CRISTO PARA TODAS LAS NACIONESGracias, Padre, por lo que has hecho, en Cristo, por nosotros. Amén....

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Cuando releo estas palabras de Jesús, pienso en cuántas veces decimos nosotros palabras similares a nuestros hijos o a nuestros amigos: ‘Nos vemos en casa.’ Ésa fue la promesa de Jesús: ‘Nos vemos en casa.’ Y ésa sigue siendo su promesa para nosotros. El Jesús resucitado victorioso, lleno de vida inmortal, nos dice: ‘Nos vemos en casa.’ El evangelista Juan nos recuerda que Jesús ascendió a los cielos para prepararnos un lugar (Juan 14), para ‘vernos en casa’. No hay promesa que traiga más consuelo ante nuestra propia muerte. Jesús resucitado nos dice hoy: “… vayan a Galilea; allí me verán.” ¿Dónde se encuentra nuestra Galilea? En la Palabra de Dios y la Santa Cena, allí donde Jesús se hace presente y está dispuesto a vernos, a hacer milagros, a restaurarnos de nuestro pecado. Pero no sólo allí: también hay una Galilea eterna, el lugar del encuentro definitivo. Allí nos veremos.(Extraído de la devoción para el Domingo de Pascua) 660 Mason Ridge Center Drive, St. Louis, MO 63141-8557 1-800-972-5442 www.lhm.org www.paraelcamino.com CRISTO P ARA TODAS LAS NACIONES

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Cuando releo estas palabras de Jesús, pienso en cuántas veces decimos nosotros palabras similares a nuestros hijos o a nuestros amigos: ‘Nos vemos en casa.’ Ésa fue la promesa de Jesús: ‘Nos vemos en casa.’ Y ésa sigue siendo su promesa para nosotros. El Jesús resucitado victorioso, lleno de vida inmortal, nos dice: ‘Nos vemos en casa.’

El evangelista Juan nos recuerda que Jesús ascendió a los cielos para prepararnos un lugar (Juan 14), para ‘vernos en casa’. No hay promesa que traiga más consuelo ante nuestra propia muerte.

Jesús resucitado nos dice hoy: “… vayan a Galilea; allí me verán.” ¿Dónde se encuentra nuestra Galilea? En la Palabra de Dios y la Santa Cena, allí donde Jesús se hace presente y está dispuesto a vernos, a hacer milagros, a restaurarnos de nuestro pecado. Pero no sólo allí: también hay una Galilea eterna, el lugar del encuentro defi nitivo. Allí nos veremos.”

(Extraído de la devoción para el Domingo de Pascua)

660 Mason Ridge Center Drive, St. Louis, MO 63141-85571-800-972-5442 • www.lhm.org • www.paraelcamino.com

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En colaboración con Cristo Para Todas Las Naciones©

Acerca del autorEl Rev. Dr. Héctor Hoppe es el Director de la Editorial Concordia, la división hispana de Concordia Publishing House, la casa publicadora de la Iglesia Luterana del Sínodo de Missouri (LCMS).

Previamente, el Rev. Hoppe ejerció el ministerio pastoral en varias iglesias en Argentina, la docencia en la cátedra de Teología Sistemática en el Seminario Concordia de Buenos Aires, y fue presidente de la Asociación de Seminarios e Instituciones Teológicas del Cono Sur de Sudamérica.

El Rev. Hoppe tiene una Maestría en Teología Sistemática del Seminario Concordia de Fort Wayne, Indiana, y un Bachillerato en Teología del Seminario Concordia de Buenos Aires, Argentina. En mayo del 2012, el Seminario Concordia de St. Louis, Missouri, le otorgó el título honorario de Doctor en Divinidades.

Junto con su esposa Beatriz tienen tres hijos adultos y siete nietos.

Allí me veránEn esta época especial del año, cuando nuestra atención está dirigida hacia el amor eterno que Dios nos reveló en su hijo Jesucristo, es nuestra oración que en estas meditaciones encuentres fortaleza para el presente y esperanza para el futuro.

La pasión y muerte de Cristo en el Gólgota es lo único que le da al mundo, y a cada uno de nosotros, una segunda oportunidad. La sangre que Cristo derramó hace dos mil años en la cruz sigue tocando y transformando vidas aún hoy.

Que el Señor nos abrace con su gracia y nos anime a confiar siempre en él para todas las cosas de la vida.

© 2017 Cristo Para Todas Las Naciones

Las citas bíblicas han sido tomadas de La Santa Biblia–Versión Reina Valera Contemporánea,

Copyright © 2009, 2011 por Sociedades Bíblicas Unidas

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1º de marzo – Miércoles de Ceniza

Habrá un día de juicio

El día del Señor viene, y ya se acerca. Joel 2:1 (2:1-11)

La frase del profeta Joel me hace pensar en algunos políticos que toman resoluciones que van abiertamente en contra de la fe cristiana: la legalización del aborto y del matrimonio homosexual, la tenencia y el uso de drogas ilegales, etc. ¡Como si nunca fuéramos a ser juzgados! Muchas personas viven así porque piensan que nunca nadie los va a juzgar. Muchos juegan con la impunidad de una sociedad corrupta y creen que pueden hacer lo que quieren sin tener que rendirle cuentas a nadie. Y ahora ya no estoy pensando sólo en algunos políticos, sino en todos nosotros; porque aun los cristianos abusamos de la libertad que Cristo nos consiguió.

Es tiempo que reconsideremos la afirmación del profeta Joel: un día nos llegará el juicio final. Ese día, todas nuestras obras, nuestras palabras y nuestros pensamientos pasarán por el fuego de Dios. ¿Qué quedará? Si no fuera por Cristo, no quedaría nada. Pero gracias a él, que con su sangre purificó nuestros corazones, podemos enfrentar sin miedo el día del juicio final.

Para quienes vivimos en Cristo, la afirmación: “El Señor viene”, nos produce alegría. El saber que el Señor vendrá a mí me produce una ansiedad sana, porque mi casa está limpia. Y no porque yo la haya limpiado, sino porque el perdón de Jesús fue suficiente para dejar toda mi vida limpia y en orden para que, cuando él venga a buscarme, el encuentro sea de alegría.

El anuncio de Joel me anima a no abusarme de la gracia con que Dios me trata, sino a honrarla con una vida de consagración a los valores cristianos, para que el nombre de Dios sea glorificado.

Gracias, Padre, porque por la obediencia perfecta de tu Hijo Jesús nos preparas para cuando regreses a juzgar a los vivos y a los muertos. Amén.

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2 de marzo

¡Mira lo que hiciste!

Desgárrense el corazón, no los vestidos, y vuélvanse al Señor su Dios, porque él es misericordioso y clemente, lento para la ira y grande en misericordia, y le pesa castigar.

Joel 2:13 (2:12-13)

¡Mira lo que hiciste! Esa frase me recuerda las veces que mi madre le hablaba al perro que teníamos en casa, cuando éste rompía alguna maceta y destrozaba una de las plantas que ella cuidaba tan celosamente. He escuchado esta frase también en algunos padres cuando, enojados, le gritaban a su hijo por algo malo que habían hecho.

¿Te imaginas a Dios diciéndote algo así? ¡Mira lo que hiciste! En verdad, eso es lo que Dios le está diciendo a su pueblo por medio del profeta Joel. Israel se había enceguecido en su pecado. No veía claramente a Dios, por lo tanto, tampoco veía lo que pasaba en su corazón. Así es que, en forma simple, de parte de Dios, Joel les dice: ¡Miren lo que hicieron! Reconozcan su pecado. Rómpanse el corazón. Dense cuenta de su ceguera y de la vida impía que están llevando.

Sólo cuando miramos lo que hemos hecho, y reconocemos cuánto hemos seguido nuestros caprichos y cuánto daño hemos causado a los que están a nuestro alrededor, podemos ver y entender lo que Dios ha hecho por nosotros. El mensaje de la Cuaresma es: ¡Mira lo que Dios ha hecho! Ha colgado a Jesús en tu lugar. Ha castigado a su propio Hijo en vez de castigarte a ti. Ha arreglado lo que tú rompiste. El profeta Joel nos trae un Dios grande en misericordia y en salvación, porque grande es nuestro pecado.

¡Mira lo que Dios ha hecho! ¡Mira lo que todavía sigue haciendo por ti! El Señor sigue siendo lento para la ira. A él le pesa castigarnos porque está cargado de misericordia. El Señor sigue amándote hasta la muerte. Acércate sin miedo. Disfrútalo.

Gracias, Padre, por lo que has hecho, en Cristo, por nosotros. Amén.

16 de abril – Domingo de Pascua de Resurrección

Nos vemos en casa

“No teman. Vayan y den la noticia a mis hermanos, para que vayan a Galilea. Allí me verán.”

Mateo 28:10 (1-10)

Galilea tiene un lugar especial en mi corazón, pues fue el lugar que vio crecer a Jesús. La orilla del lago fue el lugar de encuentro, de llamado de discípulos, de predicación, y de la mayoría de los milagros que Jesús hizo durante su ministerio. Galilea fue testigo del poder y del amor de Dios. Y Jesús planificaba cerrar su ministerio en la tierra en ese mismo lugar. Galilea iba a ser nuevamente escenario del milagro de la gran pesca y de la restauración de Pedro. La promesa que Jesús les hizo a las mujeres para que la trasmitieran a sus discípulos, es la más esperanzadora que una persona pueda recibir : “Allí me verán.”

Cuando releo estas palabras de Jesús, pienso en cuántas veces decimos nosotros palabras similares a nuestros hijos o a nuestros amigos: “Nos vemos en casa.” Ésa fue la promesa de Jesús: ‘Nos vemos en casa.’ Y ésa sigue siendo su promesa para nosotros. El Jesús resucitado victorioso, lleno de vida inmortal, nos dice: ‘Nos vemos en casa.’ El evangelista Juan nos recuerda que Jesús ascendió a los cielos para prepararnos un lugar (Juan 14), para ‘vernos en casa’. No hay promesa que traiga más consuelo ante nuestra propia muerte. Dos veces ocurre esta frase en la lectura de hoy. La primera vez, los ángeles dicen a las mujeres: “…va delante de ustedes a Galilea; allí lo verán.” La segunda vez, es el propio Jesús que anuncia: “…vayan a Galilea. Allí me verán.”

Jesús resucitado nos dice hoy: “…vayan a Galilea; allí me verán.” ¿Dónde se encuentra nuestra Galilea? En la Palabra de Dios y la Santa Cena, allí donde Jesús se hace presente y está dispuesto a vernos, a hacer milagros, a restaurarnos de nuestro pecado. Pero no sólo allí: también hay una Galilea eterna, el lugar del encuentro definitivo. Allí nos veremos.

Gracias, Padre, porque resucitaste a Jesús y lo enviaste delante de nosotros al cielo. Reafirma nuestra fe de que “allí nos veremos”. Amén.

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3 de marzo

¿Qué entendemos por bendiciones?

Tal vez el Señor su Dios cambie de parecer y deje bendiciones tras de sí, es decir, trigo y vino para que le presenten ofrendas y libaciones.

Joel 2:14 (2:14-16)

Me acuerdo todavía cuando en la escuela secundaria aprendí acerca del dolor. La profesora de anatomía nos explicaba que el dolor era bueno, porque era señal de que había una herida o un problema en el cuerpo que requería atención. Si no fuera por el dolor, no nos daríamos cuenta de que nos lastimamos o nos quemamos. A partir de ese momento comencé a considerar la importancia del dolor.

En términos de la fe cristiana, el dolor y el sufrimiento también son importantes, al punto que llegan a ser una bendición para nuestra vida. Posiblemente esta afirmación no concuerde con el pensamiento popular, porque la palabra bendición la relacionamos con lo bueno, con la ausencia de dificultades, con la salud. Y es cierto que todas esas cosas son bendiciones. Pero, así como el dolor, el sufrimiento, y la muerte de Jesús son una bendición para nosotros, asimismo los sufrimientos que pasamos en la vida son una bendición porque nos hacen buscar la protección y el consuelo de nuestro Padre celestial.

¿Qué es una bendición entonces? ¿Cuáles son las bendiciones que Dios deja detrás de sí? Es muy llamativo que el profeta Joel lo resume en dos palabras: trigo y vino. En el lenguaje del Nuevo Testamento diríamos: pan y vino, el cuerpo y la sangre del Señor Jesús. Ésa es la mayor bendición que Dios deja detrás de sí cuando viene a nosotros en su Palabra y en los sacramentos. La mayor de las bendiciones que podemos recibir es al Señor Jesús, porque él nos trae el perdón de los pecados, y alivio para todos los dolores de la vida. Cuando él está con nosotros, todo duele menos.

Gracias, Padre, por todas las bendiciones que recibimos de tu mano amorosa. Amén.

15 de abril – Sábado de Gloria

La custodia del sepulcro

Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia.Mateo 27:66 (62-66)

Me causa gracia la actitud de los principales sacerdotes y de los fariseos. ¡Estaban asustados de un muerto! Jesús no estuvo vivo en la tierra por un día, y los líderes religiosos se encargaron de “cuidar la fe”, buscando ayuda en el gobernador y custodiando al muerto con piedra y soldados. ¡Qué poca visión! ¡Cuánta incredulidad y cuánta arrogancia!

Intentar detener el torrente de vida de Dios es como querer detener el flujo de agua de las cataratas del Niágara con las manos, o intentar detener la salida del sol cada mañana. El curso de la historia dirigida por Dios no puede ser detenido ni por nuestros miedos, ni por nuestra falta de visión, ni por nuestra falta de fe. El sepulcro fue parte del plan de Dios. La tumba donde Jesús fue sepultado es la evidencia de nuestro pecado y de nuestra propia mortalidad. No hay otra forma de seguir adelante en la historia. Todos moriremos, como murieron nuestros antepasados. Lo importante es nuestra actitud ante nuestra propia muerte: ¿Falta de fe? ¿Desesperanza? ¿Miedo? ¿Dolor?

El Jesús de la tumba santifica nuestra propia sepultura para llamarnos a la realidad y darnos esperanza: morimos a causa de nuestro pecado, pero seremos levantados en gloria para compartir con nuestro Salvador la vida eterna en el cielo. La tumba de Jesús no lo retuvo para siempre, a pesar de la pesada piedra y de la guardia de soldados. Tampoco nosotros seremos retenidos para siempre en el sepulcro, porque la sangre de Jesús nos infunde vida nueva, santa y eterna. Jesús esperó para ser resucitado. Nosotros esperamos lo mismo.

Gracias, Padre, porque Jesús santificó nuestro sepulcro para llevarnos, a través de la muerte, al cielo eterno. Amén.

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4 de marzo

¿Qué clase de Dios tienen ustedes?

“Señor, ¡perdona a tu pueblo! ¡No los entregues al oprobio, ni dejes que las naciones los dominen!” … Entonces el Señor

mostrará su amor por su tierra, y perdonará a su pueblo. Joel 2:17-18 (2:17-20)

Muchas veces he escuchado la burla de los que no conocen al Dios que se reveló tan claramente en su Palabra, y luego tan humanamente en su Hijo Jesús. Cada vez hay más personas que piensan que Dios es tonto, que no pudo haber tenido la inteligencia ni el poder de crear el universo que conocemos. Se burlan de un Dios que es “moralista”, y se enojan con el Dios que no detiene las catástrofes y que es insensible al dolor de la enfermedad, del sufrimiento, y de la muerte.

Pero la burla y el menosprecio no se dirigen sólo a Dios, sino también a su pueblo. El profeta Joel lo sabía muy bien. Joel ora desde lo profundo, con sentimiento y convicción espiritual: “No permitas que entre los pueblos se diga que nuestro Dios nos ha abandonado.” Es fácil “ver” cómo nuestra sociedad se burla de nosotros, los cristianos, porque las cosas no siempre nos salen bien, porque creemos en el matrimonio pero nos divorciamos, porque decimos que Dios nos ha perdonado pero nos cuesta perdonar a los demás, porque decimos que tenemos un mensaje de paz pero nos peleamos con medio mundo. Nuestra oración también tiene que ser : “Señor, ¡perdona a tu pueblo!” Porque no somos diferentes al pueblo de Israel en los días de Joel. Una y otra vez necesitamos orar por perdón.

Y la promesa no se hace esperar : “Entonces el Señor… perdonará a su pueblo.” La cruz sangrienta donde murió Jesús, y su tumba vacía, son la muestra palpable de cuánto Dios nos ama. Tanto, que no se cansa de esperar nuestro pedido de misericordia, sino que está siempre presto a llenarnos de su paz.

Gracias, Padre, por perdonarnos en Jesús. Ayúdanos a vivir como hijos tuyos. Amén.

14 de abril – Viernes Santo

Consumado es

Cuando Jesús probó el vinagre, dijo “Consumado es”; luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu.

Juan 19:30 (23-30)

Cuando era niño, los Viernes Santos sucedía algo especial en mi congregación: ¡el templo se llenaba! Yo veía a personas que de ordinario no participaban en las actividades de la iglesia. ¿Cuál era el motivo? Parecía que aun en los cristianos tibios y fríos (o nominales), la crucifixión y muerte de Jesús el Viernes Santo producía una especie de temor, o reverencia, o alguna suerte de arrepentimiento transitorio.

¿Qué produce en ti el Viernes Santo? Dejaré que tú respondas a conciencia esa pregunta con la ayuda del Espíritu de Dios. En verdad, es más importante saber lo que el primer Viernes Santo produjo: la salvación de toda la humanidad mediante el sacrificio del Hijo Santo de Dios. La clave de esto la dio el mismo Jesús cuando exclamó sus últimas palabras: “Consumado es.” La palabra griega que usa el evangelista Juan para “consumado es” es tetéleszai, que se traduce mejor: “está completo o perfecto”. En la cruz Jesús estaba cumpliendo con todo lo que el Padre le había pedido que hiciera; estaba también ocupando el lugar que nos correspondía a nosotros como castigo por nuestros pecados. Así, Jesús cumplió en forma completa y perfecta todo lo que hacía falta para que nosotros recibiéramos el perdón de nuestros pecados. ¡Nuestra salvación está consumada gracias a Jesús!

El Viernes Santo sigue produciendo en mí una especie de reverencia no igualada por ninguna otra cosa. Me invita a pensar en profundidad en cuánto Dios me ama, y en lo que estuvo dispuesto a hacer para recibirme como hijo suyo para siempre.

Gracias, Padre, por la perfecta obra de amor de Jesús, que me libro a mí de pasar por la cruz. Amén.

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5 de marzo

Reconciliarse es comenzar de nuevo

“Reconcíliense con Dios”. Al que no cometió ningún pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que en él nosotros fuéramos hechos justicia de Dios.

2 Corintios 5:20-21 (5:16-21)

¿Cómo se puede vivir amargado toda la vida? Parece mentira que algunas personas puedan guardar rabia y rencor por años en su corazón. Si el rencor quedara guardado, no sería tanto problema. Pero el asunto es cuando explota y desparrama palabrotas y acciones que lastiman a quienes están alrededor. Hay muchas personas que viven así. ¿Y si Dios guardara rencor y viviera amargado con nosotros?

San Pablo dice que Dios no guarda rencor. Aunque tiene motivos para estar enojado con nosotros a causa de nuestra indiferencia a su amor y nuestra rebeldía a su santa voluntad, Dios “nos reconcilió consigo mismo a través de Cristo” (2 Corintios 5:18). Dios quiere un nuevo comienzo con nosotros. Por eso, en Cristo, nos hizo una nueva creación.

¿Estás enojado con alguna persona? ¿Explotas de vez en cuando porque no pudiste perdonar? Se dice que el rencor es el veneno que uno toma esperando que el otro se muera. En otras palabras, el que no perdona se hace daño a sí mismo.

San Pablo nos invita a un nuevo comienzo a partir de la reconciliación que Dios logró mediante la muerte y resurrección de Jesús. Dios ya no está enojado con nosotros. ¿Por qué habríamos nosotros de seguir amargados y guardando rabia en nuestro corazón hacia los que nos rodean, especialmente hacia aquellos que decimos que amamos? En Cristo podemos comenzar de nuevo, disfrutando nuestras relaciones con un corazón limpio y perdonador. De esa forma, anunciamos a otros que hay una manera mejor de vivir que se extiende incluso hasta a la eternidad.

Gracias, Padre, por el sacrificio de Jesús que nos reconcilió contigo para siempre. Amén.

13 de abril – Jueves Santo

La Santa Cena

Esto es mi cuerpo, que por ustedes es entregado; hagan esto en memoria de mí. Lucas 22:19 (7-22)

La Pascua era una fiesta que las familias israelitas celebraban cada año. El menor de todos en la familia debía preguntar : “¿Por qué hacemos esta comida?”, y el padre en la familia relataba la historia del éxodo, enfatizando el poder liberador de Dios.

Cuando Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la Pascua por última vez, les dijo: “He tenido muchísimos deseos de comer esta Pascua con ustedes antes de padecer, pues les digo que no volveré a comerla hasta que tenga su pleno cumplimiento en el reino de Dios” (Lucas 22:15-16). Pienso que Jesús aprovechó la Pascua para escuchar nuevamente la historia del gran poder liberador de Dios. Él sabía que ahora el cordero que Dios usaría para liberar a sus hijos era él mismo. Jesús entregaría su vida para que su pueblo pudiera ser liberado para siempre. Con esto en mente, le dio un nuevo significado a la Pascua instituyendo la Santa Cena, donde él mismo se ofrece y por medio de la cual nos quiere recordar continuamente su poder liberador mediante el perdón de los pecados. Qué lindo que también nosotros podamos decir cada domingo: “Tengo muchos deseos de comer la Santa Cena con ustedes (nuestros hermanos).”

Cada vez que comemos el cordero pascual en la Santa Cena somos liberados de nuestros pecados, del temor a la muerte y al infierno, y animados a vivir en la esperanza de celebrar la Santa Comunión en su plenitud cuando arribemos a la tierra prometida celestial. ¡Qué gran fiesta nos está preparando Dios! ¡Qué gran fiesta nos dejó Dios ahora aquí, para que recibamos su gracia y su fortaleza!

Gracias, Padre, porque entregaste a Jesús para ser el cordero pascual que dio su vida por nosotros. Bendice nuestra participación en la Santa Cena. Amén.

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6 de marzo

Un malentendido muy popular

Les rogamos a ustedes que no reciban su gracia en vano. 2 Corintios 6:1 (6:1-2a)

Los oponentes de Lutero lo criticaron fuertemente porque él enfatizaba que somos salvos sólo por gracia, sin las obras de la ley –así como la Biblia afirma claramente–. Sus críticos decían que semejante doctrina produciría un cristianismo flojo y que la iglesia se plagaría de holgazanes ya que, si la salvación era regalada, no necesitaban prestarle atención a la ley de Dios. Pero esto no fue lo que los reformadores, ni la Biblia, enseñaron. A decir verdad, cuando recibimos la salvación por gracia, la ley de Dios se convierte en el único camino de vida del creyente.

El malentendido de los detractores de la Reforma sigue vigente aún hoy en las iglesias cristianas protestantes y evangélicas. No es de extrañar, porque esto era algo que también pasaba en la iglesia en Corinto. Había quienes recibían la gracia de Dios y no sabían bien qué hacer con ella, o mejor dicho, la desaprovechaban: no perdonaban cuando tenían la ocasión de hacerlo, hacían la vista gorda ante las múltiples necesidades de los hermanos y, lo que era peor, “no veían” los atroces pecados que se cometían en el seno de la congregación.

Recibir la gracia en vano es no entender la gracia. A nosotros la salvación no nos costó nada, pero a Dios le costó la vida de su propio Hijo. No recibirla en vano quiere decir entender ese costo. La gracia de Dios nos transforma para que seamos menos reprochadores, para que enmendemos una relación en vez de herirla, para que no nos creamos mejores que los demás, y para que seamos pacientes con nosotros mismos y con nuestros hermanos.

Gracias, Señor, por tu gracia. Renuévanos por medio de tu Palabra y tu Espíritu Santo, para que ejercitemos tu gracia cada día con todas las personas a nuestro alrededor. Amén.

12 de abril – Miércoles de Semana Santa

Finales eternos

Entra en el gozo de tu Señor.Mateo 25:21 (14-30)

La parábola del siervo negligente forma parte del grupo de las parábolas escatológicas que Jesús pronunciara durante la semana de su crucifixión y muerte. En cada una de ellas Jesús menciona el juicio al final de los tiempos. En la parábola para hoy hay dos finales felices y un final infeliz. Lo que tienen en común estos finales es que los tres son eternos.

Aunque para nosotros, hombres mortales y temporales, es muy difícil entender la dimensión de la eternidad, es necesario que prestemos atención a este tema porque, indefectiblemente, la eternidad es lo que nos espera después de la muerte.

¿Cómo estamos usando los talentos que Dios nos dio? Dios nos repartió sus dones cómo él quiso y en las cantidades que quiso, pero no dispuso cómo debemos usarlos y reproducirlos, sino que nos dio la libertad de ponerlos a trabajar de la manera que a nosotros mejor nos parezca. ¡Qué Padre tan generoso y lleno de confianza! Dios confía en que haremos un buen trabajo, que seremos capaces de perdonar porque fuimos perdonados, que amaremos a quienes nos rodean porque él nos llenó de su amor en Jesús, y que ayudaremos a los necesitados porque cuando estuvimos necesitados de paz, amor, y vida, él nos los dio abundantemente.

El punto álgido de la parábola es que, el que repartió los dones, va a volver. Entonces, ¿cómo lo esperas? ¿Contento porque has producido algo? No enterremos los dones que el Señor nos dio. Él fue muy generoso con nosotros, que no merecíamos nada, para que nosotros seamos generosos en su nombre. Delante de nuestros ojos permanece la promesa: “Entra en el gozo de tu Señor.” ¿Te imaginas pasar la eternidad con un Dios feliz y contento? Gracias a Jesús, esto será posible.

Gracias, Padre, por los talentos que me diste. Ayúdame a ponerlos a trabajar para que produzcan frutos de amor para ti. Amén.

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7 de marzo

No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy

Y éste es el momento oportuno; éste es el día de salvación. 2 Corintios 6:2b (6:2b-3)

En la película “La sociedad de los poetas muertos”, hay una escena donde un amigo le dice a otro –que era muy tímido y un poco aletargado para tomar decisiones–: “Aprovecha el momento.” Este consejo alentó al joven indeciso a finalmente comenzar una relación afectiva seria con una chica que siempre le había gustado mucho. Superando sus vacilaciones, “aprovechó el momento” en que ella estaba cerca, y la invitó a salir. Grande fue su sorpresa cuando ella aceptó cálidamente su invitación.

¿Te ha pasado que alguna vez te enojaste contigo mismo porque dejaste pasar una gran oportunidad? ¿Por qué será que nos frustra tanto dejar pasar una oportunidad? Porque el tiempo que pasó y que desaprovechamos ya nunca más volverá. En ese sentido el tiempo es tirano: exige de nosotros una determinación al momento. Si lo dejamos pasar, se va para no volver más.

El apóstol Pablo tenía esto muy presente, especialmente en lo que respecta a las cosas del Señor. Casi puedo ver cómo Pablo escribe estas palabras con mayúscula y en negrita: “Éste es el momento oportuno; éste es el día de la salvación.”

¡Qué tremenda oportunidad! Dios está aquí, en la persona de su Hijo Jesús, crucificado y resucitado, ofreciéndonos el perdón de nuestros pecados y abriéndonos la puerta al cielo. Hoy es el momento de no dejarlo pasar, de dejar las dudas de lado y confiar sin reservas en que lo que Dios nos ofrece en Cristo es lo único de valor en esta vida, lo único que nunca se desvanecerá.

Levántate cada día en el convencimiento que éste es el día de salvación. Disfrútalo, compártelo con tu familia y tus amigos, aprovecha el momento.

Gracias, Señor, por tu gracia que se renueva cada mañana. Ayúdame a vivir en ella. Amén.

11 de abril – Martes de Semana Santa

El templo transitorio

“¿Ven todo esto? De cierto les digo que no quedará aquí piedra sobre piedra. Todo será derribado.”

Mateo 24:2 (1-14)

¡Y eran piedras enormes! ¡El orgullo de cualquier habitante de Jerusalén! No era la primera vez que Jesús y sus discípulos habían ido al templo. Sin embargo, los discípulos todavía se admiraban al ver esas enormes piedras de miles de kilos cortadas a la perfección para formar las paredes de su centro de adoración. El templo era lo que hacía de Jerusalén, Jerusalén. Muchas personas trabajaban en él. Era el lugar de adoración, de encuentro, de reunión, de trabajo, y de negocios.

Pero Jesús no se dejó impresionar. Si bien amó esa casa, al punto de purificarla de los que la habían hecho una “cueva de ladrones”, sabía que era un templo transitorio y que, en muy pocos años, habría de ser destruido en forma violenta por los romanos. Su profecía se cumplió al pie de la letra. Las piedras que se ven hoy en Jerusalén son sólo las de las paredes de contención que formaban el terraplén donde se asentaba el templo.

Luego de su destrucción, el templo de Jerusalén nunca más fue reconstruido. Ahora hay un templo nuevo que, en su momento, fue derribado por la cruz y la muerte, y luego erigido nuevamente al tercer día de la sepultura de Jesús. A nosotros nos tocó la bendición de tener un nuevo templo, donde Dios habita. Ese templo es Jesucristo. ¡Él jamás será derribado o destruido! Jesús es nuestro templo portable: está en la Palabra de Dios, en el Bautismo, y en la Santa Cena, y a él tenemos acceso en todo momento, ¡pues jamás está cerrado!

¿Te has puesto a mirar y a admirar ese templo? Vale la pena. Dios no es un Dios de piedras y paredes, sino de cuerpos vivientes. Dios no nos provee un templo que puede ser destruido, sino uno en el cual encontramos amparo, perdón, consuelo, contención, y esperanza.

Gracias, Padre, por proveernos, en Jesús, el templo más firme y maravilloso del mundo. Amén.

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8 de marzo

La recompensa sorpresa

Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Mateo 6:4b (6:1-6)

Por lo que cuenta el Nuevo Testamento, la sociedad israelita estaba bombardeada con modelos de espiritualidad. Los cuatro siglos anteriores a la llegada de Juan el Bautista y Jesús habían sido cuatrocientos años de “oscuridad profética”, durante los cuales Dios no había dado ninguna revelación. Como resultado, habían surgido grupos como los esenios, los saduceos y los fariseos, que enseñaban a las personas a vivir la religión de diferentes maneras.

Algunos de ellos se paraban a rezar pomposamente en algún lugar visible para que los demás pudieran ver cuán “piadosos” eran cuando oraban, demostrando así una confusión muy grande en su espiritualidad. ¿A qué Dios se estaban dirigiendo? ¿A quién o quiénes querían impresionar? Si todo lo que querían era que los demás se pusieran de pie para recibirlos cuando entraban en la sinagoga, su espiritualidad estaba por el piso. Sobre esto estaba Jesús enseñando y advirtiendo a sus discípulos.

La fe no nos fue dada para que nos volvamos vanidosos ante los demás, sino para que tengamos una relación íntima, “secreta”, con el Padre en los cielos. La fe que Dios nos dio es para que nos conectemos con él, que ve lo público y lo secreto, y para que nuestra relación con él sea limpia y sin negociaciones absurdas. No oramos para que Dios responda a nuestros caprichos ni para que los demás nos aplaudan, sino para que nuestra conexión con él, a través de Jesús, nos sostenga firmes en la fe. ¿Qué recompensa nos dará el Padre? ¡Sorpresa! Dios responde de maneras inimaginables, siempre, absolutamente siempre para nuestro bien. En lo íntimo lo veremos. En lo íntimo lo disfrutaremos, y se hará visible en nuestra forma de vivir.

Gracias, Padre, por darnos la fe que nos conecta contigo. Guíanos a orar de acuerdo a tu voluntad. Amén.

10 de abril – Lunes de Semana Santa

Limpieza total

Después de mirar todo a su alrededor, se fue a Betania con los doce, pues ya estaba anocheciendo.

Marcos 11:11 (1-11)

¿Se habrán desilusionado aquellos que entraron con Jesús a Jerusalén y lo acompañaron al templo? Porque fue una gran entrada, pero, aparentemente, nada más que eso. A simple vista, pareciera que ese domingo Jesús no hizo nada. Sólo entró, observó todo, y luego se fue porque estaba oscureciendo.

Ese domingo Jesús vio muchas cosas. Vio personas orando, aprendiendo, haciendo sociales, comprando y vendiendo animales para el sacrificio, cambiando dinero. Vio personas enterándose de las noticias que traían los visitantes que venían del extranjero. Seguramente también vio y sintió cómo algunos tramaban cosas diabólicas, y cómo los jefes de los sacerdotes y los fariseos lo miraban con recelo y maquinaban atraparlo para deshacerse de él.

Pero Jesús no se apuró. Había muchas cosas que arreglar en la ‘casa de su Padre’ –así es como Jesús llamaba al templo–. Como ese día ya no quedaba mucho tiempo, Jesús se retira y se va a la casa de sus amigos en Betania, donde hay gran alegría porque todavía estaban festejando la resurrección de Lázaro. Seguramente allí compartió con ellos las cosas que había visto. Seguramente también oró y meditó en todo lo que estaba pasando, y planeó las actividades para el día siguiente, cuando echó a los usureros y ladrones que esquilmaban a las personas que iban al templo a adorar a Dios.

¿Cómo está el templo de tu corazón? Cualquiera sea el estado en el que se encuentre tu corazón, recuerda que Jesús quiere entrar en él. Para eso vino al mundo: para entrar, limpiar, y ocupar tu corazón. Su venida no tuvo ningún otro propósito, sino el de entrar en tu corazón para llenarlo de paz, para habitar en él, y para llevarte al cielo.

Gracias, Padre, porque enviaste a Jesús a limpiar nuestro corazón con su propia sangre. Amén.

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9 de marzo

La búsqueda del tesoro

Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. Mateo 6:21 (6:16-21)

Una vez escuché a un colega decir lo siguiente: “Tu Dios es aquél a quien dedicas tu tiempo, y en quien inviertes tu dinero.” Esta frase me hace pensar que somos más idólatras de lo que creemos, algo que no es para nada nuevo. Jesús ya vio la idolatría en sus contemporáneos. Estaba presente en sus prácticas de oración, en su ayuno, y en sus buenas obras. Algunos tenían dobles intenciones: querían quedar bien con Dios, a la vez que ser admirados por sus vecinos. Otros tenían una sola intención: alimentar su vanidad, aparentando piedad ante los demás. Para ello invertían tiempo y dinero para adorarse a sí mismos, acumulando así tesoros terrenales superfluos y baratos delante de Dios, tesoros que no enriquecen a nadie.

Nosotros no somos muy diferentes: nos dejamos atrapar por las cosas que brillan un poco y por el halago que nos hace sentir bien y que alimenta nuestro orgullo por un momento. No es que esté mal tener una apreciación adecuada de lo que somos y tenemos, ni que otros nos animen con palabras de aliento. El problema surge cuando dedicamos nuestro tiempo, nuestros esfuerzos, y nuestros recursos a que otros nos aprueben.

¿Dónde está nuestro corazón? Jesús nos exhorta a buscar las cosas de Dios, a invertir nuestro tiempo y nuestros recursos en el estudio de su Palabra, en la participación de la Santa Comunión, y en sostenernos constantemente unos a otros. El tesoro de su Palabra enriquece nuestro corazón haciéndolo brillar de tal forma, que sólo el Padre en los cielos puede verlo. El corazón que brilla por la gracia de Dios, late de una manera diferente: es un corazón agradecido, simple, enfocado en el tesoro eterno que, según Jesús, nadie nos podrá quitar.

Mi búsqueda del tesoro ha terminado. Jesús me encontró. No necesito más.

Gracias, Padre, porque hiciste accesible a nosotros todas las riquezas del cielo. Ayúdanos a atesorarlas debidamente. Amén.

9 de abril – Domingo de Ramos

La gran entrada

“Vayan a la aldea que tienen ante ustedes. Al entrar en ella van a encontrar atado un burrito sobre el cual nadie se ha montado. Desátenlo y tráiganlo acá.”

Marcos 11:2 (1-11)

La multitud que acompañó a Jesús desde Jericó y desde Betania se encontró con otra multitud, que salió de Jerusalén a buscarlo. Ahora hay más personas en el gran desfile, hay alegría, hay amontonamiento, gritos de júbilo, alborozo. ¿Qué está pasando? La multitud recitaba y cantaba una porción del Salmo 118: “Señor, ¡te ruego que vengas a salvarnos! ¡Te ruego que nos concedas la victoria! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Desde el templo del Señor los bendecimos” (Salmo 118:25-26).

La palabra ‘Hosanna’, usada tan frecuentemente en la iglesia cristiana y vociferada incansablemente aquí por la multitud, quiere decir : “Salva ahora.” Es interesante la observación de los evangelistas cuando describen que la multitud cantaba y gritaba: “Hosanna en las alturas.” Cierto, la salvación viene desde las alturas.

Tú y yo somos personas con serios problemas de pecados, culpas, y desesperanzas. Al igual que el burro de esta historia, estamos atados. No servimos para nada, sólo producimos gastos porque ocupamos espacio y nos tienen que alimentar. Pero qué hermosa analogía vemos aquí: una vez desatados por orden de Jesús, una vez que recibimos la salvación que viene de las alturas, del trono mismo de Dios, servimos para algo, así como sirvió el burro para entrar a Jesús a Jerusalén.

¿Qué cosas te tienen atado? ¿Qué pecados te tienen inquieto y te impiden disfrutar la cabalgata junto a Jesús? Cualesquiera sean esas cosas, no hay nada que en este momento te impida gritar : “Salva Señor, ¡ahora!” Después de todo, para eso Jesús hizo esa gran entrada: para cambiar nuestra vida, para traernos paz, y para darnos la esperanza de la resurrección.

Gracias, Padre, porque enviaste a Jesús, desde las alturas, para traernos salvación y desatarnos del mal. Amén.

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10 de marzo

¿De quién eres hijo?

Si eres Hijo de Dios… Mateo 4:3 (4:1-4)

Muchos apellidos tienen un sufijo que indica el origen de la familia. En español, por ejemplo, los González son hijos de Gonzalo, y los Rodríguez son hijos de Rodrigo. En inglés, los Williamson son hijos de William, y los Johnson hijos de John. Ser hijos de alguien nos identifica.

Cuando Jesús fue bautizado por Juan en el río Jordán, los cielos se abrieron y con voz fuerte el Padre celestial declaró: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mateo 3:17). ¡Qué hermosa afirmación! Con cuánto orgullo el Padre nos presenta a su Hijo. Pero alguien más estaba escuchando: el maligno, el que confronta a Jesús en el desierto para cuestionar su identidad. “Si eres Hijo de Dios…” haz el disparate que te pido. Qué insolente que es el diablo, tentar al mismo Dios, poner en duda la afirmación tan clara del Padre. Jesús no se dejó engañar, y le contestó con la Palabra de Dios.

Tú y yo también somos hijos del Padre en los cielos. Tenemos una identidad que nos fue dada en el Bautismo, cuando Dios declaró: “Te perdono todos tus pecados. Eres mi hijo amado en quien tengo alegría.” Sin duda, el diablo también escuchó esta declaración y, muy temprano en nuestra vida, nos presentó sus tentaciones para que dudemos de nuestra identidad como hijos de Dios.

Cuando las cosas no nos salen de acuerdo a nuestros planes, nos preguntamos si Dios realmente nos quiere tanto como dice. Puede ser que cuando pecamos abiertamente en contra de la voluntad divina nos surja la duda de que Dios pueda perdonarnos y pueda recibirnos como sus hijos amados. Pero Dios no ha cambiado de parecer. Una vez que tiene hijos, los ama hasta la muerte. La muerte y resurrección de Jesús así lo confirma.

Gracias, Padre, por hacernos tus hijos amados. Fortalécenos en esa relación de familia divina. Amén.

8 de abril

Dejemos de jugar a los héroes

Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Por tanto, acerquémonos confiadamente al trono de la gracia,

para alcanzar misericordia y hallar gracia para cuando necesitemos ayuda. Hebreos 4:15-16 (4:14-16)

Un día, hace bastante tiempo, me descuidé respecto del dinero que tenía depositado en el banco. Ese día entraron dos extracciones automáticas que dejaron la cuenta bajo cero. El banco me cobró 40 dólares por eso. A la tarde, cuando fui a depositar, y a tratar de que me perdonaran esos 40 dólares, le dije a la persona que me atendió: “Yo sé que fue un error mío, así que no tengo a nadie más a quien echarle la culpa, por lo que lo que pido es misericordia.” Seguramente la persona que me estaba atendiendo nunca había escuchado una argumentación semejante para pelear por unos dólares, porque sin chistar canceló la multa del banco. Le quedé muy agradecido.

Me pregunto: ¿quién no necesita ayuda alguna vez? Después que dejamos de ser presuntuosos, y a causa de las dificultades de la vida dejamos de jugar a tratar de ser héroes que todo lo podemos, comenzamos a reconocer nuestra necesidad de ayuda. Y cuando se trata de alcanzar la misericordia de Dios, es cuando más ayuda necesitamos.

El autor de Hebreos nos dice que Jesús entiende perfectamente cuánta ayuda de la gracia de Dios necesitamos. Él vivió en carne propia los sufrimientos de la cruz, el abandono de sus amigos, la traición de uno de los suyos, y las tentaciones del diablo. Él es ahora nuestro intercesor ante Dios para que podamos acercarnos confiadamente a él sabiendo que, a pesar de nuestros pecados, nos mirará con cariño, entendimiento, y amor.

Gracias, Padre, porque nos diste un sumo sacerdote que, aunque sin pecado, fue como nosotros. Ayúdanos a tener presente que él nos quiere y recibe siempre, y que podemos contar con su ayuda. Amén.

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11 de marzo

El diablo lee la Biblia

También está escrito... Mateo 4:7a (4:5-7)

Es interesante ver cómo, para tentar a Jesús, el diablo usa la Escritura en forma muy astuta. Textualmente cita los versículos 10 y 11 del Salmo 91, pero se “le olvidó” el versículo 9 de ese Salmo que dice: “Por haber puesto al Señor por tu esperanza, por poner al Altísimo como tu protector, no te sobrevendrá ningún mal…”

Si Jesús no hubiera sabido más que el diablo sobre la Escritura Sagrada, podría haber caído en la trampa. El Salmo 91 no fue escrito para probar a Dios, sino para asegurarnos de la promesa que, cuando confiamos en el Señor, él nos protege, por lo que no necesitamos ponerlo a prueba.

Me pregunto cuántas veces probamos a Dios, utilizando en forma parcial las Escrituras. Pienso en pasajes como: “… todo lo que pidan al Padre, en mi nombre, él se lo concederá” (Juan 16:23). “Todo” no quiere decir todo lo que se nos antoja, sino “todo” lo que tiene que ver con el reino de Dios. ¿Tentamos a Dios recordándole parcialmente sus promesas?

Jesús supo poner la Escritura en el contexto de Dios. Entonces todo cobra sentido: su ministerio, su paciencia con los discípulos, su aceptación de la autoridad de Pilato, su sufrimiento callado, su muerte sacrificial. Jesús entendió la Escritura y la aceptó en los términos de Dios, para que nosotros podamos tener la libertad de dejarnos guiar por ella para vencer las tentaciones. Jesús venció al diablo con la Palabra, y mediante ella nos da sabiduría y fuerza para que nosotros salgamos vencedores ante el maligno.

Gracias, Padre, por tu Palabra santa que nos protege del diablo y nos trae a Jesús. Amén.

7 de abril

Resistencia, carácter, esperanza

Nos regocijamos en los sufrimientos, porque sabemos que los sufrimientos producen resistencia, la resistencia produce un carácter aprobado, y el carácter aprobado

produce esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado.

Romanos 5:3-5 (5:1-5)

Tengo entendido que la riqueza es terreno fértil para las tentaciones, que el éxito puede llevar al orgullo y la arrogancia, y que la salud del cuerpo puede llevar al descuido del uso de la energía física. La riqueza, el éxito y la salud son regalos de Dios que pueden ser bien o mal usados. San Pablo nos habla de lo opuesto al éxito, la riqueza, y la salud. Pablo resume en la palabra “sufrimiento” el dolor, el luto, la burla, el desprecio, la soledad, como aspectos en nuestra vida de fe que reafirman nuestro carácter cristiano. Más aún, él se regocijaba en los sufrimientos porque estaba convencido que traían un sinnúmero de bendiciones temporales y eternas.

Pero no siempre hemos entendido esto así. El cristiano principiante piensa a veces que Dios le solucionará todas las cosas en la vida, pero Jesús, Pablo, y toda la Biblia dicen lo contrario. No estamos exentos del sufrimiento, como bien sabemos por experiencia. El paso adelante que Pablo nos indica es que aprendamos a encontrar gozo en el Señor en medio de los sufrimientos, así como Jesús pudo regocijarse en sus injustos sufrimientos sabiendo que su Padre lo resucitaría en forma gloriosa y la daría la victoria sobre todos los males, incluso la muerte.

La esperanza que Jesús nos da nos permite resistir el dolor, crecer en el carácter benigno y paciente, y esperar con gozo el cielo prometido.

Gracias, Padre, por estar a nuestro lado en los sufrimientos de esta vida. Ayúdanos a aferrarnos más y más a tu gracia, para que encontremos gozo y paz en medio del dolor. Amén.

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12 de marzo

Promesas mentirosas

Todo esto te daré si te arrodillas delante de mí y me adoras. Mateo 4:9 (4:8-11)

Sé muy bien que a veces no he cumplido con lo prometido. Me he prometido a mí mismo cuidarme con la dieta para bajar de peso, pero por más buenas intenciones que tengo, no siempre logro lo propuesto. A veces, y aunque las haya hecho con toda seriedad, no cumplo promesas hechas a mis seres queridos.

El diablo también hace promesas, pero con malas intenciones. Es tan osado, que se atreve a hacerle promesas al propio Hijo de Dios, aun cuando sabe desde un principio que no las va a cumplir. Y no las cumple por dos razones: porque no tiene poder para hacerlo, y porque sus promesas son sólo para hacernos caer en su trampa. Sus palabras pueden ser dulces y suaves, y lo que ofrece puede ser muy tentador, pero él nunca tiene buenas intenciones. Por ejemplo: ¿alguna vez cediste a la tentación de gritarle a alguien, pensando que al hacerlo te ibas a sentir mejor?, o ¿alguna vez ignoraste a alguien pensando que así le darías una lección y te sentirías mejor? Ese fue el diablo que te prometió cosas que no pensaba cumplir, y que sólo te harían daño.

Jesús estaba preparado para hacer frente a tales tentaciones y falsas promesas. Él sabía muy bien quién era el diablo, y cuánta astucia y poder tenía para apartarlo de la voluntad de su Padre. Por eso ni consideró sus promesas, sino que simplemente aplicó la Palabra de Dios: “Vete, Satanás, porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás’” (v 10).

La Palabra de Dios es el mejor remedio para las promesas falsas y las tentaciones del diablo. En su himno Castillo Fuerte, Lutero escribió: “(el diablo) … condenado es ya por la Palabra santa.” ¡Qué regalo nos ha dado Dios en su Palabra para enfrentar las promesas vacías!

Gracias, Padre, porque tu Palabra nos libera y afirma en Jesús. Amén.

6 de abril

Sigan progresando

Por lo demás, hermanos, les rogamos y animamos en el Señor Jesús a que cada día su comportamiento sea más y más agradable a Dios,

que es como debe ser, de acuerdo con lo que han aprendido de nosotros. 1 Tesalonicenses 4:1 (4:1-7)

Cuando el apóstol Pablo dice: “… su comportamiento sea más y más agradable a Dios”, nos está dando la idea de que necesitamos progresar en la vida cristiana. Hay, incluso, una versión de la Biblia que traduce: “Sigan progresando en el modo de vivir que agrada a Dios” (NVI).

El progreso es una gran cosa. Si no fuera por él, hoy seguiríamos cocinando sobre el fuego a leña o carbón, seguiríamos transportándonos a lomo de caballo o de burro, y saldríamos cada día a cazar y a pescar para conseguir la comida. El progreso hizo mucho por nosotros, incluso que hoy nos podamos comunicar en forma instantánea con nuestros amigos y familiares en todas partes del mundo por medio de internet. Pero el progreso trajo consigo también mucha contaminación: nuestros desechos contaminan las aguas, los gases que eliminan los automóviles y las fábricas contaminan el aire que respiramos, y la pornografía contamina nuestra mente y nuestro espíritu. Con el progreso viene también más pecado.

El progreso en la vida cristiana es el único que no contamina, y el progreso en la fe no tiene límites, ¡llega hasta el cielo! Si en algo debemos insistir en no quedarnos estancados es en practicar y en crecer más y más en el comportamiento que agrada a Dios. Crecer en nuestro comportamiento cristiano alaba a Dios, y acerca a otros a la salvación que el Señor Jesús logró para todo el mundo.

Gracias, Padre, porque tu amor no contamina. Ayúdanos a crecer en la gracia, y a ejercitarnos en las buenas obras. En el nombre de Jesús. Amén.

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13 de marzo

Cuando Dios obra, las personas se confunden

Jesús estaba expulsando un demonio que había dejado mudo a un hombre, y cuando el demonio salió, el mudo comenzó a hablar y la gente quedó asombrada… Otros… le pedían alguna señal del cielo.

Lucas 11:14, 16 (11:14-16)

Cuando estuvo en la tierra, Jesús hizo muchos milagros. Todos ellos fueron extraordinarios, porque corrigieron las distorsiones que el diablo produce en la vida de las personas. ¿Te imaginas escuchar hablar a alguien que nunca antes había hablado? Es como si un niño que sólo balbucea incoherencias, una mañana se levanta y sostiene una conversación con sus padres como si fuera un adulto. ¡Qué asombro para esos padres!

Dios todavía sigue haciendo milagros. Él sigue viendo nuestra mudez, nuestra sordera y ceguera, y nuestras deficiencias. Y, porque nos ama, obra en nosotros para modificar esas distorsiones: nos perdona para que nuestra vida pueda estar libre de culpas y temores, nos asiste con su Espíritu para despejar nuestras incertidumbres, y nos capacita para que podamos hablar libremente de su grandeza, y de lo que ha hecho por nosotros en Jesucristo. ¿No es esto asombroso?

Sí, para nosotros es asombroso, pero para otros, que no tienen el Espíritu de Dios, es desorientador. Después que Jesús expulsó al demonio e hizo hablar al mudo, algunos se asombraron y otros quedaron confundidos. ¿Por qué la confusión? ¿Por qué no celebrar la buena acción de Dios? Porque muchas personas no reconocen que Dios quiere hacerles bien porque sus expectativas respecto de Dios están torcidas. Algunas personas no quieren lo que Dios desea darles porque sus mentes y corazones apuntan a cosas superficiales y pasajeras.

¿Cómo ves los milagros de Dios en tu vida? ¿Qué esperas de Dios? Jesús nos muestra aquí que Dios está dispuesto a asombrarnos una y otra vez con su amor. Él viene a nosotros en su Palabra y en la Santa Cena para expulsar al maligno y hacernos hablar con alegría acerca del perdón, el cielo, y la vida eterna.

Gracias, Padre, porque sigues asombrándonos con tu amor. Amén.

5 de abril

Conciencia tranquila

Si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas sobre los impuros, santifican para la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre

de Cristo, que por medio del Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará de obras muertas nuestra conciencia, para que sirvamos al Dios vivo!

Hebreos 9:13-14 (9:11-15)

Durante el verano pasado mi esposa y yo visitamos un viejo amigo, ya ahora entrado en años. Nos quedamos a dormir una noche en su casa. A la mañana siguiente le pregunté: ‘¿Qué tal dormiste?’ ‘Muy bien’, me contestó. ‘Tengo la conciencia limpia, ¿cómo no habría de dormir bien?’ Me gustó su respuesta, muy arraigada en la obra de Cristo y en la fe cristiana. Es sólo la gracia de Dios la que, mediante el perdón de los pecados, nos puede hacer dormir tranquilos. O, como dice Pablo, nos permite vivir con una conciencia purificada de obras muertas.

No oigo hablar mucho de conciencia limpia últimamente, ni en la iglesia ni en ningún otro lado. Pareciera como que tuviéramos la conciencia cauterizada, insensibilizada por el bombardeo que sufrimos a diario de parte de Satanás de corrupción, libertinaje, infidelidades, y deshonestidad. Y entonces, nos limpiamos por afuera, o “purificamos la carne” para citar a Pablo.

Necesitamos escuchar una y otra vez la ley intransigente de Dios que nos acusa por nuestras obras muertas y que sabemos (somos conscientes) que nos condenan. Ningún sacrificio nos puede librar de las acusaciones de nuestra conciencia. Sólo el Señor Jesús, que derramó sangre inocente y santa, purifica nuestra conciencia para liberarnos de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente. ¡Qué privilegio dormir tranquilo! ¡Qué privilegio servir con la conciencia tranquila! ¡Gracias Jesús!

Gracias, Padre, porque en Jesús nos libraste de las obras que conducen a la muerte. Amén.

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14 de marzo

Con Jesús o contra Jesús

El que no está conmigo, está contra mí. Lucas 11:23 (11:17-23)

Un político latinoamericano dijo en cierta ocasión en que se estaba elaborando una ley sobre el divorcio: “No estoy ni a favor ni en contra, sino todo lo contrario.” Esta frase es una muestra de la debilidad de quienes no se animan a tomar partido por una causa.

Ésa fue también la postura de Poncio Pilato. Este procurador romano recibió presiones de la multitud que gritaba: “¡Crucifica a Jesús!”, y de su esposa, que le dijo: “No tengas nada que ver con ese justo.” Y optó por lavarse las manos para declararse inocente. Sin embargo, y aun sabiendo que Jesús era inocente, lo entregó para que lo crucificaran. Sin tomar partido, Pilato terminó siendo el responsable de sentenciar a Jesús a muerte.

Pilato es un ejemplo claro de lo que Jesús afirma en Lucas 11: en cuanto a nuestra relación con Dios, no hay términos medios; o estamos con él, o estamos en contra de él.

Hay muchas personas que se declaran indiferentes a las cosas de Dios, diciendo que no son ni buenas ni malas. Pero en Dios no hay nada de indiferente. Él no fue indiferente a nuestra condición de perdidos y condenados, sino que tomó partido y engendró a su Hijo para enviarlo al mundo para salvarnos. Ahora Jesús declara enfáticamente que no se puede ser indiferente a su persona y a su obra: o estamos con él, o estamos en contra de él.

No quisiera ni por un momento estar en contra de aquél que tiene el poder sobre la vida y la muerte. ¿Cómo estar en contra de quien mostró estar a favor de nosotros? Es cierto que a veces actuamos como para hacerle la contra a Dios, siguiendo nuestros propios caminos. Pero Jesús nos recibe nuevamente y nos llama a estar a su favor, para que nuestra vida pueda ser bendecida desde ahora y hasta la eternidad.

Gracias, Padre, por haber obrado a nuestro favor. Amén.

4 de abril

¿A quién imitamos?

Por tanto, imiten a Dios, como hijos amados. Vivan en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros,

como ofrenda y sacrificio a Dios, de aroma fragante. Efesios 5:1-2 (5:1-9)

¿En qué está pensando el apóstol Pablo? ¿Imitar a Dios? ¡Cómo si fuera fácil! Dios es un creador increíble, más poderoso que nadie en el mundo. Lo sabe todo: conoce el pasado, el presente, y el futuro. Dios es santísimo e impecable. ¿Cómo imitar a alguien de semejante altura?

Pablo no nos llama a imitar el poder y la soberanía de Dios, sino su actitud. Por eso menciona a Cristo y lo que él ha hecho, por qué lo ha hecho, y cómo lo ha hecho. Jesús fue el Hijo amado de Dios que voluntariamente obedeció sin cuestionamientos la voluntad santa del Padre celestial. Y porque obedeció, se entregó sin miedo en forma total hasta dar la vida entera para que nosotros podamos ser rescatados. ¡Qué actitud de amor! Cristo pudo haberse quedado cómodamente en su lugar. Sin embargo, decidió descender para ocupar nuestro lugar. Ésa es la actitud que Pablo nos llama a imitar.

Para imitar a Dios como hijos amados tenemos que aprender a descender de nuestra soberbia, a salir de nuestra comodidad, y a ocupar el lugar del otro que está sumido en tristeza, cargado de dolor y frustración, marcado por las cicatrices de sus malas decisiones, inhibido por sus culpas, y paralizado por sus temores. ¿No hemos sido eso nosotros antes de que la “ofrenda y sacrificio fragante de Jesús” nos cambiara la vida para siempre? El olor fragante de ese sacrificio se transmite a otros cuando imitamos la actitud sumisa y obediente de Jesús: perdonando como él nos perdonó, no haciendo las cosas a las escondidas, sino a la luz de la Palabra de Dios, y confiando que su gracia nos limpia y nos lleva al cielo.

Gracias, Padre, por llamarnos a imitarte como hijos amados. Amén.

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15 de marzo

La Palabra que bendice

Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la obedecen. Lucas 11:28 (11:24-28)

Pienso que la mujer que con voz fuerte le dijo a Jesús: “Dichoso el vientre que te dio a luz”, hubiera querido tener un hijo como él. Parece que ella pensaba en el orgullo que sentiría la madre de este hombre que producía conmoción cada vez que hablaba u obraba un milagro. Yo hago lo mismo, pienso en lo orgullosos que estarían mis padres de mis “buenas acciones” o de mis logros. Me gusta también enorgullecerme de los logros de mis hijos. Jesús me reenfoca. ¿Dónde debo poner mi atención? En la Palabra de Dios.

El término ‘dichoso’ utilizado aquí en Lucas, en realidad puede ser mejor traducido como ‘bendito’. No es cuestión de estar ‘feliz’, sino de ser ‘bendecido’… y al ser bendecidos, somos felices. Dios hizo todo lo necesario para bendecirnos ricamente, tanto temporal como eternamente. Al perdonar nuestros pecados nos sacó el enojo que sentíamos por los que nos agreden, nos quitó la amargura de no saber cómo será el final de nuestra historia, nos abrió las puertas de los cielos para llenarnos de paz y alegría.

La Palabra de Dios es la que nos comunica todas estas bendiciones. Ella nos cuenta la mayor historia jamás contada: la de Jesús, quien ocupó nuestro lugar en una cruz para librarnos del castigo divino. Ella nos habla del cielo y de la vida después de la muerte, nuestra mayor esperanza. Ella nos indica en quién creer para recibir todas esas bendiciones. La Palabra de Dios nos llama a ser obedientes para que no nos perdamos ninguna de las grandes cosas que Dios quiere darnos. La Palabra de Dios es la única Palabra confiable que nos lleva por buen camino.

Sigue leyendo la Palabra y viviendo de acuerdo a ella. Tu camino será seguro, porque ella te trae a Cristo.

Gracias, Padre, por tu Palabra eterna. Ella nos bendice. Danos fuerza para obedecerla. Amén.

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3 de abril

Vivir en libertad

De modo, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre. Gálatas 4:31 (4:21-31)

El antagonismo que experimentan hoy en día árabes e israelíes viene de los tiempos en que nacieron Ismael e Isaac, los hijos de Abrahán. Dios había advertido a Abrahán que habría enemistad entre los dos pueblos, porque Ismael nació de la esclava de Abrahán y no de su legítima esposa.

San Pablo usa ahora esta situación para explicarles a los miembros de la iglesia en Galacia que los que nacieron de nuevo por la gracia de Dios, y mediante el perdón de los pecados, son ahora declarados hijos de Dios. Los de Galacia, y los creyentes de hoy en día, vivimos en esa gracia. Somos hijos de la promesa, vivimos en la libertad que Cristo nos consiguió. Ser libres de la condenación eterna, y libres de tener que cumplir la ley para alcanzar la salvación, nos permite vivir en alegría, confiados en el poder y la gracia de Dios y prontos para servir a todos a quienes Dios pone en nuestro camino.

Sin embargo, sabemos que fácilmente nos esclavizamos a nuestras culpas, a nuestros temores, y a nuestras inseguridades. ¿Qué es lo que sucede? El hijo de la esclava, nuestro viejo hombre contaminado por el pecado, sigue vivo, desafiando constantemente la libertad que Jesús nos consiguió mediante su muerte y resurrección. San Pablo nos anima a “gritar de alegría” y a “gritar de júbilo”, porque somos hijos de la promesa. Gritar aquí significa expresarse con toda la fuerza interior, la fuerza de las emociones y del espíritu. Y como somos hijos de libertad, podemos expresar el amor que Dios nos mostró en Jesús en forma espontánea y generosa dondequiera que estemos.

Gracias, Padre, por habernos adoptados como hijos libres. Ayúdanos a alegrarnos en esa libertad, y a compartir nuestra alegría con las personas que tú pones a nuestro lado. Amén.

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16 de marzo

Aprender a pedir

Jacobo y Juan… le dijeron: ‘Maestro… Concédenos que, en tu gloria, uno de nosotros se siente a tuderecha y el otro a tu izquierda.’

Jesús les dijo: ‘Ustedes no saben lo que piden.’Marcos 10:35, 37-38 (10:35-41)

Jacobo y Juan habían estado con Jesús por tres años escuchando sus enseñanzas, aprendiendo de su estilo de vida, y sorprendiéndose con sus milagros. Sin embargo, con esta petición revelan que todavía no habían entendido la profundidad de la misión de Jesús. Evidentemente se tomaron esto muy en serio, pues “traicionaron” a sus compañeros y se propusieron pasar por la misma copa de amargura por la que Jesús estaba pasando. Con toda certeza no sabían lo que estaban pidiendo.

A pesar de haber estado personalmente con Jesús todo ese tiempo, todavía no habían sido transformados en su mente y en su corazón. Pero Jesús no se exaspera. Él sabía que, cuando el Espíritu Santo tocara sus corazones en Pentecostés, verían con mayor claridad el ministerio al que habían sido llamados. Al final, todos los apóstoles murieron, siendo Jacobo el primero, como mártir, y Juan el último, desterrado en una isla. De alguna forma, ellos fueron el principio y el fin del ministerio de los apóstoles originales. Ése fue el bautismo de amargura en el que participaron.

De todo esto aprendo que debo ser más simple en mis oraciones expresando mis temores, mis necesidades, y mis anhelos al Señor, y dejando que él me conceda aquello que ya tiene preparado para mí.

No importa cuánto tiempo hemos caminado ya con el Señor, cuántos milagros hemos visto, y cuántas veces nos ha sorprendido él con su ternura y cuidado, no siempre entendemos la profundidad de la vida a la que nos ha llamado. Las puertas de los cielos están abiertas para que entren nuestras oraciones. ¿Qué pediremos? Que el Señor nos abrace con su gracia y nos anime a confiar siempre en él para todas las cosas de la vida.

Gracias, Padre, porque mediante Jesús nos oyes siempre. Amén.

2 de abril

Todopoderoso

Abrahán sabía que Dios tiene poder incluso para levantar a los muertos.Hebreos 11:19 (Génesis 22:1-14)

Cuando releo en Génesis la historia de cuando Abrahán fue puesto a prueba, mis ojos vuelven una y otra vez al versículo 13: “Abrahán levantó entonces los ojos…” No me concentro tanto ahora en lo extraño del pedido de Dios, ni en cómo Dios cambió de idea, por decirlo así, cuando al punto del sacrificio, detuvo la mano de Abrahán. Me concentro en la actitud obediente de Abrahán y en su acción de levantar la vista.

Ante las extrañas pruebas que Dios pone delante de mí, no siempre aprendo a mirar hacia arriba. Después que miramos hacia arriba, hacia la cruz de donde cuelga Jesús, estamos llamados a mirar hacia abajo, a la tumba vacía, y a sumarnos a la fe de Abrahán que “sabía que Dios tiene poder incluso para levantar muertos” (Hebreos 11:19).

¿Cómo supo Abrahán semejante cosa, si nunca había visto un milagro de esas características? A decir verdad, Abrahán y Sara, “estaban muertos” para tener hijos. Sin embargo, Dios los capacitó para que pudieran tener descendencia. Abrahán experimentó un poco del poder de Dios, y eso le alcanzó para que Dios fuera ahora considerado todopoderoso.

Lo importante es que, una y otra vez, ante todas las circunstancias de la vida, ante todas las pruebas extrañas por las que nos toca pasar, levantemos los ojos. Abrahán encontró el carnero para el sacrificio y nosotros, al levantar la vista, encontramos a Jesús ofrecido en nuestro lugar para que sigamos vivos mediante el perdón de los pecados y pasemos a la vida eterna gracias a su todopoderosa resurrección. ¿Cómo provee el Dios todopoderoso la salida a nuestras aflicciones? Dejemos que nos sorprenda en su sabiduría. Nosotros obedezcamos y miremos hacia arriba. Dios es fiel.

Gracias, Padre, por tu fidelidad a tus promesas. Sabemos que las cumples. Ayúdanos a mirar hacia arriba, a tu trono de gracia. Amén.

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17 de marzo

Abuso de autoridad versus servicio

Si alguno quiere ser el primero, que se haga servidor de todos.Marcos 10:44 (10:42-45)

Me gusta el método educativo de Jesús: aprovecha situaciones de la vida real para enseñarles a sus discípulos. La vanidad de Jacobo y Juan había producido enfado en sus compañeros. Las relaciones entre los discípulos estaban tensas, por lo que Jesús los llama para poner algunas cosas en su lugar.

En primer término, según Jesús, ocupar un puesto alto para gobernar a un pueblo trae el riesgo del abuso. ¡Si lo sabremos! No hace falta ser sabio para ver cuánto despotismo y dominación ejercen algunos gobernantes sobre su pueblo, viviendo como reyes, beneficiándose de la impunidad de sus puestos. El poder y la autoridad son puertas abiertas a la tentación para abusar de otros.

En segundo lugar, Jesús apunta al servicio como la manera en que uno puede sentirse grande. Ésta es una enseñanza muy diferente de la que nosotros esperaríamos. Pero Jesús tiene una razón: él es el primer ejemplo, él vino a servir y no a ser servido. La grandeza de Dios no está solamente en su poder creador, sino en su capacidad de morir. La grandeza de Dios se ve mejor en la cruz que en ningún otro lugar. Desde la cruz Dios gobierna a sus criaturas con compasión y amor. Él no es un Dios que ejerce despotismo sobre sus súbditos, sino más bien un Dios que sabe gobernar con los sufrientes brazos abiertos de Jesús.

¿En qué situación de tu vida puede Jesús aportar una enseñanza? ¿Qué problemas sufres en estos momentos en tus relaciones que puedan ser usados por Jesús para reenfocarte al servicio? Me imagino que no te costará mucho identificar dónde quiere el Señor que sirvas con grandeza. Hazlo espontáneamente, y disfrútalo espiritualmente.

Querido Padre, gracias porque enviaste a Jesús para servirnos sin importar el costo. Amén.

1º de abril

El extraño pedido de Dios

Por la fe, cuando Abrahán fue puesto a prueba, ofreció a Isaac.Hebreos 11:17 (Génesis 22:1-14)

Tendría unos cinco años cuando vi por primera vez un dibujo en blanco y negro de la historia bíblica de Génesis 22, con el niño Isaac acostado sobre la leña que estaba en el altar de piedras, y Abrahán sosteniendo un cuchillo grande entre sus manos levantadas. Todavía hoy esa imagen está grabada en mi mente y me produce una sensación extraña.

Los sacrificios humanos eran muy comunes en la antigüedad: los usaban los paganos para calmar a sus dioses. Sin embargo, yo no podía concebir que el Dios de la vida pidiera un sacrificio humano. ¿Qué habrá pensado Abrahán? No hay nada en la historia bíblica que nos indique lo que pensaba Abrahán respecto de este extraño pedido de Dios. Sólo se nos indica que, en fe, obedeció.

La fe es necesaria cuando Dios hace cosas extrañas. La historia del sacrificio de Isaac a manos de su padre es una figura y un anticipo del sacrificio del único Hijo de Dios a manos de su Padre. Sin la historia de la cruz en el Calvario, y de Jesús siendo sacrificado en ella, la historia de cuando Dios pone a prueba a Abrahán no tendría sentido.

Cuando Dios prueba nuestra fe, nos cuestionamos por qué lo hace. Sin embargo, tenemos que recordar que nuestros cuestionamientos no son más importantes que la obediencia en la fe. Todas las pruebas por las que pasamos tienen sentido sólo en el sacrificio de Jesús en la cruz. Nada malo nos puede suceder si confiamos en que Dios tiene ya en su mente y en su amor preparado el final de nuestra prueba. La resurrección de Jesús es la garantía.

Gracias, Padre, porque nos pruebas para ejercitar nuestra fe en tu cuidado y providencia. En el nombre de Jesús. Amén.

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18 de marzo

¡Compasión, por favor!

¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí!Mateo 15:22 (15:21-23ª)

Hay un comercial de televisión que dice: “Lo que sucede en Las Vegas, permanece en Las Vegas.” Esta frase no hace otra cosa que incitar a hacer lo que está prohibido, con la promesa de que nada saldrá a la luz. Pero Dios no piensa igual, ni actuó igual. Lo que sucedió en Jerusalén, no permaneció en Jerusalén, sino que se conoció rápidamente en todas partes.

Jesús salió de Galilea para ir a un lugar fuera de los límites geográficos, religiosos, y culturales de su pueblo. Quiso pasar desapercibido, pero no pudo. Detrás de él se apareció una mujer que, sin vergüenza ni timidez, comenzó a gritar su necesidad. ¿Quién era? Era una mujer en desesperación y gran agonía, pero también una mujer que sabía perfectamente quién era Jesús y lo que él era capaz de hacer. No era una hebrea, no era una hija de Abrahán, no se enoja con el silencio de Jesús ni con su respuesta tan ruda. No se ofende ni se resiente.

Esa mujer siro-fenicia acepta quién es y el lugar que Jesús le da. En realidad, nada de eso le importa porque está enfocada en una cosa: quiere ayuda para alguien que ama mucho: su hija endemoniada.

Yo no siempre acepto tan humildemente el lugar que Jesús me da, y no me gusta cuando Dios guarda silencio ante mis súplicas. Sin embargo, esta historia me anima a ser persistente, enfocado en mis necesidades y en quién es Jesús. Sus respuestas son siempre de amor, y recompensan nuestra persistencia en forma sorprendente.

¿Cuál es tu actitud ante los silencios de Jesús? ¿Eres perseverante? Te invito a que reafirmes la confianza que tienes en él. Jesús nunca te va a defraudar.

Querido Padre, gracias porque las noticias de Jesús llegaron hasta mí. Afianza mi confianza en su amor. Amén.

31 de marzo

¡No te olvides!

Sión dice: “El Señor me ha abandonado. El Señor se olvidó de mí.” ¿Pero acaso se olvida la mujer del hijo que dio a luz? ¿Acaso deja de compadecerse del hijo de su vientre? Tal

vez ella lo olvide, pero yo nunca me olvidaré de ti.Isaías 49:14-15 (49:13-15)

La mala memoria es un mal común entre nosotros. A veces tenemos memoria selectiva: nos acordamos de lo que nos conviene, mientras que “olvidamos” aquellas cosas que no queremos recordar. La memoria es importante. ¿Cuántas veces decimos: “¿No te olvides, eh”? A veces nos encontramos con una persona que conocimos muchos años atrás, y nos pregunta: “¿No se acuerda de mí?” ¡Y qué vergüenza cuando no nos acordamos!

En Isaías Dios promete que jamás se olvidará de nosotros. Y cuando promete, cumple. Hay que reconocer que, en un sentido, Dios es como nosotros: tiene memoria selectiva. Dios no se acuerda de nuestros pecados, pero se acuerda siempre de nosotros. Se acuerda que nos creó, que somos sus hijos redimidos en Cristo, que prometió estar con nosotros cada día, en las buenas y en las malas. Se acuerda que se olvida de nuestros pecados, y se acuerda que nos prometió el cielo gracias a la obra misericordiosa de Jesús. A decir verdad, Dios tiene una memoria de elefante.

Tal vez lo más importante en este pasaje de Isaías es que Dios se acordará de tenernos compasión. No tengo dudas de que necesitamos compasión porque pecamos a diario, somos desagradecidos, no siempre llevamos cautivos nuestros pensamientos a Cristo, como recomienda Pablo, y no recordamos con alegría que Dios se acuerda de nosotros.

Que Dios se acuerde de nosotros quiere decir que él nos cuida con compasión y cariño, nos perdona con amor, y nos recibe en sus brazos. ¡Qué hermosa esa memoria selectiva de Dios!

Gracias, Padre, porque no te acuerdas de nuestros pecados, pero sí te acuerdas de nuestras necesidades. Amén.

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19 de marzo

Un final feliz

¡Ah, mujer, tienes mucha fe! ¡Que se haga contigo tal y como quieres!Mateo 15:28 (15:23b-28)

La mujer está ahora de rodillas, insistiendo en conseguir de Jesús lo que quiere para su hija. En esta escena es importante ver la progresión de las respuestas de Jesús. Primero, su silencio. Segundo, su áspera respuesta. Tercero, su respuesta aún más dura. Cuarto, reconocimiento de la fe de la mujer. Quinto, el acto de misericordia, la entrega de la gracia.

¿Dónde te ves tú en esta historia? ¿Recuerdas alguna situación en la que te encontrabas desesperado? ¿Te sientes desorientado en este momento por las circunstancias que estás viviendo? ¿Te acuerdas cuándo fue la última vez que te arrodillaste delante de Dios para gritar por ayuda? Esta historia nos muestra cómo puede obrar Dios en nuestra vida de todos los días: hay un milagro. La hija de la mujer es sanada. Dios cambia situaciones desafortunadas en bendiciones.

El silencio de Jesús significa algo. Las duras respuestas de Jesús significan algo. Pero la gracia de Jesús corona el final de esta historia. Las situaciones malas revelan nuestra dependencia de Dios.

Cada historia en nuestra vida tiene un final. No hay historia que Jesús no quiera coronar con su gracia. Cuando Dios derrama su gracia sobre nosotros, la historia de nuestra vida cambia. Cuando pareciera que Dios no escucha, cuando la iglesia piensa que somos molestos (como pensaron los discípulos), Jesús todavía está presente.

La mujer se volvió a su casa sabiendo que no era un perro, sino una hija preciosa para Dios. Las migajas de pan que caen de la mesa son importantes, porque Jesús es el pan de vida. ¿Te imaginas recibir un pan completo? En Cristo lo tienes.

Jesús cruza fronteras, se encuentra con personas “molestas”, trata con discípulos insensibles, y otorga su gracia a extranjeros. Sé persistente. No tengas vergüenza de caer de rodillas.

Querido Padre, gracias porque Jesús atravesó la frontera del cielo para hacerse nuestro Salvador. Amén.

30 de marzo

¡Que los gigantes vayan saliendo!

Así fue como David venció al filisteo: con una honda y una piedra.1 Samuel 17:50 (17:40-51)

Los niños aprenden y recuerdan con lujo de detalles esta historia: el gigante enorme, acorazado y armado, brabucón incansable, burlón y arrogantemente vanidoso; David jovencito, armado con una honda casera y cinco piedras recién juntadas en el arroyo. Lo cierto es que David no pensó en lo desparejo de la situación, sino que, antes bien, comparó al gigante con la fuerza de Dios, y las armas del gigante con las armas de Dios. Su victoria estaba asegurada ya antes de ir a la batalla.

Jesús enfrentó al gigante del pecado y de la muerte con el arma de la cruz. A simple vista, la confrontación del poder del mal con dos palos atravesados parece ridícula. Pero Jesús, al igual que David, midió la fuerza y las armas de Dios, y con ellas fue a la batalla. Cuando lo vieron colgando “impotente” en la cruz, y cuando lo colocaron inerte en la tumba fría, sus seguidores pensaron que había perdido la batalla. Sin embargo, a pesar de su coraza, el pecado no pudo evitar ser herido de muerte por la sangre preciosa de Cristo. Cuando el Señor resucitó, se paró encima de la muerte y la remató, y en todo el mundo se supo del Dios de Israel.

Jesús es nuestro campeón. Él comparte con nosotros su victoria. Todavía tiene muchas piedras en su morral para herir de muerte a nuestros enemigos. Siempre habrá gigantes brabucones que nos asusten con sus amenazas y con su figura acorazada, y enemigos que se burlen de nuestro Dios y de su gracia. ¿Cómo los enfrentaremos? Contando con la fuerza y las armas de Dios: la cruz y la tumba vacía.

Gracias, Padre, porque no hay gigante que Jesús no pueda vencer. En él y por él, nosotros también cantamos victoria. Amén.

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20 de marzo

Aprender a mirar

Jesús alzó la vista y vio que una gran multitud se acercaba a él. Juan 6:5 (6:1-9)

La multitud buscaba satisfacción inmediata a sus necesidades concretas: salud, apoyo, guía, contención. Los miles caminaron muchos kilómetros; los padres trajeron con ellos a sus hijos abandonando temporariamente sus hogares y su trabajo, y no previendo demasiado cuánto tiempo estarían afuera.

La actitud de Jesús es reconfortante: “Alzó la vista.” Este detalle está cargado de significado. Jesús siempre alzó la vista para alabar a su Padre, y para buscar su orientación en la oración. Aquí levanta la vista para ver más allá de lo inmediato. Jesús levanta la vista para ver a miles que están buscando algo, aunque ese algo no fuese exactamente lo que él vino a darles. Los miles no vinieron a pedirle el perdón de sus pecados, sino porque “veían las señales que hacía con los enfermos”.

Jesús se hace responsable: “¿Dónde compraremos pan, para que éstos coman?” Lo curioso de la pregunta es que Jesús ya sabe la respuesta. Los discípulos son como la multitud: sólo ven lo inmediato. Uno dijo: “Ni doscientos denarios de pan bastarían…” Otro encontró un niño con cinco panes y dos pescados, y comentó: “¿Qué es esto para tanta gente? Ni la multitud ni los discípulos alzaron la vista. Ninguno de los dos consideró a Jesús, y lo que él realmente es y puede hacer.

¿Dónde ponemos nosotros nuestros ojos? ¿En lo inmediato? La actitud de Jesús nos anima a que no perdamos la perspectiva. Dios ya sabe lo que va a hacer con nosotros, por eso nos mueve para que con los ojos de la fe veamos al Jesús que puede y quiere darnos mucho más de lo que nuestros mezquinos y miedosos pensamientos pueden sugerir. ¡Dios nos da el cielo entero!

Gracias, Padre, porque antes de que nosotros alzáramos nuestra vista hacia ti, tú ya nos viste y proveíste lo necesario para la salvación: tu Hijo Jesús. Amén.

29 de marzo

¡Arrepiéntanse!

Así que mejoren sus caminos y sus obras, y atiendan a la voz del Señor su Dios, para que cambie de parecer y no les haga el mal que les ha anunciado.

Jeremías 26:13 (26:7-15)

Jeremías se jugó la vida con estas palabras de exhortación al pueblo de Dios. “Has dictado tu sentencia de muerte”, espetaron los sacerdotes, los profetas, y todo el pueblo. No les gustó que Jeremías les dijera la verdad de que estaban viviendo alejados de la voluntad divina, confiando en su propio entendimiento y en el hecho que vivían en Jerusalén. Dios estaba anunciando desolación y castigo a un pueblo que no entendía ni su ira, ni su misericordia.

“Mejoren sus caminos y sus obras, y atiendan a la voz del Señor su Dios” quiere decir : arrepiéntanse, porque el juicio ya está anunciado, y sólo falta que venga.

A Dios le interesa un corazón misericordioso que se deje guiar por su santa voluntad. Por eso es que el llamado que nos hace al arrepentimiento es constante. Y es bueno que así sea, porque lo necesitamos a diario, ya que muy fácilmente nos jactamos de nuestros logros, de nuestra sabiduría y de nuestra historia y cultura cristiana. ¿Cómo reaccionamos ante su llamado? ¿Nos enojamos con el mensajero que nos envía a llamarnos al arrepentimiento? ¿Nos molesta que nos digan que nos equivocamos, que el pecado nos domina, que nos falta consagración y amor por nuestro prójimo?

Por medio de su Palabra, Dios sigue llamándonos a que cambiemos nuestra manera de pensar y de obrar, porque quiere cambiar de parecer y no hacernos mal. Esa actitud amorosa de Dios se hizo palpable cuando sentenció a su Hijo a la pena de muerte para que nosotros pudiéramos ser declarados libres. ¡Cuánto amor, paciencia, y buena voluntad mostró Dios por nosotros en Jesús!

Gracias, querido Padre, porque nos llamas al arrepentimiento por medio de tus mensajeros, y nos perdonas en Cristo Jesús. En su nombre oramos. Amén.

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21 de marzo

Dios es generoso

… y les dio cuanto querían. Juan 6:11 (6:10-15)

Una vez prediqué sobre este pasaje, y luego del culto un señor ya entrado en años, me preguntó: ‘Pastor, ¿de dónde habrán sacado las doce cestas para guardar lo que había sobrado?’

Tal vez una pregunta que este milagro sugiere que nos hagamos es: ¿cómo respondemos cuando Dios es generoso? Aquí los discípulos fueron obedientes a las directivas de Jesús, la multitud fue obediente a las directivas de los discípulos, y recibieron la comida que se les brindó tan generosamente. Y vieron el milagro, y se les ocurrió una idea: ¡hacer de Jesús su rey!

Hay que felicitar a la multitud por su capacidad de ver el milagro, porque no todos vieron siempre los milagros de Dios y su generosidad. Pero inmediatamente, cuando no supieron interpretar ese milagro, surgió un problema y, al final, lo que hicieron fue alejar a Dios de su medio: “Jesús… volvió a retirarse al monte él solo.” La actitud de la multitud no encajaba en los planes de Dios. A pesar de la grandeza del milagro, la multitud seguía miope. El resto del capítulo 6 de Juan se encarga de explicar la miopía de la multitud.

Dios ha sido sumamente generoso con nosotros también: ha atendido nuestras necesidades cuando acudimos a él, y aun cuando ni siquiera lo buscamos. Su generosidad supera grandemente las doce cestas. Pero, ¿vemos sus bendiciones? La Escritura nos anima a que mantengamos la perspectiva de lo eterno, a que busquemos al que es el pan de vida, Jesús (Juan 6:35). El Hijo de Dios fue enviado para satisfacer nuestra necesidad más importante: la reconciliación con Dios nuestro Padre. Con su muerte y resurrección, Jesús nos da la más grande y abundante de las bendiciones: perdón, vida y salvación eternas.

Gracias, Padre, porque tu pan del cielo sacia nuestra hambre espiritual para siempre. Amén.

28 de marzo

Escuchemos con atención

Así yo dejaré de hacerles el daño que he pensado hacerles por sus malas obras.Jeremías 26:3 (26:1-6)

El pasaje de Jeremías 26:1-6 es una seria advertencia que incluye condenación y castigo por las malas obras, llamado al arrepentimiento, y anuncio de cambio en el corazón de Dios. El versículo 2 de este párrafo es el que más impacta nuestro pensamiento actual: “Diles a… los que vienen a mi casa a adorarme, todo lo que yo te ordene.”

En mi experiencia como cristiano he observado que muchas veces vamos al templo a que nos digan lo que queremos escuchar. Los predicadores somos “cautos” a veces para no decir algo que ofenda a los oyentes. Pero el oráculo de Dios es enfático: “Diles todo lo que yo te ordene.” Dios no nos deja ser selectivos respecto de lo que debemos oír, porque somos incapaces de elegir lo que es bueno para nosotros. El pecado tiñe todas nuestras elecciones. Por ese motivo, necesitamos escuchar todo el consejo de Dios.

Hay que notar que en Jeremías aun los que adoran son advertidos, porque los que adoraban en ese tiempo, y los que adoramos hoy, necesitamos ser llamados al arrepentimiento. Es interesante cómo Dios le pide a Jeremías que anuncie un arrepentimiento personal: “…cada uno de ellos se aparte de su mal camino.”

El Señor nos llama hoy en forma individual a apartarnos del camino pecaminoso, porque su propósito no es hacernos daño. El llamado de Dios es que caminemos en sus sendas, porque cuando no caminamos en sus sendas nos hacemos daño a nosotros y a los demás.

Cuando Jesús dijo: “Yo soy el camino” (Juan 14:6), nos mostró la única senda por la que debemos andar. Confiar en la muerte y resurrección de Jesús es andar por esa senda.

Gracias, Padre, porque nos sacaste del camino de la perdición y porque nos diste en Jesús el único camino a la vida. Amén.

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22 de marzo

La actitud policíaca de los fariseos

Moisés nos ordenó apedrear a mujeres como ésta. ¿Y tú qué dices? Juan 8:5 (8:1-11)

Una escena parecida a la de Juan 8:1-11 se repitió varias veces durante el ministerio de Jesús: el templo, Jesús enseñando, el pueblo escuchando. En esta ocasión aparecen fariseos con un reo y un caso para juzgar. Vinieron a Jesús con versículos bíblicos en los labios: “Moisés nos ordenó…” Seguramente no encontraron a esta mujer por casualidad, sino que la estuvieron espiando para sorprenderla. Siendo que el adulterio se penaba con la muerte, quienes se aventuraban en tales cosas se cuidaban de no ser descubiertos. ¿Cómo fue que los fariseos la descubrieron?

No tuvieron ninguna piedad ante esta indefensa mujer, semidesnuda o desnuda, puesta en medio del pueblo, y de Jesús y sus discípulos. A los fariseos no les importaba que se matara a una mujer, si con ello le ganaban a Jesús una pulseada teológica. Citaron la Biblia, pero sin consideración por la vida de una persona. Le preguntaron a Jesús cuál era su opinión, ¡en un caso de vida o muerte!, aunque ellos ya habían juzgado.

A veces soy tan fariseo como los fariseos que critico por su falta de amor. Juzgo a los demás, espío para ver cómo viven. A veces vengo a Jesús con preguntas de las cuales ya tengo la respuesta. Sólo quiero saber si Jesús piensa como yo.

¿Y tú qué dices, estimado hermano? ¿Cómo vienes a Jesús? ¿Qué le traes? ¿Qué le preguntas? Esta historia nos pone en nuestro lugar. No somos Jesús, pero podemos ser el pueblo escuchando, o los fariseos acusadores, o la mujer sorprendida en pecado. ¡No es muy difícil para Dios sorprendernos en pecado! El silencio de Jesús es respetuoso. Nos hace pensar en nuestro propio pecado para revestirnos con su perdón y librarnos de situaciones de condena y de muerte.

Querido Padre, gracias porque Jesús no nos acusa de inmediato, y porque su silencio nos hace pensar en cuánto nos amas. Amén.

27 de marzo

Sólo Jesús libra

Si ustedes permanecen en mi palabra… conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.

Juan 8:31-32 (31-34)

Jesús le habló de libertad a un pueblo que estaba en esclavitud. Tiene sentido, porque hablarle de libertad a un pueblo libre no haría ningún impacto. Sin embargo, los judíos no entendieron las palabras de Jesús en toda su magnitud, porque a pesar de vivir bajo el yugo romano, ellos nunca se consideraron esclavos. La afirmación de los judíos: “Jamás hemos sido esclavos de nadie”, es la convicción de aquellos que consideraban que la única esclavitud consistía en no poder adorar a su Dios. Como los romanos les permitieron usar el templo y adorar al Dios de Abrahán, los judíos, aunque sometidos a la autoridad romana, se sentían libres. En este sentido, su pensamiento era correcto.

Pero Jesús habla aquí de una esclavitud mayor: la esclavitud del pecado. El pecado no es solamente una cosita que hacemos que está mal, que nos daña o que lastima a nuestro prójimo, o que daña alguna relación. El pecado esclaviza. Es una adicción que nos quita la libertad de vivir con alegría, sin temores, y en constante servicio a nuestro prójimo. El pecado es algo tan serio, que el mismo Hijo de Dios tuvo que hacerse cargo de él. Sí, Jesús pagó el castigo de nuestra desobediencia con su sufrimiento y muerte en la cruz.

Conocer la verdad es lo que cambia nuestra vida, y permanecer en la Palabra de Dios es lo que nos permite seguir en libertad. ¿Quién quiere volver a esclavizarse nuevamente al pecado para vivir con temor, angustiado, y sin alegría ni esperanza? Yo no.

Adorar al verdadero Dios es lo que nos da la única libertad que nos llena de paz. Demos gracias a nuestro Señor porque nos otorgó el gran privilegio de conocer en Jesús todas sus bendiciones eternas.

Gracias, Padre, porque te revelaste en tu Hijo Jesús, y porque nos diste tu Palabra. Amén.

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23 de marzo

Con la piedra en la mano

Aquel de ustedes que esté sin pecado, que arroje la primera piedra. Juan 8:7 (8:1-11)

Una vez vi en un noticiero en la televisión algo que sucedió hace pocos años en un país del Medio Oriente: una multitud iba corriendo detrás de un muchacho con piedras y ladrillos en la mano. Cuando lo alcanzaron, comenzaron a tirarle las piedras hasta matarlo. El muchacho no tendría más de 20 años. Presenciar una lapidación me causó escalofrío. Pensé que hay que estar enardecido y lleno de odio para juntar piedras para tirárselas a otro.

No me imagino cómo estaría temblando la mujer a punto de ser lapidada. Los fariseos ya la habían sentenciado. Seguramente había piedras por todas partes. El odio y la falta de amor y compasión sobraban en los líderes religiosos. ¿Qué iba a suceder ahora?

Pero Jesús es diferente. Él no sentencia a la ligera, ni está cargado de odio, ni le falta compasión. Jesús guarda un respetuoso silencio, no para ignorar a los fariseos, sino para poner las cosas en perspectiva. Luego habla, involucrando a cada uno de los acusadores: “Aquel que esté sin pecado…” No hizo falta decir nada más. Ahora el silencio fue mayor. Las acusaciones ahora apuntaban a otro lado. Los versículos bíblicos que condenaban, ahora se dirigían a los fariseos. Jesús les dio el tiempo necesario para que sus conciencias los acusaran y se fueran alejando, vencidos.

Los fariseos se fueron vencidos, pero no avergonzados por Jesús. Él ni siquiera levantó la vista. Él no avergüenza a nadie. Él vence con amor.

Los silencios de Jesús son para hacernos pensar, para que aprendamos a poner las cosas en perspectiva, y para que su ley obre en nosotros mostrándonos que somos tan pecadores como los demás. Él no nos arrojó piedras, no nos avergonzó por nuestro pecado. Él nos venció con su amor.

Gracias, Padre, porque no nos haces pasar vergüenza, porque tu perdón nos permite estar ante tu presencia. Amén.

26 de marzo

Un Dios levantado

Cuando ustedes hayan levantado al Hijo del Hombre, sabrán entonces que yo soy.Juan 8:28 (21-30)

Lutero enseñaba que a Dios sólo es posible conocerlo en la cruz. Aunque San Pablo afirma en su carta a los Romanos que Dios no se dejó a sí mismo sin testimonio, sino que toda la creación habla de él, de su poder, y de su sabiduría, es sólo en la cruz donde podemos conocer el amor que Dios nos tiene. Lo interesante de estas palabras de Jesús en Juan 8, es que él nos muestra que no se puso él mismo en la cruz, sino que fueron los líderes religiosos judíos, que lo odiaban y le temían al mismo tiempo, los que lo crucificaron. En un sentido más amplio y más profundo, todos nosotros clavamos a Jesús a la cruz, y lo levantamos para que muera asfixiado, dolorido, y angustiado.

El Padre obró a los tres días, levantado a Jesús de la tumba y resucitándolo victorioso sobre el más cruel de nuestros enemigos: la muerte. Luego, el libro de los Hechos dice que Jesús fue levantado al cielo, para que desde su trono glorioso gobierne a su iglesia y someta y sujete bajo su poder a todas las fuerzas de este mundo.

Jesús fue levantado en la cruz, fue levantado de la muerte a la vida, y fue levantado de la tierra al cielo. En el Jesús levantado en la cruz reconocemos nuestro pecado y el profundo amor de Dios por nosotros, porque somos nosotros quienes debíamos haber sido crucificados. En el Jesús levantado de los muertos reconocemos el poder restaurador del Padre, y en el Jesús levantado a los cielos reconocemos su autoridad y dominio sobre todas las cosas. El Dios levantado es un Dios de arriba que nos ve, nos protege, y nos guía.

Gracias, Padre, porque levantaste a Jesús de la tumba para que también nosotros podamos ser levantados de la muerte y llevados al cielo para vivir con él. Amén.

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24 de marzo

¡Qué alivio!

Tampoco yo te condeno. Vete y no peques más. Juan 8:11

¡Por fin una historia con un final feliz! No todas las historias en la Biblia terminan dibujándonos una sonrisa. Sin embargo, hay un patrón que se repite una y otra vez: cuando Jesús está presente, las historias terminan bien. Así sucede en las bodas de Caná, en la tormenta en el lago y la calma posterior, en la pesca infructuosa y la pesca milagrosa, en la muerte y la resurrección.

¡Qué alivio para esta mujer! Ella estaba condenada por los fariseos y por la Palabra; la sentencia de muerte era justa. Sin embargo, fue perdonada. Mientras el “juicio” era llevado a cabo, ella no tuvo oportunidad de decir nada. Su corazón palpitaba fuertemente esperando la sentencia, pero lo que sucede a continuación es totalmente diferente: Jesús se endereza, y le da la absolución. La mujer es “sentenciada” por el amor de Dios que pasó por alto el grave pecado de adulterio y la envió a vivir una nueva vida. Su historia tuvo un final feliz, inesperado, y eterno.

Nosotros estamos condenados por la Palabra. La sentencia al infierno es justa. Fuimos—y somos— sorprendidos en pecado a cada momento. A veces tampoco faltan quienes nos acusan. Y ahí estamos, solos, delante de Jesús, desnudos con nuestro pecado, exhibiendo nuestra vergüenza. Sin embargo, nuestra historia también tiene un final feliz gracias a la muerte y resurrección de Jesús, que cambió nuestra vergüenza en alegría, nuestro infierno en su cielo, y nuestra muerte en vida eterna.

Jesús tampoco nos condena, sino que nos perdona y nos envía a vivir una vida donde reina el amor y no nuestro pecado. Jesús se enderezó desde la cruz, y nos dio la absolución.

Querido Padre, gracias porque enviste a Jesús no para condenar al mundo, sino para salvarlo. Amén.

25 de marzo

Ahora vemos bien

Yo soy la luz del mundo. Juan 8:12

El Nuevo Testamento reconoce dos “imperios”, uno dominado por Cristo y otro por Satanás. San Pablo explica este tema en Colosenses 1:12-13. Tal vez el contraste entre estos dos imperios o reinos nos ayude a entender esta palabra de Jesús: “Yo soy la luz del mundo.”

Aunque sabemos lo que es la oscuridad física, la Biblia la explica en toda su dimensión espiritual. De niño, la oscuridad nunca me gustaba. Aunque la oscuridad nunca me hizo nada, me producía una sensación de inseguridad y de temor muy grande. ‘Acompáñame afuera, está oscuro, tengo miedo’, solía pedirle a mi hermano mayor o a uno de mis padres.

Tenemos mucha razón en tenerle temor a la oscuridad espiritual. Tanto Jesús como Pablo explican que en las tinieblas se tejen toda clase de males: adulterios, adicciones, odios, estafas, robos. La oscuridad ampara lo malo, y los malos se sienten libres de hacer sus maldades sin que nadie los vea. Pero Jesús es enfático: “Yo soy la luz del mundo.” Ante Jesús, nada queda oculto: ni la maldad de los otros, ni la nuestra. No hay pecado que él no traiga a la luz. ¿Cómo librarnos del pecado que nos condena y de la oscuridad que nos atemoriza? San Pablo nos da esta buena noticia: “[Dios] nos ha librado del poder de la oscuridad y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados” (Colosenses 1:13-14).

¿Vives con temores? Sigue a Jesús y confía en su obra y en su poder, porque su promesa es efectiva: “El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).

Gracias, Padre, porque por la muerte y resurrección de Jesús nos sacaste de la oscuridad, del miedo y de la incertidumbre, y nos trajiste a la luz donde podemos verte. Amén.