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PR O O G GR A AM A A D E E A C CTI V VI D DA D DES I I N N T T R R O O D D U U C C T T O O R R I I A A S S A A L L A A C C A A R R R R E E R R A A D D E E H H I I S S T T O O R R I I A A A Ñ Ñ O O 2 201 4 4

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AUTORIDADES DE LA FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN

Decano Prof. Aníbal Viguera

Vicedecano Lic. Mauricio Chama

Secretaria de Asuntos Académicos Prof. Ana Julia Ramírez Secretario de Posgrado

Dr. Fabio Espósito Secretaria de Investigación

Dra. Susana Ortale Secretaria de Extensión Universitaria

Prof. Laura Agratti

CONSEJO DIRECTIVO

Claustro de profesores: Héctor Luis Adriani - Ana Candreva - Miriam Chiani

María Leticia Moccero - Alberto Pérez - Juan Ignacio Piovani - Osvaldo Ron Claustro de Jefes de Trabajos Prácticos, auxiliares docentes y graduados:

Viviana Seoane - Maximiliano Garbarino – María Victoria D`Amico Claustro de Estudiantes:

Manuel López - Julieta Alcoba - Joaquín Lazarte – Araceli Buffone – Adelina Petón Claustro no docente: Candelaria Urtasún

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DEPARTAMENTO DE HISTORIA

Directora del Departamento de Historia: Dra. Andrea Zingarelli Secretario del Departamento de Historia: Prof. Juan Luis Carnagui

Coordinador del Curso Introductorio: Prof. Hernán Sorgentini

Comisión de seguimiento del ingreso: Prof. Marcelo Scotti - Prof. Belén Castro - Prof. Javier Guiamet –

Est. Renzo Stefannizzi y Magdalena Tula Molina

Autores del cuadernillo: María Lucía Abbattista - Yamila Balbuena – Malena Botto

María Belén Castro - Javier Guiamet - Milagros María Rocha - Hernán Sorgentini

EQUIPO DOCENTE DEL CURSO:

Ayudantes Diplomados:

Prof. Yamila Balbuena - Prof. Germán Bernasconi Prof. Rafael Moneta – Prof. Sol Calandria – Prof. Ayelén Fiebelkorn

Prof. Guillermina Guillamón – Prof. Nadia Nieto

Colaboradores Alumnos: Juan Badini - Sofía Brecchia - Karina Broggi -Florencia Cargnino

Daniela Casi - Gastón García - Gastón Guzmán - Matías Rojo

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ÍNDICE DE ARTÍCULOS Y ENTREVISTAS

1) Soriano, Osvaldo. “Aquel peronismo de juguete”. En: Cuentos de los años felices. Buenos Aires, Sudamericana, 1993.

2) Hobsbawm, Eric. Historia del Siglo XX. Buenos Aires, Crítica. 2005. “Introducción” (fragmento)

3) Garguin, Enrique; Ramírez, Ana Julia y Sorgentini, Hernán. “’La historia no perdió dirección: tiene cincuenta direcciones’. Entrevista a Daniel James”. En: Cuadernos del CISH 2004, N° 15-16.

4) Saccomanno, Guillermo. “Son boleta”. En: Página 12, Radar. 18 de julio de 2010.

5) Sharpe, Jim. “La historia desde abajo”. En Burke, Peter. Formas de hacer Historia. Madrid, Alianza, 1993, pp. 38-58.

6) Andújar, Andrea. “Historia, género y memoria: las mujeres en los cortes de ruta en Argentina” En A.A.V.V: “Historia Oral y militancia política en México y en Argentina. Universidad de Buenos Aires y Editorial El colectivo, Buenos Aires, 2008. Pp. 92 - 116.

7) Burke, Peter. Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico. Barcelona, Crítica, 2005 (2001) “Estereotipos de los otros”. Pp. 155-175.

8) Stern, Steve. La Historia secreta de género. México, Fondo de Cultura Económica, 1999. Cap. 1 “Invitación a los lectores” Pp. 17-26.

9) Reichardt, Rolf. La Revolución Francesa y la cultura democrática. La sangre de la libertad. Madrid, Siglo XXI, 2002 (1998). Apartado “La revolución publicística: ojo y voz del pueblo”.

10) Levin, Florencia. “De matones, represores y miembros de la pesada en el humor gráco del diario Clarín-Argentina 1973- 1983”. Revista Académica de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social. Diálogos de la Comunicación No 78. Enero-Julio 2009.

11) Portelli, Alessandro. “Las fronteras de la memoria. La masacre de las Fosas Ardeatinas. Historia, mito, rituales y símbolos”. Cuadernos del CIHS, N° 11/12, La Plata, 2002, pp. 163-176.

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12) Trouillot. “Una historia impensable. La revolución haitiana como un no-acontecimiento”, traducción de Emmanuel Correa del original en inglés: Silencing the Past. Power and the Production of History, Boston: Beacon Press, 1995, cap. 3 “An Unthinkable History. The Haitin Revolution as a Non-event”, pp. 70-107.

13) Lenton, Diana y otros. “Huellas de un genocidio silenciado: los indígenas en Argentina”. Revista Sociedad Latinoamericana. Disponible en Internet.

14) Entrevista a Silvia Finocchio por Raquel San Martín. “No es verdad que la educación está siempre en crisis”. La Nación, Miércoles 23 de septiembre de 2009.

15) Entrevista a Adriana Puiggrós por Laura Vales. “Sobre la inclusión del escrache en los planes de estudios de las escuelas bonaerenses. Hay que poner una mirada histórica”. Página 12, Viernes, 18 de febrero de 2011.

ANEXOS

- Reitano, Emir. “La microhistoria y las fuentes judiciales”

- Presta, Ana María. “Cómo hacer una reseña” (ficha de cátedra de Historia Americana I).

- Amaral, Samuel. Recomendaciones para escribir la monografía (también reseñas, estados de la cuestión, proyectos de investigación y tesis). 15ta Edición, 16 de agosto de 2006. (cha de cátedra de Historia Argentina I)

- Barletta, Ana M. “La Historia va al Tribunal. El caso de la UNLP como querellante en el Juicio al Circuito Camps”. Resumen de la charla ofrecida durante el Curso.

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PLAN DE LECTURAS 2014:

SEMANA LUNES MARTES MIÉRCOLES JUEVES VIERNES

Las preguntas y Los problemas Históricos

17/2

Charla Inaugural

18/2

Soriano

19/2

Hobsbawm / James

20/2

Taller educación

21/2

Saccomanno

Los y las protagonistas de la historia

24/2

Sharpe

25/2

Andújar

26/2

Actividad complement.

27/2

Burke

28/2

Actividad complement.

Los temas y las fuentes históricas

3/3

FERIADO

4/3

FERIADO

5/3

Stern

6/3

Reichardt / Levin

7/3

Actividad complement.

10/3

Portelli

11/3

Actividad complement.

12/3

Trouillot

13/3

Lenton

14/3

Actividad complement.

Los debates sobre el presente a partir de la Historia

17/3

Clase de integración

18/3

Taller de Educación II

19/3 20/3

Cierre y picnic

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Semana 1. Las preguntas y los problemas históricos

En la primera semana los invitamos a reflexionar sobre uno de los aspectos fundamentales del estudio de la historia: las preguntas e inquietudes de las que partimos cuando nos interesamos por el pasado y decidimos explorarlo. Estas preguntas pueden nacer tanto de inquietudes personales o existenciales como de preocupaciones más colectivas. Surgen del mundo cultural y político en que estamos inmersos y tienen que ver, muchas veces, con lo que nos compele en el presente y nos empuja a mirar el pasado. Quienes estudiamos o enseñamos historia partimos de estas preocupaciones, las pensamos y repensamos y, finalmente, intentamos transformarlas en problemas históricos: es decir, en preguntas más elaboradas que nos sirvan de guía para buscar en el inmenso y caótico territorio del pasado algunas claves y respuestas sobre el mundo en que vivimos.

La mejor forma de acercarse al pasado es tratando de ser conscientes de al menos algunos de estos interrogantes que nos guían. Las lecturas propuestas nos acercarán a los recorridos biográficos de algunos historiadores, con la intención de que empecemos a sumergirnos en sus contextos de producción y en las influencias sociales, políticas y académicas que han tenido. También intentarán sugerir que no somos solamente los historiadores quienes nos aventuramos en el pasado: escritores, artistas, ciudadanos comunes, militantes políticos también lo hacen. Sin embargo, los historiadores acuerdan ciertas reglas que hacen a la forma en que interrogan al pasado y extraen respuestas de él y que llevaron a constituir a la historia en una disciplina profesional específica y al conocimiento histórico en una forma bien delimitada de conocimiento sobre el pasado que se produce en los institutos de investigación, se enseña en las escuelas, se aprende en las universidades.

Proponemos entonces un primer ejercicio de reflexión sobre nuestras experiencias individuales, los contextos históricos y sociales en que éstas toman forma y los modos en que ambos repercuten en nuestras miradas sobre la historia en general. Les proponemos interpelar sus propios pasados: qué los ha marcado, a quienes reconocen como sus maestros, qué lecturas los han conmovido, por qué han decidido estudiar historia, cuáles son los aspectos de la historia que más los atraen y por qué. Ésta es una manera de empezar a hacer explícitos sus propios interrogantes, para reforzarlos con nuevas inquietudes y razones o para modificarlos o encontrar otros nuevos y mejores, ya que estos interrogantes motivarán sus recorridos por la carrera y su futuro como investigadores o profesores de historia.

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Martes

-Soriano, Osvaldo. Cuentos de los años felices. Buenos Aires, Sudamericana, 1993. Relato “Aquel peronismo de juguete”.

Miércoles

-Hobsbawm, Eric. Historia del Siglo XX. Buenos Aires, Crítica. 2005 (1994). “Introducción” (fragmento)

-Garguin, Enrique; Ramírez, Ana Julia y Sorgentini, Hernán. “’La historia no perdió dirección: tiene cincuenta direcciones’.

Entrevista a Daniel James”. Cuadernos del CISH 2004, N° 15-16.

Jueves y viernes

- Saccomanno, Guillermo. “Son boleta”. En: Página 12, Radar. 18 de julio de 2010.

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Soriano, Osvaldo. “Aquel peronismo de juguete”. En Cuentos de los años felices. Buenos Aires, Sudamericana, 1993. Para comenzar con estas reflexiones, les pedimos que lean el relato de Osvaldo Soriano, “Aquel peronismo de juguete”. Si no saben quién fue Soriano, busquen alguna información sobre el autor, o coméntenlo en clase junto a sus profesores y compañeros. Una vez hecha la lectura, habrán podido observar que éste es un texto que combina, a su modo, cuestiones vinculadas a la historia personal con otras de la historia en un sentido más general, colectivo. Veamos de qué modo lo hace:

1. ¿Podríamos decir que se trata de un texto escrito por un historiador? ¿Por qué? Justifiquen sus respuestas.

2. Si fuese un historiador quien lo leyera, desde la perspectiva de la historiografía, ¿cuáles son las referencias explícitas en el relato, o las que pueden inferirse a partir de lo allí expresado, que al historiador podrían interesarle? Marquen o anoten algunas y fundamenten por qué las eligieron.

3. Más allá de sus respuestas a las consignas anteriores, habrán notado y comentado que Soriano construye una voz, un narrador, que elige presentar ciertos hechos de la historia política “filtrados” a partir de los recuerdos de la infancia: en ningún momento se plantea un relato más allá de lo que puede reconstruir la propia memoria, es decir, del elemento autobiográfico. Y esto es así aunque esa historia incluya anécdotas, reflexiones y juicios en los que lo subjetivo se entrelaza con aspectos significativos de la historia colectiva. Les pedimos que transcriban un breve pasaje del relato que dé cuenta de esa característica, y que expliquen en unas líneas por qué lo han elegido, cuáles son las expresiones que les permiten justificar la elección realizada.

4. A partir de lo que han escrito, piensen una o dos preguntas que podría plantearse ustedes como historiadores sobre la época en que se sitúa el relato y traten de explicar por qué estas preguntas les parecen importantes.

5. Si bien Soriano es un autor reconocido, legitimado en el ámbito de la literatura, las experiencias y recuerdos en las que se conjugan lo individual y lo colectivo -que están en el origen de su texto-, no son ajenas a ninguno de nosotros. Les proponemos entonces que sean ustedes ahora los que se conviertan en autores (en principio, serán más "narradores" que "historiadores"). Deberán seleccionar un hecho o proceso histórico que haya sucedido durante sus infancias y narrarlo. Pueden darle a la narración el estilo que ustedes prefieran, tal vez, en principio sea más sencillo tomar una estrategia similar a la de Soriano. El texto deberá cumplir con estos tres requisitos: el hecho o proceso tendrá que ser socialmente significativo; tendrá que haberlo afectado de algún modo en su subjetividad y eso se evidenciará en la escritura; tendrá que ser expresado en un relato o ensayo cuya extensión sea breve (no más de dos carillas).

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-Hobsbawm, Eric. Historia del Siglo XX. Buenos Aires, Crítica. 2005. Introducción (fragmento).

- Garguín, Enrique; Ramírez, Ana Julia y Sorgentini, Hernán. “’La historia no perdió dirección: tiene cincuenta direcciones’.

Entrevista a Daniel James”. Cuadernos del CISH 2004, N° 15-16.

Para este segundo encuentro los invitamos a leer un fragmento de la introducción a la Historia del Siglo XX, escrita por Eric Hobsbawm, y

la entrevista realizada al historiador Daniel James. En ambos textos podemos ver de qué manera las inquietudes personales, las

preocupaciones y las experiencias vividas se relacionan con el interés por el estudio de la Historia. A su vez la entrevista realizada a Daniel

James nos da una idea de cómo este historiador fue transformando sus inquietudes personales en problemas históricos.

Los invitamos a indagar estas relaciones en los textos, como punto de partida para pensar y compartir cuáles fueron las inquietudes y

experiencias personales que los motivaron a estudiar Historia.

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Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX, 1914-1991, Editorial Crítica, Barcelona, 1995. Introducción (fragmento).

I

El 28 de junio de 1992, el presidente francés Francois Mitterrand se desplazó súbitamente, sin previo aviso y sin que nadie lo esperara, a

Sarajevo, escenario central de una guerra en los Balcanes que en lo que quedaba de año se cobraría quizás 150.000 vidas. Su objetivo era

hacer patente a la opinión mundial la gravedad de la crisis de Bosnia. En verdad, la presencia de un estadista distinguido, anciano y

visiblemente debilitado bajo los disparos de las armas de fuego y de la artillería fue muy comentada y despertó una gran admiración. Sin

embargo, un aspecto de la visita de Mitterrand pasó prácticamente inadvertido, aunque tenía una importancia fundamental: la fecha. ¿Por

qué había elegido el presidente de Francia esa fecha para ir a Sarajevo? Porque el 28 de junio era el aniversario del asesinato en Sarajevo,

en 1914, del archiduque Francisco Fernando de Austria-Hungría, que desencadenó, pocas semanas después, el estallido de la primera

guerra mundial. Para cualquier europeo instruido de la edad de Mitterrand, era evidente la conexión entre la fecha, el lugar y el recordatorio

de una catástrofe histórica precipitada por una equivocación política y un error de cálculo. La elección de una fecha simbólica era tal vez la

mejor forma de resaltar las posibles consecuencias de la crisis de Bosnia. Sin embargo, sólo algunos historiadores profesionales y algunos

ciudadanos de edad muy avanzada comprendieron la alusión. La memoria histórica ya no estaba viva.

La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de

generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor parte, los

jóvenes, hombres v mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica alguna con el pasado

del tiempo en el que viven. Esto otorga a los historiadores, cuya tarea consiste en recordar lo que otros olvidan mayor trascendencia que la

que han tenido nunca, en estos años finales del segundo milenio. Pero por esa misma razón deben ser algo más que simples cronistas,

recordadores y compiladores, aunque esta sea también una función necesaria de los historiadores. En 1989, todos los gobiernos, y

especialmente todo el personal de los ministerios de Asuntos Exteriores, habrían podido asistir con provecho a un seminario sobre los

acuerdos de paz posteriores a las dos guerras mundiales, que al parecer la mayor parte de ellos habían olvidado.

Sin embargo, no es el objeto de este libro narrar los acontecimientos del período que constituye su tema de estudio -el siglo XX corto,

desde 1914 a 1991-, aunque nadie a quien un estudiante norteamericano inteligente le haya preguntado si la expresión "segunda guerra

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mundial" significa que hubo una "primera guerra mundial" ignora que no puede darse por sentado el conocimiento aun de los más básicos

hechos de la centuria. Mi propósito es comprender y explicar por qué los acontecimientos ocurrieron de esa forma y qué nexo existe entre

ellos. Para cualquier persona de mi edad que ha vivido durante todo o la mayor parte del siglo XX, esta tarea tiene también,

inevitablemente, una dimensión autobiográfica, ya que hablamos y nos explayamos sobre nuestros recuerdos (y también los corregimos).

Hablamos como hombres y mujeres de un tiempo y un lugar concretos, que han participado en su historia en formas diversas. Y hablamos,

también, como actores que han intervenido en sus dramas -por insignificante que haya sido nuestro papel-, como observadores de nuestra

época y como individuos cuyas opiniones acerca del siglo han sido formadas por los que consideramos acontecimientos cruciales del

mismo. Somos parte de este siglo, que es parte de nosotros. No deberían olvidar este hecho aquellos lectores que pertenecen a otra época,

por ejemplo el alumno que ingresa en la universidad en el momento en que se escriben estas páginas, para quien incluso la guerra del

Vietnam forma parte de la prehistoria.

Para los historiadores de mi edad y formación, el pasado es indestructible, no sólo porque pertenecemos a la generación en que las calles y

los lugares públicos tomaban el nombre de personas y acontecimientos de carácter público (la estación Wilson en Praga antes de la guerra,

la estación de metro de Stalingrado en París), en que aún se firmaban tratados de paz y, por tanto, debían ser identificados (el tratado de

Versalles) y en que los monumentos a los caídos recordaban acontecimientos del pasado, sino también porque los acontecimientos públicos

forman parte del entramado de nuestras vidas. No sólo sirven como punto de referencia de nuestra vida privada, sino que han dado forma a

nuestra experiencia vital, tanto privada como pública. Para el autor del presente libro, el 30 de enero de 1933 no es una fecha arbitraria en

la que Hitler accedió al cargo de canciller de Alemania, -sino una tarde de invierno en Berlín en que un joven de quince años, acompañado

de su hermana pequeña, recorría el camino que le conducía desde su escuela, en Wilmersdorf, hacia su casa, en Halensee, y que en un

punto cualquiera del trayecto leyó el titular de la noticia. Todavía lo veo como en un sueño.

Pero no sólo en el caso de un historiador anciano el pasado es parte de su presente permanente. En efecto, en una gran parte del planeta,

todos los que superan una cierta edad, sean cuales fueren sus circunstancias personales y su trayectoria vital, han pasado por las mismas

experiencias cruciales que, hasta cierto punto, nos han marcado a todos de la misma forma. El mundo que se desintegró a finales de los

años ochenta era aquel que había cobrado forma bajo el impacto de la revolución rusa de 1917. Ese mundo nos ha marcado a todos, por

ejemplo, en la medida en que nos acostumbramos a concebir la economía industrial moderna en función de opuestos binarios,

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"capitalismo" y "socialismo", como alternativas mutuamente excluyentes. El segundo de esos términos identificaba las economías

organizadas según el modelo de la URSS y el primero designaba a todas las demás. Debería quedar claro ahora que se trataba de un

subterfugio arbitrario y hasta cierto punto artificial, que sólo puede entenderse en un contexto histórico determinado. Y, sin embargo, aun

ahora es difícil pensar, ni siquiera de forma retrospectiva, en otros principios de clasificación más realistas que aquellos que situaban en un

mismo bloque a los Estados Unidos, Japón, Suecia, Brasil, la República Federal de Alemania y Corea del Sur, así como a las economías y

sistemas estatales de la región soviética que se derrumbó al acabar los años ochenta en el mismo conjunto que las del este y sureste

asiático, que no compartieron ese destino.

Una vez más hay que decir que incluso el mundo que ha sobrevivido una vez concluida la revolución de octubre es un mundo cuyas

instituciones y principios básicos cobraron forma por obra de quienes se alinearon en el bando de los vencedores en la segunda guerra

mundial. Los elementos del bando perdedor o vinculados a ellos no sólo fueron silenciados, sino prácticamente borrados de la historia y de

la vida intelectual, salvo en su papel de "enemigo" en el drama moral universal que enfrenta al bien con el mal. (Posiblemente, lo mismo

les está ocurriendo a los perdedores de la guerra fría de la segunda mitad del siglo, aunque no en el mismo grado ni durante tanto tiempo.)

Esta es una de las consecuencias negativas de vivir en un siglo de guerras de religión cuyo rasgo principal es la intolerancia. Incluso

quienes anunciaban el pluralismo inherente a su ausencia de ideología consideraban que el mundo no era lo suficientemente grande para

permitir la coexistencia permanente con las religiones seculares rivales. Los enfrentamientos religiosos o ideológicos, como los que se han

sucedido ininterrumpidamente durante el presente siglo, erigen barreras en el camino del historiador, cuya labor fundamental no es juzgar

sino comprender incluso lo que resulta más difícil de aprehender. Pero lo que dificulta la comprensión no son sólo nuestras apasionadas

convicciones, sino la experiencia histórica que les ha dado forma. Aquéllas son más fáciles de superar, pues no existe un átomo de verdad

en la típica, pero errónea, expresión francesa tout comprendre c'est tout pardonner (comprenderlo todo es perdonarlo todo). Comprender la

época nazi en la historia de Alemania y encajarla en su contexto histórico no significa perdonar el genocidio. En cualquier caso, no parece

probable que quien haya vivido durante este siglo extraordinario pueda abstenerse de expresar un juicio. La dificultad estriba en

comprender.

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Saccomanno, Guillermo “Son boleta”. Radar. Página 12, 18 de marzo de 2008.

La experiencia escolar a partir de nuestros propios recorridos

En este tercer encuentro queremos volver a pensar, desde un lugar diferente, las inquietudes y experiencias personales que los

motivaron a estudiar historia. En esta oportunidad la idea es interpelar sus propias experiencias como estudiantes de historia en la

escuela secundaria para empezar a pensarlas desde la perspectiva de su nuevo lugar como estudiantes universitarios y futuros

profesores.

Como sujetos históricos que somos, estamos atravesados por el tiempo, por nuestro pasado, presente y futuro. Les proponemos en este

primer taller que intenten “pensarse” históricamente. La idea es poner en juego aquello que “traen” de la escuela secundaria con el

objetivo de rescatar las distintas nociones de historia que fueron aprendiendo para trabajar con ellas resignificándolas desde el presente.

Actividad

Divididos en pequeños grupos lean y comenten la lectura propuesta como disparador para pensar su propia biografía y experiencia

escolar. Expresen por escrito esos recuerdos. Sugerimos pensar qué tipo de nociones de historia, historiador, circularon por su escuela, a

partir de qué textos o materiales áulicos, cómo eran los profesores, el aula, el debate, la circulación de la palabra, la participación de

ustedes y sus compañeros, el tratamiento de las efemérides en clase y en la institución; en qué momento aparecía la historia en la

escuela: ¿sólo en las clases de la materia o también circulaba de otra manera?

Intenten contar y escribir una anécdota que pueda captar algún aspecto significativo de estas experiencias recuperadas. En un segundo

momento, compartiremos el trabajo realizado en pequeños grupos reunidos en plenario y jugaremos a representar algunas de esas

anécdotas.

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Domingo, 18 de julio de 2010

LA EXPERIENCIA DE UN ESCRITOR EN UN AULA DEL CONURBANO

Son boleta

Por Guillermo Saccomanno

No creo que muchos escritores se le animen a una clase de escuela media del conurbano. Pero que los hay, los hay. Es que no es sencillo encarar las aulas de la marginalidad, esos pibes que vienen de pobreza, violencia, droga, alcohol. A algunos les cuesta expresarse con algo más que un ininteligible fraseo primal. Estos son los pibes a quienes los docentes deben transmitirle el amor a la lectura. Pero, ¿cómo transmitir ese amor cuando no se lo siente? Más de una vez en los colegios planteo que los docentes no leen. “Los adolescentes, querrá decir”, me quiso enmendar una maestra. “No, le dije. Entendió bien: dije los docentes.” La mujer, como varias de sus colegas, me miró con odio. “A ver, cuéntenme qué leyeron anoche”, les pregunto. Silencio.

Por supuesto, hay causas, razones, determinaciones sociales que hacen que las maestras y maestros puedan preferir a la noche Tinelli, baile de caño, pizza y birra; y, excepcionalmente, los progres, el discurso facilongo de 6, 7, 8. No los culpo. Estoy convencido de que los docentes deben ganar más que un diputado, pero también de que ellos eligieron la trinchera en la que se encuentran. Y es una trinchera donde bajar la guardia es riesgoso. Las víctimas están ahí, en sus pupitres, frente al pizarrón, expectantes. Y por la expresión tienen todo el aspecto de estar en otra, en otra realidad que no es la del aula. Una más cruda.

El año pasado, junto con un grupo numeroso de escritores, participé en la movida del plan de lectura del Ministerio de Educación, iniciativa formidable: se imprimía un relato de cada escritor y luego se lo distribuía, en formato fascículo, en las aulas de los colegios. Más tarde, una vez que los alumnos habían leído el relato en

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la clase de literatura, el escritor iba al aula y conversaba el texto y sus aspectos con sus lectores. La actividad, en los colegios de clase media, se cumplía. Pero en más de una oportunidad, en colegios más golpeados –que son los más–, el resultado no era el esperado. La frustración no dependió del ministerio, ni de los autores. Fue responsabilidad de los mismos docentes.

Me acuerdo de un colegio del conurbano. Al llegar al cole, nadie sabía dónde estaba el paquete con los fascículos. Nadie los había visto. Hasta que una funcionaria del colegio pareció reaccionar de un ataque de amnesia y recordó dónde estaban guardados. Los fascículos del Plan de Lectura habían sido archivados en un depósito. Ni se los habían pasado a la profesora de Lengua. Tampoco la profesora de Literatura se había interesado por la cuestión. Además, ese día la profesora de Literatura no había llegado aún. Por lo tanto, la actividad la iba a coordinar otra profesora, la de Inglés. No era un día tranquilo en el colegio. Habían faltado celadores. Y profesores. Las pibas y los pibes, casi el colegio entero, hacían quilombo en el patio. Tarde, pero al fin, apareció la profesora de Lengua. Y fuimos al aula. Como habían faltado profesores, la directora tuvo la idea de juntar dos divisiones. Preferible meterlos en esta actividad, aunque no tuviera nada que ver, a que estuvieran alborotando en el patio. Me pregunté cómo manejar la situación. Sesenta alumnos me superaban. Además no se trataba sólo de que no hubieran cumplido con la actividad: leer un cuento. La profesora tampoco tenía demasiada idea de qué se trataba el plan. Se me ocurrió que si no habían leído antes el relato, bien podríamos leerlo entre todos en clase. Pero esas pibas y pibes apenas sabían deletrear una palabra. Con paciencia, les propuse que cada uno leyera una frase y le pasara luego el fascículo a un compañero, una compañera. De ese modo, pensé, el relato se hilvanaba, se construía una lectura colectiva. Y terminaríamos de leer el cuento. Quien leía una frase, con dificultad, balbuceando, pasaba el fascículo con alivio. Se tardaba en completar el sentido del relato, pero era algo.

Desde el fondo, unos pibes bardeaban. Dados vuelta, bardeaban. El bardo iba en aumento. Pronto fue imposible la lectura. Le pedí a la profesora que dejara retirar del aula a los chabones (sí, les dije chabones) si no les interesaba la actividad. La profesora titubeó. Por fin, desconcertada, asintió. Los pibes se pararon. Ahí volví a hablarles: “Sé que tienen motivos para embolarse. Como sé que alguno de ustedes chuparon o se falopearon antes de venir al colegio. Sé también que algunos de ustedes hoy vieron al viejo fajar a la vieja. Y también que tal vez los que cobraron fueron ustedes. Sé que no la tienen fácil. Sin laburo, sin un mango. Encima, el colegio. De verdad, es mucho pedirles a ustedes, dados vuelta, que se queden

tranquis en el aula. No me careteen. Pueden salir”. Los pibes empezaron a caminar hacia la puerta del aula. “Pero antes –les dije–, sepan que si cruzan esa puerta son boleta.”

Los pibes se frenaron. Atónitos, me miraban. Ahora no volaba una mosca. “Porque si estoy acá es por ustedes. Si no saben leer, ustedes no saben sus derechos. Y si no saben sus derechos, cuando la Bonaerense los agarre con un fasito, los pueden fusilar. Vayan nomás. Los ratis los esperan.”

Callados, de pronto tímidos, de pronto chicos, volvieron a sus asientos.

Continué la clase como pude. Cero heroísmo. Taquicardia sentí. Me había sacado, me reproché. Traté de disimular que me temblaba el pulso. Mi sonrisa ante el aula era de plástico. No me gustaba esta situación. Pero la remé. ¿Acaso tenía otra alternativa? Sé que esta historia no me deja bien parado. Y que se me acusará de autoritario, patotero y políticamente incorrecto. Pero fue lo que pude hacer. Y no me avergüenza contarlo.

Hace tiempo que la realidad educativa se fue al carajo. Y que no son pocos los esfuerzos ministeriales como tampoco los docentes que, en esta realidad, se debaten peleando por mejorar el nivel de la educación. Pero no alcanza. Como tampoco alcanza que los escritores pongan el cuerpo en las aulas, lo que, a esta altura, me parece, es más que un deber una misión. Los debates en el Malba o en las librerías de Palermo pueden esperar. Los pibes y pibas de los colegios estatales, no. Y, que conste, estas reflexiones no deben inquietar sólo a los docentes. También a los escritores. Porque mañana terminarán escribiendo para clientes y no para lectores. Si es que ya no lo están –perdón, estamos– haciendo.

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Semana 2. Los y las protagonistas de la historia.

Las preguntas generan la preocupación por algunos problemas históricos específicos. Para intentar abordar esos problemas,

los historiadores delimitan en primer lugar un tema a explorar. Posteriormente se dan dos momentos: por un lado, los

historiadores tratan de establecer a quiénes van a estudiar”, es decir, de identificar quiénes son de los protagonistas de los

procesos históricos que les interesan; por otra parte, emprenden una búsqueda de fuentes históricas que les proporcionarán

información sobre el tema.

En el transcurso de esta semana nos ocuparemos del problema de “a quiénes estudiamos”. El objeto de la historia está

compuesto en realidad de sujetos. Si bien desde los orígenes de la humanidad los hombres y mujeres han hecho la historia,

no siempre los historiadores han prestado atención a ello. Tanto en la mayoría de los libros de historia como en las clases en

las escuelas han estado por mucho tiempo más presentes los grandes líderes políticos que la gente común, los hombres más

que las mujeres… Al calor de las disputas políticas que atraviesan nuestras sociedades, algunos historiadores han

reflexionado en forma creciente sobre esta cuestión en las últimas décadas.

Las lecturas de esta semana vuelven visibles algunos personajes y colectivos que han sido usualmente desatendidos en la

historia escrita predominante. Estos trabajos tratan sobre cómo recuperar colectivos y actores sociales “silenciados” y

también sobre los desafíos que esta empresa conlleva para la historia en general. El rescate de los sujetos históricos del

pasado se propone en dos sentidos: por un lado, es una suerte de reivindicación del papel activo que han tenido, más allá de

cómo hayan sido considerados por historiadores y académicos; por otra parte, es un intento de corregir las limitaciones y

distorsiones de las visiones históricas predominantes y de analizar de una manera más profunda las relaciones sociales de

dominación o definición de los lugares que cada uno ocupa en la sociedad y la forma en que se han ido constituyendo y

modificando a lo largo del tiempo.

Los invitamos a descubrir a algunos de los sujetos –individuales y colectivos- que han hecho y hacen cada día la historia.

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Lunes

-Sharpe, Jim. "La historia desde abajo". En Burke, Peter. Formas de hacer Historia. Madrid, Alianza, 1993, pp. 38-58.

Martes

-Andújar, Andrea. “Historia, género y memoria: las mujeres en los cortes de ruta en la Argentina” En A.A.V.V: Historia Oral y

militancia política en México y en Argentina. Universidad de Buenos Aires y Editorial El Colectivo, Buenos Aires, 2008, pp.

92-116.

Jueves

-Burke, Peter. “Estereotipos de los otros”. En Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico. Barcelona,

Crítica, 2005 (2001), pp. 155-175.

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Sharpe, Jim. “La historia desde abajo”. En Burke, Peter. Formas de hacer Historia. Madrid, Alianza, 1993, pp. 38-58.

Con el texto de Sharpe comenzamos el recorrido de los temas de esta semana, que tienen que ver con los “protagonistas de la historia”

y, de modo particular, con aquellos que si bien han estado presentes a través de sus acciones en el pasado, no han tenido mucho lugar en

los libros de historia.

El artículo de Sharpe no trata en realidad sobre un tema y un período histórico particular, sino de cómo fue surgiendo y tomando forma

un campo de estudios, en este caso, la “historia desde abajo”.

¿De qué trata el texto?

1) Luego de haber leído el texto traten de precisar cuáles son los objetivos generales que se propone el autor.

2) A diferencia de otros textos que pueden conocer, el artículo de Sharpe no está dividido en secciones que, más allá del título, nos den

pistas de cuáles son los problemas que va a tratar. Sin embargo, se trata de un texto muy bien ordenado en lo que tiene que ver con

cómo va presentando el argumento, es decir, cómo va recorriendo distintos aspectos y cada uno de ellos va llevando al siguiente.

Traten de identificar cuáles son las distintas secciones en texto. Pueden marcarlas y ponerles títulos que aludan a cuáles son las

preguntas que guían cada una de ellas y cuáles sus contenidos principales. Traten de armar un índice que dé cuenta lo más

exhaustivamente de los contenidos del texto.

3) El texto destaca, entre otras cuestiones, que quienes intentan reconstruir la historia de “los de abajo” tienen que enfrentar dos

“problemas” fundamentales: el problema de las fuentes y el problema de los conceptos. Estos problemas no son únicos de los estudios

de la historia de “los de abajo”, también podrían presentarse si uno quiere contar la historia de las élites. Sin embargo, en este caso,

parecen presentar algunas particularidades. De alguna manera, se “exacerban”, o bien presentan dimensiones nuevas. Trataremos

entonces de analizarlos con mayor profundidad.

a) Sobre el problema de las fuentes:

Traten de identificar por qué Sharpe dice que aquí hay un problema y qué dice sobre la manera en que intentan resolverlo los

historiadores.

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b) Sobre el problema de los conceptos:

Sharpe sostiene que los conceptos de lo “popular” -en términos más concretos podríamos decir “el pueblo”- son problemáticos.

Tratemos de identificar por qué son problemáticos, qué cuestiones están implicadas en la elección de estos conceptos, qué ventajas y

desventajas tiene cada uno.

Piensen en fenómenos culturales que podrían definirse como “populares”.

Armen una lista en la que incluyan fenómenos no sólo en función de lo que ustedes consideran popular, sino también que otros, en el

lenguaje corriente, lo hacen.

Armen una segunda lista de los distintos usos que ustedes registran de la palabra “pueblo”. Pueden incorporar distintas maneras de

conceptualizar ¿qué es el pueblo?: ¿son las masas? ¿es la gente corriente? ¿es una parte de quiénes forman una sociedad o son todos?

¿Quiénes son parte del pueblo y quienes no en cada una de las definiciones? ¿Cuáles son los criterios que orientan estas definiciones?

Traten ahora de agrupar y clasificar los contenidos de las listas en función de distintos tipos de definiciones de qué es lo popular y qué es

el pueblo. Luego discutan:

¿Qué ventajas y desventajas les encuentran a cada grupo de definiciones? ¿Qué definiciones implícitas sobre quienes forman parte del

grupo de personas aludidas hay en cada una de las definiciones? ¿Qué tipo de definiciones preferirían ustedes?

Volvamos entonces sobre el problema de los conceptos. Discutan: ¿por qué es importante la discusión sobre los conceptos a la hora de

pensar la historia desde abajo? El teórico cultural Raymond Williams señala que muchas veces las discusiones sobre los conceptos se

complican justamente porque no son sólo discusiones sobre conceptos sino sobre “problemas sociales”. Traten de precisar qué

discusiones sobre problemas sociales aparecieron a través de las discusiones sobre “qué es el abajo y cómo estudiarlo”, “qué es la cultura

popular”, “qué es el pueblo”.

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Andújar, Andrea. “Historia, género y memoria: las mujeres en los cortes de ruta en Argentina”. En A.A.V.V: “Historia Oral y militancia

política en México y en Argentina. Universidad de Buenos Aires y Editorial El colectivo, Buenos Aires, 2008. Pp. 92 -116.

En esta clase les proponemos trabajar un texto que pone en discusión algunas cuestiones relativas a la historia de las mujeres. La historia

de las mujeres ha contribuido a recuperar y hacer visible el protagonismo de las mujeres en la vida social a través del tiempo, al tiempo

que, en muchos casos, a partir de la categoría de género, ha introducido importantes debates acerca de las relaciones sociales de

dominación existentes en torno a los roles construidos para las mujeres y los hombres.

El artículo de Andrea Andújar que les proponemos leer conjuga una reflexión sobre los problemas de la historia de las mujeres y el

género con el análisis del surgimiento de la experiencia piquetera en Argentina durante los años noventa. Ambos aspectos nos permitirán

ir definiendo un aspecto fundamental de la mirada sobre la realidad social que propone el análisis histórico crítico: el problema de la

“naturalización” de las diferencias y desigualdades sociales, una cuestión que está en la base de los procesos por los cuáles algunos

sectores de la sociedad “estigmatizan” a otros. Una reflexión sobre estas cuestiones es fundamental para ir definiendo nuestra propia

mirada sobre la sociedad en como estudiantes de una carrera de Humanidades y futuros docentes e investigadores.

Les proponemos debatir sobre algunas cuestiones que aparecen en este texto:

- la existencia de territorios asociados con lo femenino y lo masculino, tanto en el ámbito privado como en lo público

- la repercusión de estas conceptualizaciones en la manera en que se recuerda el proceso de quiebre del “mundo ypefeano” y la lucha

que se impulsó en las ciudades, y con los cortes de ruta.

La discusión sobre estos ejes puede partir del análisis del siguiente párrafo:

“Sin embargo ¿la desestructuración del “mundo ypfeano” fue vivida de igual manera por mujeres y varones? No, como tampoco

fueron iguales las respuestas que unas y otros articularon frente a ella. En los relatos de las mujeres aparece que sus maridos se

deprimieron, murieron, abandonaron a sus familias, en medio de procesos signados por una enorme violencia, o se volvieron un

estorbo dentro del hogar. Por el contrario, ellas “(…) se tuvieron que volver más fuertes (…) Debieron salir a ganarse el pan para

ellas y para sus hijos, porque quedaron ellas como jefas de hogar, mientras los maridos estaban en la casa. (…)”. En ese sentido,

el final de la “época dorada” ypfeana afectó tanto las condiciones materiales de existencia como las formas de percibirse en la

sociedad, los sentimientos y las ideas sobre el lugar ocupado en las relaciones cotidianas. Para los ex obreros ypfeanos, la

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expulsión del aparato productivo alteró rotundamente no solo su situación económica, sino también su posición de

“proveedores” de su familia. Asimismo, la imposibilidad de obtener un trabajo los obligó a quedarse dentro de sus casas, espacio

socialmente devaluado para aquellos que, como decía Alejandro Lillo, “arriesgan parte de su vida” en su trabajo. Al permanecer

en un territorio asociado a lo “femenino”, esto es, a la crianza de los hijos/as, la limpieza de la casa, la preparación de la comida, y

opuesto absolutamente a sus experiencias como trabajadores, se sintieron “inútiles”, “avergonzados”, fuera de “su” lugar.” (Pp.

108-109)

¿Pueden citar algún otro caso donde este tipo de tensiones entre el género y la memoria se pongan en juego?

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Burke, Peter. Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico. Barcelona, Crítica, 2005.

“Estereotipos de los otros” es un capítulo que Burke escribe para su libro Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico,

en el que se propone un estudio de las imágenes a lo largo del tiempo, evidenciando su carácter no ingenuo en tanto son producto de

sociedades en tiempos y lugares específicos.

1) ¿Qué se propone el autor?

1) El autor plantea como objeto de su estudio al Otro, “con O mayúscula”. ¿A qué se debe ese énfasis? O bien, ¿por qué el autor cree

necesario realizar esa aclaración?

2) Burke propone -como en una secuencia- los términos imagen, estereotipo y mirada. ¿Cuál es la relación que establece entre ellos?

¿Qué especificidades tiene cada uno de ellos? ¿Cómo se construye una mirada? ¿Qué miradas distingue? ¿A qué se deben estas

diferenciaciones? ¿Qué aspectos de la historia no ayudan a entender por qué estas miradas muchas veces se transforman en una

“esencia estática”?

3) El autor propone como primer caso de reflexión, la conversión del Otro en monstruoso a partir de lo exótico. ¿Qué ejemplos del

pasado histórico recupera? ¿Dónde identifica lo posiblemente monstruoso en el presente? ¿Cuál es el lugar de la paradoja en esto?

4) Por otro lado, el autor plantea un acercamiento a lo Oriental -Próximo, Medio, y Lejano- a partir de la noción de “Orientalismo”

propuesta por Edward Said. ¿Qué estilos se distinguen en la aproximación a Oriente?

5) En los primeros momentos del texto Burke afirma que “mientras los escritores pueden ocultar sus actitudes mentales detrás de una

descripción impersonal, los artistas plásticos se ven obligados por el medio que utilizan a asumir una postura clara, representando a los

individuos de otras culturas o bien iguales o bien distintos a ellos”. (p. 156) ¿Cómo se evidencia esta afirmación en las fuentes que

presenta respecto a la mirada sobre Oriente? Les proponemos escoger alguna de las fuentes pictóricas que presenta al efecto y

reflexionar sobre lo que muestran en estos términos.

6) Por último, Burke discute sobre la existencia de Otro en el propio país. ¿Qué otras matrices cruzan en estos casos la identificación y

diferenciación del otro?

7) Después de la lectura completa: ¿Cuál es el objetivo del autor en este texto? ¿Qué cuestiones lo habrán inquietado y condicionado en

sus preguntas?

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2) Algunas cuestiones para discutir:

1) El libro de Burke se llama Visto y no visto. Les proponemos un juego de lo visto y no visto en relación con este capítulo.

A lo largo del capítulo se evidencia, aun cuando no se explicite como tal, una mirada de historiador. En tanto las miradas hacia el otro

construyen ciertos prejuicios y estereotipos, debiéramos tener cuidado en hacerlos conscientes. ¿Cuáles creen que son los prejuicios y

estereotipos que podemos encontrar en la actualidad? Pueden pensar en ejemplos de otros más

lejanos, pero también de lo que Burke llama el otro en el propio país.

2) Los prejuicios a menudo se encuentran estrechamente ligados con las posiciones sociales e históricas que ocupa quien escribe. Edward

Said ha reflexionado sobre esto, discutiendo la idea de que “todo conocimiento está constituido por creencias no políticas” (Said, E.

Orientalismo. Libertarias: Madrid, 1990, p. 29). En este sentido, les presentamos su propuesta:

“… si es cierto que ninguna obra humanística puede permanecer ajena a las implicaciones que su autor tiene en tanto que sujeto

humano, determinado por sus propias circunstancias, debe ser cierto también que ningún europeo o americano que estudie Oriente

puede renunciar a las circunstancias principales de su realidad: que él se enfrenta a Oriente, primero como europeo o americano, y

después como individuo. Y ser europeo o americano en esta situación, sin duda, no es una realidad intrascendente; ha significado y

significa ser consciente, aunque sea vagamente, de pertenecer a una potencia con unos intereses muy definidos en Oriente y, más

importante aún, de pertenecer a una parte de la Tierra que ha mantenido una serie de relaciones históricas con Oriente desde

prácticamente los tiempos de Homero” (Said, E. Orientalismo. Libertarias: Madrid, 1990, pp. 31-31)

¿Por qué Said resalta en cursiva “su realidad” para hablar de los autores? ¿Qué implica ser “europeo”, “americano”? ¿Se diferencia de ser

un individuo?

¿De qué se habla cuando se alude a “relaciones históricas”? ¿Qué tipo de vínculos se han establecido entre Oriente y Occidente?

A partir de esta cita, les proponemos ahondar en la reflexión sobre las dinámicas de poder presentes en los abordajes sobre el Otro.

¿Cómo aparece esto en el trabajo de Burke?

3) Burke reflexiona al final sobre los límites que, “como testimonio del aspecto que tenían realmente otras culturas o subculturas, (…)

muchas de las imágenes estudiadas en este capítulo no tienen ningún valor”. Sin embargo, también señala que “lo que sí documentan

perfectamente [estas miradas], (…) es un encuentro cultural, y las respuestas dadas a dicho encuentro por los miembros de una

determinada cultura. A un nivel más profundo, esas imágenes quizá nos hablen más que otra cosa de Occidente.” (p. 175)

La cita sugiere que, en algunos casos, la imágenes de los otros tal vez nos digan más sobre “nosotros” que sobre “los otros”. Les

proponemos elegir una de las imágenes que utiliza Burke para ejemplificar los estereotipos de los Otros: ¿qué puede decirnos ella de/los

sujeto/s que la construye/n? Retomen esta pregunta en relación con alguno de los prejuicios y estereotipos sobre los otros que señalaron

en la pregunta anterior y discutan qué nos pueden decir sobre quienes las construyen.

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Peter Burke

VISTO Y NO VISTO

El uso de la imagen como documento histórico

Traducción de Teófilo de Lozoya

http://www.scribd.com/Insurgencia

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VII

ESTEREOTIPOS DE LOS OTROS

Los cristianos tienen razón y los paganos yerran.

LA CANCIÓN DE ROLDÁN

Oriente es Oriente y Occidente es Occidente,y nunca se encontrarán.

RUDYARD KIPLlNG

Hace relativamente poco que los especialistas en historia de la cultu­ra se han interesado por la idea del «Otro», con O mayúscula, o qui­zá mejor con A mayúscula, pues fueron los teóricos franceses los quellevaron la iniciativa en el estudio de l'Autre. Quizá resultara más ilus­trativo hablar de las personas distintas de uno mismo en plural y noconvertirlas en una entidad irrdiferenciada, el Otro, pero dado que elproceso de homogeneización es tan habitual, los especialistas en his­toria de la cultura tienen que estudiarlo. Este nuevo interés suyo correen paralelo a la aparición de la preocupación por la identidad cul­tural y los encuentros culturales, un ejemplo más de las numerosaspreocupaciones actuales, como, por ejemplo, el debate en torno al mul­ticulturalismo, que permite a los estudiosos plantear nuevas cuestio­nes acerca del pasado.

En el caso de los grupos que se enfrentan a otras culturas, se pro­ducen una y otra vez dos reacciones contrapuestas. Una es negar o ig­norar la distancia cultural, asimilar a los otros a nosotros o a nuestrosvecinos, mediante la utilización de la analogía, tanto si el empleo deésta es consciente como si es inconsciente. El otro es visto como el re­flejo del yo. Así, por ejemplo, el guerrero musulmán Saladino eravisto por algunos cruzados como un caballero. El descubridor Vascode Gama, cuando entró por primera vez en un templo indio, inter-

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nSTO y KO VISTO

pretó una escultura de los dioses Brahma, Vishnu y Shiva como unaimagen de la Santísima Trinidad (del mismo modo que los chinos in­terpretarían más o menos un siglo después las imágenes de la VirgenMaría como la representación de la diosa budista Kuan Yin). Al en­trar en contacto por primera vez con la cultura japonesa a mediadosdel siglo XVI. el misionero jesuita S. Francisco Javier calificaba al em­perador (que tenía un status social altísimo, pero muy poco poder)de «papa» oriental. Es la analogía lo que hace inteligible lo exótico,lo que lo domestica.

La segunda respuesta habitual es justamente la contraria de la an­terior. Consiste en la invención consciente o inconsciente de otracultura opuesta a la propia. De ese modo, convertimos en «otros» anuestros congéneres. Así, por ejemplo, la Canción de Roldán describíaal Islam como una inversión diabólica del cristianismo, y presentabauna imagen de los musulmanes como adoradores de una trinidadinfernal, compuesta por Apolo, Mahoma y cierto «Termagante». Elhistoriador griego Heródoto presentaba una imagen de la antiguacultura egipcia justamente como la inversión de la griega, y señalabaque en Egipto se escribía de derecha a izquierda, y no de izquierda aderecha, que los hombres se ponían la carga sobre la cabeza y nosobre los hombros, que las mujeres orinaban sentadas, y no de pie, etc.También describía en cierto modo a los persas y a los escitas como laantítesis de los griegos.

En el último párrafo utilizábamos el término «imagen" en el sen­tido de imagen mental, y la prueba de ello nos la ofrecerían los tex­tos. Para recuperar o reconstruir esas imágenes mentales, resulta in­dispensable a todas luces el testimonio de las imágenes visuales, pesea los problemas de interpretación que puedan plantear. Mientrasque los escritores pueden ocultar sus actitudes mentales detrás de unadescripción impersonal, los artistas plásticos se ven obligados por elmedio que utilizan a asumir una postura clara, representando a losindividuos de otras culturas o bien iguales o bien distintos a ellos.

Tenemos dos claros ejemplos del primer proceso descrito ante­riormente, esto es, el de asimilación del otro, y ambos correspondena sendos grabados holandeses del siglo XVII. En uno, aparece un in­dio del Brasil armado con el arco y las flechas clásicas. De ese modo,los indios eran identificarlos con los bárbaros del mundo antiguo,

ESTI-:REOTIPOS DE LOS OTROS

63. Grabado en el que aparece un embajador tibetano con un «rosario», enJean Nieuhof L 'amoossadc de In Comjmgnil' Orientcde des Prooinces Unies I1tTI Tem­pereur de ía Chine... (Leyden:J. De Meurs, 1663).

más familiares para el artista y su público que los pueblos originariosde las Américas. En el otro grabado, que ilustra un informe de unaembajada de la Compañía Holandesa Oriental de Indias a China,aparece un lama tibetano representado como un cura católico, y lasarta de cuentas que utiliza para rezar tienen todo el aspecto de unrosario (Fig. 65). El texto que lo acompaña va más allá en esa asimi­lación, y la versión inglesa dice que el sombrero del lama «es como elele un cardenal, con alas anchas", mientras que la versión francesa,dirigida a un público católico, compara también las mangas anchasdel hábito del lama con las de un franciscano, y su «rosario» con el delos dominicos y franciscanos. El sombrero representado en el gra­bado, dicho sea de paso, es distinto del tocado puntiagudo tradicio­nal de los lamas, que un viajero italiano de comienzos del siglo XVIII,

en otro intento de asimilar lo desconocido a lo conocido, comparabacon la mitra de un obispo. A diferencia de otras imágenes de culturaslejanas ilustradas aquí (d. por ejemplo Fig. 3), da la impresión deque el grabado se basa en el texto escrito y no en los dibujos hechosdel natural.

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VISTO Y NO VISTO

En otras palabras, cuando se produce un encuentro entre culturasdistintas, lo más probable es que las imágenes que una hace de otrasean estereotipadas. El término «estereotipo» (originalmente la plan­cha a partir de la cual se grababa una estampa), al igual que la pa­labra clisé (término utilizado originariamente en francés para de­signar dicha plancha) constituye un recordatorio muy eficaz de losvínculos existentes entre imagen visual e imagen mental. El estereo­tipo puede no ser completamente falso, pero a menudo exagera de­terminados elementos de la realidad y omite otros. El estereotipo pue­de ser más o menos cruel, más o menos violento, pero, en cualquiercaso, carece necesariamente de matices, pues el mismo modelo seaplica a situaciones culturales que difieren considerablemente unasde otras. Se ha observado, por ejemplo, que las imágenes europeasde los indios americanos eran a menudo compuestas, utilizando ras­gos de indios de otras regiones para crear una imagen global simple.

Resulta dificil analizar esas imágenes sin utilizar el concepto de«mirada», término nuevo tomado del psicoanalista francés JacquesLacan (19°1-1981), para designar lo que antes se habría llamado«punto de vista». Tanto si nos referimos a las intenciones de los artis­tas como a la forma en que distintos grupos de espectadores miran laobra de éstos, resulta conveniente pensar en términos, por ejemplo,de mirada occidental, mirada científica, mirada colonial, mirada tu­

rística o mirada de hombre (vid. in/m pp. 171 ss.). 1 La mirada a me­nudo expresa una actitud mental de la que el espectador puede noser consciente, tanto si sobre el otro se proyectan odios, como temo­res o deseos. La interpretación psicoanalitica de las imágenes -mé­todo que estudiaremos con más detalle en el Capítulo X- tiene enlas imágenes de los extraños, tanto en el propio país como fuera deél, uno de los apoyos más fuertes.

Algunos de esos estereotipos son positivos, como en el caso del«salvaje noble», expresión usada en 1672 por el poeta y dramaturgoinglésJohn Dryden. Se trataba de una imagen clásica, resucitada du­rante el siglo XVI y desarrollada al mismo tiempo que la contraria, esdecir, la del caníbaL Las imágenes, entre ellas las xilografías incluidasen la Historia de un viaje al Brasil (1578), del misionero protestantefrancés Jean de Léry, se encargarían de ilustrar este concepto. El mo­mento culminante de la idea del salvaje noble sería el siglo XVIII. Fue

ESTEREOTIPOS DE LOS OTROS

en esta época cuando, por ejemplo, empezó a pensarse que la cul­tura de Tahití era una reliquia de la Edad de Oro. En particular loshabitantes de la Patagonia y de la Polinesia fueron vistos por los via­jeros europeos a través del prisma de la tradición clásica como «ejem­plares modernos de la vida austera y virtuosa que llevaban en laépoca clásica pueblos tales como los espartanos o los escitas»."

Por desgracia, la mayoría de los estereotipos de los otros -elde los judíos según los gentiles, los musulmanes según los cristianos,los negros según los blancos, la gente de pueblo según la gente deciudad, los militares según los civiles, las mujeres según los hom­bres, etc.- han sido y son hostiles y despectivos o, en el mejor de loscasos, condescendientes. Un psicólogo probablemente se fijaría en eltemor que se oculta tras el odio y también en la proyección incons­ciente sobre el otro de los aspectos más indeseables de la propia per­sonalidad.

Tal vez por ese motivo los estereotipos toman a menudo la formade inversión de la imagen de sí mismo que tiene el espectador. Losestereotipos más crueles se basan en la simple presunción de que'<nosotros» somos humanos o civilizados, mientras que «ellos» apenasse diferencian de animales tales como el perro o el cerdo, con losque a menudo se les compara, no sólo en las lenguas europeas, sinotambién en árabe)' en chino. De ese modo los otros se convierten en"el Otro". Se convierten en seres exóticos, distantes de uno mismo.Incluso pueden ser convertidos en monstruos.

LAS RAZAS MONSTRUOSAS

El ejemplo clásico -por ser típico y por ser de raigambre clásica­de este proceso es el de las llamadas «razas monstruosas», que, segúncreían los griegos, habitaban en lugares remotos tales como la India,Etiopía o el Carai." Entre esas razas estaban los «cinocéfalos», ti hom­bres con cabeza de perro; los «blemias», que no tenían cabeza; los-esciópodos», que sólo tenían una pierna; los «antropófagos» o ca­níbales; los «pigmeos»; las "amazonas», esto es, la raza de mujeresguerreras que tenían un solo pecho, etc. La Historia natural del escri­tor romano Plinio el Viejo transmitió estos estereotipos a la Edad Me-

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VISTO Y NO VISTO

dia y de ahí llegaron hasta nosotros. Por ejemplo, la alusión que apa­rece en Otelo a los hombres «cuyas cabezas crecen por debajo de loshombros" se refiere claramente a los blemias.

Las razas monstruosas quizá fueran inventadas para ilustrar lasteorías en torno a la influencia del clima, dándose por supuesto quelas gentes que viven en lugares demasiado fríos o demasiado caluro­sos no pueden ser plenamente humanas." No obstante, tal vez resulteilustrativo considerar esas imágenes no sólo una pura invención, sinoun ejemplo de la percepción distorsionada y estereotipada de las sa-

o cicdades lejanas. Al fin y al cabo, todavía existen los pigmeos y al­gunos pueblos comen carne humana en determinadas ocasiones.Cuando la India y Etiopía comenzaron a ser más familiares para loseuropeos a lo largo de los siglos xv YXVI, Yno pudieron encontrarseen ellas blcmias, amazonas ni esciópodos, los estereotipos fueron si­tuados en el Nuevo Mundo. Por ejemplo, el río Amazonas lleva estenombre porque se creía que en él vivían las amazonas. Los pueblosremotos se consideraban monstruosos tanto moral como físicamen­te, como ocurría con los caníbales que se creía que vivían en Brasil,África central y otras regiones.:~

Para una imagen de canibalismo, que expresa vividamente ese es­tereotipo y sin duda contribuyó a su difusión, podemos recurrir auna famosa xilografía que circulaba por Alemania unos seis años des­pués de que los portugueses desembarcaran por primera vez en Bra­sil en 1500 (Fig. 66). En el centro de la estampa vemos fragmentosde un cuerpo humano mutilado colgando de un árbol, mientras queel salvaje situado en el extremo izquierdo devora el brazo de un hom­bre. Este ejemplo arroja bastante luz sobre el proceso de creación delestereotipo. La afirmación que realiza no es exactamente falsa. Al­gunos indios del Brasil, por ejemplo los varones adultos de la tributupinambá, cuyas costumbres fueron descritas detalladamente Pv"algunos viajeros europeos a finales del siglo XVI, comían carne hu­mana, concretamente la de sus enemigos, en determinadas ocasio­nes rituales. Pero el grabado da la impresión falsa de que la carne hu­mana era el alimento cotidiano de todos )0,'1, indios, y contribuyó adefinir como «caníbales» a los habitantes de todo un continente. Eneste sentido contribuyó a la creación de lo que ha dado en llamarseel "mito del caníbal», esto es, el proceso en virtud del cual una cul-

160

ESTEREOTIPOS DE LOS OTROS

66. «La isla y el pueblo que fueron descubiertos por el rev cristiano de Portu­g-alo sus súbditos», xilografía alemana en la que aparecen representados unoscaníbales brasileños, ca. 1505. Bayerische Staatsbibliothek, Múnich.

rufa (no siempre la occidental) deshumaniza a otra afirmando quesus miembros se comen a la gente.

Hoy día al lector le costará trabajo tomarse en serio la idea de lasrazas monstruosas, reconocer que nuestros antepasados creían en suexistencia o al menos en la posibilidad de su existencia en algún lu­gar. Ese escepticismo resulta hasta cierto pun to paradójico. si tene­rnos en cuenta las numerosas imágenes de extraterrestres que circu­lan, y a las que podríamos considerar el desplazamiento último delestereotipo de Plinio. Al margen de eso, seguimos viendo a los gru­pos humanos culturalmente alejados de nosotros de forma estereoti­pada. Un ejemplo evidente de ello sería el del «terrorista», términoque habitualmente evoca una imagen de violencia extrema e irracio­nal. Si esos «terroristas» -irlandeses, palestinos, kurdos, etc.- soncalificados de «guerrilleros», recuperan su rostro humano y de pasoUnos motivos, por no decir unos ideales, inteligibles. A consecuen­cia de la decadencia de la figura del «otro» como comunista tras lacaída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, se

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VISTO Y NO VISTO

han popularizado especialmente a través del cine, sobre todo du­rante los años noventa, las imágenes de terroristas musulmanes. El«terrorismo" se asocia con otros términos peyorativos igualmentemal definidos, tales como los de «fanatismo», «extremismo» y másrecientemente «fundamentalismo». Esas imágenes hostiles del Islam serelacionan con lo que a menudo se llama mentalidad «orientalista».

ORIENTALI5MO

Durante los últimos veinte años del siglo xx, el término «orientalis­mo", palabra otrora neutra utilizada para designar los estudios de losespecialistas occidentales en las culturas del Oriente Próximo, Medio

o hE b O dy Lejano, se ha convertido en un concepto peyorativo. se ca,~ 10. esignificado se debe en buena medida a un solo hombre, el cnuco h~e­

rario Edward Said, y a su libro Orientalism. aparecido en 1978. Sal~definía el orientalismo a su estilo como «la institución colectiva desti­nada a estudiar el Oriente» que se desarrolló en los países occiden­tales a partir de finales del siglo XVIII. Por otra parte, se refería a éldiciendo que era un «discurso», o (citando al historiador británicoVictor Kiernan) «el espejismo colectivo de Oriente que tiene Euro­pa», o «un estilo occidental de dominar. .. el Oriente» frente al cual

se definía el propio Occidente.'Said trabajó con textos, tras decidir que no iba a estudiar los este­

reotipos culturales de lo que él llamaba «el cuadro de género oriental»,pero sus ideas pueden utilizarse -y así lo han sido-- para analizar.la:'pinturas sobre el Oriente Medio realizadas por ]ean-Auguste-Dom~m­que Ingres (1780-1867), Théodcre Géricault (l791-1824),]ean-Leon

Gérome (1824-19°4), YDelacroix, así como por otros artistas ingleses,alemanes, italianos y españoles." No resultaría dificil reunir un númerosustancioso de pinturas occidentales sobre temas relacionados con elOriente Medio, que están llenas de estereotipos y cuyo interés se centraprincipalmente en el sexo, la crueldad, la ociosidad y el «lujo oriental»:harenes, baños, odaliscas, esclavos, etc. La Odalisca con esclava de Ingres(Fig. 67) es un exponente bastante típico de este género, al dar al es­pectador occidental la sensación de que entra en un harén y c~ntem­

pla de ese modo los secretos más íntimos de una cultura extrana.

ESTEREOTIPOS DE LOS OTROS

67- Jean·Auguste-Dominique Ingrcs. Odalisca ron esclava, 1839/4°, óleo sobrelienzo montado sobre un panel. Fogg Art Museum, C...ambridge, MA.

Esas imágenes visuales ilustran los estereotipos literarios de Orienteque tenían los occidentales, tales como las Cartas pn-sas (1721) deMontesquieu, o cuando menos, corren paralelas a ellos. De hecho sa­bemos que algunos artistas recurrieron a la literatura para familia­rizarse con el «color local», como hizo Ingres al recurrir a las cartasescritas en el siglo XVIII por Lady Mary Wortley Montagu desde Es­tamhul. Ingres transcribió algunas cartas, entre ellas el pasaje en elque Lady Mary cuenta su visita a unos baños turcos, como prepara­ción para la ejecución de su cuadro Rain TUTe (d';62-t863)Y

Las forograñas de escenas de la vida del Oriente Medio tomadas enlos siglos XIX y xx por europeos y destinadas a un público europeocontribuirían a perpetuar esos estereotipos. JO Lo mismo ocurrió conlas películas, sobre todo El caíd (192 I ), cuyo protagonista, AhmedBe-n Hassan, era interpretado por el actor ítalo-americano RodolfoValentino, como si para el público WASP (vblanco-anglosajón-pro­testan te»] de América todos los hombres de tez cetrina fueran in­tercambiables. La larga vida de los estereotipos y su proliferaciónindican que esos ejemplos de fantasía colectiva o de «imaginario co­lectivo» respondían a los deseos voyeuristas de los espectadores.

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VISTO Y Ka VISTO

En los párrafos anteriores hemos intentado demostrar que un es­tudio de las imágenes del Oriente Medio realizado por occidentalesen los términos planteados por Said resulta de hecho muy ilustrativo.No obstante, dicho planteamiento arroja tantas luces como sombras.Las actitudes mentales de Occidente hacia «el Oriente» no eran másmonolíticas que el propio Oriente, sino que variaban según el artistay el género. Delacroix y Géricault, por ejemplo, mostraron su entu­siasmo por las culturas del Norte de África. Las distinciones se im­ponen. Para complicar aún más la cuestión, podríamos encontrarindividuos a los que cabría calificar de «orientalistas orientales". Elpropietario del Bain TUTe de logres fue el diplomático otomano KhalilBey, mientras que Hamdi Bey (1842-1910), artista turco que estudióen PaIÍs con Céróme. pintó escenas de su propia cultura al estilo oc­cidental. Daría la impresión de que la modernización del ImperioOtomano exigía verlo a través de unos ojos occidentales o, en todocaso, occidentalizantes.

Otra distinción importante que debemos establecer sería la queexiste entre el estilo «romántico» exotizante y el que ha dado en llamar­se estilo «documental», «de reportaje- o «etnográfico», que pode­mos encontrar en algunos pintores decimonónicos de escenas típicasdel Oriente Medio, y también en otras obras de época anterior, comolas que realizaron John ""hite en Virginia (cf Fig. 3) oJohn wcbbcr(1752-1798) en el Pacífico; este último fue elegido por el capitánCook para que 10 acompañara en su tercer viaje con el fin de «pre­servar y mostrar» imágenes "de las escenas más memorables de nues­tras transacciones». Entre los ejemplos de este estilo etnográfico,equivalente del «estilo testimonio ocular» estudiado anteriormente(cf Introducción) cabría citar las Dos mujeres sentadas de Delacroix(Fig. 1), el dibujo del sultán otomano camino de la mezquita (Fig. 2),

del artista-reportero francés Constantin Ouvs (1802-1892), Y la Es­cena callejera de Dmnasco (Fig. 68) de Alberto Pasini (1820-1899), enla que aparecen hombres a caballo, vendedores callejeros, figurascon velos y turbantes, y una casa impresionante, a través de las celo­sías de cuyas ventanas las mujeres podían contemplar el exterior sinque nadie las viera. 11

Incluso escenas como éstas, a pesar del enorme «efecto realidad»que poseen, deben ser utilizadas con mucho cuidado, lo mismo que

ESTEREOTIPOS DE LOS OTROS

68. Alberto Pasini, Escena callejera, Damasco. óleo sobre lienzo. Museum uf Art.Philadclphia.

las fotografías de época posterior, como testimonio de la vida socialen el mundo islámico del siglo XIX. Los pintores recurrían en mu­chas ocasiones a modelos judías, porque las mujeres musulmanaseran inaccesibles. Unas veces lo reconocían, como ocurre en Boda ju­día en Marruecos (otra obra de Delacroix), pero otras no. La identi­ciad de las Dos mujeres sentadas ha sido discutida con frecuencia. Quizásean judías, pero los detalles de sus vestidos indican que se trata real­mente de mujeres musulmanas, confirmando la tradición según lacual un amigo francés del artista, cierto ingeniero que trabajaba enel puerto de Argel, convenció a un miembro de su equipo de quepermitiera a Delacroix pintar a sus mujeres del natural. 12 Otro pro­blema de las imágenes documentales es que centran su atención enlo típico a expensas de lo individual. Lo que se considera típico deuna determinada cultura puede ser fruto de años de observación,pero también puede ser fruto de una lectura precipitada o de unmero prejuicio.

Lo que Said bautizó o rebautizó con el nombre de «orientalismo»constituye un caso específico de un fenómeno mucho más amplio, asaber, la percepción estereotipada de una cultura por otra, o de losindividuos de una cultura por los individuos de otra. Las imágenesdel sur de Europa realizadas por artistas del norte del continente, so­bre todo las de España e Italia, no muy distintas -sobre todo cuando

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VISTO Y NO VISTO

se sitúan en Andalucía o Sicilia- de las de Oriente, podrían llamarseejemplos de «met-idionalisrno». Las imágenes del remoto norte deEuropa, por ejemplo de Laponia o Finlandia, podrían llamarse «bo­realismo». Las imágenes europeas de África se desarrollaron enparalelo a las de Oriente. En América del Sur y del Norte los artistasrepresentaban a los esclavos negros de una manera más o menos es­tereotipada.

Entre las representaciones de afroamericanos que muestran unamayor simpatía hacia este grupo, estaría la serie de obras pintadaspor Easrman johnson (1824-1906), originario del norte de los Esta­dos Unidos ---concretamente de Maine- y partidario de la aboliciónde la esclavitud. Su trabajo más famoso sobre este tema, Vida de los ne­gros en el Sur, fue pintado en 1859, poco antes del estallido de laGuerra Civil Americana. Esta escena de los esclavos descansando des­pués del trabajo -un hombre toca el banjo, las madres juegan consus hijos, un hombre joven corteja a una linda muchacha- fue cali­ficada en su época de equivalente pictórico de La cabaña del Tío Tom(la novela de Harriet Beecher Stowe había aparecido siete años antes,en 1852). Se dijo de ella en tono laudatorio que era una representa­ción auténtica de «los afectos, el humor, la paciencia y la serenidadque redimen de la brutalidad y la ferocidad a los africanos civiliza-

E:STEREOTIPOS DI': LOS OTROS

,o. Polvera con imagen japonesa de unos portugueses, siglo XVI. Museu Na­cional de Arte Amiga, Lisboa.

(23)1

1Il1"',U&1

•~JIal•

69. Xilografía de un monstruo, en WuRonchen, Shan-Haj-jing, Guang Zhu.

166

dos, aunque sojuzgados». Más recientemente las imágenes de losafroarncricanos pintados porJohnson han sido calificadas de «no es­tereotipadas». No obstante la Vida de los negros en el Sur está llena deposturas y elementos típicos -el banjo, por ejemplo-c. asociadoscon los esclavos. Yo preferiría decir que los personajes están estereo­tipados de un modo relativamente amable y afectuoso. '3

Las imágenes de los europeos concebidos como «el otro" realiza­rlas por autores no europeos ofrecen también un testimonio elo­cuente de estereotipo cultural. Al igual que los europeos, los chinostenían visiones de razas monstruosas, como indican algunas xilogra­fías del siglo XVII (Fig. 69), entre ellas la de una figura que se pareceincreíblemente a los blemias clásicos (¿se trata de un caso de difu­sión cultural o de una invención independiente?). Una botellita ja­ponesa del siglo XVI (Fig. 70), lo mismo que varios biombos pintadosrealizados algunos años más tarde, muestra a unos portugueses con

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VISTO V 1\0 VISTO

7 l. Plancha nigeriana (Benin) de bronce con dos portugueses del sig-Io xvr.Colección particular. -

unos greguescos hinchados como globos, circunstancia que da a en­tender que las ropas de los europeos c--al igual que sus grandes nari­ces- eran consideradas particularmente exóticas. Las imágenes delos portugueses realizadas por africanos plantean las mismas cuestio­nes (Fig. 71). En este sentido podríamos hablar de un «occidentalis­mo». aunque nunca llegó a ser lo que Said llamaba una «institucióncolectiva» al servicio de un dominio político y económico. q

En Occidente, la xenofobia se ha expresado a menudo a través deimágenes que presentan a los individuos de otras naciones comomonstruos o personajes casi monstruosos. La gracia de La Puerta deCaíais de Hogarth (ca. 1748), por ejemplo, se basa en la tradición delos estereotipos de los franceses que habían creado los ingleses. Losfranceses miserables recuerdan al espectador que en la mente delos británicos la pobreza y la monarquía absoluta estaban estrecha-

168

ESTEREOTIPOS DE LOS OTROS

nro FUReES.

72. John Tennicl, «nos fuerzas", viñeta del Punrh, 29 de octubre de lSS r .

mente relacionadas, mientras que el orondo fraile que mira sonríen­

~e hacia la comida, con la mano gordezuela en el pecho, evoca laImagen .negativa del papismo y de lo que los intelectuales protestan­tes del siglo XVIII solían llamar la «clerigalla».

I ~~)r otra partc: en las caricaturas inglesas y americanas del siglo XIX,

os ~lla~deses.~ohan ser representados con rasgos simiescos o, segúnla ciencia-ficción de la época, como una especie de nuevo Frankens-

169

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VISTO Y NO VISTO

tein, un monstruo traído al mundo por los británicos, que ahora losamenazaba. En cierto modo esas imágenes recuerdan la tradición depersonificar la rebelión o el desorden (uno de los irlandeses simies­cos dibujados por el caricaturista John Tenniel en la Figura 72 llevaen el sombrero un letrero que dice -Anarquía-). En cualquier caso,su fuerza xenófoba resulta inequívoca. l

:;

EL OTRO EN EL PROPIO PAís

En el seno de una determinada cultura se produce un proceso de dis­tinción v distanciamiento análogo. Muchas veces los varones se handefinid~a sí mismos en contraposición con la imagen que tenían de lasmujeres (sosteniendo, por ejemplo, que «los hombres no lloran'».Los jóvenes se definen a sí mismos en contraposición con los viejos,la clase media en contraposición con la clase trabajadora, o el norte(ya sea en Gran Bretaña, en Francia o en Italia) en contraposicióncon el sur. Esas distinciones son encarnadas en imágenes, de suerteque quizá convenga hablar, por ejemplo, de la «mirada masculina» ode la «mirada urbana». Algunos artistas se especializaron en producirimágenes del Otro, como David Teniers el Joven, que pintó brujas,campesinos y alquimistas, otro de los blancos favoritos de los pactassatíricos de la época. 10

Esas distinciones se hacen visibles sobre todo en imágenes po­lémicas, desde el punto de yi~ta religioso o político, pero no existeuna línea divisoria clara entre caricatura polémica y distorsión in­consciente, pues el caricaturista apela a prejuicios ya existentes altiempo que los refuerza. Podríamos ilustrar esta tesis con las repre­sentaciones de los judíos que aparecen en los cuadros y estampasproducidos en Alemania y otros países a partir de la Edad Media(como la cultura hebrea es anti-icónica, normalmente no es posiblecomparar esas representaciones con las imágenes de los judíos reali­zadas por ellos mismos o con las imágenes judías de los gentiles). Unestudio reciente de la historiadora americana Ruth Mellinkoff señalaque los judíos fueron convertidos en «el otro» en el arte medieval.Por ejemplo, eran representados vestidos de amarillo, con sombrerosde pico o acabados en punta y haciendo gestos vulgares, como, por

l7°

ESTEREOTIPOS DE LOS OTROS

ejemplo, sacando la lengua. A menudo son presentados como serespróximos al demonio, tanto fisica como moralmente. Su carácter in­frahumano era demostrado a los espectadores mediante su asocia­ción con los cerdos en la imagen recurrente de laJudensau.l7

Algunas de esas asociaciones aparecen también en otros contex­tos. En las caricaturas realizadas durante la Revolución Francesa, porejemplo, el rey Luis XVI era representado a veces como un cerdo.También tienen un aspecto porcino los capitalistas gordos y malva­dos de los cuadros de Georg Grosz (1893-1959), por ejemplo, o deDiego Rivera. Podemos ver distorsiones menos crueles y quizá menosconscientes en muchas imágenes de mujeres -fruto de la miradamasculina-, que las representan como seres extraños, repulsivos unasveces y seductores otras. Las imágenes de prostitutas constituyen elejemplo más obvio de estereotipo alienizante. Al pensar en el aspec­to seductor, enseguida le viene a uno a la cabeza el nombre de Ma­net, cuya famosa Olympia evoca a todas luces la imagen de las odalis­cas de Oriente. En el lado opuesto tendríamos a Edgar Degas( 1834- 19 17), cuyas imágenes, que subrayan los rasgos menos atracti­vos de la mujer, han sido calificadas de «brutales y brutalizanres», o aGrosz, que caricaturizaba a las mujeres de ciudad presentándolascomo arpías rapaces."

Un caso todavía más extremo de «alterización» de la mujer porparte del varón es la imagen de la bruja, habitualmente fea, y a me­nudo asociada con animales tales como la cabra o el gato, y con eldiablo. Por ejemplo, una xilografía del artista alemán Hans BaldungOrlen representa a la bruja como una mujer desnuda volando a lo­mos de una cabra. Durante los siglos XVI y XVII, las brujas empezarona ser representadas cada vez Con más frecuencia cocinando o comiéndo­se niños. Esta misma acusación aparece también en textos de la época,pero la introducción de este cambio en la imagen visual de la brujaquizá fuera fruto en parte de lo que podríamos llamar una «contami­nación» de las imágenes de caníbales del Brasil y otros países analiza­das anteriormente. Las imágenes literarias y visuales se desarrollan aveces independiente o semi-independientemente unas de otras. Lametamorfosis final de la bruja, acontecida a lo largo de los siglos XVIII

y XIX, fue su transformación en una arpía tocada con un sombreropuntiagudo y una escoba (Fig. 73), rodeada de pequeños diablos,

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VISTO Y NO VISTO

73. Xilografía de comienzos del siglo XIX con bruja.

figura que ha perdurado hasta la actualidad en la imaginación po­pular. 19

Como en el caso de la acusación de que se comían niños lanzadacontra judíos y brujas, el sombrero puntiagudo que aparece en estegrabado, al igual que la nariz aguileña de la mujer, constituyen unaprueba de la movilidad de los estereotipos. El sombrero quizá noevoque en la actualidad la figura del judío, pero en otro tiempo asíera. Entre los testimonios en favor de esta afirmación está la ley pro­mulgada en Buda en 1421, según la cual ninguna persona que fueradetenida por primera vez acusada de brujería estaba obligada a apa­recer en público con el llamado «sombrero judío». En la España decomienzos de la Edad Moderna, los herejes encarcelados por la In­quisición eran obligados a llevar este tipo de sombrero. La confusiónentre judíos y brujas es muy reveladora, y constituye una prueba de laexistencia de una idea general del Otro y de lo que se ha llamado«un código visual general de expresión de lo infrahumano».": Ladeshumanización es sin duda alguna el punto de asociación de otrosgrupos con animales -monos, cerdos, cabras o gatos- a través delas imágenes o también de los insultos verbales.

172

ESTEREOTIPOS DE LOS OTROS

EL CAMPESINO GROTESCO

Para ver un nuevo ejemplo de estudio singularizado de imágenes delotro en el propio país nos ruaremos en las representaciones urbanasde los habitantes de las zonas rurales. A partir del siglo XII, pastores ylabradores aparecerían en las imágenes occidentales representadosde manera grotesca, diferenciándose así con toda claridad de las per­sonas de status superior que las contemplaran. En las páginas delfamoso Salterio Luttrell podemos ver algunos vívidos ejemplos corres­pondientes a la Inglaterra del siglo XIV. La divulgación de esas repre­sentaciones negativas de los campesinos durante los siglos xv YXVI,

en las que aparecen con figuras bajitas y regordetas y haciendo gestos\~ulgares, indica que la distancia cultural entre la ciudad y el campofue aumentando de la mano de la urbanizacton."

Entre las imágenes más memorables de este estilo están los cua­dros de Pie ter Brueghel el Viejo, hombre de ciudad y amigo de hu­manistas, que, según todos los indicios, deberían considerarse unaaportación a la tradición de la sátira urbana." El famoso Banquete de

bodas (.Fig. 74) puede parecer a primera vista un ejemplo de «artede la descripción» (cf. Capítulo V), pero unos cuantos pequeños de­talles sugieren que se trata de una obra de carácter cómico o satí­rico. Fijémonos, por ejemplo, en el niño que aparece en primerplano, que lleva una gorra más grande de lo que le corresponde; enel hombre situado al fondo de la mesa y que hunde su cara en una [a­ITa de vino; y quizá en el hombre que lleva los platos, con una cu­chara prendida del sombrero (probablemente un signo dt' vulgan­dad en el siglo XVI, como lo era hasta hace una generación en GranBretaña el hecho de ponerse el lápiz detrás de la oreja). La tradicióncómica siguió viva hasta el siglo xvu en las imágenes de ferias VI ·1 d ..)~1I es e campesinos en las tabernas, en las que podemos verlos be-

1)ie,ndo. vomitando y peleándose. Sería un error intentar homoge­ucrznr una tradición que daba cabida a las variantes individuales.Como ha dicho un crítico, «los cuadros de Adriaen Brouwer v las(.J!nas posteriores de Adriaen van Ostade presentan imágenes muy di­ferentes de los campesinos: para uno son rudos e incivilizados, parael otro gente próspera y estúpidamente satisfecha de sí misma». 2:1 No

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VISTO Y NO VISTO

• Píeter Breughcl el Viejo, Banquete de bodas, en. 1566, óleo sobre lienzo.,1· ~. -KunsthislOrisches Museum , Viena.

obstante, la tradición plástica negativa era muy fuerte y estaba muy

extendida. . . .Durante los siglos XVIII YxIX, esa tradición fue sustituida paulati..

tr El ampesino -como el «salvaje-e-e- fue ennoble-namente por o a. e . .cido o idealizado (vid. supra). Por otra parte, corno ocur~lera con ~.gunos pintores «orientalistas» (supra), la mirada del ar-tista no senaidealizante ni grotesca, sino etnográfica, interesada ~~ la reproduc­ción fIdedigna de trajes y costumbres (el término utilizado en. esp~~ I para designar este tipo de pintura o literatura es costumbrista).

~: mirada etnográfica puede reconocerse también en muchas foto­grafías de obreros, criminales y dementes de los si.glos. XIX y xx, aun­que generalmente son menos objetivas y menos Cle~uficasde lo quecreían sus autores. Éstos -c-individuos de clase media que fotografia­ban obreros, policías que hacían fotos de delincue~tes, o personascuerdas que retratahan a locos- generalmente se.fuab~n ~o~re todoen lo que consideraban típico, reduciendo a los sujetos [ndividuales a

ESTEREOTIPOS DE LOS OTROS

la categoría de espécimenes de tipos dignos de ser incluidos en un ál­hum, como si fueran mariposas. Lo que hicieron fue lo que SanderGilman llama «imágenes de la diferencia-r" La analogía con los oc­cidentales que producían imágenes «del» beduino o del sikh resultaevidente. El explorador David Livingstone pidió a su hermano Char­les, encargado de hacer las fotos, que se asegurara de retratar a «es­pecímenes característicos de las diferentes tribus».26 Pese a que encierto modo es lo contrario de la visión de las razas monstruosas, lamirada científica, que busca la objetividad, puede ser casi tan deshu­manizante como aquélla.

Las imágenes del otro, llenas de prejuicios y estereotipos, parecensocavar la idea de que el testimonio de las imágenes es digno de sertornado en serio. Pero, como de costumbre, debemos hacer una pau­sa y preguntarnos: ¿testimonio de qué? Como testimonio del aspectoCjue tenían realmente otras culturas o subculturas, muchas de lasimágenes estudiadas en este capítulo no tienen ningún valor. Lo quesí documentan perfectamente, en cambio, es un encuentro cultural,:' las respuestas dadas a dicho encuentro por los miembros de una de­terminada cultura.

A un nivel más profundo, esas imágenes quizá nos hablen másque otra cosa de Occidente. Muchas de las que hemos examinadoaquí representan al otro como la inversión del yo. Si la visión del otroviene determinada por prejuicios y estereotipos, la visión del yo queimplican esas imágenes es todavía más indirecta. Pero nos propor~

ciona un testimonio extraordinario si sabemos leerlo. El comentarioque hacía Ruth Mellinkoff a propósito de la Europa del norte a fina­les de la Edad Media seguramente tiene una aplicación más amplia.-Una forma de penetrar en el corazón de esta sociedad)' de su men­talidad consiste en preguntar cómo y donde fijó las líneas divisoriasque:' determinaban quién estaba dentro y quién estaba fuera de ellas».Lo que las personas consideran en un determinado momento y enUn determinado lugar «infrahumano» nos dice muchas cosas acercadel modo en que ven la condición humana. "'7

175

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Semana 3. Los temas y las fuentes históricas.

En el abordaje de los problemas históricos, la opción por trabajar con unas fuentes y no otras tiene que ver muchas veces con la manera

en que definimos un tema, con las ideas previas que tenemos sobre “a quiénes vamos a estudiar” y con otras opciones político-

metodológicas que tomamos, pero también con el azar y con decisiones que otros han tomado en el pasado -es decir, con qué rastros y

vestigios del pasado que queremos reconstruir se han conservado-. Por otra parte, si siempre es importante pensar en qué

condicionamientos y elecciones hay detrás de nuestra decisiones sobre “qué fuentes seleccionamos”, una cuestión igualmente

fundamental es pensar “cómo leemos esas fuentes”, es decir, qué preguntas les hacemos, cómo las aprovechamos de la mejor manera

posible para que nos informen sobre lo que queremos saber. Esto requiere que despleguemos nuestra imaginación y creatividad, pero

también que podamos distanciarnos de algunos de nuestros preconceptos o prejuicios, de modo que el pasado pueda decirnos todo lo

que nos puede decir. Todo esto ha sido profundamente reflexionado por la comunidad de historiadores al menos desde la mitad del siglo

XX.

En esta semana los convocamos a identificar algunas de las posibilidades de las que se han valido algunos historiadores en sus trabajos. A

partir de lecturas provenientes de distintas áreas de estudio, analizaremos qué quieren hacer estos historiadores cuando se aventuran en

el pasado y cómo lo hacen. Apuntaremos a analizar las fuentes que ellos utilizan en la investigación de problemáticas específicas y

reflexionaremos sobre la potencialidad de cada una de ellas para iluminar variados aspectos de la vida histórica. También será una

primera oportunidad para valorar con una mayor profundidad un trabajo histórico: reconocer sus méritos, sus limitaciones, pensar que

nos convence y que nos genera dudas sobre sus conclusiones.

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Miércoles -Stern, Steve. “Invitación a los lectores” En: La Historia secreta de género. México, Fondo de Cultura Económica, 1999, pp. 17-26. Jueves -Reichardt, Rolf. La Revolución Francesa y la cultura democrática. La sangre de la libertad. Madrid, Siglo XXI, 2002 (1998). Apartado “La revolución publicística: ojo y voz del pueblo”. -Levin, Florencia. “De matones, represores y miembros de la pesada en el humor gráfico del diario Clarín-Argentina 1973-1983”. Revista Académica de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social. Diálogos de la Comunicación Nº 78. Enero-Julio 2009.

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Stern, Steve. Historia secreta del género. Mujeres, hombres y poder en México en las postrimerías del período colonial.

México, Fondo de Cultura Económica, 1999. Cap. 1 “Invitación a los lectores. Historia de una familia”.

El texto del historiador Steve Stern nos introduce en un mundo que percibimos como muy distinto del nuestro, en virtud de la distancia

histórica y cultural con los hechos que llaman su atención como investigador. Escuetamente, podríamos decir que se trata de un

“mundo” en cuya dinámica cultural coexisten, por un lado, la racionalidad de la justicia colonial y, por el otro, la racionalidad propia de la

organización de las comunidades indígenas en la región de Morelos, en México, a comienzos del Siglo XIX. Es a partir de esa perspectiva

que Stern puede recortar una problemática y un objeto de estudio en los que un hecho que no tiene en sí mismo nada de

“extraordinario”, se vuelve sin embargo relevante para el historiador por las tensiones y conflictos sociales más amplios que puede

contribuir a desplegar para su investigación.

Para poder investigarlos, fue necesario para Stern contar con fuentes que dieran cuenta de la existencia del hecho, primero, y

luego y hasta cierto punto, de sus características (es decir, de la manera como ocurrió, de sus consecuencias, de su significado desde el

punto de vista social y cultural).

• Las fuentes

1) Luego de leer detenidamente el texto, precisen en primer lugar cuál es el hecho que ocupa la atención de este primer capítulo del libro

de Stern. Inmediatamente, señalen cuáles son las fuentes de que el autor se vale para poder referirse a este hecho. El primer paso

necesario es distinguir entre fuente histórica y bibliografía consultada por el historiador (o sea que los estudios citados en las notas al pie,

como los de Foucault, Rosaldo, Hartmann y varios más, no constituyen fuentes históricas). Para considerar las fuentes, guíense por estas

preguntas:

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1.a) ¿Se trata de fuentes escritas, textuales? De ser así, ¿qué clase de textos son, de dónde provienen? Las respuestas a estas preguntas,

¿aparecen explicitadas en el capítulo de Stern? ¿Hay alguna consideración sobre el proceso de búsqueda, la metodología empleada para

obtenerlas?

1.b) Luego, ¿cuál es la presencia “material” de las fuentes en el texto? Con esto queremos decir, ¿aparecen textos citados íntegramente o

parcialmente? ¿aparecen, por el contrario, referidos pero no citados?

Con las consignas anteriores queremos seguir advirtiendo sobre el hecho de que para el historiador las fuentes son importantes. Pero no

sólo para el historiador que las utiliza en una investigación, sino para quien lee esa investigación con perspectiva historiográfica. Esto es

que, como lectores-historiadores, necesitamos para este texto o para cualquier otro poder conjeturar, identificar y referir las fuentes

utilizadas, como condición indispensable para interpretar, valorar, corroborar o discutir el alcance o significación de una investigación

histórica. Además, el hecho de plantearnos y poder establecer de qué manera y en qué grado están presentes, no sólo ayuda a

determinar la índole de la fuente sino el uso que se ha hecho de ella, con qué perspectiva se la ha abordado (lo que, por supuesto,

también es muy importante para el análisis).

• El uso de las fuentes

2) ¿Cuál es la problemática que el autor quiere recortar? ¿Por qué creen que le puede parecer relevante como problema y en qué sentido

sus fuentes aportan al estudio de ese problema? En las consignas siguientes seguiremos profundizando esta cuestión.

3) El autor explicita que en la historia de María Teresa y José Marcelino, más allá de la tragedia familiar, hay sentidos que conectan el

ámbito de lo privado y el de lo público. ¿Por qué afirma esto, en qué sentidos se entrelazan esos dos planos?

4) Entre otras cuestiones posibles de establecer, sin duda que la noción de comunidad está presente en esa conjunción, al menos en la

perspectiva del autor. ¿Cómo caracterizarían brevemente a esa comunidad a partir de la lectura del texto? ¿Qué problemáticas creen que

el autor encuentra a partir de allí, qué tensiones atraviesan la vida de esa comunidad y, finalmente, por qué pueden ser relevantes a

pesar de la distancia temporal y cultural que nos separa de ese grupo social que habitó la región de Morelos hace dos siglos?

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5) Ahora, detengámonos en la forma que tiene Stern de presentarnos su estudio, las conclusiones finales o parciales de su investigación.

No olvidemos que se trata de un primer capítulo, una introducción, de un libro completo que no hemos leído. Teniendo en cuenta eso, es

sin embargo posible pensar algunas cosas:

5.a) ¿Por qué creen que el capítulo se titula “Invitación a los lectores”? Luego busquen y señalen en el texto cuáles son los pasajes que se

relacionan con dicho título y le prestan coherencia (es decir, señalen dónde, cómo y por qué Stern está “invitando” al lector)

5.b) ¿A qué creen que el autor nos está “invitando”? Por lo que dice otro de los paratextos (que aparece sobre el margen superior) nos

invita a realizar cierto “viaje”. Como desde ya esto no es literal, procuren despejar la metáfora y explicar en qué consistiría este “viaje”,

relacionándolo con la problemática abordada.

5.c) Esa forma de introducirnos en su estudio, está relacionada con el estilo de escritura empleado por Stern en todo el capítulo. Por ello,

está íntimamente ligada con el uso que decide hacer de sus fuentes. Discutan en grupos y anoten cómo caracterizan a esa escritura y el

trabajo sobre las fuentes que ella evidencia (si hay un uso más literal o más distanciado, por ejemplo, y a qué puede deberse una cosa u

otra). Comparen lo que han anotado en los diferentes grupos.

6) El historiador Emir Reitano, docente de esta Facultad, ha investigado sobre el uso de las fuentes judiciales en los estudios

historiográficos en un artículo titulado “La microhistoria y las fuentes judiciales”. Si desean leer este trabajo, lo encontrarán en el Anexo

del Cuadernillo. Al comienzo del tercer apartado de este artículo, Reitano expresa:

“Las fuentes judiciales evocan el conflicto. Por ello resultan sumamente elocuentes para descubrir un mundo de valores […]

Al ventilar sus discrepancias ante la justicia los litigantes o sus letrados desnudan de manera indirecta el marco normativo

que ha sido quebrado, el orden anhelado, las pautas del equilibrio y del consenso perdido.”

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Reflexionen sobre el sentido de este pasaje, para luego retomar el texto de Stern. Elaboren de manera individual un escrito de 20 a 30

líneas, en el que argumenten si el capítulo de Stern puede servir como ejemplo y justificación de lo expresado en el párrafo citado, o no

(para poder argumentar esta cuestión, obviamente deberán volver a considerar lo trabajado en las consignas anteriores en relación con

lo público y lo privado, la índole y uso de las fuentes, la problemática en torno a una determinada comunidad y más allá de la misma).

Puede ser útil para justificar su posición que citen uno o dos pasajes del texto de Stern que resulten significativos y sirvan para

sostenerla.

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-Reichardt, Rolf. La Revolución Francesa y la cultura democrática. La sangre de la libertad. Madrid, Siglo XXI, 2002 (1998).

Apartado “La revolución publicística: ojo y voz del pueblo”.

-Levin, Florencia. “De matones, represores y miembros de la pesada en el humor gráfico del diario Clarín-Argentina 1973-

1983”. Revista Académica de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social. Diálogos de la

Comunicación Nº 78. Enero-Julio 2009.

En esta clase, continuaremos trabajando en torno a detectar los principales planteos de un autor y los modos en que resuelve un

problema histórico. Dividiremos la clase en dos. Cada grupo trabajará en torno a uno de los textos propuestos, lo analizará con la ayuda

de alguna de las consignas propuestas y organizará una presentación oral sobre el tema.

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-Reichardt, Rolf. La Revolución Francesa y la cultura democrática. La sangre de la libertad. Madrid, Siglo XXI, 2002 (1998).

Apartado “La revolución publicística: ojo y voz del pueblo”.

Este capitulo del libro de Reichardt sobre la revolución francesa aborda un aspecto particular del período revolucionario que, a la vez,

permite iluminar muchos aspectos de la revolución.

1) Sobre el contenido del texto.

a) Luego de haber leído el texto, traten de precisar cuál es el tema principal. Presten atención a cómo ese tema se va presentando en las

distintas secciones del capítulo.

b) Ahora analizaremos a qué tipo de fuentes recurre el autor para relevar información sobre su tema y cómo las utiliza para desarrollar

sus argumentos.

Por ejemplo, en la página 199, el autor señala que “los panfletos revolucionarios tratan de acercarse al pueblo utilizando los medios

estilísticos de genre poissard, es decir el lenguaje de los mercados parisienses y las crudas escenas de los teatros de feria, con sus tipos

populares (…)”. De esta afirmación podemos extraer que el autor utiliza en su investigación un tipo de fuente específica, los “panfletos

revolucionarios”, pero, a la vez, que el estilo y las formas del lenguaje de estos panfletos le dan pistas que van más allá de lo que

estrictamente “dicen” los panfletos. De algún modo, más allá de lo que “dicen” literalmente los panfletos –por ejemplo, los

posicionamientos que toman frente a un determinado hecho político-, la forma en que están escritos y son leídos, su formato y usos del

lenguaje nos “dicen” –tal vez más indirectamente- otras cosas. Si seguimos leyendo las consideraciones que hace Reichardt sobre estos

panfletos, encontraremos que tal vez nos den información de cómo y dónde fueron surgiendo algunas ideas que aparecen en ellos, de

quiénes los leían, cómo los tomaban y qué sentidos les daban, de qué impacto tuvieron. Para los historiadores, esta inscripción de las

fuentes en varios contextos –los usos del lenguaje con el que son producidas, los distintos caminos por los que transmitieron un mensaje

en aquel momento, los alcances y limitaciones en el impacto de determinados textos que circulan- son a veces tanto o más importantes

que el “qué dice” la fuente.

Traten de realizar, por un lado, una lista de las fuentes que el autor utiliza para desarrollar este tema. Por otra parte, tomen nota de

aquellos elementos “adyacentes” a las fuentes que son importantes para entender su significación y expliquen por qué lo son.

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c) Como conclusión de este punto, traten de precisar los distintos sentidos en que las fuentes que utiliza el autor con significativas. Esto

requiere considerar de qué manera usa el autor las fuentes, cómo las combina, qué explicaciones da para demostrar su capacidad de

iluminar aspectos del pasado, cuál es su pertinencia en relación con el tema que el autor está tratando y el argumento que sostiene.

2) Para pensar el problema del cambio histórico.

En general, asociamos la idea de revolución con la idea de cambio. Durante la revolución francesa se produjeron cambios

importantísimos que tuvieron consecuencias en Francia y más allá. Muchos de esto cambios –como la abolición del feudalismo, la

supresión de la tortura o la primera Declaración de Derechos del Hombre- tal vez sean familiares para ustedes por lo que han estudiado

en la escuela o por referencias bastante presentes en el discurso público.

El texto de Reichardt, sin embargo, no se concentra en estos cambios. A partir de delimitar un tema específico, logra observar otros

cambios también muy significativos, como “revoluciones dentro de la revolución”.

Por ejemplo, en la página 198, Reichardt señala: “La libertad de prensa revolucionaria para una opinión pública política más amplia y

democrática significa el hundimiento del viejo sistema de privilegios en la producción editorial y bibliográfica y, en consecuencia, la

quiebra de las empresas tradicionales. En su lugar aparece una multiplicidad de pequeños productores, constituida por maestros

impresores con ideas políticas y por oficiales de imprenta parisienses independizados”. Si seguimos leyendo sus consideraciones sobre el

cambio que introdujo la libertad de prensa, observamos que Reichardt lo relaciona con la aparición de nuevos formatos de libros y

nuevos usos del lenguaje, y que todo esto lleva al autor a sostener que se produjo “una “toma de la palabra plebeya” de índole

totalmente nueva”.

Repasen nuevamente el texto y armen una lista de cuáles son los cambios que encuentra Reichardt y cómo establece su significación. En

este punto, pueden ayudarlos algunas de las periodizaciones que hace el autor.

Luego, discutan: ¿qué nos dicen estos cambios sobre la revolución? ¿Qué aspectos en los que tal vez no se habían puesto a pensar en los

acercamientos que tuvieron previamente a la Revolución Francesa descubrieron a partir de la lectura de este texto? ¿En qué sentidos les

parece que la historia que cuenta Reichardt puede tener resonancias en el presente?

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3) Organización de una presentación oral

A partir de lo trabajado, realicen un punteo a partir del cual realizarán una presentación oral del texto estudiado. Esta presentación debe

dar cuenta de algunas de las cuestiones centrales del texto y, a la vez, de aquellos aspectos que ustedes consideran pertinente resaltar

respecto de las conclusiones del autor y los puntos que merecen mayor discusión. Para hacer este punteo, pueden ayudarse haciendo

propias algunas de las consignas que les hemos planteado.

Para organizar la presentación oral del texto, tomarán el punteo de temas que han realizado y dividirán distintos subtemas entre los

distintos integrantes del equipo expositor (estos subtemas tienen que estar articulados entre sí).

Algunas cuestiones para organizar una buena presentación:

- Tengan en cuenta que algunos de sus compañeros no han leído el texto, de manera que la presentación debe ser explícita en

aclarar los puntos fundamentales para alguien que no conoce previamente el tema sobre el que están exponiendo.

- Puede ser útil que piensen algún ejemplo del texto para sirva para ilustrar alguno de los problemas fundamentales, el cual

podrán tener “guardado” y utilizar para explicar el tema con mayor profundidad ante eventuales preguntas o intervenciones de

sus compañeros.

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-Levin, Florencia. “De matones, represores y miembros de la pesada en el humor gráfico del diario Clarín-Argentina 1973-

1983”. Revista Académica de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social. Diálogos de la

Comunicación Nº 78. Enero-Julio 2009.

Este texto de Florencia Levin estudia un tema muy claramente delimitado, a partir del cuál la autora encuentra claves para comprender

algunos aspectos más generales de la historia argentina entre 1973 y 1983.

1) ¿Qué quiere hacer la autora y cómo lo hace?

Luego de haber leído completamente el texto:

a) traten de identificar aquellos pasajes en que la autora dice qué quiere reconstruir o demostrar en este texto. Presten atención a las

secciones que los pueden ayudar especialmente para hacer esto, como el resumen inicial que la autora escribe sintetizando los puntos

principales del artículo.

b) traten de precisar cómo la autora encara la tarea que se propone realizar: ¿Cuál es el corpus principal de fuentes que utiliza? ¿Por qué

estas fuentes son especialmente pertinentes para lo que quiere hacer? ¿Qué ventajas y/o desventajas tienen, a su juicio y según la

autora, frente a otras fuentes posibles? ¿Qué distinto tipo de fuentes propone contrastar y qué busca obtener de este contraste?

c) ¿Qué elementos del contexto proveen información relevante para encuadrar el tema que se propone estudiar la autora?

Por un lado, traten de sintetizar la información que provee la autora sobre el contexto histórico que da sentido a los aportes de su

investigación particular.

Por otra parte, traten de identificar qué elementos toma de otros registros para poder analizar mejor sus fuentes.

Para encarar estas dos consignas, pueden observar la bibliografía del artículo. Si bien no la han leído, sus títulos pueden darles algunas

pistas sobre los contextos y las distintas dimensiones que ella tiene en cuenta para analizar las fuentes: ¿les parecen textos que tratan

cuestiones más bien similares o más bien distintas? ¿Podrían agruparlos de manera de ir delineando a partir de ellos, y con la ayuda de

las claves que la propia autora da a lo largo del texto, cuáles son las distintas dimensiones que ella incorpora al análisis de sus fuentes?

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2) ¿A qué conclusiones arriba la autora?

Las conclusiones que los historiadores extraen de investigaciones particulares muchas veces van tomando forma lentamente, son

parciales o fragmentarias y responden de una manera bastante indirecta a las preguntas más generales que un autor se formula cuando

elige un tema de estudio.

a) Identifiquen a lo largo del texto aquellos momentos en que la autora, al descubrir algún rasgo particular o un cambio en las

representaciones del matón-represor en los cartoons o en las ideas sobre la violencia política que despliegan las editoriales del

diario va aportando información clave para su argumento y sus conclusiones.

b) Traten de identificar qué conclusiones extrae la autora en relación con el tema estudiado.

c) ¿Qué proyecciones de estas conclusiones traza la autora en relación con cuestiones más generales del período estudiado? Traten

de explicitar cuáles son estas cuestiones mayores y cómo justifica la autora que ha aportado algo nuevo en relación con ellas.

3) Balance:

¿Qué les pareció el artículo?

Traten de evaluar los aportes de la autora en relación con las dificultades que plantean las problemáticas más generales a las que busca

dar respuesta y la pertinencia de las estrategias que elige para encontrar algunas respuestas.

¿Qué otras fuentes o temas se les ocurriría explorar para dar respuestas a este tipo de problemáticas? Expliquen por qué podrían ser

pertinentes.

4) Organización de una presentación oral

A partir de lo trabajado, realicen un punteo a partir del cual realizarán una presentación oral del texto estudiado. Esta presentación debe

dar cuenta de algunas de las cuestiones centrales del texto y, a la vez, de aquellos aspectos que ustedes consideran pertinente resaltar

respecto de las conclusiones del autor y los puntos que merecen mayor discusión. Para hacer este punteo, pueden ayudarse haciendo

propias algunas de las consignas que les hemos planteado.

Para organizar la presentación oral del texto, tomarán el punteo de temas que han realizado y dividirán distintos subtemas entre los

distintos integrantes del equipo expositor (estos subtemas tienen que estar articulados entre sí).

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Algunas cuestiones para organizar una buena presentación:

- Tengan en cuenta que algunos de sus compañeros no han leído el texto, de manera que la presentación debe ser explícita en

aclarar los puntos fundamentales para alguien que no conoce previamente el tema sobre el que están exponiendo.

- Puede ser útil que piensen algún ejemplo del texto para sirva para ilustrar alguno de los problemas fundamentales, el cual

podrán tener “guardado” y utilizar para explicar el tema con mayor profundidad ante eventuales preguntas o intervenciones de

sus compañeros.

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REVISTA ACADÉMICA DE LA FEDERACIÓN LATINOAMERICANA DE FACULTADES DE COMUNICACIÓN SOCIAL ISSN: 1995 - 6630

1 DIÁLOGOS DE LA COMUNICACIÓN, N°78, ENERO - JULIO 2009

De matones, represores y miembros de la pesada en el humor gráfico del diario Clarín – Argentina 1973-1983 Florencia Paula Levín (UNGS-UBA) Argentina [email protected], [email protected] Tel: (005411) 4469-7715 Florencia Paula Levín: Docente e investigadora en la Universidad Nacional General Sarmiento y especialista en el área de historia

reciente. Cursó la carrera de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde actualmente se

encuentra concluyendo su doctorado. Su investigación doctoral se centra en la reconstrucción y análisis de las representaciones sobre

lo político construidas por el humor gráfico del diario Clarín entre 1973 y 1983. Es autora de varios artículos sobre la historia reciente y

la memoria. Junto con Marina Franco, es co-editora del libro Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción

(editorial Paidós) y co-directora de la Red Interdisciplinaria de Estudios sobre Historia Reciente – RIEHR (www.riehr.com.ar.). Ha

escrito diversos manuales escolares y materiales didácticos y se ha desempeñado como miembro del equipo de Ciencias Sociales en

el Ministerio de Educación de la Nación. Ha sido docente en el Ciclo Básico Común y la carrera de Historia de la Universidad de

Buenos Aires.

Resumen: En los tiempos de descomposición del gobierno peronista y en los años de la última dictadura militar, mientras una férrea censura y una silenciosa autocensura regulaban la producción y circulación de información al tiempo que la represión se encargaba de desaparecer a los sospechosos, algunos espacios, menos obvios, permitieron la expresión de ideas incómodas e imágenes alusivas al horror. Particularmente, el humor gráfico, género desvalorizado por los discursos “cultos” y por la mirada inquisitoria de la censura, pudo resguardar ciertos grados de autonomía. En el humor gráfico del diario Clarín, es posible encontrar, junto con la neutralización y trivialización, ciertos intersticios por donde se colaran la expresión de desencanto y la denuncia. En este trabajo analizo de qué modo los chistes del diario se alejaron del canon editorial y de los preceptos represivos del régimen a partir de la construcción de una figura emblemática de las acciones represivas: la del matón-represor. Palabras clave: humor gráfico, representación, represión clandestina.

Fecha de recepción de ponencia: 4/2/2009

Fecha de aceptación de ponencia: 13/3/2009

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REVISTA ACADÉMICA DE LA FEDERACIÓN LATINOAMERICANA DE FACULTADES DE COMUNICACIÓN SOCIAL ISSN: 1995 - 6630

2 DIÁLOGOS DE LA COMUNICACIÓN, N°78, ENERO - JULIO 2009

Introducción

En marzo de 1973 Clarín, uno de los principales diarios argentinos y por ese entonces el de mayor

circulación nacional1, decidió dejar de publicar comics de autores extranjeros para convocar a varios de los

humoristas locales más reconocidos del momento para integrar la página de humor. La decisión tomada por

Clarín implicó no solamente “nacionalizar” a los autores de la página2 sino también al contenido del humor

que, a partir de entonces, comenzó a estar directamente vinculado con los avatares cotidianos del país.

Este gesto de Clarín se inscribió en un proceso de valorización y revitalización del género en la

Argentina tras de varios años de estancamiento en los cuales el humor gráfico se había retraído en un clima

generalizado de censura (Rivera, 1986: 78). A partir de entonces la sección dejó de ser concebida como un

espacio de relleno y distracción para convertirse en una suerte de segunda portada que aborda, a partir de

sus propias reglas de género y con una fuerte impronta autoral, los asuntos más importantes de la realidad

nacional e internacional tratados en la portada y el cuerpo del diario (Sasturain: 1987: 190 y 1995: 34).

Mientras se producían estos cambios, el país vivía un momento de gran conflictividad política. En

efecto, en los años transcurridos entre el retorno del peronismo al gobierno en 1973 y el golpe militar de

marzo de 1976 la Argentina atravesó un sinuoso proceso de descomposición política y agitación social al

que no fue ajeno el fenómeno de la violencia. Aunque restringida a las modalidades de acción y a los

valores esgrimidos por grupos cada vez más minoritarios, la violencia fue adquiriendo cada vez más las

características del terrorismo.

Por otra parte, la descomposición del gobierno peronista y los enfrentamientos cada vez más

virulentos entre las facciones de izquierda y de derecha dentro del peronismo se convirtieron en caldos de

cultivo para la emergencia de grupos terroristas paramilitares vinculados a la extrema derecha que, tras el

nombre de Acción Anticomunista Argentina (o Triple A) hicieron su aparición en la escena hacia fines

de1973 ejerciendo a partir de allí una metodología de persecución y exterminio. Tras la muerte de Perón en

julio de 1974 estos grupos iniciaron una verdadera cacería de brujas contra el ala izquierda del movimiento

que se sumó a una férrea política represiva lanzada contra toda manifestación autónoma y progresista.

A partir del golpe militar del 24 de marzo de 1976 se produjo una fusión entre las fuerzas de la Triple

A y el aparato represivo clandestino de estado cooptado por los militares, inaugurándose un sistema

planificado y organizado a gran escala de exterminio masivo organizado en torno a los más de 350 centros

clandestinos de detención dispersos por distintas regiones del país. A dichos centros fueron a parar cerca

1 Durante la década de 1970 el diario Clarín, importante referente para las clases medias en ascenso, experimentó un importante

aumento de la venta neta y relativa sobre el total del consumo de diarios, pasando del 22% al 31% del total de ventas (Getino, 1995: 91).

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REVISTA ACADÉMICA DE LA FEDERACIÓN LATINOAMERICANA DE FACULTADES DE COMUNICACIÓN SOCIAL ISSN: 1995 - 6630

3 DIÁLOGOS DE LA COMUNICACIÓN, N°78, ENERO - JULIO 2009

de 30.000 hombres y mujeres que pasaron a integrar la lista de los desaparecidos quienes, en su gran

mayoría, luego de haber recibido feroces sesiones de tortura fueron ejecutados y sus restos fueron

ocultados o destruidos.

Muchos de estos crímenes fueron consumados en operativos realizados a plena luz del día y en

centros de detención y tortura emplazados en lugares sumamente transitados. Por otra parte, la aparición

de cadáveres en los ríos, de cuerpos acribillados en los márgenes de los caminos, el hallazgo de cientos de

tumbas NN y las redadas y tiroteos formaron parte del día a día de la vida cotidiana de miles de argentinos.

Por su parte, los diarios brindaron amplia información, aunque distorsionada, que daba cuenta de los

enfrentamientos, muertes y desapariciones. En este marco, el humor gráfico de Clarín se sumó a la

tematización, interpretación y difusión de temas y aspectos vinculados con la violencia y la represión a partir

de un corpus llamativamente profuso y variado a lo largo de todo el período señalado.

En las líneas que siguen se presentan los resultados del análisis de un aspecto muy específico pero

fundamental de este universo temático: la construcción de la figura del miembro de la pesada y del grupo de

tareas. Asimismo, y dada la convicción de que los sentidos del humor gráfico deben ser analizados en el

marco del complejo juego intertextual que se genera a partir de su emplazamiento en un medio

determinado, dichas representaciones serán contrastadas con la línea editorial de Clarín.

Este trabajo se sustenta en la idea de que dada la vinculación entre el humor gráfico y los avatares

de la política del país el mismo constituye un referente para abordar algunas representaciones e imaginarios

que circulaban por la sociedad en ese entonces. Como sostiene Oscar Steimberg, el cartoon3 se define

como género en tanto discurso subordinado a otros discursos, constituido como “registro y espacio de

transformación y transposición de signos y marcas discursivas circunscriptas en todos los espacios del

intercambio social” provenientes tanto de la oralidad, la gestualidad, la escritura y cualquier otro género y

soporte mediático (Steimberg, 2001: 7). Por lo tanto, analizar este conjunto de cartoons puede constituir una

forma, mediada por las peculiaridades del lenguaje del humor y sobredeterminada por su inclusión en un

medio periodístico, de acceder al mundo de las representaciones y los imaginarios colectivos del momento.

El estereotipo del activista-represor en Crist y Fontanarrosa

Tal como se adelantara, el fenómeno de la violencia es una temática recurrente en la obra de todos

los humoristas de Clarín y conforma un conjunto sumamente rico y complejo de construcciones e

interpretaciones que abarcan desde la escenificación de secuestros y extorsiones a la detonación de

2 De este modo, las obras de Caloi, Bróccoli, Fontanarrosa y Crist se integraron a las de dos humoristas argentinos que ya colaboraban

en la sección: Ian y Dobal. Estas modificaciones se sumaron a la labor ya bien asentada que Landrú y Hermenegildo Sábat venían desarrollando en el cuerpo del diario. 3 Con la palabra cartoon estoy haciendo alusión al dibujo de humor que en un único cuadro o viñeta “transmite una idea humorística de

raíz política, sociológica o filosófica” (Steimberg, 1977: 97).

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4 DIÁLOGOS DE LA COMUNICACIÓN, N°78, ENERO - JULIO 2009

bombas, la represión ilegal e incluso el empleo de la tortura (incluyendo la picana). Víctimas y verdugos

desfilan por las páginas del diario junto con la esporádica aparición de fragmentos de cuerpos y calaveras.4

Dentro de este conjunto, es posible recortar una larga y nutrida serie elaborada por Crist5 y

Fontanarrosa6 en la contratapa de Clarín que refiere a un personaje que, dada su reiteración, perduración

en el tiempo y la gran estabilidad de rasgos estéticos aparece como el principal protagonista de las escenas

vinculadas con el delito y la represión en sus respectivos cartoons. Se trata del activista de derecha en un

sentido amplio que, como se verá, va a aparecer trasmutada en la imagen del delincuente profesional a

sueldo tanto como con las fuerzas de seguridad y la figura del represor que actúa en la clandestinidad, todo

lo cual queda englobado en una serie de significantes emparentados y no siempre diferenciables: espía-

matón-detective-mercenario-represor-miembro de la pesada.

La construcción estética de un estereotipo

Si se observan las imágenes de la serie (Imágenes 1 a 9), pueden apreciarse algunos rasgos

constantes en la caracterización de los personajes: sombreros de ala ancha doblados en la parte trasera,

largos impermeables llevados con las solapas altas, manos escondidas en los bolsillos, anteojos oscuros,

grandes cigarros y poderosas armas de fuego. Es posible ver, incluso, que en varios de los dibujos que

integran la serie los personajes tienen la misma actitud corporal.

Imagen 1 Imagen 2 Imagen 3

4 Algunos de estos aspectos ya han sido analizados y expuestos en otros trabajos. Ver, por ejemplo, Levín, 2007 y 2008.

5 Cristóbal Reinoso (o Crist) nació en la ciudad de Santa Fe en el año 1946. A los veinte años se mudó a Córdoba, ciudad en la que se

radicó y en la que sigue viviendo en la actualidad. Crist creció como dibujante y humorista desde las revistas clásicas de Bu enos Aires Rico Tipo y Patoruzú. También participó del fenómeno Hortensia, experiencia que lo catapultó al reconocimiento y que le valió su colaboración en la contratapa del Diario Clarín en donde publica a diario sus cartoons desde 1973 hasta nuestros días. 6 Roberto Fontanarrosa nació en la ciudad de Rosario (Provincia de Santa Fe) en 1944. En 1968 comenzó a publicar sus producciones

humorísticas en la efímera revista Boom de Rosario. Autor de un gran número de novelas y libros de cuento, su fama en gran parte se debe a su tarea como humorista gráfico. En los años setenta se consagró en las famosas revistas Hortensia y Satiricón y colaboró en diversos medios de prensa. Desde 1973 y hasta su fallecimiento en 2007 publicó diariamente un cartoon en la contratapa del diario

Clarín.

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5 DIÁLOGOS DE LA COMUNICACIÓN, N°78, ENERO - JULIO 2009

Crist, 21/09/73: 54 Crist, 30/8/73: 46 Crist, 19/9/73: 46

Imagen 4 Imagen 5 Imagen 6

Crist, 26/10/73: 38 Crist, 27/10/73: 26 Fontanarrosa, 12/8/73: 38

Imagen 7 Imagen 8 Imagen 9

Fontanarrosa, 22/8/73: 46 Fontanarrosa, 1/9/73: 34 Fontanarrosa, 2/9/73: 38

La serie construye una iconografía sincrética que combina marcas extemporáneas al proceso

histórico en el cual se insertan y al cual aluden con algunas referencias más directas dadas por la

reiteración de su temática, por algunos diálogos entre los personajes y sobre todo por el entramado

discursivo en el que se insertan en el cuerpo del diario.

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6 DIÁLOGOS DE LA COMUNICACIÓN, N°78, ENERO - JULIO 2009

Por un lado, estas representaciones están construidas en diálogo con la estética del cine clásico de

espionaje y del cine policial.7 Por otra parte, algunos de los rasgos aludidos guardan parentesco con la

estética del “gangsterismo sindical” y con las barras bravas propias del vandorismo8, lo cual refuerza la idea

de que existe una alusión al accionar de bandas parapoliciales asociadas a la derecha.9 Existen, incluso,

referencias explícitas que dan cuenta de estas vinculaciones. Así, por ejemplo, un cartoon de Fontanarrosa

muestra a un personaje que “ahora se viste como Humprey Bogart” y que es un “duro” del sindicalismo

(8/4/80: 64).

Asimismo, es posible observar en algunas las representaciones de ambos autores que los matones

tienen también cierta fusión con la figura del compadrito10

que se aprecia, por ejemplo, en el diseño de los

sombreros, en el corte de los bigotes y en el pañuelo al cuello en reemplazo de la corbata (Ver Imágenes 10

y 11) lo cual aporta una relectura nacional a la iconografía del cine de espionaje.

Imagen 10 Imagen 11

Crist, 19/8/73: 34

Crist, 25/3/74: 38

Finalmente, es de resaltar que este sincretismo no sólo conjuga caracterizaciones y detalles

pertenecientes a momentos y estéticas diversas sino que, más importante aún, tienden a crear una imagen

emblemática en la cual se subsumen quienes están al margen de la ley (delincuentes, matones, asaltantes),

quienes trabajan a su servicio (comisarios e inspectores) y quienes se insertan como empleados al servicio

de cualquier fuerza (guardaespaldas, mercenarios, etc.).

7 En el caso de Fontanarrosa, estas imágenes nos remiten ineludiblemente a su famoso personaje Boogie el Aceitoso, temerario matón

a sueldo, nacido en las páginas de la revista Hortensia con el cual el humorista parodiaba la iconografía norteamericana de los agentes

de la CIA y los espías a sueldo 8 Denominación que alude tanto al período de liderazgo sindical ejercido por Augusto Vandor a principios de la década de 1960 c omo

al estilo intimidatorio impuesto entonces y caracterizado por la actividad de “barras bravas” y matones para reprimir a potenciales adversarios dentro del sindicalismo (James, 2003: 151). 9 Agradezco a Elizabeth Jelin sus comentarios al respecto.

10 Del lunfardo, fanfarrón, ostentoso, valentón.

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7 DIÁLOGOS DE LA COMUNICACIÓN, N°78, ENERO - JULIO 2009

Ahora bien. Es llamativo cómo estos rasgos estéticos que pintan un personaje duro, frío, capaz de

agarrar un arma en cualquier momento y disparar, van a contrastar ampliamente con las situaciones

preferentemente elegidas para caracterizarlos, que se basan en su gran mayoría en la degradación del

personaje, produciendo un importante efecto irónico. Algunos de estos cartoons muestran, en efecto, los

avatares ocasionados por la incompatibilidad entre la vida profesional y la vida privada de muchos de estos

personajes a quienes vemos recurrentemente tirados en el diván de un psicoanalista o lidiando con novias y

esposas que ningunean su labor. En otras ocasiones, la degradación del personaje tiene que ver con

situaciones que exponen sus falencias y límites así como sus dificultades para resolver los encargos más

sencillos.

En suma, a través de estas situaciones que tienden a degradar y ridiculizar al personaje, vemos

que emerge un efecto gracioso de la contradicción entre sus falencias, torpezas y conflictos interiores y los

rasgos físicos que lo pintan como un hombre de agallas, frío, valiente y temerario.

Reminiscencias del grupo de tareas

En muchos de los cartoons protagonizados por estos personajes aparecen algunos elementos que

nos dan la pauta de que se trata de miembros de grupos, con jerarquías, códigos, modalidades de acción

específicos.

Para comenzar, hay varios casos en los cuales aparece la figura de un “jefe”, ya sea mencionada en

los diálogos de los personajes, ya sea directamente representada. Por otra parte, algunos cartoons

tematizan la existencia de vínculos de camaradería y fraternidad, los cuales remiten al estilo mafioso y

suelen aparecer triangulados por los vínculos primarios.

Asimismo, algunos de estos cartoons muestran códigos de comportamiento ante la traición, que

aparece penada no sólo con la intimidación sino también con el ajuste de cuentas e incluso el

“ajusticiamiento” a los delatores o a los que abandonan el grupo. En cuanto al tipo de tareas que realizan

estos personajes, encontramos referencias, por un lado, a que los mismos se involucran en distintos tipos

de actividades delictivas. Trabajan, por ejemplo, como asesinos a sueldo, en la ejecución de secuestros a

empresarios, en actividades de contrabando y en asaltos varios. A pesar de que algunas de estas

referencias avanzan sobre el período dictatorial, es llamativo que la mayoría de ellas, fundamentalmente las

que tienen que ver con los secuestros y los asaltos a bancos, transcurren fundamentalmente en 1974 y

1975 que es, precisamente, el período de mayor actividad de la Triple A.

Por otra parte, es llamativo que estos personajes aparezcan protagonizando diversas escenas de

intimidación y represión. Así, por ejemplo, tenemos un cartoon de Crist que muestra a un grupo de hombres

fuertemente armados que apuntan a un desprevenido señor de corbata, camisa a rayas advirtiéndole: “¡No

te esmeres, Joe! ¡Es otro tipo de paseo el que daremos!”, ejemplo que parecería aludir tempranamente a

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ciertos métodos intimidatorios retomados y sistematizados por la metodología del terrorismo estatal (Ver

Imagen 13 - 21/09/73: 54)11

. Por otro lado, contamos también con un cartoon de Fontanarrosa que parece

estar aludiendo a la “pesada sindical” y que muestra a un hombre caracterizado con todos los elementos

que se vienen mencionando se presenta en una empresa con una bomba en la mano anunciando que viene

a “poner un caño12

” (Ver Imagen 13 - 29/9/73: 34).

Imagen 13

Crist, 21/09/73: 54

Incluso, es posible encontrar alguna referencia que nos muestra a estos personajes prototípicos

participando de situaciones de aplicación de tormentos físicos. Esto es posible de apreciar en un cartoon

inquietante de Crist que muestra a dos hombres conversando trivialmente mientras escuchan los gritos de

una víctima a la cual se le está aplicando picana eléctrica (Ver Imagen 14 - 7/10/74: 34).

De matones y fuerzas de seguridad. El tratamiento de un vínculo ocultado

Resulta muy difícil discriminar claramente dentro de esta figura entre el matón de una banda, el

criminal a sueldo, el mercenario, el custodio, el guardaespaldas, el detective privado, el comisario…. A

veces encontramos una discriminación entre el matón o guardaespaldas por un lado y el agente secreto o

inspector por otro, que está dada por el atuendo: traje a rallas en el primer caso e impermeable en el

segundo. Sin embargo, también se observan varios ejemplos en los cuales el impermeable es usado por

guardaespaldas o matones. Para ver fusión del guardaespaldas y el inspector en Crist ver la comentada

Imagen 14 y ya avanzado el período dictatorial las Imágenes 15 a 17).

11

Muchos detenidos – desaparecidos fueron obligados a salir en automóviles pertenecientes a las fuerzas represivas a “marcar” a

compañeros de militancia, es decir, a señalar geográficamente lugares de vivienda y/o reunión. Estas vueltas en automóvil fueron conocidas en la jerga represiva como “paseos”. 12

Sinónimo de bomba.

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Imagen 14

Crist, 7/10/74

Imagen 15 Imagen 16 Imagen 17

Crist, 16/10/79: 48

Crist, 25/5/81: 32

Crist, 22/11/82: 40

A pesar de estas superposiciones, es posible establecer algunas modalidades a partir de las cuales

estos cartoons tratan el vínculo entre las bandas delictivas y las fuerzas de seguridad separando

tajantemente ambos ámbito. Tal es el caso, por ejemplo, de un cartoon de Crist en el cual aparecen

enfrentados un matón y un policía. El matón lleva un brazo enyesado y el yeso tiene la forma inconfundible

del contorno de un brazo empuñando un arma. Ante esa evidencia, y sintiéndose interpelado por la fuerza

de la ley, el personaje en cuestión parece tener que excusarse ante el policía a que probablemente éste ha

visto demasiada televisión y que eso le hace sospechar de cualquier cosa siendo que el yeso es el

resultado de un “accidente de trabajo” (1/12/73: 30).

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Sin embargo, encontramos otra gran cantidad de ejemplos en los cuales ya no es fácil distinguir

entre el matón y las fuerzas de seguridad y en los cuales, incluso, ambas aparecen fusionados. En este

caso contamos, por ejemplo, con un cartoon de Crist en el cual un hombre ataviado con varios de los

elementos clásicos que caracterizan al espía-matón consuela a otro, que aparece vestido como sherif y que

ha sido desplazado de la fuerza policial, argumentando que no se trata de su “eficacia” sino de “que hay

algunos envidiosos que han empezado a cuestionar tu estilo”, lo que revela la homonimia entre estos

personajes y el cuerpo policial (Crist, 21/5/74: 26).13

También es posible observar algunos ejemplos en los que la fusión involucra a los militares. Para

ello, contamos con un asombroso cartoon de Fontanarrosa que representa a un superior dirigiéndose a un

soldado que ha atrapado a un atleta, ordenándole que lo suelte puesto que “es marchista, no marxista”. Más

allá de la poco frecuente referencia al marxismo, lo que es destacable es que el jefe que imparte las

órdenes no está caracterizado como militar sino que está vestido de civil y muestra varias de las

características prototípicas de la figura del matón-activista: sobretodo largo, cigarrillo en los labios, espesos

bigotes y lentes oscuros. Por otra parte, es llamativo el desplazamiento metonímico de los lentes oscuros

que aparecen también en la caracterización del soldado, sugiriéndose a través de símbolos iconográficos,

una relación entre los miembros de civil y los miembros uniformados de las fuerzas armadas (Ver imagen 18

- 17/3/74: 43).

Imagen 18

Fontanarrosa, 17/3/74: 43

13

Es muy frecuente en los cartoons la combinación de elementos anacrónicos entre sí por lo que se considera que el hecho de que el miembro despedido de las fuerzas de seguridad esté caracterizado como sherif no invalida la conclusión.

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Finalmente, es posible establecer ciertos rasgos expresivos en el rostro de militares y en sus

atuendos que se asemejan a los del matón: lentes oscuros, a veces largos sobretodos, cigarrillos, similar

actitud corporal, expresión de malignidad, siendo que muchas veces los detalles de los uniformes militar o

policial aparecen poco detallados (Imagen19).

Imagen 19

Fontanarrosa, 1/9/73: 34

Como sea, todos estos personajes que aparecen a veces genéricamente caracterizados o

ambiguamente diferenciados van a mostrar un ciclo de auge y decadencia a lo largo del período

considerado. Su auge corresponde a los últimos meses de 1973 y particularmente a los años 1974 y 1975

que son los años de protagonismo de la llamada Triple A. En cambio, a partir del golpe de estado su

presencia en los cartoons irá menguando y por otro lado aparecerán algunos casos en los cuales se

tematice su creciente inactividad hasta llegar, en pleno momento de transición democrática, a dos cartoons

de Crist que los muestran excluidos del sistema y pensando estrategias para resguardarse del peso de la

ley.

En ambos se nota un cambio estético en la obra del humorista: los trazos son más realistas, los

personajes muestran mandíbulas más prominentes y narices engrosadas y los recuadros muestran

encuadres más expresivos, con la elección de ángulos contrapicados y acciones cuya conclusión rebasa el

espacio del pictograma. El primero nos permite entrometernos en las estrategias de dos de estos temerarios

personajes en el contexto de las discusiones por la amnistía a los militares, en donde uno de ellos dice al

otro: “Mi idea es formar una organización que nos ampare. Algo así como alcohólicos anónimos pero que se

llame «anónimos» solamente” (Imagen 21 - Crist, 3/9/83: 44). Finalmente, el último cartoon de la serie, que

es de finales de diciembre de 1983, muestra a un personaje armado, con negros bigotes y ataviado de con

saco y corbata, que está saliendo con cara de preocupación del recuadro del cartoon mientras guarda el

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arma y piensa: “Se está terminando el trabajo. Voy a tener que emigrar. ¿Aguantará el país otra fuga de

cerebros?” (Ver imagen 22 - Crist, 29/12/83: 56).

Imagen 20 Imagen 21

Fontanarrosa. 28/7/75: 30

Crist, 3/9/83: 44

Las representaciones del humor gráfico bis a bis con las de la línea editorial del Clarín

A partir de este recorrido (y del trabajo de sistematización y análisis de otras temáticas y personajes

que por cuestiones de tiempo no puedo presentar en esta ocasión), podemos concluir que el panorama que

pintan Crist y Fontanarrosa nos remite al accionar de bandas de derecha que podemos asociar primero con

la Triple A y luego con grupos de tareas vinculados con el aparato de estado terrorista asociados tanto con

actividades represivas como delictivas.

Lo que llama la atención es que el accionar de los grupos político militares de izquierda queda

totalmente desdibujado. Esta apreciación se vuelve más relevante si comparamos estas construcciones con

los pronunciamientos de la línea editorial del diario en relación con los protagonistas de la violencia.

Ciertamente, el conjunto de editoriales que aborda la cuestión de la violencia refiere

preferentemente, desde 1974 a la existencia de una guerra interna protagonizada por fuerzas “extremistas”

“antiargentinas”, “agentes del caos”, ligadas al terrorismo internacional tributando, claramente, de la

Doctrina de Seguridad Nacional y los argumentos esgrimidos en breve por los propios militares golpistas

para justificar el arrebato del poder (“Frente a la provocación”, 23/1/74: 10). Por su parte, la existencia de

grupos paramilitares asociados con la represión y la delincuencia va a ser un tema relativamente

postergado siendo recién al promediar el año 1976 cuando, se afirme que a la acción de la “guerrilla

subversiva” se suma “la existencia de atentados igualmente condenables debidos a la acción de grupos de

un signo diametralmente opuesto” (“Los derechos humanos”, 16/9/76: 8. Bastardillas mías).

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Recién hacia 1980, en el marco del documento final elaborado por la Comisión Interamericana de

Derechos Humanos, que de un modo elíptico la línea editorial volverá a aludir a los mecanismos de

represión ilegal argumentando que “resulta traslúcido que la Comisión hubiera querido que el problema de

la subversión fuera abordado por los canales de la represión ordinaria…” (“Los derechos humanos y la

OEA”, 22/4/80:10. Las bastardillas son mías). Como puede apreciarse, es a partir de la alusión a lo que la

comisión internacional de DDHH hubiera esperado que se abre implícitamente la postulación de la

existencia de mecanismos de represión extra-ordinarios. Y será recién al promediar el año 1981 que la línea

editorial va declarar explícitamente que existieron mecanismos de represión “ilegítimos” acompañando esta

formulación, además, por un abierto repudio.

En suma, podemos concluir que mientras que la voz oficial del diario habla en sus editoriales de la

“subversión” y de los agentes del “caos” ligados a fuerzas extranjeras, los humoristas van construyendo la

figura del activista de bandas asociadas con “la pesada” y relacionadas con grupos de extrema derecha.

A modo de cierre

Las páginas precedentes se han escrito a partir de la hipótesis de que el humor gráfico se

constituyó en un medio privilegiado para la sedimentación de algunas representaciones, ideas y valores

propios de la época relativos a la represión clandestina y sus protagonistas. Asimismo, se afirman en la idea

de que asimismo, encontrar algunos intersticios para burlar la censura y el control dictatorial.

En tal sentido, se ha intentado demostrar que, a diferencia de la línea editorial del diario, que tendió

a construir la imagen del guerrillero subversivo asociado con las fuerzas de la izquierda, los humoristas

tendieron a enfatizar el protagonismo de las fuerzas de la extrema derecha asociadas con la represión

clandestina e ilegal. En tal sentido, se han analizado los mecanismos de construcción del personaje del

activista-matón-guardaespaldas y sus articulaciones referenciales y metonímicas con el grupo de tareas

asociado tanto con las modalidades de acción de la Triple A como con los grupos que participaron en la

represión clandestina durante la dictadura militar.

Las comentadas representaciones, junto con las otras series que componen el conjunto de la

temática de la violencia relativas a ejecuciones, aplicación de tormentos físicos y aparición de cadáveres,

nos permite cuestionar la extendida representación de la sociedad argentina como un colectivo ignorante

que las memorias hegemónicas han construido tan eficazmente. Sin embargo, estas referencias en el

humor gráfico de Clarín no nos permiten afirmar que existió un conocimiento acabado y pleno sobre los

crímenes de la represión clandestina. En todo caso, sí nos dan la pauta de que, efectivamente, había

indicios que desbordaban el secreto y lo oculto y que impactaban en los imaginarios colectivos a través de

representaciones sobre el horror.

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Semana 4. Los debates sobre el presente a partir de la historia. En esta semana reflexionaremos sobre las múltiples –y complicadas- formas en que el estudio y las controversias sobre el pasado

nos permiten pensar y tomar la palabra sobre importantes problemas del presente. Recuperaremos muchas cuestiones que hemos

trabajado las dos últimas semanas y nos meteremos un poco más en algunas otras preocupaciones de los historiadores e

historiadoras en la actualidad, como los problemas de la memoria social y el olvido, las relaciones entre los mitos sobre el pasado y

las relaciones de poder que imperan en una sociedad, las formas en que se invisibilizan y naturalizan las relaciones de desigualdad y

dominación.

Les proponemos pensar, entonces, cómo algunas controversias sobre hechos y procesos que sucedieron en distintos tiempos

y lugares pueden hablarnos de muchos de nuestros problemas de todos los días. Para ello, trabajaremos con un conjunto de trabajos

historiográficos recientes en los que los historiadores, cuando analizan el pasado, intervienen en algunos debates públicos

contemporáneos locales e internacionales.

Lunes

-Portelli, Alessandro. “Las fronteras de la memoria. La masacre de las Fosas Ardeatinas. Historia, mito, rituales y símbolos”.

Cuadernos del CIHS, N° 11/12, La Plata, 2002, pp. 163-176.

Miércoles

-Trouillot. “Una historia impensable. La revolución haitiana como un no-acontecimiento”, traducción de Emmanuel Correa

del original en inglés: Silencing the Past. Power and the Production of History, Boston: Beacon Press, 1995, cap. 3 “An

Unthinkable History. The Haitin Revolution as a Non-event”, pp. 70-107.

Jueves

-Lenton, Diana y otros. “Huellas de un genocidio silenciado: los indígenas en Argentina”. Revista Sociedad Latinoamericana.

Disponible en Internet.

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Portelli, Alessandro. “Las fronteras de la memoria. La masacre de las Fosas Ardeatinas. Historia, mito, rituales y símbolos”.

Cuadernos del CIHS, N° 11/12, La Plata, 2002, pp. 163-176.

El artículo de Alessandro Portelli es un buen ejemplo de las nuevas tendencias historiográficas que combinan un análisis de hechos y

procesos que podríamos llamar, con todas las precauciones, “objetivos”, constatados, con las representaciones y visiones “subjetivas” de

quienes los vivieron o los recuerdan. En cierto sentido, la apertura a la subjetividad es importante para los historiadores porque nos

ofrece una dimensión más, a veces única para la reconstrucción de los hechos históricos y las formas en que, a través de las percepciones

y la memoria, se construye su significación.

1) Sobre el contenido del texto

Traten de precisar qué estudia Portelli en este artículo. Para ello observen:

- ¿Qué fuentes utiliza? ¿Cómo las combina?

- ¿Qué papel juegan cada una de las distintas fuentes en la conformación de distintos aspectos de su argumento sobre “qué sucedió” y

sobre “cómo es recordado o interpretado lo que sucedió”?

- ¿A que conclusiones arriba el autor a través de su análisis?

2) Identificación de implícitos y los significados de la historia.

Este texto parece ser a la vez fácil y difícil. Por un lado, nos describe una historia de una manera clara y con bastante información. Pero,

por otra parte, sugiere explícita e implícitamente, los múltiples significados de esa historia. De algún modo, es un texto que cuenta y,

mientras cuenta, analiza. Portelli nos presenta una historia que, al leerla y releerla, nos permite encontrar muchos significados

subyacentes.

Traten de identificar los significados de algunos de los hechos que Portelli presenta como partes de esta historia:

a) Por ejemplo, en las páginas 165-166, Portelli sostiene que “lo que hace a la masacre de las Ardeatinas tan importante es el lugar donde

se verificó, la capital del país”. Busquen elementos en el texto que, según el autor, corroboran esta afirmación y expliquen que quiere

decir el autor con tal afirmación.

b) En otros pasajes del artículo Portelli señala que “la acción de Via Rasella fue una acción militar, muy bien planificada, en la cual

participaron 18 partisanos” (p. 167) y que “éste fue el ataque número 43, en Roma, en contra de los alemanes” (p. 169). ¿Qué papel

juegan estas constataciones en el argumento general del autor?

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c) Otro de los elementos que encuentra Portelli en los relatos es “el estereotipo anti-alemán: “Los alemanes son bestias. Los alemanes

son como máquinas””. ¿Por qué discute este mito? ¿Qué consideraciones hace sobre el papel que juega este mito en relación con los

relatos que explican lo que sucedió en las Fosas Ardeatinas?

Tomen alguno de los tres ejemplos considerados y escriban en uno o dos párrafos qué significados tienen, según el autor, las

constataciones de estos hechos. Pueden agregar al final una interpretación personal en la que valoren la importancia que tienen estos

relatos para sostener una discusión de problemas sociales como la que propone Portelli a partir de esta historia.

3) Identificación de distintos planos del texto y de significados subyacentes.

a) A partir de lo trabajado en el punto 1 surge que el texto tiene distintos “planos” –como la constatación de los hechos y las

controversias sobre cuales son sus significados para quienes los vivieron o recuerdan. Es a través de este ir y venir entre estos distintos

planos que el autor va delineando sus ideas y proponiendo una discusión sobre la importancia de la masacre de las Fosas Ardeatinas.

Para comprender mejor el significado de algunos de sus argumentos es útil tomar un ejemplo que nos permita observar cómo la

constatación de determinados “hechos” tiene consecuencias en la interpretación que propone el autor. Por ejemplo, en los

testimonios orales Portelli encuentra que muchas personas recuerdan haber visto carteles advirtiendo a la población sobre las represalias

que tomarían los alemanes por el atentado de Vía Rasella, así como importantes discrepancias en torno al tiempo transcurrido entre el

atentado y la masacre. Analizando estas versiones, sostiene con contundencia en base a distinto tipo de pruebas que estas versiones

afirman hechos que no ocurrieron. A partir de esto, proponemos que discutan en grupo algunas preguntas: ¿Qué intenta hacer el autor a

partir de ese señalamiento? ¿Está tratando de delimitar qué relatos se ajustan más a los hechos y cuáles no? Pero, si nos quedamos con

eso, ¿cuál es, entonces, el valor que le encuentra a los testimonios sobre hechos que no sucedieron?

b) Uno podría imaginar que las distintas versiones de los hechos que surgen de los relatos analizados por Portelli tienen que ver

exclusivamente con la individualidad de quienes cuentan sus historias. Sin embargo, si bien esto en gran parte es así, no es quizás lo más

relevante para el tipo de análisis que queremos hacer los historiadores. Uno de los argumentos del texto es que hay algunas similitudes y

elementos constantes en estos relatos. Por lo tanto, podemos inferir que el autor trata de decirnos que las historias que cuentan estos

individuos de alguna manera exceden a esos individuos y tienen que ver con el contexto social desde el cual surgen y con las políticas de

memoria que tienen fuerza en cada sociedad.

Traten de identificar algunos de estos elementos constantes que Portelli encuentra en los testimonios orales. A partir de estos

elementos, discutan: ¿De qué nos hablan las distintas memorias sobre los hechos? Pongan en consideración que tal vez las distintas

memorias, incluidos los recuerdos “tergiversados”, no nos hablen tanto de lo que sucedió en 1944, sino de otras cosas. ¿Qué pistas en el

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texto nos ayudan a entender y explicar por qué mucha gente recuerda cosas que no sucedieron y, a la vez, lo hace construyendo un

relato bastante particular y no otros?

4) Muchos temas dentro de una historia.

A través de las distintas consignas que se propusieron anteriormente fue quedando a la vista que este artículo trata sobre varios temas.

Escriban un texto de una a dos carillas en que como ejercicio de respuesta a la pregunta “¿de qué trata el artículo de Portelli?”. El

ejercicio que proponemos es tratar de hacer algunas afirmaciones contundentes sobre qué es importante en este texto y a la vez

incorporar elementos que las justifiquen, es decir, que expliquen el por qué de esas afirmaciones:

Algunos ejemplos a considerar entre las varias posibles lecturas del texto podrían ser:

-El texto trata sobre las diferencias que existen entre los relatos que elaboran los historiadores sobre un hecho y los relatos que

producen quienes vivieron o recuerdan ese hecho.

-El texto aborda las distintas interpretaciones del pasado que surgen en una comunidad y sobre cómo diversos posicionamientos

políticos e historias personales condicionan estas interpretaciones.

- El texto indaga en las contradicciones de la democracia antifascista italiana posterior a la Segunda Guerra Mundial

- El texto busca intervenir en debates políticos del presente de los años noventa a partir de retratar las controversias sobre un hecho

particularmente significativo del pasado.

-El texto trata sobre la Guerra Fría.

5) Para pensar más allá a partir de la historia:

En el punto anterior trabajamos sobre los múltiples temas, problemas y significados que puede haber dentro de una historia. Pero estos

temas y significados no se agotan en lo que un autor nos quiere decir, sino que pueden continuarse en las lecturas que nosotros mismos

hacemos. De algún modo, podemos decir que el poder de nuestras historias no está sólo en cómo las formulamos y las contamos, sino

también en como otros, a veces desde preguntas y preocupaciones muy distintas a las nuestras, las leen, las toman y las proyectan.

Esto parece sugerirlo el propio Portelli en el Prólogo a la edición española que presenta el libro que está en gran parte sintetizado en el

artículo que hemos leído. Portelli escribe: “Un libro hecho de relatos sirve para producir otros relatos, para que la máquina de narrar y de

recordar se mueva. Por eso, no he podido cerrar el libro una vez terminado: él ha empezado a reabrirse en el deseo de hablar, de

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rememorar, de contar, de discutir, que ha puesto en movimiento a quien lo leía, y a mí mismo. Si al comienzo había sentido que esta

historia me llamaba, ahora sigue llamándome, y todavía con más fuerza”.

Como toda buena historia, la historia que cuenta Portelli nos habla de mucho más que de Italia y del caso concreto analizado. Muchos

lectores encontraron que este texto habla bastante, y tal vez inadvertidamente, de la Argentina. ¿Es posible esta lectura? ¿Qué nos dice

este texto sobre la Argentina? ¿Qué paralelos sugerirían trazar?

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Trouillot, Michel-Rolph. “Una historia impensable. La revolución haitiana como un no-acontecimiento”, traducción de

Emmanuel Correa del original en inglés: Silencing the Past. Power and the Production of History, Boston: Beacon Press,

1995, cap. 3 “An Unthinkable History. The Haitian Revolution as a Non-event”, pp. 70-107.

Este texto de Michel-Rolph Trouillot presenta varios argumentos que nos permiten comprender por qué la revolución haitiana, una

revolución que tuvo una gran importancia histórica, fue y continúa siendo silenciada en los relatos de la historia mundial. De algún modo,

estos argumentos son presentados escalonadamente a través de las distintas secciones del capítulo y se van reforzando entre sí para dar

forma a las ideas principales que el autor quiere postular. Recomendamos que busquen información sobre ese proceso revolucionario y

sobre la situación actual de Haití para entender mejor los planteos de Trouillot.

1) Organización del texto y argumento principal:

a) Un primer punto a trabajar para poder dar cuenta de la complejidad del argumento de Trouillot tiene que ver con la forma en que está

organizado el texto: ¿De qué tratan las distintas secciones de ese artículo?

Observen los títulos de cada una de ellas y expliquen, a partir del contenido de la sección respectiva, el por qué de ese título.

b) A partir de los elementos que destacaron en el análisis de cada una de las secciones discutan en grupo cuál es, a su juicio, el

argumento general que presenta el autor.

Escriban una lista acotada de tres o cuatro oraciones claras que sinteticen las ideas principales que forman parte de ese argumento. Esta

tarea de síntesis les proporcionará una información clave para poder dar cuenta de qué trata el texto.

2) Cómo construye el autor su interpretación:

Para identificar con mayor profundidad los argumentos principales que presenta un texto es útil tratar de desentrañar cómo el autor

construye ese argumento.

¿Qué elementos utiliza Trouillot para sostener su argumento? Tomen apuntes a partir de considerar las siguientes cuestiones clave:

a) qué tipo de fuentes usa y cómo las usa. Traten de definir: ¿Cuáles son las preguntas que guían su uso de las fuentes? ¿Por qué usa

esas fuentes en cada momento particular de su explicación? ¿Qué conclusiones va extrayendo a partir de ellas?

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Para detectar con mayor profundidad un argumento a veces es importante seleccionar parte de la gran cantidad de información que

brinda un texto intentando desentrañar “¿por qué esto es importante?”

Por ejemplo, en repetidas ocasiones el autor sostiene que tanto los pensadores más críticos de la era de la Ilustración como el ala más

radical de la Asamblea Nacional durante la revolución francesa no lograron escapar a la imposibilidad de pensar una revolución de

esclavos en Saint Domingue. ¿Qué puede estar queriendo hacer el autor con estas referencias? ¿Qué papel juegan estas referencias en la

validación del argumento general del texto?

b) Otra posibilidad para encarar este texto es tratar de identificar cómo el argumento principal se construye criticando otras

interpretaciones. Traten de identificar y señalar:

- ¿Cuáles son estas otras interpretaciones? ¿De dónde provienen?

- ¿Por qué estas interpretaciones son problemáticas? ¿Que aspectos explícitos e implícitos de estas interpretaciones quiere discutir el

autor?

- ¿Qué nuevo relato trata de armar el autor a partir de la crítica a estas interpretaciones? ¿Cómo sustenta sus afirmaciones?

3) Reseña del argumento:

A partir de lo que han armado en los puntos 1 y 2 les proponemos que escriban un texto de una a dos carillas que de cuenta de la mejor

manera posible de todos los elementos que han encontrado.

Este texto debería tener una introducción en la que anticipan de manera clara y contundente cuáles son los principales argumentos del

autor en el texto que están reseñando.

Luego, debería haber un desarrollo más amplio de estos temas que incorpore distintos elementos que permitan explicar las ideas y a la

vez hacerlas comprensibles. El ideal es que el texto que escriban sea comprensible en líneas generales para alguien que no ha leído el

texto original de Trouillot. Para ello es importante no escatimar explicaciones de las ideas, información relevante, ejemplos, etcétera.

Finalmente el texto debe concluir de una manera clara. Esta conclusión puede simplemente sintetizar y reforzar la reseña que hacen del

argumento del autor. También podría incluir una reflexión personal, una crítica, el planteo de una pregunta que surja de lo que han

tratado en el texto que fueron escribiendo.

4) Para pensar y debatir a partir del texto.

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En repetidos pasajes el autor insiste en las dificultades, a su juicio, la “imposibilidad” de los contemporáneos, así como las generaciones

que los siguieron y los historiadores, para pensar un hecho histórico como la revolución haitiana.

Para ello, el autor explora los modos en que la revolución fue silenciada, trivializada, despojada de su contenido político. En esta línea,

sostiene que una de las formas de negación de la magnitud, el impacto y las consecuencias de la revolución estuvo dada por una suerte

de “manipulación de los hechos”, que muchas veces eran acomodados a los esquemas de pensamiento de quienes se resistían, por

distintas razones, incluidas las políticas, a tomarlos por ciertos.

¿Podrían pensar alguna otra situación histórica en la que observar cómo hechos “difíciles de digerir” como la revolución de los esclavos

para los plantadores, llevaron a alguien –un individuo, un grupo social, un analista de la realidad social- a acomodar la realidad a sus

propios esquemas de pensamiento, aun cuando “la realidad” explícitamente contradecía estos esquemas de pensamiento?

Traten de pensar en algún un ejemplo histórico que conozcan o en alguna situación que registren en la sociedad actual y expliquen cómo

ese ejemplo ilustra los mecanismos de supresión y trivialización que pone en cuestión Trouillot.

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Una historia impensable

La Revolución Haitiana como un no-acontecimiento

Michel-Rolph Trouillot

La joven se puso de pié en el medio de mi lectura. “Sr. Trouillot, usted nos

hace leer a todos esos eruditos blancos. ¿Qué pueden saber ellos sobre la

esclavitud? ¿Dónde estaban cuando nos arrojábamos de los barcos; cuando

preferíamos la muerte antes que el sufrimiento y matábamos a nuestros hijos para

evitarles una vida de abusos y humillación?

Yo estaba asustado y ella equivocada. No estaba leyendo sólo autores

blancos y nunca había saltado de un barco de esclavos. Yo estaba pasmado y ella

enojada; pero ¿cómo razonar con enojo? Yo estaba en camino a un doctorado, y mi

enseñanza en este curso era apenas una escala, una forma de pagar mis culpas en

esta institución “blanca”I. Ella había tomado mi clase como un respiro en su

I N. del T. En inglés, “lily-white” . Este adjetivo puede referirse al blanco en tanto color de piel, o bien a una condición de perfección moral. En este caso, el autor probablemente utiliza la expresión en un doble sentido, para referirse a una institución “de blancos”, a la vez que dotada de cierto prestigio o renombre.

Page 146: cuadernilloingresohisto2014

camino a la facultad de medicina, la escuela de leyes de Harvard, o alguna otra

corporación “blanca”.

Yo había intitulado el curso “La experiencia negra en las Américas”.

Debería haberlo sabido: atrajo a los pocos estudiantes negros que había -más unos

pocos blancos valientes- y todos esperaban demasiado, mucho más de lo que yo

podía ofrecer. Querían una vida que ningún relato podía proveer, ni siquiera la

mejor ficción. Querían una vida que sólo ellos podían construir, aquí y ahora en los

Estados Unidos –sólo que no lo sabían: estaban demasiado implicados en la

historia en cuestión. Sin embargo, en sus ojos ya podía ver que parte de mi lección

había sido comprendida. Quería que supieran que la esclavitud no había existido

sólo en Georgia y Mississippi; que aprendieran que la conexión con África era más

compleja y tortuosa que lo que nunca hubieran imaginado; que el monopolio de los

Estados Unidos tanto sobre la negritud como sobre el racismo era en sí mismo un

argumento racista. Y ella había roto el hechizo en su camino a la escuela de leyes

de Harvard. Yo era un principiante y ella también, cada uno de nosotros batallando

con la historia que escogimos, cada uno luchando también contra un olvido que nos

fue impuesto.

Diez años después, estaba visitando otra institución con una concurrencia

menos prestigiosa y con sueños más modestos, cuando otra joven negra, de la

misma edad pero mucho más tímida, me tomó otra vez por sorpresa. “Estoy

cansada”, dijo, “de escuchar sobre esta cosa de la esclavitud. ¿No podemos

escuchar la historia de los millonarios negros?” ¿Habían cambiado tan rápido los

tiempos, o sus diferentes opiniones sobre la esclavitud reflejaban las diferencias de

clase?

Volví a recordar a la primera mujer, aferrada con tanta fuerza a aquel barco

de esclavos. Entendí mejor por qué quería saltar, aunque fuera una vez, en su

camino a la escuela de leyes de Harvard, a la Facultad de Medicina, o adonde

fuera. Como custodia del futuro de una raza encarcelada, cuyos jóvenes varones no

viven lo suficiente para tener un pasado, ella necesitaba esta narrativa de

resistencia. Nietzsche estaba equivocado: esto no era un peso extra, sino una

necesidad para el viaje, y ¿quién era yo para decir que no era mejor un pasado que

un puñado de falsos millonarios, o una medalla de St. Henry y las paredes

desmoronadas de un palacio deteriorado?

Me gustaría poder juntar los años y poner a ambas jóvenes en una misma

clase. Habríamos compartido historias que aún no están en los archivos. Habríamos

leído el cuento de Ntozake Shange acerca de una joven de color que soñaba con

Toussaint Louverture y la revolución que el mundo olvidó. Luego habríamos vuelto

a los diarios de los plantadores, a la historia econométrica y su industria de las

estadísticas, y ninguno se habría asustado de los números. Los hechos crudos no

son más aterradores que la oscuridad. Puedes jugar con ellos si estás con amigos;

sólo asustan si los lees a solas.

Todos necesitamos historias que ningún libro de historia puede contar, pero

éstas no están en las aulas –al menos no en las de historia. Están en las lecciones

que aprendemos en casa, en la poesía y los juegos de la niñez, en lo que queda de la

historia cuando cerramos los libros de historia, con sus hechos verificables. De otra

forma, ¿por qué una mujer negra, nacida y criada en el país más rico de fines del

siglo XX, tendría más miedo de hablar de la esclavitud que un plantador blanco en

el Saint-Domingue colonial, sólo días antes de que los esclavos amotinados

golpearan a su puerta?

Esta es una historia para los jóvenes negros de los Estados Unidos que aún

temen a la oscuridad. Aunque ellos no están solos, esta historia puede contarles por

qué sienten que lo están.

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Impensar una Quimera

En 1790, apenas unos pocos meses antes del comienzo de la insurrección que

sacudió a Saint-Domingue y provocó el nacimiento revolucionario del Haití

independiente, el colono francés La Barre tranquilizaba a su esposa metropolitana

sobre lo calmo de la vida en los trópicos. Escribió: “No hay ninguna actividad entre

nuestros negros (....) Ni siquiera piensan en ello. Son muy tranquilos y obedientes.

Una revuelta entre ellos es imposible”. Y de nuevo: “No tenemos nada que temer de

parte de los negros; son tranquilos y obedientes. Y otra vez: “Los negros son muy

obedientes y siempre lo van a ser. Dormimos con las puertas y ventanas abiertas de

par en par., Para los negros, la libertad es una quimera”1

El historiador Roger Dorsinville, quien cita estas palabras, observa que, unos

meses después, la más importante insurrección de esclavos registrada en la historia

había reducido a la insignificancia tan abstractos argumentos sobre la obediencia de

los negros. Yo no estoy tan seguro. Cuando la realidad no coincide con creencias

profundamente arraigadas, los seres humanos tienden a formular interpretaciones

que la fuerzan para acomodarla dentro de los límites de estas creencias. Elaboran

fórmulas para reprimir lo impensable y devolverlo al reino del discurso aceptado.

Las opiniones de La Barre no eran únicas de ningún modo. Un administrador

tranquilizaba constantemente a sus patrones en términos semejantes: “Vivo

tranquilamente en medio de ellos sin ningún temor de una revuelta, a menos que

fuere fomentada por los mismos blancos”2. A veces había dudas. Pero las

precauciones prácticas de los plantadores apuntaban a contener acciones

individuales o, en el peor de los casos, un disturbio repentino. Nadie, ni en Saint-

Domingue ni en otro lugar, ideó un plan para responder a una insurrección general.

En efecto, la afirmación de que los africanos esclavizados y sus descendientes

no se podían imaginar la libertad –y menos aún formular estrategias para conseguirla

y asegurarla- no se basaba tanto en evidencias empíricas como en una ontología, una

organización implícita del mundo y de sus habitantes. Aunque no era en absoluto

monolítica, esta cosmovisión era ampliamente compartida por los blancos de Europa

y las Américas, así como por muchos plantadores no blancos. Y si bien dejaba lugar

para variaciones, ninguna de ellas incluía la posibilidad de un levantamiento

revolucionario en las plantaciones de esclavos, mucho menos uno exitoso que

llevara a la creación de un estado independiente.

De este modo, la Revolución Haitiana entró en la historia con la característica

peculiar de ser impensable, incluso mientras ocurría. Los debates y publicaciones

oficiales de aquellos tiempos, incluyendo la larga lista de panfletos sobre Saint-

Domingue publicados en Francia desde 1790 hasta 1804, revelan la incapacidad de

la mayoría de los contemporáneos para comprender la revolución en curso en sus

propios términos3. Podían leer las noticias sólo a través de sus categorías

preconcebidas, y éstas eran incompatibles con la idea de una revolución de esclavos.

El contexto discursivo dentro del cual se discutió la noticia de Saint-

Domingue mientras sucedía, tiene importantes consecuencias para la historiografía

de Saint-Domingue/Haití. Si ciertos hechos no pueden ser aceptados ni siquiera

mientras se producen, ¿cómo pueden ser evaluados con posterioridad? En otras

palabras, ¿pueden las narrativas históricas transferir argumentos que son

impensables en el mundo en que esas narrativas se desarrollan? ¿Cómo escribir una

historia de lo imposible?

La cuestión clave no es ideológica. Los enfoques ideológicos son hoy más

habituales en el propio Haití (en las interpretaciones épicas o abiertamente políticas

de la revolución favorecidas por algunos autores haitianos) que en el manejo más

Page 148: cuadernilloingresohisto2014

riguroso de la evidencia que ofrecen los historiadores profesionales en Europa o

Norteamérica. Al menos desde la década de 1940, la producción académica

internacional sobre la Revolución Haitiana ha sido bastante sólida según los

estándares modernos de validación. La cuestión es más bien epistemológica y, por lo

tanto, metodológica en sentido amplio. Más allá de su calidad, ¿hasta qué punto la

historiografía moderna de la Revolución Haitiana -como parte de un continuo

discurso occidental sobre la esclavitud, la raza, y la colonización- ha roto sus

vínculos de hierro con el medio filosófico en que nació?

Cierta Idea de Hombre

Occidente fue creado en algún momento a principios del siglo XVI, en medio

de una ola mundial de transformaciones materiales y simbólicas. La expulsión

definitiva de los musulmanes de Europa, los llamados viajes de exploración, los

primeros desarrollos del colonialismo mercantil y la maduración del estado

absolutista, sentaron las bases para que los gobernantes y los comerciantes de la

Cristiandad Occidental conquistaran Europa y el resto del mundo. Este itinerario

histórico era político, como lo demuestran los bien conocidos nombres que evoca –

Colón, Magallanes, Carlos V, los Habsburgos- y los momentos cruciales que

marcaron su ritmo -la reconquista de Castilla y Aragón, las Leyes de Burgos, la

transmisión del poder papal de los Borgia a los Medici.

Estos acontecimientos políticos fueron paralelos al surgimiento de un nuevo

orden simbólico. La invención de América (con Waldseemüller, Vespucio y

Balboa), la simultánea invención de Europa, la división del Mediterráneo por una

línea imaginaria desde el sur de Cádiz hasta el norte de Constantinopla, la

occidentalización del Cristianismo y la invención de un pasado greco-romano para la

Europa Occidental, fueron todos parte del proceso en el cual Europa se convirtió en

Occidente4. Lo que llamamos el Renacimiento, mucho más una invención en sí

misma que un volver a nacer, marcó el comienzo de una serie de preguntas

filosóficas, a las cuales los políticos, teólogos, artistas y soldados dieron respuestas

tanto concretas como abstractas. ¿Qué es la belleza? ¿Qué es el orden? ¿Qué es el

Estado? Pero también y sobre todo: ¿Qué es el hombre?

Los filósofos que discutían esta última cuestión no podían escapar al hecho de

que la colonización ocurría mientras ellos hablaban. Los hombres (los europeos)

estaban conquistando, matando, dominando y esclavizando a otros seres que, al

menos algunos, creían igualmente humanos. El debate entre Bartolomé de Las Casas

y Juan Ginés de Sepúlveda sobre la naturaleza y destino de los indios, que tuvo lugar

en Valladolid en 1550-1551, fue sólo un momento de este permanente encuentro

entre lo simbólico y lo práctico. De allí, las grandes ambigüedades del primer Las

Casas, quien creía tanto en la colonización como en la humanidad de los indios, y

encontraba imposible conciliarlas. Pero a pesar de Las Casas y otros, el

Renacimiento no resolvió -no pudo- la cuestión de la naturaleza ontológica de los

pueblos conquistados. Como bien sabemos, el mismo Las Casas ofreció una

solución de compromiso pobre y ambigua, de la que se iba a arrepentir más tarde:

libertad para los salvajes (los indios), esclavitud para los bárbaros (los africanos). La

colonización se impuso.

El siglo XVII fue testigo de la creciente intervención de Inglaterra, Francia y

los Países Bajos en las Américas y en la trata de esclavos. El siglo XVIII siguió el

mismo camino, con un toque de perversidad: Mientras más compraban y

conquistaban a otros hombres y mujeres los comerciantes y mercenarios europeos,

más escribían y hablaban sobre el Hombre los filósofos. Visto desde fuera de

Occidente, con su extraordinario incremento de las reflexiones filosóficas y de la

Page 149: cuadernilloingresohisto2014

atención concreta a la práctica colonial, el siglo de la Ilustración fue también un

siglo de confusión. No hay una única visión de los negros –en realidad, de ningún

grupo no blanco– ni siquiera dentro de la propia población europea. Más bien, los

grupos no europeos fueron forzados a encajar en diversos esquemas filosóficos,

ideológicos y prácticos. Lo más importante para nuestros propósitos es que todos

estos esquemas reconocían grados de humanidad. Ya fuera que estas gradaciones

clasificaran a los fragmentos de la humanidad sobre bases ontológicas, éticas,

políticas, científicas, culturales o, simplemente, pragmáticas, el hecho es que todas

asumían y reafirmaban que, en última instancia, algunos seres humanos lo eran más

que otros.

Porque de hecho, en el horizonte de Occidente, al final del siglo, el Hombre

(con mayúscula) fue principalmente europeo y masculino. En este único punto

coincidían todos los que importaban. Hombres eran también, en un grado menor, las

mujeres de origen europeo, como las “citoyennes” francesas, o blancos ambiguos

como los judíos europeos. Más abajo estaban los pueblos sujetos a fuertes

estructuras estatales: los chinos, los persas, los egipcios, quienes ejercían una inusual

fascinación sobre algunos europeos, por ser al mismo tiempo más “avanzados” y, sin

embargo, potencialmente más malvados que otros Occidentales. Pensándolo bien,

sólo para una tímida minoría, el Hombre podía ser, también, el occidentalizado, el

colonizado complaciente. El beneficio de la duda no se extendía demasiado: los

seres humanos occidentalizados (o, más propiamente, “occidentalizables"), los

nativos de África y las Américas, estaban en el nivel más bajo de esta

nomenclatura.5

Las connotaciones negativas ligadas a los colores de piel que, de modo

creciente, fueron reagrupados como “negros”, se habían difundido por primera vez

en la Cristiandad durante la Baja Edad Media. Fueron reforzadas por las

extravagantes descripciones de los geógrafos y viajeros medievales. Así, la palabra

“nègre” ingresó a los diccionarios y glosarios franceses con matices negativos cada

vez más precisos, desde sus primeras apariciones en la década de 1670, hasta los

diccionarios universales que preanunciaban la Encyclopedia6. Hacia mediados del

siglo XVIII, “negro” significaba, casi universalmente, malo. Lo que había ocurrido

en el ínterin era la expansión de la esclavitud africana en América.

De hecho, la nomenclatura un tanto abstracta heredada del Renacimiento fue

reproducida, reforzada y también desafiada, por la práctica colonial y la literatura

filosófica. Es decir, la práctica colonial del siglo XVIII puso de manifiesto tanto las

certezas como las ambigüedades del orden ontológico que acompañó el ascenso de

Occidente.

La colonización proporcionó el impulso más potente para transformar el

etnocentrismo europeo en racismo científico. A principios del siglo XVIII, la

justificación ideológica de la esclavitud afroamericana descansaba cada vez más en

formulaciones explícitas del orden ontológico heredado del Renacimiento. Pero al

hacerlo, también transformó la visión del mundo del Renacimiento, trayendo sus

supuestas desigualdades a un plano mucho más cercano a las prácticas que las

confirmaban. Los negros eran inferiores y, por lo tanto, esclavos; los esclavos negros

se comportaban mal y, por lo tanto, eran inferiores. En resumidas cuentas, la práctica

de la esclavitud en las Américas reafirmaba la posición de los negros en el nivel más

bajo de la especie humana.

Con el lugar de los negros ya garantizado en la parte inferior de la

nomenclatura occidental, el racismo antinegro pronto se convirtió en el elemento

central de la ideología de los plantadores del Caribe. Hacia mediados del siglo

XVIII, los argumentos que justificaban la esclavitud en las Antillas y Norteamérica

se trasladaron a Europa, donde se combinaron con la carga racista inherente al

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pensamiento racionalista de la época. La literatura en francés es reveladora, aunque

de ninguna manera única. Buffon sostenía fervientemente un punto de vista

monogenista: los negros no eran, en su opinión, una especie diferente. Aún así, eran

lo suficientemente diferentes como para estar destinados a la esclavitud. Voltaire

discrepaba, pero sólo en parte. Los negros pertenecían a una especie diferente,

culturalmente destinada a ser esclavizada. Que el bienestar material de muchos de

estos pensadores estuviera relacionado -a menudo de manera indirecta y otras veces

muy directamente- con la explotación del trabajo esclavo africano, no puede haber

sido irrelevante para sus eruditas opiniones. Para la época de la Revolución

Americana, el racismo científico, cuyo ascenso muchos historiadores atribuyen

erróneamente al siglo XIX, ya era un rasgo del panorama ideológico de la Ilustración

a ambos lados del Atlántico7.

De este modo, la Ilustración exacerbó la ambigüedad fundamental que

dominaba el encuentro entre el discurso ontológico y la práctica colonial. A pesar de

que los filósofos reformularon algunas de las respuestas heredadas del

Renacimiento, la pregunta “¿Qué es el Hombre?” siguió tropezando con las prácticas

de dominación y de acumulación mercantil. La brecha entre la abstracción y la

práctica creció o, mejor dicho, el manejo de las contradicciones entre ambas se

volvió mucho más sofisticado, en parte porque la filosofía proveía tantas respuestas

como la misma práctica colonial. La Ilustración fue una era en la cual los traficantes

de esclavos de Nantes compraban títulos nobiliarios para codearse con los filósofos,

una era en la cual un luchador por la libertad como Thomas Jefferson podía poseer

esclavos sin sucumbir bajo el peso de sus contradicciones intelectuales y morales.

También en nombre de la libertad y la democracia, en julio de 1789, sólo

unos días antes de la toma de la Bastilla, unos pocos plantadores de Saint-Domingue

se reunieron en París para solicitar a la recientemente constituida Asamblea

Nacional que aceptara a veinte representantes del Caribe. Los plantadores habían

calculado este número a partir de la población de las islas, utilizando toscamente las

matemáticas usadas en Francia para calcular la cantidad de representantes

metropolitanos en la Asamblea. Pero sin ninguna ingenuidad, habían contado a los

esclavos negros y a la gens de couleur como parte de la población de las islas,

mientras que, desde luego, no reclamaban ningún derecho de sufragio para estos no-

blancos. El Honoré Gabriel Riquetti, Conde de Mirabeau, tomó la palabra para

denunciar las sesgadas matemáticas de los plantadores. Mirabeau dijo a la

Asamblea:

¿Las colonias van a situar a sus negros y gens de couleur en la

clase de los hombres o en la de las bestias de carga?

Si los colonos quieren que los negros y las gens de couleur

cuenten como hombres, déjenlos emanciparse primero; que todos puedan

ser electores, que todos puedan ser elegidos. Si no, les rogamos que

observen que para calcular el número de diputados respecto de la

población de Francia, no hemos tomado en cuenta ni el número de

nuestros caballos, ni el de nuestras mulas.8

Mirabeau quería que la Asamblea Nacional conciliara los principios

filosóficos explícitos en la Declaración de los Derechos del Hombre con su postura

política sobre las colonias. Pero la declaración hablaba de los “Derechos del Hombre

y del Ciudadano”, un título que denota, como nos recuerda Tzvetan Todorov, el

germen de una contradicción.9 En este caso, el ciudadano triunfó sobre el hombre –

al menos sobre el hombre no-blanco. La Asamblea Nacional concedió sólo seis

diputados a las colonias azucareras del Caribe, unos pocos más de los que les

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correspondían si sólo los blancos hubieran sido contados, pero mucho menos que si

la Asamblea hubiera reconocido plenos derechos políticos a los negros y las gens de

couleur. En las matemáticas de la realpolitik, el medio millón de esclavos de Saint-

Domingue/Haití y los pocos cientos de miles de las otras colonias valían,

aparentemente, tres diputados –que además eran blancos.

La facilidad con que la Asamblea eludió sus propias contradicciones, un eco

de los mecanismos por los cuales los esclavos negros llegaron a representar tres

quintas partes de una persona en los Estados Unidos, permeó las prácticas de la

Ilustración. Jacques Thibau duda de que los contemporáneos encontraran una

dicotomía entre la Francia de los esclavistas y la de los filósofos. “¿No era la Francia

Occidental y marítima una parte integral de la Francia de la Ilustración?10 Louis

Sala-Molins sugiere además que se debe distinguir entre la defensa de la esclavitud y

el racismo de la época: uno podía oponerse a la primera (por razones prácticas) y no

a la otra (por razones filosóficas). Voltaire, notablemente, era racista, pero a menudo

se oponía a la esclavitud en términos prácticos más que morales. Lo mismo hizo

David Hume, no porque creyera en la igualdad de los negros, sino porque, como

Adam Smith, consideraba demasiado costosa la empresa. De hecho, tanto en Francia

como en Inglaterra, la mayoría de las veces los argumentos a favor o en contra de la

esclavitud en el terreno de la política fueron expresados en términos pragmáticos, no

obstante el masivo llamamiento del abolicionismo británico y sus connotaciones

religiosas.

Sin embargo, la Ilustración produjo un cambio de perspectiva. La idea de

progreso, ahora confirmada, sugería que los hombres eran perfectibles. Por lo tanto,

los subhumanos podían ser perfectibles también, al menos en teoría. Más importante

aún, el comercio de esclavos seguía su curso y los aspectos económicos de la

esclavitud serían cada vez más cuestionados a medida que el siglo se acercaba a su

fin. La perfectibilidad se convirtió en un argumento del debate práctico: el otro

occidentalizado lucía cada vez más rentable para Occidente, sobre todo si podía

convertirse en un trabajador libre. Una memoria francesa de 1790 resumía la

cuestión: “Tal vez no es imposible civilizar al negro, traerlo hacia los principios y

hacer de él un hombre: habría más que ganar que comprándolo y vendiéndolo”

Finalmente, no deberíamos subestimar la enérgica postura anticolonialista de un

pequeño y elitista, pero ruidoso, grupo de filósofos y políticos.11

Las reservas expresadas en la metrópolis tuvieron poco impacto al interior del

Caribe o en África. De hecho, la trata de esclavos creció en los años 1789-1791,

mientras los políticos y filósofos franceses debatían con más vehemencia que nunca

sobre los derechos de la humanidad. Además, eran pocos los políticos o filósofos

que atacaban el racismo, el colonialismo y la esclavitud de un solo golpe y con igual

vehemencia. Tanto en Francia como en Inglaterra, el colonialismo, la retórica

proesclavista y el racismo se entremezclaban y reforzaban mutuamente sin nunca

confundirse del todo. Lo mismo sucedía con sus opuestos, lo cual dejaba mucho

espacio para múltiples posiciones.12

A pesar de esta multiplicidad, no había ninguna duda sobre la superioridad

occidental, sino sólo sobre su uso y efecto adecuado. Tal vez la crítica más radical al

colonialismo en la Francia de la Ilustración haya sido L’Histoire des deux Indes,

firmada por el Abbé Raynal y con el filósofo y enciclopedista Denis Diderot como

colaborador en las sombras –y, para algunos, principal responsable- en los pasajes

anti-colonialistas.13 Sin embargo, el libro nunca cuestionó por completo los

principios ontológicos detrás de la empresa colonialista, a saber, que las diferencias

entre las formas de la humanidad no eran sólo de grado sino de clase, no históricas,

sino primordiales. La polifonía del libro limitó aún más su impacto antiesclavista.14

Como señala correctamente Bonnet, L’Histoire es un libro que venera a la vez la

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visión inmóvil del buen salvaje y los beneficios de la industria y la actividad

humana.15

Detrás del radicalismo de Diderot y Raynal había, en última instancia, un

proyecto de gestión colonial, que incluía de hecho la abolición de la esclavitud, pero

sólo en el largo plazo y como parte de un proceso que apuntaba a un mejor control

de las colonias.16 El acceso al status humano no llevaba ipso facto a la

autodeterminación. En síntesis, aquí también, como en Condorcet, como en

Mirabeau, como en Jefferson, a fin de cuentas, hay grados de humanidad.

El vocabulario de la época revela esa gradación. Cuando se hablaba del

producto biológico de las relaciones sexuales entre negros y blancos, se hablaba del

“hombre de color”, como si los dos términos no fueran necesariamente juntos: la

humanidad sin marcas es blanca. El capitán de un barco de esclavos enfatizaba

abiertamente esta oposición implícita entre los “Hombres” blancos y el resto de la

especie humana. Luego de que los defensores franceses de los hombres de color

libres crearan en París la Société des Amis des Noirs, el capitán pro esclavista se

autodenominó orgullosamente “l’Ami des Hommes”. Los Amigos de los Negros no

eran necesariamente Amigos del Hombre.17 La oposición terminológica Hombre

versus Nativo (u Hombre versus Negro) tiñó la literatura europea sobre las Américas

desde 1492 hasta la Revolución Haitiana y más allá. Ni siquiera el dúo radical

Diderot-Raynal escapó a ella. Relatando una de las primeras exploraciones

españolas, escribían: “¿No era este puñado de hombres, rodeado por una

innumerable multitud de nativos,... presa de la alarma y el terror, con o sin

fundamentos?18

No tiene sentido castigar a escritores muertos hace mucho tiempo por usar las

palabras de su época o por no compartir los puntos de vista ideológicos que hoy

damos por sentados. Para evitar que acusaciones de corrección política trivialicen la

cuestión, permítaseme recalcar que no estoy sugiriendo que los hombres y mujeres

del siglo XVIII deberían haber pensado en la fundamental igualdad de la especie

humana, de la misma manera en que algunos de nosotros lo hacemos hoy. Por el

contrario, estoy sosteniendo que ellos no podían haberlo hecho. Pero también estoy

extrayendo una lección de la comprensión de esta imposibilidad histórica. La

Revolución Haitiana desafió los supuestos ontológicos y políticos de los autores más

radicales de la Ilustración. Los acontecimientos que conmocionaron a Saint-

Domingue de 1791 a 1804 constituyeron una secuencia para la cual ni siquiera la

extrema izquierda de Francia o Inglaterra tenía un marco de referencia conceptual.

Eran hechos “impensables” en el marco del pensamiento occidental.

Pierre Bourdieu define lo impensable como aquello para lo cual no poseemos

los instrumentos de conceptualización adecuados. Según el autor: “En lo impensable

de una época, se encuentra todo aquello que no se puede pensar por falta de

inclinaciones éticas o políticas que predispongan a tomarlo en cuenta o en

consideración, pero también aquello que no se puede pensar por falta de

instrumentos de pensamiento tales como problemáticas, conceptos, métodos,

técnicas.”19 Lo impensable es aquello que no se puede concebir dentro de la gama de

alternativas posibles, aquello que tergiversa todas las respuestas porque desafía los

términos bajo los cuales fueron formuladas las preguntas. En ese sentido, la

Revolución Haitiana fue impensable en su tiempo: desafiaba la estructura misma

dentro de la cual partidarios y oponentes habían analizado la raza, el colonialismo y

la esclavitud en las Américas.

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Preludio a las Noticias: El Fracaso de las Categorías

Entre los primeros envíos de esclavos de principios del siglo XVI y la

insurrección del norte de Saint-Domingue en 1791, la mayoría de los observadores

occidentales había considerado las manifestaciones de resistencia y desafío de los

esclavos con la ambivalencia característica de su visión general de la colonización y

la esclavitud. Por un lado, la resistencia y el desafío no existían, ya que reconocerlos

era reconocer la humanidad de los esclavizados.20 Por otro lado, dado que la

resistencia ocurría, era castigada muy severamente, dentro o fuera de las

plantaciones. De este modo, junto a un discurso que afirmaba la conformidad de los

esclavos, se montó una plétora de leyes, consejos y medidas, tanto legales como

ilegales, para frenar la resistencia que se negaba en teoría.

Estas dos actitudes a menudo se mezclaban en las publicaciones, los diarios y

la correspondencia de los plantadores. Como su contacto con la realidad no les

permitía negar rotundamente la resistencia, los plantadores y administradores

intentaron dotarse de algunas certezas que les dieran tranquilidad, trivializando sus

manifestaciones. La resistencia no existía como un fenómeno global. Por el

contrario, cada caso de desafío inequívoco, cada posible instancia de resistencia,

eran tratados en forma aislada, y despojados de su contenido político. El esclavo A

huyó porque era particularmente maltratado por su amo. El esclavo B desapareció

porque no era alimentado apropiadamente. La esclava X se suicidó en un arrebato

mortal. La esclava Y envenenó a su ama porque estaba celosa. El fugitivo emerge de

esta literatura –que aún tiene sus discípulos- como un animal motivado por pulsiones

biológicas o, en el mejor de los casos, como un caso patológico. El esclavo rebelde

es un negro inadaptado, un adolescente amotinado (que come tierra hasta morir), una

madre infanticida, un desviado. En la medida en que se les reconoce pecados propios

de la humanidad, se lo hace sólo como evidencia de una patología.

Visto retrospectivamente, este argumento no es muy convincente para alguien

que conoce del infinito espectro de reacciones humanas a las diferentes formas de

dominación. En el mejor de los casos, es una anémica caricatura del individualismo

metodológico. Aunque cada una de las explicaciones fuera cierta, la suma de todas

ellas diría poco de las causas y efectos de la repetición de tales casos.

De hecho, este argumento ni siquiera convencía a los propios plantadores.

Ellos se aferraban a él porque era el único esquema que les permitía no encarar la

cuestión como un fenómeno masivo. Esta última interpretación era inconcebible, ya

que la tendencia a proclamar su propia normalidad es inherente a cualquier sistema

de dominación. Reconocer la resistencia como un fenómeno masivo es reconocer la

posibilidad de que algo está mal en el sistema. Los plantadores del Caribe, al igual

que sus homólogos en Brasil y los Estados Unidos, rechazaban sistemáticamente esa

concesión ideológica, y sus argumentos en defensa de la esclavitud fueron centrales

para el desarrollo del racismo científico.

Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, la sucesión de revueltas en las

plantaciones y, especialmente, la consolidación de grandes colonias de fugitivos en

Jamaica y en las Guayanas, con quienes los gobiernos coloniales tenían que

negociar, socavaban gradualmente la imagen de sumisión y el argumento

complementario de la inadaptación patológica. Por mucho que algunos observadores

quisieran ver en estas huidas masivas un signo de la fuerza que la naturaleza ejercía

sobre el animal-esclavo, la posibilidad de la resistencia de masas penetró en el

discurso occidental.

Esta penetración, sin embargo, fue limitada. Cuando Louis-Sébastien Mercier

anunció la llegada de un vengador del Nuevo Mundo en 1771, lo hizo en una novela

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de predicción, en una utopía.21 El objetivo era advertir a los europeos de las

fatalidades que les esperaban si no cambiaban sus modos. De manera similar,

cuando el dúo Raynal-Diderot hablaba de un Espartaco negro, no estaba prediciendo

claramente a un personaje al estilo de Louverture, como algunos querrían ver en

retrospectiva.22 En las páginas de la Histoire des deux Indes en que aparece ese

pasaje, la amenaza de un Espartaco negro es expresada como una advertencia. No se

refiere a Saint-Domingue, sino a Jamaica y a Guyana, donde “hay establecidas dos

colonias de negros fugitivos... Estos relámpagos anuncian el trueno, y a los negros

sólo les falta un jefe lo suficientemente valeroso como para guiarlos hacia la

venganza y la masacre. ¿Dónde está él, este gran hombre a quien la naturaleza le

debe quizás el honor de la especie humana? ¿Dónde está este nuevo Espartaco? ...”23

En esta versión del famoso fragmento, modificado en sucesivas ediciones de

la Histoire, la postura más radical es la referencia inequívoca a una única especie

humana. Pero al igual que en Las Casas, en Buffon o en la izquierda de la Asamblea

Nacional, las conclusiones prácticas de lo que parece una filosofía revolucionaria

son ambiguas. La evocación de una rebelión de esclavos, tanto en Diderot-Raynal

como en las otras pocas ocasiones en que aparece por escrito, funcionaba

principalmente como un dispositivo retórico. La posibilidad concreta de que una

rebelión tal prosperara hacia una revolución y un estado negro moderno seguía

siendo parte de lo impensable.

En efecto, el llamamiento político –si lo hubo- es confuso. Por empezar, los

interlocutores de Diderot no son las masas esclavizadas, ni siquiera el Espartaco que

podría o no surgir en un futuro incierto. Diderot es aquí la voz del Occidente

ilustrado, advirtiendo al Occidente colonialista.24

Segundo, y más importante, “la esclavitud” era en aquel tiempo una metáfora

fácil, accesible a un gran público que sabía que esa palabra representaba diversos

males, excepto, quizás, la esclavitud misma. La esclavitud, en el lenguaje de los

filósofos, podía significar todo lo negativo del dominio europeo, tanto en Europa

como en otras partes. Por ejemplo, el mismo Diderot aplaudía a los revolucionarios

de los Estados Unidos por haber “quemado sus cadenas”, por haber “rechazado la

esclavitud”. No importaba que algunos de ellos poseyeran esclavos. La Marseillaise

también era un grito contra la “esclavitud”.25 Los mulatos del Caribe, dueños de

esclavos, le decían a la Asamblea Nacional que su status como hombres libres de

segunda clase era equivalente a la esclavitud26. Este uso metafórico permeaba el

discurso de diversas disciplinas nacientes, desde la filosofía a la economía política,

hasta Marx y más allá. Las referencias a la resistencia esclava deben, por lo tanto,

observarse a la luz de estos clichés retóricos. Si hoy podemos leer las sucesivas

"Declaraciones de los Derechos del Hombre" o el Bill of Rights de los Estados

Unidos, como si incluyeran naturalmente a todos los seres humanos, está lejos de ser

cierto que esta lectura revisionista fuera la interpretación preferida por los

"hombres" de 1789 y 1791.27

Tercero, tanto aquí como en los pocos textos que hablan claramente del

derecho a la insurrección, la posibilidad de una rebelión exitosa de los esclavos u

otros pueblos colonizados se encuentra en un futuro muy distante, es todavía un

fantasma de lo que podría pasar si el sistema permaneciera inalterado.28 Esto

implica, por supuesto, que las mejoras dentro del sistema o desde el sistema, podían

evitar la masacre -sin duda, un resultado no deseado por los filósofos.

Cuarto y último, esta fue una era de cambio y contradicciones. Pocos

pensadores sostenían una política acorde a su filosofía. La acción radical sobre la

cuestión de la esclavitud provino a menudo de rincones insospechados,

particularmente de Inglaterra o los Estados Unidos.29 Luego de analizar las

contradicciones de la Histoire, Michèle Duchet concluye que el libro es

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políticamente reformista y filosóficamente revolucionario. Pero incluso la

revolución filosófica no es tan nítida como aparece en principio, y Duchet admite en

otro momento que, para Raynal, civilizar es colonizar.30

Las contradicciones abundaban al interior de la filosofía, de la política y entre

ambas, incluso en la izquierda radical. Se ven claramente en las tácticas del grupo de

presión en favor de los mulatos, la Société des Amis des Noirs. El punto de partida

filosófico de la Société era, desde luego, la plena igualdad de la humanidad: algunos

de sus miembros fundadores participaron en la redacción de la Declaración de los

Derechos del Hombre. Pero también aquí había grados de humanidad. La única

campaña importante de los autoproclamados Amigos de los Negros fue su esfuerzo

para garantizar los derechos civiles y políticos de los propietarios mulatos libres.

Este énfasis no era simplemente una maniobra táctica. Muchos miembros de la

izquierda de la Asamblea fueron mucho más allá de lo necesario para enfatizar que

no valía la pena defender a todos los negros por igual. El 11 de diciembre de 1791,

Grégoire, por ejemplo, denunció el peligro de sugerir derechos políticos para los

esclavos negros. “Dar derechos políticos a hombres que no conocen sus deberes,

sería tal vez como poner una espada en las manos de un loco”31

Las contradicciones no fueron menos evidentes en otros casos. Bajo un

seudónimo que evocaba tanto el judaísmo como la negritud, Condorcet mostraba

todos los males de la esclavitud, pero luego llamaba a una abolición gradual.32 El

abolicionista Diderot saludaba a la Revolución Norteamericana, que había

conservado la esclavitud. Jean Pierre Brissot pedía a su amigo Jefferson, cuya

postura sobre la esclavitud no era cuestionada en Francia, que se uniera a los Amis

des Noirs!33 Aparte de Marat y –en mucho menor medida- Robespierre, pocos de los

revolucionarios franceses más destacados reconocían el derecho de los franceses

blancos de sublevarse contra el colonialismo, el mismo derecho cuya aplicación

admiraban en la Norteamérica británica.

En resumen, a pesar de los debates filosóficos y del ascenso del

abolicionismo, la Revolución Haitiana era impensable en Occidente, no sólo porque

desafiaba a la esclavitud y al racismo, sino también por la forma en que lo hizo.

Cuando la insurrección estalló por primera vez en el norte de Saint-Domingue,

varios escritores radicales en Europa y muy pocos en las Américas habían estado

dispuestos a reconocer, con variadas reservas –tanto prácticas como filosóficas-, la

humanidad de los esclavizados. Casi ninguno infirió de este reconocimiento la

necesidad de abolir inmediatamente la esclavitud. De modo similar, un puñado de

escritores había evocado intermitentemente y, muy a menudo, metafóricamente, la

posibilidad de una resistencia de masas entre los esclavos. Casi ninguno había

admitido realmente que los esclavos podrían –dejemos de lado si deberían-

revelarse34. Louis Sala-Molins afirma que la esclavitud era la prueba de fuego para

la Ilustración. Podemos dar un paso más y decir que la Revolución Haitiana fue la

prueba de fuego para las pretensiones universalistas tanto de la revolución francesa

como de la norteamericana. Y ambas fracasaron. En 1791, no hay ningún debate

público registrado en Francia, en Inglaterra o en los Estados Unidos, sobre el

derecho de los esclavos negros a la autodeterminación, ni sobre el derecho de

alcanzarla por medio de la resistencia armada.

La revolución no sólo fue impensable y, por tanto, inesperada en Occidente,

fue también -en gran medida- no dicha entre los propios esclavos. Con esto quiero

decir que la Revolución no fue precedida, ni siquiera acompañada, por un discurso

intelectual explícito.35 Una razón es que la mayoría de los esclavos eran analfabetos

y la palabra impresa no era un medio de propaganda realista en el contexto de una

colonia de esclavos. Pero otra razón es que las reivindicaciones de la revolución eran

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demasiado radicales para ser formuladas antes de los hechos. Sólo la práctica

triunfante podía afirmarlas a posteriori. En ese sentido, la revolución estaba en los

límites de lo pensable, incluso en Saint-Domingue, incluso entre los esclavos, e

incluso entre sus propios líderes.

Es necesario recordar que los principios centrales de la filosofía política que

se volvieron explícitos en Saint-Domingue/Haití entre 1791 y 1804 no fueron

aceptados por la opinión pública mundial hasta después de la Segunda Guerra

Mundial. Cuando estalló la Revolución Haitiana, sólo el cinco por ciento de una

población mundial estimada en 800 millones, habría sido considerada “libre” según

los estándares modernos. La campaña británica en favor de la abolición de la trata

de esclavos estaba en su infancia; la abolición de la esclavitud estaba todavía más

lejos. Los alegatos acerca de la unicidad fundamental de la especie humana, sobre la

irrelevancia ética de las categorías raciales o la situación geográfica para lo que

respecta a la forma de gobierno y, por cierto, sobre el derecho de todos los pueblos a

la autodeterminación, iban en contra del sentido común en el mundo atlántico y más

allá. En Saint-Domingue, sólo se pudieron manifestar a través de la práctica.

Necesariamente, la Revolución Haitiana tuvo que pensarse a sí misma, política y

filosóficamente, a medida que ocurría. Su proyecto, cada vez más radicalizado a lo

largo de trece años de combates, se reveló en sucesivas conmociones. A lo largo de

cada una de sus imprevistas fases, el discurso quedó siempre a la zaga de la práctica.

La Revolución Haitiana se expresó principalmente a través de sus acciones, y

a través de su práctica política desafió a la filosofía y al colonialismo de Occidente.

Aunque produjo unos pocos textos cuyo significado filosófico es explícito -desde la

declaración de Camp Turel de Louverture al Acta de la Independencia de Haití y la

Constitución de 1805-, su novedad intelectual e ideológica aparecía más claramente

con todos y cada uno de los umbrales políticos que cruzaba: de la insurrección de

masas (1791) al derrumbamiento del aparato colonial (1793), de la libertad general

(1794) a la conquista del aparato estatal (1797-98), del control de ese estado por

Louverture (1801) a la proclamación de la independencia haitiana con Dessalines

(1804). Cada uno de estos pasos –que condujeron a y culminaron con la emergencia

de un moderno "estado negro", todavía impensable en gran medida hasta el siglo

XX- profundizaba el desafío al orden ontológico de Occidente y al orden global del

colonialismo.

Esto también significaba que los revolucionarios haitianos no estaban tan

condicionados por límites ideológicos previamente establecidos por intelectuales

profesionales de la colonia o de otras partes; que podían abrir nuevos caminos –y, de

hecho, lo hicieron reiteradamente. Pero significaba además que el debate filosófico y

político en Occidente, cuando se daba, sólo podía ser reactivo. Lidiaba con lo

imposible sólo después de que lo imposible era ya un hecho; y aún entonces, los

hechos no eran siempre aceptados como tales.

Lidiando con lo impensable: Los fracasos de la narración.

Cuando las noticias del masivo levantamiento de agosto de 1791 golpearon a

Francia por primera vez, la reacción más común entre las partes interesadas fue la

incredulidad: los hechos eran demasiado inverosímiles; las noticias tenían que ser

falsas. Sólo los más ruidosos representantes del partido de los plantadores las

tomaron en serio, en parte porque fueron los primeros en ser informados a través de

sus contactos británicos, y en parte porque eran quienes más tenían que perder si de

hecho la noticia era confirmada. Otros, incluidos los plantadores de color que

estaban en ese momento en Francia y la mayoría del ala izquierda de la Asamblea

Nacional, simplemente no podían conciliar su percepción de los negros con la idea

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de una rebelión negra a gran escala.36 En un apasionado discurso dirigido a la

Asamblea Nacional el 30 de octubre de 1791, el delegado Jean-Pierre Brissot,

miembro fundador de los Amis des Noirs y anticolonialista moderado, resumió las

razones por las cuales las noticias tenían que ser falsas: a) cualquiera que conociera a

los negros tenía que darse cuenta de que era sencillamente imposible que cincuenta

mil de ellos se reunieran tan rápido y actuaran de común acuerdo; b) los esclavos no

podían concebir la rebelión por sí mismos, y los mulatos y blancos no eran tan

insensatos como para incitarlos a la violencia a gran escala; c) aún si los esclavos se

hubieran rebelado en cantidades tan enormes, las tropas francesas, que eran

superiores, los habrían derrotado. Brissot continuó:

¿Qué son 50.000 hombres mal armados, indisciplinados y

habituados a temer cuando se enfrentan con 1.800 franceses

acostumbrados a la ser temidos? ¡Qué! ¿En 1751, Dupleix y unos pocos

cientos de franceses pudieron romper el sitio de Pondichéri y vencer a un

ejército bien equipado de 100.000 indios, y M. de Blanchelande, con

tropas francesas y cañones, debería temer a una tropa muy inferior de

negros apenas armados?37

Con semejantes afirmaciones de un “Amigo”, la revolución no necesitaba

enemigos. Sin embargo, esa era la opinión mayoritaria en la Asamblea, desde la

izquierda hasta la centro-derecha, hasta que la noticia se confirmó fuera de toda

duda. Esta confirmación no modificó los puntos de vista dominantes. Cuando las

noticias detalladas llegaron a Francia, muchos observadores estaban atemorizados no

por la revuelta en sí, sino por el hecho de que los colonos habían apelado a los

ingleses.38 Un serio peligro a largo plazo de parte de los negros era todavía

impensable. Sin embargo, lentamente, la envergadura de la sublevación fue

asimilada. Pero incluso entonces, como sucedió previamente en Jamaica, Cuba y los

Estados Unidos, también en Francia y en Saint-Domingue los plantadores,

administradores, políticos o ideólogos encontraron explicaciones que hicieron

encajar a la rebelión dentro de su visión del mundo, insertando los hechos en el

orden apropiado del discurso. Dado que los negros no podían haber generado una

empresa de tal magnitud, la insurrección se convirtió en una repercusión

desafortunada de los errores de cálculo de los plantadores. No aspiraba a un cambio

revolucionario, dadas sus influencias monárquicas. No era apoyada por la mayoría

de la población esclava. Se debía a agitadores foráneos. Era la consecuencia

inesperada de varias conspiraciones que contaban con la connivencia de no esclavos.

Cada parte eligió a su enemigo preferido como el conspirador más probable detrás

del levantamiento esclavo. Conspiradores monárquicos, británicos, mulatos o

republicanos fueron vistos o escuchados en todas partes por testigos dudosos e

interesados. Los colonialistas conservadores y los republicanos antiesclavistas se

acusaban mutuamente de ser los cerebros detrás de la revuelta. Estas conclusiones

provenían de escritos que, posiblemente, no habrían podido alcanzar ni conmover a

los esclavos de Saint-Domingue, aún si hubieran sabido leer. En un discurso

revelador, el diputado Blangilly instó a sus colegas a considerar la posibilidad de

que la rebelión se debiera, al menos en parte, al natural deseo de libertad de los

esclavos –una posibilidad que la mayoría rechazó entonces y con posterioridad.

Blangilly procedió entonces a proponer la que era, en su opinión, la conclusión más

lógica: una ley para el mejoramiento de las condiciones de esclavitud.39 Aunque

legítimo, el deseo natural de libertad de los esclavos no podía satisfacerse sin

amenazar los intereses franceses.

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Al menos por trece años, la opinión pública occidental continuó con este

juego de escondidas respecto de las noticias que llegaban de Saint-Domingue. Con

cada nuevo umbral traspasado, el discurso acomodaba algunos de los datos

irrefutables, cuestionaba otros y proporcionaba explicaciones tranquilizadoras para

conformar un nuevo paquete. Para la primavera de 1792, por ejemplo, ni el más

distante observador podía ya negar el alcance de la rebelión, el extraordinario

número de esclavos y de plantaciones involucrados, la magnitud de las pérdidas

materiales de los colonos. Pero entonces, muchos, incluso en Saint-Domingue,

sostenían que el desastre era transitorio, que todo retornaría al orden. Así, un testigo

presencial comentaba: “Si los blancos y los mulatos libres supieran lo que es bueno

para ellos y permanecieran fuertemente unidos, es muy posible que las cosas

vuelvan a la normalidad, considerando el ascendiente que el blanco ha tenido

siempre sobre los negros”.40 Nótese la duda (el testigo está tentado de creerle a sus

ojos); pero nótese también que la nomenclatura no ha cambiado. La visión del

mundo se impone sobre los hechos: la hegemonía blanca es natural y se da por

supuesta; cualquier alternativa permanece aún en la esfera de lo impensable. Pero

este pasaje fue escrito en Diciembre de 1792. En ese momento, tras el caos político y

las muchas batallas entre diversas facciones armadas, Toussaint Louverture y sus

seguidores más cercanos estaban forjando la vanguardia que empujaría a la

revolución hasta el punto de no retorno. En efecto, seis meses más tarde, el

comisario civil Léger Félicité Sonthonax fue forzado a declarar libres a todos los

esclavos dispuestos a luchar bajo la bandera republicana francesa. Unas pocas

semanas después de la proclama de Sonthonax, en agosto de 1793, Toussaint

Louverture subió la apuesta con su proclama de Camp Turel: libertad inmediata e

incondicional, e igualdad para todos.

Para entonces, las viejas teorías conspirativas deberían haberse vuelto

irrelevantes. Claramente, el partido de Louverture no estaba dispuesto a aceptar

órdenes de colonos, jacobinos franceses o agentes de potencias extranjeras. Lo que

estaba ocurriendo en Saint-Domingue era, según todas las definiciones, la más

importante rebelión de esclavos jamás vista y había desarrollado su propia dinámica.

Sorpresivamente, las teorías conspirativas sobrevivieron lo suficiente como para

justificar los juicios de unos pocos franceses acusados de haber fomentado o

ayudado a la rebelión, desde Blanchelande, el viejo Gobernador monárquico de

1791, hasta el Gobernador republicano Lavaux y Félicité Sonthonax, el jacobino.41

A medida que crecía el poder de Louverture, todos los otros partidos luchaban

para convencerse a sí mismos y a sus pares de que los logros de la dirigencia negra

beneficiarían, en última instancia, a alguien más. La nueva elite negra tenía que ser,

voluntariamente o no, el peón de una "importante" potencia internacional. De otro

modo, la colonia se desmoronaría y un legítimo estado internacional recogería los

pedazos. Las teorías que sólo preveían el caos bajo el liderazgo negro, continuaron

aún después de que Louverture y sus lugartenientes afianzaron totalmente el aparato

militar, político y civil de la colonia. Si algunos gobiernos extranjeros –

notablemente, los Estados Unidos- estaban dispuestos a mantener una colaboración

moderada con el régimen de Louverture, era en parte porque “sabían” que un estado

independiente encabezado por ex esclavos era un imposible. Puede que Toussaint

mismo no haya creído en la posibilidad de la independencia mientras, en la práctica,

estaba gobernando Saint-Domingue como si fuera independiente.

Tanto en Saint-Domingue, como en Norteamérica y Europa, la opinión corría

constantemente detrás de los hechos. Las predicciones, cuando se hacían, se

revelaban inútiles. Una vez que se puso en marcha la expedición francesa de

reconquista en 1802, los expertos se convencieron fácilmente de que Francia ganaría

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la guerra. En Inglaterra, el Cobbet Political Register dudaba de que Toussaint

opusiera siquiera resistencia. Era probable que huyera del país.42 El mismo Leclerc,

comandante de las fuerzas francesas, predijo a principios de febrero que la guerra

acabaría en dos semanas. Se equivocó por dos años. Sin embargo, los plantadores de

Saint-Domingue parecían compartir su optimismo. Leclerc reportó al Ministerio de

Marina que los residentes franceses ya estaban saboreando la victoria. Los

periódicos de Europa, Norteamérica y América Latina traducían y hacían

comentarios sobre estos partes: la restauración estaba cerca.

Hacia mediados de 1802, la debacle del ejército de Louverture parecía

confirmar esa profecía. El rechazo de la tregua por una minoría significativa de los

rebeldes armados -entre quienes estaba Sans Souci- y la reanudación a gran escala

de las operaciones militares, cuando la guerra dentro de la guerra obligó al alto

mando colonial a unirse a la revolución en el otoño de 1802, no modificaron

demasiado las visiones dominantes. A pesar de la alianza entre las fuerzas de

Dessalines, Pétion y Christoph y de las reiteradas victorias del nuevo ejército

revolucionario, pocos fuera de Saint-Domingue podían prever el resultado de esta

rebelión negra. Aún en el otoño de 1803, una victoria completa de los antiguos

esclavos y la creación de un estado independiente era todavía impensable en Europa

y Norteamérica. Sólo mucho después de la declaración de independencia de 1804, el

hecho consumado sería aceptado de mala gana.

De mala gana, por cierto. El reconocimiento internacional de la

independencia haitiana fue todavía más difícil de conseguir que la victoria militar

sobre las fuerzas de Napoleón. Llevó más tiempo y más recursos, más de medio

siglo de luchas diplomáticas. Francia impuso una pesada indemnización al estado

haitiano a cambio de reconocer formalmente su propia derrota. Los Estados Unidos

y el Vaticano, notablemente, reconocieron la independencia de Haití recién en la

segunda mitad del siglo XIX.

El rechazo diplomático fue sólo un síntoma de una negación subyacente. Los

propios hechos de la revolución eran incompatibles con principios fundamentales de

las ideologías dominantes en Occidente, y siguieron siéndolo al menos hasta el

primer cuarto del siglo XX. Entre la independencia haitiana y la Primera Guerra

Mundial, a pesar de las sucesivas aboliciones de la esclavitud, las escalas con que la

mayoría de los europeos y americanos clasificaban a la humanidad, sufrieron pocos

cambios. De hecho, algunas opiniones empeoraron.43 El siglo XIX fue, en muchos

sentidos, un siglo de retroceso respecto de algunos de los debates de la Ilustración.

El racismo científico, un tópico en crecimiento aunque muy discutido del

pensamiento ilustrado, consiguió una audiencia mucho más amplia, legitimando aún

más la nomenclatura ontológica heredada del Renacimiento. El reparto de Asia y,

sobre todo, de África, reforzó tanto la práctica como la ideología colonial. Así, en la

mayoría de los países, salvo Haití, más de un siglo después de que ocurriera, la

revolución era todavía, en gran parte, una historia impensable.

Supresión y trivialización: Los Silencios en la Historia Mundial

Hasta el momento he desarrollado dos puntos centrales. Primero, antes de que

ocurriera, la cadena de eventos que constituye la Revolución Haitiana era

impensable. Segundo, a medida que ésta se desarrollaba, muchos participantes y

observadores acomodaban sistemáticamente los acontecimientos para que encajaran

en su universo de posibilidades. Es decir, se los hacía entrar en narrativas que

tuvieran sentido para la mayoría de los observadores y lectores occidentales. Ahora

demostraré cómo la revolución, pensada imposible por sus contemporáneos, ha sido

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silenciada también por los historiadores. Lo asombroso de esta historia es hasta qué

punto los historiadores han tratado los acontecimientos en Saint-Domingue de forma

muy similar a las reacciones de sus contemporáneos occidentales. Es decir, las

narrativas que construyeron los historiadores en torno a estos hechos son

notablemente similares a las producidas por los individuos que pensaban que tal

revolución era imposible.

El tratamiento de la Revolución Haitiana en la historia escrita fuera de Haití

revela dos familias de tropos que son idénticos, en términos formales (retóricos), a

figuras del discurso de fines del siglo XVIII. El primer tipo de tropos son fórmulas

que tienden a borrar directamente el hecho de una revolución. Yo les llamo, para

abreviar, fórmulas de supresión. La segunda clase tiende a vaciar de su contenido

revolucionario a ciertos eventos, de forma tal que toda la cadena de hechos, roída

desde todos lados, se trivializa. Es lo que llamo fórmulas de banalización. La

primera forma caracteriza principalmente a los generalistas y los divulgadores –

autores de libros de texto, por ejemplo. La segunda es la fórmula preferida de los

especialistas. El primer tipo nos recuerda el silencio general sobre la resistencia en la

Europa y la Norteamérica del siglo XVIII. El segundo nos recuerda las explicaciones

de los especialistas de la época, los capataces y administradores de Saint-Domingue

o los políticos de París. Ambas son fórmulas de silencio.

La literatura sobre la esclavitud en las Américas y sobre el Holocausto sugiere

que puede haber similitudes estructurales en los silenciamientos generales o, como

mínimo, que la supresión y la banalización no son exclusivas de la Revolución

Haitiana. En el plano general, algunas narrativas anulan lo que sucedió a través de la

supresión directa de los hechos o de su relevancia. “Eso” no sucedió realmente; no

era tan malo, o tan importante. Los desafíos frontales al hecho del Holocausto o a la

relevancia de la esclavitud afroamericana pertenecen a este tipo: Los alemanes no

construyeron realmente cámaras de gas; la esclavitud no sólo le sucedió a los negros.

En un plano aparentemente diferente, otras narrativas endulzan el horror o banalizan

la singularidad de una situación concentrándose en los detalles: cada tren a

Auschwitz puede ser explicado en sus propios términos; algunos esclavos de los

Estados Unidos estaban mejor alimentados que los trabajadores británicos; algunos

judíos sobrevivieron. El efecto conjunto de estas dos clases de fórmulas resulta en

un poderoso silenciamiento: todo lo que no ha sido anulado en el plano de la

generalidad, sucumbe en la irrelevancia acumulada de un montón de detalles.

Definitivamente, es este el caso de la Revolución Haitiana.44

El silencio general que la historiografía occidental produjo alrededor de la

Revolución Haitiana fue originalmente resultado de la incapacidad para expresar lo

impensable. Pero irónicamente, fue reforzado por la importancia de la revolución

para sus contemporáneos y la generación inmediatamente posterior. Desde 1791-

1804 hasta mediados del siglo XIX, muchos europeos y norteamericanos vieron esa

revolución como una prueba de fuego para la raza negra o, al menos, para las

capacidades de todos los afroamericanos. También lo fue para los haitianos, como lo

demuestran claramente los pronunciamientos de Vastey sobre Sans Souci.45 Los

fuertes y palacios de Christophe, la eficiencia militar de los ex esclavos, el impacto

de la fiebre amarilla sobre las tropas francesas y el peso relativo de factores externos

en la dinámica revolucionaria tuvieron gran peso en estos debates. Pero si la

revolución fue significativa para los haitianos –y especialmente para las elites

emergentes que se autoproclamaban sus herederas- para la mayoría de los

extranjeros fue fundamentalmente un hecho fortuito dentro de una cuestión mayor.

Así, apologistas y detractores por igual, abolicionistas y racistas declarados,

intelectuales liberales, economistas y propietarios de esclavos, utilizaron los

acontecimientos de Saint-Domingue para sentar sus posiciones, sin considerar la

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historia de Haití como tal. Haití les importaba a todos, pero sólo como un pretexto

para hablar de algo más.46

Al cabo del tiempo, el propio destino de Haití reforzó el silenciamiento de la

revolución. Condenado al ostracismo durante la mayor parte del siglo XIX, el país se

deterioró tanto económica como políticamente –en parte como resultado de este

ostracismo.47 A medida que Haití declinaba, la realidad de la revolución parecía cada

vez más distante, un hecho inverosímil que tuvo lugar en un pasado difícil y para el

cual nadie tenía una explicación racional. La revolución que era impensable se

convirtió en un no-acontecimiento.

Finalmente, el silenciamiento de la Revolución Haitiana también se

corresponde con la relegación a un segundo plano de la historia de los tres temas a

los cuales estaba ligada: el racismo, la esclavitud y el colonialismo. A pesar de su

importancia en la formación de lo que hoy llamamos Occidente, a pesar de los

súbitos arrebatos de interés, como en los Estados Unidos a mediados de los ’70,

ninguno de estos temas ha sido nunca una preocupación central de la tradición

historiográfica de los países occidentales. De hecho, cada uno de estos temas

experimentó reiterados períodos de silencio, de diferente duración e intensidad, en

España, Francia, Gran Bretaña, Portugal, los Países Bajos y los Estados Unidos.

Cuanto menos parecen importar el colonialismo y el racismo en la historia mundial,

menos importante es la Revolución Haitiana.

Por lo tanto, no sorprende que mientras las historiografías occidentales siguen

profundamente guiadas por intereses nacionales –si bien no siempre nacionalistas-,

el silenciamiento de Saint-Domingue/Haití se perpetúa en textos históricos

considerados como modelos del género. El silencio es reproducido también en

manuales y obras populares que son la principal fuente de acceso a la historia

mundial para las masas letradas de Europa, las Américas y amplias porciones del

Tercer Mundo. Este corpus ha enseñado a generaciones de lectores que el período

que va de 1776 a 1843 puede llamarse correctamente “La Era de las Revoluciones”.

Al mismo tiempo, este corpus ha permanecido mudo respecto de la revolución

política más radical de esa era.

En los Estados Unidos, por ejemplo, con las notables excepciones de Henry

Adams y W.E.B. Du Bois, hasta la década de 1970 pocos autores reconocidos

concedieron alguna importancia a la Revolución Haitiana en sus en sus escritos

históricos. Muy pocos libros de texto la mencionaron siquiera. Cuando lo hicieron,

la transformaron en una "revuelta", una "rebelión". El silencio actual de la mayoría

de los manuales de América Latina es aún más trágico. Asimismo, los historiadores

de Polonia han prestado poca atención a los cinco mil polacos involucrados en las

campañas de Saint-Domingue. El silencio persiste también en Inglaterra, a pesar del

hecho de que los británicos perdieron arriba de sesenta mil hombres en ocho años,

en una campaña contra Francia en el Caribe, en la cual Saint-Domingue era el

premio más codiciado. La Revolución Haitiana aparece oblicuamente como parte de

la historia de la medicina. El vencedor es la enfermedad, no los haitianos. El

Penguin Dictionary of Modern History, una enciclopedia de bolsillo de circulación

masiva que abarca el período de 1789 a 1945, no tiene ni a Saint-Domingue ni a

Haití entre sus entradas. Asimismo, el historiador Eric Hobsbawm, uno de los

mejores analistas de esta era, logró escribir un libro titulado The Age of Revolutions,

1789-1843, en el cual la Revolución Haitiana apenas aparece. El hecho de que

Hobsbawm y los editores del Dictionary se ubicarían probablemente en posiciones

muy distintas dentro del espectro político inglés es un indicio de que los silencios

históricos no sólo reproducen las posiciones políticas manifiestas de los

historiadores. Lo que observamos aquí es el poder del archivo en su máxima

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expresión, el poder de definir lo que es y lo que no es un objeto serio de

investigación y, por tanto, de mención.48

El rol secundario de la ideología consciente y el poder de la corporación de

historiadores para decidir qué es relevante se vuelven evidentes cuando

consideramos el caso de Francia. Francia era el país occidental más directamente

involucrado en la Revolución Haitiana. Francia peleó duro para conservar Saint-

Domingue y pagó un precio muy alto por ello. Napoleón perdió diecinueve

generales franceses en Saint-Domingue, incluido su cuñado. Francia perdió más

hombres en Saint-Domingue que en Waterloo –al igual que Inglaterra.49 Y aunque

Francia se recuperó económicamente de la pérdida de Saint-Domingue, había

entregado de hecho el control de su colonia más valiosa a un ejército negro, y esa

pérdida puso fin al sueño de un Imperio Francés en la América continental. La

Revolución Haitiana provocó la venta de la Luisiana. Sería esperable que tales

“hechos”, ninguno de los cuales es controvertido, generaran una larga cadena de

menciones, aunque fueran negativas. Sin embargo, un examen de la historiografía

francesa revela múltiples capas de silencios.

El silenciamiento comienza con la propia Francia revolucionaria y está ligado

a un silenciamiento más general del colonialismo francés. Aunque hacia la década

de 1780 Francia estaba menos involucrada que Gran Bretaña en la trata de esclavos,

tanto la esclavitud como el colonialismo fueron cruciales para la economía francesa

en la segunda mitad del siglo XVIII.50 Los historiadores debaten sólo el alcance –

más que el hecho- de la dependencia de Francia respecto de sus territorios esclavos

del Caribe. Todos coinciden en que Saint-Domingue era, al momento de su

revolución, la colonia más valiosa del mundo occidental y la posesión más

importante de Francia.51 Muchos contemporáneos habrían estado de acuerdo. Cada

vez que la cuestión colonial era evocada, por ejemplo en las asambleas, se confundía

casi siempre con la esclavitud afroamericana y ambas eran presentadas –más a

menudo, pero no únicamente, por los colonos- como un asunto de vital importancia

para el futuro de Francia.52

Aún dejando lugar, como deberíamos, a la hipérbole retórica, el hecho de que

tal retórica pudiese desplegarse es en sí mismo revelador. Pero entonces

descubrimos una paradoja. Cada vez que las asambleas revolucionarias, los

polemistas, periodistas y políticos que ayudaban a decidir el destino de Francia entre

el estallido de la Revolución Francesa y la independencia de Haití evocaban el

racismo, la esclavitud y el colonialismo, presentaban explícitamente estos temas

como algunas de las cuestiones más importantes que enfrentaba Francia, ya sea en el

terreno moral o económico. Sin embargo, la cantidad de veces que debatieron esos

mismos temas fue sorprendentemente limitada. Considerando tanto el peso de las

colonias en la vida económica francesa, como la vehemencia de la retórica

empleada, el debate público fue de corto alcance. El número de individuos

involucrados, el hecho de que muchos provenían de las elites, la cantidad limitada de

tiempo que la mayoría de los participantes dedicaba a estos asuntos, no reflejan el

lugar central del colonialismo en la existencia objetiva de Francia. Por cierto, no

reflejan ni el alegato de los colonos, ni el de los Amis des Noirs, de que estaba en

juego el futuro económico del país o el presente moral de la nación. Las

investigaciones recientes, incluyendo dos importantes libros de Yves Benot sobre el

colonialismo y la Revolución Francesa, todavía no han desafiado la vieja afirmación

de Daniel Resnick de que la esclavitud era, incluso para los libertarios franceses, “un

asunto menor”53

Con todo, la Francia revolucionaria dejó una estela de registros sobre estas

temáticas. El manejo de las colonias y las comunicaciones tanto públicas como

privadas entre Francia y las Américas también dejaron su huella en el papel. En

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resumen, la inaccesibilidad de las fuentes es sólo relativa. No puede explicar la

enorme indiferencia que la historiografía francesa muestra hacia la cuestión colonial

y, por extensión, hacia la Revolución Haitiana. De hecho, los historiadores franceses

siguen desatendiendo la cuestión colonial, la esclavitud, la resistencia y el racismo

más de lo que lo hicieron las asambleas revolucionarias. La mayoría de los

historiadores ignoraron o simplemente omitieron cualquier registro que hubiera.

Unos pocos se tomaron el tiempo para pasajes cortos y a menudo despectivos sobre

los revolucionarios haitianos antes de pasar, por así decirlo, a temas más

importantes.

La lista de los autores culpables de este silenciamiento incluye nombres

ligados a varias eras, escuelas históricas y posiciones ideológicas, desde Mme. de

Staël, Alexis de Tocqueville, Adolphe Thiers, Alphonse de Lamartine, Jules

Michelet, Albert Mathiez y André Guérin, hasta Albert Soboul. Salvo pequeñas –y

discutibles- excepciones en los trabajos de Ernest Lavisse y, más especialmente, de

Jean Jaurès, el silenciamiento continúa.54 La brillante recopilación de Larousse, The

Great Events of World History, que vino a reproducir -y, se supone, a crear- "la

memoria de la humanidad", produce un silencio más refinado que el diccionario

Penguin de bolsillo. No sólo omite la Revolución Haitiana; también atribuye muy

poco espacio a la esclavitud o al colonialismo.55 Ni siquiera las celebraciones por el

centenario de la emancipación de los esclavos franceses, en 1948, estimularon una

literatura sustancial sobre el tema. Más sorprendentemente, ni la traducción al

francés de Black Jacobins de C.L.R. James, ni la publicación de Toussaint

Louverture, de Aimé Césaire, que colocan al colonialismo y la Revolución Haitiana

como una cuestión central de la Revolución Francesa, activaron la investigación en

Francia.56

Las celebraciones públicas y la avalancha de publicaciones que acompañaron

al Bicentenario de la Revolución Francesa en 1989-1991 reactivaron el silencio. Las

enormes compilaciones de quinientas a mil páginas sobre la Francia revolucionaria

publicadas en la década del 80 y dirigidas por los más prominentes historiadores del

país, muestran un abandono casi total de la cuestión colonial, así como de la

revolución la impuso ante los franceses. Sala-Molins describe y censura la casi total

supresión de Haití, la esclavitud y la colonización por parte de los funcionarios

franceses y el público en general durante las ceremonias que rodearon al

Bicentenario.57

En el marco de este silenciamiento general, la creciente especialización

académica de la historia conduce a una segunda tendencia. Saint-Domingue/Haití

emerge en la intersección de diversos intereses: la historia colonial, la historia

caribeña o afroamericana, la historia de la esclavitud, la historia de los campesinos

del Nuevo Mundo. En cada uno de estos subcampos, se ha vuelto imposible silenciar

el hecho de que tuvo lugar una revolución. En efecto, la revolución misma, o incluso

la sucesión de hechos dentro de ella, se han vuelto temas legítimos para una

investigación seria en cualquiera de estos subcampos.

Es más que interesante, entonces, que muchas de las figuras retóricas

utilizadas para interpretar la masa de evidencia acumulada por los historiadores

modernos nos recuerde a los tropos acuñados por los plantadores, políticos y

administradores, tanto antes como durante la lucha revolucionaria. Los ejemplos

abundan, y solo citaré unos pocos. Muchos análisis del cimarronaje (que algunos

todavía llamarían “deserción”) se acercan mucho a las explicaciones bio-fisiológicas

preferidas por los administradores de las plantaciones.58 Ya he esbozado el modelo:

El esclavo A escapó porque tenía hambre, el esclavo B porque era maltratado....

Asimismo, las teorías conspirativas aún proporcionan a muchos historiadores un

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Deus ex machina para los eventos de 1791 y posteriores, tal como en la retórica de

los asambleístas de la época. El levantamiento debe haber sido "impulsado",

"provocado", o "aconsejado" por algún ser superior a los propios esclavos: los

monárquicos, los mulatos u otros agentes externos.59

La búsqueda de las influencias externas de la Revolución Haitiana nos brinda

un ejemplo fascinante del poder del archivo en funcionamiento, no porque tales

influencias sean imposibles, sino por el modo en que los mismos historiadores tratan

las pruebas que muestran la dinámica interna de la revolución. De este modo,

muchos historiadores están más dispuestos a aceptar la idea de que los esclavos

podrían haber sido influenciados por los blancos o los mulatos libres (con quienes

sabemos que tenían un contacto limitado), que la idea de que podrían haber

convencido a otros esclavos de su derecho a rebelarse. La existencia de amplias

redes de comunicación entre los esclavos, de las cuales tenemos sólo unos pocos

indicios, no ha sido un tema “serio” para la investigación histórica.60

De modo similar, historiadores por demás deseosos de encontrar pruebas de la

participación “externa” en el levantamiento de 1791 omiten la evidencia inequívoca

de que los esclavos rebeldes tenían su propio programa. En una de sus primeras

negociaciones con representantes del gobierno francés, los líderes de la revolución

no reclamaron una “libertad” expresada de manera abstracta. Más bien, sus

demandas más radicales incluían tres días a la semana para trabajar en sus propios

huertos y la eliminación del látigo. Estas no eran las demandas jacobinas adaptadas

al trópico, ni una reivindicación monárquica doblemente acriollada. Eran demandas

de los esclavos con el fuerte componente campesino que caracterizaría al Haití

independiente. Pero esta evidencia de un impulso interno, aunque conocida por

muchos historiadores, no es discutida –ni siquiera para ser rechazada o interpretada

de otra manera. Es simplemente ignorada, y esta ignorancia produce un silencio de

trivialización.

En esa misma línea, el historiador Robert Stein otorga la mayor parte del

mérito por la liberación de los esclavos en 1793 a Sonthonax. El comisario era un

ferviente jacobino, un revolucionario por derecho propio, de hecho, tal vez el único

blanco en haber evocado concretamente y con simpatía la posibilidad de una

insurrección armada de los esclavos del Caribe, antes del hecho y en un foro

público.61 No tenemos forma de estimar el curso probable de la Revolución sin su

invaluable contribución a la causa de la libertad. Pero el punto no es empírico. El

punto es que la retórica de Stein se hace eco de la misma retórica empleada por

primera vez en el juicio contra Sonthonax. En esa retórica está implícito el supuesto

de que la conexión francesa es suficiente y necesaria para la Revolución Haitiana.

Esa suposición trivializa la autonomía de los esclavos para pensar su derecho a la

libertad y a lograrla por la fuerza de las armas. Otros autores tienden a mantenerse

prudentemente alejados de la palabra “revolución”, usando con más frecuencia

palabras como “insurgentes”, “rebeldes”, “bandas” e “insurrección”. Detrás de esta

maraña terminológica, estos baches empíricos y estas preferencias interpretativas, se

encuentra la persistente imposibilidad, que se remonta al siglo XVIII, de considerar

a los ex esclavos como los actores principales en la cadena de acontecimientos

referidos.62

Sin embargo, por lo menos desde la primer publicación del clásico de C.L.R.

James The Black Jacobins (no obstante, nótese el título), ha quedado demostrado

entre los historiadores que la Revolución Haitiana es efectivamente una “revolución”

por derecho propio, según cualquier definición del término, y no un apéndice del Día

de la Bastilla. Pero sólo con la reedición de bolsillo del libro de James en 1962 y el

movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos, emergió un

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contradiscurso internacional que se nutrió de la historiografía producida en Haití

desde el siglo XIX. Ese contradiscurso se revitalizó en la década del ‘80 con las

contribuciones de historiadores cuya especialidad no era ni Haití ni el Caribe. Por

entonces, Eugene Genovese y –más tarde- Robin Blackburn, haciéndose eco de

Henry Adams y W.E.B. Du Bois, insistieron en el rol central de la Revolución

Haitiana en el colapso total del sistema esclavista.63 El impacto de este

contradiscurso, sin embargo, sigue siendo limitado, especialmente porque los

investigadores haitianos están cada vez más alejados de estos debates

internacionales.

De esta forma, la historiografía de la Revolución Haitiana se encuentra hoy

lesionada por dos tendencias desafortunadas. Por un lado, la mayor parte de la

literatura producida en Haití sigue siendo respetuosa –demasiado respetuosa, diría

yo- de los líderes revolucionarios que guiaron a las masas de ex esclavos hacia la

libertad y la independencia. Desde comienzos del siglo XIX, las elites de Haití

optaron por responder a la denigración racista con un discurso épico que alababa su

revolución. La épica de 1791/1804 alimenta entre ellos una imagen positiva de la

negritud, muy útil en un mundo dominado por los blancos. Pero la épica es

igualmente útil en el frente interno. Es una de las pocas coartadas históricas de esas

élites, una referencia indispensable para sus pretensiones de poder.

Más allá de algunos logros individuales de principios del siglo XX, el valor

práctico de esta tradición épica ha declinado constantemente luego de su

espectacular lanzamiento por parte de gigantes del siglo XIX, tales como Thomas

Madiou y Beaubrun Ardouin. El acceso desigual a los archivos –producto y símbolo

de la dominación neocolonial- y el rol secundario de la precisión empírica en este

discurso épico, continúan perjudicando a los investigadores haitianos. Se destacan

por poner los hechos en perspectiva, pero sus hechos son débiles, a veces erróneos,

especialmente desde que el régimen de Duvalier politizó explícitamente el discurso

histórico.64

Por otra parte, la historia producida fuera de Haití es cada vez más sofisticada

y rica empíricamente. Sin embargo, su vocabulario, y a menudo toda su estructura

discursiva, recuerda de forma alarmante a los del siglo XVIII. Ponencias y

monografías adoptan el tono de los registros de las plantaciones. Los análisis de la

revolución recuerdan a las cartas de un La Barre, los panfletos de los políticos

franceses, los mensajes de Leclerc a Bonaparte o, como mucho, el discurso de

Blangilly. Estoy dispuesto a admitir que los móviles políticos conscientes no son los

mismos. De hecho, nuevamente, eso es parte de mi argumento. El silenciamiento

efectivo no requiere de una conspiración, ni siquiera de un consenso político. Sus

raíces son estructurales. Más allá de una postulada -y generalmente sincera-

generosidad política, mejor definida en el lenguaje de los Estados Unidos dentro de

un continuum liberal, las estructuras narrativas de la historiografía occidental no han

roto con el orden ontológico del Renacimiento. Este ejercicio del poder es mucho

más importante que la supuesta adhesión conservadora o progresista de los

historiadores involucrados.

La solución debería ser, para las dos tradiciones historiográficas –la de Haití y

la de los especialistas “extranjeros”- fusionarse o generar una nueva perspectiva que

abarque lo mejor de cada una. Hay indicios de un movimiento en esta dirección y

algunos trabajos recientes sugieren que podría resultar posible, en algún momento

del futuro, escribir la historia de la revolución que, durante mucho tiempo, fue

impensable.65

Pero lo que he dicho sobre la recepción por parte de la corporación de The

Black Jacobins, de la historia colonial en Francia y de la esclavitud en la historia de

los Estados Unidos sugiere también que ni un gran libro por sí solo, ni siquiera un

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crecimiento sustancial de los estudios sobre la resistencia esclava, descubrirá por

completo el silencio que rodea a la Revolución Haitiana. Porque el silenciamiento de

esa revolución tiene menos que ver con Haití o la esclavitud que con Occidente.

Una vez más, lo que está en juego es la interacción entre la historicidad 1 y la

historicidad 2, entre lo que sucedió y lo que se dice que sucedió. Lo que sucedió en

Haití entre 1791 y 1804 contradecía gran parte de lo que sucedió en otras partes del

mundo, antes y después. El hecho en sí no es sorprendente: el proceso histórico

siempre es enrevesado, incluso, con frecuencia, contradictorio. Pero lo que ocurrió

en Haití también contradecía mucho de lo que Occidente se ha dicho y ha dicho a

otros acerca de sí mismo. El mundo de Occidente se regodea en lo que François

Furet llama la segunda ilusión de verdad: lo que ocurrió es lo que debía ocurrir.

¿Cuántos de nosotros podemos pensar en alguna población no europea sin el telón

de fondo de una dominación global que ahora aparece como predestinada? ¿Y dentro

de ese orden narrativo, pueden Haití, o la esclavitud, o el racismo, ser más que notas

a pie de página?

El silenciamiento de la Revolución Haitiana es sólo un capítulo dentro de una

narrativa de la dominación global. Es parte de la historia de Occidente y es probable

que persista, aún de forma atenuada, en tanto la historia de Occidente no se vuelva a

contar desde una perspectiva mundial. Por desgracia, no estamos siquiera cerca de

tan fundamental reescritura de la historia, a pesar de algunos pocos logros

espectaculares.66 El próximo capítulo se introduce más directamente, aunque desde

un ángulo muy particular, en esta narrativa de dominación global que se inicia en

España –¿o en Portugal?- a finales del siglo XV.

Traducción: Emanuel Correa

Notas:

1 Citado por Roger Dorsinville en Toussaint Louverture ou La vocation de la Liberté. París, Julliard, 1965. 2 Citado por Jacques Cauna en Au temps des isles à sucre. París, Karthala, 1987, p. 204. 3 La mayoría de estos panfletos, inclusive los aquí citados, se hallan en la serie Lk 12 de la Biblioteca Nacional, en París. Otros fueron reproducidos por el Gobierno de Francia (v.g., para la Asamblea Nacional, Pièces imprimées par ordre de l’Assemblée Nationale, Colonies. París, Imprimerie Nationale, 1791-92). 4 Michel-Rolph Trouillot, “Anthropology and the Savage Slot: The Poetics and Politics of Otherness”, en Richard G. Fox (Ed.), Recapturing Anthropology: Working in the Present, Santa Fe, School of American Research Press, 1991, pp. 17-44. 5 Michael Adas, Machines as the Measure of Men: Science, Technology and Ideologies of Western Domination, cap. 2. Ihtaca, Cornell University Press, 1989. El engaño de Psalmanazar acerca del canibalismo en Taiwán cautivó la atención de Europa entre 1704 y 1764, justamente porque jugaba con estos preconceptos. Véase Tzvetan Todorov, Les Morales de l’histoire. París, Bernard Grasset, 1991, pp. 134-141. Para un ejemplo más temprano de la admiración y el desprecio por Oriente, véanse los Viajes, de John Chardin, en los cuales los persas son “hipócritas, tramposos y los aduladores más abyectos e impúdicos del mundo” y, dos pasajes más adelante, “el pueblo más civilizado de Oriente”. John Chardin, Travels in Persia 1673-1677. New York, Dover, 1988, pp. 187-189 (publicado originalmente en Ámsterdam, en 1711). 6 Notre Librairie nº 90 (Octubre-Diciembre 1987), Images du noir dans la littérature occidentale; vol. I: Du Moyen-Age à la conquête coloniale. Simone Delesalle y Lucette Valensi, “Le mot `nègre´ dans les dictionnaires français d'ancien régime: histoire et lexicographie", Langues françaises, nº 15. 7 Gordon Lewis, Main Currents in Caribbean Thoughts, The Historical Evolution of Caribbean Society in its IdeologicalAspects, 1492—1900, cap. 3. Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1983; William B. Cohen, The French Encounter with Africans: White Response to Blacks, 1530—1880.

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Bloomington, Indiana University Press, 1980; Winthrop D. Jordán, White over Black: American Attitudes toward the Negro, 1550—1812. Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1968; SergeDaget, "Le mot esclave, négre et noir et les jugements de valeur sur la traite négrière dans la littérature abolitioniste francaise de 1770 à 1845", en Revue françase d’histoire d’outre-mer 60, nº 4 (1973), pp. 511-48; Pierre Boulle, "In Defense of Slavery: Eighteenth-Century Opposition to Abolition and the Origins of Racist Ideology in France", en Frederick Krantz (Ed.), History from Below: Studies in Popular Protest and Popular Ideology.London, Basil Blackwell, 1988, pp.219-246. Louis Sala-Molins, Miseres des Lumières. Sous la raison, l'outrage. París, Robert Laffont, 1992; Michèle Duchet, "Au temps des phiiosophes", Notre Librairie nº 90 (Octubre-Diciembre 1987), Images du noir..., pp. 25-33. 8 Archives Parlementaires, serie 1, vol. 8 (sesión del 3 de julio de 1789), p. 186. 9 Tzvetan Todorov, The Deflection ofthe Enlightenment. Stanford, Stanford Humanities Center, 1989), p. 4. 10 Jacques Thibau, Le Temps de Saint-Domingue. L'esclavage et la révolution française. Paris, Jean-Claude Lattès, 1989, p. 92. 11 Michèle Duchet, Anthropologie et histoire au siècle des Lumières. Paris, Maspero, 1971, p. 157 (subrayado por al autor). Sobre el anticolonialismo en Francia, véase Yves Benot, La Révolution française et la fin des colonies. Paris, La Découverte, 1987 y La Démence coloniale sous Napoleón. Paris, La Découverte, 1992. 12 David Geggus, "Racial Equality, Slavery, and Colonial Secession during the Constituent Assembly”, en American HistoricalReview 94, nº. 5 (Diciembre 1989), pp. 1290-1308; Daget, "Le mot esclave..."; Sala-Molins, Misères... 13 Raynald, Guillaume-Francois, Histoire des deux Indes, 7 vols. The Hague, Grossc, 1774; Michéle Duchet, Diderot et l'Histoire des deux Indes ou l'écriture jragmentaire. Paris, Nizet, 1978); Yves Benot, Diderot, de l'athéisme a l'anti-colonialisme. Paris, Maspero, 1970 y La Révolution française... 14 Duchet, Diderot et l'Histoire...; Michel Delon “L'Appel au lecteur dans l'Histoire des deux Indes", en Hans-Jürgen Lüsebrink y Manfred Tietz (Eds.), Lectures de Raynal. L'Histoire des deux Indes en Europe et en Amérique au XVIIIe siècle. Oxford, Voltaire Foundation, 1991, pp. 53-66; Yves Benot,

"Traces de l’Histoire des deux Indes chez les anti-esclavagistes sous la Révolution", en Lectures de Raynal..., pp. 141-154. 15 Jean-Claude Bonnet, Diderot. Textes et débats. Paris, Livre de Poche, 1984, p. 416. Sobre la concepción de civilización europea implícita en la Histoire, véase Gabrijela Vidan, "Une reception fragmentée: le cas de Raynal en terres slaves du Sud", en Lectures de Raynal..., pp. 361-372. 16 Louis Sala-Molins, Le Code noir ou le calvaire de Canaan, Paris, PUF, Pratiques Théoriques, 1987, pp. 254-261. Según la acertada definición de Benot, la autonomía era "indefectiblemente blanca", cada vez que aparecía en la Histoire. Benot, "Traces de l'Histoire...', p.147. 17 Serge Daget, "Le mot esclave, négre et noir...", p. 519. 18 Yves Benot, Diderot…, p. 316 (subrayado por al autor). 19 Pierre Bourdieu, Le Sens pratique. Paris, Minuit, 1980, p. 14. Lo impensable se aplica al mundo de la vida cotidiana y al de las ciencias sociales. Véase Le Sens pratique, pp. 90, 184, 224, 272. 20 No existe ningún término en el vocabulario de aquella época, ya sea en inglés o en francés, que dé cuenta de las prácticas -o contenga una noción general- de resistencia. Aquí uso el término resistencia en la forma más bien laxa en que aparece hoy en la literatura. En otro trabajo abordo el concepto de resistencia y la necesaria distinción entre resistencia y rebeldía. Michel-Rolph Trouillot, "In the Shadow of the West: Power, Resistance and Creolization in the Caribbean", Conferencia de apertura del Congreso, "Born out of Resistance," Afro-Caribische Culturen, Center for Caribbean and Latin American Studies, Risjksuniversiteit Utrecht, Netherlands, 26 de Mazo de 1992. 21 "La naturaleza ha creado por fin a este hombre imponente, a este hombre inmortal, quien debe liberar al mundo de la más atroz, la más larga, la más insultante de las tiranías. Él ha roto las cadenas de sus compatriotas. Tantos oprimidos bajo la más odiosa esclavitud, parecían esperar tan sólo su señal para hacerlo un héroe. Este heroico vengador ha demostrado que tarde o temprano la crueldad será castigada, y que la Providencia guarda a estas almas fuertes, a las cuales libera sobre la tierra para restablecer el equilibrio que la injusticia de la voraz ambición supo cómo destruir." (Mercier, L'An 2440, xxii, en Bonnet, Diderot..., p. 331).

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22 Si Louverture había leído a Raynal en 1791 y estaba convencido de su futuro papel en la historia, es algo que no está comprobado y no viene al caso. 23 En Benot, Diderot..., p. 214; Duchet, Anthropologie et histoire..., p. 175. (subrayado por al autor) 24 La interpelación es uno de los tropos preferidos de la Ilustración, y es utilizado abundantemente en la Histoire por diversas razones políticas y retóricas. Michel Delon, "L'Appel au lecteur…" 25 "Ces fers des longtemps prepares ... pour nous ... / C'est nous qu'on ose méditer/ De rendre a l'antique esclavage [Esas cadenas preparadas desde hace tiempo… para nosotros…/Es a nosotros a quienes se osa pensar/ Devolvernos a la antigua esclavitud]”, etc. (La Marseillaise). 26 Archives Parlementaires, vol. 9 (sesión del 22 de Octubre de 1789), pp. 476-478. 27 Lucien Jaume, Les Déclarations des droits de l’homme. Textes préfacés et annotés. Paris, Flammarion, 1989. 28 V.g., Diderot, en Benot, Diderot..., p. 187. 29 Seymour Drescher, Econocide, British Slavery in the Era of Abolition. Pittsburgh, Pittsburgh University Press, 1977. 30 Duchet, Anthropologie et histoire..., p. 177; Michèle Duchet, Le Partage des savoirs. Paris, La Découverte, 1985). 31 Archives Parlementaires 25, p. 740. Para ser justos, el mismo Grégoire fue acusado más de una vez de incitar a la rebelión de los negros, pero la evidencia concreta de ello fue muy débil. Véase, por ejemplo, Archives Parlementaires, vol. 10 (sesión del 28 de noviembre de 1789), p. 383; Carl Ludwig Lokke, France and the Colonial Question: A Study of French Contemporary Opinión. New York, Columbia University Press, 1932, pp. 125-135; Sala-Molins, Misères des Lumières..., passim. 32 M. Schwartz (Marie Jean-Antoine Nicolas Caritat, Marquis de Condorcet), Réflexions sur l'esclavage des Nègres. Neufchatel et Paris, 1781. 33 Lokke, France and the Colonial Question..., p. 115.

34 En realidad, dos notables excepciones que estoy dispuesto a aceptar son las de Jean-Pierre Marat y Félicité Sonthonax. 35 Sin lugar a dudas, hubo pasajes orales y escritos cuyo significado filosófico se hizo cada vez más explícito a medida que avanzaba la Revolución, desde los discursos en las reuniones que precedieron a la insurrección, hasta la Constitución haitiana de 1805. Pero éstos son ante todo textos políticos, que señalan objetivos inmediatos o victorias recientes. Hasta los primeros escritos de Boisrond-Tonnere posteriores a la independencia, no hubo intelectuales dedicados de lleno a plasmar en el discurso las acciones que iban más allá de las batallas políticas, como en la revolución francesa y la norteamericana, en las posteriores luchas anticoloniales de Latinoamérica, Asia o África o en las revoluciones que reivindicaron una ascendencia marxista. 36 Evidentemente, muchas gens de couleur, especialmente los mulatos que eran dueños de plantaciones, habían internalizado los prejuicios raciales de los blancos. Es más, algunos tenían motivaciones muy objetivas para abogar por el mantenimiento de la esclavitud. Los debates en Europa, y especialmente la Revolución Francesa, les proporcionaron una plataforma para defender sus intereses y expresar sus prejuicios. Véase Julien Raimond, Observations sur l'origine et les progrès du préjugé des colons blancs contre les hommes de couleur; sur les inconvéniens de le perpétuer; la nécessité de le détruire. Paris, Belin, 1791; Michel-Rolph Trouillot, "Motion in the System: Coffee, Color and Slavery in Eighteenth-Century Saint-Domingue", Review 5, nº 3 (A Journal of the Fernand Braudel Center for the Study of Economies, Historical Systems and Civilizations), pp. 331-388; Michel-Rolph Trouillot, "The Inconvenience of Freedom: Free People of Color and the Political Aftermath of Slavery in Dominica and Saint-Domingue/Haiti", en F. McGlynn y S. Drescher (Ed.), The Meaning of Freedom: Economics, Politics and Culture after Slavery. Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1992, pp. 147-182; Geggus, "Racial Equality...", pp. 1290-1308. Acerca del rechazo de los prejuicios raciales por parte del líder mulato André Rigaud, véase Ernst Trouillot, Prospections d'Histoire. Choses de Saint-Domingue et d'Haïti. Port-au-Prince, Imprimerie de l'Etat, 1961, pp. 25-36. 37 Archives Parlementaires, vol. 34 (sesión del 30 de octubre de 1791), p. 521; Véanse también pp. 437-38, 455-58, 470, 522-531.

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38 Robin Blackburn, The Overthrow of Colonial Slavery. Londres y New York, Verso, 1988, p. 133. 39 Baillio, L'Anti-Brissot, par un petit blanc de Saint-Domingue. Paris, Chez Girardin, Club Littéraire et Politique, 1791; Baillio, Un Mot de vérité sur les malheurs de Saint-Domingue. Paris, 1791; Milscent, Sur les troubles de Saint-Domingue. París, Imp. du Patrióte français, 1791; Anónimo, Adresse au roi et pièces relatives à la députation des citoyens de Nantes, a l'occasion de la révolte des Noirs à Saint-Domingue. Arrété de la Municipalité de Nantes. Le Cap, sin fecha (1792?); Anónimo, Pétition des citoyens commerçants, colons, agriculteurs, manufacturiers et autres de la ville de Nantes; Lettre des commissaires de la Société d'agriculture, des arts et du commerce de la dite ville aux commissaires, de l'assemblée coloniale de la partie française de Saint-Domingue, et réponse des commissaires de Saint-Domingue. Paris, Imp. de L. Potier de Lille, sin fecha (1792?).

Véanse también los informes de los comités legislativos, dirigidos por Charles Tarbé y Garran-Coulon, respectivamente, Pieces imprimées par ordre de l'Assemblée Nationale. Colonies. Paris, Imprimerie Nationale, 1792; y J. Ph. Garran, Rapport sur les troubles de Saint-Domingue, fait au nom de la Commission des Colonies, des Comités de Salut Public, de Législation et de Marine, réunis. Paris, Imprimerie Nationale, 1787-89). Otras referencias a estos debates se encuentran en los Archives Parlementaires, en particular, vol. 35, (sesiones del 1, 3, 9 y 10 de diciembre de 1791), pp. 475-492, 535-546, 672-675, 701-710. El discurso de Blangilly fue pronunciado el 10 de diciembre de 1791. Archives Parlementaires, vol. 35, pp. 713-716. 40 Citado por Cauna, Au temps des isles a sucre…, p. 223 (subrayado por al autor). 41 Blanchelande, Précis de Blanchelande sur son accusation. Paris, Imprimerie de N.-H. Nyon, 1793; Anónimo, Extrait d'une lettre sur les malheurs de SAINT-DOMINGUE en general, et pricipalement sur l'incendie de la ville du CAP FRANÇAIS. Paris, Au jardin égalité pavillon, 1794?; Anónimo, Conspirations, trahisons et calomnies dévoilées et dénoncées par plus de dix milles français réfugiés au Continent de l'Amérique. Paris?, 1793; [Mme. Lavaux], Réponse aux calomnies coloniales de Saint-Domingue. L’épouse du républicain Lavaux, gouverneur general (par intérim) des îles françaises sous le vent, à ses concitoyens. Paris: Imp. de Pain, sin fecha; J. Raimond y ot., Preuves complettes [sic] et matérielles du projet des colons pour mener les colonies à l'indépendance,

tirées de leurs propres écrits. Paris, De l'imprimerie de l'Union, sin fecha (1792?). 42 Cobbet'sPoliticalRegister, vol. 1. (1802), p. 286. 43 Benot, La Démence.... 44 Históricamente, desde luego, la negación de la Revolución Haitiana, de la importancia de la esclavitud y del Holocausto, respectivamente, tienen muy diversas motivaciones ideológicas, aceptación social e impacto político. 45 Véase el capítulo 2. También David Nicholls, From Dessalines to Duvalier: Race, Colour and National Independence in Haiti. Londres, Macmillian Caribbean, 1988; y Michel-Rolph Trouillot, Haití: State against Nation. The Origins and Legacy of Duvalierism. New York y Londres, Monthly Review Press, 1990. 46 La revolución haitiana despertó el interés de los abolicionistas en los Estados Unidos y especialmente en Inglaterra, donde hubo algunas expresiones de apoyo. Pero incluso los abolicionistas británicos tuvieron una actitud ambigua hacia el pueblo haitiano y hacia su independencia alcanzada por la fuerza. Blackburn, The Overthrow of Colonial Slavery..., pp. 252-52; Greggus, "Racial Equality...". 47 Trouillot, Haiti: State against Nation.... 48 Uno de los pocos estudios acerca de las legiones polacas en Saint-Domingue, lamentablemente viciado de algunos errores, es el de Jan Pachonski y Reuel Wilson, Poland's Caribbean Tragedy. A Study of Polish Legions in the Haitian War of independence, 1802-1803. Boulder, East European Monographs, 1986.

Hobsbawm menciona a la Revolución Haitiana una vez en las notas y dos en el texto: la primera para decir, al pasar, que Toussaint Louverture fue el primer líder revolucionario de la independencia de las Américas -como si eso no fuera importante; la segunda (entre paréntesis), para señalar que la Revolución Francesa "inspiró" los levantamientos coloniales. Véase Eric J. Hobsbawm, The Age of Revolutions, 1789-1848. New York, New American Library, 1962. pp. 93, 115. Si aceptamos que Hobsbawm está en la extrema izquierda de la historiografía académica occidental y es además un historiador conciente, tanto de la invención de la tradición, como de la necesidad de escribir una historia desde abajo, el paralelo con Diderot-Raynal es asombroso. 49 Blackburn, The Overthrow of Colonial Slavery..., pp. 251, 263.

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50 Philip D. Curtin, The Atlantic Slave Trade: A Census. Madison, University of Wisconsin, 1969, pp. 210-220, 34. 51 Jean Tarrade, "Le Commerce colonial de la France à la fin de l'ancien régime: l’evolution du système de l'exclusif de 1763 à 1789", 2 vol. (Thèse pour le doctorat d’état). París, Université de Paris, Faculté des Lettres et des Sciences Humaines, [1969] 1972; Robert Stein, The French Sugar Business. Baton Rouge, Lousiana State University Press, 1988. 52 Una circular de las fuerzas esclavistas argumenta de manera contundente en este sentido: "La Société des Amis des Noirs desea discutir en la Asamblea Nacional el abandono de nuestras colonias, la abolición de la trata de esclavos y la libertad de nuestros negros. Si tan sólo uno de estos puntos se decreta, no existiría más el comercio o la manufactura en Francia", en Daniel P. Resnick, "The Société des Amis des Noirs and the Abolition of Slavery", French Historical Studies, vol. 7, 1972, pp. 558-569, 564. Véase también Archives Parlementaires, vol. 10 (sesión del 26 de noviembre de 1789), pp. 263-65; vol. 35 (sesión del 6 de diciembre de 1791), pp. 607-608. 53 Resnick, "The Société des Amis des Noirs...,", p. 561. Actualmente existen cada vez más trabajos acerca de los debates públicos sobre la esclavitud, la raza y el colonialismo en la Francia revolucionaria, con muy pocos títulos en Inglés. Véase Robin Blackburn, "Anti-Slavery and the French Revolution", History Today 41, noviembre de 1991, pp. 19-25; Boulle, "In Defense of Slavery..."; Serge Daget, "A Model of the French Abolitionist Movement", en Christine Bolt y Seymour Drescher (Eds.), Anti-Slavery, Religión and Reform. Folkstone, England, W. Dawson and Hamden, Connecticut, Archon Books, 1980; Seymour Drescher, "Two Variants of Anti-Slavery: Religious Organization and Social Mobilization in Britain and France, 1780-1870," in Anti-Slavery, Religión and Reform, pp. 43-63; Seymour Drescher, "British Way, French Way: Opinion Building and Revolution in the Second French Emancipation". American Historical Review 96, no. 3, 1991, pp. 709-734; Geggus, "Racial Equality...", pp. 1290-1308; Jean Tarrade, "Les Colonies et les Principes de 1789: Les Assemblées Révolutionnaires face au problème de l'esclavage", Revue française d'histoire d'outre-mer 76, 1979, pp. 9-34.

Hay también muchos pasajes relevantes en Cohen, The French Encounter with Africans..., y en Blackburn, The Overthrow of Colonial Slavery...,

especialmente caps. 5 y 6. El libro más completo sobre esta temática es Benot, La Révolution française. 54 Un número creciente de historiadores también está poniendo al descubierto este silenciamiento. Geggus, "Racial Equality...", pp. 1290-1291; Benot, La Révolution française, pp. 205-216; Tarrade, "Les colonies et les principes de 1789…", pp. 9-34. 55 Jacques Marseille y Nadeije Laneyrie-Dagen (Eds.), Les Grands évènements de l'histoire du monde, La Mémoire de l’humanité. París, Larousse, 1992. 56 Los historiadores franceses no pueden alegar que estos dos libros se les han pasado por alto: Césaire fue en su momento uno de los más prominentes escritores negros de lengua francesa. Y James fue publicado por la prestigiosa editorial parisina Gallimard. Aimé Césaire, Toussaint Louverture. La Révolution française et le problème colonial. París, Présence africaine, 1962. P. I. R. [sic] James, Les jacobins noirs. París, Gallimard, 1949. 57 Estos trabajos colectivos incluyen, notablemente, a Francois Furet y Mona Ouzouf, Dictionnaire critique de la Révolution française. París, Flammarion, 1988; Jean Tulard, Jean-Francois Fayard y Alfred Fierro, Histoire et dictionnaire de la Révolution (1789-1799). París, Robert Laffont, 1987; Michel Vovelle (Ed.), L'Etat de la France pendant la Révolution. París, La Découverte, 1988. En un medio tan adverso, esta última compilación tiene el mérito de dedicar algunas páginas a los asuntos coloniales, escritas por el historiador estadounidense Robert Forster y el infatigable Yves Benot. Sobre las celebraciones, véase Sala-Molins, Les Misères des Lumières. 58 V.g., Yvan Debbash, "Le Marronage: Essai sur la désertion de l'esclave antillais", L'Année sociologique, 1961, pp. 1-112; 1962, pp. 117-195. 59 Un ejemplo entre otros: David Geggus y Jean Fouchard están de acuerdo en sugerir que una conspiración realista pudo haber provocado la revuelta de 1791. Pero Fouchard toma nota de esta posibilidad en un libro que aún hoy sigue siendo uno de los monumentos épicos de la historia de Haití. Geggus, a su vez, concluye que si se demuestra la participación realista, "la autonomía de la insurrección de esclavos se hallará considerablemente disminuida". Robin Blackburn, notando esta disparidad entre los dos autores, encuentra algo "curiosa" la conclusión de Geggus. Blackburn, The Overthrow of Colo-nial Slavery..., p. 210). Véase Jean Fouchard, The Haitian Maroons: Liberty or Death. New York, Blyden Press, 1981 (ed. original, 1972).

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60 Véase Julius S. Scott III, "The Common Wind: Currents of Afro-American Communications in the Era of the Haitian Revolución" (Tesis doctoral). Duke University, 1986. 61 Véase Robert Stein, Léger Félicité Sonthonax: The Lost Sentinel of the Republic. Rutherford, Fairleigh Dickinson, 1985; Benot, La Révolution.... 62 Stein, Léger Félicité Sonthonax...; Cauna, Au temps des isles...; David Geggus, Slavery, War and Revolution: The British Occupation of St. Domingue, 1793-1798. Oxford, New York, Oxford University Press, 1982. La "revolución" en el título de Geggus es la revolución Francesa, haciendo un uso extensivo del término para incluir los logros de Haití. 63 Eugene Genovese, From Rebellion to Revolution. New York, Vintage, 1981 [1979]; Blackburn, The Overthrow of Colonial Slavery.... 64 Thomas Madiou, Histoire d'Haïti, 7 vols. Port-au-Prince, Henri Deschamps, 1987-89 [1847-1904]; A. Beaubrun Ardouin, Études sur l'histoire d'Haïti. Port-au-Prince, François Dalencourt, 1958. Véase Catts Pressoir, Ernst Trouillot y Hénock Trouillot, Historiographie d'Haïti. México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1953; Michel-Rolph Trouillot, Ti difé boulé sou istoua Ayiti. New York, Koléskion Lakansièl, 1977); Michel-Rolph Trouiílot, Haiti: State against Nation. 65 Véase Carolyn Fick, The Making of Haiti: The Saint-Domingue Revolution from Below. Knoxville, University of Tennessee Press, 1990; Claude B. Auguste y Marcel B. Auguste, L'Expédition Leclerc, 1801-1803. Port-au-Prince, Imprimerie Henri Deschamps, 1985. Fick permanece demasiado vinculada a la retórica épica de la tradición haitiana. Su tratamiento de la resistencia es demasiado ideológico y sesga la interpretación de la evidencia en el sentido del heroísmo. Sin embargo, su libro aporta al acervo empírico sobre Saint-Domingue más que la mayoría de las obras recientes de la tradición épica. La investigación en curso de David Geggus sigue siendo impecable empíricamente. Uno desearía que se siga alejando del discurso de la banalización y que algún día explicite, abiertamente y en detalle, algunos de sus supuestos encubiertos. El trabajo de los hermanos Auguste sobre la expedición francesa está más cerca de encontrar un tono que trate a su material con respeto ideológico, pero sin caer en la celebración o la extrapolación de la evidencia. Está bien fundamentado en la investigación de archivo, pero no hace concesiones al discurso de la banalización.

66 Fernand Braudel, Civilization and Capitalism, 3 vol. New York, Harper & Row, 1981-1992; Eric R. Wolf, Europe and the People without History. Berkeley, University of California Press, 1982; Marc Ferro, Histoire des colonisations. Des conquêtes aux indépendances, XIIIe-XXe siècles. París, Seuil, 1994.

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Lenton, Diana y otros. “Huellas de un genocidio silenciado: los indígenas en Argentina”. Revista Sociedad Latinoamericana.

Disponible en Internet.

En este texto de Diana Lenton y otros autores, al igual que en los de Portelli y Trouillot, se desarrolla un argumento en el que los autores

discuten cuestiones que tienen que ver al mismo tiempo con el pasado y con el presente.

1) ¿Cuál es el objetivo de los autores?

Lean el texto y traten de definir cuál es el propósito de los autores en este artículo. Sigan las distintas secciones para ver como los

distintos temas que van tocando los autores aportan elementos para definir y dar contenido a ese objetivo fundamental.

2) Las relaciones entre el pasado y el presente

Retomando la idea enunciada en la presentación, les proponemos ahora pensar la relación entre pasado y presente como una relación

que tiene múltiples dimensiones. En algún sentido, el conocimiento del pasado nos ayuda a entender algunos problemas del presente. En

otro, pistas que percibimos en el presente, nos dan claves para interrogar el pasado y descubrir algunos de sus aspectos ocultos.

- Seleccionen alguna referencia al pasado en el texto que proyecte una discusión en el presente. Traten de explicitar en un párrafo

breve en qué sentidos el pasado está iluminando el presente. Pueden tomar aquí algunas de las conexiones que establecen los

propios autores o construir una interpretación propia a partir de sus propias lecturas.

- Seleccionen ahora alguna referencia al presente en el texto que proyecte una discusión sobre el pasado. Repitan el ejercicio

realizado en la consigna anterior.

3) En la línea de lo que venimos trabajando, es decir, que los autores proponen un debate sobre importantes cuestiones políticas y

sociales del presente a partir de sus investigaciones, los invitamos ahora a buscar algunas fuentes complementarias con las que podrán

reforzar, reconsiderar o matizar algunas de las ideas que elaboraron en el punto anterior. Convocados por la prensa dada la relevancia

social de sus investigaciones, algunos de estos autores han difundido sus ideas a través de entrevistas, notas de opinión, etc. Por

ejemplo, hace unos pocos meses el diario Página/12 publicó una entrevista a Diana Lenton sobre estos temas. En estas intervenciones,

que están dirigidas a un público más amplio que el de las revistas especializadas, los investigadores suelen ser más directos y sintéticos

respecto de las principales ideas que quieren transmitir, y a veces más explícitos acerca sobre cuál es su importancia política y social.

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Hagan una pequeña investigación en Internet y vean si encuentran algún material útil de esos autores sobre el tema. Analicen ese

material tratando de ver en qué puede ayudarlos a reescribir mejor los contenidos de lo que han escrito en el punto anterior. Consideren

para ello nueva información que hayan encontrado en estos textos, al igual que los puntos que los propios autores consideran

fundamentales.

4) Este texto establece una conexión explícita con el libro de Trouillot, del cual ustedes leyeron un capítulo. Retomen las ideas de

Trouillot sobre el silenciamiento y la trivialización de la revolución haitiana y discutan si pueden ser útiles para explicar el caso del

genocidio de los pueblos indígenas en Argentina. Escriban un breve párrafo que analice comparativamente los dos casos a partir de estos

conceptos. Para ello, tengan en cuenta que un análisis comparativo debe contemplar tanto los aspectos que consideran similares como

los que consideran distintos, a la vez que debe explicitar las razones que ustedes aportan para sostener que lo son.

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Huellas de un genocidio silenciado:

los indígenas en Argentina

Por Diana Lenton; Walter Delrio; Pilar Pérez; Alexis Papazián; Mariano Nagy y Marcelo Musante.1

Introducción

En Argentina hubo un genocidio sobre los pueblos originarios y un no-relato del mismo por más de un siglo. En efecto, aún en el presente gran parte de la sociedad argentina se percibe a sí misma como resultado de un "crisol de razas europeas" resultantes de un proceso histórico incruento de colonización de un territorio que se presume "desierto" hasta el momento de la expansión del moderno estado-nación a fines del XIX.

Este trabajo[1] aborda los eventos y efectos de este último momento de anexión estatal de los territorios de los pueblos originarios realizado por las fuerzas armadas entre 1876 y 1917, enfocando en las políticas genocidas del Estado hacia los mismos con el apoyo de la sociedad civil. El conjunto de dichas acciones, paradójicamente, ha sido nombrado por la historia hegemónica como "campañas al desierto"[2], minimizando –si no negando- con ello la misma

1 Los autores son miembros de la Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena. Investigadores, docentes y becarios de la Universidad de Buenos Aires, Universidad Nacional de Río Negro y CONICET, Argentina. E-mail: [email protected]

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existencia de pueblos originarios. Nos interesa, por lo tanto, explorar en la construcción y efectos del genocidio de los pueblos originarios como impensable de la Historia.

En el presente desde diferentes agencias -organizaciones de los pueblos originarios, trabajos académicos, medios de comunicación alternativos- ha empezado a hacerse públicamente visible el genocidio constituyente del Estado moderno argentino. Esto ha generado un creciente debate en torno al mismo y a los procesos históricos abiertos desde entonces. En este contexto es posible identificar huellas del genocidio, sobre las cuales nos interesa detenernos con el objeto de sopesar los alcances, no sólo del genocidio, sino también de los actuales debates en torno a la posible/imposible reparación.

Las huellas del genocidio.

Una paradoja devino en tensión estructural en la construcción de imaginarios sociales en los últimos años en Argentina. En efecto, la metáfora de la "Conquista del desierto"[3], que por más de un siglo formó parte de los dispositivos de invisibilización de los pueblos originarios, ha convivido en las últimas dos décadas (desde el retorno de la democracia en 1983) con la visibilización creciente de la pluriculturalidad de la sociedad argentina en el presente. La militancia de organizaciones y comunidades de los pueblos originarios logró colocar en la agenda de los derechos humanos la situación de grandes sectores de la sociedad, hasta entonces por fuera de los campos de visibilidad. Así, ha comenzado a ser visible el hecho de que existen numerosas y diversas comunidades, organizaciones y familias de pueblos originarios en el territorio nacional.

Esta paradoja deviene en tensión en el momento en que aquello que había sido construido como un no-tema, un silencio historiográfico,

empieza a ser hablado. No sólo por lo que es dicho sino por quién lo dice y a qué narrativas históricas enfrenta.

Así, hablar de genocidio[4], etnocidio[5] o “excesos”[6] del poder estatal, formará parte de los debates generados cuando lo impensable[7] deviene en relato. Este "debate sobre la historia" es consecuencia, en todo caso, de conflictos existentes en la sociedad argentina que encuentran sus orígenes en la implementación de políticas de Estado en el proceso de consolidación del moderno estado-nación-territorio.

Conflictos por el territorio .

En los recientes años se han hecho visibles numerosas demandas de las comunidades de pueblos originarios en relación con sus territorios. Desde la lectura de ciertos medios de comunicación esto ha sido expresado como la "ocupación/intrusión de tierras" por parte de grupos “autodenominados como indígenas". Por un lado, en efecto, esta lectura expresa en buena medida la forma en que la cuestión de los "indígenas supervivientes a la conquista" (siempre considerados como una excepción y en mínimo número) fue administrada por las autoridades políticas: como un tema de "tierras" o parcelas, de grupos dispersos, es decir no como organizaciones sociopolíticas sino como "restos de tribus". Por otro lado, se atribuyeron características de peligrosidad a los pueblos originarios a través del estereotipo del "indio malonero", utilizado desde el siglo XIX para caracterizar a aquellos indígenas que vivían en el "desierto" antes de su conquista estatal. Antes y ahora serían las principales amenazas a la propiedad privada.

Así, los cambios en la legislación -leyes nacionales y provinciales que reconocen la preexistencia y derechos de los pueblos originarios[8]- que se produjeron en las últimas tres décadas, generados por la agencia de los pueblos originarios en un contexto

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general de replanteo de las relaciones entre Estado y sociedad civil y en un marco de transformación de las arenas internacionales, devinieron en que las demandas históricas por expropiación de tierras no sólo se hicieran visibles sino que llegaran a los estrados judiciales. Esto fue y es leído como una "multiplicación" de casos, una novedad resultado de una posibilidad generada por nuevas figuras legales que fomentarían, para ciertas miradas, una "inflación de identidades" indígenas con el interés instrumentalista de obtener aquello que "no les corresponde".

Los "conflictos por tierras" condensan así una serie de problemáticas. En primer lugar, hacen visibles cuáles han sido los mecanismos de territorialización de la población originaria sometida[9]. En efecto, los espacios geográficos hoy ocupados por los diferentes pueblos no coinciden en su gran mayoría con los históricamente ocupados, sino que son el resultado de sucesivas concentraciones, deportaciones y fragmentaciones operadas no sólo en el momento de las campañas de sometimiento estatal sino con posterioridad a las mismas. Así, las demandas actuales de los pueblos originarios a menudo son identificadas como inválidas por la ausencia de “pruebas” de su ancestralidad en la locación –entendida con el criterio inmobiliario occidental- donde actualmente ocupan o demandan tierras. Luego de las deportaciones masivas, las comunidades que pudieron acceder a la tierra -ya no necesariamente en sus espacios ancestrales- fueron continuamente sometidas a sucesivas oleadas de expropiaciones a lo largo de más de un siglo y de acuerdo a los requerimientos del mercado y de sectores de poder locales, regionales y nacionales. Esto ha sido posible e instrumentado a través de complejas redes de poder conformadas por sectores terratenientes, comerciantes y de la burocracia estatal (policía, justicia, autoridades políticas), que operaron visibilizando e invisibilizando alternativa y arbitrariamente a los pobladores indígenas de tierras fiscales.

En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, los actuales conflictos ponen en evidencia que durante más de un siglo las demandas de miembros y comunidades de los pueblos originarios no accedieron al sistema judicial. Por el contrario, en los pocos casos en los que éste intervino fue siempre a favor de la expropiación de tierras indígenas[10]. En el presente, la mayor parte de los conflictos está judicializado. En cada uno de los expedientes aparecen documentos que son denunciados como resultado de mecanismos de coerción judicial por parte de las autoridades intervinientes en anteriores procedimientos judiciales y burocráticos. Firmas forzadas o falsificadas, testimonios contradictorios tomados por agentes de policía, sesiones de derechos, ventas y transferencias de bienes, forman parte precisamente de aquello que es denunciado como una violación sistemática de los derechos de los "ciudadanos indígenas."

En tercer lugar, la reacción hegemónica frente a las demandas actuales ha sido la de cuestionar a las mismas organizaciones sociopolíticas de los pueblos originarios. Por un lado, se supone que estás habrían desaparecido con la conquista y que las presentes demandas son motorizadas por formas novedosas y por lo tanto "no legitimas" de organización, las cuales no responderían a un modo "tradicional". A menudo esto es atribuido a "oscuros intereses extranjeros por la tierra" detrás de las demandas indígenas. Estas teorías conspirativas, por otro lado, ponen de manifiesto que efectivamente el Estado operó políticas destinadas a la desaparición de la organización sociopolítica de los pueblos originarios, a través de la modificación de las estructuras grupales y familiares, mediante la distribución de niños, la separación por grupos de edad y sexo, entre otras medidas. Al mismo tiempo, por un lado, se negó sistemáticamente las formas en las cuales la agencia de los mismos pueblos originarios fue construyendo formas propias de representación y organización y, por el otro, se establecieron criterios estatales de organización de los colectivos indígenas, como en los casos en los cuales era necesario su movilización laboral

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estacional, como en la industria azucarera. En ese contexto se establecieron desde el Estado criterios oficiales de “tribu” y del rol de sus “caciques”. En el presente, el reconocimiento de la legitimidad como comunidad es también una atribución del Estado nacional y provincial. Existen registros oficiales de las comunidades que obtengan personería jurídica como tales, previo proceso burocrático establecido por el estado.

En cuarto lugar, las demandas por la tierra movilizan nuevamente el estereotipo del "indio malonero" como instrumento para la defensa de los intereses terratenientes afectados. Esta figura atribuye una condición de violencia innata a los indígenas. En el siglo XIX los "indios" fueron homogeneizados como una amenaza a la propiedad y vidas de los criollos, no solo por su "tara ancestral" en tanto indígenas sino fundamentalmente por provenir del territorio de otro estado -ya que en el siglo XIX se impuso la idea de que los indígenas que poblaban las pampas no eran ya los originarios sino los que habían arribado recientemente desde Chile-. Desde entonces, la idea de que los "indios están preparando un malón" se hizo explícita en medios de prensa y en discursos oficiales cada vez que se realizaron represiones a demandas colectivas de los pueblos originarios, más allá de la frontera pampeano-patagónica donde se originara el estereotipo, como en los casos de Napalpí (Chaco 1924)[11] y la Bomba (Formosa 1947)[12]. En el presente, la peligrosidad es atribuida a aquellos que "toman" tierras, de quienes se imagina supuestas vinculaciones con ETA y las FARC, por su modo de pensar y construir "acciones violentas" y por su supuesta vinculación con intereses foráneos[13].

En quinto lugar, es importante enfocar en los mecanismos y voces consideradas como legítimas y legitimantes con respecto a aquello que se considera como "cuestión indígena". Porque en definitiva lo que los presentes conflictos ponen en evidencia es que la arena está marcada no sólo por lo que se demanda -la tierra- sino por cómo se

lo define -como ocupación, intrusión, devolución, recuperación o reparación-, y por quién estaría habilitado para definirlo. Esta es una disputa de poder sobre los sentidos en cada caso de "conflicto por la tierra" o de lucha por el "territorio". En la misma, no sólo los estereotipos son puestos a nuevo sino que vuelven a delimitarse cuáles serán las voces autorizadas para la representación. Así, desde sectores terratenientes se apela a la legitimidad "científica", supuestamente aportada por la etnología e historiografía hegemónicas que durante gran parte del siglo XX ha sostenido y consagrado como discurso académico a las premisas de extranjería de ciertos pueblos originarios (especialmente el mapuche). Estos supuestos, en realidad, han provenido del discurso político de fines del siglo XIX y fueron condensados en el estereotipo del indio malonero[14]. Los medios de comunicación, regionales y nacionales, recurren a estas "voces expertas" generalmente con el objeto de cuestionar la misma condición de aboriginalidad de los actuales demandantes por la demostración de que “antes” estaban “en otro lugar” (fundamentalmente otro país o provincia), que las formas de organización son novedosas y no tradicionales y que en definitiva continúan siendo una amenaza a la propiedad.

Conflictos por la representación de la Historia.

Desde hace un tiempo, se ha hecho público y relativamente difundido en determinados ámbitos de la Argentina, y especialmente en sectores urbanos de clase media, un debate acerca de la responsabilidad del militar y Presidente argentino Julio A. Roca (1843-1914) en el genocidio y la posterior subordinación económica y social sufrida por varios de los pueblos originarios residentes en el actual territorio nacional. Junto con ello, se debate la omnipresencia de los monumentos conmemorativos de dicho personaje, así como la asignación de su nombre a espacios públicos relevantes en la mayoría de las ciudades argentinas.

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Tanto entre quienes procuran “desmonumentar a Roca” como entre quienes se resisten a ello, observamos que la discusión historiográfica sufre una doble reducción, ya que por una parte se concentra la misma en torno a la individualidad de Julio A. Roca, ocultando la multidimensionalidad del fenómeno histórico, y por otra, la misma persona se convierte en su/s monumento/s, que adquiere/n carácter de fetiche[15].

El monumento a Roca más conocido es el que está situado en la capital del país, desde 1941. Muchas otras ciudades argentinas cuentan con monumentos de similar inspiración, generalmente emplazadas en sitios principales de cada localidad.

La oleada de monumentos y homenajes al ex presidente Roca excede seguramente a las características -reales o atribuidas- del individuo, para convertirse en una expresión de deseo de representación hegemónica en un contexto sociopolítico particular. Al homenajear a Roca, el Estado –nacional o provinciales- buscó instalar y reproducir –en función de la pedagogía de los monumentos, tan cara a las tendencias conservadoras- la recuperación de una pieza clave del liberalismo a ultranza decimonónico, desde el nacionalismo conservador y el militarismo en auge en las primeras décadas del siglo XX. Dicho nacionalismo conjugado con militarismo hizo de la llamada Conquista del Desierto una epopeya que, escindida de sus intereses particulares y presentada como empresa de interés general, pudiera equipararse a las luchas por la Independencia Nacional.

La disputa por la imposición de sentidos al pasado histórico y las operaciones selectivas de la memoria se sitúan en el centro de la lucha hegemónica (Brow 1990: 3). Así como es posible indagar en la significación de los monumentos en el contexto social en el que se erigen (Corrigan y Sayer 1985), es necesario advertir que su presencia en el medio urbano consolida aquellos sentidos más allá del espacio-tiempo de su origen, creando así contexto y

consolidando elementos y recursos ideológicos que persisten en el imaginario ciudadano, más allá de los desfasajes que se puedan percibir. No obstante, debe señalarse que en algunas situaciones, las tensiones entre los sentidos que aporta el monumento y los discursos vigentes son el detonante para el surgimiento de movimientos de impugnación del mismo.

En el caso particular que estamos analizando, estos movimientos se autorreferencian como contrahegemónicos, y cubren un amplio espectro. Desde aquellos grupos que se limitan a proponer la eliminación de uno o varios monumentos, o del nombre de Roca en espacios públicos, o su imagen en objetos de uso masivo tal como el billete de 100 pesos[16], hasta los que ligan estas acciones con un proceso más profundo de crítica a la narrativa de la historia oficial en general. Estos últimos, relacionan el caso indígena con la experiencia de la dictadura y con procesos actuales de exclusión social y violencia política y/o económica. En general, estos grupos han pasado ya por procesos de debate interno y tienen una posición asumida sobre el carácter genocida de las personas y acciones impugnadas -Roca, las Campañas al Desierto-. Muchos militantes de estos grupos participan también de otras iniciativas y movimientos sociales que tienen en común su dirección contrahegemónica. En ellos se unen ONGs, sectores intelectuales, sectores gremiales –especialmente docentes, trabajadores estatales, comunicadores- y organizaciones de militancia ligadas a pueblos originarios y a los nuevos movimientos “campesinos”.

La potencia contrahegemónica de estos movimientos se manifiesta, más allá de sus objetivos explícitos, en el efecto que generan sobre sectores de la ciudadanía mucho más amplios que los que se involucran en las protestas anti-monumento. Así, las iniciativas que proponen la remoción de monumentos, tanto como las que proponen el cambio de nombres de personas asociadas a las “campañas militares contra los indios” en calles, ciudades, plazas, escuelas,

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billetes, etc. a lo largo del país, son comentadas en medios de comunicación masiva. Estas son objeto de encendidos debates entre los defensores de la iconografía nacionalista más tradicional y quienes proponen la refundación de nuevas imágenes que constituyan otros tantos espejos donde mirar el nuevo rostro social de la comunidad nacional.

Desde 2004 hasta hoy han proliferado las manifestaciones públicas a favor de la remoción de decenas de monumentos a Roca, en diferentes ciudades del país, así como intervenciones espontáneas que tienden a expresar el descontento con lo que se considera una monumentalización concordante de determinada ideología política, y a subvertir la narrativa histórica que el monumento sostiene. Estas intervenciones consisten generalmente en manchas generalmente rojas, a semejanza de la sangre, graffitis con argumentaciones contrarias al monumento o simplemente con expresiones libertarias, etc., que se producen a veces sorpresivamente, por manos individuales y anónimas, o más comúnmente durante las marchas que se realizan en fechas claves.

En Bariloche, una ciudad patagónica, el blanco de las protestas es el “monumento a Roca” ubicado en el llamado Centro Cívico, frente a la costa del Lago Nahuel Huapi y a la sede del Museo de la Patagonia “Perito Moreno”. La escultura ecuestre, mucho más austera que la porteña, está también más intervenida que ésta, en parte a causa de la estructura del conjunto, que permite trepar sobre ella.

“Marichi Wew” (Diez veces venceremos, conocida consigna de lucha en lengua mapuzugun) y “Todavía estamos” son algunas de las leyendas que en este caso, construyen un diálogo implícito con el general Roca. A diferencia de las intervenciones porteñas, que componen un alegato anti-genocida en un nivel más abstracto, en Bariloche las inscripciones en primera persona plural recuerdan ante

todo la persistencia de las víctimas, que hoy viven –a pesar de todo- y se manifiestan activa y desafiantemente desde la memoria colectiva.

El protagonismo de las organizaciones mapuce queda de manifiesto también en los grafitti que se producen durante la marcha anual conocida como Kultrunazo (Cañuqueo 2010), en los que suele quedar plasmado, además de las consignas comunes contra Roca y sus extensiones metonímicas –Campaña del Desierto, Fuerzas Armadas, genocidio, dictadura, oligarquía, racismo, fascismo, nazismo-, otras consignas y símbolos que son inteligibles en relación a la diferenciación entre sectores juveniles y pertenecientes a diferentes tendencias dentro del colectivo urbano mapuche[17].

Gran parte de las intervenciones a lo largo del país se concentra en renombrar los sitios de conmemoración. En consecuencia, existe una gran proporción de la movilización que propone eliminar el “nombre” de Roca de calles, plazas, ciudades y escuelas. El simbolismo del acto de renombrar no es menor, ya que supera la simple función “conmemorativa”, compartida con los “monumentos” que canonizan, limitan y estandarizan la historia común[18].

Tal vez la más significativa de las iniciativas de renombramiento es la que propone cambiar el nombre a una ciudad entera: General Roca, en la Provincia de Río Negro, por el topónimo original, Fiske Menuko. De a poco y desde 2001, diferentes colectivos sociales de la ciudad van incorporando el nombre mapuche y abandonando el nombre impuesto, en un acto de renombramiento “de hecho”.

El crecimiento y la reeducación política que este debate ha producido se enfrentan, no obstante, a algunas dificultades que son importantes de señalar. Por un lado, la protesta se concentra demasiado en la figura de Julio A. Roca, ocultando la complejidad

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del proceso histórico que obviamente excede a Roca. Por un lado, aun cuando se señala esporádicamente la intervención de otros personajes del ejército y la política, la complicidad civil que se denunciara en su momento (Lenton 2005), es decir la estructura de la sociedad racista en sí misma, permanece en un cono de sombras. En este sentido, el éxito de la propuesta a nivel legislativo no implicaría realmente un crecimiento a nivel de ciudadanía, si la eliminación del monumento a Roca llevara a pensar que el problema está “solucionado” antes de llegar a proponer un debate profundo sobre la generalidad de los actores implicados en el genocidio (Lenton 2010).

Por otra parte, la propuesta de remover los monumentos está dejando de lado variadas posibilidades de intervención espontánea que además, son ideológicamente más afines con valores como la horizontalidad, la pluralidad, la interculturalidad, promovidos por los grupos de apoyo a estas inicativas, que la erección de nuevos monumentos.

Los impensables de la historia: el genocidio

Precisamente lo que cada uno de los conflictos mencionados arriba pone sobre la mesa es la necesidad de un cambio en las estructuras de sentido. Por un lado en cuanto evidencian que aún los episodios referidos como genocidio no son conocidos por el conjunto de la sociedad y que la misma dificultad para pensar en otra historia expresa el poder performativo que han tenido los estereotipos y narrativas hegemónicas para fijar sentidos.

La invisibilización, la construcción del genocidio como no evento, como un impensable de la historia es resultado de un largo proceso que se inicia –como bien lo expresara Trouillot para el caso haitiano- desde el mismo contexto de los hechos.

Contemporáneas a las campañas militares de sometimiento estatal, se construyó un aparato de verosimilitud que desde entonces ha hecho visible al fin del siglo XIX como el momento en que una "generación", liderada por el general-presidente Roca consolidó y modernizó definitivamente al Estado nacional. Las relaciones con "los indios" -entre ellas las "campañas al desierto"- serían definidas por su mismo cronista oficial, Estanislao Zeballos (1976 [1878]), como una "cruzada" de la civilización. La metáfora del desierto contribuiría a que el conjunto de acciones fueran comprendidas paradójicamente como una campaña militar incruenta y civilizatoria[19], sobre un territorio salvaje y mayormente deshabitado.

Así formarían parte de lo impensable de la historia los sucesos que siguieron al avance de las campañas militares de conquista. Especialmente aquellos que afectaron a los pueblos originarios: el establecimiento de centros de concentración de prisioneros, las deportaciones masivas a diferentes lugares del país con el objeto de la utilización de estas personas como fuerza de trabajo esclava. Estos traslados implicaban la separación de las familias, el arrebato de los niños de sus padres y el hacinamiento y reclusión de los ancianos. La memoria social a lo largo de las diferentes comunidades mapuche y tehuelche de Pampa y Patagonia resguarda el recuerdo de estas experiencias sociales del tiempo de los abuelos. También se recuerdan las torturas y las muertes sufridas en las largas marchas por la estepa por cientos de kilómetros hasta los sitios donde eran embarcados hacia otros destinos, de donde muchos ya no volverían o donde simplemente se mataba a la gente.

Decían como los ataban, cuando los arreaban, dice que arreaban las personas las que iban así embarazadas cuando iban teniendo familia le iban a cortar el cogote del chico y la mujer que tenía familia iban quedando tirao, los mataban. Venían en pata así a tamango de cuero de guanaco, así decía mi abuela. Los llevaban al lugar donde los mataron a todos, de distintos lados,

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los que se escaparon llegaron para acá. Dios quiera que nunca permita eso de vuelta.[20]

Las experiencias en el nuevo espacio social fueron disímiles. En algunos casos la población originaria fue destinada, a servicios auxiliares de las fuerzas armadas o como cuerpos armados; en otros pocos casos algunos colectivos -considerados como “tribus”- fueron utilizados como elementos de “demarcación territorial” y se las situó en lugares clave para cumplir función de vigilancia o de apoyo a la tropa.[21] La inmensa mayoría, no obstante, fue expropiada de sus bienes materiales, concentrada y deportada a las ciudades para ser utilizada como fuerza de trabajo para el servicio doméstico, la policía y las industrias subsidiadas por el Estado nacional, como la azucarera en Tucumán y la vitivinícola en Cuyo. Miles de prisioneros indígenas oriundos de las actuales provincias Patagónicas de Chubut, Río Negro, La Pampa, Neuquén y el sur de Mendoza fueron, durante las décadas de 1870 y 1880, trasladados forzosamente a distintas provincias argentinas.

Varios proyectos de investigación en curso vienen reconstruyendo los itinerarios y modalidades de la concentración, deportación, distribución y utilización de la población originaria sometida como fuerza de trabajo. Los trabajos de Nagy y Papazián (2009) relevan el funcionamiento de la isla Martín García como un espacio tanto de utilización de la fuerza de trabajo indígena como también de disciplinamiento y distribución de la misma a través de los diferentes repartimientos que allí funcionaban (la prisión, el depósito, la escuela, el lazareto, las canteras, el ejército, la marina, la iglesia, el hospital). Al trabajo pionero de Enrique Mases (2002), que iluminó los traslados y distribución de la población sometida en Buenos Aires para su utilización como servicio doméstico y trabajo en la Marina, se han sumado en los últimos años otros, como los de Lenton y Sosa (2009), que vienen reconstruyendo el destino de los deportados hacia la provincia de Tucumán y su incorporación a los ingenios azucareros, y los de Escolar (2007, 2008), quien abordó el

destino en las provincias de Cuyo y la industria vitivinícola. En todos estos casos, la división de familias, la apropiación de menores y el borramiento de su identidad han formado parte central de las investigaciones.

También existen otras líneas de investigación orientadas a la reconstrucción del funcionamiento de los campos de concentración en Pampa y Patagonia, la movilidad estructurada en el nuevo espacio social (Pérez 2009, Salomón Tarquini 2009), de la agencia misionera (Malvestitti y Nicoletti 2009) y de las fuerzas armadas en el período de sometimiento y años inmediatamente posteriores a las campañas de conquista.

Al momento de escribir esta ponencia, estos proyectos y líneas de investigación se encuentran en desarrollo. No obstante, se han alcanzado algunos acuerdos generales. En primer lugar, en cuanto a reconocer la existencia de una política de Estado con respecto a la población originaria, y a la necesidad de hacer visibles procesos que habían quedado ocultos por el peso de los supuestos instalados por la narrativa hegemónica que, como ya hemos dicho, construyó a las campañas al desierto como evento epitomizante en la consolidación estatal (Briones y Delrio 2009; Delrio et al. 2010).

En segundo lugar, y partiendo de la definición de la Convención de la ONU para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, hemos coincidido en la factibilidad de su utilización como herramienta para el abordaje del proceso de sometimiento estatal de los pueblos originarios. Consideramos que al relacionar este término jurídico con un corpus documental conformado por la memoria social y los archivos históricos -en la medida en que exploremos la relación entre ambos tipos de memoria a lo largo del tiempo- se genera un potencial mayor en la competencia del mismo.

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Bibliografía

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� Zeballos, Estanislao [1878] (1986). La conquista de quince mil leguas. Buenos Aires, Hyspamérica.

[1] Este trabajo es fruto de la investigación colectiva de los autores. Una parte de la misma ha sido publicada en Armenian Studies (Worcester, USA) y en Topografías conflictivas (Lateinamerika-Institut der FU, Berlin). [2] Denominación que tomó el conjunto de acciones militares contra los indios, especialmente aquellas realizadas a partir de la sanción de la Ley 947 en 1878, hasta la rendición de Sayhueque en 1885. Por extensión, se denomina también así a las acciones anteriores y posteriores, y en otras zonas del país, especialmente en el Chaco. Sin embargo, el tropo Campaña del Desierto, que capitaliza la imagen que a la manera de un orientalismo vernáculo (Delrio 2005) se proyectó sobre los territorios no apropiados por el estado y el mercado, está estrechamente asociado en el sentido común argentino a la agencia individual del Gral. Julio A. Roca. [3] Esta metáfora ha sido utilizada por las narrativas nacionalistas para referirse al evento crucial en la construcción no sólo del estado moderno sino de una "nación sin indios" -sin problematizar el "por qué no los habría."

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[4] La “Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio”, aprobada por la Organización de Naciones Unidas el 9 de abril de 1948, define en su artículo 11º: “Se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal: a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo”. [5] Inicialmente en la propuesta de Lemkin para una definición del crimen de lesa humanidad genocidio y etnocidio eran sinónimos. Con posterioridad el uso del término quedaría restringido a la descripción del “genocidio cultural” o “culturicidio”. En particular, adherimos a la que fuera la propuesta original, es decir consideramos que genocidio cultural es también genocidio. [6] En Argentina, la idea de “excesos” está en el presente asociada con la defensa de la última dictadura militar por parte de quienes sostienen que la lucha contra la subversión se trató de una “guerra sucia” en la cual sólo hubo excesos y no de un genocidio o terrorismo de estado. Los debates sobre el genocidio constituyente se solapan así con los que se refieren a la violencia de tiempos más recientes. [7] Cfr. Trouillot 1995. [8] La constitución nacional fue reformada en 1994. En su artículo 75 establece no sólo el reconocimiento de la preexistencia sino el aseguramiento de la ocupación de tierras aptas y suficientes para su desarrollo. [9] Cfr. Briones y Delrio 2009 [10] Cfr. Ramos y Delrio 2005. [11] Cfr. Iñigo Carrera 1984 [12] Cfr. Mapelman y Musante 2010. [13] Cfr. Delrio, Lenton y Papazian 2009. [14] Cfr. Lazzari y Lenton 2002. [15] Cfr. Lenton 2010. [16] Un proyecto de Ley presentado ante la Cámara de Diputados de la Nación en junio de 2008 propone reemplazar la efigie de Roca en los billetes de más alta denominación, por el rostro de Juana Azurduy, guerrera de la Independencia. [17] Cfr. Kropff 2004. [18] Cfr. Jelin y Langland 2003. [19] Por ejemplo, una de las memorias de aquellos expedicionarios sería publicada bajo el título "Ejército guerrero, poblador y civilizador" de Eduardo Ramayón. [20] Catalina Antilef, Futahuao, Chubut 2005. [21] Tal el caso de la tribu de Curruhuinca en el lago Lacar, o la de Coliqueo en el oeste bonaerense.

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Semana 5. Taller sobre educación

Para los egresados de la carrera de historia, la docencia es una de las actividades profesionales más convocantes, tanto en ámbitos

formales como en ámbitos informales que van desde la educación secundaria, terciaria, universitaria, en adultos o en cárceles hasta en

los barrios, los bachilleratos populares, las capacitaciones sindicales, los programas estatales o de distintas organizaciones de

alfabetización, terminalidad, etc.

En este taller nos proponemos pensar algunas cuestiones relacionadas con la responsabilidad y compromiso social que asumimos al

desempeñar esta tarea en nuestra sociedad.

Vamos a trabajar en una modalidad taller sugiriendo dos ejes: las posibilidades actuales del ejercicio docente, y la enseñanza de la

Historia en el debate público. Planteamos un espacio donde se pueda reflexionar sobre el ámbito educativo y en este sentido las lecturas

señaladas funcionarán como disparadores del debate. A su vez la idea es recuperar los recuerdos, las tensiones, y los a priori que

trabajamos la primera semana para intentar pensar la educación como futuros profesores e imaginarnos cumpliendo, ejerciendo ese rol.

La Historia que enseñamos en la escuela nos remite a los diseños curriculares establecidos por el Estado y es parte del debate público:

cuáles son esos contenidos, cómo enseñarlos y con qué recursos pedagógicos. Reconocer los distintos actores que influyen, opinan,

deciden sobre la historia que aprendemos y enseñamos nos ayuda a insertar nuestros deseos y desafíos en el actual contexto social y

político y aportar juntos ideas, estrategias, para superar los escollos y potenciar posibilidades.

-Entrevista a Silvia Finocchio por Raquel San Martín. “No es verdad que la educación está siempre en crisis”. La Nación, Miércoles 23 de

septiembre de 2009.

-Entrevista a Adriana Puiggrós por Laura Vales. “Sobre la inclusión del escrache en los planes de estudios de las escuelas bonaerenses.

Hay que poner una mirada histórica”. Página 12, Viernes, 18 de febrero de 2011

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Entrevista a Silvia Finocchio por Raquel San Martín. “No es verdad que la educación está siempre en crisis”. La Nación, Miércoles 23 de septiembre de 2009. Para esta investigadora, hace 50 años que se exagera al hablar de los déficit de la escuela Nada como la historia para mirar el presente, dice la historiadora de la educación Silvia Finocchio. Y cuando se mira atrás, agrega, se ve que desde hace por lo menos 50 años se viene hablando de la crisis educativa como si fuera algo terminal. "Existen, por cierto, problemas, pero más que hablar de fracaso podríamos hablar del éxito escolar, ya que muchas personas que antes no tenían acceso a la escuela, lo tienen a partir de las últimas décadas", sostiene. Silvia Finocchio eligió una original vía de acceso al pasado de la educación argentina: las revistas educativas. Y descubrió un universo de publicaciones estatales, gremiales, académicas y comerciales que retratan los cambios y tensiones en la educación argentina desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días. Sus hallazgos acaban de publicarse en el libro La escuela en la historia argentina (Edhasa). Doctora en Ciencias Sociales e historiadora, investigadora del área de Educación de Flacso, Finocchio rechaza el discurso de la catástrofe escolar, hoy tan arraigado, y prefiere ampliar la mirada: "El problema con la educación es que no estamos de acuerdo en qué queremos para la escuela, porque no nos podemos imaginar un futuro colectivo". -¿Qué revelan las revistas educativas sobre la educación argentina? -Pensamos que en educación todo lo hicieron el Estado y el normalismo, pero cuando se entra en el mundo de las revistas, eso se pone en duda. Hay posiciones distintas, desde las décadas de 1910 y 1920, por parte de los sectores católicos, de los anarquistas, de los propios docentes y de algunas universidades. Las revistas desmitifican la idea de que todo lo hizo una generación y que después lo único que hubo fue decadencia. Hubo cambios y movimientos, búsquedas y ensayos. -En ese sentido, parece que esta idea de crisis de la educación tiene una historia larga. -La educación siempre es cambio y movimiento. Pero el discurso sobre la crisis educativa aparece ya hace 50 años, en las publicaciones oficiales, de los gremios y asociaciones docentes, y de las universidades. Y generalmente bajo una lectura de deterioro. Hubo mucha crítica al acartonamiento, al exceso de protagonismo de los docentes, al enciclopedismo. El discurso acerca de la crisis de la educación está muy instalado en el mundo educativo.

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-¿Qué tiene de particular ese discurso hoy? -Una connotación asociada con la catástrofe, el derrumbe social, la idea de haber tocado fondo. Y la verdad es que son lecturas bastante pobres de la escuela. Lo que ocurre en la escuela no se sabe y no ha sido estudiado. Tenemos miradas muy prejuiciosas y estereotipadas sobre lo que acontece en la escuela. Por supuesto, hay experiencias a veces duras y traumáticas, pero construir toda una teoría sobre la base de esas imágenes es empobrecedor. Más que hablar de fracaso, podemos hablar de éxito escolar. Mujeres, clases sociales y grupos étnicos que antes no accedían a la escuela ahora lo hacen. Si nos comparamos con otros países, podemos decir que tenemos problemas, pero todo depende de qué es lo que se mire. -Según usted, ¿dónde tiene su raíz la crisis de la educación? -En que no estamos de acuerdo en qué queremos para la escuela, porque no nos podemos imaginar un futuro colectivo. No nos podemos poner de acuerdo en cuánto de cambio y cuánto de conservación tiene que haber en la escuela. Hay que discutir el papel de diferentes actores. Por ejemplo, de los medios de comunicación, a la hora de formar una impresión pública catastrófica sobre la educación, que termina desmotivando a los docentes. También hay que pensar en el papel de los sindicatos, que no tienen ya una utopía alrededor de la educación, o en el de la propia investigación, que está muy fragmentada y especializada. Otro actor son los organismos internacionales: terminan construyéndose discursos muy anodinos y abstractos, que no molestan a nadie, pero que tampoco convencen a nadie. -¿Nos cuesta pensar futuros también fuera de lo educativo? -Sí, porque estamos en un contexto de transición y revolución cultural que frente a la incertidumbre vuelve a la escuela de un modo no apropiado. El discurso sobre la crisis de la educación llegó a un límite y produce efectos en los propios docentes y estudiantes. -¿Por ejemplo? -Alumnos que se convencen a sí mismos de que no son lectores, cuando leen, y leen mucho. Estudiantes universitarios convencidos de que no saben leer y escribir, cuando están terminando carreras que supusieron la práctica de la lectura y la

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escritura. Los efectos en los docentes son muy graves, porque instalan un clima de resignación en la escuela, de victimización, y una proliferación de la cultura compasional, terapéutica, donde lo que predomina es el malestar. -¿Cómo conviven las ideas de que hay una catástrofe educativa y de que la educación es lo único que nos puede salvar? -Hay un discurso de la epopeya educativa, defendido, en general, por los que más se beneficiaron con ella. Pero no se beneficiaron todos. Esta epopeya patriótica elude decir que la educación supuso siempre batalla, confrontación, debate. No quiero pensar en lo que era la educación en la segunda mitad del siglo XIX. Había que convencer a la opinión pública del valor de la educación. Sarmiento lo tuvo muy claro y bregó por la formación de esa opinión pública favorable. Eso nos diferencia. En otros países de América latina hoy el Estado sigue haciendo difusión para que los padres manden a los chicos a la escuela. Para nosotros, eso ya es una conquista. Conocemos la importancia de la educación: eso está incorporado a nuestra cultura.

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Entrevista a Adriana Puiggrós por Laura Vales. “Sobre la inclusión del escrache en los planes de estudios de las escuelas bonaerenses. Hay que poner una mirada histórica”. Página 12, Viernes, 18 de febrero de 2011 La diputada y ex ministra de Educación de la provincia critica el tratamiento que le dieron los medios al tema y asegura que es necesario explicar el contexto en que surgieron los escraches, “a raíz de las leyes de obediencia debida y punto final”. “Aprovecharon que se incluyó la palabra escrache en los contenidos y magnificaron el asunto.” Por Laura Vales “Yo no hubiera puesto en el programa la palabra escrache”, advierte de entrada Adriana Puiggrós, ex ministra de Educación bonaerense, sobre la polémica por la inclusión de los escraches como parte de los planes de estudio de los colegios secundarios de la provincia. Sin embargo, la antecesora de Mario Oporto en la Dirección General de Cultura y Educación considera que la cuestión “fue magnificada” por los grandes medios, que se tomaron de esa palabra –siempre odiada o enaltecida sin medias tintas– para generar un escándalo donde debería darse otro tipo de discusión. “Lo que fundamentalmente tenemos que enseñar a los chicos son las formas democráticas y constitucionales de expresar las opiniones”, sostiene la diputada, doctora en Pedagogía. –¿Por qué dice que no hubiera incluido la palabra escrache en el plan de estudios? –Porque me parece que en el programa habría que poner un contenido más general, que no es enseñar “escrache”. Creo que este tipo de contenidos tiene que explicarse desde una perspectiva histórica, con el enfoque de que el escrache surgió cuando estaban cerradas las posibilidades de peticionar, para poner en evidencia a torturadores, a gente que participó de las peores cosas de la dictadura. Y además, que surgió a raíz de las leyes de obediencia debida y de punto final. O sea que no tiene sentido poner la palabra “escrache” en un programa: lo que hay que poner es una mirada histórica a todo ese período y tratar de entender por qué surgieron esa y otras formas de expresión. –¿Qué les dice a quienes sostienen que el escrache es una práctica fascista?

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–Los calificativos no sirven, yo no voy a calificar. Lo que puedo decir vinculado con estos temas es que creo que hay que reglamentar el artículo de la Constitución que establece la posibilidad de la iniciativa popular y ponerla en vigencia. Que se abra un espacio para que haya proyectos de ley que puedan llegar al Congreso impulsados con la firma de una determinada proporción de la sociedad, ése es el camino. –Cuando usted fue directora general de Cultura y Educación en la provincia, ¿incorporó al secundario una materia similar a la ahora cuestionada, Política y Ciudadanía? –Durante mi gestión se incluyó en los primeros años del secundario (en este caso, en cambio, se trata de quinto año de la escuela media) una materia que se llamó Construcción de Ciudadanía, no era esta materia. –¿Su sentido era el mismo? –Tendría que ver más profundamente el programa. Pero aclarando esto, supongo que el sentido de la materia es la formación en derechos humanos, de los chicos como ciudadanos, sobre todo centrado en el tema de los derechos y deberes que tenemos todos. –En aquel momento, la Iglesia Católica se opuso. –Monseñor Héctor Aguer se enojó muchísimo porque en el programa se incluía la perspectiva de género. Fue una polémica muy fuerte. –¿Por qué cree que ahora el tema del escrache generó este despliegue en los grandes medios de comunicación? –Porque aprovecharon que se incluyó la palabra escrache en los contenidos y, agarrándose de eso, magnificaron el asunto. –¿Qué experiencias hay sobre la enseñanza de la participación política? ¿Qué antecedentes pueden servir de orientación? –Hay antecedentes acá y en muchos otros países. Por ejemplo, hay trabajos del Instituto Intera-mericano de Derechos Humanos de Costa Rica, que lleva en esto cuarenta años porque después de la Segunda Guerra Mundial, en la posguerra, empezó a

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trabajar con Naciones Unidas en educación para los derechos humanos. La Argentina venía muy atrasada en este tema, pero la experiencia indica que el impacto sobre los jóvenes es muy importante cuando se trabaja bien. –Más allá de los programas, son los docentes los que tienen que desarrollar los contenidos. ¿Se podría hacerlo aun cuando el escrache genera posiciones tan divergentes? –En mi gestión, antes de poner en marcha la materia Construcción de Ciudadanía, hicimos un año entero de capacitación de los docentes y una prueba piloto específicamente para ese curso. Es decir que dimos formación a los docentes que fueron seleccionados especialmente. Por eso insisto en que la discusión del tema es otra. No estoy en contra ni a favor de que los escraches sean parte del plan de estudio, pero es un tema que lo enfocaría con una mirada histórica, con una mirada que lo explique como una consecuencia de las leyes de obediencia debida y de punto final.

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Textos complementarios

(Anexo)

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Visita al Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires

Unas líneas para entender por qué vamos a conocer este repositorio documental

La microhistoria y las fuentes judiciales

Emir Reitano Podemos encontrar varias definiciones para lo que entendemos por microhistoria. Se puede decir que ella es la historia social con

escala local, o puede ser el estudio de un individuo que no es célebre como el caso de Menocchio en El queso y los gusanos de Carlo

Ginzburg.(1)

La microhistoria tiene la posibilidad de contar una historia extraída de archivos la cual puede contener excentricidades y a partir de ella

buscar su inclusión en la gran historia general.

Ginzburg plantea en la introducción de su obra algo lógico y es que los historiadores no pueden entablar un diálogo con los campesinos

del siglo XVI, por lo tanto, deben valerse de fuentes escritas por individuos relacionados con la cultura dominante. De este modo, la vida de

los campesinos del siglo XVI nos llega a través de filtros intermedios deformantes lo que complica el intento de investigación dentro de esta

vertiente. (2)

No haremos en este caso una cronología de trabajos sobre microhistoria, pero es necesario aclarar que a partir del trabajo de Mijail

Bajtin sobre La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, los historiadores abrieron los ojos

a nuevas perspectivas para la historia.(3) En el libro de Bajtin los campesinos y artesanos que él trata de describir hablan por boca de Rabelais.

Allí la indagación es directa, sin intermediarios, lo que deja perspectivas más alentadoras para la comprensión del pasado que se intenta

reflejar.(4)

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A partir de ese momento surgieron montones de trabajos acerca del tema. Le Roy Ladurie causó sorpresa al lanzar su trabajo sobre el

Carnaval de Romans, donde trató los acontecimientos ocurridos en la ciudad de Romans durante 1579 y 1580 (5). Luego, con la aparición del

Libro de Ginzburg se consolidó la microhistoria dentro del campo del estudio de lo social.

En su trabajo, Ginzburg, a través de un expediente del Santo Oficio, reconstruyó la vida de Menocchio, un molinero del siglo XVI que

muere en la hoguera por las extrañas concepciones que tenía acerca del universo. La microhistoria de Menocchio se inserta dentro de la

historia general porque dos acontecimientos históricos hacen posible su existencia: la invención de la imprenta, que le permite a Menocchio la

posibilidad de confrontar los libros con la tradición oral en la que se había criado, y la Reforma religiosa, que le otorga audacia para

comunicar sus pensamientos al cura de su pueblo, a sus paisanos y a los inquisidores (6). Dos grandes acontecimientos históricos que

permitieron y condicionaron la existencia de Menocchio.

La “Historia de los sectores bajos”

Las fuentes judiciales aportan sobre todo datos importantes para la historia de los sectores más desprotegidos, largamente relegados de

la historia en general.

Peter Burke, en su trabajo Historia popular o historia total, dice que en la tradición clásica de Grecia y Roma (resurgida durante el

Renacimiento) a la historia se la consideraba un género "noble", como la épica y la tragedia, por lo tanto se interesaba en los hechos de los

grandes hombres. Hablar de personas corrientes no estaba a la altura de lo que se denominaba la "dignidad de la historia". Un ejemplo de ello

lo constituye una breve referencia a Cornelio Tácito. El emperador romano Vitelio se vio abandonado en sus últimos momentos por todos los

que lo rodeaban excepto por su cocinero. Cuando Tácito relató este episodio en su historia, no fue capaz de escribir la palabra cocinero. En

vez de ello aludió vagamente a uno de los más humildes servidores del emperador. (7)

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Para los historiadores de comienzos del siglo XIX el héroe fue colectivo, era el pueblo en general el mencionado héroe (más allá de los

matices subjetivos que pueda acarrear la carga que lleva ese término sobre sus hombros). El término "pueblo" visto bajo la luz idealista de esa

época podía, con su amplitud de sentido, cubrir cualquier tipo de grietas entre aliados y enemigos del mismo, (sean aliados la burguesía y los

trabajadores contra enemigos comunes como la aristocracia, los extranjeros o quien fuera) (8)

En el siglo XX Fernand Braudel planteó la historia total que, aunque resulte una imposibilidad, expresa un ideal para que la historia se

ocupe de las actividades de todo tipo de gente. Por lo tanto la historia total borra las distinciones entre nosotros y ellos y dentro de ella,

insertada la historia de los sectores bajos y populares muestra las bases de las estructuras sociales que sirven a los acontecimientos políticos y

sobre todo, devuelve la dignidad a las personas corrientes.(9)

Resulta evidente aclarar que gran parte de la historia de los sectores bajos de la colonia se encuentra en los expedientes judiciales y,

aunque los registros y archivos parroquiales complementen la misma, las fuentes, y sobre todo las fuentes judiciales continúan llevando esa

carga de contenido que debe interesar al historiador.

El uso de las fuentes judiciales para la microhistoria: alcances y limitaciones

Las fuentes judiciales evocan el conflicto. Por ello resultan sumamente elocuentes para describir un mundo de valores que han de

sustentar la trama social del mundo colonial. Al ventilar sus discrepancias ante la justicia los litigantes o sus letrados desnudan de manera

indirecta el marco normativo que ha sido quebrado, el orden anhelado, las pautas del equilibrio y del consenso perdido. La patología sirve

para conocer la normalidad. (10)

Las fuentes judiciales nos permiten visualizar a los sectores bajos, esa mayoría sin riqueza, ni poder, ni propiedades. Como la justicia

está hecha para el control de esos sectores (sobre todo el fuero criminal) los que desfilan por los estrados judiciales, los que están en las

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cárceles del virreinato, son los integrantes de la plebe de ese mundo colonial. Por lo tanto la fuente judicial es en gran medida la voz de esos

individuos y nos permite reconstruir la vida de los mismos a partir de sus testimonios. (11)

Carlos Mayo, Silvia Mallo y Osvaldo Barreneche señalaron en su artículo que el trabajo con fuentes presenta algunas limitaciones

teórico-metodológicas. En primer lugar las mismas, al referirse al conflicto social, olvidan los aspectos consensuales de una sociedad colonial

generalmente estable. En segundo lugar, las fuentes judiciales al tratar las conductas desviadas evocan un universo que tal vez no sea el más

representativo. También otra limitación es la veracidad del relato existente en la fuente. (12)

Las limitaciones no son determinantes si las fuentes son comparadas y relacionadas con otros documentos, lo que nos permitirá,

triangulando la información con otras fuentes del mismo período estudiado, elaborar una idea más acabada acerca de los sectores a los que nos

estamos refiriendo.

Pero más allá de la veracidad del relato de un declarante ante la justicia lo que nos interesa es que el mismo sea creíble, porque sería

una coartada "históricamente válida". Si el declarante está diciendo la verdad mejor aún, pero si miente su testimonio tiene que ser creíble

para los jueces y fiscales que intervengan en el caso. (13)

Es así que a través de un proceso judicial podemos llegar a ver la forma de administrar justicia en el mundo colonial tardío y a percibir

la concepción de la misma en los sectores medios y bajos de la sociedad que intentamos recrear. Por un supuesto delito y por obra de la

justicia colonial que registró y conservó algunas curiosidades de la vida del imputado podemos saber algo de una de las tantas personas pobres

e ignorantes de nuestro pasado que, como señaló Richard Boyer al referirse a un arriero de Nueva España en el siglo XVII, nunca ejerció

poder, acumuló ni gastó fortuna, ni escribió testimonio de índole alguna. (14)

Es obvio también que un caso judicial no nos sirve para tipificar la sociedad colonial porteña de fines del siglo XVIII, pero sí para

adentrarnos un poco más en ella ampliando, con él, su espectro hacia otros campos olvidados de la historia. De esta forma podremos intentar

abrir nuevos caminos en la historia para comprenderla un poco más. Tampoco pretendemos crear una tipología ni mucho menos agotar el tema

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a través del estudio de una causa judicial, lo ideal es realizar una comparación con otros casos y otras fuentes. Como ya señalaba Robert

Darnton en su célebre trabajo sobre La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa , apartarse del camino

trillado quizá no sea una metodología, pero así se tiene la posibilidad de disfrutar de visiones poco usuales, que pueden ser muy reveladoras

para lo que se quiera comprender del pasado . (15)

Podemos aprender mucho acerca de la historia a través de un análisis detenido de las experiencias extraordinarias de la gente común,

aunque no sea sencillo rescatarlas más allá de las notas y apéndices del discurso histórico. De esta forma para llegar a la "Historia Total",

debemos hurgar por debajo de la historia política, institucional, económica y social para llegar al meollo de la otra historia que encontramos

debajo de ella.

CITAS 1- GINZBURG, Carlo. El queso y los gusanos, Barcelona, Muchnik Editores, 1981. 2- Ibidem, p. 15. 3- BAJTIN, Mijail. La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, Madrid, Alianza Estudio, 1987. 4- Ibidem. 5- LE ROY LADURIE, Carnival. Londres, 1980, En: BURKE, Peter (ed). Formas de Hacer Historia, Madrid, Alianza Universidad, 1993, pp. 288-289. 6 GINZBURG, Carlo. Op. Cit, p. 27. 7- BURKE, Peter. Historia popular o historia total, En: SAMUEL, Raphael. Historia popular y teoría socialista, Barcelona, Ed. Crítica, 1984, p.71. 8- Ibidem, p. 74. 9- BRAUDEL, F. Capitalism and Material Culture, London, 1973, En: BURKE, Peter. Historia popular o historia total, Op Cit, p. 77. 10- MAYO, C. MALLO, S. BARRENECHE, O. Las fuentes Judiciales. Notas para su manejo metodológico, En: Estudios e Investigaciones, La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UNLP, Nro 1, p. 47. 11- Ibidem, p. 48. 12-Ibidem, p. 48. 13-Ibidem, p. 50. 14- BOYER, Richard . Juan Vazquez: Arriero desafortunado. En:SWEET,D. NASH,G. Lucha por la supervivencia en la América colonial, México, FCE, 1987, p. 178. 15- DARNTON, Robert. La gran matanza de gatos y otros episodios de la cultura francesa , México, FCE, 1994, pp. 12-13.

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Cómo escribir una reseña...

Ana María Presta

Todo libro demanda esfuerzos diferentes a quien lo reseña. No hay una “receta” única para abordar un texto, de manera tal que lo que

aquí se expresa son sólo sugerencias. Utilice sólo aquellas que juzgue pertinentes, pero siéntase responsable de la tarea que asume: leer

críticamente un libro.

1. De la lectura del libro

Cuando lea, su perspectiva crítica debe permanecer en estado de alerta: sin embargo, ello no implica que enfrente los contenidos de

manera agresiva. Criticar no implica destrozar, aunque a veces ocurra. Los resultados serán mejores si se propone leer con espíritu crítico y

comprensivo a la vez.

Lea la totalidad del libro detenida y cuidadosamente. Relea lo que no entendió. No deje de lado prefacios, prólogos, notas y otras partes

que puedan aparecer no esenciales al texto. Lo que extraiga de allí podrá ayudar a que entienda mejor el libro. Si fuera posible, es mejor leer el

texto dos veces, la primera vez para tener una opinión, la segunda para examinar sus impresiones y obtener evidencias en detalle.

Mientras lee, tome notas. La siguiente lista le dará una idea de lo que debe buscar. Hacer anotaciones le ayudará a concentrarse, mantener

el ritmo de lectura y le ofrecerá la oportunidad de marcar párrafos para citar.

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2. De las preguntas a hacerse mientras lee

¿Cuál es el tema tratado por el autor y en qué área del conocimiento lo coloca?

¿En qué marco conceptual ubica el autor el tema? ¿Cuál es su tesis central? ¿Cuáles son sus hipótesis? ¿Sus inclinaciones, favoritismos? ¿Qué

metodología utiliza?

¿Cuáles son las fuentes primarias del autor? ¿Cuán amplia es su investigación?

¿Para quién fue escrito el libro? ¿Investigadores? ¿Público no académico? ¿Constituye un producto apropiado para su audiencia?

¿Cómo se estructura el libro? ¿Juzga su desarrollo ordenado y lógico? ¿Le parece claro?

¿Cómo juzga la prosa del autor? ¿Excepcionalmente buena? ¿Tiene estilo cautivante?

¿El libro tiene ilustraciones? ¿Índice? ¿Bibliografía? ¿Qué otros adicionales explicativos? ¿Los juzga efectivos y útiles?

¿Cuán apropiado le parece el título? ¿Promete básicamente lo que muestra?

¿Detectó errores, descuidos, conjeturas falaces?

¿Por qué escribe? ¿Logró el autor lo que se propuso?

¿Cuál es su opinión personal del libro? ¿Le satisfizo leerlo? ¿Es ameno? ¿Convincente? ¿Por qué? ¿Si no lo fuera, por qué?

3. De cómo escribir la reseña

Escribir una reseña es parecido a producir cualquier otro ensayo corto. No hay fórmula universal, pero seguir ciertos lineamientos básicos

simplifican la tarea.

Revise sus apuntes y el punteo de temas que efectuó durante la lectura.

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Ordene ambos en una secuencia lógica. El tiempo invertido en esa organización no sólo produce una estructura consistente y clara, sino

que le permitirá concentrarse en la construcción de párrafos durante la estructura del primer borrador. Una forma posible de comenzar el ensayo

es como sigue:

1. Una breve descripción del tema, los propósitos y el espectro del libro.

2. Detalle de su tesis, prejuicios o argumentos parciales.

3. Enumeración de los logros del autor en torno a sus argumentos/hipótesis.

4. Evaluación de las contribuciones al conocimiento y sus puntos débiles

5. Una síntesis de los puntos faltantes

6. Valoración del libro y su espacio en la literatura específica (historiografía).

Escriba el borrador sin detenerse a afinar las frases tratando de incluir en el papel todo lo que tiene para decir.

Tómese un descanso y lea el borrador críticamente, notando los párrafos ambiguos, incompletos, reiterativos, etc.

Corrija y construya el segundo borrador, detectando los errores gramaticales y la puntuación, asegurándose de que ha escrito todo lo que

quería decir.

Tipee el ensayo final. Lea nuevamente y asegúrese de haber corregido todos los errores.

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SAMUEL AMARAL

Recomendaciones para escribir la monografía

(También reseñas, estados de la cuestión, proyectos de investigación y tesis)

15ª ed., 16 de agosto de 2006.

Introducción

Estas recomendaciones son sólo recomendaciones, pero sirven para escribir con mayor claridad, elegancia y eficacia. En cuanto al

lenguaje, se ajustan a las efectuadas por autores que se han ocupado del uso instrumental del lenguaje con estos fines. En cuanto a la estructura, a

las de los principales textos que tratan acerca del trabajo intelectual. En cuanto a las referencias, a las convenciones usadas por las principales

revistas y editoriales académicas de la especialidad.

I. Lenguaje

1. La oración

- Evitar las oraciones demasiado largas.

- La oración debe tener sentido por sí sola. Evitar la deriva del sentido.

- Comprobar que cada oración tenga sujeto, verbo y predicado.

- El número del sujeto determina el número del verbo.

- Comprobar la coordinación de los tiempos verbales.

- No separar una oración en dos partes con punto.

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- No usar coma para separar oraciones, sino punto.

- Evitar la interrupción de la oración con aclaraciones entre comas, guiones o paréntesis.

- No separar sujeto y verbo con coma.

2. Composición y estilo

- Hacer del párrafo la unidad de composición. Los párrafos no deben tener una extensión menor de cinco líneas. También se debe evitar los

párrafos demasiado largos.

- El comienzo de cada párrafo debe servir par mantener la línea argumental.

- Usar la voz activa.

- Poner las declaraciones en forma positiva. Evitar la forma: “No solamente... sino...”

- Usar un lenguaje concreto.

- Evitar el abuso de la metáfora.

- Evitar las palabras innecesarias.

- Expresar ideas coordinadas en forma similar.

- Mantener juntas las palabras relacionadas entre sí. El adjetivo debe de estar junto al sustantivo al que califica y el adverbio junto al verbo o

adjetivo que modifica.

- Evitar una sucesión de oraciones sueltas.

- Evitar los calificativos.

- Evitar explicar demasiado. Hay que pensar qué conoce el lector al que el trabajo está destinado, para evitar aclararle lo que es obvio.

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- Asegurarse de que el lector sepa quién está hablando (de quién es la voz). Las comillas se usan para darle la voz en un texto a otra persona

distinta de su autor.

- Evitar las palabras de moda y las expresiones coloquiales.

- Evitar los atajos a expensas de la claridad. Recordar que el lector sabe menos del tema que quien escribe.

- Usar los tiempos pasados del modo indicativo, no el presente, ni el futuro, ni tiempos del modo subjuntivo (salvo que lo requiera la

coordinación de los tiempos verbales) para todo cuanto concierne al pasado.

- Usar el presente para referirse a lo que dicen los libros o los autores en sus libros, que por estar frente a nosotros, aun dicen lo que dicen.

- No usar la primera persona del singular ni del plural, ya que facilitan la argumentación.

- Evitar las enumeraciones con guiones o equivalentes (como las de esta lista).

- Revisar todo para eliminar las repeticiones y cuidar la ortografía. Buscar en el diccionario todas las palabras de cuya ortografía o significado no

se esté seguro.

II. Estructura

1. Equilibrio

- Todo trabajo (monografía, artículo, capítulo de libro, libro) debe tener un título que describa el contenido de la manera más expresiva y más

corta posible.

- Todo trabajo debe tener una introducción, un desarrollo (aunque no necesariamente con este título) en dos o más partes, y una conclusión.

- En la introducción se dice lo que se va a decir.

- En el desarrollo se dice lo que se tiene que decir.

- En la conclusión se dice lo que se dijo.

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- En la introducción se define el marco conceptual, lo más amplio posible, dentro del que se quiere que el trabajo sea leído. Allí el autor

determina con quién está dialogando. - En la introducción se debe plantear una pregunta (con o sin signos de interrogación), que se desarrollará

en el cuerpo del trabajo y se contestará en la conclusión. Hay que tener una pregunta antes de comenzar a escribir, pero al terminar trabajo es

necesario ajustar la pregunta al contenido real del mismo y a la contestación que da la conclusión.

- Todo trabajo tiene una extensión predeterminada, fijada por los requisitos para presentar una monografía en un curso, una ponencia en un

congreso, un artículo a una publicación periódica o un libro a una editorial. Hay que tener presente al comenzar el trabajo cuántas páginas habrá

que escribir y cuánto de todo lo que queremos decir dentro del formato predeterminado.

- Se debe cuidar el equilibrio del trabajo y de sus diferentes partes: cada parte tiene que tener una longitud similar a la de sus equivalentes.

- La introducción y la conclusión deben tener una longitud similar, pero juntas no deben tener menos del 10% ni más del 20% de la extensión

total del trabajo.

2. Características particulares de cada tipo de trabajo

a) Reseña

El objeto de la reseña es dar cuenta del tema, fuentes, métodos y tesis de un libro, como asimismo la originalidad de su contribución a lo

ya conocido sobre el tema.

b) Estado de la cuestión

El objeto del estado de la cuestión es dar cuenta, de manera organizada y sistemática, de lo que se ha escrito sobre un tema. En este caso

el tema, no los libros, está en primer lugar. Libros, artículos y otras contribuciones se mencionan sólo en relación con el tema y subtema tratados.

Pueden señalarse aspectos que el material comentado no trata.

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c) Proyecto de investigación

A partir del estado de los conocimientos sobre un tema, debe mostrarse que existen interrogantes que vale la pena contestar, que se cuenta

con las fuentes y métodos para hacerlo, y que se puede lleva a cabo. Deben mencionarse los resultados esperados, tanto desde un punto de vista

material (un libro, algunos capítulos, un artículo), como intelectual (qué respuesta se espera para la pregunta central de la investigación).

d) Monografía

- Comenzar a escribir por donde uno tiene más material o más ganas.

- Concentrarse en la línea argumental: poner todo lo que se necesita para desarrollarla y dejar afuera todo lo que no sea necesario para ella.

- Completar el borrador antes de comenzar el pulido y engarce de las partes.

- Para la estructura, ver el punto anterior (véase supra, sección II.1 Equilibrio)

e) Artículo de revista

Vale todo lo dicho para una monografía, pero además es conveniente mirar la revista a la que se enviará el trabajo. Cada revista tiene requisitos

explícitos para la presentación de trabajos, que se pueden obtener de la redacción de la revista o, a menudo, en algún ejemplar de la misma, pero

también requisitos implícitos. Por eso, antes de enviar un artículo a una revista, conviene observar qué tipo de artículos publica esa revista y cuál

es la estructura y la temática de esos artículos.

e) Tesis de licenciatura, de maestría o de doctorado

Las tesis están compuestas de varias secciones o capítulos, según la extensión requerida de las mismas. Nunca debe perderse de vista el

hecho de que las partes, es decir las secciones o capítulos, forman parte de un todo, que es la tesis.

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Las tesis, por ese motivo, deben tener una introducción y una conclusión, que sean de la misma extensión aproximada que una sección o

un capítulo. La introducción debe plantear una pregunta y la conclusión debe responderla. Las secciones o los capítulos que estén entre ellas

deben servir para sostener cuanto se afirme en la conclusión.

Cada sección o capítulo debe tener una introducción que lo ligue con el tema central de la tesis y explique al lector la función que cumple

en el desarrollo del mismo. También debe de tener una conclusión que señale el aporte principal del capítulo al desarrollo del tema central. La

conclusión de cada capítulo debe de servir para construir la conclusión de la tesis.

Las tesis de doctorado deben ser la base de un libro y las tesis de licenciatura y maestría pueden pensarse como partes de una tesis de

doctorado, aun cuando ésta no esté en los planes inmediatos del autor.

III. Formato

1. Tipeo

- Utilizar un solo lado de la hoja (preferentemente tamaño carta o A4), con márgenes mínimos de 2,5 cm. a izquierda y derecha y de 3 cm. arriba

y abajo.

- Dejar sangría de cinco espacios al comienzo de cada párrafo.

- En la impresión final debe utilizarse doble interlineado. Aquí se ha tipeado con interlineado sencillo para bajar el costo de fotocopiado o

impresión de estas

“Recomendaciones”.

- Usar solamente la redonda (que es ésta), no la bastardilla (también llamada cursiva o itálica), ni la negrita, la MAYÚSCULA, o la VERSALITA.

- Usar la bastardilla para títulos de libros (pero no la Biblia ni los libros que la componen) y nombres de diarios y revistas, ya sea que se

mencionen en el texto, en las notas o en la bibliografía. También van en bastardilla los títulos de películas, obras de teatro, composiciones

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musicales, obras de arte, programas de computación, programas de radio y televisión; los nombres de barcos, de servicios de trenes, ómnibus o

vuelos especiales (pero no el nombre de la empresa de transporte) y de satélites y naves espaciales; y las palabras extranjeras (a menos que sean

de uso común y se hayan castellanizado).

- Los títulos de artículos y folletos van en redonda, entre comillas.

- Ocasionalmente, pero sólo ocasionalmente, puede utilizarse la bastardilla para enfatizar una palabra

- Usar las comillas (“ ”) solamente para transcripciones textuales o para palabras que se toman de otro contexto, a las que se supone transcripción

aunque no se indique la fuente (por ejemplo, dichos populares, refranes, lugares comunes).

- Los años deben darse completos: 1945, no 45, ni ’45; 1895-1896, no 1895-96, ni 1895/96 (excepto en el caso de las cosechas de verano en el

hemisferio sur, para las que sí se suele usar esta última forma, o mejor 1895/1896, para indicar que se trata de una cosecha que comienza a fin de

un año y termina en los primeros meses del siguiente y no de las cosechas de dos años distintos).

- Las fechas deben expresarse completas: 27 de noviembre de 2003, no 27-11-03 o cualquier otra forma de abreviatura.

- Las páginas debe numerarse.

- Revisar todo el texto constantemente, especialmente antes de entregarlo, para eliminar las faltas de tipeo.

- Revisar muy especialmente los nombres de personas y títulos de libros.

2. Transcripciones

- Evitar las transcripciones textuales.

- Dejar sólo las transcripciones que no puedan parafrasearse sin perder algo de su sentido.

- Las transcripciones van entre comillas (“ ”). La transcripción dentro de una transcripción va entre comillas simples (‘ ’). Los comentarios

propios dentro de una transcripción van entre corchetes ([ ]).

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- Si el texto transcripto ocupa cinco o más renglones debe ir en caja menor (es decir, con márgenes mayores), letra de cuerpo menor (optativo) y

sin comillas.

- Asegurarse de que todas las citas textuales o paráfrasis que se hagan de textos o ideas de otros autores estén acreditadas en nota, cuya llamada

estará al final del párrafo donde se encuentren la cita textual o la paráfrasis. Esta acreditación debe hacerse tanto por razones de honestidad

intelectual (véase infra, sección V) cuanto para que los lectores tengan acceso a nuestras fuentes y puedan seguir el hilo de nuestros

razonamientos. No acreditar a su autor una idea o una cita es plagio. El plagio está penado por la ley y por las regulaciones y costumbres

académicas.

3. Notas

- Las notas deben ir al pie de página o al final del trabajo, pero no dentro del texto. En algunas disciplinas (economía, antropología) se suele usar

este tipo de notas, pero no en historia. La llamada (el número que va en el texto y se repite en la nota) que indica la existencia de una nota distrae

menos al lector.

- Las llamadas de las notas deben ir preferentemente al final de la frase para no obligar al lector a interrumpir la lectura en la mitad de ella.

- Evitar las notas demasiado largas.

- Usar las notas sólo para dar las referencias de las fuentes manuscritas o bibliográficas y para hacer aclaraciones imprescindibles, siempre de la

manera más breve que sea posible.

- Si la nota es demasiado larga (más de dos o tres renglones) hay que tratar de incluir su contenido en el texto. Si no se pudiese incluir, hay que

considerar la posibilidad de su eliminación.

- No incluir cuadros en las notas, ni cortar el texto de la nota en párrafos.

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4. Referencias

- Se entran de modo diferente según vayan en notas o en la bibliografía y según la cantidad de autores, número de edición y otras variables que se

detallan a continuación.

IV. Referencias

1. Información que debe incluir la referencia

La referencia completa de una obra incluye el nombre y apellido del autor y el título del artículo o libro. Si es un libro, también el lugar de

publicación, la editorial y el año de publicación. Si es un artículo en una revista, el nombre de la revista, año de publicación, volumen, número y

páginas (primera y última del artículo).

En el caso de un libro, los datos deben tomarse de la portada (no de la tapa). Si el lugar, la editorial o el año no están mencionados en la

portada, pueden buscarse en otras partes del libro(primero en el colofón; luego, en el reverso de portada). En el caso de un artículo, los datos

deben tomarse de la información que encabeza el artículo (no del índice de la revista).

La cantidad de volúmenes de un libro va, si es necesario indicarla, después del año.

La serie o colección sólo se indica si es importante para que el lector conozca las características de la obra, en cuyo caso va entre

paréntesis, después del año o de la cantidad de volúmenes.

1.1 Nombres

Los nombres deben darse completos, sin iniciales, a menos que el autor firmase con ellas. Por ejemplo:

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- Juan Perón, si la portada así lo dice, y no Juan Domingo Perón, como se llamaba. Para mejor identificación puede agregarse entre corchetes el

nombre que el autor omitió, pero que uno conoce: Juan [Domingo] Perón.

- María Fernanda Arias, y no M. F. Arias.

- T. E. Lawrence, ya que firmaba así, y no Thomas Edward Lawrence, como se llamaba.

- Enrique M. Barba, como firmaba, y no Enrique Mariano Barba o Enrique Barba.

En nota se entra nombre y apellido:

- Juan Perón

- María Fernanda Arias

- Mario Hernández Sánchez Barba

En la bibliografía se entra apellido y nombre:

- Perón, Juan

- Arias, María Fernanda

- Hernández Sánchez Barba, Mario

Para la alfabetización de nombre extranjeros deben seguirse las reglas de los idiomas respectivos. Los nombres en inglés y portugués, por

ejemplo, se alfabetizan por el último apellido:

- Abreu, Claudio de Paiva

- Kennedy, John Fitzgerald

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En otros idiomas los apellidos compuestos se indican con guión y entonces se deben alfabetizar por el primero de los unidos por guiones:

- Kröller-Müller, Helene Emma Laura Jullane.

- Burne-Jones, Edward Coley, Sir

En la bibliografía y en las notas no se deben usar guiones antecediendo a los apellidos. Aquí se lo ha hecho para distinguirlos mejor.

1.2 Títulos

Los títulos de libros y nombres de revistas van en bastardilla (también llamada cursiva o itálica), o si, no se tiene bastardilla, subrayados.

Los títulos de artículos, capítulos de libros y folletos van entre comillas. Los títulos de libros y artículos en inglés suelen darse en las

publicaciones en ese idioma usando mayúsculas para todas las palabras. La Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, sin embargo, no usa

más que las mayúsculas necesarias (comienzo del título, nombres propios) en las entradas de los libros en inglés que están en su catálogo, como

es la práctica en castellano.

1.3 Otra información

Entre el título y el resto de la referencia debe ubicarse la información concerniente a:

1) número de edición (pero no si es la primera); 2) nombre del traductor; 3) nombre del autor

del prólogo; y 4) nombre del autor de las notas.

1.4 Lugar de publicación

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El lugar de publicación no debe abreviarse: Buenos Aires, no Bs. As.; Córdoba, no Cba. Cuando puede dar lugar a confusión debe

agregarse otra información útil para la identificación del lugar: Por ejemplo: Stanford, California; Santiago (Chile). Si no hay mención de lugar

de publicación, debe mencionarse s.l. (sin lugar).

1.5 Editorial

Al mencionar la editorial, las palabras editorial, ediciones, libros, publicaciones o similares, pueden omitirse, siempre que su omisión no

dé lugar a confusiones. Es mejor entrar Ediciones B, que solamente B; o Editorial de la Campana, que de la Campana. Los nombres de las

editoriales no deben abreviarse. Sólo se entran siglas, si el nombre de la editorial lo es. Por ejemplo: Eudeba, pero no FCE por Fondo de Cultura

Económica.

Si no hay mención de editorial, debe mencionarse s.e. (sin editorial).

1.6 Año

Debe consignarse el año de publicación que figura en la portada. Si no figura allí, suele estar en el reverso de portada (con la indicación

del copyright, o derechos de autor) o en el colofón (al final del libro). El año debe darse completo y en números arábigos: 1999, no 99; 1975 y no

MCMLXXV, aun cuando en la portada se dé en números romanos. Si no hay mención de año, debe indicarse s.f. (sin fecha).

2. Dudas acerca de cómo catalogar un libro

Hay obras cuya catalogación es difícil. Abajo, en el punto 3, se dan ejemplos de los casos más frecuentes. Ante cualquier duda que no se

pueda resolver mediante esos ejemplos, consultar alguno de los catálogos en línea de libre acceso de las bibliotecas norteamericanas, que poseen

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grandes colecciones de libros en castellano. Estas bibliotecas tuvieron el problema antes que uno y de algún modo lo resolvieron. Las direcciones

pueden cambiar, pero las últimas veces que entré eran las siguientes:

- Library of Congress: catalog.loc.gov

- Harvard University: lib.harvard.edu

- University of Illinois at Urbana-Champaign: pac.ilcso.uiuc.edu

- Yale University: www.library.yale.edu

3. Ejemplos de entradas de libros y artículos en la bibliografía

Los ejemplos que se dan aquí siguen las normas de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (Library of Congress), que tiene la

misma autoridad sobre esta materia que la del diccionario de la Real Academia sobre el uso de nuestra lengua, tanto en la puntuación entre los

términos (autor, título, lugar de edición, editorial y año) como respecto de la capitalización de las palabras (es decir, el uso de las mayúsculas).

1. Libros de un autor

Anzorena, Oscar. JP: Historia de la Juventud Peronista, 1955-1988. Buenos Aires: Cordón, 1989.

Notar que después del nombre del autor y antes del título va punto o dos puntos; después del título y antes del lugar, va punto; que entre el

lugar y la editorial, dos puntos o coma; y entre la editorial y el año, coma; entre el año y la cantidad de volúmenes, coma.

2. Libros de dos autores

Anguita, Eduardo, y Martín Caparrós. La voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina, 1966-1973. Buenos Aires:

Norma, 1997.

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3. Libros de tres o más autores

Dussel, Inés; Silvia Finocchio y Silvia Gojman. Haciendo memoria en el país de nunca más. Buenos Aires: Eudeba, 1997.

4. Libros en varios volúmenes

Pontoriero, Gustavo. Sacerdotes para el Tercer Mundo: 'el fermento en la masa" (1967- 1976). 2 v. Buenos Aires: CEAL, 1991.

5. Libros que tienen más de una edición

a) se cita la edición que se utilizó:

Mattini, Luis. Hombres y mujeres del PRT-ERP. 2a ed. La Plata: Editorial de la Campana,

1995.

b) si no se la utilizó, pero se quiere indicar otra edición

Mattini, Luis. Hombres y mujeres del PRT-ERP. 2a ed. La Plata: Editorial de la Campana,

1995 [1a. ed. 1990].

6. Libros traducidos

Gillespie, Richard. Soldados de Perón: Los Montoneros. Trad. Antoni Pigrau. Rev. Marta y Enrique Torn. 4ª imp. Buenos Aires: Grijalbo, 1997.

7. Libros en otro idioma

Tamarin, David. The Argentine labour movement, 1930-1945. Albuquerque: University of New Mexico Press, 1985.

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En muchas revistas y en muchos libros de lengua inglesa se capitalizan todas las palabras del título de los artículo y libros. La Library of

Congress, sin embargo, no sigue esa práctica y sólo capitaliza las palabras que en esa lengua (o en otras) lo requieren. Tal es el caso del adjetivo

“Argentine” en el título de este libro.

8. Libros compilados

Amaral, Samuel, y Mariano Ben Plotkin, comp. Perón del exilio al poder. San Martín: Cántaro, 1993.

9. Capítulos en libros compilados

Arias, María Fernanda, y Raúl García Heras, “Carisma disperso y rebelión: los partidos neoperonistas”, en Amaral y Plotkin (1993), 95-125.

10. Libros anónimos

El regreso de Perón. Buenos Aires: Síntesis, 1958.

Para ubicar esta entrada en la bibliografía no se considera el artículo “El”.

11. Libros institucionales

Argentina. Congreso de la Nación. Diario de sesiones de la Cámara de Diputados. Buenos Aires: Imprenta del Congreso, 1985, vol. 51.

12. Artículos

Gillespie, Richard. “A critique of the urban guerrilla: Argentina, Uruguay, Brazil”, Conflict Quarterly, 1980, vol. 1, Nº 2, pp. 39-53.

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13. Entrevista inédita

Daleo, Graciela. Entrevista del autor, Buenos Aires, 29 de mayo de 1998a.

14. Material inédito

Daleo, Graciela. “Mis memorias” (ms.). Buenos Aires, 1998b.

Sólo se debe utilizar material inédito cuando resulta imprescindible, ya que es material al que no puede tener acceso el lector. En caso de

que deba citarse por razones de honestidad intelectual se debe indicar entre paréntesis (ms), es decir, manuscrito. No se debe usar la palabra

“mimeo” para manuscritos o para trabajos de circulación restringida sino cuando están impresos a mimeógrafo (algo que hace mucho que no

ocurre, pero que era habitual hasta los años sesenta para las ponencias de congresos, panfletos y otro material temporario).

15. Material tomado de Internet

Documento N° 1, “La página no oficial del MLN Tupamaros”, en www.tupas.com, 10 de noviembre de 1999.

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16. Ponencias en congresos

a) si la ponencia está publicada en un volumen impreso sobre papel

Zorraquín Becú, Ricardo. “La intervención del cabildo de Buenos Aires en la vida política nacional (1810-1821)”, en VI Congreso Internacional

de Historia de América, Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia, 1982, tomo V, pp. 345-383.

En esta entrada debe notarse lo siguiente: 1) el volumen no tiene autor, por lo tanto se entra solamente el título; 2) la Academia Nacional

de la Historia es la editorial, no la autora; y 3) se menciona el año de publicación del tomo (1982), no el de realización del congreso (1980).

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b) si la ponencia no está en un volumen, sino en actas de congreso publicadas en forma de volumen sobre papel

Amaral, Samuel. “La financiación del gasto público en la hacienda colonial: un análisis de las cuentas de la Caja Real de Buenos Aires, 1789-

1791”, Anales de la Asociación Argentina de Economía Política, 1982, vol. 17, t. 1, pp. 15-34.

En este caso, como en el siguiente, es mejor abstenerse de utilizarlo, ya que esas publicaciones no son definitivas y posiblemente los

autores las modifiquen antes de publicarlas en revistas académicas o libros, si es que lo hacen. Es decir, todo aquello que no está publicado en

revista o libro simplemente no existe. Ocasionalmente, muy ocasionalmente, puede resultar necesario mencionar una ponencia porque de ella se

sacó alguna idea o información y no fue publicada en revista o libro. Sólo en ese caso hay que citarla y en tal caso se lo debe hacer como está

aquí. La regla general, no obstante, es que estos materiales no deben ser citados, ya sea que lo pida expresamente el autor o no.

c) si la ponencia no está en un volumen, sino en hojas sueltas

Amaral, Samuel. “El Banco Nacional y las finanzas de Buenos Aires: el crédito oficial, la regulación de la emisión y la restricción del crédito

comercial”, III Jornadas de Historia Económica Argentina, Neuquén, Universidad del Comahue, 1981.

Para esta caso vale lo mismo que se ha dicho para el anterior.

4. Ejemplos de entradas de libros y artículos en las notas (a pie de página o al final del

trabajo)

1. Libros, capítulos de libros o artículos

a) cuando hay un sólo título por autor y año

Anzorena (1989), 35.

Gillespie (1980), 41-43.

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Manna (1993), 129, 131-133, 145.

El número entre paréntesis es el del año de edición del libro o de la revista. El número que no está entre paréntesis corresponde a la página

o páginas a las que se hace referencia en el texto. Entre el autor y el año (entre paréntesis) no va coma, pero sí entre el año y la página. Las

páginas puede indicarse sólo con el número o atendiendo al número con la abreviatura p. , si es una página, o pp., si son varias. Los números de

las páginas deben darse completos: 153-154, no 153-54 ó 153-4.

b) Cuando hay más de un título por año de un autor

Arias y García Heras (1993b), 99.

Debe agregarse a, b, c, etc. a cada uno de los distintos artículos o libros, a continuación del año, y esas letras deben coincidir con la

asignada a ese título en la bibliografía, también a continuación del año.

c) Cuando los autores son dos

Arias y García Heras (1993), 99, 101-103.

d) Cuando los autores son más de dos

Dussel (1997), 35.

2. Diarios y revistas no académicas

La Nación, 29 de mayo de 1967, p. 15.

Primera Plana, 21 de diciembre de 1965, Nº 115, p. 35.

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3. Entrevista inédita (si la referencia completa está en la bibliografía).

Daleo (1998a).

4. Material inédito (si la referencia completa está en la bibliografía)

Daleo (1998b).

5. Cuando se cita el mismo libro, artículo, manuscrito o entrevista de la nota anterior

a) cuando es la misma página o páginas: ibidem (o ibid.)

b) cuando es otra página o páginas: idem, p. 55 (o id., p. 55).

6. Cuando es una cita de una cita

Se da la referencia de la cita original, según corresponda, y se dice de dónde ha sido tomada, dándose esta segunda referencia, según

corresponda. Por ejemplo: Perón (1974), p. 55, en Amaral (1993), p. 45.

Si el libro donde está la cita original se cita por única vez en el trabajo, puede darse la referencia completa en la misma nota. Por ejemplo:

Juan Domingo Perón, La fuerza es el derecho de las bestias. Buenos Aires: Reconstrucción, 1974, p. 55, en Amaral (1993), p. 45.

V. Honestidad intelectual

Todo trabajo escrito debe ser fruto del esfuerzo propio. Cuanto tomemos de otros (ideas, transcripciones) debe serles acreditado en el

texto usando comillas y dando la referencia en las notas (o sólo lo segundo, si se tratase de una paráfrasis).

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El plagio (la transcripción literal de un texto escrito por otra persona sin acreditar su origen) está penado por la ley. Esta admite

transcripciones de hasta mil palabras (siempre acreditando el origen). No condena, sin embargo, tomar la estructura de un trabajo como

inspiración para la del propio. Aún así, si esa estructura de inspiración ajena fuese distinta de lo común en nuestra disciplina, es mejor darle

crédito a quien corresponda en una nota al pie.

La honestidad intelectual tiene la gratificación personal por el esfuerzo realizado y la de nuestros lectores por permitirles expandir el

horizonte de sus propias búsquedas.

Bibliografía

La bibliografía sobre todos estos temas es muy abundante y debe consultarse para resolver problemas no tratados en estas páginas. Las

recomendaciones que anteceden han sido tomadas de los siguientes libros:

Becker, Howard S. Tricks of the trade. How to think about your research while you’re doing it. Chicago: University of Chicago Press, 1998.

Becker, Howard S. Writing for social scientists. How to start and finish your thesis, book, or articles. Chicago: University of Chicago Press,

1986.

Bon, Stella Maria. Metodología de estudio. Buenos Aires: Albatros, 1981.

Chicago manual of style... for authors, editors, and copywriters. 13ª ed. Chicago: University of Chicago Press, 1982 (hay ediciones posteriores).

Eco, Umberto. Cómo se hace una tesis. Barcelona, Gedisa, 1982.

Levy, Mark. Escritura y creatividad. Barcelona: Paidós, 2001.

Serafini, María Teresa. Cómo se escribe. Barcelona: Paidós, 1996.

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Strunk, William, y E. B. White. The elements of style. 3a. ed. New York: Macmillan, 1979.

Turabian, Kate L. A manual for writers of term papers, theses, and dissertations. 5a. ed.

Chicago: University of Chicago Press, 1987.

Zubizarreta, Armando F. La aventura del trabajo intelectual. Cómo estudiar e investigar.

México: Addison Wesley Longman, 1998.

Dudas

Las dudas pueden despejarse consultando esa bibliografía, al referencista de una biblioteca, a las bibliotecas cuyos catálogos están

disponibles a través de internet (véase supra, sección IV.2) o al autor de estas “Recomendaciones” por e-mail ([email protected]).

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Charla Curso Introductorio

Ana M. Barletta

La Historia va al Tribunal El caso de la UNLP como querellante en el Juicio al Circuito Camps

La Universidad Nacional de La Plata tiene una historia más que centenaria y en esa trayectoria ha transitado, inevitablemente, por los avatares

de la historia nacional y, en particular ha sufrido las consecuencias de las características salvajes que en más de un período adoptó la política argentina

con su impacto significativo sobre las instituciones educativas. En este sentido, durante la última dictadura militar y los años inmediatamente

anteriores -que se extendieron entre 1974 y 1983- la universidad argentina fue devastada por la política llevada adelante por las distintas juntas

militares y sus ministros. El sistemático ejercicio de la violencia sobre autoridades, profesores, investigadores, estudiantes, graduados y trabajadores

no-docentes, dejó un saldo, en la UNLP, de más de 750 asesinados y desaparecidos entre los miembros de la comunidad universitaria a lo que hay que

sumar los miles de exonerados, exiliados, presos políticos, torturados, perseguidos, censurados, impedidos de ingresar, expulsados ...

La presencia permanente del Estado de terror tuvo, además, un impacto muy fuerte sobre las carreras de grado y las trayectorias de profesores,

investigadores, estudiantes y trabajadores a través del control político-ideológico sobre el gobierno y la enseñanza de todas las disciplinas y

profesiones. Esta situación general, que analizaremos en especial en el ámbito de la UNLP, motivó que en el año 2007 el Consejo Superior de esta

Universidad decidiera -por unanimidad- presentarse como querellante en la Causa “Circuito Camps”, nombre con el que se conoce la red represiva

montada en la Pcia. de Bs.As. bajo las órdenes del General Ramón Camps, uno de los máximos responsables de haber cometido delitos caratulados

como de “lesa humanidad”.

En oportunidad de este juicio, la Historia fue llamada a declarar en el juicio bajo la figura de testigo de contexto para responder a la pregunta:

¿Cómo es posible que de las 280 víctimas que se presentan en este Juicio, el más alto porcentaje corresponda a universitarios? ¿Por-qué fue que la

UNLP se convirtió en uno de los ejes más emblemáticos de la represión ejecutada por el Estado Terrorista de la Pcia. de Bs.As?

Muchas veces se ha emparentado a las profesiones del juez y el historiador, unidas por el imperativo de búsqueda de la verdad a través de un

conocimiento construido en base al develamiento de pruebas contundentes. Más allá de reconocer las diferencias que separan a ambas profesiones y

que podrían enumerarse, ¿puede la Historia colaborar con la Justicia cuando no sólo está en juego una sentencia que establezca castigos para los

responsables de crímenes aberrantes sino, además, el establecimiento de una verdad histórica sobre toda una época controvertida que tiene que poder

explicar cómo fue posible el genocidio en Argentina?; ¿puede la Historia colaborar con la Justicia cuando no sólo está en juego Juzgar a los

responsables del plan sistemático de exterminio, sino -a la vez- Comprender nuestro pasado reciente?

Lo discutimos en la charla.