De la lógica a la argumentación
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Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, Programa de Investigación Derecho y Sociedad,
y la Revista Crítica Jurídica
1ª Jornada.VIII Conferencia Latinoamericana de Crítica Jurídica
30 ANIVERSARIO DE LA REVISTA crítica jurídica
Revista de Política Filosofía y Derecho(1983-2013)
22 al 26 de abril de 2013
De la lógica a la argumentación; de la argumentación a la retórica
Gerardo Ramírez Vidal
El debate en torno del objeto de la lógica y sus procedimientos se ha dado entre
dos extremos: aquellos que se apegan a la tradición y ven la lógica en sentido
estricto como la ciencia cuyo objeto de estudio son las reglas y las leyes del
pensamiento, y que se manifiesta en términos como “lógica formal”, “lógica
simbólica”, “lógica analítica” o “lógica matemática”. Por otro lado, han surgido
desde hace mucho voces que reclaman a esa lógica su falta de utilidad práctica y
propugnan por una que responda a las necesidades inmediatas del ser humano,
una lógica en sentido lato, aplicada al razonamiento cotidiano, útil no sólo para el
científico, sino también para el sociólogo, el abogado, el antropólogo. Han surgido
entonces expresiones como “lógica natural”, “lógica informal”, “lógica difusa” o
“pensamiento crítico”.
El resultado de esta oposición es contradictorio. Por una parte, en filosofía, la
lógica deductiva, apegada a las formas tradicionales de las formas correctas de
razonamiento, no parece haber hecho caso de las lógicas prácticas y ha continuado
imperturbable por su recto camino.
Por otra parte, en lo que podríamos designar como “ciencias humanas”, se ha
verificado un interesante proceso que va de la aplicación de la lógica, a su reforma
y final abandono. Este fenómeno se muestra en derecho.
En efecto, en principio se ha aplicado la lógica en sentido tradicional para
resolver los problemas del razonamiento jurídico. El derecho es sobre todo lógica,
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o si se quiere, la lógica abarca el razonamiento jurídico. Se hablaba y se habla con
mucha frecuencia de lógica jurídica o lógica simbólica como método principal de
investigación jurídica e incluso de lógica parlamentaria.
Un ejemplo de lo anterior es el libro de Camposeco Cadena intitulado Lógica
parlamentaria. Propuesta para una teoría, publicado en 1996 por el propio autor,
en donde expone no una teoría para preparar a nuevos parlamentarios, sino
“divulgar el conjunto de conocimientos que el legislador pone en práctica cuando
asume la trascendental tarea de iniciar o participar en el proceso constitutivo de
las normas del derecho”, rechazando la idea generalizada de que los legisladores
no están adecuadamente preparados para desarrollar su tarea legislativa.
Camposeco Cadena, hijo de un jurista, no es un inexperto, pues fue un legislador
que se distinguió entre los demás por sus conocimientos de los procesos
parlamentarios.
En referencia a esta obra, me permitiré hacer algunas observaciones. Afirma y
cree verdaderamente nuestro autor, que “Los legisladores aplican la lógica”. Es una
afirmación temeraria, pues me parece evidente que eso no sucede en nuestro
recinto parlamentario, o por lo menos habrá que demostrar, mediante la lógica
simbólica, cuántos de ellos emplean argumentos lógicos en su actividad
parlamentaria, y creo que no se encontrará a ninguno que lo haga.
Luego continúa Camposeco: “Su trabajo no puede desarrollarse sin esta
importante herramienta”. Sobre lo anterior, podemos observa que, como todo
mundo, los legisladores basan sus decisiones más en prejuicios, intereses y
lealtades que en una valoración argumentada, mesurada y reflexionada. El
Congreso mexicano parece a la gente más una banda de pillos que un cenáculo de
filósofos en su actividad intelectiva sobre el bien común.
Por si hubiera dudas, afirma el mismo autor que “Hoy en día, puede afirmarse
que la lógica estudia las leyes generales del cambio, tal como operan en la totalidad
del universo”, lo que quiere decir precisamente que nuestros parlamentarios son
conocedores de esas leyes universales del cambio, conocimiento que los guía en las
decisiones que toman luego de una meditación profunda sobre la corrección de las
premisas y las conclusiones que de ella se derivan. Por ejemplo, nuestros filósofos
parlamentarios en su momento observaron y sopesaron cada uno de los
argumentos a favor y en contra, antes de decidir desaforar a Andrés Manuel López
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Obrador, aunque extrañamente no todos llegaron a las mismas conclusiones, pues
aunque la mayoría votó a favor del desafuero otros lo hicieron en contra, de
manera que por lo menos algunos no pensaban con base en la lógica simbólica, o
tal vez fue la mayoría la que no meditó suficientemente o tal vez ninguno de ambos
grupos.
Nuestro autor continúa observando que el hombre aplica la lógica “en la
realización de sus actividades fructuosas, porque en ella se resumen los resultados
del conocimiento y por ella se advierten los medios de su aplicación”. Habría que
observar la lógica de la anterior afirmación: Premisa: “en ella se resumen los
resultados del conocimiento y por ella se advierten los medios de su aplicación”;
Conclusión: “el hombre aplica la lógica”. Tal vez tengamos que acudir a un experto
en lógica simbólica para que nos ayude a desentrañan tan arcanos razonamientos.
De todo ello, luego de exponer una serie de premisas, nuestro autor llega a la
siguiente conclusión:
En consecuencia, la lógica no es únicamente el instrumento empleado para
elaborar la ciencia, sino que constituye la expresión activa de la entraña
misma de los procesos naturales y sociales y es, ante todo, el instrumento
para la actuación práctica del hombre en el mundo.1
Así, no sólo los procesos naturales sino también los sociales están gobernados por
leyes inmutables que descubre la lógica y que el hombre emplea en su práctica
cotidiana de manera fructuosa. Si las anteriores consideraciones hubieran sido
expresadas aisladamente por una persona impreparada, tal vez se podría hacer
caso omiso de ello, y tomar lo anterior como una simple ingenuidad, pero no es así,
y además esta idea de la utilidad práctica de la lógica se encuentra muy extendida,
y ha sido repetida por varios autores.2
1 M. Camposeco Cadena. Lógica parlamentaria. Propuesta para una teoría. México: edición del autor, 1996, p. 13. La conclusión citada no proviene de él, sino que la tomó de Elí de Gortari. C. Miaja de Peña, en su obra intitulada Lógica, del 2001 (editorial Pax México), p. 28, repite casi textualmente el pasaje sin citar su fuente. 2 Afirma Elí de Gortari, Lógica general. México: Grijalbo, 1965, p. 13: “las operaciones lógicas son operadas continuamente por todos los hombres y mujeres en su vida cotidiana, aún cuando no siempre tengan plena conciencia de ello [...] únicamente difieren de los que efectúan los científicos por el mayor rigor con que éstos los llevan a cabo”. Y luego compara este uso con el de la gramática, sólo que esto tiene sus límites, y “llega un momento en el cual resulta indispensable aplicarse expresamente al estudio de la gramática, para poder manejar con mayor eficacia el lenguaje hablado y escrito”. Pero creo que no
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Si lo anterior sucede en el ámbito legislativo, la presencia de la lógica parece ser
más amplia aún en el ámbito judicial, donde puede esperarse que los abogados y
los jueces formados en la filosofía del derecho sean capaces de aplicar los
conocimientos deductivos de la lógica que adquirieron durante sus cursos
universitarios, de tal manera que, en comunión los unos con los otros, logren
obtener sentencias justas y apegadas al derecho. Así, aplicando rigurosamente los
razonamientos fundados en el modus ponens y en el modus tollens o las diferentes
formas de silogismos dialécticos, les será posible llegar a resultados únicos e
inamovibles expresos en forma de sentencias.
Desgraciadamente no sucede así. La vida real en los juzgados es un duro mentís
a lo anterior. Ya me imagino al ministerio público valorando la validez de las
pruebas con base en la lógica como si se tratara de una actividad científica, o a los
legisladores debatiendo sin argumentos ad hominen, sin falacias ni sofismas, algo
digno de otro mundo, de un mundo divino y metafísico, pero no de la tan pedestre
e interesada tierra en la que nos encontramos.
Aquí los criterios, las acciones y los resultados siguen otra dinámica muy
diferente del razonamiento lógico. Debido a ello se ha procedido a adaptar la lógica
a las necesidades particulares de esa ciencia. De tal manera, los cursos de lógica
jurídica y algunos libros que los sustentan se orientan a la solución de problemas
concretos de carácter jurídico. Para explicar lo anterior voy a poner como ejemplo
el plan de estudios de 2004, de la facultad de derecho, donde existe una materia
optativa llamada “lógica jurídica” cuyo objetivo general es el siguiente:
Ubicará el derecho en el conjunto de las ciencias y de sus metodologías,
familiarizándose con la ciencia del derecho y sus metodologías.
Comprenderá el esquema lógico del pensamiento jurídico y aplicará sus
conocimientos al análisis ontológico del mismo.
La primera unidad de su temario se refiere a “La lógica de las ciencias” y ahí se
tratan temas como la demostración científica y los tres tipos de razonamiento:
demostrativo, probable y sofístico. Podemos suponer que al derecho corresponde
el razonamiento demostrativo. La unidad dos es una “Introducción a la lógica
moderna” siendo uno de los temas la aplicación de la lógica al derecho. Las tres
unidades siguientes, de la 3 a la 5, son de carácter teórico y se refieren a la
todos tienen esa necesidad, por lo menos Homero no tuvo necesidad de conocer esas leyes para expresarse con eficacia.
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aplicación de la lógica deductiva al derecho, aunque se refiere también a sus
límites; al silogismo judicial; a la argumentación y a la creación de normas
jurídicas. La unidad 7 se refiere a la interpretación jurídica. Las dos últimas
unidades son prácticas. La 7 se intitula “La aplicación del derecho”, donde uno de
los temas se refiere a “El uso de los recursos retóricos a las decisiones judiciales”.
La unidad 8 se refiere a la “Lógica Jurídica y Procedimiento Judicial”, en donde se
refiere a los argumentos correctos e incorrectos.
Finalmente habrá que señalar que, además de modificar el contenido de la
materia “Lógica jurídica” nutriéndola de temas que no pertenecen a la lógica
deductiva, sino a la retórica y a la argumentación, la bibliografía resulta muy
sugerente, pues se incluye la Retórica de Aristóteles, aunque probablemente sea
sólo para establecer las diferencias entre lógica y retórica, pero no los Primeros y
Segundos Analíticos, y las obras de Perelman, Toulmin, Atienza y Cárdenas Gracia,
pero no obras de lógica como la de Copi y Cohen.
El curso de lógica jurídica actualmente vigente en la UNAM parece demostrar
que la lógica moderna se ha expandido a campos que en su origen no le
pertenecían, y ha introducido notables cambios en particular relativos al problema
de la argumentación, de las pruebas., logrando así desarrollos importantes en
materia jurídica. Sin embargo, a mi juicio, se ha seguido un camino equivocado. La
orientación tanto en esa materia optativa como en el libro de Camposeco Cadena
se basa en la idea de que el derecho y la legislación son una ciencia. Además, las
muestras son ficticias, superficiales o endebles, pues en los hechos no tienen
ninguna utilidad práctica.
Lo anterior no es algo desconocido para los propios lógicos, por lo menos los
que cumplen con la regla de sinceridad. Para mostrar lo anterior, el último capítulo
de la Introducción a la lógica de Copi y Cohen intitulado “La lógica y el derecho” me
parece muy ilustrativo al respecto. Es un texto muy interesante por su apertura.
Los autores se dan perfectamente cuenta de que en el mundo de la jurisprudencia
el razonamiento no sigue a pie juntillas las enseñanzas de la lógica. Los autores del
libro consideran que, dentro del ámbito del derecho existen no sólo leyes positivas,
sino también leyes morales, pero ellos se centran en el derecho positivo. Observan
que las falacias, que en el discurso ordinario pueden considerarse errores, en
Derecho pueden convertirse en buenos argumentos -que es lo mismo que
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argumentos correctos-, pues se dan en condiciones especiales. Así sucede con la
apelación a la ignorancia o argumentum ad ingnorantiam, cuando la inocencia de
un acusado de cierto crimen se puede considerar establecida en ausencia de
pruebas definitivas en su contra (Copi y Cohen 2001: 599), o el argumentum ad
verecundiam, cuando un acto u omisión no está tipificado en la ley se recurre a las
decisiones por otros tribunales, o el argumentum ad hominem, cuando los jueces
deciden en qué testigos se debe confiar y en cuáles no, de modo que la discusión se
orienta a desacreditar al testigo, o la apelación a la piedad (argumentum ad
misericordiam) o las frecuentes amenazas en la ley (“Queda prohibido fumar”), que
se considera un argumentum ad baculum. En seguida, Copi y Cohen observan
(2001: 604) que “el razonamiento primario en derecho es inductivo”, pues primero
se deben determinar los hechos, sobre los cuales a menudo hay profundos
desacuerdos, y sólo después de determinar los hechos se pueden aplicar las reglas
legales. En este ámbito, las evidencias muchas veces son insuficientes, inadecuadas
o contradictorias, de manera que se deben someter a diferentes mecanismos para
decidir no lo que es verdad sino lo que es probable o verosímil en relación con el
establecimiento del hecho y la ley aplicable. El razonamiento deductivo contiene
premisas que son la regla y los hechos, y la conclusión, o sentencia del tribunal. Sin
embargo, las sentencias de los jueces son susceptibles de apelación ante un
tribunal de competencia superior, donde no se va a argumentar sobre los hechos
sino a la forma en que se han encontrado esos hechos o las reglas que se deben
aplicar. De tal manera que los jueces deben elegir entre alternativas en conflicto
que se pueden aplicar a un mismo hecho, y “la lógica por sí misma no puede hacer
la elección, pero se puede usar para defender la elección que se ha hecho (Copi y
Cohen 2001: 617), pero esto último también está sujeto a graves obstáculos. En
efecto, como señalan los autores: “La Corte no es un laboratorio científico que
explote recursos no humanos, sino un foro en el cual se involucra la voluntad de los
seres humanos” (Copi y Cohen 2001: 606). La lógica deductiva se ha reducido al
mínimo y se convierte en instrumento no para descubrir la verdad, sino para
motivar elecciones que no dependen de ella.
No queda entonces sino sustituir la lógica por otra ciencia o disciplina. Otros
estudiosos del derecho se han dado cuenta de que es necesario cambiar el rumbo,
introducir aprendizajes que tengan que ver, más que con axiomas, con problemas y
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aporías, tan propios del derecho, y que puedan resultar más útiles a los abogados
en su práctica cotidiana. Así, en su prólogo a la traducción española de Tópica y
jurisprudencia de Th. Viehweg García de Enterría afirmaba en 1964: “la ciencia
Jurídica ha sido siempre, es y no puede dejar de ser una ciencia de problemas
singulares, jamás reductible –frente a intentos ingenuos, siempre fallidos- al
esquema mental axiomático-deductivo expresado en las matemáticas” (p. 15).
Ante lo anterior, para resolver los grandes problemas y responder a las
necesidades prácticas que enfrentan los abogados en su tarea profesional, en la
Facultad de Derecho se ha creído necesario, modificar el plan de estudios de
licenciatura, introduciendo en octavo semestre una nueva materia, que es la
argumentación jurídica junto con la lógica jurídica. Se ha obtenido un gran éxito. La
argumentación está de moda.
El objetivo general de esta asignatura es:
Podrá plantear, analizar, comparar, construir y evaluar concretas situaciones fácticas,
argumentos y decisiones jurídicas, fortaleciendo ante todo la capacidad de análisis y
de razonamiento jurídico.
Contiene cinco unidades, la primera de las cuales es de carácter introductorio:
“Lenguaje Jurídico y Argumentación”, mientras en la segunda unidad se pasa revisión a
los diferentes tipos de argumentos: dialécticos, deductivos/no deductivos y otros,
aunque nunca aparecen los entimemas, lo cual indica que la orientación no es retórica.
La tercera unidad es una revisión panorámica de las diferentes teorías de la
argumentación jurídica. De Aristóteles y Cicerón se pasa a los teóricos modernos:
Theodor Viehweg, Chaïm Perelman, Stephen Toulmin, Neil MacCormick, Jürgen
Habermas y Robert Alexy. La unidad 4 trata sobre los ámbitos de la argumentación no
judicial, esto es, la legislativa y la administrativa, y la 5 sobre la “Argumentación
judicial” es más bien sobre interpretación.
En la bibliografía de la materia de Argumentación jurídica no se encuentran los
títulos de autores de la antigüedad clásica y sí en cambio el tratado de Lógica de
Copi y Cohen. En realidad, las asignaturas de lógica y argumentación jurídicas se
complementan; no existe una clara línea divisoria entre ambas.
Naturalmente, como se desprende del objetivos general y de los contenidos, esta
materia no enseña a elaborar argumentos y mucho menos se dice cómo componer
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un discurso. Se trata más bien de un estudio teórico de tipos de argumentos,
escuelas y problemas de interpretación.
Los manuales utilizados en la asignatura de Argumentación jurídica indican
claramente esa característica teórica orientada más al análisis, hermenéutica y
crítica de textos que a la elaboración práctica de textos argumentativos.
La argumentación, sin embargo, es una disciplina nueva, por más que el ser
humano siempre tenga necesidad de argumentar, de argüir. Para fortalecerla, los
estudiosos no han encontrado una ciencia prestigiada con quien vincularla, como
la lógica, y se ha relacionado con los Tópicos aristotélicos, los Tópicos de Cicerón y
con la Retórica aristotélica, pero no con la disciplina homónima repudiada por la
modernidad, pues sería una vergüenza mayúscula que la ciencia jurídica, derecho o
jurisprudencia termine siendo una hijastra de la vilipendiada retórica, esa técnica
del engaño como la había concebido John Locke y en general todos los filósofos de
la modernidad. Por fortuna para los abogados no se trata de la disciplina que forma
abogados; sino de la ciencia filosófica cuyo objeto es teorizar sobre lo persuasivo.
Aristóteles no fue maestro de abogados, como sí lo fueron los sofistas y los
maestros de retórica. Pero incluso la Retórica de Aristóteles ha fungido más como
referente que como antecedente. Para ello observemos algunos ejemplos.
Theodor Viehweg introdujo el problema de la argumentación en su Topica y
Jurisprudencia y para ello encontró base más o menos sólidas de su teoría en los
dos tratados llamados Tópicos, uno de Aristóteles; el otro de Cicerón, como ya
hemos señalado. Viehweg tiene claro que existen dos campos del conocimiento
claramente distintos, a partir de Aristóteles (pp. 38-42). Uno es el de lo apodíctico
lo cual tiene que ver con la verdad y es objeto de estudio de los filósofos; otro es el
de lo dialéctico, lo cual tiene que ver con lo opinable y es una tarea de los retóricos
y sofistas. Los tópicos pertenecen a lo dialéctico, no a lo apodíctico. Se trata de un
método para formar silogismos opinables pero correctos sobre cualquier
problema, para atacar o defender. Pero Aristóteles se refiere claramente a la
dialéctica, entendida como arte de disputar en el diálogo. Viehweg no lo dice, pero
nos parece que los argumentos apodícticos son propios de la lógica, que es la
disciplina u órgano de las ciencias; en cambio, los Tópicos o dialéctica son el arte o
tekhnê del diálogo. Sin embargo, tanto los argumentos apodícticos como los
dialécticos –prosigue Viehweg en su descripción de los Tópicos- no se diferencian
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desde el punto de vista formal, y en ambos casos las conclusiones son formalmente
correctas, diferenciándose sólo por la naturaleza de las premisas, pues en el caso
de lo apodíctico son ciertas y en el caso de lo dialéctico son proposiciones que
parecen verdaderas a todos los hombres, a la mayoría de ellos, o a todos los sabios
o a la mayoría.
Es claro entonces que la argumentación jurídica de Viehweg pertenece a la
dialéctica, no a la lógica y mucho menos a la retórica. Pero habrá que observar que
esta técnica no es del argumentar, sino del descubrir argumentos, de encontrarlos.
Viehweg se apoyó también en los Tópicos de Cicerón, pero esta obra no es una
presentación de la obra homónima aristotélica, sino la aplicación práctica de la
teoría de descubrir argumentos a los asuntos legales, judiciales. Son pues
instrucciones de los lugares o tópicos jurídicos. Y aquí se acerca a la retórica, pero
no enteramente, pues la retórica va mucho más allá de la simple tarea de encontrar
argumentos. La tópica ni siquiera es parte de la retórica, como afirman tanto
Viehweg como Atienza, sino parte de la dialéctica, que es la disciplina del diálogo y
de cómo formular preguntas correctas. A la retórica poco le importan preguntas
correctas; lo que busca es que los abogados aprendan a defender o a acusar.
Entre dialéctica y retórica hay un vínculo: ambas tratan de argumentos
correctos. También es cierto que entre dialéctica y retórica hay un vínculo: las
premisas mayores son opiniones compartidas, verosímiles, opiniones en las que
están de acuerdo todos o la mayor parte. Las premisas son las leyes y lo pueden ser
también los estereotipos, las creencias que se expresan mediante dichos o
sentencias, etcétera. En ello se parecen, pero nada más en ello.
Atienza ha señalado la ingenuidad de los postulados de Viehweg y su
alejamiento de la actividad práctica, lo cual me parece certero, pero no por error
de Viehweg, sino porque simplemente ésa es la función de una tópica cualquiera:
encontrar argumentos en casos problemáticos. Esa es sólo una primera fase de una
argumentación y un primer aspecto de la teoría de la argumentación en general.
Siguiendo con nuestra idea de demostrar que la retórica en general y la retórica
en particular han sido sólo referentes pero no antecedentes de las teorías
contemporáneas de la argumentación, veamos a Chaim Perelman, quien, en su
Tratado de la argumentación. La nueva retórica, se refiere específicamente a la
citada obra y a los Tópicos de Aristóteles como sus fuentes primarias. También
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como Viehweg, distingue dos campos: uno es el del razonamiento lógico-deductivo,
propio de las ciencias y de la filosofía analítica y otro es el dialéctico, propio de los
valores, la deliberación, la discusión. Perelman se aboca a estudiar específicamente
las pruebas que Aristóteles denomina dialécticas, que examina en los Tópicos y
cuya utilización muestra en la Retórica (Perelman 1958: 6). Pero en seguida hace
una extraña afirmación:
“esta recuperación de la terminología de Aristóteles habría justificado la
aproximación de la argumentación con la dialéctica, concebida por
Aristóteles mismo como el arte de razonar a partir de opiniones
generalmente aceptadas. Pero algunas razones nos han incitado a preferir su
aproximación con la retórica” (ibid.).
La primera razón es que hacer este retorno a Aristóteles conllevaba el riesgo de
confusión, pues la dialéctica ha servido durante siglos a designar la lógica misma y
desde Hegel su sentido se ha alejado pro completo de su sentido original. La
segunda razón es la forma en que se ha asumido ambas disciplinas. La dialéctica se
ha considerado como un razonamiento paralelo al analítico, pero trata de lo
verosímil en lugar de tratar de proposiciones necesarias. Sin embargo, no se ha
sacado provecho de esta relación con las opiniones. En cambio, en todas las teorías
antiguas sobre la retórica es esencial la idea de adhesión y de las mentes a las que
se dirige un discurso. Y para Perelman es en función de un auditorio que se
desarrolla toda argumentación, y esto último se da sólo en la retórica, no en la
dialéctica (Perelman 1958: 7).
De tal manera, y tomando lo dicho por Perelman a la letra, su teoría de la
argumentación es una dialéctica a la que se le agrega el auditorio. Ello demuestra
que el Tratado de la argumentación es una teoría de los tópicos, de la dialéctica. El
desarrollo del libro lo confirma, sobre todo la parte central relativa a la
clasificación de los argumentos, dentro de los cuales sobresalen los cuasilógicos,
que son los argumentos correspondientes a los de la lógica. En cambio, no se aboca
a tratar sobre los argumentos propios de la retórica que son los entimemas.
Pero además de ello, afirma Perelman, su Tratado de la argumentación por un
lado desborda en ciertas partes los límites de la retórica y por otro deja de lados
aspectos propios de ella: “nuestras preocupaciones –afirma- son más las de un
lógico deseoso de comprender el mecanismo del pensamiento que el de un
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maestro de retórica preocupado por formar expertos” en el arte de la palabra
(Perelman 1958: 8). Perelman se preocupa de la estructura, no de la forma en que
se presenta la argumentación. Su ojo es el del teórico. No le interesa cómo
argumentar, lo cual era una de las tareas de la retórica.
No es necesario insistir en que Viehweg y Perelman son más bien dialécticos y
no retóricos. Lo mismo sucede con los demás autores de la argumentación jurídica.
Hemos observado hasta aquí tres cuestiones:
a. En un principio, la lógica, que fija su atención a las diversas formas del
razonamiento científico y no al razonamiento en sí, se aplicó al razonamiento
jurídico considerado como una ciencia. Sin embargo, muchos problemas
quedan fuera del alcance de las obras de lógica , además de la deformación de
los problemas relativos a la práctica del profesional en derecho.
b. Debido a esa incompatibilidad, los estudiosos del razonamiento jurídico se
vieron en la necesidad de ampliar la lógica a un campo que no es propiamente
el suyo, convirtiéndola entonces en una lógica de las ciencias humanas. Se
considera hasta hoy que la lógica aplicada puede y debe abarcar también los
problemas no relativos a la ciencia. Sin embargo, esa adecuación de la lógica no
ha resuelto los problemas, pues los principios y métodos que animan a la lógica
no se corresponden con la actividad propiamente jurídica. Pertenecen a campos
diferentes.
c. Frente a lo anterior, se inventó una nueva disciplina que podía hacerse cargo del
razonamiento jurídico: la argumentación. Con la crisis del criterio de verdad en
el ámbito de los valores, se considera ya que el derecho es sobre todo
argumentación (Atienza, Cárdenas Gracia 2005: 1). Si pensamos que los
decretos del Congreso, los acuerdos, las sentencias y los contratos de cualquier
especie se dan mediante la argumentación, entonces esa afirmación es cierta. En
efecto, en las cámaras legislativas no se razona con los fundamentos de la
lógica formal, sino con argumentos prácticos, dúctiles e incluso retorcidos,
como son las falacias. Ya lo hemos visto en una obra de lógica, la de Copi y
Cohen. Libre ya del corsé de la verdad y del concepto de lex dura lex, se ha
entrado realmente en otro campo, el de la argumentación. Así parecía que se
había llegado realmente a una solución pertinente a los problemas que no
lograba resolver la lógica en sentido estricto ni la lógica aplicada a las ciencias
humanas. Se ha ido, pues, de la lógica a la argumentación. 11
d. Sin embargo, hemos visto que la argumentación unde sus raíces en la dialéctica
que junto con la lógica forma parte del órganon aristotélico: ambas fijan su
atención en la estructura de la argumentación no en el cómo esta se lleva a
cabo. La argumentación sigue siendo una actividad teórica sin aplicación
práctica. Los teóricos de la argumentación no enseñan al futuro profesionista en
derecho cómo se argumenta de manera eficaz; como se persuade a un juez en
un juicio oral; cómo el legislador puede elaborar leyes; cómo los futuros jueces
deben dar dictámenes o sentencias. De tal manera, la argumentación no es el
camino que presente una verdadera solución a los problemas del razonamiento
jurídico. Dejémos a la lógica que cumpla con su importante función de
instrumento de la ciencia. No obliguemos a la argumentación dialéctica a
desarrollar tareas que no le competen.
Desde sus orígenes, antes de Aristóteles –como éste mismo lo atestigua- expertos
litigantes como Córax y Tisias, políticos excepcionales como el filósofo Empédocles
y maestros de política como Gorgias inventaron el arte de pleitear en los
tribunales, de debatir en la tribuna y de embelezar al público en las grandes
congregaciones festivas. La retórica fue en la Grecia y Roma antiguas el modelo de
enseñanza por excelencia de la educación superior durante cerca de mil años. Los
abogados se formaban en ella, la igual que políticos y literatos. Demóstenes y
Cicerón, los mayores litigantes de la antigüedad fueron discípulos y maestros en el
arte de litigar. Los maestros en su conjunto crearon un enorme cuerpo de nociones
teórico-prácticas para que los abogados aprendieran a elaborar discursos
persuasivos, con recomendaciones no sólo de qué decir oralmente o por escrito,
sino también cuándo hablar y cuándo callarse, cómo ser claros, correctos y
elegantes en la expresión de las ideas, cómo refutar. La teoría retórica va mucho
más allá de la argumentación, fundada en conocimientos teóricos y prácticos: de la
historia, de la psicología, de la literatura, del lenguaje...
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La argumentación que se expone en los manuales no es la argumentación retórica,
sino el razonamiento dialéctico, en el sentido aristotélico, pero -como en seguida
veremos- ese razonamiento no es propio del discurso jurídico sino del filosófico.
Para entender lo anterior tenemos que acudir al propio Aristóteles. Existen dos
tipos de razonamientos. Por un lado, los necesarios y universales; por el otro, los
contingentes y particulares. Los primeros, llamados apodícticos o analíticos son
propios de la ciencia o episteme; consisten en que el paso de premisas verdaderas
a una conclusión verdadera. Los segundos caen en el reino de lo plausible, no
necesario, opinable, de aquello que puede ser de otra manera. Así, en los procesos
judiciales se aborda lo que puede ser de otra manera, lo que no es único ni
incontrovertible. Estos razonamientos se desdoblan en dos: los dialécticos y los
retóricos. Los primeros tienen que ver con el razonamiento probable o razonable, y
su finalidad es el conocimiento. Sus elementos son los silogismos dialécticos y su
campo de aplicación es el conocimiento sobre asuntos que pueden ser de otra
manera. Los elementos de la retórica son los entimemas, los ejemplos y los
dilemas. De esta manera son tres los tipos de argumentos:
a. Dialécticos
b. Retóricos
c. Analíticos o lógicos
De los primeros trata Aristóteles en Los topicos y Las Refutaciones sofísticas; de los
segundos, en la Retórica; de los últimos, en los Primeros analíticos. Los dos
primeros dos se basan en lo verosímil, y dan lugar al razonamiento práctico, sólo
que uno se desarrolla en el discurso y el otro en el diálogo. Los últimos constituyen
el razonamiento apodíctico.
El gran problema es que los estudiosos de la argumentación jurídica se han
orientado no a la retórica sino a la dialéctica, que maneja silogismos, cuyo fin es el
conocimiento plausible y que se muestra en el diálogo filosófico. En cambio, la
argumentación retórica tiene como propósito la producción del crédito del sujeto
en el destinatario, y como uno de sus efectos, la persuasión para que el juez, el
ciudadano o el público den una opinión favorable.
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De lo anterior también podemos observar que Los tópicos de Aristóteles pueden
considerarse como la dialéctica aristotélica, cuyo fin no es persuadir a nadie, ni
argumentar para obtener un juicio, sino como lograr deducciones y definiciones
plausibles mediante un proceso de confirmación y refutación. Así, aplicar Los
tópicos a la retórica no tiene sentido, y ello sucede en particupar con la Topica
jurídica de Viehweg. Para la retórica se deben aplicar los mecanismos retóricos,
aquellos que permiten hacer que el destinatario de un fallo favorable. Los
razonamientos dialécticos no tienen este fin: su propósito es el conocimiento en
cuestiones de valor, dimensión donde se encuetran las disciplinas humanísticas y
sociales, entre las cuales se cuentan la política y el derecho.
Sin embargo, el razonamiento retórico es sólo una de las estrategias de la
comunicación eficaz. Quien piense que los juicios se resuelven mediante
argumentos retóricos, tiene un panorama reducido; quien mediante dialécticos,
vive en una utopía. Para desgracia del ser humano, el razonamiento retórico, el
más pedestre de los tres, predomina en el campo de los juicios de valor, pero a ello
se suman estrategias que van más allá del razonamiento, hasta llegar incluso al
empleo de símbolos visuales y mecanismos poco ortodoxos como el soborno, la
amenaza, las promesas y mil y un cosas más. La retórica jurídica estudia los
mecanismos diversos de carácter verbal y paraverbal que otorgan crédito al
hablante, para que los destinatarios desidan a su favor.
A la retórica no le compete reformar el sistema político ni el sistema judicial. Las
deficiencias que puedan tener no son responsabilidad suya: ella se adapta a las
condiciones en que se desarrolla, pues su ductibilidad es un carácter inherente. En
un régien autoritario, la retórica actúa mediante actos de habla imperativos de
enorme poder de coacción; en las sociedades abiertas, despliega su poder en la
interacción comunicativa.
En cuanto a las primeras cuestiones, en efecto, bien se sabe que, con demasiada
frecuencia, los argumentos poco cuentan o tienen poca incidencia en los acuerdos
y demás decisiones. Por ejemplo, el dinero, las influencias, las amenazas de muerte,
la responsabilidad política intervienen en esas decisiones. Pero no nos referimos a
estos elementos harto conocidos, sino a otros mecanismos de persuasión, que
parecen desconocer los expertos en argumentación jurídica. En efecto, Aristóteles 14
señalaba que no sólo se persuade mediante el razonamiento sobre los hechos o
sobre la ley, sino también mediante la creación de pasiones en el destinatario y
sobre todo mediante las cualidades o defectos propios de las personas. En cierto
sentido, esta última dimensión se trata de una ampliación y de la entronización del
argumentum ad hominem, que se convierte en la columna vertebral del sistema. Se
trata de una ampliación, porque no sólo se trata de ver el crédito de la persona,
sino su actitud o comportamiento adecuado o inadecuado al contexto y a los
destinatarios que pueden ser los jueces, los ciudadanos o grupos más o menos
amplios de personas.
A los razonamientos sobre los hechos les llamaremos propiamente
argumentación. En cambio, a los razonamientos o exposiciones sobre las personas
los llamaremos medios de persuasión éticos y a los relativos a las emociones,
medios de persuasión patéticos.
Los argumentos propiamente dichos tienen una incidencia secundaria en la
resolución de un litigio, en un debate en la cámara o en la lucha electoral. Esto es
así y no puede ser de otra manera, aunque deónticamente podamos tener esas
ideas en nuestras cabezas. Y si ello es así, entonces la argumentación propiamente
dicha tiene un papel secundario. El elemento central en los procesos judiciales es
ese manojo de ideas que uno se hace de las personas que pueden ser adecuadas o
no al contexto y a la idiosincracia de los destinatarios, sean estos jueces o
ciudadanos.
Podemos poner varios ejemplos recientes.
1. La Jornada, 3 de febrero de 2013:
PSOE exige dimisión del presidente Rajoy por escándalo de corrupción.
Creen que no está capacitado para sacar a España de la crisis tras perder su
credibilidad.
[...] Los socialistas creen que Rajoy no está capacitado para sacar a España de la
crisis tras perder su credibilidad a raíz de la publicación en los medios de una
supuesta contabilidad B del gobernante Partido Popular durante años en la que
figura entre otros el nombre del presidente.
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Los adversarios de Mariano Rajoy no argumentan acerca de la culpabilidad de éste, sino
que la dan por hecho. Lo importante es el crédito, la confianza, que en griego se dice
pistis y en latín fides. La pistis se traduce con frecuencia como prueba o medio de
persuasión, pues en efecto, la confianza es el medio por excelencia del convencimiento.
Según Aristóteles, las fuentes de la credibilidad es ese haz de cualidades que
fundamentan la honestidad (epieíkeia) de la persona: los valores éticos como la
prudencia... la familia, la edad, la trayectoria, los hechos. Por esto último, el presidente
español perdió ese requisito indispensable para mantenerse en el poder. Perder la
confianza es el argumento suficiente. Naturalmente, también aquí hay argumentación,
pero no sobre el hecho (la corrupción) sino sobre el comportamiento de la persona. Tal
vez se piense que éste es un artilugio retórico, pero el principio es muy firme.
II. Tres formas de razonamiento.
III. La argumentación más alla de la retórica.
Existe la argumentación retórica, que aborda los razonamientos que permiten
probar o mostrar algo. Pero no toda argumentación es retórica; también existe la
argumentación dialéctica, la filosófica y la argumentación como disciplina general
que estudia los elementos del razonamiento y sus interdependencias. Toulmin
desarrolló esta última como parte de la lógica. Para cumplir con funciones
prácticas, ésta última se adecúa como lógica informal.
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