Confirmación 8

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ConfirmaciónTema 8: María, Virgen y Madre de Dios, Madre e Imagen de la Iglesia.

Objetivo: Presentar el misterio de María, Virgen y Madre de Dios, Madre e imagen de la Iglesia. 

Oración: “Madre de todos los hombres, enséñanos a decir Amén, así como Tú te entregaste al Padre”

María es una humilde mujer judía: como pobre de Yahvé, pone totalmente su confianza en Dios. En el canto del Magnificat transmite Lucas una tradición que conserva el sentido y los sentimientos de fondo de la oración de María, modelo de la del Pueblo de Dios. Según la forma clásica de un salmo de acción de gracias, celebra María las maravillas que Dios hace en la historia de la salvación en favor de los humildes. En su propia pobreza vive anticipadamente el misterio de las bienaventuranzas. Y María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí, su nombre es santo. Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. El hace proezas con sus brazos: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos, y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres-, en favor de Abraham y su descendencia para siempre» (Lc 1, 46-55) Desde la anunciación, la vida de Jesús se presenta a María como misterio de fe, misterio que es progresivamente iluminado por mensajes enraizados en las profecías del Antiguo Testamento. El niño se llamará Jesús, será hijo del Altísimo, hijo de David, el rey de Israel, el Mesías anunciado (Lc 1, 31-33). En la presentación en el templo oye María aplicar a su Hijo la profecía de Siervo de Yahvé, luz de las naciones y signo de contradicción (Lc 2, 29-35). A los doce años, en medio de los doctores, Jesús habla a su madre con palabras llenas de resonancia profética: "¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?"» (Lc 2, 49). María reconocerá en ellas no sólo la misión y vocación de su hijo, sino también la superioridad de la fe sobre la maternidad carnal. El

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Evangelio de San Lucas recoge las reacciones de María ante los caminos insospechados que Dios va abriendo en su vida: su turbación ante el saludo del ángel (Lc 1, 28), su dificultad ante lo que parece imposible (1, 34), su asombro ante la perspectiva profética que descubre Simeón (2,33), su perplejidad ante la respuesta de Jesús en el templo (Lc. 2, 50). En presencia de un misterio que la desborda todavía, reflexiona sobre el mensaje, piensa sin cesar en el acontecimiento misterioso, conservando sus recuerdos, meditándolos en su corazón (Lc. 1, 19-51). Atenta a la palabra de Dios, la acoge con generosidad aun cuando desborda sus perspectivas y aun cuando haya de sumir a José en la ansiedad (Mt 1, 19-20). En razón de esta fe, Jesús mismo proclamó bienaventurada a la que le había llevado en sus entrañas (Lc 11, 27-28). María, creyente y fiel lo es en el silencio cuando su Hijo entra en la vida pública y así permanece hasta la cruz. ¿Cómo pudo María mantenerse en tal vocación? Porque en su pura sencillez se escondía una plenitud y profundidad de vida que no tenían parangón, una sencillez, que se llama gracia: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). El «alégrate» del ángel no es un saludo corriente: evoca las promesas de la venida del Señor a su ciudad santa (So 3,14-17; Za 9,9). El «llena de gracia», o colmada de favor y del amor divino, puede evocar a la esposa del Cantar de los Cantares, una de las figuras más tradicionales del pueblo elegido. Sólo ella recibe, en nombre de Israel y de la humanidad, el anuncio de la salvación. Ella lo acepta y hace así posible su cumplimiento: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). La fe de María, su aceptación del mensaje divino, repercute en la salvación de toda la humanidad. ¿Cómo pudo María mantenerse en tal vocación? Porque en su pura sencillez se escondía una plenitud y profundidad de vida que no tenían parangón, una sencillez, que se llama gracia. La fe de María, su aceptación del mensaje divino, repercute en la salvación de toda la humanidad. María disfruta con todo su ser personal de la gloria eterna. Ha llegado a la plenitud escatológica de modo completo, siguiendo los pasos de su Hijo. Era necesario que así sucediera. María es Madre de la Iglesia. María es madre de los miembros que creyeron en su Hijo, porque cooperó con su amor a que los fieles naciesen en la Iglesia. En la misma medida en que los

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hombres son miembros de la iglesia, tienen a María por Madre. María es Madre de todo el Pueblo de Dios. Mientras tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y en alma, es imagen y principio de la Iglesia, que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor.

Para reflexionar y compartir:

* María, humilde mujer judía. * Se alegra mi espíritu... * De fe en fe. * Alégrate, llena de gracia. * Enemiga del mal, desde el principio, desde su concepción. * María, siempre Virgen. * María, Madre de Dios. * Elevada en cuerpo y alma a la gloria. * María, Madre e Imagen de la Iglesia.