creación y pérdida editorial elogio de la...

2
Es posible racionalizar hasta cierto punto el concepto de azar, considerándolo una urdimbre de relaciones causales que nues- tra mirada es incapaz de desenmarañar. El hecho de no ser capaces de percibir in- mediatamente esta correspondencia, entre causas y efectos, no supone su inexistencia ni su falta de influencia en los aconteci- mientos que suceden en derredor nuestro. Sin embargo, es frecuente que obviemos la posibilidad de que existan estas razones ignotas, para atribuir ciertos sucesos a lo puramente fortuito. Los procesos creativos están sometidos a este imperio de lo aleatorio de manera particularmente despiadada, y la materia- lización de algunas obras puede llegar a parecer el resultado de una conjunción de los astros o, al menos, de una serie de afor- tunadas casualidades. Es más evocador plantear esta cuestión en un sentido dife- rente: imaginando las obras que hubieran podido existir y no lo hacen porque algún aspirante a autor se halló sin fuerzas tras sufrir una mala racha en un trabajo pura- mente alimenticio; o bien, la idea surgida en mitad de la noche consiguió eludirlo antes de que alcanzara su libreta, que quizá dejó olvidada en un lugar distinto del acostumbrado tras ser distraído por una llamada telefónica. ¿Tal vez sea el azar lo que se oculta entre estas causas nada evidentes? Donde la suerte actúa con mayor cruel- dad es en el destino de las obras perdidas: aquellas que se desvanecen como si nunca hubieran existido. Una cadena de aconte- cimientos capaz de conducir a la desapa- rición del último ejemplar de un libro es lo suficientemente compleja como para que no podamos atribuirla a otra cosa que a una desdichada acumulación de infortu- nios. Y, aunque no abundan los ejemplos recientes de libros perdidos, el cine de co- mienzos del siglo XX ofrece una dolorosa abundancia de casos similares. Son mu- chas las películas mudas cuya última copia ardió en un incendio que comenzó espon- táneamente durante un día de verano. O, peor aún, destruida cuando el estudio con- sideró innecesario almacenar un producto que había agotado su ciclo comercial. La fortuna a veces es compasiva y per- mite la supervivencia de obras que pare- cían destinadas al olvido, como Nosferatu (1922) de F. W. Murnau. La sentencia de un juicio por plagio obligaba a la destruc- ción del metraje, pero uno de los dupli- cados ya había sido distribuido en los Estados Unidos, donde Drácula pertene- cía al dominio público. Es posible que co- pias adicionales sobrevivieran a la purga, pero prefiero creer la leyenda que afirma que gracias a esta podemos disfrutar, hoy, de una película cuya influencia es incues- tionable. La pregunta que ha de perma- necer sin respuesta es: ¿cuántas grandes obras habremos perdido a causa de azares menos afortunados? creación y pérdida El hallazgo creativo sucede cuando dos (o más) elementos, aparentemente extraños entre sí, se encuentran. A partir de esta idea, la chispa que se produce puede tener mayor o menor impacto, brillo, resonan- cia. ¿Qué implica «el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección» (Lautréamont)? La escritura automática, y otros proce- sos de irreflexión, quieren confiar el sur- gimiento de las imágenes al azar, quieren demostrar que la creación puede suceder sin intervención consciente, como efecti- vamente ocurre en muchas ocasiones. Las imágenes afloran, entonces, en la mente entrenada para esta tarea, y pare- cen fluir con naturalidad, surgiendo de un murmullo constante, aparentemente inagotable. Pero esta creación requiere más de lo que afirman estos procesos; re- quiere, luego, esfuerzo y perseverancia: transformar el primer material obtenido, seleccionar lo que vale y lo que no, cobrar consciencia de lo inconsciente. Un golpe de dados jamás abolirá el azar; aunque fuésemos conscientes de todas las variaciones, alternativas y recorridos que han traído estas palabras a este mo- mento, lo absoluto se nos escaparía. La li- mitación de lo inagotable es nuestra, humana. El acto de corregir, también. El germen de la imagen surge de nuestras profundidades; somos conscientes de que su calidad es azarosa, también su propósito, pero nos arriesgamos, con la incertidum- bre de quien desconoce las posibilidades, de quien confía en la palabra, incluso en lo improbable, porque sabe que queda abierta y es mejorable en su permanente imperfección, en su misterio. Tentamos a la fortuna en cada ocasión, pero el juego con- tinúa, siempre, en alguna de sus formas. editorial elogio de la creatividad —de reojo— ¡Vías, vías, miles de ellas, en la conjunción de los azares y los días desolados (y creo que tal cosa existe, porque la percibo, y me sobre- viene... algo del adentro moviéndose hacia fuera: columpio vertiginoso, tobogán sin fin, me digo, llevando sol, la piel expuesta), ab- surdo, inmensa desproporción existente entre lo real y el deseo, la circunstancia y el anhelo, el ritmo del alma y el de los días! El camino es azar, crujido que se oye a lo lejos, dos o tres balbuceos de esfinge bur- lona, la risotada que se escucha desde el fondo del abismo (¡es un grito O o O oo!): «cuando los azares se ocultan aparece el desalojo» No c azar ni asediar: voluble movimiento. Doble vía, ilumina y hunde, última fe. Tornados, remolinos. Ventarrones, bri- sitas. Movimientos: migraciones: pájaros: caída de hojas, nombres van y vienen en la marea de los días, —desde abajo— Iluminaciones de la basura: hay que hacer una interrogación en los desechos, acostumbrar al ojo al entreclaro, al filo, me- terse en los rincones/todo se transforma: una maleta (qué obsesión), unos caracteres chinos, o árabes, o rusos, un marco desar- mado, páginas sin secuencia: no: rayones, manchas, meter las manos abajo, bien abajo, sin ver, escarbar: lo nimio, pequeño, gara- batos, sin valor , lo que se tritura, residuo, el aserrín de la esquina agolpado por el viento, el ticket de metro, la hoja quemada y los lu- gares comunes: verlos por debajo, la triza, el ruido, lo no-sintonizado, vibrao /sin, ato- nal, roto: óleo acumulado con el polvo, guías de viaje amarillentas, las de estudio también, lo no y sí, pedazos de libros, re- vistas, periódicos, lomos desvencijados, musgo, panfletos, bolsas de pan, ladrillos rotos, fotos sin aura, entradas de cine, teatro, tachones, lentes viejos, estampillas, posava- sos, menús, varillas, todo en una gaveta: ba- tirlo, triturar, lograr distintos tamaños, texturas, recoger pedazos de la cosecha, escoger una superficie, frotarla con cepillos de dientes, crayones, lijas, bolígrafos, dejar que el azar actúe, si le da la gana, dejar un recorrido: mensajes, semillas regadas, marcas, (por aquí pasé y deje una cosa) «El azar que todo lo hace», decía Valéry. —desde otra ventana— Toda meditación sobre el azar, sospe- cho, pasa por esta aporía: el azar es un destino, el destino es un azar. Hay que elegir, creo, una de ellas para irse enros- cando con la otra. Un callejón sin salida. Aparece, simplemente. Es una emoción, la emoción del azar, no un estado perma- nente sino fugaz. También puede ser corres- pondencia, quizá, encuentro con cuerpos y paisajes, horas privilegiadas. No se puede separar el azar de la vida. Sucesión, trans- gresión. Ruptura y encadenamiento. Sor- presa: la epifanía del azar. Encantamiento, puede conducir, tarde o temprano, a la insoportable realidad. Y todo queda vacío, llega la hora de The hollow men. ventanas Diego Nistal Alejandro Sebastiani Verlezza Luis Javier Pisonero

Transcript of creación y pérdida editorial elogio de la...

Es posible racionalizar hasta cierto puntoel concepto de azar, considerándolo unaurdimbre de relaciones causales que nues-tra mirada es incapaz de desenmarañar.El hecho de no ser capaces de percibir in-mediatamente esta correspondencia, entrecausas y efectos, no supone su inexistenciani su falta de influencia en los aconteci-mientos que suceden en derredor nuestro.Sin embargo, es frecuente que obviemosla posibilidad de que existan estas razonesignotas, para atribuir ciertos sucesos a lopuramente fortuito.Los procesos creativos están sometidos

a este imperio de lo aleatorio de maneraparticularmente despiadada, y la materia-lización de algunas obras puede llegar aparecer el resultado de una conjunción delos astros o, al menos, de una serie de afor-tunadas casualidades. Es más evocadorplantear esta cuestión en un sentido dife-rente: imaginando las obras que hubieranpodido existir y no lo hacen porque algúnaspirante a autor se halló sin fuerzas trassufrir una mala racha en un trabajo pura-mente alimenticio; o bien, la idea surgidaen mitad de la noche consiguió eludirloantes de que alcanzara su libreta, quequizá dejó olvidada en un lugar distintodel acostumbrado tras ser distraído poruna llamada telefónica. ¿Tal vez sea elazar lo que se oculta entre estas causasnada evidentes?Donde la suerte actúa con mayor cruel-

dad es en el destino de las obras perdidas:aquellas que se desvanecen como si nuncahubieran existido. Una cadena de aconte-cimientos capaz de conducir a la desapa-rición del último ejemplar de un libro es losuficientemente compleja como para queno podamos atribuirla a otra cosa que auna desdichada acumulación de infortu-nios. Y, aunque no abundan los ejemplosrecientes de libros perdidos, el cine de co-mienzos del siglo XX ofrece una dolorosaabundancia de casos similares. Son mu-chas las películas mudas cuya última copiaardió en un incendio que comenzó espon-táneamente durante un día de verano. O,peor aún, destruida cuando el estudio con-sideró innecesario almacenar un productoque había agotado su ciclo comercial.La fortuna a veces es compasiva y per-

mite la supervivencia de obras que pare-cían destinadas al olvido, como Nosferatu(1922) de F. W. Murnau. La sentencia deun juicio por plagio obligaba a la destruc-ción del metraje, pero uno de los dupli-cados ya había sido distribuido en losEstados Unidos, donde Drácula pertene-cía al dominio público. Es posible que co-pias adicionales sobrevivieran a la purga,pero prefiero creer la leyenda que afirmaque gracias a esta podemos disfrutar, hoy,de una película cuya influencia es incues-tionable. La pregunta que ha de perma-necer sin respuesta es: ¿cuántas grandesobras habremos perdido a causa de azaresmenos afortunados?

creación y pérdida

El hallazgo creativo sucede cuando dos (omás) elementos, aparentemente extrañosentre sí, se encuentran. A partir de estaidea, la chispa que se produce puede tenermayor o menor impacto, brillo, resonan-cia. ¿Qué implica «el encuentro fortuito deuna máquina de coser y un paraguas enuna mesa de disección» (Lautréamont)?La escritura automática, y otros proce-

sos de irreflexión, quieren confiar el sur-gimiento de las imágenes al azar, quierendemostrar que la creación puede sucedersin intervención consciente, como efecti-vamente ocurre en muchas ocasiones.Las imágenes afloran, entonces, en la

mente entrenada para esta tarea, y pare-cen fluir con naturalidad, surgiendo deun murmullo constante, aparentementeinagotable. Pero esta creación requieremás de lo que afirman estos procesos; re-quiere, luego, esfuerzo y perseverancia:transformar el primer material obtenido,seleccionar lo que vale y lo que no, cobrarconsciencia de lo inconsciente.

Un golpe de dados jamás abolirá el azar;aunque fuésemos conscientes de todaslas variaciones, alternativas y recorridosque han traído estas palabras a este mo-mento, lo absoluto se nos escaparía. La li-mitación de lo inagotable es nuestra,humana. El acto de corregir, también.El germen de la imagen surge de nuestras

profundidades; somos conscientes de que sucalidad es azarosa, también su propósito,pero nos arriesgamos, con la incertidum-bre de quien desconoce las posibilidades,de quien confía en la palabra, incluso enlo improbable, porque sabe que quedaabierta y es mejorable en su permanenteimperfección, en su misterio. Tentamos ala fortuna en cada ocasión, pero el juego con-tinúa, siempre, en alguna de sus formas.

editorialelogio de la creatividad

—de reojo—¡Vías, vías, miles de ellas, en la conjunción delos azares y los días desolados (y creo que talcosa existe, porque la percibo, y me sobre-viene... algo del adentro moviéndose haciafuera: columpio vertiginoso, tobogán sin fin,me digo, llevando sol, la piel expuesta), ab-surdo, inmensa desproporción existenteentre lo real y el deseo, la circunstancia y elanhelo, el ritmo del alma y el de los días!El camino es azar, crujido que se oye a lolejos, dos o tres balbuceos de esfinge bur-lona, la risotada que se escucha desde elfondo del abismo (¡es un grito O o O oo!):

«cuando los azares se ocultanaparece el desalojo»

No cazarni asediar: voluble movimiento.Doble vía, ilumina y hunde, última fe. Tornados, remolinos. Ventarrones, bri-

sitas. Movimientos: migraciones: pájaros:caída de hojas, nombres van y vienen enla marea de los días,

—desde abajo—Iluminaciones de la basura: hay que

hacer una interrogación en los desechos,acostumbrar al ojo al entreclaro, al filo, me-terse en los rincones/todo se transforma:una maleta (qué obsesión), unos caractereschinos, o árabes, o rusos, un marco desar-mado, páginas sin secuencia: no: rayones,manchas, meter las manos abajo, bien abajo,sin ver, escarbar: lo nimio, pequeño, gara-batos, sin valor, lo que se tritura, residuo, elaserrín de la esquina agolpado por el viento,el ticket de metro, la hoja quemada y los lu-gares comunes: verlos por debajo, la triza,el ruido, lo no-sintonizado, vibratto/sin, ato-nal, roto: óleo acumulado con el polvo,guías de viaje amarillentas, las de estudiotambién, lo no y sí, pedazos de libros, re-vistas, periódicos, lomos desvencijados,musgo, panfletos, bolsas de pan, ladrillosrotos, fotos sin aura, entradas de cine, teatro,tachones, lentes viejos, estampillas, posava-sos, menús, varillas, todo en una gaveta: ba-tirlo, triturar, lograr distintos tamaños,texturas, recoger pedazos de la cosecha,escoger una superficie, frotarla con cepillosde dientes, crayones, lijas, bolígrafos, dejarque el azar actúe, si le da la gana, dejar unrecorrido: mensajes, semillas regadas, marcas, (por aquí pasé y deje una cosa)«El azar que todo lo hace», decía Valéry.

—desde otra ventana—Toda meditación sobre el azar, sospe-

cho, pasa por esta aporía: el azar es undestino, el destino es un azar. Hay queelegir, creo, una de ellas para irse enros-cando con la otra. Un callejón sin salida. Aparece, simplemente. Es una emoción,

la emoción del azar, no un estado perma-nente sino fugaz. También puede ser corres-pondencia, quizá, encuentro con cuerpos ypaisajes, horas privilegiadas. No se puedeseparar el azar de la vida. Sucesión, trans-gresión. Ruptura y encadenamiento. Sor-presa: la epifanía del azar. Encantamiento,puede conducir, tarde o temprano, a lainsoportable realidad. Y todo queda vacío,llega la hora de The hollow men.

ventanas

Die

go N

ista

l

Ale

jand

ro S

ebas

tian

i Ver

lezz

a

Luis

Jav

ier

Piso

nero

¿Cómo escribir un texto sobre el azar enel cine de un modo serio y cabal, noazaroso? ¡Menuda pirueta! Se me ocu-rren varias posibilidades: hablar sobreLa casa Emak Bakia (Óskar Alegría, 2012),la película definitiva sobre el tema (perotendría que volver a verla), disertar sobreMagnolia (Paul Thomas Anderson, 1999),o glosar la figura de Jonas Mekas (ci-neasta lituano-estadounidense, na-cido en 1922, que cada día cuelga unapelícula en su web).

¿Por qué no hablar de L'année dernièreà Marienbad (Alain Resnais, 1961) y Elángel exterminador (Luis Buñuel, 1962)?Dos películas que, además de tener encomún su apariencia onírica y sus nume-rosas repeticiones con ligerísimas variacio-nes (como la vida misma), no solo tratan eltema de los juegos de azar, sino que, en símismas, funcionan como juegos de mesa.En el caso de la primera, la referencia aljuego del nim es explícita. En la segunda,curiosamente estrenada solo un año des-pués, las referencias no son directas, perose adivinan conexiones en la estructura delfilm con el juegodel ajedrez y,sobre todo, elde la oca. Re-cordemos queeste último eraun Camino de Santiago en miniatura,para repetir el viaje iniciático en la como-didad de la casa, y que originalmente sejugaba en ambas direcciones, es decir,que el juego acababa cuando todo volvíaa estar como al principio. En cualquiercaso, cualquier aproximación a la suerte enel cine (y, en general, en cualquier aspectode la vida) nos lleva, paradójicamente, auna reflexión sobre la inexorabilidad deldestino… Pero, el destino, ¿nos vienedado o lo construimos nosotros mismoscon nuestro propio vivir?

¿está la suerte echada?

La intervención del azar, en todos los as-pectos que componen nuestra existencia,ha sido llevada al ámbito de lo místicopor diversas civilizaciones a lo largo dela historia. El concepto de suerte, comouna cuestión de azar, suele confundirsea menudo con el concepto de organiza-ción sobrenatural de los sucesos afortu-nados y desafortunados. Es decir, tratarde darle sentido a algo que ocurre másallá del control de uno mismo. Por estemotivo, para el mundo religioso, el azara menudo está relacionado con la codicia,y ha otorgado a la suerte una connota-ción negativa que no ha hecho más queaumentar su misticismo.

Se sabe que, desde los tiempos del an-tiguo Egipto, se utilizaban tabas talladasen cuatro caras y se registraban los resul-tados, como un simple juego en el queseguramente estaba involucrado algúntipo de intercambio económico a favordel ganador. En la antigua Roma se ado-raba a la diosa de la suerte (Fortuna), quepresidía todos los actos de la vida delos romanos, intentando estos ganarsesu voluntad para que el infortunio nollegase a sus vidas.

Las formas geométricas, con las que lanaturaleza ha moldeado lo que nos rodea,nos han servido para nutrirnos a la hora deimaginar objetos que nos producen grancuriosidad por sus múltiples cualidades.

Desde las dos caras de una monedaa una ruleta girando, nos preguntamospor qué no podemos predecir el com-portamiento de un objeto creado pornosotros mismos.

Esta serie de fotografías trata de mostraresa relación entre elementos formados enla naturaleza y patrones de diversos objetosconstruidos por la civilización moderna.

proyecto fotográfico:relaciones al azar

El protagonista de Match Point afirma losiguiente: «El hombre que dijo “preferiríaser afortunado que bueno” tenía una pro-funda perspectiva de vida. La gente temereconocer qué parte tan grande de la vidadepende de la suerte. (…) Hay momen-tos en un partido de tenis en el que la pe-lota alcanza a pegar en la red y, por unadécima de segundo, puede seguir su tra-yectoria, o bien caer hacia atrás. Con unpoco de suerte sigue su trayectoria, yganas. O tal vez no, y pierdes».

Nuestra propia existencia es puro azar.Incluso Stephen Hawking ha afirmadoque es físicamente posible que el universose creara por generación espontánea.Somos consecuencia de haberle ganado lacarrera a millones de espermatozoides. Lasalud depende de nuestro estilo devida y genética, pero si tocamos un te-léfono público y luego nuestros ojos,podríamos —o no— contraer una infec-ción. Hay estadísticas que determinan de-mográficamente índices de enfermedades,incluso qué probabilidad hay de que ocu-rran. Pero no hay una fórmula matemáticapara determinar que eso efectivamente lesucederá a alguien en particular.

Puede que nunca sepamos cuándo vaa ocurrir un desastre económico mundial,o cuándo cambiaremos el rumbo de nues-tras vidas por retrasarnos unos segundosen nuestra rutina diaria. Son millones lasvariables que podrían estar implicadas,pero debemos estar preparados paraeventos azarosos: tratar de ser eficientes ytener un abanico de opciones. No colocartodos los huevos en una misma cesta, con-tar con una buena póliza de seguro, hacercosas distintas, cultivar nuevas relaciones,es decir, exponernos positivamente a gol-pes de fortuna. El azar es inexorable, es lacerteza y no la excepción. ¿Cómo hacerque la pelota caiga del lado de la red quenos favorece? He ahí el punto.

el azar como certeza

Frente al espacio en blanco como retocreativo, la materia prima que se con-densa, por su naturaleza, se vuelve única;manos distintas difícilmente tomaran lasmismas decisiones. Será esta individua-lidad la que las lleve a reconocer el resul-tado como propio, o la que lleve a que susespectadores lo internalicen.

Si fuésemos un poco humildes, o re-alistas, reconoceríamos que esa mezclainnombrable quenos lleva a crear,y a conducirnosde la manera enque lo hacemos,es producto de lacasualidad y no de nuestro buen juicio,como a veces la vanidad nos hace pensar.

Somos seres sociales: el entorno, laeducación, los referentes que nos cons-truyeron, no han dependido de nues-tra elección. La ligereza del que juzgay señala a los otros como distintos nocontempla, en su estrechez, que si escapaz de ser juez no es gracias a símismo. Podemos elegir nuestras lectu-ras, mas olvidamos que no fue deci-sión nuestra aprender a leer.

Milan Kundera, en La insoportablelevedad del ser, exhibía la ingenuidadde Teresa al considerar un libro comola señal inequívoca de su destino, sinreconocer que, aunque los pájaros dela casualidad sobre nuestro hombrosean una ilusión, tampoco somos hojasentregadas al vendaval; la paradojanos apresa y es preciso asumir que, asícomo somos el resultado de hilos con-ductores ajenos a nosotros, elegimoslos caminos a través de los cuales elazar se verterá.

Será esa amalgama, la suma de todo,otra creación nuestra que tampoco nospertenecerá por completo.

hojas al viento

Jesú

s de

la V

ega

Mar

ía J

osé

Ova

lles

Elia

nne

Agu

ilar

Car

los

Can

seco

El juego acababacuando todo volvía

a estar como alprincipio

Elegimos loscaminos a través

de los cuales elazar se verterá