Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Crónica IV Espóz y Mina
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Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009
Crónica IV
Espóz y Mina, el general liberal desenterrado
4-1 Introducción.
En otoño de 1834, S.M. La Reina Gobernadora, nombró a Francisco Espoz y Mina,
capitán general de las tropas liberales-gubernamentales de los Ejércitos del Norte. El
objetivo era derrotar al general carlista Zumalacárregui, al “caudillo de las Amescoas”,
de los campesinos, del clero bajo, de la nobleza rural y de los fueros; que campeaba a
sus anchas por valles y tierras de Navarra y Vascongadas, derrotando a todos los
generales cristinos que se le ponían por delante.
Espoz y Mina era un héroe de la guerra de la Independencia, había sido el coordinador
de todas las guerrillas de Navarra, había heredado el mando de un sobrino, Javier Mina,
y había desarrollado una gran labor minando poco a poco al flamante ejército francés,
que lo perseguiría sin éxito. Era el cuarto general que colocaban en el mando, en menos
de una año, para contrarrestar el efecto Zumalacárregui. Rodil, Lorenzo, Fernández de
Cordova, habían salido muy perjudicados en su prestigio después de los
enfrentamientos.
Muy desesperados tenían que estar los dirigentes de la nación, para tener que recurrir al
veterano y laureado militar, un liberal convencido. Román Oyarzun le llamaría- el
general desenterrado- y como trataremos de demostrar, no le faltaba razón.
El nombramiento tenía muchas connotaciones. Desde el punto de vista estratégico el
objetivo era sacar a Zumalacárregui de los valles y montes de Navarra y Vascongadas
que conocía a la perfección, empujarlo hacia la meseta, donde no podría esconderse y
allí “a campo abierto” otros batallones gubernamentales acabarían con él. Espoz y
Mina, tenía en su favor, su histórica filiación liberal, también conocía a fondo el
terreno, era el lugar de sus grandes hazañas contra Napoleón hacía 25 años, al que había
hecho retroceder a su país.
Una duda muy grande se cernía sobre el nombramiento de Mina: ¿Estaba el capitán-
general en condiciones de asumir el mando? Decían de él que estaba viejo y achacoso, y
que había que asegurar su estado de salud, antes de hacer oficial su mandato. De hecho
el general recibió a los emisarios de la Reina en la cama y acababa de llegar de una
larga estancia en el balneario de Bath. Las noticias que se difundían sobre su salud, eran
dispares, por un lado se decía que sólo tenía una enfermedad puramente nerviosa y otras
le achacaban un reuma fijado en las vísceras abdominales.
Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009
4-2 Médicos del ejército de Espoz y Mina; el cirujano Garviso.
Muchos médicos estuvieron en el entorno de Espoz y Mina, desde que un grupo
comisionado que iba a ofrecerle el mando de la tropa se presentara en Francia; los más
conocidos fueron Cayetano Garviso, Tomas de Carpio y Cerraote. Años después,
Garviso lo recordaba en una carta llena de emoción que dirigía a la viuda de Mina,
desde Perú: - No he podido borrar de mi memoria, las afecciones y respetuoso cariño,
que siempre profesé a su benemérito esposo-. Lo que seguramente tampoco habría
olvidado Garviso, serían los numerosos quebraderos de cabeza que le ocasionaron las
penosas enfermedades del que fuera Virrey de Navarra.
Cayetano Garviso era un liberal convencido, y gran parte de la culpa de su filiación era
del propio Mina. Un adolescente Garviso asistió, doce años antes, en compañía de su
padre, a la proclamación por parte de Mina de la Constitución de Cádiz - La Pepa-, en
el ayuntamiento de Santesteban. Todavía retumbaban en su mente muchas de sus ideas.
Decía Mina con fuerza y convencimiento:- Es hora de devolver la soberanía al pueblo-,
y otras expresiones del mismo calado; palabras dichas con pasión y vehemencia. Padre e
hijo saludaron al general; este pasó la mano cariñosamente por los pelos alborotados del
joven Garviso, ganándose un incondicional para toda la vida.
Años después ocurrió un episodio que marcaría el camino de Garviso. Andaba el
capitán general por Sumbilla comiendo en casa de un amigo y vino a tragarse una gran
espina de pescado que quedó enganchada en la parte más profunda de la garganta.
Acudieron despavoridos a casa del padre de Garviso, maestro-cirujano de Sumbilla, que
estaba ausente y tuvo que ser el hijo, mancebo cirujano aprendiz, el que le atendiera.
-Muchacho, esmérate-, le dijo, -Tienes delante a un general con “malas pulgas”-.
-Tengo a mi lado a un señor con una espina clavada-, contestó con tranquilidad
Cayetano.
-¿Sabes lo que tienes que hacer?
-Yo sí ¿y su excelencia?
Este le miró incrédulo no dijo nada y abrió la boca. Garviso introdujo un instrumento
estrecho, que en el extremo distal tenía un mecanismo de agarre, accionado desde
fuera. Las primeras veces que lo avanzó por la garganta, provocaron náuseas y arcadas
en el general.
Cayetano entendía que si Mina no ponía todo de su parte, iba a fracasar en el empeño de
extraer la espina y lo que era peor la vida del general iba a correr un serio peligro. Por
eso paró un momento, mirando a los ojos de Mina y con educación le dijo:
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-Quien le atiende es un liberal convencido y un incondicional suyo. Ahora necesito su
ayuda, para sacar la espina de su garganta-.
No volvió a protestar Mina; a la tercera o cuarta intentona, topó Garviso con la espina;
entonces retiro un par de centímetros el instrumento, accionó desde fuera el mecanismo
de apertura, lo volvió a reintroducir y cerró para hacer la captura, después tiró del
mismo retirando con él la espina.
Mina sonreía, cuando Garviso le mostraba la enorme espina, que hubiera podido
producirle la muerte. Se despidieron con gran cordialidad; al salir de la casa, ordenó a
sus ayudantes que tuvieran en cuenta al muchacho para sus proyectos.
Juan Josef Cayetano Garviso Oyarbide Cayetano para los amigos, había nacido en
Sumbilla, en la Navarra montañosa al noroeste del reino en 1807, habitada entonces por
1000 personas distribuidas en 131 casas. Cayetano empezó las prácticas de mancebo
cirujano junto a su padre Pedro Antonio, aprendizaje del novicio junto al maestro; dura
época de la que referirá a sus amigos, la especial habilidad de su padre para realizar la
operación de cesárea, utilizando como instrumento de corte el asta de buey. Prosiguió
sus estudios en el Hospital General de Pamplona, en la cátedra de Cirugía y Anatomía
que dirigía Jaime Salvá y obtuvo el título de cirujano romancista; una titulación de
menor categoría que la de licenciado medico-cirujano.
Mucho iba a mejorar el futuro de Cayetano Garviso, tras su brillante actuación con la
espina atravesada de Mina; enseguida entraría a formar parte de un grupo de estudio y
preparación de un plan sanitario para el norte del país, a las órdenes de un médico
castellano llamado Seoane. Al inicio de las guerras contra los carlistas, le encargarían
provisionalmente la dirección del Hospital de sangre de Elizondo, un importante
enclave liberal al comienzo de la contienda. Después enfermaría de tifus, estando
aparcado una larga temporada; una vez repuesto se integraría en la batalla al servicio de
Mina, formando parte del equipo sanitario.
Como ya se ha indicado, en otoño de 1834 se había producido el viaje de la comitiva
oficial a Cambó, donde vivía exilado el general, para proponerle la dirección de
operaciones del frente contra los carlistas. En la cabecera del capitán general se
encontraba Hubert Rodrigues, médico francés del balneario, que le visitaba en su
condición de médico y amigo. Hubert, que hablaba perfecto castellano, era un hombre
abierto de fácil relación, que entendía el complicado papel de los médicos españoles.
Cayetano y él hicieron un primer aparte y enseguida se entendieron.
Los médicos tenían que emitir un parte médico conjunto y consensuado de la situación
de Mina, para el alto mando de Madrid; la verdad sea dicha, Mina tenía pinta de estar
muy enfermo; pálido, mal aliento de boca, piel seca como el pergamino, delgadez
extrema, le llamaban “el esqueleto”.
Los galenos se reunieron después de reconocerlo, cambiaron impresiones y decidieron
que la enfermedad que le producía fuertes dolores de estómago y vómitos, era reuma al
intestino, un mal de sufrir, no de morir, enfermedad mejorable con tratamiento,
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inclusive curable y por tanto podría en unos días y si todo iba bien, tomar el mando de
las operaciones y volver a España.
Era una respuesta de compromiso por parte de los galenos, que no las tenían todas
consigo. Entre bastidores una de las cosas más comentadas fue su extrema delgadez,
con razón le apodan el esqueleto.
-Ha habido un momento en que el general, estaba quieto inmóvil pensativo y viéndole
tan escuálido, he pensado que estaba muerto y os habíais olvidado de enterrarlo-, le
decía Cayetano a su colega, que reía con discreción la ocurrencia.
-Es cierto, está fastidiado, el diagnóstico de reuma intestinal, es poco concreto, pero no
somos nosotros nadie, para cargárnoslo antes de tiempo; si los consejeros de la Reina le
han nombrado capitán general, allá ellos. Tengo serias dudas de que le convenga aceptar
el cargo, pero nada más leerle el nombramiento, le he visto contento, no se aguantaba
en la cama y quería saltar-, decía Hubert con resignación
Cayetano asentía con la cabeza y añadía otro comentario en el mismo sentido que el
anterior:-Nada más desaparecer los emisarios reales, el general ha mandado entrar a su
dormitorio a su edecán y le ha estado dictando órdenes durante más de una hora. Es un
polvorilla sin remedio que le va la marcha, parte de su enfermedad es su falta de
actividad; seguramente cuando esté peleando contra los carlistas se sentirá mejor y
nosotros habremos acertado no privándole de volver a la lucha, que es su mundo
natural-.
-De todas formas, dista mucho de ser aquel capitán intrépido del “Corso Terrestre”,
aquel estratega inteligente de la División Navarra, que trajo en jaque a los generales del
todopoderoso Napoleón. Aquél tenía más vigornia, más vida y salud; mis camaradas
franceses lo odiaban cordialmente-, comentaba Hubert.
- Yo lo conocí en las proclamas liberales de Sumbilla hace 14 años, no estaba tan
delgado, me impresionó, era un tipo con mucha fuerza y poder de convicción-, replicaba
Cayetano.
Durante la conversación, poco a poco, Garviso iba asimilando que le había caído
encima un enfermo crónico y resabiado, en la persona del virrey, que había recorrido ya
las consultas de los principales médicos ingleses y franceses y que en ningún lado
habían dado con sus males o remedios. De lo que más se quejaba era de dolores en la
tripa y de allí a espalda y riñones; también era un vomitador habitual, a veces vómitos
violentos, de gran cantidad, acompañados de materia negra que asemejaba a sangre
desecada. El carácter se le había agriado mucho; ahora estaba siempre de mal humor y
tenía episodios de ira, le decían “ataque de nervios” sobretodo después de una mala
noticia, con neuralgia facial de un lado que le llegaba a la frente y ojo.
Por si no fueran suficientes males, encima padecía almorranas y tenía que montar a
caballo. Ya había advertido Hubert: -Las almorranas del virrey están controladas y en su
sitio; lleva un tratamiento con ungüentos de belladona, preparados directamente por el
doctor Simón de Londres y no se ha vuelto a quejar-.
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Cayetano tuvo que reconocer médicamente a Mina, para hacerse cargo de su cuidado.
Mina lo aceptó sin protesta. Para Cayetano fue embarazoso que el general se bajara los
pantalones y le enseñara, trasero y almorranas. Idealizaba su figura y autoridad y casi no
se atrevió a mirar en el momento.
Hubert le dio toda clase de explicaciones: -Lleva en la silla de montar una protección
para amortiguar las posaderas y no monta cualquier caballo; le gusta especialmente una
mula torda. En algunos descansos baja de su cabalgadura y se sienta encima de una
piedra grande fría y lisa, buscando alivio. Cuando lo veas así no le metas prisa, hazte el
despistado. Había un santo antiguo San Fiacro, que hacía todos sus rezos desde una
enorme piedra fría y lisa fuera de la Iglesia; y lo hacía así para aliviar el dolor de sus
almorranas. Se lo conté a Mina, lo probó y le ha debido gustar-.
-Bendito doctor Simón y bendita protección, no puedo ni imaginar que sería de
nosotros si esa zona delicada le diera problemas-, le oyeron decir a Cayetano en la
intimidad.
4-3 Las medicinas de Espoz y Mina y las heridas de guerra
Antes de partir para el frente los galenos tuvieron que tomar nota de las principales
medicinas del general: -¿Y del tratamiento contra el reuma o los nervios de las tripas?,
preguntó Cayetano a su colega-.
-Los médicos franceses le han recetado un régimen alimenticio especial a base de leche
caliente; dieta láctea como único alimento acompañado de agua mineral, seis vasos
diarios. Más tarde recomendaron que la leche fuera especial, leche de burra, por ser
baja en grasas con agua de cebada-, le informaba Hubert.
Desde ese momento se dispuso el trasporte de leche para el capitán general; esta
situación en la vida ordinaria no tenía ningún problema, pero en las expediciones bélicas
sí. Se dispuso por orden, que la leche, para las batallas, no se llevara en botellas ni
botijos, lo debían trasportar al natural, es decir que llevarían los animales que producen
la leche, y no eran vacas sino burras, porque estas producen una leche con menos grasa,
que era la que convenía al capitán general. Las burras iban con el séquito de Mina y
tenían un encargado para atenderlas y vigilarlas.
Mina aceptaba la dieta láctea de mala gana, pero la primera vez que se salió de la pauta
se puso malísimo; ocurrió en el mismo Saint Jean Pied de Port, en la despedida de
Francia, se atracó de atún y lo pasó tan apurado con unos vómitos incoercibles que toda
su corte creía que no iba a poder superar la crisis Aquella noche uno de los
acompañantes a la cena del atún, se sintió intoxicado, situación que superó
milagrosamente gracias a la leche; ya se había hablado del poder de la leche contra el
envenenamiento, neutralizando en el estómago el veneno. Cuando los galenos fueron
despavoridos a la habitación de Mina, para ver si también estaba intoxicado, lo
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encontraron vomitando espontáneamente toda la cena y esa si que era la mejor forma
de hacer desaparecer el veneno.
A Mina desde entonces, no le podía faltar la leche, bajo ninguna excusa, los galenos
franceses no respondían de su vida si eso llegara a ocurrir. El remedio fue fácil: siempre
que Mina estuviera en combate al frente de su tropa, las tres burras compradas en el
pueblo francés de Añoa, irían dentro del séquito y habría que cuidarlas con esmero. Lo
malo era que estas con el ruido de mortero tenían tendencia a asustarse y escabullirse.
Una vez se perdieron y salieron todos corriendo en su búsqueda porque el general había
amenazado con buscar un responsable para fusilarlo.
En la batalla de Lerramiar, en vascuence pradera estrecha en la cumbre, cerca del
Baztán, apareció por sorpresa Zumalacárregui y no solo derrotó a los liberales sino que
se llevó las burras de leche de Mina, persiguió al general, no consiguió hacerlo
prisionero, pero se apropió de los animalitos. Espoz y Mina, ni se enteró, bastante tenía
con huir sin dejarse coger. Sus ayudantes se preocuparon de que no le faltara leche,
confiscaron al pasar por una aldea un par de vacas. Llevaba un gran susto y enfado y le
hubiera sentado muy mal el enterarse de la verdad.
En la batalla de Lerramiar, ocurrió otro hecho importante que trajo muy preocupados a
los médicos. Mina recibió un balazo en el hombro derecho; a decir de sus ayudantes no
se inmutó, sólo pidió que el sobrante de capa del lado izquierdo lo pasaran sobre el
hombro derecho, para llevarlo sujeto y oprimido. Al llegar al campamento y
descubrirlo, la bala había atravesado tres dobleces de la esclavina de la capa, la levita,
chaleco y camisa, había herido la piel con abundante hemorragia, pero había quedado
fuera sin entrar dentro. Por eso el general diría: -Ha sido un balazo de suma felicidad,
una bala fría-, los médicos limpiarían la pequeña herida sin más. Doña Juana de la
Vega, su esposa le había salvado la vida al obligarle a llevar tanta ropa, en un día de frío
intenso.
Sus crisis coléricas descontroladas eran cada vez peores y más frecuentes. Después de la
derrota de Lerramiar y de perder las burras, quemó el pueblo de Lecároz y fusiló a uno
de cada cinco habitantes; el motivo colérico de Mina, estuvo al parecer en el supuesto
apoyo del pueblo a la causa carlista.
Esa fue una coyuntura especialmente mala para Mina, que a media noche hizo ir a los
médicos a sus aposentos, decía tener unos dolores imposibles de soportar y se sintió
morir. Se le administró dosis casi prohibidas de láudano, que no llegaban a hacerle
efecto por que vomitaba. Los galenos acababan de enterarse de la existencia de unos
polvos mágicos que preparaban en una farmacia de Madrid y que llevaban los médicos
de otros generales liberales, para algunos dolores de tripas; se llamaba “el bicarbonato”.
Al principio Mina estaba reacio a tomar, después puso unos polvos en su mano, se los
echó a la boca y los empujó con un poco de agua, luego se encontró mejor.
La figura del general con su capa, montado encima de su gran mula torda, mascando
con frecuencia algo que llevaba en la boca (seguramente coca para aliviar el cansancio)
empezó a ser más rara. El frío, nieve, hielo, afectaban a su precaria salud. La falta de
reposo y sosiego, tampoco ayudaban; en alguna ocasión le tuvieron que llevar en litera
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al frente, y como tenía muy mala cara, parecía muerto, decían que recordaba la última
acción del Cid Campeador, pero con la diferencia que aquél ganaba las batallas.
Después de cada acción se pasaba varios días en la cama. Manifestaba pasar malas
noches, con mucho dolor, ardor y profunda tristeza. No le hacían efecto, ni el láudano
solución de opio y alcohol, ni el líquido Dover mezcla de opio e ipecacuana, que se le
administraba a larga mano. Harto de leche, la sustituía a veces por agua anisada.
Por unas cosas y otras, Cayetano y los otros galenos estaban preocupados y
desesperados con su paciente y no sabía que hacer. En el Hospital General de Pamplona,
estaba el maestro de todos, el médico Jaime Salvá, director del recién creado Colegio
de Medicina Cirugía y Farmacia; pidieron una consulta con él, para al menos, compartir
las inquietudes que les producía el estado del capitán general.
--Respetado profesor, estamos muy preocupado con nuestro Capitán General, no marcha
bien, queremos que le haga un repaso completo de su salud y le mejore-, le confesó
Garviso.
Salvá le atendió con su seriedad y profesionalidad, y al final nos dio su opinión. Hizo
dos afirmaciones ajustadas que no fueron suficientemente valoradas en el momento. Le
diagnosticó un mal crónico y localizó su origen en el estómago, pero la gente del
general no quedó satisfecha; después le puso un tratamiento de los antiguos, el profesor
le hizo alguna sangría y le colocó sanguijuelas en la tripa; no notó alivio como era de
esperar y encima se ganó la enemistad de la mujer y del virrey, que no vieron con
buenos ojos el tratamiento, a pesar de que las sanguijuelas eran de una raza muy
especial, menos carroñeras y más depuradoras.
Esta consulta también decepcionó a Cayetano que sentía veneración por su maestro y
había esperado más de él, pareciéndole más atrasado que los otros profesionales que
había conocido en Francia; pensó seriamente en las cosas que le había contado Hubert,
en el sentido de que los estudios de medicina en Francia eran más completos que en
España; en sus facultades se enseñaban a los futuros médicos otras ciencias auxiliares
que hacía progresar a la medicina, como la botánica, física, química, álgebra, historia
natural o astrología. Y en Inglaterra también estaban más adelantados, el médico Simón
que había atendido con éxito las hemorroides de Espoz y Mina, trabajaba en un hospital,
St. Marck´s, que solo atendía estos procesos; un hospital especializado en una sola
materia, aquí en España sería impensable.
La familia no quedó contenta ni conforme con las sangrías de Salvá, e hizo llamar a
Montpellier al doctor Lallemand, precisamente a insinuación de Hubert Rodrigues, que
lo veía como el médico más experto del momento, en el tema de las digestiones. Los
disgustos en forma de derrotas infringidas por Zumalacárregui y la falta de salud, le
hicieron pensar seriamente en cuestionar su papel al frente de las tropas liberales y en la
posibilidad de dimitir. El doctor Lallemand le dio ánimos y le dijo que dejando la
guerra se comprometía a curarlo definitivamente y sin secuelas, y el capitán general que
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ya había barruntado la dimisión, aprovechó la situación para hacerla oficial e
irrevocable, además tenía información que en Madrid también querían cesarlo.
4-4 Mina destituido
Seis meses anduvo Mina guerreando y perdiendo las burras y los papeles. Pudo Mina
terminar su desgraciado periplo con un buen acto y no lo aprovechó. El gobierno Inglés,
mandó a Lord Elliot, para conseguir de los contendientes un pacto humanitario de canje
de prisioneros y supresión de fusilamientos. Zumalacárregui lo firmó y él lo dejó
encima de la mesa para que lo resolvieran los que le querían cesar o su sucesor. Un
Mina enfermo, abatido, desautorizado, desapareció de la contienda. Todo daba a
entender que había sido una huída o claudicación.
Una vez en Francia se puso a disposición de su doctor. Este le había observado, que a
pesar de tener el cuerpo en los huesos, la tripa estaba hinchada, seguramente con líquido
en su interior, ascitis; le hizo una cura a base de “poner fuentes en el abdomen”, para
extraerle el líquido de dentro, le decían paracentesis. Respondió bien y le volvió a
realizar otra extracción inmediatamente; después le dio reconstituyentes de primera
generación, el aceite de hígado de bacalao y le recomendó los baños y aguas de
Cauteretts. El paciente se sintió mucho mejor, con más energía e inclusive le mejoró el
apetito y las náuseas, creyó por un momento que se había curado, pero sólo fue un
espejismo de unas semanas.
Cayetano acabó harto de las guerras y después de la marcha de Mina entró en período
de crisis y de reconsideración de su vida e ideales. Se estableció provisionalmente
como cirujano auxiliar del hospital de Puente La Reina, todo lo contrario que su maestro
Manuel Codorniú, que siguió en la pelea en el hospital, apoyado cada vez más por el
general Espartero, acabando como Inspector Extraordinario de las tropas liberales del
Norte.
Cayetano acudía con frecuencia a Pamplona mientras decidía su porvenir. Durante el
verano de 1835 era frecuente verle pasear por los jardines de La Taconera y acudir a la
Plaza Consistorial para ver el espectáculo de los aldeanos y carniceros vendiendo
verduras y cordero. Saludó a sus parientes, localizó a una antigua amiga que le había
interesado, Magdalena y se la encontró casada y muy casada con el enterrador del
hospital.
En ese tiempo se enteró de la muerte de Zumalacárregui por una bala perdida,
curiosamente no se alegró de la nueva, pensó inclusive que si hubiera estado en sus
manos se hubiera salvado. Tenía entre su instrumental un aparato que le llamaban “la
alfonsina” que se introducía con una sonda a través del orificio de entrada de la bala. El
aparato tenía un dispositivo accionado desde fuera, que funcionaba cuando topaba algo
metálico dentro.
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Tuvo también tiempo y coraje, para acercarse a escuchar alguna clase en el Hospital de
Pamplona, ahora la figura era el médico catalán Juan Pou, y había cambiado el discurso;
por primera vez oía hablar del funcionamiento del cuerpo humano, sería verdad o
mentira lo que decía, pero sonaba diferente. Argumentaba Pou, que el aire que
respiramos no sirve para refrescar la sangre, como se decía; esta tiene su temperatura
fijada por otros mecanismos, lo que realmente sirve es el oxígeno del aire, que se va a
juntar con elementos que proceden de la alimentación y la mezcla aporta energía y calor
al cuerpo humano. El doctor Pou era un estudioso de la química, un seguidor de
Lavoisiere, el padre de la ciencia, desafortunadamente pasado a la guillotina en la
revolución francesa. Estaba Pou investigando productos desinfectantes, entre ellos el
yodo y las perspectivas parecían alentadoras. Pensó Cayetano, que quizás algo estaba
empezando a cambiar en la medicina de Pamplona
En aquellos días tuvo Cayetano más problemas que alegrías: Solicitó dada su amplia
experiencia profesional, le fuese concedido el título de máxima categoría dentro de la
cirugía el de Maestro cirujano y se encontró que su título de cirujano de grado medio,
cirujano romancista, no quisieron convalidarlo en Madrid, aludiendo que la Cátedra de
Cirugía y Anatomía de Pamplona, donde había estudiado no era oficial y que debía
volverse a examinar. Estos desencantos y algunos problemas de salud, le indujeron a
pedir la baja en el ejército cristino. Así que se largó a Perú donde vivían unos parientes
y donde ejercería su profesión con mayor tranquilidad y porvenir. Allí publicaría un
libro sobre la manera sencilla y casera de corregir las diarreas, no le faltaba experiencia;
explicaba también las acciones beneficiosa de algunas plantas en disenterías graves
como la vivorera o viperina, también una flor solitaria la aristoloquia y el guaco.
4-5 La muerte de Espoz y Mina.
Y mientras tanto ¿Qué fue de Mina?
Permaneció unos meses fuera de combate en Montpellier y Cambó, descansando y
cogiendo fuerzas, para aparecer nuevamente en la vida política en Barcelona. Su
actuación volvió a ser polémica incluidas nuevas atrocidades, mezcladas con rasgos de
heroísmo. Como jefe de las tropas liberales de Barcelona fue capaz de autorizar el
fusilamiento de la madre del general carlista Cabrera, por el solo hecho de ser madre y
de reprimir una manifestación en su contra, presentándose solo a dialogar con los que
pedían su dimisión.
Con la actividad y ajetreo, sus males no curados se reactivaron. Allí duró poco tiempo,
sus molestias de estómago, falta de apetito, vómitos con sangre, reaparecieron con toda
su crudeza, también tuvo deposiciones repetidas y abundantes de un humor como la pez
y un hedor insufrible; eran deposiciones con sangre. Detrás de ello apareció hipo
rebelde y un gran abatimiento general que fue descompensándolo. En medio de este
estado caótico tuvo un episodio muy doloroso que acabó con su vida. Lo único positivo
de esta secuencia final, es lo poco que duró, tenía 55 años y la autopsia que le realizó el
doctor Ametller, reveló que padecía una enorme úlcera del estómago de larga evolución
y sobre ella había desarrollado un cáncer.
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El análisis de la enfermedad de Mina, desde la perspectiva del siglo XXI, no admite
ninguna duda. Estaba claro que el general isabelino había padecido una úlcera crónica
gastro-duodenal, desde hacía más de diez años, una úlcera que empeoraba con la
agitación y la ansiedad, también en los cambios de las estaciones. Una enfermedad que
Mina atribuía a los agobios y penalidades en la lucha que había mantenido con los
ejércitos de Napoleón en la guerra de guerrillas para hacerlos desaparecer del país; una
lesión que entonces no tenía ningún tratamiento eficaz, quizás al final apareció el
bicarbonato, pero apenas lo tomó.
Dicha enfermedad echó raíces en la vida del paciente y le obligó a tenerla presente en
todas las situaciones. Quien sabe, si una culpa de su mal carácter y hasta de su crueldad
no estuvieran, en parte, ocasionadas por este dolor profundo y continuo que le
atormentaba; además la úlcera y todo su componente inflamatorio habían casi cerrado el
píloro, la salida del estómago y de ahí sus vómitos abundantes y frecuentes y su
desnutrición y delgadez, con razón le decían el esqueleto. Un informe médico detallado
coincidente con este, emitido por Teófilo Hernando, está publicado en el libro de
Iribarren sobre “Espoz y Mina el Liberal”
Mina mejoró un poco con la llegada del médico francés, por el efecto de la psicoterapia,
por menor agobio y la paracentesis; tenía la tripa hinchada por desnutrición y el vaciado
de la cavidad y los reconstituyentes le sirvieron durante una temporada corta, pero
pasado un tiempo volvió a las andadas, y ya más tarde la úlcera crónica se trasformó en
un cáncer del estómago, falleciendo por sus efectos meses después de haber
abandonado la guerra carlista.
Hemos tenido acceso a los documentos dejados por Antonmarchi, el médico que le hizo
la autopsia a Napoleón en Santa Elena y los hallazgos en el estómago son similares a los
de Mina, no deja de ser paradoja su coincidencia en guerreros contemporáneos,
complicados de carácter despótico, hipocondríacos, demostrando la existencia de un
factor psico-somático en la génesis y mantenimiento de la enfermedad, unido a la
ausencia de tratamiento eficaz. Era por entonces la octava causa de mortalidad en el
mundo.
Seguramente Mina no estaba en condiciones de asumir el mando de las tropas liberales
en el otoño de 1834, era un enfermo crónico grave con una enfermedad psico-somática
que no tenía ningún tratamiento útil y llevaba diez años sin ninguna mejora y la vuelta a
la actividad era evidente que le iba a perjudicar. Nadie le va a librar de sus
responsabilidades y atrocidades, pero desde la perspectiva de la enfermedad se
entienden mejor.
Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009
Espoz y Mina. 1851 Memorias del general Espoz y Mina, tomo V, Rivadeneyva
Madrid.
Gil Perez J.I. 2001 El periplo americano del cirujano vasco-navarro Cayetano Garviso.
Tesis doctoral Barcelona
Iribarren J.M. 1967 Espoz y Mina el liberal. Madrid
Iribarren J.M. 1943 Mina y Zumalacárregui, la batalla de Lerramiare. Hitorias y
costumbres, Príncipe de Viana. Pamplona
Larregla Nogueras S. 1952 Aulas médicas de Navarra. Pamplona
Miranda Rubio F La guerrilla en la guerra de la Independencia. Temas de cultura
Popular. 395 Pamplona
Ramos Martinez J. 1989 La salud pública y el Hospital General de Pamplona eh el
antiguo Régimen. Pamplona
Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840). Javier Álvarez Caperochipi Doctor en Medicina y Cirugía 2009