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    De las independencias a los estados republicanos (1810-50). Uruguay (*) por Ana Ribeiro

    ResumenEl proceso que culmin con la independencia del actual Uruguay se vivi en dos etapas. En la primera (1811-1820), los revolucionarios se enfrentaron a espaoles y criollos leales a las autoridades ibricas; a los portugueses que invadieron el territorio y a los grupos centralistas y unitarios de la revolucin iniciada en mayo de 1810 en Buenos Aires. En la segunda (1825-1830) el levantamiento que lo pro-tagoniz se present como heredero del primero, y busc sustraerse de la expansin platina del imperio luso-brasileo. Una fuerte intervencin balcanizadora inglesa se sum, conformndose un nuevo estado-nacin de forma republicana.Las dos primeras dcadas del mismo pusieron a prueba su viabilidad y dieron nacimiento a los partidos polticos (an hoy existentes), los que fueron factores de enfrentamiento y solo tardamente admitidos como funcionales a la democracia que caracterizara a Uruguay en el siglo XX.

    1. Balance historiogrfico soBre el tema independencia

    La historiografa uruguaya nace profundamente enlazada con la argen-tina, que desde las plumas de Mitre y Sarmiento fustig al caudillo Jos Artigas (1811-20) por la porfa autonomista con que abri el camino hacia la independencia, fracturando la unidad platense. En 1895, declarando la

    La direccin de esta revista adhiere a la celebracin del bicentenario del proceso de emancipacin oriental (1811 - 2011). Por tal motivo desea hacer llegar a los lectores el siguiente ensayo de la prestigiosa historiadora Ana Ribeiro.

    (*) Articulo editado en De las independencias iberoamericanas a los estados nacio-nales (1810-1850) 200 aos de historia, eds. Ivana Frasquet y Andrea Slemmian, coleccin Estudios AHILA (Asociacin de Historiadores Latinoamericanistas Europeos), Vervuert, 2009).

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    ruptura con lo espaol como parte del nacimiento del Uruguay en su funcin de algodn entre cristales, Francisco Bauz titul su obra Historia de la dominacin espaola en el Uruguay. La Historia as iniciada girara, al madurar, en torno a tres temas: Artigas, la Nacin y los Partidos Polticos1; uno como pretrito pater fundador y los otros como contemporneos.

    Artigas, aunque aspiraba a la federacin con las otras provincias, mol-de el contorno nacional con su derrota y su teora del ni (ni espaoles, ni portugueses, ni porteos). En su Alegato histrico del ao 1933, Eduardo Acevedo lo libr de todos los errores que le sealaba Mitre, catapultn-dolo como el hroe que todo relato de los orgenes requiere. El proceso historiogrfico seguido fue sintetizado por Pivel Devoto en De la leyenda negra al culto artiguista, en el ao 1950, ao apotesico del centenario de la muerte de Artigas en Paraguay, de la oficializacin del retrato que le hiciera Juan Manuel Blanes y de la alabanza a su esclavo Alsina como ejemplo de lealtad.

    La Nacin, surgida de la Cruzada Libertadora de los Treinta y Tres Orientales, que complet el ciclo independentista, tuvo entre sus figuras ms destacadas (Fructuoso Rivera, Juan Antonio Lavalleja, Manuel Oribe) liderazgos enfrentados, de los cuales surgen las divisas, luego convertidas en partidos. Contar la historia de los partidos se convirti en sinnimo de contar la Historia del pas, ya en 1920 con el Proceso histrico del Uru-guay, de Alberto Zum Felde; pero lo fue sobre todo a partir de La Historia de los partidos polticos en el Uruguay, de J. E. Pivel Devoto (1942).

    En el relato de la Nacin los elementos simblicos y heroicos del Uruguay como comunidad imaginada, forjada por movimientos libertarios parido-res de mundos nuevos, se ubicaron en un lugar de idealidad, procurando que los partidos no contaminasen el relato de la gesta independentista con sus debates guerreros en el XIX, electorales en el XX. La retroproyeccin de los logros de modernidad poltica del siglo XX y sus principios liberales hacia el relato de los orgenes, hizo que fuese difcil distinguir las voces de los actores histricos, de la de sus historiadores y hagigrafos. Ese meta relato cumpli una funcin unificante de la diversidad del Uruguay de principios del siglo XX, caldero fundente de la numerosa inmigracin europea que lo distanci de la tez latinoamericana y le otorg el sueo de ser la Suiza de Amrica.

    En la dcada del 60 irrumpi el revisionismo, tomando distancia de la historia de cuo positivista, que si bien haba iniciado una musestica y una labor documental que seguira avanzando dejaba lugar a la deman-da de otros elementos. Fueron estos la pradera, la frontera y el puerto2, como elementos de larga duracin; el hroe como un conducido, ms que

    1 Cfr. Ribeiro, 1991; Ribeiro, 1994.

    2 Reyes Abadie, W., Melogo, T. Bruschera, Banda Oriental: pradera, frontera, puerto, Ed. O. Banda Oriental, Montevideo 1966.

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    como un conductor3; las continuidades con el perodo colonial a travs de la revisin de la leyenda negra anti-espaola y los vnculos con la regin en claves de fuerzas centrfugas y centrpetas4. Ciertas ideas inherentes al relato de la Nacin subsistieron a la tarea de revisin (la unanimidad de los orientales en los levantamientos de 1811 y 1825; la virtud moral del hroe) y coexistieron con el crecimiento de teoras de cuo marxista que lean el pasado en trminos de teora de la dependencia, resaltando en Artigas la condicin de caudillo agrario5.

    El parntesis representado por la dictadura (1973-1985) acentu el aspecto de bronce del relato escolar y liceal de la Nacin, pero los centros de estudios sociales emprendieron una tarea de superacin de s mismos, enriquecida por un contacto acadmico con el exterior que tuvo valor de apertura y preparacin para la etapa posdictadura. Los temas surgidos a partir del 85 se centraron casi exclusivamente en la historia del siglo XX, el que era interrogado para explicar la irrupcin del autoritarismo en el Uruguay democrtico. El siglo XIX quedaba en un segundo plano.

    A nivel de divulgacin popular, en un pas afecto a leer su Historia, la asuncin de la condicin latinoamericana (que vino de la mano de la conciencia de quiebre del proyecto de excepcionalidad y europeizacin) provoc que el gaucho, el indio y el negro se convirtieran, en un relato anunciado como revisionista pero igualmente de la Nacin, en las tropas ideales del artiguismo, orillando la condicin (que no tuvo) de revolucin indigenista o negra.

    La historiografa uruguaya ms reciente, desde los libros mayores de Barrn y Nahum, hasta los trabajos de historiadores ms jvenes (G. Caetano, J. Rilla, A. Frega, C. Demasi, A. Bentancour6), ha luchado por sustraerse tanto al relato de la Nacin como a su revisin en clave tnica. Se debe a s misma, an, ahondar en la historia regional quebrando lo que C. Real de Aza llam tendencia anticonectiva; profundizar el anlisis del relacionamiento de las elites con los sectores populares, de las conti-

    3 Reclamo y frase acuada por J. P. Barrn, autor, junto a B. Nahum de Bases eco-nmicas de la revolucin artiguista, Ed. Banda Oriental, 1964; y argumento de A. Beraza, El pueblo reunido y armado, Ed. Banda Oriental,1967.

    4 Temas trabajados por los equipos conformados por W.Reyes Abadie (Ciclo arti-guista con T. Melogno y O. Bruschera, Universidad de la Repblica, 1968; Crnica general del Uruguay con A. Vzquez Romero, Ed. Banda Oriental, 1979-1985 y tambin por A. Methol Ferr en El Uruguay como problema, Ed. Banda Oriental, 1967.

    5 J. Rodrguez, L. Sala, N. de la Torre, Artigas, tierra y revolucin, Arca, 1967; La revolucin agraria artiguista, Ed. Pueblos Unidos, 1969.

    6 Cabe mencionar, entre otros, Caetano, G., Rilla, J., Historia contempornea del Uruguay. De la Colonia al Mercosur, Montevideo, Fin de siglo, 3 ed., 2006; Frega, A. Pue-blos y soberana en la revolucin artiguista, Banda Oriental, 2007; Demasi,C. La lucha por el pasado, Trilce, 2004; A. Bentancur-F. Aparicio, Amos y esclavos en el Ro de la Plata, Planeta 2006.

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    nuidades, de los pliegues de la revolucin social, de la integracin social e ideolgica de los realistas y del constructo de la figura del hroe.

    2. crisis monrquica y su repercusin en el plata

    Montevideo es la capital ms austral de Amrica del Sur, lejana a consi-derar en el momento de entender cmo se conform el orden colonial en la Banda Oriental. Colonia del Sacramento (1680) y Montevideo (1723-30) fueron ciudades fundadas por la necesidad espaola de frenar el avance portugus en la zona, y por eso gobernadas por comandantes militares. La Banda Oriental del ro Uruguay, como unidad territorial, integr primero la gobernacin y luego el Virreinato del Ro de la Plata, a su fundacin en 1776. Dos aos ms tarde Montevideo fue uno de los 24 puertos habilitados por la Pragmtica de Libre Comercio, adems de ser puerto nico para la in-troduccin de esclavos en el virreinato. Todo lo cual, sumado a su condicin de apostadero naval, determin una fuerte presencia militar y comercial espaola en la ciudad. La ambicin portuguesa sobre un territorio vecino que esperaban reclamar por el principio del utis possidetis, y la rivalidad pero tambin complementariedad comercial respecto al puerto de Buenos Aires, fueron los factores geopolticos sobre la ciudad y su territorio.

    En este, como en todas las colonias espaolas, se aplic el sistema es-tatal patrimonial, en el que la lealtad suprema era la lealtad al Rey7, y la Patria una entidad constituida por el rey y el pueblo unidos, en la que el Rey tena ms derecho que el Padre a los bienes de sus hijos, por la alta representacin que tienen los Reyes de Dioses de la Tierra, al decir de un cabildante montevideano. Smbolos y ceremoniales encarnaban al soberano ausente: el paseo del estandarte real, la presencia del Virrey, la investidura de los cargos de cabildantes.

    La primera fisura se produjo en 1806, cuando los ingleses invadieron primero Buenos Aires y luego Montevideo, en la que permanecieron por espacio de siete meses. Si bien la ciudad fue premiada por su lealtad y rol de reconquistadora de Buenos Aires, los ataques contra una monarqua que se revelara dbil haban comenzado. Tambin el contacto con teoras polticas diferentes y con las ventajas del libre comercio, as como la com-probacin de que podan ejercerse poderes locales de forma autnoma: el Cabildo montevideano detent poderes extraordinarios a la hora de las urgencias; a la vez que la junta de guerra portea destituy al mismsimo Virrey, acusado de inoperancia y cobarda.

    Dos aos ms tarde las noticias de la invasin napolenica a la pennsula desencadenaron la creacin de juntas en Amrica. En el caso de Monte-video el movimiento juntista fue de afirmacin espaolista, motivado en la desconfianza que el virrey Liniers gener por ser francs (nacionalidad

    7 Mnguez-Chust, 2004, 17.

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    antes aliada de la corona y ahora invasora), en una Montevideo cuyo gober-nador era Elo, un nacionalista espaol a ultranza. Liniers desde Buenos Aires destituy a Elo, y Montevideo se neg a acatar. Por nueve meses la Junta de Montevideo actu en nombre del rey, pero de manera autnoma en relacin a Espaa y Buenos Aires.

    Si bien acat nuevamente la autoridad virreinal cuando esta logr restablecerse, la Junta Montevideana de 1808 dej inaugurado el cuestio-namiento a la legitimidad de las autoridades representativas de la corona. Un cuadro de descaecimiento fue llegando al Plata a travs de las noticias provenientes de Espaa: El Reino dividido en tantos Gobiernos cuantas son sus Provincias: las locas pretensiones de cada una de ellas a la Sobe-rana, el desorden que en todas se observa, y la ruina que les prepara el Ejrcito Francs.8

    El movimiento que desembocara en las independencias nacionales ame-ricanas surgira del seno de los defensores de la independencia espaola, puesta en peligro por la ocupacin napolenica, en 1810, cuando se instal en Buenos Aires la Junta de Mayo, en nombre de Fernando VII, pero ne-gando reconocimiento al Consejo de Regencia. Fue considerada, a la luz de hechos posteriores, la Junta madre de la revolucin emancipadora en el sur del continente. Las milicias populares voluntarias, formadas en Buenos Aires para repeler a los invasores ingleses en 1807 9, seran uno de sus sostenes.

    Frente a los hechos, la Banda Oriental se dividi: Montevideo jur al Consejo, mientras la campaa obedeci a la Junta bonaerense. La princesa espaola Carlota Joaquina, casada con el rey portugus que huyendo de Napolen se haba instalado en Ro con toda su corte, se proclam protectora de las tierras de su hermano Fernando VII, sumando otra legitimidad alter-nativa al ya complicado escenario platense. Las Leyes de Indias prevean la prctica de la soberana popular, pero cuando los criollos se reunieron para votar y formaron milicias que se saltearon ciertas normas jerrquicas del ejrcito peninsular, esa participacin era algo realmente nuevo. Como en los primeros momentos, tanto los Juntistas como los leales al Consejo, invocaban el nombre del rey, la denunciada como mscara de Fernando VII arranc esta queja al gobernador de Charcas: a pesar de nuestra constante fidelidad [n]os han tenido envueltos en el execrable concepto de insubordinados y rebeldes.10 Probablemente, la principal consecuencia de la crisis monrquica en el Plata, fue ese desfibramiento de la centralidad y legitimidad monrquica, principio del fin del sistema colonial, en el que

    8 AGI, Buenos Aires 155, Expediente Pueyrredn, 1809.

    9 Cfr. Di Meglio, 2007, pp. 137 a 158.

    10 AGI, 1810, Diversos, Archivo de Abascal, Legajo 1, 1810, Ramo 1, n 2, caja 2, carpeta 4, n 427.

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    cada grupo de poder nuevo reclam ser el orden y encarnar la ley. La Junta portea ajustici a Liniers, quien, paradojalmente, lav su nombre de la inculpacin de afrancesado defendiendo con su vida los derechos del Rey. Montevideo se abroquel en la defensa del monarca, convertida en bastin de los leales y sede del Virreinato, pues Elo (investido Virrey por la Junta de Cdiz) se radic en ella, dado que Buenos Aires estaba en manos de la Junta. Mientras, la campaa de la Banda Oriental y cientos de emigrados montevideanos, se constituan con Jos Artigas en un pueblo reunido y armado que, tambin al principio en nombre del amado Fernando VII, daba inicio a un proceso revolucionario singular.

    3. de Banda oriental a estado oriental del uruguay (1810-1850)

    Artigas y sus tropas, con apoyo de Buenos Aires, sitiaron a Montevideo en 1811. Aislado por mar y tierra, Elo solicit ayuda a Portugal, que rpidamente envi tropas que ocuparon el territorio oriental. Luego de unos meses la situacin de enfrentamiento llev a pactar un armisticio, necesario especialmente a la Junta portea, que deba atender tambin el foco espaolista del Alto Per. Los seguidores de Artigas se negaron al desarme que tal armisticio requera y se reunieron en Asambleas deli-berativas, reclamando la proteccin que entendan le deba la Junta. No obtener esa ayuda los hizo considerarse acfalos, un Pueblo sin cabeza, que entonces pudo constituirse y se constituy; ellos escribi el propio Artigas se creyeron un Pueblo libre, con la soberana consiguiente, unos hombres que abandonados a s solos se forman y renen por s. Era un acto de soberana inalienable que hizo de Patria, el santo y sea de la revolucin.

    Las Asambleas Orientales decidieron abandonar el territorio y conservar las armas, marchando hacia el litoral argentino, episodio que con reminis-cencias bblicas la Historia Nacional bautizara ms tarde como xodo. Fue el comienzo del mandato poltico de Artigas, que fue creciendo hasta opacar el mandato militar que le entregara la Junta de Mayo, con la cual entrara en contradiccin y finalmente en abierto enfrentamiento. Si bien el movimiento continu subordinado a Buenos Aires, Artigas se constituy en cabeza de una entidad que pronto reclam el estatuto de provincia y ms tarde form una unidad mayor, la Liga Federal que reuni a la Banda Oriental, Santa Fe, Entre Ros, Misiones, Corrientes y Crdoba.

    Las premisas para el funcionamiento de la Liga Federal estuvieron esbozadas en las Instrucciones que en el ao 1813 Artigas le entreg a los diputados orientales que concurran al Congreso General Constituyente de las Provincias platenses, que deba fijar forma de gobierno. Los diputados deban bregar por la (con)federacin (en un uso indistinto y confuso del trmino, que impregn la poca), la repblica con separacin de poderes,

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    el asentamiento de la capital necesariamente fuera de Buenos Aires y la habilitacin de otros puertos, amn del bonaerense. La Liga, fuera de la letra, fue una sumatoria de pactos logrados por Artigas, que ligaban a las provincias a su mando, bajo la instruccin de que la soberana particular de los pueblos ser precisamente declarada y ostentada, como objeto nico de nuestra revolucin11.

    La Liga logr imponerse a Buenos Aires y a Montevideo en 1815, ao en que Artigas control por nica vez todo su sistema. Este tuvo centro geogrfico en su Cuartel General de Purificacin, portuario en Montevideo y poltico en el propio Artigas. Se estructur en torno a las ideas de las Instrucciones (ms ampliamente esbozadas en un proyecto de Constitu-cin que no lleg a cuajar) y a un proyecto agrario que busc recuperar la productividad del campo, a la par que premiaba y castigaba a seguido-res y enemigos, otorgndoles o quitndoles tierras. Los beneficiarios del sistema eran los ms infelices (los negros y zambos libres, los indios y los criollos pobres, las viudas pobres con hijos, los casados antes que los solteros, los americanos antes que los extranjeros); las provincias, los puertos que no fueran Buenos Aires. Los enemigos: los emigrados, ma-los Europeos y peores Americanos, desertores y homicidas, los poderes monrquicos, los poderes concentrados en Buenos Aires como capital. Los males: destruccin de recursos ganaderos, vagancia, ausentismo de la tie-rra, los poderes militares impuestos por la fuerza. Las formas y poderes institucionales propuestos: la repblica, la (con)federacin, las garantas de la ley, la separacin de los poderes.

    Frente a la radicalizacin de estas posturas federales teidas de igua-litarismo social (de las que Artigas era la cabeza ms visible, pero que se replicaban en diversos caudillos en las Provincias), las autoridades bonae-renses se inclinaron, o bien hacia la idea de un sistema monrquico con un prncipe europeo a la cabeza, o bien hacia el incasmo: una monarqua que, sin comprometer el predominio criollo alcanzado, condenara el expolio espaol al continente (expresando as la idea de ruptura con la Metrpoli), llevando al poder a un prncipe del derrotado imperio incaico.

    El enfrentamiento de las fuerzas federales con Buenos Aires se bifurc entre 1817-20: mientras que el federalismo jaqueaba a la Capital, Artigas fue derrotado por los portugueses en la provincia oriental, lo cual le vali la prdida de liderazgo en las Provincias, a manos de los caudillos federales E. Lpez y F. Ramrez. En 1820 Artigas desapareca de la escena poltica rioplatense.

    Montevideo recibi entonces con beneplcito a las tropas del general Lecor y la provincia fue incorporada al Imperio portugus por el Congreso Cisplatino, en 1821. Pas a tener un estatuto diferencial, por el cual sera gobernada por sus propios funcionarios, leyes y costumbres, administrando

    11 AA, IX, 249.

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    sus rentas estatales y preservando su lengua. Hubo un repunte econmico y una oleada civilizatoria.

    Mientras, en la pennsula ibrica se vivan las revoluciones liberales, cuyos avatares requirieron el retorno del rey Juan a Lisboa, lo cual llev en poco tiempo a la escisin de Brasil, que se constituy Imperio, con el heredero al trono portugus convertido en Pedro I. Tal circunstancia dividi a las fuerzas lusitanas que ocupaban la Cisplatina en partidarios del Rey Juan o partidarios del Brasil independiente. Se impuso el grupo partidario de unirse a Brasil, pero el conflicto alent un primer intento de resistencia protagonizado en 1823 por los miembros de la Logia Los Caballeros Orientales, partidarios de volver a la unin con Buenos Aires. Al no contar con el apoyo de la campaa el movimiento fracas, no pa-sando de ser una fronda en torno a los intereses de grupos comerciales y exportadores de Montevideo, pero denot la existencia de un sentimiento ya bastante extendido de resistencia al portugus.

    El mismo estuvo lo suficientemente maduro en el ao 25. En ese ao se combin el sentimiento diferencial de lo oriental-hispano en contraposicin a lo lusitano12, con los intereses comerciales y polticos de Buenos Aires (que apoy la operacin) y con el liderazgo de viejos lugartenientes artiguistas, que volvieron a desplegar los colores blanco, azul y rojo de la revolucin, en momentos en que no casualmente, la derrota de Ayacucho haba desatado una oleada continental de entusiasmo republicano.

    Los luego identificados como Treinta y Tres Orientales, bajo el liderazgo de J. A. Lavalleja, iniciaron una lucha que se prolong desde 1825 hasta 1828. El movimiento declar rritos, nulos, disueltos y sin ningn valor para siempre, todos los actos de incorporacin, reconocimientos, aclamacio-nes y juramentos arrancados a los pueblos de la Provincia Oriental, por la violencia de la fuerza. Por lo cual, reasuman ser de hecho y de derecho libre e independiente del Rey de Portugal, del Emperador del Brasil, y

    12 El testimonio de Thomas Samuel Hood, cnsul britnico en Montevideo enu-merando los partidos polticos existentes entre los orientales en 1825, daba cuenta de realistas, patriotas, imperialistas e indiferentes. Los realistas eran un partido formado mayoritariamente por viejos espaoles que vean extinguir su causa. Los patriotas eran criollos pobres, la mayora de ellos son partidarios de Artigas y sus oficiales, cuyo sistema es la total independencia de todos los otros pases, una destruccin o divisin de posiciones y propiedades y la igualdad sobre la base de hacer a todos igualmente pobres. Por ser de ndole haragana, licenciosa y vagabunda estn apegados a una vida militar y hablan muy alto de libertad e independencia de aquella autoridad que no sea la que voluntariamente concede a jefes militares, quienes generalmente son elegidos por la valenta o el crimen. Los patriotas que habitan las ciudades han abandonado la idea de constituir un estado independiente y soberano en un pas cuya poblacin es tan poca y sus rentas pblicas, tan insignificantes () y se inclinan a unirse a la federacin de Buenos Aires. Los imperialistas eran colonos portugueses, soldados, comerciantes o ganaderos de Brasil. Los indiferentes a quien gobierna, con tal que el gobierno sea bueno, son de todas las clases. Incluso haba unos pocos ansiosos ahora por una ocupacin britnica (Barrios Pintos, 1968, 61-64).

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    de cualquiera otro del universo y con amplio y pleno poder para darse las formas que en uso y ejercicio de su soberana estime convenientes. Esa forma era volver a pertenecer a las Provincias Unidas.

    Reiterando el esquema territorial de 1811, Montevideo volvi a ser si-tiada por la campaa, y detrs de un grupo y de otro volvieron a alinearse Brasil y las Provincias Unidas.

    En 1828, luego de cuatro aos de lucha, el territorio fue reconocido como independiente por medio de la Convencin Preliminar de Paz, firmada por los pases vecinos y litigantes, sin participacin de los dirigentes orienta-les que haban sostenido la rebelin. Dos artculos, el que dejaba abierta la navegacin del ro Uruguay y sus afluentes (gran conquista comercial inglesa, que fue la mediadora del conflicto)13 y el que indeterminaba los lmites, afectaban la esencia del control territorial del nuevo estado. Debilidades del recin nacido que hacan prever disturbios, que de dar-se ameritaran la intervencin de Brasil y las Provincias Unidas. Ese auxilio se brindara hasta cinco aos despus de jurada la Constitucin. Pasado ese perentorio plazo, se llegara al estado de perfecta y absoluta independencia.

    La soberana, des-sacralizada a travs de las dos etapas del proceso revolucionario, concentr las otrora potestades del soberano en la primera constitucin del nuevo estado. Ella deba proveer normas y legitimaciones, siendo legtima en s misma: el ideal constitucionalista naca as con el pas. La Constitucin de 1830 lo nomin Estado Oriental del Uruguay, lo defini como la asociacin poltica de todos los ciudadanos comprendidos en sus nueve departamentos y declar que la soberana resida en la na-cin. La forma de gobierno era la repblica.

    El pas tena escasos 74.000 habitantes, su frontera terrestre con Brasil mal definida, sufra superposicin monetaria y un agotamiento productivo derivado del estado de guerra vivido. Pese a esto, su condicin geopoltica de frtil pradera y de puerto natural del sistema platino, le haca ver como un enclave prometedor a los ojos de Inglaterra y an de los estados ve-cinos, que pronto demostraran no creer en la independencia alcanzada.

    Las primeras presidencias recayeron en dos generales: Fructuoso Ri-vera y Manuel Oribe. Con modalidades diferentes, ambos encarnaron el modelo de caudillo de mandato altamente personal, pese al ya sealado ideal constitucionalista que privaba en el imaginario oriental. La legiti-midad poltica de ambos (y la de J. A. Lavalleja, que en este perodo fue declinando importancia) provena de las victorias de la independencia que haban protagonizado.

    13 La Europa no consentir jams que slo dos Estados, el Brasil y la Repblica Argentina, sean dueos exclusivos de las costas orientales de la Amrica del Sur, desde ms all del Ecuador hasta el Cabo de Hornos, dijo Lord Ponsomby, en nombre de Inglaterra (Acevedo, Anales, 1933, I, 311).

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    Apenas pasado el lmite temporal durante el cual el pas estuvo bajo observacin, el conflicto estall: en 1839 Rivera oblig a su sucesor Oribe a resignar el cargo de presidente, el cual fue retomado por Rivera. La disputa, que comenz en clave de apetencias personales de poder, fue agregando elementos que desembocaran en la conformacin de bandos o divisas que luego devendran en partidos. La gnesis se realiz sumando a las divisas (grupos de simpata y/o dependencia personal del caudillo), elementos de madurez poltico-partidaria (principios de gobierno, estruc-turas organizativas, autoridades, disciplina, un panten de mrtires de la causa, la idea de comunidad histrica y sus correspondientes sentimientos de pertenencia).

    La mancomunidad de los orientales con el mundo poltico rioplatense era muy alta, dado lo reciente del desgajamiento del pas respecto al anti-guo virreinato, por lo cual, rpidamente, el partido colorado que gener F. Rivera, y el blanco que fund M. Oribe, se vincularon con el clivaje unitario y federal argentino, respectivamente. Cuando en 1843 las tropas del depuesto Oribe reingresaron en son de guerra al pas, respaldadas por el ejrcito del federal Juan Manuel de Rosas, Montevideo se dividi en dos, territorializndose los partidos en un Gobierno blanco ubicado en el Cerrito, y un gobierno colorado ubicado en la parte antigua de la ciudad, llamado de la Defensa (en la que se refugiaron los unitarios argentinos que huan de la capital bonaerense dominada por Rosas). Los blancos sitiaron a los colorados, mientras la guerra civil se converta en guerra regional. Los partidos (que entonces no se saba pero estaban llamados a perdurar hasta el presente), nacieron en paralelo al ya sealado ideal constitucionalista, y junto con el pas.

    El apoyo del luchador liberal G. Garibaldi y de las flotas de Francia e Inglaterra (con intereses mercantes en mantener abiertos los ros que Rosas en su afn de reconstruccin del hinterland del antiguo virreinato les negaba navegar, por considerarlos ros interiores), convirtieron al conflicto en internacional. La Guerra Grande, se extendi de 1839 a 1851.

    El conflicto lleg a su fin cuando, al desgaste que produjo, se sum el abandono de la escena por parte de ingleses y franceses, lo cual dej la dilucidacin del conflicto en manos de un nuevo liderazgo dentro del partido federal (el de Justo Jos de Urquiza) y de la intervencin brasi-lea, que sumaron fuerzas a los colorados-unitarios y a varios blancos que abandonaron las filas de Oribe. Se lleg a un acuerdo en 1851, con un ni vencidos ni vencedores que devolvi la paz al Uruguay, mientras las tropas conjuntadas derrotaban poco despus a Rosas, en la batalla de Monte Caseros.

    Pese a ser severamente cuestionada y expuesta en su debilidad a lo largo de toda la guerra, la independencia del Uruguay logr sobrevivir al conflicto. Los partidos a los que a partir de 1851 se intent infructuosa-mente borrar, por considerrselos un mal que conspiraba contra la unidad del pas, demostraran ser funcionales al estado. Lo hicieron cuando el

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    estado se fortaleci lo suficiente como para dominar su territorio y afian-zar una repblica democrtica que garantizara la representatividad de las minoras y la alternancia en el poder. Esa tarea culmin recin en las primeras dcadas del siglo XX.

    4. los camBios ms importantes del perodo

    El primer cambio que la revolucin produjo respecto al pasado colonial fue producto de la movilizacin patritica de los pueblos en representacin del rey ausente. Esa participacin resemantiz la palabra pueblo, indicando el descenso de la soberana a destinatarios que se iran perfilando a lo largo de un camino de creciente participacin popular e igualacin social.

    Artigas, nombrado por la primera asamblea Jefe de los Orientales, identific la fuente de su mandato como el voto sagrado de vuestra vo-luntad general. Esa soberana delegada retrotraa al comn si estaba reunido (mi autoridad emana de vosotros, y ella cesa por vuestra presencia soberana), para que la ejercieran de forma directa (vosotros estis en el pleno goce de vuestros derechos). El comn era un vecindario en armas. El sbdito-vecino, categora heredada del perodo colonial, era habitante de un centro poblado (vecindad), que estaba relacionado jerrquicamente con el conjunto de la monarqua espaola, entendida como una asociacin de reinos y pueblos con privilegios diversos y especficos. En la sociedad as entendida los vnculos se heredaban, organizados en grupos de pertenencia en los que haba derechos y deberes recprocos, desiguales y jerrquicos. La revolucin convirti al sbdito-vecino en vecino en armas, lo cual potenci el ejercicio poltico que la corona les permita a los criollos (formar parte del Cabildo) para tratar los asuntos de bien pblico o de repblica, y los llev a discutir y encarnar la representacin de la soberana.

    El colectivo de orientales en armas junto a Artigas busc las seguridades del contrato, exigiendo la confederacin con el resto de las provincias y la plena libertad que ha adquirido como provincia compuesta de pueblos libres, como condicin para supeditarse a la constitucin que resultase del Congreso de las Provincias. La Provincia delegaba en el Gobierno Su-premo solamente los negocios generales del estado. La constitucin que del Congreso emanara deba asegurar la forma de gobierno republicana, con observancia de la divisin de poderes. La voz que hasta ese momento haba definido la repblica como forma de gobierno y/o la rex publicae, se imant paulatinamente de representatividad e ingres en un camino de sinonimia con entidad soberana.

    Por otra parte, ratificado en el proyecto de Constitucin artiguista del mismo ao, el concepto de soberana pas de manos del rey a la provincia, entendida como fragmento de un todo anterior al que seguan ligados, pero bajo otro mandato y frmula: El pueblo de esta Provincia tiene l solo derecho y exclusivo de gobernarse l mismo como un Estado libre Soberano e Independiente: y desde ahora en adelante ejercitar y gober-

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    nar todo poder, Jurisdiccin y derecho que no es, o no puede ser en lo sucesivo delegado expresamente por l, a las Provincias Unidas juntas en Congreso.14 El pueblo oriental era a la vez soberano (de s) y sbdito (de las Provincias Unidas), a las que contribua a crear como autoridad, con su acto de delegacin de poderes.

    Ese desgajamiento de la soberana caus horror en los leales o rea-listas, tanto en Buenos Aires como en los portugueses. Nicols Herrera, montevideano leal, relat: Por todas partes, y hasta en los lugares ms cortos, solo se hablaba de Legislacin, de Constitucin, Congreso y Sobera-na. Se condola de la participacin afirmando: El dogma de la igualdad agita a la multitud contra todo gobierno, y ha establecido una guerra entre el pobre y el rico, el amo, y el Seor, el que manda y el que obedece. La religin podra contener este torrente que se desata, pero sus Ministros, mezclados en los diversos bandos, y apellidando unos contra otros todos los santos, y sagrados nombres de la Divinidad, han hecho vano aquel fuerte y saludable influjo que tantas veces ha sostenido los tronos, y apagado las discordias civiles. No dudaba que la Amrica no puede gobernarse por s misma, le falta edad y madurez; y jams estar tranquila mientras no tenga al frente una persona que imponga a los Pueblos por la Majestad del Trono15. Los portugueses denostaron a un bando sin rey, sin religin y sin otra ley que la barbarie.16 Ese fue, precisamente, el segundo gran cambio: la irrupcin de facciones y bandos, como parte de la vida poltica a la que nacan.

    El tercer cambio de envergadura se registr en las formas polticas. Cuando en 1828 el Uruguay naci como pas, la soberana definitivamente sustrada de manos reales pas a residir en la Nacin. La Constitucin del 30 estableci que el Estado Oriental del Uruguay era la asociacin po-ltica de todos los ciudadanos comprendidos en sus nueve departamentos y sus autoridades seran elegidas democrticamente a travs del voto. Al vecino lo sustituy un nuevo sujeto de derecho: el ciudadano, definido con criterios censitarios. La Carta Magna estableci el sufragio masculino para mayores de 18 aos, negando la ciudadana a los analfabetos, los solda-dos de lnea, los sirvientes a sueldo, los peones jornaleros y los deudores morosos del fisco.

    La forma de gobierno era la repblica, con un Poder Legislativo compues-to de dos Cmaras, la de Senadores y la de Diputados; los diputados eran elegidos por voto directo mientras los senadores (uno por departamento) eran designados por electores. El Poder Ejecutivo estaba ejercido por el presidente de la Repblica, electo por el voto de ambas Cmaras legislati-

    14 AA, XVIII, 291.

    15 AA, XXX, 23.

    16 AA,XXXI, 43.

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    vas reunidas en Asamblea General; duraba cuatro aos en funciones y no poda ser reelecto inmediatamente. El Poder Judicial era independiente de estos dos poderes nombrados y estaba regido por la Alta Corte de Justicia. Las autoridades departamentales eran un Jefe Poltico nombrado por el Ejecutivo y una Junta Econmica Administrativa electa por voto directo.

    Derechos nuevos acompaaban a la naciente repblica: libertad de vien-tres (no era abolida la esclavitud pero nadie ms naca esclavo); igualdad de los hombres ante la ley (lo cual destrua las diferencias de nacimiento y los privilegios corporativos); libertad de trabajo y de pensamiento. El presidencialismo (resultante de la facultad del presidente para nombrar a todos sus ministros y sus jefes polticos, amn de sus funciones ejecutivas referentes a la guerra y la paz, orden interno y aplicacin de las leyes) se combin con la forma de voto (oral y pblico) y dio como resultado una suerte de monopolio del poder que dificult la renovacin que el sistema republicano pareca garantir. Esto, sumado al impedimento a que los mili-tares (entre ellos los gestores del proceso independentista) formaran parte de las Cmaras, hizo de la Constitucin un texto referente y altamente invocado, a la vez que mltiples veces violado.17

    El nuevo estado oriental, producto de las luchas de un primer movi-miento federal (el artiguista) y de un segundo (Treinta y Tres) heredero de aquel, se constituy, empero, bajo forma unitaria. La macrocefalia monte-videana, presente ya en aquellos aos de bajsima densidad demogrfica, hizo que las instituciones estatales tuviesen su centro en la capital-puerto. Paradojalmente, la federacin, reclamo vertebral del artiguismo, sera la forma poltica que adoptaran las Provincias Unidas.

    El cuarto cambio se dio con la aparicin de los caudillos. El proceso revolucionario en el Plata fue propio de una modernidad de ruptura cuya legitimidad se bas en la participacin ciudadana y en la cual los cambios operados destruyeron las redes institucionales y los poderes del sistema colonial con mayor rapidez que la demostrada por los nuevos poderes para reconstruir esos ligamentos sociales y polticos18. En esa bisagra adquiri forma el poder de los caudillos.

    En el caso de Uruguay, los caudillos de dimensin nacional fueron Artigas, Lavalleja, Rivera y Oribe, vertebradores de la poltica desde 1810 hasta 1857. Poderes personalizados, capaces de armar y direccionar

    17 Manuel Herrera y Obes lo expres con desencanto: El mal de nuestra constitu-cin actual est en que no se cumple: en que es una mentira en la prctica; en que ella es impotente para luchar con nuestras tendencias indomables a la desorganizacin; en que nadie la acepta sino para cobijar sus malas pasiones; en que los hbitos de nuestra tradi-cin revolucionaria son ms fuertes que los ms sanos preceptos de orden y de disciplina: en que las preocupaciones y las pasiones selvticas hacen la base de nuestras costumbres: en una palabra, en que no estamos preparados para la existencia poltica que nos hemos dado. (Pivel Devoto, Ranieri, 1945, 59).

    18 Guerra,1992, pp. 181 a 194.

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    ejrcitos populares; que ofrecieron proteccin (incluso en el tema clave de la tenencia de la tierra) y encarnaron leyes, que nuevas o viejas, ellos legitimaron, con un sentido patrimonial del estado. El apasionamiento que se les endilg como elemento nefasto para la vida poltica, fue contrarres-tado por las ideas o principios, en cuyo nombre se alzaron los doctores (hombres de letras, leyes y/o periodismo). La oposicin caudillos-doctores (modalidades de poder), atraves a blancos y colorados (divisas-partidos), generando diversas alianzas que pautaron el sangriento siglo XIX uru-guayo.

    Otros cambios de envergadura se registraron en el ejrcito. Durante la colonia el ejrcito se bas en la tradicin jerrquica, las milicias organizadas para la defensa del rey y sus territorios y un neto predominio de la marina. Rasgos que la revolucin anul o resignific, como lo hizo con el cuerpo de veteranos formado para actuar en la frontera lusitana como soldados represores del contrabando y organizadores del proceso de poblamiento de esa frontera: los Blandengues19. De ese cuerpo proceda Artigas.

    Mientras en Buenos Aires las milicias formadas para repeler a los in-gleses se convirtieron en el elemento que incorpor a los criollos, anul la condicin de nobleza para acceder a la oficialidad y termin siendo uno de los pilares del movimiento juntista20, en la Banda Oriental la experiencia bifurc aguas. En Montevideo la alta participacin popular en las milicias, registrada durante las invasiones inglesas, fue rpidamente canalizada por las autoridades adeptas a la Corona. La fuerte presencia de la marina, derivada del Apostadero Naval, fue siempre una explicacin de la lealtad montevideana (dada entonces por sus actores y luego por la historiografa). Pero entre los seguidores de la revolucin artiguista, el proceso de forma-cin de milicias direccion a estas hacia la condicin de pueblo reunido y armado en un ejrcito nuevo. Los negros y pardos, por ejemplo, fueron manumitidos individualmente por la revolucin artiguista en atencin a servicios brindados a la Patria; la Cruzada de los Treinta y Tres abog por la libertad de vientres, pero la abolicin de la esclavitud lleg recin en la dcada del 40, en plena Guerra Grande y el seno de los dos partidos, por sendos decretos que incorporaron a los liberados a las armas.

    Si bien el ejrcito nuevo otorg toda la gama de rangos (de soldado a general), desde la legitimacin endgena de la revolucin (la palabra caudillo nace de acuacin espaola, precisamente para desdear ese poder-otro), no debe olvidarse que la situacin de dependencia respecto al ejrcito argentino en ambos perodos de la revolucin implic mejoras y aprendizajes. Otro tanto signific la experiencia de supeditacin o inte-gracin al ejrcito portugus, veterano en las guerras napolenicas.

    19 Rodrguez-Dellepiane, 1997.

    20 Di Meglio, 2007, pp. 156-7.

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    Con las primeras presidencias se cre la Guardia, enrolando a todos los ciudadanos no eximidos, entre 17 y 50 aos, para suplir las ausencias dejadas al licenciar cientos de veteranos de las guerras de independencia. Pronto se vieron convertidos en soldados de la Guerra Grande, durante la cual una nueva experiencia de aprendizaje se repiti respecto a los argentinos, franceses, ingleses y los combatientes garibaldinos presentes en el conflicto. Hacia 1850 el ejrcito adoleca de recursos materiales para defender al estado, pero estaba lejos de ser el ejrcito nuevo. A pesar de la incorporacin de los blancos a filas oficiales, con olvido de las diferencias pasadas, dispuesto por la Paz del 8 de octubre de 1851, el ejrcito uruguayo fue progresivamente identificando sus tropas con los colores del partido que ms largamente detentara el poder: el colorado. Su ltimo cambio lo protagoniz a partir de 1876, cuando se impuso a los caudillos y fue arte y parte de la primera etapa de modernizacin del pas.

    En la esfera jurdica las transformaciones se acompasaron a las regis-tradas en el rea poltica. Al sistema colonial, asimilista y casustico, en el que un gran aparato burocrtico se complementaba con normas con-suetudinarias, le sigui el hbrido generado en la revolucin. Pese a que sta se revel urgida por cambiar poderes y normas de representatividad soberana, la existencia cotidiana qued en manos del viejo derecho de gentes espaol, que sobrevivi por mucho al poder que lo impuso en Am-rica. Las constituciones surgidas en el perodo buscaron crear un cuerpo de leyes, con diferentes y encontrados resultados. La revolucin artiguista esboz una constitucin que registraba principios polticos organizativos ya expuestos en las Instrucciones de 1813. Lo hizo en el mismo ao y sin llegar a ser refrendada. Simultneamente, dentro de los muros de Mon-tevideo, los leales juraban la Constitucin de Cdiz. Fue un modelo de liberalidad (sufragio universal indirecto, soberana nacional, divisin de poderes, igualdad ante la ley, formacin de una Milicia Nacional), ms all del derrotero del poder espaol21. La Cruzada del ao 25 no eludi su influencia en el impulso juridicista que diferenci a este movimiento de aquel del ao 11. La Constitucin del 30, a su vez, recogi varios de estos principios, amalgamndolos con las corrientes constitucionalistas francesa y norteamericana. Las severas condiciones requeridas para cambiar la Carta magna del 30 (unanimidad en tres legislaturas seguidas) impuso al nuevo pas su forma y contenidos hasta el ao 1919. El poder electoral, de enorme desarrollo en al Constitucin de Cdiz, recin recibira adecuada atencin en Uruguay cuando el pas brindara un lugar a las minoras y

    21 Seala Julio Snchez : constituyendo as la sociedad oriental la nica del Ro de la Plata en que estuvo vigente durante ms tiempo que en la pennsula por otra par-te, ya que la derogacin que aqu se produjo en mayo de 1814 no lleg a consumarse en Montevideo. (Snchez, 2009, 100).

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    estructurara su representacin, durante su segunda fase de modernizacin, realizada a partir de 1903.

    La economa, por su parte, tuvo variaciones que en ocasiones fueron inversamente proporcionales al desorden poltico-militar. En la baja colonia se aprovechaba la riqueza de carnes a nivel local y regional (mediante un proceso que hizo del saladero la primera industria), mientras los cueros, sebo, astas, huesos, crines y, a partir de la dcada del 40, la lana, tenan mayor demanda desde el exterior del continente. En poca colonial el mo-nopolio y su sistema de flotas y galeones primero, de navos de registro luego, gener un abundante contrabando. La pragmtica de Libre Comercio de 1778 aument el volumen del comercio en los puertos de Buenos Aires y Montevideo22, que trabajaban en relacin de rivalidad complementaria en una urdimbre de negocios23, uno de los cuales favoreci especialmente a Montevideo como puerto nico: el trfico negrero. Montevideo contaba adems con la condicin de puerto de trnsito que vinculaba la zona del Pacfico con el Atlntico, ruta de plata y bienes preciosos.

    La presencia inglesa comenz temprano en la zona, pero se materializ a partir de 1806 como producto del bloqueo napolenico. Convencidos del potencial de la cuenca platina y de las misteriosas y remotas zonas de Mato Grosso y Paraguay, presionaron los ros con sus mercaderas y sus prdicas de libertades econmicas y polticas. La revolucin de 1810 las hizo suyas, transformando la libertad comercial y de exportacin de metales en la divisa del juntismo bonaerense, mientras Artigas oscil entre esas libertades y un proteccionismo de cuo americanista para la produccin artesanal. Lo de fuera pero necesario pagaba menos, lo competitivo con la Liga Federal pagaba ms. Estimul la venta libre de cueros, rubro que lo vincul a los ingleses, porque las urgencias militares le hicieron canjear cueros por fusiles. Cuando tuvo el control de Montevideo combati la cen-tralidad portuaria de Buenos Aires, pero tambin abog por eclipsar el podero de un Montevideo que siempre supo adverso, no devolvindoles el Consulado de Comercio que Buenos Aires les haba anulado y habilitando los puertos de Colonia y Maldonado como alternativos. Diversas medidas dejaron ver su preocupacin por el agotamiento productivo que la guerra significaba, sin que las circunstancias permitieran su efectiva implemen-tacin (Gobierno Econmico, Reglamento de Tierras de 1815).

    La dominacin portuguesa fue recibida por el comercio con el beneplcito que da la paz a los negocios. Lecor revitaliz el Consulado de Comercio y construy una demandada farola en una isla de la entrada al puerto (al

    22 El fin del monopolio del comercio exterior represent una considerable mejora, pero los efectos combinados de las reformas borbnicas y pombalina, y la ulterior decadencia de la autoridad espaola y portuguesa, haban dado ya a Amrica Latina, antes de lograr la Independencia, muchas de las ventajas del libre comercio (Bulmer-Thomas, 1994, 42).

    23 Bentancur, 1996-99.

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    alto precio de territorios limtrofes). La disconformidad apareci cuando las tasas de aduana se elevaron tanto que los barcos europeos prefirieron recalar en Buenos Aires, donde los impuestos eran ms bajos. Los ingleses reconocieron la independencia argentina y firmaron un Tratado de Amis-tad y Comercio en 1825, que sum ventajas al puerto bonaerense. Todos ellos, factores que formaron parte del conjunto de razones que provocaron el levantamiento de 1825.

    Cuando el pas alcanz la independencia la situacin econmica era pauprrima, tras el paso de varios ejrcitos por su campaa; con escasa poblacin, ganadera y saladeros afectados, balanza comercial desfavorable, proliferacin de monedas de los pases actuantes (coronas espaolas, mo-nedas inglesas, de las Provincias, de Brasil) e indefinicin de la propiedad de la tierra (explotada con mtodos extensivos), en la que se superponan ttulos otorgados por diversos poderes, con la de meros ocupantes. Pero las ventajas de la independencia (libre comercio y acceso a los mercados internacionales de capital, que a largo plazo crearon oportunidades para avances econmicos diversos) comenzaron a sentirse ya durante las pri-meras presidencias: el comercio con barcos negreros persisti, pese a la normativa que lo prohiba; la recuperacin del stock ganadero fue rpida y tras de s acarre la de los saladeros y la venta de cueros, a lo que sum nuevamente la condicin de puerto de trnsito (hacia los ros interiores de la cuenca, pues la conexin con el Pacfico se perdi).

    Oribe, luego de la muy desordenada gestin de Rivera (una deuda de 2.200.000 y ms pesos abruma con su enorme peso al tesoro pblico), pudo jactarse :Nuestras rentas nos bastan. Haba emitido bonos del tesoro, gra-vado con impuestos las propiedades races de empleados civiles y militares, reducido el nmero de oficiales militares y organizado la deuda pblica24. Se formaliz el relacionamiento comercial con Espaa en 1835 (que sigui alimentando a sus soldados y a los esclavos cubanos con el tasajo oriental, correntino y santafecino, que sala del puerto de Montevideo) y con Fran-cia al ao siguiente. Cerdea e Inglaterra lo haran ya en plena Guerra Grande. Comenz por entonces la cra de ovinos (que protagonizara una verdadera revolucin productiva a partir de los aos 70).

    Sin ms planes estatales que la Villa Cosmpolis (en la falda del Ce-rro) que proyectara Fructuoso Rivera, la emigracin continu leudando la poblacin a ritmo sostenido, con el impulso de iniciativas privadas. No obstante, siquiera esa migracin, que se volc a la agricultura, logr paliar el dficit de produccin de alimentos, que fue siempre el fuerte de las im-portaciones, junto con las telas, papeles y maderas. Cuando la guerra de los farrapos (1835-45) mengu la productividad riograndense de carnes, los comerciantes montevideanos ganaron un espacio en el mercado brasileo, que demandaba tasajo para sus esclavos.

    24 Pivel Devoto, 1945, 97-98.

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    Durante la Guerra Grande los bloqueos afectaron a los puertos platenses indistintamente. Desde armas hasta sombreros fueron comercializados por franceses e ingleses, abanderados del industrialismo, en contra del proteccionismo rosista, que actuaba en nombre del federalismo americano pero con un comportamiento econmico unitario25 que favoreca al puerto de Buenos Aires en relacin a los provinciales. El crecimiento de la poblacin montevideana durante el sitio aument la demanda de productos, por lo cual a Montevideo le era vital que los europeos mantuvieran bloqueado a Buenos Aires, pues viva de los beneficios de Aduana. Los lleg a comercia-lizar por adelantado: en 1843 se form la Sociedad Compradora de Derechos de Aduana, ante la cual el gobierno enajen hasta la mitad de las rentas del ao siguiente; lo hizo hasta que el bloqueo franco-ingls de Buenos Aires concentr todo el comercio del Plata en Montevideo26. Rosas, por su parte, autoriz el corso contra la navegacin extranjera, situacin que fue revertida cuando la flota anglo-francesa venci en la Vuelta de Obligado, y remontaron las mercaderas hasta el misterioso Paraguay.

    Al finalizar la Guerra, en 1850, Uruguay qued desprotegido frente a la influencia poltica del Brasil que destrab el conflicto, y por ende a sus intereses econmicos, pero ratificado en su condicin de pas independiente y abierto al comercio europeo 27. Esos mercados fueron los que le requirie-ron, a partir de 1870, una modernizacin del campo que dejara atrs la edad del cuero y enmarcara la produccin crnica.

    5. continuidades

    La continuidad ms llamativa es la de lo espaol. Presente en las leyes con la fuerza de lo consuetudinario, pali el vaco jurdico generado al caer el orden colonial. Mantenido por las corrientes migratorias, que si bien sumaron identidades nuevas al sustrato canario-espaol de la colonia, tambin lo reforzaron. La permanencia de los vnculos comerciales con Espaa coadyuvaron a eso.

    En el plano simblico, sin embargo, se registr a lo largo del siglo XIX una ruptura que fue convirtiendo lo colonial en parte de la leyenda ne-gra espaola, en oposicin a la Nacin, predestinada a nacer. Lo espaol

    25 En juicio de J. Pivel Devoto, Rosas no poda pretender el encierro del Paraguay respecto al trfico europeo, ni an frente a las provincias interiores, tampoco tena Buenos Aires el derecho a imponerles el pesado tributo de su monopolio portuario y de su discre-cionalidad internacional (Pivel Devoto, 1945, 145).

    26 Pivel Devoto, 1945, 125.

    27 Las estadsticas del perodo muestran que hacia 1850 el elevado nivel de comercio registrado por Uruguay, gran parte como reexportaciones de Argentina y Brasil, le daba la cifra de exportaciones per cpita ms alta de todo el continente: 54.9 (10.3 Argentina, 5.0 Brasil).(Bulmer-Thomas, 1998, 53).

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    se asimil a un mundo que deba morir, en la misma lnea argumental inglesa, que hizo de lo hispano sinnimo de primitivismo y atraso, en contrasentido de una lnea de progreso de la cual Inglaterra se senta abanderada y vanguardia.

    La iglesia (tan ligada a lo espaol) tiene que ser contemplada a la hora de preguntarse por el destino de algunos elementos que en el resto de Amrica marcaron continuidad, como el diezmo y los tributos. En la Banda Oriental la iglesia fue de comienzo tardo y estuvo desprovista de sede episcopal, la cual llegara recin en 1878. Su pequeez y alto grado de dependencia respecto a la iglesia de Buenos Aires dej varias decisiones eclesisticas en mano de autoridades civiles y militares, por la institucin del patronato. La ausencia de un obispo residente y su correspondiente labor de impulso a la evangelizacin misional, sumado al nivel de caza-pesca-recoleccin del grueso de los indgenas que poblaban la Banda, hizo que el oriental fuera un territorio sin indgenas dedicados a labores agrcolas ni mineras, sin mita ni tributos.

    Las parroquias (de ciudades, pueblos o villas) fueron las organizacio-nes eclesisticas ms importantes, cada una con una vasta zona rural a su cargo. Fueron escasas en nmero, al igual que los curatos y el clero existente. Las rdenes religiosas presentes fueron los jesuitas, capuchinos y franciscanos; no hubo rdenes femeninas.

    El juez eclesistico, delegado del obispo bonaerense, se encargaba de los juicios testamentarios, mientras los diezmos estaban en manos del cabildo de Montevideo. En instancias judiciales actuaba el juzgado de rentas de diezmos, que era una rama del juzgado de Real Hacienda, cuyo juez poda ser un eclesistico y cuyas sentencias podan apelarse en Buenos Aires28. Existi el Tribunal del Santo Oficio o de la Inquisicin, oficiando el comisa-rio como inquisidor. La revolucin artiguista lo suprimi en 1813. La gestin para solicitar sede de obispado (que form parte de la mentada rivalidad montevideana con Buenos Aires), fue interrumpida por la revolucin y se perdi en trmites formales en medio de tiempos turbulentos. Artigas proclam la libertad civil y religiosa en toda su extensin imaginable, refirindose a libertad de cultos segn algunos autores o a la independencia eclesistica frente a Buenos Aires, segn otros. Los diputados y secretarios artiguistas fueron, en su mayora, sacerdotes.

    Cuando en 1824 la Provincia Cisplatina jur la constitucin brasilea (Cisplatina que naci bajo la promesa de respetar el culto, idioma y costum-bres del pas), los orientales elevaron al emperador una peticin contraria a la libertad de cultos. Siguiendo esa lnea, al consagrarse la independencia, la religin catlica fue religin de estado por la constitucin del 30, que no abon en detalles sobre la libertad de cultos, postergando un debate que ya entonces estaba insinuado. El estado uruguayo sera tempranamente

    28 Villegas, 1994, 138 a 147.

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    laico, al suprimir esto en su segunda constitucin, en 1917. En 1842 el Tratado de amistad, comercio y navegacin firmado con Gran Bretaa in-cluy el permiso para los sbditos de ambos pases de ejercer libremente la religin en el otro estado contratante, levantando templos y cementerios. Dos aos ms tarde se coloc la piedra fundamental del anglicano templo ingls. Promediando el siglo, Uruguay conoci incluso la extraa figura de la masonera catlica.

    Otro aspecto que registr continuidades fue la tenencia de la tierra: el problema del arreglo de los campos pas cual herencia de la colonia a la revolucin, que plante como solucin el Reglamento de Tierras de 1815, abortado a poco de nacer, por la derrota del artiguismo. Latifundio, indefi-nicin de propiedad, economa extractiva, despoblamiento de la campaa, ocupantes sin ttulo y propietarios ausentistas, compendiaban el problema. El perodo independentista sum ttulos de propiedad de diversos pode-res (Artigas, el gobierno de Buenos Aires, los portugueses) sobre otros ya existentes, creando mayor confusin. Las primeras presidencias oscilaron entre favorecer al ocupante o al dueo legal, siendo interrumpidas por una Guerra Grande que dej la campaa mayoritariamente en mano de los blancos y a todo el pas inmerso en las confiscaciones que cada bando haca de las propiedades del enemigo. El cambio que erradic la inseguridad y garantiz las condiciones exigidas por el mercado internacional, se operara en la dcada del 70, como ya se ha sealado anteriormente.

    6. resistencias a los camBios y reformas liBerales

    El historiador Pivel Devoto seal que la revolucin haba arraigado en forma confusa en todas las conciencias las ideas de liberalismo. Ignorando algunas de las sealadas continuidades y simplificando complejas contra-dicciones, el relato de la Nacin inscribi esos cambios, teleolgicamente, en un camino poltico moderno de emancipacin y construccin de un mundo nuevo. En el primer perodo de la revolucin fueron de tal ruptura que la misma se hizo representar por el gorro tricolor, variante del gorro frigio, que (prestigiado por su procedencia europea) se impuso ms rpidamente en Amrica que en la propia Europa, donde era sinnimo del ms radical jacobinismo. Ruptura con el Antiguo Rgimen presente especialmente en el concepto de soberana de los pueblos y en el requerimiento de diputados cuya persona deber reunir las cualidades precisas de prudencia, honradez y probidad, ejemplo de la repblica virtuosa29 y parte de las necesarias seguridades del contrato social.

    Liberal fue el Reglamento Provisional para la recaudacin de derechos de aduana de 1815, que dispuso se abran los Puertos de todos los Pueblos de la presente Federacin franquendose entre ellos el libre trnsito y de-

    29 Frega, 1998, 101-133.

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    seando que las utilidades redunden en beneficio de los mismos Pueblos. 30 Liberal fue la demanda de la forma republicana de gobierno basada en la divisin de poderes y que conservara la igualdad, libertad, y seguridad de los Ciudadanos y los Pueblos, por medio de una constitucin que garanti-zara preservar esta provincia las ventajas de la libertad y mantener un Gobierno libre, de piedad, justicia, moderacin, industria31.

    La Constitucin artiguista de 1813 estaba encabezada por una de-claratoria de derechos que proclamaba la libertad e independencia de la Provincia; la soberana residente en el pueblo; la igualdad de nacimiento y distincin slo en base a los servicios pblicos prestados; el derecho al amparo de la ley, a la libertad de imprenta, a la seguridad de sus bienes y persona y la divisin de poderes (a fin de que sea un Gobierno de Leyes y no de Tiranos), todo lo cual inscriba este proyecto en los modelos cons-titucionales francs y norteamericano.

    Perdidas en el perodo de la Cisplatina, bajo el mando paradjico del liberal32 Imperio portugus, esas demandas se concretan cuando el nuevo Estado Oriental surgi a la vida independiente. La Constitucin del 30 se centr en tres elementos: los derechos de los ciudadanos, la forma de gobierno y la divisin de los poderes. Jos Ellauri, uno de sus redactores, luego de confesar haber procurado tener a la vista las Constituciones ms liberales, y las ms modernas, para tomarlas por modelo en todo aquello que fuese ms adaptable a nuestra situacin, expres con orgullo que los derechos de los ciudadanos estaban diseminados por todo el proyecto, enumerando entre ellos el de la libertad de imprenta, esa salvaguardia, centinela y protectora de todas las otras libertades y el del Poder Judicial, constituido en tal independencia, que ella sola basta para asegurarnos que no sern en lo sucesivo los hombres quienes nos juzguen, sino las leyes.33 Aclarando que ningn habitante del Estado ser obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohbe, la Constitucin consagraba una lista de derechos: libertad fsica, religiosa, de expresin, de trabajo, comercio e industria, de circulacin y migracin.

    Cuando surgieron las divisas-partidos, en 1836, pese a que sus enfren-tamientos desafiaron a la Constitucin, los principios liberales subyacieron a estas comunidades polticas. En el bando colorado lo hicieron a travs de su prdica de defensa de un modelo modernizador, muy eurocntrico; mientras que los blancos, bajo su proclamado americanismo, insistan en lo nacional, contribuyendo a la elaboracin que ms condensara los

    30 Beraza, 1985, 144.

    31 AA,T. XI, 109.

    32 Liberal como sinnimo de libertades econmicas y garantas de representacin, no contradictorias con la monarqua, al estilo de su mentora Inglaterra.

    33 Actas, 1896, 418-422.

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    principios y reformas liberales: la Nacin. Ambos bandos revelaran una matriz y un lenguaje liberal comn. Esa unanimidad de los partidos funda-cionales y de larga duracin en la poltica uruguaya coadyuv a que fuera relativamente escasa la resistencia a las reformas liberales, en el sentido tradicional de la expresin. Salvo las sealadas objeciones a la libertad de cultos, el gran enemigo de lo liberal se sintetiz en el poder carismtico, patrimonial y excluyente del caudillismo, como forma arcaica del poder poltico. Los movimientos fusionistas (que buscaban fundir y olvidar las divisas) y doctorales convirtieron a los caudillos en sinnimo de males que impedan el progreso, en la dicotmica y sarmientina oposicin de civilizacin o barbarie.

    La conformacin social contribuy a esa extensin de lo liberal, si nos atenemos a la gnesis seguida. En primer lugar, la pradera, la frontera y el puerto haban atrado el poblamiento hispano, que se impuso a la poblacin indgena nativa (charras, yaros, bohanes, minuanos), la que subsisti dispersa en el extenso paisaje, protagonizando choques puntuales intercalados con perodos de entendimiento, sin integrarse a misiones ni sistemas de trabajo servil. El exterminio de los indgenas se registr en tiempos de los primeros gobiernos criollos, luego que integraran de ma-nera inorgnica las guerras de independencia, en trminos de fidelidad a determinados caudillos.

    Los que brindaron mano de obra servil integrada fueron los esclavos negros que en alto nmero entraron por el puerto de Montevideo desde que se autorizara a la Compaa de Filipinas para que a partir del puerto de Montevideo abasteciera de esclavos a los virreinatos de Per y del Plata. En Montevideo estuvieron destinados a tareas domsticas (no hubo agri-cultura ni ingenios que requirieran otro tipo de prestaciones), mientras que fueron escasos en el campo. All campe el despoblamiento y el gaucho: hombres sueltos, sin vecindad, nmadas, no sujetos a ley ni reglas de integracin social. Estigmatizado en su momento, su amplia participacin en las guerras de independencia lo convirti una vez exterminado como problema en el protagonista del relato pico de las mismas. Producto de las mezclas registradas en la campaa entre colonos brasileos y del litoral argentino, con indgenas, especialmente del sistema misional jesutico, conformaron un grupo social, que no racial.

    El ncleo criollo se lamin con grupos de comerciantes, grupos de hacendados y de saladeristas (que solan coincidir con la condicin de cabildantes); adems de artesanos y trabajadores libres. Gremios y cor-poraciones estructuraban esa sociedad hispano-criolla que tena vecindad (diferenciada de los hombres sueltos de la campaa, los gauchos) de forma tan acotada y tejida en urdimbre que los cabildantes que se levantaron contra Lecor en 1823, miembros de la logia Los Caballeros Orientales, al tener que solicitar ayuda al cabildo, sin usar (por estigmatizante) la palabra partido, expusieron as su corporatividad: nosotros no tenemos carcter alguno oficial representativo, pero constituimos una parte res-

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    petable del Pueblo patriota de Montevideo, y su campaa, refrendados por mil firmas; todos estamos estrechamente relacionados por parentesco, intereses, y opinin con los hombres sensatos y de influjo en la campaa. Somos dicen, luego de revelar la trama de su red social el eco de la parte sana de la Banda Oriental34.

    El rpido crecimiento que registr la ciudad desde su fundacin fue alimentado por dos grupos corporativizados: los marinos del apostadero naval y los comerciantes. Estos, favorecidos por la exclusividad del comer-cio legal, fueron el mayor llamador al enriquecimiento que Montevideo ofreca, y propagandistas de la fuerte inmigracin recibida a fines del XVIII, fundamentalmente catalana. En puja y colaboracin con sus pares bonaerenses, formaran un grupo de extrema visibilidad poltica por sus demandas, hecho en el que podemos sealar una notoria continuidad. Ape-gados al puerto, vivieron todos los avatares polticos de la ciudad. Cuando la misma alcanz la independencia, las solicitudes de los comerciantes fueron de rebajas para los gravmenes, lo cual debilitaba las arcas de un estado nuevo, an enclenque. Tales zozobras determinaron dispares destinos para sus negocios.

    Durante la Guerra Grande, la faz europeizada de la capital termin de afianzarse en la Nueva Troya, cual Babel: en 1843 haba en Montevideo 11.431 orientales, 3.170 ame ricanos, 1.344 negros libres y 15.252 europeos. Tal cosmopolitismo se vio reflejado en la evolucin seguida por la piel de las ciudades. Desde el punto de vista urbanstico, Montevideo y Colonia, los primeros y ms poblados centros urbanos de la Banda Oriental, fueron ciudades amuralladas en zona de disputas fronterizas luso-hispanas. Da-meros con calles tiradas a cordel y un centro en el que se ubicaron la Iglesia y el Cabildo. La muralla, especialmente en el caso de Montevideo, acot el crecimiento de la ciudad, generando que la expansin (muy temprana) se diera de forma desordenada, por fuera del edificio de la Ciudadela (fuerte mayor) y del muro perimetral. La Banda Oriental, desde su nacimiento hasta hoy da, adoleci de macrocefalia montevideana en un territorio de baja densidad demogrfica.

    El sistema de defensa no impidi a Montevideo ser una ciudad sitiada una y otra vez a partir de la primera vez que fueron vulnerados sus muros, en 1807, cuando las invasiones inglesas. Dos veces sitiada por Artigas, que orden destruir los muros para resistir a campo abierto cuando perdi la ciudad a mano de los portugueses; sitiada por los cruzados desde 1825; sitiada por Oribe desde 1843 y hasta 1851.

    Cuando se alcanz la independencia, las murallas y la Ciudadela (con-sideradas intiles pero tambin un smbolo del poder espaol que defini-tivamente dejaban atrs) fueron derribadas. Subsistieron trozos enteros de las mismas durante aos, y en el espacio de la Ciudadela se instal un

    34 Pimienta, 2007, 8, nfasis agregado.

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    mercado de frutas. Desde la zona de los viejos portones de entrada que estaban uno a cada lado de la muralla, hasta los terrenos del ejido, pronto creci la Ciudad Nueva. El crecimiento minaba el orden del damero es-paol, pues los cambios eran ms rpidos que la reglamentacin que pro-curaba ordenar. A partir del 39 la Ciudad Nueva se convirti en campo de Marte, pues la Guerra Grande y el posterior sitio transformaron de forma radical la ciudad, mientras en el campo los escasos pueblos y ciudades se coloreaban de blanco (pues la campaa qued en manos de Oribe), salvo el caso aislado de Colonia, que fue colorada.

    Se volvieron a reconstruir las murallas montevideanas en varios tramos, se levantaron lneas de defensa, fosos, trincheras y la ciudad qued dividida en dos zonas: la Ciudad Vieja, la Ciudad Nueva y el puerto en manos de los colorados; mientras los blancos se ubicaron en el Cerrito, en el camino que iba del Cerrito a la costa (que tom el significativo nombre de Res-tauracin en alusin al poder poltico resignado) y en Buceo, sobre el ro, donde Oribe instal su propia aduana, ya que el puerto principal estaba en manos de sus enemigos. Un cosmopolitismo elogiado por Sarmiento (No son ni argentinos ni uruguayos los habitantes de Montevideo, son los europeos que han tomado posesin de una punta del suelo americano) se apoder de la Montevideo colorada. Desmitificndolo, un viajero ingls es-cribi: Montevi deo no slo est sufriendo la desolacin de un largo asedio, sino que se ha convertido en una especie de refugio para los vagabundos descontentos de todos los pases de Europa35.

    Terminada la guerra llegaron cambios modernizadores: se adoquinaron las calles en 1855, fecha en que comenz el sistema cloacal que aventara epidemias; hubo agua corriente a partir de 1871, telgrafo desde 1865, ferrocarril en el 69 y telfono en el 82. En paralelo, crecieron barrios populares, producto de la inmigracin que hizo del Uruguay un caldero fundente de nacionalidades. Si revolucin es cambio, el proceso avalaba que lo haba habido. Si toda revolucin encierra continuidades, el viejo edificio del Cabildo las testimonia: se jur en l la Constitucin de 1830 y cada asuncin presidencial; fue sede del Poder Legislativo hasta 1925 y, desde 1958, Museo y Archivo que exhibe objetos del pasado en orden cronolgico: perodo colonial, independencia, de 1830 en adelante.

    35 Barrios Pintos, 1971, 53.

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