Cuerpo, Ingravidez y Enfermedad

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 Índice Introducción, 9 1. La levitación errónea y la caída, 17  La caída como agravamiento de la pasión, 20  11-S: el salto contra el drama colectivo, 26 2. La ascensión en cuerpo, 35  El cuerpo glorioso, 37  El cuerpo sacrificial, 43  El cuerpo-devenir, 52 3. Cuerpo, ingravidez y enfermedad, 69  El hipercuerpo, 73  El cuerpo liminal, 84  El cuerpo sin órganos, 111  El cuerpo erótico, 124 Bibliografía, 135

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  • ndice

    Introduccin, 9

    1. La levitacin errnea y la cada, 17 La cada como agravamiento de la pasin, 20 11-S: el salto contra el drama colectivo, 26

    2. La ascensin en cuerpo, 35 El cuerpo glorioso, 37 El cuerpo sacrificial, 43 El cuerpo-devenir, 52

    3. Cuerpo, ingravidez y enfermedad, 69 El hipercuerpo, 73 El cuerpo liminal, 84 El cuerpo sin rganos, 111 El cuerpo ertico, 124

    Bibliografa, 135

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    Por este estricto orden cronolgico, primero fue la gravedad, luego el cuerpo y finalmente la enfermedad. La historia del arte se ha mostrado muy reacia a integrar entre sus estrategias de produccin estos tres elementos. Pero en el espacio de tiempo que va desde la apoteosis vanguardista hasta el paisaje plurvoco dibujado por la crisis de la mo-dernidad, estas tres figuras paradigmticas de la praxis artstica con-tempornea han conocido diversas e inagotables cristalizaciones. En 1913, Marcel Duchamp realiz uno de sus experimentos a la postre ms influyentes y revolucionarios: desde una altura de un metro, dejo caer tres hilos de cobre de cien centmetros de longitud. El efecto de la gravedad sobre este material blando, amn de su impacto sobre el sue-lo, quedaron elocuentemente reflejados en el perfil sinuoso de los tres filamentos, cuya forma azarosa fue inmortalizada por el artista en forma de sus correspondientes patrones de medida. Esta obra iden-tificada como Trois stoppages talon supuso la primera tentativa seria, por parte de las artes visuales, de transformar la gravedad en material discursivo y plstico de primer orden. El gesto de Du-champ marc un antes y un despus en el devenir artstico: el hecho de abrir su mano y dejar caer los hilos al suelo descubri las posibilida-des del vaco para el arte. Desde ese instante, el reposo ya no consti-tua la condicin esencial de la obra. El aire se mostraba capaz de crear estructura, de determinar formas y situaciones. Duchamp se atre-vi a subvertir el orden de las fuerzas y la lgica de las cantidades: lo inmaterial modelaba lo slido, lo leve impona su esttica a lo pesado.

    Como cualquier concepto dialctico, la cada, el efecto de la gra-vedad sobre los cuerpos, trajo de inmediato la necesidad de un impul-

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    so ascensional. Y fue el mismo Duchamp quien igualmente lo concre-t: tras la ejecucin de sus primeros ready-mades, stos quedaron expuestos en su estudio suspendidos del techo, colgados como si de constelaciones se trataran. Pese a que no se suele enfatizar este aspec-to, el ready-made nace como una criatura area, ingrvida, que res-pira mejor en la inestabilidad de las alturas que en el reposo del suelo. No casualmente supone el inicio, dentro del universo duchampiano, de una genealoga de seres reos que tendr como principal exponente a la Marie de Le grand verre (1915-1923) la cual enciende el deseo de los Moldes Mlicos durante su vuelo en la Va Lctea, para, dcadas despus, caer a plomo sobre el frondoso paraje en el que se celebra el coito escpico de tant donns (1946-1966).

    Precisamente, coincidiendo con este descenso de la Marie a ras del suelo como consecuencia de la gravedad ejercida por el deseo consumado de los Solteros, la escena artstica internacional se vio convulsionada por la irrupcin intemperante del cuerpo. La Moderni-dad entr en crisis cuando el arte se hizo carne y goz y sufri como carne. La contraposicin emocional con la que, desde los orgenes del romanticismo, se encontr la vertiente ms racional y conceptual del arte aquella que privilegiaba el rigor del dibujo frente a la expresi-vidad del color descubri una va de evolucin natural en la inma-nencia del cuerpo, en la igualacin fenomenolgica que sta permita del artista con el resto de individuos que le rodean. Pero entindase bien: pese a que la carnalidad del arte contribuy ms que ningn otro factor a su desmontaje, el cuerpo debe ser considerado como un pro-ducto de la Modernidad, y no como una realidad alumbrada en medio de sus escombros. Ms concretamente: el principal legado de la Mo-dernidad fue Auschwitz emblema superior del ensimismamiento racionalista, y la mayor y nica realidad tangible de Auschwitz es un cuerpo dbil, dolorido, enfermo.

    Una de las premisas fundamentales que hasta el momento han sido orilladas por los estudios contemporneos sobre el cuerpo es que, cuando durante la dcada de los sesenta, los artistas tomaron concien-cia de su realidad corporal, lo que tocaron y sintieron fue una carne que ya estaba enferma, lastrada por un estado de mximo e inaguanta-ble agotamiento. En contra de lo que algunas de las performances his-tricas de este momento pudieran llevar a pensar, el cuerpo no aparece como una solucin heroica a las problemticas sociales y existencia-

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    les, sino como el resultado de una conciencia de la debilidad. Cierto es que, desde un principio, tal fragilidad no adquiri la visibilidad me-recida por la simple razn de que, en esencia, la enfermedad constitu-ye una manifestacin tautolgica del cuerpo. La celebrada frmula nietzcheana yo soy cuerpo mantendra intacta su enorme carga se-mntica si se enunciase en los trminos de yo soy enfermedad. De hecho, y como avisa Michela Marzano, el cuerpo funciona como el signo de nuestra finitud y, debido a ello, nos devuelve a todo aquello que diariamente se evita reconocer: nuestra fragilidad, nuestras debili-dades, nuestros lmites, nuestras enfermedades, nuestra muerte.1 El cuerpo es inexorablemente impuro y, como tal, abyecto: cada uno de sus protocolos, sin excepcin, estn encaminados no a perseverar en la vida, sino a asegurar la muerte. Decir cuerpo y enfermedad es nombrar la misma realidad, idntico destino. Es ms, lo natural del cuerpo es la enfermedad, y no la salud; sta ltima es un artificio, una ficcin que acta como interfaz entre el sujeto y su inmanencia. Las tecnologas de la salud imponen una intermediacin ficticia entre el yo y el cuerpo que, evidentemente, es utilizada por la violencia sist-mica para disear sus polticas de control.

    En efecto, se podra decir que la historia del arte corporal desde sus principios estruendosos hasta nuestros das ha sido la de una con-tinua e incesante erosin de la interfaz que separa al cuerpo de su en-fermedad. La pieza de Ian Breakwell, BC/AC (2005-2008) aporta uno de los ejemplos ms contundentes en este sentido: el artista lee seccio-nes de sus diarios mientras una sucesin de imgines fijas muestra la evolucin de su rostro desde su juventud hasta el periodo posterior al diagnstico positivo de cncer. La forma en que se encadenan las fo-tografas de los diferentes estadios de su vida invita a pensar en una suerte de teleologa de la enfermedad, por la que el transcurso de los aos escondera un relato de verdad que finaliza en la confrontacin del sujeto con la realidad de su propia devastacin. Lo esencial es un cuerpo enfermo una evidencia tan desoladora que, en un primer momento, no resulta fcil de asumir, y que no en vano ha requerido de mil batallas exitosas antes de impregnar el plano ms cercano de las preocupaciones de los artistas del cuerpo.

    1. M. Marzano, La philosophie du corps, PUF, Pars, 2007, p. 89.

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    Lo que resulta hasta cierto punto sorprendente es la escasa aten-cin que la biopoltica como tal ha tenido entre los estudiosos del arte corporal. Porque, cuando se ampla el permetro de sus contenidos y se desbordan los topoi ecolgicos y tecnocientficos que han guiado su discusin durante las ltimas dcadas,2 lo que se descubre es que en ella est contenida la mayora de los fantasmas que la performatividad del cuerpo intent combatir: discriminacin por gnero y raza, violen-cia estructural, mercantilizacin de las identidades, etc.. La interme-diacin ficticia de la salud supone la mayor estrategia de desposesin del cuerpo a la que se enfrenta cada sujeto; una estrategia que, a causa de sus enormes ramificaciones, posee un carcter transversal y conta-mina el subsuelo de todas las territorialidades polticas. El motivo de ello es claro: las polticas de la salud proceden mediante estrategias de ordenacin de la pluralidad social. Proteger la vida se ha converti-do en una eficaz forma de gestionar la separacin ntida del yo y el otro, lo familiar de lo extrao, lo interior de lo exterior, lo puro de lo impuroSe combate a toda costa la enfermedad porque, desde el mo-mento en que sta penetra en un cuerpo ya sea individual o colecti-vo, se produce una alteracin que acaba por transformarlo, por co-rromperlo. El trmino que como seala Roberto Esposito mejor define esta dinmica de la disolucin es el de contagio: lo que era saludable, seguro, idntico a s mismo, resulta ahora expuesto a una forma de contaminacin que amenaza con devastarlo.3 Aquello que las polticas de la salud clarifican y antagonizan, la enfermedad trae a un plano de confusin. Nada ms letal para el Sistema que un cuerpo enfermo: su libre circulacin entre las diferentes regiones del espacio pblico supondra la contaminacin de todas ellas y, por consiguiente, la ausencia de referentes meridianos que permitieran la taxidermia de todas las realidades patgenas y extraas. La lgica de las polticas de la salud es vertical jerarquiza y da lugar a clasificaciones, mientras que la de la enfermedad genera un sistema horizontal en el que todos los elementos que lo habitan ven arruinados sus privilegios y sus lmites intocables.

    2. T. Lemke, Biopolitics: An Advanced Introduction, New York University Press, Nueva York y Londres, 2011, p. 28.3. R. Esposito, Immunitas: The Protection and Negation of Life, Polity Press, Cam-bridge y Malden, 2011, p. 2.

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    Quizs por este motivo el principal efecto que sobre la estructura poltica de lo social provoca el cuerpo enfermo es el de propiciar una redencin de la comunidad. Uno de los ejes vertebradores del exhaus-tivo anlisis que Esposito efecta de las biopolticas contemporneas es justamente la contraposicin de dos conceptos como communitas e immnunitas. Mientras que el primero alude a una condicin de no per-tenencia e impropiedad del individuo para consigo mismo (la comuni-dad, de hecho, es definida como un ni-ente o no entidad, y como un non-ente o no-ser),4 la segunda seala, por el contrario, a aquellos miembros que se hallan exonerados o exentos de cualquier obligacin hacia el otro y que, por tanto, pueden conservar su esencia intacta en tanto que sujetos y dueos de s mismos.5 En cierta medida, la comu-nidad preconiza la libre circulacin de los cuerpos y, en este sentido, una concepcin del espacio pblico como el escenario de una expe-riencia viral, por la que las diversas subjetividades participantes des-localizan su lugar de enunciacin y se convierten todas ellas en pan-dmicas. Por el contrario, las polticas inmunolgicas confinan cada cuerpo en estrictos protocolos de actuacin, que garantizan su desen-volvimiento tipificado por las distintas reas de la experiencia social. Se tratan tal y como se ha mencionado con anterioridad de pol-ticas de luz orientadas a clarificar con precisin los diferentes um-brales de experiencia, y asegurar as su relacin higinica. En una sorprendente reproduccin de los efectos de la enfermedad, la vida en comn rompe las fronteras de los individuos y, a travs de la relacin de reciprocidad establecida entre ellos, propicia una confusin entre lo que es considerado como propio y aquello que pertenece al resto o a nadie.6 De ah que no deba resultar extrao la medida de choque desarrollada por las estructuras de salud para evitar los movimien-tos de contagio: inmunizar a la comunidad, de manera que ambas ca-tegoras de la experiencia a priori opuestas e irreconciliables entre s se tornen en equivalentes e inseparables.7

    Tiene razn Eric L. Santner cuando asevera que la carne ha sido

    4. R. Esposito, Terms of the Political: Community, Immunity, Biopolitics, Fordham University Press, Nueva York, 2013, p. 29.5. Ibidem, p. 39.6. R. Esposito, Immunitas: The Protection and Negation of Life, p. 22.7. Ibidem, p. 16.

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    y es el principal objetivo de las polticas inmunolgicas.8 A da de hoy, la idea y praxis de comunidad amparada por las diferentes demo-cracias mundiales consiste en evitar que los cuerpos entre en contacto entre s, que la heterogeneidad de la carne halle un lugar de libre ex-presin y convivencia. El triunfo de la sociedad del miedo supone el triunfo de las polticas de la salud: en la medida en que el trnsito de los cuerpos est protocolizado hasta en el detalle ms demencial, la seguridad de un determinado territorio se encontrar garantizada. Cu-riosamente, el refinamiento de las tecnologas de la salud ha hecho, al mismo tiempo, del cuerpo la realidad ms inocua y la ms peligro-sa. No ha habido momento en la historia en el que las subjetividades pandmicas se encuentren bajo mayor control, pero a la vez se mues-tren tan potencialmente letales. En sociedades tan hipervigiladas como las actuales, el caos es cuestin de una pequea y ridcula fisura en los sofisticados sistemas de prevencin. Un episodio de contaminacin en un lugar alejado y recndito del planeta es capaz de desbaratar todos los escudos inmunolgicos existentes. Y es que el problema de las polticas de la salud es que constituyen sistemas de respuesta que no contemplan, entre su catlogo de movimientos programados, solucio-nes idneas para situaciones aleatorias.

    Todava hoy el cuerpo enfermo es un accidente para el sistema y, como tal, un acontecimiento imprevisible. La enfermedad no es algo que el denominado por Foucault homo aeconomicus pueda pre-ver en su sistematicidad. De hecho, una de las claves que permite comprender la dimensin escandalosa que para las democracias con-temporneas comporta cualquier patologa es que, mediante su sbita intervencin, se rompe la vertebracin racional del Sistema. En pala-bras de Foucault: es racional toda conducta que sea sensible a modi-ficaciones en las variables del medio y que responda a ellas de manera no aleatoria, de manera, por tanto, sistemtica, y la economa podr definirse entonces como la ciencia de la sistematicidad de las respues-tas a las variables del medio.9 La economa, en consecuencia, es el mvil todava no denunciado de las polticas de la salud. La razn del

    8. E. L. Santner, The Royal Remains. The Peoples Two Bodies and the Endgames of Sovereingty, The University of Chicago Press, Chicago y Londres, 2011, p. 19.9. M. Foucault, Nacimiento de la biopoltica. Curso del Collage de France (1978-1979), Akal, Madrid, 2009, p. 266.

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    desvelo de toda la legislacin inmunolgica que separa y protocoliza los cuerpos no es otra que aumentar la eficacia del Sistema, entendido tanto en su generalidad como en cada una de sus infinitesimales par-tes. Un cuerpo es vlido mientras no resulte infectado. Cuando sucede de esta manera, se convierte en una amenaza para la comunidad eco-nmica y la inmunidad de la que gozan todos sus participantes.

    La salud es economa; y los cuerpos de los que trata el presente volumen conforman un riesgo palpable para el racionalismo econmico ms voraz. Un cuerpo enfermo es considerado por el rgimen de sa-lud imperante como un cuerpo intil. Pero lo interesante del ejemplo que ellos representan es que, en su cuestionamiento de las polticas in-munolgicas que les impiden normalizar su paradigma experiencial, se apropian de un factor como el de la ingravidez, habitualmente conecta-do con los cuerpos gloriosos y, por extensin, con el valor de la inmor-talidad. Recurdese, como ilustracin de esto, una de las ms clebres instalaciones de Ilya Kabakov: The Man Who Flew into Space from his Apartment (1988). En ella, se observa un dormitorio empapelado con carteles de la antigua Unin Sovitica, y una abertura en el techo que revela que el imposible experimento llevado a cabo por el desconocido habitante de esta estancia ha tenido xito: volar por s mismo al espacio exterior, a esa esfera de ingravidez que, como apunta acertadamente Boris Groys, simbolizaba la consecucin de la inmortalidad corporal.10 Los artistas analizados en este libro no elevan sus cuerpos bajo el para-digma de la ascensin en pureza; por el contrario, lo que persiguen con sus diferentes y privativas declinaciones de la idea de ingravidez es contagiar una de las principales figuras de las culturas de la salud: la levedad del cuerpo, su impulso ascensional, sin lastres de la carnalidad corrupta. Estos autores elevan su enfermedad, su fragilidad extrema y la de aquellos personajes que pueblan sus universos artsticos. Aspiran, desde sus aledaas o distanciadas pticas, a redimir a la vida en comn de las fuertes restricciones inmunolgicas que la hacen inhabitable y excluyente. Son cuerpos que, a pesar de su modestia, no caban en el espacio pblico, y que por ello mismo deslocalizaron su subjetividad con el fin de ampliar sus mrgenes y su sentido.

    10. B. Groys, Ilya Kabakov: The Man Who Flew into Space from his Apartment, Afterall Books, Londres, 2006, p. 9.

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