MIRADA I. ASPERSIÓN

El frescor les ha empapado los huesos, la luz de la mañana primera asoma en sus párpados ya. Pero no quieren abrir los ojos. Todavía no. Saben que el asfalto les causará heridas irreparables de juventud, pero son hermosos los estragos del amor cuando las calles están mojadas y los semáforos se alinean en verde.

MIRADA II. IDENTIDAD

Se parecen tanto. Se presumen, se intuyen, se adivinan próximos y siameses en esquina. Se fuman el tiempo entre pantallas, se apoyan en los cristales de un espacio virtual. Se encuentran en las baldosas de la misma ciudad, se confunden en un palmo de la realidad. Se vuelven, se alejan, se ignoran. No se parecen en nada.

MIRADA III. DOMICILIO

Hay que ser malnacido. Venir hasta aquí, llamar a mi timbre, echar la puerta abajo. Entrar sin ser invitado, exhibiendo la mueca jactanciosa de quien ya lo ha intentado otras veces y sabe que puede vencer esa trémula resistencia.

Hay que ser desgraciado. Venir hasta aquí, abrir mi nevera, poner los pies encima de la mesa. Echarme en cara las miserias ajenas y largarse con la ropa sucia. Y encima…, encima de todo, llevarse las llaves.

MIRADA IV. ANOMALÍA

Arlington, Winnipeg, Christchurch, Newcastle. Poco importa, la gente va al trabajo, entra en la consulta del médico, hace las compras más tempranas, lleva los niños al colegio.

Halifax, Perth, Glasgow, Hartford. Dos chicas deambulan en pijama y se apostan ante un parquímetro. Poco importa. Las tapas de las alcantarillas están resbaladizas: cuidado si coges la bicicleta.