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    Registro Nacional de la Propiedad Intelectual Nº677945. I.S.S.N.1666-2083. Las opiniones expresadas enlos artículos firmados son responsabilidad de susautores y no necesariamente coinciden con la de losmiembros de la redacción. Se permite la reproduccióntotal o parcial con la autorización correspondiente.

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    Año XIX - Nº 55- ABRIL 2009DIRECTOREnrique Luis Car pintero

    COORDINADOR GENERALAle jandro Vainer

    COORDINADOR INSTITUCIONAL

    César HazakiASESORA AREA CORPORALAlicia Li povetzky

    ARTE Y DIAGRAMACIONVíctor Macri / Diego Macri

    CONSE JO DE REDACCIONSusana To porosi/Héctor Freire /Al fredo Caeiro/ Susana Ragatke/ Carlos BarzaniAlicia Lipovetzky

    Corrección: Mario HernandezColaboradora: María Laura Ormando

    CONSE JO DE ASESORES Mi guel Va yoGilou García Reinoso Juan Carlos VolnovichHoracio González

     Monika ArredondoAl fredo GrandeAn gel Rodrí guez Kauth (San Luis)Angelina Uzín Olleros (Corresp. en Entre Ríos)Claudia Huergo (Corresponsal en Córdoba)Olga Roschovsky (Corres ponsal en Uru guay)Luciana Volco (Corresponsal en Francia)Roxana Hidalgo (Corresponsal en Costa Rica)

    DISTRIBUCION CAP. FEDERAL:DISTRIREDINTERIOR: Dist. AUSTRAL DE PUBLIC. S.A.IMPRESO EN SU IMPRESTOPIA INTERNETAndrés Carpintero

    (Diseño y programación)PROPIETARIOS Y EDITORESde Topía revistaEnrique Luis CarpinteroCésar Hazaki / Alejandro Vainer

    EDITORES asociadosAlfredo Caeiro, Susana Toporosi, Héctor Freire,Susana Ragatke, Carlos Barzani.

    INFORMACION Y SUSCRIPCIONESTEL.: 4802-5434//4326-46114551-2250Correo electrónico: [email protected]: Home Page:www.topia.com.ar

    CORRESPONDENCIA Juan María Gutiérrez 3809 3º A

    (1425) Capital Federal

    La crisis mundial hace que ahora seanmucho más visi bles los efectos del ca-pitalismo en la sub jetividad. En estosmomentos parece que ya no es posi- ble mirar para otro lado. Aunque mu-chos lo intenten.En este sentido, el dossier “De cerca,nadie es normal. Normalidad y nor-malización”, devela cómo se te je pro-fundamente nuestra sub jetividad ac-tual. “De cerca nadie es normal” es lafrase que la cooperativa de tra ba jo deusuarios de Salud Mental de Triesteno sólo utiliza para estampar en re-meras. Es una consigna que plasma laintegración comunitaria de luchacontra la cultura manicomial. La nor-malidad alude a las particularidadescon que cada su jeto soporta su sub je-tividad; la normalización da cuenta

    de la uniformidad que necesita la cul-tura dominante. Esto es lo que expre-sa la Sra. Giménez, apoyada por otrosconocidos persona jes de la farándulacomo Tinelli o Cacho Castaña, cuan-do expresa: “El que mata de be mo-rir”. Por supuesto para ellas/os losque matan son los jóvenes margina-dos que consumen “paco”. La solu-ción: “volver a esta blecer la colim ba”.Nada dicen so bre la po breza, la tre-menda desigualdad social, las muer-tes por desnutrición infantil, las mu- jeres muertas por realizar abortosclandestinos o por maltratos de suspare jas. Su proyecto es llevar adelan-te una venganza hacia los sectores

    más po bres de la sociedad. Por ellonunca se mostraron indignados porlos crímenes masivos cometidos porla dictadura militar. Esta posicióndesnuda una normalización cuyo ob- jetivo es “representar un papel acordecon la cultura dominante, (que) es elúnico requisito de existencia, ya nosolamente en el espacio pú blico, sinotam bién en la vida privada e íntima.De esta manera nos domina desdenuestro interior normalizando nues-tros deseos y necesidades para repro-ducir las condiciones de domina-ción”, tal como afirma Enrique Car-pintero en el Editorial. Luego IreneMeler, Enrique Guins berg, Ricardo

    Silva, Claudia Huergo y Ale jandraZurita profundizan en cuestiones es-pecíficas de lo que supuestamente esnormal y patológico en la actualidad.Los tra ba jos de Área Corporal, el deCarlos Trosman so bre la obra de Da-vid Le Breton y “Cirugía estética desenos” de Facundo Corvalán, am-

    plían el horizonte para lo que hoy senos presenta como normal.La formación del psicoanalista es eltema de To pía en la Clínica. Por un la-do, Ale jandro Vainer replantea lacuestión del trípode por vía de incluirla importancia de la praxis en la for-mación psicoanalítica. Por otro, uncuestionario devela cómo fue la for-mación concreta de tres analistas, locual permite ir más allá de los lugarescomunes so bre dicha temática. Tam- bién se incluyen las puntualizacionesde Ignacio Chiara so bre el desasi-miento de la autoridad paterna a par-tir de un caso clínico.En Debates en Salud Mental se presen-

    tan perspectivas de aborda jes comu-nitarios en Salud Mental: Ale jandroGarnateo nos presenta el sistema deQue bec (Canadá) y nuestra cola bora-dora María Laura Ormando el pasa-do y presente del tra ba jo en Trieste(Italia), desde Basaglia a hoy. A estede bate se podrán sumar los lectoresen las distintas actividades que serealizarán con Giuseppe Dell’Acqua(Director del Departamento de SaludMental de Trieste) y Raffaelle Doven-na (miem bro asesor del Departamen-to de Salud Mental de Trieste) quevienen desde Italia para presentar Lacondena de ser loco y pobre de FrancoBasaglia en la Feria del Li bro.

    Por otro lado, la separata está dedica-da al comple jo tema de la despenali-zación del consumo en las adiccionescon un aborda je desde diferentesperspectivas. Y tenemos más: HéctorFreire tra ba ja los mitos en el cine yCésar Hazaki acerca de esa “ciudadextraña” que es Puerto Madero en laciudad de Buenos Aires. En Dar en elBlanco el importante psicoanalistauruguayo Marcelo Viñar reflexionaso bre la identidad al comentar el li broEl detenido – desa parecido. Narrativas posibles para una catástro fe de la identi-dad.El vaciamiento del estado continúa yes denunciado por los profesionalesdel Centro de Salud Mental Nº3, Ar-turo Ameghino de Buenos Aires. Y enla contratapa el llamado a los gradua-dos para empadronarse y poder votarpor parte de Ileana Celotto, como re-presentante de Psicólogos en Frentepara cam biar la situación de la Facul-tad de Psicología de la UBA.La pala bra crisis se escri be en chinosumando los caracteres peligro yoportunidad. Las crisis son oportuni-dades de cam bio. Pero la clave, comonos decía Fernando Ulloa acerca desu definición de To pía , es el entusias-mo y el cora je de tra ba jar a futuro enforma personal y colectiva. Ese esnuestro camino.

    Los editores

    NOTA DE LOS

    EDITORES

    Los editores se reservan los derechos de losartículos publicados.

    To pía se acerca bastante a un concepto que utilizo en mi práctica institucional como psicoanalista. En cier ta forma, es una rede finición “moderna” de la Uto pía. Porque la uto pía rede finida así, modernamente, no es unno lu gar, sino que es lo contrario de la rene gación. La rene gación es ne gar una realidad social en la que se es-tá inmerso, o ne gar las características de esta realidad social, y ne gar que se nie ga. Esto tiene un ejem plo exal-tado y paradigmático en toda la época de la re presión inte gral donde precisamente, lo que se buscaba era quela gente ne gara las situaciones siniestras que estaban aconteciendo... Esta de finición moderna de uto pía, nosolamente tiene la fuerza clásica de la uto pía, de pro ponerse una instancia distinta, sino que es en función deuna cosa muy tó pica: ne garse a aceptar aquellas cosas que nie gan la realidad. Fernando Ulloa

    Topía revista saluda aContexto Psicológico,

    revista independiente marplatense,en su 5° aniversario; a su director

    Javier H. Vicente Manavella y colaboradores.

    Editorial: Normalidad y normalización. La salud es soporte de la 3anormalidad que nos hace humanosEnrique Car pintero

    Dossier: De cerca nadie es normal. Normalidad y Normalización 5Género y Salud Mental. Irene Meler 

    Las depresiones ¿Cuadro hoy hegemónico? Enrique Guinsberg 6

    Trastornos alimentarios y adicciones: patologías de la ciencia 8Claudia Huer go y Ale jandra Zurita

    Acerca de la producción de salud y enfermedad mental de los jóvenes de hoy 9Ricardo Silva

    Mitos en el Cine. Héctor Freire 10

    Área CorporalDavid Le Breton: “Pensar el cuerpo es pensar el mundo”. Carlos Trosman 12

    Cirugía estética de senos. Facundo Corvalán 14

    Separata: Adicciones: Penalizar o despenalizar. ¿es o no la cuestión? 15

    Adicciones: Penalizar o despenalizar. ¿es o no la cuestión? Javier Vicente Manavella

    Despenalización sí, privatización, no. Carlos Barzani 17

    Postulados generales del paradigma neoli beral y exigencias de reformadel sector salud. Maitena María Fidal go 17

    Topía en la Clínica: La formación del psicoanalista 19Formación y praxis psicoanalítica. Ale jandro Vainer 

    Cuestionario: La formación del psicoanalista 20 Al fredo Caeiro, Carlos Pérez y Marta Gerez Ambertín

    Entre el sometimiento y la soledad. Ignacio Chiara 24

    Debates en Salud Mental 25Lo esencial es invisi ble a los ojos. Una aproximación al Sistema de Saludde Qué bec (Canadá) . Ale jandro Garnateo

    Del pesimismo de la razón al optimismo de la práctica: a 30 años de la 26experiencia de Trieste. María Laura Ormando

    No a la política del vaciamiento del Estado 27 Asociación de Pro fesionales C. S. M. Nº 3 “Dr. A. Ameghino” 

    La ciudad extraña. César Hazaki 28

    Revistas y libros recibidos 30

    Dar en el blanco: 31El detenido-desa parecido. Narrativas posibles para una catástro fe de la Iden tidad deGa briel G atti. Marcelo Viñar 

    Contratapa:Graduados de Psicología UBA: a empadronarse para poder votar. Ileana Celotto

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    EDITORIAL p / 3

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    La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud Enrique Carpintero

    ENRIQUE [email protected] 

    Ha blar de normalidad y normalizaciónnos lleva a hacernos varias preguntas:¿Cómo definimos estos términos? ¿Quérelaciones guardan entre sí? ¿Es posi bledeslindar la normalidad con lo que lacultura dominante esta blece como nor-malización de la sociedad? ¿La idea denormalidad no está referida a criteriosideales propios de los sectores domi-nantes de cada época histórica? ¿Nor-malidad es sinónimo de salud? Ahora

     bien, si seguimos esta perspectiva ¿nocorremos el riesgo de culturalizar lasmanifestaciones patológicas de jando delado criterios ob jetivos que puedan des-lindar lo normal y lo patológico? Por elcontrario, si de jamos de lado los facto-

    res culturales y sociales en la definiciónde normal y patológico ¿no nos encon-tramos con definiciones ideales llena de

     buenas intenciones?Podemos seguir con las preguntas locual nos lleva a la comple jidad del pro-

     blema que trataremos de desarrollar

    Un breve recorrido histórico

    Veamos que estos conceptos no han si-do un pro blema en las diferentes épo-cas históricas. En general se entiendeque las patologías se manifiestan a tra-vés de conductas alteradas o desviacio-nes de las funciones que se considerannormales.De esta manera la normalidad se pre-

    senta como un modelo que se lo homo-loga a ‘naturalidad’. Aquello que seconsidera normal en las conductas hu-manas está basado en un tipo de fun-cionamiento específico para una épocadada de la cultura donde es ‘natural’que las personas piensen de una mane-ra y se conduzcan de otra. Es decir, lonormal se define en función del idealque impone la cultura dominante alcon junto de la sociedad. Por ello la nor-malidad y la patología se constituyencomo efecto de una comple jidad de fac-tores cuyo estatuto se ajusta a condicio-nes históricas, políticas y culturales.Los comportamientos considerados pa-tológicos se definen como una contra-cara de las respuestas esperadas a las

    condiciones que se esta blecen comonormales.Hace 45 siglos el pue blo Asirio Ba biló-nico creía que la enfermedad era unaimpureza espiritual provocada por losdioses como réplica a una transgresiónmoral. La “culpa” se busca ba en la his-toria personal del enfermo. Recorde-mos que la pala bra “culpa” provienedel latín y significa “falta”, “pecado”.De bimos esperar varios siglos para quelos griegos entendieran que la impure-za de la cual provenía la enfermedad si

     bien tam bién era de origen divino ya noera moral, sino física, y por lo tanto po-si ble de ser tratada con baños purifica-dores. Esto fue un salto conceptualenorme ya que si la enfermedad como

    la considera ban los pue blos antiguosera causada por los dioses y significa bauna impureza del alma, el su jeto no te-nía acceso a ella ya que era cosa de losdioses, es decir, no podía ser curado porotros, sólo por el perdón de un dios. Pe-ro si la impureza esta ba en lo físico, esdecir era cosa de los seres humanos,aquellos que conocieran las leyes de lanaturaleza podían curar a los otros.Los griegos, de acuerdo con la idea pi-tagórica, pensa ban que la naturaleza seguia ba por leyes, que tenían un orden,una armonía. Así, si conocían las leyespropias de la naturaleza del organismo,la fisiología, cuando un su jeto enferma-

     ba otro podía ayudarlo, acompañar a lanaturaleza en el proceso de restitución

    de la armonía (la salud). Cuidar al otro,es decir hacer medicina. La pala bra“medicina” viene del griego “medein”que significa “cuidar a”. Esto permitióentender que la enfermedad y la saludno eran producto de los dioses sino delos seres humanos.

    La evolución del concepto de en-fermedad mental.

    En la búsqueda de explicación de lasenfermedades mentales podemos men-cionar el siguiente desarrollo. En lospue blos antiguos aparece como castigodivino. Esta es la concepción mágico re-ligiosa. En la Edad Media como pose-sión dia bólica. Esta es la época de la In-quisición donde al monstruo humanose lo quema ba en la hoguera o se lo ex-

    hi bía en las ferias. Los anormales sonaquellos que no sólo no entran en las le-yes de la sociedad sino de la naturaleza.El campo de aparición del monstruo esun dominio jurídico y biológico. Lo que

    hace a un monstruo humano no es sólola excepción que representa a la formade la especie (dé biles, hermafroditas)sino al pro blema que plantea en rela-ción a las regularidades jurídicas (ma-trimonio, bautismo, leyes de sucesión).Acorde con los nuevos tiempos queinaugura el llamado Siglo de las Lucesla medicina realiza la tarea de prescri biry esta blecer lo normal y lo patológicoen nom bre de un sa ber erigido comouna nueva religión. El positivismo tratade entender el padecimiento sub jetivocomo una enfermedad médica. Sus ma-nifestaciones se explican como una alte-ración de la estructura cere bral. Tam-

     bién como transmisión hereditaria enfamilias “degeneradas”. Los monstruos

    comienzan a pensarse como individuosa corregir. El psiquiatra aparece comoguardián de los anormales considera-dos como peligrosos que, a través de di-ferentes técnicas disciplinarias, protege

    De bemos esperar la aparición del psi-coanálisis para que al padecimientosub jetivo se lo pueda entender como re-sultado de conflictos psíquicos dondela frontera entre lo normal y lo patoló-gico desaparece: “Hay una multitud deprocesos similares entre aquellos deque nos ha dado noticia la exploraciónanalítica de la vida anímica. De estos, auna parte se los llama patológicos y aotra parte se los incluye en la diversi-dad de lo normal. Pero ello poco impor-

    ta, pues las fronteras entre am bos noson netos, los mecanismos son en vastamedida los mismos; y es mucho másimportante que las alteraciones en cues-tión se consumen en el yo mismo o se lecontrapongan como algo ajeno, en cuyocaso son llamados síntomas” (Freud,Sigmund, Moisés y la reli gión monoteísta ,1939). De esta manera la enfermedadcomo proceso real y operante, no seagota en la ausencia de salud ya que esentendida como un tras-torno del pro-ceso sano en tanto lo pone del revés si-

    guiendo sus propias articulaciones. Eneste sentido la normalidad y la anorma-lidad estarán determinadas por la his-toria del su jeto y las características quele da a sus conflictos pulsionales en elinterior de una determinada cultura.Llegado a este punto nada me jor querecordar la película “Hom bre mirandoal sudeste”. Rantés, el persona je princi-pal, se cree venido de otro planeta y seinterna en el manicomio. Una vez en elhospital toma la decisión de decir laverdad y denunciar la forma como sontratados los enfermos en el centro psi-quiátrico.Rantés enfrenta la “normalidad” delsistema, representado por el hospital, y

    la supuesta normalidad del psiquiatraque lo atiende. La historia sucede sinsa ber verdaderamente de dónde vieneRantés. Lo que es evidente es que la su-puesta locura del persona je es más lúci-da que la normalidad en que se desen-vuelve el sistema hospitalario. El finales previsi ble: el persona je con diagnós-tico de delirio de humanidad no resisteal “tratamiento”, y muere de jando lasensación de incertidum bre y de absur-do respecto de lo que nosotros creemosy justificamos como normal. Tomandoel ejemplo de Rantés veamos qué ocu-rre en la actualidad.

    La subjetividad sometida a losvalores de la cultura dominante

    Podemos decir que vivimos en una cul-tura de la representación donde es másimportante lo que representamos paralos demás que lo que somos. De estamanera el principio de realidad quedasustituido por el principio de represen-tación de esa realidad que transformalo real en puro imaginario.En este sentido, si el parecer, más que elser, es lo que ha bilita ocupar un lugaren la relación con el otro, la orientaciónmás razona ble de la vida cotidiana es lacomercialización de la propia persona-lidad. Podemos decir que en la socie-dad actual no se han roto las relacionessociales; por el contrario, las redes so-ciales se han organizado de tal manera

    que lo importante es tener algún bene-ficio determinado por lo que las leyesdel mercado esta blece. Esto si uno noha entrado en la categoría de po bre, de-socupado o marginado, en cuyo caso setransforman en los nuevos monstruosde la actualidad de nuestra cultura.De esta manera, el individualismo pre-dominante no es la defensa del indivi-duo ya que lo transforma en un ob jetode consumo. Si la clásica crítica a la so-ciedad de consumo permitió revelar lacondición fetiche de las mercancías, en

    A partir del pensamiento de Spinoza y Freud el autor trata de comprender los proble-mas políticos y sociales actuales, hasta alcanzar, como psicoanalista, las sintomatolo-gías donde predomina lo negativo y sugerirá el modo de enfrentarlas.

    Del prólo go de León Rozitchner 

    2ª edición corregida y aumentada

    La salud es soporte de la anormalidad que nos hace humanos

    Normalidad y normalización

    LO NORMAL SE DEFINE ENFUNCIÓN DEL IDEAL QUEIMPONE LA CULTURADOMINANTE AL CON JUNTODE LA SOCIEDAD.

    Los hombres no tienen la obli gación de vivir se gún las leyes de un

    es píritu sano más que un gato de vivir se gún las leyes del león.

    Baruch Spinoza

    Estrictamente hablando, la cuestión no es cómo ser curado, sino

    cómo vivir.

     Joseph Conrad

    a la sociedad.

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    la sociedad actual es el ser humano alque se lo ha llevado a la condición de fe-tiche: uno vale por lo que representa yno por lo que es. Representar un papelacorde con la cultura dominante es elúnico requisito de existencia, ya no so-lamente en el espacio público, sinotambién en la vida privada e íntima.De esta manera nos domina desdenuestro interior normalizando nues-tros deseos y necesidades para repro-ducir las condiciones de dominación.Por ello, el disciplinamiento se ha inte-riorizado en la búsqueda de una nor-malidad cuyo efecto es la emergenciade la pulsión de muerte: la violenciadestructiva y autodestructiva, la sensa-ción de vacío, la nada.En esta perspectiva la hegemonía de unneopositivismo psiquiátrico es conse-cuente con esta cultura de la representa-ción donde el su jeto de be responder a laeficiencia que exigen las leyes del mer-cado. Hoy la psiquiatría vuelve a afir-mar, como en sus orígenes, las bases

     biológicas de la enfermedad mental. Pa-rece que quiere superar las influenciasdel psicoanálisis y del movimiento an-tipsiquiátrico. La realidad cultural delos su jetos y del am biente familiar y so-cial que los rodean queda relegada aun segundo plano. La teoría psiquiátri-ca afirma que la enfermedad mental esproducto de un desequili brio químicoen el cere bro. El deseo queda reducido aun circuito neuronal.Pero esta situación de be ser entendidaen el interior de una cultura del someti-miento donde la medicalización de lavida cotidiana es una de sus consecuen-cias. Es así como las grandes industriasredefinen la salud humana acorde a unasub jetividad sometida a los valores he-gemónicos. Muchos procesos normalescomo el nacimiento, la adolescencia, lave jez, la sexualidad, el dolor y la muer-te se presentan como patológicos a loscuales se les puede aplicar un remediopara su solución. Al dar resignificaciónmédica a circunstancias de la vida coti-diana el su jeto no sólo se convierte en

    un ob jeto pasi ble de enfermedad, sinotam bién culpa ble de padecerla. La bús-queda de la salud se transforma en unaexigencia que en muchas ocasiones ge-nera enfermos imaginarios de enferme-dades creadas por los la boratorios. Eneste sentido se utiliza la actual evolu-ción de las biotecnologías, las neuro-ciencias, las técnicas médicas y farma-cológicas que pueden estar al serviciode la emancipación del su jeto paraadaptarlo. Por ello hoy se ofrece y es pe-dido el medicamento que esta ba exclu-sivamente al servicio del “arte de cu-rar” como ob jeto necesario para sopor-tar la incertidum bre de nuestra actuali-dad. Para ello se cuenta con el Manualde Diagnóstico y Tratamiento de losTrastornos Mentales (DSM) que psi-quiatrizó la vida cotidiana en tanto ca-da conducta puede ser definida comoun trastorno. Cada nueva versión delmanual DSM tiene más páginas dondeaumentan los trastornos de conductaspara ser tratados con el tratamiento y lamedicación correspondiente. El DSM V,que va a aparecer en el 2010, se mane jaen el más estricto de los secretos ya quecada nuevo trastorno que defina impli-ca millones de dólares en la venta de ladroga correspondiente. De esta manerala salud y la enfermedad son construi-das por la psiquiatría biológica para re-definir un proceso de medicalizaciónque sirve a los intereses de las indus-trias psicofarmacológicas acorde con la

    normalización que necesita el poder.Nuevamente la Ética de Spinoza

    Veamos algunas cuestiones que veni-mos desarrollado en otros artículos. Laética es una experiencia originaria desentido para el ser humano. No es laprescripción normativa de ciertos códi-gos de conducta. La Ética correspondea la posi bilidad de llegar a ser más hu-manos. Todo su jeto que nace se va ha-ciendo humano. De esta manera la re-flexión ética corresponde a la preguntapor el sentido de lo humano.Para Spinoza el único mandamientoque podemos encontrar en su obra sepuede resumir en una frase: la alegríade lo necesario. La modalidad de todolo que existe es la necesidad y la li ber-tad que en el ser humano no está ligadaa su voluntad, sino a la capacidad ra-cional de formarse ideas adecuadas so-

     bre lo necesario y organizar su “cona-tus” -es decir su deseo- según ellas. Deesta manera, no puede ha ber otra refle-xión ética que no sea a partir de la ac-ción humana. La ética implica que elsu jeto se haga responsa ble de sus actos.Este el pensamiento de Spinoza. Nohay otra ética más que frente a losotros. Los otros diferentes que en su di-ferencia me constituyen como humano.La ética es social, es frente a los otros yen los otros. Por ello para manteneruna relación ética con los otros es nece-sario que ha blen, y poner en pala braslo que le pedimos. Pero esta pala bra de-

     be ser una pala bra pulsional, una pala- bra puesta en acto, no una pala bra va-cía, hueca y sin consistencia. De be seruna pala bra encarnada en un cuerpoque la lleva a la acción. Una accióndonde la ética determina nuestra res-ponsa bilidad.En este sentido no formula una éticadel “de ber ser” sino una ética materia-lista del “poder ser”. Obrar éticamenteconsiste en desarrollar el poder del su-

     jeto y no en seguir un de ber dictadodesde el exterior. El ser de Spinoza espoder y potencia, no de ber. Éste se rea-liza a través del conocimiento de laspropias pasiones para realizar una uti-lización de éstas que la conviertan depasiones tristes (el odio, el egoísmo, laviolencia, etc.) en pasiones alegres (elamor, la solidaridad, etc.). De esta ma-nera el ob jetivo de la li beración ética espasar de las pasiones tristes a las pasio-nes alegres.En Spinoza, el derecho de cada cual node bía ser otra cosa que la potencia quetiene para existir y actuar. Es decir, de-

    sarrollar su potencia de ser. Por ello de-cía esta frase contundente en relación altema que venimos tra ba jando: “loshom bres no tienen la obligación de vi-vir según las leyes de un espíritu sanomás que un gato de vivir según las le-yes del leó..” Pero agrega ba, en la me-dida en que “el hom bre cree que nadaes más útil que el hom bre mismo” seunirá a otros y creará espacios comunesde seguridad y de mayor potencia.Dentro de esos espacios los seres hu-manos llamarán “bueno” a todo loque contribuya a mantener esa poten-cia y “malo” a lo que la dificulta. Esdecir, lo malo y lo bueno no es algo ex-terno que deviene de un deber ser, si-no que está referido al desarrollo de

    su potencia de ser.

    La clínica psicoanalítica comopotencia de ser

    Si el concepto de normalidad respondea un ideal de la cultura dominante quees imposi ble de ser alcanzado, lo cuallleva a la do ble moral propia de cadaetapa histórica; la normalización con-

    lleva de beres y prohi biciones dictadasdesde el poder que permite reproducirsus condiciones de dominación.Por el contrario el psicoanálisis permiteinaugurar una práctica clínica sosteni-da en la potencia de ser. En la intimi-dad de cada su jeto lo “bueno” y lo“malo” como mandato del Superyó esreemplazado por la búsqueda de lo quele hace mal o bien en tanto limita o po-tencia su ser. De esta forma la salud noes igual a normalidad. Salud es la capa-cidad de poder encontrarnos con nues-tros deseos y necesidades sa biendo quela posi bilidad de la satisfacción adecua-da sólo se puede lograr parcialmente.No sólo por la realidad externa sino pornuestra realidad en tanto somos seresimperfectos. Esta imperfección es laque nos define su jetos de una sub jetivi-dad como metáfora de un cuerpo cons-truido por el aparato orgánico, psíqui-co y cultural. Es decir, de una sub jetivi-dad histórico-social.De este modo Freud plantea ba que lasalud se encontra ba en “el amor y eltra ba jo”. Desde una perspectiva nor-malizadora se quiso entender que la sa-lud se logra ba al construir una pare jaheterosexual y esta ble y en ganar plata.Pero si leemos esta frase en el interiorde su obra vemos que con “el amor” serefiere a la importancia de la potenciade las pulsiones de vida en su luchacontra la fuerza de las pulsiones demuerte. En cuanto a “el tra ba jo” desta-ca ba su importancia en tanto “brindauna satisfacción particular cuando hasido elegido li bremente, o sea, cuandopermite volver utiliza bles mediante su-

     blimación inclinaciones existentes, mo-ciones pulsionales proseguidas o refor-zadas constitucionalmente”. Pero seña-la ba su limitación en las condicionesdel capitalismo de principios de sigloya que “el tra ba jo es poco apreciado,como vía hacia la felicidad. Uno no seesfuerza hacia él como hacia otras posi-

     bilidades de satisfacción. La gran ma-yoría de los seres humanos sólo tra ba-

     jan forzados a ello, y de esta naturalaversión de los hom bres al tra ba jo deri-van los más difíciles pro blemas socia-les.” (Freud, Sigmund, El malestar en lacultura , 1930). Por ello definía con clari-dad la cura que ofrecía el tratamientopsicoanalítico: “Cam biar la miserianeurótica por el infortunio cotidiano”.

    Lo anormal nos hace humanos

    Si al inicio planteá bamos varias pre-guntas so bre “Lo normal y lo patológi-

    co” luego de este recorrido de bemos in-sistir en que el concepto de “salud”, si

     bien es gramaticalmente un sustantivo,en realidad es un ver bo, es decir es unaacción. La salud esta relacionada con elser del su jeto. Es decir un ser que seconstituye en acto, haciendo. La etimo-logía de la pala bra “salud” viene del la-tín “sanitas” que hace referencia a la sa-lud del cuerpo y del espíritu. En he breo“enfermedad” quiere decir falta de pro-yecto. Por ello la salud, como la vida,está éticamente constituida. Es decirso bre ella no recae solamente una nor-ma o un de ber, sino una afirmación ouna negación del sentido humano. Essobre esta afirmación como potenciade ser que nos habla la ética de Spino-

    za. Es sobre esta afirmación de un su-jeto imperfecto que se sostiene la clí-nica psicoanalítica. Un sujeto cuya sa-lud implica soportar la anormalidadque lo constituye. Caso contrario de-sarrollará síntomas patológicos. Des-de aquí podemos discernir lo normaly lo patológico. Desde aquí pode-mos discernir la normalidad de lanormalización que nos plantea la

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    EL DISCIPLINAMIENTO SE HAINTERIORIZADO EN LABÚSQUEDA DE UNANORMALIDAD CUYO EFECTOES LA EMERGENCIA DE LA

    PULSIÓN DE MUERTE: LAVIOLENCIA DESTRUCTIVA YAUTODESTRUCTIVA, LA SEN-SACIÓN DE VACÍO, LA NADA.

    Topía en Internet / Marzo de 2009www.topia.com.ar

    INSCRIBASE EN EL FORO TOPIA DE SALUD MENTAL YCULTURA / WWW.TOPIA.COM.AR

    EDITORIAL

    Editorial

    Normalidad y normalización

    La salud es soporte de la anormali-dad que nos hace humanos

    Enrique Car pintero

    El verdadero pensamiento dePichon esta reprimido(por algo será)

     Al fredo Mof fatt 

    Cuerpo legítimo y cuerpo alienadode Pierre Bourdieu

    Daniel Gómez

    Comentario del libro

    El detenido – desa parecido. Narra-tivas posibles para una catástro fede la Identidad de Gabriel Gatti

     Marcelo Viñar 

    Lo esencial es invisible a los ojos.Una aproximación al Sistema deSalud de Québec (Canadá)

     Ale jandro Garnateo

    La mater del materialismo histórico(De la ensoñación materna al es-pectro patriarcal)

    León Rozitchner 

    El Hombre Lobo

     Ale jandra Zurita y Ser gio

    Berkowsky

    No a la política de

    vaciamiento del Estado

     Asociación de Pro fesionales

    C. S. M. Nº 3 “Dr. A. Ameghino” 

    Graduados de Psicología –UBA.

    A empadronarse para poder votar

    Ileana Celotto, re presentante delPEF en el Conse jo Directivo de laFacultad de Psicolo gía - UBA

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    Los criterios de salud mental son ideoló-

    gicos, en tanto lo que es considerado sa-luda ble o patológico se vincula con losusos, costum bres y valores característi-cos de cada cultura. Por ese motivo heplanteado un nexo significativo entresalud mental y reproducción social (Me-ler, 1994). Este concepto se refiere a latendencia que existe en las sociedadeshumanas a reproducir a través de las ge-neraciones, sus ordenamientos prácticosy sim bólicos. Por ejemplo, un mismo su-

     jeto puede ser considerado como un hé-roe guerrero en una sociedad y un psi-cópata criminal en otra, según sean losintereses que ataque o defienda.En los conflictos familiares se planteauna lucha por el sentido, y si existenfacciones en conflicto, la ubicación de

    una de ellas en un estatuto de normali-dad y la psicopatologización de la otra,suele ser un eficaz recurso de poder. Pe-ro tampoco de bemos olvidar que unatransacción eficaz entre la capacidad desustentar visiones alternativas de la rea-lidad consensual y el inevita ble acata-miento de ciertas convenciones esta ble-cidas, es al menos, útil para la auto con-servación.Los estudios de mu jer/género que sur-gieron en los años ’70 como productode la promoción social femenina y delos aportes de las universitarias a la ge-neración de conocimientos, tomaron co-mo uno de sus ob jetos de análisis lacuestión de la salud mental de las mu je-res. En ese período, diversas autoras

    coincidieron en considerar que los crite-rios aceptados como saluda bles para lasmu jeres, que consistían en una sub jeti-vación acorde con la feminidad tradi-cional, resulta ban insalu bres en la prác-tica. La dependencia con respecto delcriterio masculino, el escaso desarrollode ha bilidades adecuadas para generarrecursos en el mercado, el altruismo y laauto postergación, la inhi bición de lasexualidad y de la expresión hostil, serevelaron como factores cultivados porla socialización primaria del género fe-menino, que estimulan la aparición detrastornos de la serie histérica, fó bica ydepresiva (Burin et. al, 1987).Emilce Dio Bleichmar (1985) planteóuna asociación entre el malestar cultu-

    ral de las mu jeres y la elevada prevalen-cia de patologías de la serie histérica. Elestatuto paradó jico de la sexualidad fe-menina, cultivada como apelación se-ductora hacia los varones, pero sancio-nada durante la Modernidad de modonegativo, en tanto expresión de la sub-

     jetividad deseante de las mu jeres, fueconsiderado como clave explicativa pa-ra la clásica asociación entre seduccióne inhi bición evitativa que caracteriza alas histerias tradicionales.He vinculado la agorafo bia femenina yla crianza tradicional de las mu jeres(Meler, 1996). Lo que el psicoanálisis hadescrito como “fantasía de prostitu-ción”, o sea el temor a involucrarse enactuaciones sexuales contrarias a lo con-

    siderado como honora ble, que subyacea muchas restricciones agorafó bicas, serelaciona con el enclaustramiento secu-lar de las mu jeres, cuya circulación en elespacio pú blico amenaza ba su condi-ción de pertenencia a su padre o su ma-rido. Encontré en muchas pacientes ago-rafó bicas un vínculo muy estrecho consus madres, donde ellas funciona ban co-mo ayudantes para la consagración de

    las mismas. Supuse que las madres, mu-

     jeres dominantes pero insatisfechas, ha- bían implantado su deseo erótico tras-gresor en la sub jetividad de las hi jas. Enel caso de los varones agorafó bicos, larestricción al li bre desplazamiento espa-cial suele vincularse con ansiedades ho-mosexuales relacionadas con deseos deidentificación femenina, de modo que sesostiene la asociación entre esta patolo-gía y la feminidad.Esta blecí un contrapunto entre las pa-cientes agorafó bicas y las histerias fáliconarcisistas (Meler, ob.cit.). Estas últimasson pacientes modernizadas, cuyo ca-rácter ha sido descrito clásicamente co-mo “carácter viril” o masculino. Son he-terosexuales, y su preocupación princi-pal no reside en el amor y la trasgresión,

    sino en el logro y la perfección. Comoexpresó Emilce Dio Bleichmar (ob.cit.),son estilos de personalidad muy adap-tados a la cultura actual. De acuerdo conmi experiencia clínica, padecen un des-gaste del cuerpo de bido a los idealesam biciosos, tal como el que es frecuenteen contrar en los pacientes varones. Otradificultad que suelen enfrentar se refierea las elecciones de pare ja. Se relacionancon varones cuyo carácter es considera-do como “femenino” y, pese a la com-plementariedad existente, entran enconflicto de bido a la distancia que me-dia entre su estilo de vida y los idealesculturales vigentes referidos a la asocia-ción entre masculinidad y éxito la boral.Dado que aspiran al éxito, encuentran

    pronto que sus maridos no son conside-rados exitosos en un sentido consensualy se decepcionan. Estas pare jas son vul-nera bles a la disolución porque susprácticas contravienen los ideales hege-mónicos de género (Meler, 1994).Un indicador de evolución favora ble enestas pacientes, consiste en una integra-ción del desarrollo de actividad y lide-razgo que las caracteriza, con capacida-des de contención emocional tierna y conla delegación de actividad en el seme jan-te, que haga posi ble evitar la so brecargapsíquica y física a que se exponen.Los estados depresivos en pacientesmu jeres fueron estudiados por Ma belBurin et. al. (1990), quien destacó el ca-rácter de dispositivo normalizador de

    los psicofármacos, recurso que en mu-chos casos ha sido utilizado para silen-ciar el malestar femenino respecto delas condiciones de vida al interior delmatrimonio moderno.He propuesto que los estados depresi-vos en mu jeres, se vinculan con el esta-

     blecimiento de una frontera tempranaentre el self y el otro de carácter poroso,propia de la crianza materna, que esti-mula la fusión y la indiferenciación entrela madre y su hi ja (Meler, 1996). Esta dis-posición favorece que ante el conflicto,se esta blezca una identificación melan-cólica con el ob jeto perdido, ya descritapor Freud. Otro factor que interviene enla elevada prevalencia de depresionesentre las mu jeres se relaciona con la

    vuelta de la hostilidad contra sí misma,en tanto su expresión franca no es sintó-nica con el ideal de feminidad. La difi-cultad que muchas mu jeres aún experi-mentan para adquirir capacidades ade-cuadas para las tareas remuneradas delmercado la boral, implica un escaso de-sarrollo del Yo de funciones y fomentalos auto reproches depresivos, que sue-len consistir en la acusación de ser inútil.

    chos hom bres han desarrollado para la

    expresión emocional, los hace vulnera- bles a los padecimientos psicosomáticos.

    Como se ve, la sub jetivación femenina ymasculina, promueven tendencias epi-demiológicas diferenciales entre varo-nes y mu jeres. Mientras que ellas suelenpresentar patologías asociadas con lainhi bición y la vuelta de la hostilidadcontra sí mismas, ellos padecen porcausa de la presión para hacer honor asu condición dominante, que favorecetrasgresiones, impulsiones antisociales,desgaste psicosomático y actitudes decontrol so bre los otros.

    Estas tendencias modernas están dandoespacio en la Postmodernidad, para la

    aparición de patologías menos marca-das por la diferencia de género. Existeuna tendencia hacia la masculinizaciónde la sub jetividad en las generaciones

     jóvenes, que se va a refle jar en cam biosen los patrones de aparición de patolo-gías emocionales. La fragilidad crecien-te de las familias y de las inserciones la-

     borales, promueve que las patologíasprevalecientes sean cada vez más gra-ves, al punto que Dufour (2006) se refie-re a una “psicotización”.En la actualidad estamos investigandolos trastornos borderline, con el propó-sito de aportar desde el enfoque de gé-nero para su comprensión y asistencia.

    BibliografíaBurin, Mabel et.al: Estudios sobre la sub- jetividad femenina, Buenos Aires, GEL,1987.Burin, M, Moncarz, E. y Velázquez, S.: Elmalestar de las mu jeres, Buenos Aires,Paidós, 2000.Dio Bleichmar, Emilce: El feminismo es- pontáneo de la histeria, Madrid, ADO-TRAF, 1985.Dufour, Dany Robert: El arte de reducir cabe zas, Buenos Aires, Paidós, 2006.Kaplan, Louise: Perver siones femeninas,Bs. As., Paidós, 1996.Meler, Irene: “Pare jas de la transición.Entre la psicopatología y la respuestacreativa”, Actualidad Psicológica, 1994.

    ————: “La salud mental de las mu je-res”, Mar del Plata, CEPAL, 1994.———-: “Estados depresivos en pacien-tes mu jeres”, México, Revista Sub jetivi-dad y Cultura, 1996————-: “Psicoanálisis y Género. No-tas para una psicopatología” en Género,Psicoanáli sis, Sub jetividad , de Burin, M.y Dio Bleichmar, E.; (comps.), Bs. As. Pai-dós, 1996.———-: “Mu jeres, varones y salud men-tal. El enfoque psicoanalítico y los apor-tes de los estudios de Género” en Mira-das sobre género. Aportes desde el co-nocimiento, Leonor Oliva y Nelly Mai-niero, (comps.), Universidad Nacional deSan Luis, Facultad de Ciencias Humanas,Secretaría de Extensión, 2007.

    * Coordinadora del Foro de Psicoanálisisy Género (APBA).Directora del Curso Universitario de Ac-tualización en Psicoanálisis y Género(APBA y UK).Coordinadora docente del Diplomado In-terdisciplinario en Estudiosde Género (UCES).

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    Los trastornos alimentarios constituyen

    una patología de género femenino. Losestudios psicoanalíticos suelen desesti-mar este observa ble, mientras que losestudios feministas con frecuencia reali-zan una reducción sociologista, dondesuponen un nexo lineal entre la anore-xia-bulimia y los ideales culturales de

     belleza es belta. Considero que existe enmuchos de estos casos un vínculo estre-cho entre la madre y la hi ja, donde la fi-gura del padre es ineficaz, y en ese con-texto el deseo erótico heterosexual de-sorganiza a la su jeto, quien busca dete-ner el tiempo e impedir la aparición decaracteres sexuales secundarios quecontri buyan al ale jamiento con respectode la madre.

    Lousie Kaplan (1996) ha estudiado lasperversiones femeninas y planteó que,mientras la estructura perversa en pa-cientes varones suele expresarse a tra-

    vés de las parafilias de índole sexual, enlas mu jeres se manifiesta de otro modo.“La estrategia mental perversa”, consis-te, según esa autora en la utilización dealguna performance o actuación con elfin de con jurar traumas infantiles y res-taurar la imagen de poder del sí mismo.Suelen conformarse con las prescripcio-nes aceptadas para cada género, perosólo con la finalidad inconsciente de

     burlarlas escapando a la sanción social.En el caso de las mu jeres, el ro bo de ni-ños, la adicción a las cirugías estéticas,y la cleptomanía, entre otros trastornosdel acto, expresan una conformidadcon la feminidad que es sólo aparente.Los niños ro bados son tratados comotrofeos fálicos y la belleza juvenil que se

     busca restaurar cumple con la mismafunción. Los ob jetos ro bados, general-mente “femeninos”, son obsequiados aotra mu jer como expresión de un deseohomosexual. De modo que la autoraconcluye en considerar que el sistemade géneros constituye el caldo de culti-vo para las perversiones.

    En los pacientes varones es conocida laprevalencia de actitudes paranoides,sintónicas con la tradición masculinaguerrera. El temor al sometimiento ho-mosexual potencia la suscepti bilidadmasculina ante situaciones de humilla-ción (Meler, 2007).Las patologías de la serie obsesiva, queabarcan desde los rituales y ceremonia-

    les neuróticos hasta las caracteropatías,se vinculan con actitudes arraigadas dedominio y control de los otros, caracte-rísticas del modelo hegemónico de mas-culinidad cultural.Las impulsiones, frecuentes entre loshom bres, son responsa bles de la elevadatasa de delitos que presenta el géneromasculino.Finalmente, la escasa capacidad que mu-

    LOS CRITERIOS DE SALUDMENTAL SON IDEOLÓGICOS,EN TANTO LO QUE ESCONSIDERADO SALUDABLEO PATOLÓGICO SE VINCULACON LOS USOS,COSTUMBRES Y VALORESCARACTERÍSTICOS DE CADACULTURA.

    DOSSIER / De cerca nadie es normal. Normalidad y Normalización.IRENE MELER 

    Psicoanalista*[email protected] 

    Género y salud mental

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    ¿Es la depresión el cuadro dominantede nuestro tiempo, como dicen institu-ciones internacionales y muchos cole-gas, o se trata de algo impulsado por la-

     boratorios farmacéuticos, como desta-can otros colegas? Cualquiera sea laopinión que se tenga al respecto, es im-posi ble negar el peso actual y creci-miento de ese cuadro, e incluso la Orga-nización Mundial de la Salud consideraque será la segunda causa de incapaci-dad en el mundo en el 2020, detrás delos infartos y otros cuadros cardiovas-culares, e incluso una especialista consi-dera que entre 15 y 20% de los mexica-nos desarrollan algún tipo de trastornode ese tipo2 , una cifra sin duda alar-mante y que obliga a pensar so bre la

    importancia de tal categoría diagnósti-ca, así como sus causas productoras.Porque, si hace varios milenios, tam-

     bién fue dominante era por la creenciacolectiva en el fin de la humanidad, pe-ro ¿por qué ahora?Todos sa bemos que depresión, tristeza,melancolía, etc., siempre han existido, eincluso la teoría kleiniana ubica al esta-do o fase depresiva como algo sustanti-vo del proceso psíquico humano, así co-mo siempre se ha comprendido que es-tados seme jantes siempre existen y soncorrelativos y puede decirse que “nor-males” a cualquier tipo de pérdida, fra-caso, etc., y que por tanto todos vivimosen algún momento. Pero estos casos engeneral se superan de alguna manera

    en el llamado proceso de duelo -comoocurre por ejemplo luego de la muertede un ser querido-, y es muy distinto aun cuadro depresivo fi jo, permanente ycon las características que todos conoce-mos de la psicosis maníaco depresiva ode la depresión o la melancolía cróni-cas. En este sentido siempre es impor-tante recordar las posturas de Freud ensu clásica obra Duelo y melancolía dondese aclaran las diferencias existentes alrespecto. Pero hoy no se trata de esastristezas siempre existentes, sino de unestado depresivo que tiende a ser domi-nante en todos lados, tal como es seña-lado no sólo por analistas y psicólogossino tam bién por estudiosos de la vidahumana actual, y fácilmente puede per-

    ci birse con una mirada incluso no muyprofunda.

    Se sa be que, siempre, las formas de vi-da de los pue blos, o sea lo que se cono-ce como sus culturas, incide de maneraimportante en las formas concretas dela sub jetividad de esos pue blos, y al res-

    pecto pueden darse una infinita canti-dad de ejemplos, entre ellos, y sólo pa-ra tomar dos, la hegemonía de la histe-ria en la época freudiana, y antes cómoen los países centrales europeos, comoproducto del desarrollo de la burguesía,se crea una renovación religiosa, la pro-testante, que según Marx y Max We ber,es fundamental para el surgimiento delcapitalismo, construyendo formas psí-

    quicas que luego se llamarían neuróticoobsesivas que posi bilitaron tal modeloeconómico social. Asimismo recuérden-se la gran cantidad de estudios que vin-culan las características de una épocacon la psico(pato)logía dominantes enese momento. Es evidente que nuestromomento no tiene porqué ser una ex-cepción, y las depresiones tienen que te-ner su comprensión en el marco cultu-ral hoy dominante, que en este caso yano responde a formas específicas nacio-nales o locales, sino tiene un peso im-portante de lo que se conoce como glo-

     balización.¿Puede el psicoanálisis comprender

    tanto los cam bios producidos en estesentido y sus causas productoras? Indu-da blemente sí, pero no cualquier psi-coanálisis, sino aquél que en su cuerpoteórico incluya la fundamental impor-tancia de la incidencia de aspectos his-tóricos y culturales, o sea que difícil-mente podrán hacerlo aquellos que seadhieren a posturas absolutamente or-todoxas clásicas de la institución analí-tica internacional, o las tendencias pos-modernas actuales, marcos teóricos queson hegemónicos en nuestra escuela yse encuentran imposi bilitados para taltarea. Y sí puede hacerlo el psicoanálisisapuntado, de la manera que lo han he-cho y siguen haciendo conocidos analis-tas que siempre se han vinculado a las

    formas culturales, tal como, por ejem-plo, es la revista donde se pu blica esteartículo y otras similares que hacen detal relación uno de sus ejes centrales,pero lo hacen realmente y no sólo a tra-vés de pala bras que luego no cumplen.Se trata por tanto de una diferencia fun-damental.Se trata, tam bién, de hacer con este cua-dro -sea hegemónico o al menos de gran

    importancia- lo que hizo Freud respectoa la histeria, o sea entender que sus cau-sas esta ban vinculadas a la represión se-xual que era característica de la moralvictoriana en ese momento preponde-rante, superando la visión de la psiquia-tría de la época y abriendo una ruta crí-tica que luego desarrollará pero no sólopara la misma sino para la totalidad delpsiquismo. Pero así como Freud provo-có una fuerte resistencia por tocar consus argumentos no sólo a la moral vic-toriana sino tam bién a las formas socia-les dominantes, hoy ocurre algo similaral verse la induda ble responsa bilidaddel modelo neoli beral de economía de

    mercado en la producción de una pato-logía que, como siempre indico irónica-mente en conferencias y escritos, es me-nos “divertida” que la histeria. Claroque hoy, cuando se sufren las conse-cuencias de tal modelo por la crisis quese vive en el mundo entero, hasta los or-ganismos que lo impulsaron y han de-fendido le formulan por lo menos ti biascríticas, buscando alternativas al mismoy reconociendo al menos algunos de suserrores.Sería importante que el lector de estaslíneas conozca una de las principalesobras de Lipovetzky3 , donde este autorcele bra el surgimiento de lo que entien-de como una revolución narcisística denuevo tipo, que considera producto de

    las tendencias posmodernas, pero final-mente reconoce que tal situación haproducido lo que denomina el vacío entecnicolor e importantes niveles de de-presión como consecuencia de tal narci-sismo. Es que, señala, las condicionesactuales han creado una constante com-petencia de todos con todos -tanto na-ciones como personas- donde el consi-derado “triunfo” es producto de la de-

    rrota de otros y la ruptura de los víncu-los más o menos solidarios entre los in-dividuos, algo que siempre ha existidoen el modelo capitalista pero ha sido lle-vado a un extremo por el modelo neoli-

     beral, que lo ha intensificado a nivelesantes inexistentes. Se ha consagrado almundo de la mercancía, donde resultacada vez más importante tener más co-sas y más valiosas según la cultura don-de se viva, que de ben ser vistas por to-dos, así como alcanzar triunfos en nego-cios y todo lo que se realice. Segura-mente el ejemplo más notorio al respec-to se puede ver en el deporte -no en elamateur sino en el comercial- dondeflorecen las altas inversiones pero quede ben ser pagadas, por lo cual se rompecon las normas éticas y se ha institucio-nalizado el reino del dopa je -con el quese rompe con las reglas del deporte- pe-ro que se ha elevado a los más altos ni-veles y contra el que, destacan deportis-tas y dirigentes, es muy difícil en últimainstancia luchar. Porque, todos los sa-

     ben, ante la importancia de ganar, noexisten límites para alcanzar el triunfo,y la prohi bición de hacerlo las más delas veces se considera nada más que unpro blema a vencer con trampas y astu-

    cias donde muchos son cómplices.Por supuesto estos “triunfos” se dan entodos los terrenos y no sólo en negocioso deportes, alcanzando todos los nive-les de la vida, algo fomentado por todoslos medios masivos de difusión y la pu-

     blicidad que, de manera directa o indi-recta, muestran un modelo de vida yfomentan deseos impulsados por el mo-delo de dominación que, como se sa be,solo minorías pueden alcanzar, siendodifíciles o imposi bles para casi todosque, de esta manera, así como puedenproducir una gran envidia, crean tam-

     bién las condiciones para estados de-presivos de distinto tipo y una perma-nente y voraz búsqueda de alcanzar loque se piensa y considera que se tieneque tener o alcanzar. Puede parecer ton-to y ridículo, pero alguien puede envi-diar a un vecino que tiene una licuado-ra de 25 velocidades, sin pensar que tancantidad no tiene ningún sentido. Y lomismo puede decirse de modelos deautomóviles y tantos otros ob jetos.Agréguese a esto algo de manera algu-na secundario: en comparación a otrosmomentos históricos, hoy no existen co-mo antes utopías o modelos de vida yde sociedad por los cuales luchar y en-carar una vida, y junto a tal carencia do-mina una visión del mundo y de todoque no motiva a ilusiones y sí a unaprofunda desesperanza, con crisis cons-tantes y permanentes en todos los terre-nos, desde las de pare ja y familia hastalas que se quiera pensar. No es casualque en el mundo actual tenga gran pesola soledad -aunque se viva rodeado degente- y la incomunicación -pese alfuerte y constante desarrollo de todo ti-po de comunicaciones. Situaciones quemuchas veces buscan compensarse conlo que Freud, en El malestar en la cultura ,ha llamado “muletas” y que considera-

     ba necesarias en su momento, y que enotro momento denominó como “próte-

    p / 6

    Las depresiones

    ¿Cuadro hoy hegemónico

    DOSSIER / De cerca nadie es normal. Normalidad y Normalización.

    ENRIQUE GUINSBERGPsicólogoUni versidad Autónoma Metro-politana-Xochimilco, Mé [email protected] 

    HOY NO SE TRATA DE ESASTRISTEZAS SIEMPREEXISTENTES, SINO DE UNESTADO DEPRESIVO QUETIENDE A SER DOMINANTEEN TODOS LADOS.

    PUEDE PARECER TONTO YRIDÍCULO, PERO ALGUIENPUEDE ENVIDIAR A UNVECINO QUE TIENE UNALICUADORA DE 25VELOCIDADES, SIN PENSARQUE TAL CANTIDAD NOTIENE NINGÚN SENTIDO.

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    sis” que hoy nuestra cultura ofrece amontones y para todos los gustos, perocon alcances sin duda parciales y limi-tados. Porque, y esto se sa be muy bien,las prótesis pueden satisfacer ciertasnecesidades, pero sin poder ocultarsesu artificiosidad y falta de naturalidad.Si antes se di jo que toda cultura crea undeterminado tipo de sub jetividad, tam-

     bién tiene que agregarse que cada unade éstas expresa las características de lacultura en la que surgen, y al respectovale la ironía señalada de que la histe-ria era más divertida que la depresión.Pero cada una es una especie de sínto-ma del sistema en que surgen. Y muypoco favora ble puede ser un modeloque origina, aunque no por quererlo,condiciones patológicas como las de-presivas, una de las más difíciles y du-ras de soportar de una manera crónica,o sea constante (aunque por momentosdisfrazada de estados maníacos, de

    cualquier manera variante de la depre-sión). Y volvemos otra vez a lo antes es-crito: no es lo mismo una depresión oestado de duelo ocasionado por unapérdida ob jetiva -aunque sea igual-mente dolorosa y a veces difícil de so-portar- que una crónica y a veces cau-sada por causas poco o nada definidaso, peor aún, causadas por un malestaren la cultura que no siempre es com-prendido como tal pero que todos so-portamos. Y, en este caso, vale lo cono-cido de que mal de muchos no es nin-gún consuelo.Como ocurre casi siempre en todo es-crito, las limitaciones de espacio limi-tan e impiden el desarrollo de lo que sequiere expresar. Pero es de esperar que,aunque sea en líneas generales, quedeclaro lo que se busca decir, desde la im-portancia de ver a toda psicopatologíacomo síntoma de una realidad que sevive, hasta la responsa bilidad de unmodelo que ha buscado ser consagradocomo único posi ble y que se pretendeuniversal y definitivo, que ahora estámostrando sus consecuencias en supropio terreno económico con la crisisque ha provocado y de la que tam biéntodos pagaremos las consecuencias, in-cluso con un incremento de condicio-nes de depresión por pérdidas de niveleconómico, desempleo, etc.

    p / 7A - g r u p

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    Nuevamente es cuestión de volver a al-go anterior, en este caso a la necesidadde comprensión, como di jo Marcuse, deque el psicoanálisis es de hecho una si-tuación política, ya que todo lo que estu-dia es producto de formas de vida gene-rales provocadas por la cultura, sin conesto negar aspectos individuales que, detodas maneras, están inscriptos en talgeneralidad. Lo que reafirma lo siempreplanteado para quienes ubicamos nues-tro conocimiento en los procesos históri-co-sociales de una fuerte comprensiónde los mismos para entender sus pro-ductos sub jetivos. No se trata de admi-rar, por ejemplo, a Wilhelm Reich por loque hizo con la génesis del fascismo enun texto brillante4 y en toda su obra, si-no de hacerlo cada uno de nosotros ennuestra praxis cotidiana, sea clínica co-mo teórica. La depresión aquí analizadaes seguramente una situación hoy fun-damental, pero como en el pasado y se-

    guramente en el futuro lo serán otrascondiciones (como, por ejemplo hoy loson la anorexia y la bulimia, entre tantosotros casos). Es de imaginar que esteplanteo puede provocar múltiples resis-tencias, que siempre existieron en elcampo analítico, considerando que pue-de llevar a una hiperpolitización analíti-ca o a una extremada socialización delos pro blemas, algo que por supuestopuede ocurrir pero que no tiene porquéllegarse a eso. Porque puede decirse lo

    mismo de que lo contrario puede pro-ducir una psicologización extrema, quetampoco tiene porqué ser así. Comosiempre, se trata de sa ber mantener losespacios adecuados, pero sin por ello in-hi birse de comprender que hay aspectosimposi bles de evitar, y entre ellos espe-cialmente el de una cultura que siempreincide.Se trata en definitiva de no olvidarse dever la responsa bilidad del contexto quenos rodea, aunque el mismo siempre

     busque que no se haga para no asumir-lo, algo que siempre ha contado con elapoyo de una determinada lectura delpsicoanálisis, el considerado oficial yortodoxo, y frente al que han luchadootras lecturas, que en general han teni-do éxito y desarrollo en momentos deimportante com batividad social y polí-tica colectiva, y ha sido marginado ominoritario cuando ello no ocurría (sal-vo con una acción permanente de secto-res analíticos que no cesan en su lucha yacción).Hoy la hegemonía o fuerte peso de lassituaciones depresivas en nuestro mun-do obligan a redo blar el com bate, máxi-me cuando se conocen las diferenciasentre aquellas situaciones individualesproducto de pérdidas y todo lo conoci-do al respecto, y las determinadas porcondiciones históricas como las que vi-vimos en una civilización llena de pro-digios tecnológicos pero que promuevetam bién tales estados.

    Notas

    1. Autor, entre otros libros, de La salud mental en el neoliberalismo, Plaza y Val-dés, México, 1ª. edición, 2001; 2ª. edi-ción, ampliada, 2004.

    2. Noticia de diario La Jornada, México,28 diciembre 2009, p. 34.

    3. Lipovetzky, Gilles, La era del vacío,Editorial Anagrama, Barcelona.

    4. Reich, W., Psicolo gía de ma sas del fas-cismo, múltiples ediciones.

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    Un adicto y su manual de anatomía

    Hace ya unos años, un paciente interna-do por abuso de sustancias, señala elpro blema del tar get de los psicofárma-cos. Lo preocupa ba encontrar algo másfino, que apuntara más precisamente alas voces que lo insulta ban y no a él.En efecto, la pregunta es: ¿Adóndeapuntan, cuál es su diana o su tar get?El primero en responder es, por supues-to, el Farmacólogo. Y responde con lascoordenadas estereotáxicas ba jo el bra-zo, con el vie jo sueño del mapa. El razo-namiento farmacológico es impeca ble: sila introducción en el organismo de unamolécula artificial produce efectos so brela actividad psíquica, entonces, tieneque estar interviniendo de algún modoen el lugar donde esa actividad psíquicase produce. Es una tarea posi ble enton-ces, con la tecnología adecuada, hacerun mapa de la actividad psíquica.Hace ya más de un siglo, en varios qui-rófanos del mundo se materializó unaescena onírica. El paciente, despierto,con el cere bro expuesto tras una ampliacraneotomía, conversa ba con el ciru ja-no. Este se situa ba a sus espaldas conun electrodo, estimulando cada centí-metro de corteza y registrando la res-puesta. Luego de varias décadas este ti-po de investigación produ jo al fin unverdadero mapa de curiosa forma espe-cular: el homúnculo de Penfield. Unmapa sensomotriz, que no aportó nadaa la comprensión de lo psíquico.Lo propiamente humano se escurre en-tre las circunvoluciones de la cortezacere bral como un pez res baloso. Los ci-ru janos devolvieron su tapa al cráneo yabandonaron esa técnica de explora-ción. Pero una centuria de fracasos nodesalentó a los cartógrafos. Por el con-trario, el proyecto de localización este-reotáxica de las funciones psíquicas haco brado nuevas alas con el desarrollode la psicofarmacología.Actualmente, en los la boratorios se uti-lizan marcadores radioactivos que per-miten esta blecer la trayectoria y el sitiode adherencia de una molécula. Tam-

     bién se utiliza la inyección in situ , a tra-vés de una cánula implantada en unpunto específico del cere bro, de modode observar en qué punto exacto la dro-ga produce cuál efecto. Se mapean re-ceptores. Encontrar el mecanismo bioló-gico del malestar e intervenir so bre él esuna apuesta final.Ahora bien, no es necesario ser Farma-cólogo para participar de esta apuesta.Es evidente que los pacientes llamadosadictos no precisan ni siquiera el prima-rio completo para abocarse esa heroicaempresa epistemológica.El Sr. J. lo expone con claridad. Perci beque algo falla en el enfoque de la medi-cación que lo afecta a él pero no a lasvoces. Sin em bargo, es un hom bre razo-na ble, y como tal sospecha que la causade su padecimiento de be estar dentrode él, pro ba blemente en su ca beza. En-tonces salta hacia delante y progresacon el razonamiento. Pide que se le rea-licen tomografías y resonancias para lo-

    calizar el extraño artilugio que tiene enel cuerpo y que lo hace padecer.Ese dispositivo implantado en su inte-rior (con toda pro ba bilidad se tratará deun chip), a través del cuál ellos están in-tentando comandarlo, es a la vez la cau-sa y la solución.Preguntamos: ¿No es este el famoso ‘re-duccionismo médico’?

    Una bulímica en su laboratorio

    Un congreso de gastronomía y salud seorganiza ba jo el lema “El hom bre es loque come”. Muchos de los disertantes(médicos, nutricionistas, gastrónomos)se aventuran en pro bar esa hipótesis.Para ello avanzan so bre los circuitos dela saciedad, la regulación neuro-hipota-lámica-endócrina, moléculas y recepto-res implicados en la absorción de nu-trientes, el famoso set point. Otros seaventuran en el terreno de los trastor-nos de alimentación. Allí tam bién “Elhom bre es lo que come”. Insisten so breel valor de la buena alimentación, la ca-pacidad de conformar há bitos alimen-tarios saluda bles. Ha blan de calorías,hidratos de car bono, fi bras, frecuenciasy particiones en que la ingesta de be or-ganizarse. Toda una dietética que con-fluiría en una vida de armonías y sin so-

     bresaltos. Explican, por ejemplo, unatracón en relación a las horas de ayunoprevias y la caída en la curva de la glu-cosa, por lo que si alguien comiera cadados horas no tendría esa fea costum brede atorarse con lo que encuentre en laalacena. Y de sentirse luego un tacho de

     basura... Porque si el hom bre es lo quecome, y los atracones son con comida“chatarra” de ahí a ser una basura hu-mana, un material de descarte, en fin,hay un paso.Esto nos de ja en cierta perple jidad. Lalógica de esta investigación cursa porlos mismos caminos de cornisa por losque transitan lo portadores de estas lo-curas actuales, agrupados ba jo el diag-nóstico de trastornos de alimentación.

    Tam bién nos ha blan de calorías, hidra-tos, proteínas, frecuencias y horas a tra-vés de las cuales van haciendo de sucuerpo un pequeño la boratorio de ex-perimentación.M., enrolada en las filas de portadoresde estas patologías actuales, se explayaen este punto: explica a qué hora exactadel sá bado de be de jar de comer paraque su vientre luzca como en las propa-gandas de yogures “laxantes” (siempreque haya planes de salida nocturna).Por lo cual, lo que come el sá bado tieneun valor diferencial respecto al martes,y está empeñada en compro bar y carto-grafiar desde su pequeño la boratorio(cuerpo) cómo circulan esas inflamacio-nes y abotagamientos o, por el contra-rio, las fluideces y liviandades, según setrate de martes o de sá bado. De algúnmodo hay que poner en orden el mun-

    do, podríamos pensar.Dentro de su orden, inevita blemente laasaltan el riesgo de los feriados, de losdías sándwich, de las promesas de sali-das nocturnas que no se concretan. Co-mo un chef enloquecido vuelve a revi-sar proporciones, com binaciones de ali-mentos, sus manuales favoritos, las re-vistas de vida sana dan tantas indica-ciones, el valor curativo del pomelo, lapromesa desinflamante de la manzani-lla, la importancia de los 2 litros deagua diaria... intrincados la berintos deindicaciones y contraindicaciones queterminan su mayoría en calle jones sinsalida. ¿Qué pasa entonces con su pe-queño la boratorio, con su pequeño -yvital- tra ba jo de investigación? Vuelve aempezar. Como una procesadora omni-potente y enfurecida frente al error decálculo en aislar ese componente básicode su dieta, sin el cual no puede vivir,su boca se vuelve un gran em budo porel que se traga el mundo. Remontar eldía luego del micro holocausto se vuel-ve imposi ble. La monstruosidad de suacto le impone comple jos rituales de ex-piación. A veces le lleva días volver aensam blar un cuerpo, y una imagen,con el que poder presentarse ante losdemás. Un tra ba jo intermina ble. Un es-fuerzo de locos.

    Una exclusión científica

    Se han hecho muchas críticas del reduc-cionismo médico o del biologismo.Ahora bien, ¿qué se propone a cam bio?Se le opone por lo general una fórmulacéle bre: el aborda je bio-psico-social. Laintegración avanza de modo prolífico.Pronto tenemos aborda jes bio-psico-neuro-endocrinos, o psico-am bientales,o socio-político-culturo-familiares. Coneste método de acumulación lingüísti-ca, ladrillo so bre ladrillo sería posi bleincluirlo todo, a condición, claro, de quenadie discuta nada.No ca be duda, aunque más no fuerapor consideración al órgano de la audi-ción, preferiremos cualquier reduccióna tamaña proliferación. Ni el homúncu-lo de Penfield, ni el marcado de molé-culas de nuestro Farmacólogo son pala-

     brerío, y no pueden ser re batidos conpala brería. La reducción médica es unaoperación efectiva, sostenida por unnúcleo de racionalidad rigurosa, queafecta a lo real. Y nuestro reduccionistaSr. J. no tiene un pelo de tonto.El tra ba jo que el Sr. J. sostiene se basa enuna refinada percepción de la organiza-ción del cuerpo humano, a sa ber, queeste contiene un elemento extraño quelo comanda. Lo guía una praxis. Sa bepor experiencia que localizar, circuns-cri bir, reducir ese elemento, volverlo dealgún modo separa ble, produce efectos.Muchos efectos.Al igual que el Farmacólogo, el Sr. J. nosa be exactamente de qué modo esto seproduce, ni dónde está ni qué es ese ele-mento extraño. Así que procede con lasdrogas por ensayo, es decir, procedecientíficamente. El tam bién planea obte-ner un mapa de su padecimiento parapoder mane jarlo me jor. El éxito de suoperación ya está a la vista: puede ser

    considerado un adicto, pero nunca se loha tratado como a un loco.Ahora bien, en sus momentos de desa-sosiego el Sr. J. tam bién perci be que, apesar de todo, algo anda mal en ese en-foque. La medicación lo afecta a él y noa ellos. Intuye a veces que un éxito totalen el proyecto de mapeo cere bral tam-poco lo de jará un milímetro más cercade resolver el enigma de esa mala vo-luntad que lo insulta, por la sencilla ra-zón de que ella, incluso con la media-ción del chip, no se está en su interior.Ellos siguen ahí fuera pergeñando ho-rrores.Uno puede imaginar al Sr. J. y al Far-macólogo tra ba jando codo a codo.Conseguirán con un poco de suerte ais-lar el elemento extraño implantado enel cuerpo, el microchip o el aminoácidodel caso. Y funcionará, sin ninguna du-da, producirá efectos. Sin em bargo eseimplante interior conecta con otra cosa,algo exterior, algo que está excluido desu sistema. Eso retorna desde lo real. Yno de jará de perseguirlos.

    Una política de lo que renguea

    No es menor el desasosiego en que nosde ja la rim bom bante fórmula de nues-tro Congreso “El hom bre es lo que co-me”. M. no puede aislar ese compo-nente básico de su dieta, sin de jar poreso de ensayar com binaciones posi-

     bles: cosa que come -sus propiedades-+ día de la semana + eventos contin-gentes asociados = ¿? Exactamente lamisma trampa en la que caen sus paresfacultativos, experimentando con suca ja negra a la que ingresan sustan-cias... ¡y salen conductas!Decidimos seguir el experimento espe-culativo hasta la propia cocina: ¿qué co-míamos cuando niñas? ¿De qué nos ali-mentaron? La charla nos llevó hastauna mesa de domingo, en casa de abue-los inmigrantes. Sus mesas y recetariosposguerra eran variados, calculados yso bre todo, contundentes. Ha bía queaplacar el ham bre. De modo que, co-miéramos lo que comiéramos, siemprecomíamos lo mismo: miedo al ham bre.

    Trastornos alimentarios

    y adicciones

     patolo gías de la ciencia

    DOSSIER / De cerca nadie es normal. Normalidad y Normalización. p / 8CLAUDIA HUERGOPsicoanalista. Cátedra dePsicoanálisis - Facultad dePsicología – Uni versidadNacional de Córdoba.psi [email protected] 

     ALE JANDRA ZURITA Psicoanalista. Ser vicio deresidencia - CE [email protected] 

    ¿QUÉ COMÍAMOS CUAN DONIÑAS? ¿DE QUÉ NOSALIMENTARON?

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    Los platos tienen que quedar limpios.La comida no se tira. Era difícil no atra-gantarse con la culpa del so breviviente,que guarda cifrado en el cuerpo la me-moria de todos sus muertos. De modoque regularmente, comíamos ham bre. Yeso era parte de lo que se cocina ba. Eraparte de lo que se servía a la mesa losdomingos. El pan nuestro de cada día,arrastra ba junto a sus ingredientes, eseresto irreducti ble a nuestra investiga-ción.Por lo tanto, para aislar ese componen-te tendríamos que descomponer y po-ner so bre el plato -la balanza- la guerrasegún la abuela, el ham bre y el miedo alham bre, la mirada que insiste en ins-peccionar los platos, que no sólo ve res-tos de comida sino que avanza más allá,hasta interrogar -paranoicamente- porqué no me come, así como el respondera esa pregunta -informula ble- con lacerteza de sa ber que algo no nos gusta-ría jamás, incluso sin ha berlo pro bado.Aún así, poniendo todo eso so bre el pla-to, apenas se trataría de partes de unamáquina loca que se ensam bla y conec-ta cada vez de un modo muy preciso.No es cualquier cosa lo que produceefectos. No es de cualquier forma quefunciona. Quizá por eso, ni nuestros lo-cos, ni nuestros facultativos, se cansande pro bar com binaciones.No necesitamos re batir el lema del con-greso, para reconocer que tamaña gene-ralidad “El hombre es lo que come”,de ja intocado el asunto central: qué eslo que provoca efectos. Tanto la investi-gación de M. como la de sus pares fa-cultativos, no cuentan con ese resto in-coerci ble, el régimen de deseancia, co-mo le llamó R. Rodulfo a esas primerasoperaciones psíquicas que se efectúansobre la comida. Todo eso queda porfuera de la Ciencia. Eso des borda. Se sa-le de los perfiles, se cae de los diagnós-ticos, por eso la operación de la Cienciaes fallida. Y política, aunque se digaaséptica. Y humana, aunque renieguede ello. Sin em bargo, todo parece estarpreparado para obviar este detalle. Almenos, es lo que nos muestra la arrolla-dora proliferación proyectos que, -como

     bien lo presenta la película “21 gra-mos”-, nos seduce con la expectativa demedir lo que pesa el alma.Frente a esto, sólo queda constatar: laenfermedad de la ciencia, goza de bue-na salud.

    Referencias bibliográficas

    Michel Foucault. Los Anormales. Fondo

    de Cultura Económica. Buenos Ai res.2007Ricardo Rodulfo. El psicoanáli sis de nue-vo: elementos para la deconstrucción del psicoanáli sis tradicional. Ed. Eudeba.2004.Enrique Carpintero. El exceso de realidadproduce monstruos. http://www.topia-.com.ar/articulos/24exce.htm

    Estás llamando a un gato con silbidos…el futuro ya lle gó

    Lle gó como vos no lo es perabas…Todo un palo, ya lo ves.

    Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, 1988

    La pala bra JOVEN deriva del latín “iu-venis” , de poca edad. Juventud provie-ne de “iuventus”, siendo la etapa de lavida humana ubicada entre la adoles-cencia y la madurez. Coincidimos conaquellos autores que refieren a la poli-semia que supone intentar definir conprecisión este concepto. Hay criteriosbiológicos , donde ser joven dependede la edad; criterios sociológicos , don-

    de está determinado por costum brespropias de determinada clase social1; ycriterios de índole psicológico y/ó cul-tural , relacionados al grado de concien-cia de sí y del mundo.

    A los fines de compartir algunas sospe-

    chas, resulta indispensa ble diferenciaradolescencia de juventud, dado que va-mos a esta blecer un criterio ar bitrario ymás que general, para intentar respon-der a la pregunta: ¿de qué estamos ha-blando cuando hablamos de juven-tud? Si la adolescencia tiene un límiteque llega hasta los dieciocho años, la

     juventud podría abarcar desde esa mis-ma edad hasta más o menos los treintay cinco años. Si nos atenemos a esta hi-

    pótesis, podemos pensar que hoy es jo-ven, quien nació entre 1973 y 1990.Hace tiempo se escucha ha blar de laprolongación de la adolescencia en cier-tos sectores a partir del advenimientode la posmodernidad; no se ha bla tantode aquellos niños que, en ám bitos mar-ginales, abruptamente se “adulteran”...a la vez que le quitan la vida a alguien.Se escuchan frases acerca de los desvíos

     juveniles, o de los imperativos mediáti-cos para mantenernos siempre jóve-nes... ya sea a través de la imagen, o porlo menos “espiritualmente” (en casoque el cuerpo no brinde el espacio so-porte necesario). El capitalismo ha con-

    vertido a la juventud en algo más queuna etapa vital o condición social... seha vuelto una mercancía más para ven-der y comprar.No descartamos a Erikson y su senti-miento integrador de identidad, aun-que resulta comple jo pensar este fenó-meno de cohesión en una época dondetodo lo sólido parece desvanecerse en lafluidez2; pero creemos que la juventudse define por una actitud particular-mente apasionada hacia la vida. La ma-quinaria capitalista restaurada3 en 1973,ha gestado un reordenamiento econó-mico simultáneo a un genocidio socialsin precedentes. En ese contexto, todointento de vivir apasionadamente fuelimitado y reprimido. La cadena sincró-

    nica de golpes militares, el dominio delos medios masivos de comunicación,las políticas económicas implementa-das, han destruido las instituciones nu-cleares del te jido social. El tra ba jo, la sa-lud, la educación y la justicia se han de-gradado a tal punto, que el efecto oca-sionado so bre la sub jetividad tiene co-mo factor común una sensación de frag-mentación, desasosiego y pérdida dereferentes. Si los adultos sienten que

    no tienen presente, que el pasado noles sirve y no pueden vislumbrar unfuturo... ¿qué se puede esperar que leocurra a los jóvenes al ver ese grado dedesesperanza en la generación de suspropios padres?Los dueños del mundo han decididoeliminar a la po blación para ellos “so-

     brante”, creando las condiciones paraque se maten entre sí, o a sí mismos...valiendo esto para todas las fran jas eta-rias. Los jóvenes de hoy emergen delmundo que se gestó precisamente entre1973 y 1990. Un mundo donde se haimpuesto el llamado fundamentalis-mo de mercado, los derechos socialesse han visto cercenados, y se multipli-có la pobreza; ha producido una ju-ventud lógicamente afectada e identi-ficada con este modelo de muerte. Víc-timas de este genocidio, aquellos so bre-vivientes al ham bre y al abandono, vancreciendo y parecen preguntarnos: ¿yahora qué? ¿A qué mundo nos hantraído? A la manera de náufragos, seencuentran extraviados en un mundodonde todo parece volátil (desde el tra-

     ba jo hasta los vínculos), o se reduce aser consumidor o contri buyente. La fal-ta de proyectos a futuro, o la posi bili-dad de construirlo desde el más ferozindividualismo, los lleva a un profundodesconcierto que se evidencia en la granindiferencia y pesimismo para con laactividad política. Más allá de los artifi-cios tecnológicos, los jóvenes comprue-

     ban diariamente como se les ro ba la vi-da... y muchos no desean seguir. Depre-siones profundas conducen a senderosque van desde el suicidio hasta compor-tamientos altamente violentos, pasandopor impulsiones consumistas donde elabuso de drogas u otros tantos ob jetos,les abre paso a otra forma gradual demorir: el universo de las adicciones. Al-gunos se refugian en tri bus ur banas4donde puedan “pertenecer”. Los quepueden, intentan adaptarse ingresandoen el supremo mandato del “sálvesequien pueda” (con variantes que inclu-yen el éxodo a países con me jores con-diciones), cayendo en otras tantas sali-das fallidas como la so breadaptación.Tam bién están los jóvenes que insistenen la intención de independizarse, estu-diar, tra ba jar e incluso militar social y/oculturalmente tomando como propiaslas necesidades de su pue blo.Desde esta panorámica, podemos de-ducir la íntima relación entre la produc-ción de salud y enfermedad en los jóve-nes, y los procesos sociales gestados en-tre 1973 y 1990. Siguiendo a Pichon Ri-vière, si pensamos que la salud pasa porla capacidad de adaptación activa a larealidad, traducida en potenciar apren-

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    Acerca de la producción desalud y enfermedad mental

    en los jóvenes de hoy

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    otro lado, y quizás lo más importante,la alegoría que se desprende de este mi-to, y que todavía hoy, muchos especta-dores de cine siguen confundiendo: el

    creer y tomar por real, lo que vemosproyectado en la pantalla-cueva, o seaconfunden lo real con la representaciónde lo real. Y que en el caso específico delcine, a diferencia de las otras artes, con-forma su mayor parado ja; siendo el ci-ne, el más artificioso, el más técnico, elmás “mentiroso” de los discursos, siguesiendo perci bido como el más “natu-ral”. Siendo su verosimilitud, no su ve-racidad, de lo más eficaz. Como vemos,la narración es la parte constitutiva tan-to del mito como del cine. Donde no sontanto los temas escogidos los que deter-minan la suerte de un relato, sino la es-trategia que se ha adoptado para na-rrarlos.

    De la mitología a la psicologíaLa pala bra mythos es griega, y en lostextos homéricos no quiere decir otracosa que notificación, discurso, dar aconocer una noticia. Según Hans GeorgGadamer, “nada indica que ese discur-so llamado mythos fuese acaso poco fia-

     ble o que fuese mentira o pura inven-ción. Sólo siglos después, el voca bularioépico de mythos y mythein caen en desu-so y es suplantado por lo gos y le gein. Pe-ro justamente con ello se esta blece elperfil que acuña el concepto de mito yresalta el mythos como un tipo particu-lar de discurso frente al lo gos , al discur-so explicativo y demostrativo”1. En sín-tesis, el mito cuenta, y el logos de-muestra, y naturalmente contar o na-rrar no es pro bar; el relato de un mitosólo se propone ser creí ble y convencer:el mito es mostra ble y el logos demos-tra ble. Contar es enumerar, como si unopudiese apresar mediante la enumera-ción el todo. En este sentido el mito tie-ne, como el sueño, su lógica propia. Y lanarración en un mito, en un sueño, o enun film, siempre es la narración de algo.A propósito, en La inter pretación de lossueños , Sigmund Freud escri bió: “Entiempos que podemos llamar precientí-ficos, la explicación era para los hom-

     bres cosa corriente. Lo que de ellos re-corda ban al despertar era interpretadocomo una manifestación benigna u hos-til de poderes demoníacos o divinos.Con el florecimiento de la disciplina in-telectual de las ciencias físicas, toda es-ta significativa mitología se ha trans-formado en psicología , y actualmenteson muy pocos, entre los hom bres cul-tos, los que dudan aún de que los sue-ños son una propia función psíquica deldurmiente. Pero desde el abandono dela hipótesis mitológica han quedadolos sueños necesitados de alguna expli-cación”.

    En realidad no existe un divorcio entremito y ciencia. Sólo el estadio alcanzadoen la actualidad por el pensamientocientífico, nos permite comprender lo

    que contiene un mito. Ahora bien, yvolviendo al mito filosófico de Platón,éste testimonia hasta qué punto la anti-gua “verdad” y la nueva comprensiónaportada por el cine son una.

    Sin em bargo, el concepto de “mito” esinesta ble, es más, definirlo constituye

    una disciplina en sí mismo. Y aunquelas narraciones concretas, literarias o ci-nematográficas sean las mismas (Edipo,Antígona, el minotauro y el la berinto,Medea, Orfeo, etc.) su interpretacióncam bia porque el término que los con-tiene ha variado su significado. Por lotanto no es tan simple definir un “mi-to”. Incluso, la cuestión se complica aúnmás, cuando se trata de comprender elpapel que poseen dichos mitos en el ar-te del cine; o so bre lo que éstos hanaportado y aportan a un arte que es depor sí, al mismo tiempo, un creador ydestructor de mitos. El cine es en estesentido, una reflexión so bre las mani-festaciones culturales (incluidos los mi-tos, ya sean éstos “clásicos”, o popula-

    res), pero corren el riesgo constante detransformarse en meras divagacionesgratuitas, o caer en la banalización porparte de los medios de comunicaciónmasiva.

    La “mitología maniquea” deHollywood

    En la actualidad nos hallamos amena-zados por la perspectiva de reducirnosa simples consumidores, individuos ca-paces de consumir lo que fuere sin im-portarnos de qué parte del mundo pro-viene, y desprovistos de todo grado deespesor cultural. De ahí que de nadasirve tener en cuenta la presencia de losmitos en los films sin tener en cuenta sunecesidad. Según J. P. Vernant, desdeuna realidad socio-política, el mito per-mite llegar a su abstracción ética. De al-guna forma, los extremos planteadospor Nietzsche entre lo dionisíaco y loapolíneo, cuya formulación coincidecon el nacimiento del cine, sintetizan lalectura moderna. Toda la “mitologíamaniquea” del western es una de sus

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    Mitos en el cine

    SIENDO EL CINE, EL MÁSARTIFICIOSO, EL MÁSTÉCNI CO, EL MÁS “MENTI-ROSO” DE LOS DISCURSOS,SIGUE SIENDO PERCIBIDOCOMO EL MÁS “NATURAL”.

    En el principio fue el mito

    La monumental Historia del Cine de Ro-mán Gu bern, comienza como corres-ponde por El nacimiento del Cine,siendo el primer subtítulo: El mito. Apropósito, podemos leer que los primi-tivos griegos ha bían inventado unahermosa narración para explicar cómoDédalo (el constructor del la berinto) ysu hi jo Ícaro se escaparon (aunque éstemurió en el intento) de la isla de Creta(la del legendario rey Minos y el Mino-tauro), valiéndose de unas enormesalas hechas con plumas y cera. Más dedos mil quinientos años después, le josde Creta, dos norteamericanos, convir-tieron en realidad el mito de Ícaro y supadre. Por supuesto, empleando unaestructura metálica y un motor de ex-

    plosión en lugar de la “mentira” o la“fa bulación” de la narración griega.Conviene recordar que las pala bras mi-tomanía , mitómano tienen la mismaraíz que el voca blo mito.Con el cine ha ocurrido algo parecido.El mito de la reproducción de imáge-nes en movimiento -básicamente eso esel cine-, nació en la noche de los tiem-pos, en la imaginación del hom bre pre-histórico, que pintó en el techo de unacueva semioscura, la mítica Altamira(la Ca pilla Sixtina del arte cuaternario, aldecir de Gu bern), el extraordinario ja-

     balí policromo de ¡ocho patas!, para re-producir el movimiento del animal, po-si blemente para asegurar una buenacaza. Esta bella pintura rupestre es el

    antecedente más antiguo que se cono-ce, del origen del cine.Sin em bargo, hay otro ejemplo, máscontundente, para relacionar el mito yuna de las “primeras representacionesdel cine”: El Mito de la Caverna quePlatón expone en el li bro VII de la Re-

     pública o el Estado. Para este filósofo, losmitos son una estrategia narrativa yuna vía de acceso al conocimiento. Ypuesto que Platón quería sugerirnos supensamiento a través de mitos y efica-ces imágenes, como un encadenamien-to de pará bolas filosóficas, tratemos dedescu brir, al recordar la narración (Lamemoria necesita al mito como el mitonecesita a la memoria. Y el conocimien-to se realiza, según Platón por recorda-

    ción, por anámnesis), la relación que po-demos esta blecer entre uno de sus másconocidos mitos y el cine: “ La condi-ción humana es seme jante a la de unosprisioneros que, desde su infancia, es-tuvieran encadenados en una oscuracaverna, obligados a mirar a la pareddel fondo. Por delante de la cavernacruza una senda escarpada por la quepasan diversos seres. Los resplandoresde una gran hoguera proyectan so breel fondo de la caverna las som bras va-ci