. Percibida

está situación, necesariamente conflictiva, un grupo de analistas

políticos llegó a la convicción de que se había vuelto necesario

ajustar el régimen sociopolítico así concebido e instaurado:

“El contraste así establecido entre el orden sociopolítico

liberal y la reforma socioeconómica de tendencia socialista, se puede

trazar siguiendo la evolución constitucional en tres áreas

fundamentales: a) La correlación entre las llamadas “garantías de la

esfera liberal individualista: y los denominados derechos sociales y

económicos”… “b) La planificación, considerada como el instrumento

idóneo para orientar y normar la acción del Estado encaminada a

correlacionar un volumen limitado de satisfactores con necesidades

creciente”… y “c) La polémica en torno a la planificación como

expresión sintética de la confrontación entre el Estado Liberal,

tardíamente institucionalizado, y la proyección socioeconómica de la

acción del Estado”*

________________________

Ibídem, pp. 219-220.

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De hecho, este enfoque de la cuestión me ha permitido

formular la siguiente comprobación: “Haciendo valer la

circunstancia de que la planificación supone un sistemático ejercicio

de prospectiva, es razonable concluir que el despertar, en Venezuela,

del interés por el cultivo de la perspectiva en diversas áreas del

desenvolvimiento de la sociedad, se tradujo, igualmente, en el

recurso a la Historia para la conformación de la imprescindible

plataforma básica de los diagnósticos prospectivos. Lo que legitima

nuestra preocupación por fundamentar la legitimidad metódica de la

Historia prospectiva”.*

_______________________

*Fragmento de la Parte VI, “Fundamentación histórica del interés del cultivo de la prospectiva histórica en Venezuela.”, de la obra titulada Historia prospectiva, en proceso de edición).

Parte II. Para atender a los requerimientos del enfoque

adoptado en esta conferencia, debo comenzar por la caracterización

de la crisis en ciernes, …”como expresión sintética de la confrontación

entre el Estado Liberal, tardíamente institucionalizado, y la proyección

socioeconómica de la acción del Estado”..., determinando si lo era de

funcionamiento, - y que por lo mismo podía ser enfocada con arreglo

a criterios básicamente político-administrativos-, o si lo era de

desarrollo del modelo sociopolítico, en su proceso de

institucionalización, iniciado en 1945-1946; y reanudado en 1959.

Desechada la posibilidad de interrumpir la reinstauración de la

República liberal democrática; la cual, a su vez, interrumpía la

vigencia de la República liberal autocrática, continuada desde 1830,

cabían dos eventuales enfoques de la cuestión:

A.- Uno, que prescindía, expresamente, de eventuales cambios

de fondo en el régimen sociopolítico republicano liberal democrático,

apuntaba hacia la reforma político-administrativa; dirigida a corregir

la que podría denominarse crisis de funcionamiento del Gobierno. En

consecuencia, aunque se proclamaba el propósito de depurar el

régimen, -y por lo mismo de buscar desarrollarlo-, se veía la

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cuestión, fundamentalmente, como la necesidad de incrementar la

eficiencia de la Administración pública, tanto en su concepción como

en su funcionamiento. Tal fue la posición asumida, durante su

segunda Presidencia, por el Dr. Rafael Caldera. La expuso en una

conferencia pronunciada en el IESA, en Caracas, en el 22 de mayo de

1985, titulada Gerente del Estado. Reflexiones sobre una

experiencia.*

___________________________

*Para los fines demostrativos de la presente Conferencia, vale observar que el Decreto fundacional de la Comisión Presidencial para la reforma del Estado (COPRE). está fechado en el 17 de diciembre de 1984.

Partiendo de la consideración de que …”en Venezuela, el Jefe

del Gobierno es al mismo tiempo Jefe del Estado”…, apunta el

expositor que: “La responsabilidad más grande (sic) del presidente

como gerente del Estado es la de velar permanentemente por que las

órdenes se cumplan, porque las disposiciones se realicen, y esa de

estar con los ojos abiertos permanentemente es una de las

responsabilidades, a mi juicio, más importantes de esta función.” Lo

que le llevó a concluir que:

“El problema del país, el problema que se plantea con la

reforma del Estado, en el sentir general, más que todo es un reclamo

de eficiencia. No estamos pensando en un Estado distinto, ni

queremos renunciar al Estado democrático que hemos construido a

través de tantos esfuerzos y tantos sacrificios. Lo que queremos es

un Estado eficiente, un Estado más consciente de sus obligaciones

con la población, y para esto es indudable que ese sentido gerencial

que se plantea como base de este coloquio es indispensable”…

El Presidente Dr. Rafael Caldera parecía responder, de esta

manera, a los que calificara de “Los desafíos de la gobernabilidad

democrática”; título de la obra que recoge su pensamiento respecto

de esta cuestión, los cuales enuncia:

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“Desafío para la gobernabilidad es la pobreza. Desafío para la

gobernabilidad es la corrupción. Desafío para la gobernabilidad es la

corrupción. Desafío para la gobernabilidad es el desempleo. Desafío

para la gobernabilidad es la dificultad de los gobiernos en desarrollo

para competir con los que están desarrollados. Desafío para la

gobernabilidad es la conversión de los partidos políticos, que son

instrumentos fundamentales para la vida democrática, en organismo

clientelares. Desafío para la gobernabilidad es el acelerado proceso

de urbanización que ha llevado incontables camadas en forma

irregular a hacinarse en las urbes, y que no ha sido posible ordenar

porque muchas veces las condiciones no han sido apropiadas para

programar en libertad proyectos bien pensados de urbanización.

Desafío para la gobernabilidad es el populismo, que de vez en

cuando reaparece y cuyo fracaso ha sido patente en donde se ha

aplicado, por las incapacidad de ofrecer soluciones verdaderas y

estables a grandes problemas colectivos. Desafío para la

gobernabilidad es la loca rivalidad entre los dirigentes y grupos

políticos, así como la alternabilidad de los gobiernos, indispensable

por la necesidad de prevenir el establecimiento del autoritarismo a

través de la prolongación de los titulares en el poder.”

Consecuente con su visión de la gobernabilidad y de la

primordial función gerencial del Jefe del Estado-Jefe del Gobierno, el

Presidente Dr. Rafael Caldera culminó su inventario de los que

consideraba desafíos a la gobernabilidad, con un revelador texto que

titula “Sísifo”. Se abre con esta afirmación: “Otro de los grandes

desafíos para la gobernabilidad en el país es el mito de Sísifo”…,

como símbolo del reiterado recomenzar sobre la base de desconocer

y descontinuar lo ya hecho. En este texto, que me atrevo a calificar a

la vez de curioso y revelador, se apunta una significativa

contraposición de enfoques del símbolo invocado. Efectivamente,

luego de una afirmación de altísimo valor sociohistórico: “Yo fui el

primer Presidente de la República elegido por voluntad popular en

las filas de un partido político que le hizo oposición severa al

gobierno anterior, pero no incurrí en el error de desconocer los

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proyectos que tenía en marcha mi predecesor”…, se entrega a un

listado de obras materiales que heredó inconclusas. ¿Subestimando

la significación política de su presidencia como consolidación de La

República liberal democrática? ¿Cediendo a la común valoración de

los gobiernos por su obra material?*

____________________

*RC Biblioteca Rafael Caldera, Los desafíos de la gobernabilidad democrática. Presentación de Fernando Luis Egaña. Caracas, Cyngular, 2014.

B.- Simultáneamente había sido planteado otro enfoque de la

cuestión. Si también contrario al cambio del régimen sociopolítico

republicano liberal democrático del Estado, centraba, sin embargo,

su atención en lo sociopolítico, –pero guardando orgánica vinculación

con los otros enfoques mencionados-. Se consideraba necesario

ajustar el régimen republicano liberal democrático, en función de la

nueva realidad sociopolítica generada por el desarrollo del mismo,

abriéndole cauce al cambio socio histórico de esa manera generado y

estimulado. De allí la sintética fórmula adoptada, “modernizar el

Estado profundizando la Democracia” como fundamento

programático de la Comisión Presidencial para la Reforma del

Estado (COPRE), designada por Decreto 403 de la Presidencia de la

República, de 17 de diciembre de 1984; incluido en los textos

recomendados, al igual que el diagnóstico histórico básico y los

objetivos, recogidos en dos textos de mi autoría: “Capítulo II. El

Proyecto de reforma integral del Estado dentro del contexto

histórico: sus objativos”.* y “La reformulación del Proyecto nacional

venezolana en perspectiva histórica”.**

________________________

* La reforma del Estado. Proyecto de reforma integral del Estado. Caracas, Comisión Presidencial para la reforma del Estado, 1988.

** Venezuela: del siglo XX al siglo XXI: un proyecto para construirla. Carlos Blanco, Coordinador). Caracas. Comisión Presidencial para la reforma del Estado (COPRE), 1993.

Cabe subrayar el hecho, comprobable en los textos

mencionados, de que el concepto de reforma integral del Estado se

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corresponde con la variedad y la especificidad de las áreas tratadas,

en todos los órdenes; si bien ubicadas en el propósito de profundizar

la Democracia; vale decir de abrirle cauces al propósito, ya en

marcha, de propiciar la conformación de la sociedad venezolana

como una genuina sociedad democrática, también en todos los

órdenes y niveles de la acción social. Es oportuno subrayar el hecho

de que tal orientación programática se correspondía con la

convicción de que la conformación de una genuina sociedad

democrática debía ser obra de la propia sociedad, en pleno ejercicio

de La soberanía popular, en todos los niveles y áreas. Por ende,

habría de quedar superada la etapa del Estado rector universal de la

sociedad y dispensador de gracias.

Parte III.- La experiencia vivida por la sociedad venezolana a

partir de fines de la década de 1990, enfocada con sentido

prospectivo, quizás permita que, a mi vez, intente actualizar mi

visión, cual lo hice en la Conferencia que dicté atendiendo una

invitación de la Cámara de Comercio de Cumaná, en el 18 de

septiembre de 2014, - incluida en las lecturas recomendadas-. Pero,

estimo necesarias algunas puntualizaciones previas:

A.- Considero que es muy importante ventilar críticamente la

errónea, y más que ello tendenciosa afirmación, inculpatoria, dirigida

contra la clase política democrática, respecto de no haberse

percatado oportunamente de una situación que podría acarrear

inminente crisis del régimen sociopolítico republicano liberal

democrático. A los sumo, la diferencia en el enfoque de la situación

sería atribuible, propiamente, a un error de diagnóstico, que podría

formularse como la contraposición entre dos visiones de la cuestión:

la político-administrativa y la histórica prospectiva. Contrariando

esta imputación están hechos aquí registrados:

En primer lugar, la simultaneidad en la preocupación por la

marcha del régimen sociopolítico republicano liberal democrático,

demostrada por los dos partidos socialistas con responsabilidad

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directa de ejercicio del Poder público, el social demócrata y el social

cristiano.

En segundo lugar, la prueba de que esa preocupación se

tradujo en acción gubernativa. En el caso del partido social cristiano,

promoviendo la reforma de la Administración pública, partiendo de

lo conceptual gerencial. En el caso del partido social demócrata,

instaurando la Comisión Presidencial para la reforma del Estado

(COPRE), y promoviendo el inicio de la puesta en práctica de sus

recomendaciones, según lo proclamó el reformador Presidente Dr.

Jaime Lusinchi, al intervenir, ya ex presidente, como senador

vitalicio, en el 5 de noviembre de 1991, luego de apuntar la

circunstancia tradicional de ser su gobierno objeto de críticas:

…”No era dable, entonces, esperar una situación distinta para

quien dirigió Venezuela (sic) un gobierno que entre otros muchos

logros garantizó durante cinco años la paz social en Venezuela. Ni

una sola huelga importante registró la economía. Ningún conflicto

social de alguna consideración presenció el país. Mantuvo a raya la

delincuencia. Controló la inmigración ilegal. Luchó efectivamente

contra el flagelo de la droga; y la vida social y política del país se

desenvolvió normalmente durante su ejercicio. El candidato del

partido de gobierno ganó las elecciones. Soportó sin grandes

traumas económicos o sociales la más abrupta caída de los precios

del petróleo. Logró el crecimiento económico en términos reales. El

PTB creció más que la población. Se incrementó la inversión privada.

La industria y el comercio crecieron a todo lo largo del período

constitucional. Controló las importaciones de bienes innecesarios.

Aumentó las exportaciones. Redujo considerablemente el desempleo

y defendió el salario real de los trabajadores. Dejó en superávit el

conjunto de las empresas del Estado. Redujo sensiblemente la deuda

pública. Cuando terminó su mandato, la República tenía una deuda

pública menor, en términos netos, de la que registró al final del

período constitucional anterior. Construyó más viviendas en un

período constitucional. Fueron en total 317.356 viviendas. Aumentó

la matrícula escolar y la estructura escolar significativamente, en

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educación básica, media y superior. Implantó programas

actualizados en preescolar y en los 9 grados de educación básica.

Promulgó el Reglamento de la Ley de Educación y restituyó el

desayuno y el vaso de leche escolar. Defendió nuestro territorio y la

soberanía nacional sin dudas ni vacilaciones.” *

______________________

Citado por Antonio Ecarri Bolívar, Socialdemócratas vs. Comunistas. Caracas, Los libros de El Nacional, 2011, pp. 232-233.

Para la mejor apreciación crítica de lo transcrito de inmediato,

dirigido a probar el cumplimiento de las dos vertientes del régimen

sociopolítico republicano liberal democrático; al igual que para

valorar los resultados de la COPRE, vale reproducir el siguiente

juicio del mismo autor, al referirse a la actuación del grupo de

presión política denominado “Los notables”, -cuya figura más

representativa fue Arturo Uslar Pietri-; autores de una requisitoria

contra el régimen sociopolítico liberal democrático y contra La

República liberal democrática misma:

…”ni Carlos Andrés Pérez ni AD fueron sordos ni insensibles

frente a muchos de estos planteamientos, pues sabemos que durante

el gobierno de Jaime Lusinchi se constituyó la Copre –tal como lo

reconocen “Los Notables” en su misiva de reclamo a Pérez-,

integrada por las más importantes personalidades de la intelligentzia

venezolana, muchos de los cuales no sólo no eran militantes de AD,

sino tradicionales adversarios del partido de gobierno”…”Lo que

ocurrió entonces fue que muchas de las reformas, como la elección

de gobernadores y alcaldes, fueron vistas con simpatías, pero el

deterioro del gobierno y la credibilidad de los políticos,

fundamentalmente los pertenecientes a los partidos AD y Copei,

llevaban la peor parte (sic), y cuando se convocaron elecciones, por

primera vez en la historia de Venezuela, en muchos estados ganaron

opositores al gobierno y eso, lejos de aliviarle la carga a éste,

incrementó su debilidad y se generalizó la sensación de inestabilidad

en el país.”*

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_______________________

Ibídem, pp. 253-254.

El desenlace de este proceso, que considero caracterizado por

los esfuerzos de los gobiernos democráticos por actualizar el

régimen sociopolítico republicano liberal democrática, atendiendo a

las consecuencias de su propio desarrollo, caracterizado por la

brecha así abierta entre la demanda de satisfactores y las

dificultades halladas para darles pronta y sostenida atención, es la

que he denominado la segunda (¿y última?) severa indigestión de la

República liberal democrática.

B.- La interpretación más común de este trance socio histórico

vivido por la sociedad venezolana, padece los efectos de

privilegiarse, al explicar los acontecimientos, una visión de corto

plazo, llevada hasta la inmediatez en procura de fundamento para

estrategias políticas que no fueron capaces de formular sino

justificaciones teóricas históricamente desvirtuadas. Estas fueron

recogidas en una fórmula, la del pretendido agotamiento del modelo,

queriendo significar su incapacidad para resolver la cuestión social,

pero sin observar que con ello reconocían, inadvertidamente, la

plena realización del modelo; hasta el punto de hacer necesaria su

reformulación; de lo cual no sólo se tenía conciencia en los partidos

democráticos; sino que se habían diseñado procedimientos

reformistas cuya aplicación se inauguraba.

En ausencia de una proposición alternativa respecto de la

socialista moderna, se desató una campaña de descrédito del

régimen sociopolítico republicano liberal democrático que caló

también en un sector de la socialdemocracia y el socialcristianismo;

algunos de cuyos voceros vieron lo propuesto y actuado en función

de la reforma del régimen sociopolítico como un censurable intento

de volver a 1945-1948 ó a 1958-1959. Con lo cual incurrieron en la

negación del pasado democrático manipulada como chantaje y

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contribuyeron a darle paso a una retrógrada empresa no sólo anti

democrática sino también anti republicana,

C.- No son menos significativas las consecuencias de

subestimar, como suelen hacerlo los críticos superficiales, la

dificultad del tránsito desde la condición de súbdito a la de

ciudadano. Demuestran creer que bastó la instauración política de la

República para que funcionase socialmente el régimen sociopolítico

republicano. Ignoran que en la estructura de poder interna de la

sociedad coexistían dos sistemas: el jurídico-político y el jurídico-

social; y que si bien interrelacionados integran esa estructura,

obedecen a dinámicas específicas. Así, mientras el jurídico-político es

susceptible de cambios radicales, al menos como postulados, el

sistema jurídico-social se corresponde con el cambio social, es decir

que, como realización, está plenamente subordinado a él y, por lo

mismo se resiste a la voluntad política.

A este respecto, es muy ilustrativo el curso de la República

liberal autocrática venezolana, suerte de híbrido de la monarquía

constitucional con la monarquía absoluta, bajo la égida formal de la

República. Mas, tampoco la monarquía constitucional ha escapado

de esta ambigüedad, según una elocuente comprobación: la reciente

transmisión dinástico-constitucional de la Corona española, dio lugar

a siguiente reconocimiento:

“XXXVI ANIVERSARIO DE LA CONSTITUCIÓN DE 1978

“DECLARACIÓN DE LA GRANJA

“CONSTITUCION: ESTABILIDAD Y CONCORDIA“En el trigésimo sexto aniversario de la Constitución Española

de 1978, el Partido Popular quiere hacer la siguiente Declaración:“La Constitución del 78 fue el culmen de un largo proceso

constitucional que comienza en 1812. Con todos los aciertos y todos los errores de los que aprendimos los españoles desde hace casi 200 años, construimos la Constitución desde la Transición. Todos los grandes avances que contenían aquellas Constituciones se mejoraron en la de 1978 y se desterraron los errores de las que eran programas de unos contra otros”.

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¿Significaría este reconocimiento que a los españoles les ha

tomado dos siglos ascender, por fin, a la condición de súbditos

monárquico-constitucionales? Pero esta comprobación, ¿nos

permitiría estimar el tiempo histórico requerido para que los

súbditos de una monarquía absoluta adquiriesen la condición de

ciudadanos de una república moderna liberal? No tener conciencia

de la dialéctica histórica de continuidad y ruptura, ilustrada por la

transcrita Declaración de La Granja, hizo incurrir a los partidos

políticos democráticos venezolanos en el grave error de desatender

el primordial papel del régimen sociopolítico republicano, como

escuela de ciudadanía; al mismo tiempo que subordinaban esa

formación a la promesa de satisfacer necesidades básicas,

descuidando la asimilación de los valores republicanos democráticos.

Lo que hizo de tan injustificable actitud el semillero de la crisis del

régimen sociopolítico por esos mismos partidos instaurado. Quizás

venga al caso recordar una expresión del Miguel Gorbachev

empeñado en propiciar el cambio sicosocial de mayor magnitud y

trascendencia del Siglo XX, en la extinta Unión de Repúblicas

Socialistas Soviéticas (URSS): “Cambiar la mentalidad de la gente es

la cosa más difícil. La perestroika depende de la opinión pública, y

ésta es conservadora.”*

__________________________________

*“Changing people’s mind is the most difficult thing. Perestroika depends on public opinión, and it’s conservative). International Herald Tribune. París, 5/6/90.

D.- Correlativamente con la desatención de la enseñanza-

aprendizaje de los valores republicanos, se subestimó la virtualidad

histórica del militarismo tradicional, entendido como la conjunción

del militarismo militar con el militarismo civil, bajo la sombra de un

pervertido bolivarianismo. Conjunción que mantiene planteada la

necesidad de superar el atavismo monárquico, socialmente arraigado

como propensión al ejercicio despótico del Poder, al amparo de la

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práctica de la sumisión como expediente salvacionista para recurso

de pobres necesitados convertidos en mendicantes oficiales.

Mas el concepto de propensión ha de ser entendido, en este

caso, como la supervivencia del atavismo monárquico, cuya

erradicación sistemática se inició, propiamente, en 1946, con el

rescate de La Soberanía popular, en su permanente secuestro desde

1828, resultante de la jurídicamente cuestionable dictadura

comisoria de Simón Bolívar, dirigida hacia el fin inmediato de

preservar la independencia de la República de Colombia, mediante la

consolidación de su unidad. El haberle sido confiada la tarea de

restablecer la estructura de poder interna colonial, muy severamente

trastornada, en la Venezuela separatista, en virtud de la alianza

entre los militares que no se fueron con Bolívar y los próceres civiles

temerosos de las repercusiones de la orientación moderna liberal, y

eventualmente abolicionista, que tomaba la República de Colombia,

sembró el tutelaje militar-militarista en la Venezuela sólo

constitucionalmente republicana, que prevaleció de manera

absolutista hasta el inicio de la instauración de La República liberal

democrática; a partir de lo cual entró ese militarismo, revistiendo

diversos atuendos, en la fase recurrente que hoy campea.

Parte IV: Entro a tratar de un asunto cuya naturaleza muy

compleja me obliga a justificar mi intento. Este último consiste en

proponer una valoración histórico-crítica de la situación por la que se

está forzando a atravesar a la sociedad venezolana. La dificultad por

la que, a mi vez, atravesaré, consiste en atribuirle algún sentido

histórico a esa situación; sobre todo cuando la he caracterizado como

la segunda indigestión del régimen sociopolítico republicano

venezolano, en La Larga marcha de la sociedad venezolana hacia la

Democracia.

El así caracterizado episodio que vivimos los venezolanos ha

sido proclamado, por sus responsables, como la verdadera

Democracia, la verdadera independencia; la construcción del

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socialismo del siglo XXI, y otras cosas. Pero ¿sería diferente el

calificativo a otorgarle si al ubicar la cuestión en la perspectiva

histórica que venimos explorando la enfocáramos como el intento, -

por sus promotores ignorado-, de resolver, mediante la supresión del

Estado republicano la antinomia creada constitucionalmente en 1947

y refrendada en 1961, entre un Estado republicano liberal

democrático y el mandato constitucional de promover y conducir

cambios políticos de inspiración socialista? Los indicios son

elocuentes. En cuanto al Estado liberal democrático: secuestro de la

Soberanía popular, supresión de la separación de poderes…, en

suma: abolición de la República. En cuanto al mandato

constitucional: la instauración de una parodia fidelista del socialismo

estalinista.

A- Quizás sea el aspecto más riesgoso y comprometedor del

ejercicio del oficio de historiador encarar el trance de percibir, en los

actores de la tragedia-drama-farsa histórica, propósitos, aspiraciones

y hasta creencias de los que ellos mismos no tuvieron conciencia.

¿Suponiéndolos en un básico nivel de racionalidad? ¿Suponiéndoles

un apreciable grado de conciencia histórica? ¿Suponiéndolos

capaces de correlacionar condiciones, recursos, y aptitud? Triste

resulta comprobar, en la práctica, que lejos de satisfacerse esos

requisitos, o siquiera algunos de ellos, los actores sólo se destacan

por la ignorancia de los mismos.

B.- En un reciente artículo de prensa, titulado “Control del

estómago, salud y mente”, Jurate Rosales publicó en su sección

“Ventana al mundo”, la siguiente valoración del resultado, ya visible,

del desenfrenado intento de una construcción del socialismo del siglo

XXI que trastrocó los dos últimos números romanos, y se ha revelado

como una aberración de la utopía:

“La combinación de la propaganda, las necesidades básicas y

el sometimiento, llegan a su punto de máximo control, cuando el

ciudadano, presionado por la penuria y tras horas de colas, sale con

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una sonrisa de triunfo, cargando una bolsa con cuatro rollos de papel

higiénico. Está feliz por haberlo conseguido, no piensa que el

gobierno ha llegado a controlarlo hasta en la forma en que ha de

cagar.

“La etapa final y culminante, es el poder que el sistema

adquiere sobre cada ciudadano a la hora de electoral. En Venezuela

será más difícil para el gobierno. Pese a todo lo descrito

anteriormente, acá pervive todavía la fe en la democracia, y por más

que el gobierno se esfuerce en aplicar artimañas de fijación de

fechas, cambio de circuitos, control -por medio del alimento, salud y

mente-, nunca estará seguro de ganar, incluso manipulando las

cifras. Hay que reconocer que existe una subyacente resistencia

popular. En Venezuela todavía están vivas las exigencias propias de

todo ser libre”…*

________________________

*El nuevo país. Caracas, 27 de abril de 2015.

C.- Parece, por consiguiente, que lo urgente y necesario es

avivar esa pequeña y poderosa –a la par que persistente-, llama de la

Libertad. y ésta se nutre de principios. He reiterado muchas veces

dos comprobaciones extraídas de la Historia. Y me refiero a la escrita

con H grande. Una, bien conocida y puesta en práctica por los

regímenes totalitarios falsarios del socialismo, desde el estalinista

hasta el chavista, pasando por el fidelista, consiste en que la miseria

vital no engendra rebeldía; engendra sumisión, al hacer de la

supervivencia la razón vital. Pero hay otra comprobación, felizmente

subestimada o ignorada por los déspotas de todo pelaje. Consiste en

que la limosna no genera lealtad; al faltar se convierte en rencor. Lo

comprobé en Moscú, cuando viví, en La Plaza Roja, la implosión de

70 años de socio-zarismo.

Conclusión = ¿Consideración final?

La conclusión la están escribiendo, sobre todo, los nuevos

actores de la lucha por la reanudación del régimen sociopolítico

republicano liberal democrático: las mujeres, que están practicando

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su función política ejemplarmente; los jóvenes en edad de vivir

heroicamente la angustia de su porvenir; los ciudadanos soldados,

que se ven despojados de su ciudadanía constitucional por mandos

descalificados en lo institucional; y la Iglesia cristiana católica, que

cumple ejemplarmente su contrato con la Democracia.

Esto me induce a incurrir en la incorrección metódica de

permitirme reemplazar la conclusión por una consideración final:

habida cuenta de lo dicho, ratifico mi certidumbre histórica de que,

prosiguiendo en La Larga marcha de la sociedad venezolana hacia la

Democracia, en unas dos generaciones ella será la primera sociedad

genuinamente democrática de América latina.

Caracas, mayo de 2015.

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LECTURAS RECOMENDADASPrimer texto:

Sobre la creación de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE).

Decreto 403, de 17 de diciembre de 1984.

Segundo texto

CALDERA, Rafael. Gerente del Estado. Los desafíos de la gobernabilidad democrática. (Biblioteca Rafael Caldera). Presentación de Fernando Luis Egaña. Caracas, Cyngular, 2014.

Tercer texto:

Carrera Damas, Germán. Sexta conferencia: Tardía institucionalización del Estado Liberal democrático en el marco del desarrollo dependiente de la implantación (1958-1974). Una nación llamada Venezuela.

Cuarto texto:------------------------------- Séptima conferencia: Problemas históricos de

Venezuela contemporánea. Proposición metodológica. Prospectiva del proceso socio histórico de Venezuela contemporánea. Una nación llamada Venezuela.

Quinto texto:Carrera Damas, Germán, “Capítulo II. El proyecto de reforma

integral del Estado dentro del contexto histórico: sus objetivos.” La reforma del Estado. Proyecto de reforma integral del Estado. I. Caracas, Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, 1988.

“El proyecto de reforma integral del Estado dentro del contexto histórico: sus objetivos.”*

1.- La coyuntura histórica en la cual se formula el proyecto de reforma integral del Estado.

La comprensión del proceso de planteamiento y promoción de la reforma del Estado debe apoyarse en una ponderada evaluación de las circunstancias en las cuales se desarrolla. Es lo que desea significar la expresión “coyuntura histórica”.

Para no correr el riesgo de confundir los orígenes y desvirtuar los propósitos de ese proceso, es necesario satisfacer los siguientes requisitos:

a.- Mediante el rescate y la puntualización de la historicidad del propósito de reforma del Estado, se le despoja de todo viso de arbitrariedad y de oportunismo.

b.- Por la misma vía será posible poner al servicio del actual proyecto todos los intentos que, aunque de desigual naturaleza, son relacionables con él.

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c.- Igualmente, se contribuye a la consolidación de este nuevo intento de reformulación sistemática del proyecto nacional en la conciencia social.

El nuevo planteamiento y el decidido impulso de que ha sido objeto el propósito de reforma del Estado, no obedecen a una decisión impetuosa o fortuita. Por el contrario, se inscriben en un curso histórico claramente fijado a partir de la formulación del proyecto nacional venezolano, en los términos de alcanzar un Estado Democrático y Social de Derecho.

El Decreto de Garantías dado por el General Juan Crisóstomo Falcón en 1863, y la Constitución Federal de 1864, marcaron el inicio de un curso histórico, siendo ellos mismos, a la vez, la culminación del debate que se abrió con la Constitución de 1811. Unas veces en los congresos, otras en los campos de batalla, pero siempre en la prensa, ese debate recogió la riqueza ideológico-política del siglo XIX venezolano. Se fue preparando una convergencia de la escindida clase dominante que, esbozada con motivo de la Revolución de Abril de 1858, culminó con el Tratado de Coche, de 1863, luego de la Guerra Federal, y se consagró con la inicial política del gobierno de la Federación.

En cierto modo, algunas de las reformas guzmancistas, y seguramente las recogidas en el Programa de Febrero de 1936 y en la Constitución de ese mismo año, si bien se insertaron en el tronco básico del Estado Liberal, marcaron la necesidad de enmiendas y reformas cuyo sentido final ha sido el de desarrollar un Estado Democrático y Social de Derecho. Ese contenido había sido reducido al mínimo, si algo de él subsistió, en el lapso 1899-1935.

Generalmente, cuando se evalúa este período se cometen dos errores. Se le hace homogéneo, y se le estima, además, constante en sus rasgos principales. Por otra parte, suele olvidarse que la noción de autocracia liberal no es un contrasentido conceptual. La primera reformulación sistemática del proyecto nacional, diseñada durante el período 1945-1947, y comenzada a practicar en 1948, si bien naufragó en una década dictatorial, mantuvo su intenso valor programático, como punto de referencia para las definiciones políticas de todo orden. La persistencia de este programa frente a prácticas represivas orientadas hacia su erradicación, puede ser tomada, a un tiempo, como una clara expresión de la legitimidad del intento, en el sentido de su correspondencia con los requerimientos sociales, y como una lúcida percepción de lo que habría de ser el desenvolvimiento de la sociedad venezolana.

La reformulación sistemática del proyecto nacional, iniciada en 1958, plasmada en la Constitución de 1961, y puesta en práctica desde entonces, ha tenido el sentido esencial de institucionalizar el Estado democrático vigente. El consenso alcanzado en esa

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oportunidad puede ser interpretado, en parte, como producto del horror a la dictadura. Sin embargo, el tenor del instrumento constitucional producido no sólo continúa y amplía el programa de 1945-1947, sino que desborda creativamente el marco del Estado liberal democrático en la esfera de los derechos económico-sociales y promueve un Estado Democrático y Social de Derecho.

A partir de 1984, y por mandato del Decreto Ejecutivo de creación de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, se ha emprendido una nueva reformulación sistemática del proyecto nacional. Si bien ese intento tiene como antecedentes una secuencia de iniciativas y diseños de reformas administrativas más o menos amplias, se singulariza por el carácter expreso de su cometido principal: elaborar un Proyecto de Reforma Integral del Estado, PRIE, en el marco de un amplio propósito de estímulo del desarrollo democrático de la sociedad.

Se abandonó, con ello, la estrecha creencia en la viabilidad de una reforma administrativa conseguida al margen de una reforma política y, más aún, social. El mérito primordial de la empresa acometida es que concierne al proyecto nacional como totalidad.

El PRIE no significa una ruptura, tampoco una intrusión, en la línea evolutiva del proyecto nacional. Por el contrario, las reformulaciones que lo componen expresan, cabalmente, la satisfacción de demandas generadas por el propio proyecto nacional en su prolongada realización histórica.

Una característica fundamental de esta reformulación es la de potenciar cambios ya ocurridos o en curso. Al conducir a la correspondiente toma de conciencia, se convierte en factor desencadenante del proceso global.

La diferente naturaleza de este nuevo proceso brota directamente del ejercicio de lo que se busca potenciar mediante la reformulación: la Democracia como principio del sistema.

Quizá sea este hecho lo que ha permitido alcanzar un nivel de concertación y un grado de consenso nunca antes logrado. Este solo rasgo diferencia claramente el actual proceso del Programa de Febrero y del Pacto de Punto Fijo, pese al notable contenido social del primero y la eficacia política del segundo.

El PRIE no ha sido diseñado frente al Estado-gobierno, sino que se ha promovido, e incluso institucionalizado, por éste, mediante la creación de la COPRE.

La creación de la COPRE, su concepción y funcionamiento, marcan un alto nivel de creatividad en el sistema político; y bien pueden ser tomados como signos de vitalidad del proyecto nacional que se busca reformular. No sólo cabe destacar este signo de

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vitalidad, sino también el hecho de que le fuese confiada tan delicada materia a un órgano que, por su constitución, reproduce el tejido social. Los miembros de la COPRE fueron convocados para pensar con libertad, afincados en un sentido del deber esencialmente patriótico.

No es fácil hallar ejemplos de un Estado-gobierno que al tomar la iniciativa de una reformulación integral del proyecto en el cual el mismo se inscribe, de hecho vigoriza su legitimidad al promover su más amplia y profunda fundamentación.

El PRIE emana directamente de la sociedad, y esto sin detrimento del papel desempeñado por el Gobierno. Importa mucho comprender esta aparente contradicción para apreciar la incuestionada legitimidad del proceso de elaboración del proyecto, y la fuerza que éste ha derivado de la conciencia política y la opinión pública.

La forma como la COPRE interpretó su mandato y lo ha venido cumpliendo, debe ser señalada como expresión clara de este rasgo. La representatividad, el consenso democrático que rige sus trabajos, y la dialéctica misma de sus relaciones con el Estado, son prueba de la autonomía con que se ha elaborado el PRIE.

El estímulo a la participación, y el recurso constante a la opinión pública, han reforzado la forma autónoma como la COPRE ha interpretado y ejercido su mandato. A la vez la ha rodeado de un singular consenso legitimador de esa autonomía. No se ha creado confusión con los órganos del poder público, ni con los partidos políticos, en lo que se refiere a roles y competencias. La COPRE ha tenido siempre presente su condición de órgano asesor de la Presidencia de la República, sin omitir que lo inédito de su función ha hecho necesarios procedimientos de ajuste y planteado algunas dificultades en su marcha.

2.- Caracterización histórico-jurídica de la coyuntura en la cual se gesta la reformulación sistemática del Proyecto nacional.

Definir este contexto es una operación de conocimiento clave para comprender la dinámica del proceso y evaluar su alcance. Ello permite captar, situándolo en esa perspectiva, el sentido de la modernización eficiente del Estado y de la democratización profunda y amplia de la sociedad. Rodeando estas consideraciones están dos objetivos que por tácitos no son menos perceptibles. Ellos son el de asegurar la permanencia del sistema, haciendo funcionar en condiciones controladas su capacidad de perfeccionamiento, y el prevenir presiones asociables con la violencia, en cualquiera de sus formas. Hay, pues, un propósito de cambio dentro de la estabilidad.

Ha sido este el curso seguido por las democracias desarrolladas. Ahora bien, no faltará quien rechace la idea de que se

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busque prevenir traumas sociales, como los que han puesto a sociedades cercanas en un trance de disolución política y social.

La caracterización histórico-jurídica de la coyuntura en la cual se gesta esta reformulación sistemática del proyecto nacional, está dominada por la tardía y débil institucionalización del Estado Democrático y Social de Derecho. El Estado liberal busca institucionalizarse cuando el cambio social ya ha generado situaciones y conflictos cuyo tratamiento político se inspira en fuentes ideológico-políticas y jurídico-constitucionales ajenas, e incluso contrapuestas, al liberalismo democrático, particularmente en lo que concierne a los derechos sociales y económicos.

La tardía institucionalización del Estado Democrático y Social de Derecho en Venezuela ha tenido como consecuencia la inadecuación entre el sistema jurídico-político y el sistema jurídico-social de la estructura de poder interna. Por el primero se entiende el conjunto orgánico de normas y de relaciones sociales concretas que rigen el proceso de formación, ejercicio y finalidad del poder político. Por el segundo, el conjunto de normas y de relaciones sociales concretas que rigen los procesos de reproducción de la sociedad en lo concerniente a personas, bienes y valores culturales.

El estancamiento político durante el gomecismo, la cicatera apertura política subsiguiente y la detención drástica de este proceso político entre 1948 y 1958, causaron un gran retardo histórico en la institucionalización del Estado Democrático y social de Derecho. Cuando éste se inició de manera sistemática, en 1961, lo hizo en contraste con una concepción del sistema jurídico-social que debe más a las corrientes socialistas que a las liberales. Más aún, las circunstancias históricas condujeron a poner todo el esfuerzo social en la institucionalización del sistema jurídico-político, porque ello se correspondía con la aspiración social, fuertemente interiorizada, de un orden político democrático.

Dicho proceso tuvo también repercusiones directas en el sistema jurídico-social, causándole un fuerte retardo e impidiendo que ejerciese presión sobre el sistema jurídico-político estimulando su modernización. De allí la insuficiencia de los factores de cambio, en lo social, todavía perceptible en el incipiente grado de sus organizaciones.

Asimismo, este rezago llevó a concebir un instrumento corrector: la planificación, entendida ésta como el mecanismo idóneo para procesar la correspondencia entre satisfactores y necesidades, mediante la asignación racional de los recursos y la promoción de su incremento. Hoy puede afirmarse que este instrumento ha sido insuficiente para el cumplimiento de ese cometido.

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Por otra parte, los mecanismos de acción política han compensado la carencia de los mecanismos de acción social, que hubieran podido subsanar con su acción las fallas de la planificación, generándose con ello verdaderas aberraciones que hoy militan contra el crédito de la Democracia. En buena parte, la insuficiencia de los instrumentos previstos para compensar la contradicción consagrada por la tardía institucionalización del Estado liberal democrático, y su acentuación, debida sobre todo al lento desarrollo del sistema jurídico-social, han hecho necesario el PRIE, y han aumentado la urgencia de su puesta en aplicación.

La concepción del PRIE se apoya en el postulado de que la reforma del sistema político es requisito para el desarrollo de la sociedad. Esta convicción no se asienta, sola ni fundamentalmente, en una razón teórica. La experiencia histórica venezolana permite afirmar que existe una relación de causalidad entre la evolución democrática del sistema político y el relativo desarrollo correspondiente del sistema social. La experiencia de 1945-1948 es ilustrativa a este respecto: desde el Estado se desencadenaron procesos de cambio social que carecían de apoyo previo o activo.

La correlación entre la descentralización político-administrativa y el desarrollo social actúa como uno de los principios motrices del PRIE. Es un hecho comprobado que en el marco de la fuerte centralización actual, desbordada por el crecimiento y el desarrollo económico, se han generado varios centros que presentan un nivel avanzado de desarrollo social. Sin embargo, parece no requerir comprobación el supuesto de que la continuidad y el incremento de los casos ya dados, así como la generalización del fenómeno a toda la sociedad, requiere de la descentralización. A ésta contribuye decisivamente una reformulación del sistema jurídico-político.

La participación democrática, más amplia y profunda, al fortalecer la representación como matriz del sistema político, constituye un mecanismo bidireccional, pues revierte el compromiso sobre la sociedad, induciéndola a enriquecer y afinar, fortaleciéndolos, los mecanismos mediante los cuales se expresan y se promueven las aspiraciones socioindividuales. El resultado esperado será un notable incremento de la organización social, para hacer más eficaz la participación política democrática.

Las reformas del sistema político que amparen la expresión y la promoción de los intereses socioindividuales, harán verdadero y operativo el ejercicio de su porción del poder social por los diversos sectores y clases sociales. A su vez, tal ejercicio debe ser visto como un activo factor de concientización social.

El logro de un Estado moderno y eficiente está vinculado con la presencia de una sociedad democrática más amplia y

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participativa; y viceversa. La experiencia histórica venezolana no es concluyente en este sentido, pero la consideración de los cambios operados en nuestra sociedad permite percibir en la práctica social cursos de cambio que no hallan el espacio correspondiente en el actual sistema político.

En este orden de ideas, la reforma contribuye a dotar a cada ciudadano de una cuota básica de poder social, y de canales idóneos a partir de los cuales pueda desarrollar su capacidad de preservar y ampliar sus derechos constitucionales, así como incrementar su capacidad de contribuir a la conducción de la sociedad.

Igualmente, es propósito del PRIE crear las condiciones propicias para la formación y preservación de la capacidad social, en la cual se fundamenta la participación política democrática. Con tal propósito es necesario diseñar vías para alcanzar una equitativa distribución del ingreso, allanar los caminos hacia la propiedad, y erradicar la pobreza crítica. La experiencia histórica de la Humanidad toda parece indicar que pobreza y democracia son términos que ser avienen mal.

El logro de los objetivos antes expuestos, conlleva el consiguiente aumento de su capacidad de funcionamiento como impulsor de la evolución del sistema político. Para ello es necesaria la plena incorporación a la vida social y, por ende, a la política, de distintos sectores que hasta ahora han permanecido en situación de precaria incorporación, como es el caso de los nacionalizados, los marginales y los indígenas, entre otros, todavía insuficientemente participativos en el proyecto nacional como agentes activos.

3.-Alcance histórico de la reformulación del Proyecto nacional.

El alcance del PRIE está dado por su sentido de reafirmación del Estado Democrático y Social de Derecho. Tal reafirmación consagra la que ha sido permanente aspiración desde la fase de la formulación inicial del proyecto nacional, a partir de 1811. Esa aspiración de justicia social no sólo ha persistido aun en las condiciones estructurales más adversas, es decir cuando existía una sociedad escuálida, agobiada por la ignorancia, la enfermedad y la arbitrariedad en todos sus niveles y modalidades, sino que ha sido capaz también de superar los largos trances dictatoriales.

La persistencia del propósito y la constancia del mensaje doctrinario, a través de los canales educativos formales e informales, han radicado en la sociedad venezolana una voluntad democrática siempre reivindicada tras los eclipses padecidos, y hasta ahora tenazmente renuente ante nuevas solicitaciones. Por ello, importa mucho deslindar este proceso de reforma del Estado, del conjunto de “medidas de emergencia” suscitadas por la crisis económica que padecemos desde hace una década y por el peso de la deuda

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externa. Éstas han estimulado el proceso, pero no lo han determinado.

La inserción del PRIE en esta línea de desarrollo histórico es la clave de la viabilidad del intento, así como el determinante de las actitudes sociales ante el mismo. Es de primordial importancia que se entienda el sentido de esta inserción, porque de su comprensión pueden derivarse, alternativamente, desaliento o serena confianza, como resultado de la confrontación de los propósitos con los interese sociales.

Cabe tener presente que la reformulación del proyecto nacional, a la cual entiende contribuir el PRIE, es un proceso político global que moviliza muy diversos y numerosos factores de poder social. El PRIE ha sido diseñado para que conforme una directriz de referencia, a fin de que el libre juego de esos factores de poder social se realice con mayor facilidad y concreción. La comprensión de este papel es lo que legitima la aspiración de integralidad del PRIE. Ésta debe ser entendida como una decisión de basar el diseño propuesto en un conjunto de líneas maestras, cuya potencialidad las lleve, al desarrollarse, a integrar la red de relaciones institucionales y sociales que conforman el Proyecto Nacional. Ese desarrollo del potencial de las líneas maestras será el resultado del juego de los factores de poder, a lo largo del proceso. La integralidad no debe ser entendida como predeterminación detallada del curso que habría de seguir la sociedad venezolana.

Por obra de la comparación histórica, siempre cargada de riesgos, pero legítima vía de avaluación del alcance de proyectos y situaciones, es posible afirmar que la presente reformulación del proyecto nacional venezolano no reviste el carácter de trance histórico mayor, como lo fueron, en cambio, el tránsito dese le sociedad monárquico a la republicana, y la subsiguiente reorientación de esta última. La carga de conflictos, traducida en violencia social, que acompañó esos trances históricos mayores del pasado, no está presente hoy. Ello se explica porque la actual reformulación se plantea a partir de un régimen democrático, y no lleva consigo ninguna modificación esencial del sistema político, sino que propende a su perfeccionamiento.

La presente reformulación es una instancia de un prolongado proceso, y revista el carácter de una necesidad histórica, percibida por la totalidad social. Estas condiciones hacen que en el curso del proceso se inserten otras líneas de acción social de menor duración, pero que pueden llegar a tener gran intensidad, estableciéndose de esa manera correlaciones que inciden en el proceso, acelerándolo o retardándolo, afinándolo o perturbándolo. No es posible concebir otro curso históricamente más válido dentro de la concepción democrática.

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Este proyecto se recomienda no sólo por su racionalidad, su necesidad y urgencia, sino también por la proyección con que ha sido concebido. Un proceso de esta naturaleza mueve razones, pero también lesiona intereses. Sin que pueda establecerse una ponderada similitud, no es del todo ocioso señalar que la racionalidad, la necesidad y la urgencia del tránsito de la monarquía a la república, combinado con el de la colonia a la independencia, fueron demostradas con lujo de razones políticas, filosóficas e incluso teológicas; y aun así requirieron catorce años de guerra y todavía hoy hay quien estime que fue un cambio prematuro.

Finalmente, todo el proceso se concibe bajo la égida de la más amplia y profunda participación democrática. De ello depende la viabilidad del PRIE, en la práctica social y política. Con este enfoque debe velarse porque el debate en torno al PRIE se realice en un plano de alta racionalidad, apoyada en el uso persuasivo de la información y en la práctica honesta del derecho a disentir, parte esencial de la convivencia democrática.

4. Los objetivos del Proyecto de Reforma Integral del Estado.

Hechas estas consideraciones estratégicas acerca de las circunstancias en las cuales se plantea la reformulación del proyecto nacional, cabe puntualizar los objetivos del PRIE como eje de ese proceso:

1. El PRIE propone proyectar los logros de un modelo y compensar lo que de él se haya agotado. Esta es una circunstancia que reviste el más alto valor, por cuanto es el factor concluyente diferenciador entre esta reformulación del proyecto nacional y las precedentes, las cuales pueden ser colocadas bajo el signo de la aceleración de un reticente proceso democratizador (1945-1948), y de su restauración (1958-1961). Es el propio desarrollo del Estado Democrático y Social de Derecho lo que hace necesario y posible el PRIE.

El PRIE es concebido y elaborado en momentos cuando la situación política global del mundo arroja una balance favorable al Estado democrático. Los pronóstico negativos acerca de él, formulados en América Latina sobre todo en la década de 1960, han resultado infundados. A su vez, las expectativas surgidas a favor de otros modelos, no han arrojado un balance particularmente estimulante.

Las comprobaciones precedentes, sumadas al desarrollo europeo y al curso seguido por los regímenes liberal-democráticos en diversas partes del mundo, destacando para el caso la experiencia venezolana en América Latina –en contraste con las solicitaciones extremas, militar-desarrollistas, militaristas tradicionales, corporativistas, entre otras-, permiten refrendar la

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convicción de la perfectibilidad del Estado Democrático y Social de Derecho y la confianza en su capacidad de auto perfeccionamiento y desarrollo.

La cuestión clave en estas consideraciones acerca de la vitalidad del modelo de Estado democrático, en el caso venezolano, es que ha sido precisamente su capacidad para generar, auspiciar o estimular cambios socio-históricos, lo que hace necesaria la reformulación del proyecto nacional. Es decir, que ésta es una proyección de los logros del modelo. Tal es el resultado de una evaluación que no se apoya en el ”deber ser” teóricamente definido, sino en una operación crítica que correlaciona las nociones de “Tiempo histórico”, “Base de partida”. “Capacidad de supervivencia de vicios y dificultades” y “Potencialidad demostrada”.1 (1.- Véase: Germán Carrera Damas, “Venezuela: ¿Crisis financiera=crisis del Estado?”, publicado en Estado y Reforma No. 1. Ediciones COPRE. Caracas, 1986, p. 99). Tan sólo para ilustrar este último punto téngase en cuenta que en tres de diez décadas se ha logrado: liquidar el régimen dictatorial de diez años, resolver el conflicto político-guerrillero, nacionalizar las industrias del hierro y del petróleo, institucionalizar el Estado Democrático y democratizar las Fuerzas Armadas, entre otros resultados fundamentales.

2. El PRIE busca democratizar, con profundidad y amplitud, los mecanismos generadores del poder, sea éste social o político; es decir, perfeccionarlos en su esencia democrática. Con ello se entiende corregir la orientación que durante las tres décadas transcurridas ha estado concentrada en la consolidación del Estado Democrático y Social de Derecho, para lo cual se ha incurrido en un costo social y aun político que ya resulta incongruente con los logros del modelo.

El procedimiento democrático generador del poder político puede ser considerado como arraigado. Ya no puede suponérsele como algo arraigado o transitorio, si bien la experiencia histórica, y en particular la latinoamericana, prueba que en torno suyo debe estarse en constante alerta, tanto para prevenir su anquilosamiento, como para enfrentar supuestos salvadores. Por ello, en la reformulación de este aspecto del modelo se requiere la mayor suma de cautela histórica.

Las proposiciones extrañas o contrarias al régimen democrático han sido consecuentemente rechazadas mediante el empleo de los recursos provistos por el propio modelo, y que abarcan desde lo represivo hasta la persuasión política. Las confrontaciones electorales, genuinamente democráticas, legitiman esta consideración. Quienes proclaman su crisis, y aun su agotamiento, deben reflexionar sobre el hecho de que éste no ha estado corto de recursos como para caer en la dictadura, aun de naturaleza comisoria.

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La participación de la totalidad social en este proceso es la más directa consecuencia de este curso de afirmación del Estado democrático. A esta totalidad social fueron confiadas, en última instancia, la subsistencia del mismo y su defensa. Consecuentemente, se ha desarrollado una aspiración de participación política acrecentada que demanda estímulos, nuevas áreas de realización y canales más expeditos para expresarse.

3. El PRIE se propone corregir las relaciones entre el Estado y la sociedad, vinculando a la sociedad, más estrecha y eficazmente, no sólo con los mecanismos de formación sino también con los de ejercicio y de finalidad del poder. El logro de este objetivo habrá de significar un gran paso hacia delante en el perfeccionamiento del Estado Democrático y Social de Derecho, y a la vez un gran impulso al proceso, por diversos respectos primordial, de conformación de una sociedad genuinamente democrática.

Se han venido creando las condiciones para corregir la pasividad social que ha caracterizado hasta el presente la relación entre el Estado y la sociedad. Lo que es más, todo apunta hacia la necesidad de un esfuerzo sostenido y eficaz para enderezar esa relación, volviéndola auténtica expresión del predominio de la sociedad sobre el Estado, no por rechazo de éste sino por fortalecimiento de la primera. Así lo determinan: la presencia excesiva del Estado, que lo torna ineficaz y estorba su desarrollo; el más alto grado de complejidad alcanzado por la sociedad; el surgimiento o la agudización de problemas fundamentales que sólo pueden ser encarados socialmente. Entre ellos están la contaminación y deterioro ambiental; el tráfico y consumo de estupefacientes; la delincuencia e inseguridad; la marginalidad urbana y el deterioro de los subsistemas educativo y sanitario; entre otros.

La corrección de las relaciones entre la sociedad y el Estado, para que sean realmente un eficaz instrumento de mejoramiento social y de perfeccionamiento político, exige que la aspiración de participación democrática trascienda la esfera de los mecanismos de formación del poder y se realice en el ámbito de ejercicio y la finalidad del mismo. Pasó la época de las llamadas “campañas de concientización”. Su no desdeñable aporte en forma de peso social puesto tras las políticas emanadas del Estado, ha de cambiarse por modalidades de participación activa, de autogestión, fruto de la iniciativa social responsable, en primer lugar, ante sí misma.

En suma, el desarrollo democrático de las relaciones entre la sociedad y el Estado significa, esencialmente, presencia y participación social, no sólo creciente sino también genuina, en el ejercicio y la finalidad del poder público. En segundo lugar significa que el poder público debe estar abierto al papel necesariamente autónomo que habrá de jugar esa presencia; así como también al

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libre juego de sus modos y medios de expresión. De esta manera la presencia democrática de la sociedad pondrá humildad en un sistema político que en no pocos casos ha sido tentado por la prepotencia.

4. El PRIE se propone contribuir a replantear los términos básicos del juego político venezolano en concordancia con lo observable en el mundo contemporáneo, centrándolo en la administración eficaz, pero democrática, de recursos limitados, de suyo o coyunturalmente. El factor carismático, de incuestionable vigencia socio-histórica, tendrá que vincularse cada vez más, por propia capacitación o mediante imprescindible asesoría, en una concepción administrativa de la política: después del mitin, la plaza ha de ser barrida.

En la visión de sí misma que ha tenido la sociedad venezolana, se ha operado un cambio, si se quiere brutal, que encierra una gran potencialidad conceptual. Se ha pasado de un funcionamiento basado en una presunción de recursos no limitados, a otro basado en la certidumbre de la limitación, actual o a corto plazo, de recursos naturales: tierra agrícola, bosques, aguas, energía, entre otros.

En virtud de esta certidumbre, a la que se ha llegado casi sin transición luego de haber desdeñado durante años advertencias ilustradas, la política tendrá que dejar de ser, cada vez más, un ejercicio de conducción de hombres para volverse uno de administración de recursos. Ahora bien, la naturaleza y la magnitud de las dificultades que determinan ese tránsito requieren, no sólo de una esencial conversión del sistema político contemplado en el proyecto nacional, sino también de una conversión semejante del sistema social. A manera de ejemplo: si Venezuela es hoy, seguramente, uno de los países que tiene más posibilidades de sortear la crisis económica, ello se debe tanto a los recursos de que dispone como al tratamiento genuinamente democrático del problema.

Un Estado moderno y eficaz, como el que propone erigir el PRIE, en el marco de una sociedad amplia y profundamente democrática, debe apoyarse en un intenso y vasto desarrollo social y ser su cabal expresión. De otra manera la vocación tecnocrática vinculada con el abuso de los criterios de eficiencia y modernidad, puede tender a conformar ese Estado en detrimento de la democracia, de lo cual no faltan ejemplos históricos. La presencia decisoria de la sociedad en sus relaciones con el Estado se vuelve, de esta manera, clave del desarrollo del conjunto y, por ende, del éxito de la reformulación del proyecto nacional.

5. El PRIE se propone contribuir al despeje y ensanche de los canales mediante los cuales se hace posible la participación social, ampliada y profundizada, en el ejercicio de la democracia y en la

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determinación de los grandes objetivos sociales. La experiencia venezolana no autoriza a desconfiar de la aptitud del sistema político para determinar esos objetivos, pero la complejidad y la vastedad de la nueva problemática contemporánea hacen necesario reforzar esa aptitud con el concurso consciente y activo del todo social.

Está planteada la concordancia del sistema jurídico-político, factor constitutivo del proyecto nacional, con el cambio social ya ocurrido, e incluso para propiciarlo y anticiparlo. En este sentido debe prestarse especial atención a la articulación entre las políticas nacionales, necesariamente globales, y las regionales, más específicas. De una sociedad poco menos que reducida a ser un cuerpo indiferenciado, regido por una cabeza única, la sociedad venezolana actual ha pasado a ser un organismo nacional integrado por diversos centros de decisión social, que necesitan para su desenvolvimiento y desarrollo canales políticos apropiados, no como forma de diferenciarse ni de distanciarse entre sí, sino de concurrir a la formulación realista de políticas globales.

La reformulación del proyecto nacional, situada en esta perspectiva, presenta otro rasgo de novedad: ya no se propone inducir la sociedad a seguir pautas predeterminadas por la racionalidad política, aunque estuviesen muy bien fundadas en la experiencia histórica, como ha quedado demostrado. Se propone, en cambio, abrir el sistema político a la innovación social a través de la participación. Por ejemplo, ya no se tratará sólo de elegir democráticamente, garantizando en lo posible la representatividad y la responsabilidad del electo respecto del elector. A este último le tocará ejercer una suerte de derecho previo escogiendo a quienes puedan aspirar a ser electos.

Los retos que se vislumbran son de tal condición y magnitud, que el enfrentarlos con alguna posibilidad de éxito requiere de una mayor, y hasta decisiva, participación de la sociedad en la determinación de los grandes objetivos sociales. Para ello no basta con el mandato democrático actualmente practicado, sino que parece necesario institucionalizar modos de consulta directa y específica de la sociedad, compaginando sus resultados con la conducción social democrática institucionalizada.

4.6. El PRIE se propone contribuir a capacitar mejor la sociedad para que pueda enfrentar exitosamente riesgos actuales o inminentes, y abrirse con ello el futuro. Consciente de los riesgos implícitos en todo ensayo de prospectiva, su necesidad, sobre todo en un proceso de reformulación del proyecto nacional destinado a incidir en el curso ya esbozado en la sociedad, parece ineludible enclavar al PRIE en lo que podría denominarse la proyección prospectiva. En este sentido cabría diferenciar modalidades en los riesgos a los cuales se hace referencia, centrando la atención en

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aquellos que no sólo parecen tener una prolongada vigencia sino también una tendencia a agravarse.

Es posible componer un cuadro de los riesgos que se ciernen sobre la democracia venezolana, agrupándolos en función de criterios explícitos. En función de ese cuadro, y a manera de síntesis no sólo de ellos sino también del tiempo histórico en que se insertan, es posible concluir que la peor postura para enfrentarlos sería una que desvirtuase y desalentase la participación política, y que estuviese dominada por el temor a la presencia creativa de la sociedad.

Como vía para alejar la posibilidad de esa inconveniente postura se ha concebido la renovación de los instrumentos disponibles o requeridos para enfrentar los riesgos apuntados, acuciados quizá por la fundada preocupación de que la pérdida de eficiencia de los medios actualmente empleados conduzca la conciencia pública hacia la expectativa, nunca desdeñable, de intervenciones salvadoras; o, en el menor de los casos, que la lleve a reivindicar viejas fórmulas ordenadoras. En pocas palabras, de un Estado policial, como recurso desesperado de una sociedad privada de mecanismos de auto preservación, o contrariada en el uso de los mismos. No debemos olvidar que el fascismo fue popular antes de ser declarado el enemigo de los pueblos.

Pero el descubrimiento de la potencialidad creadora de la sociedad, es requisito indispensable para el cumplimiento de una tarea todavía más ardua: la que se desprende de la obligada concurrencia, con alguna posibilidad de supervivencia decorosa, en un escenario mundial caracterizado por demandas y retos que ya son en parte previsibles y que superan, con mucho, los recursos y disponibilidades actuales.

5.- Las amenazas al régimen democrático.

De manera general, puede afirmarse que las amenazas que se ciernen sobre la democracia en Venezuela deben ser apreciadas en una perspectiva social estructural. Con esto se quiere significar que si bien guardan una estrecha relación con el sistema o régimen político, su vínculo esencial es con la evolución de la sociedad, con el estado histórico de su desenvolvimiento y con el contexto internacional. Esto permite afirmar, entre otras cosas, que tales amenazas se ciernen sobre la democracia en este momento, pero que de manera igual o semejante pueden hacerlo y lo hacen sobre otros sistemas políticos. En tales casos, lo que distingue a los sistemas políticos es el modo de encarar los problemas o amenazas; entendiendo por ello desde la conceptualización de los mismos hasta los recursos y los procedimientos movilizados para encararlos.

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Parece posible clasificar las amenazas que se ciernen sobre la sociedad venezolana, y sobre su régimen democrático, atendiendo a dos criterios básicos, cuya presencia, aislada o combinadamente, permite diferenciar entre: a) las amenazas que tienen entidad específica, que son individualizables; y las amenazas que tienen el carácter de resultantes de la combinación de dos o más factores individualizables o del juego del conjunto de los mismos; y b) las amenazas frente a las cuales la sociedad venezolana tiene una capacidad de acción, en acto o en potencia, relativamente alta; y aquellas amenazas frente a las cuales esa capacidad es reducida o está subordinada a esquemas de cooperación o competencia internacionales.

Las amenazas frente a las cuales la sociedad venezolana tiene una capacidad de acción, en acto o en potencia, relativamente alta y autónoma, tienen que ver con:

1.- La marginalidad, entendida como participación escasa, insuficiente o decreciente, según las siguientes modalidades: Económica, expresada, entre otras cosas, como debilidad del mercado interno; Social, como insuficiencia de la sociedad civil; Política, como distorsión o deterioro de la participación; y Cultural, como acceso deficiente o viciado a las estructuras y a los productos culturales.

2.- El desempleo, en su diversidad de situaciones y de correlaciones: en función de la dinámica económica interna y en función de la atracción de mano de obra y de destreza.

3.- La ineficiencia, entendida como la incapacidad para manejar los cambios de escala, en lo interno, y como incapacidad de articulación con el exterior, y expresada como: insuficiencia de recursos humanos y como mal uso de los mismos.

4.- El agotamiento de los recursos naturales no renovables y el deterioro del ambiente, percibidos como: disminución acentuada de las disponibilidades de agua; destrucción de los bosques; y agotamiento de la tierra agrícola de primera, por uso urbanístico o industrial y erosión.

Las amenazas respecto de las cuales la capacidad de acción de la sociedad venezolana es menor, o está condicionada determinantemente por esquemas de cooperación o de competencias internacionales, tienen que ver con:

1.- Las migraciones no controlables. Vale decir que no lo son, y que probablemente no podrían serlo, ni en su origen ni en su ingreso, situación que se expresa en los siguientes términos: las migraciones no controlables como factor de deterioro de la calidad de vida; como factor de desquiciamiento social, y como factor de la rigidización del sistema político.

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2.- La internacionalización de violencia, en sus modalidades frecuentemente vinculadas: desestabilización y desorganización política y social en áreas vecinas o relacionadas.

3.- El tráfico de estupefacientes, como uno de los problemas más serios que ha tocado enfrentar en los últimos tiempos, que se ha convertido en un asunto de difícil contención, que desafía abiertamente nuestros países. Su erradicación amerita acciones efectivas que van mucho más allá del esfuerzo nacional aislado. El narcotráfico es una manifestación internacional que debe ser abordad en el marco de la cooperación internacional.

Las amenazas resultantes de la combinación de dos o más factores individualizables o del juego del conjunto de los mismos, tienen que ver con:

1.- La corrupción, entendida como una práctica social: cambio y “desarrollo” en la corrupción; escala y modalidades; internalización social de la corrupción; formas toleradas y hasta “institucionalizadas”.

2.- La desorganización social: la criminalidad; las conductas delictivas: urbanismo anárquico, etc.; el deterioro de los servicios públicos: educación, sanidad, transporte, comunicaciones, entre otros; y el “aprovechamiento libre” de los servicios básicos, tales como agua y luz.

3. La pérdida de confianza en la funcionalidad del sistema democrático, expresada como: incredulidad generada por la falta reciproca de veracidad; suspicacia y descalificación respecto de la vida política, sindical y gremial, y abstención electoral.

4. El desaliento y apatía social y política, con alto poder corrosivo, que es función del deterioro de la clase media, y se convierte en caldo de cultivo del terrorismo y en antesala probable del golpe de Estado.

La gama de las amenazas que se ciernen sobre la sociedad venezolana y su sistema democrático demanda respuestas que comprometen todos los recursos con que cuenta la sociedad, pero sobre todo el empleo eficaz de los mismos. El debate previsible se focalizará en el último aspecto, y en función del mismo será cuestionado el sistema democrático en un doble sentido: lo será por quienes crean tener derecho a esperar de él una eficaz y oportuna movilización de los recursos sociales; pero no lo será menos por quienes tomen pie en las que estimen vacilaciones o debilidades del sistema democrático –imputaciones que se derivarán naturalmente del celo que ese sistema deberá mantener en salvaguardar los derechos, so pena de traicionar su esencia-, para declararlo ineficaz y para trabajar por la substitución por un sistema autoritario, si es que no francamente dictatorial. Debe evitarse a toda costa que un

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sector social, importante por su número o por su poder social, llegue a esta conclusión. En este sentido el PRIE entiende cumplir una función preventiva de una quiebra de la confianza de la sociedad en la aptitud del sistema democrático para preservarla de la acción de las amenazas mencionadas. La escasa, tardía o renuente determinación en la instrumentación del PRIE podría traer como consecuencias especiales graves:

- La desventaja de no contar con la movilización social como potenciadora de los recursos sociales existentes, y como fuente ella misma de nuevos recursos sociales, para enfrentar las amenazas. La experiencia histórica demuestra que los Estados solos son incapaces para enfrentarlas con éxito, o deben consentir cambios en su naturaleza que de manera casi indefectible van en desmedro de su contenido democrático.

- La radicación en la sociedad de un estado de escepticismo o de desaliento que constituye terreno abonado para las posturas antidemocráticas. Una vez radicado tal estado social de ánimo, es no sólo difícil sino muy lenta tarea el erradicarlo.

- La inadecuada utilización de los recursos de todo orden, pero en primer lugar humanos, que habrían de impulsar el desarrollo del país, disminuyendo con ello su presencia en escenarios más amplios, y debilitando su capacidad de competencia.

Uno de los propósitos del PRIE es mostrar que la capacidad de respuesta de la sociedad venezolana ante las amenazas que se ciernen sobre ella y sobre su sistema democrático, es función de la identificación real y consciente de la sociedad con ese sistema. Por tal se entiende el resultado del ejercicio pleno de la participación en todos los órdenes vitales: socioeconómico, político y cultural.

Al mismo tiempo, el PRIE busca fortalecer la posición del Estado y de la sociedad venezolana en la muy controversial escena internacional. Para el efecto se toma como criterio básico la comprobación de que la presencia internacional de la sociedad venezolana tiende a hacerse cada día más amplia y significativa, como consecuencia del propio desarrollo socioeconómico y de requerimientos surgidos del propio orden internacional.

La creciente significación de Venezuela en el ámbito político y económico, continental y mundial, exige conformar un Estado moderno y eficiente, por razones de desarrollo productivo, de acceso a los mercados y de preservación de los intereses nacionales en el marco de negociaciones cada día más complejas y exigentes. El papel que Venezuela está llamada a desempeñar en el teatro latinoamericano, y aun mundial, necesitará de la fuerza política y ética derivada de una genuina democracia desarrollada.

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La condición internacional de los peligros que acechan a la democracia, llega a conformar verdaderas agresiones no sólo contra la democracia sino también contra la soberanía. Esta situación impone la conjugación de los factores ya señalados: la democracia como escudo ante amenazas que exigen una capacidad de respuesta que sólo puede tener un Estado moderno y eficiente, capaz por lo tanto de tener presencia significativa en la concertación internacional.

En los próximos capítulos se desarrollan las líneas maestras, a través de las cuales se propone reformar el Estado venezolano en la actualidad y que en su conjunto constituyen el cuerpo prescriptivo del PRIE.”

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* La Reforma del Estado. Proyecto de Reforma integral del Estado, Capítulo II, pp. 75-99.

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Sexto texto:

Carrera Damas, Germán, “La reformulación del Proyecto Nacional venezolano en perspectiva histórica”. Venezuela, del siglo XX al siglo XXI: un proyecto para construirla. Carlos Blanco (Coordinador). Caracas, Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE), 1993.

“La reformulación del Proyecto Nacional Venezolano en perspectiva histórica”.*

“La necesidad de reformular el Proyecto nacional es de carácter histórico. Tiene el sentido esencial de que se inscribe en un proceso de esa naturaleza. Pero también tiene el sentido de que su viabilidad está condicionada por el grado de correspondencia que tal reforma logre respecto del desenvolvimiento de la sociedad apreciado en el largo período. Nada más cargado de riesgos, en estas circunstancias, que el ceder a la tentación de tomar atajos. Nada más contrario al interés de la sociedad que el subestimar la gravedad de esta situación. Nada más irresponsable que el eludir la acción consiguiente. Nada más culpable que el anteponer a la acción constructiva, en función de la gravedad de esta situación, cualesquiera otros intereses, individuales o colectivos.

Por mucho tiempo se ha debatido sobre la modalidad que tal reformulación debe tener. El debate se ha desarrollado entre los polos representados básicamente por las nociones de evolución y revolución.

Desde la década de 1930 los partidarios de esta última buscaron más que la reformulación del Proyecto nacional su sustitución por un proyecto diferente, simplificado en el pasado reciente por el socialismo. Sea dicho de paso que desde la década mencionada la proposición socialista ha sido muy diversa en su expresión. Ha abarcado desde el nacionalsocialismo y el fascismo hasta el socialismo autocrático, amén de la controversia en torno a la ortodoxia ideológica.

A su vez, las proposiciones identificadas con un criterio de evolución incorporaron a su fondo liberal democrático, madurado a lo largo del siglo XIX, nociones extraídas del socialismo que incluyeron desde el antiimperialismo hasta la organización partidista de corte leninista, pasando por el culto a la nacionalización, vista ésta no sólo como un instrumento del antiimperialismo sino también como un principio propiciador de una economía nacional independiente, más eficiente y compatible con las aspiraciones de justicia social.

Hoy puede considerarse que la proposición socialista ha dejado de jugar un papel polar. Presumiblemente, así será por mucho tiempo, pues no será corto el que tomará el componer

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proposiciones orgánicas de inspiración socialista compatibles con valores tales como los inherentes a la economía libre de mercado, al ejercicio de la democracia política y a la práctica de los derechos humanos.

Este cambio, dramático en alto grado, ocurrido en el ya estrecho abanico de opciones abierto a la reformulación del Proyecto nacional, encierra grandes riesgos. Ellos están representados globalmente por una suerte de reafirmación de los factores y actitudes conservadores, que necesariamente se movilizan en función de la reformulación del Proyecto nacional. Parecen extraer su fuerza de la creencia ahistórica, de que el socialismo, descalabrado como sistema sociopolítico y económico, ha perdido, y por siempre, toda vigencia como filosofía social.

Cierto que en esa creencia quienes la abrigan cuentan con el concurso, seguramente involuntario, de los fundamentalistas del socialismo autocrático, dedicados a urdir coartadas para preservar su fe.

Hoy más que nunca, en esta materia, reformular significa crear. Quizás sólo sea comparable con esta circunstancia la del tránsito de la Monarquía a la República, en el primer tercio del siglo XIX. En la ocasión de la formulación definitiva del Proyecto nacional, recogida casi programáticamente en la Constitución de 1864, la tarea consistió sobre todo en una reorientación conceptual sistemática del Proyecto nacional, que había venido gestándose desde 1811.

Bien diferente es la situación actual. Tal diferencia se deriva sobre todo de dos grandes logros. El rimero consiste en que el Proyecto nacional ha completado una etapa: las de institucionalización básica del Estado liberal democrático. Pero este objetivo se ha alcanzado sobre todo en el sistema o nivel sociopolítico, y en el seno de éste en el área político-institucional representada por los mecanismos de formación, ejercicio y finalidad del poder. El segundo logro consiste en que, al amparo del Estado liberal democrático, la sociedad venezolana ha alcanzado un grado de madurez sociopolítica en el cual requiere más expeditos cauces para su funcionamiento y desarrollo, so pena de padecer grave desconcierto y hasta extravío.

La reformulación del Proyecto nacional se vuelve, en suma, necesaria conformación de una sociedad democrática. Ello demanda la adaptación del sistema sociopolítico para que la sociedad pueda actuar creativamente en relación con los componentes fundamentales de la estructura de poder interna: el régimen social de la propiedad y el trabajo, el papel social de la mujer, la funcionalidad social del Estado de Derecho como un eficaz complejo de deberes y derechos que integran la genuina ciudadanía, etc. Todo

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lo cual requiere, a su vez, la introducción en el sistema jurídico-político de reformas y ajustes que auspicien, faciliten y canalicen el cambio social. Resumiendo, si bien hasta el presente la conducción del Proyecto nacional ha sido asunto casi exclusivo del Estado, la reformulación ahora planteada ha de ser sobre todo asunto de la sociedad.

I

Con referencia a una determinada formación social, creo posible afirmar que, en un momento dado, su historia tiene un sentido, el cual puede ser despejado partiendo de la aparentemente caótica acumulación de hechos. La circunstancia de que ese sentido no sea siempre el mismo, sino que se modifique en función de la duración histórica considerada al despejarlo, no invalidaría la afirmación inicial. Por el contrario, sería prueba de la objetividad de la historia, la cual se corresponde con el dinamismo que la caracteriza. Por lo tanto, mal puede pretenderse que el sentido de la historia sea inmutable. Pero no menos infundado sería pretender que la historia carece de sentido o siquiera el que éste sea inescrutable. En momentos de desconcierto social –que no cabe confundir con crisis- conviene no perder de vista estos conceptos.

Por esta razón afirmo que la historia de Venezuela, vista desde hoy, revela un sentido: el de la formación de una sociedad democrática, como objetivo, como tarea histórica y como resultado. Importa mucho subrayar estas tres circunstancias. La primera nos dice de la claridad con que se eligió el camino a seguir socialmente. La segunda nos dice de la tenacidad y de la constancia demostradas al seguir ese camino. La tercera nos dice de los resultados alcanzados, pero sobre todo de la formación de una conciencia de lo real respecto de lo alcanzado al cabo de casi dos siglos de afanes.

Antes de proseguir vale la pena hacer dos observaciones. Primera, en América Latina dos siglos no constituyen un período mediano, menos aún corto. En cambio sería otra la perspectiva si nos situáramos en Europa, en el Medio Oriente o en el Sudeste asiático. Parece pues sensato referir, en este caso, el largo período al tiempo históricamente necesario para la realización de una forma histórica. Segunda: la determinación de que han dado prueba las sociedades latinoamericanas al formular su respectivo proyecto nacional, así como la tenacidad demostrada en su realización, hablan muy alto de la capacidad de esas sociedades para formular objetivos nacionales. Estos, agrupados en el proyecto nacional identificado con el Estado liberal democrático en el marco de la República, han sido incesantemente ensayados pero nunca descartados. A diferencia de otras sociedades que, si bien más desarrolladas y estructuradas, han demostrado menos constancia en su organización sociopolítica.

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Es oportuno subrayar estas observaciones, pues, si nos referimos a la formación de una sociedad democrática, los casi dos siglos venezolanos no difieren mucho, por ejemplo, de los casi dos siglos norteamericanos, lastrados en gran parte por el racismo; de los dos siglos franceses, con sus irrupciones autoritarias; y no sigo con las referencias.

II

Sentadas estas consideraciones de criterio, es oportuno esbozar nuestro campo de trabajo. En los casi dos siglos de la historia de Venezuela que interrogaremos para que nos entreguen su sentido fundamental, es posible advertir tres grandes etapas-objetivos. Jalonan la vida de un pueblo que conquistó la capacidad de regir su destino luego de romper el nexo colonial con la metrópoli española. Esto sin perder de vista la circunstancia de que tal conquista se obtuvo al cabo de más de diez años de una guerra larga y cruenta, que consumió más de la tercera parte de la población, dañó considerablemente la base económica y desangró, por así decirlo, los signos de civilización y cultura formados a lo largo de los tres siglos precedentes. Los críticos severos de las sociedades latinoamericanas, y por consiguiente de la venezolana, no ha tomado debida cuenta de estas circunstancias, que estuvieron ausentes, por ejemplo, del experimento republicano norteamericano. Procesos recientes, como la descolonización producto de la Segunda Guerra Mundial en África, Asia y el Caribe, han permitido apreciar, en las nuevas modalidades de ruptura del nexo colonial, la enorme dificultad del tránsito por ella representada, incluso en los casos en que esa ruptura resultó de procedimientos político-administrativos consensuados.

Es aconsejable tener presente esta última observación; no para justificar malandanzas sino para medir con mayor acierto el significado de las tres grandes etapas-objetivos que marcan el desenvolvimiento histórico de la sociedad venezolana.

La primera etapa objetivo estuvo orgánicamente vinculada con la guerra de Independencia. Su punto de partida fue la declaración misma de la independencia, y casi simultáneamente la promulgación de la Constitución federal de 1811. Se conformó el objetivo que estuvo vigente hasta 1864, es decir la instauración de un Estado soberano, republicano, estructurado según las pautas constitucionales del liberalismo. La disputa sobre federalismo o centralismo no comprometió el fondo doctrinario del objetivo; hasta el punto de que, visto desde hoy, el pleito parece haber sido entre liberales conservadores y liberales reformadores, La diferencia radicaba, propiamente, en la proyección social del debate. Restablecer la estructura de poder interna, desarticulada por la

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guerra, era el propósito único de la clase dominante. El procurarlo, rescatando y consolidando los fragmentos de la preexistente estructura de poder interna, o el procurarlo mediante ajustes y cambios que permitieran canalizar, y por lo mismo regularlos, los conflictos sociales que traducían la lucha de los diversos sectores y clases sociales por la libertad y la igualdad, era lo que en realidad establecía la diferencia entre los dos bandos de los cultores y promotores del Estado soberano, republicano y liberal. Me refiero a la lucha de los criollos por la igualdad, frente a los españoles peninsulares; a la de los pardos por la igualdad, respecto de los criollos; y a la de los esclavos por su libertad, respecto de los esclavistas. Libradas en diversos teatros y con medios igualmente diversos, estas luchas corrieron sobre todo a lo largo de la última fase de la sociedad colonial venezolana y se prolongaron en la República independiente. Obsérvese que los criollos blancos fueron uno de los polos en todas las luchas, por ser los actores dominantes de la vida social.

La confrontación entre estas concepciones de la política desembocó, luego de una guerra de cinco años, -la llamada Guerra Federal-, en la segunda etapa-objetivo: la conformación del Estado liberal democrático. De hecho, el énfasis ya no se puso en la forma constitucional sino en los mecanismos de formación del poder político y en la finalidad del mismo; no así en lo concerniente a su ejercicio. En cuanto a los mecanismos de formación del poder, la modernización del sufragio se vio anulada en la práctica por la instauración de una suerte de régimen de partido único, el Partido Liberal, vencedor en la guerra, por virtual disolución del Partido Conservador, vencido; y por la absorción por el primero de muchos de los sostenedores del segundo. Por esta vía se desembocó en una autocracia intolerante, la del general Antonio Guzmán Blanco. No obstante quedó consagrada, en la conciencia política así como en el marco constitucional, la ampliación democrática del Estado liberal, respecto de lo cual ya no fue posible retroceder sino sobre la base de las situaciones de facto que desalentaron la formación de partidos políticos modernos. En el orden social se lograron dos resultados importantes en el largo plazo: se cerró definitivamente el paso a la posibilidad del retorno institucionalizado de privilegios, y se echaron las bases de un Estado laico mediante la ruptura del poder económico, social y político de la Iglesia cristiana católica, el indicio de la organización modernizada de la administración pública y el decreto sobre instrucción primaria pública, gratuita y obligatoria. La instauración de la prolongada autocracia del general Antonio Guzmán Blanco, 1870-1876, si bien frenó el desarrollo político promovió, de propósito y de hecho, la liberalización de la sociedad, abriendo la vía para su democratización. Al mismo tiempo, y bajo la cubierta ideológica del federalismo, echó las bases de un centralismo integrador que alcanzó su máximo nivel en la siguiente etapa-objetivo.

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El adelanto en la conformación de una sociedad democrática requería la institucionalización del Estado liberal democrático. Ello sólo fue posible, justamente, mediante la democratización combativa de la sociedad: la organización de la política en partidos y sindicatos, la gremialización docente y la lucha por la libertad de información. Se dibujaron de esta manera las dos variantes correlativas de la tercera etapa-objetivo: una, la de la institucionalización del Estado liberal democrático, entró en su fase de realización en 1945-1948, transitoriamente, y a partir de 1958 de manera sostenida. Respecto de la otra vertiente, las Constituciones de 1947 y 1961 recogieron y compusieron el programa de democratización de la sociedad, formulado y promovido sustancialmente, por el recién constituido partido Acción Democrática (legalizado en 1941), en medio de una intensa confrontación ideológica con otros partidos recientes, pero sobre todo con las fuerzas sociopolíticas tradicionales agrupadas en el llamado lopecismo. Había transcurrido poco menos de un siglo desde la formulación constitucional del Estado liberal democrático (1846). Sus postulados aguardaban por un desarrollo social que comenzó a producirse a partir de 1930, bajo el impulso de la explotación petrolera. Esta sacó a la sociedad venezolana de su estado de aguda carencia de elementos dinámicos (se desarrolló la burguesía, se consolidó y desarrolló la clase media y se formó la clase obrera). El Estado dispuso de los recursos necesarios para adelantar, desde el poder, la fundamentación de la sociedad democrática: desarrollo y difusión de la educación, mejoramiento de las condiciones sanitarias, vinculación interregional, etc.

III

Llegados a este punto, creo que se hacen necesarias algunas precisiones. La primera precisión es la de que se trata de etapas-objetivos que corresponden al todo social y que se realizan históricamente. Digo que corresponden al todo social por cuanto no son la obra de un partido o de un círculo gobernante, entendidos como agrupaciones que se mueven según fines exclusivos. Integran el proyecto nacional venezolano y como tal este último recoge la contribución de todos los grupos o sectores insertos en la estructura de poder interna. Cierto es que la formulación de ese proyecto, –que no está representado por la sola expresión constitucional del mismo, si bien esta última es parte fundamental de él-, corre a cargo de una clase o sector dominante socialmente. Pero tal formulación, si bien se corresponde primordialmente con los intereses propios del sector o clase que la hace o patrocina, no puede dejar de corresponder, en algún grado, a los intereses propios de los sectores o clases que guardan una posición subordinada, pero interdependiente, en la estructura de poder interna. Si no fuera así el proyecto no podría contar con el respaldo promotor del todo social. no podría ser auto sostenido y no podría, esencialmente, perfeccionarse a sí mismo.

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Pero las etapas-objetivos que integran el proyecto nacional venezolano, el cual podría expresarse como la procuración de un Estado soberano, republicano, liberal y democrático, como marco institucional para la conformación de una sociedad democrática, corresponden al todo social por cuanto se realizan por el juego de la contradicción. Y esto es así porque aun cuando los diversos sectores y clases sociales se encuentran articulados en la estructura de poder interna, tal articulación no es el producto de un propósito. Es una resultante que se produce como saldo de una confrontación crítica de individuos, grupos y clases en función del peso de los invariantes históricos, representados en este proceso por la resistencia que todos los sectores oponen al cambio, a la transformación social. Esa resistencia se expresa como oposición, pero también como defensa activa de intereses. Este enfoque de la lucha social es lo que permite afirmar que no puede el historiador discernir signos positivos o negativos exclusivos, por ejemplo, a la participación que tuvieron en la formulación y promoción del proyecto nacional los liberales conservadores y los liberales reformadores. Y es justamente este enfoque el que permite captar y apreciar en su valor histórico el papel desempeñado por cada fuerza o sector en las confrontaciones, de todo orden, que han terminado por arrojar un saldo válido para todo el cuerpo social. La democracia política, genuinamente practicada, no es otra cosa que la asunción de esta dialéctica de la vida sociopolítica.

Digo, por último, que las etapas-objetivo se corresponden con el todo social, y se realizan históricamente, por cuanto tal realización no ha seguido una línea recta, constantemente progresiva en su curso, aunque sí en su resultado, en lo que se revela como el sentido de la historia de que hablé al comienzo de estas reflexiones. Plagado de fracturas, de contradicciones en apariencia insalvables, y en no pocos casos dominado por lapsos prolongados de estancamiento y aun de retroceso, el cumplimiento de esas etapas-objetivo a que me vengo refiriendo se corresponde con la dinámica esencial de la historia. Para ésta nada sucede en vano ni nada de los sucedido está desprovisto de perdurabilidad, por cuanto todo se realiza a un tiempo en sí mismo y en su contrario, al igual que se traduce en un incesante juego de continuidad y ruptura.

La primera etapa-objetivo

No sólo en el sentido de inicial sino también en el de primaria, del proyecto nacional venezolano, la primera etapa-objetivo fue la instauración de un Estado soberano, republicano y liberal. Su procuración y logro requirió de la sociedad venezolana dar tres grandes pasos orgánicamente vinculados entre sí, tanto en su concepción como en su desarrollo; de manera que no se puede establecer una secuencia de los mismos ni componer un orden de prioridad. Sin embargo es posible diferenciarlos para los fines del análisis histórico.

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El primer paso fue la ruptura del nexo colonial con España. Aunque esa ruptura se completó en el lapso 1821-1824, no es posible fechar su inicio. Pero sí es posible afirmar que esa ruptura ya se encontraba resuelta, potencialmente, en el sentido de la voluntad de su logro, cuando se firmó el Acta de la Declaración de Independencia, el 5 de julio de 1811. Nada importa, en ese orden de ideas, el que algunos firmaran a regañadientes; el que otros al firmar se negaran a sí mismos por temor al futuro; o el que otros conspirasen luego activamente contra lo declarado. Siempre podremos discutir los historiadores, para salud de nuestra profesión, sobre las raíces profundas del acto inicial y primario de la soberanía. Sobre si expresaba la voluntad de todo un pueblo o si, por el contrario, fue en cierto grado impuesto por un pequeño grupo de cabezas calientes, como se le llamó entonces. Procurando eludir los riesgos de la explicación ex post factum, pero también las acechanzas de la Historia “que pudo ser”, cabe afirmar que el sentido profundo de la controversia ideológica, del enfrentamiento social y del choque bélico desencadenados con este primer paso, terminó por corresponderse con la aspiración del todo social venezolano.

El segundo paso no estaba necesariamente implícito en el primero, y tal fue la abolición de la Monarquía. Conceptualmente, no era imprescindible, ni mucho menos ineludible, la abolición de la Monarquía para romper el nexo colonial. Si bien fue políticamente necesario hacerlo, en el trance de la ruptura del nexo colonial ello no significaba la necesidad del abandono absoluto y sobre todo definitivo de la Monarquía como forma de organización social y política. Y digo social porque el venezolano había demostrado ser un pueblo genuinamente monárquico, tanto al oponerse a los intentos de otras monarquías como al repudiar a quienes, como Francisco de Miranda, quisieron inducirlo por voluntad propia a la ruptura del nexo colonial. La tozudez de Fernando VII en 1814, y la invasión de España por los Hijos de San Luis en 1823, cerraron la puerta a la monarquía constitucional, la cual era, por otra parte, el legado original de la Revolución Francesa. La superación de los mandatos de la conciencia monárquica, orgánicamente vinculados con los mandatos de la conciencia cristiana católica, fue un duro trance para los venezolanos. Lo fue no sólo para quienes, como Juan Germán Roscio, vertieron su crisis de conciencia en un libro que hoy nos luce tan farragoso y lleno de vericuetos teológico-filosóficos como fue de auténtica y profunda la crisis de conciencia que lo generó. Lo fue también para los miles de analfabetos que veían en la ruptura del nexo colonial y en el abandono de la Monarquía no sólo un acto de desobediencia a la voluntad del Rey sino, también y sobre todo, uno de desacato a la de Dios.

Nuestra historiografía republicana ha pasado sobre esta crisis de conciencia demostrando una superficialidad interesada; pero seguramente también, y lo digo ahora para la historiografía

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republicana de nuestro tiempo, haciendo gala de un profundo desdén por los fenómenos psicosociales conectados con las formas ideológico-religiosas. Fue este, sin embargo, el primer gran triunfo de los venezolanos sobre sí mismos. La proyección de tal hecho como prueba de la firme determinación de una sociedad en el propósito de regir su destino, ha quedado minimizada por la necesidad que tuvieron la historiografía de la independencia, y la de la República, de desestimar nuestro pasado monárquico para legitimar la Independencia. Pero también y especialmente para exonerarnos del cargo de felonía que hicieron los defensores del rey, fuesen españoles peninsulares o criollos venezolanos, pues el hecho es que el 19 de abril de 1810 se juró ante Dios defender los derechos de Fernando VII y el 5 de julio de 1811, también ante Dios, se abolió la Monarquía al declarar la independencia e instaurar la República. Este pudor historiográfico nos llevó a creernos “nunca realmente monárquicos”, si es que no republicanos que se ignoraban a sí mismos. Fue ese, sin embargo, el primer gran triunfo de la conciencia política de los venezolanos, porque el adversario tenía la fuerza de nuestra más arraigada forma de conciencia colectiva. Por otra parte, nuestra conducta de entonces no difirió en nada de la seguida por todos los pueblos que, en una circunstancia dada, al luchar por la independencia y o por la libertad lo hicieron contra la Monarquía, como ocurrió en las colonias inglesas de América y en los viejos reinos europeos, comenzando por Francia y la propia España.

El tercer paso fue la construcción de la República, identificada para el caso con la instauración del Estado liberal. Si los pasos anteriores eran en sí difíciles, éste lo era aún más. Ya no se trataba de demoler lo existente sino de reemplazarlo por la realización de un concepto. El nexo colonial y la Monarquía pertenecían a lo tangible, así como a la creencia. Arraigada ésta en cada uno lo volvía el más celoso guardián de lo que, según los demoledores, no era otra cosa que privación de la libertad. La República, en cambio, era una abstracción imposible de captar por quienes habrían de construirla en lo cotidiano. Por eso nada asombroso, mucho menos contradictorio, hubo en que la República fuese el producto de un acto de fuerza, vuelto voluntad común al cabo de catorce años de violencia. Por otra parte, la Historia sabe muy bien que los caminos que conducen hacia la Libertad no siempre son trazados por la Libertad misma. La construcción de la República chocaba con la adversa experiencia republicana, sobre todo en Francia, pero también en Estados Unidos, única república establecida en 1821-1824, aunque al favor de la deliberada invocación mentirosa de principios nunca realizados si es que no irrealizables, como lo han sido en gran parte la libertad, la igualdad y, sobre todo, la fraternidad. Así lo percibió Alexis de Tocqueville y lo ejemplarizó en Venezuela Francisco Javier Yánez, antes que el francés. Se lanzaron los venezolanos, como las otras sociedades criollas de América, –las sociedades indígenas no han sido jamás republicanas, ni lo son hoy-,

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a la construcción de la república liberal, tarea en la cual habían fracasado entonces los europeos y para la cual habían labrado los norteamericanos una solución imperfecta; en la que no ha sido difícil para algunos historiadores norteamericanos percibir vicios semejantes a los que plagaron durante el siglo XIX la República en América Latina. Aquí, como allá, se tardó en comprender que no bastaba con romper el nexo colonial, y con abolir la Monarquía, para tener repúblicas pobladas de ciudadanos. Simón Rodríguez lo advirtió en 1828, y ello le costó un exilio intelectual que ha durado casi dos siglos.

La segunda etapa-objetivo

La conformación del Estado liberal democrático constituye la segunda etapa-objetivo del proyecto nacional venezolano. Se planteó una vez resuelto el problema fundamental producido por la guerra de independencia, es decir el del restablecimiento de la estructura de poder interna de la sociedad. Esto se logró al favor de la salida de las masas populares de la historia de Venezuela, gracias al triunfo político, más que militar, del liberalismo reformista en la Guerra Federal (1859-1863). Se requería llevar a la práctica la consolidación de la estructura de poder interna. Para ello era necesario arbitrar los conflictos sociales básicos, a los cuales me he referido, y propiciar el desarrollo modernizador de la estructura de poder interna abriéndole cauce a la transformación de la clase dominante en una burguesía “a la europea”. Tal fue el propósito de la empresa liberalizadora dirigida por el “autócrata civilizador” general Antonio Guzmán Blanco, y por algunos de sus ilustrados colaboradores. Para alcanzar ese objetivo hubo que dar tres pasos acerca de los cuales cabe hacer las mismas consideraciones enunciadas para los pasos contemplados en la etapa-objetivo precedente.

El primer paso consistió en montar el que denomino inicial intento sistemático de conformación liberal democrática de la sociedad venezolana. Lo más notable de este intento consistió en que no se detuvo en el diseño del marco legal requerido, sino que simultáneamente se emprendió el llevarlo a la práctica. Con lo primero se dotó a la sociedad venezolana de un punto de referencia jurídico-doctrinario, sobre cuya formulación y alcance ya no se retrocedió. Con los segundo se lograron dos importantes resultados: el primero, la comprobación de que sí era posible salir del marasmo estructural en el cual se encontraba sumida la sociedad venezolana desde finales del siglo XVIII; y el segundo, el dotarse esa sociedad de una pauta modernizadora cuyo carácter en gran parte imitativo no la despojaba por completo de virtualidad, pero una pauta de la que hasta entonces había carecido. Dura tarea fue la demolición de reliquias del régimen colonial. Éstas no sólo habían sobrevivido a la ruptura del nexo colonial sino que incluso habían ganado vigor al favor del descrédito de la república subsiguiente. Levantó tenaz

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resistencia de parte de poderosos sectores sociales. El enfrentamiento con la Iglesia; la exaltación, –si bien más retórica que real-, de los popular; y la prédica del liberalismo en todas las manifestaciones de la sociedad, fueron posturas que aun cuando se mostrasen al cabo cargadas de inconsecuencia, nutrieron actitudes y designios. Hallaron expresión incluso entre los más cercanos colaboradores del “autócrata civilizador”, quienes al reaccionar contra los excesos despóticos de éste atenuaron el alcance de las reformas emprendidas. Pero no llegaron a anularlas totalmente, quedando por lo tanto como base adquirida para nuevos desarrollos.

El segundo paso de la etapa-objetivo que he caracterizado como de conformación del Estado liberal democrático, consistió en la búsqueda del equilibrio, difícil, entre el propósito liberal democrático modernizador y el reformismo modernizador autocrático. La dificultad radicó en que el restablecimiento de la estructura de poder interna, desarticulada por la guerra de independencia, no bastaba para que la sociedad tomase un nuevo rumbo. La ausencia de estructuras sociales, políticas y económicas, expresaba la marcada debilidad de una clase dominante poco numerosa. Esta se hallaba, además, desprovista de factores de poder y de medios que le permitiesen ejercer holgadamente el control de la sociedad, recién recuperado. Pero, sobre todo, de convertirlo en capacidad para orientarla e impulsarla siguiendo un nuevo curso. El desenlace de la llamada Guerra Federal, al ser más político que militar, evitó el insuperable descalabro de la clase dominante. Pero los esfuerzos por reconstituir la unidad de esta clase, que se había roto en la década de 1830-1840, como consecuencia del debate sobre los medios y la estrategia más idóneos para restablecer la estructura de poder interna, no fue sin embargo bastante para dotar la sociedad de un núcleo dirigente coherente. Simultáneamente, el advenimiento de un nuevo estilo en la expansión imperialista europea, impulsado este proceso por la llamada “segunda revolución industrial”, generó una onda modernizadora que muy pronto repercutió en Venezuela, dotando a los reformadores liberales de un punto de referencia tan atractivo como prestigioso. Se dieron de esta manera las condiciones para que se actualizara el que he bautizado como reformismo modernizador autocrático, suerte de caudillismo ilustrado, representado excelentemente por el tantas veces mencionado general Antonio Guzmán Blanco. El resultado fue una disociación chocante entre la vida política, en la cual la apariencia liberal modernizada apenas encubría un ejercicio autocrático-caudillesco del poder; y una administración pública liberal modernizadora que no ya inducía sino que imponía el cambio social. Este rasgo “tradicional” del reformismo acarreó el disgusto y la oposición incluso de quienes por su nivel cultural estaban esencialmente identificados con el liberalismo modernizador. De hecho, con su actitud contribuyeron de manera significativa al peso de los invariantes históricos, aunque en este caso se manifestaron más como renuencia al cambio que como defensa doctrinaria del

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pasado, sintetizada esta actitud en el abandono definitivo del conservatismo como “doctrina” política.

El tercer paso de esta etapa-objetivo lo constituye esa que he denominado la “agonía decimonónica” de la sociedad venezolana. Consistió en la urgencia de generar fuerzas sociales y económicas capaces de sostener e impulsar el proyecto nacional liberal democrático. Todavía prevalece en la sociedad venezolana, alimentado por la historiografía marxista desorientada, un sentimiento de rencor respecto del “autócrata civilizador” que nos hizo tomar conciencia del atraso y del primitivismo de la sociedad que formábamos. El estilo prepotente, ostentoso e inescrupuloso del déspota ilustrado puso su parte en la generación de este sentimiento, revelador de la impotencia de la sociedad para promoverse en lo económico y lo político, especialmente. Pero es un hecho que el proyecto liberal democratizador constituyó el inicio, todavía mal comprendido, de una importante tradición venezolana: la del ejercicio pedagógico del poder, en el sentido, o como remedo quizás, del despotismo ilustrado del que Europa nos ha dado tantos ejemplos, algunos de ellos muy recientes, por cierto. Como el ejercicio del poder asociado a la formulación y realización de un proyecto de transformación de la sociedad, así luce, visto desde el presente, aquel momento de la historia de la sociedad venezolana. Pero todavía se ha entendido menos la parte de esa política, aunque fue fundamental, consistente en la búsqueda de medios que creasen las condiciones requeridas para asegurar la perdurabilidad y el desarrollo del proyecto nacional. El General Antonio Guzmán Blanco sabía muy bien que el proyecto liberal democrático modernizador no podía realizarse plenamente en la sociedad venezolana de su tiempo, a menos que se lograse lanzarla por una vía de fortalecimiento económico y cultural. Por ello la apertura hacia el capital europeo, a su juicio tan necesaria para el progreso del país como era de lucrativa para sus intereses personales. Por eso sus realizaciones en los órdenes educativo y cultural.

La tercera etapa-objetivo

Vivida hoy por la sociedad venezolana, consiste en la conformación de una sociedad democrática. Se abrió esta etapa con la superación de la contradicción encerrada, en el propósito liberal democratizador y modernizador, entre el ejercicio del poder político y la promoción del cambio social, sintetizado éste en la noción de progreso, la cual para el efecto también había variado de contenido. Ciertamente, durante la parte inicial del siglo XIX el progreso fue entendido como una noción que reunía, inseparablemente, lo material, lo político, lo social y lo moral. El ejercicio autocrático del poder público condujo a una cruda diferenciación entre el progreso material y todo lo demás; reclamándose para el primero la prioridad y convirtiéndolo en coartada para justificar el abandono de las otras dimensiones del progreso. El final del siglo XIX, y las casi cuatro

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primeras décadas del XX, se gastaron en este debate, representado cabalmente por el régimen del general Juan Vicente Gómez.

Pero muy lejos se estaba de sospechar que el progreso material, constituido para el caso por el efecto múltiple y transformador del advenimiento de la civilización petrolera, conduciría ciertamente a plantearse la necesidad de devolverle a lo social, a lo político y a lo moral, el papel que les correspondía. De allí que la lucha por la democratización se plantease desde 1936 con el sentido de realización de un propósito: el de impulsar la conformación de una sociedad democrática en la cual recobrasen vigencia las dimensiones abandonadas del progreso.

De manera no sorprendente, porque en la Historia no hay lugar para sorpresas, se reanudaba la tendencia inaugurada por el general Antonio Guzmán Blanco. Digo esto a sabiendas de que a quienes daban nuevo impulso a la tendencia no sólo no se les habría ocurrido proclamarse continuadores del “autócrata civilizador”, sino que se consideraban expresamente a sí mismos como la enmienda de cuanto aquél había representado de manera negativa. Pero el hecho es que a partir de 1945 se abrió para la sociedad venezolana un período de ejercicio pedagógico del poder. Éste se consagró a definir, decidir y promover la democratización de la sociedad venezolana, considerado tal objetivo como requisito para erradicar la posibilidad de nuevas autocracias, y como condición para impulsar la modernización. Con lagunas, estancamientos en algunas ocasiones, e intentos de retroceso en otras, esta concepción del ejercicio del poder público ha prevalecido hasta el presente. Para ello el Estado ha desempeñado el papel de agente promotor de la democratización y de la modernización. Se ha suplido, con su determinación política, la insuficiencia todavía notoria de las estructuras sociales, económicas y culturales, sustituyéndolas en la formulación de aspiraciones sociales.

Pero, no debemos equivocarnos al evaluar esta función del Estado: ella ha encontrado eco, y ha gozado de su apoyo, en una sociedad cuya participación mediante el ejercicio del sufragio no ha dejado lugar a dudas. Consecuentemente, y durante medio siglo, han sido rechazadas por esa vía las solicitudes de signo contrario, hasta el punto de que no resulte aventurado sostener que la sociedad venezolana ha demostrado ser, en este sentido, más lúcida que algunos sectores de la vida política, económica y aun cultural, para los cuales el ejercicio de la Democracia continúa resultando incómodo. Estos se amparan en un falso concepto de la respetabilidad debida a las diversas posiciones políticas, por el sólo hecho de ser tales. Esta confusión acerca de la tal respetabilidad ha conducido a un ejercicio acrítico de la Democracia que ha desvirtuado la lucha ideológica entre los actores sociales. Pero, resultado más cargado de consecuencias, ha desembocado en el cuestionamiento del propio sistema democrático por quienes se

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acogen, selectiva y oportunamente, a sus valores y procedimientos cuando les favorecen, para luego volverlos irrisorios cuando les son adversos. Esto mediante una prédica irresponsable, pues se exime de contrastar lo combatido con proposiciones que puedan ser, a su vez, objeto de examen crítico. La lucha ideológica cede así el campo a la reiteración de consignas y simples rumores, destinada a sembrar confusión y desaliento, en un clima social de desesperanza.

IV

Creo necesario hacer un breve alto para discutir, aunque sea someramente, y para beneficio de la coherencia conceptual de estas reflexiones, algo que luce como una contradicción y que realmente tiene mucho de ello: ¿Cómo compaginar el propósito de conformar una sociedad democrática con la ausencia de estructuras sociales que de suyo propendan a ese logro, y con una función rectora, sustitutiva, del Estado? Una posible explicación radica en que a partir de 1936 el Estado venezolano entró en una línea de crecimiento de su poder económico, como resultado del régimen legal de la explotación petrolera, cuya culminación ha sido la situación todavía vigente de que en Venezuela quien controla eficazmente el Estado controla la sociedad. Esta parece una perogrullada, pero gana sentido cuando el verbo controlar no se entiende sólo como regir sino sobre todo como capacidad para conformar la sociedad, porque ésta carece de la necesaria capacidad de autogestión, si así puede decirse, que le garantice el goce de un alto grado de autonomía respecto del poder estatal. Luego de más de tres décadas de ejercicio institucionalizado de la Democracia en el sistema político, se ha comprendido que la democratización profunda y amplia de la sociedad es un requisito indispensable para proseguir el esfuerzo modernizador; y se ha entendido, también, que la modernización del Estado es condición para profundizar esa democratización.

Este no es un juego de palabras. Es el señalamiento del nudo conceptual con que se enfrenta hoy la sociedad venezolana, al comprenderse, igualmente, que desde el poder se puede modernizar y aun democratizar el sistema político, pero que no se puede hacer lo mismo con la sociedad. A ésta se le pueden abrir cauces, pero el movimiento ha de provenir de ella misma, si se procura un resultado genuino, auto sostenido y capaz de velar por su preservación.

Quizá un ejemplo ayude a comprender mejor lo que quiero decir: me refiero al peso del racismo en una sociedad democrática y a su eventual superación. La conformación de una sociedad democrática, iniciada en Estados Unidos algo antes que en Venezuela, permaneció allí inconclusa hasta la década de 1960, cuando comenzaron a darse pasos significativos y consecutivos para atenuar, y eventualmente liquidarlo, el lastre racista que marcaba la sociedad. Omitir este hecho al calificar a la sociedad norteamericana

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de democrática, o restarle significación al mismo tiempo que se subrayan los rasgos no democráticos de nuestra sociedad, ha sido el enfoque tradicional de esta cuestión. Sin embargo, todavía hoy se aprecia en Estados Unidos retardo de la sociedad, en esta materia, respecto del poder público.

En Venezuela, la superación de la discriminación racial como fundamento expreso y reconocido de la sociedad ha sido obra de esta última más que del Estado; y es ésta una de las pocas materias en las cuales la norma constitucional no ha hecho sino consagrar la práctica social. Esta odiosa barrera, que fue fundamento de nuestra estructura social hasta los congresos de Colombia y la Guerra Federal, fue derribada por la dinámica social, y hoy podemos decir que en este sentido la nuestra es una sociedad democrática, en la cual si bien sobrevive en algún grado la práctica del racismo, como en todas las sociedades democráticas hasta ahora conocidas, no es el racismo lo que la define ni siquiera sectorialmente.

Una de las características de la sociedad venezolana contemporánea ha sido el retardo entre la conciencia histórica y la conciencia social. Seguimos viviendo la porción fundamental de nuestra historia con criterios decimonónicos. Pero pareciera que en lo concerniente a la relación entre modernización y democratización se ha producido, seguramente por obra de la conciencia política, la superación de ese retardo. El actual planteamiento sobre la reforma del Estado en Venezuela se corresponde plenamente con el momento histórico que vive la sociedad. Con esto último quiero decir que los trabajos que se adelantan en cuanto a la reforma del Estado no se inspiran en los propósitos de un individuo, grupo o clase, sino que expresan una fuerte determinante histórica. De allí que cueste trabajo percibir, en el proceso de reforma del Estado, los rasgos que anoté al principio de estas reflexiones como propios de las etapas-objetivo: es asunto que corresponde al todo social y se realiza históricamente.

V

La historicidad del cambio sociopolítico constituido por la actual reformulación del proyecto nacional determina la necesidad del mismo, en el sentido de que expresa una fase culminante de procesos sociales objetivos. Pero sería ingenuo colegir de ello la idea de que tal cambio sociopolítico habrá de realizarse automáticamente. Menos aún sin enfrentar obstáculos que pueden entrabar el proceso por tiempo indeterminado. Lo que sí quiere decir la historicidad del proceso, en su sentido de necesidad, es que tal cambio tendrá lugar tarde o temprano, con o sin trauma social. Esto significa que hay espacio para la conducción social y política, y que ésta, propiamente orientada y orientadora, puede condicionar el proceso de cambio sociopolítico constituido por la reformulación del proyecto nacional.

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La COPRE [Comisión Presidencial para la reforma del Estado] ha suscitado y acumulado una experiencia que puede tomarse ya como un ejemplo válido de esta dinámica del cambio histórico. Aunque nacida de una decisión política que intentó captar una necesidad del sistema sociopolítico: la de modernizar el Estado correlativamente con la profundización de la democracia, en el sentido de ampliar la participación social, económica y política, la COPRE entendió que su acción debía desarrollarse de manera simultánea y coordinada en tres planos: el societal, el del pensamiento y el de la opinión pública. Las claves para operar eficazmente en esos planos fueron su acreditada autonomía frente al aparato del Estado, no menos que su independencia política. Gracias a estos factores se obtuvo un nivel de aceptación pública no alcanzado por ninguno de los previos ensayos de reforma administrativa. Se cometieron, sin embargo, tres errores estratégicos: se sobrestimó la capacidad de conducción social de los partidos políticos, y se pasó a depender con exceso de la voluntad de cambio político que éstos pudieran honrar con sus actos, lo que llevó a disminuir el esfuerzo por obtener un creciente respaldo social. El segundo error consistió en quebrantar la autonomía de la COPRE respecto del aparato del Estado. El tercer error consistió en no evaluar correctamente la capacidad de resistencia al cambio que suscitará, en los partidos políticos como en otras asociaciones de intereses, la puesta en marcha del proceso de cambio. Nunca se incurrió, sin embargo, en la ingenuidad de pensar que bastaría a las reformas propuestas con la fuerza de su razón para ingresar en la práctica sociopolítica.

Se creó, de esta manera, una situación que si bien era históricamente previsible, no dejó de sorprender y aun de desconcertar a extensos sectores. Esto ocurrió bajo el efecto obnubilador de acontecimientos que tuvieron un fuerte impacto en la conciencia social, en los cuales se conjugaron factores estructurales, tales como el programa de reajuste económico, con la puesta de manifiesto de los vicios del sistema político que se había procurado remediar, preventivamente, por obra de los trabajos de la COPRE. Estos estaban llamados, legítimamente, a proponer un término de referencia para que actuara el poder de cambio potestativo de los órganos del Estado, democráticamente constituidos. La función de la COPRE no era otra que la apertura de cauce a las corrientes participantes en la reformulación del proyecto nacional.

El intenso y enriquecedor cultivo de ideas y de visiones de la realidad venezolana que ha tenido lugar en la COPRE, proyectado en un esfuerzo de visión histórica de largo plazo, me permitió sacar algunas conclusiones que expuse hace cinco años en términos que creo oportuno recordar, porque pueden ayudar a comprender mejor el punto de vista que vengo exponiendo. El último de octubre de 1986, ante los integrantes de la Fundación Orlando Letelier, me referí a Venezuela …“como una sociedad que, luego de veinticinco

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años de vida democrática, quiere reformarse a sí misma para consolidar sus estructuras democráticas y hacerse más justa, más cónsona con fundadas aspiraciones de mejoramiento social y más libre”. Ubiqué este propósito de reforma en el curso histórico seguido por el proyecto nacional: ese gran esfuerzo de estructuración …“en el orden social, político, económico e ideológico que se inicia en Venezuela como en otras sociedades latinoamericanas con la ruptura del nexo colonial español, no es otra cosa que la reforma del Estado”. El instrumento básico del cambio, y aun lo sostengo así, es el sentido democrático del pueblo venezolano: …“Tenemos un pueblo que vota en un alto porcentaje, aun en situaciones de extrema dificultad como las que hemos vivido, y lo hace con la convicción de que su acto tiene sentido. Vienen los politólogos a decirle al pueblo que eso no es así, que eso es una ilusión y da la impresión de que el pueblo es más sabio de lo que los politólogos creen o que, en definitiva, tiene muy claramente establecido su objetivo: el sentido de la participación entendida como contribución al mantenimiento de un sistema que por definición no solamente es perfectible, sino que sólo se justifica como sistema en la medida en que lucha por su perfeccionamiento”. Por ello, subrayé, el trabajo de la COPRE se lleva a cabo …“con una conciencia clara de lo que es la oportunidad histórica, de los factores que están activos en la sociedad y de aquellos pasos que se corresponden con nuestra tradición de pueblo”. En ese sentido, negué que sus integrantes …“se hayan entregado a la tarea de soñar el mejor Estado deseable o que se hayan lanzado al mercado a buscar modelos de reemplazo, que en su opinión no existen”. No obstante, alerté …“en el sentido de que 25 años de vida democrática no bastan para dormir tranquilos; pero la impaciencia democrática entendida como anhelo pospuesto durante muchos años, pareciera empujar a quienes gobiernan en nombre de la Democracia hacia posiciones cada vez menos democráticas”. (El Nacional, 1º de noviembre de 1986).

Estos conceptos se apoyaban, también, en una estimación de las amenazas que se cernían entonces y ahora sobre la democracia venezolana. No cabe recordarlas aquí de manera puntualizada. Sí debo consignar la dolorosa comprobación, por obra del acontecer político reciente, de que no andaban muy descaminadas mis previsiones.

La puesta en marcha de las primeras reformas preconizadas por la COPRE, es decir la elección directa de los gobernadores y de los alcaldes, tuvo un doble efecto: uno, positivo, fue la demostración de que sí era posible iniciar un proceso de reforma del sistema político. El otro, negativo pero ineludible, fue el de alertar al mundo político sobre una gran reto a su hegemonía y suficiencia; si bien ese reto aún estaba en ciernes. Se produjo una normal reacción de desinterés por el grueso de la reforma, conducente a la detención de su curso. En ello han participado todas las fuerzas políticas,

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mientras que las sociales parecían no sentirse partícipes del proceso, y se conformaban con denostar al aparato político sin poner mucho empeño en promover las reformas, tampoco para ellas exentas de incómodas consecuencias.

La evolución histórica del Proyecto nacional prueba que tanto la formulación inicial del mismo como sus reformulaciones subsiguientes, no pueden ser, como he señalado, ni espontáneas ni automáticas, queriendo decir con esto que sean ajenas a la deliberada y sostenida acción social. Justamente por ser históricos tales procesos expresan, esencialmente, el concurso y la acción de los componentes sociales, –clases, grupos e individuos-. Este papel de la sociedad podría sintetizarse como la resultante de la interacción de tres términos: la situación, los actores y los recursos, dependiente la eficacia del conjunto de dos condiciones básicas. La situación

Por la situación entiendo la fase crítica que atraviesa actualmente el proceso de reformulación del proyecto nacional. Ella no es prueba del estancamiento, ni mucho menos del fracaso, del proceso. Prueba, por el contrario, su pertinencia, su operatividad y la correspondencia de su desarrollo y culminación con los intereses básicos de la sociedad venezolana. La crisis del socialismo silenció de un golpe los alegatos acerca del “agotamiento del modelo”, tan del gusto de quienes buscaban substituirlo por “uno más auténticamente democrático”, que nunca osaron definir. Por eso resulta la desorientación que padecen la clase dominante y la clase política. No parecen haber comprendido cabalmente la situación; y no son capaces de coadyuvar, coherente y sostenidamente, a la superación de la misma. No se percatan de que sin la rectoría de una clase dominante coherente y consciente de sus objetivos sociales, y sin la conducción de una clase dirigente consciente de su función, el proceso de reformulación se vuelve calamitoso y socialmente oneroso, con grave riesgo para sus propios intereses.

Los actores

Los actores están representados, como he apuntado, por una clase dominante extraviada y confusa, víctima de la acción de un falso cosmopolitismo y de un tenaz hábito, socialmente difundido, de riqueza fácil. En el seno de la clase dominante habrá de tomar cuerpo, y de prevalecer, el sector más lúcido de la misma, consciente de su deber de velar por “quienes habrán de heredar la tierra”. La clase dirigente se ve seriamente afectada por el debilitamiento de la clase media y por el desaliento de los intelectuales. Estos pierden conciencia de que su principal deber consiste en mantener abierta la esperanza de un futuro mejor, no como acto de fe sino como rendición de una función crítica, no sólo irrenunciable sino imprescindible socialmente, si no como lectura responsable de nuestro ciclo de nación. Por su parte, las clases

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trabajadoras, que tan importante papel jugaron en la iniciación del proceso democrático y en su consolidación, se encuentran cercadas por el asedio de lo cotidiano y el deterioro de sus organizaciones. La historia reciente de la América Latina se esfuerza por probar que la madurez política alcanzada por algunas de sus sociedades ha vuelto por completo improcedente, por ineficaz, toda forma de delegación de la conducción social en sectores sustitutivos de las clases dominante y política. Por ello el reconocido fracaso de los expedientes militares, siempre gravosos en todos los terrenos, incluso para las propias fuerzas armadas, como institución.

Los recursos

Los recursos que es necesario movilizar para potenciar la acción de los actores sociales han sido señalados por la COPRE desde 1987. Ellos son, básicamente: la reforma del sistema político, con un sentido de profundización de la democracia mediante la ampliación y la instrumentación de la participación en los mecanismos de formación y ejercicio del poder; el perfeccionamiento del Estado de Derecho mediante la organización de un sistema judicial que imparta justicia; y la reproducción informada y crítica de las actitudes sociales mediante un sistema de enseñanza que no sólo instruya sino que también eduque para la democracia.

El objetivo de esta conjugación de factores es restablecer, consolidar y desarrollar el interés social por la Democracia, mediante la satisfacción de dos condiciones esenciales: el cultivo, en todas las áreas, del sentido social de la responsabilidad individual y de la conducción social; y la decidida reducción, mediante el ejercicio de los derechos económicos y sociales ya contenidos en la Constitución, de la brecha existente y aun creciente en la distribución del ingreso y en las oportunidades de ascenso social.

En suma, está planteada para los venezolanos la necesidad y la urgencia de conformar una genuina sociedad democrática, y el logarlo dependerá, en mucho, de una acertada reformulación del proyecto nacional.

VI

No puedo abundar en comentarios sobre el estado actual del proceso de conformación de una sociedad democrática en Venezuela. Otros lo harán en este volumen, con mejores instrumentos que los míos. Pero sí quiero permitirme algo, a manera de cierre más que de conclusión, y ello es la expresión de mi convicción de historiador: la sociedad venezolana, que logró completar con éxito las dos primeras etapas-objetivo que conforman su proyecto nacional, lo conseguirá igualmente con la tercera etapa-objetivo, y no muy tarde, en el próximo siglo, será una sociedad cabalmente democrática.

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* Venezuela, del siglo XX al siglo XXI: un proyecto para construirla, pp. 13-28.

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Séptimo texto:

Cámara de Comercio Industria y Producción de CumanáForo: “¿Hacia donde va Venezuela?Cumaná, 18 de septiembre de 2014.

SOBRE EL TIEMPO HISTÓRICODE LA SOCIEDAD VENEZOLANA

Germán Carrera DamasEscuela de Historia

Facultad de Humanidades y Educación. U. C. V.

Advertencias:Séame permitido iniciar mis palabras formulando dos

advertencias. La primera advertencia consiste en prevenirles de que no trataré de lo inmediato, tanto en lo presente como en lo previsible. Considero que mis colegas lo harán con más propiedad que yo. La segunda advertencia consiste en que intentaré explorar los factores y condicionamientos que generan vulnerabilidad de la sociedad venezolana ante amenazas contra su determinación de llegar a ser genuinamente democrática; y asomaré algunas medidas que estimo apropiadas y necesarias para contrarrestar, o al menos disminuirla, esa vulnerabilidad.

Parte I:Me complace mucho esta invitación a ofrecer una respuesta

a la pregunta, formulada por Ustedes, que creo nos preocupa a todos: ¿Hacia dónde va Venezuela? Lo intentaré, sin embargo de que creo vigente el dictamen global dado por Rómulo Betancourt el 6 de enero de 1945, en un artículo de combate, ¿Significativamente oportuno?, titulado “La conchupancia compatibilística”. Dice así: ….”Por nuestra parte, no alimentamos tales ideas derrotistas. La conchupancia conpatibilistica, como tantas otras taras que deforman nuestra vida institucional, será barrida por la marea de los acontecimientos históricos. Venezuela está en marcha hacia la conquista de su futuro, y nada ni nadie podrá detenerla.” (Rómulo Betancourt, Antología política, Vol. III, pp. 538-539).

Paso a explicar mis razones:Declaro que, dada mi dedicación profesional a la

investigación histórica, y por ser fiel a mis convicciones sobre el deber social del historiador venezolano contemporáneo, el intentar responder esa pregunta es mi afán cotidiano. Con ello hago verdad, también, un precepto que he expuesto más de una vez: Soy historiador: por consiguiente, me ocupo profesionalmente del pasado; me compromete vitalmente el presente; y me interesa, intelectual y espiritualmente, sobre todo el futuro. O sea que vivo y laboro en función del tiempo histórico; entendido éste como el

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continuo integrado por los tres estadios cronológicos ordinarios; los cuales percibo e interpreto, por consiguiente, como Pasado histórico, Presente histórico y Futuro histórico. Ubicada la cuestión bajo la luz de estos preceptos, creo posible y necesario desagregar mi respuesta de esta manera:

A.- El Pasado histórico de la sociedad venezolana está poblado de altas realizaciones, y de dolorosas pruebas de que, contrariamente a lo que asienta el saber sociopolítico común, los pueblos si se equivocan. Añado que cuando lo hacen las repercusiones y consecuencias de las equivocaciones suelen ser profundas, prolongadas y duraderas. Tal ha ocurrido con el acatamiento, de aviesos regímenes sociopolíticos, basado en el deslumbramiento causado por las obras públicas y el engaño de las promesas demagógicas; e incluso por la conformista sentencia de sí, pero dio libertad.

B.- Por esta razón, el Presente histórico de la sociedad venezolana revela la persistencia de la pugna entre la conciencia crítica y los atavismos sociopolíticos que lastran la evolución y desarrollo de la sociedad; sin embargo de haberse acelerado éstos durante le segunda mitad del Siglo XX, como resultado de la realización, de manera reiterada y mayormente eficaz, de los correlativos esfuerzos por la superación de tales atavismos. Tal ocurrió con la dictadura militar de 1948-1958 y la reinstauración de la República liberal democrática a partir de 1959-1960.

C.- El futuro histórico de la sociedad venezolana consistirá en su persistencia, históricamente comprobada, en la prosecución de la manifestación sociopolítica que he denominado La larga marcha de la sociedad venezolana hacia la Democracia. La sujeción de esta marcha a una constante evaluación critica condujo a la designación, por Decreto Presidencial de 17 de diciembre de 1984, de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, COPRE; uno de cuyos resultados, el de dar inicio a la instauración de la descentralización política y administrativa, es hoy baluarte, aunque asediado, de la Democracia. En este juego histórico contamos con un As: pareciera que nuestro futuro histórico no dependerá tanto de crear riqueza como de aprender a hacerla valer, social y políticamente.

Parte II:Mas, en lo concerniente a la valoración de conjunto del

tiempo histórico de la sociedad venezolana, creo pertinente referirlo a dos comprobaciones básicas, que mi ya visiblemente prolongado estudio de la Historia, en sus dobles y correlacionadas vertientes, la venezolana y la internacional, me permite invocar:

La primera comprobación reza que los venezolanos somos menos originales de lo que nos creemos: “En este país”, fue el título escogido por Luis Manuel Urbaneja Alchelpohl para su más reputada obra. Quiso marcar, con tan cotidiana exclamación, la habitual inconformidad con nuestro acontecer. Pero también somos menos imitadores de lo que algunos nos han creído (“micos imitadores”, nos

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llamó Pío Baroja), o nos creen (de manirrotos sauditas hemos sido calificados).

La segunda comprobación reza que, respecto de otros pueblos, los venezolanos no somos, históricamente tan diferentes como creemos; sobre todo al pasmarnos ante nuestros defectos y vicios; ni tan iguales como pareceríamos desearlo, al caer asombrados por el progreso social y político de sociedades que tengamos por modélicas.

La realidad es que, como todos los pueblos, aprovechamos, malgastamos o desaprovechamos, recursos y oportunidades. En ciertas ocasiones nos descalificamos para la paz y el bienestar,- reconociendo que no somos suizos-; o lamentando no haber sido colonizados por los progresistas ingleses; o el haberlo sido por los atrasados españoles.

A.- Lo sucintamente dicho significaría, en suma, que, como pueblo, nos rige una normativa socio histórica común, atingente al curso histórico. Consiste en que, como todos los pueblos: a.- Contamos en nuestro haber con notables aciertos y realizaciones; b.- Hemos creado mitos acerca de nuestras virtudes, y amparamos bajo ellos nuestras flaquezas; c.- Hemos cometido graves y hasta reiterados errores.

a.- En cuanto a algunas de nuestras realizaciones notables:1.- Elaboramos, formulamos y pusimos en práctica,

exitosamente, la teoría de la lucha por la independencia, en el marco de la relación colonial con nuestra Corona. Para ello superamos una accidentada trayectoria, que tomó más de dos décadas; sacrificamos más de la tercera parte de la población estimada y tuvimos como escenario casi la mitad de Sudamérica.

2.- Concebimos y pusimos por obra un singular ejemplo de asociación pacífica de pueblos, al aprobar en Angostura, el 17 de diciembre de 1819, la Ley fundamental de Colombia; promoviendo su constitución en 1821 y logrando su independencia en Carabobo, en el 24 de junio del mismo año.

3.- Fuimos factor político y militar primordial en ponerle virtual finiquito al imperio hispanoamericano, el ejército de la República de Colombia, comandado por el allí promovido primer Mariscal de Colombia, el cumanés Antonio José de Sucre, en Ayacucho, en el 9 de diciembre de 1824.

4.-Partiendo institucionalmente de 1946, en sólo medio siglo conformamos, enmarcándola en La República liberal democrática, una sociedad con alto nivel de modernidad; superando las enormes dificultades representadas por una población escasa y dispersa; -en medio de un ambiente hostil, expresión de las distancias agigantadas por el atraso generalizado y acumulado-; agobiada por las endemias y la indefensión ante los accidentes geográficos y climáticos; mantenida en un bajísimo nivel cultural y educativo; y condicionada por una rudimentaria conciencia política y por la

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precaria integración social resultante, hecha de despotismo y subordinación. Así lo atestigua, aunque inadvertidamente, el inventario levantado en el denominado Programa de Febrero, fechado en el 21 de febrero de 1936, dispuesto por el Presidente General Eleazar López Contreras.

5.- Sentamos ejemplo mundial en materia de saneamiento social y ambiental combatiendo el paludismo, el analfabetismo y la desnutrición; una vez emprendido el rescate de la mayoritaria población difícilmente sobreviviente en el campo.

6.- Pero lo históricamente más significativo ha sido el sentido, básico y sostenido, de nuestra evolución sociopolítica, orientada hacia la instauración de una república liberal moderna, de fundamentación e institucionalización democráticas; aspiración manifiesta y sostenida desde su inicial expresión en el Decreto de Garantías, dictado por el General Juan Crisóstomo Falcón en el 18 de agosto de 1863; cuyo considerando reza: “Que triunfante la revolución deben elevarse a canon los principios democráticos proclamados por ella y conquistados por la civilización, a fin de que los venezolanos entren en el pleno goce de sus derechos políticos e individuales.”

b.- En cuanto a la creación de algunos mitos acerca de nuestras virtudes y desventuras:

1.- Se nos ha hecho creer que carecemos de pasado monárquico, no obstante que el 30 de marzo de 1845 el plenipotenciario venezolano firmó, en Madrid, el Tratado de Paz y Reconocimiento, en virtud del cual la que por ello era todavía jurídicamente nuestra reina Isabel II: ….”usando de la facultad que le compete por decreto de las Cortes generales del Reino de 6 de diciembre de 1836, renuncia por sí, sus herederos y sucesores, la soberanía, derechos y acciones que le corresponden sobre el territorio americano, conocido bajo el antiguo nombre de Capitanía General de Venezuela, hoy República de Venezuela.” Tratado aprobado y ratificado en los días 20 y 27 de mayo de 1846 por los poderes Legislativo y Ejecutivo. ¿Podía nuestra reina abdicar, graciosamente, a una Corona de la que la habíamos despojado por la fuerza de las armas, según lo proclamó el Congreso de Colombia? ¿Lo procedente no era sólo reconocer la Independencia?

2.- Nos creemos un país rico. Por lo que no asociamos la riqueza, orgánicamente, con el trabajo, el conocimiento, el emprendimiento y la creatividad técnica. Así lo prueba el hecho de que sigamos hablando de renta petrolera, mientras dilapidamos el capital que se pretende la genera.

3.- Consideramos que somos “muy abiertos”: ¿Por qué no hemos superado la candidez de creer que la ayuda y la solidaridad, por desinteresadas, motivan reciprocidad?

4.- Repetimos que, desprendidamente, y con descuido de nuestras propias necesidades, contribuimos a que se lograse la independencia de otras sociedades; cuando, en realidad, lo que hicimos fue demostrar lucidez estratégica, y capacidad político-

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militar, haciendo posible nuestra independencia y consolidándola mediante la creación de la República de Colombia, librando la denominada Campaña del Sur. Ambas hazañas sustraídas por el militarismo criollo, tendenciosamente, de nuestra conciencia histórica.

c.-Hemos cometido graves y hasta reiterados errores:1.- Iniciábamos la superación de nuestra ancestral pobreza,

a fines del Siglo XVIII, cuando, justificadamente, la interrumpimos en aras de la disputa de la Independencia, propia y, por necesidad estratégica, en la de otros pueblos. Pero, sobre todo, no fuimos capaces de reanudar, por nuestro esfuerzo, el camino interrumpido. Y justificadamente alarmados por los efectos destructivos y socialmente perturbadores de la guerra, pusimos empeño en restaurar el régimen sociopolítico colonial bajo el manto de la República.

2.- Justificadamente asustados por los excesos sociopolíticos integrantes de la disputa de la Independencia, creamos en 1830, en función de la ruptura de la República de Colombia, las condiciones para la instauración de la tutela del Poder militar sobre el Poder civil; y nos recogimos en el orden autocrático del Estado de Venezuela, remedo de nuestra monarquía absoluta, matriz de la República liberal autocrática, prevaleciente hasta 1945-1946.

3.- Avanzábamos, a partir de 1946, hacia ser la primera sociedad democrática de América Latina, cuando, por prejuiciada incomprensión de la naturaleza controversial del régimen sociopolítico democrático, recaímos en la autocracia, sacrificando la libertad en aras de una atávica añoranza del orden despótico, vestigio del monarquismo absoluto originario. Vale recordar que fue exactamente un siglo después de haber sido declarados jurídicamente independientes cuando iniciamos, en rigor, la ardua tarea de hacer que súbditos rebeldes se transformasen en ciudadanos de una república liberal democrática, al mismo tiempo que se les convocaba a rescatarse del atraso, el analfabetismo, la enfermedad y, según la expresión de Rómulo Betancourt, ….”la clásica, la tradicional, la inenarrable hambre venezolana”….

4.- Las consecuencias de la subversión armada desencadenada desde los inicios de la reinstauración de La República liberal democrática, y el déficit social así generado, aun se resienten, particularmente en las organizaciones políticas. Imposible calcular la proyección de la pérdida de varios miles de jóvenes, particularmente de estudiantes, sacrificados o dañados en la negación y en la defensa de esa República, a partir de 1959, que se sumaron a los ya sacrificados por la dictadura militar derrocada en 1958.

5.- La acelerada pero sin embargo tardía democratización de la sociedad, particularmente gracias al reconocimiento de sus derechos políticos a la mujer, y de la extensión de éstos a los analfabetas y a los mayores de 18 años, magnificó la demanda de satisfactores, en todos los órdenes, desbordando la aptitud del

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Gobierno y de la Administración pública para encauzarla; al mismo tiempo que el aparato político, abandonada la concepción pedagógica de la política, desatendió la formación de ciudadanos y con ello perdió la capacidad de orientar las genuinas reivindicaciones sociales.

Parte III.- En suma, creo posible afirmar que la reanudación de la

institucionalidad liberal democrática, ahora heroicamente procurada, exigirá de la sociedad venezolana encarar, además de las cuestiones precedentes, un conjunto de grandes retos atingentes al ordenamiento sociopolítico. Intentaré clasificarlos, diferenciando entre los retos señalados poco antes de iniciarse la presente segunda crisis del régimen sociopolítico liberal-democrático, y los generados por tal crisis. Pero debo subrayar mi convicción de que esta tarea, si bien reclamará idoneidad técnica, requerirá, con no menor importancia, que las determinaciones políticas correspondientes se nutran de una alta dosis de conciencia histórica crítica, que permita enfocar los problemas y las soluciones propuestas, emancipándose del inmediatismo político, tan proclive a la demagogia, pomposa y denigrativamente denominado populismo. Pero que igualmente sean dirigidos a contrarrestar la vulnerabilidad de la sociedad ante irrupciones autocráticas.

A.- Retos señalados poco antes de iniciarse la presente segunda crisis del régimen sociopolítico democrático:

No sólo ha cesado la atención debida a las amenazas que aun se ciernen sobre la sociedad venezolana, enunciadas en el Proyecto de Reforma integral del Estado, presentado por la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE) a la Presidencia de la República, en el 19 de noviembre de 1988, sino que ellas se han agravado como resultado de la incuria y la incapacidad gubernamentales. Me permitiré enunciarlas muy brevemente:

a.- “Las amenazas frente las cuales la sociedad venezolana posee una capacidad de acción, en acto o en potencia, relativamente alta y autónoma”. Tienen que ver con la marginalidad, en sus diversas expresiones; el desempleo, franco o disimulado como comercio informal; la ineficiencia, entendida como incapacidad para manejar los cambios de escala en las demandas sociales; el agotamiento de los recursos naturales y el deterioro del ambiente.

b.- “Las amenazas respecto de las cuales la capacidad de acción de la sociedad venezolana es menor, o está condicionada determinantemente por esquemas de cooperación o de competencias internacionales”. Tienen que ver con las migraciones no controlables; la internacionalización de la violencia y el tráfico de estupefacientes.

c.- “Las amenazas resultantes de la combinación de dos o más factores individualizables o del juego del conjunto de los mismos”. Tienen que ver con “la corrupción, entendida como una

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práctica social generalizada y extendida. La desorganización social, manifiesta como la criminalidad, las conductas delictivas, el urbanismo anárquico, etc., la pérdida de confianza en la funcionalidad del sistema democrático; y el desaliento y la apatía social y política.

B.- A esta red de amenazas se han añadido varias y graves derivadas del errático, y al mismo tiempo autocrático, desempeño sociopolítico y socioeconómico del arcaico régimen que nos ha sido impuesto desde hace década y media. Ellas son:

a.- La sumisión ante el régimen monárquico castrista, que luego de arruinar a los cubanos hace lo mismo con los venezolanos.

b.- El establecimiento de nexos comprometedores con regímenes sociopolíticos que han incurrido en la condena, por los países democráticos occidentales con los cuales hemos mantenido, históricamente, conexiones funcionales en los aspectos culturales y de intercambio.

c.- El establecimiento de lazos económicos y financieros contractuales y de alianza, de alcance desconocido por la opinión pública, con regímenes sociopolíticos cuyos fundamentos autocráticos no son compatibles con los valores democráticos, arraigados en la sociedad venezolana.

d.- Haber comprometido a generaciones de venezolanos en el desmesurado crecimiento de la deuda pública exterior, respaldada con la entrega de nuestros recursos naturales mediante tratos privilegiados, secretos y por lo mismo presumiblemente dolosos.

e.- Haber secuestrado la majestad y la competencia de los poderes públicos, partiendo del gobierno municipal, que debe ser entendido y ejercido como escalón primero y primario del Poder público; y culminando con los más altos poderes del Estado, cuya majestad deberá ser restaurada, rescatándola de manos de quienes controlan ilegal e ilegítimamente el Poder público.

f.- Haber deteriorado el tejido social, ahora afectado gravemente por la corrupción y el nepotismo; y por el cultivo de práctica sociales disolventes, tales como la ruptura de las relaciones logro-esfuerzo y falta-sanción, caldo de cultivo de actitudes mendicantes y de conductas delincuenciales.

g.- Haber predicado y fomentado, sistemáticamente, la confrontación intra-social, unida a la domesticación y represión de las organizaciones de ciudadanos, particularmente de gremios y sindicatos, y al control despótico de los medios formadores de la opinión pública y de la educación ciudadana.

h.- Haber motivado, como urgencia sociopolítica, el restablecimiento del clima de confianza jurídica y política requerido para reactivar el desarrollo socioeconómico mediante el desenvolvimiento de la creatividad, en todos los órdenes, comenzando por el empresarial.

Parte IV:

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Para contrarrestar la vulnerabilidad padecida por el régimen sociopolítico liberal democrático; y poder así enfrentar con éxito las amenazas de todo orden que se ciernen sobre la sociedad venezolana, habremos de despejar la conciencia ciudadana de la carga de atavismos que contribuyen a hacerla presa de tales amenazas. Para ello, habremos de dejar de dar, culposamente, la espalda a los complejos de creencias que zapan nuestra condición socio histórica profunda; todavía plagada de las secuelas sociopolíticas del monarquismo, de los vestigios sociales de la esclavitud, del socialmente empobrecedor machismo, y de la perversión ideológico-historicista sistemática de la conciencia nacional. Estos logros requerirán la revisión crítica de constantes sicosociales de las cuales cabe mencionar las siguientes:

A.-El complejo de creencias que conforma la conciencia criolla. Es resultado de la destilación sociocultural del proceso de descubrimiento, conquista y colonización; iniciado en el Siglo XVI pero no concluido del todo, tanto en el sentido espacial como en el social. La conciencia criolla, que rige, aun hoy, nuestra relación con las sobrevivientes sociedades aborígenes, se manifiesta en la actualidad como un sainete con música de arcaísmo ideológico-político, compuesto de un remedo de representación política; de la recolección de los indios para devolverlos a su lugar de origen; y de actitudes coloniales como las asumidas ante los ineludibles signos autonómicos de los evolucionados wayu.

B.- Todo lo vinculado de manera ahistórica con un antihispanismo que tiende a minar nuestra conciencia nacional hispano-criolla, despojándola de su originario componente predominante de autenticidad histórica. En cambio, promover la culminación de la compleja integración de la conciencia criolla en la conciencia nacional; limpiando esta evolución del humillante sesgo proteccionista, de carácter politiquero-filantrópico, que actualmente la corrompe.

C.- El vínculo también perceptible en relación con las tenaces secuelas de una sociedad fundada en la lenta y parcial superación de la discriminación social y racial del aborigen, y particularmente del negro; superación aun en curso como la definitiva liquidación social de la esclavitud. Dificultades éstas que se pretende ocultarlas tras giros de lenguaje, como se pretende hacerlo, respecto de la mujer, mediante la artimaña del femenino genérico.

D.- Formar conciencia crítica acerca de que, al amparo de la conciencia criolla se formó una cultura de dominación-subordinación, manifiesta en la figura sociopolítica que he denominado El dominador cautivo. Es decir, de dominación ejercida respecto de indígenas, esclavos y mestizos; y de subordinación respecto de las formas de conducta ante poderes centralizadores, de acatamiento del mito de la capacidad del poder militar como generador de orden y patrón de eficiencia; y de adopción acrítica de paradigmas ajenos a

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nuestra naturaleza socio-histórica. ¿Vestigios, todo esto, de la condición colonial originaria y de la calamitosa instauración de la república liberal autocrática, a partir de 1830? ¿Se explicaría, por ello, la tornadiza búsqueda de patrocinios extranjeros, teniéndolos, poco menos que por incuestionables, por autorizados? ¿Explicaría esto, también, la inclinación a ir tras los señuelos que produce el Poder, aunque desvirtuado, con el fin de divertir la opinión pública, apartándola del ejercicio consciente de la Soberanía popular?

E.- Erradicar las más antirrepublicanas manifestaciones del sometimiento al poder centralizador, y sus consecuencias mayores; que lo son el cultivo de la mentira y de la desinformación respecto del ejercicio del Poder público; la arbitrariedad en la conducción de las relaciones exteriores, y la discrecionalidad y la impunidad en el gasto público. Fundamental importancia, para el ejercicio democrático del Poder público y su finalidad, la debería tener el sometimiento de la formulación del presupuesto nacional, de su ejecución y de la rendición de cuentas, al libre examen por la opinión pública. El secretismo generalizado y la discrecionalidad irresponsable, en materia presupuestaria, tanto civil como militar, constituyen flagrantes atentados contra la Soberanía popular.

F.- Superar la circunstancia de que la expresión sintética de este conjunto de condicionantes sociohistóricos, como formas de conciencia, es nuestro embelesamiento con la obra, admirable, de Rómulo Gallegos: ¿porque deseamos vernos como Santos Luzardo o al menos como Reinaldo Solar? Y nuestro olvido de José Rafael Pocaterra, ¿porque no queremos vernos como los personajes de la Casa de los Abila ni de Cuentos Grotescos, y menos aún de Política Feminista o el Doctor Bebé? El vernos tal cual somos ha sido, es y será, la clave para abrir franco el paso hacia el futuro histórico democrático que venimos edificando. Ello requiere significativos ajustes en nuestra conciencia histórica. Esto sea dicho por no hablar del santuario de nuestras debilidades y aflicciones: el desmesurado culto a Bolívar, sobre todo en cuanto se le ha trocado en tope de la creatividad del venezolano, a la vez que en paliativo, universal y no cuestionable, de nuestros infortunios.

En suma, como pueblo vivimos un tiempo histórico en el cual se barajan, con brevedad y densidad: un pasado histórico que es desvirtuado con el fin de anular nuestra creatividad social; un presente histórico cargado de cuestionamientos que someten a prueba nuestra capacidad de hacernos como Nación; y un futuro histórico que será promisorio en la medida en que seamos capaces de abrir las puertas y ventanas de nuestra conciencia histórica, individual y colectiva, y de hacer salir los fantasmas con los que aun convivimos. A la par que sepamos crear las condiciones sociopolíticas para que la capacidad adquirida por extensos sectores de la sociedad pueda desplegarse de manera creativa y productiva, sin valerse de mitos ni ampararse en la bolivariana segunda religión.

Por mi parte, no vacilo en reiterar que abrigo la certidumbre histórica de que lo haremos; y de que en una o dos generaciones la

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venezolana será la primera sociedad genuinamente democrática de América Latina.

Gracias.Caracas, setiembre de 2014.

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