Crítica a “protección penal a los animales”, de pedro eugenio despouy santoro y maría celeste...
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Crítica a “Protección penal a los animales”, de Pedro Eugenio Despouy Santoro y María Celeste Rinaldoni
Leído y analizado, muchas veces desde las mismas herramientas que el libro nos da, en el presente
trabajo me propongo efectuar una mirada crítica para repensar algunas cuestiones dadas por
sentado.
Primeramente quiero expresar que la lectura del presente libro me ha dejado una sensación de
que según mi óptica, se encuentra en un gris.
No se juega por una postura totalmente “animalista”, ni por la contraria, que sería entender a los
animales como meras cosas.
Creo que el mayor problema de lo que han planteado los autores, es que siguen el status quo, o
sea, no buscar subvertir el orden preestablecido sino que mantienen la lógica de animales que
están “creados” para ser utilizados por los humanos, y animales cuya función es hacerle compañía
al hombre.
Pese a esto, uno de los primeros conceptos vertidos en sus páginas es la concepción de que el
BIEN JURÍDICO protegido es el “derecho propio del animal a la CONSERVACIÓN de su INTEGRIDAD
tanto física como psíquica1”, apartándose así de las viejas concepciones antropocéntricas.
Adentrándonos ya en lo meramente jurídico, las contradicciones salen a la luz desde el vamos.
En el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos del Animal, se expresa que “Todos los
animales nacen IGUALES ante la vida y tienen los MISMOS derechos a la existencia”.
Aquí me surge la duda de si esto fuese así, por qué algunos animales tienen coartado su derecho a
la existencia, de forma sistemática.
Separo aquí cualquier alternativa válida que alguien pueda exponer de caso de necesidad extrema
en donde, como en cualquier otro punto de la historia, el hombre puede acudir a hacerse del
alimento animal por sus propios medios.
1 Pág. 16
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Lo que yo en este punto ataco es el entendimiento del animal como una mera materia prima
dentro de una cadena productiva de la maquinaria Capitalista.
El artículo 2 de esta misma Declaración sigue diciendo que “Todo animal tiene derecho al
respeto”. ¿Cómo podemos hablar de respeto teniendo en cuenta las vejaciones a las que los
animales son sometidos desde el momento de la crianza, hasta el día en que finalmente terminan
en un matadero?
Siguiendo el análisis de este articulado, en el cuarto, puede leerse que “Todo animal tiene derecho
a vivir en su propio ambiente”, y acá es donde me surge la duda acerca de los zoológicos.
Complementariamente, el 10 establece que “Ningún animal debe ser explotado para
esparcimiento del hombre”.
Aún va más allá este postulado, diciendo que “Toda privación de libertad, incluso aquella que
tenga fines educativos, es contraria a este derecho”.
Continuando la lectura, podría decirse que el artículo 7 habla de “Derechos laborales” del animal.
Es aquí donde sigo encontrando contradicciones, entre lo que se escribe con la mano y lo que se
borra con el codo.
Por un lado es válida la mención a una “Limitación razonable del tiempo e intensidad del trabajo”,
pero al mismo tiempo, resulta paradójico que se tenga en cuenta esto, pero no así el hecho de
que, vuelvo a reiterar, el animal en última instancia sea un mero objeto consumible para el ser
humano.
Esto se trasluce aún más, cuando en el artículo 9, se manifiesta que “Cuando un animal es criado
para la alimentación debe ser nutrido, instalado y transportado, así como sacrificado, sin que ello
resulte para él motivo de ansiedad o dolor”.
Primeramente, esto contradice aquel noble y bello postulado del artículo 1, que expresaba que
todos nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia.
¿Qué pensaríamos si la Declaración Universal de los Derechos del hombre dijese esto en el primer
artículo, y ocho artículos después manifestase un sinsentido tal?
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Más allá de pararnos en contra del consumo de carne animal, este artículo de por sí, y aún
aceptando el consumo de la misma, peca de naif y absolutamente alejado del mundo en que se
vive.
Olvida que lo que le interesa a quienes crían animales para consumo humano es la productividad;
obtener mayores ganancias en el menor tiempo. ¿Y qué trae todo esto para los animales? Sí,
dolor. Dolor por la forma en que son criados; dolor por los lugares en donde son explotados para
que produzcan más; dolor por el estrés que les genera la forma de vida que a la larga terminan
llevando.
Ya analizando el texto del libro en cuestión, nos encontramos con que en la página 39 expresa
claramente que “A esta altura de la evolución, NO PUEDE DUDARSE SOBRE LA CAPACIDAD DE LOS
ANIMALES DE SENTIR – cuanto menos – PLACER, DOLOR, SUFRIMIENTO Y AGONÍA.
Analicemos y observemos si más adelante tanto los autores del libro como la ley argentina misma
son coherentes o no con esta sentencia tan firme que acaban de dar
El artículo 2.2 de la Ley 14346 manifiesta que será un acto de maltrato “Azuzarlos para el trabajo
mediante instrumentos que, no siendo de simple estímulo, les provoquen innecesarios castigos o
sensaciones dolorosas”. ¿Cómo puede entenderse esto? ¿Puede entenderse acaso como el
Diputado Bustos Fierro quien dice que se “está autorizado al azuzamiento, digamos legítimo2”?
¿Entenderíamos entonces que pegarle algún latigazo a un hombre para que ponga más atención
en su trabajo es algo legítimo?
La comparación es abrupta, pero es la forma más gráfica que encuentro para que entendamos la
magnitud de la aberración que dice el texto de la ley, y que algunos intentan justificar.
Pasamos de tomar al animal como un SUJETO de derechos, a la cosificación más brutal.
Los autores del libro terminan diciendo que “No configuraría delito, por tanto, el empleo de
espuelas de metal con pequeñas ruedas y puntas utilizadas como simple estímulo en la
cabalgatura, NI TAMPOCO LA MODERADA UTILIZACIÓN DE PICANAS ELÉCTRICAS O LÁTIGOS para
2 Pág. 53
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hacer posible el embarque de animales a camiones o jaulas, particularmente, en establecimientos
ganaderos3”.
Una vez más repito. Así y todo, aceptando, cosa que no hago, que algunos animales sean un
eslabón más dentro de la cadena alimenticia, son inconcebibles este artículo y estas explicaciones.
Habiendo incluso perros que son criados para arriar ganado, ¿cómo puede aceptarse que se usen
picanas eléctricas? Un instrumento que nos conduce incluso a las épocas más oscuras de nuestra
historia reciente.
La incoherencia sigue, aceptando que este mismo “azuzamiento” se emplee en las jineteadas,
entendiendo los autores que “es razonable considerar a este tipo de actividades como
comprendidas dentro de la teoría de la adecuación social, que exige tener en cuenta los esquemas
sociales de interpretación para que haya injusto4”. O sea, que si en algunos países al día de hoy se
apedrea públicamente a los homosexuales, esto no sería cuestionable en lo absoluto pese a lo que
dice incluso nuestra propia dignidad humana, porque encajaría dentro de la “Teoría de la
adecuación social” de esas sociedades…
Finalmente en la página 58 es donde se exponen todas las aberraciones, diciendo que “En suma,
puede considerarse entonces que la utilización de espuelas, la práctica correcta de las jineteadas,
el empleo moderado de picanas para el embarque de animales, el adiestramiento de perros, etc
implican cierto riesgo permitido en cuanto al estímulo o irritación que puede llegar a sufrir el
animal. Y aunque ello pueda concebirse genéricamente o a la luz de la ética como actos de
maltrato animal, una interpretación racional y restrictiva del tipo objetivo de esta y de toda
disposición penal, obliga a considerar que esas posibles afecciones no queden comprendidas
dentro del fin de protección de la norma. Desde la teoría de la adecuación social, las jineteadas
tendrían un significado social de un comportamiento que no está prohibido”.
A confesión de partes, relevo de pruebas.
Es aquí, donde una vez más, refuerzo la idea de que los autores de este libro no quisieron
contradecir al status quo.
Por ende, no se busca cambiar prácticas sociales, sino avalar algunas y suavizar otras.
3 Pág. 544 Pág. 55
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Pasando a considerar el artículo 2.3, dice “Hacerlos trabajar en jornadas excesivas sin
proporcionarles descanso adecuado, según las estaciones climáticas”, los autores explican que
esto significaría “hacer trabajar al animal por más tiempo del que naturalmente puede rendir sin
sufrir menoscabo físico”. Es aquí donde me pregunto, ¿cómo se mide esto? ¿No se deja aquí la
puerta demasiado abierta para que bajo esta suave interpretación y ese tipo penal tan abierto,
cualquiera se ampare y haga trabajar al animal hasta dejarlo exhausto y llevándolo incluso a su
muerte?
Según mi consideración, creo que el animal está para ayudar al hombre o colaborar con este, en
poquísimos casos, en los que prácticamente sea nula la fuerza que deba emplear para la tarea en
sí.
Una vez más, continuando con la lectura, el libro incurre en una contradicción.
Al momento de castigar a estos actos, trae a colación un fallo que expresa que “No puede dejarse
de lado las circunstancias sociales, económicas y culturales que lo circundan5”.
Entonces, ¿la justicia penal solo es contemplativa de la realidad socio-ambiental en los casos de
abusos contra los animales, o en cambio, lo es en cualquier caso en lo que a materia penal
respecta? Tengo aquí mis serias dudas de que los jueces en su mayoría fallen de acuerdo a esta
última cuestión.
Siguiendo con el análisis, en el artículo 2.6, se expresa que será punible “Emplear animales en el
tiro de vehículos que excedan notoriamente sus fuerzas”, y aquí los autores dicen que aquí solo se
admite DOLO DIRECTO.
Según mi óptica, no veo razón alguna por la cual este delito no pueda admitir el tipo culposo.
Entrando ahora en los actos de crueldad, las primeras contradicciones aparecen desde el artículo
3.1, que expone que será penado “Practicar la vivisección con fines que no sean científicamente
demostrables en lugares o por personas que no estén debidamente autorizados para ello”.
5 Pág. 63
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Los autores refieren que lo que hace delictiva o no a la actividad, es el hecho de perseguir un fin
científico determinado demostrable o no.
En sí, el acto provocará sufrimiento igual al animal. Entonces, o no se realiza ningún acto de este
tipo, o cuando se exponen los derechos a la integridad animal y demás, se hace la salvedad de la
vivisección utilizada con fines científicos. Me enrolo en la primera alternativa; a esta altura de la
evolución, no creo que sea necesaria la experimentación en animales mediante vivisección.
Luego de este inciso y siguiendo la misma idea, la ley pena a quien “mutile cualquier parte del
cuerpo de un animal, salvo que el acto tenga fines de mejoramiento, marcación o higiene de la
respectiva especie”. Nuevamente la normativa, y el libro justificándola, deciden quedarse en las
medias tintas, en lugar de “ir por todo”.
No me parece que cortarle la cola a un perro solo por ser de determinada raza, o manipularle las
orejas, sea un acto que tenga como fin su “mejoramiento”, y comparando como he tratado de
hacer en los párrafos anteriores, ¿qué pasaría si fuésemos nosotros quienes estamos en el lugar
de ese animal?
A la vez que el mensaje que con esto se da es atroz. A un perro se le debe cortar la cola o las orejas
para un fin meramente estético. Es el mismo mensaje que se da cuando se reproducen prototipos
de belleza. Se cosifica al sujeto en cuestión, y nuevamente parece irrisorio eso de que “Todo
animal tiene derecho al respeto”.
Ahora, pasando al inciso siguiente, la ley pena a quien “Intervenga quirúrgicamente animales sin
anestesia y sin poseer el título de médico o veterinario, con fines que no sean terapéuticos o de
perfeccionamiento técnico operatorio, salvo el caso de urgencia debidamente comprobada”, y la
interpretación que se hace debido a la defectuosa técnica legislativa que tiene esta normativa, es
que solo se configurará el delito en cuestión cuando quien realice la intervención procesa sin
anestesia y a la vez tampoco sea médico o veterinario.
Por ende, si no es veterinario pero anestesia al animal, no entrará dentro de la tipificación que
hace este artículo, que en lugar de “Y”, debería haber empleado la conjunción “o”.
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En el caso del inciso 4, sanciona el “Experimentar con animales de grado superior”. Aquí la ley
contradice aquello que se expresa en el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos del
Animal, en donde se deja en claro que “Todos los animales nacen iguales ante la vida”.
Crea una jerarquía que salvaguarda a quienes experimenten con animales de grado inferior,
cuando anteriormente la misma ley pena a quienes practican vivisección.
Luego de esto, en el inciso 6, se deja ver quizás una de las mayores aberraciones en la que
incurrieron los autores del libro y la ley misma.
Desde la misma normativa legal se exceptúa de delito a quienes “Causen la muerte de animales
grávidos cuando tal estado es patente en el animal y salvo el caso de las industrias legalmente
establecidas que se fundan sobre la explotación del nonato”.
Los autores complementan esto diciendo que “Se exceptúan las muertes de animales producidas
por industrias legalmente establecidas que se dedican a la explotación del nonato, es decir, de
aquellos animales no nacidos naturalmente sino por cesárea, destinados al consumo humano o
prendas de piel6”.
Nuevamente, parece que se olvidan de todos los altruistas postulados de la Declaración Universal
e incluso de otros mismos que esta ley recoge y que he analizado en los primeros párrafos del
presente texto.
Al momento de hacer mención del inciso 7, que habla de “Lastimar y arrollar animales
intencionalmente, causándoles torturas o sufrimientos innecesarios o matarlos por el solo espíritu
de perversidad”, los autores hacen foco en los criaderos de animales, particularmente de perros,
en donde se suele tener a los canes en condiciones deplorables y que afectan seriamente desde su
dignidad hasta su vida misma.
En este apartado coincidimos con lo que exponen, pero agregamos que desde los Municipios
deberían realizarse controles periódicos en donde se informen las condiciones de hábitat de los
animales. Más allá de que el fin último debería ser que no existan criaderos de razas, pero esa es
otra cuestión que excede la temática de lo tratado en las presentes líneas.
6 Pág. 85
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En el último inciso se hace referencia a “Realizar actos públicos o privados de riñas de animales,
corridas de toros, novilladas y parodias en que se mate, hiera u hostilice a los animales”.
Como se puede ver claramente, el sujeto activo y quien realiza la acción tipificada es el
organizador del acto, a lo que me permito preguntarme si al público asistente a los mismos no le
correspondería una sanción, y en caso de ser así, si no debería agregarse en el mismo artículo,
porque en definitiva esto es como aquella frase conocida de “Sin clientes no hay trata”.
Salvando las distancias, en este caso ocurre algo similar, y el asistente a tan retrógrado evento
tiene su cuota de responsabilidad, incluso, y a groso modo, como “partícipes necesarios”.
Párrafos después, los autores vuelven a incurrir en una opinión de la cual soy totalmente
contrario.
Justifican y eximen de culpa a prácticas como las “Corridas de chanchos7”, en la medida de que a
los animales no se los hiera, mate u hostilice, y pese a que puedan ser burlescas.
Nuevamente se olvidan de la dignidad y respeto del animal, que como sujeto de derecho, debería
ser una de las principales cuestiones a tener en cuenta.
Por último, permito preguntarme y creo que se debería legislar complementando la ley, ¿cuál es el
destino una vez que el animal que sufre alguna de las violaciones enumeradas taxativamente por
esta normativa es rescatado por las autoridades?
Finalizando, y como conclusión por lo leído en el presente libro, considero que los autores no se
han apartado de sus cargas personales y de su propia subjetividad para analizar una cuestión tan
importante como la cual versa la ley.
Me remito a lo dicho en el comienzo, pareciera que quisieran mantener el status quo, que no
buscasen subvertir el orden preestablecido, que continúan pensando que hay animales de primera
y de segunda, que hay una verdadera cadena alimenticia en donde el hombre es el destinatario
7 Pág. 121 in fine
![Page 9: Crítica a “protección penal a los animales”, de pedro eugenio despouy santoro y maría celeste rinaldoni](https://reader036.fdocuments.es/reader036/viewer/2022082404/55c79d5abb61eb31098b4639/html5/thumbnails/9.jpg)
final, que los animales en algunos casos siguen siendo meros “productos” o materias primas, que
la presente ley solo suaviza algunas cuestiones, pero no hace foco en otras.
Entonces, me pregunto, ¿por qué no sincerarse? Y en lugar de escribir, reproducir y justificar
cuestiones inconexas, admitir lo expuesto en el párrafo precedente. Serían más leales al menos
con el lector, que como en mi caso, esperaba encontrar algo distinto, y a la vez con la comunidad
misma.
Es un ejercicio que debemos hacer todos. Porque quizás se piensa que una ley de este tipo, solo
defiende a los perros, cuando en realidad es mucho más abarcativa.
El inconsciente colectivo se queda en los canes, los gatos y los caballos que son utilizados para
traccionar carros.
En realidad, esa es solo una parte, quizás de la que más conciencia se tiene.