Cuentos Michael Fajardo Varas

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1 INTRODUCCION Los escritores son como estrellas fugaces, o también como profetas que conmueven y encantan a la gente con sus frases de sabiduría, pero además son almas puras que penetran en la sociedad y expresan sus sentimientos escribiéndolos como nadie podría hacerlo, gustando, asombrando, conmoviendo, estrechando al pueblo a su alrededor. El mundo pesa, la vida agobia y ellos buscan el cambio. No conocen otra realidad que este mundo, al igual que nosotros, pero ellos tienen la capacidad para transformarla para que la vida sea más tolerable para vivirla. Conocen del desencanto, el desinterés, la angustia, la indiferencia, porque ellos mismos la han vivido, transponiéndose a ello. Merodean por esta vida que no los engancha, saben cuando retirarse y mantenerse en el bajo perfil, y por sobretodas las cosas manifiestan esa apatía a todo lo concebido como socialmente, de allí que se cree hacia ellos en su exterior una energía culturizadora que presiona a estas almas gastadas y que luego de soportarla, digerirla, realicen esta transformación semántica y lingüística reenviando esa energía de donde vino, pero con una sutileza y fuerza que provoca una ruptura, un quiebre, un abrir de las heridas sociales produciéndose un sangramiento, que por demás, sin intenciones, como devolviendo el golpe de cachetada a la vida, como negándose a lo

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INTRODUCCION

Los escritores son como estrellas fugaces, o también como profetas que

conmueven y encantan a la gente con sus frases de sabiduría, pero además son

almas puras que penetran en la sociedad y expresan sus sentimientos escribiéndolos

como nadie podría hacerlo, gustando, asombrando, conmoviendo, estrechando al

pueblo a su alrededor.

El mundo pesa, la vida agobia y ellos buscan el cambio. No conocen otra

realidad que este mundo, al igual que nosotros, pero ellos tienen la capacidad para

transformarla para que la vida sea más tolerable para vivirla.

Conocen del desencanto, el desinterés, la angustia, la indiferencia, porque ellos

mismos la han vivido, transponiéndose a ello.

Merodean por esta vida que no los engancha, saben cuando retirarse y

mantenerse en el bajo perfil, y por sobretodas las cosas manifiestan esa apatía a

todo lo concebido como socialmente, de allí que se cree hacia ellos en su exterior una

energía culturizadora que presiona a estas almas gastadas y que luego de soportarla,

digerirla, realicen esta transformación semántica y lingüística reenviando esa energía

de donde vino, pero con una sutileza y fuerza que provoca una ruptura, un quiebre,

un abrir de las heridas sociales produciéndose un sangramiento, que por demás, sin

intenciones, como devolviendo el golpe de cachetada a la vida, como negándose a lo

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que ella misma ha provocado, o sea una confrontación, un conflicto en el lenguaje,

del que solo ellos saben como caballeros de la palabra hacer.

La Ruptura, el Cambio. No todos pueden encantar como quisieran. No todos

tienen esa posibilidad de trascender. Aquellos pocos son los imprescindibles, son los

que se van más pronto de lo que aparecen, solo vienen y nos dejan sin darnos

nosotros siquiera cuenta, y nos pareciera que deseamos más todavía de ellos, de su

presencia, de sus palabras, como si no pudiésemos por nosotros mismos expresarnos.

MICHAEL FAJARDO VARAS

ESCRITOR

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El Hombre Reciclable

MICHAEL FAJARDO VARAS (1997)

¡Ya basta!-grité en medio de la oscuridad para callar las voces, sin poder lograrlo.

¡Es suficiente!-insistí enérgicamente y poco a poco fueron silenciándose.

¿No les parece que aparte de estar confinados a este húmedo y estrecho lugar,

todavía insistan sobre mi responsabilidad en el accidente?-Pregunté sin respuesta

alguna.

Sólo –se oyó una voz desde el interior, en la oscuridad-Queremos que nos digas…

¿Qué diablos hacías tu en la cabina del piloto?

Pero…-repetí irritado- ¿No les he dicho una y otra vez que la casualidad me llevó a

estar dentro de la cabina en el accidente aéreo y que no fui yo quien desvió los

controles del avión? Además…-continué- algunos detalles me resultan confusos, aún,

hasta hoy.

Entonces, ¿No fuiste tú el que asesino al piloto?- Me interrogó una de las voces

insidiosamente, pero comprendiendo bien la intención de la pregunta me

descontrolé, gritando: Por supuesto que ¡No!, ¡No!, ¡No!....

Dando una impresión tan agresiva, brutal y falta de sutileza para argumentar que

los que se encontraban presentes se enfurecieron más todavía y alborotaron

nuevamente en el interior que me cogieron para expulsarme, y si no interviene aquel

a quien lo señalaban como el señor presidente lo consiguen quizás....

Luego, habló el señor presidente, con voz de mando, diciendo: A los

presentes, les ruego mantener la paciencia, tan estropeada en estos vertiginosos

tiempos, no debieran dar credibilidad a sus impresiones ni menos prejuiciarse a si

mismos, juzgando a este muchacho como culpable, ¿quien puede señalarlo ahora

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como un mentiroso?, por lo tanto pido que se le escuche lo que tenga que decir sin

interrupciones baratas, por lo que nos narrará los minutos antes de la colisión aérea.

Sin olvidar ningún detalle, por mas mínimo que sea y después resolveremos si su

testimonio es falso o realmente solo es victima circunstancial.

Y como todos los presentes juzgaban al presidente como el más fuerte, sabio e

inteligente, se hizo como el propuso.

Entonces acercándose hacia donde me encontraba dijo: tienes tu última

oportunidad muchacho, no la desperdicies.

Yo le agradecí por su intervención, pero solo se limito a sugerir que hablara,

por lo que reverenciando a todos me puse en un lugar donde los que se encontraban

conmigo pudieran captar con atención lo que solemnemente tenía que anunciarles, y

hable: Sé que muchos de los que se encuentran presentes estaban en el accidente del

avión, y sé que les costará creer mi versión de los hechos, aún mas les dificultará

ayudarme a reconstruir los sucesos de aquella noche, por lo que esforzándome en

mis recuerdos intentaré dirigirme con la mayor veracidad hasta donde me sea

posible. No recuerdo todo, no porque intente eludir una culpa que necesite olvidar,

sino más bien debido al impacto de la colisión y al estado actual de las cosas.

Proseguiré a relatarles tal cual vislumbro los asuntos de aquel día diecinueve de julio

de 1998.

La cena de aquella noche provocó un grato ambiente en el interior

del avión, que algunos de los pasajeros no dudaron en manifestar su decisión de

volar. Aromatizaba el aire un fragante aroma de violetas frescas. Según creí al

principio se trataba de la fragancia que provenía de la cocina del avión, pero muy

tarde me dí cuenta que no era así, como yo pensé.

Mi singular pasión por las rosas y flores, me proporciono un momento de

distracción, mientras nos reclinábamos en los asientos para mirar la película de

Silverster Stallone, “ Rocky”. Así, fue como imaginé el campo y los ratos agradables

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con mi señora, junto al río Malleco, en Temuco, y escuche el trinar de las aves y

además a lo lejos el tañir de las campanas de la iglesia del Pueblo, un aroma me

cautivo, ese olorcillo a paja húmeda, troncos recortados a manera de asientos, a olor

a misa, a incienso, y mirra de santos.

De pronto, fui interrumpido de aquel éxtasis, por la salida de la azafata, quien

salía de la cabina apresurada y por ir tan descuidada tropezó con uno de mis

zapatos. Se aferro fuertemente al respaldo del asiento y se disculpó mirándome a los

ojos y sonriéndome, luego continuo su paso y al retirarse inhalé profundamente su

cuerpo y me quede completamente atrapado por ese fragante aroma permaneciendo

impávido, tenía atrapado en mis narices el sabor de mujer que recordaba a mi

señora, el que percibí fuertemente como un frasco abierto de alabastro que se perdía

por aquella puerta de servicio de personal.

Estaba decidido que al pasar nuevamente, charlaríamos juntos y ella me daría

el nombre del perfume, pero pasaban los minutos y no regresaba, a lo que me

impaciente e inquieto me pare y fui en dirección de

la puerta del servicio del personal, pero mayor fue mi sorpresa cuando al entrar al

lugar no la encontré a ella, y me pregunté si fuera posible que hubiera otra salida,

pero esta posibilidad la descarté de plano ya que no existía aquella otra puerta. De

pronto, sobre el piso unas ropas llamaron mi atención. Al levantarlas e

inspirar profundamente, me di cuenta que

pertenecían a la azafata que minutos antes había visto entrar, ¿Pero donde se

hallaba?, ¿Por qué estaban estas ropas tiradas sobre el piso sin ningún orden?.

Luego, observe con detención y me di cuenta además que faltaba uno de los

paracaídas. Esto fue todo lo que vi, porque inmediatamente cuando me disponía a

pararme y salir de la habitación las luces se apagaron y un golpe seco me envió

directo contra las paredes de la habitación. Gateando como pude alcance la salida

hacia mi asiento, viendo con espasmos como la gente gritaba asustada y las

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imágenes sucedían rápidamente en el televisor mostrando a ratos a Stallone

golpeando a Ivan Drago, las luces se encendían y apagaban a su regalada gana,

golpeando nuestros corazones, ya muchos se notaban tensos y por lo que nadie se

percató de la jugada que realizó la azafata.

Sorprendido logre ver a aquella azafata entrar a la cabina del avión, por lo

que aceleré el paso intentando entrar a la cabina. Algunos de Uds., me vieron entrar,

y tal vez sea por eso que recae sobre mi la responsabilidad, pero lo cierto es que lo

que vi al entrar aquel diecinueve de julio es algo de lo que quiero olvidar, porque al

entrar a la cabina vi a los dos pilotos muertos y frente a nosotros una terrible

tormenta.

Lo que digo, es sin agregar ni quitar ningún detalle al asunto, miré al

piloto y al copiloto, y ambos yacían muertos; uno con su cabeza destrozada, el otro

ahorcado con un alambre. Luego, busqué a la mujer y no la halle en ninguna parte,

a pesar de mis esfuerzos. Al ver la tormenta sobre nosotros, acudí en busca de

ayuda, pero mientras salía otra nueva sacudida me llevo al piso, en donde por

error o ignorancia, encontré cerca de la puerta de la entrada de la cabina una

proyectora del tamaño de una cajetilla de cigarrillos, la tomé y se proyecto sobre la

pared la imagen de aquella mujer que tanto buscaba y que había desaparecido por

la puerta del servicio de personal para luego volverla a ver entrar por la cabina,

¿Quién me estaría jugando una mala pasada?, ¿O en que lío extraño me estaría

involucrando?, sólo comprendí que la mujer era una asesina, de eso ni dudarlo, todo

encajaba, y luego había dado muerte a los pilotos, los demás detalles ya no

importan, no interesa en lo absoluto si ella estaba encomendada a asesinar a alguien

del avión o debía estrellar el avión mismo, de eso nunca sabremos, de lo que si sé, es

lo que digo, y espero que me entiendan.

La mujer había huido por la puerta de escape en paracaídas, había provocado

distracción con su proyectora holográfica y a todos los presentes los hizo creer que

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ella no tenía nada que ver en el asunto, en caso de que pudiese quedar algún

sobreviviente. Ignoro el motivo que haya tenido para asesinar, pero aún así, no la

declaro culpable, por lo que hizo, y lo que sucedió posteriormente a muchos de Uds.,

los que ahora tienen motivos para retornar buscando venganza, pero déjenme

amonestarles por tal actitud, ya que como se dice: “La venganza nunca es buena,

mata el alma y la envenena”, es por lo mismo que debieran de

desistir de sus ideas tan descabelladas.

Cautivado por la figura tridimensional, arroje la retroproyectora y al salir fue

inevitable que las miradas de muchos se cruzaran con mi rostro, frió y desgarrado.

Afuera los relámpagos incendiaban el cielo, como el mismo infierno, y muchos se me

arrojaron culpándome por sus desgracias, pero

me salvo la fuerte sacudida del avión que desprendió parte de ella llevándose a quien

sabe donde sus cuerpos destrozados. Todos niños y niñas, mujeres jóvenes, hasta

hombres altos y machos recios gritaban frenéticamente en aquel estruendoso

liquadero. Los lamentos y llantos eran espantosos, más bien, desesperantes,

moríamos. El destello que produjo un relámpago nuevamente, mostró una de las

alas desarmándose de su base produciendo una coctelera humana a 3.000 pies de

altura en dirección al vació.

Los cuerpos trozados de los ancianos y algunos niños débiles daban vueltas

por el avión, y la sangre fresca y caliente golpeaba nuestras mejillas a cada segundo,

por mi parte me aferraba fuertemente a mis creencias, y a una de las bases del

asiento para no salir despegado con la fuerza centripeta que ya había cobrado sus

victimas circunstanciales. Y girábamos sin parar, cayendo de una altura

considerable. Es tal cual lo recuerdo, ¿qué cosa?. Pero por favor, cómo se les ocurre

que lo inventé. No Señor, para mi, que entre Uds., algo se traen entre manos y

conspiran contra mi, esto, ¡maldita sea! ¡Es el colmo!, ¡Desóbes inmaduros!..Está bien

Señor Presidente, discúlpeme, pero verán malditos espermios desollados que tengo la

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razón. Así fue como pasaron los días, ¿Cuántos, no lo sé? Solía durante mi

inconsciencia tener el mismo delirio, aquello de verme fuertemente aferrado a

aquella base del asiento del avión

y la noción de pensar que mi cuerpo caía salvajemente en picada desde un gran

abismo. Hasta que recuperando el conocimiento miraba a mi alrededor,

alegrándome por instantes de saberme siendo el único sobreviviente de aquel

accidente aéreo. Había escuchado cientos de casos en donde en situaciones

semejantes no faltaba el que quedaba vivo para relatar lo sucedido y yo me creía que

era uno de aquellos afortunados para relatar lo sucedido.

Sentí - ¿Sentí?, mucha sed -(¿sed?) Me puse de pie y camine sin dificultad, una

sensibilidad heló mi espalda al ver los cuerpos de los niños y mujeres calcinadas por

doquier, y algunos destrozados por el impacto. El fuerte hedor a podredumbre y la

repugnante escena me obligaron a retirarme del lugar, pero aún más fue ver las

ruinas del avión como un tenedor sobre mi cabeza que me aguijoneaba una y otra

vez. Por más que agudice mi vista, nadie a excepción mía, había sobrevivido. Esta

experiencia me dejó el cuero curtido para lo que viniera -(¿pensé?). Sin tener a

donde ir, vagaba por esas zonas inhóspitas de aquel desierto.

Cierta tarde, estando bajo la sombra de un tamarugo, cautivó mi atención

unos pequeños montoncillos de piedras que formaban un triangulo, al parecer hueco,

parecían las piedras haber sido dispuestas de esta manera por la mano del hombre,

pero con algún propósito especial.

Removí las piedras, y por causa del sol ardiente destello un metal extraño, con

figuras geométricas que no pertenecían a esta tierra, para mi sorpresa, al levantarlo,

tenía atado un cordel que al final tiraba un libro aún más extraño. Acaso- me

pregunté- no habrá ayuda para el hijo de una viuda, y así fue como entre mis manos

tenía un viejo libro, tan oscuro y ensordecedor al captarlo que me impaciente por

saber su contenido… Pero debía esperar….

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El cadavérico silencio, resucitó por el cielo, allí se divisaron a vuelo de pájaro

grupos de rescate, helicópteros, fuerzas de socorro y ayuda, que aterrizaron

apresuradamente. Al verlos, grite-(¿grite?), de entusiasmo, pues no había hablado

con un ser humano ni menos visto uno por estos desiertos, así que me dirigí hacia los

soldados que se aproximaban a las ruinas del avión.

Al llegar junto al grupo, me puse frente a ellos, pero al parecer no me vieron o

pretendieron ignorarme. Moví las manos, luego salte de ganas, y por más que hice

piruetas para que me observaran fue inútil, hasta que uno se fue acercando, pero al

llegar junto a mi, miró en dirección de la planicie, como escudriñando el horizonte, y

allí se abandonó en su minuciosa tarea, luego volteó a sus acompañantes y se

dedicaron a levantar los restos calcinados, y además en el reconocimiento, y toma de

fotografías digitales, y así en la soledad en la que había permanecido se apestó con

la llegada de la prensa y la televisión. Como presintiendo algo que no quería

aceptar o admitir me dí por vencido al culminar el día, y esto fue por la pura

indiferencia que me rodeaba, esto quiere decir, que si no aparece la gente jamás me

doy por enterado de mi condición y nunca habría asumido que yo Luis Alberto,

¡estaba absoluta y totalmente Muerto!, y que tan solo era una simple y estupida

forma de vida que vagabundeaba por estas zonas inhóspitas.

Me costo creer, a pesar de las evidencias tan concluyentes, como por ejemplo

ver entre los cadáveres el mío y de qué manera lo rotulaban arrojándolo en una

bolsa de plástico negra.

No quería vagar por esta tierras por la eternidad, ¡sí es que existiera algo

como tal!. No quería quedarme, esa es la verdad, sentía todavía y lo siento, el cariño

de mi esposa, ¿Qué será de ella en la Ciudad, si yo Luis Alberto, no regreso?. Me

negué, hasta el cansancio, hasta ver a los últimos rescatistas irse. Era ya tarde y

pronto anochecería, ¿Qué Haría ahora?.

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Aquella medianoche medité. Miraba la hermosa luna llena que bañaba de

plata los rincones más oscuros en las intenciones de los hombres, y se dibujaba un

matiz agridulce en las oficinas salitreras abandonas del desierto opaco y estéril.

¿Sería-me pregunté- este lugar fantástico el que siempre apareció en mis pesadillas

como mi prisión por siempre?, si era así, me atormentaría y no podría continuar

siendo el mismo, por lo que como no estaba en posición de escoger si no de aceptar,

me persuadí a tomar el libro e invoque a la Diosa Innana, esa bestial semi mujer que

navega entre las pléyades y los desquiciados torrentes del delirio y la locura, para

que discurriera por mis sesos, provocando en ella el olor a vida, a sentido por la

existencia, y así fue como sin darme cuenta caí en un trance, provocando los ruidos

más estertores provocados por alma infrahumana que los soldados que acampaban

cerca de allí temieron por sus vidas.

Era avanzada la noche, terminaba con los rituales, según los enseñaba el libro.

En posición fetal descansé entre unas rocas. Recuerdo que antes de cerrar los ojos vi

a la estrella de Venus en el horizonte casi al amanecer y fue cuando me envolvió una

profunda y suave esencia luminosa azulada. De pronto sentí que traspasaba unas

barreras, descubriendo que muy pronto retornaría...

Y en este punto quisiera detenerme espermios. Todos sabemos que ese

renombrado túnel no existe, ya que ninguno de nosotros ha pasado por él, sea

de la manera que hayamos muerto, ninguno lo pasó, además, nunca aparecieron

esos seres queridos, en la oscuridad, que hablan e intentan animarte a continuar

hacia el final, donde está la luz cautivante, y el viejo de barba blanca, esperándote en

esa paz sublime. Por lo tanto, digo que solo me envolvió una luz intensa azulada y

punto, nada más. Aunque sí puedo reconocer que experimenté una libertad, como

cuando se resquebraja una cáscara para ir a otra perfección.

Les responderé y espero que sea la última, que mi deseo de volver a ver a mi

esposa es fuerte, más fuerte que ni aún las aguas del mar pueden apagar mi amor

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por ella. Seguí, por lo tanto, a mis instintos, y no me atemorice a la visión

consumidora que me cegó, luego perdí el conocimiento al completarse el ciclo

luminoso, y aparecí aquí junto a ustedes, rodeándome y cuestionándome, sin

descansó. Y si es por el motivo más dulce y poderoso, el de volver a donde mi esposa,

pueden hacerse de la idea que seré el primero en llegar al óvulo, de eso pueden estar

seguros que no estoy presuntuosamente hablando.

Porqué volveré, tarde o temprano, pero volveré. Pondré todo mi esfuerzo por

lograrlo, aún cuando luche contra todos ustedes, pero mis ojos humanos volverán a

contemplar a mi esposa, ah, ¿Que les parece? Mientras tanto esperaré pacientemente

en esta calma acuosa de horas sin tiempo...

No sigas, hermano... - Me interrumpió aquel que le decían el presidente,

secándose algo así como lágrimas, diciendo: Hermanos, Luis debe ser digno de ser

recibido entre nosotros por la veracidad de sus palabras, y porque él nos ha

maravillado con su relato.

Y los espermatozoides se alborotaron tanto conmigo nuevamente que algunos se

acercaron para darme, por fin, la bienvenida, mientras unos aplaudían, otros se

daban de golpes contra las paredes y los débiles tomando en serio mis palabras, que

seria el primero en fecundar el óvulo, se acicalaban sus colas, listos para la carrera.

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El DESENCANTO

El 22 de octubre, una mañana fria, me levante sobresaltado y afiebrado

en la cama, cuando sono el despertador, a las siete. Apenas si pude abrir los ojos,

ante aquella rutina que se evocaba ante mi vista diariamente. Solo era pner un pie

fuera de la cama, entrar al baño, quizás, tomar la ultima y gastada maquina de

afeitar desechable de hace dos semanas y darme unos retoques por mi rostro pálido

y ojeroso. Luego, tal vez, era repasar nuevamente los avisos de las ofertas de trabajo,

una y otra vez, subrayándolos inquisitivamente, para no perder ninguno de ellos, en

aquella mañana interminable que venia viviendo por mas de dos años como un

cesante.

Terminé, mi desayuno, unos panes tostados del día anterior, margarina, luego

despedirme de mi esposa con un beso y marcharme.

La calle estaba apestada de gente a eso de las ocho, el trafico vehicular era

insoportable. Los vehículos convergían de todos lados, a sus trabajos, rojos, verdes,

blancos, amarillos, micros, particulares, una gran colmena magnifica en que todos

pactaban por engrandecer la sociedad, pero para mi el ver estas masas solo eran

menos miserables que yo, pero en fin, miserables, que vivían en el paro y la

frustración, tales representaciones deshumanizadas de la vida, y cuanto más

apremiaba mis pasos, más comprendía que el trabajo en las condiciones actuales en

que las sociedades tecnológicas mas preparadas e informadas han superado las

estructuras básicas dejando excluidos sociales, y allí era menos digno el campo

laboral, un dejo de automatización, control total e indiferencia marcaban

notablemente la construcción social de la realidad. Al suponer que el trabajo

dignificaba al ser humano, consecuentemente se pensaba que el confort les podía

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llevar apreciar sus labores, pero era en vano, solo bastaba ver, como yo, esos rostros,

rostros faltos de amor y enfermos.

En vano, trataba de hacer de esta búsqueda diaria, una más alegre, pero tan

solo resultaba ser una carga, que con el tiempo se me hacía mucho más de peso que

al principio.

Para que hablar sobre la situación que tenía en la casa, a veces, era tan

insoportable escuchar los reproches de mi esposa que prefería llegar cuando todos

estuvieran durmiendo, para no recibir quejas ni que me mostraran caras. Pero lo

cierto, era que intentaba cumplir mi rol de proveedor de una manera muy peculiar,

ya que cuando me aburría de tanto buscar, o cuando la depresión sobrevenía, y que

era casi continua, me las ingeniaba para tener un poco de dinero para alimentar a

mi familia y a mi. Vendía chaparritas en la calle, los domingos me iba a ofrecer

dulces a las plazas, con un delantal blanco en el que trataba de ocultar mi fealdad,

mi situación, ya que siendo un ingeniero de más de cincuenta años nadie quería

contratarme, pero no luchaba por mi, no luchaba por tener calidad de vida, sino que

era por mi familia y por sobrevivir, para saberme que valía algo y que todavía podía

dar más, por reencontrarme conmigo. Era un hombre de lucha, que no permitiría

que las vicisitudes me agobiaran ni las inclemencias de los tiempos modernos

acelerados y competentes, abrumaran.

¡Pero estaba viejo!-pensaba, mientras tiraba del carrito de dulces, a quién

quería engañar, la vida era dura y difícil, mi carácter de ser afable, sociable, estaba

cambiando por ser irritable y extrañamente callado y sumido en el profundo silencio,

solo sabe Dios que sucedía, que me pasaba, no lo sé. Podía, reír a carcajadas, por

lapsos cuando me acordaba de algo, y luego sin aparentes motivos me sucumbía un

frío e impersonal sosiego de muerte.

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Siempre solía decir que uno después de los cincuenta años cosechaba lo que

sembró, positivamente, de todas las privaciones que uno se dio y de la laboriosidad

con la que trabajo, merecía a lo menos algo. Pero en mi caso, mis privaciones, mis

angustias de juventud, el esfuerzo por sacar a una familia de la miseria, tener hijos

estudiando en la Universidad, y yo allí sin tener un solo billete con que valerme, era

lo sobrecogedor y aterrador de mi vida.

Por eso cuando intente suicidarme y se me desarrollo esa misantropía, nadie

se extraño, y más aún cuando por meses me encerré en una habitación por que no

quise saber de nada de este mundo agobiante, pero no me oculte como un rebelde

ocioso que manifiesta su repudio social de manera inmadura, sino como un hombre

dedicado, que de la noche a la mañana es prescindible. Pero yo podía dar todavía

mi experiencia, o mis conocimientos, ¡Pero No!, ¡Debía irme!.

Y así fue, me fui, y para siempre, un 22 de octubre por la medianoche,

cuando las estrellas reciben burlonamente las gastadas almas de los hombres.

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UNA TARJETA DE NAVIDAD

Sé que muchos no me creerán y también conozco a otros que pensarán que

me estoy volviendo loco, pero lo sucedido en estos últimos días los hará cambiar su

opinión, al menos eso espero, y tal vez puedan decirme que es verdad y lo que no es.

Además, ninguno podrá ayudarme a reconstruir lo sucedido, por lo que usando mis

fuerzas, mis pocas fuerzas, intentaré relatar con la mayor exactitud posible, hasta

donde me sea posible. No recuerdo todo, eso ustedes lo saben, no porque intente

eludir en mi mente ese suceso sobrecogedor, sino más bien debido al temor del

estado actual de la situación. Proseguiré a relatarles tal cual sucedieron los hechos

aquel año en que apareció por primera vez esa tarjeta.

Estaba sentado frente al computador, trabajando de compaginador como de

costumbre en el diario local de la Ciudad, en un edificio de tres pisos, mi oficina

estaba en la planta baja, y allí el Patricio y el José no paraban de comentar sobre

una tarjeta navideña que el día anterior se transformó de un hermoso pesebre, en un

extraño y terrorífico paisaje infernal, protagonizado por el mismo demonio quien

burlonamente le mostraba la lengua a la encargada de cobranza, la señora Yolanda,

a manera similar que lo hace el vocalista del grupo musical KISS.

La señora Yolanda trabaja en el tercer piso, y cuando escucharon su

gritó desesperado, y subieron la encontraron tendida sobre el piso y desmayada. Al

cabo de un rato estaban auxiliándola.

Mis amigos, incrédulos, se reían y de vez en cuando pasados los meses

recordaban la tarjeta y se burlaban en complicidad.

Yo creía. Uno tenía que creer. Tenía que aferrarme a mis creencias, porque

cuando uno escucha en las noches, cuando todos se marchan del Diario, y tan solo

quedo yo, para compaginar, allá arriba todo cruje, como si alguien estuviese

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caminando de puntillas, pero los muebles también se mueven, uno no puede dejar de

creer. Yo creía. Porque los guardias contaban en forma secreta, para no ser

considerados supersticiosos, que allá arriba las luces se encienden y apagan a

regalada gana. Uno tenía que creer, sobretodo cuando los periodistas te cuentan que

la gente cuando sube tiende a que alguien la empuje como para hacerte caer.

Mis amigos no creían y se burlaban. Y la tarjeta desapareció y nadie la volvió

a ver.

Estaba como de costumbre sentado frente a mi computador, después de años

en que no se había escuchado de la tarjeta cuando por unas remodelaciones que se

hicieron en el diario, cerraron un pasillo alterno al tercer piso, del cual nadie entraba,

unos de los maestros carpintero la encontró, viendo que el pesebre era admirable y

digno de conservar la metió al bolsillo de su pantalón y se la llevó. Yo estaba atento

a cualquier circunstancia anormal en el diario, pero durante el día nada aconteció.

Pasó una semana, y los trabajos en el diario finalizaron. Recuerdo haber visto bien el

rostro del Maestro carpintero, ese rostro que no paraba de presentarse en mis sueños

y pesadillas, ese rostro que había tomado la tarjeta y se la había llevado lejos, muy

lejos de aquí.

Eran diez para las cuatro cuando llegué al diario. Tomé la carpeta de los

Necrológicos, y me fui a sentar frente al computador, abrí la carpeta, y allí frente a

mí, estaba el rostro de aquel carpintero, que había trabajado en las remodelaciones.

Me puse nervioso y cerré la carpeta, no quise saber más de este asunto. Creo que

anduve mal por varios días, y todos me preguntaban que me pasaba y yo respondía

que nada, absolutamente nada. Pero realmente las cosas empeoraron.

Semanalmente me comenzaron a llegar Necrológicos con nombres de personas

relacionadas antes y después con la tarjeta, no me cabía la menor duda que

nuevamente la tarjeta estaba haciendo de las suyas, como si el demonio anduviera

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suelto después de tenerlo encerrado por bastante tiempo en un lugar polvoriento y

oscuro de ese pasillo que ahora está clausurado.

Intente convencer a mis amigos, pero no me creyeron, el Patricio algo me

puso atención, ya que a él le fascinaban estas cosas oscuras y misteriosas por haber

leído sobre esto y mucho más en libros que el mantiene en su casa, José solo se

limitaba a decir: “oye, escucha, son solo historias, no pueden ser ciertas, como vay a

creer todas esas tonterías”. Pero yo creía, y ellos no.

Y allí radicaba la diferencia, y las paginas policiales y los avisos necrológicos

aumentaron. Y mi temor por lo que pudiera suceder en cualquier momento me llevó

a encerrarme en mi habitación y no querer salir más.

Recuerdo que me vino a ver el gerente, luego vino el Director y así todos los

que de una u otra manera se relacionaban conmigo en el diario, hasta la señora de

la cafetería vino para convencerme, pero fue en vano.

A mi madre le dijo el Doctor que estaba enfermando, que si continuaba en esa

situación muy pronto tendrían que internarme, y mi madre se preocupo mucho por

eso, e intentó hablar conmigo y hacerme entrar en razones, persuadiéndome de la

idea de aquella tarjeta infernal, pero yo seguía empeñado en creer, porque yo creía,

pero ellos no.

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EN EL PRINCIPIO

En el principio legalizar el suicidio costó un mundo, pero la opinión pública en

las encuestas lo hicieron apremiante. muchos sacerdotes católicos y pastores

evangélicos predicaron en contra y protestaron por la iniciativa en el senado,

mientras tanto, las estadísticas, el sentido común, y las noticias diarias, detallaban

con morbosidad elocuente como la gente continuaba suicidándose. por fin,

decidieron que cada persona potencial suicida, debía dejar una contribución de

cualquier índole al gobierno. estas contribuciones fueron aumentando

geométricamente a pasos agigantados, en un hecho sin precedentes, lo que marcó

tanto política como socialmente al país. las ganancias se incrementaron

cuando en la bolsa de valores se dispararon las acciones. el banco internacional dio

apoyo al gobierno y a su iniciativa y la gente dio aún más dinero, después de todo,

nada podrían llevarse al otro mundo. en el primer articulo sobre la ley del suicidio se

señala expresamente a este como “un acto voluntario, altruista, capaz de ser

ejercido....”. de allí que muchos por vanagloriarse de buenos samaritanos y

que sus nombres figuraran en los diarios locales, en letras destacadas de primera

plana, entregaban todas sus posesiones y propiedades al gobierno, dejando en varias

ocasiones a familiares sin nada con que vestirse. era un tiempo de miseria

moral y frío pesimismo, daba igual lo que se hiciera, porque la gente no se conmovía

con nada. pero lo que causó gran malestar entre los círculos religiosos, fue catalogar

el suicidio como un acto altruista, ya que los suicidas al caer de edificios aplastaron a

transeúntes indiferentes, en otras ocasiones al lanzarse a vehículos en movimiento

provocaron graves accidentes, con daños irreparables para las víctimas. los

ministros en visita con ordenes amplias de investigar, se hicieron poco para tantos

casos, que el dinero que se ganó en su momento se fue malgastando inútilmente. el

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gobierno, adoptó medidas supletorias y las denuncias de las víctimas fueron

ocultadas; y se inicio una revisión a la ley sobre el suicidio en el senado. los

sacerdotes católicos y evangélicos creyeron que con esto acabó su peregrinaje, pero

su indignación fue tremenda cuando leyeron la nueva reforma, que señalaba que los

potenciales suicidas para no contravenir las disposiciones de los artículos 4º y 6º ,

incisos primero y décimo respectivamente de la ley anterior, deberían suicidarse en

privado, en lugares ventilados y dejando expresamente detallado para su ubicación

posterior. el presidente calmó a las partes disidentes afectadas y los envió a sus

hogares, que agradecieran vivir en una tierra de libertad y libre expresión , después

de todo, el banco central y las acciones en la bolsa, repuntaban considerablemente y

dándole más expectativas de inversión a los empresarios extranjeros, con el fin de

darle trabajo a los cesantes.