Daniel Paola - Lo Irreductible

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Lo Irreductible. Daniel Paola. No me dirigía a la isla de Corfú ni viajaba con mi hermano, pero lo que hoy voy a relatarles sucedió en la Acrópolis de Atenas de manera imprevista y en mis últimas vacaciones. Si recuerdan el escrito de S.Freud Un Trastorno de la Memoria en la Acrópolis del año 1936, tendrán el marco de lo acontecido. Tal vez guiado por una lectura previa del texto que retornó sin pensar en ese preciso momento de mi visita a la Acrópolis, pude construir una lógica acerca de la creencia. La incredulidad que en forma súbita experimenta S.Freud en la Acrópolis está dominada por una sensación de extrañamiento que es referida por una frase: lo que aquí veo no es real. No es que él dudara, nos aclara, de la existencia real de Atenas, pero el extrañamiento vivenciado tuvo un contexto de culpabilidad motivado por haber alcanzado lo que parecía imposible de realizar en vida. Por mi parte, aquello que pude experimentar, en medio de la admiración que me provocaba el Partenón, se desarrolló a partir de la explicación del guía de turismo cuando refirió una historia sobre San Pablo que no desconocía, pero que allí cobró sentido. En uno de los costados de la Acrópolis se encuentra el Aerópago, anciano promontorio rocoso donde los atenienses discutían el destino de su ciudad y lugar donde justamente San Pablo pronunció su discurso a los habitantes de la ciudad. Estas fueron sus palabras: “…pasando y mirando vuestros santuarios hallé

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La incredulidad que en forma súbita experimenta S.Freud en la Acrópolis está pero el extrañamiento vivenciado tuvo un contexto de culpabilidad motivado por haber relatarles sucedió en la Acrópolis de Atenas de manera imprevista y en mis últimas Lo Irreductible . cuando refirió una historia sobre San Pablo que no desconocía, pero que allí cobró para que J.Joyce propusiera esa idea sobre la helenización que figura en el inicio del conocerle, yo lo anuncio”. (Los Hechos 17:23).

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Lo Irreductible.

Daniel Paola.

No me dirigía a la isla de Corfú ni viajaba con mi hermano, pero lo que hoy voy a

relatarles sucedió en la Acrópolis de Atenas de manera imprevista y en mis últimas

vacaciones. Si recuerdan el escrito de S.Freud Un Trastorno de la Memoria en la

Acrópolis del año 1936, tendrán el marco de lo acontecido. Tal vez guiado por una

lectura previa del texto que retornó sin pensar en ese preciso momento de mi visita a la

Acrópolis, pude construir una lógica acerca de la creencia.

La incredulidad que en forma súbita experimenta S.Freud en la Acrópolis está

dominada por una sensación de extrañamiento que es referida por una frase: lo que

aquí veo no es real. No es que él dudara, nos aclara, de la existencia real de Atenas,

pero el extrañamiento vivenciado tuvo un contexto de culpabilidad motivado por haber

alcanzado lo que parecía imposible de realizar en vida.

Por mi parte, aquello que pude experimentar, en medio de la admiración que me

provocaba el Partenón, se desarrolló a partir de la explicación del guía de turismo

cuando refirió una historia sobre San Pablo que no desconocía, pero que allí cobró

sentido. En uno de los costados de la Acrópolis se encuentra el Aerópago, anciano

promontorio rocoso donde los atenienses discutían el destino de su ciudad y lugar donde

justamente San Pablo pronunció su discurso a los habitantes de la ciudad. Estas fueron

sus palabras: “…pasando y mirando vuestros santuarios hallé también un altar en el

cual estaba esta inscripción: Al Dios no conocido. Aquél pues al que honran sin

conocerle, yo lo anuncio”. (Los Hechos 17:23).

Me pregunté luego de pensar sobre esta frase: ¿habrá sido este el punto de partida

para que J.Joyce propusiera esa idea sobre la helenización que figura en el inicio del

Seminario Le Sinthome de J.Lacan? . Más allá que mi suposición sea acertada, de todas

formas, que San Pablo inserte el nombre del Dios católico en lo no-conocido determina

la desaparición de lo desconocido. En los albores de la doctrina cristiana se puede

observar cual será a través de Dios la relación al conocimiento que propondrá la ciencia:

no habrá desconocido.

Esta desaparición de lo desconocido podría ser, según me dije aquella mañana en

la Acrópolis, lo que determinaría las propiedades del registro imaginario descriptas por

J.Lacan cuando las reduce a la redondez del círculo y a la cruz en su escrito Joyce, le

symptome. Esta determinación anulante de lo desconocido será la propiedad de toda

mentalidad, a menos que el sujeto se encamine en la experiencia del psicoanálisis.

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Veinte siglos después del discurso de San Pablo, el psicoanalista se encuentra con

la oportunidad de cuestionar la creencia instituida, originada en la religión que elimina

al Dios desconocido sellando el agujero que el pensamiento helénico portaba sin saber.

Es así que la vivencia de extrañamiento vivenciada por S.Freud, bien podría

siguiendo mi argumento, producirse en el lugar donde se insinúa lo desconocido, ya que

a través de ese agujero imaginario se retorna a la inexistencia de sentido como

forcluído.

Es imposible para todo ser hablante negar la creencia que lo habita. Así como el

psicoanalista cree en el psicoanálisis, el religioso cree en su Dios del goce, de la ley, de

la guerra, o del amor. Pero no habría futuro para el psicoanálisis si el psicoanalista no

supiera que está él mismo mortalmente atrapado en la creencia, y que él es quien puede

heretizar la idea del conocimiento actual derivada de la religión occidental.

El pensamiento de J.Joyce, que se lee claramente en la dirección de su obra, va en

una distinta dirección que la tinción propuesta primero por el psicoanálisis de S.Freud y

luego por la lógica del significante establecida por J.Lacan. Porque J.Joyce se sirve del

imaginario redondo, que no deja nada sin resolver en beneficio del conocimiento del

sentido hasta llegar a lo fónico del río primordial, y en cambio la lógica del significante

cuestiona la propia creencia del psicoanalista hasta un más allá del sinsentido.

El psicoanalista propondría en cambio una mentalidad en la que creer es un

error, al comprender que hay un lapsus infinito y al mismo tiempo un desconocido

que toca lo imposible volviéndolo posible al saber que el registro real es un no-todo. Se

trata de una mentalidad asistida por un imaginario que acepta la paradoja de lo infinito y

lo finito en el mismo tiempo. Se trata de una mentalidad que al saber que lo

desconocido puede desaparecer por el pensamiento religioso, puede proponer un

registro real que es no-todo. De esta forma súbitamente, podría experimentarse una

vivencia de extrañamiento, que aclara sobre lo oscuro, pero que jamás hace desaparecer

la oscuridad.

Esta oscuridad es irreductible y a través de ella nos guiamos. Corresponde a la

represión primaria, a la uverdrangt que refiere J.Lacan en el Seminario R.S.I. del día

8/4/75. La clínica de lo irreductible es el camino que seguimos por no tener olfato como

los otros animales y eso que nos falta nos desembaraza del pegoteo imaginario. La

función analítica será a través del efecto de lo simbólico, despegar el pegoteo

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imaginario, abriendo a lo mental esa paradoja que encierra el error del lapsus y al

mismo tiempo la claridad del fin sobre lo oscuro.

Si esta paradoja no se produce, el psicoanálisis está condenado a ser devorado por

la religión porque el pegoteo imaginario lleva a dos consecuencias inevitables: 1) lo

escópico se vuelve prevalente y 2) se produce una congelación detrás del concepto de

deseo. En cambio si se produce en la dirección de la cura esta duplicidad de la paradoja

imaginaria entre el error y la oscuridad, como efecto de lo simbólico en lo real, se

arriba a un clivaje, a una separación.

Ese clivaje se puede leer literalmente en la traducción del escrito freudiano Un

Trastorno de la Memoria en la Acrópolis que hiciera R.Ballesteros: lo que aquí veo no

es real. Esto quiere decir, de acuerdo a mi argumento, que lo que veo en tanto pulsión

escópica es diferente de lo real que anunció la voz del guía de turismo aquella mañana

soleada e inolvidable de mi Acrópolis. Lo que hace impacto en el ser hablante es lo

irreductible de ese clivaje como uverdrangt.

No se tratará por lo tanto ni de lo pulsional escópico ni de lo invocante de la voz,

sino de lo que aquello que lo desintrinca, que lo separa, que lo cliva. Que ese clivaje no

sea más que sexual porque se reproduce como efecto de sugestión que proporciona lo

simbólico, provoca espanto y terror porque es un más allá de la castración y no porque

sea la castración misma en tanto la roca del Aerópago por sí misma no dice nada de

nada.

Ese mismo clivaje del que hoy les hablo y del que me cayó una nueva ficha en

Atenas, fue el que vivencié en la experiencia de pase, hace ya tres años. Fue un

momento privilegiado acompañado por una angustia diferente y que no es aquella que

tiene en su piso la castración para poder signar la señal de la falta de objeto que es el

objeto a.

Se trató de una angustia, muy cercana al grito como esa función terminal referida

en la última clase del Seminario de La Angustia, como pasaje al acto que determinaba

una subjetividad que descubría al objeto a caído pero no desaparecido y que entonces

descubría lo real como no-todo. Por lo tanto esto sería como decir que habría más

todavía: ¿cuando el pensamiento humano podría llegar a ello?.

Cuando S.Freud, el creador, se encuentra en la Acrópolis, cree que ha llegado a

algún lado. Es así que comenta a su hermano, sintiéndose exitoso por el porvenir

optimista que lo envolvía: ¿que diría monsieur notre pere si ahora pudiera estar aquí?.

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Porque llegar más lejos que el padre podría, para S.Freud, llegar a constituirse en la

esencia del éxito que muchos rechazan por la culpabilidad que eso determina.

Por mi parte no tuve de ninguna manera la misma experiencia: ni en la Acrópolis

ni en el trabajo de pase. Por el contrario me encontré en pleno déficit, en pleno menos

al encontrarme con un recuerdo de mi adolescencia: un día me alejaba yo desobediente

de la casa parental y mi padre enojado gritó por la ventana para detenerme, la siguiente

palabra: ¡oiga!.

El testimonio que hice público sobre mi pase en el año 2005, contenía este

recuerdo del que pude extraer una conclusión durante el tiempo de su vivencia: no será

lo mismo escuchar que oír para mí y sobre esto opera un clivaje. Escucharé de más y

oiré de menos y a través de los verbos encontraré el clivaje que me separa del no-todo

de lo real, para seguir con vida. Alguna vez hablaré a los gritos porque no me oigo y

otras veces escucharé de más y estaré en silencio.

Al día siguiente de leído el testimonio público de mi pase recibí un cobarde mail

anónimo en mi computadora. Ese cobarde mail tenía una sola frase: ¡oí!. Era una

cobarde voz imperativa por lo anónimo de su producción, pero que al mismo tiempo me

advertía del impacto provocado por mi dicho. Parecía que el mail rezara a la manera de

San Pablo: ¡no hay desconocido, supersticiosos atenienses!.

La experiencia del pase provoca un impacto no solo en el pasador sino también en

los analistas que se encuentran en el lugar de jurado. Ese impacto de lo irreductible que

pone en juego cada sujeto en su pase, no es responsabilidad del pasante, no es

responsabilidad del que pasa, no es responsabilidad del que hace la experiencia. Y va a

sonar en mi caso a la manera de un grito por el impacto que lo irreductible hace en mí.

Yo no propongo que nadie más grite. Son muchos los que oyen así que a mí

déjenme con mi déficit, después “que una garra me arañó esta suerte”. Aquí me

encuentro con S.Freud en el final del escrito sobre Un trastorno de la Memoria en la

Acrópolis: la experiencia del pase, medida como la máxima distancia de la metáfora

que un sujeto pueda producir, no puede existir sin piedad.

El cobarde mail me demuestra que esa piedad es un no-todo y que muchos optan

por otros caminos. Diría que esto es mejor así. Tal vez hayan confundido la emisión de

un grito con una voz, cuando el grito en la oscuridad señala no la voz sino su

desaparición.

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La experiencia del pase fue para mí la vivencia de un extrañamiento, en el que se

confirma un psicoanálisis posible, aquel que como decía J.Lacan en el Seminario L

´insu…,clase del 17/5/07, cesa lo menos de escribirse. Siempre retornará lo menos en

cada clivaje sin desaparecer jamás: he ahí lo irreductible.