Cuentos Michael Fajardo Varas
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INTRODUCCION
Los escritores son como estrellas fugaces, o también como profetas que
conmueven y encantan a la gente con sus frases de sabiduría, pero además son
almas puras que penetran en la sociedad y expresan sus sentimientos escribiéndolos
como nadie podría hacerlo, gustando, asombrando, conmoviendo, estrechando al
pueblo a su alrededor.
El mundo pesa, la vida agobia y ellos buscan el cambio. No conocen otra
realidad que este mundo, al igual que nosotros, pero ellos tienen la capacidad para
transformarla para que la vida sea más tolerable para vivirla.
Conocen del desencanto, el desinterés, la angustia, la indiferencia, porque ellos
mismos la han vivido, transponiéndose a ello.
Merodean por esta vida que no los engancha, saben cuando retirarse y
mantenerse en el bajo perfil, y por sobretodas las cosas manifiestan esa apatía a
todo lo concebido como socialmente, de allí que se cree hacia ellos en su exterior una
energía culturizadora que presiona a estas almas gastadas y que luego de soportarla,
digerirla, realicen esta transformación semántica y lingüística reenviando esa energía
de donde vino, pero con una sutileza y fuerza que provoca una ruptura, un quiebre,
un abrir de las heridas sociales produciéndose un sangramiento, que por demás, sin
intenciones, como devolviendo el golpe de cachetada a la vida, como negándose a lo
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que ella misma ha provocado, o sea una confrontación, un conflicto en el lenguaje,
del que solo ellos saben como caballeros de la palabra hacer.
La Ruptura, el Cambio. No todos pueden encantar como quisieran. No todos
tienen esa posibilidad de trascender. Aquellos pocos son los imprescindibles, son los
que se van más pronto de lo que aparecen, solo vienen y nos dejan sin darnos
nosotros siquiera cuenta, y nos pareciera que deseamos más todavía de ellos, de su
presencia, de sus palabras, como si no pudiésemos por nosotros mismos expresarnos.
MICHAEL FAJARDO VARAS
ESCRITOR
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El Hombre Reciclable
MICHAEL FAJARDO VARAS (1997)
¡Ya basta!-grité en medio de la oscuridad para callar las voces, sin poder lograrlo.
¡Es suficiente!-insistí enérgicamente y poco a poco fueron silenciándose.
¿No les parece que aparte de estar confinados a este húmedo y estrecho lugar,
todavía insistan sobre mi responsabilidad en el accidente?-Pregunté sin respuesta
alguna.
Sólo –se oyó una voz desde el interior, en la oscuridad-Queremos que nos digas…
¿Qué diablos hacías tu en la cabina del piloto?
Pero…-repetí irritado- ¿No les he dicho una y otra vez que la casualidad me llevó a
estar dentro de la cabina en el accidente aéreo y que no fui yo quien desvió los
controles del avión? Además…-continué- algunos detalles me resultan confusos, aún,
hasta hoy.
Entonces, ¿No fuiste tú el que asesino al piloto?- Me interrogó una de las voces
insidiosamente, pero comprendiendo bien la intención de la pregunta me
descontrolé, gritando: Por supuesto que ¡No!, ¡No!, ¡No!....
Dando una impresión tan agresiva, brutal y falta de sutileza para argumentar que
los que se encontraban presentes se enfurecieron más todavía y alborotaron
nuevamente en el interior que me cogieron para expulsarme, y si no interviene aquel
a quien lo señalaban como el señor presidente lo consiguen quizás....
Luego, habló el señor presidente, con voz de mando, diciendo: A los
presentes, les ruego mantener la paciencia, tan estropeada en estos vertiginosos
tiempos, no debieran dar credibilidad a sus impresiones ni menos prejuiciarse a si
mismos, juzgando a este muchacho como culpable, ¿quien puede señalarlo ahora
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como un mentiroso?, por lo tanto pido que se le escuche lo que tenga que decir sin
interrupciones baratas, por lo que nos narrará los minutos antes de la colisión aérea.
Sin olvidar ningún detalle, por mas mínimo que sea y después resolveremos si su
testimonio es falso o realmente solo es victima circunstancial.
Y como todos los presentes juzgaban al presidente como el más fuerte, sabio e
inteligente, se hizo como el propuso.
Entonces acercándose hacia donde me encontraba dijo: tienes tu última
oportunidad muchacho, no la desperdicies.
Yo le agradecí por su intervención, pero solo se limito a sugerir que hablara,
por lo que reverenciando a todos me puse en un lugar donde los que se encontraban
conmigo pudieran captar con atención lo que solemnemente tenía que anunciarles, y
hable: Sé que muchos de los que se encuentran presentes estaban en el accidente del
avión, y sé que les costará creer mi versión de los hechos, aún mas les dificultará
ayudarme a reconstruir los sucesos de aquella noche, por lo que esforzándome en
mis recuerdos intentaré dirigirme con la mayor veracidad hasta donde me sea
posible. No recuerdo todo, no porque intente eludir una culpa que necesite olvidar,
sino más bien debido al impacto de la colisión y al estado actual de las cosas.
Proseguiré a relatarles tal cual vislumbro los asuntos de aquel día diecinueve de julio
de 1998.
La cena de aquella noche provocó un grato ambiente en el interior
del avión, que algunos de los pasajeros no dudaron en manifestar su decisión de
volar. Aromatizaba el aire un fragante aroma de violetas frescas. Según creí al
principio se trataba de la fragancia que provenía de la cocina del avión, pero muy
tarde me dí cuenta que no era así, como yo pensé.
Mi singular pasión por las rosas y flores, me proporciono un momento de
distracción, mientras nos reclinábamos en los asientos para mirar la película de
Silverster Stallone, “ Rocky”. Así, fue como imaginé el campo y los ratos agradables
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con mi señora, junto al río Malleco, en Temuco, y escuche el trinar de las aves y
además a lo lejos el tañir de las campanas de la iglesia del Pueblo, un aroma me
cautivo, ese olorcillo a paja húmeda, troncos recortados a manera de asientos, a olor
a misa, a incienso, y mirra de santos.
De pronto, fui interrumpido de aquel éxtasis, por la salida de la azafata, quien
salía de la cabina apresurada y por ir tan descuidada tropezó con uno de mis
zapatos. Se aferro fuertemente al respaldo del asiento y se disculpó mirándome a los
ojos y sonriéndome, luego continuo su paso y al retirarse inhalé profundamente su
cuerpo y me quede completamente atrapado por ese fragante aroma permaneciendo
impávido, tenía atrapado en mis narices el sabor de mujer que recordaba a mi
señora, el que percibí fuertemente como un frasco abierto de alabastro que se perdía
por aquella puerta de servicio de personal.
Estaba decidido que al pasar nuevamente, charlaríamos juntos y ella me daría
el nombre del perfume, pero pasaban los minutos y no regresaba, a lo que me
impaciente e inquieto me pare y fui en dirección de
la puerta del servicio del personal, pero mayor fue mi sorpresa cuando al entrar al
lugar no la encontré a ella, y me pregunté si fuera posible que hubiera otra salida,
pero esta posibilidad la descarté de plano ya que no existía aquella otra puerta. De
pronto, sobre el piso unas ropas llamaron mi atención. Al levantarlas e
inspirar profundamente, me di cuenta que
pertenecían a la azafata que minutos antes había visto entrar, ¿Pero donde se
hallaba?, ¿Por qué estaban estas ropas tiradas sobre el piso sin ningún orden?.
Luego, observe con detención y me di cuenta además que faltaba uno de los
paracaídas. Esto fue todo lo que vi, porque inmediatamente cuando me disponía a
pararme y salir de la habitación las luces se apagaron y un golpe seco me envió
directo contra las paredes de la habitación. Gateando como pude alcance la salida
hacia mi asiento, viendo con espasmos como la gente gritaba asustada y las
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imágenes sucedían rápidamente en el televisor mostrando a ratos a Stallone
golpeando a Ivan Drago, las luces se encendían y apagaban a su regalada gana,
golpeando nuestros corazones, ya muchos se notaban tensos y por lo que nadie se
percató de la jugada que realizó la azafata.
Sorprendido logre ver a aquella azafata entrar a la cabina del avión, por lo
que aceleré el paso intentando entrar a la cabina. Algunos de Uds., me vieron entrar,
y tal vez sea por eso que recae sobre mi la responsabilidad, pero lo cierto es que lo
que vi al entrar aquel diecinueve de julio es algo de lo que quiero olvidar, porque al
entrar a la cabina vi a los dos pilotos muertos y frente a nosotros una terrible
tormenta.
Lo que digo, es sin agregar ni quitar ningún detalle al asunto, miré al
piloto y al copiloto, y ambos yacían muertos; uno con su cabeza destrozada, el otro
ahorcado con un alambre. Luego, busqué a la mujer y no la halle en ninguna parte,
a pesar de mis esfuerzos. Al ver la tormenta sobre nosotros, acudí en busca de
ayuda, pero mientras salía otra nueva sacudida me llevo al piso, en donde por
error o ignorancia, encontré cerca de la puerta de la entrada de la cabina una
proyectora del tamaño de una cajetilla de cigarrillos, la tomé y se proyecto sobre la
pared la imagen de aquella mujer que tanto buscaba y que había desaparecido por
la puerta del servicio de personal para luego volverla a ver entrar por la cabina,
¿Quién me estaría jugando una mala pasada?, ¿O en que lío extraño me estaría
involucrando?, sólo comprendí que la mujer era una asesina, de eso ni dudarlo, todo
encajaba, y luego había dado muerte a los pilotos, los demás detalles ya no
importan, no interesa en lo absoluto si ella estaba encomendada a asesinar a alguien
del avión o debía estrellar el avión mismo, de eso nunca sabremos, de lo que si sé, es
lo que digo, y espero que me entiendan.
La mujer había huido por la puerta de escape en paracaídas, había provocado
distracción con su proyectora holográfica y a todos los presentes los hizo creer que
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ella no tenía nada que ver en el asunto, en caso de que pudiese quedar algún
sobreviviente. Ignoro el motivo que haya tenido para asesinar, pero aún así, no la
declaro culpable, por lo que hizo, y lo que sucedió posteriormente a muchos de Uds.,
los que ahora tienen motivos para retornar buscando venganza, pero déjenme
amonestarles por tal actitud, ya que como se dice: “La venganza nunca es buena,
mata el alma y la envenena”, es por lo mismo que debieran de
desistir de sus ideas tan descabelladas.
Cautivado por la figura tridimensional, arroje la retroproyectora y al salir fue
inevitable que las miradas de muchos se cruzaran con mi rostro, frió y desgarrado.
Afuera los relámpagos incendiaban el cielo, como el mismo infierno, y muchos se me
arrojaron culpándome por sus desgracias, pero
me salvo la fuerte sacudida del avión que desprendió parte de ella llevándose a quien
sabe donde sus cuerpos destrozados. Todos niños y niñas, mujeres jóvenes, hasta
hombres altos y machos recios gritaban frenéticamente en aquel estruendoso
liquadero. Los lamentos y llantos eran espantosos, más bien, desesperantes,
moríamos. El destello que produjo un relámpago nuevamente, mostró una de las
alas desarmándose de su base produciendo una coctelera humana a 3.000 pies de
altura en dirección al vació.
Los cuerpos trozados de los ancianos y algunos niños débiles daban vueltas
por el avión, y la sangre fresca y caliente golpeaba nuestras mejillas a cada segundo,
por mi parte me aferraba fuertemente a mis creencias, y a una de las bases del
asiento para no salir despegado con la fuerza centripeta que ya había cobrado sus
victimas circunstanciales. Y girábamos sin parar, cayendo de una altura
considerable. Es tal cual lo recuerdo, ¿qué cosa?. Pero por favor, cómo se les ocurre
que lo inventé. No Señor, para mi, que entre Uds., algo se traen entre manos y
conspiran contra mi, esto, ¡maldita sea! ¡Es el colmo!, ¡Desóbes inmaduros!..Está bien
Señor Presidente, discúlpeme, pero verán malditos espermios desollados que tengo la
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razón. Así fue como pasaron los días, ¿Cuántos, no lo sé? Solía durante mi
inconsciencia tener el mismo delirio, aquello de verme fuertemente aferrado a
aquella base del asiento del avión
y la noción de pensar que mi cuerpo caía salvajemente en picada desde un gran
abismo. Hasta que recuperando el conocimiento miraba a mi alrededor,
alegrándome por instantes de saberme siendo el único sobreviviente de aquel
accidente aéreo. Había escuchado cientos de casos en donde en situaciones
semejantes no faltaba el que quedaba vivo para relatar lo sucedido y yo me creía que
era uno de aquellos afortunados para relatar lo sucedido.
Sentí - ¿Sentí?, mucha sed -(¿sed?) Me puse de pie y camine sin dificultad, una
sensibilidad heló mi espalda al ver los cuerpos de los niños y mujeres calcinadas por
doquier, y algunos destrozados por el impacto. El fuerte hedor a podredumbre y la
repugnante escena me obligaron a retirarme del lugar, pero aún más fue ver las
ruinas del avión como un tenedor sobre mi cabeza que me aguijoneaba una y otra
vez. Por más que agudice mi vista, nadie a excepción mía, había sobrevivido. Esta
experiencia me dejó el cuero curtido para lo que viniera -(¿pensé?). Sin tener a
donde ir, vagaba por esas zonas inhóspitas de aquel desierto.
Cierta tarde, estando bajo la sombra de un tamarugo, cautivó mi atención
unos pequeños montoncillos de piedras que formaban un triangulo, al parecer hueco,
parecían las piedras haber sido dispuestas de esta manera por la mano del hombre,
pero con algún propósito especial.
Removí las piedras, y por causa del sol ardiente destello un metal extraño, con
figuras geométricas que no pertenecían a esta tierra, para mi sorpresa, al levantarlo,
tenía atado un cordel que al final tiraba un libro aún más extraño. Acaso- me
pregunté- no habrá ayuda para el hijo de una viuda, y así fue como entre mis manos
tenía un viejo libro, tan oscuro y ensordecedor al captarlo que me impaciente por
saber su contenido… Pero debía esperar….
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El cadavérico silencio, resucitó por el cielo, allí se divisaron a vuelo de pájaro
grupos de rescate, helicópteros, fuerzas de socorro y ayuda, que aterrizaron
apresuradamente. Al verlos, grite-(¿grite?), de entusiasmo, pues no había hablado
con un ser humano ni menos visto uno por estos desiertos, así que me dirigí hacia los
soldados que se aproximaban a las ruinas del avión.
Al llegar junto al grupo, me puse frente a ellos, pero al parecer no me vieron o
pretendieron ignorarme. Moví las manos, luego salte de ganas, y por más que hice
piruetas para que me observaran fue inútil, hasta que uno se fue acercando, pero al
llegar junto a mi, miró en dirección de la planicie, como escudriñando el horizonte, y
allí se abandonó en su minuciosa tarea, luego volteó a sus acompañantes y se
dedicaron a levantar los restos calcinados, y además en el reconocimiento, y toma de
fotografías digitales, y así en la soledad en la que había permanecido se apestó con
la llegada de la prensa y la televisión. Como presintiendo algo que no quería
aceptar o admitir me dí por vencido al culminar el día, y esto fue por la pura
indiferencia que me rodeaba, esto quiere decir, que si no aparece la gente jamás me
doy por enterado de mi condición y nunca habría asumido que yo Luis Alberto,
¡estaba absoluta y totalmente Muerto!, y que tan solo era una simple y estupida
forma de vida que vagabundeaba por estas zonas inhóspitas.
Me costo creer, a pesar de las evidencias tan concluyentes, como por ejemplo
ver entre los cadáveres el mío y de qué manera lo rotulaban arrojándolo en una
bolsa de plástico negra.
No quería vagar por esta tierras por la eternidad, ¡sí es que existiera algo
como tal!. No quería quedarme, esa es la verdad, sentía todavía y lo siento, el cariño
de mi esposa, ¿Qué será de ella en la Ciudad, si yo Luis Alberto, no regreso?. Me
negué, hasta el cansancio, hasta ver a los últimos rescatistas irse. Era ya tarde y
pronto anochecería, ¿Qué Haría ahora?.
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Aquella medianoche medité. Miraba la hermosa luna llena que bañaba de
plata los rincones más oscuros en las intenciones de los hombres, y se dibujaba un
matiz agridulce en las oficinas salitreras abandonas del desierto opaco y estéril.
¿Sería-me pregunté- este lugar fantástico el que siempre apareció en mis pesadillas
como mi prisión por siempre?, si era así, me atormentaría y no podría continuar
siendo el mismo, por lo que como no estaba en posición de escoger si no de aceptar,
me persuadí a tomar el libro e invoque a la Diosa Innana, esa bestial semi mujer que
navega entre las pléyades y los desquiciados torrentes del delirio y la locura, para
que discurriera por mis sesos, provocando en ella el olor a vida, a sentido por la
existencia, y así fue como sin darme cuenta caí en un trance, provocando los ruidos
más estertores provocados por alma infrahumana que los soldados que acampaban
cerca de allí temieron por sus vidas.
Era avanzada la noche, terminaba con los rituales, según los enseñaba el libro.
En posición fetal descansé entre unas rocas. Recuerdo que antes de cerrar los ojos vi
a la estrella de Venus en el horizonte casi al amanecer y fue cuando me envolvió una
profunda y suave esencia luminosa azulada. De pronto sentí que traspasaba unas
barreras, descubriendo que muy pronto retornaría...
Y en este punto quisiera detenerme espermios. Todos sabemos que ese
renombrado túnel no existe, ya que ninguno de nosotros ha pasado por él, sea
de la manera que hayamos muerto, ninguno lo pasó, además, nunca aparecieron
esos seres queridos, en la oscuridad, que hablan e intentan animarte a continuar
hacia el final, donde está la luz cautivante, y el viejo de barba blanca, esperándote en
esa paz sublime. Por lo tanto, digo que solo me envolvió una luz intensa azulada y
punto, nada más. Aunque sí puedo reconocer que experimenté una libertad, como
cuando se resquebraja una cáscara para ir a otra perfección.
Les responderé y espero que sea la última, que mi deseo de volver a ver a mi
esposa es fuerte, más fuerte que ni aún las aguas del mar pueden apagar mi amor
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por ella. Seguí, por lo tanto, a mis instintos, y no me atemorice a la visión
consumidora que me cegó, luego perdí el conocimiento al completarse el ciclo
luminoso, y aparecí aquí junto a ustedes, rodeándome y cuestionándome, sin
descansó. Y si es por el motivo más dulce y poderoso, el de volver a donde mi esposa,
pueden hacerse de la idea que seré el primero en llegar al óvulo, de eso pueden estar
seguros que no estoy presuntuosamente hablando.
Porqué volveré, tarde o temprano, pero volveré. Pondré todo mi esfuerzo por
lograrlo, aún cuando luche contra todos ustedes, pero mis ojos humanos volverán a
contemplar a mi esposa, ah, ¿Que les parece? Mientras tanto esperaré pacientemente
en esta calma acuosa de horas sin tiempo...
No sigas, hermano... - Me interrumpió aquel que le decían el presidente,
secándose algo así como lágrimas, diciendo: Hermanos, Luis debe ser digno de ser
recibido entre nosotros por la veracidad de sus palabras, y porque él nos ha
maravillado con su relato.
Y los espermatozoides se alborotaron tanto conmigo nuevamente que algunos se
acercaron para darme, por fin, la bienvenida, mientras unos aplaudían, otros se
daban de golpes contra las paredes y los débiles tomando en serio mis palabras, que
seria el primero en fecundar el óvulo, se acicalaban sus colas, listos para la carrera.
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El DESENCANTO
El 22 de octubre, una mañana fria, me levante sobresaltado y afiebrado
en la cama, cuando sono el despertador, a las siete. Apenas si pude abrir los ojos,
ante aquella rutina que se evocaba ante mi vista diariamente. Solo era pner un pie
fuera de la cama, entrar al baño, quizás, tomar la ultima y gastada maquina de
afeitar desechable de hace dos semanas y darme unos retoques por mi rostro pálido
y ojeroso. Luego, tal vez, era repasar nuevamente los avisos de las ofertas de trabajo,
una y otra vez, subrayándolos inquisitivamente, para no perder ninguno de ellos, en
aquella mañana interminable que venia viviendo por mas de dos años como un
cesante.
Terminé, mi desayuno, unos panes tostados del día anterior, margarina, luego
despedirme de mi esposa con un beso y marcharme.
La calle estaba apestada de gente a eso de las ocho, el trafico vehicular era
insoportable. Los vehículos convergían de todos lados, a sus trabajos, rojos, verdes,
blancos, amarillos, micros, particulares, una gran colmena magnifica en que todos
pactaban por engrandecer la sociedad, pero para mi el ver estas masas solo eran
menos miserables que yo, pero en fin, miserables, que vivían en el paro y la
frustración, tales representaciones deshumanizadas de la vida, y cuanto más
apremiaba mis pasos, más comprendía que el trabajo en las condiciones actuales en
que las sociedades tecnológicas mas preparadas e informadas han superado las
estructuras básicas dejando excluidos sociales, y allí era menos digno el campo
laboral, un dejo de automatización, control total e indiferencia marcaban
notablemente la construcción social de la realidad. Al suponer que el trabajo
dignificaba al ser humano, consecuentemente se pensaba que el confort les podía
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llevar apreciar sus labores, pero era en vano, solo bastaba ver, como yo, esos rostros,
rostros faltos de amor y enfermos.
En vano, trataba de hacer de esta búsqueda diaria, una más alegre, pero tan
solo resultaba ser una carga, que con el tiempo se me hacía mucho más de peso que
al principio.
Para que hablar sobre la situación que tenía en la casa, a veces, era tan
insoportable escuchar los reproches de mi esposa que prefería llegar cuando todos
estuvieran durmiendo, para no recibir quejas ni que me mostraran caras. Pero lo
cierto, era que intentaba cumplir mi rol de proveedor de una manera muy peculiar,
ya que cuando me aburría de tanto buscar, o cuando la depresión sobrevenía, y que
era casi continua, me las ingeniaba para tener un poco de dinero para alimentar a
mi familia y a mi. Vendía chaparritas en la calle, los domingos me iba a ofrecer
dulces a las plazas, con un delantal blanco en el que trataba de ocultar mi fealdad,
mi situación, ya que siendo un ingeniero de más de cincuenta años nadie quería
contratarme, pero no luchaba por mi, no luchaba por tener calidad de vida, sino que
era por mi familia y por sobrevivir, para saberme que valía algo y que todavía podía
dar más, por reencontrarme conmigo. Era un hombre de lucha, que no permitiría
que las vicisitudes me agobiaran ni las inclemencias de los tiempos modernos
acelerados y competentes, abrumaran.
¡Pero estaba viejo!-pensaba, mientras tiraba del carrito de dulces, a quién
quería engañar, la vida era dura y difícil, mi carácter de ser afable, sociable, estaba
cambiando por ser irritable y extrañamente callado y sumido en el profundo silencio,
solo sabe Dios que sucedía, que me pasaba, no lo sé. Podía, reír a carcajadas, por
lapsos cuando me acordaba de algo, y luego sin aparentes motivos me sucumbía un
frío e impersonal sosiego de muerte.
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Siempre solía decir que uno después de los cincuenta años cosechaba lo que
sembró, positivamente, de todas las privaciones que uno se dio y de la laboriosidad
con la que trabajo, merecía a lo menos algo. Pero en mi caso, mis privaciones, mis
angustias de juventud, el esfuerzo por sacar a una familia de la miseria, tener hijos
estudiando en la Universidad, y yo allí sin tener un solo billete con que valerme, era
lo sobrecogedor y aterrador de mi vida.
Por eso cuando intente suicidarme y se me desarrollo esa misantropía, nadie
se extraño, y más aún cuando por meses me encerré en una habitación por que no
quise saber de nada de este mundo agobiante, pero no me oculte como un rebelde
ocioso que manifiesta su repudio social de manera inmadura, sino como un hombre
dedicado, que de la noche a la mañana es prescindible. Pero yo podía dar todavía
mi experiencia, o mis conocimientos, ¡Pero No!, ¡Debía irme!.
Y así fue, me fui, y para siempre, un 22 de octubre por la medianoche,
cuando las estrellas reciben burlonamente las gastadas almas de los hombres.
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UNA TARJETA DE NAVIDAD
Sé que muchos no me creerán y también conozco a otros que pensarán que
me estoy volviendo loco, pero lo sucedido en estos últimos días los hará cambiar su
opinión, al menos eso espero, y tal vez puedan decirme que es verdad y lo que no es.
Además, ninguno podrá ayudarme a reconstruir lo sucedido, por lo que usando mis
fuerzas, mis pocas fuerzas, intentaré relatar con la mayor exactitud posible, hasta
donde me sea posible. No recuerdo todo, eso ustedes lo saben, no porque intente
eludir en mi mente ese suceso sobrecogedor, sino más bien debido al temor del
estado actual de la situación. Proseguiré a relatarles tal cual sucedieron los hechos
aquel año en que apareció por primera vez esa tarjeta.
Estaba sentado frente al computador, trabajando de compaginador como de
costumbre en el diario local de la Ciudad, en un edificio de tres pisos, mi oficina
estaba en la planta baja, y allí el Patricio y el José no paraban de comentar sobre
una tarjeta navideña que el día anterior se transformó de un hermoso pesebre, en un
extraño y terrorífico paisaje infernal, protagonizado por el mismo demonio quien
burlonamente le mostraba la lengua a la encargada de cobranza, la señora Yolanda,
a manera similar que lo hace el vocalista del grupo musical KISS.
La señora Yolanda trabaja en el tercer piso, y cuando escucharon su
gritó desesperado, y subieron la encontraron tendida sobre el piso y desmayada. Al
cabo de un rato estaban auxiliándola.
Mis amigos, incrédulos, se reían y de vez en cuando pasados los meses
recordaban la tarjeta y se burlaban en complicidad.
Yo creía. Uno tenía que creer. Tenía que aferrarme a mis creencias, porque
cuando uno escucha en las noches, cuando todos se marchan del Diario, y tan solo
quedo yo, para compaginar, allá arriba todo cruje, como si alguien estuviese
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caminando de puntillas, pero los muebles también se mueven, uno no puede dejar de
creer. Yo creía. Porque los guardias contaban en forma secreta, para no ser
considerados supersticiosos, que allá arriba las luces se encienden y apagan a
regalada gana. Uno tenía que creer, sobretodo cuando los periodistas te cuentan que
la gente cuando sube tiende a que alguien la empuje como para hacerte caer.
Mis amigos no creían y se burlaban. Y la tarjeta desapareció y nadie la volvió
a ver.
Estaba como de costumbre sentado frente a mi computador, después de años
en que no se había escuchado de la tarjeta cuando por unas remodelaciones que se
hicieron en el diario, cerraron un pasillo alterno al tercer piso, del cual nadie entraba,
unos de los maestros carpintero la encontró, viendo que el pesebre era admirable y
digno de conservar la metió al bolsillo de su pantalón y se la llevó. Yo estaba atento
a cualquier circunstancia anormal en el diario, pero durante el día nada aconteció.
Pasó una semana, y los trabajos en el diario finalizaron. Recuerdo haber visto bien el
rostro del Maestro carpintero, ese rostro que no paraba de presentarse en mis sueños
y pesadillas, ese rostro que había tomado la tarjeta y se la había llevado lejos, muy
lejos de aquí.
Eran diez para las cuatro cuando llegué al diario. Tomé la carpeta de los
Necrológicos, y me fui a sentar frente al computador, abrí la carpeta, y allí frente a
mí, estaba el rostro de aquel carpintero, que había trabajado en las remodelaciones.
Me puse nervioso y cerré la carpeta, no quise saber más de este asunto. Creo que
anduve mal por varios días, y todos me preguntaban que me pasaba y yo respondía
que nada, absolutamente nada. Pero realmente las cosas empeoraron.
Semanalmente me comenzaron a llegar Necrológicos con nombres de personas
relacionadas antes y después con la tarjeta, no me cabía la menor duda que
nuevamente la tarjeta estaba haciendo de las suyas, como si el demonio anduviera
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suelto después de tenerlo encerrado por bastante tiempo en un lugar polvoriento y
oscuro de ese pasillo que ahora está clausurado.
Intente convencer a mis amigos, pero no me creyeron, el Patricio algo me
puso atención, ya que a él le fascinaban estas cosas oscuras y misteriosas por haber
leído sobre esto y mucho más en libros que el mantiene en su casa, José solo se
limitaba a decir: “oye, escucha, son solo historias, no pueden ser ciertas, como vay a
creer todas esas tonterías”. Pero yo creía, y ellos no.
Y allí radicaba la diferencia, y las paginas policiales y los avisos necrológicos
aumentaron. Y mi temor por lo que pudiera suceder en cualquier momento me llevó
a encerrarme en mi habitación y no querer salir más.
Recuerdo que me vino a ver el gerente, luego vino el Director y así todos los
que de una u otra manera se relacionaban conmigo en el diario, hasta la señora de
la cafetería vino para convencerme, pero fue en vano.
A mi madre le dijo el Doctor que estaba enfermando, que si continuaba en esa
situación muy pronto tendrían que internarme, y mi madre se preocupo mucho por
eso, e intentó hablar conmigo y hacerme entrar en razones, persuadiéndome de la
idea de aquella tarjeta infernal, pero yo seguía empeñado en creer, porque yo creía,
pero ellos no.
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EN EL PRINCIPIO
En el principio legalizar el suicidio costó un mundo, pero la opinión pública en
las encuestas lo hicieron apremiante. muchos sacerdotes católicos y pastores
evangélicos predicaron en contra y protestaron por la iniciativa en el senado,
mientras tanto, las estadísticas, el sentido común, y las noticias diarias, detallaban
con morbosidad elocuente como la gente continuaba suicidándose. por fin,
decidieron que cada persona potencial suicida, debía dejar una contribución de
cualquier índole al gobierno. estas contribuciones fueron aumentando
geométricamente a pasos agigantados, en un hecho sin precedentes, lo que marcó
tanto política como socialmente al país. las ganancias se incrementaron
cuando en la bolsa de valores se dispararon las acciones. el banco internacional dio
apoyo al gobierno y a su iniciativa y la gente dio aún más dinero, después de todo,
nada podrían llevarse al otro mundo. en el primer articulo sobre la ley del suicidio se
señala expresamente a este como “un acto voluntario, altruista, capaz de ser
ejercido....”. de allí que muchos por vanagloriarse de buenos samaritanos y
que sus nombres figuraran en los diarios locales, en letras destacadas de primera
plana, entregaban todas sus posesiones y propiedades al gobierno, dejando en varias
ocasiones a familiares sin nada con que vestirse. era un tiempo de miseria
moral y frío pesimismo, daba igual lo que se hiciera, porque la gente no se conmovía
con nada. pero lo que causó gran malestar entre los círculos religiosos, fue catalogar
el suicidio como un acto altruista, ya que los suicidas al caer de edificios aplastaron a
transeúntes indiferentes, en otras ocasiones al lanzarse a vehículos en movimiento
provocaron graves accidentes, con daños irreparables para las víctimas. los
ministros en visita con ordenes amplias de investigar, se hicieron poco para tantos
casos, que el dinero que se ganó en su momento se fue malgastando inútilmente. el
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gobierno, adoptó medidas supletorias y las denuncias de las víctimas fueron
ocultadas; y se inicio una revisión a la ley sobre el suicidio en el senado. los
sacerdotes católicos y evangélicos creyeron que con esto acabó su peregrinaje, pero
su indignación fue tremenda cuando leyeron la nueva reforma, que señalaba que los
potenciales suicidas para no contravenir las disposiciones de los artículos 4º y 6º ,
incisos primero y décimo respectivamente de la ley anterior, deberían suicidarse en
privado, en lugares ventilados y dejando expresamente detallado para su ubicación
posterior. el presidente calmó a las partes disidentes afectadas y los envió a sus
hogares, que agradecieran vivir en una tierra de libertad y libre expresión , después
de todo, el banco central y las acciones en la bolsa, repuntaban considerablemente y
dándole más expectativas de inversión a los empresarios extranjeros, con el fin de
darle trabajo a los cesantes.